Abuelos y abuelas

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OjalĂĄ todos los abuelos fueran eternos

Elena Lorite ArĂŠvalo.


Antes, nuestra casa estaba hecha de piedra, tenía tres pisos, en uno estaba la bodega, allí había una cama y era donde dormíamos mi hermana y yo, las más grandes, porque la pequeña dormía en medio de mis padres en un dormitorio. En invierno, en la bodega hacía calor y en verano, fresquito, por lo cual dormíamos siempre ahí. La casa tenía cuatro cuerpos, el primero era un portal, el segundo era una pequeña cocina donde había una pequeña lumbre, había unas escaleras que subían al cuarto de mis padres y antes de entrar al dormitorio, había otras dos que subían a la cámara, allí había trojes donde se echaba la harina. El dormitorio estaba arriba, me acuerdo que teníamos una bestia que pasaba por todas las habitaciones. La casa la verdad, estaba bastante bien. Para poder hacer nuestras necesidades, mi padre nos hacía como una choza en el corral donde no nos podía ver nadie y había paja por todo el suelo. La casa solo tenía una luz, esta estaba en la cocina, que era el centro de la casa, y así se alumbraban las demás habitaciones. También teníamos un candil para poder alumbrarnos mejor. Hubo un año en el que no había de qué comer, y como mi padre tenía unas pocas olivas, cogía todas las aceitunas negras y las colocaba sobre un bidón grande encima de la


lumbre, se encendía el fuego y horas y horas meneándolo subía el aceite para arriba, y así podíamos cocinar. Como era el año del hambre, mis padres, para comer, hacían un pan con mucha paja y a nosotras nos compraban un pan blanco para poder comer las tres hijas, y todo esto gracias a una tía que amasaba pan para todas las semanas y siempre nos guardaba uno, ese pan no estaba nada mal. Nuestras típicas comidas eran pan y aceite y tomate frito ya que los tomates los sembraba mi padre y el aceito lo cogíamos para cocinar. Siempre, todas las hermanas íbamos juntas a todos lados. Mi padre como era podador, para jugar nos hacía con un palo de una oliva una mochera y un mocho, esos palos los llevábamos a Rus y allí un señor nos hacía diábolos. Los típicos juegos de antes eran el tres en raya, las cinco chinas, a esos juegos siempre jugábamos en el portal con una losa ya que antes no había baldosas. En la calle jugábamos a saltar a la soga y unos de los juegos que más me gustaba era el siguiente: nos poníamos todos en corro y uno se la quedaba en medio, a cada uno le decía una ciudad diferente y en el centro había una pelota, cuando dijera esa ciudad, el que la tuviera tenía que ir hacía la pelota, cogerla y darle a otro.


Cuando veníamos de misa, nos juntábamos todas las niñas y mujeres de la calle, cogíamos una soga y encima de un portón grande que había una ventana, la atábamos y nos mecíamos. Cuando era fiesta en el pueblo, iba a casa de una amiga mayor que yo y con cañas me hacía tirabuzones, ya que antes no había ni secadores, ni planchas; cogía una caña y enroscaba todo el pelo en ella y con una cuerda se sujetaba. Teníamos que estar toda la noche con las cañas puestas en el pelo, era la víspera del pueblo y la gente se reía de nosotros porque salíamos con las cañas liadas en el pelo, ya que había una banda que tocaba por la noche. Y al día siguiente que era San Marcos nos quitábamos las cañas y ya teníamos nuestros tirabuzones hechos. Cuando tan solo tenía 13 años, todos los días, a las 8 de la mañana, mis dos hermanas y yo, íbamos con mi padre que tenía campo, íbamos a ayudarle a coger tomates, melones, sandías… En el mes de mayo íbamos a recoger el trigo, cuando estábamos allí, todos los días oía un canto de chicharras. Me daba mucho miedo y me escondía. Estas se encontraban en las espigas del trigo. Cuando mi padre se dirigía al pueblo con un mulo y con toda la carga de verduras, cereales… Nosotras nos quedábamos allí esperando para poder hacer otra carga. Mientras él llegaba nosotras parábamos a comer, una de mis hermanas, todos los días, comía tomates verdes que


había allí, ya que le encantaban, hasta que un día vino un primo y le echó tierra por todo el tomate para que no se lo comiera. Cuando llegábamos, como no había en qué trabajar, bordábamos encajes, punto de cruz, cosíamos a máquina, ect. Yo soy la mayor y al tener mis 19 años entré a trabajar con un señor en máquinas industriales, allí se hacían abrigos y todo lo relacionado con la lana, hasta venía gente de fuera para encargar sus prendas. A mis 30 años, compre una máquina de tricotar, el trabajo se hacía en casa, mi marido y yo íbamos turnándonos, yo trabajaba por la mañana y él por la tarde. A mis 40 años fundamos una coperativa textil, esta estaba formada por 47 mujeres y 3 hombres, le trabajábamos a Secopal y hacíamos prendas como chándales, pantalones, ect. Yo he estado trabajando durante 22 años en esa fábrica. Y ahí llegó mi jubilación y ahora tengo 78 años.



HISTORIA DE MI ABUELA Yo tenía 8 años cuando estaba ya trabajando para poder comer ya que antiguamente comíamos muy mal porque salimos de una guerra. No había buenas camas, buena ropa, ni buena comida. Con 9 años iba a la aceituna para traer dinero a casa. Después nos fuimos a Santa Eulalia toda la familia porque mi padre se fue a trabajar allí de mulero mayor. Allí trabajábamos en el campo para ganar un jornal extrayendo patatas, garbanzos y escardando trigo hasta los 14 años. Luego nos vinimos otra vez a Canena cuando habíamos mejorado nuestra economía pero como teníamos que trabajar no podíamos ir a la escuela. Cuando era más mayor íbamos de casa en casa para que nos dieran la ropa y luego la lavábamos para ganar dinero. Más tarde, cuando llegaba la época de segar los trigos las mujeres íbamos con nuestras madres detrás de los hombres porque mientras que los hombres segaban el trigo, nosotras íbamos espigando. Teníamos que ir al amanecer y luego llegábamos al medio día cargadas con sacos a la espalda. Después machacábamos el trigo, y luego íbamos detrás del castillo para cambiar el trigo por el pan.

FIN


HISTORIAS DE MI ABUELA. Mi abuela tiene 78 años, nació en 1937 durante la Guerra Civil Española. Vivía en un cortijo con sus padres y sus diez hermanos. Ella me cuenta que durante su niñez vivió “los años duros de la posguerra”. En el cortijo tenían mucho trabajo porque además de cuidar el campo criaban muchos animales. En el campo cultivaban algodón, trigo, cebada, garbanzos. También tenían huerto y plantaban tomates, lechugas, pimientos, remolacha, patatas, espinacas, acelgas, zanahorias, ajos, cebollas… Criaban de todo tipo de animales de granja: cerdos, ovejas, caballos, mulos, burros, cabras, vacas, gallinas, pavos; incluso tenían pavos reales y en una ocasión un toro bravo. Me cuenta mi abuela que los hermanos varones se dedicaban a cuidar del campo y de los animales y las chicas se dedicaban a cuidar la casa. Cuidar los animales era muy duro porque tenían que sacarlos a pastar, echarles pienso, limpiar los establos, ordeñar las vacas y las cabras, recoger los huevos y a veces tenían que ayudar a las hembras en los partos. Me dice mi abuela que uno de sus hermanos era el “partero”, cuando alguna vaca no podía parir se ponía unos guantes largos y le metía la mano a la vaca para ayudar a sacar los terneros. También el trabajo de la casa era muy duro porque no tenían electricidad ni agua corriente, para lavar sacaban agua del pozo, cosían su propia ropa y tenían que ir andando todos los días a una fuente de agua para recoger el agua para beber. Las mujeres de la casa también ayudaban a recoger los productos del campo y de la huerta y a cuidar los animales. Vivían de los productos que recogían del campo y de los animales. Los productos que les sobraban los vendían (iban al pueblo a venderlos con los mulos) y con el dinero que conseguían compraban zapatos, tela para hacerse la ropa y otras cosas que ellos no tenían.


Mi abuela y sus hermanos no iban a la escuela pero en esa época iban por el cortijo unos maestros “garroteros” que a cambio de comida y sitio para dormir enseñaban a los niños y niñas que vivieran en el cortijo. Mi abuela aprendió a leer, escribir, sumar, restar, multiplicar y dividir con estos maestros; ella tiene muy buenos recuerdos de ellos porque dice que eran muy cariñosos y que les gustaba enseñar a los niños. Me cuenta mi abuela que era una época muy difícil para todos, de mucho trabajo y de muchas necesidades, que ellos hambre no pasaban porque comían de lo que cultivaban y criaban, pero sí de estrecheces, porque sólo tenían un par de zapatos, dos vestidos y poco más. Pero que había familias que no tenían ni para comer. Cuenta mi abuela una historia que se le quedó grabada para siempre y que sucedió cuando ella tenía cuatro o cinco años y es esta: Una noche de invierno, que hacía mucho frío, llegó al cortijo una familia: el padre, la madre y cinco hijos. Venían muy mal vestidos, sucios y contando que llevaban varios días sin comer. Mis bisabuelos les dejaron pasar la noche alrededor de la chimenea y mi bisabuela les preparó una gran sartén de gachas que dice mi abuela que se comieron como lobos, me cuenta mi abuela que lloraron de satisfacción y dieron las gracias un montón de veces. Pero lo que a mi abuela le llamó mucho la atención fue que la niña pequeña de esa familia tenía seis dedos en cada mano.


MI ABUELO FUE BARBERO Nació en el año 1922, la vida estaba entonces muy mala, fue muy poco al colegio porque tenía que ayudar a su familia a aportar lo poco que había para poder sobrevivir. Con 14 años estalló la Guerra Civil y fueron tiempos muy complicados. Él que era el mayor de los varones, tuvo que hacerse cargo de la casa porque su padre lo mandaron a filas, que era la última quinta que fue al frente. A aquella quinta la llamaron “la quinta del saco” porque todos eran muy mayores, pero no tuvieron más remedios que echarle mano porque no había más gente y por eso él tuvo que hacerse cargo. Después, mi abuelo fue barbero. La profesión de barbero se ejercía antiguamente con más frecuencia que en los tiempos actuales porque no existían cuartos de baño, ni maquinillas de afeitar de hojas o de cuchillas ni máquinas eléctricas. Entonces los hombre frecuentaban más la barbería para afeitarse unas dos o tres veces por semana y cortarse el pelo una o dos veces al mes. A mi abuelo, la profesión de barbero le venía de familia; su abuelo enseñó a su padre, su padre enseñó a mi abuelo y a mi tito que trabajaban juntos en la misma barbería. Como la profesión de barbero era escasa mi abuelo y mi tito iban por los cortijos para arreglar a la gente que le avisaba y también cuando llegaban las fiestas en los pueblos limítrofes, compañeros de profesión le avisaban para que fuesen a echarles unos días de trabajo porque ellos no daban a basto para arreglar a tanta gente que se preparaba para las fiestas. Ganaba poco dinero porque entonces la economía era muy baja y sacaban su familia adelante con mucha precariedad. Mi abuelo ejerció la profesión durante muchos años hasta que llegaron las nuevas tecnologías y el negocio fue decayendo y los 16 últimos años de actividad los ejerció en otro tipo de trabajo porque la barbería ya no daba para vivir. El mobiliario de las barberías era muy simple, se componía de dos espejos grandes y sillones de madera que con el paso del tiempo los fueron sustituyendo por unos sillones hidráulicos que rotaban, subían y bajaban y se tumbaban para facilitar el trabajo, sobre todo el afeitado. Mi abuelo tuvo varias barberías pero la última, que trabajó en ella fue en la calle Jamila, en la casa donde vivían mis bisabuelos que ya no existe. Actualmente el trabajo del afeitado ya no se hace en las peluquerías de caballeros, porque con el avance tecnológico, la gente lo hace en casa.


LA VIDA DE MI ABUELA Según la opinión de mi abuela, la vida es muy diferente ahora, comparada con la de antes. Antes, en la familia de mi abuela, todos los días comían lo mismo, lo que le proporcionaba la tierra, por la mañana migas, por no de pan, sino de harina. Por el medio día, comían cocido, y como el cocido se cocinaba en una olla gigante, todos los días, cuando iban a hacer el cocido, decían: ¡La olla, la olla!, y según ella, como lo decían todos, eran muy divertidos. Por la noche se comía “patatas en caldo”, como nosotros lo llamamos, “guisaillo de patatas” En el campo trabajan desde personas, hasta animales, no animales cualquiera, sino mulos. Los mulos en aquellos tiempos, eran como ahora los tractores, porque allí no tenían tanta tecnología. Allí tampoco tenían tampoco muchos alimentos, pero eran los alimentos más sanos, a causa de que no le ponían tantos productos químicos. Allí se divertían de muchas maneras, desde jugar, o ir al campo o ir a la escuela. Ellos jugaban al plumero, torito pillo, torito en alto... Mi abuela estaba muy contenta con la casa de sus padres, porque era muy grande, tenía, dos dormitorios abajo, cinco arriba, tres cuartos de baño, una cocina y dos patios gigantes. En el jardín tenían dos pares de mulos, cerdos, perros, gatos, conejos... Sus heces las utilizábamos para abonar las olivas. La familia de mi abuela y ella, hacían caca en el patio, y cuando terminaban la echaban al estiércol, pero a veces antes de que la echasen al estiércol, los animales ya se lo estaban comiendo. Se bañaban con una olla que calentaban en la lumbre, y con un cazo se la echaban. Por la noche, su familia y ella, se salían al patio a contar cuentos, etc. Así era su vida en esos tiempos.

Pedro José García Jiménez 2 Eso.


Historia de nuestros abuelos. La vida de antes no era como la de ahora, ni mucho menos, antes no había tanta ropa, que al fin y al cabo no os hace falta. “Yo me he criado con menos y con 78 años y mira que hermosa estoy”. Nos comprábamos la ropa en fiesta y la aprovechábamos todo lo que podíamos, yo me he puesto ropa de mis hermanas mayores, incluso de mis primas alguna que otra vez, tan solo por aprovecharlas porque no había dinero. En mi barrio yo recuerdo que nos salíamos todas las “mocicas” a la puerta y en una piedra “sentás” entre risa y risa nos divertíamos. La abuela Remedios y las vecinas del barrio nos enseñaban a coser. Los arreglos que necesitábamos los hacíamos nosotras mismas, si había que cortarle a la falda, si había que añadirle tela... Nosotros éramos 8 hermanos, íbamos al campo a espigar y a rebuscar, en nuestros ratos libres también jugábamos a la “mari mocho”, a las “esquinas”, y a “pillar” para ver quién corría más. El fútbol no era solamente para niños, que también jugábamos un grupillo de niñas. Antes se salía con la poca ropa que teníamos y solamente los domingos. Y al cine no podíamos ir, no nos dejaban nuestros padres. A las 6 de la mañana nos levantábamos para ir a los lavaderos para lavar la ropa y tenerla limpia para ponérnosla otra vez y dormíamos 3 en una cama. No teníamos cuartos de baños, ni espejos, nada. Pero se vivía muy bien. Las casas eran compartías, en una casa vivían 3 familias,. Cuando necesitábamos ir a la peluquería como en Ibros no había teníamos que subir andando y bajar andando de Baeza y con vuestra edad 13//14 años o un poco más chicas íbamos a la aceituna. No había tanta maquinaria, y teníamos que hacerlo todo nosotras. Recuerdo un día que fuimos a la aceituna todos la familia, y a la tita Mari y a mí nos dio por ir a coger espárragos, porque en aquellos tiempos no había Mercadona ni nada de eso, nosotros era el campo, pero comíamos como reyes, ya que en aquellos tiempos no se miraba lo que estaba “caducao”, porque lo que no mata engorda; Bueno, que fuimos a cogerlos y viene un muchachillo con una moto, que eso ahora en estos tiempos no es moto ni “na”, pero antiguamente sí, se baja el hombre y ese era tu abuelo, y empezó a reírse de nosotras, porque él era el guardia del campo y era más


listo que nadie y se le metió la manía de que no sabíamos arrancar los espárragos. Yo no lo aguantaba, se la tiraba de listo y a mí eso no me gustaba, pero bueno lo he “soportao” 57 años, yo me tenía que salir a escondidas con él cuando ya empezábamos con las tonterías de las parejas, pero no como ahora porque mi padre no me dejaba salir con un chiquillo con la edad que teníamos. Pero bueno tarde o temprano se iba a enterar. Y así fue, me hacía chantaje el tito Juan y se lo dijo, pero bueno no se lo tomó tan mal. Así era nuestra vida antiguamente, ni punto de comparación con la de ahora, pero éramos más felices con menos y se vivía tranquilamente y muy a gusto.


LA HISTORA DE MI ABUELO Pues nosotros vivíamos en casas muy pequeñas no se podían comparar con las casas de ahora. Todo el mundo vivía del campo y de los animales, el campo era mucho más trabajoso que ahora porque no había tantas tecnologías como ahora antes nosotros nos divertíamos yendo al cine y jugando a juegos o yendo a pasear con los amigos. Para ese tiempo no había tantos móviles ni ordenadores. En ese tiempo no había mucho trabajo aquí por lo que la gente se iba a otros países como Suecia y Alemania. El campo no siempre daba cosecha, no como ahora, antes no había ni goteros ni productos químicos; si llovía lo suficiente y hacia buen tiempo, salía muy buena cosecha; pero si no llovía y hacia mal tiempo, salía una cosecha malísima. Antes, la mujer se quedaba cuidando la casa y el hombre se quedaba en el campo, para nosotros no hubo ni tractores ni nada nosotros solo con animales o como antes se les llamaba, bestias. Cuanto se creó la televisión nosotros tardamos poco tiempo en comprarla. Solo había dos o tres cadenas de televisión y a las tres se paraba de emitir para la hora de la siesta y a las doce de la noche también se paraba de emitir. Sobre las ocho de la tarde se venía mucha gente para verla.


HISTORIA SOBRE MI ABUELO PEDRO La vida antiguamente era miserable, era como la de de los africanos hoy en día. Para coger el agua teníamos que ir a la fuentenueva con cántaros para llenarlos. Cuando veníamos de trabajar, teníamos que ir a llenar los cántaros. En las casas no había duchas y teníamos que lavarnos en un lebrillo o en una cuba de agua. Tampoco había váter; había un estercolero donde hacíamos todas las necesidades y echábamos toda la mugre. Las casas eran muy malas, aunque nos teníamos que conformar a la fuerza, porque no teníamos otra cosa. En el patio de mi casa, cuando era de mi madre, no teníamos pozo; pero, después cuando yo me quedé con la casa, hice yo un pozo muy grande y muy ancho, que tiene 11 metros de profundidad. En el corral teníamos gallinas, conejos, cabras, borregos, gatos, perros, etc., es decir, de todo tipo de animales. Se alimentaban de hierba, que traía en dos o tres espuertas, y todos los animales del corral se alimentaban con ella. También teníamos marranos, y todos los años matábamos uno después de haberlo criado, que por lo menos pesaba 100 kilos. Se hacía una matanza y con la carne y sangre del marrano, hacíamos morcilla, salchichón, chorizo, butifarra, etc., y estas cosas se extendían en lo alto de una soga y se conservaba para todo el año. Los jamones y las dos paletas, las salábamos y los conservábamos y ya teníamos jamón para comer. Cuando esto se acababa, teníamos que matar otro marrano, para hacer otra matanza. La cocina-comedor que hoy tengo en mi casa, era una cuadra en la que había una borrica, que parió cuatro veces. También teníamos otros dos mulos en otra cuadra que había más atrás; que era también pajar. En mi familia, hemos sido cuatro varones y una mujer, junto con mis padres. Mi padre se casó dos veces, y cuando se casó con mi madre, él tenía tres hijos: dos mujeres y un hombre; y con mi madre tuvo cinco hijos. Yo soy el menor de los cinco hijos de mi madre, y ahora mismo solo quedamos mi hermana y yo, ella tiene 91 años y yo 83. Mis abuelos tenían un cortijo en Arquillos, que allí era donde iba mi padre a trabajar en el campo. Mi madre trabajaba en la casa; que como tenía cinco hijos y tres hijastros, tenía que estar siempre metida en ella, haciendo las labores de la casa y la comida para todos. Cuando yo era pequeño, sí iba a la escuela, hasta los 14 años, “pero no perennes”, porque había mucha tarea en el campo, ya que teníamos que


escardar, trillar, sacar el trigo, la cebada, los garbanzos, escaña, etc. Cuando me quité de la escuela, tenía que ir con los mulos a trabajar, para ayudar en la casa, como todos mis hermanos. Nosotros teníamos muy pocas fincas; todo lo que teníamos era todo arrendado: olivas y tierras en las que sembrábamos. Siempre estábamos trabajando y no podían darnos dineros porque no tenían muchos mis padres. Teníamos tierras arrendadas en un cortijo que se llama Corral Rubio, allí pasábamos muchas temporadas, en las que no veníamos al pueblo. Sembrábamos todos los años un hortal, que teníamos tomates, sandías, melones, maíz, etc., y que había que estar allí día y noche para que no te quitaran las cosas. Estuve tres años novio con la abuela y en el tercer año nos casamos. Estuvimos tres años novios, y cincuenta y dos casados, hasta que mi mujer murió. Al principio, nos quedamos en la casa con mi madre, hasta que falleció. Mi primer hijo, lo tuve a los nueves meses de casarme, tío Gregorio; luego tuvimos a tu madre y por último, el pequeño de la casa, tu tío Luis. Yo siempre estaba trabajando en el campo, para que no le faltara de nada a mis hijos, y mi mujer era la que administraba la casa. Tuvimos los tres hijos en cinco años. El primero lo tuvimos a los nueve meses, a tu madre a los tres años, y el tercero, a los dos años de tu madre. A mi abuelo, le gustaba mucho el fútbol y el baile, que compaginaba muy bien las dos cosas, porque era lo único que había en el pueblo. Cuando yo tenía 22 años, tuve que ir obligatoriamente a la mili a Barcelona. Tuve que dejar el pueblo y la familia, para irme al ejército. Allí en la mili, hacíamos lo que nos mandaban: nos nombraban guardias, para estar de noche vigilando, y de dos en dos horas se hacía el relevo y se ponían otros, y los que habíamos vigilado ya, nos íbamos al cuerpo guardia y nos acostábamos hasta que nos íbamos otra vez. Entre el día, te mandaban para barrer los patios, para hacer instrucción, y a jugar a todo lo que pillábamos. También corríamos a veces y una vez, éramos cuatro mil soldados y yo iba el primero de todos, pero como no estaba acostumbrado a correr, aunque corría muchísimo, me mareé y me tuvieron que llevar en hombrillos al campamento que estábamos. Antiguamente, nos divertíamos jugando a todo lo que había: al corro de la patata. También jugábamos a los perros y a las liebres. El que tenía un aro,


para llevarlo rodando, era el capitán general, porque todo el mundo no tenía dineros para poder tener el aro. Y para bailar nos buscábamos una sala y los músicos. Mi afición favorita era y sigue siendo el fútbol. Yo era un muy buen futbolista, que todos los pueblos querían que fuera a jugar con ellos, con Rus, Ibros, Bejígar, Linares, etc., es decir, con los pueblos de alrededor de Canena. Yo iba a jugar y me pagaban 10 duros, en aquella época, pero que entonces 10 duros era una paga muy buena. Yo tenía para una o dos semanas y no tenían que darme dinero mis padres. He ganado la copa del gobernador dos veces y muchísimos trofeos, tanto copas, como medallas. Íbamos a jugar contra todos los pueblos de Jaén y también los de Córdoba. En aquella época, mi equipo se llamaba Club de fútbol de Canena. Hoy en día, en el pueblo de Canena, soy el más viejo de los futbolistas de antiguamente y hace poco se inauguró un campo de fútbol de césped artificial y yo hice el saque de honor.



Mi abuelo Mi abuelo nació el treinta y uno de Julio del mil novecientos treinta y nueve. Una de sus muchas historias fue sobre la mili, que se hacía obligatoriamente en sus tiempos ( el tiempo de después de la Guerra Civil, en los tiempos de Franco).

Cuando se fue a la mili, como casi nunca había salido de su pueblo, Canena (solo algunas veces para ir a comerciar a Úbeda y a Linares), no había visto nunca el mar ni los trenes de “RENFE”, y esa fue la primera vez que los vió.

Mi abuelo estuvo noventa y cinco días de instrucción en “Campo Soto”, situado en San Fernando ( Cádiz). Un día el capitán dijo que el que se sacara sangre para donarla, cuando estuvieran el Ceuta, podía tener permiso para visitar a sus familiares. Mi abuelo lo hizo y pudo venir veinte días para visitarlos.

Durante los entrenamientos de la mili mi abuelo utilizó diferentes armas como el zemel (un fusil ametrallador); un subfusil (que tenía a su cargo); otra arma como el zemel que también era un fusil ametrallador, pero más potente; un lanzagranadas (o bazuca); morteros ( unos cañones muy potentes que disparaban hacia arriba y que hacían muchos destrozos por un área extensa) y bombas de mano ( o como se llaman actualmente granadas).


En el cuartel, tenía que hacer muchas cosas muy duras como hacer guardias por las mañanas, instrucción por las tardes, iba a ayudar a la cocina, donde pelaba patatas, fregaba cacerolas,…

Luego iban a hacer ladrillos. Su grupo tenía un horno para cocerlos, y se tenían que ir a por la leña a los pinos de un cerro que había. Tenían que ir a arreglar los pinos de ese cerro y la leña que le quitaban se la llevaban para hacer los ladrillos cociéndolos en la lumbre.

Algunos días se tenían que ir a hacer un campo de batalla (de tiro) con los legionarios. Mi abuelo trabajaba más en la mili que en su casa, pero también dice que comía mejor que en su casa.



Viaje de mis abuelos Hace bastante años mis abuelos paternos Ángel y Silveria hicieron un viaje, con la escuela de adultos, a Sevilla. Había una exposición en la EXPO, sobre Marruecos. Entraron por una puerta y fueron viendo la exposición en la hora de anochecer, quedaron con el grupo en esa misma puerta y fueron viendo la exposición, se entretuvieron viendo las cosas y cuando ya era la hora de juntarse, fueron hacia la puerta, pero parecida se equivocaron y salieron por la puerta del otro extremo, por lo cual se perdieron. Cuando salieron ya era de noche. No se dieron cuenta de que aquella no era la entrada. Anduvieron un poco y se metieron en unos jardines. No sabían dónde estaban, incluso pasaron un poco de miedo, porque no había allí nadie a quien preguntarle. Decidieron ir por un camino de los que había y llegaron a la estación de los teleféricos. Como ya estaban fuera del círculo de la EXPO, no les quisieron dar, los empleados, a mis abuelos los billetes para poder montarse. A fuerza de pedírselo y cansarlos, acabaron dándole el billete para que cruzasen. Al final tras montarse en el teleférico se tranquilizaron y acabaron juntándose con el grupo. Esta es la historia que tuvieron mis abuelos en Sevilla,


terminaron bien y esta fue una anĂŠcdota mĂĄs.


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