SEREMOS TUMBA Adán Echeverría
ARQ. ANGÉLICA ARAUJO LARA Presidenta Municipal de Mérida MTRA. MARÍA ELIZABETH VARGAS AGUILAR Síndico del Ayuntamiento de Mérida MTRO. ÁLVARO OMAR LARA PACHECO Secretario de la Comuna y Regidor Coordinador del Ayuntamiento de Mérida LIC. LUIS ARIEL CANTO GARCÍA Regidor Coordinador del Ayuntamiento de Mérida MTRO. ROGER HEYDEN METRI DUARTE Director de Cultura del Ayuntamiento de Mérida
SEREMOS TUMBA
Adán Echeverría
Ayuntamiento de Mérida 2010-2012
Mérida, Yucatán, México 2012
SEREMOS TUMBA Adán Echeverría
D.R. © Ayuntamiento de Mérida, 2012 Comité de Ediciones Literarias Calle 59 núm. 463 CP 97000 Mérida, Yucatán, México Imagen de portada: Chichén Itzá, 2011 técnica mixta autor: María Esther Peniche Ponce Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra sin permiso por escrito del titular de los derechos.
PQ 7298.15 .C43 .S47 2012
Echeverría García, Adán, 1975Seremos tumba, c2012.
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1. Echeverría García, Adán, 1975- —Novela. 2. Novela mexicana—Yucatán—Siglo XXI.
Editado e impreso en Mérida, Yucatán, México Made and printed in Merida, Yucatan, Mexico
A la memoria de Jorge Xix
Yo violador de tumbas. Nicanor Parra
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¿Alejandro?, preguntó Éngreid al hombre que se encontraba al otro lado de la carretera. El hombre pareció no escuchar. La mujer repitió, ¿Alejandro? Éngreid descendió del camión llevando en la mano derecha la maleta de cuero gris mientras con la otra cogía la mano de su niña. César Cardoso estaba detenido al otro lado de la carretera. Éngreid soltó un momento a su hija y puso la mano izquierda a manera de visera para observar bien la figura del sujeto, entrecerrando los ojos, y percatarse de que no era un espejismo creado por el sol que caía a plomo sobre el pavimento. César Cardoso había recogido la carga que le trajera el autobús de donde descendió la mujer con su hija. Mientras la amarraba para que no se desparramara por la carretera, escuchó la voz de la mujer que se dirigía a él. Giró apenas la cabeza e iba mirando de soslayo a la que lo llamaba por ese nombre que había mantenido a raya, escondido, lejano, durante muchos años. Que había quedado en la morgue con aquel hombre que muriera en la carretera cuando escapaba de Mérida. Éngreid traía el pelo corto, descubiertas las pequeñas orejas, como un lindo principito hindú salido de Las mil y una noches. No cabía duda, era ella. Nadie puede escapar al tiempo por más relativo que éste nos parezca. Aún no cumplía 30 años. César Cardoso cargaba sus 36; los últimos 12 vistiendo a la medida el traje perfecto de otra identidad que le permitía mantenerse a distancia, lo más posible, del contacto social. Era Éngreid, y él supo que no podría ignorarla como lo hacía con todos, a menudo, ensimismado y escurridizo. Ella y la historia de ambos, ella y la mano que sostenía a la niña; algún desdoblamiento de ella misma, le llamaba con insistente seguridad. Estaba ahí, cruzando la carretera, apenas a cinco metros. Los últimos metros que culminaban los 12 años sin verse y en los que él había tratado de evitarla, junto a todo aquello que le recordara el tipo de persona que un día fue. Por 12 años tuvo que olvidarse de sí mismo para construir al otro que ahora intentaba representar. Mirarse en el espejo y acomodar sentimientos.
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Descartar ideas que le refirieran un personaje que evitaba ser de nueva cuenta. César Cardoso lo miraba todos los días desde cualquier espejo, aprobaba o le decía que no en infinidad de ocasiones, moviendo la cabeza con fingida indiferencia y condenándolo al mismo tiempo. Condenando la usurpación corpórea, señalándolo: no sonrías así, así sonreía el hombre que murió en la carretera, así caminaba aquel que antes eras. ¡Cuidado con el enojo constante! Deja ya de rabiar por cualquier cosa. Hey, no andes ahí disculpándote por todo, tampoco se trata de eso. Enciérrate lejos, que nadie te vea. Ignóralos. Nada de fiestas ni reuniones. Para qué los amigos, qué sabes tú de las amistades si las arruinas, recuérdalo. Tú, el que no puede consigo mismo, que no conoce la fidelidad y el cariño sincero. Mejor la soledad que tener de frente la culpa. A todos les fallaste, a qué negarlo. Déjame en paz, Alex se enfrentaba al Cardoso del espejo: apenas sabía de ti, pongo lo mejor de mi parte en inventarte, pongo todo en no ser el que antes fui. Humillas mi nombre, estúpido mal nacido, gritaba el reflejo de Cardoso. Ese Cardoso siempre presentido, que apenas conoció algunos instantes, y del que había cogido nombre y vida nueva. Ser 24 años alguien y de pronto tener que ser otro. En doce años lo había logrado. ¿Lo había? El autobús rural dejaba su estela de gorgoteos metálicos mientras se alejaba por la carretera, sus llantas pastosas manchaban el pavimento. El denso humo que salía por el escape ocultaba los paisajes mientras avanzaba. Camión de segunda clase, corría por la carretera principal e iba deteniéndose en cada una de las desviaciones hacia pequeñas localidades. El sol lo expandía todo. Las figuraciones de agua que nos causa el calor en la vista emitían su brillo de humedad en el asfalto. Charcos de luz aparecían hacia uno y otro lado de la carretera, moteándola. La respiración sofocada por la falta de humedad en el ambiente y las ideas de los personajes ahí detenidos, se elevaban y se escondían en el espejismo de los charcos. La mujer estaba cruzando la carretera. César Cardoso dio unos pasos hacia las dos figuras femeninas que tenía enfrente. Éngreid no estaba sola. La niña se había soltado de la mano de su madre y sin alejarse mucho daba giros con los brazos extendidos dejando que las ráfagas de aire caliente le movieran el vestido de coloraciones blanquiamarillas. Tenía que ser su hija. Lo supo por esa delgadez del cuello que se hacía presente, la piel caoba casi derretida por el calor, la frente amplia cubierta por un flequillo infantil. Se decidió a cruzar.
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Éngreid bajó la cara para hablar con la niña al oído y le dijo que se bajara de la carretera, que explorara un poco el terreno cercano, sin alejarse mucho, y sin andar caminando por el acotamiento, no vayas a cruzarte, ten cuidado si viene un carro. El hombre se detuvo frente a Éngreid. ¿Qué haces acá? Te encontré, contestó ella de inmediato y sin alejar la mirada de los ojos de César. Vestía unos jeans deslavados y una blusa blanca sin mangas que se abotonaba al frente, en la cabeza un sombrero amplio de paja para protegerse del sol. Puso la mano izquierda sobre su cabeza para evitar que el sombrero escapara con el viento. Con la mano derecha sostenía la maleta aún. La dejó en el piso. Su mirada estaba sobre ese rostro cambiado con los años. Te encontré, dijo Éngreid de forma seca. Fueron las primeras palabras que intercambiaron. Sabía que eras tú el de la foto en el periódico, pensó la mujer y bajó la cabeza entre tímida y furiosa. Cardoso miró sobre su hombro a la niña que se inclinaba frente a unas flores de tajonal, a pocos metros, conteniéndose. Sin importar lo que pensaras, tenía que cerciorarme de que no habías muerto, pensó de nuevo Éngreid, paseando sus ojos por las huellas de los años en la piel de Cardoso, enarcando las cejas buscando la mirada fugitiva del hombre. Por eso estoy acá, aclaró (César quedó desarmado). Una vez que los ojos de ambos se encontraron, ella sostuvo la mirada. Él tuvo que desviar la suya y hacerla planear sobre el monte espinoso, como un ave en busca de su presa. Hubo un marcado silencio. La niña se entretenía ahora mirando un halcón peregrino que volaba arriba de esas tres únicas personas detenidas junto a la carretera, lanzando sus gritos que presagian el ataque. No debiste hacerlo. Era necesario, atajó Éngreid. Llama a la niña. Iremos a mi casa. Lucy, llamó su madre, y la niña, canturreando, aventó las ramitas de tajonal que había cortado con las manos. ¿Quién es? Dijo al acercarse. Un buen amigo… Y abordaron la camioneta. La casa de César estaba a las afueras del poblado. Sus paredes de mampostería y sus tejas francesas en la primera pieza, hacían los esfuerzos por contrastar con las láminas de asbesto que cubrían el resto del techo de las habitaciones interiores. Era una casa amplia, con un pequeño jardín interior, en el que César se había propuesto rescatar orquídeas y cactáceas, para entretenerse en su cuidado. Contaba además con un patio trasero largo y amplio, donde César criaba, ad hoc con las actividades del poblado, cerdos, gallinas y pavos, en medio de árboles frutales que dotaban de sombra y juegos de luces a la hora
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del ocio en el que acostumbraba leer. En la parte del frente, en la entrada, un pórtico de madera elevado dos escalones de la calle, donde César, luego de haber instalado a Éngreid y a su hija en dos de las amplias habitaciones, fumaba. Metros adelante la reja de madera que delimitaba su propiedad. Desde el pórtico César podía mirar el pozo, la cisterna, la bodega donde se encuentra la bomba eléctrica para la extracción del agua, y el pequeño tinglado de láminas de zinc donde resguarda la camioneta. Justo al inicio de la propiedad, del lado derecho de su visión, se encontraba el jardín formado con plantas de jazmín, galán de noche, tulipanes rojos y bugambilias; flores que por las tardes dibujan su remolinear de colibríes e insectos zumbantes. El jardincito era precedido por dos enormes matas de flor de mayo, cuyas florescencias alternaban entre el blanco y el violeta sus coloraciones. Mas cerca del camino de entrada a la casa había distribuido algunas brechas delimitadas con pequeñas rocas caleadas, que intercalaba con rosas, margaritas, flores silvestres, campánulas, y algunas cactáceas, para terminar rodeando una lápida que era el centro y razón de ser del jardín. En la lápida se leía la inscripción: Jorge: más allá del sentimiento. ¡Estamos listas! César fue arrebatado a su contemplación y ahí estaba de nuevo Éngreid con su hija. No había sido un sueño producido por la canícula. En verdad estaba ahí de pie, con la falda roja que ahora vestía apenas por abajo de las rodillas, y sujetando la mano de Lucila quien jugaba con el miriñaque de la puerta de entrada, arrastrando las cortas uñas de sus dedos por la pantalla oscura. Supongo que tendrán hambre. Se levantó. Vamos a comer, y entró a la casa dirigiéndose a la cocina. Traje un poco de frijol con puerco. No esperaba visitas. Madre e hija caminaban tras él. No compro comida más que para mí. Espero que aceptes que pueda compartirla con ustedes. Minutos antes, durante el camino a la casa, Éngreid no habló. Se mantuvo callada observando a César sin discreción. Era un hombre maduro con el rostro cruzado de arrugas, el mismo lunar junto a la nariz, sus pequeños ojos hundidos, de hermoso tono café. La que no paró de hablar fue Lucila. El calor era tan amplio que la ropa la tenía pegada al cuerpo. ¿Siempre es así de polvoso acá?, preguntaba. ¿Cuántos años tienes?, iba hilando sus cuestionamientos uno tras otro sin esperar respuesta. Quería saberlo todo. Su madre no había querido explicarle el motivo de su viaje. ¿De dónde se conocen, mami? ¿Está lejos la casa? ¿Tienes animales? ¿Te gustan los perros?
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César sirvió dos platos en la mesa. ¿No comerás con nosotros? preguntó Éngreid con fingida inquietud, lamiéndose los labios, el olor de la comida caliente le abría el apetito. No tengo hambre. Coman ustedes que necesitan reponer fuerzas luego del viaje. Sólo beberé un poco de limonada. Venían de Playa del Carmen. La niña había nacido casi 6 años atrás y todo el mar Caribe habitaba su espíritu. Ahora estos terrenos de monte espinoso, cálido, polvoso, hacían huella por vez primera en sus ojos. No queremos ser una carga para ti, dijo Éngreid mientras sacaba las presas de carne del caldo de frijol de su hija, y las ponía en un plato plano, para luego cortar y revolver con salsa de tomate, aguacate, agregar cilantro, cebolla y rábano. Me era necesario verte… Repitió el procedimiento con su propia comida. ¿Te gustó tu habitación, Lucy?, preguntó César, esquivando la dirección de la plática que intentaba Éngreid. Es hermosa y grandísima. ¿Es sólo para mí? Claro. Una damita tiene que tener su propio espacio. Mañana conseguiremos una cama. Hoy tendrás que dormir en hamaca. ¿Has dormido antes en hamaca? En la playa a veces mi mamá colgaba una hamaca y ahí nos acostábamos para que me leyera cuentos. ¿Verdad mami? Éngreid no podía dejar de mirarlo. Siempre supo que él la recibiría sin hacer preguntas ni reproches. Miraba sus mismos ojos hundidos, las facciones que siempre le encantaron. Los ademanes decididos. Parecía más serio, pero su negro cabello y las expresivas cejas le descubrían el hombre de siempre, quizá más pálido. Alejandro por qué no llegaste. Por qué te has escondido tantos años. Sintió que perdía las fuerzas con estos pensamientos. Estuvo riquísimo, dijo la niña limpiándose la boca con el antebrazo. Si ya acabaste, Lucy, ve a lavarte los dientes. Tu cepillo está en el maletín de mis pinturas. Luego de comer Éngreid acostó a la niña, la meció un poco y le contó una pequeña historia sobre el calor que derretía los trastos de la cocina para que no pudieran comer las familias de sus amigos, hasta que ella se durmió. Luego salió al pórtico. César fumaba escuchando la radio. La noche había tejido multitud de estrellas en el firmamento. El canto de las cigarras lo inundaba todo; de cuando en cuando el ladrido de algún perro lejano. No había moscos. Era una noche con algo de brisa. Se ha dormido, informó Éngreid. El viaje es cansado desde Playa del Carmen.
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Lo es..., hizo una pausa, mientras pasaba la palma de su mano derecha sobre sus muslos para acomodarse la falda. Quiero que sepas que agradezco que me dejes pasar acá la noche. ¿La noche? No lo sé… No sé qué pasará mañana. No sé si deba seguir mi viaje, o detenerme. César o Alejandro de nuevo evitaba mirarla a los ojos. Éngreid permanecía de pie junto a la puerta de miriñaque, mirándolo de cuando en cuando, y dejando que su vista recorriera la oscuridad que se había detenido junto a los escalones de la casa, temerosa de que la luz eléctrica pudiera acabar con ella. Aún no salía la luna, y los rumores de la noche lo envolvían todo con recelo. Alejandro daba chupadas lentas a su cigarro. Alejandro, me gustaría saber… pero antes de terminar de expresarse, César se adelantó: ¿Qué edad tiene Lucy? En junio cumple 6. Sería el mes siguiente. Las volutas hechas por el tabaco que se iba consumiendo subían con lentitud hacia el foco de 60 watts que iluminaba la terraza. Más allá del pórtico todo era oscuridad. Decenas de luciérnagas brillaban paulatinamente en el jardín. Deja que pase acá su cumpleaños. Déjame disfrutar su compañía un tiempo. Será cosa de pocos días. Ya después harás lo que prefieras.
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La tarde era un parpadeo en tonalidades naranja que se iba arrastrando por la ciudad, como gruesa lengua que intentara refrescar una piel reseca por el ardiente sol de los días de abril. Atardecía con lentitud. Selmy Rodríguez aparecía al final del corredor de lácteos del supermercado, con su vestido arriba de las rodillas, rojo cobrizo, y el pelo recogido en una coleta. Los lentes para el sol los usaba como diadema, uñas largas, tacones de cinco centímetros, el estereotipo de los años noventa. Con esa delgadez tirana sometía a los transeúntes, pasillo a pasillo las miradas de los hombres caían como cuervos para asestar el picotazo, en el intento de horadar su carne. Alejandro García se sorprendió ante el efusivo saludo de su concuña. Apenas y se saludaban en las fiestas de la familia política y ahora habría que volverse de momento un garañón sin bridas y sin estribos, asalvajarse para la nueva conquista, poner la carne al asador de un solo golpe, para después morirse de la risa por un encuentro más que fortuito para la carne y el sobrepeso de la inconciencia, colgado en los cinturones de cuero. De cuero los cinturones en que todos nos saciamos las nostalgias. De las intrascendencias de una amistad jamás buscada, se brincó a las bromas subidas de tono para acabar sentados en la cocina de casa de la mujer, bebiendo vodka. Había sido una invitación intrascendente, así como si nada: Hola, tampoco tengo nada que hacer hasta la noche. Está bien, vamos. Será bueno tomarse algo para mitigar estos malditos calores. Imposible que no hubiera intenciones, que no se permitieran ser presa o cazador, cazador o presa, en los invertidos imperios de conquistar la tierra, la carne pública en que ahora se sumergían: al diablo las estrategias y las posturas de la fidelidad. Al diablo los inventarios insanos de querer ser dueños del destino. El destino es como un perro que enloquece y acaba por romper las sogas de la domesticación. La casa de Selmy, ubicada en San Esteban, fue obtenida en el Infonavit y al instante modificada, asumiendo su ración de clasemedieros que tiran hacia arriba; los arreglos de arquitecto le ampliaban los espacios, los adornos, el garaje, los pequeños escondites que permiten entrar sin ser vistos, cerrar el portón
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eléctrico, las ventanas polarizadas. Poco bastó para que, tras quince minutos, las honestidades tuvieran refugio, y claro, los movimientos de Selmy. Las aguerridas intenciones: ¿quién daría el primer paso? Ella descolgó el teléfono, evitando las llamadas inoportunas de los familiares. Sus padres tenían casa en la misma calle. Después de algunos tragos, las ropas se alejaron para que la piel dejara correr la indecencia y el masoquismo sobre los cuerpos. Cuando Alejandro García abandonó la casa de su concuña, pasaban las seis de la mañana. No intentaba contener la risa en el pensamiento por el hecho de haberse cogido a Selmy. Con la memoria intacta de la traición perpetrada, nada tenía que pedir para la solución de los deseos de su relación con Éngreid. Si de amor se trataba, bastaba entender que se sentía a gusto con su novia, pero le era totalmente imposible poderse reponer al sobresalto que unas miradas bragueteras podrían tirársele en el camino. Sobre todo provenientes de una mujer como Selmy, indígena poderosa; la nariz delataba su condición maya. La tonificación de sus músculos, el olor a coco de su cuerpo, toda ella era producto del spa y los cuidados femeninos que una economía holgada podía dispensarle. Selmy y su risa de hiena hambrienta. Selmy y sus pantorrillas almendradas. Selmy y esa boca de agua inundando el vientre. Ultimando precauciones, Selmy lo dejó en el Circuito, no fuera que alguien los viera juntos o lo vieran a él caminando por esa zona poniente de la ciudad a esa hora de la mañana. Ella vivía en la misma calle que sus padres, debía regresar a casa con la ropa sudada como cada mañana que salía para el gimnasio, y no habría sospechas. Alejandro, dentro del poder de la egolatría en que con justeza le gustaba desenvolverse, se compadecía de Andrés, su cuñado, el esposo, el perdedor ante el engaño, el hermano de Éngreid, y con el pensamiento lo felicitaba por tener una hembra tan ardiente. Pobre pendejo. Las horas de gimnasio en que ambos se disculpaban y los viajes tan seguidos son los que han marcado el distanciamiento de Andrés y Selmy. Es probable que el tipo, de metro ochenta y cinco, tuviera otras reinitas recorriendo su cuerpo en cada viaje. Alejandro se vislumbró como el instrumento de una venganza; pero temía afirmar que él, con sus setenta y cinco kilos encima, el abultado vientre antiestético, de barriga caguamera sobresaliente…, era poco probable que una chica como Selmy se fijara en él; y sacó conclusiones rayanas en “yo también puedo divertirme con otro, no sólo tú” de parte de Selmy en su disfraz de predadora. Atrás han quedado los días de
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Casanova, Alex lo tiene muy claro, las conquistas de sus años anteriores. Ya no tiene diecisiete. Años transcurridos entre tragos y botanas antihigiénicas, mal condimentadas y llenas de escupitajos, de esos miserables seudococineros que sudan el salario, viendo al pueblo derrochar la quincena en estos centros de diversión tan abundantes en la ciudad. Clasemedieros que apenas cobran su sueldo pagan sus deudas en la cantina. Cada cerveza implica un remolino de botanas para masticarse en la dejadez: Somos unos malditos cerdos persiguiendo perlas en el fango. Ya no eres el conquistador. Aquellos días de seis chiquitas recorriendo tus horarios no son lo mismo.Te encadenaste a los caprichitos de Éngreid, porque te costó conseguirla. Alex en el derroche de hormonas, en el despertar al unicornio, el estruendo de seguir la cacería, como los nómadas, no entender el valor de los te quieros, que con tanta facilidad iba destapando en cada cama, en cada falda más arriba de la cintura, como si alacranes de placer aparecieran al levantar las rocas. Tu concuña. Siempre será necesario desconfiar de todo, sobre todo de las mujeres que se mueven con rapidez en búsqueda de la satisfacción; mujeres ajadas por la soledad, con el temor que siempre las mantiene al borde, al reconocerse fálicas y necesitando. Mujeres sumisas por poderosas, que temen por su violencia, mujeres guijarro por ser diamantes. Mujeres, todas, principio creacional. Porque dios es una hermosa hembra que dotó al hombre del sexo viril por golosa, para regalar esa sensación pénica, que muchos años han querido perseguir, y tú pondrás tu talón sobre su culebra, habían dicho los tradicionales. Mujeres poderosas que siempre acaban dominándonos. Será mi pequeña, como tantas otras. El mugriento camión sigue su ruta en este amanecer. Abordan las mujeres que se dirigen al mercado, las que han terminado los horarios nocturnos. Nuevos atisbos de ciudad se presienten en cada negocio abierto las 24 horas. No más de diez personas son todos los pasajeros, con el mal humor de las mañanas. Algunos cabecean cínicos. Piensas en cómo es posible, después de saber que se respira de nuevo, cómo es posible que alguien tenga mal humor por las mañanas. La felicidad consiste en saberse vivo y disfrutarlo al abrir los ojos y dar esa primera bocanada de aire, la felicidad es buscar tener ese mismo estado al concluir el día. Hay que ser muy egoísta para vislumbrarlo. Lo seremos.
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No quieres darte cuenta de tu egolatría. No todos han pasado la noche en los insomnios del orgasmo. El hermoso y atlético cuerpo que tiene esa perra, vuelve la sonrisa a dibujarse en tus labios, sigues olisqueando tus dedos, tus hurgantes dedos, a pesar de la ducha. El arrebato de sus caderas te llevó al término con heroísmo, y eso que el control de la eyaculación pudiste ejercitarlo; las respiraciones bien logradas, el apretón suave y luego con fuerza, todo a tiempo, retardar, prolongar, retardar, detener los embates, las ambiciones de tu ninfómana. En verdad nos coordinamos. Será mi pequeña como tantas otras. Entre las piernas de Selmy recordabas a tu pequeña Éngreid. La verdadera mujer para tu hipocresía, la razón de tu “funesta memoria”, futuros del imaginario que insistes en representar. Qué intenciones las de Selmy, preguntarte cuándo y cómo conociste a tu novia. Rememorar esos momentos en la playa convertida toda en bares y luces para el deteriorado espíritu juvenil que escapaba de Mérida, tan leal y de doble cara. Tú y los amigos expulsados de la disco por culpa de Armando y sus ideas de robarse una botella de tequila: el estúpido, después de inclinarse sobre la barra del bar e introducir la mano para agarrar una botella, esconderla y regresar junto al grupo, a las mesas; al final el ridículo, se había robado el jugo de limón que usan para preparar los margaritas. Sacados a empujones y mentadas de madre: llamaremos a la policía, de mejores bares nos han corrido, y todos enfurecidos con Armando quien no paraba de reír. No importó la expulsión del disco playero, la noche aún era corta y Progreso se precia de tener clandestinos listos y a tiempo para continuar la fiesta. En la huida te topaste con la misma chilanguita de la tarde, la de trenzas cortas, braquets y bronceado descuidado. Salías de la disco con los compas, con el alboroto de la indecencia paseaban sobre el malecón y la miraste risueña, recargada en el barandal de su cuarto de hotel. Fuiste a ella. Bastó un poco de cortesía y hablar del calor sofocante que se atoraba en la garganta, para estar entre sus labios disfrutando las maravillas de reconocer la heladez del aluminio de sus estúpidos braquets. Cómo es posible que una mujer capaz de usar estos metales en la boca no tenga un aliento pestilente y asqueroso. Qué higiene la de esta niña, pensaste, al sentir las bragas húmedas bajo tus dedos, y escuchar los tiernos gemiditos de la mujercita en ciernes. No preguntaste la edad, pero la piel tersa, sus delicadas pequitas y los horripilantes braquets te hacían pensar que seguramente estaba rayando
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los quince. Llegaron los padres de la chica y tuviste que escapar. No sin antes planear verse al medio día siguiente, cambiar teléfonos, y tus costumbres de dar el teléfono de la última novia, para molestar solamente. Caminaste por el malecón en busca de los amigos que se habían ido sin ti. Fueron por cerveza, y siempre te ha parecido por demás ocioso, recorrer las avenidas una y otra vez, gastando gasolina, tomando chelas sin bajarse a ver las pieles de las niñas que deambulan perezosas y con ansia, bajo el tufo de alcoholes y hormonas destapadas, apenas ocultas detrás del aroma de coco manando de su piel. Esperarías en el malecón a que pasaran junto a ti para abordar el vehículo. Como a Roberto no le importa ligar con niñas más que disfrutar los licores y el embriagamiento, y es de él el carro, hay que aguantarse. A los que nunca has comprendido es a los demás, Karín, Víctor, Armando y Juanjo, con esa actitud simulada: adiós a las niñas inventadas, inventariadas, invocadas en el ramoneo nocturno de la adolescencia, las pieles pueden ser el martirio y al mismo tiempo la esperanza. Hay que gastar el alcohol, como premisa. Sabes bien que eres un alcohólico, junto con ellos, los amigos de siempre, contando las mismas anécdotas en cada borrachera. Pero ellos saben beber y no cometen las idioteces que tú, cuando te emborrachas. Los envidias. Hay que saber llevarse, carnal, la embriaguez es mental, es autocontrol. Cuántas veces acabaste tirado en la calle o en el baño de alguna disco porque te pasabas de copas. En cuestiones de ligue, tus caminos son diferentes, las niñas tienen que mostrarte su intención, jamás darás paso sin huarache, así que en la disco, sólo bebes y bebes hasta perderte, ¿y tienes aún el valor de acusarlos?, qué patán. Ya borrachos no hacen más que repetirse. Los años pasan y tú, siempre en los abismos del ahogo, los mutuos desprecios. Cuando llega la noche, algún lugar para beber de nuevo, y si alguna niña te ha llamado por teléfono, uno tiene que decidir: ser o no ser, borracho o ligador, ¿esa es la cuestión?, ¿a quién demonios puede importarle? Todos los días son similares y la adultez que tarda en presentarse. Fueron días calurosos de principio de verano. Aún no se había declarado por completo el período vacacional: aún no retiraban a los alumnos de sus clases. Sólo los vagos como tú y tus cuates, cuyos recursos financieros se veían recompensados por el trabajo pastoral de evangelización, coordinando el grupo juvenil de la parroquia de Cristo Rey como asalariados del evangelio, coordinadores becarios, cuyos pesos recibidos les permitía que después de las
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reuniones pudieran ir a filosofar sobre el sistema estoico del poder público que debían admitir en su vida. Nihilistas de pacotilla, filósofos de tocador, briagos al por mayor y sin reserva. Ya lo decía el padre Puga, son gente pública, no hagan sus desmadres donde los puedan ver, aléjense lo más que puedan, sean discretos, y aunque al principio este argumento te parecía por lo más hipócrita, no podías hacer otra cosa que consentir en que no estaba del todo equivocado; sobre todo por los acontecimientos que te arrastraron una y otra vez a ser blanco de las acusaciones de los parroquianos. Esos jóvenes que dirigen el apostolado, partida de borrachos, se quejaban las señoras y algunos ministros de oración. Si supieran de tus despertares con alguna chica cuyo nombre no recuerdas, mujeres feas que esperas jamás volver a ver, todas, fervientes ninfas catolicísimas y confesas, de las primeras que hacen fila todos los domingos para comulgar. He acá tu roja hostia, piensas en cada felación. Si las piadosas y los ministros supieran, hace mucho que los hubieran perseguido en busca de lincharlos. Atrapado en esas divagaciones, ensimismado, Alejandro García se vislumbraba por el malecón escapando de los padres de la quinceañera de los braquets, mientras en el ahora, las sensaciones del orgasmo se presentan con Selmy succionándole entero, tan intensa, con esa habilidad de treintañera mujer casada. Sus maneras de acariciarle los testículos con sus largas uñas. Te encanta, ¿verdad? Qué puedes discutir si se ha montado dándote la espalda y mientras la penetras, ella sube y baja con tu pene dentro, oferta el culo amplio para tu mirada. Nalgas durísimas que aprieta mientras te cabalga, agita la cadera hacia delante y atrás. Estira sus manos para tomarte de la punta de los pies, recostar sus senos en tus rodillas, su culo sube y baja, ella agita la cadera segura de que la imagen tiene que ser poderosa; sabe que su carne es hipnótica. Circunvoluciona sobre tu carne y la imagen de Éngreid vuelve a caer cubriéndole el rostro. Siempre era igual, toda mujer se transformaba a ratos en tu mujer, esa mujer que, hay que reconocerlo, te agrada sea tu novia. Su rostro, como máscara, oculta la sonrisa abierta de Selmy, golpeando la memoria del cómo se habían encontrado esa primera vez. Éngreid de pie junto a la fogata, al otro lado del muelle fiscal, hacia el poniente del puerto. Estaba sola, cerveza en mano, pateando la arena sobre las brasas de una fogata que se resistía a ceder al viento. Por el escándalo que sus acompañantes realizaban, Alejandro decidió quedarse para tener
la certeza de qué tipo de ganadito era el que departía sus inconsumibles deseos en la improvisada fiesta. La luz del fuego te permitió contemplar su figura de revueltos cabellos ante la brisa: morena clara, cabello ondulado rebasando los hombros, intensamente negro, con la nariz fina y los pómulos marcados, las clavículas despuntando bajo la luz lunar, la frente amplia. Con los senos desbordantes, caderas anchas, brazos delgados, y las muñecas, luego lo pudiste constatar, que podías rodear por completo con la mano. Parecía de vidrio, lo notaste enseguida, y aún hoy, ella sabe que sigue siendo tu muñequita frágil, tan frágil de tan tierna como siempre se te ha presentado. Meses después, cuando ya eran novios y la ibas a buscar a la academia, le habías dicho que sentías sus manos tan delgadas, que daba miedo romperlas. Eres de vidrio: tus manos están hechas para estar dentro de las mías, así será siempre. Tú y las promesas de la poesía.
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Se llama Éngreid. Lo dijo como en un oráculo. Éngreid la encerrada en vidrio. Éngreid que había perdido las alas al caer como caen los suicidas a la noche. Dijo su nombre después de acercarse al verte recargado en uno de los tantos barcos que descansan en la arena, como mamíferos marinos que han buscado la muerte del aire seco sobre su piel, ahí varados al paso del tiempo. Su nombre era una apuesta a su destino. A ella le pareció interesante el tipo que eras; al menos eras el único que no estaba borracho de todos los compañeros que por todo el sitio se dibujaban entre risas y bromas subidas de tono. Fueron sólo minutos para que admitiera que no te conocía, reconoció Engreíd luego, pero al principio se preguntaba con quién del grupo habrías ido al puerto, en qué carro, o amigo de quién serías. Te creyó pariente de alguien de la fiesta, no pensó en el cinismo que acostumbrabas para divertirte en los lugares sin haber sido invitado. Alejandro le aclaró, como lo hubiera hecho otro cualquiera al ver a una hermosa mujer, que se había detenido porque ella le había llamado la atención. Negaste aceptar una cerveza (beber o ligar, esa es la cuestión), pero le convidaste uno de tus cigarros. Fumaron y compartieron cuestiones sobre la noche, los cuates, los quehaceres, la vida cotidiana y el clima, siempre hablar del clima para romper el hielo. Es tan solo una niña, presentiste por sus ademanes, pero por la madurez de sus formas no creíste que lo fuera tanto. Era una mujer de carnes hechas y maduras, crecidamente bella para su edad. Quince dijo tener, acabaditos de cumplir. Tú contabas veintiún años, y te preguntabas qué hacían sueltas las niñas en noches como esas. Me equivoqué de época, tuviste que pensar, la niña de los braquets y sus suaves calzoncitos, ahora Éngreid, junto con todas las niñas del disco, la novia de Karín, todas apenas cumpliendo los tres lustros, bebiéndose la vida en sorbos de tequila, humaredas de tabaco. Tan bien alimentadas. No eras más que un patán, el mismo desgraciado de siempre, que no puede caminar sin mirarle las tetas y las formas a cuanta mujer se cruza en el camino. Ese tu acostumbrado verlas y apostar en tu interior si te las llevarías a
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la cama. Ésta debe coger riquísimo, a ésa sí se la metería, a esa otra ni aunque me pagaran, ha sido siempre tu pensamiento mientras caminas midiendo las formas de las féminas que cruzan. Cómo has traicionado, infinidad de veces, tus propios conceptos. Con alcohol encima te has llevado cada chica a la cama, que ni tú mismo podrías reconocerlo. Mujeres todas, mujeres al fin, lo sabes. Selmy gemía dulce, arrebatándolo a sus recuerdos, apretando las caderas contra el vientre de Alejandro, para que éste alcanzara la muerte de las muertes. Blanca muerte de ojos muertos. El rápido parpadeo como cola de dragón, rompiendo las entrañas del cielo raso que es todo paraíso perdido. Qué razón tenía Milton al enfrentarnos al demonio, con su ejército de ángeles negros, y tanta maquinaria revuelta en la ficción. Esa muerte instantánea que perseguimos siempre. Feliz día de muertos, reza cada sonrisa orgásmica. Comenzaste a frecuentar a Éngreid en la escuela de secretariado donde estudiaba. También vivía en San Camilo, cerca de la parroquia en la que junto con los compañeros coordinabas al grupo de jóvenes. No asistía con regularidad, harta de que su madre estuviera metida ahí todo el tiempo y exigiera tanto a ella y a su hermana, sin cumplir con los actos que se esmeraba en predicar. Juzgar y exigir, juzgar y castigar, como toda madre hipócrita con quien hay que romper a determinada edad. Éngreid tenía que soportar la diferencia con que trataba a su hermano Andrés, a quien cualquier capricho le cumplía. Estas actitudes de los que asisten a la iglesia la mantenían lejos de esa fe que te jactabas de predicar. Claro, Andrés desde los catorce años había ingresado a las juventudes del partido, y le había servido para abrirse camino como promesa de joven amaestrado a las líneas de su dirigencia. La madre de Éngreid creía que era lo mejor para todos sus hijos. Éngreid igual tuvo que entrar al grupo juvenil del partido, y con ese grupo de jóvenes estaba en el puerto el día que la conociste, festejando el final de un curso sobre liderazgo. Tú en cambio, Alejandro, le contaste de tu apostolado en la parroquia de Cristo Rey desde hacía poco más de dos años; debes de conocer a mi madre, ahí anda metida; seguramente sí, y quisiste hablarle de tu concepto de iglesia. Que no estabas de acuerdo con el padre Puga, pero asimilabas la filosofía del padre Jorge, el vicario que recién se había integrado (A qué chica puede importarle hablar de curas y dioses mientras se deja ligar en la playa; qué triste no tener más de qué hablar, pateabas la arena). Cumplías la labor de escribir canciones, obras de teatro, coordinar el coro de jóvenes, por lo que el padre Puga te daba una ayuda económica, no la llamemos sueldo,
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alguna remuneración por los esfuerzos, por el servicio, digamos, que a los 21 años te era suficiente para cubrirte los gastos, alquilar cuarto y vivir solo. Éngreid tuvo que admitir el tema de la plática por mirarte apasionado, y contribuyó contándote que mil veces preferiría estar en los grupos juveniles de la iglesia que en los espantosos grupos del partido, donde todo es una rivalidad en busca de posicionamientos. Son unos hipócritas. Míralos reír, te contaba señalando a las parejitas que deambulaban por la playa, mañana estarán hablando unos en contra de los otros. Deberías venir alguna vez, podríamos vernos de nuevo, agregaste, para reconocer que la única razón por la que la invitabas a la iglesia era para verla de nuevo sin hacer a un lado sus propias actividades. Un poco de esto, un algo de aquello era la rememoración que iba y venía, mientras penetrabas a Selmy: tú encima de ella, ella encima de ti, de costado, de pie, las felaciones, el comértela completita, hasta que ella se derramara exhausta; una Selmy que no dejaba de picarte la cresta para asegurar ser más bella que Éngreid. Éngreid, la de ojos de lechuza. A Selmy, para ser honestos, le valía totalmente madre la historia romántica de Alejandro. A su concuña no le interesaba para nada lo que le había contado, en esta ciudad se va a la iglesia a ligar, dijo y cerraba los ojos montándose de nuevo. Él no dijo más, se decidió a disfrutar los placeres que Selmy ardía en deseos de departir. Había sido la manera cortés que se le ocurrió para establecer algún tipo de plática, mostrar interés, para no decir vamos a mi casa a coger, hace días que Andrés se ha ido y como sé que eres un fácil, pues por qué no me das un poco de atención. No se podía ser así de puta, al menos no en Mérida, la muy leal y doble rostro; era mejor el fingido interés por la novia, por los estudios, los sueños e ideales, toda esa payasada social que enmascara los deseos. Cada cabeza es un mundo, y cada mujer la puta necesaria para sus propias vicisitudes; ni hablar; sigamos en la ruina, arruinados todos, y con las ruinas construyamos el palacio de nuestra propia vanidad. El rostro alegre de Éngreid durante esa primera conversación en la playa, sus ojitos entrecerrados, tal vez por el aire, la arena, quizá la ingestión de la cerveza. No hubo más que decir aquella noche. Los compañeros pasaron por él, con el reclamo del atraso de su ingestión alcohólica, y tuvo que irse, no sin antes quedar de volver a verse. Ya la muerte, tan necesaria esa noche para sus amigos, no podía pretender que alguien salvara el pellejo, todos habían comenzado juntos esa tendencia suicida después del show ‘bisnes’ de la iglesia, y era necesario arrastrarse hasta la inconciencia juntos. No estaba permitido el
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rajerismo, el no quiero, o soy conductor designado y esa sarta de estupideces que no hacen más que alentar el ñoñerismo. Beber y manejar en carretera, si morimos ya estaría de dios. Bien lo decía Armando, el consumismo y los vicios son un estado mental. Aquel que se deja arrastrar por uno u otro, y tiene necesidad de un círculo de autoayuda para salir, que se dé un balazo. Y lo firmaron con la garganta abierta. La mente es más poderosa. Tomo porque quiero, cuando no quiera dejaré de tomar, así de simple. Tal vez Armando tenía control por la bebida en ese tiempo, o un hígado joven y poderoso. Tenía veinte años, no era mucha la afectación de la conciencia y de los órganos, aún no se le cobraba factura. Ojalá Alejandro pudiera ser igual. En cambio se emborrachaba antes que los demás, aunque comenzara a beber después. Y ebrio era insoportable, Yo nunca me equivoco, decía, y si no les gusta, a la chingada. Su amistad pueden metérsela por donde les quepa, acababa salpicando saliva al hablar mientras manoteaba en el aire. Sus compañeros sabían de sus malas borracheras, y no hacían más que ignorarlo. A la mañana siguiente pagaría la consecuencia de sus derroches mentales. Alejandro fue arrebatado a los ojos de Éngreid, y sólo alcanzó a pedir verla aunque fuera un momento entre semana, quizá después de la junta de los lunes, en el atrio de la iglesia. Ella dijo que sí, que iría y le dio su teléfono. Está bien, juguemos a que nos veremos, y al doblar la esquina se olvidó de ella. Qué ganas de tirar el papelito, se dijo, ahora me la tocan al mismo ritmo, ¿será en verdad su número?, pero no se decidió a botarlo y lo guardó en uno de sus bolsillos. Después de despedirse de Selmy y bajar del automóvil en Circuito para abordar el camión, pensó en lo idiota de ponerse a recordar a Éngreid mientras su pene entraba y salía de la apretada y musculosa vagina de su concuña. Cómo no recorrer esa piel sin pensar más que en el disfrute. Lo que es la mente, intrépida en recorrer y disfrutar las sensaciones del contacto, y mantener la divagación por la niña que se está traicionando. Contar ese primer encuentro, el acercamiento a la semana siguiente, hasta hacerse novios a la tercera cita, no poder verse por culpa de la madre de Éngreid, la lucha contra la oposición a su relación que acabaría en el ministerio público, y ahora, tener dos años de pertenencia mutua. Él con sus 24, ella de apenas 17. Nunca es fácil enamorarse de una chica clasemediera. Se necesita robársela, es necesario cantársela al padre, decirle: o me dejas ir a verla, o la veré a escondidas y listo. Y se vieron a escondidas varios meses.
Ahora Éngreid estaba por cumplir los dieciocho, con una carrera técnica de secretariado y sus pininos en lo del modelaje, que parece sentarle bien en el cuerpo, en las ideas, y con todos los planes por delante para reconocerse la mujer de Alejandro, lo más pronto posible. Y él, Alejandro, con sus frustrados sueños de escritor, malogrados. Sus destellos de dirigente juvenil, lo que más fruto le ha rendido. Ideales opacados por su ligereza de enredarse con cuanta niña se le cruza en el camino, y por las constantes juergas con el grupo de coordinadores, miembros integrantes y activos del malhadado Partido del Trago Ecologista (PTE), como habían nombrado a su alcoholismo grupal, estableciendo entre sus estatutos: salvar a las juventudes del alcohol, bebiéndolo todo, Lo juro, gritaron. Cada vez más tirados a la bebida junto con su guía espiritual, el padre Jorge, aquel joven vicario que todo les permitía. La religión de la que comenzaban a escapar. Se va a la iglesia a ligar. Religión y vino, alcohol y eucaristía, evangelización y desmadre. Con un pie fuera por las quejas que llegan a oídos del padre Puga. ¿Cómo deshacerse de los coordinadores que más presencia tienen entre los jóvenes de la parroquia? Al menos vienen a la iglesia, sería peor si no vinieran a desempeñar su apostolado, ¿qué sería de ellos? Eran las justificaciones contra los remordimientos. Ay de ti si una de mis ovejas se pierde. Además las representaciones dramáticas y las canciones de Alejandro, grabadas en el estudio que para ello construyó e implementó el padre Puga en la parte superior del edificio parroquial, dejaban dinero suficiente para que en este arrabal de San Camilo, se levantara un templo católico moderno, funcional, capaz de recibir multitud de fieles, cuyas misas de sanación, eran conocidas en toda la ciudad.
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Antes de comenzar a trabajar en la parroquia, Alejandro cursó algunos diplomados de teatro, vivió el fracaso de su banda de rock por el embarazo de la vocalista y su posterior aborto, eso valió que los del grupo se lo madrearan y mandaran sus canciones al olvido. Su renacer en la iglesia católica fue gracias a la invitación que le hiciera Roberto y por sentirse prisionero del remordimiento. Jamás me involucré en el atentado suicida de Roberto, jamás me importó; al contrario, muchas veces le dije a la familia: si quiso matarse, que se joda, para qué ir a verlo, yo no me llevo con cobardes. Su madre intentó reprenderlo y le exigió se disculpara. Partamos de Yo nunca me equivoco, fue el grito de Alejandro, lo que hizo llorar a la madre de su primo y a la suya: ¿Cómo puedes tener tan duro el corazón? Cuando su primo salió adelante, Alex no supo si alegrarse o sentirse avergonzado. Era necio no hacer caso ahora que el mismo Roberto había venido a invitarlo. Por eso llegó a la parroquia de Cristo Rey, por eso o para olvidarse de Verónica, luego que ésta había perdido al hijo de ambos. Después vino su reencuentro con la vulgaridad del entreacto, es decir, nada de evangelización, sólo el glamour de estar formando un grupo de estrellitas juveniles de corte casero que representan papeles que Alejandro saca de la biblia, haciendo adaptaciones teatrales. Sin mayor reconocimiento que el llanto de los feligreses que acaparan el templo en los eventos masivos, para disfrutar del show que se prepara durante semanas, ávidos de destilar sus miserias convertidas en lágrimas de humo, ensayos y tramoyismos. Puritita pirotecnia, y ellos llore que llore su padrenuestro. Atrás quedaron los retiros y las evangelizaciones para los jóvenes del grupo que Alex coordinaba. Reconoce que no siempre fue así; alguna vez hubo una entrega intensa hacia su dios, que fue diluyéndose al paso de los años; ahora, el odio a la jerarquía eclesiástica, como le enseñó a nombrarla el padre Jorge, aquel vicario joven, iba en aumento sobre su piel y su conciencia: No digas iglesia, si quieres odiar algo que sea la jerarquía eclesiástica que, en términos mayores o menores, hay mucha diferencia.
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Ensayo tras ensayo las fricciones de sudores, gritos, amistades y deseos, crece entre los muchachos y quién puede impedirlo. Es riquísimo sentirse admirado, hablar y que todos escuchen, más cuando se es joven y se tiene el poder para decir: soy el rey del mundo. Desde que empezaste a andar con Éngreid, las niñas se han volcado hacia ti, intentando pertenecer a tu memoria y hacerte saber que la belleza de Éngreid no te puede ser suficiente. Lo que necesitas es sentirte amado. Reconciliado con dios; porque eres un hombre bendito por el amor (sexo), nacido para ser amado (coger) y amar (sólo a ti), y en este continuo deshacerse y reconstruirse, los días van pasando; Éngreid permanece a la espera de tus decisiones, mientras tú, en el camión, te sobas el pene, recordando los fluidos de Selmy, tu concuña. Y es que este noviazgo había costado las lágrimas de Éngreid, y cada regaño de su madre. Salía a hacer cualquier mandado y robaba unas monedas para llamarte desde el teléfono público. Siempre con un ven a verme, estaré en tal plaza, a tal hora debo salir a comer, sería lindo que estuvieras ahí. Sería lindo que me tuvieras y pasarme la tarde entre tus brazos, luego regresar al trabajo. Trabajaba como promotora de productos en súper mercados. Hasta la tarde que su madre la descubriera contigo en el atrio de la iglesia. Tuviste que enfrentarte a su padre, ese maestro sindicalista, siempre alcoholizado, al que poco a poco todos en su familia le perdieron el respeto, hasta su propia esposa. Pero no se obtuvo el resultado que los dos esperaron, la madre de Éngreid jamás iba a ceder, tenía planes para ella y tú llegaste a estropeárselos. Por eso el día que planearon escapar de Mérida, tuviste que soportar que Éngreid te contara que la llevaron a la policía por segunda vez para que te acusara de haberla violado. A sus diecisiete años, una niña no puede pasar la noche con un tipejo de 24. Estoy segura que la violó. Dos años hace que la anda pervirtiendo. La acosa, se la lleva a escondidas; hace un año que estoy poniendo quejas contra este tipo y nadie acá quiere ayudarme; ¡quiero que ese hombre la deje en paz! Y la enfermera que se apiadó de ella y le preguntó si eras su novio, si Alejandro García la había forzado alguna vez. Éngreid llorosa, avergonzada, alcanzó a decir No, claro que No, él es mi novio, todo ha sido consensado. Todo en nuestra relación ha sido consensado. Era la segunda vez que su madre la hacía ir a la policía a denunciar a Alejandro. La primera fue un jamás hemos tenido sexo. Ahora tenía que aclarar que todo había sido sexo consensado. Diversas fueron las ocasiones en que la madre de Éngreid los
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descubrió: en el atrio de la iglesia, en la academia, hasta esa madrugada que la sacó de casa de Alejandro cuando todo tuvo que explotar de una buena vez y para siempre. El desprecio que su madre sentía por ti, Alex, era justificable, desde la diferencia de edades, hasta el que tú eras un don nadie para ella, que quería emparentarla con algún joven rico, cuyo padre tuviera un buen puesto en el gobierno, que formara parte del partido; así su hijo Andrés podría aprovechar esa relación como impulso para su carrera política. Pero Alejandro, tampoco hiciste nada por ganártela. No me interesan ni tu madre ni tu familia, eres tú a quien quiero ver, si no quieres que te vea, me lo dices y ya. Sabes lo mal que le caes a mi madre y no haces nada por quedar bien con ella, decía una enfadada Éngreid. Doce años después Alejandro recuerda el amor por Éngreid. La única mujer a la que quiso aferrarse y de quien debió escapar, ahora llegaba de nuevo a su vida. Repasa el accidente que le dio un nuevo nombre, nueva vida y la oportunidad de ser mejor persona para sí mismo. La humanidad le había asqueado. Aborrecía mirarse en el espejo, ahí estaba aquel cínico en que se había convertido, el tipo que había intentado acostarse con cuanta mujer se le pusiera enfrente. No importando si eran hermanitas, novias o exnovias de sus amigos. Fortuito accidente que le brindó otra oportunidad. Gracias César, decía luego de rezar una oración frente a la tumba de su amigo Jorge. Donde quiera que estés. Todas las mañanas se miraba al espejo cuando se lavaba la cara. Ahí había atrapado al hombre que muriera en el accidente. Ahí te quedarás Alejandro, para siempre. No podía recordar las facciones del anterior César Cardoso. Él llevaba ahora el nombre, y un nombre es todo lo que somos. A lo que nos debemos. Como la gente nos recordará. Ahí te quedarás para siempre, Alejandro, hundido en alguna historia irreconocible. Una vez que la bola de nieve comenzó a caer, nada la detuvo. El accidente fue iniciar de nuevo. Tuvo que tomar la decisión sin importar que Éngreid se quedara esperándolo. Decidió renunciar a ella. El animal silvestre apareció de improviso en la carretera y la lucha de César Cardoso por controlar el vehículo no sirvió de mucho. La llanta derecha resbaló en el acotamiento, golpeó uno de los pequeños fantasmas puestos en la carretera, y la rótula que la sostenía se quebró, el eje se enterró en el pavimento, haciendo el carro volcar, dar dos giros y quedar destrozado con las llantas en el suelo. La adrenalina de la noche anterior seguía en la sangre de Alejandro y seguro está que esa fue la razón por la cual logró sobrevivir, mientras que el
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conductor no pudo lograrlo. Quiso auxiliar al hombre que una hora antes le había dado el aventón en el poblado de Umán, para intentar llegar a Campeche, donde quedó de verse con Éngreid, y se percató que estaba muerto. Desde donde había quedado el vehículo al rodar, no se veía la carretera, pasarían horas, con suerte días, para que alguien se percatara del accidente. En cuestión de segundos tomó la decisión. Estaba vivo. Debía dar gracias por ello. Era una señal. La oportunidad para rescatarse a sí mismo. No debo tentar al destino, pensó. El abismo al que estaba cayendo le permitía este túnel de escape. Para qué arrastrar a Éngreid a una vida que él mismo detestaba. No iré por ti, preciosa. Regresa a casa, pensó. Lo hizo con muchísima fuerza, toda su fuerza. Intentando creer que ella escucharía sus pensamientos. Como si su deseo de comunicarse con ella viajara en el aire hasta sus oídos: regresa a casa y olvídate de mí. Alejandro García ha muerto. Te libero. Tienes la vida por delante. Tu madre y tu hermano no se cansarían hasta dar con nosotros. Un corazón roto era menos importante que rescatar dos vidas, la suya y la de Éngreid. Alejandro viajaba sin equipaje. La bolsa que había preparado para el viaje, debería tenerla Éngreid, se la debió dejar Óscar cuando la llevó a la terminal. Sólo llevaba la cartera con su identificación, algunos billetes y la foto de ella que guardaba. Puso todo en la guantera. Revisó por entero el vehículo, cerciorándose de obtener todo lo que pudiera servir para identificar el cadáver. Extrajo gasolina en un botellón de agua purificada, propiedad de César, y roció vehículo y cuerpo, sobre todo el rostro, le abrió la boca para tener certeza de quemar lengua y dentadura, chorreó el combustible a los alrededores para provocar que el monte se incendiara. Tomó ropa limpia del muerto. Cogió dos bolsas de mano con todo lo de valor, encendió un cigarro, dando lentas chupadas, elevó una oración, hoy por mí…, y lanzó la colilla hacia el vehículo. Ahora Éngreid duerme en esta casa a las afueras del poblado en el sur de la entidad. Su hija duerme igual en la habitación que Alex le acomodara. Luego de una pequeña plática para sincerarse y compartir el silencio, se habían acostado en habitaciones diferentes. Ya vendrán mañana o pasado mañana las nuevas intenciones. Por ahora es necesario que todos descansemos. Que la noche cumpla con ser la preparación para otro día. Pero cómo hacer que venga el sueño. Alejandro encendió de nuevo un cigarrillo, y recordó que ahora había una niña en casa, sería mejor salir de nuevo al cobertizo. Ya en su mecedora dejó que su vista se extendiera sobre la neblina que iba aumentando minuto a minuto ocultando el paisaje nocturno.
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Explicar en el ministerio público que llevas dos años de novia con Alejandro y un año de relaciones sexuales, no es suficiente. ¿A quién le interesa el amor si las leyes son las que rigen el comportamiento de la sociedad? Apenas tienes diecisiete. Como menor te queda obedecer a tus padres. Supongo que igual tengo que soportar las bofetadas de mi madre, había dicho Éngreid, que me insulte en la calle. Lo que va a conseguir, señora, es que la muchacha se vaya de casa, dijo el licenciado con las dos mujeres frente a él, intentando evitarse. Pronto será mayor y puede suceder que no quiera estar cerca de usted nunca más. Si el sexo ha sido común acuerdo durante casi un año, y el tipo quiere responderle como pareja, para qué pelear con él. Éngreid estaba harta, era la segunda vez que su madre la llevaba a la policía para acusar a Alejandro. La primera vez ocurrió cuando aún se veían a escondidas. Ella tenía dieciséis. Su madre los sorprendió besándose en el atrio de la parroquia. Recordó al ministerio público decirle a su madre: Según ella, llevan meses saliendo y el examen que le ha hecho nuestra enfermera demuestra que sigue siendo virgen. No ha habido abuso sexual en su contra. Parece que es verdad que el joven la respeta. Debería usted estar agradecida, y si el joven quiere verla en su hogar, creo que sería lo mejor. Su hija crecerá y aunque usted le prohíba verlo, buscará la forma de verse a escondidas con él. Para qué empeorar las cosas si podemos ser civilizados. Es un alcohólico, un drogadicto, sólo quiere abusar de mi hija, había dicho la madre de Éngreid, recordando su propia juventud perdida. El tener que casarse embarazada con ese guapo maestro delgadísimo; ese simpático profesor convertido en su borracho marido, con la piel quemada por el alcohol, despatarrado en la sala de la casa, avergonzando a sus hijas. Siempre había bebido; una que es tonta y cree que los hombres cambian al casarse y tener hijos. No quiero eso para ti, Éngreid, entiéndelo, le decía su madre mientras regresaban en taxi a la casa. Lo sé mamá. Pero no es igual, pensaba la hija. Quiero que vivas muchas cosas antes de que te embaraces y arruines tu vida, que crezcas y seas feliz, que conozcas otras personas, que te diviertas y que te enamores. Mamá ya estoy enamorada de Alejandro, pensó de nuevo, escuchándola a medias mientras miraba pasar las calles y las casas por la ventana del automóvil. No soy ninguna tonta, él me respeta, y yo sé darme a respetar. Eres muy joven, había dicho Alejandro García aquella noche que comenzaron a salir. Vengo escapando de una chica mayor que yo cinco años, que se embarazó y luego perdió al niño. ¿Embarazaste a tu novia? No era mi
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novia, era una amiga. La vocalista de mi grupo, pero ya pasó, nos distanciamos, ella rehízo su vida y yo igual. Tú eres apenas una niña (le costaba admitirlo, la chica le gustaba desde que la conoció en el puerto), hay leyes que no me permiten…, y risueño le mordía los dedos de las manos que sostenía junto a su pecho. Sólo tienes quince. Pronto cumpliré dieciséis, aclaró con orgullo la chica. Mejor seamos amigos. ¿Y ver cómo ligas a esas pinches zorras que andan tras de ti?, dijo Éngreid haciendo berrinche. Ni modo que me quede solo, sonrió Alejandro, besándole las manos. No tienes por qué estarlo si me tienes. Eres una niña. Me meterían a la cárcel. Además, no podría… acostarme contigo. Qué cosas dices Alex, no creas que se te va a hacer tan fácil. No soy como tus otras mujeres. Cuando comienzan los besos y las caricias, se pasa a otro nivel sin darse cuenta. Te pediría que no permitas que pase si no estás segura. Créeme Alex, no pasará. Promételo. No digas tonterías. Si te dan ganas, me detendré a preguntarte si en verdad quieres hacerlo, y esperaré tu decisión. No pasará, no insistas, me ofendes. Eres una niña tierna, apuntó Alex, abrazándola y dándole besitos en la mejilla.
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Desde la puerta escuchó el timbre del teléfono, pero al contestar, habían colgado. Se tiró sobre la cama a mirar el techo, sentía en la nariz el dulzón aroma vaginal de Selmy. Cómo le encantó enredar la lengua entre los rizos, quedarse con ese olor a vinagre, ese aroma que penetra la piel impregnándose. El timbre del teléfono lo arrancó de ese estado de contemplación, Éngreid le habló con severidad, adoptando la pose de niña preocupada, que merece una explicación. Alejandro García la dejó hablar, retiró el auricular de la oreja y esbozó una sonrisa, una diminuta voz se extendía por la habitación. Alejandro detuvo su vista en el techo, en esa mancha que no alcanzaba a definir, parecida a un rostro, quizá un número, esto de la numerología no me preocupa demasiado, pensaba, ignorando el regaño. Por el techo se movía con sus largas patas, un opilión rojizo. La diminuta voz decía y decía cosas sobre dónde estabas, por qué no contestas, dónde dormiste anoche, te fui a ver a tu casa y no abriste, nadie de tus amigos sabe nada de ti. ¿Es un reclamo?, contestó Alejandro con desánimo al pegarse de nuevo el auricular. Porque tengo sueño, y ni un interés en dar explicaciones de mis actos, y colgó el teléfono para meterse al baño, mientras el aparato gritaba sus enojos con timbrazos. Hubo un largo silencio en el que Alex se fue desvistiendo de a poco, sobándose los testículos, rascándose un poco, enredándose los vellos entre dedo índice y pulgar, pellizcando la arrugada piel colgante de su escroto, subiendo y bajando el prepucio por su glande, disfrutando; sin dejar de mirarse en el espejo. Abrió la llave de la regadera y, apoyando los antebrazos en la pared, inclinó la cabeza para dejar que el agua resbalara en la espalda. El teléfono timbraba con furia. Alex lo ignoró, y se jabonó con lentitud: Valió la pena, ¿valdrá la pena? Y entre afirmar y preguntarse dejaba que cada pompa de jabón arrancara el recuerdo de esa indígena hermosa. Su tremendo culo. Las enormes tetas; ese delicioso y agridulce coño. Carajo qué bien la chupa esta mujer. ¿Valdría la pena? Sí. Lo ha valido, cada minuto, cada enojo de Éngreid. Si se entera no lo
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negaré, pero si solo sospecha para qué darle oportunidad a que profundice en el tema. Le diré que desconecté la línea porque tenía que dormir. ¿Valía la pena arriesgarse? Amo a Éngreid, carajo. No se merece al hijueputa que soy. Luego del baño, Alejandro revisó el refrigerador: un poco de leche, restos de refresco, pedazos de pizza. El teléfono había callado, se notaba el cansancio de sus intentos. Alejandro recordó el opilión que se paseaba por el techo, a esta hora ya habría encontrado alguna araña para cenársela, eso si algún gecko no la había atacado antes, ¿dónde se habrá metido? Se sirvió un vaso de leche helada. Lo bebió de un largo trago, y caminó unos pasos hacia su cuarto. Al lado de su cama había un ropero antiguo de madera, con el espejo para verse de cuerpo entero. Se sorprendió ante la imagen. Esa figura reflejada era él. Volvió a mirar su desnudez, ya no fue como antes del baño. El agua le había lavado la egolatría, el cuello largo, las clavículas marcadas, el rostro hermoso de ojos hundidos, nariz escapando y quijada crecida. Era su cabello castaño oscuro. Pero hacia abajo los años destructores. No son los años, se dijo, son las malditas caguamas y tantos tacos de cochinita por las mañanas; ese maldito suicidio colectivo en que nos hemos sumido los yucatecos, maldita raza perdida, alimentada de cerdos. Que razón tiene el antiguo testamento para despreciar a esas bestias, pero qué rico. De lo bueno, poco, ahh, al carajo.Tomó sus lonjas con ambas manos y las sacudió. La panza le rebosaba el vientre, se dio unas palmadas, ese abdomen de lavadero de años atrás cuando practicaba teatro callejero, allá en los jardines del Centro Estatal del Niño, cuando conoció a Verónica, había desaparecido. Era su cuerpo un absurdo. Aún se delineaban las abdominales, como una marca añeja; de perfil, la panza caía abrupta: me consuela todavía poder verme la verga, se dijo con seriedad, si continúo con esto, tal vez tengamos que despedirnos, y tomó el miembro dormido con la mano. Se dejó caer en la cama, intentando dormir. Los testículos le dolían un poco, cinco veces, pinche vieja, cinco veces, y cómo le encanta untarse el semen en el cuerpo. Cuando me vine en su boca, dejó que el semen escurriera por su barbilla y goteara hasta los senos, para con una mano embarrarse toda.Y esa forma que tiene de cerrar los ojos, llena de glotonería. Dejaba los ojitos en blanco. Tal vez todo es una linda actuación, pero el hecho de inundarme de sus flujos, me consuela. ¿Y mi Éngreid?, qué poca madre, ella preocupada. Será mejor dejarla, para qué el engaño, terminaré con ella. No vale la pena tanto daño, engañarla a cada rato, primero Alessia, ahora Selmy.
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El teléfono volvió a timbrar. No quiero discutir. Ignoró los timbrazos, dormitó unos minutos que le parecieron horas y un nuevo timbrazo le desper tó: vaya con la insistencia, levantó el auricular. Éngreid pidió disculpas: no me cuelgues por favor; él aclaró que se la había pasado en casa de su madre leyendo hasta que el padre Jorge le fue a buscar para que lo acompañe al Instituto. Se trataba del Instituto Arcoiris que daba asilo a enfermos de SIDA, y ahí se quedó a dormir, porque, junto con el padre Jorge y el padre Lugo se pusieron una jarra estupenda, platicando sobre las fallidas excursiones de chiapanecos al DF sin que nadie los pelara, por lo que se tomó la decisión del uso de los pasamontañas, remataba Lugo sin dejar que se aguase su whisky en las rocas. De no ser por esos pinches trapos, nadie los hubiera volteado a ver, y ahora “todos somos Marcos”, y se agitaban los vasos, brindando por la causa. Me ha tocado ver a Marcos recitando poemas, el tipo tiene un conocimiento amplio de literatura, te encantaría platicar con él, Alejandro, ya que es lo que has estado estudiando… Ha dejado la carrera, se adelantó el padre Jorge, pero lo estoy convenciendo a ver si quiere entrar al seminario… Éngreid era quien ahora alejaba el auricular de su oreja, estaba furiosa, quería gritar: Alex, no me importa la plática que tuviste con el padre Lugo, ni toda esa maldita farsa de ayudar a los desprotegidos que vienes a venderme… Pero Alejandro no tardó en convencerla de la certeza de su historia, ella jamás le hablaría al padre Jorge para cerciorarse de la veracidad de la misma, y en el extraordinario caso de que lo hiciera, tenía la seguridad de que el padre Jorge confirmaría lo dicho. Así de alcahuete era el padrecito. Luego añadió que estaba muy cansado, y eso era lo único cierto que podía señalar. Quería descansar y no tenía ánimo de pelear con ella. Éngreid le pidió disculpas nuevamente, le dijo con tono diferente, radiante, que a las cuatro de la tarde iba a modelar en el desfile de verano de la tienda Vivency, en la Gran Plaza, estaba feliz con la oportunidad. Con un tono de voz muy tierno añadió que ya no tenía entradas, pero como era uno de los desfiles más importantes de la temporada, la prensa iba a cubrirlo, así que para mejor suerte, la nota para el Periódico Peninsular iba a redactarla Selmy, por lo que le había pedido el favor de meter a su novio como su ayudante y su concuña había aceptado. Te debe hablar para ponerse de acuerdo contigo. Qué cosas, aún me duelen los testículos, y mi novia me arregla una salida con esta perra. Qué dirá la Selmy. Dependerá de su cinismo; creí que tal vez la situación se hiciera enojosa a la hora de vernos, esquivar miradas y
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evitarnos, pero Éngreid nos da la oportunidad de salir juntos. No pudo menos que sonreír. Selmy pasó por Alejandro a las tres y cuarto. Llevaba un vestido floreado, que se abotonaba desde el pecho hasta antes de las rodillas, era una pieza de tela cortada sin mangas y dejaba libres los atléticos brazos y hombros de esta hembra de claras facciones indígenas. Los grandes senos se apretaban contra el vestido, no llevaba sostén. Al verla, Alejandro sólo pudo decir, ¿vas a participar en el desfile? Trató de que fuera un cumplido, que no obtuvo respuesta por parte de Selmy, así que prefirió no decir más. Se sintió un estúpido ante el silencio de la mujer mientras manejaba, ensimismada. Cuando llegaron al estacionamiento de la Gran Plaza, su concuña le ofreció un gafete que tenía escrito en mayúsculas la palabra “prensa” como gritando, impresa en amarillo, rodeada de los logotipos del Periódico Peninsular y otras marcas publicitarias. Se lo iba a colgar al cuello con un cordón azul, y se reprochó esa actitud. Siempre había despreciado este periódico, que hacía más ignorantes a sus lectores. Por algunos conocidos que trabajaban en la redacción, tenía información confiable de que los redactores, por orden del dueño y los directivos, no publicaban noticias ni editoriales de personas homosexuales, ni de personas que sólo llevan un apellido, nada de hijos naturales, ¡esos bastardos! Los dueños del rotativo ni siquiera respetan a sus periodistas: unos cuates ganaron un premio nacional de periodismo, y por asistir a recibirlo, les descontaron el día. Sabía de igual forma, por las lecturas que había hecho, que el periodicucho estaba al servicio de las actitudes de la iglesia, todos los días se topaba con fotos del rector del seminario, el obsoleto padre Wong, y cómo no despreciarlo si después del huracán que destruyó medio estado, ante la pregunta del reportero de: qué harían los seminaristas, dijo con todo su cinismo: “he girado instrucciones de que los seminaristas se trasladen a los poblados y comisarías a llevar un mensaje de paz” qué poca madre, que lleven alimentos o cobijas, pinches agarrados. Ya lo decía el padre Jorge, aquel vicario joven, desde que el arzobispito cuenta-chistes llegó a la ciudad, procedente de Lomas Taurinas, la religión ha perdido toda forma; el show de la liturgia tiene nuevos entreactos, y se ha acrecentado el tener fieles ignorantes, pero felices, eso sí. Por un lado sacamos demonios, y por el otro metemos la culpa. Disfrazamos de chiste la parábola. No hay mejor forma de mantener fiel al ganado. Por culpa del padre Wong salí del seminario, contaba el padre Jorge: nunca soporté su pedantería.
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Han hecho hasta lo imposible por acabar con cualquier grupo que pretenda retomar la Teología de la Liberación, es por ello que somos pocos los que mantenemos la lucha oculta, y nos reunimos aparte. El padre Jorge, siempre el padre Jorge y sus consejas que alimentaban el rebeldismo de un Alejandro lleno de frustraciones. Este sacerdote formado en la Universidad Pontificia, este maestro del seminario peninsular, amigo del padre Lugo, y su lucha por los derechos humanos, cómplice de copas, saberes y discusiones teologales. ¿Sabes que el arzobispo de ahora estuvo envuelto en narcotráfico, se codeaba con narcotraficantes y por eso fue reubicado después del asesinato de Colosio? Alejandro, a manera de reto, preguntó a su vez: y qué dices tú, Jorge, ¿acaso no te llevas conmigo sabiendo mis gustos por la hierba?; conozco muchos chamacos que por fumarla y vender algunas grapas de coca a chavitos en los días de carnaval se sienten narcotraficantes hechos y derechos. Ilusos, gritaba el padre Jorge mientras le llenaba la copa de vino para consagrar. No la distribuyes, ¿o sí?, el padre Jorge miraba de reojo a Alejandro sin derramar gota. Pareja de impostores. Dios los crea, y ellos se juntan. En el fondo, ambos querían las reformas de la Iglesia: libertad sexual, apoyo a la homosexualidad, al uso del condón, a la libertad de las mujeres sobre su propio cuerpo. No quedaba nada en los reproches, pero había que besar el anillo del pastor. ¿El uso del condón? Pero si Alejandro García jamás lo usaba. Jorge, en cambio, se sentía atado por el voto de obediencia. De sus borracheras estaban enterados sus “superiores” y le consentían el abuso, siempre y cuando los sermones en misa fueran apegados al derecho canónico, nada de andar levantando el avispero con los fieles. Eran múltiples las ocasiones en que abogados de la diócesis corrían a sacarlo de la cárcel por sus escándalos en la vía pública (en ocasiones se liaba a golpes). Ese doble rostro de Jorge, de Alejandro, doble rostro de la Iglesia, de la prensa toda. Alejandro a punto de colgarse el gafete del periódico que tanto detestaba por su doble moral. Hipócritas, con qué cara tiro la primera piedra, no podría tirar ni la última, antes bien, deberían apedrearme junto con todo religioso. Una nueva inquisición habría de fomentar la sociedad. Juzgar a los sacerdotes debería ser su filosofía. Y a los que aman a los sacerdotes. Y a los que nunca pueden decir no, por eso que llaman voto de obediencia. Debería fomentarse el poder decir que no. ¿Y de verdad tengo que usarlo? Sólo póntelo, dijo Selmy con desgano. Serás auxiliar del fotógrafo, no tienes que cambiar tus pensamientos ni ser ultraderecha a ultranza por
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usarlo unas horas. Es para entrar al evento. Es un favor que le hago a tu noviecita, no me jodas. Alejandro mantenía la idea de un ensayo sobre el entreguismo de este periódico. Bastaba darse una vuelta por la hemeroteca y contar las fotos diarias que aparecían del rector del seminario o del arzobispo-comediante, de quien era sabido por todos los que ayudábamos en la parroquia, que cuando intervenía en alguna misa fuera de la catedral, se daba el lujo de exigir más de cinco mil pesos, con cena de lujo para él y sus compinches, que incluyera una caja de botellas de whisky. Todos dispuestos a emborracharse con la piedad de los feligreses. Su comitiva consistía en vividores que ni siquiera tenían parte en la ceremonia religiosa, sólo lo acompañaban a dar el bajonazo a la parroquia correspondiente, y se llevaban hasta a la esposa con ellos. Era increíble tener que portar un gafete de ese periódico. Alex imaginó que el plástico le quemaría el pecho y se lo puso amarrado a la presilla delantera del pantalón para que colgara frente a sus testículos. Seguro no habrá nadie en el festival que se dé cuenta de que soy ayudante de fotógrafo, o quién sabe qué puta cosa que quieres que finja ser. La posición de Alex era cuestionable, como la de todo crítico visceral. Uno de los puntos que más habían aumentado su rencor hacia aquel medio de información, era por haber enviado incontables escritos, y que no se los publicaran. Le enojaba que además se atrevieran a publicar estupideces de una burguesa imbécil que cuenta cómo su sirvienta le ha enseñado que en la pobreza también se puede ser feliz, y hace una reconstrucción de esos actos de heroísmo que su “muchacha” hace todos los días compartiendo la educación de sus hijos, y encargándose de ahorrar, porque en la pobreza, el hombre es un alcohólico y la mujer tiene que ser fuerte. “Qué temple de estas mujeres de pueblo, esta hermana, porque así he consentido en llamarle a partir de hoy, es un ejemplo que nosotras, todas las mujeres de la ciudad, debemos seguir. Como la virgen María, sufriendo por nuestros hijos las penas, estando ahí para ellos, con la sonrisa dispuesta, y sin claudicar nunca en el trabajo”. ¡Qué idiotez!, decía Alejando, mucha igualdad con “la muchacha del servicio”. Berrinchitos críticos en que los jóvenes se desgastan, suben por el tobogán de la libertad del decir, escribir, expresarse, y caen al abismo del recelo, la envidia, el rencor. Alex era de esos. Ahora me toca portar este gafete de prensa para poder entrar a ver modelar a mi novia. Soy un asco. Le faltó añadir en su pensamiento que entraba
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con la mujer que se acababa de coger y que era la esposa del hermano de su novia. Pero uno se acostumbra tanto a ser un cínico que no se da cuenta. Alejandro y Selmy entraron al evento mostrando sus gafetes, caminaron hacia el lugar de la pasarela. Aún no iniciaba el desfile, así que Selmy se puso frente a Alex y apretando los senos contra el pecho de aquel, le dijo al oído que lo siguiera. Atravesaron el pasillo, y al final del mismo, justo al doblar a la derecha, se encontraba una puerta abierta, la bodega de la conserjería. Entraron y cerraron la puerta, bloqueándola con una escoba. Con un movimiento, Selmy liberó los botones del vestido, para quedarse con una tanguita blanca, y se echó a los brazos de Alejandro. Cuando abandonaron el cuarto para ir de nuevo hacia donde se desarrollaba el evento, Éngreid aparecía en la pasarela. Los flashes de los fotógrafos le dibujaban la piel. Ella con su sonrisa intacta. Ella, y sus grandes ojos de lechuza. Alex hizo lo necesario para entrar en el campo visual de su novia. Éngreid al verlo hizo una mueca con los labios, llena de alegría. Alex sacaba fotos con la cámara digital, mientras Selmy entrevistaba a los diseñadores. Una hora después Selmy y Alejandro descansaban en la cama del motel Costa del Sol, mientras contemplaban las fotos. Es hermosa tu novia. ¿Qué te gusta de ella, su cara de niña estúpida? ¿su pose de mosquita muerta? —preguntó, riendo con sarcasmo— no debe ser tan buena en la cama, mira su carita de boba —decía mientras se abrazaba al pecho de Alejandro. Selmy tomó de nuevo el pene con la mano derecha, y se deslizó por la cama, hasta tener el glande entre los labios. Alex sintió la erección renacer. Selmy succionaba, y él se dio cuenta de lo reiterativo que se estaba haciendo el hecho de recordar a Éngreid cuando Selmy lo estimulaba. Éngreid y sus enormes ojos de lechuza, su naricita delgada, Éngreid y sus dientecillos filosos. Filosos dientes los de esta perra que me mordisquea el pene, así, mujer, eso. Después de decirle que Andrés llegaba en la tarde-noche, y que sería difícil verse más, al menos en esta semana, Selmy dejó a Alejandro en el estacionamiento de Plaza Oriente. De ahí Alex sólo tenía que caminar tres cuadras para llegar a su casa, pero no quiso hacerlo.
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Prefirió tomar el camión de Circuito Poniente y dirigirse a San Camilo, a casa de Víctor. Fue Moisés, el hermanito de Víctor quien le informó que éste se había ido a ensayar con su banda de rock, así que le marcó al teléfono móvil para invitarlo a beber. Víctor aceptó de inmediato. El ensayo estaba estancado, y con todos encabronados era mejor posponer. Luego Alejandro le habló a Juanjo, quien se encontraba con su jefe en el bar Las Torcazas. Era una mejor opción, recordó que Leandro le había dicho que podrían cantar canciones suyas, y necesitaba esos pesos ahora que estaba por dejar la parroquia. Volvió a marcar a Víctor, le dijo que pase por Armando y que lo alcanzaran en Las Torcazas ahí en el periférico, ya Karín había llegado por él, y se lanzaron para el bar. El pretexto del bar era doble: ahí cantaba una niña hermosa de nombre Blanca, junto con un chico de la iglesia de nombre Leandro, que aunque no era del PTE, de vez en cuando los acompañaba. Formaban un trío, el otro integrante estaba encargado de los teclados. Qué sonrisa la de Blanca. Sus hoyuelos eran una invitación a disfrutarla. Leandro había dicho a Alejandro que ella quería salir con él, así que tendría una oportunidad. Karín tenía su propia intención para acompañarlo: al bar también asistían bailarinas del cabaret D’Fox situado en la salida de la carretera a Cancún, sobre el mismo periférico de la ciudad, por lo que antes de ir a trabajar, las chicas pasaban a tomarse unas copas en Las Torcazas para ponerse en ambiente, y ligarse, ahora sí, a los que ellas quisieran, y no tener que fichar como acostumbraban hacerlo en el trabajo. Karín quería tener oportunidad con alguna de las chicas, al igual que Juanjo, al igual que todos. Blanca conocía a las bailarinas, así que cuando aquellos preguntaron por éstas, rápido las invitó a la mesa. Ya habían llegado Víctor y Armando, así que, luego de las presentaciones y algunas cervezas, decidieron hacer una fiesta en casa de Víctor, aprovechando que sus padres se habían ido a Tizimín y no regresarían hasta el día siguiente por la tarde-noche. Blanca estaba más que complacida porque era la oportunidad que buscaba para estar con
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Alejandro, pero éste decidió ignorarla cuando Juanjo le contó que estaba interesado en ella. Tres de las chicas del D’Fox quedaron en volver después de su show, tenían que ir primero a trabajar, pero dos de ellas, Leticia y Margot, fueron enseguida porque era su día de descanso. Se pagó la cuenta y se decidió el traslado a casa de Víctor. En el camino, Alex le pidió a Karín que lo dejara cerca de casa de Éngreid, no para pedir permiso como los demás le burlaban, sino porque se había quitado con Selmy del evento sin avisarle, y quería saber cómo estaba. Llegó a la casa y Éngreid lo recibió de mal humor. Le estuvo reclamando, además, porque tenía aliento alcohólico, aunque de todos, Alex era el que menos había bebido, porque sabía que era mal bebedor. Después de los reclamos, con la voluntad que su ser machista le imponía, Alejandro le dio vuelta a la conversación: ¿cómo te atreves a reclamarme el por qué me fui, si tú me mandaste con la estúpida de tu cuñada? De saber que la muy imbécil se iba a quitar tan pronto, mejor no iba; tú tenías boletos, y preferiste llevar a tu madre y a tu hermana, en vez de guardar el boleto para mí. Éngreid replicó: te hablé por teléfono toda la noche y no estabas. Sigues con lo mismo, ya te dije que estuve con el padre Jorge y con el padre Lugo, pareciera que me la paso perdiendo el tiempo. Qué podría hacer, qué otra cosa me quedaba, si tu cuñada tiene múltiples ocupaciones y tiene que quitarse. Bien me iba a ver con mi gafete de prensa, sin ser de la prensa, y sin una pinche cámara. Eso me pasa por ir a verte, la próxima vez ni me invites, y si me vas a invitar, voy contigo o no voy. Es una mamada eso de tener que ir con otra gente. No sé por qué carajo siempre tienes que involucrar a terceros. Sobre todo, porque, se supone, habíamos quedado que las decisiones las tomamos entre los dos, pero parece que tú decides lo que quieres sola. Es mi culpa por permitírtelo. Bueno, ya. Lo siento, alcanzaba a disculparse Éngreid, doblegando el orgullo, pensando para sus adentros, ¿cómo es posible que esté pidiendo disculpas si toda la noche le estuve hablando, se quitó del evento sin avisarme, y viene a verme con aliento alcohólico? Pero se aguantaba el rencor, los ojos le brillaban, y mantenían un ligero temblor. No sabía que Selmy se había quitado; he intentado localizarla pero no contesta, está ocupado su teléfono. Tal vez esté conectada al internet, y tú pensando cosas de mí. A ver, dime qué pensaste que hice… Me dejó en la casa, a donde me pasó a ver Karín; ahora mismo hay fiesta en casa de Víctor. Vine por ti.
¿Estás loco?, sabes que no podemos ir. Es el coctel por lo del desfile de modas, ¿no vas a ir conmigo? Ahora resulta que voy a ir al coctel sola, parece que no tengo novio. Tu novio no es adivino. Siempre los cocteles son terminando el desfile. Cuando son en la disco, agregó burlona. Ni modo que cierren la Gran Plaza sólo por nosotras.Va a ser en casa de Patricia. En unas horas.Ve a bañarte y pasamos por ti. No puedo, ya quedé con los chavos. Pues déjalos plantados. Cómo crees. Te vine a buscar. Ya hasta di coperacha. ¿Prefieres dejarme plantada? Soy tu novia. Ya quedaste con tu hermana y tus amigos, ¿y si no venía a verte?, ¿acaso no ibas a ir a la fiesta?, ibas a irte y sin avisarme, así que no digas que estabas pensando en llevarme. Alex, te he estado llamando por teléfono. ¿Por qué no hablaste a casa de Víctor?, sabes que si no estoy en mi casa estoy en casa de Víctor. No se me ocurrió. Lo siento pero no puedo ir, ve con tus amigas y diviértete. Quiero que vayas conmigo. No siempre se tiene lo que se quiere; no puedo ir, o más bien, no quiero, incluso me enoja que vayas sin mí, yo vine a buscarte; tú, en cambio, hiciste planes para divertirte sin mí, mejor me voy. Ve al coctel y disfrútalo, intentaré que se me pase el enojo en esta fiesta con mis amigos, así que cuídate, y mañana que ambos estemos de mejor humor, me hablas. Alejandro le dio la espalda y comenzó a caminar. No te vayas Alejandro, Éngreid quiso retenerlo tomándolo del brazo. Dame un beso, la jaló acercando su mejilla, pero ella rechazó besarlo. Él se separó de ella dejándola enojada. Apenas dobló la esquina para atravesar el parque, cuando ella entró a su casa llorando. Alejandro sólo alcanzó a escuchar cómo azotó la puerta.
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Cuando Alejandro llegó a la avenida que divide San Camilo de la Fidel Velázquez recordó que justo en esa esquina siempre se topaba con Alessia, con quien igual había engañado a Éngreid. Se trataba de la hermanita de Armando, quien siempre hablaba por el teléfono público de esa esquina. En aquellos días, cuando recién habían dejado de verse, Alejandro se quitó de casa de Éngreid, y al verla en la caseta se le acercó pegando sus labios a la barbilla de la chica para decir en voz alta: ya cuelga y dame un beso. No seas estúpido, dijo ella, tapando el auricular. Es mi tía con quien hablo, y retomó la conversación..., un borracho paso por acá… pero ya se fue…, y miró el rostro de Alejandro. Alessia sonreía. Alessia siempre sonreía. Alex continuó su camino. Alessia colgó el teléfono y le gritó antes de que aquel terminara de atravesar el primer carril de la avenida y trepara al camellón: ¿Te vas tan rápido?, quédate unos minutos, o te pega tu domadora. Caminó para alcanzarlo. No ha nacido todavía mujer que pueda decirse mi domadora. Ah no, y entonces por qué no has ido a la casa como antes. Eres tú la que me ha fastidiado, con tus negativas, y bien sabes que no voy a donde no me invitan. ¿Desde cuándo necesitas invitación? Siempre llegas a la casa sin avisar. Ahora es diferente. Se la acercaba tomándola de la cintura. Eres un idiota, ponía fingida resistencia. Pero no tu idiota, preciosa. La apartó sin violencia. Hacía un año que Alessia, durante los ensayos de una de las obras de la parroquia, había comenzado un juego de roces con Alejandro. Ella tenía un papel de solista, y tenía que realizar ensayos solamente bajo la presencia de los coordinadores, pero Alejandro, se había encargado de que Karín y Juanjo no estuvieran presentes cuando a ella le tocara ensayar. No les avisaba de la hora del ensayo para poder tener el cuarto de instrumentos, tan sólo para ellos. Alessia estaba encantada con la oportunidad de estar a solas con Alex. Alejandro era consciente de que, al no poder hacer oficial su noviazgo con Éngreid, seguía libre, y siendo discreto no tenía por qué evitar a Alessia.
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Al principio el ensayo consistía realmente en practicar la rutina de la chica, pero luego de los berrinches fingidos de ella, de esa coquetería que le era tan característica, y que había hecho que más de la mitad de los chicos de la colonia la tuvieran como su favorita, catalogándola como la niña de la eterna sonrisa, esas actitudes de desenfado comenzaron a tener éxito con Alex. Éste sabía que no podía resistirse mucho a la presencia de una chica que lo bragueteaba; a este tipo de niñas siempre las dejaba ser, pero luego las obligaba a rendirse con las mismas herramientas que ellas construían. Hay que jugar su propio juego. Este era el caso de Alessia, que pasaba de las sonrisitas, a los berrinches, los roces, hasta acabar enviando cartitas donde declaraba esa pasión que se le enredaba en los tobillos. Qué amor puede declarar una niña de diecisiete, apenas un año mayor que Éngreid. Alejandro lo ignoraba, pero los berrinches aumentaron, y cuando se envío la tercera carta y no se obtuvo respuesta, estalló el odio en todo el cuerpo de la chica que despuntaba sus ternuras, abriendo las alas con el humor de los días negros a flor de piel. El corazón sólo era un capricho que lo envolvía todo, que lo negaba todo, que lo ofrecía todo; eran las hormonas una marabunta que mordía las piernas, y ahí comenzó el temblor constante de los labios, en el gusto por el hombre de los ojos hundidos, en el odio por el patán irremediable. Después de unas semanas de escarceos, fue Alessia quien ignoraba las órdenes de Alex durante los ensayos, y tanto ignoraba y atrasaba a los compañeros, que Juanjo tuvo la bondad de hablar con ella, exigiendo, con gritos, que se cumplan las órdenes que dictaba Alejandro. Fue tal la violencia verbal usada por el subcoordinador, que el ensayo, ese sábado, tuvo que suspenderse, porque todos los integrantes del grupo empezaron a discutir con los dirigentes, y ya no querían participar en la obra si Juanjo seguía de coordinador. El complot de los jóvenes llegó a oídos de los sacerdotes y del coordinador general Roberto, por lo que se propuso una reunión urgente entre coordinadores y todos los del grupo de teatro y danza para aclarar la situación, el próximo lunes por la tarde. Ese lunes anunciado, por la mañana, Alejandro hizo su movimiento. Fue a ver a Alessia a la preparatoria donde la chica estudiaba; como no pudo entrar a la escuela, desde la reja vio a un conocido de la parroquia y luego de preguntarle si la conocía, y que éste dijera que sí, le pidió, de favor, decirle que la estaba esperando en la salida; Alessia apareció con el rostro agrio “¿qué quieres?” dijo de mala gana, por lo que Alejandro lanzó un ultimátum: Vienes conmigo o te quedas a aburrir en la escuela. ¿A dónde? No
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importa, ¿vienes o no? Alessia fue por sus cosas y en menos de tres minutos ya estaba en el carro que el padre Jorge siempre le prestaba a Alejandro durante las mañanas. Alex la llevó a su casa. Y después de consolarla por el trato que le dispensaba frente a los demás, le hizo los señalamientos suficientes para que ella entendiera que esa relación era imposible, por ser ella menor de edad, por ser la hermanita de Armando, uno de sus mejores amigos, porque él no era un buen tipo, y menos un tipo de fiar. Soy un perro viejo de vicios recurrentes que no te conviene. Alejandro aprovechó haberla desarmado para pedir que hablara con los sacerdotes, y deshacer la reunión programada para la tarde. Alessia hizo unas llamadas desde el teléfono de casa de Alejandro, y convenció a sus compañeros que hablaran con el padre Puga, que todo era un malentendido. De esa forma, ni ella ni Alex tenían por qué ir a la reunión de la tarde; las horas estaban dispuestas en el tiempo, sembradas en las paredes que los rodeaban, dispuestas para corromper las células, para grabar las historias, de una vez y para siempre, en la memoria. Alejandro veía la oportunidad, pero quería que ella fuera quien lo pidiera. Que se perdiera por decisión propia. Que madurara a punto de apretones. Que sus impulsos tomaran el control y escupiera encima de la culpa. Entonces la besó, fue un beso largo y electrizante que le dio mientras estaban sentados en la cama; se recostaron con lentitud, y entonces Alejandro se incorporó de improviso: Perdona, es imposible. A pesar de la perorata vertida por Alejandro García, omitió decirle que andaba con Éngreid, que a escondidas eran novios, ¿por qué decirlo?, era mejor mantener las puertas abiertas; era lo que siempre enseñaba a sus amigos, sobre todo a los más jóvenes: nunca te cierres las puertas de una mujer, no tienes que decirles todo de ti y nunca seas quien las deje, que ella entienda que cuestiones ajenas a tu voluntad te alejan de ella, que si por ti fuera, nunca la dejarías. Eso siempre logra que dejen las puertas abiertas y puedes volver a ellas cuando se te pegue la gana. Alex caminaba hacia casa de Víctor, luego de dejar enojada a Éngreid, y recordaba que así había sido con Alessia, meses de disfrutarla sin ser nunca su novio. Hasta que Alessia se sacudió la burla de la que era objeto por parte de Alejandro, marcó distancia y se apretó los labios para impedirse verlo de nuevo. Pasarían meses para eso, ahora, en la cama de casa de Alex, Alessia sentía aún el calor de aquel primer beso que le diera Alejandro, quien de
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inmediato se incorporó. Le parecía tan digno que la considerara, tan solo por el respeto a la amistad de su amigo. Tan nobles actitudes de un hombre, hacía que le interesara más. Apasionada, entendió en la negativa de Alejandro el deseo que éste sentía por ella, y vislumbró la calidad moral que se dibujaba en los ojos del patán: me respeta, se decía, valora la amistad de mi hermano, no quiere comprometerme. Sentirse amada pero con esta incapacidad de amor, mostrada por Alejandro. Un rencor negro caminaba bajo sus pies, ella pisaría con su talón esa culebra, era su destino, su marca desde el nacimiento. Una simulación vestía de colores brillantes las paredes del cuarto. Algo latía en la habitación, incomprensible para los ojos humanos. Estaba ahí, acechante. Mucho mayor que un deseo cárnico. Un talismán viviente, una reliquia que se niega a envejecer. Los miraba. Alex sentado, ella aún recostada. Armando llevaba años sin hablarle a su hermanita, sin hablar con nadie de su familia, era un extraño en casa, porque se fue de ella muy joven, cuando Alessia apenas era una niña. Su personalidad era insoportable en casa, se portaba retraído para con la familia, siempre de mal humor, pero era el cómico del grupo de amigos, el de las ideas certeras. Nunca le hubiera parecido que Alejandro anduviera con su hermanita. ¿Por qué? No creo que a él le importe, dijo ella con un mohín en el rostro, y empezaba a decir un ¿me quieres?, cuando Alejandro la atajó de golpe, y con el rostro enjuto, de fingido enojo, añadió No tienes que preguntar ¿por qué? Conozco a tu hermano mejor que tú. Andar contigo me enemistaría con él, punto. Vámonos, fingió levantarse de la cama, para que ella lo detuviera. Espera, no quiero irme todavía, quiero que hablemos. No insistas mujer. Armando acabaría odiándome, y no quiero eso ¿tú sí? Claro que no. Y cómo no iba a ser “claro que no”, cómo no iba a estar de acuerdo, ¿acaso a esta edad las niñas piensan? Ya lo había dicho el director de la preparatoria donde Alex impartiera clases un semestre; se lo dijo al momento de solicitarle su renuncia. Enojado le recriminó las lecturas que, como maestro, había entregado a sus alumnos, les dio a leer Filosofía en el tocador. Los padres de una alumna habían visto el libro en su mochila y al hojearlo se escandalizaron. No importaba la idea del año en que fue escrito, la renovación del discurso del contrato social vertidas por el Marqués de Sade, o el excelente apunte sobre las libertades humanas. No. La lectura había sido: sexo, sexo, sexo a los ojos inocentes de nuestras hijas. Tal vez no sea necesario añadir que la familia de la alumna era mormona, porque quizá hasta los más católicos hubieran reaccionado de la misma forma ante la literatura “pornográfica, soez, blasfema” como el director la
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había clasificado. El director, luego de llamar a Alejandro a su oficina, ante la mirada voraz de los estudiantes, ordenó que no les diera lecturas difíciles, ni filosóficas, menos que tuvieran temas subversivos o hasta pornográficos, porque las niñas de prepa no piensan. ¿Las niñas de prepa no piensan? ¿Las niñas de diecisiete no piensan, las niñas de quince, las niñas de trece? “Por eso hay libros escogidos para sus lecturas. Existe un programa de estudios elaborado, al que usted no se ha ceñido. A esta edad hay que darles las lecturas que la Secretaría de Educación ha dispuesto”. Alejandro nunca aceptó esta idiotez, cobró su cheque y antes de abandonar esa preparatoria encaró al director: “Su capacidad de asimilación de las obras literarias es discutible, pero al final, es su escuela, diríjala como se le pegue la gana”. Lo que era cierto, o al menos así lo creía Alejandro, es que cuando a una niña inexperta se le habla de amor, y ella corresponde, se puede lograr de ella cualquier cosa, pero no porque no piensen, sino porque creen en la fantasía del amor, piensan de más y tienen dulces esperanzas. Romper las esperanzas de una mujercita o de un inocente es espantoso. Casi como envilecer el alma de alguien, ese pecado no tiene perdón acá en la tierra, nos han enseñado, y en algo habríamos de creer. Nadie puede perdonar un pecado contra el Espíritu. Por eso odiamos a los pederastas, pero qué lindas las niñas de catorce años, qué lindas las lolitas que se tienden en el jardín mientras les cae el agua de la manguera que riega las flores. Qué lindo es mirarlas chupar una paleta con sus lentes oscuros para el sol y sus calcetas subidas hasta la rodilla. Piensan de más, van libando el conocimiento social antes que el conocimiento de los libros. Un país de pocos lectores no distingue géneros, credos y mucho menos edades. La fantasía del amor nos ciega o nos hipnotiza. Si a eso añadimos el condimento telenovelero, la fallida estampa del mito del príncipe azul, las estúpidas bellas durmientes. El cerebro se pierde en un jugo hormonal que a borbotones enciende pieles, y es esta sangre cargada de milagros la que cierra la luz a los ojos del buen juicio. Alejandro lo sabe, se sirve de ello: “haga lo que le pegue la gana, yo haré lo mío”, en esta cacería de ninfas, buen soldado es aquel que no tiene remordimientos. Siglos ya que el romanticismo contaminó los espíritus, con la ayuda de la Iglesia, y la tan útil mercadotecnia de la que todos se seguirán sirviendo. La moral ha permeado en el hecho de que las chicas deben creer en el amor. Es algo relacionado con el mono desnudo, eso de que el amor las hace fieles, y por ello no se revuelcan con los débiles, quienes siempre se quedan en el campamento con ellas; claro, los hombres fuer tes salen
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de cacería. Yo soy de esos hombres débiles, se aclara la garganta Alejandro. Acá de pie junto a la tinaja de aceite, voy fornicando con la esposa, mientras el esposo metido en ella, limpia las manchas internas para poder venderla. ¿Faltó alguna?, pregunta desde adentro a su esposa; sí esposo mío, limpia un poco más por ese lado, indica la mujer inclinada dentro de la tinaja, mientras la voy penetrando con dureza. Pero la época de la niña manejable es pasajera. La inexperiencia termina con el primer acto de violencia a los sentidos, lo que ellas puedan soportar (hay quienes toda la vida soportan, habrá que revisar la educación gremial que han vivido durante su crecimiento, su crecida torre de culpas). Sólo hay una primera vez, la experiencia se acumula, y después de la segunda, las tácticas del ligador habrán de cambiar para alcanzar la meta. Ellas tienen que ser fuertes, bravas, o acabarán sufriendo por amor.Todos sufriremos los amores y desamores, gritaremos e intentaremos sobrevivir. He acá la horca, úsenla los que no puedan con sus depresiones. Quién diría que al paso de los meses la misma Alessia tuviera valor para llamarle por teléfono a Alejandro, verlo y señalarle que la dejara en paz: alguna vez te quise Alex, pero hace ya tiempo que terminó, no insistas, no arruines nuestra amistad de años, jamás volverá a pasar algo entre tú y yo, nadie me ha lastimado tanto como tú. Todos sabían de tu noviazgo con Éngreid. Todos supieron que incluso su madre llamó a la policía para que dejaras de verla, y yo fui la última en enterarme, yo fui la estúpida que se entregaba a ti una y otra vez, cuando a ti se te daba la gana, ¿cómo pude ser tan débil? ¿acaso no tengo dignidad? No tienes idea de lo mucho que perdí por tu culpa, perdí mi mejor edad. No sabes del número de noches que me la pasé deseando la muerte cuando supe que te habían dado permiso para visitarla. Aún seguí entregándome, pero tú, tuviste que maltratarme. Eres la peor persona que pude conocer, no sólo me usaste, te burlaste de mí, de mi tranquilidad. Con qué cara le contesto a mi madre. Llegué a la casa y la veo enojadísima. Armando le había dicho que te escuchó hablar de nuestras relaciones. ¿Cómo pudiste? Poco hombre. No te fue suficiente que yo te siguiera amando a pesar de que tenías novia. Alguna estúpida esperanza abrigaba, supongo, y para ti soy una p… Nunca odiaré a nadie como a ti. Te desprecio al grado de que tu vida no me interesa, tú no me interesas, puedes morirte y bailaré desnuda bajo la lluvia, bajo la luna, orinaré sobre tu lápida si te mueres antes que yo. No te lo deseo, pero jamás me preocuparé por ti. Déjame en paz, no vuelvas a buscarme, me cansa saber de ti, que estés ahí, acechando.
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Para esta actitud de Alessia aún faltarían muchos actos, y en el momento en el cual el recuerdo se ha desplegado, ella apenas comenzaba a ceder ante la personalidad de Alejandro García. Uno siempre prefiere recordar los logros y nunca los fracasos. Las palabras eran casi frases de un manual de cazador que Alejandro disponía para su pensamiento. Alejandro nunca pensó que Alessia dejaría de amarlo, nunca se imaginó que aquella niña de la sonrisa eterna fuera tan fuerte y dispusiera de su vida como lo hizo al pasar los meses. Pero aquella tarde, Alessia aún era inexperta, por eso Alejandro se preguntó: ¿qué puede saber del amor esta chamaca?, si el hombre por el que ella está deslumbrada le dice “no digas esto”, no lo dirá, “esto no debe saberse”, entonces, por ella, nadie lo sabrá, porque no querrá verse tonta. Alejandro decidió dibujarse en la historia de Alessia: beber sus labios y desencajar el sexo. Esa tarde la gozó con orgullo. Había bastado un ultimátum y un poco de palabrería. La chica tenía la piel blanca, muy blanca, resplandeciente, con el cabello negrísimo y ondulado que caía sobre unos senos que podrían ser la patente de la perfección. Senos que despuntan sus milagros. Jamás senos mejores. Alejandro había vuelto a comprobar las maravillas de enaltecer la virginidad. Esa mañana Alessia se había entregado sin dudar. No hay mejor mujer que la que ha sentido en carne propia la llegada del orgasmo. Ven espíritu divino, trae sobre nosotros el agua viva que fue anunciada en el pozo de Samaria, dame de beber esa agua, la sal de la vida, agua que recorre las vértebras, río cósmico, mujer acuática. Ahí va, se rompe la fuente, se funde en sí misma, se le doblan las piernas y el grito puede sofocarse hasta el sudor. Está viva, está viva, la muñeca de trapo vive y convive con su creador. Diosa creadora, ha dado a luz el arcoiris. Ha parido luz, la luz, la luz que aborrecemos tanto. Ella, la mujer intacta que reina sobre la creación. La sociedad acepta de buena gana que las niñas de diecisiete no piensan y estos comentarios son los que hacen que tipos como Alejandro García, con todo y sus ideas feministas, no puedan expulsar el machismo que la educación matriarcal le ha incrustado en el cerebro. Por eso puede dolerse ante las traiciones que perpetra, puede sentir pena por la soledad de mirar el cuarto en el que vive y pensar: y a quién le cuento las cosas de amor, si estoy sólo dentro de estas cuatro paredes, de qué sirvió coger con tres niñas diferentes en el día, si en la noche la soledad es tan amplia. Gozar la virginidad de Alessia o de cualquier otra hembra da igual; pretendiendo que esta chica se libere de sus culpas, pero no de las mentiras que él pueda decir, y ¿qué es mejor?, mentirle y tenerla tonta, o engañarla mientras se
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le pica, se le estimula, como a los toros, para que se haga brava. Así las quiero, brujas y de mirada diabla. Si sobreviven, claro, renacerán de la depresión como de las cenizas. Puras hembras fanerógamas que acaben por hacerme llorar. A esto último apunta Alex, el hacer a todas las mujeres amazonas. Bravas para luchar, para entablar las discusiones necesarias que eleven el pensamiento. No ha sido de mis labios que la historia de nosotros caminó a oídos de tu hermano, le dijo Alejandro cuando ella decidió no volver a verlo. Pero te he visto una y otra vez llorosa y abrazada a la mujer de Luis Carlos. Dime tú a quién le has contado de nosotros. ¿Crees que haya sido Luis Carlos? ¿Se lo contaste a su novia? Es mi mejor amiga, por eso le conté. Ahí tienes quien le dijo a tu hermano. El tiempo y Luis Carlos se habían encargado de separarlos. Pero Alejandro mantuvo la imagen de cuando tuvo por primera vez a Alessia, por eso le había dicho mientras cruzaba la avenida: no ha nacido mujer que se pueda decir mi domadora. Y a tu estúpida noviecita cómo la llamo, dijo Alessia oponiendo fingida resistencia al abrazo, sólo un poco, justo al principio de las caricias que él imprimía con los dientes en su barbilla. Se dejaba querer y se odiaba por ello, las piernas se le doblaban. ¿Qué es lo que quieres, Alessia? Me llamas, me dices que no me vaya y cuando me quedo para disfrutarte, te echas para atrás. ¿Qué es lo que quiero? Lo que es mío, y que esa mustia me arrebató, al meterse entre nosotros. ¿Cuál nosotros? He dado vuelta a esa página y conviene que sigas mi ejemplo. No quiero que le des vuelta, faltan muchos renglones por escribirse, no quiero que las cosas se queden así, te extraño. Dijo la chica acariciándole los brazos. Sabes donde vivo, donde encontrarme. A tu casa sólo puedo ir como amigo; para jugarnos la piel tenemos kilómetros de tierra donde encontrarnos, está en que quieras. Pero no te quiero compartir, debatió la chica. “No quiero compartir”, qué estupidez. ¿Acaso pretendes una relación basada en la propiedad privada del amor? Te gustaría que fuera tu novia y anduviera con otro, añadió Alessia. No me gustaría que fueras “mi novia”, no me gusta lo de la pertenencia. No existe la propiedad privada del amor, entiéndelo. Si me engañas,
basta que tengas el cuidado suficiente de no infectarme; ésa es la valoración del respeto por la pareja, cuidar no dañarlo.Te dije que no te enamores, así que no chilles. El amor es para los subversivos. Te contradices porque tienes novia. Eres de “su” propiedad, y la chica dijo el Su con una entonación hiriente que enojó a Alejandro al verse descubierto en su hipocresía. ¿Me ves actuar como el clásico novio? No, ¿verdad? Tú más que nadie lo sabes. Acercó sus labios y besándole los ojos, sorbió las lágrimas que tenían temor de aparecer. No quiero compartirte. Soy de la sociedad y me gustan sus limitaciones. Te quiero sólo para mí, dijo dejándose besar en la boca. Dejaba que Alex pasara su lengua por el rostro y se abrazaba a él. Oscurecía y el miedo le escalaba las pantorrillas, el dolor del abandono era una garra en los intestinos, desfalleciendo por lo que sentía y no deseaba sentir. Por no poder poner resistencia a los improperios racionales que Alejandro le aventaba al rostro, le escalaba en el cuerpo, con la porosidad de sus manos, con la ternura de sus dedos expertos. Del te quiero Alejandro y siempre te voy a querer, al Toda la vida voy a odiarte, faltaba poco tiempo, y que Luis Carlos decidiera contarle a Armando de sus relaciones. Terminaba de cruzar la avenida internándose por las callejuelas privadas del fraccionamiento y se despedía mentalmente: Adiós Alessia. Olvida las pendejadas que te he dicho, ojalá pudiera cambiar las cosas. Tal vez lo decía en serio. Lo cierto es que ahora hacía lo mismo con Éngreid, la humillaba engañándola de nuevo, envolviéndola en palabras. En eso miró pasar a Alessia. Pensó saludarla. ¿Para qué? Había sido muy clara la última vez: Déjame en paz, por favor. Orinaría sobre tu tumba si te murieras. Qué rica niña, son los mejores senos que he tenido.
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Al llegar a casa de Víctor comenzaba a oscurecer aunque eran casi las ocho. La música se escuchaba desde media cuadra antes, aunque la puerta a la calle se encontraba cerrada. Al entrar a la casa, un golpe de humo lo recibió. Era una fiesta que enaltecía; una orgía consumada de esta Mérida desmaderna, donde apenas anochece guarda a sus santitos y saca a sus renacuajos a nadar en el charco de la necesidad, yo necesito de ti, y todos necesitamos, siempre andamos necesitando del otro, lo que la necesidad nos haga aparecer en la sonrisa. Alejandro entró saltando cuerpos, y piernas que se levantaban con intención de hacerlo caer. Llegó hasta la cocina, tomó una cerveza del refrigerador y volvió a salir a la terraza. No pudo distinguir muchos rostros, pero estaba seguro de haber visto a Blanca besándose con Juanjo, lo que le dio gusto. Paladeaba el sabor de la cerveza cuando Moisés llegó con Leticia y tampoco quisieron entrar. Por lo menos hubieran ido a los cuartos, dijo el hermanito de Víctor, ni siquiera se puede cambiar la música, si entras enseguida te jalan. O te manosean, aclaró Alex. Moisés tuvo la brillante idea de abrir la puerta que daba a la cocina, bloqueada desde muchos años atrás, por aquello del robo que sufrió su familia, pero era la mejor opción para llegar a las chelas sin tener que brincar los cuerpos desnudos enroscados entre sí, despatarrados en el piso, entre los muebles de la sala, y tener que arriesgarse a los pellizcos en las nalgas, las metidas de pie, los golpes y las patadas, sólo por joder, que hombres y mujeres lanzaban si alguien pasaba caminando entre ellos. Margot se daba un banquete con los miembros de Karín y de Armando, que aumentaban el placer con un poco de hierba. Era la saliva un charco de lujuria. El dulce olor de la mariguana refrescaba la escena. ¿Y tú qué? ¿Estás llegando todavía, o ya te fastidiaste adentro?, le preguntó Moisés. Voy llegando. Subo a la terraza del techo, con Leti. Si llega Vanessa le dices.
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Se trataba de Vanessa Rivas, amiga de Éngreid; esa morenota que había introducido a Éngreid en el modelaje.Vanessa llegó acompañada de Jina, las dos eran amigas de Leticia y de Éngreid. ¿Qué haces acá?, no ibas al coctel con tu novia, le preguntaron apenas verlo. No, porque ya había pagado mi parte en esta orgía… ¿Sí es una orgía?, preguntó Vanessa. Asómate. Así lo hicieron ambas, guiadas por el ímpetu del morbo, y estuvieron a punto de recibir los zapatazos que alguien del grupo lanzó hacia las cabezas que se asomaron. Al igual que Éngreid, Jina era menor de edad, Leticia y Vanessa recién habían cumplido la mayoría. Mientras que las que se encontraban en el enredo de pieles eran las chicas del D’Fox, y algunas camaradas del PTE, bravas y valerosas para tomar y fumar como se debe. Jina había sido novia de Moisés, y era amiga íntima de Leticia. Pero en las múltiples salidas que realizaban juntos, Moisés y Leticia se encontraron más afines y decidieron andar juntos, con el consentimiento de Jina, sin que por ello se haya dado un enfrentamiento o enemistad, seguían tan amigas como siempre, gentes civilizadas. En los grupos juveniles de las iglesias el intercambio de parejas entre amigos es común hasta el hartazgo, habla del poco mundo que se animan a conocer. Generalmente las parejas que se forman mantienen su relación y muchos se afirman con el matrimonio. Que poca vida conocen más allá de sus rezos. Vanessa era quien guardaba en la mirada mayor misterio. Alejandro siempre que podía disfrutaba mirarla, y hoy era ocasión para no contenerse. La desnudaba con los ojos. Vanessa tenía unos ojos cafés que seducían. Su hermosura resultaba un monumento al deseo. Carne por todos lados para ser mordida, besada, acariciada sin agotar la calma, hasta perder la cordura; muy pocos se atrevían. Era como enfrentarse a la Medusa, podrías perderte al mirar su desnudez, eso contaba la leyenda urbana. Alex quería morirse sobre ella. Era sabido que ella se dejaba admirar, gozaba de alta reputación como amante, desde antes de cumplir los dieciocho; su ser era transparente, no se ocultaba ni rajaba ante tal currícula. Morena alta, con el cuerpo de una diosa hindú, el cabello lacio le caía poco más abajo de las nalgas, era abundante y se lo cambiaba de color de acuerdo a la ocasión. Sólo ver su cabello alimentaba las fantasías de muchos hombres que querían cabalgarla, tomando ese cabello como rienda.
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Jina, Leticia y Moisés bromeaban en la terraza de arriba. Habían llegado más chicas del D’Fox y, dentro de la casa, se habían organizado múltiples shows, hasta acabar todos sin ropa. Al principio era una prenda que incluía baile, si alguien fallaba a una pregunta, o como castigo, hasta que Armando dijo: a la chingada, si al fin vamos a acabar en pelotas, mejor de una buena vez, y se sacó la ropa, por lo que las chicas del D’Fox, entre risas y risas hicieron lo mismo, lo que animó a los demás. Había llegado Roberto, ahora exlíder del grupo juvenil de la parroquia, con dos chicas que alguna vez formaron parte del coro de la iglesia, y que les gustaba andar en el desmadre con los del PTE: María Raquel y Estela. Ellas no se retiraron las ropas, pero sí compartieron los besos y caricias con algunos chicos de su preferencia, y por supuesto bebieron como se bebe en el barrio, hasta acabar la última gota. Con el arrojo de la muerte en las pupilas, sin el temor de los infiernos y sus comentadas narraciones infantiles. Beber como la noche se bebe los temores. Evitando el roce con los miembros endurecidos de sus camaradas, que penetraban y eran ensalivados una y otra vez por mujeres profesionales. Ellas sólo reían y reían junto con Roberto. Luego de Armando, Roberto fue de los primeros que acabaron desnudos, luego tocó el turno a Joaquín, quien una vez sin ropa, exasperado por la excitación, no perdió tiempo y decidió llevarse a su novia Rosalba a un cuarto de arriba, mira qué pudoroso, bromeaban las mujeres mientras eran penetradas. Será porque la chamaca apenas va a cumplir los diecisiete, dijo Roberto. A ver si nos meten a todos a la cárcel por perversión de menores. Yo ni las tetas le vi, así que a mí no me digan nada, recalcó Armando, me conformo con éstas, y seguía prendido a los senos de una de las bailarinas. Karín no perdía oportunidad. Se había prometido metérsela a todas las que se dejaran. Y esa era su búsqueda, pero se contuvo con la llegada de María Raquel, quien había sido su novia y con quien nunca tuvo sexo. No quiso parecer desesperado ante sus ojos. Leandro, Juanjo y Armando no se contuvieron. Aunque Juanjo sólo perteneció esa noche a Blanca, quien no permitió que ninguna otra chica se metiera con su hombre. Luego de servirse unas cervezas Alex regresó a la terraza con Vanessa y no tardaron en arrimarse el uno al otro, entre plática y plática, Alex la tomó de la barbilla y le había atrapado el cuello tiernamente con los labios, a lo que ella respondió apretando sus enormes senos contra su pecho. Jina los descubrió, y llamó aparte a Vanessa. Cómo te atreves a andar agasajando con Alejandro, ¿no eres amiga de Éngreid?
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Él dice que terminaron. No lo creo, pero aún así debiste esperar a que Éngreid te lo contara, y luego le hubieras dicho que el tipejo éste te gusta. ¿Estás loca?, Alejandro iba a estar con cualquiera de éstas si no estuviera conmigo. Qué importa, sería cuestión de él, pero así, ya no sólo él le es infiel a Éngreid, sino hasta tú. Estás haciendo una verdadera perrada. Él es un patán. No lo seas tú. No seas mamona, Jina, ni aguafiestas; el tipo me gusta y lo quiero tener.Yo también soy bastante patética, lo sabes. No te metas a arruinar este momento. Tú no quieres a nadie, a nadie, y la amiga se alejó enojada, subió de nuevo a la terraza.Vanessa regresó con Alejandro con una sonrisa que demostraba lo poco que le importaba el regaño de Jina. Alejandro esbozó una sonrisa cómplice, entendiendo el regaño, mientras le acercaba una cerveza. Ya sabes cómo son las cosas, espero que esto no salga de entre nosotros. Hay momentos en que es innecesario decir cualquier cosa. Tal vez tenga razón, Éngreid es mi amiga, tenía que venir a recordármelo, rió. Alejandro continuó besándola sin importar las palabras de la mujer. Bueno, es mi amiga, pero me gusta el novio,Vanessa siguió riendo coqueta, y decidida buscó la boca de Alejandro. Hizo una pausa, y se dejó caer sobre el cuerpo de Alex, quien le rodeó con los brazos la cadera. En verdad me encantas como persona y como hombre. Vamos a mi casa; nos robamos unas chelas, ¿te parece? Si vamos a tu casa lo que menos quiero es beber. Pero hay que distraer a la mojigata de Jina, dijo la chica ideando la ruta de escape. Pues qué esperamos, dijo Alejandro acercándose a ella: para eso contamos con Moisés y el arte de la distracción, y le dio un beso largo e intenso. Ella reía. Un carro parqueó en la esquina. Jina bajaba de nuevo la escalera, y se asomaba a la terraza. Del carro descendió Éngreid, hermosamente vestida con un traje de noche color azul. Vio a Jina y la llamó. Jina intentó evitar que Éngreid mirara hacia adentro de la casa, pero Éngreid puso un pie en el barandal que delimitaba la terraza y se asomó, justo cuando Vanessa y Alex se separaban del beso. ¿Es Alejandro?, preguntó irritada, incrédula. No sé, dijo Jina con extrañeza, intentando tomar sus manos, para retener su mirada. Pero Éngreid no quiso saber más, se soltó de Jina, bajó del
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barandal y corrió para treparse al coche. Vanessa fue rápido al encuentro de Jina, mientras llamaba a la amiga: espera, espera… el automóvil arrancó. Eres una estúpida, y tú un maldito, si no la quieres déjala; no te merece, mal nacido, gritó Jina, no tienes el menor grado de vergüenza.Y pasó junto a él empujándolo. ¡Díselo a tu amiga para que tome valor y me deje!, replicó, sosteniéndole la mirada, mientras la joven se alejaba. ¿Cómo te atreves, desgraciado? Jina dio media vuelta, Leticia la detuvo e intentó llevarla arriba para calmarla. Logró soltarse y regresó más enfurecida. Vanessa estaba parada a media terraza. Alex junto al barandal. ¿No te importa verdad? Increpó Jina, ahora Moisés trataba de detenerla tomándola de la cintura. Alejandro no contestó, se dio vuelta en el barandal, recargando la espalda, para mirar a Jina de frente y encendió un cigarrillo. Jina tomó a Vanessa de la muñeca derecha y se la llevó a la cocina. Desde la terraza, Alex las veía discutir. El escándalo fue tenue, al menos a nadie de los de adentro pareció importarle. El sexo se derramaba dentro de la casa como la música de Alex Sintek escapaba de las bocinas del estéreo. Alejandro fumaba cuando Vanessa se acercó. Tal vez no nos vio, así que lo voy a negar, tú también tienes que negarlo, decía Vanessa con desesperación. Ya le dije a Jina, y está de acuerdo, ese es el plan. Alejandro daba bocanadas a su cigarro. Vanessa estaba de pie frente a él esperando una respuesta afirmativa. Alejandro estalló en carcajadas. No me digas lo que tengo que hacer, haz como mejor te parezca, refunfuñó. Me gustas Alejandro, en serio me gustas. Estás ebria, y la apartó de su rostro, casi con asco. Bebí algunos tequilas para el susto. Quiero tenerte, irme contigo, que valga la pena perder a Éngreid. No seas idiota, dijo Alex empujándola, capaz de que al rato va a la casa y será peor. Vamos a un hotel, insistió la chica. Me aburres, déjame en paz, y le lanzó al rostro el humo del cigarro. En eso llegó Luis Carlos, y se detuvo a contemplar la escena. Vanessa quiso volver a abrazar a Alex: Es mi amiga, y tú, eres un desgraciado que quiso seducirme. Luis Carlos se detuvo unos segundos junto a la pareja que discutía, saludó a Moisés y a Leticia, miró en la cocina a Jina que enfurecida miraba la discusión. Luis Carlos abrió con cuidado la puerta de la casa de Víctor y recibió
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también una lluvia de zapatos. Rió y cerró la puerta. Caminó hacia Jina que estaba en la cocina, para enterarse de lo que ocurría. Ya tienes la historia, le dijo Alejandro, dando la espalda a Vanessa; ésta intentaba que él la mirara de frente, pero Alejandro se resistía, y tenuemente le empujaba las manos. Los cuatro caballitos de tequila que, uno detrás de otro, se había servido y bebido mientras discutía con Jina en la cocina, comenzaron a cobrarle factura. De nuevo Vanessa quiso abrazar a Alejandro y éste, riéndose con vulgaridad se alejó de ella. Como si jugaran a la gallinita ciega, la hermosa mujer caminaba torpemente sobre sus soberbios tacones, intentando que Alejandro la abrazara, pero Alex la esquivaba y la empujaba. Esto terminó por encender a Jina quien se lanzó enseguida a defender de la humillación a su amiga. Luis Carlos intentaba contener a Jina, y se unió al enojo de su amiga por las actitudes de Alex, y la desesperación alcohólica de Vanessa. Leticia y Moisés miraban desde el techo con recelo sin saber si reír o pedirle a Alejandro que no se pasara. Mira niña, tú no eres más que una perrita que sirve para coger, Alejandro se acercó al rostro de Vanessa y le dijo al oído: Éngreid es mucho más grande que tú en todos los aspectos, si me cuestiona, voy a decir la verdad. No lo hagas, va a pensar que soy una cualquiera, replicó la joven llevándose los dedos de ambas manos a la boca, como signo de vergüenza. Lo eres, coño. No evites tu destino. Siéntete orgullosa de que te encante la verga. Maldito, quiso pegarle, pero él le detuvo la mano y la empujó, haciendo que cayera al suelo. Desde arriba se oyeron unos gritos de déjala, ya cálmense. Luis Carlos corrió hacia la mujer, empujó a Alejandro, quien se recargó de nuevo en el barandal. Luis Carlos se inclinó para ayudar a Vanessa que no reaccionaba, y tenía la cabeza metida entre las manos. La levantó, abrazándola. La llevó hasta su carro y la ayudó a sentarse; regresó a la terraza para enfrentarse a Alejandro quien le sostuvo la mirada, Moisés se interpuso e impidió que se llegara a más. Luis Carlos le dijo a Jina que llevaría a Vanessa a su casa, pero, luego de convencerla, le contaría después a Moisés, se la llevó y disfrutó mucho con la borrachera de la joven, gozando las delicias de esa poderosa hembra antes de dejarla en su casa.
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Crecer bajo las posibilidades de obtener lo que sus caprichos deseaban, estirar la mano y tomarlo, pegar el grito y que corran hacia él a cumplirle los deseos, fue la infancia y adolescencia de Roberto, quien le llevaba poco más de diez años a Alejandro y siete a Luis Carlos, con quienes trabajaba en la parroquia de Cristo Rey. Con una madre hipocondríaca que saturó de pastillas la infancia del hijo y su hermana; un padre que, armado de su facilidad para hablar inglés y con las posibilidades de viajar siempre con su trabajo de vendedor, cumplía los deseos de sus hijos con los mejores regalos, sus vaticinios de grandeza y la posibilidad del poder del dinero que le permitían ser el proveedor a tiempo, quizá lavando la culpa de tener mujer en cada ruta de ventas. Regalos y gritos, insultos y la compra de lo mejor para su casa, para su familia, para Roberto y su hermana. Una infancia que Roberto podía presumir ante sus amigos, y que le había dibujado una meta muy alta para sus necesidades básicas. ¿Cómo no tener casa, carro, viajes y fiesta todos los días? Alejandro García era hijo único. Su padre abandonó el hogar cuando Alex cumplía quince; su madre se dedicó a trabajar para sacarlo adelante; aun así, tuvo que emplearse desde los 17 años, combinando su trabajo de mesero de banquetes en una cadena de hoteles de cinco estrellas, con la escuela de letras hispánicas en la que había depositado sus ideales ególatras. Una madre que no podía estar con él por el trabajo, que hacía hasta lo imposible por conseguir brindarle lo necesario al roto hogar. Alex García y Roberto Suárez García no habían salido juntos nunca a pesar de ser familia y vecinos. Muchos años decidieron evitarse. Roberto porque era mayor que Alejandro, Alex porque Roberto le parecía un cobarde. Fue hasta el momento en que coincidieron en la iglesia, mediante el apostolado de la dirección del grupo juvenil, que empezaron a salir para la planeación de las actividades parroquiales y posteriormente por la fiesta que armaron junto con otros compañeros de apostolado.
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Luis Carlos Suárez, en cambio, siempre fue diferente. Tenía dos hermanas mayores que le llevaban más de diez años de edad, por lo que fue siempre un consentido en casa. Su padre era maestro de primaria y había colocado a sus dos primeras hijas en el magisterio, lo mismo quería para su varoncito, pero Luis Carlos era malo para el estudio. Siendo el pequeñín, se le consintió de más, y nunca pudo destacar en la escuela, abandonando los estudios definitivamente sin terminar la preparatoria. Desde entonces y como un favor a su madre, seguía a todos lados a su primo Roberto quien le pagaba como si fuera su asistente. El trabajo de Roberto como gerente administrativo en una compañía de telefonía celular que entonces comenzaba a expandirse en el sureste, le permitía contratar a Luis Carlos como su chofer para ir de un lado para otro de la ciudad, disponible a cualquier hora. Luis Carlos lo paseaba y lo divertía sin importar el horario. Rober to se sentía admirado por él, adulado. Pero a Luis Carlos, Alejandro García, el primo por la otra familia de Roberto, no le caía en gracia, veía en él a un rival monetario; Alex no importó hasta que empezó Roberto a interesarse en él. No podía permitir que la atención de Roberto, que implicaba pérdida de recursos, se centrara en Alejandro. Por eso veía con agrado que Alex fuera un desadaptado. Un tipo raro que prefería leer que salir a la discoteca. Con los años Luis Carlos tuvo que darse cuenta de que a pesar de ser más atlético que Alex, las chicas preferían a este último. A pesar de ser mejor bailarín, Alex era quien se las llevaba después del baile. Eran parientes de Rober to por ramas diferentes de la familia, y vecinos desde la infancia, a pesar de ello, los tres se habían tratado únicamente en las fiestas de la colonia, hasta que los más jóvenes estuvieron en la preparatoria. El no beber ni fumar hacían de Luis Carlos un excelente chofer para Roberto cuando salían de fiesta, quien lo colmaba de regalos en la época en que podía hacerlo. Si un vicio podía tener Luis Carlos, entre sus muchas virtudes, eran el orgullo y la vanidad. Impecablemente vestido, sus cuatro horas diarias en el gimnasio o haciendo ejercicio cuando la economía no era suficiente, le brindaban un poderoso y atlético cuerpo, que sabía utilizar para destacar en todos los deportes, para llamar la atención de las mujeres con solo presentarse. Luis Carlos siempre pegado a Rober to, Alejandro intentando alejarse de los dos sin conseguirlo. Alex a ratos los odiaba y le parecían despreciables, y por pequeños momentos disfrutaba mucho de estar con ellos.
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Roberto podía ser gentil con ambos. Y una vez que los tres comenzaron a trabajar para el grupo juvenil de la parroquia, tuvo que intervenir y ser juez en sus interminables disputas. Roberto comenzó a preferir la compañía de Alex, porque, como él, gustaba de beber hasta perderse, y Luis Carlos no tomaba. Roberto Suárez había sido nombrado por el padre Puga para coordinar el grupo de jóvenes de la parroquia; grupo que había sido abandonado y dejado a la intemperie por el anterior líder Ramsés Muñoz, quien nunca estuvo de acuerdo con el movimiento de renovación cristiana que el padre Puga había traído para imponer en esta parroquia, apenas recibirla. Antes del padre Puga, la catequesis que se llevaba a cabo en la parroquia de Cristo Rey era como en cualquier otra, lo acostumbrado de los feligreses, liturgia solemne y cumplir cada domingo con la hora planeada de ir a la iglesia, acudir a las fiestas del calendario, las kermeses y las misas para quince años, bodas y bautizos; todo lo había revolucionado el padre Puga desde su llegada: misas multitudinarias de sanación, horarios para imposición de manos. Había asumido la renovación cristiana como parte de su estrategia para la atracción de la gente que quería otro concepto de iglesia, que coqueteaba con las religiones de los hermanos separados, más en un barrio de obreros necesitados de esperanzas: música, cantos, pirotecnia, eran necesarios y el padre Puga supo asumirlo. Su voz y carisma se lo permitieron. Gustaba de cantar y lo hacía muy bien. Lo cual le permitía ofrecer conciertos carismáticos, y contagiar esas inquietudes en los feligreses. Para que tuviera efecto a largo plazo, el padre Puga supo que tenía que influir en los jóvenes, crecer una generación de feligreses que creyeran en los dones: don de lenguas, el don de la sabiduría, el don de las visiones, esas gracias que el señor derrama sobre sus hijos comprometidos con el evangelio y que no dejan de sorprender a parroquianos escépticos. Necesitaba atraer jóvenes, y el trabajo temporal del movimiento juvenil que Ramsés Muñoz realizaba junto con su grupo no era suficiente. Necesitaba un líder carismático que tuviera dedicación completa. Con la falta de vicarios que comulgaran con la renovación cristiana, era difícil que el sacerdote que le asignaran para el puesto cumpliera con esa característica, necesitaba un seglar, un joven comprometido que quisiera hacerse cargo. El cargo que Ramsés Muñoz desempeñaba en el movimiento juvenil cuando Roberto Suárez llegó a la parroquia, era fungir como el director. Junto con él, había un número de alrededor de diez muchachos que formaban la
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totalidad del equipo motor. La idea consistía en realizar la planeación entre estas diez personas, diseñar y agendar las actividades propuestas, así como definir responsabilidades. Luego se comunicaba al sacerdote las ideas de actividades, quien les hacía sugerencias, se incluían sus comentarios y de ser necesario se realizaban cambios para después convocar a los jóvenes. Terminada la actividad, se tomaba los nombres de los participantes en el evento, pero sin utilidad porque el siguiente evento se realizaba de la misma forma. Aún juntando a más de cien muchachos, éstos volvían a dispersarse hasta nuevo aviso. El directorio de los asistentes no servía porque jamás les llamaban.Y no por desidia, egoísmo, o temor a que le quitaran su puesto en la iglesia como algunos, malas lenguas, señalaban, sino porque Ramsés no se sentía comprometido para lidiar con un grupo numeroso de jóvenes semana a semana. No contaba ni con el carisma, ni con el compromiso. Para qué meternos con jóvenes que seguro pertenecen a alguna banda, es meterse en problemas gratis. A qué cambiar las cosas. San Camilo es un barrio bravo. Obreros y amas de casa educando a sus hijos, que van creciendo entre necesidades, alcoholismo y religión. Si la religión no ofrece algo diferente, se mantendría como hasta ahora, una parroquia abandonada. Al principio el padre Puga no quería aceptar esta nueva oportunidad, su nueva parroquia era un castigo. Distaba de lo que siempre estuvo acostumbrado. Roberto conoció al padre Puga en el poblado de Hunucmá. Ahí Roberto mantenía una relación con una joven que asistía a las actividades parroquiales, y cuya familia era amiga del sacerdote, por lo que éste pasaba los domingos en casa de aquellos, invitado a almorzar, y convivía entre alcoholes y comilonas con Roberto. Se hicieron camaradas encontrados que gustaban debatir. En esos días Roberto no tenía una visión de iglesia más que para acompañar a su chica a misa, resultando en excelente crítico con el que el padre Puga gustaba discutir. Discusiones alcohólicas que llegó a enfrentarlos abiertamente, irreconciliablemente en ocasiones. En las fiestas no se habla de política ni de religión, decía la novia de Roberto, pero ellos no podían evitarlo. Fue hasta después que Roberto abandonara el hospital, cuando fue invitado por el mismo padre Puga a las misas de Sanación en la parroquia de Cristo Rey, que empezaba a renovarse. Ya para entonces su madre se sentía como la de San Agustín, porque su hijo, después de haber vivido disolutamente, ahora se convertía, a menos de un mes de regresar a la vida,
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en el coordinador general del movimiento juvenil. Había vuelto a nacer. Ella había pedido muchísimo por él, y dios la había escuchado. Ver caminar a su hijo de nuevo era signo de su poder, del enorme poder de la oración, el padre Puga la empujaba en ese camino de la fe. Eso era lo que se necesitaba, un joven que pudiera dar testimonio del poder sanador de dios. Cuando Roberto abandonó el hospital lo hizo en silla de ruedas. Sus casi dos años internado y en cama, habían hecho mella en su organismo. Su flacura era cadavérica. Apenas comenzaba a alimentarse de papillas, a tomar alimentos por la boca. Una manguera conectada a lo que quedaba de su esófago era el conducto por el que le suministraban los alimentos. Verlo daba lástima, pero Roberto quería vivir, y decidió levantarse de nuevo. Decidió luchar por seguir, enorgullecer a su madre, hacer valer los meses de desvelos que la mujer pasó junto a su cama de hospital. Hasta el hospital llegó el padre Puga a brindarle la unción de los enfermos y confesarlo. El padre Puga tenía toda la radiografía mental de Roberto, conocía sus miedos, errores y aciertos, sus temores. Le había mirado el odio y el terror en los ojos. Roberto intentó caminar, poco a poco, fue dando paso a pasito, recordando su infancia, esos días, ven hijito, ven, se repetían. Su madre le decía que No te esfuerces de más, te puedo llevar a donde quieras, no fuerces las cosas, puedes lastimarte, descansa. He descansado dos años, no puedo dormir más. Esa noche Roberto caminó la explanada de la parroquia de Cristo Rey, escuchó misa, se puso de pie, se hincó, hizo fila y comulgó. Tuvo ánimo para alabar, para aplaudir, hasta que el padre Puga le pidió que pasara al frente, ofrecerle el micrófono y dejar que lea un fragmento, apenas, de una oración. Roberto lloró, lloró todo el resto de la misa, lloró camino a casa, lloró toda la noche, en silencio, su cuerpo gemía, todo huesos, sentía que las lágrimas fluían y le limpiaban el corazón. Roberto había pasado de la fiesta eterna, a la violencia del cuerpo, a la posibilidad de la muerte, para terminar como instrumento de Dios, o al menos muchas personas, incluida su madre, lo veían en este sentido. Roberto lo tuvo todo, lo consiguió todo, y todo lo perdió de un solo golpe.Transformado en un nuevo hombre, ahora tenía una nueva oportunidad. Fue durante una plática, que el padre Puga había vislumbrado que la mejor forma de acabar con los problemas existenciales de Roberto, que lo habían conducido hasta el intento de suicidio, sería mantenerlo trabajando en la parroquia.
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Roberto se había quedado sin empleo, así que además de la coordinación de los jóvenes como apostolado, lo contrató para llevar la contabilidad de la parroquia. Roberto había sido administrador de diversas empresas que le habían permitido llevar una vida holgada, la misma vida que se había acostumbrado cuando era niño, cuando su padre era quien consentía y cubría sus necesidades. Comenzar de nuevo. Mirar el pasado. El futuro ahí adelante. El día a día que siempre se nos dificulta tanto. Rober to Suárez García tenía otra oportunidad, una vez que había logrado burlarse de la muerte.
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Para entonces el padre Puga había comenzado a vislumbrar el hecho de atraer a la parroquia la celebración del Sitio de Jericó, que unos años antes se había realizado en la parroquia de la colonia Alemán, pero vislumbró, además, que el carisma de la renovación cristiana podría significar un mejor acercamiento de esa fiesta de alabanza y oración hacia los feligreses que asistían a las misas carismáticas que comenzaban a realizarse en Cristo Rey. Multitudes que venían a traer a la parroquia a sus enfermos, peticiones de perdón, sus deseos más queridos, los sueños y su esperanza en algún milagro que partiera de su fe. El poder de la fe es desconocido, abismal, no puede medirse. Enfermos terminales, personas con capacidades diferentes, mudos, ciegos de nacimiento, alcohólicos, padres de chicos adictos a las drogas. Mujeres abandonadas, hombres y mujeres que sentían arder en su sangre el deseo por personas de su mismo sexo, todos con la marca del pecado a flor de piel, inundados de culpa, por mi culpa, por mi maldita culpa. Muchas veces el padre Puga había señalado esas necesidades espirituales que el catolicismo clásico no llena, y que en la renovación cristiana se pueden alcanzar. Él mismo, tras ser sacado de la parroquia de Hunucmá, había sentido el deseo de colgar el hábito, porque su trabajo no se reconocía y la diócesis le abandonó en el peor momento. El arzobispo no adoptó su defensa cuando la policía entró con violencia a la iglesia de Hunucmá a detenerlo como un delincuente. El arzobispo no hizo nada cuando el párroco Ernesto Puga fue arrestado, empujado, golpeado, sufrido vejaciones e insultos por su ideología, por atreverse desde el púlpito a criticar al gobierno municipal de Hunucmá, al gobierno estatal de Yucatán. Lo único que hizo el arzobispo, motivado por orden de aquellos políticos que lo querían muerto, fue culparlo también y mandarlo a un fraccionamiento que, en esos días, se encontraba sumido en el abandono y la violencia. Tantas ganas tuvo de colgar el hábito porque en él crecía un instinto, una actitud que ensombrecía aquel voto de obediencia que había jurado: rebelarse, y sacar a golpes a todos los farsantes que deciden en la diócesis, sacarlos con el látigo:
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mi casa es casa de oración. Quería regresar a su parroquia. Que el arzobispo lo defendiera, que le permitiera quedarse con sus parroquianos, enfrentar lo que tenga que enfrentar, caiga quien caiga, así tuvieran que matarlo, pero la jerarquía eclesiástica no lo permitió. Eran unos doblados a la orden del gobierno. Acomodaticios que no querían perder sus prebendas con los gobiernos. El padre Puga se sintió abandonado cuando se le llamó a la casa del arzobispado, donde se le recibió con caras largas, se le dio una orden, no se le dejó explicarse, no se le dio más explicaciones que: el voto de obediencia, Puga, y ni una palabra más.Todo pareció un regaño, una imposición, tenía ganas de decir, váyanse a la chingada, todos, pero tuvo que ser humilde. Aceptar este nuevo reto. Un fraccionamiento en zona de obreros, cinturones de pobreza antes de llegar al periférico de la ciudad, zona conflictiva, cueva de ladrones, refugio de asaltantes, personajes todos que poblaban a diario la nota roja de los periódicos locales. El templo de la parroquia de Cristo Rey había sido asaltado en tres ocasiones, el párroco saliente había sido golpeado en más de una, y era sabido que en los alrededores del templo habían violado a jovencitas que estudiaban en la secundaria técnica que se encontraba ahí, a un costado del templo. Uno podía caminar por las calles del fraccionamiento siempre con temor. Lo tomas o lo dejas, y mira que sabes cuál es tu deber, no quiero ser quien te lo recuerde, señaló el arzobispo. Sólo pisar el edificio por vez primera casi le ocasiona un desmayo. Todo lo que había hecho en Hunucmá se precipitaba en el pasado y en la indiferencia. Los grafitis cubrían las paredes exteriores del templo y se habían internado hasta en el patio de la casa cural. Sería volver a empezar, ¿con qué sentido? La gente de este barrio es cetemista, obreros al servicio del partido oficial como zombies que viven de la migaja electoral que les avientan para cada votación. El mismo partido que había intentado retenerlo preso, que lo había sacado arrestado del templo de Hunucmá. Los mismos políticos que lo mandaron golpear, que apedrearon la casa de su hermana y de algunos de sus colaboradores. Campesinos que vienen a probar suerte a la ciudad, con sueños y sin dinero, y que han ido construyendo sus casas en lotes baldíos en busca de mejorar, y al verse derrotados pelean hasta el último aliento sin importar el daño social que puedan cometer; necesario sobrevivir, necesario mantener a la familia. Hombres peleando sin camisa por la calle. Mujeres sin cultura gritándose en las esquinas, mentándose la madre. Jóvenes que abandonan la educación secundaria y buscan refugio en alguna banda, para evitar ser
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molestados por otros jóvenes. Amores tempranos, jovencitas embarazadas para repetir la misma historia generación tras generación. Todos aquí pertenecen y están bajo el dominio, lo quieran o no, del partido en el poder, ¿cómo luchar contra estos ideales de corrupción? Cuántas veces encontró pintas en las bardas del fraccionamiento acusándolo, insultándolo: Fuera el padre Ernesto, Vuelve a tu mansión, farsante, decían las pintas, ora porque sabían que el padre Ernesto Puga llegó a disgusto a esa parroquia, o porque tenían conocimiento de que provenía de una familia de riquillos criada en el barrio de Itzimná. Sabían que era el párroco de Hunucmá, la foto de su arresto estuvo en los periódicos: No queremos un sacerdote panista, decían las pintas. Fuera Ernesto. Cállate sapo. Los sacerdotes no deben opinar sobre las elecciones ni sobre los partidos. Ernesto Puga es un panista millonario, hay que sacarlo. No se puede negar que el padre Puga tuvo miedo. Las primeras noches durmió bajo llave en su cuarto, o intentó dormir, pero fue difícil conciliar el sueño. Toda la noche aporrearon las láminas del portón de la casa cural. Las sombras golpeando le aterraban. Llamó a la policía, dijeron que mandarían a alguien, pero ninguna patrulla se acercaba a determinada hora de la noche al barrio. Me han enviado a este sitio a morir. La iglesia está abandonada, nadie viene a misa, no hay dinero ni apoyo de la diócesis, es el peor lugar de la ciudad. Es un basurero. Pero una persona, agradecida con el padre Puga, un parroquiano que lo admiraba y lo iba a ver a Hunucmá, lo fue a visitar a su nueva casa. Lo miró decaído, taciturno, disperso. Le habló de un congreso de renovación cristiana que se desarrollaría en unos meses en Sao Paulo, Brasil, que él y su esposa lo habían tomado y que era maravilloso: “yo le pago el viaje, padre, para que se distraiga y además, para que mire las cosas maravillosas de la renovación cristiana”. Al padre Puga los rituales de la renovación cristiana le caían en el hígado, como a muchos sacerdotes, siempre le habían parecido una falta de respeto a las tradiciones. Muchas veces había criticado a los parroquianos de San José de la Montaña, que en Mérida era la primera parroquia en declararse renovada, cuyos feligreses habían intentado transmitir la semilla a otras colonias sin lograrlo, habían formado algunos grupos pero sin el apoyo de los sacerdotes. Tampoco se trataba de correrlos de la iglesia por sus prácticas, pero resultaba difícil e incómodo aceptar su filosofía que los hacía rayar en el fanatismo. Se había dado el caso en la capilla de San Gabriel en que el sacerdote
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Arzápalo pidió la excomunión para los dirigentes del movimiento de renovación de la capilla ubicada en la Colonia Industrial, ya que sus integrantes, no sólo decían hablar en lenguas, y hacer sanaciones en nombre de Jesús, sino que ahora comenzaban a uncir a los enfermos, a consagrar las hostias y llevar la comunión a los enfermos que no podían acudir a la misa. ¿Para qué los sacerdotes?, se filtró que comenzaron a predicar. Había sido un escándalo para la diócesis yucateca que se mantuvo oculto. Se quiso tapar el sol con un dedo. Los feligreses de San Gabriel lo tienen bien documentado porque querían a esos personajes que el capellán pidió se excomulgara. La renovación cristiana era algo diferente para la comunidad católica, había que tratar el tema con sumo cuidado. No sólo donde todo es espectacular se encuentra dios, habría que leer de nuevo a Elías, no es en el viento huracanado, ni en los terremotos, dios vino a Elías en una brisa suave. Esos personajes que fueron excomulgados se cambiaron de parroquia y continuaron con sus prácticas, con sus creencias, con la asimilación de su festiva forma de vivir su religión. Que su conciencia fuera el único grillete. Muchos de ellos se fueron a San Camilo a la parroquia de Cristo Rey, cuando el padre Puga se unió a la renovación cristiana, otros engrosaron las filas de San José de la Montaña en el sur de la ciudad. El padre Puga tardó en convencerse de hacer el viaje a Brasil, pero al pasar los días y ver el horrible edificio en el que estaba viviendo, mirar el abandono: seis ancianas y un hombre mayor en las misas de la mañana y no más de cincuenta personas en misa los domingos, supo que no contaba con el apoyo de nadie para trabajar como estaba acostumbrado. La depresión fue intensa, así que aceptó: sería bueno relajarse, pidió permiso y se fue a conocer Sau Paulo.
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Cuando Roberto Suárez García atentó contra su vida bebiéndose una botella de ácido muriático, no pensaba más que en los errores que había cometido. Éstos lo cercaban a todas horas, parecían observarlo por los rincones con sus ojitos azules. Dejó de disfrutar las fiestas como estaba acostumbrado. Los malditos errores que se acumulaban uno sobre otro aleteaban en su mente. Intentaba resarcir uno y atrás brincaba otro que le caía encima, como un furioso gato. Luis Carlos tuvo que darse cuenta, pero siempre se dijo: sabe lo que hace, seguro sabe en qué se está metiendo. Una vez se atrevió, con un discreto no lo hagas, y recibió un regaño de parte de su primo. No vengas a decir qué está o no está bien, eres el primero en disfrutar todo lo que te doy. Cómo crees que saco para pagar la ropa que traes puesta. Luis Carlos sabe que aquella vez pudo decirle, no me importa la ropa, si quieres vamos a un tianguis y la vendemos, pero no lo hagas; pero estaba tan acostumbrado a recibir con sólo estirar la mano, que mejor se quedó callado. Esa noche necesitaba que Roberto le prestara el carro para ir a ver a una chica con la que había quedado: sabe lo que hace, quién soy pa’ decirle nada. Se limitó a llevar a Roberto a la cena en casa de sus amigos, quedar en recogerlo entre doce de la noche y dos de la mañana. El truene con la chica de Hunucmá, que en menos de dos meses se había casado con un amigo de ambos, tuvo que importarle a Roberto aunque dijera lo contrario. Algo se quebró en su interior, y no había forma de repararlo, ni de sumirlo en los desperdicios de su alma. Azucena era lo único incontaminable que le quedaba. La única que podía salvarlo de ese naufragio al que estaba corriendo con premura. ¿Para qué me engaño?, se sinceró de pie junto al estéreo de la sala de su casa, sosteniendo entre sus manos los papeles de la última auditoría. Esa tarde había sacado papeles originales de la oficina, el lunes comenzarán a preguntar por los resultados. No me presentaré. Tengo que buscar tiempo. ¿Dónde? ¿Cómo resarcir el daño? Acostumbrado a vestir bien, a gastar dinero sin medida, había tomando el dinero de la empresa donde se desempeñaba como administrador,
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pensando en reponerlo luego, pero los enredos de un alcohólico no tienen salida. Más si se ocasionan invitando y pagándole la fiesta a todos esos parásitos —Luis Carlos entre ellos— que siempre rodean a un hombre necesitado de amistades, y temeroso de la soledad. Por el mismo problema de la bebida, Roberto Suárez perdió a la chica. Azucena lo amaba, o al menos así lo creía, sin embargo, después de cada fiesta Roberto prefería mandarla a casa y seguir la juerga. Martín Guzmán llegaba a visitarla cuando Roberto regresaba a la fiesta. Las pláticas se hicieron continuas, aprovechaban para salir a caminar por las tardes, cenar por las noches. De muchas fiestas Azucena, aburrida de verlo beber, se quitaba con Martín Guzmán. Incluso Roberto le hablaba por teléfono a Martín para ver si le hacía el favor de pasar por su novia y así zafarse de ella. Fiestas interminables, donde Roberto asumía los gastos. Le encantaba ser el centro de atracción, esa capacidad sin desenfado para soltar el dinero. Rodeado de amigos, de compañeros que disfrutaban con él. Luis Carlos, su primo, el que mayores ventajas sacaba: ropa, carro, una tarjeta a su nombre, que importaba si Roberto le hacía burla, si le mandaba por el hielo, si le decía qué consiguiera cervezas cuando éstas se estaban acabando. Muchas veces le llamó al celular porque necesitaba cigarros, y Luis Carlos dejaba lo que estuviera haciendo para comprarlos y llevárselos a donde estuviera. Usas mi carro, si no te gusta, yo puedo hacer las cosas, pero necesito mi carro. Roberto necesitaba complementar una vida de miseria por la confusión de no poder identificarse con la realidad (Mérida la mocha, la muy cristiana ciudad de Mérida, la muy doble moral ciudad de Mérida) no poder hablar de sus preferencias, aterido a los remordimientos. Odiar tener conciencia, no ser feliz por los recuerdos de hombres que lo poseían de la forma que su cuerpo necesitaba. Dejar dinero para que lo quisieran, para que no lo abandonaran. Y cuando estaba a punto de decidir mostrarse tal cual era, vino la auditoría y no tenía otra salida más que huir o enfrentar la cárcel. ¿Huir, a dónde? No tengo un solo centavo. Se dio cuenta que su soledad era un monstruo enorme que se lo había tragado. Sentía estar habitando el estómago de algún dios enano, un dios fallado que no tenía más ganas que vomitarlo. Un dios disoluto y contrahecho que lo vomitaba para mirarlo y mofarse de él; le apretaba las piernas, le golpeaba la cabeza con un mazo pénico, le mordía la nuca: así te gusta perrita, ¿verdad?, así te gusta que te tenga. Un dios deforme y contrahecho, jorobado, giboso, de piernas cortas y con el miembro enorme, lo perseguía al cerrar los ojos, y habitaba la casa,
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paseándose a gusto por las paredes. Déjame en paz, decía Roberto acostumbrado a su presencia. Aventando los papeles robados a la empresa, quemándolos en un recipiente de porcelana donde acostumbraba preparar las ensaladas que tanto disfrutaban los amigos que venían a cenar. Déjame en paz, gritaba, dejándose caer en el sofá. El dios contrahecho se trepaba en el brazo del sofá. Me das asco, niñita, todo lloroso y ridículo, nadie me quiere, nadie me quiere, me siento solo, me siento solo bu bu bu, me das asco. Nunca estás solo, imbécil, me perteneces desde hace mucho. Cállate. Roberto iba del sofá al estéreo, se asomaba por las ventanas hacia la calle, corría hacia la recámara y de ahí a la cocina, para regresar al sofá. Cállate, maldito, cállate. En la mesa quedaban dos líneas de coca. Se inclinó y aspiró una. Echó para atrás la cabeza. El enano había desaparecido. Su voz aún flotaba sobre sus ojos. Me perteneces. Ja, reía Roberto. Qué bien, ahora vendrán las pesadillas a controlarme. Está en que lo permita. Se levantó y acercándose al estéreo subió el volumen. La voz de Ana Torroja inundó el espacio expulsando el residuo de la voz del dios enano. Roberto levantó el tazón de porcelana y vertió las cenizas en el lavadero. Buscaba tiempo. El lunes comenzarán a preguntar por el resultado de la auditoría. Llamarán de nuevo a los auditores.Van a buscarme. No tengo nada en las tarjetas, ni cómo escapar de acá. Necesito un préstamo. El banco no me dará crédito. Eres mío escuchó que cantaba una y otra vez Ana Torroja desde el estéreo. Y ahí estaba en el sofá, sentado el mismo Roberto frente a sí mismo. Se miró y dudó. Miró sus manos mientras enjuagaban el tazón. Tocaban a la puerta, y el tazón se cayó de sus manos rompiéndose al chocar con el suelo. Roberto se detuvo. Siempre has sido mío, me perteneces, se descubrió diciendo. El otro Rober to estaba ahora mirando por las cortinas hacia la calle. Hey, tú, dijeron los dos. Rober to caminó hacia sí mismo y se miró frente al espejo del baño. Lloraba, y se mojaba el rostro con el agua que había dejado correr en el lavabo. La cruda y la mala noche comenzaron a reventarle las neuronas, los ojos nublados de lágrimas, mirando el espejo y el reflejo burlándose de su condición, maldito contrahecho, maldito miserable, eres el que me está mirando, el que todo lo ve, eres tú, ¿Qué miras? Decía a cada rato. Las palabras acomodándose en las butacas de primera fila, observaban sus temores colgados en las paredes, contemplando su miseria. Tocaban a la puer ta pero no sentía deseos de conectarse con la realidad.
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Era un pedazo de humano. El timbre sonaba sin detenerse, un zumbido se agigantaba, iba creciendo, inundándolo todo. Irritado, el mecanismo eléctrico del anuncio de alguien en la puerta, le gritaba que abriera, abre hijueputa. Roberto imaginó que era la policía, que pronto lo tendrían en un cuarto oscuro, con barrotes de hierro y que la luz no lo tocaría. Se miró vilipendiado por otros reos. Sabrían enseguida de su condición de tipo frágil. Él, que tenía tan buenas maneras, acostumbrado a ropas de telas preciosas, a vestir siempre a la moda, las mejores marcas, a gastar dinero a mano suelta, miraría los tatuajes en el torso de hombres sudorosos, de aliento pestilente, que intentarían tocarlo al considerarlo mariquita, al mirarlo débil. Soy frágil, un tipo frágil que no sabe cuidarse. Se sentó de nuevo junto al retrete y abrazó sus rodillas. Se descubría junto a su cama king size de sábanas de seda, color vino, en su habitación, con el aire acondicionado a tope. Lloraba irritado, enojado con él mismo. Las cárceles no se hicieron para mí, se dijo. Tantas equivocaciones. Dónde están los amigos. Venderé la casa. Qué sentido tiene. Quién putas toca a la puerta. ¿Será la muerte? Pensar en las horas perdidas, en las mismas torpezas, lo secuestraba a la realidad. Me van a doblegar, no podré con la cárcel, soy un tipo frágil, me destruirán. ¿Soy un tipo frágil? La culpa es de mi padre. Siempre exigiendo, gritando; noches enteras con la incertidumbre de si llega o no llega para burlarse de mí, insultarme, para sacarme de la cama y llevarme al carro rumbo al burdel, pagarle a ese espanto de mujer que se ríe de mí: no te haré daño, vamos a sentarnos un rato acá en la cama, llora si tienes ganas, le diré a tu papi que fuiste un tigre. ¿Quién estará llamando a la puerta? ¿Será la muerte? ¿Has venido por mí? Te esperaba. La muerte pasó y se entretuvo mirando las fotografías colgadas en las paredes. Roberto repasaba los números de la auditoría. La muerte llevaba un sombrero estilo panamá. Tenía los ojos grises y la piel más morena de lo que Roberto podía aceptar. ¿Tienes prisa? Está foto me encanta, dijo la muerte, en ella Roberto estaba con sus primas Ilka y Laura en un bar de Cancún. Te me escapaste. Pero todo tiene su momento. Ahora es tiempo de pagar, y la muerte sacudía los brazos, burlona, caminaba dando aplausos y elevando las piernas bailando amaneradamente. Sombra informe. Me reiré de ti al final, dijo Roberto de nuevo en el sofá. Apuró la última línea de coca que le quedaba. Puedes llevarme cuando quieras. Estoy tranquilo. Soy feliz y eso no te lo esperabas, ¿verdad, maldita puta? La muerte caminó hacia donde estaba Roberto. Sus pantalones de lino
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blanco, y su filipina impecable brillaban con la luz que filtraba desde la calle. Esta madre te matará, ja, y reía golpeándose las rodillas, agitando los brazos y aplaudiendo. Qué cosa es la muerte sino perderse en sí mismo, le dijo mientras se revisaba las uñas de la mano derecha.Ven. Acá está mi pecho, jaló a Roberto, quien pudo darse cuenta que estaba hecho un ovillo a un lado del sofá. Son estos mis labios, para besarte, maldita puta. No le diremos a tu padre, ja, la risa rebotaba en las paredes. ¿Alguien intentaba abrir el portón de su casa? Ana Torroja había quedado muda. Roberto se acercó de nuevo al estéreo. Retrocedió algunas pistas. Los acordes de Mecano le hicieron despejarse un poco, y de nuevo Ana Torroja dijo las mismas palabras: Eres mío, siempre serás mío. Qué tal estuvo la noche, decía su padre. Chingón ¿verdad?, acá si saben atender a los clientes. Bueno, dime, la mujer me dijo que estuviste muy bien para tu edad. Roberto no quería mirarlo. El sueño y la vergüenza eran mayores. Nada de mariconadas, por favor, no soportaría tener un hijo puto. Un padre endemoniado por el alcohol, que no quiso brindarme amistad más que desprecio y burla (no todos los hombres pueden ser padres, no todas las mujeres deben ser madres). No quisiste prestarme el carro, y bien que la hice cuando, después de robarlo, quedó destruido en aquel choque ¿recuerdas?, huí dejándolo con las llantas para arriba. ¿No me corriste de la casa? ¿No tienes la culpa?, claro que la tienes, eres culpable de que fuera tan débil; tanto cuerpo, para guardar tan pequeño espíritu, todo me fue robado desde niño. Me robaron la inocencia en esos burdeles a los que me arrastrabas. Por eso caminé decidido hasta la carne del maldito vecino, ese mecánico que me obligaba a mamársela cuando jugábamos busca-busca en la calle, ¿y quién me protegía? ¿tú, padre, que nunca estabas porque tenías otra familia? ¿tú, madre, que te la pasas metida con brujas que leen tarot lo mismo que hacen limpias, buscando un hechizo que haga que tu esposo se quede contigo? ¿Quién me defendió cuando a los siete años el mecánico me violaba a su antojo? Tres años el tipo estuvo violándome. ¿O era yo entregándome ante el primer amor? ¿Qué puede saber de amor un niño? Al principio me resistí, intenté decir no, lancé golpes, pero al final dejó de forzarme, yo iba feliz a visitarlo. Aunque me golpeara si se me escapaba un grito de dolor. Iba a visitarlo para permitirle introducir su pene en mi boca. Tenía siete años y él dieciséis. Se había dado cuenta de que era un chico frágil. Ahora es un estúpido pobretón y yo con harta lana. He pasado a verlo e invitarle alguna copa. Fingía no recordar lo que me hacía cuando niño, por eso le hice recordarlo, le toqué las nalgas, le toqué la polla sobre el pantalón, lo
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llevé a mi casa para mamársela, y el pendejo creyó que todo quedaría ahí, pero no. Él tal vez no lo recordara, no importó, yo sí lo recuerdo, me daban ganas de matarlo, así que hice que el marrano me la mamara igual a mí, me daban ganas de destriparlo, pero cómo, yo sería quien cayera a la cárcel. Me lo cogí al pendejo, pobre imbécil, alguna vez fue un joven atlético, ahora es un borracho sin pena ni gloria. La venganza es una zona recurrente. Ahora voy a la cárcel y cuántos estarán ahí descubriendo mi fragilidad, abusarán de mí. No pueden abusar de mí, nadie puede abusar de mí. Como tú, padre, con tus regaños, tu desamor, golpes y burlas. Padre es el que educa... Por eso me fui a Cancún. Me fui huyendo de ti, del aprendiz de mecánico, de mi destino. Huí de ti, padre, de tu malogrado cariño, de ti y de la venganza, del querer matarte como tantas veces soñé. Mis primas me dieron alojamiento, y Laura comprendió de inmediato quién era. ¿No Ilka me demostró lo natural de querer a los de mi propio sexo? Ella es un hombre dentro del cuerpo de mujer; ahí en Cancún logré ser yo, el que siempre he querido. Del brazo de Ilka que sabía defenderme, Laura, más femenina claro, pero con igual capacidad para ligar chicas. Lo real, sin máscaras. Cómo las quise, cómo las amo. Debí quedarme en Cancún. Con ellas, con mis primas. Pero el maldito pensar en mi madre, vine a verla y sus lágrimas y soledad me sedujeron. Mi hermana se había casado con otro alcohólico para representar la misma comedia familiar. Ilka y Laura, las dos lograron ser lo que querían. Yo nunca. Mérida es tan retrógrada, hipócritamente católica. Cancún es realista, moderno, veraz, a nadie le importa el otro, y a todos les importa el respetar lo que el otro quiera ser, me contaba Ilka mientras manejaba el jeep con que corríamos de cacería toda la zona hotelera. Ahí, con ellas, conocí a Enrique y su figura de semidiós. El único hombre que ha sido tierno conmigo. Respetuosamente se me entregó y me hizo suyo, me acostumbró a su suavidad. Lo desprecié porque no me gustaba que me acariciara frente a nadie; Enrique fue sincero en la despedida: “No tienes el valor de dejarte amar”. Yo le grité que no quería ser un maricón como él. Lo dejé llorando y creí olvidarlo al regresar a Mérida. En Mérida si eres puto te crucifican, no puedes descubrirte en cualquier reunión social. Si eres maricón, tienes que ser ateo. Creo en Jesucristo, ¿por qué me abandonas? Tiene razón Enrique: “No hace falta ser homosexual para ser un maricón”. Oh Dios, eres como todos, juzgas mis debilidades, mi falta de carácter. Sólo el alcohol me permite creer de nuevo, ¿será acaso el
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verdadero dios?, sólo puedo tener estos momentos, esta alegría que me deforma el rostro ante el espejo. Quise amarte, Azucena. Cómo amar lo que no se desea, cómo ir en contra de uno mismo; me acostumbré a la violencia de la carne, a sentir sus latidos entre mis labios y nalgas; a ti no te gustaba comerme, y las felaciones son necesarias. Te sentías incómoda cuando te llevaba al hotel, tus diminutos llantos luego de hacer el amor. Confesabas con el estúpido curita aquel que te pedía que nos casáramos. A una mujer de pueblo qué más le podía pedir. Era hermosa, era inteligente, pero era culposa cual católica. Cómo puedes enamorarte de otro hombre. No sabes lo que dices, no quiero escuchar más. Pobre mamá, no volveré a confesarle lo que siento, tal vez lo sospeche, pero hace hasta lo imposible por ignorarlo. Sólo quienes durmieron conmigo pueden asegurarlo, como tú, Martín, la flexitud de mi cuerpo, el arrojo, lo sabes. Aunque te ocultes en las faldas de Azucena, entre sus bragas, aunque la llenes de hijos y representes la falsa sagrada familia, sabes que fuiste mío. No me enseñaste de amor, mamá, ¿cómo podrías? Amar no es andar haciendo encarguitos a las brujas para que te devuelvan al marido. Amar es una invención, una paradoja, es un túnel en el tiempo, una fantasía. Pobre víctima que has sido, madre, víctima de mis abuelos, tus tropezones de amor con tu marido, víctima para tus propios hijos, a quienes abandonaste para cuidar a tu macho, para perseguirlo, para retenerlo. Y el maldito padre Puga, y las ideas de casorio que le metía a Azucena, ¿cómo alguien como yo va a casarse?, ¿qué sigue, tener un hijo al que le digan ahí va el puto de tu papá?, que le digan, yo me lo cogí. ¿Cómo alguien como yo va a traer niños al mundo? Estás bien con Martín, querida Azucena, ha sido lo mejor, para ti también Martín, en este pueblo los homosexuales tenemos que seguir fingiendo. Ahí va el Cristo trepado en su escoba, juzgándome siempre, con su carita de mártir crucificado. Qué fácil es dejarse matar y decir: “morí por ustedes”; ¿dónde está ese estúpido Dios del que hablan? Si dios fuera puto otra vida sería la nuestra. El cobarde se esconde arrepentido de la pendejada que hizo creando al ser humano. Maldita virgen que dejaste morir a tu hijo. Cobarde puta, cómo te atreviste, eres como mi madre, mientras a tu hijo le daban latigazos, y lo coronaban con espinas, a mí me atrapaba el hirviente desprecio de mi padre y me investían la túnica del maricón. Por eso mi madre me deja morir en mis orines. No caeré a la cárcel, no es lugar para mí.
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Roberto Suárez García se empinó una botella de ácido muriático hasta vomitar sangre. Cayó de bruces por el dolor que le abrazaba boca y garganta. Se rompió la cabeza, quedando inconsciente. El ácido le hizo un hueco en la garganta; la sangre salía a borbotones y se mezclaba con sus vómitos; se fueron acumulando los orines y heces fecales, había perdido el control de sus esfínteres, y su cuerpo era sacudido por estertores de dolor. Un cuerpo moribundo, revolcándose en su propio jugo intestinal, en su propio lodo personal, en su mugre. El timbre de la puerta volvió a escucharse, los gritos sacudían los cimientos. Luis Carlos brincó el muro y tumbó la puerta de entrada a patadas, y golpeando con una gruesa rama que arrancó de un árbol del jardín. Vio a su primo convulsionar sobre un charco malva y el negro de sus humores, con los ojos desorbitados. Lo arrastró como pudo hasta el carro. Los vecinos salían a la calle por el ruido, y se miraban unos a otros: acabaron las orgías, dijo uno, mira a los dos putos, así tenían que terminar, decía otra mujer mientras movía la escoba, a ver si no se mueren, sería lo mejor, no toques esa sangre debe tener sida.
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La parroquia de Cristo Rey se encuentra en el centro de la colonia San Camilo, colonia ubicada en la zona oriente de la ciudad de Mérida, que abarca varios fraccionamientos, corriendo desde el circuito colonias, a la altura del sitio donde se encuentra la Facultad de Derecho, cerca de la clínica número 59 del Seguro Social. La colonia abarca los fraccionamientos de El Parque, donde se encuentran vestigios prehispánicos, detrás de un supermercado. Sigue el fraccionamiento Pacabtún, luego la Fidel Velázquez, el fraccionamiento Salvador Alvarado Oriente y después, cruzando el periférico se encuentra San Camilo que da nombre a la colonia. Esta agrupación de fraccionamientos en colonias permitió reducir el número de las mismas en la ciudad, para un mejor manejo de la seguridad, ya que en cada colonia el nuevo gobierno permitió una delegación policíaca y una estación de bomberos, así como un estación de correos, mercados, escuelas, módulo de la Comisión de Electricidad, Telefónica, agua potable, oficinas administrativas para el cobro del predial y de otros trámites. Cada colonia cubría sus necesidades sin tener que trasladarse al centro de la ciudad, en parte una idea interesante, pero como todo, siempre tuvo sus protestas. El alcalde Fuentes gobernaba Mérida cuando se realizó este arreglo que hoy ya no sobrevive. Nadie logró acostumbrarse. La parroquia de Cristo Rey es un templo considerado como de los modernos, si tomamos en cuenta que en Mérida se pueden encontrar al menos tres tipos de templos católicos. Los coloniales, que cubren el primer cuadro de la ciudad, empezando por la catedral, la iglesia del Jesús, conocida como Tercera Orden, Santa Lucía, San Juan, San Cristóbal, la ermita de Santa Isabel, San Sebastián, Santa Ana, la iglesia de Monjas, Itzimná y Chuburná estos dos últimos en algún momento fueron poblados cercanos a Mérida, y con el tiempo fueron absorbidos por la ciudad. Después están los templos cuyos edificios mantienen tres naves formando una cruz como la iglesia de San Rafael, la de la Jesús Carranza, de la Alemán, de Francisco de Montejo, de la Díaz Ordaz; y un tercer tipo de edificio que simulan la estructura de la basílica de Guadalupe del Distrito Federal, como la iglesia del fraccionamiento Cordemex, la capilla
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de San Gabriel, la parroquia del parque de Sanjuanistas, la de los Pinos, de la colonia Montes de Amé y la parroquia de Cristo Rey. Así, en el templo del Cristo Rey, en la parte de atrás, se construyeron salones para catecismo, capillas de oración para realizar sanación e imposición de manos a los feligreses, organizado como una feria; sacas un boletito, esperas en una larga cola a que te atiendan; mientras se reza el rosario, cuyo murmullo se mantiene durante todo el día, como un atolondrante bisbiseo. Se cuenta también con una librería, una tienda, cafetería, almacén, el cuarto de los instrumentos musicales para los coros, que cuenta con duela y espejos rodeando las paredes; está el cuarto de jóvenes donde se reúnen los líderes de los grupos juveniles, equipado con ordenadores de cómputo conectados al Internet, utilizado para mantener informado de las actividades a los jóvenes, sitio donde se realiza la carta a los cristianos, información mensual de las actividades a realizarse en la parroquia. En la parte de arriba se encuentran las habitaciones del párroco; se ha conseguido comprar las casas de alrededor del templo, una de las cuales ha sido cedida al vicario, el padre Jorge. La parroquia cuenta además con varias capillas. Una es San Juan Bosco, otra es Juan Diego, la capilla de Los Reyes, capilla de la Candelaria. Así mismo, se ha dividido a toda la parroquia en sectores para organizar a la comunidad católica. Cada sector cuenta con una pequeña capillita, donde se imparte catecismo a los niños y se realizan rezos para tener a los fieles parroquianos cerca de dios en todo momento. En enero de 1994 el padre Puga decidió realizar el primer sitio de Jericó en la parroquia, un año antes se había realizado en el parque de la colonia Alemán, pero el padre Puga le hizo unas modificaciones y pasó de ser tan solo una adoración nocturna al santísimo durante las noches de siete días seguidos, a tener la disposición para orar durante veinticuatro horas al día durante siete días seguidos sin descanso. Se trataba de una misa de apertura en lunes, luego horarios de adoración entre todos los grupos de la parroquia y los sectores, así como el público que asistiera. Durante los días se llevaban a cabo sanaciones, misa en la mañana y misas multitudinarias por la noche. Se invitaba a diferentes sacerdotes, tanto de la diócesis como del interior del estado o de otros estados de la república. Cada día el sacerdote invitado ofrecía alguna plática y oficiaba la misa, al terminar daba la vuelta a la parroquia con el paño de hombros y la custodia con el santísimo sacramento en las manos, adelante iba una banda de guerra y detrás los feligreses; durante esta fiesta los jóvenes tenían su noche especial,
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los sábados, para lo cual se planeaban actividades los meses anteriores. El lunes siguiente era la clausura rimbombante, en la que, según la creencia, caerían las murallas que representaban los pecados que cada uno ofrecía. Uno de los invitados era el arzobispo de Yucatán, el cuentachistes, se le invitaba por el “ni modos, no queda de otra”; a él no le interesaba la renovación cristiana, pero estaba convencido de que con el padre Puga había una enorme posibilidad de ganar muy buenos pesos. Por celebrar una de las misas dentro del Jericó, el arzobispo cobraba más de 5 mil pesos, con cena para él y sus colaboradores, que ni llegaban a la misa sino sólo al convivio, trayendo a sus esposas, amigos, hijos. Cena para cincuenta personas en que se tenía que repartir al menos dos cajas de whisky. La celebración de la fiesta del Sitio de Jericó tenía su origen en la historia de Josué. Una vez cruzado el río Jordán, intenta alcanzar la tierra prometida y se topa con la ciudad amurallada de Jericó que no les permite el paso. Josué es instruido por dios para tomar la ciudad. Durante seis días seguidos dan una vuelta alrededor de la ciudad, y el séptimo día dan siete vueltas, al final de la última vuelta van tocando las trompetas, es en este momento cuando las murallas de Jericó se desmoronan. El símbolo del sitio de Jericó contemporáneo es el hecho de que la oración puede destruir los muros, al parecer infranqueables, del pecado. La fiesta se llevó por vez primera en un extinto país comunista, donde la religión católica no era aceptada por la política del gobierno. Los cristianos eran perseguidos, realizando sus ceremonias a escondidas. Un grupo de sacerdotes, basándose en la anterior historia bíblica, piden al señor que los muros de la incomprensión, y la libertad de cultos obtenga el permiso de la ley, y se les permita desarrollar sus creencias sin persecución. Convencen a sus parroquianos de hacer un plantón para orar en la plaza principal de la capital donde, con el santísimo sacramento presente, piden durante siete días que se les permita desarrollar sus ceremonias, que se acepte la libertad de cultos. La policía no puede sacarlos de la plaza porque la prensa internacional ha puesto los ojos en ellos, y sería convertirlos en mártires. Dos días después del plantón, toda la comunidad europea pide al gobierno de ese país acceder a legislar nuevamente sobre la libertad de cultos, al tercer día se reúne el parlamento a discutir, el cuarto, se dice que no, que el catolicismo es el opio de la sociedad y va en contra de todos los manifiestos comunistas. La oración de los fieles continúa, Naciones Unidas interviene, piden que se vuelva a reflexionar; el Papa pide al mundo hacer oración por estos
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hombres y mujeres; el país entero se detiene, y son miles los que se encuentran en oración en las calles principales. Ya no sólo son los católicos. Como lo que se pide es la libertad de cultos, todas las sectas, y otras religiones se han unido en oración para pedir por el respeto a las libertades humanas de agruparse, la libertad a sus creencias: católicos, ortodoxos, judíos, musulmanes. La mañana del último día programado, tropas armadas sitian a los feligreses, los rodean con tanques y tanquetas que esperan la orden de disolver la manifestación a pesar de que ahí se encuentran niños, mujeres y ancianos. El mundo entero sitúa sus ojos sobre el pequeño país comunista y antes de que caiga la noche se lee la resolución: cualquier hombre tiene la libertad de tener las creencias religiosas y agruparse de acuerdo a ellas, pero nunca más en sitios públicos, que todos los templos que se destinen tendrán que ser propiedad de personas físicas o morales y que tienen que entregar cuentas de sus entradas económicas; ni una iglesia podrá poseer propiedad privada, será el estado quien continué siendo el recipiendario de los bienes inmuebles, y parte de las donaciones a las iglesias se destinarán al estado como un impuesto creado con tal motivo, y este recurso se destinará a la educación, que seguirá siendo científica y libre. A los feligreses no les importó el pagar impuestos en exceso, sino que la represión terminaba, podía uno decir abiertamente que era creyente de tal o cual religión sin que se le acuse de sedición. Era el triunfo de la oración. Dios los había escuchado y tocó el corazón de los ministros. En esta historia contemporánea se basaba el Sitio de Jericó que se representa en la parroquia de Cristo Rey. El triunfo de dios, el triunfo de Jesucristo, Jesús vive entre nosotros. Lo que el padre Puga vivió en el congreso de renovación de Sao Paulo lo había tocado; había vuelto a descubrir su cristianismo, a recordar por qué se había hecho sacerdote. Recordó sus años en el seminario, o antes de entrar a él, cuando era un niño-bien que estudiaba en el Colegio Universitario Marista, junto con los niños más ricos de la ciudad. A él nunca le faltó nada, su amor a los pobres venía porque podía mirarlos por encima del hombro, condolerse de su miseria. Siendo rico, los pobres le hacían cuestionarse ¿por qué no pueden tener lo mismo que yo?, y cuando sintió el llamado, pudo entender su destino. Su padre lo había despreciado, cómo es posible, eres mi hijo, tienes todo y renuncias a ello para ser sacerdote, para vivir de lo que te den un grupo de seres humanos miserables, que tal si te mandan a una parroquia del carajo, te morirás de hambre; y con el tiempo cayó en una parroquia como la que su padre predijo.
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Habíase acostumbrado a que, como seminarista consentido de muchos, jamás vio la miseria del pueblo de dios, siempre asistía a parroquias del norte de la ciudad, acompañaba a sacerdotes que lo tenían todo y le brindaban una experiencia diferente a la real, llena de luz y posibilidades. Como seminarista sirvió en la iglesia del parque de Sanjuanistas, en la iglesia de la colonia Jesús Carranza, en el templo de Tercera Orden, en la parroquia de Itzimná. Por eso cuando lo enviaron como párroco al municipio de Hunucmá, accedió de inmediato, podría conocer al pueblo de dios, al pueblo maya del que tanto le hablaban en las fábulas del seminario. Pocos sacerdotes de origen maya había conocido. Uno de ellos fue el padre Jorge, en aquellos días un jovencito delgado que venía de un poblado del sur del estado, con enorme humildad, quien luego lo acompañaría como vicario años después. Con él trabó amistad muy poco tiempo, porque Jorge, por ser tan destacado, fue enviado a la Universidad Pontificia. Igual conoció al padre Russel, quien le presentó a su confesor, el padre Guadalupe Arzápalo. Y fue este hombre santo quien le infundió, durante muchos años, el amor a la vida, al conocimiento, el respeto por la humanidad, el respeto por el otro. Sus años en Hunucmá lo formaron como sacerdote. Conoció la miseria, el alcoholismo de los campesinos, la desintegración familiar y sobre todo, el abuso de poder de las autoridades municipales, quienes se enriquecían a costa de los pobladores. Las ideas de la teología de la liberación cayeron por vez primera ante sus ojos. Estuvo en Hunucmá, como un idealista soñador, y el padre Arzápalo era el único al que podía darle a conocer sus odios y rencores que le inundaban. Le era imposible desvincularse. Él, que se sabía un hombre rico, hijo de ricos, no entendía que tuviera que sufrir desplantes de “indios alzados” como él llamaba a esos alcaldes pueblerinos que con un poco de poder se jactaban y ofendían, atropellando la ley en busca de beneficiarse, no sólo con dinero, sino con terrenos que les quitaban a los pobladores más ignorantes. El padre Puga quería detenerlos. Máxime si ese alcalde iba a burlarse de él, a pedirle confesión, y le decía, sin arrepentirse claro, que había violado y abusado de jovencitas, arrebatado el hogar de ancianos, vendido terrenos, traficado plazas para sus amigos en el magisterio. Tenía que escucharlo y aunque el tipo luego se levantaba con su cara de arrepentido incómodo, el padre Puga sabía que se trataba de una burla. El padre Arzápalo lo escuchaba y le pedía que fuera fuerte, que no se dejara doblegar por ideas de revanchismos. Pero Puga no pudo más y comenzó a arengar a los feligreses en contra del gobierno,
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en contra del partido en el gobierno, lo que le valió que entraran a la iglesia por él, una noche en que ofrecía misa. Ensombrecido se escondía sentado en una banca, intentando pasar desapercibido en el congreso de Sao Paulo, reflexionando, cuando el Santísimo se detuvo junto a él, un padre de Paraguay le miró y le acercó la hostia consagrada, él intentó ponerse de pie, y sintió que Cristo estaba ahí mismo, pudo sentir su presencia rozándole la sotana, lo recordó en el camino al Gólgota. El hijo del hombre no tiene donde recostar la cabeza, le oía decir, pobre del rico, es más fácil que un camello pase por el ojo de la aguja que un rico entre en el reino de los cielos; el padre paraguayo reconoció que aquel hombre lloroso era sacerdote, y le invitó a cargar la custodia y continuar la procesión. Dios te llama al redil, las ovejas no se pueden abandonar. Ay de ti si alguna se pierde. En esta roca edificaré mi iglesia. Nada hay nuevo bajo el sol. Levanta las manos que el sol se detendrá en el cielo; si tienes fe, dile a esa montaña ve y lánzate al mar, y te obedecerá. Nada hay nuevo bajo el sol. Habla señor que tu siervo escucha. No estoy acá que soy tu padre. Heme acá señor, en mí has puesto tus complacencias. Sé que éste es tu hijo muy amado, deja todo atrás y sígueme. Que los muertos entierren a los muertos. Tú estás vivo. Eres un dios vivo. Vive en mí que soy tu templo. Una palabra bastará para sanarme. Se colocó el paño de hombros y tomó la custodia entre sus manos. Su rostro quedaba frente al santísimo. No pudo más que bajar la mirada. No eres digno de verme de frente, a mí, tu dios, el dios de David, el dios de Moisés. Habla señor que tu siervo escucha, tuvo que pensar. Su formación sacerdotal no le permitía entender este significado nuevo que le ardía en el corazón. Al tomar la custodia entre las manos sintió fuerza, tuvo la visión de cuando niño, leía el nuevo testamento antes de hacer la primera comunión, cómo le había conmovido el rey David al ser reprendido por el profeta. Besó la custodia mientras las lágrimas le ardían en el rostro, sintió que era el mismo Cristo quien le acariciaba los cabellos, y comenzó a caminar entre cuerpos que levantaban las manos a su paso, se arremolinan a su alrededor tratando de tocar la custodia, se trasladaba dos mil años atrás, como se lo decían sus lecturas. El señor estaba caminando de nuevo entre su pueblo, y su pueblo lo seguía, hipnotizado, llorando, pidiendo. Pide y recibirás, si aquel amigo te abre la puerta después de que no lo dejas de molestar, tal vez te abre para que lo dejes en paz, pero resultó la insistencia, cuánto más dios nos escuchará si no cesamos en pedirle.
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Qué es la felicidad. La felicidad es estar bajo la lluvia y con frío y que todos te nieguen un techo, la felicidad es tener hambre y no tener donde saciarla, la felicidad es que todos te apedreen por tu pensamiento, es mirarte perseguido por tus ideales. Qué es la felicidad. La felicidad está basada en tu interior, en la tranquilidad que te brinda saberte odiado por actuar de acuerdo a la verdad. ¿Y qué es la verdad? Yo soy la verdad y la vida. El alfa y omega de toda civilización. Pide y recibirás. ¿Acaso no has podido velar conmigo? Señor si está en tus manos, has pasar de mí este cáliz, pero que no se haga como yo quiero, sino como tú lo has predestinado. Habla señor que tu siervo escucha. Las manos de los feligreses tocaban su sotana, el padre Puga no podía contener el ardor en el pecho, en los hombros, el cuello, los labios; su lengua se destrabó, y entre sollozos alcanzó a decir: tú eres el alfa y el omega, yo soy un instrumento de tu brazo. Soy sólo el puente. Tú eres el camino, la verdad y la vida. Habla señor que tu siervo escucha. No te daré más señal que la señal de Jonás. Y regresaré al redil, a casa de mi padre, como el hijo pródigo que soy. Y se abría paso entre la multitud, cantando la canción que llegaba tenue a sus oídos, aunque entonada en portugués, la melodía era universal: perdóname, ya no quiero ser igual… cerraba los ojos y les acercaba la custodia a los fieles. Las Florecillas de Francisco de Asís en su mente: ¿Qué es la felicidad? Cuando lleguemos al convento, sucios, el pelo desgreñado, apestando a estiércol, el hermano portero abrirá la puerta y no nos reconocerá, entonces le diré, hermano la paz sea contigo, pero él dirá enojado, qué hora son éstas de venir a molestar, vuelva mañana y nos cerrará la puerta, eso es la felicidad; pero tocaremos de nuevo y al abrir el abad ahora, más enojado, con el odio de levantarse ante esta lluvia mordaz y muerto de frío, al vernos empapados, como mendigos, no nos reconocerá, antes bien, nos gritará: les he dicho que vuelvan mañana, no lo pueden entender, y nos molerá a golpes por nuestra insistencia. Hermano, esa es la felicidad. Ahora, en este 1994, el padre Puga planeaba realizar el Sitio de Jericó en la parroquia; mandó pintar el templo, supo que Roberto había abandonado el hospital y fue a visitarlo, la madre de Roberto se sentía extasiada, ella quería mucho al padre Puga, y sentía que el destino de ambos se había encontrado al fin; uno cayó por sus pecados hasta el hospital, el otro cayó por la soberbia a este barrio de hombres y mujeres rudos, sobrevivientes apenas en una sociedad que los desprecia. Ambos se miraban de nuevo después de renacer, Roberto era un esqueleto andante, apenas comenzaba a intentar caminar de nuevo, había
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recibido dieciocho operaciones hasta que le extirparon el colon y se lo injertaron en el sitio donde debiera estar la tráquea. La ciencia lo había salvado. El doctor que lo atendía fue honesto al decirle: la idiotez que hiciste no tiene parámetro, no sabemos si lo que te vamos a hacer resulte, si no eres creyente más te vale cambiar de idea.Voy a intentar contigo algo que nunca se ha hecho. Ya has firmado que no me haces responsable. Ahora no lo hago por ti, lo hago para probarme que puedo salvarte. Tú no me interesas. Si no te interesaste a ti mismo para hacer esta locura, no me pidas ni a mí ni a nadie que se interese por ti. Nadie cree que puedo salvarte, pero confío en resucitarte. Confío en mí. Tú confía en tu dios, si lo crees conveniente. Roberto no quiso ni llorar por las duras palabras del cirujano, tenía razón, pero qué oración podría elevar si se sentía vacío, imaginaba a la muerte como un grillo que cantaba bajo su cama, pero ya no tenía miedo. Sabía que este hombre soberbio, este doctor con aliento a alcoholes, era su única esperanza. Pero, ¿por qué tenía esperanzas? El suicidio no se concretó. Estaba vivo en el infierno de no poder moverse. De tener un agujero en el pecho. Abierta la garganta y conectado a tubos que lo alimentaban. Mangueras que le limpiaban los desechos por el abierto tórax. Tenían que limpiarle los excrementos. Lavarlo, peinarlo, rasurarlo. Los muchos amigos de que se jactaba no habían venido a verlo mientras agonizaba, sólo Luis Carlos, como el fiel perro que siempre había sido, pasaba algunas noches a su lado, hablándole, acariciándole el rostro, llorando sobre su pecho. Los primeros tres meses se mantuvo entre el sueño del coma y el sueño de la anestesia, el sueño de la noche amplia, noche de aquelarre y pesadilla, gritos y gritos en que parecía despertar y pataleaba. Miraba entre sombras, y las sombras caminaban alrededor de su cama de hospital. El mundo que lo rodeaba estaba ahora en su mente, ahí se debatía entre la verdad y el entresueño. Profundo sueño del que no quería despertar, y del que no podía. Sólo la rabia, las mordidas del dolor, le abrían los ojos con el grito. La pesadilla era su estado natural, dormido el cuerpo la mente se debatía para no vencerse, para no consumirse en la energía final. ¿Qué es la muerte sino este juego de fantasmas mentales en que nos debatimos? Ahí estaba Roberto, tuvo en sus manos a la muerte, tiene marcas de la batalla. No hubo ángel que bajara a pelear con él, pero mil demonios le acariciaban la nostalgia. Roberto con su vestidito de primera comunión, su cuerpo etéreo de mujer que siempre habitó en él, ahora se le presentaba.
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Acá estoy. La voz era de una niña que crecía mientras hablaba, y volvía a hacerse pequeña al mismo momento en que decía las palabras: Qué me has hecho. Recogía piedrecillas de un río azul que cruzaba cerca de ella, a sus espaldas, en este valle oscurísimo, como el ala de miles de murciélagos en los que caminaba. Acá estoy, la niña estaba del otro lado del río, luego se presentaba de este lado, cerca, y de nuevo hacia atrás, inclinada en el río recogiendo piedrecillas. El río corría silencioso, y cuando la niña intentaba hablar, el río era estruendoso. La niña daba giros mostrando su vestidito, y haciéndolo ondear a cada giro. La niña crecía mostrando su cuerpo, un delicioso cuerpo de hembra cuya delgadez tan natural, de tanta frescura, contrastaba con una piel llena de moretones, llena de manchas negras de antigua sangre en la boca, oídos y nariz. Mujer desnuda. ¿No te das cuenta? Y la mujer perdía las carnes, era un esqueleto de huesos amarillos, purulentos. ¿Qué me has hecho? Pataleaba convertida en niña, con su vestidito de primera comunión. El río corre, el río inmóvil, el río. Padre nuestro que estás en el cielo, se escuchaba entre rumores, y el mundo construido bajo sus pies temblaba, los murciélagos agitaban sus alas. Los relojes daban la hora, sonaban las campanas. Roberto intentaba abrir los ojos y su madre le limpiaba el sudor, sujetaba su cuerpo que convulsionaba. Chinga tu madre dios, virgen malparida, estoy muerto, estoy muerto, estoy muerto maldito dolor, no puedo ir a la cárcel. Los amigos habían hecho todo para protegerlo. Por tu culpa, por tu culpa, por tu putísima culpa. Luis Carlos se encargó de todo. La casa llena de sangre y blasfemias escritas en el piso, en el charco de sangre, en las paredes. El hombre había vomitado sus negros humores. La pestilencia era insoportable cuando la madre de Roberto llegó a limpiarlo todo, humores pútridos, sangre seca, limpiar el apellido de su hijo, limpiar su historia. No pudo y quedó derrotada. Luis Carlos tuvo que hacerse cargo, de ella, de la casa, de su primo. ¿Qué me hiciste?, decía la mujercita dentro del sueño de Roberto. ¿Qué me hiciste? Estamos acá, la niña de dientes filosos intentaba morderlo. Las sombras de sus piececitos desnudos corriendo por los corredores del hospital, por las paredes, al apagarse la luz. Enciendan la luz, enciéndanla, gritaba Roberto, y las enfermeras lo tenían que amarrar y darle sedantes. Qué es esto. El sueño tenía muchos rostros. Ponte a rezar muchacho porque lo que voy a hacer jamás se ha intentado, te salvaré la vida. He acá a los búhos esperando, perchados en todas las camas. ¿A dónde han ido todos? Los lobos, los lobos están aullando, a callar, malditos, a callar, jamás me van a derrotar.
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Fe es lo que hace falta, decía la abnegada madre que durante años se había mantenido al margen de su hijo, sólo pensando en su macho, en su esposo infiel. La fe es lo que tengo, dijo la madre después de mirar la casa lavada por Luis Carlos, mientras desinfectaba los rincones, empacaba todas sus cosas, las separaban para que Luis Carlos pudiera venderlo todo y pagar la deuda de Roberto, vender la casa, vender el pasado. Del poco más de medio millón en deudas, quedaría una deuda de 150 mil pesos que no le harían pisar la cárcel. No puedo acabar en la cárcel. Qué nos has hecho, gritaba la quimera, mitad niña, mitad mujer hermosa que estaba dentro de su mente. Le arañaban la memoria, le mordían las entrañas. Los ojos en blanco de Roberto. Este dolor acá en el pecho, y los dedos entrando en el hueco, la oscuridad, el resplandor, la oscuridad, y el río silencioso que pasa, aguas tranquilas, alas de murciélago, los lobos aullando, la muerte como un grillo. Había una puerta, una puerta cerrada y una luz que venía del otro lado. Caminó hacia la puerta, del otro lado se escuchaba el paso del río. La muerte era como la música de un grillo, siempre presente, como música de fondo. Una voz infantil cantaba una ronda: Moscas moscas moscas para ti / uno dos y tres / las moscas para ti. / Moscas moscas moscas para mí / cuatro cinco seis / las moscas para ti. Y la niña sonriente que comía caracolitos sacados del borde del río. Roberto empujó con delicadeza la puer ta y la niña que brincaba la soga y cantaba se detuvo. Estaba en un jardín lleno de rosas. La niña sonrió de inicio, Ven, le dijo coqueta. Roberto caminó hacia la niña, y ésta dio media vuelta y arrancó a correr hacia los árboles que formaban un camino hasta la corriente de aguas mansas y cristalinas. Rober to intentó seguirla. La niña se detuvo frente al río. Lanzó la cuerda hacia el agua y al voltearse oscureció el paisaje con un grito: ¿Qué me has hecho? De su cuello se elevaron miles de luciérnagas que iluminaron la escena. La niña comenzó a arrancarse la ropa, y la mancha de luciérnagas avanzaba hacia Rober to. El paisaje se había iluminado hasta cegarlo con su resplandor. Los árboles estaban sin hojas. El río impetuoso, corría a gran velocidad, creciendo el oleaje y salpicando el vestido y los cabellos de la niña cuyo rostro comenzó a avejentarse. La niña informe comenzó a arrancarse el vestido que la cubría y su desnudez era de una mujer de treinta años, hermosa pero con el cuerpo y la carne llena de moretones, heridas sangrantes, sucias heridas, ennegrecidas. La lengua negra para afuera, los ojos blanquecinos, apagados. La mujer se llevó las manos al cabello.
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Roberto sólo recordaba, recordaba y sentía. Ahí estaba su casa, sus discos, su estéreo siempre a todo volumen. Las risas de sus amigos. Las caricias, las borracheras. Ahí estaba Azucena. Martín Guzmán y ese primer beso que se dieron. Estaba su padre ahí, insultándolo. Su padre que entre sueños había imaginado a la orilla de su cama de hospital, llorando y hablándole ¿qué te has hecho? Estaban igual los olores y los ruidos. La botella de plástico del ambarino líquido que bebiera. Su madre, su querida madre que siempre lo desprotegió, ahí estaba, a sus pies, día y noche. Dos años su madre la había pasado a su lado. Dos años su madre le había leído la biblia, había traído a señoras de San José de la Montaña, para que le impusieran las manos. Roberto estuvo en coma, y a los cuatro meses, cuando despertó, su madre se veía envejecida, quiso hablar pero no pudo, el dolor se subía sobre otro dolor y no sabía qué sentir, lloraba y retiraba la cara de la mano de su madre. Ella nunca le preguntó por qué lo hizo, tal vez se sabía culpable, sabía que no había hecho suficiente por cuidar a su hijo y una pena muy grande le traspasaba el corazón. Roberto retiraba la cara, trataba de decirle que lo deje solo, que lo deje morir, pero no podía hablar. Ella se mantuvo a su lado. De noche, en ocasiones, la relevaban los demás de la familia, Luis Carlos, el que más tiempo lo hizo, pero su madre regresaba al día siguiente, muy temprano. Ahora, al fin estaba en casa, la operación había tenido éxito, todavía no comía sólidos pero ya podía hablar. El cirujano le veía semanalmente, reconocía el poder de la oración de su madre, pero se jactaba de haber salvado a un hombre que bebió ácido muriático, y se perforó la garganta y el tracto intestinal. Haciendo caso a la madre de Roberto, el padre Puga lo había ido a visitar y le pidió que fuera a la parroquia cuando se sintiera mejor, le dijo que a pesar de su calidad de sacerdote, no estaba acostumbrado a visitar enfermos, que hacía una excepción por la insistencia de su madre, y el recuerdo que tenía de sus tardes en Hunucmá. Volviste a nacer, yo también, así que quiero compartir contigo este triunfo, pero al mismo tiempo quiero que me ayudes a demostrar nuestro triunfo a los demás. Te espero en la parroquia. El trabajo de reconstrucción ha sido favorable, hemos pintado el templo, se está reorganizando la gente, quiero que mires lo que tenemos. Ambos somos ejemplos de la voluntad del señor. Ambos nos hemos aferrado a vivir. Hora es que seamos testigos de su poder, ejemplos ante la comunidad de que se puede volver a comenzar. Alégrate, que dios está a tu lado, lo hemos visto, así que te espero pronto en misa. Roberto
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se quedó pensando que el padre no dejaba de ser un estúpido, ve que no puedo moverme y dice que me espera en la parroquia. Al día siguiente Roberto despertó y se levantó para ir al baño. Cuando salía de él, su madre lo vio en el corredor, y soltó la charola con el desayuno mientras gritó de la emoción. ¿Qué pasa? dijo el joven. Estás caminando, señaló su madre con las manos cubriéndole la boca. Fue cuando él se dio cuenta, no lo había intentado. Dos años pasó acostado en el hospital, y ahora un mes después de la operación se levantaba sin impedimento. Pensó en la visita del padre Puga. No quiero comer. Quiero que me ayudes a vestir y me lleves a la iglesia ahora mismo. Su madre que sabía que en la parroquia todo el día se podía encontrar gente, le ayudó y pidió un taxi. Llegaron, quiso pedir que lo ayudaran a atravesar la explanada del atrio, pero Roberto se negó. Paso a pasito, como los niños cuando aprenden a caminar, no hay que apurarse, con calma. Roberto se soltó del brazo de su madre:Tengo que entrar solo, a como dé lugar tengo que entrar solo, y con un rápido paso (para él) dio vuelta al templo para alcanzar la oficina que se encontraba abierta. Disculpe señorita, quiero entrar a la iglesia. Está cerrada por fuera, para que no se empolve por los trabajos de los albañiles, pero por dentro está abierta. Roberto entró y la miró vacía, con cuidado se sentó en la primera banca y se puso a orar. Cuando el padre Puga bajó a las cuatro de la tarde vio a la madre de Roberto en la librería de la iglesia, ¿qué haces aquí, mujer, y el muchacho? Está adentro orando, lleva varias horas, ni siquiera ha querido comer. El padre Puga entró a la iglesia y miró la flaca silueta de Roberto, parecía una postal comercial del Greco, estirado y sumamente delgado, rompiendo el equilibrio clásico, todos los huesos se le marcaban. Se le acercó, puso la palma de su mano en la cabeza del hombre, y le dijo, acompáñame a comer y platiquemos.
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Después que Roberto había tomado la coordinación del movimiento juvenil, comenzó a rodearse de personas que estuvieran dispuestas a trabajar con las ideas que él tenía en mente, mas como nunca había tenido participación en iglesia alguna, se convenció de que necesitaría aplicar en su servicio lo que aplicaba como parte de su trabajo como gerente en las empresas que llegó a dirigir, y se lo hizo saber al padre Puga: necesitaba conocer primero de qué se trataba. Conoció a Ramsés, y a los chicos del grupo motor del movimiento; palpó la soberbia que les inundaba, que planeaban formas para ignorar lo que los demás pensaran. Sólo repetían las actividades propuestas por la pastoral juvenil de la diócesis, apegados al manual. Un mes le bastó para descubrir que Ramsés no tenía intenciones de cambiar la forma de realizar las actividades del grupo juvenil y entregó su informe al padre Puga, junto con sus propuestas que fueron tomadas en cuenta sin siquiera leerlas. El sacerdote tenía toda la confianza en las decisiones de Roberto. En una junta con todos los representantes de los sectores en que se dividía la parroquia, nombró a Roberto contador de la parroquia, cuya apostolado consistiría, además (porque lo otro era trabajo) en involucrar intensamente al movimiento juvenil en las actividades; Ramsés ni siquiera había sido consultado, no pudo más que callar y lentamente desaparecer en el anonimato, no quiso aceptar la destitución, por más que Roberto habló con él; Ramsés decidió dejar de asistir a la parroquia, esperando que el boicot rindiera frutos en los demás elementos de su grupo motor, pero no fue así, cuatro de los principales miembros decidieron quedarse del lado de Roberto: Luis Robles, Magnolia, Fermín Trejo y María Raquel, la más joven de todos ellos. La primera actividad desarrollada fue el Sitio de Jericó para adultos, en el cual involucraron a veinte jóvenes de los cuales, al terminar el evento, hicieron parte del grupo a siete, entre ellos Marcial Briceño, que llegaría a ser sacerdote con los años. Ya más consolidados como grupo, con reuniones de trabajo semanales, y jornadas de oración intensas, pidiendo sabiduría para la coordinación del
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grupo, lo siguiente fue convencer a los demás coordinadores de otros grupos, así como jefes de sectores y al mismo párroco Puga de instalar en el mes de agosto un Jericó para jóvenes. Por aquel entonces había llegado a la parroquia, desempacadito del seminario, recién ordenado, el sacerdote Santiago, a quien se le nombró vicario, la juventud de este sacerdote enseguida concilió con las ideas de Roberto, al menos por un tiempo, y fue por ello que respaldó la actividad para desarrollarla, y juntos convencieron al párroco, quien con las precauciones necesarias, aceptó desarrollar el evento. Fueron meses de reuniones de trabajo arduo en las cuales la unión de los coordinadores aumentó, dándose entre ellos una amistad que pocas veces puede encontrarse fuera de las iglesias. Una lucha por ideas, por seguir los pasos de Jesús, comprometerse al trabajo, lo que desembocó en un campamento nocturno el sábado de la semana de Jericó de agosto de 1994, la cual había reunido a doscientos jóvenes entre doce y treinta años. Grupo que ya no se deshizo, como pasaba en la época de Ramsés; los jóvenes, cansados de la violencia en la que se veían envueltos en aquella colonia, preferían, los más, abandonar las navajas y aceptar en sus corazones la hostia y la palabra de dios, el grupo amaneció septiembre con más de cien elementos enlistados. Roberto y el vicario Santiago no podían permitir que tal multitud se disolviese, y de esa forma instituyeron los lunes la misa para jóvenes a las ocho de la noche. Fue de ahí donde surgió la necesidad de un coro juvenil, involucrar a más muchachos en la coordinación. Se dividieron actividades, y María Raquel y Luis Robles quedarían a cargo del coro que se planeó formar. Pero no podían conformarse con crear un coro de voces y guitarras acústicas: las alabanzas deben modernizarse, es necesario un teclado con ritmos juveniles, un baterista, guitarras eléctricas; ya el padre Puga había comenzado a utilizar un coro con arreglos de música guapachosa. A los jóvenes con oídos acostumbrados al pop y al rock, los ritmos tropicales de las alabanzas les causaba risas y cierta pena ajena, así que Luis Robles habló de un niño, virtuosísimo para el teclado, contaba con doce años y era huérfano de padre, pero una vez tocó en un evento del grupo motor, y nos pareció excelente, vive con su madre y sus abuelas, está muy consentido, pero me llevo con él, voy a hablarle. Se propusieron localizarlo. Yo tengo un primo, dijo Roberto, que tiene una banda de rock pesado, tal vez lo invite a ver si quiere venir. Y quedaron en ello. Esa misma noche, Alejandro García estaba tocando con su banda de rock en el segundo piso de una casa del fraccionamiento Los Pinos
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amenizando una fiesta de cumpleaños. Era el cumpleaños de la novia del otro guitarrista, y los invitaron. No había paga, pero sí todas las chelas que quisieran, gratis. El género en el que Alejandro García se interesaba no era para nada rock pesado como creía Roberto, sino rock alternativo, soft rock acaso, muy melódico, con baladas oscuras y depresivas. Alejandro García había conocido a Verónica en el Centro Estatal del Niño, ahí, un joven director de teatro tuvo la intención de formar un grupo de teatro independiente para montar obras basadas en el arte multidisciplinario; reunir en el teatro, ideas circenses, danza, folclor, música y ejercicio corporal, lleno de excesos. Que los integrantes tuvieran la condición física y agilidad para realizar cualquier personaje con su cuerpo. No podemos hacer teatro, si el cuerpo no ha gastado la suficiente energía, formar músculo, para luego aprender a manejarlo. Verónica y Alejandro habían conectado enseguida, ella era mayor por cinco años, Alex tenía sólo diecinueve y acababa de terminar una relación de varios años con una chica que conoció al estudiar la preparatoria, con la que juntos habían ingresado a la carrera de letras hispánicas. Pero la relación no marchó del todo bien, sumiendo a Alex en una depresión que le impedía acercarse a la escuela por no ver a la exnovia; por ello se refugiaba en la biblioteca central de la universidad en vez de asistir a clases; así se pasó varios meses, perdiendo el año escolar, hasta que por un anuncio en las vitrinas de la universidad, supo que se estaba convocando a jóvenes interesados en participar en un proyecto interdisciplinario de teatro. Alex recién se había comprado una guitarra, y el tiempo que no pasaba en la biblioteca leyendo lo pasaba con su guitarra, quiso aprender a tocarla sin ayuda de nadie, comprando revistas de guitarra que le enseñase los distintos acordes. Luego de dominar algunos comenzó a componer canciones. A escribir las letras y, rasgando la guitarra, apuntar los acordes. Cuando el grupo de teatro comenzó, unió a su búsqueda artística la posibilidad de conocer nuevas experiencias. El ejercicio que realizaba en cada sesión de teatro le marcó el delgadísimo cuerpo. Verónica se fijó en todas las actitudes de Alejandro y éste se dejó querer: no puedo tomarte en serio, ya una vez lo hice y me prometí no caer en lo mismo, le dijo a manera de presentación apenas darse cuenta de las búsquedas de Verónica; si se da algo entre nosotros, no quisiera que te enfadaras por no hallar en mí la pareja fiel que deseas. Quiero ser músico, escritor, quiero ser actor, dedicarme al arte por completo.
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Con veinticinco años, a Verónica aquello no le importaba, y si le gustaba alguien, no iba a dejar esa oportunidad. Así comenzaron los jugueteos, que crecieron al descubrir ella que Alex componía canciones y él que ella tenía una voz poderosa. Estaban en casa de la madre de Alejandro, y al ver su guitarra le pidió que tocara para ella. Alejandro dijo que no sabía tocar nada más que las canciones que componía; ella insistió en que se las mostrara. Abandonaron el teatro y decidieron formar una banda de rock, ya que Alex conocía a un compañero metido en un grupo de rock pesado, que siempre lo invitaba a tocar con él, pero Alejandro no quería tocar metal pesado, en parte porque sabía sus carencias como guitarrista, sólo tocaba lo que componía y no podía sacar canciones de oído. Su compañero se llamaba Rodrigo Ávila. Entre los tres formaron el grupo Crucifijo, Alex ponía las vivenciales letras cargadas de pesimismo y Rodrigo hacía los arreglos melódicos para que Verónica cantara. Ella vivía en la colonia Alemán, era de una familia pudiente venida a menos, como tantas que hay en esa colonia. Su padre, un alcohólico empedernido, fue gerente de una cadena de bancos, pero se había arruinado por el alcohol y sus constantes apuestas en juegos de cartas. Así habían perdido la casa, y habían tenido que mudarse una y otra vez. La tarde que Rober to y Luis Robles decidieron involucrar a un joven tecladista, y al primo de Rober to que tocaba la guitarra en un grupo de rock, Alejandro tocaba con su banda Crucifijo en la terraza del segundo piso de una casa del fraccionamiento Los Pinos. Era una noche fresca, más fresca por la cerveza que estaba circulando entre los jóvenes que recibían con agrado los acordes y la poderosa voz de Verónica. Del éxito inicial de esta pequeña tocada, a la par ticipación en el Tercer Festival de Rock que se desarrollara en Mérida, con bandas yucatecas, campechanas y de Quintana Roo, la relación entre Verónica y Alejandro había crecido. Rodrigo Ávila le había dicho a Alejandro, si comienzas una relación con Vero, acabarás con el grupo, eso no falla, mejor no dejes que pase. Pero el consejo no quiso ser escuchado por Alex, quien a sus diecinueve años comenzaba sus días de magia sexual y tantra, como dirían algunos, los días de todo me vale madre, que acabaron entre las piernas de Verónica, una y otra y otra vez. El poder vocal de Verónica terminó por hipnotizar a todos los reunidos en el Tercer Festival de Rock celebrado en el Centro Histórico, pero no a Alejandro. No como ella quisiera, porque Alex quería abrevar en muchas pieles,
y eran muchas pieles las que le permitía su físico y su capacidad interpretativa, de joven trepado sobre un entarimado. La tocada del festival de rock era un muy buen augurio, les fue muy bien, la gente quedó encantada con la enorme voz de Verónica, y comenzaron los ensayos para nuevas presentaciones. En la Casa de la Cultura los invitaron a tocar, pero querían que tocaran covers, no las depresivas letras de siempre, y como Alex no era un virtuoso (sólo toco las canciones que compongo), no pudieron presentarse. Ensayaban y se iban de fiesta siempre que los invitaran, cambiaban su talento por cervezas. Tal como esta vez en que tocaban en una terraza en un segundo piso. Esa noche Verónica enternecida, enamorada, no quiso separarse ni un solo minuto de Alex, y pasaron la noche juntos en el cuar to de ella. Al amanecer, Alejandro se fue a su casa, se dio un baño y pasó todo el día enfermo por la cruda alcohólica. Al caer la tarde, luego de varias llamadas por teléfono no respondidas, Roberto Suárez llegó a casa de Alex para invitarlo a tocar en la iglesia.
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Cuando Ernesto Puga recorrió la mirada por las naves del templo se vio por primera vez solo y contempló el abandono de las masas. Comprendió que de nada sirve la lucha por el pueblo, no es más que un maldito populacho; entendió el porqué de la violencia de los gobiernos, el porqué brindarles tantos y tantos recursos solamente con la finalidad última de comprar su voto. Para nada más servía el pueblo. Años de lucha frustrada, y ahora aquí, la parroquia derruida, y un hilillo de sangre escurriendo por la cabeza. ¿Dónde están aquellos que llenaban la iglesia? ¿Aquellos que lo invitaban una y otra vez a visitar sus casas? ¿No han podido velar conmigo? Habían corrido movidos por el miedo. ¿Cómo había tenido valor el alcalde para meter a la fuerza pública? La acusación había sido la protección de dos delincuentes, personas acusadas por el alcalde y a los que el padre Puga había dado asilo político dentro del edificio parroquial. Los policías rodearon el templo, el padre Puga estaba oficiando misa, cuando le avisaron que todas las entradas se vieron resguardadas por agentes de la policía antimotín. La gente se puso en pie asustada ante los altavoces y las sirenas, el padre detuvo la homilía y quiso pedir que la gente se calmara. Algunos colaboradores quisieron defenderlo. El padre intentó escapar hacia la sacristía, pero también estaba repleta de policías. Aquellos que protegía habían sido sacados con violencia de sus habitaciones. Coordinadores de grupos parroquiales quisieron impedir con golpes que lo arrestaran y el zafarrancho se armó en las afueras del templo, hasta que algunos disparos hicieron correr a la gente y abandonar al párroco. La voz del jefe de la policía: cada herido será culpa del ciudadano Ernesto Puga quien se resiste a ser detenido, aun cuando contamos con orden de aprehensión, sumado al no haberse presentado en el ministerio público acusado de encubrimiento de dos personas que dañaron propiedad privada. La acusación sobre las personas existía, las autoridades siempre dan por sentado un hecho cuando alguien denuncia. Los dos personajes que fueron arrestados habían sido desalojados de su casa meses atrás, y el alcalde había
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escriturado de manera ilegal los terrenos donde vivían, que estaban al lado de la quinta (un pequeño terrenito) que venía fomentando. Personal al mando del alcalde había llevado al terreno material de construcción, maderas y palmas para hacer unas palapas para un restaurante que pensaba abrir, y las personas desalojadas, enojadas por el despojo sufrido, incendiaron el terreno. Luego corrieron a refugiarse a la iglesia. Además, para evidenciar aún más al sacerdote, las autoridades presentaron un video a la sociedad donde el sacristán del templo intentaba manosear a una muchachita del coro. La muchachita era hija de uno de los hombres del alcalde, y había cooperado para desacreditar al sacristán ante todo el pueblo. Le habían puesto una trampa y el tipo cayó. El video le costó el distanciamiento de su esposa e hijos a quienes les dejaron el video en la puerta de su casa. Ese mismo video era mostrado en una de las paredes del palacio municipal, a manera de documental, para que la gente que estaba arremolinada en el templo pudiera verlo al ser desalojada y ser sacada a la calle, durante la toma del templo. El hombre del video era muy amigo del sacerdote Puga. La comunidad vio cómo el padre protegía a su amigo, protegía a los incendiarios, y le dio la espalda. El teatro estuvo bien armado por el alcalde. Es usted una vergüenza para la religión. Y pensar que todos acá hemos venido a confesarnos con usted, y le golpeó el rostro con el cáliz consagratorio que cogió del altar. La policía detuvo a algunos rijosos que no se dejaron engañar por el acalde, pero fueron los menos, los más fue gente que no quería tener problemas. Algunos fieles lloraban, otros gritaban por justicia. La policía sacó a todos. El padre Puga estaba de pie, solo, junto al altar. Afuera está la patrulla esperándolo, dijo el comandante. El alcalde escupió en el piso y remató: Es usted una vergüenza, me encargaré de que no vuelva a oficiar misa jamás. Y también salió del templo. A solas dentro de la nave central de la iglesia, el padre Puga tenía la cabeza agachada. Poco a poco, mientras el barullo continuaba afuera, bajó los escalones del presbiterio y caminó por los pasillos de la nave central tocando con la punta de los dedos las bancas de madera. Al llegar al centro de la nave, se dio vuelta para quedar frente al altar, se quitó la casulla, abrió el cierre frontal de su sotana y la dejó caer al suelo, sobre sus vestiduras cayó de rodillas. Un hilillo de sangre que partía de su sien derecha escurrió por su mejilla. La gota fue creciendo y alargándose por debajo de su barbilla, hasta caer con lentitud sobre sus ropas sacerdotales. Mientras la gota caía, Ernesto Puga miró la limpia
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bóveda del templo, la ausencia de telarañas le hizo sonreír mecánicamente. Atrás quedaba su lucha idealista, tenía razón el padre Arzápalo, haz lo que puedas solamente, lo que puedes es dar esperanza a las personas, no puedes cambiar su vida, puedes influir para que ellos se den cuenta del amor de dios, y cambien su destino por ellos mismos, pero nunca podrás hacer que ellos piensen como tú. Atrás sus días del seminario, atrás sus días de futbol en la preparatoria, el noviazgo primerizo que tuvo con aquella muchacha taciturna, ¿cuál era su nombre? Ella estuvo presente la noche de mi ordenación. Se le veía tan feliz con su esposo y sus dos hijos. Ernesto era un excelente defensa del equipo de futbol del Centro Universitario Marista, sus amigos lo admiraban y respetaban al grado de hacerlo capitán del equipo. ¿Cuánto hace que no me quedo una tarde a ver el futbol? ¿Por qué dejó de interesarme este deporte? Sabe que era un buen jugador, un excelente atleta. Y la llamada sacerdotal, tan imprevista. La relación con su padre que se había hecho dura, tensa. No importaba lo atlético que era, no importaba que tuviera notas excelentes en el colegio. Su padre exigía demasiado. Las continuas borracheras en las que participó. Señor, por qué me has abandonado. Elí elí lamma sabactaní. A qué haber luchado tantos años si todo ha sido en vano. El rostro de su padre ¿cómo que sacerdote? No me vengas con esas estupideces. Tanta educación de qué te ha servido, ¿para estar lejos de tu madre y tu familia? ¿Cuál familia? Mi familia es la que está conmigo escuchando la palabra del señor. No tengo más familia que ésta, había replicado aquella vez en su pensamiento. Habían sido campeones de futbol, se había graduado de la preparatoria con excelentes calificaciones, le dijo adiós a todo. Su padre le prohibió la idea de ingresar al seminario. Ese verano Ernesto caminaba borracho, apoyándose en la barda del seminario a las cinco de la mañana, caminando con sus amigos luego de la juerga. Habían pasado la noche bebiendo en la fiesta de una amiga. ¿A qué llegar a casa? Tiene razón tu padre, el seminario no es para ti. Raquel, así se llamaba la que había sido su novia. No fue su novia realmente, sólo algunos besos y caricias esa noche. Le gustas a Raquel, está enamorada de ti. Entra a la facultad a estudiar para abogado como tu padre, o quizá arquitecto, ingeniero. Déjenme en paz, y corrió hacia la puerta de metal del seminario, la cual comenzó a patear y golpear con los puños. Sus amigos lo alcanzaron para detenerlo, pero una patrulla los vio, y los arrestó. Su padre fue por él a la estación de policía. Apenas unas tres horas después
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de arrestarlo lo dejaron libre, y con una regañada policial, que había puesto en vergüenza a su padre y su familia toda. Afuera la luna se encontraba fija, como la gota de sangre que no terminaba de caer. El murmullo llegaba a él como el zumbido de miles de moscas.Ya no soy el joven de antes, pensó, y miró sus manos arrugadas de las que no se había querido percatar hasta ese instante. Había envejecido de golpe, el abdomen crecido, voluminoso. Ya no era aquel atleta que fue campeón de futbol en la preparatoria.
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Aunque existen muchas formas de vislumbrar la vida del campo, Alejandro le había confiado a Lucy tan solo dos aspectos importantes para llevar a cabo el paso de las horas. En el campo todo puede causarte miedo. En el campo nada puede causarte miedo. Pueden asustarte los pájaros que se levantan de improviso. Pero igual pueden causarte asombro, iluminarte el rostro y decir, qué hermoso, qué hermosas aves, qué hermoso vuelo. Siempre dependerá de ti, pequeña. Todo dependerá de ti. Deja que pase su cumpleaños acá y luego decide si tienes que irte y llevártela contigo. Le había dicho a Éngreid, y esa noche se quedaron sentados en la terraza de la casa disfrutando en silencio el avance del tiempo. Cada uno tenso y ensimismado en sus pensamientos. ¿Cuántas veces habían estado desnudos en la misma cama? Pero los doce años que habían pasado separados eran una enorme barrera que los mantenía distantes. ¿No tienes sueño? Éngreid negó con la cabeza. ¿Fumas? Hace tiempo lo dejé, pero ahora se me antoja… Me da risa que estemos acá, y que no tengamos nada de qué platicar. Quizá no debiera estar acá. No eso quise decir. Éngreid daba chupadas largas al cigarro, y cada vez que exhalaba el humo, una parte de su vida y nerviosismo escapaba con él. Puedo confesarte que todo lo que tengo que decirte en este momento, desde hace tantos años, es una pregunta. ¿Tienes que hacerla? Es lo que ahora no sé. No estoy segura si quiero escuchar la respuesta, o dejarlo todo como está. Déjalo como está. Es muy hermosa Lucy. Tendrás que contarme todo sobre ella. Quiero saber lo que le gusta y la hace feliz. Se parece mucho a ti. Ella agradeció y siguió dando chupadas al cigarro.
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César Cardoso —Alejandro— se levantó de pronto, lanzó la colilla del cigarro hacia el jardín y le pidió que la acompañara. Éngreid caminó con él. Caminaron unos metros metiéndose en el jardín hasta la tumba. Éngreid pudo leer de inmediato el nombre en la inscripción de la lápida. Hace casi 6 años llegó a mi casa, de improviso, como tú. Te quería mucho… Éngreid dejó caer la colilla del cigarro y lo pisó, moviendo el pie con la punta del zapato para terminar de apagarlo. Un año completito estuvo viviendo conmigo de manera normal. Luego recayó y ya no pudo levantarse de la cama. Estuve cuidándolo durante poco más de siete meses. Le leía, le cantaba, le contaba cuentos que el muy ingrato me obligaba a inventar. Igual tú lo querías mucho. Era un hermano para mí, un gran guía. Me sorprendió que diera conmigo, como tú. Me causa asombro que las dos personas que más quise llegaran a mí. Ojalá pudiéramos hablar de eso, Alejandro ni siquiera la miró, se había puesto en cuclillas, arrancando algunas hierbitas que apenas salían en la tierra cercana a la lápida. Sé que no quieres hacerlo, y me parece lo mejor, pero… Ha pasado tanto tiempo, Éngreid, que nada de lo que pueda contarte o decirte justificaría el paso de los días. La lejanía. Eres otra. Soy otro. ¿Eres César Cardoso? Lo soy. En verdad no queda nada del Alejandro que conocías.Y es mejor que siga así. Odiaba lo que era. Igual tú lo odiabas, no podrás negarlo ahora. Claro que queda, tienes aun esa mirada, la misma mirada de la primera vez que te vi en la playa, junto a la fogata. ¡Basta! Te imaginarás lo que esta vida ha significado para mí. Jamás dejé de buscarte, de tener esperanzas. Porque soy una romántica jamás me permití olvidarte, jamás me vencí. Eres una hermosa mujer, llena de fuerza y vitalidad. Tienes una hija hermosa. No quiero ni siquiera imaginarme quién es el padre. Ni pensar en ello. ¿Has tenido hijos? No. Me hice la vasectomía hace cinco años. Después de todo lo que pasó, me era imposible la idea de querer tener un hijo. No todo fue tu culpa. Lo hablamos desde aquel entonces. Claro que lo hablamos. El recuerdo quería entrar a escena, César Cardoso se resistía. Se levantó, se limpió las rodillas del pantalón de mezclilla y la
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invitó a caminar un poco por los oscuros caminos de la quinta, del pequeño rancho en el que vivía, a las orillas del pueblo, ese aislamiento que siempre había perseguido y que ahora constituía su reino. Cuéntame de ti. Estuve unos días en Campeche, como habíamos planeado. Esperándote y esperándote. Cuando el dinero comenzó a escasear, al terminar la primera semana, llamé a casa, y mi hermana se alegró muchísimo. Pero no me dijo nada de ti. Ninguna quiso hacer preguntas. Como a la tercera llamada que le hice, se dio cuenta de que no sabía de ti. Y muy asustada me contó que habías muerto. Éngreid, por favor… háblame de Lucy. Me gustaría que respetaras mi decisión de dejar enterrado el pasado. Alejandro está muerto, tienes que aceptarlo. No. Tú eres Alejandro. Te he esperado doce años. Ahora no puedo, no quiero, no me pidas que no te cuestione, lo necesito. No he dejado de buscarte. ¡Por eso tienes una hija, me buscabas en otras piernas! Muchos hombres me dieron su cariño. Tú no sabes lo que es sentirse abandonada. Primero pensé que me habías dejado, luego me dijeron que estabas muerto. Cuando alguien aparecía en mi vida, lo dejaba entrar poco a poco. Sin esperanzas. Estás haciendo que Alejandro salga de nuevo a la luz, y lo he tenido guardado tantos años. Años de no pensar en las mujeres. Doce años protegido por el trabajo, evitando contacto con mujer alguna, más que el físico que a veces me han dado, pero jamás el contacto de cariños y amores como en aquellos tiempos me era necesario El sexo es algo que pasé de largo, las relaciones algo en lo que dejé de creer. Ahora mismo llevo dos años sin tener sexo con ninguna mujer.Y ahora tú en unas horas que llevas acá quieres sacar lo peor de mí. Lo peor de mí se llama Alejandro. No. Alex. Alejandro, no puedes decir eso. Toda mi vida he amado a Alejandro García, y no serás tú quien ahora me haga olvidarme de él, pidiéndome que no diga tu nombre. ¿Acaso sabes lo que es acostarse a dormir y tener tu rostro todo el tiempo junto a mí, y soltarse a llorar? ¿Sabes lo que es creer muerto a alguien que uno ama tanto? Eres un maldito, no sabes lo que he sufrido, déjame desahogar… ¡Déjame desahogar! Y se lanzó sobre él, a golpearlo y golpearlo. Alex, por qué lo hiciste, le golpeaba el pecho con los puños. Dime por qué nunca llegaste. ¡Dímelo! ¡Dímelo! Alejandro dejó que ella le golpeara,
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alejando un poco la cara, cubriéndose el rostro de los golpes, de los puños de Éngreid. Ella se soltó a llorar y cayó sentada en el suelo. Alejandro estaba de pie junto a ella. Ella tomaba piedrecillas y sin fuerza las aventaba contra las piernas de Alex. La luna aparecía y desaparecía entre las nubes. El sonido áspero y permanente de las cigarras era una cortina de ruido nocturno que no podía levantarse, ahí estaba como un manto sonoro que les tupiera los oídos, haciendo que las voces, los reclamos, las palabras resbalaran y no alcanzaran a llegar a su destino. La tristeza estaba arrinconada entre los matorrales, pero no lograba saltar sobre los cuerpos. Alex estaba de pie con la mujer sentada en el suelo, que lo sujetaba con la mano derecha de los bajos de su pantalón, y con la izquierda buscaba piedrecillas cercanas que le aventaba sin mucha fuerza. Los sollozos de la mujer eran desesperantes. Alex dobló las rodillas y se agachó para tomarla entre sus brazos. La mujer lo rechazó y volvió a golpearlo. Creí que estabas muerto. Durante doce años creí que estabas muerto. Hasta que vi la foto en el periódico. ¿Cuál foto? De qué habla esta mujer, pensó César, intentó recordar. Era una foto de la Central de Abasto de un poblado del cono sur del cual no pude saber el nombre porque el periódico donde la encontré servía para cubrir una ventana. No sabía ni la fecha en que esa foto había sido tomada. Se leían apenas algunas frases del pie de página. No sabes lo frustrante que eso era. Al parecer se la habían tomado a un alcalde que hacía una donación, o alguna inauguración, no importa; en el fondo de la fotografía, junto a una camioneta un hombre con camisa de cuadros esperaba que subieran su mercancía. Eras tú. Lo supe, y comencé a buscar la forma de dar contigo. De venir por ti. Tenía que recorrer el cono sur, hasta dar contigo. Supe que estabas vivo, y tuve de nuevo una razón para vivir, sentí que enloquecía, no podía parar de reír. El que era mi novio en ese momento, Ramiro, no entendía por qué me reía como una loca, como una desquiciada. Hice ampliar la foto y cada que disponía de tiempo libre corría a preguntar a las personas que surtían los mercados en Playa del Carmen si te reconocían. Me moví por los mercados, las tiendas, los tianguis, las posadas de camioneros, los restaurantes, otros hoteles, recorrí cantinas preguntando; visité todo sitio donde sabía que encontraría personas que llegaban a Playa del Carmen desde poblados del cono sur de Yucatán. Renuncié al hotel, y comencé a trabajar en el supermercado, aunque ganara menos, tenía más tiempo libre, para caminar por todos lados, preguntarle a todos los clientes, a todos los transportistas. Mi
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novio se desesperaba por mi obsesión, quería que le explicara. Dejé a Ramiro, y preferí permanecer sola. Cuando viajaba a Mérida seguía preguntando a choferes, cargadores, vendedores de frutas, si te conocían. Hasta que un día la mujer de un camionero que vivía en un poblado del sur del estado, te reconoció: creo que es César, no recuerdo su apellido, pero me parece que sí, es César. ¿Está usted segura? ¿De dónde lo conoce? De las fiestas del pueblo. Ahí todos se conocen. Le dicen “El ermitaño” porque vive ahí escondido en el monte. Aunque él no lo sabe. No se lleva con nadie. Sólo sé que así le dicen. Mantiene una quinta de mangos. Sí, puede ser El ermitaño vivía con un anciano, creo que eran pareja. Una pareja de homosexuales que vivía ahí en las afueras del pueblo, en una comisaría de un poblado al sur del estado, en el mero cono sur. ¿Es pariente suyo? Algo así ¿está segura que se llama César? Segurísima. Le vende mangos a una comadre mía. Entonces el hombre tenía rostro y ahora nombre. Fue una enorme desilusión. Se llamaba César, y era homosexual. Los años continuaron pasando. Me casé y luego nació Lucy. Fue en el tercer cumpleaños de Lucy, hace apenas tres años, cuando mi hermana estaba revisando mis cosas para encontrar un vestidito para la niña entre la ropa que le habíamos comprado cuando se topó con la foto ampliada que había hecho y me la mostró. ¿Y esto? Es mía, para qué la sacas, se la arrebaté. Ese de la foto es Alejandro o alguien que se le parece mucho y me parece que no es correcto que tengas la foto, señaló mi hermana. ¿De qué hablas? Alejandro murió hace muchos años. Estás buscando fantasmas, no me parece correcto. ¿Qué pasa contigo? Entonces me detuve y le pregunté, ¿te parece que lo es? ¿Crees que es Alejandro? Es alguien muy parecido, pero Alex está muerto, lo sabes. Para mí fue suficiente. Lo sabía, los ojos de Éngreid brillaron. Sabía que era él. Una mujer me dijo que se llama César, lo confundió con un homosexual que vive cuidando a un anciano enfermo. Es Alex, tú lo conoces como yo. Estoy segura que es Alex. Luego de esa plática con mi hermana mi obsesión por dar contigo creció tanto que decidí abandonar a mi esposo. La relación se hizo insostenible. Mi esposo se fue con una canadiense, y mi hermana había ido a verme para
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que yo regresara a Mérida, así que hice el intento por unos meses durante el verano. Entonces le mostramos la foto a Selmy, ¿la recordarás? y también supo de inmediato que eras tú. Ya no tenía más dudas, ahora sería cosa de saber dónde estabas. Selmy y mi hermano habían terminado pero seguíamos frecuentándola. Hasta que un día en una borrachera ella dijo que igual se había acostado contigo y la abofeteé. Me la tuvieron que quitar de las manos. No sé qué me pasó, quizá ya no estaba dispuesta a tolerar más. Quisimos hablar con tu madre, pero nos dijeron que había fallecido. A Alejandro se le encogió el corazón al recordar a su madre. Por doce años le estuvo escribiendo cartas que nunca llegó a enviar, para platicarle que estaba bien, para mandarle algunos billetes de cuando en cuando y que ella no necesitaba, hasta que en los últimos meses se decidió a escribirle y contarle todo. La carta estaba firmada por César Cardoso. A vuelta de correo, el médico de su madre le escribía que estaba internada y a punto de morir. Le habló de la felicidad que le dio a su madre saberlo vivo, y le había pedido encarecidamente que le hiciera llegar estas palabras: “que logres ser feliz es lo único que puedo pedirte.” Alejandro viajó a Mérida pero no pudo encontrarla viva, y tuvo que mirar de lejos y escondido que la enterraran junto a su propia tumba. Pues ha sido el médico que atendió a tu madre en esos últimos días quien me dio tu dirección cuando notó lo desesperada que estaba; tu madre le hizo jurar que no le dijera a nadie que su hijo estaba vivo, pero creo que él quiso quitarse esa carga de encima, lo habré conmovido muchísimo. Qué fácil se te hizo desaparecer cuando la gente estaba enojada contigo, por eso nadie quiso buscarte. Para todos fue un descanso saberte muerto. Era lo mejor. Lo de Rosalba y Joaquín había sido la gota que derramó el vaso. Muchos años la historia seguía contándose en la parroquia. Lo chistoso fue que hicieron un parque, llamado de Los enamorados, que tenían una placa que decía: al amor intenso de Rosalba y Joaquín. ¿Cómo lo trágico siempre viene a ser una leyenda? Tú habías desaparecido en el momento oportuno. Cuando hablé con mi hermana, a la semana de esperarte en Campeche y de que no llegaras, tu velorio y entierro habían sucedido. ¿Sabías que Luis Carlos y Luis Robles filmaron todo el sepelio? Es uno de los discursos más importantes que dictó el padre Puga, hasta venden el DVD en la parroquia, como El sermón de la amistad. El colmo de la puta vanidad. Usan tu historia y la de Rosalba y Joaquín, modificada por supuesto, en los talleres para novios.
Luis Carlos fue horrible durante todos estos años. Cuando sucedió tu muerte, semanas enteras habló mal de ti. Con el paso de los años quiso hablar bien, recomponer el discurso. Para entonces había conseguido destruir tanto tu nombre, ya todos hablaban mal de ti que escucharlo hablar bondades de ti era un pretexto para que el tipo fingiera un cariño por ti, que siempre supe que no te tuvo. Cuando me lo contó mi hermana me puse furiosa.Ya no quería soportar más. Había sido demasiado. Selmy casi enloquece cuando te supo muerto, ahora sabemos muy bien cuál fue la razón. Pero en aquel momento nadie pudo sospecharlo, los dos fueron unos malditos cínicos. Ella se soltó a llorar, inconsolable. Creyeron que yo había muerto también, y que mi cuerpo había desaparecido. En la terminal de autobuses se supo luego que yo había comprado mi boleto, que no había viajado en el carro cuando el accidente. Óscar luego se los confirmó, pero se había desaparecido dos días, escondido, claro, hasta que igual supo de tu muerte. Dice mi hermana que jamás vio a un hombre tan lastimado como la vez que vio a Óscar. Todos tus amigos lloraron esa tarde. El padre Jorge ni siquiera quiso ir al entierro, no pudo. Cuando llamé por teléfono mi hermana gritó de alegría. Yo me fui para Palizada, luego para Tabasco, para finalmente quedarme cinco años en Veracruz, luego decidí ir a probar suerte a Playa. No fue nada fácil, tuve que trabajar de striper para obtener dinero rápido y poder establecerme. Estuve varios años trabajando en hoteles, como animadora, hoster, trabajaba día y noche para no pensar en ti. Había comenzado a olvidarte. A intentar con Ramiro una vida, a darme una oportunidad. Incluso nos mudamos a vivir juntos, y luego, vi tu fotografía en el periódico que cubría una ventana rota.
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¿Alejandro? dijo Éngreid al ver al hombre al otro lado de la carretera. César Cardoso, para servirle, tuvo que haber dicho, y en cambio preguntó encarándola ¿qué haces acá? Te encontré, fue la respuesta. Por más de doce años habían estado separados sin saber uno del otro. Un viaje en autobús los había separado, y ahora, el autobús se alejaba, y de él había descendido Éngreid para encontrarse de frente con Alejandro. Doce años atrás, Éngreid había abordado el autobús luego de pasar horas enteras esperando por Alex en la terminal como lo habían planeado. Pasó mucho tiempo para que se enterara del accidente en la carretera por boca de su hermana. Para su fortuna fue su hermana quien cogió el teléfono y no su madre, la sorpresa y alegría fue demasiada, lloraron varios minutos en el asombro. Hicieron planes de llamadas futuras. Fue hasta la tercera conferencia por el teléfono cuando su hermana decidió contarle de Alejandro y su fatal accidente. La noticia fue muy dura, necesitaba entender el sentimiento que creció de improviso en su pecho, su cuerpo todo quedó helado, su lengua y ojos paralizados, soltó la bocina y caminó alejándose de la cabina, sin darse cuenta de nada alrededor. Estaba segura que Alex no se reunió en Campeche con ella, porque la había engañado, y avergonzada decidió seguir huyendo de sí misma. Éngreid perdió el piso, el mareo fue un golpe de sangre que corrió hasta sus ojos y la cegó. No sabe cuánto tiempo estuvo inconsciente. Despertó en la Cruz Roja como una desconocida. Aún era menor de edad y no contaba con ninguna identificación. Como si le hubieran disparado el flash de una cámara en los ojos, su mente quedó en blanco, se perdió en sí misma. Como si hubieran golpeado un enorme gong con un mazo de metal justo junto a sus oídos. Su hermana temía una catarsis de esta naturaleza, por eso intentó ser precavida. Necesitaba verla, pero Éngreid jamás quiso decirle de donde llamaba. No quiso que le avisara a su madre, así que no fue sino hasta que pasaron cinco meses cuando su hermana tuvo que contarlo todo. Las llamadas por cobrar se hacían demasiadas para que no las notaran en el recibo telefónico.
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Éngreid está viva, madre. La duda de si vivía o no, había crecido la culpa sobre su familia porque no habían dado con su cuerpo, y no podían saber qué era de ella. Los temores se disiparon con la llamada. Vivía. La noticia corrió por la parroquia. Su hermano Andrés se puso en contacto con oficinas del partido en toda la península para intentar encontrarla, fue a exigir a las autoridades que continuaran buscándola. Éngreid se esfumó de nuevo cuando su hermana le dijo que le pasaría el teléfono a su madre. Colgó el auricular y se quedó llorando en una banca del parque. Cuando cumplió los dieciocho años obtuvo su registro como ciudadana. Dio la cara en una agencia del ministerio público a donde su madre viajó con Andrés y su hermana, para dar fe de que ella era quien decía ser, y llevarle un acta de nacimiento, y frente a ellos les dijo que no pensaba volver, que la dejaran vivir su vida, que ella estaría en contacto. Que no tenía la menor intención de volver a vivir con ellos. ¿Con quién vives? Sola. Y es como quiero continuar. Diedry era consciente del enorme amor que su hermanita sentía por el miserable de Alejandro. Cuando se dio cuenta que ella no sabía nada, que no hablaba de él, y al darse cuenta de que no lo hacía por respeto a su memoria sino por mantener lejos un recuerdo que la lastimaba, se percató de que su hermanita sentía un gran reproche en el interior. Sobre todo cuando le dijo que volviera, que regresara. Ella se negaba a la razón de que sus padres la deberían odiar por haberlos abandonado por un hombre que la dejó plantada en la estación. Se sentía como una ilusa tonta y no había querido regresar. Tomar la decisión de seguir huyendo había sido difícil. Al no ver las noticias, ni el entierro, su mente seguía pensando que podría toparse con Alex en cualquier momento, en cualquier lugar. Muchas veces su visión le engañó mirando su rostro en otros hombres. Temía encontrarse con Alejandro tomando de la mano a cualquier mujer. Saberlo muer to era una liberación y una tor tura, un enorme golpe que la hacía llorar a cualquier hora del día y en cualquier lugar en el que se encontrara. Por eso viajaba, no quería echar raíces en ningún sitio Se descubría hablando con Alejandro todo el tiempo. Saber que lo último que se dijeron fue que él la encontraría, que la alcanzaría donde estuviese. Mentiste, no quisiste buscarme, no quisiste llegar. No puedes comprender lo que pasaba por mi mente. No tengo nada que decirte al respecto. Sentí que lo mejor era desaparecer para siempre, le
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decía Alejandro. No hay forma de explicarte lo que uno puede sentir al ver a un tipo matar a su novia, y luego quitarse la vida frente a tus ojos. Yo sostuve a Joaquín en mis brazos y aún estaba vivo, con los ojos desorbitados. Mirando alguna terrible cosa en el vacío, le contaba Alejandro, mientras bebían café, y Lucy armaba rompecabezas cerca de ellos. Yo te voy a encontrar, vete con Óscar. Óscar casi la obligó a entrar al automóvil. Ya El Chivo venía de nuevo sobre Alejandro. El primer golpe que le dio había sido brutal pero no lo suficiente para evitar que se levantara. Cuando Alejandro y Óscar se dieron cuenta de que Éngreid no llegaba a la hora planeada a la avenida, decidieron ir a ver qué estaba pasando. Óscar se montó en el carro y Alejandro corrió por las callejuelas privadas para ver si se topaba con ella. Por ese camino podía llegar hasta la casa de Éngreid, incluso subir por la barda y llegar hasta el segundo piso, y de ahí arriesgarse hasta la ventana de su novia. Y fue cuando la vio arrinconada por El Chivo que en esos momentos la sometía, tapándole la boca para que no gritara y comenzaba a abrirle los pantalones de mezclilla. Sin pensarlo Alejandro tomó una roca en las manos y corrió hacia la pareja aporreándola en la cabeza del gandul y liberando a Éngreid. La tomó de la muñeca izquierda y cargando la maleta corrieron por los pasillos hacia el sitio en que debería aparecer Óscar con el carro. ¿Te lastimó? Preguntaba Alex, ¿te lastimó? Claro que me lastimó alcanzó a gritar Éngreid mientras Óscar aparcaba el automóvil junto a ellos. La ira se apoderó de Alejandro. Súbete al carro, abrió la portezuela trasera, Óscar te llevará a la terminal, sacas un pasaje para ti y cuando llegues a Campeche me esperas ahí. Yo te alcanzaré. Es todo el dinero que tengo, llévatelo y le entregó una abultada suma. No, Alex, ven conmigo. Llévatela, ordenó Alejandro, y corrió de regreso al callejón. Óscar arrancó y se fue con ella. Éngreid se quedó mirando por el cristal trasero del automóvil. Mientras Alejandro corría para encontrarse con El Chivo. Fue la última imagen que tuvo de él, hasta que doce años después lo viera frente a ella, cruzando la carretera: Te encontré. Cuando Alex llegó al sitio donde había golpeado al Chivo, éste no estaba tendido. Dio vuelta para buscar a su alrededor cuando el tipo le cayó encima. Alejandro intentó zafarse y miró el resplandor del cuchillo que el tipo traía en las manos. Fue cuando se percató que lo había herido en un costado del abdomen.
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Se llevó la mano hacia donde provenía el dolor, la sangre había mojado su camisa. El Chivo ya estaba preparando el segundo ataque. No debiste regresar, carnalito, acá te vas a quedar. Y se lanzó encima. Alejandro esquivó los dos tajos del cuchillo que El Chivo lanzara. Al hacerse a un lado estiró con toda sus fuerzas el canto de su mano derecha hacia delante y permitió que chocara con la nariz del tipo cuando éste intentó atacar de nuevo. Se le nublaron los ojos de lágrimas. Fue cuando Alex le pateó en el antebrazo haciendo que soltara el cuchillo y se liara sobre el hombre tumbándolo y cayendo ambos al suelo. Rodaron unos instantes y El Chivo quedó sobre Alejandro sometiéndolo. Entonces intentó golpear con la frente el rostro a Alejandro quien logró hacerla a un lado recibiendo el golpe en la oreja y sien derecha. El Chivo se levantó encima de Alejandro de nuevo, y le gritó: No va a ser en vano esta putiza, pendejito. Creíste que era a esa putita a quien quería, claro que no, me han pagado para partirte la madre. Entonces Alex tuvo la imagen de la madre de Éngreid, pidiendo que lo golpearan. Esta putiza hasta gratis la haría, nadie me pega al descontón, hijueputa. El hombre lanzó de nuevo su cabeza hacia el frente, como en un ritual de adoración musulmana, para estrellarla contra la cabeza de Alejandro, pero éste logró voltearse por completo, lo que hizo que El Chivo estrellara su cabeza contra el suelo. Entonces Alex pudo levantarse y le pegó un patadón en el abdomen, levantándolo medio centímetro del suelo. Agotado y con el dolor de los golpes, Alejandro caminaba tambaleando alrededor del cuerpo de El Chivo, y no se percató de que éste había localizado de nuevo el cuchillo. Lo tomó y se abalanzó de nuevo sobre Alex. Esta vez, Alejandro utilizó el mismo impulso de su agresor, sumado a la adrenalina que le corría el cuerpo, para levantarlo y dejarlo caer sobre una reja hecha de lanzas, donde quedó clavado en tres lugares, abdomen, muslo derecho y garganta. En ese instante se encendieron las luces de algunas casas. Alejandro echó a correr por las callejuelas hacia la avenida. En realidad no sabía hacia donde podría correr. Pensó en hacerlo hacia la casa cural, tocarle al padre Jorge, para que le abriera, pero al llegar a la avenida, vio que aparecía el carro de Luis Carlos. Súbete, le gritó apenas detuvo el automóvil. Una vez adentro del vehículo, Luis Carlos miró la enorme mancha de sangre en el abdomen. Te voy a sacar de acá. Tienes que largarte, mira lo que has hecho. ¿De qué diablos
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hablaba si nadie vio que clavara a El Chivo en la reja? Joaquín y Rosalba están muertos, le gritó Luis Carlos mientras el automóvil corría pasando ya el Circuito, para tomar la calle 61 en dirección al centro de la ciudad. ¿Qué es lo que has hecho? ¿De qué diablos estás hablando? Llévame a la terminal, dijo Alejandro. No, te voy a llevar hasta Umán y ahí agarrarás camión para salir del estado, vete lejos, muy lejos y no vuelvas. La noche era calurosa. ¿Es profunda la herida? Es sólo un raspón. En vez de tomar hacia el centro, Luis Carlos siguió sobre el Circuito. La policía está buscándote. ¿A mí? Preguntó Alejandro. Sabía que esto iba a ocurrir en cualquier instante, de ahí la premura y el plan con Óscar para que lo ayudara a escapar con Éngreid. ¿Qué fue lo que pasó, cabrón? Déjame ayudarte. Ya lo estás haciendo, y te lo agradezco. Tienes que prometer que no vas a volver. Te ayudaré a escapar pero no puedes volver. La noche estaba demasiado cargada de sangre como para que Alejandro pudiera detenerse ahora. Cállate por favor, déjame pensar, te lo pido, cállate ya. Gritó. Luis Carlos alcanzó a mirar el odio que despuntaban sus ojos, y guardó silencio. ¿No tienes una camisa para que pueda cambiarme? Luis Carlos le señaló el asiento trasero y luego continuó preguntando: ¿Qué te pasó? ¿De dónde venías corriendo? ¿Qué ha pasado? Eres tú quien va a decirme cómo es que me he topado contigo. Alejandro recordó al Chivo diciendo que le habían pagado. Un golpe de adrenalina regresó sobre sus músculos. Detén el puto carro. Y jaló el volante hacia un costado. Cálmate Alex. Vine a dejar a mi novia a su casa y te vi corriendo, por eso me detuve. Era mentira. Luis Carlos había estado tras de él desde que lo enfrentó al verlo salir con Rosalba del laboratorio de análisis clínicos. Se había quitado de casa de Rosalba, cuando llegó la policía y esperaba toparse con Alejandro cuando vio la pelea. Ni siquiera apagó el carro cuando vio a Alejandro cargar al Chivo y clavarlo en la reja, lo miró correr y se trepó de inmediato al carro para darle alcance. Alex se quitó la camisa y se la puso en la herida. Luego Luis Carlos le entregó otra camiseta limpia que le había dicho que estaba en el asiento trasero.
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Por favor, voy a necesitar que me des tu carro. Yo puedo llevarte. No, nada de eso, te comprometerías. Mejor pensar que te robé el vehículo. Habían parado en el estacionamiento del parque de béisbol, sobre el Circuito. Se bajaron del vehículo. Luis Carlos quiso calmarlo de nuevo, pero Alex, sin avisarle, le propinó un golpe seco en el rostro que hizo que Luis Carlos cayera al suelo. Tomó las llaves y se llevó el carro. Manejó a toda prisa hasta el poblado de Umán. Atravesó el pueblo y dejó el vehículo en la entrada de la clínica del seguro social en la salida hacia Campeche. Ahí se cercioró que la herida había dejado de sangrar. Era una herida superficial. Le dolían más los golpes en el rostro y el cuerpo. Con la llave del agua con la que riegan las plantas del jardín de la clínica se limpió brazos y rostro. Se acicaló el cabello y caminó algunas cuadras hasta la carretera. Ahí se decidió a pedir aventón. El primero en detenerse fue César Cardoso. Qué bueno que te encuentro, dijo el conductor. No quería viajar solo. César le contó en el camino que viajaba hacia un poblado de Campeche. Era un migrante que había decidido volver, harto de la nostalgia, cargado de dólares, para hacer su vida de nuevo, luego de siete años de penurias, recompensado por la suerte de conseguir un trabajo que le había hecho ganar dinero a montones. Vine a darle una sorpresa a los míos, y resulta que el sorprendido fui yo. Mis padres murieron el año pasado, y no tuve oportunidad siquiera de enterrarlos. Pobres viejos, jamás pude ponerme en contacto con ellos. Lo que es vivir en una comisaría y ser hijo único. ¿Cómo avisarles si vivían metidos en el monte, en ese rancho que cuidaban? Para colmo, la que era mi novia antes de irme, ahora tiene tres chamacos, su hermana me contó. Vive en Playa del Carmen. Ahí se casó con un beliceño desde hace dos años. Así que estoy completamente solo, quién lo diría. A esto jugamos, ni hablar. No tengo hermanos ni perro que me ladre, como dice la canción, ja. Pero tampoco me voy a poner a lamentar por haberme regresado. Me da gusto viajar acompañado. Alejandro no podía seguir la conversación del hombre, recordaba que igual había sido hijo único. Esos primeros quince años que pasara con sus padres. Papá tenía unos cambios de humor insospechados. Qué será de él, pensaba. Ese su afán de hacerme beisbolista, y en verdad que siempre fui malo para aquello de los deportes. Nunca comprendió que yo hubiese
preferido siempre el futbol. Creo que nunca estuvo a gusto en casa. Él y mamá eran totalmente adversos de carácter. Incompatibles. Uno no tiene la culpa de los padres que le tocan. Qué será del viejo. Y mi madre, la tengo tan abandonada. He estado pensando tan sólo en mí y en mis putos conflictos. Hay que romper con los padres, cier to, y he roto ya hace tiempo con los míos. Acabo de cambiar los dólares para comprarme un ranchito ahí en la selva de Campeche, la voz del hombre le regresó a la realidad. Me conseguí esta nave, ¿cómo ves?, no es mucho pero servirá para lo que quiero. Vivir alejado de todo y de todos. La lanita que tengo me alcanzara para poder asentarme, lejos, a las afueras de algún pueblito, y comenzar de nuevo. Dos o tres años de trabajar y trabajar y luego comenzar a buscar una mujer para tener hijos y asentarme feliz. No pido más a la vida. Qué bueno que te encontré en la carretera. Ando cansado, y como inquieto, han sido demasiadas noticias para una semana. Sí, hace apenas una semana que regresé y el mundo acá es totalmente otro del que había dejado. Viajar acompañado me hará bien, es bueno para no dormirse. Cuéntame tú. Vamos platicando para que no nos gane el sueño. ¿Viajas sin equipaje? Alejandro sonrió, siempre es mejor hablar con los desconocidos. Voy a alcanzar a mi mujer a Campeche. Ella se llevó todo, el equipaje, el dinero, todo. ¿Igual te abandonaron?, ¿eh? El conductor estiró la mano hasta dejarla junto a la cara de Alejandro: chécala… y al decirlo, el maldito animal aparece para cruzar la carretera, haciendo que César pierda el control; el carro recién comprado no estaba en óptimas condiciones para salir de la ciudad. Se rompió la rótula de la tracción delantera, haciendo que el eje se clavara en el pavimento, para salirse del camino, volcándose y rodando. Fue cuestión de segundos, Alex abrió los ojos y el cuerpo sin vida de Cardoso estaba a su lado.
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Alejandro se quedó sorprendido al ver la fotografía donde Moisés había sido investido como acólito junto a más de veinte niños, en medio el padre Puga, el vicario Santiago y el padre Jorge. En la fotografía uno podía tachar el rostro de los chicos que ahora eran o vándalos o ladronzuelos encerrados en prisión. ¿Y qué han hecho estos sacerdotes por los chamacos? ¿Ir a verlos a la cárcel? Eran niños que intentaron ser diferentes. Darse una oportunidad, y en manos de quienes cayeron. Qué culpa tienen los padrecitos, no jodas, decía Moisés mientras pasaba una a una las fotografías. Es igual con nosotros. Recuerdas cuando la familia de Juanjo lo vio dando pláticas acerca de los vicios. ¿Cómo se han burlado? Ahora tú que eres un borracho das pláticas a jovencitos para que no beban. Soy un vivo testimonio, les dijo el cabrón. No hay manera. También fui acólito y no acabé como ellos. Cada quien tiene que poner de su parte, la iglesia no está ahí para ponerte grilletes, escupió Moisés un poco harto, un mucho con fastidio. Pero se habían acercado a dios, creían en estos personajes, míralos, son unos borrachos, vividores, con todo el dinero que les sacan a los fieles. Caramba Alex, sabes lo mucho que trabajan los sacerdotes por la parroquia. Pues díselo a estos chicos que están ahora en la cárcel. Pero si los padres no les pidieron que robaran y luego los abandonaron. Ellos fueron quienes asaltaron, seguro los agarraron drogados o vendiendo droga. Este de acá, por ejemplo —apuntó a uno de los chicos de la fotografía— le dio diez puñaladas a un viejito para robarle un puto reloj. ¿También es culpa de los padres? Claro que la es, dijo Alejandro aventando las fotos a la mesita de centro. Se levantó, fue hacia el refrigerador y sacó dos latas de cerveza, regresó y le dio una a Moisés; se dejó caer sobre el sofá de nuevo: Todos en el grupo no somos más que unos farsantes. Qué bueno que hicimos lo que dijo
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Armando y nos salimos de esto. Debimos abandonar junto con Roberto. La verdad, hay que reconocer que desde que yo tomé el grupo las cosas han ido de mal en peor. Bueno, Alex, cada quien tiene sus propias responsabilidades. No porque tú seas el coordinador general… Ya no, ya no me interesa más… …eras el coordinador general, la culpa tiene que ser sólo tuya. Esos chingados chamacos tienen que tomar sus propias decisiones. Llegó Óscar a la casa, se había enterado de la fiesta de la noche pasada, y recién llegó de viaje, telefoneó a Alejandro y quedó en pasar a verlo a casa de Víctor y Moisés, donde se habían juntado para arreglar antes de que llegaran los padres de estos últimos. Años de servicio, y acabar acusado de violar a mi novia. El sexo en la punta de la lengua, y acusados siempre de pervertir a menores. A eso se va a la iglesia, a ligar. ¿Ellas son unas santas entonces?, dios, para que haya sexo dos tienen que querer al menos, no me vengas con dramitas, si no es así, sería violación, Moisés bebía a sorbitos la cerveza, recostado en el sofá, con los pies sobre la mesita del centro. Claro, reafirmaba Óscar, tiene razón Moisés, todos tenemos la oportunidad de tomar nuestras propias decisiones. No logro darme a entender con ustedes. No me hagan caso. A ver, dispara, qué pedo, dilo. En ocasiones todos necesitamos una voz a tiempo, una palabra, un consejo, esos chicos tenían ya la fiesta hecha, vinieron a la iglesia en busca de algo más, de paz, supongo, y qué les dimos, otra fiesta… Nadie obliga a nadie. No somos violadores. Nos encanta la fiesta como a todos. Y también nos gusta ir a la iglesia, ahí están nuestros cuates y nuestras amigas. No hagas tanto drama. Moisés se levantó y con una fingida patada le dio en los muslos a Alejandro, mientras se dirigía a Óscar: ¿quieres una chela? Por favor. Te tomas todo demasiado a pecho, Alex, repitió, Óscar. Todo el drama es por una puta foto, grito Moisés desde la cocina, mientras cortaba unos limones y servía un puño de sal en un plato desechable. ¿Qué foto? Preguntó Óscar. A verla. De cuando me hice acólito. He tachado a todos los que se ordenaron conmigo y ahora andan en prisión.
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Puta, parece un cementerio de tantas cruces. Casi todos los que se hicieron acólitos conmigo acabaron mal, pero qué se le va a hacer. Puso la sal y los limones cortados en el centro. Eran un desmadre. Tú no los conociste, Óscar. Y dirigiéndose a Alejandro le aclaró, mientras exprimía el jugo de limón en la parte superior de su lata de cerveza, deja de sentirte mal por lo que pasó con Roberto. Debimos salirnos cuando Roberto dejó el grupo. Bueno, pues así debió ser, pero el padre Puga te pidió que sacaras la actividad. Lo hicimos bien, y ya; cuando pasó la actividad decidiste que era mejor que otro se quedara a cargo y estuvimos de acuerdo. Todo tiene un ciclo y el nuestro terminó. Ustedes no entienden, Alex bebió de golpe el resto de la cerveza, se levantó y salió de la casa. Óscar fue tras él. Sabía que en ese momento Alejandro no pensaba claro. Había tenido muy mala noche. Y recién llegaba de ver a Rosalba. Se dirigieron a casa de Óscar. Alejandro disfrutaba mucho cuando la gente cantaba sus canciones. Durante los eventos, podía uno verlo sentado sobre el techo del templo, vigilando que todo saliera tal cual se había planeado. Es muy estúpido, pero a esta edad y con el compromiso que adquieres en la iglesia, sientes que lo que haces es lo más importante, sobre todo porque se hace para dios. Éramos conscientes de ello. Alex no podía ser hipócrita, por eso no le gustaba ver cómo Luis Carlos fingía un entramado de amor que a leguas no correspondía con su forma de ser. Aquella vez que discutió con Luis Carlos, casi se agarran a golpes. Pasado el enfrentamiento Luis Carlos reunió a los chavos del coro en un círculo para hacer oración. Alex sonreía mirándolos. Luis Carlos se indignó: Cuando estés molesto, debes rezar con más fuerza para contagiar a los demás a entregarse a dios, no quedarte callado como un estúpido. Ya rezaste por los dos, a mí no me interesa ser el farsante que tú eres. Salió de ahí dejándolos a todos hablando en su contra. Luis Carlos anidaba tras los ojos verdes el rencor. Creía que sólo sus actitudes eran correctas, políticamente correctas dirían hoy; fingía un interés por los problemas de los integrantes del grupo, con todos hablaba, con todos reía, conocía sus nombres, el nombre de sus padres, donde vivían, en ocasiones hasta iba a visitarlos. Para Alejandro y los del PTE no era más que un farsante pero, a excepción de Alex, se llevaban bien con él. Luis Carlos sabía ganárselos. No consumía alcohol, ni fumaba. Era un atleta que siempre los acompañaba; si ellos avisaban de alguna fiesta, llegaba, aunque fuera tarde. Era
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un excelente bailarín y a las muchachas del grupo les gustaba porque podían pasársela bailando con él. No se dedicaba a emborrachar como el resto. Y era muy divertido. Tenía un tono de voz peculiar que lo convertía en un excelso cantante, a quien el padre Puga siempre llamaba al escenario a cantar con él en los conciertos carismáticos. Por eso la comunidad lo conocía y había aprendido a quererlo, se estaba convirtiendo en el favorito del padre Puga. Todo en él era positivo, menos su alma llena de rencores, gritaba entre dientes Alejandro. A Luis Carlos le resultaba enojoso que la gente le preguntara siempre por Alex. ¿Acaso soy el guarda de mi hermano...? Era pocos años mayor que Alex, y con un poderío físico que asombraba. Podría vencer a Alex si se lo proponía. Era quizá un poco más bajo que él, pero su fuerza era mucho mayor. Mientras Alejandro era un tipo al que le valía gorro su físico, Luis Carlos se pasaba horas enteras haciendo lagartijas, levantando mancuernas, haciendo abdominales, yendo al gimnasio, andando en patines, en bicicleta, buceando, corriendo, jugando cualquier deporte, siempre era el ganador. Alejandro prefería pasarse horas rasgando la guitarra o leyendo. Los mismos ritmos, los mismos acordes, escribiendo letras y luego buscando a un tecladista que pudiera hacerle arreglos a las letras y tonadas que había sacado, consiguiendo que las canciones quedaran, para luego ser ensayadas por los diferentes coros que cantaban en las misas. Leía mucho, cada que se quedaba en casa se la pasaba leyendo. Sólo aquellos que los conocimos bien a ambos sabíamos que sus rencillas eran patéticas. Pero Alejandro intentó ligarse a la novia de Luis Carlos. Todos sabíamos que siempre andaba de una chica a otra, así éramos todos, hasta Luis Carlos, pero jamás atentábamos contra la chica de alguien del grupo, no sin su venia, no sin su permiso. A Alex no le importó. Nada parecía importarle ya. Los amigos estaban hartos de ambos. Si comenzaron a inclinarse por Luis Carlos fue debido a que Alejandro no había respetado su amistad: había brincado hacia las mujeres de sus propios amigos. Juanjo supo por su exnovia Damaris que Alex había estado con ella. Damaris misma se lo contó, indignada porque Alejandro sólo la había usado. Tienes que romperle la madre. Era él quién me decía que te dejara. Me sentí confundida y por estúpida le hice caso, el desgraciado se burló de mi. Yo te quiero Juanjo, tu amigo me sedujo, tienes que defenderme, haz algo, había dicho Damaris.
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A nadie le importó el doble rostro de Luis Carlos. Cuando todos actúan mal, hay que acusar siempre al otro. No le bastaba usar el carro de Roberto, o sacarle ropa cada mes. Le exigió tener una tarjeta de crédito, para gastar por su cuenta y dárselas de espléndido con las chicas. Como lo hizo con Vanessa aquella noche que Éngreid la sorprendió con Alejandro. Esa noche se llevó a Vanessa, rescatándola porque Alex se burlaba de ella, la levantó del suelo, la trepó al carro y le dijo a Jina que la llevaría a casa. Incluso se enfrentó a Alejandro, pero Moisés impidió que llegaran a los golpes. Una vez en el carro, la chica estaba perdida de alcohol. Alex, eres un desgraciado, decía, y manoteaba al aire. Luis Carlos reía, escuchándola, dejando el carro avanzar por las avenidas. Cálmate, te llevaré a tu casa. A mi casa no, por favor, que estoy muy mal, lo decía mientras aporreaba sus delgadas manos sobre sus muslos. Era una mujer hermosa, Luis Carlos lo sabía. Qué quieres hacer, entonces. A dónde te llevo. A cualquier parte menos a mi casa, me mata mi mamá si me ve en este estado. Uuy chiquita, quien te manda beber tanto. Fue culpa de ese desgraciado, todo fue su... culpa. ¿Quieres que te lleve a un cuarto para que te duermas un rato, luego te des un baño, para que te lleve después a tu casa? Sí, sí, a donde quieras. Pero no vas a abusar de mí, ¿verdad? dijo coqueta. Eso no puedo prometértelo. Ah no, tienes que jurarlo, tienes... que... jurármelo, estoy muy borracha y borracha no vale. Luis Carlos moría de risa. Corrió las pistas del cd que estaba escuchando en el estéreo. La chica notó su movimiento, y comenzó a bailotear, sentada en el asiento del copiloto. Me encanta esta canción. Lo supuse. ¡Qué bieeen!, dijo ella, risueña y sacudiendo la cabeza. Entonces a un hotel, ¿te parece? Volvió a preguntar, Luis Carlos. Sí, no voy a llegar a casa en estas fachas. Luis Carlos frenó de golpe porque no vio el tope a tiempo. Vanessa no pudo reaccionar y se aporreó contra el tablero y el parabrisas. Luis Carlos arrancó de nuevo, de golpe. Estaban cerca del periférico. La chica estiró el brazo con la palma de la mano extendida, y se tocó la cabeza. Creo que voy a vomitar. A ver, deja que pare el carro. Se detuvo, y miró que la chica seguía recostada en la ventanilla. Los vapores del tequila subían sobre su cabeza, dominándola cada vez más. Cerró los ojos y poniendo sus dos manos como almohada, se acurrucó sobre la ventanilla. Luis Carlos arrancó de nuevo, la miró, y vio sus muslos relucientes con la pequeña luz que manaba del estéreo del carro. Paró con lentitud y apagó el motor, corrió las pistas del cd y escogió unas pequeñas baladas para mantener un ambiente calmo. Se acomodó en el asiento, recargado en su propia ventanilla, de frente al
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portento de hembra. La mujer era hermosa, era una chamaca de apenas dieciocho años, hermosa. Se enderezó, miró hacia todos lados por la calle oscura. Estaba estacionado junto a la barda de una refresquera. Del otro lado de la calle sólo lotes baldíos llenos de monte. No pasa nadie por acá. Quizá algunos carros. Se acomodó de nuevo, respiró profundamente, y acercó su mano derecha al muslo descubierto de la chica. Ella no se movió siquiera. Entonces Luis Carlos levantó un poco más el vestido, pudo ver los delgados y bien delineados vellos de su coño, debajo de la deliciosa prendita íntima que llevaba la chica. Deslizó dos de sus dedos, debajo de su calzón, la chica por instinto se reacomodó en el asiento, quejándose tenuemente, bajando una mano para espantar la caricia. Luis Carlos no se detuvo, le quitó la mano y continuó. Sintió sus gruesos labios, y caricia a caricia fue entrando en su vagina. Vanessa suspiró sin abrir los ojos, intentó cerrar los muslos, pero Luis Carlos, volvió a separarlos. Tenía adentro ya un dedo y masajeaba; la lubriquez permitió la entrada del segundo y la chica echó la cara hacia atrás, bajó una mano para tomar la muñeca de Luis Carlos, y la otra mano la llevó a su boca para morderse los dedos. No quería abrir los ojos. Luis Carlos se acercó y le dijo al oído, quieres que nos pasemos al asiento de atrás. Ella dijo que sí, moviendo la cabeza sin emitir siquiera una palabra. Luis Carlos sacó los dedos. Arrancó el motor y dio la vuelta a la barda, en la primera oscurísima calle, para no dejar el carro a la vista de los que pudieran pasar. Apagó, se bajó del auto, le abrió la puerta a Vanessa, quien no pudo despertarse aún. Luis Carlos le besaba los ojos, los labios, la frente, mordisqueaba sus orejitas y el cuello, la cargó —la chica no podía sostenerse en pie— y la llevó al asiento de atrás. Abusó de ella, de su borrachera. Luego manejó un poco más con la mujer aún dormida, llegó, la cargó de nuevo y la acomodó semidesnuda en el jardín de casa de sus padres. Luego fue al coctel que ofrecía la agencia de modelaje de Éngreid. Alejandro ya no comulgaba con los ideales de la parroquia, estaba harto de todos, y comenzaba a hartarse de sí mismo, de su vanidad, y sus errores. El grupo juvenil había crecido enormidad, y las actuaciones del ministerio de teatro y danza, así como del coro, ahora las dirigía Luis Carlos. Habían comenzado los problemas, sobre todo en la elección de los papeles principales para las puestas en escena. Alejandro era diferente, nos permitía… Alejandro ya no es el coordinador. Cuando Luis Carlos tomó el control, el grupo de jóvenes funcionaba más como una compañía teatral que como un grupo de la iglesia católica; los
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jóvenes, hombres y mujeres, se disputaban los puestos, querían caerle bien a sus antiguos dirigentes, quienes se la pasaban planeando fiestas. Todos se divertían de dientes para afuera, mientras en el fondo iban tramando, de manera personal, o quedarse con una chica, o bajarse novias o novios a quien se dejara. Las feromonas flotaban opacando el incienso. Roberto Suárez desertó. Muchos de los líderes del grupo que estaban con él seguían ya otro camino. Lo que había comenzado con celebraciones, luego de cada evento en el que participaban, se fue volviendo borrachera. Ya no importaban las actividades de la iglesia, lo que importaba era la fiesta, quién era pareja de quién, a qué chica o chico le gusto. Luego de la desaparición de Alejandro y Éngreid, Luis Carlos comprendió que sería bueno quedarse como líder único del grupo. Meses atrás lo había decidido. Él, que no tomaba pero asistía a las fiestas que organizaban los del PTE, fue acusando uno a otro a los líderes juveniles, quienes comenzaron a darse cuenta que no tenía mucho sentido seguir metidos en la iglesia. Las fiestas, las borracheras, los escándalos consumieron al grupo y su personalidad. La fiesta en casa de Víctor y Moisés donde habían llegado chicas provenientes del D’Fox, se supo en toda la parroquia. Al día siguiente Alex y Éngreid habían intentado escapar. Ayudados por mí, que no había podido asistir a la fiesta en casa de Víctor, por estar fuera de la ciudad, con mis padres. Luego de la tragedia de Rosalba y Joaquín, los líderes habían sido llamados para dar explicaciones en la parroquia, pero Juanjo, Karín, Víctor habían dicho que sólo responderían ante el padre Puga. Hubo gritos y acusaciones, todos al fin desertaron de manera oficial; Armando salió diciendo ¡esto es pura pendejada! La fuga de Éngreid, el accidente donde falleció Alejandro García y las muertes de Joaquín y Rosalba pudieron evitarse, gritaba Luis Carlos, arengando a los coordinadores de otros grupos de la parroquia. ¿Qué putas estás diciendo imbécil?, y Víctor corrió hacia Luis Carlos para golpearlo, Karín lo detuvo. Ya Melchor Salazar estaba a cargo del grupo como coordinador general. Había sido la última decisión atinada de Alejandro. Vamos todos a calmarnos, intervino con su voz rasposa, y esa lentitud que lo caracterizaba. Nada se gana culpando a nadie. Lo que nos interesa, y el padre Puga está de acuerdo, como todos los que estamos acá, es rescatar el Movimiento Juvenil Parroquial. Si estamos reunidos hoy es para buscar lo mejor para los jóvenes de la parroquia, y culpar a Alejandro o a cualquiera es innecesario.
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Luis Carlos se quedó callado rumiando su furia. Ya habrá tiempo, pensaba, sin quitar la vista a los antiguos líderes juveniles. Se les citó —continuaba Melchor— para saber de su propia voz, si tienen intenciones de continuar como líderes del movimiento; si no lo desean, para que por favor, nos ayuden dejándonos trabajar con los muchachos, sin interferir. Hace meses que no participamos en las actividades, significa que se pueden meter su regaño por donde les quepa, había gritado Juanjo; sobre todo tú, le dijo Karín a Luis Carlos. No son necesarios esos aspavientos —recalcó Melchor sin perder la calma. Sentémonos a dialogar. Pero los muchachos, los amigos de Alejandro, no podían estar tranquilos. Todos en la comunidad querían devorárselos con los ojos. La fiesta en casa de Víctor estaba en boca de todos. ¿Cuántas borracheras se habían puesto y todos lo sabían? Esta ocasión era diferente. Se había vuelto una orgía. Luis Carlos estuvo ahí, fue testigo. ¿Por qué no baja el padre Puga para hablar con nosotros?, señaló Karín. ¡Vámonos!, dijo Armando, no sé qué esperan, y todos se levantaron para retirarse. Habían sido tres días infames los que habían vivido luego de la fiesta. Si es tanta tu necesidad de quedarte con el grupo, hazlo, jamás le llegarás a los zapatos ni a Alex ni a Roberto, le había dicho Víctor a Luis Carlos. Ni siquiera pudo bajar el padre Puga a hablar con ellos. No tuvo el valor de enfrentarlos. Se quedó mirando la televisión, bebiendo un vaso de whisky a pequeños sorbos. A ratos sentía una gran responsabilidad por lo que había sucedido con los muchachos que habían muerto, y en seguida desechaba esos pensamientos: todos construimos nuestro destino. Los muchachos abandonaron, furiosos, el edificio de la parroquia ante los ojos juzgadores de los coordinadores de los demás grupos. El padre Jorge los alcanzó en el atrio, y los invitó a cenar y a beber unas cervezas para que se calmaran. Acabamos en una nueva borrachera en casa de Juanjo.
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No estaba nada mal el sexo que sostenía Alejandro con Verónica. Con bastante ineptitud, pero delicioso. Sin embargo, estaba consciente de que ella cometía la estupidez de acrecentar ensoñaciones y deseos por esta relación que él nunca compartiría. Aquella tarde en el Centro Estatal del Niño, cuando el maestro de música tocaba el piano y ensayaban una de las canciones de Alejandro, Verónica se había entristecido por la realidad a que Alejandro la enfrentaba. No es que no me gustes, claro que me gustas, pero no quiero que alguien salga lastimado. Apenas comienzo a olvidar el fracaso con Victoria, después de dos años. Debido a este tropiezo Alejandro dejó de ir a la escuela, y se la pasaba leyendo cuanto libro caía en sus manos. Recordó la voz de Victoria infinidad de veces cuando le impulsaba a escribir esas ideas que lo atormentaban. ¿Cuántas cosas no le había escrito? Quiero que me devuelvas todas las cartas que te di, no las mereces. Tus letras eran lo que me hacía intentar quererte, creía que si eras capaz de escribir tan hermoso, me era imprescindible habitar tu alma, dijo ella. Mientes, no quiero que conserves nada mío, quiero que me des todo, yo te traeré lo que tú me diste. Quédatelo, lo hice para ti. Bien, pues yo no quiero que conserves nada mío. Y Victoria le entregó dos cajas llenas de escritos y cartas. Esa noche, Alejandro hizo una fogata con todos los textos que había intercambiado con su novia. Se sentó a ver cómo los caracteres eran consumidos por el fuego, nada quedó de aquel idilio. Se quemaron los recuerdos, pero la herida formó parte del carácter de Alejandro García, y esa tarde del piano, cuando Verónica le abría el corazón y declaraba que necesitaba estar con él, Alejandro había dicho No te quiero como tú. Sólo puedo amarte sin compromiso. A sus veinticuatro años Verónica nunca había experimentado lo que Alejandro le hacía sentir; era el hombre que necesitaba. Era tan indefenso, no, era tan tierno, no, era gracioso, con una pedantería que llegaba a la sordidez de transformarse en deseo. Un hijo de puta soberbio y mal hablado.
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Esa forma que tenía para burlarse de todo y todos, la encandilaba; quiero estar con él, pensaba y no deseo nada más que eso. Soy mayor de edad para decidir lo que quiero. Habrá momentos que me interese otra chica. ¿Te interesa alguna ahora?; Ahora no, pero puede llegar a ocurrir. Sabré aceptarlo, ahora sólo quiero que me abraces y digas que te gusto, no quiero que nada cambie. Cuando Alex les informó a los de la banda su decisión de acudir a una parroquia a enseñar un poco de guitarra eléctrica a los jóvenes del coro, Rodrigo Ávila se cortó enseguida del proyecto: no pienso ir a la iglesia a formar coritos, se supone que esto es una banda de rock. No quiso explicaciones. Fue distinto para Verónica, lo único que quería era estar cerca de Alejandro, sobre todo después que le contara que nunca había ido a ver su primo al hospital y el hecho de que, ahora que se recuperó, venga a buscarme, es una señal. ¿Una señal de qué? Para Verónica, el rollo de las señales que Alex comentaba la tenía sin cuidado. Si quiere cantar alabanzas, cantaré para él, todo lo que me pida, con tal de que siga a mi lado, lo demás no importa. Así que Alejandro y Verónica se presentaron al ensayo en la parroquia de Cristo Rey. Desde que Luis Robles, Jaime —el joven tecladista— y Roberto escucharon la voz de Verónica, aceptaron que ella debería ser la vocalista principal. Fue esa la razón que hizo a María Raquel sentir ese agrio desprecio por Alejandro y su noviecita, “la cantorcita vulgar” como las chicas de la parroquia la llamaron. Esto de las envidias siempre es poderoso en grupos cristianos y neocristianos. Todo terminó para Verónica cuando a la semana siguiente decidió no regresar, se moría de celos, más cuando tuvo que apretar los dientes ante la prueba de embarazo que saliera positiva. De inmediato informó a Alejandro: ¿y qué piensas hacer? fue su respuesta. No tengo trabajo, dejé la escuela, soy un maldito vago que no tiene donde caerse muerto. Algo podremos hacer, ¿no crees? Carajo, Vero, te dije que no quería compromisos y me sales con esto. Por qué no ponemos en forma la banda, seguimos tocando, podríamos cantar en algunos bares. He estado ensayando con algunos amigos y tus canciones se escuchan muy bien. Me encantaría, pero entiende que yo puedo echarte la mano en todo, pero no me casaré contigo ni nada de eso. Me gusta mucho ir a la parroquia, me siento bien ahí. Alejandro era el centro de atención de las chicas del grupo juvenil, estaba fascinado, y pensaba disfrutar su vanidad.
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Verónica no podía más con los celos, dejó de acompañarlo, y se dio cuenta de que Alex ya no le tomaba las llamadas. Quiso rehacer su vida, no pensar más, sólo Alejandro sabía que estaba embarazada y de qué le había valido contarle; esa tarde se fue a la feria con sus amigos, estuvo en todos los juegos mecánicos, de arriba para abajo. Bebió y bebió, fumó y fumó. En la madrugada, ya en casa, se levantó al baño porque el dolor del vientre no le dejaba dormir, y se miró llena de sangre. Aterrada gritó para que sus padres corrieran a auxiliarla. Tuvieron que hacerle un legrado, tenía siete semanas de gestación, había perdido al niño. Luego de dos semanas que tardó en recuperarse llamó por teléfono a Alejandro, le contó con lujo de detalles por lo que había pasado. Necesito verte. ¿Para qué? Es mejor que no volvamos a vernos. Tenemos la oportunidad de volver a empezar. Me he pasado días pensando en cómo hacerle para llevar una relación contigo, sin lastimarte, cuidando al bebé. Hasta nombres he pensado. Si esto ha ocurrido, hay que aprender de ello. Estaba deprimida, pensé que no me querías. Mujer, claro que te quiero, no como tú, pero te quiero. Hay que seguir para adelante. Atrás sólo queda la experiencia. Ven a verme por favor, quiero que me abraces. Alex sabía que de ir, acabaría besándola, haciéndole el amor. Colgó lentamente el teléfono. Por favor, Alex, ven… y la voz se cortó. Una semana después, Verónica y los nuevos integrantes que tocaban con ella en Crucifijo, se lo encontraron en el súper. Alejandro no los conocía. Lo esperaron en el estacionamiento subterráneo. Lo golpearon hasta dejarlo inconsciente. Verónica lloraba en el asiento trasero del carro en el que huyeron los agresores. Los años que Alejandro intentó ser un buen dirigente juvenil quedaron en el olvido. Los jóvenes del grupo habían huido en desbandada. Cuando desapareció, tuve que replantearme todos los dichos y actitudes que Alex había permeado en mí y en varios de los que lo conocimos. Me era necesario odiarlo. Lo quería tanto y tuve que arrancarme ese sentimiento que me lastimaba. Noches enteras el rostro de Alex venía hasta mi cuarto a llenarme los ojos de insomnio. Su puta sonrisa tan cínica. Sus borracheras y aquel: partan de que yo nunca me equivoco, que continuamente decía. Era tan insoportable cuando estaba ebrio.
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Roberto fue conmigo a reconocer los cadáveres. Debieron encontrar a dos personas en el vehículo pero no fue así. Era Alejandro García. El cuerpo estaba carbonizado pero se le reconoció por los documentos que tenía en la cartera, la foto de él y Éngreid. Encontraron mi carro aparcado junto a la clínica del seguro social, y se anotó que el carro en que ocurrió el accidente no tenía papeles y estaba reportado como robado. Más adelante, un hombre detenido por robo de carros dijo habérselo vendido a un migrante. Alex lo habrá robado para tener un vehículo y no involucrarme como cómplice de su intento de escapar. Tuvimos que decirle a su madre que había muerto. Éngreid se reportó desaparecida. Siempre me pareció un tipo extraño. Presumiendo, ligando, deprimiéndose, en contra de todo como el soberbio que siempre fue. Muchas veces tuve ganas de madreármelo, desde niños, desde que lo escuché hablar pestes de Roberto cuando estuvo hospitalizado. Nunca he podido estar seguro de qué era realmente lo que le gustaba a las mujeres de Alex. Cuando estaba borracho era terriblemente impertinente. Sus últimos días había empeorado. Era un alcohólico consumado. Cada que lo topé, durante las últimas semanas, se cambiaba poco la ropa, y tenía ese aliento a licor barato. Desde chicos competía conmigo. Lo quise mucho pero me trataba mal. Se metía con las chicas que me gustaban. Se burlaba de mí. Hablaba mal a mis espaldas. Me tenía envidia. Yo nunca fui bueno para la escuela, en cambio él, leía y leía, y fue muy buen estudiante. Dejó la licenciatura en letras hispánicas, dejó la actuación, la iglesia, la banda que tenía de rock. Embarazó e hizo abortar a Verónica. Se quiso acostar con mi esposa, pero mi mujer lo rechazó, y entonces habló mal de ella. Roberto lo apoyó tanto y acabó hablando mal de Roberto y dejando mal a todos los del PTE, a todos sus amigos, a los sacerdotes. Su necesidad de ligarse a toda niña lo perdió. No entiendo cómo el padre Jorge le tenía tanta fe. Yo lo vi parar en clandestinos con el carro que el padre Jorge le prestaba. Dos o tres veces lo tuvo que ir a buscar a los separos cuando lo detenían todo el fin de semana por andar
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de briago, y ni así cambió. Si acaso hubiera sido como en las canciones que escribía. ¿Cuántas personas me preguntan si son mías las canciones que cantó en misa, o en los conciertos? Si supieran que las escribía Alejandro García. El padre Puga ha hecho bien en que no aparezca el nombre de Alex como autor, ¿para qué?, las escribía para dios y no para que la gente lo admirara. Muchas señoras compran esos CD’s, con las canciones de Alejandro interpretadas por mí y el coro. No parecen escritas por alguien como Alejandro, perdido siempre, lleno de odio, rencor y depresiones; creo que jamás supo disfrutar la vida. Una vez tuve que golpearlo cuando estaba hablando mal de una chica, el padre Puga me dijo que debería perdonarlo. Ahora que está muerto era mejor haberlo perdonado en vida. Lloré mucho por él. Por eso quise que se filmara su entierro. Quería poder verlo siempre. Hablamos con su madre, lo planeamos todo. Ahí canté las canciones más memorables de Alejandro. El sepelio estuvo llenísimo. Se vendieron decenas de CD’s con las canciones que él escribía. El mismo video del sepelio se ha vendido tan bien. Estuvo bien planeado, no cabe duda que Luis Robles ha mejorado como editor de sonido y video. Uno puede recordar y conmoverse con el discurso del padre Puga, sobre el perdón, la amistad y el amor de dios que siempre nos acercará a él. Yo nunca me equivoco, era su maldita frase, retomada por el padre Puga, mitad homenaje a Alejandro, mitad una forma de educar que evite esa vanidad y soberbia que siempre pierde a los jóvenes. Nada hay por encima de dios. Es el único capaz de la perfección.Yo nunca me equivoco, es aceptar lo equivocados que todos estamos. Es la expresión última de toda búsqueda de la humildad, su contrario perfecto. No la olviden. Yo nunca me equivoco es saberse perdido, es saberse el peor, el más ruin, la equivocación por excelencia. Me encantó escuchar al padre Puga transformar la estúpida frase de Alejandro. También quería mucho a Joaquín. Me gustaba pasar por él para ir a jugar basquetbol. El error de Joaquín fue admirar tanto a Alex, le resultaba divertido, a todos les resultaba divertido, pero luego yo me cansaba de él, cómo es que nadie más se cansaba; esos sus continuos chistes a costa de los demás. Esa su burla de todo y todos, de la religión que tanto hizo por él, de la universidad donde no pudo terminar la carrera, de las mujeres. Alejandro nunca mereció reconocimiento de parte de nadie. Su fin era el que tuvo, morir así, en la ignonimia. Había asesinado, había convencido a Éngreid de huir de casa, dañando la moral de sus padres. Había provocado el doble drama de Rosalba y Joaquín. Habían muerto por culpa de Alejandro.
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Joaquín era un joven inteligente pero muy moldeable, Alex se dio cuenta y abusó de su confianza. Y qué dice de ti, le preguntó Alejandro a Éngreid. Según mi hermana no me baja de ser una mujer enferma, una mujer que nunca pudo recuperar la cordura. Cuando mi hermana le contó que estaba en Veracruz, quiso ir por mí. Habló con mis padres. Se dedicó a enamorar a mi hermana y todos los días se la pasaba a su lado, para ganarse la confianza de mis padres. Mi hermana ha sufrido mucho por su causa, aún ahora sigue hablándole bonito, aunque esté casado. Mi hermana le confesó que yo me había comunicado con ella, y fue y se lo contó a mi madre. Juntos quisieron obligarla a ponerse en contacto conmigo, pero mi hermana no sabía de mi paradero. Me contó que las obligó a ambas a decirle al padre Puga. ¿Para qué? Para que se hiciera una misa de desagravio por ti, para obtener el perdón en nuestra familia.Yo estaba reportada como desaparecida y te culpaban igual de eso. Saber que estaba viva, te quitaba esa culpa de encima Eso me contó años después mi hermana. Fue lo que le vendieron a la comunidad. O sea, no me bajaban de loca; una loca furiosa, llena de dolor, alejada de casa por tu culpa. Luis Carlos lo obtuvo todo con tu desaparición. Espero que le sirva. Hay quienes dicen que uno lo paga acá en la tierra, las cosas malas, claro, que uno las paga. Es una gran mentira, cada quien es rehén de sus decisiones. Las nuestras nos tienen hoy acá, de nuevo juntos, buscando la felicidad; al menos te he encontrado y no sabes la tranquilidad que eso representa para mí. Para Luis Carlos tu muerte fue su felicidad, jamás creerá que hizo mal, en verdad cree que tu muerte es un ejemplo, y lo predica con fervor en los jóvenes, y visto desde ese punto, supongo que hace bien. Los jóvenes que lo escuchan te tienen de ejemplo, y aprenden. El amor es su premisa, la esperanza, reconocer que la juventud no lo es todo, sino una pequeña etapa. Los intenta convencer de que es sólo un escalón para la vida adulta. No veo lo malo en ello. ¿Haz ido a escuchar sus sermones, entonces? Dos o tres veces. Recuerda que yo era la loca. Necesitaba saber cuál era esa pintura que se hacía de mí. Era el ejemplo de la chica que fue pervertida y arrastrada a un terrible destino, por enamorarme de un tipo como tú. Se diría que soy algo así como el escarmiento. Una mujer divorciada, madre soltera, que amó a un ser humano terrible y que jamás se pudo recuperar de
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esa tragedia que fue amar siendo joven, amar sin el control del espíritu, de amar fuera de lo moral. ¿Puedes creerlo? Sí, suena a Luis Carlos. Entonces soy la loca, la mujer que se perdió por amor. No estaban tan equivocados. Al principio me sentí abandonada por ti. Cuando mi hermana me dijo que estabas muerto, no quise regresar porque los culpaba a todos ellos de habernos hecho huir. A Luis Carlos, y a Roberto, a todas esas borracheras, esas amistades, los sacerdotes, a los putos eventos en los que participábamos, los sermones. No sé cómo diablos estuvimos en la iglesia tú y yo. Es lo mejor y lo peor que nos ha pasado. Yo no te he culpado nunca Alejandro, y Éngreid se metió entre sus brazos. Alejandro García volvió a besarle los párpados, a subirle el rostro que ella quería refugiar entre su pecho. Había llorado mucho, y Alex no paraba de darle besos en las mejillas. La noche era profunda, el canto de las cigarras afuera permanecía inundando los oídos. La fresca brisa entraba por las ventanas. En la otra habitación dormía Lucy. Éngreid se dejaba besar una y otra vez, su cuerpo temblaba con cada caricia. Hiciste bien en venir a mí. Hiciste bien en buscar hasta encontrarme.
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Cuando todos desaparecieron y me quedé a cargo del grupo, junto con Melchor Salazar... nada fue como cuando Alejandro estaba acá; espero que todo lo aprendido, aún esos grandes errores que cometieron todos, incluso Roberto, sea punto de inflexión para readecuar las actividades juveniles en la parroquia. La verdad es que aunque no quiera juzgarlos, escribo esta historia porque me gustaría que alguna vez todos los integrantes del grupo, los que sabemos parte de la misma ya que contribuimos a construirla, podamos contarla con la debida calma en el vientre, para no dejarnos llevar por los odios ni el rencor de haberlos conocido. Los muertos están muertos, los muertos han enterrado a sus muertos. No está demás recordar la memoria de Alejandro García, porque muchas de las canciones que aún cantamos en misa siguen conmoviéndonos cuando el padre levanta la hostia y nos arrodillamos en busca del perdón. El espíritu de Alex sigue entre nosotros, aunque su alma no tenga descanso. Necesario es perdonarnos. Sólo el perdón tiene la capacidad de sanar el futuro. El trabajo que he realizado con los padres de Rosalba, con la familia de Joaquín, tiene que ver con eso, con inspirarles el perdón para el hombre que arrastró a sus hijos a la muerte. Una muerte prematura de dos jóvenes menores de veinte años. Nos reunimos cada mes para leer pasajes de la escritura, ellos traen fotos de sus hijos, platicamos acerca de la pérdida, los recuerdos, y cuando llegamos a la imagen de Alex, les dejo escuchar sus hermosas canciones, llenas de fe y esperanza. El día que el papá de Joaquín puso sus manos en mi hombro, y llorando me dijo que estaba preparado para perdonar, que no quería seguir con ese dolor en el corazón, con ese dolor en el recuerdo, supe que había hecho lo correcto. El padre de Joaquín llorando me dijo: Era un joven perdido, pobre muchacho, que dios lo tenga en su santa gloria. Convencer a la madre de Alejandro de presentarse ante los padres de Rosalba y Joaquín fue el final de la terapia. Los cinco lloraron abrazados, mientras el coro y yo cantábamos las canciones de Alex. El padre Puga nos dio a todos la comunión, fue un momento tan emotivo. La madre de Alex tuvo un
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valor increíble al presentarse ante los padres de Rosalba y Joaquín, para ellos era la madre del tipo que les arrancó a sus hijos. La madre de un asesino. No era cosa fácil. La idea de crear un parque de Los Enamorados y poner la placa con el nombre de Rosalba y Joaquín tiene que ver con dos cosas: honrar la memoria de estos jóvenes, trazar el amor, a través del tiempo, como un bien superior; y también tiene que ver con desagraviar la memoria de Alex. Está muerto, pero vivirá siempre entre nosotros. Está muerto pero su vida nos tiene que servir de ejemplo. Todos podemos perdernos. Era un alma buena, positiva que acabó descarrilada. El alcohol y las drogas trazaron este resultado. Necesario es reconocer en esa malhadada historia de amor entre Alejandro García y Éngreid los motivos de su fuga: el amor incomprendido, el amor fuera de la iglesia, el amor lejos de lo que dicta la religión. Toda lucha contra dios, es una lucha contra nosotros mismos. Los ejemplos que nos dejan, no sólo Alex, sino un Roberto lejos de la palabra de dios, gozando su homosexualidad y el alcohol que tanto daño le había ocasionado a su vida, pueden verse, medirse en el tiempo. Cada quien es responsable de su destino. Roberto irá envejeciendo en la derrota o en la cárcel hacia donde parece dirigirse. Yo, casado ya, rememoro junto con mi esposa esos años en los que disfrutamos de mil maneras hermosas las vicisitudes de la vida eclesiástica. Sólo una vez se es joven, y uno puede atorarse ahí, perderse, o rescatarse por la presencia del señor. Hoy, desde la dirección del Movimiento Familiar Cristiano, renuevo mis votos matrimoniales, y saludo la historia del grupo juvenil al que pertenecí, y de donde extraje a todos los que hoy siguen siendo mis amigos. Porque yo no perdí, qué puedo decir, jamás tiraré la primera piedra. No soy ningún santo. Agradezco mucho a mi esposa los largos episodios en que nos enfrentamos al conocer la verdad de nuestra relación. Aquellos jóvenes del PTE hoy han emigrado a mejores búsquedas personales. Muchos son los llamados, pocos los escogidos. Contarme entre ellos me hace feliz. Mucho discutí con mi esposa el hecho de que el padre Puga se opusiera a dar a conocer los pormenores que llevaron a un asesinato y un suicidio, a la muerte en una batalla campal, y al trágico accidente de Alejandro en la carretera. Eso, sumado al posterior fallecimiento del padre Jorge, aquel joven vicario, alcahuete de Alex, eran razones de peso para separar una cosa de otra. La religión no es culpable de nada. La iglesia la formamos todos y la parroquia de Cristo Rey no es la culpable de este desarrollo de jóvenes que se
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salió de las manos. Comprobado quedó que las ideas modernas de Roberto Suárez y Alejandro García acercaron a infinidad de jóvenes, pero la falta de evangelización los hizo cambiar la ruta. Jóvenes con la idea de estar cerca de dios, toparon con una pared de soberbia, vanidad, lujuria, alcoholismo en que se habían sumido los líderes juveniles. El enemigo siempre está al acecho, ahí, junto al santísimo, nos observa permanentemente; está mirando lo flaco que somos. Roberto que nació de nuevo está sumido en el limbo de la indecencia. Su homosexualidad pudo más que él. No lo juzgo, el señor será el único que lo haga. Todo fue culpa de las pasiones mal llevadas. Mi esposa es muy tajante al decir: fueron las pasiones, sí, pero se supone que como jóvenes necesitábamos la guía de líderes espirituales. La religión y sus ministros no pueden ser nunca los culpables. El libre albedrío, le digo, una y otra vez. De qué sirven entonces los enormes eventos que convocaron a multitudes si nunca han querido proteger a la juventud que tienen cerca, reclama mi mujer. Reuniones para celebrar el éxito de una puesta en escena cuyo fin era evangelizar a los parroquianos, terminaba en baile y borracheras. Mi esposa y yo nos salvamos de esos aquelarres. Jamás abandonamos el camino. Nos dedicamos a nosotros, a construir nuestro noviazgo, hoy, un matrimonio excelente, no perfecto, pero sí de lucha diaria por ser mejores. No soy un santo, mi mujer tampoco. Amé a Alejandro García, lo admiré demasiado, siempre estuve con él. No a su sombra, como algunos ignorantes han querido señalar, sino a su lado. Lo vi actuar en la calle con su grupo de teatro, lo vi tocar en el Tercer Festival de Rock, aún mantengo amistad con Verónica y sus amigos que continuaron tocando en bares y fiestas. Le di consuelo por el aborto al que Alejandro la obligó. Ella logró casarse bien, y tiene una linda parejita, dios premia a sus hijos. Mi esposa igual me lo ha contado todo. Sobre esa ocasión en que nos distanciamos, y cómo Alejandro brincó sobre la virtud de la que hoy es mi mujer. Ella estuvo a punto de caer, pero se repuso; y lo hizo al darse cuenta de lo mal que hablaba Alejandro de mí, lo mal que se expresaba de las mujeres, de su madre, el abandono de su padre, y cómo decía haber luchado siempre sin doblegarse. Patrañas. Mi mujer lo entendió, supo que era una táctica de Alex. Todo lo hacía mediante tácticas, aplicaba sus reglas en cuanto a ligue se refiere, y siempre conseguía a la mujer deseada. Mi mujer estuvo a punto de caer, pero
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el amor venció. Su amor por mí. El amor que siempre tuvo por lo nuestro. La pureza de nuestro amor, que tanto el padre Puga como el padre Jorge siempre bendijeron. El padre Puga ha sido denostado como quien permitió la doble moral de sus líderes juveniles de antaño. Concuerdo con él cuando señala: “dios nos ha dado la libertad de decidir”, estaban en la iglesia con mucho trabajo, se perdieron porque así lo decidieron. Tiene razón; yo, con mis bajezas, mis errores, mis pecados y culpas, no acabé matándome, ni drogándome. Esta confesión tal vez sea lo más cercano a resarcir mis culpas en lo que me tocó vivir. Ahí están los testimonios, los actos, lo que he construido. Nunca me he apartado de la iglesia, y me jacto de haber podido ayudar a tantas personas. Todo acto humano en sociedad representa un llamado de auxilio. Alejandro era tan inteligente que debí darme cuenta de que esa inteligencia era la raíz de sus errores. Quizá en vez de haberle guardado rencor debí apoyarlo, hablar con él, y no rechazarlo y empujarlo hacia su fatal destino.Yo igual era un joven tonto, no supe darme cuenta a tiempo. Hay que aprender a ser joven. El maligno siempre está al acecho, no descansa, hizo una promesa hace miles de siglos para perder a la humanidad y ahí está siempre junto al santísimo, incluso en las partes que creemos más santas de toda parroquia, o de nuestra alma. Cuando uno acude al sacramento de la confesión, el maligno nos habla, no confieses aquello, ni es pecado para qué te complicas, escóndelo en tu interior. Está ahí para incitarnos a decir, para qué le cuentas tus cosas a este hombre, es igual que tú, nada de instrumento de dios, es mentira, cada semana me presento frente a dios y dios mismo no los conoce, todo es un gran invento humano. Se burlan de tus sentimientos, de tus necesidades, te llenan de culpas pero ellos son peores. Este hombre es un alcohólico, aquel sacerdote está lleno de dinero, por eso está todo gordo, se queda con el dinero de la congregación y no reparte a los pobres, ¿y piensas que él puede perdonar tus pecados? Iluso. El maligno está ahí siempre, junto a ti. Tienes que preverlo. Tienes que tener fortaleza de espíritu. Alex no la tuvo. No se puede ser más listo que Dios, nadie puede. La cita del árbol de la ciencia del bien y del mal es verdadera. La soberbia, el descreimiento, la vanidad, los arrojó por ese costado, perdiéndose. Alex, Roberto, los amigos del PTE, muchos compañeros del grupo juvenil, perdieron la ruta. ¿Alex es responsable de que eso ocurriera? Debió ser ejemplo de vida, y fue ejemplo de perdición. Lamento que muchos lo hayan seguido.
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Los muertos, no tendrían importancia si no nos pusiéramos a intentar entender todo lo que ha pasado con sus vidas. Tuve oportunidad de hablar con el padre Jorge cuando estaba en el albergue de Cottolengo. Había recibido noticias de Alex, pero nunca me dijo escribe esto o aquello sobre él, sólo me pidió que cuando muriera escribiera todo lo que platicáramos, me dio luz verde, supongo. Ya con su enfermedad muy avanzada, me dijo: Óscar, parece que Alex está vivo. Yo aún sentía pena por lo ocurrido, habré hecho alguna mueca de desaprobación y sorpresa. No quise ni preguntar cómo lo supo, él me lo diría si quisiera o si el tiempo le hubiera alcanzado. Tal vez todo haya sido tan sólo una metáfora. Jorge, como yo, jamás estuvimos de acuerdo con la forma en que el padre Puga y Luis Carlos habían tratado el tema, lavándose las culpas, rascándose la desgracia. No podíamos decir: bueno, ni modo, que su muerte no nos afecte, que no nos pringue su mierda, hay que limpiarlo todo. Ellos quisieron hacer de Alejandro un mártir, un joven perdido, el ejemplo de que todo hombre, por más pegado que esté a la religión puede caer, ahí tienen a Judas, ahí tienen a Alejandro García, tan cerca de dios y perdiéndose por su falta de fe. El padre Jorge y yo sabíamos que la apología que hacían con su muerte era una más de sus farsas, en busca de vender su historia, de atraer más y más fervientes feligreses. Cuando el padre Jorge me dijo que estaba seguro que Alex vivía, la noticia me causó sorpresa, le prometí que nunca comentaría al respecto. Hoy he roto esa promesa. Pero como el padrecito decía: “si a los demás su muerte les calma la violencia, que siga muerto”. La resurrección nos separa de las demás religiones, para Jorge, Alex estaba vivo, Cristo igual, Elías había sido llamado vivo al cielo, la virgen María fue ascendida sin morir. Alejandro estaba vivo, Jorge estaba ya muy cansado, debí admitir. Pobre viejo, ¿se le habrá aparecido? El alcohol terminó por dañarlo, o la soledad, el encierro en Cottolengo. He ido armando esta historia durante diez o más años, la escribo y la destruyo, la escribo de nuevo y vuelvo a borrarla. ¿Por qué? Porque muchas
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personas existieron y se ven retratados, descritos llenos de bajeza o en sus más preclaros momentos, y eso en qué me convierte. ¿Quién me ha puesto como juez de mi hermano? Por más que quiero mantenerme al margen, será sólo mi historia, y no la historia de los demás. Cada uno tendrá su propia forma de ver el espacio que le tocó vivir con Alejandro García. El amor que el padre Jorge sentía por Alejandro jamás podré entenderlo. El padre Jorge estaba en Cottolengo. Regresaba de Playa del Carmen con unos jovencitos de la parroquia de Cristo Rey cuando tuvo un accidente, y en el accidente quedó ensangrentado. Uno de los chicos quiso atenderlo, y el padre le exigió que no lo tocara. Ahí fue cuando tuve que darme cuenta de su situación. Estaba alcoholizado así que fue a dar a la cárcel. Los abogados de la curia lo fueron a sacar y el arzobispo le ordenó recluirse dos años en Cottolengo, hasta que abandonara el alcoholismo. Pero el alcoholismo es algo que ahí permanece siempre, esperando una nueva oportunidad. Yo salía con Alejandro y con los del PTE. Estar con ellos era algo más que delicioso, era una trampa de luz y yo, un maldito insecto encandilado. Era divertido estar a su lado, su cinismo era hilarante. Se burlaba de las señoras y de los ministros. Recuerdo cuando, ya borracho, sacó a bailar a una de las novicias de la congregación de monjas que habían formado en la parroquia. La pobre jovencita volaba de un lado a otro, lanzada al aire por Alejandro, quien no dejaba de abrazarla y apretarla contra su cuerpo. Pobre chica, el regaño que le pusieron sus superioras. Cuando dirigía las obras de la iglesia hacía que todos se la pasaran riendo, gritaba corte, queda, corte, otra vez, y hacía que todos permanecieran estáticos, como estatuas, y volvieran a comenzar, una y otra y otra vez. En una ocasión el padre Puga le pidió que pusiera a las chicas feas atrás y a las bonitas adelante, Roberto estaba de acuerdo. Alex convocó a reunión y les preguntó a todos si querían acatar la orden, yo no entiendo eso de bonitas y feas, se los juro, ellas lo amaron por aquello. Participar con los del PTE y ser parte de sus proyectos ha sido algo que jamás olvidaré. No podía verlos todo el tiempo, pero siempre caía a casa de Víctor para las fiestas. No puedo hablarles de la etapa evangelizadora. Me enteré por ello de las palabras de Armando sobre: dejemos de ser cínicos, si sólo nos reunimos en la iglesia para luego irnos a beber, pues no perdamos el tiempo, y entreguemos, acaso, un poco de dignidad a nuestra etapa acá en a iglesia. Mejor juntémonos en otro lado. En casa de Víctor, dijeron, y así fue. La debacle había comenzado como siempre por cuestiones de dinero. Roberto Suárez era el contador de la parroquia cuando comenzaban los Sitios
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de Jericó, y la parroquia y sus edificios comenzaban a crecer. El dinero que se manejaba era muchísimo. Poco más de doce mil pesos semanales era lo que se juntaba en las colectas, con todo y las misas de sanación. El dinero ascendió en menos de un año hasta cerca de veinte mil pesos semanales, contando las misas de sanación, y de la venta de cancioneros, discos compactos, casetes grabados con la música de los coros, el dinero aumentaba y aumentaba. El padre Puga compró todas las casas que colindaban con la casa cural. Creó un estudio de grabaciones profesional en la parte superior de la parroquia. Vino gente experta de Miami para que el estudio de grabaciones fuera de lo mejor del sureste. Contaba con equipo de sonido valuado en más de un millón de pesos. Poco más de cinco vehículos, dos autobuses, porque el padre ofrece conciertos en muchos lugares del estado y más allá de las fronteras estatales y necesita trasladar equipo y coros.Y desembolsa poco dinero en sueldos, porque muchos de los que trabajan para él, lo hacen como un servicio voluntario. Al cabo de cinco años, Roberto Suárez no podía con todo. Sobre todo porque todo el mundo robaba dinero de la iglesia. Aun cuando le contaba al padre Puga, éste sólo respondía, deja que se lleven lo que quieran, allá ellos, no a mí me tendrán que rendir cuentas, sino a dios. Pero Roberto comenzaba a caer mal a esas personas que enseguida rodearon al padre Puga volviéndose sus asesores. Carmita era una de ellas, fue su secretaria en Hunucmá, y no estuvo cuando el padre sufrió persecución, ni cuando comenzó a levantar Cristo Rey, pero cuando todo estaba posicionado, apareció de nuevo, haciéndose indispensable para toda decisión del padre. Jovencitos cantantes del coro, se acostaban con muchachitas, y el padre Puga les pagaba a los familiares de la niña para que el chico siguiera cantando y no lo obligaran a casarse: Para qué van a casar a su hija con este pela-gatos irresponsable. Yo le pasaré dinero semanal a él para que le dé a la chica, para el bebé. Lo que su hija debe hacer es seguir estudiando, y ustedes deben estar más pendientes de su educación y sus amistades. El colmo fue cuando el chófer que contrató el padre Puga comenzó a fumar hierba dentro del edificio parroquial. Uno entraba al edificio por la par te de atrás y el olor a marihuana era insopor table, su olor dulzón era un encanto. Rober to habló con el padre Puga, tampoco tenía por qué haber hecho un escándalo, porque tanto Rober to como todos los compañeros del PTE fumábamos hierba, bebíamos como cosacos, y el
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padre Puga estaba al tanto de todo. Pero no se podía ser tan cínico para hacerlo frente a la comunidad. Este individuo fue reprendido por el padre Puga, y molesto fue a buscar a Roberto, hubo un connato de bronca en la entrada del templo, justo cuando iba a comenzar un evento masivo. Alejandro García intervino para que no llegaran a los golpes. Roberto Suárez renunció. La presión era demasiada. Se había ganado muchos enemigos. Otras personas que querían el control. Él era el brazo derecho de la parroquia de Cristo Rey, pero sus constantes juergas y su irresponsabilidad le pasaron factura, como en el pasado.Ya no era igual, es decir, ahora no atentaría contra su vida, se consiguió trabajo en una empresa y se alejó. No tardó mucho y fue acusado de desfalco, y tuvo que pasarse cinco años en la cárcel. De qué le había valido el atentado que hizo contra su vida, si al final, luego de los años, caería en la cárcel. El agua siempre toma su nivel. Alejandro García tomó el control total del grupo por unos meses. Era coordinador de Teatro y Danza y del coro de Alabanzas, ahora adquiría la responsabilidad completa. Nombró otros coordinadores, entre ellos a mí, igual a Luis Carlos, y fue Luis Carlos quien acabó sacándolo del grupo, desvirtuando cada acto que Alejandro realizaba. Fue la época en que la relación entre Éngreid y él se hacía cada vez más fuerte y también más tirante. La época en que el alcoholismo hacía presa de todos. El grupo que llegó a tener a más de 150 integrantes, se redujo terriblemente apenas a quince personas que estaban en el coro con Luis Carlos.Yo fui, como Alex, un pésimo líder, creo que solamente me gustaba ir a los eventos pero no organizarlos. Luego vino la sentencia de Armando para no ser tan cínicos y tomar una decisión, y entonces dejamos de ir a la iglesia. Así fue como el Movimiento Juvenil que estuvo desde 1994 hasta el año 2000 juntos en la parroquia de Cristo Rey, terminó con el milenio. Me he entrevistado con casi cada uno de los involucrados, pero sé que nunca podré tener la versión ni de Joaquín, ni de Rosalba, pero sí de todos aquellos que los rodeaban. Además, la madre de Alejandro fue muy amable al recibirme en su casa. Pobre mujer, qué difícil debe ser ver morir a los hijos. Nunca pudo sostenerme la mirada. Había en sus ojos ese signo de aquel que sólo espera consumir su vida, sin mayor esperanza. Mirando del piso al techo, paseaba la vista por las paredes. Hablamos largo de Alex y me conmovió tanto. Es una mujer muy fuerte. Jamás dio signos de quebranto.
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El padre Jorge murió una tarde de primavera. Finales de marzo si más no recuerdo. Salió de Cottolengo en la mañana, una ambulancia lo trasladó a su poblado natal en el sur del estado. Sus padres lo enterraron. Sólo estuvieron ahí familiares cercanos. Ni el padre Puga asistió a su entierro. El hombre que había dado clases en el seminario, que había estudiado en la Universidad Pontificia, que había sido ordenado por el mismo Papa, salía de su reclusión en Cottolengo, un albergue para alcohólicos, donde la diócesis lo había obligado a recluirse, y sólo salió para morir cerca de los suyos. No hubo llanto. Fue una tarde con el sol a plomo. Una noche calurosa, furiosa de grillos y cigarras. Las luciérnagas poblaban el cementerio, se arremolinaban sobre las tumbas. Esto lo digo porque llegué tarde al entierro. Tan sólo alcancé a dejar algunas flores junto a su lápida. Y le pude prometer que contaría su historia. Era hijo de un albañil y una mestiza que nunca quiso hablar español. Al concluir la primaria, su padre hacía trabajitos para las monjas carmelitas que tenían un pequeño convento en su pueblo. Ahí daban clases a algunos niños, como si estuvieran becados. El padre de Jorge les comentó que su hijo había terminado la educación primaria, pero le iba a ser imposible mandarlo a la escuela secundaria. Las monjas entonces le pidieron que las dejara ayudarlo, dándole educación al niño. Pero con la condición de que si encontraban vocación sacerdotal en él, sus padres deberían prometer que dejarían que emigrara al seminario de la capital. Los padres de Jorge lo comentaron entre ellos, y vieron que sería bueno para su hijo. No creo que encuentren vocación sacerdotal en él, había dicho su papá con la esperanza de que no tuviera que irse. Mientras tanto Jorge era un niño alegre que gozaba de cazar tortolitas con su tirahule, de ayudar a su papá en su trabajo de albañil, y las noches claras, llenas de estrellas, corría por un camino a un lado del cementerio hacia donde se encontraba un enorme ceibo. Cuando el ceibo estaba sin hojas, él miraba hacia arriba y podía ver entre las ramas a las estrellas, como si fueran esferas y luces. Éste es mi árbol de navidad, se dijo cada diciembre. Y cerca de aquel árbol yace enterrado. Fue en el seminario donde conoció al padre Puga, un riquillo atlético que siempre estaba taciturno, pensativo, como arrepentido. Jorge le contagió su alegría. Lo incitó a cantar. Pasaban horas leyendo los textos bíblicos. Su dedicación y su excelente adaptación con los compañeros seminaristas, así como con los profesores, le valieron ser escogido para continuar sus estudios en la Universidad Pontificia del Estado de México.
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Los años fueron pasando y su capacidad intelectual aumentaba y sorprendía a sus maestros que comenzaron a darle mayores responsabilidades. Estando a punto de ordenarse, unos compañeros y él salieron el fin de semana, y pasearon por la ciudad. Bebieron y acabaron entrando a un bar para experimentar. Un bar de desnudistas. Ahí conoció a Giorget. Y entonces Jorge comenzó a dudar. A experimentar deseos. Se escapaba por la noche y regresaba al bar. Bebía solo mientras esperaba a la mujer. Para cruzar apenas dos o tres palabras con ella. Giorget se dio cuenta de que el jovencito la deseaba, y comenzó a cobrarle por bailes privados. Entraban a una pequeña cabina, con un sofá donde él se quedaba sentado, disfrutando que ella bailara para él; tenía permiso incluso de poseerla, pero el jovencito Jorge no era un hombre experimentado en el sexo. Sólo la contemplaba. A la siguiente oportunidad, el segundo baile erótico privado, Giorget fue más audaz, le ofrecía el culo abierto, para que Jorge pudiera mirar, oler e incluso tocar, Jorge estaba sonriente pero estático, entonces Giorget se puso frente a él, levantó una pierna y pisó el respaldo del sofá, dejando su pantorrilla a un lado del rostro del joven. Hizo una flexión y acercó su dulce coño hasta la boca de Jorge que no sabía que hacer. Su erección era completa. Jamás había pensado que su pene pudiera estar así de duro. La masturbación era una práctica útil para desahogar el deseo, pero Jorge jamás había deseado a nadie más que a su dios. Se masturbaba como una práctica de higiene que le hacía evitar manchar sus sábanas. Al día siguiente confesaba el pecado y listo, era hombre nuevo. Ahora tenía una rosada vulva junto a su nariz. Y la mujer le dijo al oído, bésalo, méteme la lengua. Jorge salió corriendo de ahí, respiró profundamente el húmedo ambiente nocturno del Distrito Federal y una vez calmado regresó a la cabina. Giorget estaba sentada recogiendo sus ropas. Levantó la vista y lo miró de pie en el umbral de la puerta. Era un hombre delgado y pequeño. Quieres que me vaya contigo, dijo Giorget, Jorge dijo que sí moviendo la cabeza apenas. La esperó en la puerta del bar y al cabo de poco tiempo ella salió, caminaron apenas dos esquinas hasta un pequeño hotel. Subieron al cuarto y Jorge bajó siendo otra persona. Poco más de tres años estuvo semana a semana con Giorget. No necesitaba nada más afuera del seminario. Hasta que ella un día no apareció. Corrió a buscarla y nunca más volvió a verla ni a saber de ella. Otras mujeres pasaron por su cuerpo, jamás fue lo mismo. Una razón más que poderosa fue
que el resto de las mujeres le exigían el uso de condón, mientras que Giorget nunca tuvo esta exigencia con él. Como toda aventura la discreción fue lo importante, y así, nadie supo de las aventuras de Jorge en el Distrito Federal, él no sabía de los demás y los demás no sabían de él. Preparó su viaje a Italia, para recibir su ordenación de manos del Santo Padre, era un enorme honor, y Jorge no cabía en su vanidad. Luego de su ordenación, Jorge regresó a Mérida para dar clases en el Seminario. Apenas llevaba unos años como profesor-director cuando comenzó a enfermarse. Hasta que unos análisis de orina y sangre le confirmaron sus sospechas. La depresión fue enorme. La mentira más grande aún: leucemia, se acostumbró a decir. Fue cuando se acrecentó su alcoholismo. No podía contenerse, cada que salía del seminario no quería regresar, su depresión crecía y sólo quería terminar de matarse, ahogarse en alcohol, destruirse, que lo atropellaran, chocar y morir. Cuando estaba lúcido, era un hombre genial, el espíritu estaba con él. Tuvo que abandonar el seminario por sus constantes llegadas alcoholizado, las acusaciones del padre Wong, y sus recaídas debidas a la enfermedad que lo postraban semanas enteras, en las que el fantasma de Giorget caminaba a su alrededor, ansiosa de tomarlo. A regañadientes se recluyó en la Casa del Sacerdote; él quería ir a su casa en el pequeño poblado al sur de la entidad de donde nunca debió salir, pero se lo impedían: el voto de obediencia Jorge, no me obligues a recordártelo. Ahí lo encontró una tarde el padre Puga, y lo invitó a la parroquia de Cristo Rey. Se obtuvo la autorización del arzobispo y el padre Jorge llegó a la parroquia convertido en vicario. Apenas a una semana de su llegada conoció a Alejandro García.
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El grupo agonizaba y sus líderes cantaban y cantaban entre besos y vino. Aviéntate desde este edificio, que está escrito que vendrán tus ángeles a socorrerte. Ya no quedaba más que dejarlo estrellarse en el abismo, el mismo padre Puga sabía que no podía meter las manos ante el abierto alcoholismo de sus dirigentes, a las relaciones sexuales en boca de todos, las relaciones homosexuales que dejó escuchar el novio de una de las coordinadoras, en su testimonio, en público; las niñas que un día hablaron en lenguas, ese don tan preciado producto de la oración, ahora utilizaban la lengua de una forma más pagana, lo confesaban abiertamente durante las catárticas jornadas de los Jericós. Sodoma se dibujaba en el imaginario de los feligreses que le llevaban sus quejas al padre Puga. Se sentía cercado: ¿si tan sólo hubiera uno, uno tan solo? eso era lo que Ernesto Puga reclamaba, ¿a quién? ¿a Roberto que se había ido ya? ¿a Alejandro quien se acostaba con cuanta muchacha se ponía en su camino? Tuvo que recurrir a Luis Carlos. El caos se presenta siempre de manera circular. Pero tiene un vértice, un punto fijo desde donde gira y gira el vórtex, ese punto por un momento fue Alejandro García, ahí detrás de Roberto, entre los compañeros del PTE, bajo la sotana de Jorge, en medio de tanta piel de las chicas que cambiaban su pureza en el gemido. Había que expulsarlo. Deshacerse de él. El padre Puga habló con Luis Carlos, esto no puede seguir así. Desde la salida de Roberto todo son quejas sobre el grupo. No sé qué le pasa a Alejandro. ¿Le has visto los ojos? Un horrible color negro le cubre las facciones. Está perdiéndose. Está contaminado. Ya no es posible hablar con él. Es necesario hacerlo a un lado. Luis Carlos estaba convencido de que dios actúa de forma misteriosa y he acá que todo venía a confirmarle que estaba por el camino correcto. Sería el redentor. Había que poner en orden las cosas. Lo primero sería romper las inercias. Acallar las voces que subían como ofrendas malditas viciando el agradable olor de los inciensos. Limpiar la gusanera. Sanar las heridas. Luis Carlos primero quiso acabar con las habladurías pero éstas llegaron a oídos del padre Puga cada
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vez con mayor urgencia. Tienes que detener esto. Disuelve el grupo, quédate sólo con los que confíes. Luis Carlos sostuvo solamente a su alrededor a 15 jóvenes en el coro. Melchor Salazar aceptó con gusto cada cambio realizado. Las voces subían enredándose sobre la moral, pisoteándola. Luis Carlos entonces intentó detener la relación de Éngreid con Alejandro. Trajo a la luz la primera vez que la madre de Éngreid había entablado demanda contra Alejandro. Mejor es que te alejes, le dijo el padre Puga, dándole unos billetes a Alejandro, como lo hacía desde hacía casi seis años. Es el último pago que te voy a dar. No sirvo en la iglesia por el pago, usted lo sabe. Sí, pero ahora te voy a pedir que busques la forma de dejar el grupo sin escándalos. Desaparece un rato. Arregla tu vida con tu novia. Si no la quieres déjala y evita seguir engañándola, todo mundo está enterado de que te demandaron por abusar de ella. Alejandro se quedó sin palabras. Leandro ya cantaba en el bar Las Torcazas. En una reunión en casa de Víctor, cuando Alex contaba que el padre Puga le pidió que se alejara de la iglesia, todos brindaron por el fin que ya se había presentado para el grupo. Leandro lo llamó aparte y le dijo, Blanca, mi compañera en el grupo, quiere conocerte. Quizá puedas aprovechar y mostrarnos algunas de tus canciones, tal vez podamos ponerle un ritmo pop o cumbia y cantarlas, no pierdes nada, así podrías ganarte unos pesos. Cáete mañana, ahí te espero. Blanca quiere verte. Al día siguiente que el padre Puga le pidiera alejarse, necesitaba ver al padre Jorge para poder calmar su odio y su rencor. Fue a verlo pero no estaba en casa. Decidió ir al centro de la ciudad, llegar a la biblioteca de la universidad que siempre lo calmaba. Pasó por un supermercado y entró para comprarse una cajetilla de cigarros, cuando la imponente figura de Selmy Rodríguez se le apareció en el corredor de lácteos. Contrario a lo que siempre pensé, esa madrugada saqué el valor para ayudar a Alex a que se fugara con Éngreid. Había que estar ahí para verle la mirada perdida y cómo se iluminaba para contarme cuánto la amaba, lo mucho que la necesitaba y le hacía falta. Anoche la pasábamos tan bien, por fin me había decidido a no dejarla nunca, a luchar por ella. Ahora que estaba fuera de la iglesia, dijo, es hora de comenzar de nuevo, estoy seguro que el hecho de que el padre Puga me pida alejarme del grupo es algo bueno, tiene que ser una señal. Ella ya no es la misma niña que conocí, es una mujer inteligente, valiente, fuerte, poderosa, hubieras visto el putazo que me metió anoche apenas
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abrí la puerta. Yo estaba dispuesto a todo, a enmendarme, terminar la carrera, conseguir un empleo, y llega su madre por ella. Luego que se fueron, toda la noche esperé por aquellos tipos que me dijo Diedry que habían mandado a golpearme y nada; por la mañana me habla Rosalba para decirme que está embarazada. Alex me contó que Rosalba lo buscó desde temprano. Estaba terriblemente alterada. Amaba a Joaquín, y llevaba tres años de novia con él. Pero Alejandro es de esos hombres por los que una mujer se pierde sin darse cuenta. Todo deja de importar, si lo sabré yo. Alejandro, seguro estoy, nunca amó a nadie más que a él mismo. Su cariño por Éngreid es lo más honesto que alguna vez le escuché. Alex era a ratos terriblemente alegre, o terriblemente enojado, furioso, y en ocasiones su depresión era tan intensa que el tipo causaba lástima. Lo de Rosalba le caía en muy mal momento. Había que sumar la relación que había comenzado con Selmy. Todo le caía de golpe. Lo corrían de la iglesia, estaba lo de Selmy, y ahora, Rosalba. No sé si Selmy se perdió igual por Alejandro, pero estuve presente la noche en que, borracha, confesó que sostuvo relaciones con Alex, y Éngreid, que había aparecido luego de diez años, se le fue encima. Habría que estar ahí para ver la escena. Selmy siempre fue una cínica irremediable. Era tan linda, de esa belleza que las mujeres no terminan de aceptar en una mujer, la odiaban. Con el paso de los años, me decidí a entrevistar a Selmy para que me diera su versión sobre Alejandro, y ahí supe que fue Andrés quien había hecho las pesquisas en el reclusorio para sacar al Chivo con el encargo de darle una madriza a Alejandro. El mismo Andrés se lo había confesado a Selmy cuando terminaron su matrimonio. Selmy disfrutó la relación que tuvo con Alex, efímera y fugaz. Si yo hubiese sido Éngreid, también me fugo con él. Son cuestiones de la edad. Las personas no aceptamos que las niñas de quince, dieciséis, diecisiete años son unas perversas. Esas niñas saben muy bien lo que quieren. Y seguimos ahí, sin razón, sometiéndolas. Ella hizo muy bien en escapar con él. Esa tarde cuando Éngreid me atacó, acabé diciéndoselo: Alex te amaba, era un mujeriego y lo que quieras, pero te amaba, no me quiso a mí, yo no lo quise a él, era completamente tuyo. Luego de la entrevista me cercioré que, al igual que yo, ella siempre supo que Alex estaba enamorado de Éngreid.
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Te dejaré usar la escopeta si me prometes que comerás todo lo que cacemos. Claro que me lo comeré, había dicho Lucy, y en la noche salieron de cacería. Éngreid no los acompañó. Prefirió quedarse en casa a dormir un poco o más bien a sumirse en la ensoñación. En el recuerdo. En su mente brincaba aquella noche cuando vio que Alejandro se separaba de Vanessa. Nunca pudo estar segura si lo estaba besando. Aunque él nada negó, tampoco se detuvo a confirmarle las cosas. Lo que viste es lo que fue. Ella estaba ahí, todos estaban ahí, no seré el cobarde que intente negar lo que viste. Luego de asomarse encima del barandal de casa de Víctor, vio a Vanessa inclinada hacia él; Jina los cubría por completo. Éngreid le llamó: ¡Alejandro!, Vanessa intentó esconder su mirada y Éngreid pudo ver los ojos sin expresión de Alex, mirándola. Éngreid dio la vuelta y regresó corriendo al automóvil para largarse de ahí. Dentro del carro todos la miraban, apoyándola con alguna palabra de consuelo, ella no escuchaba, miraba por la ventanilla, la soledad que se dibujaba en los rostros de todas las personas que se cruzaban con el automóvil en su recorrido. En cada rostro ella miraba el sentimiento perdido, la pérdida de la esperanza, los ojos caídos esperando. Ahí una mujer regando su jardín ensimismada, luego un viejo manejando su bicicleta, ahí estaba el señor que siempre vendía perros calientes en esa esquina, alrededor estaban los comensales. Todos tenían la misma cara, los ojos bajos, la nariz respirando pausadamente, moviendo las aletas, las comisuras de la boca hacia abajo. La noche comenzaba apenas, no pasaba de las 9 y todos estaban cabizbajos, vencidos ya por el paso del día y sus tristezas. Ese rostro es el mío, ese rostro es el mío, ese rostro es el mí - o. De pronto sintió mareos, vagidos, se puso pálida y exigió que pararan el carro. Para, para, detén el carro ahora mismo, apenas logró bajarse y cayendo de rodillas en el pavimento, vomitó bilis, un líquido claro y amarillento, espantosamente apestoso. Y pegó un enorme grito. ¡Qué caso tiene!, se decía, a este maldito no le importa nada, todo le
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vale madre, a mí me vale madre, maldita zorra, hijo de puta, ahhgg…, gritaba sin poder contenerse, los que la acompañaban la dejaban ser. Su hermana Diedry nada decía, sólo trataban de impedir que caminara hacia el centro de la calle. Estaban apenas en la avenida que pasaba por la puerta de la facultad de derecho, en dirección al Circuito. Alejandro cogió una bolsa de plástico. Tomó dos caguamas de la nevera, y sin decirle adiós a nadie brincó el barandal de casa de Víctor, paró el camión urbano y se largó para su casa. Sólo llegar dejó una cerveza en la nevera y abrió la otra para servirse un vaso. La cerveza se había calentado pero a él no le importó. Llevaba bebiendo desde la tarde y con las paradas que había hecho entre un momento y otro no se sentía para nada borracho. Bebió el vaso de cerveza hasta el fondo, se sirvió un vaso más y se desnudó. Cogió su teléfono y miró que tenía mensajes. Marcó el número para escucharlos. Hola, Alex, estoy pensando en ti —era Selmy—, Andrés salió de nuevo, no volverá hasta muy de madrugada. Alex, Alex, Alex,… en verdad que me ha encantado tenerte. Espero con ansias que se repita. Ahora mismo, pensándote, quiero tocarme para ti. Si tienes tiempo, me encantaría que me dijeras que puedo ir a verte, aunque sea un rato. No había terminado el mensaje de Selmy, y Alejandro comenzaba a tener una erección. Pero que pinche puta, se dijo, bebió un sorbo más de cerveza y se metió al baño a ducharse. En eso sonó el teléfono. Enjabonado, Alejandro no tenía interés de contestar. Ya hablará de nuevo. En verdad que anda desesperada. Si contesto es capaz de venir para acá. Y no tengo ganas de verla ahora. Sería el peor momento para tener a la cuñada de Éngreid. Pero qué buena está. Se dejó caer de nuevo el agua de la regadera para arrancarse la espuma del cuerpo. Se tocaba el miembro y sabía que la tipa lo había excitado. Pensó en Éngreid, en lo que ella estaría pensando en estos momentos. Perdió la erección. Estaría devastada. Será mejor que terminemos, no tiene sentido seguir en esto. Lo decía mientras jugaba con la espuma formada en sus vellos púbicos. Cogió su miembro desde la base, y comenzó a jalar lentamente. Quería recuperar la erección. Pensó en Selmy, en esas nalgas robustas y esas pantorrillas de niña bailarina. El teléfono volvió a sonar. Lento salió de la ducha sin secarse con la toalla que cogió con la mano izquierda y se colgó al hombro. Descolgó. Le colgaron. Puta madre.
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Se dejó caer, aun chorreando agua, en la cama. En el techo permanecían algunas telarañas polvosas. Pensó de nuevo en Éngreid. ¿Dónde estará ahora? Debe estar emputadísima. Este sí es el final. Estoy seguro de que nos vio y no lo negaré. Eso si vuelvo a verla. Cómo he podido hacerle esto. Ahora acá estoy, desnudo y solo, cuando podría estar con ella disfrutando de la fiesta, de su compañía, de sus besos. No había terminado este pensamiento, cuando desde la calle dijeron su nombre. Era Éngreid. Su figura estaba detrás del cristal de la puerta. Alejandro, abre, sé que estás ahí. Alejandro se lo pensó un poco, una fracción de segundos que da para tanto. Quizá quiere pelear, quizá viene a terminarlo todo. No, si quisiera terminar no vendría. No le negaré nada. Esta mujer es lo que quiero para mí. Se levantó y fue hacia la puerta para abrirla en su totalidad. Ella estaba parada con la mirada abrasadora, su rostro lo decía todo. ¿Estás solo? Alex no terminó de decir que Sí, cuando Éngreid le lanzó un golpe a la cara. Una bofetada con todo el impulso que pudo tomar. El golpe fue tan duro que Alex despertó de inmediato de su mediana borrachera. Ella lo hizo a un lado y entró a la casa. Caminó hacia el cuarto de él. La casa de Alejandro era un solo corredor de tres piezas y el baño. Piezas seguidas, apenas divididas por una pared en donde se abría la puerta que las comunicaba. La primera servía como sala. La segunda como cuarto, y la tercera era la cocina. Éngreid entró furiosa y pasó al cuarto de Alejandro. Miró el vaso de cerveza a la mitad y se lo bebió todo. ¡Está caliente! dijo Alejandro sin siquiera sobarse la cara. Ella apuró la cerveza hasta el fondo, siguió caminando y entró al cuarto de baño. Alex sólo estaba cubierto de la cintura para abajo con la toalla. Éngreid se quitó la ropa y se soltó encima el agua de la regadera. Pensaba que un baño la calmaría. Alex titubeó en la entrada. Cerró la puerta de la calle con lentitud. Y caminó hasta la cocina. Del refrigerador tomó la otra caguama. La destapó y sirvió de nuevo el vaso. Se acercó al baño que no tenía puerta, sólo una cortina de tela amarilla, transparente. Éngreid estaba bajo el agua, de espaldas a él. Su cabello bajaba hasta sus omóplatos. Era hermosa. Quieres un poco más de cerveza, ésta sí está helada. Ella giró hacia él. El agua de la ducha cruzaba sobre sus oscuros pezones formando pequeñas cascadas. Estiró la mano y cogió el vaso de cerveza. Sacó la cabeza de la ducha, y bebió unos tragos, luego puso el vaso sobre la orilla de la ventana que daba al patio, sintió una pequeña brisa que la noche hacía girar afuera. Alejandro la contemplaba, como si viajara en esos remolinos de agua que se arrastraban
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sobre la piel de Éngreid. Como si estuviera en una balsa y cayera precipitadamente, por sus pechos, su torso, el vientre, esquivando el ombligo donde el agua brincaba hacia el suelo, y resbalara hacia su pubis, ahí en esa pequeña mata de vellos grisáceos, violetas, donde la luz parpadeaba: ¿Te gusto? Si tanto te gusta lo que ves, por qué estás ahí de pie y no mojándote conmigo. Alejandro dejó caer la toalla que sostenía alrededor de la cintura, dejando ver su erecto pene, y caminó hacia su mujer.
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Estoy hasta la madre de todos. Del padre Jorge y el padre Puga, de toda nuestra puta hipocresía. A la parroquia sólo venimos a buscar pareja. Es una mariconez aquello de arrepentirse de las cosas que uno hace. Somos unos miserables. Ya lo ves. De acuerdo, la iglesia jamás acabará por aceptar mis gustos sexuales, ni mi romanticismo, bromeaba; Alex lo sabía, incluso se encabronaba porque las cosas eran de esa forma. Conozco gente peor, y ahí rompiéndose el pecho. Bueno, qué importa.Tú mismo lo has dicho, Alex, somos humanos llenos de vicios y virtudes. Los que están metidos en la iglesia no son ni peores ni mejores. No estoy tan seguro. Yo he recibido dinero por estar ahí, apoyando las actividades. Debería valorarlo. Jugamos con su fe. He visto a las chicas desmayarse y salir cargadas en brazos. Sé lo de la sugestión, y con todo, si es su fe, allá ellos, no debemos ser piedra de tropiezo de nadie. Yo lo he sido. He recibido monedas de oro, y qué he hecho por esta gente, utilizarlos nada más. Ha sido tu trabajo. No cualquiera se la pasa ahí metido día y noche. Alguien tiene que hacerlo. Asisten a los eventos pero no saben el trabajo que se hace detrás. Me siento un maldito hipócrita. Gozando de las chiquitas, ganándome la lana para costear mis putos vicios. Nadie cambia por estar pegado a la iglesia. Ni cambiará, Alejandro. Estás molesto por lo de Rosalba, pero todo tiene solución. No, no la tiene, Óscar, esto ha sido suficiente, fui demasiado lejos ya. Joaquín la llevó a que se inyectara, pero la muy pendeja, por quedarse con la lana de la inyección, convenció a una amiga suya que es enfermera, para que le pusiera sólo agua inyectable. Pinche chamaca. Y para qué quería putos doscientos pesos, tuve que decirle. Es una niña de prepa, Óscar, doscientos pesos le sirven para cualquier pendejada. Para Joaquín ella no debiera embarazarse, estaban tomando las precauciones necesarias para evitarlo. ¿Con qué puta cara le dice que algo falló?
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No me vengas con esas mamadas. Si se la pasaban cogiendo existía la posibilidad. Grave sería si la chica fuera virgen para Joaquín, pero no es así, ya no te preocupes. Si la quiere, no le preocupara lo del embarazo, preocúpate de que no se entere que es tuyo. Alex no pensaba con la frialdad acostumbrada, eran demasiadas las cosas que se le juntaban. Decidí ayudarlo, tracé con él la ruta de escape. Huiría con Éngreid para Campeche, y de ahí se moverían de acuerdo al dinero que fueran juntando. Antes de eso, Alejandro vería a Joaquín como a las 9 de la noche, junto con Rosalba. Fingirían que ella le había pedido que la acompañara para contarle del embarazo, le dirían que los anticonceptivos no son cien por ciento seguros. Lo convencerían de que lo mejor sería abortar, o si Joaquín lo quería, casarse y tener al niño. Alejandro no había podido conciliar el sueño. Luego del escándalo vivido con Éngreid, Alex había pasado la noche alerta. A eso de las cinco de la mañana apenas conseguía amodorrarse. La llamada de Rosalba fue a las 7. Me urge verte, había dicho. Aún en el entresueño y la alerta, Alex no supo de inmediato quien le hablaba del otro lado de la línea. ¿Me escuchas? Alex se tomó una fracción de segundo para reconocerla. Hola chiquita, qué pasa, no he dormido bien. Yo tampoco, Alex. Me urge verte, necesito hablarte. Qué ha pasado. Me he estado sintiendo mal, compré una prueba de embarazo y salió positiva. ¿De qué estás hablando? No se suponía que… Tienes que escucharme. ¿Puedes verme? No es el mejor momento, Rous, en verdad que no lo es. Estoy embarazada de ti, dijo ella. Lo primero que pasó por la mente de Alex fue el rostro de Éngreid saliendo llorosa y llena de miedo de su casa, mientras su madre le daba de golpes en la espalda y en la nuca. Putísima madre, tuvo que decir, tapando el auricular con la palma de la mano. ¿Alex, qué voy a hacer? apenas tengo dieciséis años. Alex aporreó el auricular en la mesa, puta, puta, puta madre. ¿Estás segura? Ayer fui a hacerme un análisis. Me gustaría que me acompañaras hoy. Y que me prestaras algo de dinero para pagarlo. Está bien, dame la dirección. Alejandro me pidió que hablara a casa de Éngreid y le explicara el plan que habíamos elaborado para que huyeran. Ella ni siquiera lo dudó. Su amor redimiría los actos de Alejandro. Le pasé el teléfono y me alejé para darle privacidad. Alejandro seguía alterado. Era notorio que necesitaba dormir. Cuando colgó, le dije que fuera a su casa a darse un baño y descansara. Todo se descompuso y llegó a mi casa con la camisa llena de sangre, para contarme todo, antes de las diez de la noche. La cosa estuvo de la
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chingada, se salió de control. No puedo hablarle a Éngreid a esta hora, sospecharían, ya quedamos, tenemos que esperar la madrugada. Escapa tú ahora, luego la llevo contigo, le dije para calmarlo. Le presté una camiseta, le pedí que se diera un baño. Mientras yo echaba ácido muriático a su ropa para luego quemarla en el patio hasta las cenizas. Las patrullas estaban girando por el fraccionamiento. Los vecinos vieron escapar a alguien de casa de Rosalba cuando encontraron los cadáveres. Yo sabía que se metía con Rosalba, pero igual sabía que la zorra quería atraparlo (Alex valoraba demasiado a las mujeres, creía que ellas lo amaban, y no se percataba de que lo consideraban sólo un semental, muchas sólo querían meterse con él por la fama que tenía; Rosalba quería atraparlo, eso era todo. Decía estar preocupada, pero en la fiesta de casa de Víctor se había subido a coger con Joaquín). Imagino lo que habrá pasado por la mente de Joaquín, y lo que habrá sufrido el muchacho. Joaquín lo quería tanto o más que yo. Incluso había entrado a estudiar letras hispánicas y leía cada libro que Alejandro le recomendaba. Antes de entrar al grupo juvenil, dirigía una banda de muchachos, era muy violento, y le gustaba agarrarse a golpes con cualquiera. Era sabido por todos que en aquellas épocas era muy diestro con la navaja, y que había llegado a usar pistola, ya que llegó a ser usado para entregar droga por la ciudad. Siempre andaba alerta, ensimismado, esperando que sus antiguos compañeros quisieran pelear con él, o que algunos tipos de bandas rivales lo quisieran agarrar descuidado. Alejandro le había enseñado a controlarse, a no pensar más en aquellos días, sino sólo como una experiencia, ahora es diferente; su amistad creció cuando en una semana santa Alejandro le ofreció el papel de Cristo para el vía crucis. Joaquín lo hizo excelente, planas enteras de los periódicos al día siguiente mostraban el derrotero en imágenes y a la gente conmovida por la representación. Hay dos tipos de gentes: los que me odian y no descansarán hasta verme desgraciado y los que me aman y morirán por mí. Joaquín era de los últimos, me ama, decía palmeando la espalda de un risueño Joaquín: ¡salud! No lo vi pero siempre he imaginado el rostro de dolor de El Chivo cuando estaba clavado en esa reja. Alex no era tan fuerte. Imagino la adrenalina golpeándole los músculos. Los gritos de Éngreid ensordecedores: ¡claro que me lastimó!, fueron el detonante. Alex había golpeado al tipo, se la arrancó de los brazos, y me la entregó. La dejé en la terminal y regresé por él, no lo encontré. Ella abordó el camión a Campeche, él no pudo llegar.
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Regresaré por él, no te preocupes, le dije a Éngreid para convencerla de que tomara el autobús. Al único que encontré caminando en el Circuito Colonias, mientras buscaba a Alejandro por las calles, fue a Luis Carlos, caminaba con la cabeza baja y las manos en los bolsillos del pantalón. Me detuve junto a él y le pedí que subiera para llevarlo a su casa. ¿Y tu carro? Se lo llevó Alejandro. ¿A dónde? No tengo la más puta idea, pero supongo que querrá alcanzar a Éngreid. No te hagas pendejo que tú te la llevaste. Entonces Alex tiene tu automóvil, excelente, pensé, al final va a llegar a ella. Dos días después vi lo del accidente en el periódico. No quise acompañar a Luis Carlos y a Roberto a reconocer el cuerpo, para entonces yo estaba seguro que Luis Carlos tuvo que ver en que Joaquín se enterara del embarazo de Rosalba. Cuando Alex llegó a casa de Rosalba, como lo habían planeado, Joaquín ya estaba ahí. Desde la calle miró su moto estacionada, y debió hacer lo que su instinto le decía, irse de ahí, dar la vuelta y replantear la situación. No era así como lo había planeado con Rosalba por la mañana. Quedaron de juntos esperar a que Joaquín llegara y hablar con él. Alejandro debió irse, pero quiso enfrentar las cosas. Joaquín estaba sentado en la sala, frente a la puerta. Tenía la cara lavada y se mostraba sereno. Rosalba estaba parada detrás de la mesa del comedor, jugaba con el mantel. Te estábamos esperando. Pasa y siéntate, dijo Joaquín al verlo llegar. Alex apenas entró. No quiero que me den explicaciones sino respuestas claras. ¿La amas? Alejandro guardó silencio. Joaquín lo preguntaba serio, sin aspavientos. Rosalba intervino. Cálmate Joaquín. Cállate, se dirigió a ella, apuntándola con el brazo extendido, los músculos tensos, y dime ahora tú, ¿lo amas? Digo, para que hayan estado juntos, supongo que fue algo más que pura carne. Quiero imaginar que se enamoraron y me lo pensaban decir el día de hoy. Alex no sabía lo que Rosalba pudo haberle contado en su ausencia. Habían quedado en que la aparición de Alejandro en casa de la chica era para calmar a Joaquín cuando ella le contara que no se puso las inyecciones y que
estaba embarazada de él. Pero al escuchar las preguntas de Joaquín se dio cuenta de que el plan había fallado, y no alcanzaba a saber cómo actuar, qué cosa sabía, qué debía decir, hacia dónde dirigir la plática para no violentarlo. Rosalba caminó hacia delante de la mesa del comedor. Joaquín seguía sentado en el sofá, ahora en la orilla, con los codos sobre los muslos. Alex estaba aún en el umbral de la puerta. No había decidido entrar. ¿No me vas a contestar? preguntó de nuevo Joaquín, te pregunté si la amas, si amas a mi novia. Cálmate Joaco, por favor, vamos a sentarnos a platicar las cosas. Tú me conoces. Vamos a tomar las cosas con calma. Claro que te conozco, y se levantó de repente caminando hacia Rosalba, y pensé que tú me conocías a mí, Alex no alcanzó a entender si se dirigía a él o a Rosalba con el “tú me conocías”. La tomó del cabello y le hizo bajar la cabeza. Hey, suéltala Joaquín, así no se arreglan las cosas. Estás equivocado, Alex, siempre lo has estado, así es como se arreglan, y extrajo de su cintura, en la parte trasera, la pistola, sin dar tiempo de nada, apuntó sobre la nuca de Rosalba y disparó. No se había extinguido el sonido, y el cuerpo de Rosalba apenas caía sobre el piso, cuando Joaquín se puso la pistola a la altura de la sien. Gracias por tu amistad, dijo sosteniendo la mirada y tirando del gatillo. Los estallidos hicieron que los vecinos se precipitaran a la calle. Alejandro corrió hacia los cuerpos, Joaquín seguía vivo. Se arrodilló y lo tomó en sus brazos. La mirada de Joaquín iba de un lado a otro. No tenía conciencia pero estaba vivo. Escuchó que la reja de la calle se abría, soltó el cuerpo de su amigo y corrió hacia la parte trasera de la casa, para escalar el muro y escapar; correr por los techos, cruzar la manzana completa, bajar, atravesar calles y llegar hasta casa de Óscar.
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Nunca debí decirle a Joaquín lo que Alejandro me había confesado, pero creí que era lo mejor. Alex sabía que iba a ir corriendo a decírselo. No debió retarme. No creo que alguna vez nos hayamos puesto sinceros para reconocer que nos odiábamos. Era un creído. Siempre se lo dije a mi mujer: Alejandro es un perdedor. Todo en él es rencor por su vida de fracasos. Estoy seguro que él los mató, era un borracho, no dudo que Joaquín los haya descubierto engañándolo, habrán discutido y lo mató, luego a Rosalba para que no pudiera decir nada. Tuve ganas de golpear a Luis Carlos cuando le escuché decir esto a los compañeros de la parroquia que se fueron enterando de a poco. Todo joven puede perderse como se perdió Alejandro García. Lo siento por Éngreid y su familia. Aún no han localizado el cuerpo de ella, pero para quien anda con mequetrefes sólo era posible este final.Yo culpo a la madre de Éngreid de haber permitido esta relación. Daban asco las palabras que decía Luis Carlos. Antes que Alejandro me fuera a ver para contarme lo de Rosalba, igual me contó que había discutido con Luis Carlos. Como sabía que no se llevaban bien no puse atención en el asunto. Luis Carlos se la pasaba quejándose de él. Alguna vez me pidió que no me llevara con Alex, que no era de fiar. ¿Quién diablos va a contarle eso a otro hombre? Luis Carlos es así. Cuando escuché que había visto a Alejandro conversando con Rosalba a las afueras del laboratorio de análisis clínicos, supe que él fue quien le contó a Joaquín. Y luego les manda construir un parque de Los enamorados. ¿Cómo se atreve? Si su madre me hubiera hecho caso, las cosas hubieran sido diferentes. No tendríamos estos muertos, y Éngreid estaría en casa. La cárcel, eso era lo que Alex necesitaba. Luego de la noche que acompañé a doña Elena a buscar a su hija, me quedé vigilando la casa de Alejandro. Cuando salió temprano por la mañana, lo seguí, y lo vi encontrarse con Rosalba. El tipo se acostaba con dos muchachas menores de edad. Sin
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importarle la amistad de Joaquín, había seducido a la pequeña Rosalba. Por eso lo encaré. Esto pudo evitarse si la madre de Éngreid me hubiera hecho caso. Era necesario hacer un escándalo en la iglesia, que toda la parroquia se enterara. Pero cómo dices eso, si la madre de Éngreid no permitía ese noviazgo. Debió ser más dura. Denunciar a Alejandro con la policía. Lo hizo. La llevaron para que testificara si Alejandro le había hecho algún daño, pero nada pasó. Ella no quiso denunciarlo, ella lo protegió. No lo sé, su madre debió insistir. Ya no pude contenerme, padre Jorge, le di un golpe en el rostro para que se callara. Hijo de puta, bien que estabas abrazando a la madre de Alex en el entierro y ahora me sales con esta estupidez. Víctor me detuvo. Moisés me acompañó. Casi no hablamos en el camino. Cuando llegamos a mi casa alcanzó a decir: Óscar, lo mejor será olvidarnos de Alex. Igual me caía bien, pero mejor ya no hablar del asunto. Ha muerto, debemos seguir adelante, no tenemos certeza de cómo fueron las cosas. No me parece que se haya acostado con Rosalba, en verdad que no puedo perdonarle esas dos muertes. Corté con las amistades de todos, padre, y ahora usted viene a decirme que Alex vive, qué clase de consuelo pretende. El padre Jorge ya no insistió. No debí encarar su delirio, si pensar que Alex estaba vivo le hacía bien, por qué no escucharlo. Seguro porque tenía miedo de crearme falsas esperanzas. Esto de la muerte nos ha afectado a todos. Todos deberíamos estar muertos. Muertos y enterrados. Antes todo fue alegría y camaradería en la parroquia y acabó en aletazos de murciélagos. Dolor y muerte por todos lados. Un grupo juvenil en una parroquia que iba creciendo y creciendo, amigos que pasaban las noches ensayando y ensayando. Cómo nos divertíamos, y ahora, casi no nos hablamos. Los primeros dos años todos fuimos a la tumba de Alejandro a recordarlo. Cuando Luis Carlos construyó aquel parque para Los enamorados y se lo dedicó a la memoria de Rosalba y Joaquín, supe que ya no pasaría más, no podríamos recuperar la camaradería de antaño. Todos a vestir su máscara. Hemos ido envejeciendo en la mugre social, en olvidar lo que alguna vez fuimos. Jóvenes interesados en trabajar por el evangelio. Qué basura. Roberto Suárez lleva dos años en la cárcel. Ha pedido que por favor Luis Carlos no vaya a verlo, pero Luis Carlos insiste, no llega solo, acude con el padre Puga, y Roberto jamás le negará la visita al padre Puga, sigue queriéndolo tanto.
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El padre Puga absorto en el silencio. Luego del sermón en el velorio de Alejandro, habló sobre la perdida juventud, sobre la necesidad de cerrar filas sobre el evangelio, buscar las formas de que los jóvenes no caigan presa de esas pasiones, hay que forzar que sus ideales sean por servir al otro no por servirse de él. Luis Carlos, tienes que poner mayor empeño en buscar la forma de que la muerte de Alejandro, Rosalba y Joaquín sirva como ejemplo para formar jóvenes más preparados. ¿Cómo pudo pasar? Es necesario que los muchachos tengan bien claro los conceptos y los valores cristianos sobre las oportunidades, y el libre albedrío que el señor nos otorga, que todo se enfoque en el amor y la amistad. Patrañas. El cabrón padrecito se cortó por lo sano. La parroquia continúa troquelando dinero, siempre habrá jóvenes dispuestos a trabajar por ideales de amor, justicia, dispuestos a cumplir con ser siervos, reyes y profetas. Roberto y yo intentamos una relación pero su tristeza era demasiada. Se acusa de muchas cosas que permitió. El libre albedrío, repite las palabras escuchadas hasta el cansancio, pero para olvidar prefirió el aislamiento sicológico. Divertirse sin prisa. Estoy harto de los dramitas, me dijo. Nos dimos cuenta que no funcionábamos más que como amigos. ¡A qué culparse de nada! La vida continúa, el sol saldrá todos los días. Si Alejandro existe ya no es lo importante, dado que ya no será el mismo Alex que conocí, él necesitaba irse, alejarse de todo y de todos. El padre Jorge fue muy claro conmigo, si la muerte de Alex les hace bien, mejor será que siga muerto. Para mí así es como tiene que ser, prefiero recordarlo como fue en aquellos años. Todas las historias de Luis Carlos con las que he aprendido a vivir, debatir y discutir, no tendrían sentido si las palabras del padre Jorge fueran ciertas. Escrito queda, he cumplido. Cumplí al padre Jorge su pedido, he contado su historia, tal como él me la relatara en Cotollengo, ahora todo queda en manos del destino. Jorge ha muerto, he visto el sitio donde yacen sus restos, y cada que puedo, me escabullo hasta la tumba de Alejandro García. A veces me convenzo de lo contrario, y le miento la madre al padrecillo: si Alex vive, ojalá que se reencuentre con Éngreid, dejo unas flores y regreso a mi vida.
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Qué importan las amistades en este mundo hipócrita. Los dioses o las injusticias. Nada importa más que la vida de uno mismo. César Cardoso era el nombre que ostentaba Alejandro ante el mundo. Aquel accidente, las notas del periódico, la fuga de Éngreid quedaron a un costado de la carretera. Alejandro salió de casa de Óscar, y fue a su casa a prepararse una maleta. Éngreid aceptó escapar con él. Mi madre no quiere volver a verte. Mi hermana nunca pensó que se presentaría al coctel del desfile de modas. Pero al llegar a casa, como mi padre la riñó, decidió salir, pedir un taxi e ir por nosotras. Por eso cuando mi hermana la vio llegar, quiso escapar de la fiesta, tratar que mi madre no la viera, si ella no nos encontraba, mi hermana podría localizarme para vernos en otro lugar. Tú me hubieras llevado. Pero el estúpido de Luis Carlos se le acercó: Qué hay doña Elena, ¡qué bueno que vino! ¿No llegó Éngreid con usted? ¿No está acá? Vino desde temprano con su hermana. Pues no la he visto. Mi hermana se escondía mientras mi madre hablaba con Luis Carlos, pero el desgraciado enseguida la apuntó, mire ahí está Diedry, yo la acompaño… Por eso luego de la maravillosa noche que habíamos pasado, brincamos de susto cuando mi madre comenzó a aporrear la puerta. Yo estaba por cumplir los 18 y mi madre estaba furiosa. Luis Carlos la había traído. Al escuchar los golpes en la puerta de cristal, Alejandro se levantó furioso, se metió en un bóxer negro y caminó descamisado, con la cara hirviendo por el enojo para abrir la puerta a esa hora de la madrugada. ¿Dónde está mi hija? Degenerado. Maldito. Éngreid se levantó de la cama y no sabía si esconder su desnudez, o correr a tranquilizar a su madre que abofeteaba a Alejandro, quien apenas intentaba contenerle las manos. En eso apareció Luis Carlos en la entrada. La mirada que ustedes se cruzaron jamás podré olvidarla. ¿Quién carajos te crees, pendejo? Y tu rencor diciendo ¿cómo te atreviste a traer a la madre de mi novia?
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Luis Carlos entró para empujarte y separar a mi madre. Yo aproveché para meterme los calzones y zamparme el vestido que estaba ahí tirado. Fue todo tan rápido que mi madre se abalanzó sobre mí, me tomó de los cabellos y comenzó a golpearme en la cabeza y la espalda. Tú quisiste socorrerme pero Luis Carlos te empujó hacia la pared: No te metas, coño, es su hija, deberías sentir vergüenza. Lo empujaste y quisiste ir a mí cuando apareció en la puerta Diedry, quien me arrebató a mi madre: ¡Ya déjela, déjela! Se interpuso. Quise correr pero mi hermana me metió al carro de Luis Carlos. Los vecinos salieron a la calle. Luis Carlos abordó, puso en marcha el motor y nos fuimos. Quiso calmar a mi madre pero era imposible. Se me caía la cara de vergüenza. ¿Quiere que vayamos a buscar a su esposo?, preguntaba Luis Carlos. Para qué, es un pobre borracho. Vamos a la policía. Llamaré a unos amigos del partido para que le pongan una madriza a ese hombre, decía mi madre. No podía levantar la cabeza, la tenía metida entre las faldas de mi hermana. Quizá me desmayé, porque el tiempo se me hizo muy rápido. Lo que recuerdo es que estaba sentada en una… como camilla. Había luces por todos lados. Tenía puesta una bata clínica y estaba sola. Escuchaba la voz de mi madre del otro lado de la puerta. Discutía. La voz de ella crecía sobre las personas que le pedían calma. Vamos a revisarla. Tenga, tómese esta pastillita para los nervios. No quiero pastillas, quiero que metan a la cárcel al hijo de puta que violó a mi hija. Mi ropa estaba acomodada en la silla que estaba frente a mí. Vestía la bata clínica de color verde abierta por la espalda. Mis desnudas nalgas encima del plástico de la camilla-cama de color negro con una sábana blanca muy delgada que la cubría. Sentía una terrible humillación. Ni siquiera pensaba en ti. En ese momento mi mente se ocupaba en cómo era posible que mi madre me trajera a este lugar de nuevo. Me quedé en la puerta de mi casa. Qué putas miran, se acabó el teatro, dije a los vecinos. Después llamó Diedry para avisar que tu madre había mandado unos tipos a mi casa. Que me fuera de ahí. No me preocupan, dije. ¿Cómo está Éngreid? Mi madre la llevó con Luis Carlos a la policía.Ve a casa de tus amigos. Mi hermano en el partido siempre contrata vándalos golpeadores para robar urnas y casillas durante las elecciones. No se tientan el corazón, saben que si caen a la cárcel el partido los saca. Vete de ahí. Te agradezco pero no te preocupes y quédate con Éngreid. Los voy a esperar, a ver si en verdad aparecen. No llegaron. Esperé hasta el amanecer y jamás llegó nadie.
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Ahí estaba sentada sobre el frío plástico negro de esa camilla esperando. La puerta se abrió y alcancé a ver los ojos furiosos de mi madre antes de que volviera a cerrarse. Entró una mujer gorda, al parecer acababa de despertar. Bien, bien, dijo. ¿Qué me hará? ¿Qué le dijo mi madre? No te preocupes por tu madre. La mujer respiraba profundo, se frotaba los ojos. Ven, siéntate acá. Antes que nada quiero que me platiques ¿para qué has venido? Mi madre me trajo. ¿Qué edad tienes? El 27 de marzo cumplo 18. Eso será en pocas semanas. Dime tu nombre chica, y cálmate. Había empezado a llorar de nuevo. La mujer gorda me observaba con desgano. Sin levantarse se dio vuelta en su silla giratoria y abrió unos cajones, revisando. Giró de nuevo hacia mí y me extendió un rollo de papel sanitario. Corté un pedazo y me soné los mocos que me estaban chorreando. Según tu madre vienes a poner una demanda, pero te veo más asustada por ella que si hubieras sido violada. ¿Violada? ¿Eso dijo mi madre? Quiero que me cuentes qué pasa. Pasa que fue a sacarme de casa de mi novio. Qué edad tiene tu novio. Me lleva seis. 24 entonces. ¿Te hizo daño? ¿Te forzó a algo? No señorita. Se me caía la cara de vergüenza. Tengo que hacerte unos análisis, invasivos y de mal gusto, recuéstate. ¿Tuviste sexo esta noche? Sí señorita. Hice el amor con mi novio. Te vuelvo a preguntar ¿te forzó? No. La mujer me hizo abrir las piernas, y se inclinó entre ellas. Mi madre entró a casa de él y me sacó a bofetadas de ahí, seguí contándole. Tienes rojas las mejillas. Ella me golpeó. Me dio en la cara en la cabeza en la espalda, me dio puñetazos, cachetadas, si mi hermana no interviene, creo que me mata. Pero muchacha si tienes 17 años cómo es que estabas en casa de un chico de 24 a esta hora de la noche. Hay que tener precauciones, aún eres menor de edad. Tu novio puede ir a la cárcel. Tu madre piensa poner una denuncia en su contra. Supongo que lo detendrán. Ahora…, me has dicho que tuviste relaciones hoy. ¿Fue la primera vez? No, hace casi un año que tengo relaciones con él. ¿No te has embarazado? No. ¿Nada de abortos? No, mi novio siempre termina fuera. Eso no está bien, deberían usar condones al menos. Si te embarazaras tal vez él ya no se interese en ti. Tú debes quererte un poco más. Protegerte, ser inteligente. Tu novio es mayor de edad y tú no. Así que luego de mi reporte médico, vas a tener que hablar con la sicóloga. Ella igual va a valorarte. Amanecí en la Procuraduría. No llegué a mi casa sino como a las once de la mañana.
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A esa hora estaba en casa de Óscar, contándole lo que había pasado. Esa madrugada ya no pude dormir. Y no pasó ni una hora para que tu hermana me llamara y me dijera que habían visto al Chivo por la colonia. Todos sabíamos, hasta yo, que El Chivo era madrina. Tú me lo habías contado, que los de la policía lo soltaban cuando les era útil y luego lo recapturaban. Esa mañana fue cuando tuve que ir a ver a Rosalba, me había llamado superexcitada, estaba mal, lloraba. ¿Escuchaste? No, no he escuchado nada. Es Lucy, habrá tenido una pesadilla. Si quieres te acompaño. Éngreid sonrió, su hija siempre dormía con ella, y cuando, en casa de su madre o de Diedry, tenían que pasar la noche en habitaciones separadas, ella siempre se levantaba sola para ir a verla. Le acariciaba un poco y la niña continuaba dormida. Se vistieron con ropa ligera. Éngreid entró a la habitación y se sentó en el colchón de la cama que le habían conseguido a la niña. Alex se quedó en el quicio de la puerta, mirándolas. Esta escena es la que tantas veces le dije a Jorge que sería la vida ideal, dijo Alejandro. Ahora la tengo. Lucy extendió la mano hacia Alex. Ven, lo llamó. Éngreid le hizo un lado en el colchón, Alex se hincó junto a la niña. Le tomó la mano y le dio besitos en los dedos. Duerme pequeña Lucy, dijo besándole la frente. Éngreid estiró la mano y la puso sobre las manos de Alex y su hija, que estaban entrelazadas. La niña cerró los ojos. La noche era cálida. Éngreid le acariciaba y Alex se levantó y salió de la habitación. Éngreid permaneció junto a su hija, cantando muy quedito alguna cancioncilla. En el jardín contemplas la tumba del único que se conservó a tu lado, porque siempre fue igual a ti, un impostor y un hipócrita, un cobarde que prefirió esconderse como tú. Somos de otro mundo, decía Jorge, enfermo, delgado; la enfermedad avanzando por su sangre. Los últimos meses te hacías cargo por completo de él: lo bañabas, limpiabas sus excrementos, le dabas de comer y le leías tanto. No quiero más transfusiones, estamos robando algo de tiempo al tiempo, lo sabes. Lo importante es que la vida continúa. No irás a morirte ahora, ¿verdad?; tienes que resistir un poco más. ¿Y continuar este martirio y esta soledad en la que nos tienes metidos?, no y no, -reía- no nací para tanta tristeza, Alex, ni tú. Aferrarse a la vida es un acto de total egolatría. No seré quien se pierda en el miedo ni en las lamentaciones porque paso a ser parte de la tierra. Deberás tenerme muchas plantas junto al sitio en que me entierres. Muchas flores, te lo aviso, muchas, de todo tipo. Que haya plantas nocturnas y diurnas, orquídeas, cactáceas, eso…
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quiero que mis gastadas proteínas sirvan para algo. No vayas a sembrar plantas anuales, dame algo permanente, para ser parte de los árboles, existir por siempre en ellos; fundirme con la fauna que venga a libar las flores. Me harás permanecer. ¿Lo harás? Con la muerte volando encima de la casa, las promesas se ofrecen sin dudarlo. Alejandro juró risueño. En verdad eres melodramático. Eres un farsante melodramático como yo. Y sentado junto a su lecho, le acariciaba la frente. Alejandro evitaba ya todo contacto humano, sólo cruzaba palabras de cortesía con las personas con quienes mantenía negocios. César Cardoso era un ermitaño, un asceta rumiando su tristeza, su dejadez. Quieres que siga vivo en esta lúgubre tierra. ¿Para qué? Bien harías en plantar al menos algunas flores, algunas hortalizas. Dale un poco de vida a este lugar. Podrías quedarte mirando las inamovibles plantas, y encontrar quizá algo de paz en ellas. Alex no solamente vivía entre la tristeza y el enojo, en el mutismo constante, además era huraño y cuando la casa no estaba llena de silencio, lo estaba de golpes a la pared, gritos. No lo sé, padre, tal vez tenga algo de razón. Siento rencor, impotencia, odio. Me miro al espejo y me desprecio. Ya tienes otra personalidad. Nadie te busca. Tu madre vive tristísima por lo que se dice de ti. Lo que ha pasado tuvo que pasar. Fueron días trágicos, ni modo, hay que seguir. Lo dices tú que… y mejor Alex se detenía. El padre Jorge entendía los reproches continuos. Sabes muy bien que no puedo dejar de pensar en lo que sucedió... No lo hagas, pero enfoca, enfoca los pensamientos. Tienes que dejarlo ir. La muerte de Rosalba y Joaquín… cierro los ojos y la veo de nuevo caer al suelo, tuviste que haber mirado su rostro para que pudieras acaso entender. Mirar a un hombre quitarse la vida, y que sus últimas palabras fueran un reproche hacia a ti, no es algo que pueda olvidarse así como así. Los años pasan y ellos siguen ahí, muertos, no son más que tumbas que con el tiempo, incluso sus familias, dejarán de visitar. Es triste pero es. Viviste, alguna razón hay para ello. Un tipo sacó la pistola mató a su novia y se mató frente a ti, pudo haberte matado, pero no lo hizo. Un tipo quiso matarte esa misma noche y no lo consiguió, te defendiste. Y en el accidente del carro sobreviviste y César Cardoso murió.
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Tú lo has dicho, Alejandro está muerto. Eres otro ahora. Eres César. Sobreviviste, haz que valga la pena. Jorge murió sosteniéndote las manos. Hoy tengo la vida ideal que siempre te dije, Jorge. La brisa sopla en el jardín. Una flor de mayo color violeta se desprende y cae con lentitud encima de la lápida.
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¿Que los muertos entierren a los muertos? Jorge llegó de sorpresa igual que tú. Estaba yo sentado en la terraza y un tricitaxi paró junto a la reja. Un hombre delgado bajó de él. Yo no quise moverme de mi asiento. Enseguida supe que era él. Me divirtió verlo pelear con el candado. Abrió, y empujó la reja de madera con suma dificultad. Comenzó a dar pasitos lentos. El sol incendiaba su ropa blanca. Estaba sumamente envejecido para su edad.Yo no me moví de mi lugar, estaba entre desconcertado y sonriente. Lo vi sentarse en la mecedora a un lado mío. Continué mirando hacia la reja. Él bufaba y resoplaba por el esfuerzo que significó atravesar caminando el jardín. En verdad que los dos debemos estar muertos y en el infierno. Un infierno de silencio…, continuó a manera de queja. ¿Cómo diste conmigo? Los muertos…, carraspeó mientras se acomodaba y empezaba a mecerse. Se limpiaba el sudor con su pañuelo morado. Los muertos siempre nos lo cuentan todo, estamos unidos como por cordones umbilicales. ¿Viniste solo? No. Toda la parroquia vino conmigo.Traje a la policía. ¿A qué has venido? Vine a morirme acá. Contigo. Alejandro permitió que las palabras se quedaran flotando a su alrededor. Su vista planeaba por los espejismos que un sol de atardecer deslizaba sobre las rocas, las albarradas frente a su terreno, sobre el polvo que se desprendía con las ventiscas. ¿Quieres un vaso de limonada? Si es todo lo que vas a ofrecerme, tendré que conformarme. Dijo sin voltear a verlo. Alejandro meció un poco más y se detuvo, se levantó de su asiento, desechó el líquido que tenía su vaso lanzándolo hacia el frente, cogió la jarra de la mesita que estaba a un costado y sirvió de nuevo el vaso de cristal hasta llenarlo. Dio unos pequeños pasos y le ofreció el vaso. Alejandro intentaba no mirarlo. Jorge detuvo la mecedora y se le quedó viendo fijo. Alex miraba por encima de él, cual invidente que mira al profundo vacío. Jorge se movió hacia el frente en el asiento de la mecedora, estiró las dos manos y cogió el vaso de cristal. Estaba helado. Llevó el vaso hacia sus labios y mientras bebía con premura, Alejandro se dejó caer de rodillas
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y comenzó a llorar. El llanto fluía incontrolable. Jorge dejó caer el vaso que al golpear el suelo no se rompió, derramó el líquido cerca de las rodillas de Alejandro sin mojarle los pantalones de mezclilla. Jorge se conmovió al ver a su amigo hecho un manojo de estertores, no quería tocarlo para no espantarlo de nuevo, los años sin verse no habían borrado las huellas del cariño que se tenían. Desde el inicio Jorge veía en Alejandro algo que nadie más podía. Estaba convencido de la pureza de su corazón y la terrible inteligencia del muchacho que nunca descansaba, pensar y pensar, rumiar y rumiar ideas, para mejorar, para ser mejor, para apoyar a otros, todo siempre detenido en los olores orgásmicos a los que se entregaba, a las noches de parranda, intentar ser un ser sociable y no poder conseguirlo, pensar y pensar. ¡Cuántas veces le escuchó decir!: no puedo parar padre, este maldito cerebro mío no deja de pensar idioteces todo el día, lo mismo pienso en el suicidio que en matar a alguien, lo mismo pienso en enamorarme de alguien y quedarme a su lado, consintiéndola, cuidándola, que en otras mujeres, noches de orgías, vaginas, tetas y desmadre. ¡Estoy enfermo, se lo aseguro! Las noches de francachela que ambos corrían por la ciudad, entre cantinas, bares, clandestinos, tanto como los servicios religiosos a los que Alex lo había acompañado, acabó por unirlos. La relación, incluso, era asediada por los hipócritas que todo tienden a juzgar. Jorge sabía todo sobre Alejandro, y un poco más, sabía los designios e ideales ocultos existentes en su alma, podía mirar dentro de sus hundidos ojos cafés aquellos vicios que lo confundían y lo llenaban de dudas. Lo había visto componer canciones para la iglesia, al principio incluso fue su confesor, pero decidió dejar de serlo por la amistad que los unía. Me confiesas y luego me acompañas de borrachera, pinches hipócritas que somos.Y las víboras del entresuelo juzgaban lo que la sociedad juzga siempre por arriba. Los continuos ingresos de Jorge al hospital aquejado por la “leucemia”, su falta de amor a la vida al sentirse condenado y la poca importancia que Alex tenía sobre los seres humanos, sobre la sociedad que los rodeaba se había acrecentado. Eran dos entre miles, sobrevivientes de ellos mismos. Juntos. A mí los que me conocen o me odian, o me aman, no hay puntos medios. Y ahí estaba ahora Jorge, sentado en la mecedora, ahí estaba Alejandro, luego de años de no verse, arrodillado, llorando. Cuando Jorge alcanzó a poner la mano sobre la cabeza de Alex, éste se levantó apartándose de él y dándole la espalda.
Se pasó las manos sobre los ojos, se acicaló el cabello, y sin dejar de moverse para un lado y otro, completamente descompuesto gritó al cielo un largo Arrggghhh, para intentar sobreponerse y volteándose lo espetó. ¡Qué diablos haces acá! ¡Cómo diablos diste conmigo! Es una pregunta estúpida. ¡Sabes que nací en estas tierras del sur! Un hermano mío que te conoció en Mérida me contó que te había visto. Le dije que habías muerto en un accidente, pero insistió. Le mostré fotos que tenía de ti. Es éste, vive ahí en un ranchito. En ocasiones baja al mercado, es un solitario y pocos lo conocen. Es él, estoy seguro. Se llama Alejandro, dije, pero replicó que no… ¿Cómo dices que te llamas ahora? No puedo creerlo. De todas las personas del mundo de las que me he escondido por años, resulta que tú apareces. Si quieres me voy pero la verdad es que vine a pasar mis últimos días a tu lado. ¿De qué hablas? Convencí a mi médico. Estoy muerto. Hasta mi acta de defunción traigo conmigo, pérame te la enseño. Alex no pudo más que reír. Estaba claro que Jorge no se iría. Y daba por hecho que le encantaba que estuviera de nuevo con él.
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Éngreid miraba a Lucy correr por las mañanas detrás de las mariposas. Se detenía y ellas se detenían junto a un pequeño charco. Lucy estaba aprendiendo a quedarse quietecita. Mirando, acechante, a sus presas. En el desayuno había dicho que le gustaría tener una pequeña red para atraparlas. Alejandro rió. Pobres mariposas, para qué las quieres. Son muy lindas, dijo la niña mientras Éngreid le agregaba azúcar a su leche. Hagamos lo siguiente, si me prometes que sólo tomarás algunas pocas y de especies diferentes, algo así como si fueran para una colección, yo mismo te hago una red para que las captures. Lucy dijo que sí, que lo haría. Entonces pásate el día de hoy mirándolas, persíguelas por todos lados, para que cuando yo regrese me digas cuántas especies diferentes encontraste, las que más te gustaron, las que te parecieron más raras y hasta aquellas que te parezcan feas. Así me demostrarás cuán observadora eres. No se vale andar matando animalitos así nada más y sin sentido, lo menos que podemos hacer es conocerlas, saber su nombre, siquiera, o inventárselo; yo quisiera inventarles nombres, ¿puedo ponerles nombre? Ah qué Lucy, intervino Éngreid, hasta crees que no las han nombrado ya; qué importa mamá ¿puedo nombrarlas, Alex? ¿puedo? Por supuesto que puedes, dales el nombre que quieras, aún así, vamos a revisar algunos libros para ver cómo las conocen en otras partes ¿quieres? Sí. Bueno, a ti te toca observarlas todo el día de hoy, ya me dirás cuando vuelva cuántas y cuáles has visto. Yo mismo me comprometo a ayudarte a coleccionarlas, las fijaremos en una cajita de madera, para que las guardes como un tesoro. Te enseñaré a montarlas con las alas abiertas para que disfrutes sus colores. Éngreid bebía con lentitud su café, observando la manera en que Alejandro hablaba con su hija. ¿Quieres más? Le ofreció algo de la fruta que desayunaban. No mami. ¿Puedo levantarme ya? Ve y lávate los dientes. Obedece a tu madre, intervino Alejandro mirando a madre e hija; la niña sonrió, se levantó empujando la silla de madera con las piernas, y corrió hacia el baño canturreando una cancioncilla.Tenía prisa por salir a mirar las mariposas mientras el sol aún no evaporaba el agua de las charcas.
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Éngreid y Alex se quedaron en silencio a uno y otro lado de la mesa. El silencio se disfruta cuando la tranquilidad habita la mente y es dueña de los corazones. Sin siquiera mirarlo, Éngreid masticaba con lentitud un pedacito de pan, los labios apretados, mientras escuchaba a Alejandro sorber de a poco su taza de café, y limpiar los restos de comida, aplastando un trocillo de pan con los dedos sobre el plato. Alex se levantó a poner sus trastes y los de Lucy en la pileta, y al pasar junto a Éngreid, ésta lo tomó con una mano de la muñeca, lo detuvo, ¿Alejandro? llamó con ternura; el hombre volteó la cabeza, giró sobre sus piernas para quedar frente a ella, y cuando su mirada caminó desde la mano que lo sujetaba hasta el cuello y el rostro de la mujer detrás de la taza humeante de café, la escuchó decir, con los ojos apenas entreabiertos, la quijada levantada hacia delante, llenos de una impasible sinceridad: Alejandro te amo, y eso es indudable. Lucila atravesó corriendo la cocina, empujando al hombre sobre la mujer, para alcanzar, de prisa, la puerta de la entrada y salir a esa mañana brillante de sol que apenas comenzaba, sin perder tiempo, en espera de que al regresar Alex por la noche, pudiera contarle cuántas mariposas diferentes había visto por el jardín y el monte que circundaba ahora su casa. Con el empujón por atrás de la niña que corrió hacia la puerta, Alex detuvo la caída sólo poniendo una mano sobre la mesa. Aún tenía la otra mano cogida de la muñeca por la mujer, que le miraba fijo, sosteniendo la taza humeante de café frente a su rostro. Éngreid soplaba pausadamente sobre la taza; los ojos fijos, límpidos de amanecer, descansaban al fin. Lo sabía. No había más a donde ir. Era el final de la ruta. El último rincón necesario. Los ojos de Alex, de César, se lo gritaban, podía verlo tal cual era, sin esa sombra adolescente en los ojos. Lo escuchaba hablar con su hija, lo sentía latir bajo su cuerpo, dentro de ella misma. Era suyo de nuevo, a pesar de las separaciones, el tiempo y las distancias, la había recibido sin ofrecer disculpas ni esperar más de aquellos horrores del pasado. Eran hombres nuevos. El tiempo giraría hasta llevarlos a otros destinos, que ahora podrían comenzar a construir; hasta llevarlos al cementerio, volverlos tumba igual a ellos. Serás mi final, mi meta, tienes que ser mi mortaja, mi habitado mausoleo. Y cerrando los ojos Éngreid apenas alcanzó a decir: ¡Alejandro!
Adán Echeverría
SEREMOS TUMBA
Mérida, Yucatán, (1975). Realiza estudios de Doctorado en Ciencias en el Cinvestav-IPN, Unidad Mérida. Premio Estatal de Literatura Infantil Elvia Rodríguez Cirerol (2011), Nacional de Literatura y Artes Plásticas El Búho 2008 en poesía, Nacional de Poesía Tintanueva (2008), Nacional de Poesía Rosario Castellanos (2007). Estatal de Poesía Joven Jorge Lara (2002). Becario del FONCA, Jóvenes Creadores, en Novela (2005-2006). Ha publicado los poemarios El ropero del suicida (2002), Delirios de hombre ave (2004), Xenankó (2005), La sonrisa del insecto (2008) y Tremévolo (2009); el libro de cuentos Fuga de memorias (2006) y la novela Arena (2009). Compiló en coautoría el documento electrónico en disco compacto Del silencio hacia la luz: Mapa poético de México. Autores nacidos en el período 1960-1989 (2008). Participa en Los mejores poemas mexicanos. Edición 2005 (2005). Seremos tumba es su segunda novela publicada.
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Seremos tumba, de Adán Echeverría, se terminó de imprimir en enero de 2012 en los talleres de Compañía Editorial de la Península SA de CV calle 38 Núm. 444 C por 23 y 25, colonia Jesús Carranza, Mérida, Yucatán, México, CP 97109. Tels. (999) 9266133 y 9266143 correo electrónico cepsa98@prodigy.net.mx El tiraje fue de 500 ejemplares. Para los interiores se usó papel bond de 90 gramos y para la cubierta, cartulina sulfatada de 14 puntos. Pegado a lomo con hot melt y barniz UV en color. La coordinación de la obra estuvo a cargo de Celia María Octubre Maldonado Llanes, el cuidado de la edición y corrección de textos fue de Alejandrina Garza de León, el diseño de interiores y formación fue realizado por Rubén Omar Estrella González y el diseño de cubierta fue de Alejandra Arce Palma. Impreso en Mérida-México. Printed in Merida-Mexico.