Mito de Ícaro Siento la fuerte brisa contra mi cara y es tan fuerte que me duele pero no importa. El dolor no es comparable con lo que está sintiendo mi corazón en este momento. Pura felicidad, eso es lo que siento. Miro abajo hacia el estrecho mar y, extrañamente, no tengo miedo de caer. Parece que por más tiempo que estoy acá arriba, el cielo se une a mi y yo a él. Por un momento cierro los ojos para absorberlo todo. ¡No puedo creerlo! Al abrir mis ojos, veo una nube demasiado cerca de mi que me asusto, tanto así que pierdo el control sobre las alas por un momento. Tropezando entre las nubes, me entra pánico, volviéndome a sentir pequeño y mortal. Odio sentirme así. Agarro las correas de las alas y asciendo a las alturas. Inmediatamente, mi padre grita mi nombre. —¡Ícaro! ¡Ícaro! ¡Baja pronto!— Lo ignoro. —¡Ícaro! ¡Las alas se van a derretir! — ¿Derretirse? ¡Por favor! ya somos dioses, podemos hacer lo que sea. Justo en ese momento, empiezo a descender tan rápido que cuando vuelvo a parpadear, mi cuerpo ya se había estrellado contra el mar.
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