El complot de mustafá

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Cuento

El complot de Mustafá

Autor: Omar Mejía


Cuento el Complot de Mustafá

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Prefacio: El complot de Mustafá es conjunto de realidades estudiantiles contemporáneas, narradas en un estilo un tanto propio del cuento mexicano satírico. Esta historia proyecta mensajes en varias direcciones sociales, que intencionalmente conservan su parte sarcástica como un análisis crítico de un carácter sustancial. Los sistemas de corrupción en el País están dispersos en todas las esferas y niveles sociales; la educación, por ende, no está eximida de ellos: aparatos gubernamentales de dirección educativa, sistemas y subsistemas, sindicatos, institutos, maestros, alumnos, todos ellos infractores e infringidos dentro de un régimen de corrupción interconectado, procreando día a día un círculo de dependencia caótica. Fomentando la naturaleza apostólica docente de una manera aguda, El complot de Mustafá pretende hacer una reflexión de una realidad paralela a la de todos los seres humanos en México y en otros países, de la cual muchos de nosotros desconocemos y otro buen número hacemos omiso, en tanto está transgrediendo no solo la religión pedagógica sino el desarrollo central de los individuos en materia educativa, algo que apuesta a un indigente progreso nacional, cultural, político, económico, tecnológico y humanístico. El rescatar importantes partes de carácter docente y discente envuelve al educador en un espacio más anhelante y con mayor energía didáctica, resaltando su importante labor ante la sociedad. El complot de Mustafá pretende avivar la llama del portador de la camiseta de educación fomentando su sentido, noble y perspicaz.

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Agradecimientos: A todos mis seres queridos, mi familia que nunca me ha dejado solo y amigos. A las personas que intervinieron en mi educación. ALCESUM por haber abierto puertas para la elaboración de este proyecto. A mis alumnos y sus padres por su confianza y Wacky que siempre está ahí.

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El complot de Mustafá Me encontraba en el último semestre de la preparatoria “las Américas en una ciudad morelense: bochorno implacable, naturaleza colorida, tráfico regular. Eran principios de los noventas. Aunque nunca me caractericé por sobresalir en las calificaciones, en aquel entonces me interesaba la idea de llegar a ser un profesor o líder político reconocido, herencia del Subdirector de Cultura y Educación del entonces Honorable Gobierno de Estado: mi padre. Tenía el hábito de comprar todas las mañanas el periódico. Mi interés: deportes, espectáculos, la cartelera cinematrográfica y sólo cuando la primera plana dejaba resplandecer alguna foto alarmante o de alguna mujer atractiva, daba el seguimiento pertinente a la secuencia de páginas. Tengo que reconocer la dificultad que implica lidiar contra el desasosiego concupiscente de la adolescencia, sin embargo mostraba cierto interés en temas de dominio poco popular en mi entorno como la filosofía, la psicología y la educación. “Las Américas” era un lugar que ahora añoro. Tenía jardineras espesas de un verde sicodélico que rodeaban todo el edificio central. Los pasillos entre salones eran angostos pero cálidos a su caminar. La escuela de bachillerato, supongo, y en mi salón había uno inteligente, otro desinteresado, otro petulante, una figura escultural con no muy brillantes ideas, una de pecas muy responsable, una delgada vestida siempre de negro con audífonos dejando oír música estruendosa y un resto que rodeábamos a los anteriores y complementábamos al grupo. Algunos maestros a pesar de tener una fama pésima, didácticamente hablando, siempre los consideré con una enorme valentía al estar frente a un grupo de adolescentes desquiciados por devorar el mundo de un bocado. Por ejemplo, la clase de orientación vocacional la impartía la doctora Brahamn, afortunadamente sin un atuendo blanco lívido, nunca nos ofertó una gama de posibilidades profesionales, ni intentaba analizarnos para descubrir nuestras aptitudes y actitudes, sin embargo nos contaba simpáticas historias de sus antiguos pacientes y al menso nos acotaba el panorama profesional con una carrera menso: medicina. Aquél día en vísperas de exámenes finales se corrió un rumor que sacudió muchas cabezas.


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_Dicen que el examen final de Mustafá nadie lo pasa, y si so pasas todos los exámenes no pasas la materia. Pero… con la lana baila el perro… Mustafá, Antonio Vélez, profesor de ciencias políticas, de transcendencia histórica meritoria, intachable porte y semblante noble, siempre vestía ropa de reconocidas marcas y su carro no tan sólo era del año sino de lujo, en aquel preciso instante estaba siendo aludido con un desprestigio que para mí era aberrante. Desde la primera clase que tuve con Mustafá figuraré en él a un catedrático ejemplar: dinámico, carismático, exigente pero comprensivo. Hablaba con una elocuencia envidiable y parecía conocer tanto sobre materia política que pasmaba a su auditorio. A la mitad del ciclo escolar participé en oratoria bajo su supervisión. Obtuve primeros lugares pero primordialmente aprendí la cordura y rectitud de un orador. Concursé para ser diputado por un día y en su tutela nos transmitió la importancia de ser un servidor público, el mérito que uno obtiene al legislar un gobierno y la integridad con la que uno debe dirigirse a su pueblo y a su vida misma. Ese concurso no lo gané, pero Meneces, mi amigo de infancia y compañero en turno de clases, me acompañó al evento y después incluso festejamos mi derrota con un par de hamburguesas. Esta celebración se dio gracias a que Mustafá, quien brindó las palabras de despedida, al finalizar su discurso enalteció tanto el sentido e importancia de la derrota que hizo fluir en mí una energía positiva al igual que si hubiese ganado. Cuando a mis oídos llegó el comentario del a angustiosa acusación de Mustafá guardé un profundo silencio. Las ideas se entroncaron en mi mente sin poder vislumbrar verdad alguna. Al principio, después de intentar organizar mis pensamientos no me atreví a inferir. Mi consciente, se negaba a poner en duda la integridad de Mustafá. Sin embargo, una parte de mí más débil poco a poco fue seducida por una amarga curiosidad.

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Al día siguiente indagué implacablemente con mis compañeros al respecto. El rumor era no muy contundente y los que habían oído de él lucían despreocupados. Para mi mala suerte las referencias no mitigaban mi duda. Esperé la clase de ciencias políticas deseoso de esclarecer los rumores. Imaginé en encontrar al maestro con una sonrisa cordial desmintiendo apaciblemente lo dicho. Sin embargo después imaginé su rostro con una mirada y sonrisa siniestras, que paseara por nuestras cabezas sin dejar lugar a duda de sus oscuras intenciones… Pero no fue así. Cuando el maestro entró lo enfrenté desde el lugar más cercano a su escritorio mirándolo fijamente y exigiendo justicia a los principios estudiantiles y docentes, pero mis ojos encontraron aquel cuerpecillo lánguido entrar con un saludo benevolente. Sus ojos detrás de aquel armatoste cristalino irradiaban un diáfano resplandor de afabilidad. Volteé a ver a Meneces quien sabía del rumor pero aparentemente parecía despreocuparle. Se encogió ligeramente en hombros y torció la boca. Sólo regresé la mirada al maestro al escuchar: _...vamos a repasar los temas más importantes de todas las unidades para que no haya dudas en el examen. No quiero que me salgan con que por mi culpa no van a llegar a ser licenciados, doctores o maestruchos mal pagados_ concluyó haciendo referencias a sí mismo con un manoteo y soltó una risilla. El grupo entero reventó en risas. A mí no me causó gracia. Volteé a ver nuevamente a Meneces. Estaba riendo. Cuando advirtió mi mirada desaprobatoria en su rostro me miró y dejó de reír, carraspeó un par de veces y abrió su libro. Volteé nuevamente al frente e imaginé a Meneces volviendo a sonreír. Cuando llegué a casa miré televisión. Aunque no dejaba de perturbarme la idea aún atente de la situación de Mustafá, disfruté de volver al futuro II. Cuando reaccioné sonaba el teléfono. Para ese entonces me había quedado dormido y el sonido martillante me despertó de tajo. El aparato estaba detrás de mi cabeza junto al sofá. Levanté la bocina y balbucí:

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_Sí… _Estabas durmiendo holgazán. Era mi primo, Saúl. Me dijo gusto escucharlo. Hacía un mes que había llegado de Estados Unidos después de tres años. Despabilándome respondí: _Mmmmmm, sí. Una pestañita. ¿Qué onda? _Necesito hablar con tu broder: ¿Ahí está? _Deja ver. Pregunté a mis papás y no estaba. Le notifiqué a Saúl y antes de colgar me dijo: _Bueno, broder, ni moys. ¿Y tú qué? ¿Ya mero sales de la escul, no? ¿Si vas a salir, pues?_ Soltó una risa desenfada. _Claro, primo _Sonreí. _¿Cómo te fue con el Mustafá? ¿Si llevas clase con él, no? La sonrisa que había dibujado en mi rostro se desvaneció y se convirtió imperantemente en un gesto de consternación. _¿Qué? ¿Porqué, o qué? _En ese instante recordé a Saúl, después de haber sido desterrado del Colegio Mixcoac, se había graduado en las Américas. _¿Sí te da clases? _insistió. _¡Sí! ¡Pérame tantito! _alcancé a balbucir antes de levantarme rápido para correr a mi habitación en busca de privacidad. La consternación parcialmente había tomado un grado mayor. Me encerré y contesté agitado: _¡Haber; aguanta ¿Qué sabes de Mustafá? _teikirizi, broder _ canturreó entre risillas pícaras_. ¿No has hecho examen final con él?

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_¡No! _esbocé en un gruñido_. Espérate, un fulano nos dijo que el Mustafá pedía dinero para aprobar su materia. _¿Tú llevabas clase con él? _¡Ayyyy, jajaja! ¡Simón! Y no es chisme broder, créeme. Yo aflojé doscientos varos y por un méndigo seis. Si querías el diez tenías que aflojar más, ni me acuerdo cuánto. ¿Pero qué? ¿Nadier te había dicho antes ese bisne? ¿Los de grados superiores? Es vato jamás pasa a nadie sin varo. Uno o dos mataditos solamente son los que pasan. _¡No! Mustafá llegó este año, tenía un permiso o no sé qué y hasta este años supimos de su existencia. Supongo que los de grados pasados no llevaron clase con él. Se me hace que tu generación fue la última a la que le dio clase antes de la nuestra. _Pues espero que tengas tus ahorritos o le pines lana a papi. ¡ja! Me contó con lujo y detalle cómo había sido la situación de su generación y terminó diciéndome: _Decían que un año antes les había vendido yogurt en una combi. ¡Sepa la madre cómo! No hablé. Imaginé una mujer joven de excelentes proporciones llorando, suplicando nuestra ayuda monetaria para un problema de vida o muerte de Mustafá. Después lo imaginé un una camioneta vendiéndonos yogurt: a doscientos el litro, ¿Cuántos le damos, joven? _Neta_ continuó_, nadie fue a hablar con algún maestro o coordinador. Se sabía que el bisne era desde arriba. ¿Tonz qué? ¿Pagas o te atoras? Medité sobre ambas alternativas, ninguna opción me satisfizo. Claramente había dejado atrás la duda que me perturbaba para ser ahora una cruel verdad. Después de un recóndito suspiro dije: _Nunca lo creí de ese profe, pero… yo no pienso pagarle, la neta.

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_Pues entonces ponte a estudiar desde ahorita, bro. La neta está bien cañón pasar con él así nomás de ganas. Ya, no le hagas tanto al pancho y aflójale monei al ticher. Mi respuesta era tan reprobatoria como posible mente la materia si no encontraba una rápida solución. Después de colgar me recosté meditabundo. No salí de mi cuarto hasta el día siguiente para ir a la escuela. Casi no dormí. Creo que me soñé en un yogurt. Por la mañana llamé a Meneces y lo pues al tanto de lo ocurrido, como de costumbre, pareció no importarle. _¿Ha de ser chisme, no? _dijo mientras yo escuchaba que masticaba algo. _¡Qué chisme, zonzo! ¡Te estoy diciendo que me dijo mi primo que él pagó! Bueno, allá tú. Cuando llegué al salón me senté en la última butaca, justo en la esquina. Sentía mi rostro por momentos iracundo y en otros preocupado, tal vez por eso nadie se me acercó. No hablé con nadie. Así esperé la clase de Mustafá, sin embargo no llegó. Se presentó una secretaria de porte temeroso para informarnos que la siguiente semana era el examen final. Algunos pusieron cara de no_examen-no por-favor, otros solo murmuraron. Meneces me volteó a ver, su expresión tenía un remanso que me desquiciaba. Yo solamente apreté fuertemente la mandíbula cual si tuviera que partir una nuez. Cuando salí jalé a Meneces. _Tenemos que vernos para ver qué vamos a hacer, no nos vamos a quedar con los brazos cruzados. Nos vemos en mi casa a las cinco. Meneces alzó las cejas asistiendo mientras se echaba un puñado de cacahuates. Cerré los ojos y di media vuelta. _Allá te veo_ mascullé exhalando mi desesperación. Llegué a casa directamente a la cocina a menguar el enfado-consternación con una rebanada de jamón y un bolillo. No había probado bocado en todo el día.

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A las cinco y diecisiete minutos, cuando tocaron a la puerta encontré a Meneces al lado de Quirarte, compañero también de clase. Meneces al lado de Quirarte, compañero también de clase. Meneces al advertir un signo de interrogación encima de mi cabeza dijo: _El pueblo unido…jamás … ¿será vencido…? Entramos al a casa y pasamos a mi cuarto donde tenía dos vasos, un refresco de dos litros y comida chatarra. Quirarte traía una mochila al hombro. Cuando entramos a mi cuarto sacó una botella a medias de coñac no muy popular. Traje un vaso más. Serví sendos chorros no tacaños de coñac y poco refresco. Expuse con detalle el caso y cuando comencé con las especulaciones Quirarte me interrumpió: _Mira_dijo y dio un trago a su vaso con una serenidad inmensa_, yo no sé porqué tanta crema a tus tacos, camarada. Mustafá es un profe muy alivianado, yo lo conozco bien. La semana pasada platiqué con él, ¿sí o no Meneces? Este carnaval me vio. Mañana yo investigo por qué fue que no estuvo estos últimos años en la escuela, si es porque le encontraron una de esas tranzas pues obviamente ya no lo va a volver a hacer. _Es que_ aclaré_, lo que nos interesa, o al menos a mí, es que no es justo que cobre por pasar una materia. Y cualquier profe hubiera sido mejor, pero no Mustafá_guardé un silencio y seguí_. Pues si tenemos que quejarnos allá arriba con el director yo si me aviento. Finalicé mi argumento y con él mi bebida. Me serví otra de menor proporción alcohólica pero Quirarte tomó la botella para fungir como barman, sirvió las otras dos y completó la mía con otro chorro. Él prosiguió: _Tú mismo dices que tu primo es bien carrillero, ¿qué tal si es tradición hacer esa broma a los que van a salir? Si de veras fuera cierto todos los salones que llevan clase con él para salir ya, estarían bien paniqueados, y no. ¡Andan bien conchas!

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_Andamos _corrigió Meneces enfilando su vaso para otro chorro de coñac. Además _prosiguió Quirarte_, ¿de dónde salió ese rumor? A mí me dijo uno del otro grupo, que ahora que me acuerdo, me llevo superpesado con él. ¿A ti quién te dijo? _Lisa_dije titubeante deslizando la mirada en el fondo de mi vaso hasta perderla en la oscuridad del cogñac. Lisa y yo habíamos salido en algunas ocasiones anteriormente. Ella me simpatizaba en realidad pero nunca pasamos de besuquearnos sin compromiso, aunque regularmente ella me propusiera que saliéramos más a menudo. La última vez que salimos juntos supe que alguien la pretendía, desde ahí jamás volví a acceder a sus invitaciones. _¿Lisa?_dijo Quirarte_¡Pinche vieja! Ella es bien chismosa: una vez me inventó que yo casi no iba a la escuela porque me iba al billar a jugar baraja ¡y ni siquiera sé jugar! ¡Además yo le dije a Miriam lo de Mustafá y Miriam es su superamiga! ¡No manches, todo es un chismote! Las palabras de Quirarte cada vez sonaban más a las de un profeta. Acabó de hablar y nos sirvió sendas bebidas haciendo la petición de tomarlas al unísono de un solo trago. Mi mente que había estado intentando atar cabos sueltos para ese entonces ya estaba interferida por el alcohol. Sin titubear tomé mi vaso y lo acabé, como acordamos, de un trago. Quirarte y Meneces, que no parecían tan aturdidos como yo, festejaban contundentemente nuestra reunión. No tardé mucho en unírmeles y lo que recuerdo después de esa bebida-de-untrago fue que nos servimos otra, la acabamos, los despedí en la puerta a carcajadas mofándonos de nosotros mismos por haber creído el rumor, y al hacer un parpadeo aparente de un segundo en la puerta de la sala, cuando abrí los ojos estaba en mi cuarto casi completamente vestido, la voz estridente de mi madre penetraba las paredes de mi cuarto, y parecía que también mis tímpanos. Advertí

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que eran después de las siete de la mañana del día siguiente a la reunión y me levanté estableciendo una lucha entre mi voluntad corporal (de permanecer en cama) y mi voluntad moral (de ir a clases), donde las primeras dos batallas las ganó la primera, y finalmente, con ayuda de los gritos de mi madre, mis voluntades para salir del cuarto, enfrentarme su histeria y entrar al baño. Era viernes, llegué a la escuela con resaca sin embargo me sentía con un alivio estremecedor. De algún modo la reunión no tan solo había mitigado mi recelo y rabia sino que también había levantado mi ánimo pese a los piquetes que de vez en cuando sacudían mi cabeza. La clase de la doctora Brahamm fue de ética profesional, y lo único que me llamó la atención fue cuando nos llamó al grupo entero: _Perritos. Exactamente así: perritos. Así es como se verán cuando sean buenas profesionistas _hizo un movimiento con el pulgar sobre su cuello como si estuviera degollándose_. Primero serán cachorritos y no van a morder, solo querrán juguetear… luego, conforme vayan agarrando confianza van a pretender a ladrar, pero no van más que a apretar las mandíbulas, sin morder. Después van a aprender a buscar huesos con tal de jugar más y comer mejor. Pero… ya luego, cuando ya están recios y amañados, se van a hacer ariscos, les van a crecer los colmillotes, van a morder duro, y van a querer desconocer al patrón al mínimo roce. Bueno… ya de viejos, se van a hacer flojos, ya nomás van a querer estar lambiendo al patrón, y hasta van a querer por ahí que los acaricien… La clase entera reímos. Sin embargo al final la analogía me inquietó. Cuando hablé con Meneces le comenté: _No estaría por demás preguntar por ahí saben algo, ¿no? Meneces, solo frunció la boca indiferentemente. Quijarte no fue a la escuela. Finalmente terminamos haciendo una breve encuesta. Los resultados fueron: Sin conocimiento del tema: Con escaso conocimiento del tema:

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Con conocimiento del tema e indiferencia: Con conocimiento del tema y preocupación:

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Éste último era un compañero que estaba repitiendo la materia. Fernández. Como trabajaba y estudiaba dijo que él tenía contemplada una suma que le otorgara el diez de calificación no importara cuanto fuera. A mi criterio su argumento careció de sustento, dijo que se enteró porque una prima de una amiga de su hermana había cursado años atrás la materia con Mustafá y la había aprobado misteriosamente excelente, peculiaridad poco característica en ella. Nunca sacaban dieces_comentó haciendo referencia a su hermana y sus amigas_, es más, reprobaban siempre la mitad de las materias en cada semestre. Cuando pregunté qué era exactamente lo que ella le había dicho él respondió: _Mi carnala nunca me dice nada de su vida ni de sus amigas. Me enteré que por que su amiga supo que yo llevaba clases con el Mustafá, pero como andábamos cheleando, después le pregunté a mi carnala. Nomás me dijo: acá si quieres que el cilindrero te tique, nomás hazle sonar el vasito. Por eso cuando oí del rumor, la neta me puse a ahorrar. Cuando llegué a casa, por cuestiones quizá de inseguridad, quizá de nerviosismo…quizá de instuición…amargamente sentí otra vez el despertar de la curiosidad. Trataba de recordar las frases literales de Quirarte pero únicamente se me venían fragmentos que no sosegaban mi intranquilidad. Pensé en llamar a Saúl pero opté por comenzar a estudiar para el examen de Mustafá. En la noche mi zozobra que aunque minúscula era muy tenaz, venció mi serenidad y me llevó sin miramientos al teléfono. Llamé a Saúl pero no lo encontré. No lo encontré ni el sábado ni el domingo, eso volvió a perturbar la paz que al principio reinó la mayor parte de mi fin de semana. No quise hablar ni con Meneces ni con Quirarte porque sospeché que no me iban a hacer caso. Estudié algunos ratos y aunque no conseguí retener las cosas de la mejor manera sentí una ligera confianza que me dejó vivir tranquilo hasta el lunes en el examen.


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Cuando llegué al salón me paré en la puerta y miré con un ligero escalofrío en la nuca. Noté la naturalidad de mis compañeros sentados en cada una de las butacas que a mi parecer lucían como sillas de ejecución. Mis nervios comenzaron a tomar la rienda con todo mi ser. Me senté donde solía sentarme, delante de Meneces, él aún no llegaba. Saqué mi cuaderno e hice un intento de estudiar pero fue en vano: no podía siquiera leer y comprender lo que leía. Lisa se me acercó misteriosa y me preguntó en voz tenue: _¿Oye, ya te apuntaste en la lista? _No, ¿cuál lista? Miró a un lado y al otro, se acercó a mi oído y me susurró: _Pues la de Mustafá, para pasar la materia, ¿qué no te acuerdas que ya te había dicho? Sentí mi piel como la de gallina. Mis dedos yertos como alambres se pegaron a mi pierna y mi voz se desprendió de mí, débil. _Sí, pero…no…digo, no creo, no ha de ser cierto. _Dijeron que sólo veinticinco iban a pasar. Yo te aparté un lugarcito…¿entonces? No dije ni una palabra. Mis ojos apuntaban a los suyos pero no la estaban mirando. Mi mente era un remolino nebuloso de ideas. De un sobresalto me reincorporé cuando entró la misma secretaria de la clase pasada con un grueso manojo de hojas amarillentas. Lisa sin decir nada volvió a su lugar. Sin chistar secretaria-mal-rostro comenzó a repartir hojas. Por un momento imaginé impresa en las hojas una encuesta sobre nuestra solvencia económica, aspiraciones futuras, ambiciones escolares y demás información que sirviera de punto central para elaborar sus escalas de evaluación y sus cuotas de acreditación. Al tenerlo en mis manos advertí que era un examen académico de la asignatura pero con preguntas a un nivel sumamente elevado. Lo contesté la gran mayoría de tin marín, pues afortunadamente era de opción múltiple, sin embargo, al

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escribir, mis pensamientos giraban alrededor de una posible suma de dinero, una traición al juramento apostólico docente_ que si no existe, debiera_ y la determinación de anotarme o no a la lista. Lo entregué y salí sin voltear a ver a nadie. Nunca advertí la presencia de Meneces hasta que me habló. _¿Ya acabaste? Lo miré pero no sentía expresión en mi rostro y mi habla estaba haciendo una mala jugada. Solo asentí sintéticamente con un movimiento de cabeza. _Pero ¿ya, ya? ¿Lo otro ya?_ y señaló con ojos enormes a Lisa. Escuché eso y salí sin chistar. No paré hasta llegar a mi recámara y echar mi cuerpo a la cama como si estuviera hecho de plomo. No salí de ahí hasta e otro día. Sin sentir me quedé dormido y debo aceptar que lloré de impotencia. Sentía mi llanto tibio y me acurrucaba entre mis almohadas que apretaba con rabia. Al día siguiente desperté con mal sabor de boca por las lágrimas. Al despabilarme advertí las condiciones de mi malestar. Ya más tranquilo, asimilando la situación llamé a Meneces pero no estaba. Llamé a Quirarte y tampoco. Para ese entonces, aunque era un tanto obvio el esquema de acreditación de la materia, hacía falta saber en qué condiciones y de qué manera se había dado todo el proceso y quiénes estaban involucrados. Busqué el teléfono de Lisa y le llamé. Cuando contestó me preguntó inmediatamente: _¿Por qué no te apuntaste en la lista? _Mira, luego te explico. Necesito que me digas qué onda con eso. _Pues nada, Quirarte nomás le dijo a Diana que hiciera una lista con veinticinco lugares para pasar la materia. No le dijo de a cuánto iba a ser, que luego le avisaba. Ella como es mi amiga me dijo que le ayudara, pero no le dijo nada a Quirarte porque sabe que no nos tragamos. _¿Tú no le hablas a Quirarte?

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_Para nada, desde que me empezó a insistir que anduviera con él lo mande a volar. En ese entonces era cuando…tú y yo… andábamos…saliendo. De hecho…eso le dije_finalizó en un todo de apeno. Una vez más no pude decir nada al instante. Cerré los ojos e imprequé en la mente. No hablamos mucho después de eso y colgamos. Mi ira cambió su dirección y apuntó la mayor parte a Quirarte y otra no tan despreciable a Meneces, claro está, sin discriminar el crédito de Mustafá. Pensé en salir a buscarlos pero no supe a dónde. El siguiente lunes teníamos que ir a presentar el último examen de la Doctora Brahamn y toda la semana a recoger calificaciones y trámites. El resto de la semana medité sobre mi encuentro con ambos y ver el nuevo rostro de Mustafá. El lunes llegué temprano, no había estudiado lo suficiente a consideración de mi madre pero me sentía tranquilo. El lugar de Meneces detrás de mi estaba vacío. Así permaneció todo el tiempo del examen. Meneces llegó muy tarde y se sentó lo más lejano posible de mi. No volteó a verme. Cuando acabé salí esperando enfrentar su mirada pero no ocurrió. Afuera Lisa se acercó a decirme: _Me dijo Diana que va a haber una reunión mañana a las seis en el laboratorio de química, hasta el fondo, le dijo Quirarte que les dijera nomás a los de la lista, pero tú ve. Yo digo que puedes arreglarte ya estando ahí. _¿Lo acaba de ver? ¿Ahorita? _indagué presto. _Lo vio hace ratito pero le dijo que según ya se iba y nada más le dio la lista. Mmm… como ya no me dijiste tú nada… Le tomé la barbilla, le sonreí, le di las gracias y eché a correr tras él. Por un instante el presentimiento de no volverlo a ver me invadió. No lo encontré. Busqué a Meneces y ya no estaba en el salón. Ese día por la tarde llegué a casa con la plena intención de resolver mi dilema moral, sin embargo no era tan sencillo: por un lado podía ir a la junta a suplicar misericordia a cambio de un tributo monetario; por el otro, era solamente

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caminar con la frente en el alto el resto de mi vida a sabiendas de que significaría quizá un tiempo más en bachillerato. No conseguí tal cosa pero al menos tomé una decisión importante. Mi principal razón para no haber inmiscuido a mi padre en un principio era porque en aquel momento me sentía capaz de resolver mis problemas escolares por mi propia cuenta y dejar de ser una sombra de mi padre. Pero tal situación había forjado en mí un desequilibrio emocional que solicitaba imperantemente algún apoyo moral, el cual, decidí buscarlo en la figura paterna que hacía algún tiempo no tomaba mucho en cuenta. Esperé a mi padre en la sala viendo el noticiero, si bien no me sentía de humor para tanta tragedia al menos procuraba ver las desdichas de los demás para consolar la mía. Me quedé dormido hasta que un portazo me hizo despertar. Era mi papá que venía bastante borracho. Lo ayudé a sentarse en el sillón mientras él balbucía agradecimientos hacia mí e improperios hacia el gobierno y el sindicato de maestros. Yo sólo lo miraba inexpresivo. Antes de quedarse dormido me dijo algo que aún mantengo fresco en mi mente: _¡Todos son… unos puercos, hijo! _hizo una pausa después de un ataque de hipo y corrigió_¡Todos… somos puercos!. Después de dejarlo bien acomodado en la alfombra me acurruqué en mis sábanas. Cerré los ojos hasta dos horas después. Tenía miedo de soñarme con un puerco. Por la mañana desee escuchar una voz sutil diciéndome algo que me sirviera de consuelo, pero escuché una voz aguardientosa que me hizo levantar de golpe. Ahí tuve que tomar una decisión que significó mucho a lo largo de mi vida. Decidí que tenía que ir a la junta. Llegué al laboratorio pero no entré. Vi a Meneces zambullido en un rincón pero él no me vio. Lisa estaba con Diana y otras compañeras. Nadie de ellas se dio cuenta que yo estaba ahí. Me sentía mejor sentado de incógnito.

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Estaba una compañera de otro salón y carrera al frente con otros, entre ellos Quirarte. Ella parecía conducir la reunión. En ningún momento despegué la mirada de él como si quisiera desmenuzarlo con los ojos. Al cabo de unos instantes la chica comenzó a leer su perorata del porqué de la junta. La parte que se me hizo más pícara fue: _... el profesor, como algunos ya sabrán _en un tono melancólico_ tuvo que salir por problemas de salud familiar ya que su hijo está sumamente grave y francamente está muy necesitado de nuestra ayuda. De una forma muy penosa necesita nuestro apoyo en este muy especial caso con dinero. Es por eso que de esta manera, y para vernos beneficiados todos, habrá cooperaciones voluntarias arriba de quinientos pesos para medicamentos, tratamientos y estancia con atención médica. De tal modo que el profesor tenga un gesto particularmente generoso para con nosotros y que éste se vea reflejado en nuestra calificación, por supuesto, aprobatoria, de acuerdo con nuestras participaciones en clase y calificaciones anteriores… Me sentía sucio. Inmerso en un ambiente tan obsceno que me fui cuando la escuché hablar de que esperaba tocar nuestro corazón con este acto tan caritativo en el que debíamos, por solemnidad humana, participar. Tal discurso me llevó a pensar que Mustafá mismo lo había redactado. En una jardinera esperé a que salieran todos para hablar directamente con compañera-conductora. Quirarte venía con ella pero al verme se distanció. Cuando tuve oportunidad fui hasta ella. _¿Cuánto por el seis? _acentué. _¿Cuál seis? ¿Vienes llegando, amigo? _Ya hablé con Mustafá y Quirarte. ¿Cuánto? _Ven. Me jaló y nos sentamos en una jardinera retirada del laboratorio. _¿Qué te dijeron?

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_Mustafá, sólo que me arreglara con Quirarte. Él, que lo negociara contigo. Se quedó cogitabunda sin retirarme la mirada. Yo le traté de examinar sus ojos amielados. _¿Tú eres…amigo de Quirarte? ¿Estás en la lista? ¿No estuviste en la junta? Dibujé una sonrisa diabólica. _Mmmm, para nada, no y… más o menos. Alargó la boca y arqueó las cejas. _Bueno, como sea. Pues, la mínima es de a quinientos_ canturreó en voz baja. _No nos estamos entendiendo, compañera. Le dije a Mustafá que mi papá es el subdirector de educación estatal, no se espantó sí me dijo que me pusiera de acuerdo con ustedes, ¿Capisce? ¿Qué onda, rebájenme ustedes de su comisión, no? _Ay, ¿cuál comisión? Pues ya lo menos es de cuatro, amigo. _Que quede en tres, ¿no? _que era lo único con lo que contaba. _Híjole…bueno, pero no le digas a nadie, ni a Mustafá, ¿sale? _No hay problema. Nada más que ahorita no los traigo. Si quieres dame tu fon y yo al rato te llamo. Escribí su número en un papel y nos despedimos con sonrisas mal pintadas. Vi de lejos a Lisa y exhalé un suspiro reconfortante. Quise ir con ella pero preferí ir al a cafetería a reconstruir los hechos. Ella jamás advirtió mi presencia. El ver a Lisa mi hizo tomar una nueva decisión: arrugué el papel donde había apuntado el número y lo tiré al bote de basura junto con mi opresión en el pecho que no me había dejado ser por algunos días. Para ese entonces había logrado por fin equilibrar mi orgullo y me desasosiego. Había decidido mantener mi dignidad por encima de todo aunque eso me hiciera sacrificar cosas. Había conseguido disipar muchas

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Cuento el Complot de Mustafá

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dudas y hacer un acercamiento a la verdad acerca de lo que había pasado en realidad con todo el lío de Mustafá. Y finalmente, había conseguido hacer las paces conmigo mismo para replantear mi vida en varias direcciones. Me senté en una mesa y cuando miraba fijamente el servilletero, ensimismado, de pronto se apareció frente a mí Meneces. _¿Tas enojado? _¿Tengo por qué estarlo? _No sé. Alamejor. _¿Qué sabes tú de todo este rollo de Mustafá? _Quirarte nomás me dijo que juntara setecientos del águila. Que con eso ya ni me preocupara de nada, pero eso me lo dijo hasta un día antes del examen. Me habló tempra, yo pensé que ya te había dicho a ti también. Después, acabando el examen me dijo que no te había dicho pero que él te iba a anotar en la lista. Yo pensé que te habías enojado conmigo, como ni me pelaste en el laboratorio. Ya luego supe que creo él no te quería anotar. ¿Por qué, tú? _Por jodido. Se abrió un silencio. Después sonreímos. Permanecimos mudos algunos minutos. Al final expuse: _¿Ya entendiste como estuvo todo el bisne? ¡Qué vas a entender! Mira, es un complot multidireccional: Mustafá pedía dinero para su bolsa, la comisión de alumnos que fungían como mediadores, han de haber obtenido legalmente su calificación gratis, pero además ellos planearon toda la funcioncita para ganarse una buena lana libre. Yo, que no iba a pagar todo ese billete, planee chorearlos para pagarles menos. Ese billete se lo saqué a mi jefe de la cartera ayer que llegó bien briago y que a su vez, supongo, se lo habrá estafado por ahí a algún incauto. Jajaja. ¡Qué loco! Perdonando a mí mismo. No me hubiese gustado soñarme en un chiquero.

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Meneces me miró fijamente parpadeando con pereza, negó con la cabeza y comenzamos a reír sin parar un buen rato. Cuando acabamos de reír se volvió a producir un silencio. Meneces lo interrumpió: _¿Y ora qué vas a hacer? _No lo sé, chance me cambie de escuela, o superestudie para el extraordinario. O mejor le digo a Saúl que vayamos a madrear a Mustafá. Reímos una vez más. Cuando reíamos vi a Diana entrar a la cafetería, sola. Le hablé y fue con nosotros. Antes de que le preguntara por Lisa, inquierió: _¿A poco viniste a la junta? _Mmmm. Sí y no _sonreí y proseguí_. Vine a enterarme de algunas cosas pero no entré, o sea no pagué. Ni modo, ya me invitarán a su graduación. _¿Me lo juras? ¡Lisa te buscó como loca y como no te vio pagó por ti! Me extrajo el habla. Volteé a ver a Meneces y él a mí sin decirnos nada. Diana se despidió apurada y me recomendó llamarle a Lisa. Yo solemnemente le prometí que así sería. Sentía mi cuerpo ligero y una sensación inexpresable de tranquilidad. Meneces dio un chasquido y me hizo reaccionar. _¡Quién como tú! Yo quiero una novia como esas. _Yo también_ dije volviendo a perder la mirada en la nada. _Ojala te cobre _refunfuñó. Volteé a verlo con una sonrisilla.

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_¡Qué güey, tú pagaste setecientos! Soltamos a carcajadas a granel. Después de tomar aire agüí: _¿Sabes qué es lo más espantoso de todo? _dije todavía entre risas_ ¿Te acuerdas al principio del semestre cuando entre bromeando y en serio nos dijo el Mustafá: ¿alguien quiere seis calificaciones? Levante la mano, ya no tiene que presentarse a clases, solamente es cosa de que se anime, y nadie dijimos nada, que todos nos quedamos de a seis? Creo que debimos haber levantado la mano. Omar Mejía Mayo 06

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