Separata Bodas de oro Curso Coronel José Cornelio Borda Sarmiento junio 2016

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Edición 560 / JUNIO 2016

Separata

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50 años

CURSO

PATRIA - UNIÓN - PROGRESO

ACORE

ISSN 0123-2894 Circulación nacional

55 años

Integrantes del curso reunidos durante la celebración de los 30 años de la graduación en junio de 1996. Para esa fecha aún se encontraban en servicio activo los Brigadieres Generales Mario F. Roa Cuervo y Gabriel F. Chemas Bernal y el Coronel Jaime Piñeros Rubio.

Bodas de oro

Curso de oficiales ‘Coronel José Cornelio Borda Sarmiento’ Por: Coronel (RA) Jaime Piñeros Rubio

El 30 de enero de 1963 ingresamos a la Escuela Militar de Cadetes General José María Córdova un grupo de 180 entusiastas estudiantes con apenas el cuarto año de bachillerato cursado. Hicimos parte para de la compañía Córdova bajo el mando del entonces Capitán Jaime Hernández López. Tres años y medio después, el primero de junio de 1966, sólo 53 de aquel grupo de cadetes recibíamos con orgullo el grado de subteniente, otorgado por el gobierno nacional en ceremonia militar realizada en el campo de paradas del alma mate de nuestro Ejército. Este contingente lo conformábamos jóvenes no mayores de 18 años, provenientes de diferentes regiones del país, quienes habíamos aceptado de manera espontánea el desafío personal de hacer propio el anhelado proyecto de seguir la carrera de las armas, surgido de las aspiraciones que en cada uno había despertado la todavía desconocida vocación militar.

Hace 50 años, aquella esperanza se insinuaba apenas como una lejana posibilidad de escalar con relativo éxito el primer peldaño en el camino de la profesión, señalado con la idea de portar con ostentación algún día el uniforme verde oliva, luciendo sobre las presillas la estrella de subtenientes del Ejército Nacional.

Todos sabíamos y así lo admitimos, que nuestras aspiraciones sólo cristalizarían una vez termináramos con éxito los estudios exigidos por el Ministerio de Educación dentro del pensum académico que regía para la Escuela Militar, por una parte, y la capacitación castrense contemplada dentro de los programas de instrucción y entrenamiento impuestos por aquel entonces, por la otra, condicionados estos dos aspectos a la manifestación del necesario espíritu militar que en nosotros pudiera fraguarse, con base en las experiencias de la vida de cuartel que pudiésemos obtener durante el tiempo de permanencia que nos esperaba en las aulas y campos de entrenamiento de aquellas formidables instalaciones.

Alternábamos el estudio que metódicamente se cumplía en los salones de clase desde las primeras horas de la mañana con la instrucción militar teórico-práctica desarrollada generalmente en las horas de la tarde. Los consabidos programas de la instrucción básica que incluían, entre otras materias, la de un intenso horario de orden cerrado durante el primer año, se entre tejían con algunas extenuantes jornadas de terreno que se programaban durante periódicos fines de semana como parte del llamado orden abierto en áreas retiradas de las instalaciones, fuera

de la ciudad habitualmente, en las frías laderas del municipio de La Calera sobre la vereda de Los Patios.

Los ejercicios de campaña se programaban bajo parámetros diferentes durante dos semanas y se desarrollaban cada seis meses, la mayor de las veces en los calurosos terrenos de la meseta de Chelenchele, dentro de los predios del Fuerte Militar de Tolemaida para entonces jurisdicción de la Décima Brigada. En otras contadas ocasiones, estos se cumplieron también en alguna región de los Llanos Orientales o del Magdalena Medio, y se caracterizaron porque en el planeamiento de su logística se incluía la participación de la totalidad del personal orgánico de la escuela. Por aquellos años, los primeros de la década del 60, la estructura orgánica solamente contemplaba tres compañías de cadetes, una de alféreces, y la compañía de Apoyo de Servicios para el Combate. Unos lustros después se fueron imponiendo los necesarios cambios requeridos para la vieja organización y además exigidos por la dinámica del crecimiento institucional, que dio pie a la creación de los primeros batallones de cadetes. Para 1964, el grupo inicialmente incorporado con la compañía Córdova se redujo a 65 cadetes, los que recibimos de manos del Director de la Escuela,

Brigadier General Guillermo Pinzón Caicedo, en noviembre de aquel año, el cartón que nos confirmó como bachilleres de la institución.

Dentro del esfuerzo que representó el logro de esta primera conquista académica, debemos destacar el valioso aporte y dedicación puestos en nuestra formación por el Capitán Hernández López, distinguido oficial del arma de Artillería y comandante de la unidad Fundamental desde enero de 1963, así como también la presencia de los oficiales que con acierto enrumbaron nuestros primeros pasos en el camino iniciado para la búsqueda de aquel particular objetivo profesional. El héroe de la Guerra de Corea, Teniente Nolasco Espinal Mejía desempeñó funciones como ejecutivo de la compañía durante dos años, mostrándose como un verdadero ejemplo de mística y superación al frente de los iniciados conscriptos. También, para esa primera etapa de formación, ejercieron como comandantes de pelotón los tenientes, Humberto González Rozo, Ramón Emilio Gil Bermúdez, Jaime Cuellar Zubieta, Ricardo Dalel Barón y Óscar Calderón Vanegas, todos ellos representantes como el que más de cada una de las cuatro armas de combate, por las que adelante tendríamos que decidirnos en sana

emulación para hacerlas parte indiscutible de nuestras aspiraciones a lo largo de la carrera.

La ruta seguida en ese naciente proceso alcanzó un valioso segundo escalón, cuando logramos materializar la más significativa nominación de soporte al propósito visualizado como una inminente realidad, al recibir, el 7 de diciembre de 1965 el sable que, como alféreces, nos ubicaba ad portas del paso final. Y el producto resultante de los esfuerzos emprendidos se reflejó al año siguiente, el primero de junio de 1966, en ceremonia presidida por el Presidente de la República, cuando 53 subtenientes desfilamos ante la Bandera de Guerra configurando curso de oficiales ‘Coronel José Cornelio Borda Sarmiento’.

Esta fecha acrisoló nuestra primera gran conquista, producto del fervor con que asumimos aquel reto emprendido el 30 de enero de 1963. Las alegrías y los sinsabores de los años de estudio militar quedaron atrás y se abrieron para el grupo de inexpertos subtenientes las puertas de un panorama profesional desconocido, que nos obligaba a reafirmar el compromiso de honor implícito en el juramento pronunciado un día como reclutas, porque a partir de allí la marcha del tiempo comenzó a marcar en cada uno el desafío a Bodas de oro / Sigue página 2


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la perseverancia para la consecución de los mejores éxitos en la carrera, en la medida en que la voluntad y fortaleza de temperamento así lo permitieran.

En otro orden de ideas, la vida de los integrantes de nuestro curso, heredero simbólico del epónimo Coronel José Cornelio Borda Sarmiento, fue marcada indistintamente por el inexorable paso del tiempo, propio del acontecer castrense, caracterizado por los continuos traslados de guarnición, comisiones de todo orden y cursos de capacitación para ascenso que se desarrollaban, verbo gracia, en las escuela de Infantería y Superior de Guerra, circunstancias que coadyuvaron con nuestra intención de surgir y progresar como parte del esquema institucional al que pertenecíamos.

En contraste con estos propósitos, durante esa edificante marcha profesional, muchos de nuestros compañeros optaron por declinar la actividad imprimida a ese esfuerzo, resolviendo dar un paso al costado para hacer frente al asomo de nacientes expectativas en diferentes campos de acción ajenos a la vida militar contraída. Estas determinaciones, consideradas en su momento por ellos como las de mayor conveniencia personal, los llevó a cambiar el norte proyectado originalmente, para pasar con decoro a engrosar las filas de la reserva activa. La marcha del tiempo siguió para los que continuamos en filas, más no así para varios de quienes nos acompañaban desde las aulas y campos de instrucción en la escuela, toda vez que para 11 de ellos inexo-

rablemente se fue cerrando por diferentes e irreversibles circunstancias la página final del libro de la vida que escribieron durante su paso por este mundo.

Los ascendidos en cada grado, una vez cumplidos los periodos y requisitos de ley, fueron reduciéndose proporcionalmente. El grupo de graduados en junio de 1963 se fue mermando con cada grado del escalafón alcanzado y al extinguirse la representación de nuestro curso en la cúspide de la pirámide de la estructura orgánica de la institución con el ineludible paso del último de nuestros compañeros a las filas de la reserva activa, sólo dos de aquellos 53 subtenientes alcanzaron la categoría de General: Mayor General Mario Fernando Roa Cuervo y el Brigadier General Gabriel Fernando Chemas Bernal.

La siguiente es la relación de los integrantes de la promoción egresada de la Escuela Militar hace cinco décadas: No.

Nombre

Arma

1

Lozano Osorio Rodrigo

Infantería

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Jaimes Sánchez Luis Alberto

Infantería

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La palpable satisfacción de haber sido útiles al país colma con creces las expectativas por nosotros trazadas para toda una vida. Quienes pudimos acariciar el siempre presente sueño de haber sido y continuar siendo soldados de Colombia, desde nuestra condición de retirados con nostalgia miramos el pasado de esa etapa finalmente cumplida. Cincuenta años después, nuestra presencia reivindica el éxito de una misión cumplida. Otras promociones, otros hom-

bres y otras nuevas esperanzas nos sucederán sin que en la historia de nuestra fuerza queden vacíos por llenar. Con autentico orgullo de soldados y a pesar de que el peso de los años comienza a lacerarnos haciendo más frágil nuestra confianza en el incierto futuro de los días por venir, ratificamos nuestra vocación en la labor profesional concluida, que revitaliza con su fuerza la imborrable huella de los recuerdos y el testimonio del esfuerzo que cada uno entregó, para dar el valor que corresponde a las ilusio-

nes que animaron la vida de los entonces bisoños y alborozados cadetes que ingresamos el 30 de enero de 1963. La ausencia de quienes no contestan a lista en este aniversario, impone por sobre todo el más legítimo tributo de nuestro respeto a sus memorias y la inmensa expresión de gratitud postrera por la camaradería compartida y en el presente trocada en el perceptible sentido de compañerismo que de ellos recibimos como perdurable legado.

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Novoa Parra José Laureano Prieto Cuspoca José Mario

Morales Bedoya Jaime Alfonso Ramírez León Heriberto Giraldo Prada Jairo

Perdomo Tapicha Víctor Germán Roa Cuervo Mario Fernando

Benavides Concha Gerardo Alirio Chemas Bernal Gabriel Fernando Jiménez López Eduardo Vicente

Bernal Muñoz Guillermo Alfredo Moreno Parra Pedro Ignacio

Urbina Rincón Moises de Jesús Garzón Guzmán José Jaime

Astorquiza Moncayo Jaime Adolfo

Espinosa Dederle Carlos Alejandro Duarte Vargas Mario

Laguado Bueno Rubén Darío

Peña Onzaga Ávaro Francisco Piñeros Rubio Jaime

Becerra Rojas Ángel Gustavo

Cardozo Chaparro Gustavo Alfredo Cruz Cruz Guillermo

Rueda Hernández Esdras Romero Lozano Marcos

Betancourt Rives Jorge Luis

Mahecha Ramírez Pedro Nel

Alvarado Baquero José María Gutiérrez Perdomo Jorge

Figueredo Aranguren Homero Gil Marín José Hisler

Bazzani Duarte Jaime Luis Correa Ojeda Julio Adolfo

Hincapié Segrera Leopoldo

Grisales Pizarro Yesid Humberto Meléndez Wilches Eduardo

Tarazona Guarín César Augusto

Delgado Palermo Roger Antonio Camargo Vargas Samuel Gil Rojas Gonzalo

Ciceris Vargas Jorge Augusto

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53

Artillería

Ingenieros Caballería Infantería

Ingenieros Infantería

Caballería

Ingenieros Infantería

Ingenieros Infantería

Infantería

Ingenieros Caballería Infantería

Caballería

Ingenieros Infantería

Infantería

Infantería Artillería

Artillería

Caballería Artillería

Artillería

Ingenieros

Ingenieros Caballería

Ingenieros Caballería

Caballería Artillería

Artillería

Infantería

Infantería

Caballería Infantería

Infantería

Estrada Gutiérrez Juan Jairo

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Artillería

Rodríguez Suárez Graciano de Jesús

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Artillería

Infantería

Martín Carvajal Alberto Roberto H.

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Ingenieros

Jiménez Laverde Pablo Emilio

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Artillería

Cervantes Gil Próspero

Cifuentes García Alejandro Angarita Dodino Salvador

Fragoso Caballero Luis Guillermo Botero Arango Armando Morales Grisales Hair

Caballería Infantería

Infantería

Infantería

Infantería

Infantería

Infantería

Infantería


Edición 560 / JUNIO 2016

Semblanza biográfica

Coronel José Cornelio Borda Sarmiento, un héroe facatativeño Teniente Coronel (RA) Mario Prieto Cuspoca Compilador

Con motivo del sesquicentenario de la inmolación del héroe facatativeño Coronel José Cornelio Borda Sarmiento y del cincuentenario del curso de oficiales que lleva su nombre, egresado de la Escuela Militar de Cadetes el primero de junio de 1966, la presente semblanza biográfica es un reconocimiento y homenaje al hombre que con su sacrificio contribuyó a sellar la independencia de América. Su partida de bautismo reza que “… En Facatativá a seis de agosto de mil ochocientos veintinueve, el señor Dr. Reyes Cura de la Parroquia de Serrezuela bautizó solemnemente a un niño a quien puso por nombre José Domingo Cornelio De La Merced De Cristo, hijo legítimo de José Cornelio Borda y María Dolores Sarmiento. Abs. Pats. Bruno Ventura Borda y Cristina Esguerra. Abs. Mats. Agustín Sarmiento y Rufina Sánchez PP. Los mismos abuelos maternos. Doy fe en caso necesario. F.J.M. de la Su. Nicolás Salanilla”.

Esta partida fue tomada del folio 138 del libro 13 de bautismos de la Parroquia de Facatativá. Aunque la fecha exacta del nacimiento no aparece en la partida de bautismo, algunos historiadores la ubican el 4 de agosto de 1829.

Pertenecía a una rica y distinguida familia de hidalgos y cristianos viejos, de aquellos que de antaño enseñaban a sus hijos cómo la mejor manera de amar a la patria era sacrificándose por ella. Desde los primeros años de su niñez se distinguió por su carácter dulce y apacible, sus buenas inclinaciones y su infatigable aplicación al estudio. Por su facilidad en el aprendizaje adquirió los primeros conocimientos en las letras y las ciencias con maestros especiales y a los diez años entró a estudiar en el colegio que regentaba el distinguido literato D. Ulpiano González. De aquí pasó a los claustros de la Escuela Militar que dirigía el Dr. José María Ortega y Nariño. Allí se destacó por sus facultades intelectuales de tal forma que su tío Joaquín Sarmiento, quien lo cuidó como si fuera su padre por haber perdido Borda los suyos a temprana edad, lo envió a Europa a estudiar ingeniería civil y militar por las cuales sentía inclinación desde muy temprana edad. Permaneció cerca de 14 años en Francia y habiendo obtenido las más altas calificaciones y honrosos reconocimientos de sus superiores en la Universidad de París, salió a recorrer las principales ciudades de Europa con el objeto de complementar sus conocimientos: leyes y costumbres, museos y bibliotecas, tem-

plos y toda clase se edificios urbanos, caminos, puentes, calzadas, arsenales y fortificaciones. José Cornelio Borda representa en la historia americana un tipo humano de asombrosa actividad. Ingenieros de vasta preparación científica, autor de numerosas obras de carácter técnico, no se recluyó en la torre de marfil de sus estudios, sino entró en contacto con los hechos circundantes, intervino en los episodios máximos de su tiempo, prestó su desvelado concurso a la causa de los americanos y finalmente ofreció a la libertad el sacrificio de su propia vida. Concluidos esos viajes volvió a Francia, en donde permaneció algún tiempo, ocupado en practicar sus conocimientos en las obras del Estado; y más tarde recibió el honroso nombramiento de Director de Ingenieros, para la construcción de uno de los principales ferrocarriles de aquella nación, de cuyo destino no lleg6 a encargarse por motivos desconocidos. A su regreso a Colombia, entre otros cargos destacados que ejerció, fue nombrado como director del Observatorio Astronómico de Bogotá.

José Cornelio participó en la guerra civil de 1860 a 1861, como ingeniero militar, defendiendo la legitimidad del gobierno central presidido por Mariano Ospina R.; aunque no fue un líder de polémicas doctrinarias, fue ante todo un verdadero patriota y convencido republicano. Durante los años que duró la guerra civil y motivado por sus ideas morales y sus severos principios políticos, así como por la posición social de su familia, participó en cuatro campañas y en trece acciones de guerra, varios combates y muchos tiroteos que se desarrollaron como parte de las luchas intestinas que ya azotaban las sociedades políticas del continente y con mayor intensidad en territorio colombiano. Como ingeniero en el campo de batalla, desplegó desde el principio una actividad ejemplar para mejorar el tren de artillería de campaña que se encontraba en mal estado y en poco tiempo convirtió las antiguas y pesadas piezas en ligeros cañones rayados con municiones adecuadas. Y como soldado fueron muchos los hechos de armas en los que se encontró, en los que unas veces como vencedor y, otras, como vencido, brilló siempre; ya por su valor y denuedo en el combate, ya por su generosidad después del triunfo o ya por su noble y digna resignación en la desgracia. Después del resultado desfavo-

rable de las armas de su partido, Borda, junto con varios de sus compañeros que sobrevivieron a esa lucha tenaz y sangrienta, se separaron del país; pero al abandonar la patria, Borda no dejó entre sus adversarios un solo enemigo político personal. Esto sólo habla muy en alto en favor de sus sentimientos y de la conducta que observó como guerrero y como ciudadano.

Borda se lamentaba con frecuencia de la dura fatalidad que pesaba sobre las repúblicas sudamericanas. “La naturaleza –decía– ha dotado a estos países de grandes cualidades; tienen una imaginación despejada, valor y energía, sentimientos nobles y caballerosos, amor a la libertad y a la patria, genio emprendedor y audaz, y si todas estas cualidades que son otras tantas fuerzas motrices las aplicásemos al cultivo de las inmensas riquezas que poseemos en todos los reinos de la naturaleza, la Europa misma envidiaría nuestro progreso y sabría respetarnos; pero, aplicadas esas fuerzas solamente a la destrucción y a la matanza, los demás pueblos de la tierra no vuelven los ojos hacia nosotros sino para compadecernos y explotarnos. Esto nos obliga a sostener frecuentes guerras internacionales para hacer respetar nuestros derechos, agregando así nuevas calamidades a las que interiormente nos devoran. Triste situación, agregaba, que no habrá de terminar sino cuando nos convenzamos de que el único medio de que se nos respete en el exterior es que empecemos nosotros por respetar nuestros propios gobiernos, consolidando así nuestras instituciones republicanas y rodeándolas del prestigio que necesitan para que cese el estado de anarquía en que se encuentran nuestras incipientes sociedades”.

Borda viajó al exterior con destino a Argentina y de paso quiso conocer Lima; pero antes de continuar su viaje, tuvo lugar un escandaloso atentado cometido por los españoles en las Islas Chincha y esto decidió para siempre de su suerte. Su corazón bien templado y lleno de sentimientos del más puro americanismo, no pudo ser indiferente a la bofetada que España dio a toda la América con la toma de aquellas islas y los absurdos principios de reivindicación y tregua de cuarenta años proclamados por Pinzón y Mazarredo. Decidió en consecuencia quedarse en Lima para cooperar a la defensa y honra de la independencia americana, hollada la una y amenazada la otra, por la insensata altanería de los agentes españoles. Por lo pronto se dedicó a escribir una serie de importantes y luminosos artículos, como colaborador de El Mercurio, sobre

buques blindados, monitores, artillería y medios de ataque en general. Estos artículos, tan celebrados entonces por la prensa nacional y extranjera, contenían, en efecto, una infinidad de revelaciones científicas de grande importancia que Borda se propuso generalizar en el país, con el objeto de que fuesen aplicadas prácticamente en la guerra, que él creyó desde entonces infalible entre Perú y España.

Poco tiempo después, el gobierno peruano celebró un contrato para rayar todos los cañones existentes en las baterías del Callao, pagando a los operarios mil quinientos pesos por cada cañón; pero el primero que se sujetó a prueba no correspondió a los ofrecimientos hechos por los contratistas; y con ese motivo se llamó a Borda para que ejecutase esa importante mejora, ofreciéndole esa misma cantidad. Borda aceptó la comisión pero no la paga y en pocos días tuvo el placer de presentar al gobierno una nueva artillería, de más precisión y alcance que la antigua. Y de proporcionarle una economía de más de 200 mil pesos; en circunstancias en que casi todos los contratistas con el gobierno no se proponían sino sacarle grandes ventajas al tesoro nacional. Ante las pretensiones de reconquista de Isabel II, determinó quedarse allí para tomar parte activa en la defensa. Entonces puso a disposición del gobierno del Perú su espada y sus conocimientos profesionales como Ingenieros Militar.

En cumplimiento de las órdenes e intenciones de la corona española, el Brigadier Castos Méndez Núñez, encargado del mando de la escuadra invasora, ordenó el bloqueo del puerto de El Callao, el 27 de abril de 1866. El historiador Armando Gómez Latorre narra así los momentos significativos de la vida de este héroe facatativeño:

“España y Perú estaban en guerra y era el 2 de mayo de 1866. La bahía y el firmamento de El Callao se habían incendiado por el duelo de la Artillería. 300 cañones de la poderosa escuadra de S.M. Isabel II vomitaban fuego, muerte y tragedia contra las torres y fortificaciones del puerto peruano. El rugido atronador de las bocas de fuego estremecía el ambiente cargado de humo, entretanto los defensores y atacantes se trenzaban en descomunal batalla; aquellos atinando puntería sobre el blindaje de los buques y éstos desplazándose por la bahía en círculo y disparando contra los parapetos”. “Todos lo vieron. Dinámico, decidido, impávido. Corría aquí y allá por el contorno de las fortificaciones, advirtiendo peligros

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y dando órdenes. Al pie de las baterías, instruyendo a precisión de puntería a los soldados. Con el catalejo calculando distancias y objetivos. Ora tomando medidas, trazando esquemas y estudiando las maniobras de las Fragatas enemigas. O bien, corrigiendo aquí, amonestando allá y disparando acullá. Era, definitivamente el brazo y cerebro de la defensa de El Callao”. “De pronto, sobre la torre “La Merced” se concentró el fuego de la flota. Un certero cañonazo, calculado por el coronel de Ingenieros José Cornelio Borda, había inutilizado la fragata “Numancia”, hiriéndola de muerte. Y en revancha, su gemela “La Blanca” apuntó la andanada hacia la torre. El impacto fue inmediato. Una bomba cayó sobre los explosivos y sus efectos fueron desastrosos. Hombres, parapetos y cosas volaron por los aires. El manto nauseabundo de la pólvora y la asfixia de sus efectos, denunciaron la magnitud de la tragedia. “La Merced” había desaparecido y con ella sus defensores. Entre éstos el más denodado y capaz: el coronel José Cornelio Borda Sarmiento. A un lado de los despojos humanos estaba el catalejo. Cumpliendo su deber y al pie del cañón, como reza el dicho popular, había muerto el joven gallardo y valiente coronel facatativeño”.

“Parecía, además que con él –como Antonio Ricaurte en San

Mateo– la historia se hubiera detenido. Cuando lo encontraron para rayar cañones y tecnificar las fortalezas, había dicho: “Sirviendo al Perú sirvo a toda América, y por consiguiente a mi patria” Y esto porque aceptó el trabajo pero no la paga. Como el Libertador hubiera podido exclamar: “Yo he venido al Perú a buscar gloria, no dinero”. Tal fue el trágico y heroico final del coronel José Cornelio Borda. Así, el 2 de mayo de 1866, antes de los 37 años sucumbió el héroe facatativeño para ser símbolo de la fraternidad eterna entre peruanos y colombianos. El nombre de Borda lo pronuncia todo labio colombiano y peruano, con reverencia y gratitud.; está indisolublemente unido a los de los representativos máximos del alma nacional y de los sentimientos de unidad americana.

Por lo anterior, es muy propio afirmar que el sitio de El Callao fue, en su momento, el último acto de guerra a favor de la independencia de América. Si los cañones de Méndez Núñez hubieran abatido El Callao, la obra de los libertadores hubiera quedado deshecha y, efectivamente, podría haberse dicho entonces que: “todos ellos araron en el mar”. Los valientes de El Callao rompieron el último eslabón de las cadenas que quedaba. Allí se consolidó la obra de los paladines de Boyacá, Junín y Ayacucho, y se alejó el peligro con que soñaron algunos peninsulares.


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SEPARATA CURSO/ Coronel José Cornelio Borda Sarmiento

In memoriam

Alberto Roberto Hernando Martín Carvajal Del arma de Artillería. Alcanzó el grado de Mayor y falleció en Bogotá el 24 de noviembre de 2004. Esdras Rueda Hernández Del arma de Infantería. Alcanzó el grado de Capitán y falleció en Medellín.

Por: Brigadier General (RA) Gabriel Fernando Chemás Bernal. A las 9:00 horas del 30 de enero de 1963, hace un poco más de 53 años, la Escuela Militar de Cadetes General José María Córdova se vistió de gala para recibir en ceremonia inolvidable a 195 jóvenes, muchos de ellos aún imberbes, que iniciarían en breve su quinto año de bachillerato y su primero general de la carrera militar, como integrantes de la compañía Córdova, con la esperanza de alcanzar en cinco años la estrella de subtenientes efectivos del Ejército Nacional. Estos cinco años, por circunstancias especiales, se convertirían en tres años y medio.

Tras la deslumbrante ceremonia de recibimiento vino el inicio, difícil por cierto, de una nueva, dura e interesante vida. Muchos de esos jóvenes no consideraron que en esos claustros sagrados se cumplieran sus expectativas de vida y sus ambiciones personales y fue así como mediante resolución 1434 del 25 de marzo de 1963 el Ministro de Guerra de ese entonces diera de alta a 95 de ellos como cadetes pensionistas y a 33 como cadetes becarios, con novedad fiscal primero de febrero. Es decir, en ese corto tiempo habían declinado su propósito de continuar en carrera de las armas 67. De todos estos cadetes, 45 fueron nombrados alféreces junto con otros 9 provenientes de la compañía Santander Y la vida en la Escuela Militar continuó y llegó a su fin...

Arribamos entonces al primero de junio de 1966, cuando de ese grupo de muchachos llenos de sacras ambiciones, 51 alcanzaron la ansiada estrella de subtenientes efectivos del Ejército Nacional. El paso por el alma mater del Ejército Nacional fue algo excepcional que hoy evocamos con infinita satisfacción y sana alegría. “Los recuerdos son, en la vida presente, el perfume del pasado”.

Sí, evocamos con sentido e indeclinable aprecio la memoria de:

Yesid Humberto Grisales Pizarro Del arma de Caballería. Alcanzó el grado de Subteniente y falleció en San Vicente de Chucurí - Santander el 16 de mayo de 1968 Jorge Augusto Ciceris Vargas Del arma de Caballería. Alcanzó el grado de Teniente y falleció en Tibú - Norte de Santander el 13 de noviembre de 1972

Jair Morales Grisales Del arma de Infantería. Alcanzó el grado de Mayor y falleció en Barranquilla el 29 de marzo de 1980

Rubén Darío Laguado Bueno Del arma de Caballería. Alcanzó el grado de Mayor y falleció en Yopal - Casanare el 04 de mayo de 1981 Roger Antonio Delgado Palermo Del arma de Infantería. Alcanzó el grado de Capitán y falleció en Bogotá el 03 de diciembre de 1985

José María Alvarado Baquero Del arma de Artillería. Alcanzó el grado de Mayor. Desapareció en 1991 y fue dado por fallecido en 2001. José Isler Gil Marín Del arma de Ingenieros. Alcanzó el grado de Teniente Coronel y falleció en Bogotá el 2 de diciembre de 1994. Luis Guillermo Fragozo Caballero Del arma de Infantería. Alcanzó el grado de Mayor y falleció el 30 de noviembre de 2001.

Gonzalo Gil Rojas Del arma de Caballería. Alcanzó el grado de Coronel y falleció en Bogotá el 19 de febrero de 2002.

Pablo Emilio Jiménez Laverde Del arma de Infantería. Alcanzó el grado de Capitán y falleció en Bogotá el 16 de febrero de 2010Luis Alberto Jaimes Sánchez Del arma de Infantería. Alcanzó el grado de Mayor y falleció en Bogotá el 15 de octubre de 2012. Guillermo Cruz Cruz Del arma de Infantería. Alcanzó el grado de Subteniente y falleció en Bogotá el 24 de diciembre de 2012.

Señora Ángela Vanegas de Garzón Guzmán Esposa de nuestro compañero y amigo José Jaime Garzón Guzmán. Falleció en Cali-

Señora María Inés Santos de Tarazona Guarín Esposa de nuestro compañero y amigo César Augusto Tarazona. Falleció en Bogotá el 9 de septiembre de 2011.

Señora María Luisa Rodríguez de Figueredo Aranguren Esposa de nuestro compañero y amigo Homero Figueredo Aranguren. Falleció En Bogotá el 8 de noviembre de 2015. Señora Alba Clara González de Novoa Parra Esposa de nuestro compañero y amigo José Laureano Novoa Parra. Falleció en Bogotá el primero de mayo de 2016. Los invito, entonces, a que en un minuto de silencio, rindamos tributo a estos entrañables compañeros y a estas queridas amigas.

Paz en sus tumbas y a sus familias la seguridad de nuestro aprecio imperecedero y nuestra sincera consideración. En nombre de todos, me permito elevar una plegaria, cuyo autor es el padre franciscano Ignacio Larrañaga Orbegozo, en la cual se plasman los nobles sentimientos que hoy nos embargan:

TE. Jorge Augusto Ciceris Vargas

ST. Yesid Humberto Grisales Pizarro

MY. Hair Morales Grisales

CT. Roger Delgado Palermo

MY. José María Alvarado Baquero

TC. José Hisler Gil Marín

Y la vida, en los cuarteles para unos y en la civil para otros, continuó...

Hoy, jóvenes aún, pues albergamos esperanzas e ilusiones que superan en grado sumo recuerdos gratos y épocas difíciles ya pasadas, estamos reunidos con nuestras señoras, hijos, nietos y familiares para rendir homenaje a aquellos compañeros que por designios del Supremo Hacedor ya partieron. Se fueron, pero su recuerdo permanecerá vivo en nuestros corazones hasta cuando también nos llegue la hora de partir para reunirnos en el infinito arcano.

CO. Gonzalo Gil Rojas

MY. Luis Guillermo Fragoso Caballero

CT. Esdras Rueda Hernández

Requiem para unos seres queridos

Silencio y paz… Fueron llevados al país de la vida. ¿Para qué hacer preguntas? Su morada, desde ahora, es el descanso, y su vestido, la luz. Para siempre… Silencio y paz… ¿Qué sabemos nosotros? Dios mío, Señor de la historia y dueño del ayer y del mañana, en tus manos están las llaves de la vida y de la muerte. Sin preguntarnos, los llevaste contigo a la Morada Santa, y nosotros cerramos nuestros ojos, bajamos la frente y simplemente te decimos: ¡Está bien! ... ¡Sea! ... Silencio y paz… La música fue sumergida en las aguas profundas, y todas las nostalgias gravitan sobre las llanuras infinitas. Se acabó el combate. Ya no habrá para ellos lágrimas, ni llanto, ni sobresaltos. El sol brillará por siempre sobre sus frentes, y una paz intangible asegurará definitivamente sus fronteras. Señor de la vida y dueño de nuestros destinos, en tus manos depositamos silenciosamente estos seres entrañables que se nos fueron. Mientras aquí abajo entregamos a la tierra sus despojos transitorios, duerman sus almas inmortales para siempre en la paz eterna, en tu seno inson-dable y amoroso, ¡oh Padre de misericordia!

CT. Pablo Emilio Jiménez Laverde

MY. Luis Alberto Jaimes Sánchez

ST. Guillermo Cruz Cruz

Silencio y paz…


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