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Aire fresco

El secreto de la felicidad

Hace poco leí un artículo titulado “Estudio determina que viajar produce más felicidad que casarse y tener hijos”. Allí, entre otras cosas, se afirmaba que viajar “nos libera la mente, nos relaja y nos renueva, para poder afrontar la vuelta a la rutina de una manera menos estresante”.

Si bien es cierto que diferentes actividades pueden producir en nosotros la sensación de felicidad, pareciera que la vida debería ser una lucha constante a fin de conseguir ese sentimiento casi mágico al que llamamos “felicidad”.

Frente a semejante palabra, emergen inmensas preguntas: ¿Qué es la felicidad? ¿Debemos cumplir una lista de metas para alcanzarla? ¿O se puede ser feliz “a pesar” de todas las cosas malas que nos suceden en la vida? ¿Es necesario decidir entre casarnos y tener hijos o viajar por el mundo para encontrar la felicidad?

Ante tantos interrogantes, amerita definir el concepto –muchas veces errado– que tenemos de lo que es felicidad. El Diccionario de la Real Academia Española dice que la felicidad es el “estado de grata satisfacción espiritual y física”. Muchos psicólogos relacionan la felicidad con el bienestar mental, la calidad de vida, la satisfacción y la plenitud. Es decir, la felicidad no es la ausencia de problemas –si así fuera, nunca podríamos llegar a ser felices–; más bien, tiene que ver con la paz mental, con el hecho de sentirse bien con uno mismo, con los demás y con lo que hacemos (ya sea estudiar, trabajar, casarse, viajar o tener hijos).

En Filipenses 4:6 (DHH), Pablo aconseja: “No se aflijan por nada, sino preséntenselo todo a Dios en oración; pídanle, y denle gracias también”. ¿Estaba él negando la realidad en que vivimos, cargada de molestia, preocupación, tristeza, inquietud, sufrimiento y angustia? De hecho, el apóstol mismo estaba en la cárcel al escribir esto.

Pero el texto de Pablo continúa con la conjunción adversativa “sino” y, a continuación, la sugerencia de presentar todo a Dios en oración. Todo, absolutamente todo lo que nos cause “aflicción” –por pequeño que parezca–, podemos presentarlo ante el Trono de Dios. ¡Él desea darnos una porción de esa paz que tanto necesitamos! Jesús nos promete: “Yo les daré descanso” (Mat. 11:28, NVI). ¿Es posible sentir la paz del Señor aun en los momentos duros que nos toca enfrentar? Sí, lo es.

Finalmente, Pablo aconseja que demos gracias. ¿Hacemos el ejercicio de dar gracias a Dios por sus bendiciones? Aceptemos hoy la invitación de nuestro Padre celestial, que, como a un hijo, desea darnos felicidad, a pesar de lo que nos toque vivir.

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