Mito de Pigmalión y Galatea Veo su rostro tan cerca que he memorizado sus imperfecciones. Veo las grietas que aparecen en su mejilla y se extiende hasta su cuello. Observo los pequeños huecos astillados cerca de su ojo derecho. Examinó los pequeños poros que se forman en su frente y en su cabello largo. Sostengo su cabeza en mis manos, acercándola más a mí, la aprecio con todo mi ser. No existe mujer tan completa, tan entera como ella. Desearía poder conocerla. Apoyada en su hombro, lloro mis penas porque sé que nunca podré amarla verdaderamente. A los pocos segundos siento una mano limpiando mis lágrimas. Miro hacia arriba y ella realmente está aquí, en carne y hueso. Me levanto sin despegar la mirada de sus bellos ojos. Veo la blancura de su piel desaparecer, revelando su piel rosada. Me inclino cada vez más hacia a ella, volviendo a observar su bello rostro en busca de una explicación, una respuesta de lo sucedido pero siento su mirada cálida en mi y quiero disfrutar este momento. Luego, ella sostiene mi cabeza en sus manos. Lentamente tomo su mejilla, acercándome tanto a ella que puedo escuchar su respiración por primera vez. Tomo un respiro y, suavemente, presiono mis labios contra los de ella.
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