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Dorian Gray El sueño de la eterna juventud
Dorian mira fijamente su retrato, el que su amigo Basil acaba de terminar de pintar. Sus ojos están llenos de lágrimas.
“–¡Qué triste es! Me volveré viejo y horrible. Pero esta pintura permanecerá siempre joven. Nunca será más vieja que este día de junio… ¡Si ocurriese al contrario! ¡Si yo fuera siempre joven y la pintura envejeciera! Por eso… por eso… ¡yo lo daría todo! ¡Daría hasta mi alma!”
Dorian Gray es joven, es apuesto, es inocente. Basil, como el artista que es, aprecia estas virtudes en su amigo, y desea que esa pureza perdure no solo en el lienzo. Sin embargo, aparece en escena Lord Henry Wotton, quien convence a Dorian de que la juventud y la belleza son fugaces, y de que debe aprovecharlas para probar todos los placeres, para disfrutar de todos los pecados.
Así, el joven decide experimentar con lo desconocido. Recorre los suburbios de Londres, y una noche conoce a Sybil Vane, una joven actriz, en un sórdido teatro. Muy pronto descubre a la mujer real detrás de la actriz, y no puede soportarlo. Abandona a Sybil, quien al verse despreciada, decide suicidarse.
Para sorpresa de Dorian, tras la muerte de Sybil, el retrato comienza a transformarse. Aparecen líneas de amargura alrededor de la boca. Dorian no quiere que alguien vea ese cuadro. Por eso, lo lleva a una antigua biblioteca, en el altillo de su mansión, y lo guarda bajo llave.
A medida que Dorian se sumerge con mayor placer en las pasiones y el pecado, el retrato va cambiando. Se convierte en una fotografía de su alma decadente, cargando con las marcas de la vida. El que antes era puro e inocente, ahora se revuelca en la inmundicia… pero nadie cree que esto pueda ser verdad, porque su aspecto sigue siendo joven y bello.
Pasan 18 años. Basil, el pintor, decide visitar a su amigo. Lo confronta con sus malas acciones y lo invita a arrepentirse.
“-Nunca es demasiado tarde, Dorian. Pongámonos de rodillas e intentemos recordar una oración. ¿No hay un verso bíblico que dice: ‘Aunque vuestros pecados sean escarlatas, yo los haré blancos como la nieve’?”
Dorian no desea arrepentirse. Por el contrario, se deja caer hasta lo más bajo: la soberbia, el crimen, la blasfemia.
El pecado no es gratuito: sus fantasmas brotan de las terribles imágenes y persiguen al pecador irredento. No hay paz para Dorian. Esos fantasmas cobrarán realidad y precipitarán el desenlace.
Se ve en este libro (El retrato de Dorian Gray, de Oscar Wilde) algo de lo que se muestra en toda la Biblia: un gran conflicto entre el bien y el mal. Dorian decidió. ¿Cuál será tu decisión?
Texto: Elisa Torres, profesora y licenciada en Letras. Ilustración: ACES.