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Juegos Olímpicos

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Vivir bien

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SEÚL 1988

La cita olímpica, que regresó a Asia luego de Tokio 1964, marcó el retorno de la competencia entre atletas de Estados Unidos y de la Unión Soviética, en el marco de la culminación de la Guerra Fría.

Conocidos como los Juegos de la XXIV Olimpiada, Seúl ‘88 fue un evento multideportivo internacional, celebrado en Corea del Sur, entre el 17 de septiembre y el 2 de octubre de 1988. Allí, se dieron cita 8.391 atletas de 159 países y se celebraron 237 eventos en 23 deportes oficiales.

A pesar de que Corea del Sur no tenía experiencia en eventos deportivos internacionales, mostraba un sólido crecimiento económico y esta oportunidad le sirvió como trampolín para posicionarse en el ámbito internacional. Se considera que Seúl ‘88 fue un éxito por la asistencia a los estadios.

UNA NUEVA ETAPA

En un contexto marcado por el final de la Guerra Fría (el Muro de Berlín caería el 9 de noviembre de 1989), Seúl ‘88 fue la primera Olimpiada desde Múnich 1972 que no vivió un boicot político masivo. Aunque Corea del Norte se negó a asistir y fue seguida por media docena de países, la cita deportiva logró que tanto Estados Unidos como la Unión Soviética (URSS) volvieran a competir entre sí. Estos fueron también los últimos Juegos Olímpicos de dos potencias deportivas: la URSS (se convirtió en Rusia) y la República Democrática Alemana (con la unificación alemana, quedó bajo el ala de Alemania).

Así y todo, la URSS se despidió a lo grande: lideró el medallero con 132 preseas: 55 oros, 31 platas y 46 bronces, seguida por Alemania Oriental (102), Estados Unidos (94) y Corea del Sur (33).

EL REGRESO DEL TENIS

Si bien el tenis fue parte en los Juegos Olímpicos desde su primera edición de la era moderna (Atenas 1896), luego de París 1924 fue eliminado del programa olímpico. Así, en Seúl, el tenis volvió a ser protagonista en cinco categorías: dos masculinas (individual y dobles), dos femeninas (individual y dobles) y un mixto (dobles).

Aquí, como en las ediciones olímpicas de 1896, 1900, 1904 y 1992, se les entregaron medallas de bronce a los dos semifinalistas que no llegaron a la final (actualmente se disputa un partido por el tercer lugar para definir al ganador de la medalla de bronce).

Al podio masculino en singles se subieron Miloslav Mečíř (Oro para Checoslovaquia), Tim Mayotte (Plata

para Estados Unidos), y Stefan Edberg y Brad Gilbert (Bronce para Suecia y Estados Unidos, respectivamente). Asimismo, alcanzaron medallas en el single femenino Steffi Graf (Oro para Alemania Occidental), Gabriela Sabatini (Plata para Argentina) y Manuela Maleeva y Zina Garrison (Bronce para Bulgaria y Estados Unidos, respectivamente).

SEIS PARA KRISTIN

Sin duda, una de las grandes estrellas de estos Juegos fue Kristin Otto, de la República Democrática Alemana. Considerada una de las mejores nadadoras de todos los tiempos. Con 22 años, Kristin no defraudó a nadie, y realizó en la capital coreana la mejor competición de su vida: seis medallas de oro en las seis pruebas que disputó. Era la primera vez que una deportista (no solo nadadora) conseguía semejante hazaña en unos Juegos, casi igualando la proeza del nadador Mark Spitz cuando ganó siete oros en Munich 1972. Fue, sin duda, la reina de estos Juegos.

La capital surcoreana también coronó a otros notables deportistas. El nadador estadounidense Matt Biondi obtuvo siete metales —cinco de ellos fueron oros—, el gimnasta ruso Vladimir Artemov consiguió cuatro oros, y la velocista estadounidense Florence Griffith Joyner ganó tres medallas de oro y una de plata.

Además, vale destacar el logro de la alemana oriental Christa Luding-Rothenburger. Ella logró algo inédito. Fue la única capaz de conseguir — en distintas disciplinas y en el mismo año — una medalla en los Juegos Olímpicos de Invierno (donde se practican disciplinas deportivas específicas de esa estación) y en los de Verano (donde se practican variadas disciplinas, como en Seúl 1988). Hasta 1992, ambas competencias deportivas se realizaban el mismo año. Así, Christa ganó el oro en los Juegos Olímpicos de Calgary, Canadá (disputados en febrero), compitiendo en patinaje de velocidad y el de plata en Seúl (en septiembre), compitiendo en ciclismo.

UNA TRISTE REALIDAD

Si bien estos Juegos fueron un éxito organizativo, una sombra cae sobre ellos por los múltiples casos de dopaje ocurridos en distintas especialidades. En total, se hicieron más de 1.600 controles y se detectaron una decena de infracciones. La prueba más afectada fue la halterofilia: de los cinco atletas descalificados, tres habían obtenido medalla.

Hubo también positivos en atletismo, equitación y lucha. A raíz de lo sucedido, los controles antidoping se intensificaron en la década de 1990.

Desde luego, el caso más resonante fue el de Ben Johnson, dado que el atleta canadiense se había coronado en una de las pruebas más importantes de un juego olímpico: la carrera de 100 metros llanos. Cuando se conoció el resultado de dopaje positivo de su análisis de orina, el Comité Olímpico Internacional le retiró la medalla de oro con efecto inmediato y se la otorgó al segundo clasificado, Carl Lewis. Además, a Johnson se le prohibió participar en competiciones por dos años.

PATAS CORTAS

“Los labios mentirosos son abominación al Señor, pero los que obran fielmente son su deleite” (Proverbios 12:22, LBLA).

Una de las carreras más épicas de los Juegos Olímpicos de Seúl 1988 fue la final de los 100 metros llanos. Allí, se encontraron frente a frente el canadiense Ben Johnson y el estadounidense Carl Lewis. La disputa no duró ni 10 segundos, pero se convirtió en una de las carreras más famosas de todos los tiempos. En ella, Johnson rompería el record mundial con una marca histórica para la época: 9,79 segundos. Lewis, por su parte, hizo un tiempo de 9,92 segundos (hoy, Usain Bolt es el hombre más rápido del planeta por recorrer los 100 metros en 9,58 segundos).

Sin embargo, Johnson tuvo más oprobio que honores. Su récord se desechó y fue despojado de su medalla de oro por doping positivo tras descubrirse stanozol en su orina.

Por un tiempo, el atleta mantuvo su postura inamovible de dejar en claro que nunca había consumido sustancias prohibidas. Más tarde, rompió en llanto y confesó: “Mentí porque era una vergüenza para mí, para mi familia, mis amigos y otros atletas canadienses”. De esta manera Ben, de pasar a deslumbrar a todo el mundo, pasó a la oscuridad deportiva.

La Biblia también cuenta distintas historias basadas en la mentira. Una de ellas se encuentra Génesis 27: Isaac fue engañado por Rebeca y Jacob en relación con la primogenitura de Esaú. Tras descubrirse el ardid, Jacob debió huir por miedo a morir a manos de su hermano, quedó lejos de su familia y nunca más pudo ver a su madre.

“La mentira tiene patas cortas”, dice el refrán. Si bien esto es cierto, la mentira no se genera de un día para otro. Hay un proceso en el que la persona llega a planifircar la estrategia que seguirá hasta concretar la mentira. Una vez que se ejecuta, es capaz de destruir todo tipo de relaciones. Generalmente, una mentira conduce a otra y crea una cadena que es cada vez más difícil de romper.

Más allá de esto, la historia de Jacob muestra que aún existe esperanza. Dios pudo obrar milagrosamente en su personalidad. Génesis 32:22 al 32 relata cómo Dios lo restauró y le cambió el nombre: ahora se llamaría Israel y sería el padre de una gran nación dedicada al Señor.

Si quieres hoy ser un cristiano genuino, camina en la senda de la verdad. Sé honesto y pide perdón a aquellos a quienes has mentido. Vuélvete a Dios y pide restauración a aquel que todo lo puede.

Por Leo Ottín Pechio, Lic. en Educación Física y Guardavidas Profesional.

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