cien aĂąos de vida cotidiana
ci e n aĂą o s de vid a cotidian a
U ni v ers i da d A utĂłnoma
de
N uevo L eĂłn
Jesús Áncer Rodríguez Rector Rogelio G. Garza Rivera Secretario General Rogelio Villarreal Elizondo Secretario de Extensión y Cultura Celso José Garza Acuña Director de Publicaciones
Biblioteca Universitaria Raúl Rangel Frías Planta Principal. Alfonso Reyes 4000 Colonia del Norte, Monterrey, Nuevo León, México, C.P. 64440 Télefono: (5281) 8329 4111 / Fax: (5281) 8329 4195 e-mail: publicaciones@seyc.uanl.mx Página web: www.uanl.mx/publicaciones
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Prólogo
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a historia es uno de los elementos fundamentales de nuestra identidad. Por ese motivo, el presente trabajo pretende rescatar algunos aspectos de la vida cotidiana que puedan contribuir a enriquecerla. El carácter del regiomontano y en general del norestense se manifiesta en formas de ser y hablar, en el estilo de vida y la visión del mundo que tiene sus particularidades y ha llegado a ser considerado como elemento simbólico de identidad convertido en tradición. La dedicación al trabajo ha sido una de las principales características del carácter del regiomontano. José María Parás afirmaba que los regiomontanos estaban dedicados “al trabajo tesonero” durante todo el año. Santiago Roel recordaba que los regiomontanos se levantaban “al primero o segundo canto de los gallos y se acostaban poco después del obscurecer” y calificó a los habitantes de Monterrey como “hábiles y diestros
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en cualquier trabajo […] prefieren la afanosa vida de lucha continua por la conquista del éxito”, describiendo a los regiomontanos como hombres “sanos, fuertes, ecuánimes, animosos y cultos”. Enrique Gorostieta afirmó en el discurso del 20 de septiembre de 1896 –en ocasión del tercer centenario de la fundación de Monterrey– que: “las virtudes cívicas de sus hijos, manifestadas en el espíritu de empresa y en la aplicación de sus actividades al fomento de la riqueza pública”, además señaló: “valor sereno que sin buscar el peligro afronta y lo desprecia”. Brondo White afirmó en 1937 haber observado en Monterrey “a todo el mundo trabajando” y “una “fiebre del estudio, anhelo y afán de aprender” vio a “todo mundo instruyéndose, sin parar un punto asiduamente, vertiginosamente […] Parece que en la mente de cada regiomontano germina la idea de que el único factor de bienestar y del progreso es el trabajo, el trabajo honrado”. Alfonso Reyes describió esa cualidad al afirmar que los hijos de Monterrey estaban educados en “las intachables prácticas del trabajo” y añadió “deber y voluntad como costumbres y hondo sentido del deber”. Mientras el doctor Arroyo Llano añadió: “honorabilidad a toda prueba”. Otros –como Carlos Gaytán– han apreciado la singularidad de los regiomontanos y han asegurado tener “un espíritu personal, típico, inconfundible con el de ninguna otra parte”. Fuentes Mares –en el mismo tenor– vio en Monterrey “lo que no se advierte en otras poblaciones o comarcas mexicanas”.1 Alfonso Reyes en 1943 así describió a sus paisanos: “El regiomontano, cuando no es hombre de saber, es hombre de sabiduría. Sin asomo de burla, pudiera afirmarse que es un héroe en mangas de camisa, un paladín en blusa de obrero, un filósofo sin saberlo, un gran mexicano sin posturas estudiadas para el monumento, y hasta creo que un hombre feliz. Por cuanto no hay más felicidad terrena que la de cerrar cada noche el cielo de los propósitos cotidianos, fielmente cumpli1 Derbez García, Edmundo (2001).
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dos, y el despertar cada mañana –tras el sueño del justo– con el ánimo bien templado para las determinaciones saludables. ¡Finura y resistencia como en el acero famoso de nuestras fundiciones! ¡Levedad y frescura como en la bebida efervescente de nuestras cervecerías famosas!” Finalmente unas reflexiones del licenciado Raúl Rangel Frías sobre Monterrey: “El motivo fundamental de traer a la memoria el pasado de una Ciudad, no debe consistir en el sentimiento de orgullo o de vanagloria que frecuentemente impulsa a los hombres a hacer gala de su genealogía. Más legítimo será referir el propósito al deseo de honrar la memoria de nuestros antepasados. […] Hagamos por tanto, en honor de nuestros antepasados lo que ellos nos dejaron en honra: sostener el impulso que hace rendir el fruto prometido por cada día, mientras la esperanza hila el tiempo venidero. Seamos fieles con ellos en el espíritu perpetuando, más que su nombre, la ley por la cual lo consiguieron, la de consumir el afán de una empresa que no habían de ver sus ojos y con la cual también los nuestros están alucinados: la pura y luminosa eternidad de una Ciudad perfecta”.2 El texto que aquí se presenta se estructura en siete capítulos: los dos primeros están dedicados a la vida privada y aborda aspectos del mundo familiar y femenino, los cuatro siguientes abordan aspectos del ámbito de lo público, el mundo masculino, la ciudad, la traza urbana, calles, plazas, monumentos, edificios, el crecimiento de la población, las ocupaciones de los pobladores, la construcción de la identidad y del panteón de los héroes, la cultura, tradiciones, fiestas y recreación. El último capítulo está dedicado a los principales acontecimientos extraordinarios que alteraron la vida cotidiana de los regiomontanos. El trabajo ha sido elaborado en base a la consulta de los fondos documentales del Archivo General del Estado de Nuevo León y del Archivo Histórico de Monterrey, asimismo se cita una amplia bibliografía. También ha sido utilizada infor2 Armas y Letras, septiembre, 1946.
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mación recabada oralmente a través de entrevistas y otras informaciones contenidas en fuentes gráficas y documentales de carácter privado.
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Introducción
En la ciudad, todo ha cambiado, el ritmo del tiempo, la luz del día, los sonidos de la noche, solo han permanecido como antaño, soberbios y majestuosas, los cerros y las montañas.
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a vida cotidiana se refiere a los actos diarios aparentemente intrascendentes que los individuos realizan, tanto en el ámbito público como en el espacio privado, a lo largo de la existencia. Los actos que transcurren y se repiten día tras día en el espacio privado y familiar no han cambiado en general con el tiempo ya que responden a la propia naturaleza humana: comer, dormir, alimentarse y asearse son actos tan antiguos como el hombre y son procesos de larga duración en la historia. Esos actos diarios y ordinarios han sido trasformados, alterados y adaptados en respuesta más que a la voluntad de los hombres a los avances tecnológicos, económicos y culturales. Los estudios sobre la vida cotidiana se ubican en el ámbito de la historia cultural y están fundamentados en un amplio cuerpo teórico. La integración de la lingüística, la sociología, la economía, la antropología y la estadística han permitido
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al historiador asomarse al pasado con una nueva mirada interdisciplinaria que intenta desentrañar el sedimento cultural oculto en las mentalidades colectivas, el ámbito de lo privado, lo íntimo y en la cotidianeidad. Nuevos métodos se suman pues a las teorías para hacer posible que cada vez con más énfasis contemos con interpretaciones sobre las mentalidades históricas. La definición histórica del espacio público y del espacio privado aparece estrechamente vinculada al proceso de formación del Estado Nacional.3 Esta última premisa no se dio en México hasta la República restaurada, cuando a través de la Constitución del 1857 y ante el debilitamiento de la Iglesia Católica y sus instituciones se registró una clara intervención del Estado en la vida privada. Esa estrecha vinculación de la vida privada con la vida nacional se hace presente en un mobiliario estilo colonial mexicano, victoriano, matizado de Luis XV y el Imperio, así como en la vestimenta y objetos decorativos como los bustos de héroes y patriotas, retratos de personajes y paisajes mexicanos que a fines del siglo XIX en México invadieron despachos y salones contribuyendo a la politización de la vida privada y sustituyeron a las imágenes religiosas utilizadas en el pasado. Una de las respuestas del individuo hacia la intervención del Estado en la vida privada fue paradójicamente una separación más clara entre lo público y lo privado que proporcionó un impulso al retraimiento romántico en uno mismo y a la consecuente retirada de la familia a un espacio doméstico definido con más precisión, es decir, a lo que solemos llamar el “seno del hogar”. Para Habermas, las actividades económicas –ya fueran comerciales, profesionales o artesanales– durante el siglo XIX se ubicaron en el ámbito de lo privado y no fue hasta que apareció la Sociedad Anónima y la empresa monopólica cuando el sistema capitalista se expandió y consolidó y las actividades mercantiles pasaron al ámbito de lo publico: el 3 Al proceso de formación de un gobierno capaz de imponer su autoridad en todo el territorio nacional, así como de imponer a todos los habitantes de ese territorio un solo proyecto de nación. Hut, p. 23 y 24.
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Estado intervino regulando y controlando los negocios mercantiles e industriales y las actividades laborales. Lo público se define como aquello referente al Estado y también lo “público” se refiere a la cosa pública: lo que interesa a todo el pueblo. La educación, la seguridad, el orden y la salud son del interés de todos, por lo tanto se convierten en cuestiones de Estado. En este trabajo –en el espacio público– se consideran los aspectos urbanísticos y arquitectónicos que modificaron el paisaje urbano y alteraron la distribución del asentamiento de la población, asimismo el desarrollo de las comunicaciones y los transportes, los eventos climáticos, las epidemias y los sucesos extraordinarios son elementos que explican el transcurrir o la alteración de la vida cotidiana. Reiteramos: la injerencia del Estado en la vida del individuo fue sobre todo el factor que permite históricamente definir y diferenciar el ámbito público de lo privado aunque en muchos aspectos estos dos ámbitos aparecen difusos. Históricamente el liberalismo decimonónico consideró cada vez más importante intervenir y politizar la vida privada enfatizando los derechos y las obligaciones del individuo como ciudadano pero también como esposo, como padre e hijo. En México, desde la difusión de una cultura laica hasta la idea de nación y de nacionalidad, la influencia del Estado fue permeando la conciencia de una sociedad que se pretendía progresista y moderna, una sociedad finisecular en la que sus miembros –a la vuelta de medio siglo– dejaron de ser súbditos para convertirse en ciudadanos, una sociedad religiosa cuyos fieles se vieron obligados a sobreponer la razón a la fe y una sociedad tradicional que sobrepuso el progreso a la costumbre. Desde la aplicación de las leyes liberales promulgadas por el grupo juarista durante la reforma, el Estado –con la concentración del registro civil– entró de lleno a la vida privada. Un ejemplo claro quedó de manifiesto en la descripción sobre los roles masculino y femenino dentro del matrimonio que está contenida en la epístola de Ocampo. La secularización de
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la sociedad trajo como consecuencia la aparición del divorcio civil y los códigos civiles de los Estados (conformados a partir de la década de los setenta) normaron amplios aspectos de la vida familiar. Los efectos de la ingerencia del Estado en la vida privada no fueron meramente simbólicos: se les relaciona con manifestaciones de la vida pública, el lenguaje o el ritual político pues en muchos terrenos el Estado liberal se enfrentó directamente al poder de la Iglesia, las corporaciones, las comunidades indígenas y la familia consiguiendo así definir nuevos espacios para el individuo y sus derechos privados. Este proceso encontró muchas resistencias y ambigüedades que fueron patentes en la lucha desatada entre el Estado liberal y su principal competidor por el control de la vida privada: la Iglesia Católica. El catolicismo –conjunto de creencias experimentadas en privado y de rituales practicados en público– fue el espacio en el que se produjeron las luchas públicas y privadas más intensas a lo largo de la segunda mitad del XIX. En estas luchas también participaron las mujeres transmisoras de creencias, tradiciones y costumbres. El espacio privado se muestra aprensible en múltiples elementos: el rol de la mujer, la estructura familiar, la distribución física al interior de la vivienda, los hábitos en la higiene, la preocupación por la imagen personal, los cambios en el mobiliario y en el vestuario, en las diversiones y en el esparcimiento. Esos cambios se registraron en el contexto decimonónico de los avances científicos y tecnológicos y de la secularización de las tradiciones y las costumbres que provocaron cambios sutiles pero visibles en las mentalidades colectivas de la sociedad. Las miradas al interior de lo privado de las sociedades del pasado representan un instrumento fundamental para abordar los estudios de lo femenino pues por un largo tiempo el mundo de la mujer estuvo muy limitado a lo privado, así como el ámbito público fue dominio del sexo masculino.
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1. El espacio privado
El mundo femenino
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n la mayoría de los círculos intelectuales de finales del siglo XIX era común la idea de la mujer como alguien especialmente concebida para lo privado y no adecuado a lo público. Las mujeres eran representadas como el reverso del hombre y se les identificaba por su sexualidad y su cuerpo y la identidad de los hombres dependía de su mente y energía. Las mujeres eran más frágiles desde el punto de vista muscular y sedentarias por naturaleza, todo ello hacía que las mujeres estuvieran mejor preparadas desde el punto de vista funcional para criar hijos, pero desde el punto de vista biológico los hombres eran fuertes, desafiantes y emprendedores mientras que las mujeres eran débiles, tímidas y apagadas, lo cual se pensaba que no podían ocupar puestos intelectuales o políticos porque
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además de estas funciones socavarían la familia, fundamento de la sociedad civil y base del orden natural.4 Frente a la situación de género subordinado a la cultura dominante occidental y masculina e inserta en esa cultura construida por el género opuesto, la mujer de ayer y de hoy ha recurrido a ciertas prácticas subversivas en forma implícita y explícita para evadir y enfrentar sobre todo la autoridad masculina. Entre esas prácticas destacó la creación y la apropiación de espacios en los que se excluía a los hombres. Los deberes femeninos fueron tantos y tan diversos que aparecen implícitos en muchos aspectos. Aquí se abordan aquellos relacionados con el matrimonio y con la vida privada a través de la descripción de situaciones, costumbres y prácticas femeninas que aportan datos para permitir penetrar en la forma de pensar de las mujeres y definir el contexto masculino en el que las mujeres se han desenvuelto históricamente, además el conocimiento de los bienes que la mujer llevaba al matrimonio muestra no sólo la situación económica de la mujer a la que pertenecieron sino que permite abordar el mundo femenino. Y es que tanto el acto del matrimonio como la vida conyugal y familiar en su conjunto han sido partes fundamentales del espacio femenino. Es cierto que el espacio para la mujer estaba muy limitado al ámbito privado doméstico, pero lo doméstico no era por eso menos azaroso: la jornada femenina era larga y nunca alcanzaba para terminar tantas funciones. Las mujeres se casaban muy jóvenes, lo que aumentaba el índice de tiempo en la vida productiva femenina. Durante su vida, la mayoría de las mujeres enfrentaba la muerte de varios recién nacidos o de muy corta edad. En cuanto al espacio público, la participación de las mujeres se limitaba a las actividades relacionadas con la Iglesia y si acaso con la beneficencia. La sencillez, el candor y la modestia fueron señaladas por Manuel Payno como las virtudes más sobresalientes de la mujer regiomontana luego de una visita que el escritor mexicano realizó a Monterrey en 4 Perrot et al (1999), pp. 49 y 50.
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1844. Y en general imperaba la idea de que la mujer estaba destinada para obedecer mientras que el hombre estaba preparado para mandar. Se esperaba que la mujer fuera obediente y mostrara lealtad hacia sus padres y familiares porque ésta debía ser discreta y pudorosa en su indumentaria y su comportamiento, de profundas convicciones morales y cumplida con sus deberes religiosos pues también debía ser una excelente ama de casa, tolerante y amorosa con su marido y sus hijos, ordenada y disciplinada en el hogar y eficiente administradora en la economía de lo doméstico. Matrimonio y noviazgo Además de los deberes domésticos, uno de los principales deberes matrimoniales de la mujer era la fidelidad que le debía guardar al marido: antes –como lo es ahora posiblemente– casarse varias veces en una vida era muy frecuente aunque no por las mismas razones. Las mujeres morían en el parto y los hombres partían a la guerra, de tal manera que había muchos viudos y viudas no bien aceptados socialmente pues buscaban pareja de inmediato. El general Jerónimo Treviño –héroe de la Reforma y de la guerra contra los franceses– se casó tres veces: la primera lo hizo por conveniencia porque se trataba de la hija de un general de la Confederación Sureña (antes de la unión de Texas de los Estados Unidos), la segunda vez se casó por agradecimiento con una enfermera que lo curó en el campo de batalla y sólo la tercera vez lo hizo por amor cuando contrajo matrimonio con aquella quien lo había esperado todas las guerras, todas las batallas y toda la vida, ya para entonces la novia tenía cuarenta años y nunca tuvieron hijos. También fue común casarse entre primos e incluso primos hermanos. Los núcleos familiares eran muy cerrados y los jóvenes compartían juegos y distracciones con los parientes más cercanos: las familias viajaban en grandes grupos y pasaban vacaciones en fincas campestres en donde acudía la familia
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ampliada. Casarse con un primo o prima era común y casi siempre aceptado por todos. En la segunda década del siglo XX Beatriz entró de interna al Colegio del Sagrado Corazón en Monterrey mientras que su familia residía en Parras. Ella tenía permiso para salir del colegio un domingo de cada mes pero sólo lo hacía con sus primos durante las vacaciones que regresaba a Parras y de nuevo se encontraba con los mismos primos pues con ellos hacía los días de campo y los bailes, por eso Beatriz terminó casada con uno de sus primos. En relación a la ceremonia del matrimonio, desde la aplicación de las leyes de Reforma a partir de 1855 las catedrales y parroquias fueron obligadas a publicar las tarifas aplicadas por la distribución de los sacramentos. La tarifa matrimonial más elevada correspondía a la ceremonia realizada a las tres de la madrugada, seguramente porque se trataba de situaciones extraordinarias en las que alguno de los cónyuges estaba en el lecho de muerte o lo más frecuente era la huida de los novios del seno familiar. Hacia 1870 la ceremonia religiosa del matrimonio era muy austera, solía celebrarse a las cinco, seis o siete de la mañana en presencia de los familiares más cercanos (hermanos y hermanas), pero siendo tan numerosas las familias con ellos sumaban más de medio centenar de personas. El templo no se decoraba, lo único que sobresalía si acaso era varios pares de velas en el altar y con frecuencia afuera –en el atrio del templo– se colocaban guirnaldas de flores. Luego de la ceremonia religiosa la concurrencia pasaba a la casa particular para desayunar y desde esa hora se empezaba a recibir a los familiares. En ausencia de clubes o salones, la recepción se organizaba en la casa paterna de alguno de los cónyuges o en alguna más amplia de familiares o amigos: en esas ocasiones los muebles se guardaban y los centenares de macetas que inundaban patio y corredores se recogían o subían a la azotea con el fin de despejar el lugar. A las ocho de la noche se celebraba el matrimonio por lo civil, por lo que la celebración se prolongaba varias horas e incluso varios días.5 No 5 “Memorias de don Adolfo Zambrano” (1926) en el Fondo Documental Memorias de la Vida Cotidiana de la Universidad de Monterrey.
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se acostumbraba la luna de miel o viaje de bodas y en cuanto la fiesta terminaba los novios se refugiaban en su nueva casa. Tampoco había despedida de soltera: se acostumbraba que la novia invitara a sus amigas dos o tres semanas después de la boda a su nuevo hogar para ofrecerles un chocolate. El noviazgo podía durar años durante los cuales los novios se trataban de usted y sólo podían entrevistarse en presencia de personas mayores. Muchas veces los matrimonios eran concertados por carta mientras que los futuros esposos nunca se habían dirigido la palabra e incluso en los primeros años del siglo XX cuando aparecieron los teléfonos se consideraba de mal gusto tratar asuntos de amor por ese medio. Los haberes femeninos Fue muy común que las mujeres al casarse presentaran el “haber” que llevaban en el matrimonio: se trataba de un listado detallado de objetos, ropa de cama y ropa personal. Por ejemplo: en 1865 en Monterrey, Francisca al casarse presentó su “haber” por un total de cuatrocientos ochenta pesos que consistía en ocho vestidos y además contaba con seis enaguas, seis calzones, seis corpiños, seis pares de medias de hilo y dos de seda. A los cuatro años enviudó y entonces de nuevo presentó su “haber”, nuevamente preparado por su padre. Agregándole las gananciales habidas durante el matrimonio, Francisca alcanzó el total de la cantidad de doce mil pesos, es decir, que la novia resultó muy favorecida pues en su “haber” se le habían sumado los muebles, algunas joyas y mucha ropa. Como era de esperarse, Francisca volvió a casarse y nunca tuvo hijos pero crió como tal a su sobrino Manuel, hijo de su difunta hermana Carlota. Los “haberes” de Francisca los elaboró su padre quien era abogado, el documento especificó que la novia no llevaba cama al matrimonio porque usaría la misma que había pertenecido a su difunta hermana, es decir,
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Francisca se estaba casando con su cuñado viudo.6 El casarse entre primos, con el viudo o la viuda de los hermanos fue muy reiterativo. Para el hombre casarse con su cuñada representaba la oportunidad de rehacer su vida de la forma más fácil: la tía ahora sería la madre de sus hijos y si la familia aumentaba los hijos llevarían los mismos apellidos y tendrían los mismos tíos y abuelos, además –en la mayoría de los casos– el amante recibía un cuerpo joven y una mujer sana y a toda la familia se le hacía más llevadera la pena de la difunta. Pero qué pensaba Francisca: ¿Se casaría voluntariamente con su cuñado? ¿Que tan arreglados fueron estos matrimonios donde tratos y contratos eran negociados y firmados sólo por los hombres? ¿Se convertía en un deber femenino cumplir con esas funciones de mujer-hermana-madre-tía y de suplir a la esposa y a la madre de la hermana difunta? La niñez La crianza de los niños se extendía hasta iniciados los tres años y quedaba a cargo de la madre, que era apoyada por criadas y nodrizas cuando se podía. La mortalidad infantil era tan alta que un connotado abogado de la localidad recomendaba “no encariñarse con los niños hasta después de los ocho o nueve años cuando estén maduritos…”7 pues hasta la segunda década del siglo XX las epidemias se ensañaron con la población infantil y no fue hasta cuando se generalizó el uso de la penicilina y se redujo la tasa de mortalidad. Los infantes accedían a la escuela hasta los seis o siete años y era la madre la encargada de enseñar las primeras lecturas y ensayar la escritura: si no sabía hacerlo, los hermanos ma6 “Haberes de Francisca Martínez” en el Fondo Memorias de la Vida Cotidiana de la Universidad de Monterrey. 7 La recomendación fue dada por el licenciado Trinidad de la Garza y Melo a un pariente con el que sostuvo correspondencia. Fondo Memorias de la Vida Cotidiana de la Universidad de Monterrey.
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yores enseñaban a los menores y de ser posible se contrataba una institutriz pues el primer jardín de niños público se abrió hasta 1906. Los niños iniciaban los estudios primarios a los seis años de edad. El horario para las escuelas elementales era de siete a once de la mañana y por la tarde de una y media a cinco, en verano la salida se hacía media hora más tarde y aunque en teoría la educación era gratuita siempre se contó con cuotas voluntarias de los alumnos. A partir de 1869 en las primarias públicas, tanto de niños como de niñas, se ofrecieron las materias de dibujo y música impartidas por los profesores Nicolás M. Rendón y Francisco Margáin.8 Los deberes culinarios El espacio femenino por excelencia fue la casa y al interior de ella la cocina permanecía reservada casi en su totalidad para las mujeres. La preparación de los alimentos para toda la familia fue un deber casi exclusivo de las mujeres. Las tareas culinarias no sólo requerían del conocimiento para la preparación de los alimentos sino que también para conservarlos por largo tiempo sin refrigeración. En la región del noreste, como en muchas otras, los embutidos fueron muy comunes para conservar carnes y frutas. Las mujeres de cualquier clase social sabían muy bien destazar un animal doméstico, sobre todo pollos, gallinas, venados, cabritos y puercos que eran sacrificados, preparados y conservados en el hogar. Entre los quehaceres cotidianos el uso y recolección de leña para prender los hornos y mantenerlos calientes, la provisión de velas, sebos y aceites para iluminar las habitaciones y el acarreo de agua para toda la familia fueron otras tareas diarias y muy pesadas que la mujer de hoy desconoce. La comida diaria del mediodía de la familia regiomontana se componía con frecuencia de caldo de res denominado puchero, que incluye también varias verduras con arroz y se 8 Archivo Histórico de Monterrey, Actas del Cabildo, 18 de enero de 1869.
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convirtió en plato obligado en la mesa de todas las clases sociales. El machacado con huevo, el cortadillo de res, el asado de puerco y el cabrito en varias versiones fueron los guisados más populares y se podían encontrar en la mayoría de las mesas. La carne asada, la carne seca y el cabrito al pastor son también platillos característicos de la gastronomía regional, así como las enchiladas, la barbacoa, el menudo, los tamales y los frijoles en todas sus formas han sido siempre del gusto de la población de Monterrey. Para acompañar esos guisos en la mayoría de las cocinas diariamente se cocían tortillas de maíz y harina. En relación a los dulces y postres, éstos contenían nuez abundante y en la región se elaboraban con leche de vaca o cabra. Los panes y pastelillos se preparaban en base a la nuez, harina de trigo y azúcar o piloncillo. Los buñuelos fueron muy populares y se cocinaban sobre todo durante las fiestas navideñas. La costura Las familias eran numerosas y diez hijos en promedio no sólo obligaban a las mujeres a lidiar con embarazos y partos al mismo tiempo que cocinaban, lavaban y planchaban sino también a coser la ropa y mantenerla en condiciones para toda la “prole”. La hechura y el arreglo de la ropa para el uso de varios miembros de la familia se mantuvieron por largo tiempo a cargo de las mujeres. En muchas casas –en general más grandes de las que hoy la mayoría ocupamos– había un cuarto destinado para la costura y el planchado de la ropa: la ropa personal, la de cama y la mantelería se elaboraban en el seno del hogar. Se utilizaban telas de todas clases: desde popelinas, percales y algodones hasta telas de seda o de paño inglés, así como retazos de encajes finos, de tiras bordadas, guipiur y tules rebordados con chaquiras, canutillos y pedrerías, además se elaboraban trajes de baile con todo y polisón que se prendía por medio de agujetas o broches ocultos entre los pliegues.
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En la costura cotidianamente se reunían varias generaciones de mujeres: vecinas y viejas amigas acudían para hacer labores de bordado y tejido mientras se platicaba y rezaba. Hilvanando, deshilando, zurciendo, remendando, bordando y tejiendo las mujeres del pasado gastaron muchas horas de su existencia dedicadas a esas labores. Entre los tejidos norestenses a mano el más popular fue el ganchillo, pero las mujeres también fueron hábiles en el manejo de agujas, husos y lanzaderas: con esos instrumentos tejían carpetas, manteles y colchas para las camas, además las orillas para pañuelos y variados tejidos para adornar la ropa. En esas costuras la presencia y habilidad de las abuelas eran ampliamente apreciadas. Las mujeres más acaudaladas se organizaban y hacían costuras con fines benéficos. La generalización del uso de la máquina de coser Singer a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX aligeró en gran parte esta labor en el hogar. Más tarde, la generalización del uso de los aparatos domésticos, como lavadoras y licuadoras, facilitaron las rudas tareas a la mujer que estaba sometida en el seno del hogar. La cocina y la costura fueron tareas casi exclusivas de las mujeres y en el ámbito rural como en el urbano se convirtieron en espacios exclusivamente femeninos. Otras tareas –por ejemplo, en el campo– como lavar la ropa en el río o tejer la pita fueron aprovechadas por las mujeres para crear espacios en los que se podían explayar sobre temas femeninos lejos de la autoridad y la mirada masculina.
[…] en el río, ahí era en el único lugar que me divertía, no solo por el baño, sino porque íbamos a lavar la ropa todas juntas, mis hermanas, primas y amigas cantábamos y de todo nos reíamos, y sobre todo nos contábamos todo, nos consolábamos y las casadas nos prevenían de la difícil vida que como mujeres nos esperaba, lo mismo hacíamos al tejer la pita, aunque el trabajo era duro creo que muchas esperábamos esa tarea del año que disfrutábamos porque nos volvía a juntar, por lo menos, eso nos permitía estar fuera de la casa y un poco alejadas de los padres, hermanos y esposos.9
9 Entrevista con la señora María Refugio Espinosa que es originaria de Bus-
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Proveer a la familia de todo lo necesario para su subsistencia fue otro deber que las mujeres cumplían religiosamente. Solas o acompañadas, las mujeres diariamente acudían al mercado y a diversas dependencias mercantiles donde adquirían los víveres necesarios. Salir a la tienda o al mercado representó para muchas mujeres la única oportunidad de entrar en contacto con lo público. En el limitado mundo femenino esas salidas diarias se convertían en real esparcimiento, sobre todo cuando se recogían rumores o se escuchaban comentarios escandalosos o por casualidad se era testigo de algún suceso extraordinario, pero esas salidas del hogar –para muchas mujeres– se convertían también en la mayor oportunidad para subvertir la autoridad masculina o por lo menos para escapar de su atenta mirada. Las tiendas de abarrotes más perdurables fueron la tienda de Pedo Calderón, fundada desde los primeros años del siglo por su padre político Juan Francisco de la Penilla, y por los mismos años Gregorio Zambrano fundó una destilería de azúcar y fábrica de vinos y licores denominada La Constancia Nuevoleonesa, otra negociación dedicada a los abarrotes fue La Abundancia y también existía una fábrica de velas muy popular denominada La Estrella del francés Luis Gustavo Coindreau. El comercio creció y se diversificó y en 1883 en Monterrey se contaron seiscientos cincuenta y cuatro establecimientos: quinientas ocho tiendas de abarrotes, treinta y dos de ropa, dieciséis boticas, catorce panaderías y catorce cantinas. Además, a todas éstas anteriores se unieron nueve almacenes, nueve expendios de sombreros, cinco expendios de cueros, cuatro licorerías y cuatro expendios de velas y jabón, tres cristalerías, tres expendios de cerveza, tres de madera y dos de muebles, dos ferreterías, dos baratillos, dos vendutas (subastas), dos librerías, una tabaquería, una nevería, una dulcería y una pastelería. Una tienda muy popular fue el Almacén de Abarrotes y Panadería La Bola, propiedad de los señores Chapa Gómez y Quiroga, establecida desde 1893 que era importadora de vitamante, Nuevo León, realizada el 8 de marzo de 1985.
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nos franceses y españoles, jamones, quesos, conservas y mantequilla pues también surtía sus productos al por mayor y al menudeo y ofrecía servicio a domicilio. La tienda de abarrotes denominada El Cañón –situada en la esquina de Zaragoza y 15 de Mayo– fue otro establecimiento al que acudían con frecuencia las amas de casa. La indumentaria femenina Entre el siglo XVIII y el XIX se dieron grandes transformaciones en la indumentaria femenina y al mismo tiempo surgieron nuevos elementos que perduraron a lo largo del siglo XIX. Entre los avances científicos del siglo XIX ninguno superó en popularidad a la fotografía, el hecho de poder conservar la imagen exacta de uno mismo debió tocar en gran medida la manera de verse y ver a los demás y en consecuencia de vestirse. Ya desde las primeras décadas de esa centuria el atuendo femenino tipo imperio impuesto durante el periodo napoleónico fue olvidado cuando apareció y se impuso el novedoso corsé que definía la silueta femenina tan disimulada por las túnicas volátiles de la moda imperial. El corsé, el polizonte y las crinolinas bajo faldas de grandes vuelos fueron los elementos fundamentales que perduraron y caracterizaron la indumentaria del vestido femenino a lo largo de la centuria decimonónica. En cuanto a la ropa interior, la mujer portaba por lo menos cuatro prendas: el calzón que llegaba hasta abajo de la rodilla y encima el fondo, arriba el corpiño y encima de él el corsé. Cada una de esas prendas a lo largo de la centuria decimonónica se fue elaborando con diversos materiales para lograr más facilidad de portarlos y reducir los costos de producción. Cambiaron los diseños y se diversificaron los materiales y también se ofrecieron más amplias opciones en tallas y modelos. Por ejemplo: había corsés altos y bajos, muy sencillos de manta, algodón o en seda muy adornados con encajes y listones,
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estos últimos para los vestidos de fiesta eran altos y sobre el pecho se dejaba ver el encaje. También hubo cambios en las crinolinas: primero elaboradas sobreponiendo tela sobre tela, luego acojinándola y mas tarde con el uso de amplios aros y fabricados por mucho tiempo de crin de caballo se limitó ampliamente el costo de su elaboración, se aligeró el peso de su porte y se logró otro efecto en el vestido. Los cambios más susceptibles fueron en la amplitud de las faldas que se recogieron y se adornaron con el polizonte. Ese elemento pretendió darle un efecto de s a la figura del perfil femenino pues esa puerilidad fue su única pretensión. Si para el vestido diario la mujer ocupaba más de media hora para vestirse, cuando se trataba de ataviarse para una fiesta el tiempo se alargaba por un par de horas. Además, del vestido y la ropa interior otros elementos fueron imprescindibles: los guantes, el bolso, el paraguas, el sombrero, las medias y los zapatos. Para la vida diaria eran muy comunes los vestidos de algodón o percal, generalmente en tonos obscuros de cuello alto y de mangas largas estampados con pequeñas flores y a veces adornados con ligeros encajes en los puños y cuello. Dos o tres vestidos de esa clase era el común denominador en el ropero de la mayoría de las mujeres jóvenes y viejas. Para estar elegante y salir a la calle, los sombreros fueron imprescindibles y se fabricaron de paja, mimbre, fieltros y telas que se adornaron con listonería, encajes, flores y plumas y los de estilo bombin masculino con un velo adherido en la parte posterior fueron usados en el vestuario femenino cotidiano. La ropa para ambos sexos se transformó profundamente al finalizar el siglo XIX y el atuendo para la vida diaria continuaba siendo muy elaborado y complejo, tanto en confección como en el número de prendas que habitualmente se debían portar.10 Los cambios en la indumentaria a lo largo del siglo XIX fueron estimulados por el desarrollo de la industria textil y de los transportes y el consecuente auge en el intercambio comer10 Archivo General del Estado de Nuevo León, Estadística, Caja, 1850.
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cial. Las publicaciones periódicas contribuyeron a imponer la idea de “la moda” en la medida que pretendieron uniformar formas y gustos en la indumentaria. Las transformaciones en la moda se daban mucho más lentamente que ahora. En las primeras décadas del siglo XX los cambios fueron significativamente más perceptibles pues el desarrollo en la medicina y su difusión habían cambiado un tanto el concepto de la vida y de la salud misma. Desde el ámbito de la salud pública se insistía en cuidar el ambiente al interior de las viviendas: asear las aceras, limpiar las acequias y norias, ventilar e iluminar las casas, pero sobre todo se recomendaba hacer ejercicio, practicar deportes y usar ropa ligera. Andar en bicicleta, nadar en ríos y albercas, jugar tenis o ir de excursión fueron las actividades más practicadas para llevar una vida saludable. La ropa blanca de algodón y lino, las faldas arriba del tobillo, los zapatos-tenis y los sombreros de paja provenientes de los Estados Unidos proliferaron en Monterrey en los años de transición entre el siglo XIX y XX. En los últimos años del siglo XIX en Monterrey se había fundado el Club Atlético Monterrey y la Alberca Monterrey –situada en la esquina de las calles de 15 de mayo y Zaragoza, en pleno corazón de la ciudad–, lugares en donde hombres y mujeres practicaban equitación, natación y otros deportes. También en los primeros años del siglo XX en el centro recreativo Cuauhtémoc y Famosa para familiares y trabajadores de Cervecería se formaron varios equipos de hombres y mujeres que competían en tenis, voleibol, sofftbol y natación. Asimismo, hombres y mujeres practicaban varios deportes en el Círculo Mercantil Mutualista desde su fundación en 1901. Para 1911 en los vestidos de gala se impuso el estilo de la emperatriz Josefina: de talle alto con la falda de seda muy gruesa y encima una túnica corta de encaje bordado, misma que formaba el corpiño, el escote cuadrado y las mangas hasta el codo. La falda ya no se usaba tan larga sino que dejaba ver el calzado, el cual era de raso y mismo color del traje. Ya los aigrettes habían pasado de moda y en el alto peinado en lugar
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de la antigua tiara se llevaba una banda de la misma seda del vestido. También los cambios en las comunicaciones y en los transportes requirieron una vestimenta más práctica. Ropa más ligera y holgada, cortes más simples, faldas menos largas, escotes más profundos para la noche y adiós a las mangas para todo el día pues el vestido estilo charlestón para la mujer se impuso y en la década de los veintes se registró un cambio sorprendente en la imagen de la mujer: el pelo corto. En México y en Monterrey entre las publicaciones periódicas sobre modas circulaban las siguientes revistas: La Moda Elegante, La Moda de Ultramar, La Moda Ilustrada y El Semanario de las Señoritas Mexicanas, éstas sugerían hechuras, telas, peinados, adornos y accesorios para cada ocasión, ya que se dictaban normas de etiqueta relacionadas con el vestir: como qué tipo de sombrero debía usar un caballero según la ocasión, cuándo y dónde debía quitárselo y en qué momento lo debía portar. Para las damas, esas revistas recomendaban cosméticos, ofrecían consejos e incluían lecturas instructivas para el Bello Sexo. A fines del siglo se publicó el Manual de Urbanidad y Buenas Maneras del profesor Manuel Antonio Carreño que se convirtió en la guía principal del buen comportamiento: Una señorita de calidad no debe, por ningún motivo, usar los holanes del refajo para sonarse; durante el sueño deben tenerse bien cerradas las puertas y ventanas para evitar chiflones, ya que es preferible sudar que toser; al pasear en parques y vías públicas, las señoritas de calidad deben hacerlo en compañía de personas de confianza, pues de no tomar dichas precauciones, pueden confundirse con otra clase de mujeres, máxime si éstas últimas son de posibilidades económicas y visten bien.11
Durante el porfiriato en Monterrey los principales almacenes de ropa donde se vestía la mayor parte de la elite local eran La Reinera de los hermanos Hernández, La Casa de Cristal de los hermanos Maíz, Fábricas de Francia, Sorpresa y Primavera. 11 Carreño, Manuel Antonio (1982).
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La educación de la mujer A lo largo de la centuria decimonónica, las jóvenes de Monterrey comenzaron a educarse formalmente asistiendo a colegios e instituciones civiles y religiosas y al mismo tiempo continuaban participando activamente en las actividades domésticas pues las mujeres eran consideradas como la representación de lo privado y la mayoría de los hombres, salvo contadas excepciones, no consideraban necesaria la educación formal de las mujeres porque rechazaban su participación activa en la esfera pública.12 A finales del siglo XIX había veintiocho escuelas primarias y privadas en la ciudad: doce escuelas eran de niños y dieciséis de niñas. Estas escuelas albergaban a cuatrocientos setenta y tres varones y trescientas sesenta y una mujeres, dando un total de ochocientos treinta y cuatro alumnos cuidados por veintiséis maestros y dieciocho maestras. Las escuelas de mujeres enseñaban música, el sistema métrico y labores, unas cuantas escuelas impartían clases de inglés y una ofrecía lecciones de francés, ocho ofrecían Historia sagrada y solamente una daba clases de Historia de México.13 En 1896 la Academia Profesional de Señoritas fue elevada a la categoría de Escuela y el magisterio fue una de las profesiones preferida por las mujeres. Pero desde 1860 había funcionado el servicio público de enfermería en el Hospital González que era sostenido por el gobierno y allí realizaban sus prácticas los alumnos de la Escuela de Medicina y unas cuantas damas voluntarias. Las escuelas católicas representaron un importante apoyo en el desarrollo educativo de las mujeres. El Colegio de San Vicente de Paúl, conocido como el Colegio de Niñas y a cargo de las Hermanas de la Caridad, fue fundado en 1856 y contaba con alumnas internas, medio internas y externas que pagaban cuotas ordinarias y extraordinarias por clases especiales de música, dibujo, inglés y francés porque estas cuotas servían 12 Prosa (1991), p. 66. 13 Vizcaya Canales (1998), pp. 52 y 53.
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para el sostenimiento de un número considerable de niñas huérfanas. Las Hermanas de la Caridad fueron expulsadas del país en 1874 y a partir de entonces la profesora Guadalupe Treviño Escamilla se hizo cargo de ese colegio.14 En 1881 llegó la congregación de las religiosas del Verbo Encarnado quienes en 1885 abrieron el Colegio San José, posteriormente se convirtió en el Colegio Mexicano. En 1907 arribaron las religiosas del Sagrado Corazón para fundar su colegio del mismo nombre conocido como Colegio de las Damas. Las Salesianas del Colegio Excélsior en 1906 y en 1919 llegó la congregación de Guadalupe quien fundó el Colegio Labastida. El trabajo femenino Sobre el trabajo femenino es necesario destacar que fue hasta finalizar el siglo XIX cuando apenas inició un lento proceso de generalización del trabajo formal de las mujeres. Es cierto que las mujeres siempre habían trabajado, ya que el trabajo de la mujer –igual que el de los jóvenes y niños– se extendía con facilidad a las labores extradomésticas cuando el espacio familiar se fundía con el obraje, el taller, el comercio, el despacho o el consultorio. Las mujeres se integraban y apoyaban en lo laboral desde siempre: desde muy jóvenes atendían a la clientela en la tienda, llevaban los libros de cuentas del negocio y aseaban y atendían los despachos y consultorios de sus maridos. En Monterrey algunas mujeres –al mediar el siglo XIX– llegaron a sobresalir en asuntos mercantiles. Muchas mujeres fueron quienes se integraron al magisterio, otras montaron academias de música y danza y algunas se destacaron en la literatura y en la actuación. Al finalizar el siglo, en Monterrey aparecieron las publicaciones periódicas dirigidas y dedicadas a las mujeres y en las décadas siguientes la presencia femenina se multiplicó en el comercio y en la industria. Mientras que los hombres jóvenes aun siendo es14 Ibídem, pp. 53 y 54.
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tudiantes se integraban a la vida laboral tempranamente, en ciertas ocasiones en los propios negocios de parientes o amigos.15 Y si también es cierto que las convenciones sociales en relación a la mujer no habían cambiado mucho, entonces los nuevos espacios irían surgiendo para que las mujeres pudieran ampliar sus actividades y participar en mayor medida en los asuntos públicos. En efecto: en las escrituras de los notarios de la ciudad se cuenta con numerosos ejemplos de mujeres que realizaban transacciones comerciales e incluso de aquellas que a la muerte de sus maridos se hicieron cargo de las negociaciones mercantiles. Ese fue el caso de Teresa García viuda de Tárnava y el de la señora Manuela de la Garza Iglesias viuda de Juan de la Garza Martínez, ambos padres de Isaac Garza: fundador de la Cervecería Cuauthémoc. Esas mujeres se hicieron cargo de las negociaciones Viuda de Tárnava y Compañía y De la Garza y Compañía. Y aunque ellas en esos actos notariales fueron siempre representadas por hombres (ya fueran parientes cercanos o abogados) podemos asegurar que en esos casos también se obligaban a estar detrás del mostrador, revisar libros de cuentas, realizar balances y elaborar pedidos de mercancía. También las mujeres realizaron y firmaron testamentos y libranzas. En 1857 alrededor de doscientas cincuenta señoras de la Sociedad Católica hicieron presencia pública cuando publicaron un folleto protestando por la expulsión del obispo Francisco de Paula Verea de la diócesis local, enfrentado con el gobernador Santiago Vidaurri. El gobernador no escuchó su súplica pero se sirvió de publicarles el folleto para la posteridad. Allí las mujeres expresaron sus motivaciones, devociones y convicciones y también vertieron ideas sobre su condición femenina pues de entrada se disculpaban por el atrevimiento de protestar ante la autoridad como el por qué de su protesta provenía del género femenino. El documento es delicioso y muy rico en cuanto nos proporciona los nombres de las espo15 Prost (1991), p. 66.
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sas de la mayoría de los hombres notables del pueblo y se titula Representación de las señoras de esta capital al supremo gobierno del estado con motivo de las providencias dictadas últimamente contra el Ilmo. Señor Obispo de la Diócesis (Monterrey 1857, Imprenta de A. Mier. 2ª calle de Abasolo). Todo el discurso es tan pomposo y largo como el titulo y de inmediato denota la sumisión, obediencia y devoción para la autoridad eclesiástica que defienden, así como hacia la persona a la que dirigen su súplica, es decir, al gobernador.16 El divorcio En el divorcio se puede apreciar con claridad la tensión entre los derechos individuales, la salvaguardia de la familia y el control estatal sobre la vida privada. En México quedó instituido en base a la ley del divorcio de 1928 que el matrimonio era un contrato civil basado en el consentimiento de ambas partes y podía ser roto de común acuerdo. Los estudios de los problemas conyugales permiten conocer las formas de pensar femeninas en el pasado. Al analizar las causas del divorcio en el siglo XVIII se encuentran referencias sutiles sobre la relación de la mujer con la sexualidad. En cien casos de divorcio estudiados para el siglo XVIII en México sólo uno fue solicitado por un hombre, todos los demás fueron solicitados a la iglesia por las mujeres. La Iglesia Católica aceptaba la separación de los cónyuges y a esa separación se le llamó divorcio eclesiástico. Las causas en general fueron por malos tratos y violencia, pero dos casos son los que nos interesa destacar: el primero, en el que la causa de divorcio fue que el marido se negaba a usar la sabana matrimonial en el momento de la relación sexual, por eso la mujer lo acusó de degenerado; el segundo y último, fue el caso de uno acusado de depravado porque no quería apagar la vela en el mismo momento. Estos casos nos ilustran amplia16 Archivo General del Estado de Nuevo León, Folletería, Caja 17.
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mente sobre la forma de pensar femenina acerca de la sexualidad, de su concepción del pudor, del contexto eclesiástico que influía e imponía límites y restricciones hasta en la vida íntima de los individuos. Para Nuevo León otro estudio que analiza los juicios de divorcio durante la segunda mitad del siglo XIX destaca que la causa principal de esos conflictos fue la violencia física y el maltrato hacia las mujeres por parte de los cónyuges.17 A partir de 1928 se dictó la primera ley sobre el divorcio civil en el Estado de Nuevo León.
17 Calderón, Sonia Lilian (2009).
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2. En el Seno del Hogar
Estructura y redes familiar
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urante el siglo XIX la estructura de la familia regiomontana no era muy distinta a la del resto de la República: las familias mexicanas eran numerosas y las de Monterrey no fueron menores. En cuanto a las jerarquías de poder, al interior del núcleo familiar el padre era el que mantenía la figura de autoridad más fuerte y en el seno del hogar aparentemente la autoridad de la mujer era mayor. Se cuenta con informes sobre varias familias pertenecientes a las más acaudaladas de Monterrey que especifican nítidamente su estructura y sobre todo explican cómo se fueron entretejiendo las redes familiares. Los González Treviño –familia formada por Francisco González Prieto y María del Pilar Treviño y once hijos18– re18 Manuel Jesús, Lorenzo Guadalupe, Juana, Mercedes, Ana, Mariano, José, Manuel, Maria y Francisco. González-Maíz y González Brambila (2000) , p.12.
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presenta uno de los núcleos vinculantes con otras numerosas familias, ya que por los matrimonios de sus hijos, Francisco González Prieto se convirtió en consuegro de tres de los hombres más acaudalados de la época: de Evaristo Madero por los matrimonios de sus hijos Lorenzo y Mercedes con Pudenciana y Francisco Madero respectivamente, de Gregorio Zambrano por los matrimonios de sus hijos Jesús y Guadalupe con Rosa y Eduardo Zambrano y también llegó a ser compadre de Francisco Sada cuando José González Treviño se casó con Concepción Sada Muguerza.19 Gregorio Zambrano –uno de los comerciantes más importantes de la época– procreó veinte hijos en veinticinco años de matrimonio. Evaristo Madero tuvo catorce hijos en dos matrimonios.20 El licenciado Francisco Sada Gómez contrajo matrimonio con Carmen Muguerza y procrearon una numerosa familia formada por diez hijos: Ricardo, Francisco G.,21 Concepción,22 Alberto, Consuelo, Enrique, María, Rosario, 19 Cerutti (1983), p. 74. 20 Durante su matrimonio con Rafaela Hernández, Evaristo Madero tuvo a Francisco, Prudencia, Victoriana, Carolina y Evaristo. Después de que falleció Rafaela contrajo nupcias con Manuela Farias y procreó otros nueve hijos: Ernesto, Manuel, José, Salvador, Maria, Alberto, Bárbara, Benjamín y Daniel. Cerutti (1983), p. 72. 21 Según don Camilo G. Sada, el segundo nombre de Francisco fue Guadalupe, de ahí la G en su nombre. Así lo usaron también sus hijos Camilo G. Sada García, Andrés G. Sada García y Diego G. Sada García. Sin embargo, esto se ha prestado a múltiples errores pues varios autores lo han mal interpretado y nombrándolos Garza por la G. Entrevista con el ingeniero Camilo G. Sada el 23 de octubre de 1995. 22 La familia Sada-Muguerza había alcanzado en 1963 la cifra de novecientas cuarenta y tres personas. Los consortes de los hermanos Sada-Muguerza fueron: Enrique se casó con Guadalupe Garza Zambrano, Consuelo con Isaac Garza, Alberto con Magdalena Gómez, Concepción se casó con José González Treviño, Francisco con Mercedes García, Ricardo con Rosa Paz, Rosario se casó con Francisco J. González Zambrano, Carlos con Margarita Madrigal y María fue religiosa. Sada Paz, Ricardo. (Genealogía de la familia Sada-Muguerza. s/e. Fotocopia proporcionada por don Jorge González Molinar (q. e .p. d.), nieto de Francisco G. Sada por la línea de Concepción Sada de González Treviño, 1963.
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Carlos y Jesús Sada Muguerza. Salvo María que se fue de religiosa, todos los demás contrajeron matrimonio y formaron a su vez numerosas familias.23 La “prole” que sumaron esas familias siguió multiplicándose, así la siguiente generación tuvo casi la misma cantidad de hijos. El matrimonio de Idelfonso Zambrano Martínez con Carlota Gutiérrez Iglesias produjo nueve vástagos.24 Y por otro lado los hermanos Zambrano Martínez mediante sus matrimonios se emparentaron además con las familias mencionadas, con los Lafón y los Muguerza. Esos troncos parentales formaron parte de la elite local del siglo XIX en Monterrey. Estas familias habitaban en el primer cuadro de la ciudad y muchas veces vivían por la misma calle por la que no es difícil entender cómo se llegaron a entretejer tantos matrimonios entre ellos mismos.25 Al finalizar el siglo XIX la mudanza de casa que hacían los hijos al casarse –por lo menos en las familias más acaudaladas– fue una de las transformaciones en la estructura familiar, ya que los hijos se separaban del núcleo para ir a vivir a casas propias. En las familias del XIX era muy común que padres, hijos y nietos vivieran en la misma casa hasta la muerte y en algunos casos con ellos cohabitaba un número significativo de sirvientes que se acompañaban de sus propias familias. 23 Consuelo Sada-Muguerza fue la esposa de Isaac Garza mientras que Concepción fue la esposa de José uno de los hijos de González Prieto. 24 Los hijos de Gregorio Zambrano fueron Emilio, Eduardo, Teófilo, Leopoldo, Onofre, Idelfonso, Adolfo, Rosa María, Elena, Ana y María José. Los hijos de Ildefonso fueron Carmen, Eugenio, Sara, Lorenzo H., Ricardo, Celia y el último de ellos: Guillermo Febronio Zambrano Gutiérrez. González-Maíz, Rocío. Fotocopia, 2003, p. 8-15. 25 Los Zambrano Martínez ocuparon durante muchos años media manzana circundada por las actuales calles de Morelos, Parás y Emilio Carranza. En la siguiente cuadra al oriente vivían los Rivero Gajá. Los González Treviño estaban ubicados en una casa en Padre Mier y Emilio Carranza, muy cerca de los Calderón Muguerza. Igualmente habitaban en la vecindad las familias Iglesias, de Llano, Morales Gómez, Vidaurri, Milmo Viduarri, Sada Gómez y Madero, entre otras. González-Maíz, Rocío. Fotocopia, 2003, p. 8-9.
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Respecto a la vida cotidiana, las familias permanecían estrechamente vinculadas con el campo y las actividades agrarias. Alrededor de 1880, Lorenzo González Treviño –comerciante e industrial– recuerda en sus memorias levantarse a las cinco de la mañana a preparar su caballo y carreta para dirigirse su finca rural. Regresaba a su casa entre ocho y diez de la mañana trayendo consigo leche y alimentos y a partir de esa hora atendía su comercio. Esto se contrastaba con sus viajes bianuales a Europa en donde arrendaba un barco mediano en el puerto francés de El Havre que esperaba ser llenado de la mercancía que se compraba en diversos países de ese continente.26 Distribución del interior de la vivienda La casa, el domicilio y la vivienda es el único bastión frente al horror de la nada, la noche, la oscuridad y la soledad. Entre sus muros encierra todo lo que el hombre ha ido acumulando pacientemente en el tiempo: sus pertenencias, sus recuerdos, su historia, y en ella organiza su propio orden interno: su sociabilidad y seguridad. En el hogar, la libertad se despliega en lo estable, lo cerrado, lo conocido y no en lo abierto o incierto. En la ciudad de Monterrey las casas habitación fueron en su mayoría más austeras en sus exteriores e interiores que en el centro de México. El sillar y el adobe fueron los materiales más utilizados y fue hasta principios del siglo XX cuando fueron sustituidos por el ladrillo. Las construcciones se caracterizaron por el estilo heredado de la colonia en cuanto a la distribución de la casa y a un patio cuadrangular. Las casas que se habían construido originalmente en Monterrey en terrenos de un cuarto de manzana (cien metros de frente por cien de fondo) se fueron fraccionando a lo largo del siglo XIX. Las casas con cien metros de fondo contaban con patio, traspatio, huerta, caballerizas, amplios cuartos, vasta chimenea, gruesos muros con estuco o enjarre aborregado y remate de olán en los pretiles. 26 González-Maíz, Rocío (2000).
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En la fachada lucía la puerta principal con sus rejas y postigos y un abanico de ventilación en la parte superior. Las ventanas también contaban con esas mirillas abatibles llamadas postigos y adornadas con balcones que podían ser uno dos o más dependiendo del tamaño del frente de la propiedad. Los balcones eran elaborados de fierro de simples varillas terminadas en pico de lanza que sobresalían por su uniformidad, muchos permanecían adornados con plantas y caracoles. Al interior, como era habitual, el conjunto se desarrollaba en torno a un gran patio rodeado por cuatro corredores que abrigaban infinidad de plantas. Esos corredores llenos de sillas y mecedoras en los veranos de Monterrey fueron el lugar común de reunión y de juegos de todos los miembros de la familia. Allí se hacían comidas, cenas y se recibían visitas mientras los niños podían sin ningún problema correr en triciclos y bicicletas. De las fuertes vigas del techo solían colgarse amplios columpios. Los sanitarios –llamados comunes– estaban situados fuera de las habitaciones o si acaso al final de todas. Otros importantes elementos que no faltaban en ninguna casa y que hoy han desaparecido fueron la noria en el patio, la pila o acequia en la huerta y los hornos o chimeneas en las cocinas. En 1870 la casa marcada con el número diecisiete por la calle del Comercio –propiedad de Gregorio Zambrano– se componía de dos pisos. En la parte superior se encontraban cuatro largos corredores, dos grandes salones (uno al frente y otro al fondo de la casa) donde se ubicaba en el primero la sala con balcón a la calle del Comercio y el comedor en el salón del fondo, además había doce habitaciones y contaba con cuatro comunes o baños. En la parte baja había dos almacenes: uno al oriente y otro al poniente con sus correspondientes salones: un patio, sanitarios, corredores, cuarto para criados, traspatio con noria, caballerizas, pajareros y anexos. La casa de la familia Gutiérrez Iglesias –ubicada por la calle de Padre Mier– fue una de las más bellas de la ciudad y del tipo clásico español con patio interior oloroso a naranjos y jazmines y amplios corredores con arcos y columnas por los
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cuatro lados. Otras casas del mismo estilo y esplendor construidas en la misma época fueron las que pertenecieron a Patricio Milmo, Viviano Villarreal, Lorenzo González Treviño y Francisco Armendáiz, todas ellas tenían en la huerta situada al fondo de la casa por lo menos un nogal, un limón y una granada.27 La mansión de Isaac Garza –construida por Alfred Giles en 1890– tenía su frente hacia la calle Padre Mier en la esquina sureste con la calle de Galeana (antes Puebla) y estaba rodeada por un jardín y una barda. En el centro de la edificación se encontraba la entrada principal cubierta por un pórtico hexagonal sostenido por columnas adornadas con capiteles jónicos. Sobre el pórtico (en el segundo piso) se abría un amplio balcón con tres arcos de medio punto, la arquería se repetía en el conjunto. En el primer piso –en la parte frontal– los arcos cobijaban un largo corredor que se convertía en otra amplia terraza con vista al jardín. Al interior (en el primer piso) se ubicaba un gran salón central y ocho piezas, la parte superior contaba también con un salón central, ocho piezas, cuatro baños y una terraza. Tenía varios sótanos y además de la escalera principal interior había otra en la parte posterior que daba acceso al jardín por una amplia y blanca escalinata.28 La residencia era tan grande y lujosa que cuando el Casino de Monterrey sufrió un incendio, los bailes de carnaval y de fin de año se realizaron en esa casa. El 28 de agosto de 1909 la casa de don Isaac fue convertida en refugio para los damnificados de la inundación registrada ese año en la ciudad de Monterrey. Las casas antes descritas pertenecieron a familias de la elite de Monterrey pero las casas de las clases medias eran mucho más modestas, todas éstas medían al frente doce metros y en la fachada se podía observar una puerta y dos balcones. Las habitaciones que daban a la calle eran ocupadas por la sala y la recámara principal –a la que le seguían dos o tres habitacio27 Aguilar Belden de Garza (1970), p. 113. 28 Varios autores (2003), p. 51.
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nes comunicadas con el comedor–, al final se situaba la cocina y enseguida se encontraban los comunes. En estas casas sólo había corredores en tres alas, cuando éstos estaban techados servían para la circulación pero cuando estaban descubiertos la circulación se hacía atravesando cada habitación por lo que la intimidad era muy limitada. Otras también se distinguían porque en la fachada sólo se observaba una puerta y una ventana pues la extensión del frente se reducía a ocho metros. En los primeros años del siglo XX había en la ciudad un total de seis mil quinientas cuarenta y dos casas habitación, de las cuales doscientas catorce eran de varios pisos. Los muebles y los objetos que decoran una casa son parte de la identidad de quienes la habitan. Objetos y muebles organizan la vida cotidiana, proporcionan comodidad, guardan recuerdos y trasmiten costumbres. Al inicio del siglo XIX la decoración interior de las viviendas era mucho muy austera, las paredes lucían si acaso algunas estampas religiosas, muebles de madera burda y siempre pintados de negro o café pero al cabo de cinco décadas de los muros colgaban hermosos espejos y finos cortinajes adornaban las ventanas. El mobiliario se componía de juegos de bejuco o muebles franceses de finas maderas, forrados y acolchonados con panas, terciopelos y tapices con motivos orientales. En la segunda mitad del siglo los pianos, pianolas y fonógrafos proliferaron y los pisos se cubrieron con gruesos tapetes de estilo oriental. Sobre mesas y repisas cubiertas por delicadas carpetas había colocados bustos de héroes nacionales, fotografías, relojes, jarrones y floreros que llenaban el espacio. Fue en el siglo XIX cuando se iniciaron los cambios más significativos en el diseño del mobiliario doméstico. La tendencia principal fue el abandono de la rigidez habitual en el diseño, ya que los muebles fueron más elaborados y decorados. La madera se pintaba de color café, oro y negro y la ornamentación se inclinaba por las figuras de pájaros, animales, guirnaldas, cestas de flores, óvalos y medallones.29 A lo 29 Garza Quirós (1990), p. 43.
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largo de la etapa colonial el mobiliario era poquísimo y hasta entrado el siglo XIX a la escasez de inmobiliario se le añadía el desconocimiento de la idea de confort: los muebles no se hacían pensando en el reposo o la comodidad se hacían exclusivamente de madera y se colocaban a la castellana contra los muros, lo cual –aunado a la generosidad de espacio y a la forma cúbica propias de las construcciones antiguas– hacían inevitable un sentimiento de soledad o insignificancia.30 Al interior, el conjunto se llenaba de plantas y jaulas con pájaros que hacían menos lúgubres los espacios ocupados por aquellos muebles elaborados a mano con rústicas maderas. El zaguán o pasillo franqueaba la entrada, normalmente aposentaba macetas, algún adorno y una banca de madera. Unos cuernos (generalmente de venado) servían de perchero. El zaguán y los corredores servían para recibir visitas, labores domésticas y atisbar transeúntes y noticias callejeras. El despacho u oficina estaba reservado exclusivamente para el señor de la casa: allí podía refugiarse del continuo ajetreo del hogar porque también servía de biblioteca y atender asuntos de negocios. La sala siempre representó el principal lugar de la casa y donde se llevaban a cabo todas las celebraciones familiares, allí se recibían las visitas y se exhibían los objetos más preciados de la familia. En la sala el mobiliario se componía de un juego de sillas y sillones de bejuco estilo austriaco o muebles estilo francés forrados y acolchonados con brocados y terciopelos, también podría ir un piano o pianola y los pisos se cubrían con hermosos tapetes: el piano y las paredes se decoraban con lienzos o pinturas con motivos religiosos o paisajistas, algún espejo y un altar con veladoras. Sobre mesas y repisas cubiertas por delicadas carpetas se colocaban candelabros o lámparas de aceite, bustos de héroes nacionales, fotografías, jarrones y floreros que llenaban el espacio. Para la sala fue muy popular el juego de muebles tipo austriaco de mimbre o bejuco compuesto de un sillón, de tres plazas con brazos, dos 30 Ibídem.
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sillones individuales con brazos y varias sillas individuales sin brazos y dos mesas laterales (una central y varias esquineras). Se utilizaban varios candelabros de una o más velas, más tarde aparecieron las lámparas de aceite llamadas quinqués y luego del trecho pendían grandes candiles de prismas de cristal. La habitación destinada a la sala contaba con dos o varios balcones o ventanas hacia la calle y los cortinajes que las cubrían completaban la decoración de ese central espacio de la vivienda. El comedor representó el sitio familiar más concurrido: allí se celebraba el rito de las comidas y se hablaba del cotidiano devenir del tiempo, de los pequeños y grandes asuntos de todos los miembros de la familia y de los mayores acontecimientos públicos. Obligadamente el comedor contaba con una mesa y varias sillas y candelabros de dos cómodas en donde se guardaba la vajilla y otra con cajones para la cuchillería y la mantelería, además había una o más vitrinas con puertas de vidrio dispuestas para acomodar la cristalería (vasos y copas) y todo aquello digno de exhibirse. En la recámara el mueble más destacado era la cama con sobrecama tejida, bordada o hecha con trozos de tela y en la cabecera se acomodaban las almohadas, cojines y almohadones. Las sobrecamas tejidas solamente se usaban en fiestas importantes. El sentido ascensional de la cabecera del lecho le daba aspecto de altar. El bacín se ocultaba bajo el lecho y el lavabo era una pequeña mesa con dos superficies rectangulares: la inferior recibía la jarra de agua y la superior el lavamanos. En los muros las imágenes de santos alternaban con repisas y rinconeras de pared que albergaban estatuillas de vírgenes, flores y veladoras. Una repisa auxiliada por un espejo hacía las labores de tocador. La ropa de cama y las prendas de vestir se guardaban en arcones o baúles. La cómoda también ayudaba en esta labor aunque posteriormente fue sustituida por el ropero que fueron fabricados de gran tamaño y adornados con espejos. En la recámara también había varias sillas y mecedoras y un cuna para bebé. En las recámaras destinadas a
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los jóvenes o niños había varias camas individuales o dobles, así como cunas para los pequeños, cómodas y roperos para guardar la ropa. La ropa se conservaba con cuidado y por largo tiempo ya que pasaba de un niño a otro y sobre todo los zapatos que mientras duraban eran cuidados, lustrados y recocidos con esmero. La cocina resultaba el sitio de más actividad de la vivienda. Cerca de la chimenea se encontraba un hierro como hoja de espada que servía para preparar “alambres”. Con el paso del tiempo en la cocina se sustituyeron las vasijas de barro y cobre por las de hierro vaciado, las cuales permitían cocinar alimentos a temperaturas muy elevadas. La cocina normalmente tenía dos mesas: la que se usaba para tomar alimentos y la llamada “mesa de cocina”. La primera cotidianamente era movida dentro de la casa en busca de lugares sombreados y frescos para comer mientras que la mesa de cocina era usada para cocinar, machacar, cortar y partir los alimentos, debido a la superficie que era de madera de sabino muy resistente a la humedad o cubierta de granito. En una barra de madera o cemento adyacente se acomodaban los molinos, metates, molcajetes, cernidores y una amplia variedad de utensilios de cocina. Entre la mesa de cocina y la chimenea se situaba el metate e incluso tenía un sillar de pedestal con el cual se alcanzaba una altura cómoda para moler, además estaba el desgranador y la rueda de olotes amarrados con alambre o cordón, éste servía (como su nombre lo indica) para agilizar la separación del grano de la mazorca. Sobre las paredes había muchos ganchos que servían para colgar cazos y cacerolas, ollas y jarras de gran tamaño pues también de ellos pendían los cucharones, cucharas, cuchillos, tenazas y hachas para cocinar o destazar la carne. En la cocina también se ubicaba un mueble grande llamado alacena o vitrina que contenía la vajilla (ya fuera de peltre o de cerámica), allí se guardaban muchos botes con harina, granos, café, azúcar, sal y cereales, asimismo no faltaban varios canastos y fruteros y había una o más destiladeras de
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agua construidas de barro y montadas sobre una estructura de madera: el agua salía de allí lentamente por un pequeño orificio y caía en una tina o jarrón también de barro en el que siempre había colgado o sumergido un cucharón para servir el agua. En la cocina o en el patio había una mesa para lavar la ropa: esa tarea se auxiliaba con varios cedrones (eran baldes de cedro) o tinajas, posteriormente se usaron unos de latón y podían ubicarse en el suelo o reposar sobre una estructura de madera o de fierro. Como inodoro –mientras no se contaba con drenaje– se usó una fosa séptica sobre la cual había un cajón de madera con un orificio para que la persona pudiese sentarse y que aún son utilizados en el ámbito rural. Estos lugares llamados comunes por ser para el uso de toda la familia se situaban afuera de la vivienda. En el interior de la casa había un cuarto destinado para bañarse y asearse en el que había una bañera, éstas eran redondas de madera resistente a la humedad y rodeada por cinchos de acero y luego apareció la bañera fabricada de lámina porcenalizada, sostenida por cuatro pequeñas patas y de forma rectangular en la que la persona podía sumergir y extender el cuerpo. También había una mesa con un juego de jarra y balde para lavarse las manos y la cara y varios de éstos que servían para acarrear el agua y llenar la tina o verterla sobre el cuerpo. Cuando el drenaje fue introducido, los primeros inodoros consistían de una tasa de porcelana conectada a través de una tubería visible y con conexión a la caja o tanque de agua que se sostenía de la pared, la cual pendía una cadena para desaguar. A su vez aparecieron las regaderas y las bañeras de porcelana más resistentes provistas de llaves y conectadas al drenaje, así como el lavamanos que sustituyó al viejo aguamanil. Bañarse todos los días era muy raro: un baño a la semana era lo más frecuente, pero en invierno podía limitarse a un baño al mes aunque diariamente se hiciera un aseo más o menos completo del cuerpo.
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El tiempo libre Las excursiones hacia las afueras de la ciudad se realizaban comúnmente los domingos. Después de asistir a Misa se podía elegir entre la Quinta Calderón, los baños termales del Topo Chico, la Pastora, la Huasteca y si se madrugaba se podía llegar a visitar las Grutas de García.31 El paraje “El Diente” se convirtió en uno de los lugares favoritos de la etapa: al terminar la temporada de verano las opciones quedaban reducidas, por lo cual durante los meses de noviembre a enero se organizaban excursiones al pueblo de Guadalupe en ocasión de la molienda de caña de azúcar.32 Las diversiones de los niños pequeños consistían en los juegos populares de la época como el burro castigado, escondidas, roña, rayuela brisca, tute, las estatuas de marfil, conquián y la malilla, este último con o sin diálogo. Otro de los juegos eran la lotería y los hombres adultos competían en el dominó mientras uno que otro se entretenía con el ajedrez.33 Los jóvenes adolescentes organizaban veladas extraordinarias y reuniones llamadas tertulias en diversas residencias para charlar, hacer música y dedicarse al pasatiempo en boga que eran las “charadas” pues éstas adquirieron tal furor porque se dedicaban en verso para ser contestadas de la misma manera. Los asistentes grandes y chicos se reunían temprano por las tardes y sentados en círculo cantaban llevando el ritmo con los pies y las palmas de las manos.34 Las familias enteras hacían el paseo obligado a la plaza Zaragoza por la noche y por la tarde a la Alameda los domingos. En el siglo XIX el paseo en este último lugar se realizaba a partir de las cinco de la tarde cuando empezaba el desfile de landeaus, buggies y featones tirados por hermosos corceles. Los landeaus eran reservados para las señoras y las señoritas y al 31 Góngora Morelos (1994), p. 178. 32 Pérez-Maldonado (1950), pp. 53 y 54. 33 Góngora Morelos (1994), p. 178. 34 Pérez-Maldonado (1950), pp. 56-57.
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lado de los carruajes solían pasear los jóvenes pretendientes montados en sus caballos. Los paseantes a pie solían hacerlo por las banquetas del lado norte y del oriente donde encontraban bancas para descansar. Entre otras atracciones estaba la banda de música que amenizaba esas concurridas tardeadas. En los primeros años del siglo XX la hora cambió para el paseo, entonces el Paseo de Doce fue de lo más concurrido. El cambio más significativo fue que entonces el paseo se hacía en automóvil. Los jóvenes adolescentes acostumbraban salir de día de campo al Cerro del Mirador, a la Cola de Caballo, a Chipinque y muchos lugares aledaños a la ciudad de Monterrey, ya fuera solos o en grupos del colegio. Desde muy jóvenes practicaban la cacería de venado pero también de otras especies existentes en las regiones montañosas del estado al mismo tiempo que realizaban cabalgatas a caballo y deportes ecuestres. En los años de transición entre el siglo XIX y el XX surgieron instituciones privadas como el Casino de Monterrey, el Círculo Mercantil Mutualista de Monterrey, la Sociedad Terpsícore y la Sociedad de Factores Mutuos. A los bailes celebrados en esas instituciones las jóvenes mujeres siempre debían ir acompañadas de sus padres o hermanos. Los organizados en el Casino y en la Sociedad Terpsícore eran celebrados con gran formalidad, en éste último los asistentes eran recibidos por un comité de recepción que al entrar acompañaba a las señoritas al tocador y donde luego de desprenderse de capas y abrigos unas camareras les entregaban el carnet, el cual se acostumbraba apuntar con quién se iba a bailar cada una de las piezas durante la noche. Las danzas más populares eran las mazurcas, los rigodones, los valses, las cuadrillas y lanceros. En los bailes de máscaras o de carnaval los asistentes permanecían con los antifaces puestos hasta las doce de la noche y nadie se los debía quitar hasta que llegara el momento.
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Las modernas aspiraciones: imagen e higiene La higiene y la salud se inscribieron en las aspiraciones de las últimas décadas que representaron la entrada a la modernidad. El estado inició campañas de combate contra las recurrentes epidemias y su normatividad invadió el espacio privado al incidir no sólo en la limpieza pública sino también en la higiene doméstica y en el cuidado del cuerpo. Las autoridades municipales se preocuparon ampliamente por la higiene de los espacios públicos y se ordenó la limpieza de calles, viviendas y acequias. En el ámbito de la vida privada –en los sectores más acaudalados– se generalizó el uso de los baños al interior de la vivienda y se introdujo la tubería sanitaria. Influenciados por el “espíritu de progreso” de la época, la sociedad porfirista de Monterrey mostró también su preocupación por mejorar la apariencia personal. A esos avances también contribuyeron la profesionalización de la medicina y la aparición de los boticarios: durante las últimas décadas del siglo se difundieron ampliamente los métodos preventivos y curativos de enfermedades. La necesidad de mantenerse saludable y el compromiso del estado para mantener a los ciudadanos sanos y salvos de las enfermedades y epidemias de la época ya que produjeron una amplísima serie de folletos de curación y prevención de epidemias y achaques: la medicina se había regulado en el estado y muy pocos sabían que ciertas enfermedades eran contagiosas y desconocían la forma en que éstas se reproducían. El fin de estos libritos fue ilustrar los síntomas de las enfermedades, detectar a los enfermos a tiempo y proponer métodos curativos y preventivos para asegurar que no se contagiara nadie más. En 1866 circuló en Monterrey un folleto sobre las Presentaciones higiénicas y el método curativo del cólera-morbo que constaba de las prevenciones higiénicas y el método curativo. Seis años más tarde se puso en circulación el folleto Método curativo y preventivo de las viruelas explicando las causas, el diagnóstico y las complicaciones, el tratamiento y las medidas de higie-
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ne pública y personal que se debían adoptar y recomendaba: tomar bebidas purgantes y hacer gárgaras, aplicar lavativas y fomentos. Los ingredientes para estos remedios incluían borrajo y amapolas, malvas, cabezas de adormideras, aceite de ricino, sulfato de magnesia, sulfato de sosa, vino aromático, aceite de almendras y linaza en grano.35 En 1899 se hizo una traducción sobre métodos de desinfección recomendados por el Health Department de la ciudad de Nueva York: este manual ofrecía algunas soluciones para realizar la limpieza eficaz del hogar y otras fórmulas para detener la putrefacción y prevenir el desarrollo de las enfermedades contagiosas destruyendo los gérmenes.36 Aun con la difusión de métodos curativos y preventivos todavía en 1898 y en 1903 se registraron dos grandes epidemias en el estado.37 En las publicaciones periódicas de las últimas décadas del siglo proliferaron los anuncios de las boticas ofreciendo los productos más modernos para padecimientos y dolencias. En aquellas boticas también podían adquirirse cantidad de remedios para la vanidad de la mujer y aminorar las preocupaciones sobre su figura, además varias de estas farmacias adquirieron la exclusividad de marcas europeas y americanas con las que seducían a su clientela. En 1882 la Botica de León era la representante en México del Parche Poroso Capcine de Seabury y Jonson recomendado para la debilidad del espinazo y los muslos, enfermedades de los riñones, reumatismo, ciática, lumbago, afecciones del corazón, irregularidades de las señoras, fusiones, tos pronunciada y fiebres intermitentes.38 En el mismo año la Botica del Progreso anunció que había recibido semillas de hortalizas y anteojos de cristal de roca39 y la Botica 35 Archivo General del Estado de Nuevo León, “Método curativo y preservativos de la viruela”, 1871, Folletería, Caja 52. 36 Archivo General del Estado de Nuevo León, “Desinfectantes y métodos de desinfección”, 1899, Folletería, Caja 27. 37 Roel (1959), p. 263. 38 Vizcaya Canales (1998), p. 16. 39 Ibídem, p. 45.
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de la Cruz comunicó que tenía a la venta el bálsamo de aberroniano: […] especifico para curar toda clase de heridas o llagas causadas por cualquier instrumento. Es un remedio eficaz contra las fístulas antiguas y callosas. Cura toda clase de enfermedades cutáneas. Cura las almorranas. Corrige completamente el zumbido y el mal de oídos. Alivia el dolor de muelas. Es un correctivo muy eficaz y muy pronto en los casos de gota, reumatismo y enfermedades del bazo. Quita las inflamaciones y el dolor de los ojos.40
Para las molestias menstruales femeninas se ofrecía el Licor Catamenial del doctor N. A. Benítez y las píldoras Ourania eran recomendadas para la impotencia sexual de ambos sexos. La presentación líquida de un polvo denominado Somatose se ofrecía a los “literatos, escritores, artistas, políticos y sportmen” que era recomendado para “reparar las fuerzas intelectuales y físicas gastadas y para estimular el apetito”, también era dirigido a “neurasténicos, fatigados por excesos de trabajos mentales, debilitados por esfuerzos físicos y musculares”. Para todo esto era “imprescindible el uso de Somatose en polvo o en su nueva forma líquida, gusto seco o dulce”. Para mejorar la imagen y la figura –entre los productos especializados– proliferaron los tónicos para la calvicie llamados Petróleo Hahn y las sales y los jabones perfumados para el baño, también se ofrecían profusamente cremas y licores para los dientes que sustituyeron el uso de hierbas, sales y bicarbonatos. En una publicación madrileña de amplia circulación en México, en un recuadro sobresaliendo la palabra SENOS se anunciaban las Pilules Orientales del Doctor Rathié como “el único producto que asegura el desarrollo y firmeza del pecho sin perjudicar la salud” y aseguraba ser “aprobado por celebridades médicas”.41 Como se dijo antes en cuanto a la higiene privada, las autoridades recomendaban limpiar diariamente las habitaciones, 40 Ibídem, p. 68. 41 El Cuento Semanal, 1907-1908.
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ventilar los cuartos –sobre todo los comunes– y evitar que muchas personas durmieran en la misma habitación, así como abstenerse de alimentos indigestos: […] evitar las fatigas corporales y mentales, las desveladas y todo género de excesos en comer, beber y en el uso de la Venus, procurando siempre tener el espíritu tranquilo y divertido en objetos que no recuerden el mal.42
Fue hasta 1906 que se instalaron los servicios de agua y drenaje a cargo del empresario de origen norteamericano Joseph A. Robertson cuando se dio una evolución real en la higiene pública.43 Las obras realizadas ofrecían un servicio perfecto y eficiente que se decía funcionaba bajo las más “esmeradas condiciones higiénicas” y del cual “jamás la población había carecido de él un sólo minuto desde que se estableció”.44 La insalubridad en los sanitarios permaneció por mucho tiempo ya que éstos siguieron ubicándose fuera de la casa y su instalación se limitaba a una fosa séptica tapada con madera y cuyos olores sin mucho éxito se intentaba eliminar con cal. La instalación del denominado water conectado al drenaje se generalizó hasta la segunda década del siglo XX y representó un avance muy importante en la higiene diaria y en la salud en general. Por último, es necesario destacar que por muchos siglos las mujeres se asistieron mutuamente en las enfermedades y dolencias propias de su género. Los partos fueron reservados para las mujeres y fueron ejecutados en su propio lecho y únicamente las parteras se ocupaban del evento. No fue fácil entonces para los profesionales de la medicina –que fueron surgiendo en la segunda mitad del siglo XIX– rescatar la ginecología de manos de las parteras (en su mayoría mujeres). Por ese motivo en la primera cátedra de medicina en Méxi42 Archivo General del Estado de Nuevo León, “Presentaciones higiénicas y método curativo del cólera-morbo 1866”, Folletería, Caja 17. 43 Cavazos Garza (1996), p. 118. 44 Roel (1959), p. 229.
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co –conservada en los acervos documentales de la Academia Nacional de Medicina– se instruía a los futuros médicos a luchar con constancia para ganar el terreno en ese ámbito de la medicina. Además de satánizar a las parteras, la primera recomendación que se daba a los alumnos era que cuando se tratara de mujeres el diagnóstico no fuese elaborado en cuanto a lo informado directamente por ellas ya que dada la naturaleza mentirosa, veleidosa y enfermiza de las mujeres, éstas tendían a sostener estar enfermas cuando estaban saludables y en sentido contrario. Más bien recomendaba el catedrático –para hacer un diagnóstico certero– a los médicos el deber preguntar sobre la salud de la enferma al padre, al esposo, al hermano o al hijo pues desde el punto de vista del médico se consideraba en muchos aspectos a las mujeres como locas, veleidosas y mentirosas. Entrado el siglo XX la mayoría de los doctores continuaron asistiéndose por las parteras debido a que –según la cátedra mencionada– eran indispensables para evadir el peligro que los vapores vaginales representaban para la salud de los doctores y enfermeros, por lo que se recomendaba como obligación reservar únicamente a las parteras el tacto al interior de las cavidades femeninas. Los funerales Antes como ahora, la muerte ha formado parte de la vida y también de lo cotidiano. El rito y el culto a la muerte –presente en todas las culturas– se fue transformando a lo largo del siglo XIX como resultado del proceso de secularización de la sociedad inspirado en el pensamiento liberal. Los cambios más perceptibles iniciaron a partir de la prohibición de enterrar los cadáveres en las iglesias y la orden a los ayuntamientos de construir cementerios extramuros de las ciudades. La secularización de los cementerios transfirió al estado el control sobre el destino de los restos mortuorios, el ritual
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y el ceremonial fueron también adaptados a las nuevas circunstancias. El estado –en su afán por construir el Panteón de los Héroes– utilizó la muerte apropiándose del ceremonial cuando se trató de conmemoraciones luctuosas de personajes notables. La representación de la muerte adquirió entonces elementos cívicos y patrióticos de manifiesto en ritos, discursos y monumentos.45 Cuando se trataba del individuo común en Monterrey la ceremonia luctuosa de velación se realizaba en la misma vivienda del difunto. En señal de duelo en la puerta y en los balcones se colgaban crespones de listón. En la pieza principal de la casa se colocaba el féretro y se montaba el altar luctuoso, lo cual al centro se colgaba un crucifico sobre un fondo de cortinajes negros y cuatro grandes velas y varias veladoras. Al paso de las horas el recinto se iba llenando de ramos de flores y coronas enviados por amigos y familiares. El velorio solía durar un día o más y en ellos se comía y bebía mucho: entre los hombres se bebía los vinos generosos, tequilas y mescales que pasaban de mano en mano, sobre todo las mujeres solían llorar sin prejuicio alguno y no era mal visto contratar algunas plañideras para hacer más sentido el acto. Luego del velorio el féretro era conducido en hombros al templo para celebrar la Misa y la comitiva lo seguía en procesión de la iglesia al cementerio. En ocasiones, la comitiva iba acompañada de violinistas que a lo largo del trayecto tocaban alguna pieza de música sacra. Por muchos años se usó el atrio de la Catedral y sus predios colindantes como cementerio y en sus sótanos y criptas se enterraban a los obispos. A partir de la tercera década del siglo XIX se abrió el primer panteón municipal en un predio trasero a la capilla de la Purísima. La noticia de una defunción se pasaba de boca en boca y de casa en casa pero desde del siglo XIX se imprimían esquelas, dando cuenta del suceso y de los actos organizados, con el objetivo de que nadie faltara y quedara un recuerdo de la persona que había muerto: con mucha frecuencia se tomaban foto45 Valdés, Alma Victoria (2009).
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grafías a los difuntos. Los familiares solían guardar luto hasta por un año vistiendo todos de riguroso negro y absteniéndose de salir a cualquier tipo de diversión. Durante los nueve días inmediatos a la defunción se rezaba el rosario diariamente. Fue hasta 1896 cuando se fundó la primera funeraria, propiedad de Raymundo Sánchez, en la siguiente década aparecieron las primeras funerarias y mucho después se generalizó la costumbre de recurrir a esos establecimientos para velar a los muertos. El Panteón del Carmen fue el primer panteón privado fundado en 1901 y pocos años después se construyó el Panteón de Dolores.
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3. El
ámbito de lo público
El mundo masculino
L
os hombres permanecieron en el hogar muy frecuentemente cuando el taller, el comercio, el consultorio o el despacho se ubicaron en la propia vivienda pero también éstos se alejaban con más frecuencia que la mujer del seno familiar. Por obligación los hombres recorrían largas distancias cuando se trataba de cumplir con las campañas militares y organizar la defensa contra las incursiones de los bárbaros, también viajaron mucho más que las mujeres con el fin de proveerse de recursos alimenticios, animales, granos y aperos de labranza. La participación pública La participación política se limitaba a los hombres y aunque la vida republicana y democrática era incipiente, ellos fueron 55
los únicos que tenían derecho a participar en la esfera pública. Desde 1854 se había organizado el Gremio de Artesanos cuyo objetivo fue reglamentar sobre las obligaciones de los agremiados en sus respectivas ocupaciones, también se formalizó la manera de reunirse y deliberar sobre sus derechos y obligaciones y el fomento de la industria, así como el orden para asistir colectivamente a las funciones públicas, religiosas y cívicas. Habría que destacar que al finalizar la centuria algunos espacios se habían ampliado al sexo masculino. La fundación de asociaciones civiles, la formación de los sindicatos laborales y la creación de clubes y casinos les dieron a los hombres la pauta para permanecer justificadamente más tiempo fuera de la casa. A lo largo del siglo XIX los hombres participaron activamente en la vida pública a través de las juntas que se organizaban con el objetivo de cumplir con diversas funciones: entre ellas sobresalieron la Sociedad Patriótica de Amigos del País, las Juntas Cívicas, la Junta Revisora de Establecimientos Industriales, la Junta de Auxilio al Estado, la Junta de Fomento Económico, la Junta de Beneficencia, el Tribunal de Minería y el Tribunal de Vagos, juntas que eran organizadas anualmente y convocadas por el gobierno municipal en donde sólo participó el sexo masculino. Está de más recordar que las profesiones y los oficios recayeron mayoritariamente en los hombres, sobre todo en esos espacios los hombres desarrollaron y ampliaron sus redes de relaciones y se fueron socializando de manera espontánea. Posteriormente surgieron nuevos espacios masculinos cuando patrones y trabajadores participaron activamente en la fundación de asociaciones civiles, en la formación de cámaras y sindicatos laborales de carácter mutualista y en la creación de clubes y casinos de esparcimiento y deportes. En Monterrey desde 1874 se fundó el Gran Círculo de Obreros que reunió en sus filas a numerosos artesanos y obreros. Al mismo tiempo surgieron los primeros clubes políticos: en 1870 surgió el Club Porfirio Díaz y al año siguiente se estableció el Club Popular de Monterrey, ambas asociaciones
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tenían como objetivo apoyar a los candidatos para ocupar los puestos públicos en las elecciones.46 En 1872 la participación política fue abrumadora al competir veinticinco candidatos a la gobernatura: en la contienda resultó triunfador el doctor José Eleuterio González. La educación También los hombres tuvieron mucho más oportunidad que las mujeres para educarse y adquirir estudios superiores o una profesión. En 1859 se inauguró el Colegio Civil en donde se ofrecían los estudios de educación media superior y/o bachillerato: su edificio fue terminado en 1870. En el Colegio Civil los programas se cursaban durante siete años, es decir, comprendían los estudios de secundaria y bachillerato. La institución inició con setenta alumnos y al finalizar anualmente había inscritos doscientos veinte alumnos en promedio pues ya contaba con un Museo de Historia Natural, Laboratorio Químico y una buena Biblioteca, además contaba con un gabinete de Observaciones Meteorológicas.47 Para la formación de profesores, la Escuela Normal Oficial del Estado surgió el 23 de noviembre de 1870. En un principio fue únicamente para varones y funcionó dentro del Colegio Civil.48 Respecto a los estudios de comercio y teneduría de libros o contabilidad, en 1845 José Maria Gajá y Bayona estableció el Instituto de Educación Comercial: la institución se mantuvo abierta incluso durante la invasión norteamericana. En 1865 en el Instituto de Educación Comercial de Félix Galván los alumnos cursaban las siguientes materias: Lectura, Escritu46 Archivo General del Estado de Nuevo León, “Correspondencia con Alcaldes Primeros”, Monterrey, Cajas 66 y 67. 47 Dentro del Colegio quedaron integradas las escuelas de medicina y la de jurisprudencia hasta 1877 cuando se decretó su separación. Covarrubias (1990), p. 8. 48 Cavazos Garza (1996), pp. 138-140.
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ra, Aritmética, Gramática castellana, Geografía, Cronología, Álgebra, Geometría, Dibujo natural, Doctrina cristiana e Inglés. La Academia de Comercio “General Zaragoza” fue fundada en 1901 por el profesor Anastasio A. Treviño Martínez y allí se impartió “el curso comercial mas completo y práctico haciendo uso de los mejores métodos y de los sistemas más modernos”.49 Los planes de estudio de las escuelas particulares estaban definidos bajo la preferencia del propietario de cada institución, ya que no había ninguna aparente unidad entre ellas. Entre las escuelas de hombres seis impartían álgebra, cuatro daban Historia sagrada, en otras cuatro se enseñaba Historia de México, en tres se daba Teneduría de libros y Dibujo, en cuatro se enseñaba Inglés y en una se ofrecía el Catecismo político. Los exámenes se practicaban de manera pública y para su disertación había dos turnos: comenzando el primero a las nueve de la mañana y el segundo a las tres y media de la tarde.50 En el Instituto para Varones de Jesús Loreto el plan de estudios incluía conversaciones y cantos, modales, ejercicios en el jardín, juegos gimnásticos, música, juegos manuales, lenguaje, trabajos manuales, estudio de la naturaleza y cultura física. En el Colegio Civil se cursaban las materias de Lectura y escritura correcta, Gramática castellana, Aritmética, Pesas, Medidas y monedas, Filosofía y moral, Sistema métrico decimal, Álgebra, Geometría, Geografía, Historia universal, Historia de México, Catecismo político-constitucional, Cronología y calendario y Música. Los programas de estudios de las escuelas de Comercio consistían en Teneduría de libros (bajo el sistema práctico-objetivo), Taquigrafía (dentro del sistema Pitman-Maomejean), Mecanografía (con el método “Zaragoza” que fue creado por el profesor Treviño Martínez), Inglés, Gramática, Aritmética, Caligrafía (utilizando el método Palmer), 49 Archivo General del Estado de Nuevo León, “Entrada a México Monterrey Nuevo León”, 1922, p. 60. Folletería, Caja 40. 50 Archivo General del Estado de Nuevo León, “Instituto de Educación Comercial Félix Galván”, 1865, Folletería, Caja 25.
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Código de comercio y Ley de timbre. Más tarde llegaron a la ciudad de Monterrey las congregaciones religiosas dedicadas a la educación en 1905 y fueron fundadas por los hermanos maristas y el Instituto Científico de la Sagrada Familia, conocido popularmente como Colegio Hidalgo. En sus primeros años el Instituto ocupó una casa en la esquina de Hidalgo y Puebla –hoy Emilio Carranza– que continúo operando luego que en una finca de la familia Lambretón se abriera el colegio del barrio de la Purísima que aún existe hoy.51 Cuatro décadas después arribaron los lassallistas quiénes fundaron el Colegio Regiomontano. Sobre los primeros estudios superiores, desde 1824 en el seno del Seminario dio inicio la cátedra de jurisprudencia a cargo del licenciado Alejandro Treviño y Gutiérrez. En 1831 el Seminario contaba con un rector y ocho catedráticos ya que había sesenta y nueve alumnos inscritos. A partir de 1857 la cátedra de Derecho Civil fue separada del Seminario y operó en forma independiente hasta que fue integrada a la Universidad de Nuevo León. En relación a los estudios de medicina, en 1828 inició informalmente la cátedra de medicina a cargo de Pascual Constanza y en 1836 ésta se estableció oficialmente con duración de cuatro años en el Hospital del Rosario a cargo del doctor José Eleuterio González. Ya en 1860 la cátedra pasó al Hospital Civil. Desde 1831 ya se habían titulado los primeros médicos: Francisco Gutiérrez, Pedro González, José María Carrillo y Mariano Treviño. En 1849 se registraron seis médicos, veinte años después la cifra se había duplicado. En 1855 en el Estado de Nuevo León había dieciséis médicos cirujanos, de los cuales once practicaban en Monterrey, también había tres farmacéuticos: dos en Monterrey y uno en 51 En la generación fundadora fueron inscritos los niños Roberto Garza Sada, Marco Aurelio González Sada, Fernando de Fuentes, Eduardo, Guillermo y Francisco Belden, Alfredo y Roberto Humphrey, Carlos de la Garza y Evia, Alfredo Catier, Ignacio Villarreal, Carlos Aguilar González, Luis Rivero y Américo Larralde. Entre los maestros –la mayoría franceses– se contaron los hermanos Tifón Pineda, Donado Bompard, Enrique Tourniayre, Leoncio Pelafi y Eduardo Gajá. Los Hermanos Maristas en México, 1977.
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Linares.52 A finales del siglo XIX en la cátedra de Medicina se inscribían en promedio treinta alumnos anualmente. Algunos regiomontanos de familias pudientes salieron al extranjero para completar sus estudios, principalmente a Europa y a los Estados Unidos. Los varones de distinguidas familias regiomontanas estudiaron en España, Francia, Inglaterra, Escocia y Austria. En Francia las ciudades preferidas fueron París o Juilly, en Escocia la ciudad de Glasgow y en Inglaterra algunos asistieron al Colegio Sloweyhurst. Los estudiantes y sus familias aprovecharon sus estancias para viajar y conocer el viejo continente.53 Lorenzo González Treviño recuerda en sus memorias que en la segunda mitad del siglo XIX –durante sus viajes bianuales al viejo continente– depositaba a los hijos de amigos y familiares que iban a estudiar allá y recogía a los que venían de regreso. Durante el porfiriato Europa fue abandonada como destino para finalizar la vida estudiantil y Estados Unidos se impuso: el Saint Mary’s College en San Antonio y el Tecnológico de Massachussets vieron pasar a muchos alumnos provenientes de Monterrey por sus aulas. Imagen e indumentaria masculina Al finalizar el siglo los hombres no estuvieron ajenos a la epidemia por cambiar la imagen y lograr una mejor presentación: ya había desaparecido por completo el uso de las pelucas que aún eran utilizadas en las primeras décadas después de la Independencia. El hombre depositaba sus ilusiones de conquista en los productos para rizar el bigote, las redes para sujetarlo mientras dormía –provistos de elásticos que pasaban por la nuca–, gorros de dormir para mantener el pelo aplanado, fijadores a base de aceite y lociones y cremas para afeitarse. La higiene se convirtió –al igual que para las mujeres– en distintivo de elegancia. Los hombres se preocupaban por los 52 Ibídem, pp. 43-44. 53 Mendirichaga (1989), pp.165-169.
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cuellos y puños de las camisas –que eran accesorios separados– se mantuvieran en perfecto estado, blancos y almidonados. En cuanto a la indumentaria, la levita de paño negro fue dando paso a los trajes de corte sport, el negro se abandonó y muchos se entusiasmaron por usar el color blanco o el beige. Los sombreros de paja llamados Panamá se pusieron de moda en las primeras décadas del siglo XX para usarlos en los veranos y para el invierno había sombreros de fieltro y otros materiales más gruesos. Las botas fueron sustituidas por botines cortos y por zapatos punteados con agujetas y perforaciones al frente o del tipo mocasín y para practicar algún deporte se impuso el zapato estilo tenis.
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4. Identidad, cultura y recreación
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l ámbito de lo público a lo largo del siglo XIX se había ampliado y enriquecido en múltiples formas. Cada vez fue más visible la preocupación del Estado por multiplicar el Panteón de los Héroes Nacionales y en consecuencia aumentaron las fiestas y conmemoraciones que alimentaron el imaginario colectivo con la idea de lo nacional, esto hizo que los escenarios locales y regionales se enriquecieran con representaciones heroicas inspiradas por los triunfos y derrotas de tantos ejércitos. A lo largo del siglo XIX se organizaron celebraciones por diversos motivos extraordinarios. Dos meses después de haberse declarado oficialmente la Independencia fue proclamada ésta en Monterrey durante el gobierno de Francisco Bruno Barrera. En 1822 se celebró con gran júbilo la noticia de la proclamación de Agustín de Iturbide como emperador de México, pero una de las primeras fies-
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tas celebrada con gran algarabía popular y cierto espontáneo civismo fue la realizada con motivo de la promulgación de la Constitución estatal el 5 de febrero de 1825. Dos años después se celebró la Independencia de México con numerosos actos festivos y fueron liberados diez esclavos en la Plaza de Armas frente a un numeroso público. La vida cotidiana de los habitantes era interrumpida por sepelios, conmemoraciones luctuosas y visitas de personajes importantes. Por ejemplo: Monterrey se vistió de gala en 1839 para recibir al general Arista que entró a la ciudad con un ejército de dos mil hombres y el 12 de abril de 1865 cuando el general Mariano Escobedo entró a la ciudad acompañado de sus chicanos y de los generales Miquel Negrete y José María Aguirre, luego en 1866 el alboroto fue mucho mayor. Igual sucedió el 6 de agosto de 1866 –después del triunfo de la batalla de Santa Gertrudis– Escobedo regresó a Monterrey: en la celebración hubo desfile, discursos y vino de honor. En 1867 con gran júbilo y fiestas se recibió la noticia del triunfo del general Escobedo el 15 de mayo en Querétaro, la cual puso fin a la guerra de intervención francesa: el mismo año el Congreso de Nuevo León lo declaró por decreto Hijo Predilecto del Estado. En 1876 se recibió la noticia con repiques y campanas del triunfo en la batalla de Icamole contra los porfiristas y como parte de la revuelta de Tuxtepec para derrocar al presidente Sebastián Lerdo de Tejada. El doctor José Eleuterio González fue recibido en 1883 en Monterrey con grandes muestras de contento a su regreso de Nueva York donde había sido operado de los ojos. El comercio y las oficinas públicas cerraron sus puertas y los niños de las escuelas formaron vallas por las calles. Al llegar a la plaza Zaragoza se hicieron oír las descargas de fusilería –entre ellas la comitiva organizadora del evento seguida por el gentío–, las aclamaciones de la concurrencia y los repiques de las campanas que atronaron el espacio.
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Desfiles y reconocimientos En fin, en el afán de construir la memoria colectiva se dieron con más frecuencia los desfiles, reconocimientos, monumentos y discursos para jefes y bienhechores. Por orden del Superior Gobierno se ordenó a partir de 1862 que en todos los lugares de la República se celebraran honras fúnebres en honor del general Ignacio Zaragoza quien fue declarado Benemérito de la Patria en grado heroico. Asimismo, fray Servando Teresa de Mier y Guerra, José Eleuterio González, Juan Nepomuceno de la Garza y Evia, Mariano Escobedo y Juan Zuazua fueron oficialmente reconocidos a partir de la segunda mitad del siglo XIX. Con frecuencia se organizaban veladas literarias para homenajear a las notables figuras: se hacía una alocución sobre la figura del honrado y la velada se acompañaba con números musicales. En 1867, aún en vida, el doctor José Eleuterio González fue declarado Benemérito del Estado y al mismo tiempo fue nombrado como inspector general de Estudios del Estado y Socio Honorario de la Junta de Beneficencia. El reconocimiento a los héroes y las visitas de distinguidos militares fueron otros eventos importantes que alteraban la vida cotidiana y en los que la sociedad participaba con entusiasmo. Entre el 3 de abril y el 16 de agosto de 1864 el presidente Benito Juárez –obligado por la invasión francesa– estableció su gobierno en Monterrey. La presencia del mandatario en la ciudad recibió el interés y despertó la curiosidad de todos. Durante su estancia en la ciudad, Juárez solía pasear por la plaza Zaragoza acompañado de sus secretarios Sebastián Lerdo de Tejada, José María Iglesias y Manuel Ruiz. En sus recorridos saludaba y atendía a todo aquél que lo solicitaba, también le tocó presidir el acto de conmemoración del segundo aniversario de la Batalla de Puebla el 5 de mayo de 1864: se realizó una velada en la que fue pronunciado un discurso por el licenciado Simón de la Garza Melo.
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Pompas fúnebres Los sepelios fueron sucesos de gran reunión popular y más cuando se trataba de una figura pública. En 1872, con motivo de la muerte del presidente Juárez, los funcionarios públicos portaron en el pecho una flor de tela negra durante tres días y los militares enlutaron sus banderas, tambores y clarines que tocaron a la sordina. La celebración fúnebre de José María Parás –primer gobernador de Nuevo León quién además murió en 1851 ocupando el cargo por cuarta ocasión– fue cuidadosamente organizada y celebrada con toda formalidad. Cuando murió el doctor José Eleuterio González el velorio se prolongó por tres días durante los cuales desfilaron cerca de quince mil dolientes ante el féretro y fue sentidamente reseñado en su momento. Con inmenso sentimiento se recibió la noticia de la muerte del general y vencedor de Querétaro don Mariano Escobedo acaecida en la ciudad de México el 6 de mayo de ese año. Las fiestas cívicas Entre las fiestas cívicas más festejadas en Monterrey se encontraban la del 16 de septiembre, la del 5 de mayo y la del 20 de septiembre (día de la fundación de la ciudad). En general estas festividades eran muy parecidas en forma: se anunciaba un programa de eventos que comenzaba temprano por la mañana en el Palacio de Gobierno, allí se reunían las autoridades con los representantes de distintas asociaciones y formaban una procesión que se dirigía hacia el Teatro del Progreso donde se pronunciaban varios discursos y había una tribuna libre para quien quisiera hacer uso de la palabra. Luego regresaba la comitiva al Palacio de Gobierno a presenciar el desfile militar. Como el resto de las fiestas, las celebraciones cívicas eran organizadas con programas muy estructurados en las que no faltaban desfiles y discursos.
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La celebración del 16 de septiembre comenzaba en la víspera por la noche en el Teatro del Progreso. A las once de la noche los empleados civiles y militares, los miembros de la Junta Patriótica y numerosa concurrencia escuchaban la lectura del Acta de Independencia, la cual era repicada con salvas de artillería y contestadas con las dianas tocadas por las bandas militares. El festejo del 5 de mayo iniciaba desde las cinco de la mañana cuando tocaban las dianas en los distintos cuarteles y las bandas militares recorrían las calles principales. A la misma hora se izaba el Pabellón Nacional en los edificios públicos acompañado de una salva de veintiún cañonazos que se repetían a las doce del día y a las seis de la tarde. A las siete de la mañana las tropas militares formaban vallas para recibir a las autoridades quiénes a las ocho se dirigían al teatro donde se tocaba el Himno Nacional, se leía parte de la batalla del 5 de mayo y luego se pronunciaba un discurso. A las ocho de la noche comenzaban las músicas militares que cesaban a las once y media de la noche. Otra de las fiestas cívicas festejada con gran orgullo fue la que conmemoraba la fundación de la ciudad de Monterrey, incluso en 1846 –el mismo día que entraron los norteamericanos a Monterrey– las autoridades municipales a pesar de la amenaza de invasión estaban preparadas para la celebración de ese año. Los eventos organizados para el festejo del trescientos aniversario de la ciudad fueron cuidadosamente detallados: iniciaron a las siete de la mañana del 20 de septiembre de 1896 cuando se reunieron en el Palacio Municipal los miembros del Ayuntamiento, los empleados estatales y federales y los miembros del ejército, además asistieron los obreros del Gran Círculo Unión y Progreso y miles de ciudadanos. A la siete y media la comitiva se dirigió a la plaza del Colegio Civil precedida por una banda militar y el alcalde de la ciudad: la plaza estaba debidamente adornada. Al llegar a la plaza se cantó el Himno Nacional y se rindió Honores a la Bandera, enseguida se escuchó una obertura musical que continuó con
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un discurso a cargo del licenciado Virgilio Garza y terminado el acto regresó el cortejo al Palacio Municipal. A las cinco de la tarde se realizó otra reunión en el Palacio de Gobierno y de ahí –encabezado por el gobernador– salió la comitiva hacia la Alameda Porfirio Díaz acompañada de la banda militar, así como de la caballería y la fuerza de la guarnición militar desfilando en forma de columna. A su llegada fueron saludados con salvas y de nuevo se cantó el Himno Nacional, enseguida se tocó una obertura y luego se fue escuchado el discurso pronunciado por el licenciado Enrique Gorostieta. Por la noche fueron iluminadas tanto la Alameda como las plazas de Colegio Civil y Zaragoza donde hubo serenata de las ocho a las once de la noche con espectáculos de fuegos artificiales en la primera. Durante los días 21 y 22 de septiembre –por el mismo motivo– hubo serenatas y los ciudadanos participaron efusivamente adornando e iluminando las fachadas de las casas.54 La feria anual La “fiesta de fiestas” en Monterrey a lo largo de todo el siglo XIX fue la feria anual celebrada en septiembre y que desde 1815 sustituyó a la famosa feria de Saltillo. En la etapa colonial se celebraban ferias en diversos puntos a lo largo del territorio ya que con ellas se impulsaba el comercio y generaban recursos extraordinarios para los ayuntamientos. Las más concurridas eran la de Chihuahua celebrada en enero, la de Taos en Nuevo México durante en julio, la de Saltillo en los meses de septiembre y octubre y la feria de San Juan de los Lagos en Jalisco que era organizada en noviembre y diciembre. A partir de 1815 la feria de Saltillo fue trasladada a Monterrey donde anualmente se llevó a cabo durante las dos últimas semanas del mes de septiembre. La ciudad se preparaba cuidadosamente en su organización: ordenaba a los particulares que durante los días de la 54 Pérez Maldonado (1946), p.223-225.
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feria las casas permanecieran iluminadas los sábados y domingos. Los juegos y la venta de alimentos eran concesionados a los particulares desde la corrida de toros hasta la seguridad y el acomodo de los puestos era vigilado por diversos comités ciudadanos conformados para tal fin. La feria duraba una semana y acudía mucha gente de Coahuila, Tamaulipas y de otros lugares del interior de la República. El gobierno municipal frecuentemente solicitaba que una casa particular de las más amplias sirviera como hostal y los organizadores se apresuraban para localizar el mejor lugar y acondicionarlo como corral para instalar allí los cientos de bestias de carga y transporte que acompañaban a los visitantes.55 En 1834 Antonio Dávila ofreció una fianza de setenta pesos para que le fueran concesionados los siguientes servicios durante la feria: fabricar el cerco de la plaza con material que no fuera combustible, cobrar la misma cuota que en ferias pasadas por los palcos, juegos, puestos, cocinas, chimole y demás cosas que entraran a la plaza y establecer la plaza en el corral de don Francisco Berridi y de no ser posible en la plaza mayor. La feria anual se llevaba acabo alrededor del Palacio Municipal donde se establecían numerosos puestos de vendimias y se montaban espectáculos de circo, teatro y títeres. En las últimas décadas del siglo XIX la feria se cambió a la Plaza del Cinco de Mayo y se realizaban también ferias menores en esa plaza, así como en los atrios de los templos de la Purísima, del Roble y en el de Guadalupe, generalmente durante el mes de diciembre.56 Circos, bailes y serenatas Otros tipos de distracciones que no estuvieron limitadas a la minoría adinerada fueron los circos y las compañías ambulan55 Archivo General del Estado de Nuevo León, “Correspondencia con Alcaldes Primeros”, Monterrey, Caja 10. 56 Vizcaya Canales (1998), p. 122.
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tes de entretenimiento.57 Varios circos llegaron a la ciudad y como no eran espectáculos comunes la gente se alegraba de tener una variante en sus diversiones. Uno de los circos que dio frecuentes funciones fue el Circo Orrin. El atractivo principal del espectáculo era el payaso inglés Ricardo Bell.58 Entre otros circos que estuvieron en la cuidad durante las últimas décadas del siglo XIX se encontraron el circo del señor Rea, el de Jesús R. Ortiz y el Circo Americano.59 A lo largo de todo el siglo XIX las autoridades municipales cobraron importantes recursos por la celebración de bailes y serenatas, funciones de títeres y maromas o mimos, establecimientos de circos, mesas de billar y organizaciones de peleas de gallos, éstas últimas permitidas durante los meses de enero a junio, los domingos y días festivos. Tanto en los billares como en las peleas de gallos se prohibía la entrada a los menores de edad, a los mozos y sirvientes y en el caso de los gallos las reglas del juego debían fijarse a la vista de todos.60 La Gran Compañía de Acróbatas de Valkinbury se presentó el mes de enero de 1882 en la ciudad: el espectáculo costaba cuatro reales, los niños menores de nueve años pagaban la mitad y para los asientos reservados se abonaban dos reales más.61 Los carnavales Aparte de los entretenimientos comunes se montaban los carnavales excepcionales que causaban conmoción en la ciudad. Para el festejo de 1912 se organizaron eventos que completaron una semana de festividades: hubo una corrida de toros, una fiesta hípica, la inauguración del parque Jerónimo Treviño, el baile de fantasía en el Casino de Monterrey, una kermés 57 Ibídem. 58 Saldaña (1970), p. 53. 59 Vizcaya Canales (1998), p.122. 60 Archivo Histórico de Monterrey, Actas del Cabildo, abril 24, 1862. 61 Vizcaya Canales (1998), p. 17.
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en la Alameda, la Batalla de Flores, el concurso de Coches Adornados y el evento de la Clausura del Carnaval concluido por un recital musical de la pianista húngara Yolanda Meröe. En la kermés sobresalieron los pabellones de la Tabacalera Mexicana y el de Cervecería Cuauhtémoc. El concurso de Coches Adornados y la Batalla de Flores fueron precedidos por las reinas del carnaval.62 Los coches adornados deleitaban a la concurrencia ya que con una habilidad asombrosa se revestían carrozas y carruajes de adornos florales: no solamente se cubría la carrocería, también se tapizaban las llantas y todo lo que estuviera a la vista, lo cual a la hora del desfile creaba la ilusión de gente montada sobre flores y follaje tirados por caballos. El auto marca Fiat –propiedad de la señora Milmo de Hart– causó gran conmoción en el desfile, este automóvil junto con la creación elaborada por Pedro Alaniz Tamez obtuvieron los primeros lugares.63 Los bailes El baile de fantasía ofrecido en el Casino de Monterrey durante la época de Carnaval llegó a ser la “fiesta de fiestas” de la elite de la ciudad. Concurrida por lo más selecto de la sociedad de Monterrey, esta fiesta adquirió tal fama que en 1905 apareció reseñada en la revista El Progreso de la ciudad de México. El concurrido evento comenzaba a las nueve de la noche y más tarde iniciaba el desfile: entre los disfraces podía apreciarse los de Cleopatra, la reina Nubia, las gitanas, la noche oscura, el arlequín, las diablesas, las mariposas, la locura, la Marquesa, Luis XVI, la astronomía, la Chula y un desfile de países: entre ellos Francia, Rusia y Japón mientras que los hombres 62 En 1912 las candidatas a Reina del Carnaval fueron Benedicta Martínez, Margarita Barrera, Diana Larralde, Emelina Fuentes, Laura Moebius, Maria Sada y las señoritas Hellion y Villarreal. Entre todas éstas Diana Larralde fue la ganadora y tiempo después fue fotografiada como tal en París. 63 “Álbum del Carnaval”, 1912.
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portaban vestuarios de contrabandista Español, mosquetero, gitano, Mefistófeles, turista y blanco y negro. A las doce de la noche se servía un “exquisito lunch” a los cerca de quinientos cincuenta invitados que solían asistir. El baile –alegre, fastuoso y elegante– cesaba a las cuatro de la mañana.64 Ferias y exposiciones industriales En sustitución de las ferias que a lo largo de la etapa colonial se iban realizando durante todo el año en diversas ciudades se organizaron las exposiciones industriales. Siendo Monterrey la capital de la industria y el comercio, las ferias y exposiciones industriales aquí organizadas representaron grandes eventos e importantes oportunidades para dar a conocer los productos fabricados en la ciudad. Numerosos extranjeros provenientes de los Estados Unidos eran frecuentes visitantes. En octubre de 1880 se organizó la Primera Exposición Industrial en la ciudad de Monterrey en la que destacó la pujanza emprendedora de los habitantes del estado y se presentaron ciento quince expositores y se exhibieron cuatrocientos sesenta y un productos elaborados en la región. En 1888 se inauguró la Segunda Exposición Industrial organizada por el Gran Círculo de Obreros y en 1910 se celebró la tercera instalada en el edificio del mercado Juárez, acondicionada para el evento que fue presidido por el general y gobernador José María Mier del estado de Monterrey. Las fiestas del centenario En relación con los eventos del centenario de la Independencia en 1910, la ciudad –pujante y exitosa– se preparó para el primer siglo de vida independiente. A lo largo del año fueron inaugurados el Teatro Independencia y el Teatro Salón Va64 “En el Casino de Monterrey”, 1905.
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riedades que operó como el primer cine de la ciudad. También se edificó el monumento del Arco de la Independencia diseñado por el arquitecto Giles y situado en el cruce de las avenidas –llamadas entonces– de Unión y Progreso. El 16 de septiembre fueron inaugurados cuatro arcos en las esquinas de la Alameda, obras de Antonio y Paulino Decanini. En ese tiempo la ciudad sufría una terrible inundación provocada por el desbordamiento del río Santa Catarina, obstaculizando la celebración de los actos organizados para ese día que fueron obligadamente suspendidos. Las fiestas religiosas Además de las fiestas cívicas, la sociedad se recreaba también durante las festividades religiosas que eran celebradas con gran devoción por los devotos creyentes. En los días santos y en especial en la fiesta de la Virgen de Guadalupe, los fieles realizaban verbenas y procesiones y el ayuntamiento contribuía con recursos para dar el mayor lucimiento. La primera fiesta en honor a la Virgen de Guadalupe se celebró en 1748 cuando el gobernador ordenó “que todos los vecinos y moradores, por el término de tres días, pongan colgaduras en puertas y ventanas y celebren con fuegos y luminarias la fiesta de la Guadalupana”. Desde su fundación, la ciudad de Monterrey adoptó como su patrona a la Virgen de la Inmaculada Concepción, por lo que su devoción se puede considerar la más antigua y popular en la localidad. La fiesta se organizaba desde 1823 los días 8 y 9 de diciembre para la cual el municipio nombraba cuatro individuos –llamados popularmente “fiesteros”– encargados de recolectar las cuotas entre los ciudadanos. Para mediados de siglo la fiesta se celebraba durante el mes de agosto y el cabildo contribuía con una cuota para la celebración. Otras festividades surgidas de devociones locales fueron las de la Purísima, la del Roble y la del Señor de la Expiración, traída
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ésta última del centro de México y venerada por los indígenas tlaxcaltecas cuya celebración se llevaba a cabo anualmente durante el mes de abril. En 1832 las autoridades municipales acordaron traer en procesión –desde el pueblo de Guadalupe – la imagen del Cristo Crucificado para que la feligresía de Monterrey elevara sus plegarias con el fin de que llegaran las lluvias necesarias para regar los sembradíos y para la salubridad de la población. Se ordenaba que el recibimiento se hiciera con el debido esplendor y magnificencia y se colocara la vela (toldo) para que las autoridades salieran a presentarle un justo homenaje al Santísimo Cristo. Diez años más tarde se repitió la misma celebración con igual objetivo.65 La población de Monterrey manifestó su profunda religiosidad al participar masivamente en una procesión de penitentes organizada por misioneros franciscanos al término de su visita a la ciudad el 23 de abril de 1854. La procesión salió de Catedral a las cinco y media de la tarde: puertas y ventanas permanecieron cerradas por orden del gobernador. Se componía de tres mil penitentes descalzos cargando grandes cruces con coronas de espinas en su cabeza y azotándose las espaldas con sogas de ixtle. Tras los penitentes –acompañando las imágenes de Cristo y de la Virgen– desfilaban por las principales calles alrededor de cinco mil mujeres cantando y rezando.66 Por supuesto también se celebraba la Navidad con las nueve posadas que la precedían y con Misa de Gallo la noche de año nuevo. El teatro El establecimiento de los teatros y la organización de veladas literarias contribuyeron de manera importante para el enriquecimiento cultural de la sociedad: aunque fueron entreteni65 Archivo General del Estado de Nuevo León, “Correspondencia con Alcaldes Primeros”, Monterrey, Cajas 10 y 25. 66 Roel (1959), p. 154.
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mientos en su mayoría y reservadas para la clase acomodada –dada la pequeña oferta de espectáculos en todos los niveles sociales– se hacía hasta lo imposible por asistir alguna vez al teatro. A lo largo de la etapa colonial y buena parte de la vida independiente la temática de las obras teatrales se limitó a lo religioso. Se montaban pasajes de la historia sagrada u obras profanas con un contenido profundamente moralista. En la segunda mitad del siglo XIX la formación de compañías teatrales y la edificación de espacios específicos para las representaciones ampliaron el repertorio y entonces se impusieron el teatro clásico y el de carácter costumbrista: esos fueron los géneros más socorridos. Pero el panorama teatral se fue enriqueciendo con la temática profana abordada en las óperas, operetas y zarzuelas. El Teatro del Progreso –inaugurado en 1857 y el primero en la ciudad– operó durante treinta y nueve años y por su escenario pasaron cantidad de compañías de drama, comedia, zarzuela y ópera: en ocasiones fue utilizado para actos cívicos y funciones de aficionados locales como la Sociedad de Artistas.67 A causa de un incendio fue reemplazado por el Teatro Juárez y posteriormente por el Teatro de la Independencia, pero aun antes de la aparición del primer teatro varias compañías habían solicitado al cabildo de la ciudad de Monterrey permiso para representar sus obras. Hasta entonces las compañías foráneas y grupos de aficionados hacían sus representaciones en patios o salones de actos con temas de corte neoclásico cuyo asunto central era de las tierras conquistadas y estampas formalistas de personajes históricos.68 En 1841 el empresario de una compañía dramática solicitó presentar doce funciones argumentando que “la obra tiene por objeto principal mejorar las costumbres y sembrar máximas de buena moral y buen gobierno en el pueblo espectador”.69 67 Vizcaya Canales (1998), p. 13. 68 Serna (1996), pp. 185 y 186. 69 Archivo General del Estado de Nuevo León, “Correspondencia con Alcaldes Primeros”, Monterrey, Cajas 1835 y 1841.
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El Teatro Progreso estuvo ubicado en la calle de Escobedo –entonces llamada Teatro–, entre las calles de Padre Mier y Matamoros, y contaba con luneta, platea, palcos y galería pero la mitad del primer piso estaba ocupado por butacas y el resto por toscas bancas de madera. El interior era simple, las paredes sólo estaban blanqueadas y los tabiques que dividían las plateas y los palcos eran de carrizo revestidos de barro porque en 1890 se cubrieron las paredes con papel tapiz. En su exterior la construcción era muy sencilla, su fachada se componía de siete arcos sin molduras haciendo más alto el arco central y en la planta alta había siete ventanas rematadas con una cornisa en relieve donde sobresalía la ventana central colocada un poco más arriba que las demás. Fue inaugurado en 1857 y en 1864 se celebró allí el baile de gala en honor al presidente Benito Juárez. El 27 de junio de 1882 la temporada teatral inició con la presentación de Ángela Peralta quién debuto con la obra Hernandi de Verdi, también se representaron obras de Alejandro Dumas, José Zorrilla, Carlos García Docel y de dramaturgos locales como Ciencia y virtud de Enrique Gorostieta en 1883, La nevada del 95 o Monterrey en huelga de Francisco P. Morales en 1895 y Una excursión en ferrocarril de Ignacio Morelos Zaragoza con música de Manuel María de Llano. En 1882 fue el primer edificio público que usó la luz eléctrica, se incendió el 8 de septiembre de 1896 y en 1904 fue fundado un nuevo Teatro Progreso que operó hasta 1913. Sólo dos años después de haber desaparecido el Teatro Progreso fue inaugurado el Teatro Juárez por el gobernador Bernardo Reyes. El Teatro Juárez estaba ubicado por la calle Zaragoza casi esquina con Juan Ignacio Ramón y fue un vasto edificio con cuatro arcos en su fachada que sostenían los pisos superiores y daban entrada a un amplio y elegante vestíbulo pues contaba con cuatrocientas cincuenta lunetas, dieciocho plateas, veintitrés palcos de primera, veintitrés de segunda y seis palcos intercolumnios, así como una amplia galería. La fachada fue recubierta con mármol negro y el edificio fue construido con ladrillo. Este nuevo teatro fue propiedad de
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los empresarios Juan Chapa Gómez y Manuel Quiroga y fue inaugurado el 15 de septiembre de 1898 con La Traviata, representada por la Compañía de Ópera de Soledad Goyzuela, también tenía piso movedizo que lo convertía en un gran salón porque fue allí donde se organizó el primer banquete en honor al general Porfirio Díaz el 20 de noviembre de 1889. En el Juárez se presentaron obras de Fernando Díaz de Mendoza, María Guerrero, Elisa de la Mazza y Prudencia Griffel, así como obras del español José Echegaray y autores locales como Diódoro de los Santos y Celedonio Junco de la Vega. Al igual que el primero, éste teatro fue también consumido por un incendio en 1909.70 Allí también se organizaron veladas con fines benéficos. El programa presentado en el invierno de 1912 se realizó en dos partes: la primera constó de una obertura del Coro de Cíngaras de la opera La Traviata, una comedia en un acto titulada La Marquesita y la danza estética de la opereta Madame Sherry y la segunda parte estuvo compuesta por una estudiantina con mandolinas, violines, guitarras y una flauta. Finalmente el programa cerró la noche con la poesía Delirios de José Zorrilla y fue protagonizado por jóvenes de la elite regiomontana: entre ellos las señoritas Diana Larralde, María Sada, Rosario Garza Sada, Mercedes García Muguerza, Rosa Sada Paz y los señores Jaime Zambrano, Raúl Sada, Roberto G. Sada, y Federico Martínez.71 Tomando en consideración que las construcciones de los teatros eran casi en su totalidad de madera, no es difícil entender que todos los de la época se hayan incendiado. Además de los dos mencionados, corrieron con la misma suerte el Teatro Zaragoza –abierto en 1908 e incendiado apenas a un año de su apertura– y el Independencia –inaugurado en 1910–. En el Independencia también se organizaron banquetes, lo cual era necesario transformar el teatro en salón de baile, quitar el lunetario y nivelar el piso. En 1910 fue inaugurado también el Teatro Salón Variedades –construido por los hermanos Adolfo y Antonio Rodríguez 70 Serna (1996), p. 187. 71 “Programa Diciembre 28, 1912”
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y ubicado en la segunda planta de la cantina Progreso– en la esquina de las calles de Zaragoza y Padre Mier, posteriormente se convirtió en el primer cine de la ciudad donde se ofrecían las famosas “vistas”. A la sala de proyección se accedía por una enorme escalera de madera, a la hora del intermedio las señoritas se paraban frente a la entrada para que los jóvenes pudieran verlas y la entrada de los músicos señalaba que iba a proseguir la función: la música iba de acuerdo con las escenas y cuando éstas eran muy tristes los músicos ejecutaban lúgubres melodías despertando fuertes emociones entre los asistentes. Los estrenos en el Variedades se convertían en todo un acontecimiento y por los años treinta causó gran revuelo la presentación de la película El Ladrón de Bagdad protagonizada por Douglas Fairbanks, de quién todas las mujeres, jóvenes y viejas se sentían profundamente enamoradas.72 Existen crónicas que aseguran que en 1898 se inauguró el primer cine en Monterrey cuando Lázaro Lozano acondicionó una sala en un boliche –ubicado en la calle Hidalgo casi esquina con Escobedo– y debido al éxito obtenido años más tarde el mismo señor Lozano acondicionó otra sala más funcional al lado norte de la plaza Zaragoza. En cuanto a las veladas literarias que se efectuaron durante los últimos años del siglo XIX, la mayoría de éstas fueron realizadas como homenajes a personalidades importantes o en celebraciones de aniversarios conmemorativos. Una de ellas se llevó a cabo el 29 de enero de 1882 para celebrar el tercer aniversario de la Sociedad Miguel F. Martínez. Al año siguiente –el 22 de noviembre de 1883– fue celebrada una velada literaria en el Teatro del Progreso en homenaje al doctor José Eleuterio González al regreso de su viaje de Nueva York y fueron interpretados varios números musicales por distinguidas señoritas, procedidos éstos por elocuentes oradores.73 Los más sonados y concurridos eventos en esos teatros fueron: celebración en honor a Benito Juárez en 1864, la visita del 72 Aguilar Belden de Garza (1970), pp. 18-19. 73 Pérez-Maldonado (1950), p. 55.
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general Porfirio Díaz a Monterrey y el del Segundo Congreso Pan Americano de 1902.74 Los delegados del congreso asistieron a una velada literaria y musical en el teatro Juárez y la orquesta y las piezas presentadas fueron integradas por personas de la localidad.75 La primera sala privada de cine en Monterrey se instaló en 1898 por Lázaro Lozano quién con un aparato Lumière realizó las primeras proyecciones en la galería del fotógrafo Desiderio Lagrange situada por la calle Hidalgo. La música y el baile Sobre la música popular y su formación fue presentada irónicamente en las etapas de guerras e intervenciones, de odios y batallas de sangre. En Monterrey ha sido posible localizar la presencia de la música, el regocijo de los desfiles triunfales y la algarabía popular en torno a los triunfos y las derrotas militares sin soslayar la fuerte influencia cultural y los estrechos vínculos comerciales entre Monterrey, el valle de Texas y el resto de los Estados Unidos. La música de Monterrey se alimentó de la música tejana y se fundió con las aportaciones de mexicanos y extranjeros durante la intervención francesa. Sones e instrumentos fueron llegando desde la frontera norte y del interior de la República, pero fue después de la presencia de los franceses en Monterrey cuando ésta música se difundió y se popularizó: fueron los franceses los que nos hicieron “bailar al son de su música”. También el gobierno imperial intentó por varios medios trasmitirnos gustos y modos mediante la difusión de su música. Las tres legiones que conformaron el ejército de ocupación durante el imperio de Maximiliano contaban con sus propias bandas militares que proliferaron en Europa y que en México –ya de hechura nacional– se multiplicaron a raíz de la restauración de la República. 74 Saldaña (1973), p. 53. 75 “Invitación. Concierto en honor de los Sres. Delegados al 2º congreso Panamericano”. Archivo personal de Carlos Pérez-Maldonado.
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Los programas de las bandas que tocaron en las plazas de Zaragoza y la Llave en Monterrey entre 1865 y 1866 a cargo de los invasores fueron al principio una novedad pero más tarde la asistencia a esas audiciones fue reduciéndose por causa de la animosidad hacia el gobierno de ocupación: el escenario no estaba para conciertos porque la ciudad vivía en momentos que los ejércitos merodeaban hasta por las goteras. Mientras el primer concierto fue presentado en la Plaza Zaragoza, todos los demás se efectuaron con mucho menos asistencia en la Plaza de la Llave. En relación al baile, las mejores notas fueron las escritas por Rubén M. Campos quién apuntó sobre los bailes de la época: [...] los bailes de la corte exigían vestidos particulares y por ello no fueron bailados por el pueblo en cambio los chotis, las redovas y las polcas no necesitaban ropa especial y todos las bailaron […]
Lo anterior manifiesta una sociedad profundamente estratificada en la que cada grupo o clase social tenía bien diferenciados sus bailes y los bailes de las clases populares fueron considerados “atrevidos” en ritmos y movimientos. La gente corría y hasta saltaba con las polcas, las redovas, los cuerpos se abrazaban y con gala se mecían con el chotis mientras los otros no se cansaban de bailar en cuadrillas formaditos y al mismo paso como desfilando.76 Para la formación musical siempre hubo academias especializadas en las que se podía aprender y practicar piano, guitarra, flauta o violín pero con frecuencia la formación fue autodidacta en el seno de la familia pues frecuentemente los padre enseñaban a los hijos, los hermanos mayores enseñaban a los menores y se dio el caso de orquestas y grupos musicales formados sólo por miembros de una sola familia. En una etapa pre-electrificada, tocar cualquier instrumento, saber cantar o bailar casi se convirtió en condición obligada para 76 Garza Gutiérrez, Luis Martín (2006).
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ser aceptado en todos los círculos sociales. En las primeras décadas del siglo XX fueron surgiendo agrupaciones apoyadas por los particulares y cuyo objetivo fue la promoción musical. Entre las academias musicales por muchos años sobresalió la Escuela Musical Daniel Zambrano y la Casa Wagner, dedicada a vender pianos y otros instrumentos en donde se ofrecían clases y se organizaban conciertos.77 La fiesta brava No cabe duda que la fiesta brava ha sido una de las aficiones más antiguas del público regiomontano y de los eventos más populares y concurridos. Desde la etapa colonial hasta mediados del siglo XIX las corridas de toros se organizaron el la Plaza Zaragoza. En 1834 el ciudadano Antonio Dávila ofreció como fianza setenta pesos para que le fueran concesionados los siguientes servicios durante la feria: fabricar el cerco de la plaza de material que no fuera de fácil combustión, otorgar en concesión los palcos, juegos, puestos, cocinas, chimole y demás cosas que entrasen en la plaza a los mismos precios que en ferias anteriores y que la plaza de toros se ubicara en el corral de don Francisco Berrido, de no ser así se instalaría en la Plaza Mayor comprometiéndose a cerrar lo más posible el cerco con madera.78 En 1837 se ordenó que durante la feria la plaza se estableciera en un solar del convento de San Francisco para que el espacio quedara libre para los juegos pirotécnicos y se solicitó autorización al gobierno del estado para comprar ese predio con el fin de edificar una plaza de cal y canto. La primera plaza de toros permanente en la ciudad operó a partir de 1860 77 En relación a la música típica del noreste, ésta adquirió reconocimiento hasta el siglo XX y en la década de los cincuenta Rogelio García escribió más de ciento cuarenta artículos titulados Nuestra Música Típica en el periódico El Norte. 78 Archivo General del Estado de Nuevo León, “Correspondencia con Alcaldes Primeros”, Monterrey, Cajas 12 y 15.
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pero hubo otras: en 1867 se abrió la Plaza Cinco de Mayo a un costado del templo del Sagrado Corazón y actuó en esa ocasión Francisco Gómez Chiclanero quien fue el primer torero español que se presentó en Monterrey; en 1896 fue inaugurada la plaza Santa Lucía, cerca del ojo de agua, y allí se presentaron los toreros Ponciano Díaz, así como Mazzantini y Lagartijo; y en 1908 apareció la plaza llamada Monterrey ubicada en las calles de Porfirio Díaz y Aramberri y en la inauguración estuvieron Enrique Vargas y Rafael Gómez Ortega en el toreo de ganadería de Malpaso. Prensa y publicaciones periódicas La cultura de los regiomontanos también fue enriquecida por la prensa, la aparición de publicaciones periódicas, la edición y venta de libros. La libertad de expresión –tal y como la conocemos en la actualidad– es una invención reciente. El periodismo en México surgió durante la etapa independiente como “una fuerza de combate, divulgadora de idea políticas”.79 Durante mucho tiempo los periódicos y revistas se debatieron entre el dictamen oficial y la necesidad de la libre expresión. Los escritores y periodistas se vieron constantemente acechados por los peligros que significaba retar o hacer referencia alguna de desacuerdo con el régimen de Díaz, lo que no es de sorprenderse que la mayoría de las publicaciones del siglo XIX estuvieran dedicadas a la política o en su caso dependieran totalmente del poder gubernamental. Desde que Nuevo León fue considerado un Estado libre y soberano contó con un Periódico Oficial. A lo largo del siglo XIX el periódico recibió diversas denominaciones y fue el único periódico de la ciudad en el que además de la información política aparecían decretos y circulares, también se publicaban ventas de objetos y se ofrecían servicios profesionales. Con frecuencia el periódico reproducía noticias de otros diarios de la 79 Cárdenas Herías (1996), p. 143.
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República como el Siglo XIX, el Trait d’Union y El Monitor Republicano, sobre todo cuando aquellos se referían a la situación del noreste. La Gaceta Constitucional de Nuevo León fue el primer periódico en publicarse después de la Independencia y circuló entre 1826 y noviembre de 1835. Durante el período de gobiernos centralistas apareció el Semanario Político editado entre noviembre de 1835 y octubre de 1846. En mayo de 1839 se publicó El Patrono del Pueblo que sólo alcanzó a editar dos números. Entre abril de 1848 hasta agosto del año siguiente el Periódico Oficial se le denominó Órgano Oficial del Gobierno del Estado de Nuevo León pero en 1853 se le agregó el adjetivo Supremo refiriéndose al gobierno. A partir de julio de 1853 inició la publicación del Periódico Oficial del Gobierno del Estado de Nuevo León que salió a la luz pública hasta mayo de 1855. La etapa de la Reforma llegó a Monterrey y durante el gobierno de Santiago Vidaurri se editó el periódico de su gobierno denominado El Restaurador de la Libertad. Periódico Oficial del Gobierno del Estado Libre y Soberano de Nuevo León publicado entre mayo de 1855 y septiembre de 1858. Entre junio y julio de 1855 aparecieron paralelamente seis números del llamado Boletín Extraordinario, posteriormente –durante el gobierno del general Bernardo Reyes– el periódico oficial se llamó La Voz de Nuevo León. En relación a la prensa privada, en 1832 apareció El Antagonista que era considerado el primer periódico de oposición política ya que desde sus columnas se criticaba al gobierno: en él participaba Manuel María de Llano, entre otros más. Sus primeros tres números se editaron en Saltillo y luego en Monterrey se elaboraron más de veinticuatro números.80 En 1862 circulaba El Centinela de Nuevo León, El Nivel y El Látigo, además aparecieron revistas de temas variados como La Revista de Nuevo León y Coahuila dirigida por Manuel C. Rejón, 80 En la Biblioteca Alfonsina de la UANL se encuentra una colección que comprende hasta el número veinticuatro. Roel (1959), p. 131 y 132.
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El Cura de Tamajón escrito en verso apareció los domingos a partir del 14 de agosto de 1864 dirigido por Guillermo Prieto y estaba dedicado a criticar al imperio de Maximiliano, su editor responsable fue Juan Flores “El Sacristán” y se imprimía en los talleres tipográficos del gobierno estatal a cargo de Viviano Flores. Además se publicaron otros como La Guirnalda, La Luz, El Buscapiés, La Ortiga, El Horario y El Estudio. Otro periódico importante en la localidad fue El Espectador, fundado en 1892 por Ramón Treviño y los redactores más constantes en este diario fueron Carlos Pereyra, Manuel Otón, Celedonio Junco de la Vega, Manuel Barrero Argüelles, Desiderio Lagrange y Rafael Garza Cantú. Uno de los periódicos más críticos de la etapa porfirista en Nuevo León fue La Democracia Latina y fue fundado por Adolfo Duclós Salinas en colaboración con Román Rodríguez Peña. También surgieron otros en defensa del régimen reyista como El Azote y El Siglo Nuevo mientras que por el bando opositor aparecieron La Redención y La Constitución. Los cuatro tuvieron una corta duración ya que aparecían y desaparecían publicaciones según la agenda política del día, lo cual señala la inestabilidad que se predecía ante el inminente final del periodo porfiriano, sólo bastaba buscar un poco en la aparente paz y prosperidad en la que se vivía para descubrir un clima de constante preocupación ante el cambio. Entre 1892 y 1911 se publicó un periódico en inglés: The Monterrey News. En 1905 comenzó la publicación de El Renacimiento, periódico de tendencia liberal dirigido por el entonces estudiante de leyes Santiago Roel. El Espectador salió a la luz en 1911. En los últimos años del siglo XIX aparecieron algunas publicaciones femeninas mayoritariamente literarias como La Revista, Flores y Frutos, El Jazmín y La Violeta en las que participaron Julia G. de la Peña de Ballesteros e Isabel Leal de Martínez. En 1908 salió la Revista Contemporáneos y editada en el taller tipográfico de Jesús Cantú Leal: participaron licenciado Virgilio Garza, Ricardo Arenales y otros escritores y periodistas. En el siglo XX lentamente los medios impre-
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sos fungieron como heraldos de los cambios en las ideologías políticas, sociales y culturales y fueron una importante plataforma para la discusión, el desarrollo y la práctica de una verdadera conciencia política y la causa de constantes persecuciones contra editores y periodistas. Imprentas, bibliotecas y librerías A la par de los periódicos y las revistas, la imprenta y las bibliotecas públicas fueron elementos fundamentales en la formación cultural de los regiomontanos. Para cumplir con la disposición del 25 de julio de 1823, el cabildo dispuso la sala capitular y otras piezas anexas para instalar un gabinete público de lectura, allí se podían consultar los bandos y decretos y los periódicos que se recibían desde la capital.81 Sobre la imprenta, la diputación provincial se encargó de la compra de una imprenta en 1823, para lo cual el Ayuntamiento requirió del cabildo eclesiástico de un préstamo de dos mil trescientos cuarenta y ocho pesos y cuatro reales que lo otorgó a un plazo a dos años con el interés usual del cinco por ciento anual.82 A lo largo del siglo XIX fue la Imprenta de Gobierno la encargada de publicar casi todo lo que se editó en Monterrey: desde el Periódico Oficial hasta diversos folletos como carteles, estampas, libros de texto y ediciones particulares. Al finalizar el siglo fueron apareciendo imprentas privadas, entre ellas la Imprenta y Litografía El Modelo, esta última propiedad de Gustavo A. Madero y Lorenzo L. González ubicada en la calle de Dr. Mier 86. La Biblioteca Pública del Estado fue un apoyo fundamental para la educación: ésta fue inaugurada el 16 de septiembre de 1882 con mil seiscientos veintisiete textos, parte de ese primer acervo provenía de la biblioteca del doctor José Ángel 81 Archivo General del Estado de Nuevo León, “Correspondencia con Alcaldes Primeros”, Monterrey, Caja 1819-1821. 82 Ibídem.
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Benavides en Teología, por lo que la tercera parte de los libros referían a temas religiosos y luego seguían en importancia las clasificaciones de ciencia, literatura, historia, artes y oficios. Para 1895 la biblioteca acumuló tres mil cuatrocientos treinta y dos volúmenes y en 1910 sumaban cuatro mil novecientos dos. A principios del siglo XX la Biblioteca Pública del Estado estaba anexada al Palacio de Gobierno y contaba con tres mil quinientos setenta y cinco volúmenes, en promedio concurrían veinte mil lectores anualmente. En cuanto a la adquisición de libros, desde 1869 en el comercio del señor Florentino Reyes se podían comprar útiles escolares y los libros requeridos para la instrucción elemental. En los primeros años del siglo XX surgieron librerías más formales como la Librería General, donde se podían encontrar los libros para la primera y segunda enseñanza, obras de ingeniaría, mecánica, electricidad, telegrafía, derecho, economía política, industria y comercio, medicina y farmacia, artes y oficios, agricultura, jardinería, ganadería, literatura, religión, novelas y viajes. También existía el Almacén de Papelería y Artículos de Escritorio que era propiedad de Ramón Díaz.
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5. La ciudad, traza urbana y población
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s en la ciudad donde transcurre la vida social en general y testigo de los hechos y de la historia. La ciudad es el espacio público más completo e integrado, en ella contiene y justifica todos lo demás: los barrios, los monumentos, las calles, las casas, las plazas. La traza urbana Según las crónicas en la tercera década del siglo XIX, el paisaje urbano de la ciudad de Monterrey no era precisamente agradable ya que había sólo unas cuantas calles mal empedradas que permanecían inundadas por las acequias que las cruzaban. La traza urbana se limitaba a dieciséis cuadras de oriente a poniente y ocho de norte a sur, en las cuales se po-
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dían contar unas cuantas casas sólidamente construidas pues los jacales de materiales perecederos eran la mayoría. Todavía en 1842 –en el perímetro formado entre la alameda al norte– la capilla de la Purísima –al poniente y la margen del río Santa Catarina al oriente– se contaron trescientas cincuenta y seis casas con techos de carrizo y hoja de caña. Las autoridades se vieron en la necesidad de prohibirlos para reducir el riesgo de los frecuentes incendios.83 El clima cálido y la ausencia de un sistema de drenaje hacían de la insalubridad un problema constante para los pobladores. En 1849 se calculó mil ciento setenta y nueve fincas urbanas con propiedad de los particulares y otra perteneciente a una corporación y dos más a obras pías con un valor de novecientos noventa y nueve mil quinientos cuarenta y siete pesos. El valor material de templos y conventos –incluidas las alhajas interiores– ascendía a trescientos cuatro mil cien pesos los primeros y veintitrés mil cuatrocientos cuarenta pesos los segundos.84 Las obras públicas –necesarias para mantener las condiciones mínimas de salubridad y hacer habitable la ciudad– acapararon la atención de los primeros ayuntamientos republicanos. Fueron problemas constantes la limpieza de las acequias y la construcción de puentes para cruzarlas, así como los pleitos entre vecinos por acaparamiento del líquido. La delineación y empedrado de las calles, la nomenclatura y la numeración de las casas, el trazo urbano de las zonas de nuevo doblamiento, la administración y manutención de la cárcel eran problemas cotidianos que la corporación debía resolver. Otra función que acaparó la atención de las autoridades municipales fue el acopio y abasto de maíz para el consumo del pueblo.85 83 Archivo General del Estado de Nuevo León, “Correspondencia con Alcaldes Primeros”, Monterrey, Caja 25. 84 Archivo General del Estado de Nuevo León, Estadística, Caja 18491853. 85 Archivo General del Estado de Nuevo León, “Correspondencia con Alcaldes Primeros”, Monterrey, Caja 21.
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En su traza, la ciudad de Monterrey inició un visible crecimiento a partir de la segunda mitad del siglo XIX, fue entonces cuando se abrieron nuevas zonas de población como fue el Repueble del Sur en las faldas de la Loma Larga y el Repueble del Norte ubicado al norte de la calle de Aramberri. También la ciudad creció hacia el poniente donde se ubicaron quintas o huertos, algunos de considerable extensión. En 1862 el ramo de obras públicas que hasta entonces había quedado a cargo de las autoridades municipales pasó a manos del gobierno estatal, ese año fue nombrado un inspector y señaló un presupuesto para ese ramo dando inicio a una serie de obras que mejoraron el aspecto de la ciudad.86 A partir de 1867 con la canalización de las aguas del ojo de agua la infraestructura urbana se mejoró y desde la segunda mitad del siglo XIX –por el rumbo del poniente– aparecieron numerosas huertas y quintas de veraneo, entre las que destacaba la propiedad de don Pedro Calderón y ya para el siglo XX se había convertido en un parque privado y concurrido lugar de recreo llamado la Quinta Calderón.87 Al mismo tiempo se había empezado la urbanización formal de la Colonia Obispado ubicada en la cima de la Loma de Vera. La colonia se había trazado desde 1901 y para entonces registraba un vigoroso crecimiento. A lo largo de la etapa de transición entre los siglos XIX y XX fue trazada la Colonia Bella Vista por el norte y a partir del la segunda década aparecieron otras colonias residenciales como la Vista Hermosa y Las Mitras. Al finalizar la centuria Monterrey ya contaba con 86 Archivo Histórico de Monterrey, Actas del Cabildo, 3 de marzo de 1862. 87 En 1918 se había terminado el edificio del Colegio del Sagrado Corazón y con la creación en 1931 del Club Deportivo Monterrey. La colonia se convirtió en un lugar privilegiado en la falda norte del cerro.
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una marcada tendencia industrial por la existencia de tres fábricas textiles y tres grandes plantas de fundición de fierro, además de innumerables talleres industriales y artesanales vinculados a las nacientes empresas.88 Los primeros planos Los planos son testimonios muy ilustrativos e interesantes ya que observándolos con detenimiento nos muestran el desarrollo urbano de la ciudad. El primer plano de la ciudad se trazó en 1791 y fue atribuido a fray Cristóbal Bellido y Fajardo, en él aparecen señalados las calles así como las construcciones de sillar, los jacales, las norias y las acequias y otros detalles de importancia. El segundo plano de la ciudad de Monterrey fue elaborado por Juan Coruzet en el año de 1798, también elaboró el primer mapa del estado en 1799. En 1842 el Ayuntamiento de Monterrey ordenó a Guillermo S. Stell la elaboración de un plano el Repueble del Norte con arreglo al plano trazado anteriormente por Juan Crouzet y en agosto del mismo año el plano quedó concluido: en él aparecen incluso las plazuelas y quinientas treinta y dos manzanas, de las que ciento cincuenta y nueve aún no estaban delineadas pues en ese plano la zona urbanizada –hacia el norte– llegaba hasta la actual calle de Aramberri. Un tercer plano fue elaborado en 1865 por el ingeniero Isidoro Epstein: en éste aparece señalado y delimitado el ejido de la ciudad.89 La población Sobre la población de Monterrey y los oficios y las profesiones de sus habitantes hay que recordar que en 1824 por el decreto 88 Fue organizada por el Círculo de Obreros de Monterrey y reunió a ciento quince expositores. 89 Herrera, Octavio (2009).
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número cuarenta y cinco fue creado el Estado libre y soberano de Nuevo León: existían dos ciudades, cuatro villas, nueve poblados, dos pueblos de indios y tres reales de minas. La población era de ochenta y tres mil ochocientos habitantes y Monterrey contaba con doce mil trescientos habitantes. Es de destacar que entre 1849 y 1910 la población de la ciudad de Monterrey se cuadruplicó en cuarenta años: en ésas décadas se iniciaron las campañas masivas contra las epidemias y otros avances médicos y científicos contribuyeron a reducir la mortandad, aumentar el promedio de vida y el número de nacimientos. La población de la ciudad se mantenía íntimamente vinculada al campo y a las labores agrícolas pues según el censo de 1824 Monterrey contaba con doce mil doscientos ochenta y dos habitantes y las principales actividades productivas de los vecinos de la ciudad y sus inmediaciones eran la agricultura y la cría de ganados. Entre los habitantes se contaban setecientos ochenta y ocho labradores, mil cuatrocientos cuarenta y dos jornaleros, doscientos noventa y siete artesanos, sesenta y cinco comerciantes, treinta eclesiásticos y sólo cuatro abogados. En ese informe se recontó la población de las haciendas aledañas a Monterrey que en la siguiente década se formaron como municipios independientes.90 En el censo de población de 1848 la municipalidad registró trece mil veintisiete habitantes y se contaban ciento veintinueve jornaleros, muchos labradores, veinte carreteros, siete zapateros, seis criadores de ganado, seis carpinteros, cinco músicos, cuatro herreros, tres obradores, tres albañiles, dos sastres y un panadero. Después de la firma del Tratado de Guadalupe Hidalgo la migración a Monterrey desde los Estados Unidos fue continua y numerosa: se registraba una fuerte movilidad interna de los pueblos hacia la capital del Estado. En 1849 se registraron trece mil quinientos treinta y cuatro habitantes en la jurisdicción de Monterrey, entre ellos se contaron seiscientos 90 Archivo General del Estado de Nuevo León, Estadística, Caja 18211824.
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ochenta y tres artesanos, cuatrocientos labradores, doscientos noventa y siete jornaleros, setenta y cinco comerciantes, trece eclesiásticos, ocho maestros de escuela, ocho abogados y seis médicos. El número de individuos dedicados a las actividades agropecuarias había descendido en comparación con el censo de 1829 que recontó dos mil doscientos veinte individuos entre jornaleros y labradores, seguramente porque para entonces ya se había separado de la jurisdicción de Monterrey cuatro haciendas y el pueblo de Guadalupe. En cambio, el número de artesanos había aumentado de doscientos noventa y siete a seiscientos ochenta y tres individuos. Los artesanos se ocupaban en los establecimientos industriales ubicados en la ciudad: en ese año se contaron un molino de trigo valuado en cuatro mil pesos, un aserradero valuado en siete mil pesos, además había veintitrés talleres de zapatería, trece de ebanistería, quince herrerías, once hornos de alfarería, doce curtidurías, doce sombrererías. A todo esto también se le agregó setenta y nueve tiendas de abarrotes y diecisiete tiendas de comida o ropa, dos fondas, un café o nevería, siete billares y dos mesones o posadas.91 En 1856 la ciudad contaba con veintiséis mil habitantes y el estado sumaba doscientos mil ciento cincuenta en Nuevo León y cincuenta mil en Coahuila. Las principales actividades económicas eran la agricultura, la ganadería, el comercio y se contaba con una fábrica textil llamada La Fama de Nuevo León fundada en 1855, además había diez tenerías y varios establecimientos artesanales. En un listado de 1869 sobre el impuesto que gravaba las actividades profesionales se registraron setenta y tres individuos que ejercían una profesión: entre ellos había treinta y dos licenciados, doce doctores, diez presbíteros, cinco escribanos, cuatro canónigos, cuatro farmacéuticos, un agrimensor, un obispo y un deán. Para 1900 –de acuerdo al censo de ese año– el número de profesiones y profesionistas había aumentado considerablemente pues en la ciudad ya se contaban noventa y nueve abogados, ochenta y cinco médicos, 91 Archivo General del Estado de Nuevo León, Estadística, Caja 1849-1853.
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ochenta y un ingenieros de distintas especialidades, siete dentistas y un veterinario. En relación a la población extranjera avecindada en Monterrey, en los primeros años del siglo XX había en la ciudad mil quinientos trece extranjeros, de los cuales ochocientos ochenta y cinco eran norteamericanos, ciento cincuenta y cinco españoles, ciento siete alemanes, setenta y dos franceses, sesenta y cuatro ingleses, cuarenta y seis italianos, ochenta y dos chinos y el resto de diversas nacionalidades. En 1883 la población del estado sumó doscientos cuarenta mil habitantes mientras que treinta y cinco mil de ellos vivían en Monterrey. En 1895 la ciudad contaba con cuarenta y siete mil novecientos cincuenta habitantes y se había convertido en la quinta más grande de la Republica después de México, Puebla, Guadalajara y San Luis Potosí.92 En 1900 alcanzó la suma de sesenta y dos mil quinientos habitantes: seguía siendo una ciudad pequeña y provinciana sin problemas de contaminación y aglomeraciones. Las redes de familia eran aún estrechas y formaban grandes y cerrados núcleos sociales. Según el censo de 1910, en la ciudad de Monterrey había ochenta y un mil habitantes y ochenta y ocho mil en todo el municipio, mientras que la población del estado sumó trescientos sesenta y cinco mil ciento cincuenta individuos. En síntesis: los habitantes de Monterrey que en 1810 no alcanzaban la suma de diez mil, al finalizar el siglo no habían llegado a los cien mil habitantes. Las calles
Con respecto al trazado de las calles y su nomenclatura fue hasta 1836 cuando las autoridades municipales ordenaron delinear las principales calles de la ciudad en base al plano trazado por Juan Crouzet. Los trabajos debían comprender desde la calle que pasa por atrás de la Catedral (Zuazua) y volteando por el Seminario (Zaragoza), ya que 92 Primer censo oficial de la Dirección General de Estadística en México.
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debía llegar hasta la calle de la capilla del Roble (Juárez) y de allí hasta donde empieza el Repueble del Norte (actual calle de Aramberri). Cuatro años después fueron delineadas las calles del nuevo Repueble del Norte: las situadas al norte de la calle de Aramberri y en base al mismo plano.93 En 1838 el administrador de Alcabalas se quejaba de la dificultad para levantar un censo por la falta de numeración en las casas y manzanas y la ausencia de nombre en las calles. Fue en 1839 cuando inició la nomenclatura de las calles principales y la numeración formal de las viviendas.94 A pesar de la nueva nomenclatura la población e incluso las autoridades municipales usaron los nombres antiguos hasta finalizar la centuria decimonónica. La calle Hidalgo hasta la Independencia fue llamada la calle Real y fue la vía principal que daba acceso a la ciudad viniendo desde Saltillo. Es probablemente la única calle que aún conserva su medida original pues la gran mayoría fueron ampliadas en distintas épocas. La calle del Roble fue llamada así hasta 1906 cuando se le nombró Juárez y antes también se le conoció como la calle de la Catedral Nueva. Otras fueron bautizadas por el pueblo respondiendo a la existencia en ellas de una institución, un taller, una tienda o cualquier sitio conocido por todos. Ese fue el caso de la calle de la Presa Grande –luego calle del Colegio de las Niñas – y a partir de 1907 se denominó Diego de Montemayor. La calle González Ortega fue la calle de las Tenerías por encontrase en ella varios de estos establecimientos. A la calle de Allende se le llamaba la calle del Aguacate prolongada en 1867 hasta la calle del Roble. 93 Archivo General del Estado de Nuevo León, “Correspondencia con Alcaldes Primeros”, Monterrey, Cajas 14 y 21. 94 Archivo General del Estado de Nuevo León, “Correspondencia con Alcaldes Primeros”, Monterrey, Cajas 17 y 20.
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En 1906 fue denominada Morelos la antigua calle que por obvias razones se denominó del Comercio y fue ampliada entre 1928 y 1930. La de Allende se llamó del Aguacate y la de Riva Palacio calle de la Muralla. La calle Zaragoza –denominada así a partir de 1864– antes se conoció como el callejón del Ojo de Agua, ya que en 1867 topaba con el arroyo de Santa Lucía hacia el norte y hacia el sur estuvo cerrada por la Iglesia del convento de San Francisco y en 1915 ese edificio fue derribado. La calle del Hospital luego fue Cuauhtémoc y la de Escobedo fue la del Teatro pues fue allí donde se inauguró en 1855 el primer teatro de la ciudad, los dos posteriores se ubicaron por la calle Zaragoza. La de los Arquitos hoy es Garibaldi, la de Zuazua fue la calle del Obispado, la de Juan Ignacio Ramón fue la calle de Terán, la de Doctor Coss se llamó calle de Santa Rita y la de 15 de mayo fue la calle de la Alameda. Es necesario destacar que durante la primera mitad del siglo XIX la gran mayoría de los callejones de sur a norte sólo llegaban hasta el arroyo de Santa Lucía y alguno de ellos se extendía hacia el norte con otra nomenclatura. En 1842 las autoridades municipales ordenaron el empedrado de las calles obligando a los dueños de las fincas a que proporcionaran el material para el arreglo de las banquetas. En 1864 Guillermo Prieto –durante su estancia en Monterrey y acompañando al presidente Benito Juárez– escribió sobre las calles de Monterrey el verso siguiente: ¿Es ciudad ésta o es laberinto? De trecho en trecho poned los signos… que den los rumbos Que el Señor Cura váse a perder en estas calles de Monterrey. 95
Fue en ese año precisamente cuando se planeó formalmente la nomenclatura de las calles fijando placas de mármol con los nombres en calles y plazas. La de calle Padre Mier –llamada antiguamente calle de la Aduana– se denominó con el nombre del ilustre regiomontano fray Servando Teresa de Mier y Guerra a partir de 1827, entonces era nombrada calle del doctor Mier. Sin embargo, la calle era mucho menos recta que lo que hoy la conocemos y al mediar el siglo XIX (en varios de sus tramos hacia el poniente) se llamó calle de Bolívar. La calle de Aramberri se llamó la cuarta calle de la Alameda.
A partir de 1862 fueron alineadas las calles que corrían de norte a sur hasta la calle de la Alameda en el barrio del Repueble del Norte. Al finalizar el siglo fueron abiertas las avenidas Unión –hoy Calzada Madero– y la Progreso –hoy Pino Suárez–. Todavía en 1881 el área propiamente urbana se circunscribía a sólo diez cuadras de sur a norte: desde el río Santa Catarina hasta la actual calle de Aramberri y de quince cuadras de oriente a poniente el mismo río hasta la zona de la Purísima, pero nueve años después el área se había expandido a cuarenta y seis calles de oriente a poniente y sesenta y nueve calles de norte a sur.95 En 1910 se publicó la convocatoria para pavimentar las calles por vez primera con concreto asfáltico. Se advertía que debería tener diez centímetros de concreto recubierto por seis de asfalto. Las plazas Las plazas fueron importantes puntos de reunión pública, además de embellecer el paisaje urbano. También esos lugares fueron escenarios de manifestaciones políticas, protestas y riñas, de amores y enamorados. Las plazas han sido consideradas de vital importancia ya que en ellas se desarrolla buena 95 Martínez (1996), p. 93.
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parte de la vida cotidiana y cumplen con la función de cohesionar a la sociedad: lugares donde la gente solía ampliar sus redes de relaciones sociales. La Plaza Zaragoza fue llamada antiguamente Plaza de Armas o simplemente Plaza Principal y fue sin duda alguna el principal lugar de reunión de la población de Monterrey desde su fundación. Durante siglos sirvió para la celebración de las ferias anuales, reuniones cívicas y religiosas y las improvisadas corridas de toros.96 En 1853 se le dotó de treinta y dos bancas hechas de cantera e igual número de faroles de fierro pintados de verde, para 1864 fue instalada una fuente de mármol esculpida por el maestro italiano Mateo Matei y en 1886 se colocaron nuevos faroles que el doctor José Eleuterio González había importado de la ciudad de Nueva York. Ya en 1891 se iluminó la plaza con luz eléctrica y tres años después se edificó el kiosco de las Cuatro Estaciones. El cuadrilátero de la plaza estaba cerrado por las calles de Zuazua al oriente, Zaragoza al poniente, Corregidora al norte y al sur por la calle Sor Juan Inés de la Cruz, ésta manzana fue derribada en 1960 y veinte años después la antigua Plaza Zaragoza quedó integrada a la Macroplaza. La Plaza Hidalgo fue ubicada en un predio posterior al Palacio Municipal, fue usada por varios años para el mercado y su traza actual inició a partir de 1853. Circundada por las calles de Corregidora al norte, Hidalgo al sur, Escobedo al poniente y al oriente por el Palacio Municipal pasó a ser la plaza más antigua de Monterrey luego que la Plaza Zaragoza fuera integrada a la Macroplaza. La plaza de la Purísima se trazó a mediados del siglo XIX frente a la antigua capilla del mismo nombre, originalmente se llamó Plaza de los Arrieros porque allí llegaban los mercaderes provenientes de los pueblos. La fuente que había estado en la Plaza Zaragoza se cambió en 1894 a esta plaza cuyo nombre oficial es Plaza Ignacio de la Llave pero que popular96
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mente se conoce como plaza de la Purísima por ubicarse al frente del templo del mismo nombre. La plaza del Colegio Civil había sido trazada desde los últimos años del siglo XVIII con el nombre de Plaza de Iturbide ubicada frente al Colegio Civil y comenzó a denominarse a partir de 1853 con el nombre actual. En 1892 el ayuntamiento mandó cambiar las bancas antiguas por otras de hierro y madera, en 1895 se le dotó de una elegante fuente con surtidor de fierro y base de piedra y mármol negro, tres años más tarde se colocaron ocho jarrones de fierro. En 1910 –para las celebraciones del centenario– fue inaugurada una columna con los datos generales de la ciudad, conocida por los estudiantes como “El dios bola”. La Plaza de Bolívar –construida en 1888– fue una pequeña propiedad ubicada entre las calles de Hidalgo, Padre Mier y Cuauhtémoc. A ella concurrían las familias del elegante barrio de Bolívar quienes un día de la semana disfrutaban de las serenatas ofrecidas por las diversas bandas. Trazada en 1859, la plaza Cinco de mayo originalmente fue denominada Plaza de la Concordia y en 1864 se cambió su nombre por el de Plaza Juárez. En la década de los ochenta la feria anual de la ciudad fue celebrada en ese lugar, allí también se instalaban los circos como el Orrín que hizo temporada en varias ocasiones y también se realizaron las conmemoraciones de la Batalla de Puebla. En 1895 su dimensión fue reducida a la mitad por la construcción del Palacio de Gobierno, entonces quedó como jardín frontal del palacio y se instalaron bancas de granito rojo y una estatua de Juárez fundida en Salem, Ohio, cuya columna y basamento fueron diseñadas por el general Bernardo Reyes. Al finalizar el siglo había serenatas casi todos los días en las tres plazas principales: los lunes las bandas se presentaban en la Plaza Zaragoza, los martes en la de Bolívar, los miércoles se ofrecía el concierto en la de la Llave, los jueves y sábados regresaban las bandas a la Zaragoza y los viernes volvían a tocar en la Bolívar.97 97
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Las alamedas Además de las plazas, otro concurrido paseo público fue la Alameda. En 1839 el ayuntamiento ordenó señalar un sitio de suficiente extensión para ubicar una alameda entre las calles de 15 de mayo, Zuazua y Diego de Montemayor en donde existía un frondoso bosque de álamos y sabinos por el que cruzaba el arroyo de Santa Lucía. Desde 1865 se le comenzó a llamar la Alameda Vieja. Fue hasta 1861 cuando se trazó la Alameda Nueva en un predio que abarcaba más de dieciséis manzanas situadas entre las calles de Washington, Pino Suárez, Espinosa y Villagrán. En 1887 su extensión se redujo a ocho manzanas para construir en cuatro de ellas la Penitenciaría del Estado y vender las cuatro restantes a los particulares. El mismo año se le nombró Alameda Porfirio Díaz, se realizaron trabajos de pavimentación y se colocaron dos fuentes de fierro colado. En 1892 se construyó un quiosco y doscientas bancas de fierro y madera, tres años más tarde ya contaba con un lago y había veinticinco ciervos, diez cisnes, tres gansos y otras aves. A partir de 1914 el nombre original cambió por el del prócer de la Reforma: Mariano Escobedo.98 Los mercados
Los mercados fueron punto de reunión y de intenso bullicio debido a que allí se confundían también todas las clases sociales. Al principio se trató sólo de puestos tirados en el piso que ofrecían frutas y vegetales pero cuando fueron construidos edificios (ex profesos) se ubicaron locales en los que además de ofrecer alimentos se vendía toda clase de mercancías, ropa, zapatos y diversos objetos. Tanto el mercado como el degüello de animales 98 Garza Guajardo (1987), pp.16-19.
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estaba regulado por el cabildo quién ofrecía la concesión a los particulares y señalaba los lugares específicos en los que se podía sacrificar animales. La plaza del mercado se ubicó originalmente en lo que hoy es la Plaza Hidalgo y fue el primer mercado de la ciudad. A mediados del siglo XIX se instaló el mesón de San Antonio en la plazuela de Degollado, por la calle de Morelos y en el lugar que se une con la de Hidalgo a la altura de la actual calle de Garibaldi.99 En 1849 la antigua Plaza de la Carne fue reubicada a un predio entre las calles de Juárez y Leona Vicario, allí estuvo hasta 1875 cuando se construyó el Mercado Colón. Fue un edificio de gruesos muros de sillar y cantera extraída de la Loma Larga. Las puertas de más de diez metros de altura estaban enmarcadas por tres arcos sencillos de diez metros de ancho. Las columnas eran rematadas con ranuras hasta el capitel, lo que le daba un aspecto sombrío. El mercado registraba un gran movimiento de personas y se vivía un ambiente de música, gritos y mucho ruido. En los locales y puestos al interior del mercado se podía encontrar carnes, frutas y toda clase de alimentos, además se vendía desde telas hasta ropa elaborada, sombreros, zapatos, jarros, cazuelas, metates, molcajetes, sopladores, talladores para lavar ropa, tinas, braceros juguetes de barro e innumerables objetos para el hogar. Los sábados y domingos la concurrencia –en medio de un fuerte barullo– podía disfrutar de la música que era tocada por diversas bandas y solitarios trovadores acompañados de su guitarra. En 1910 –con motivo del centenario de la Independencia– se inauguró el Mercado Juárez cuyo edificio costó sesenta y cinco mil pesos. En el mismo 99 Archivo General del Estado de Nuevo León, “Correspondencia con Alcaldes Primeros”, Monterrey, Caja 33.
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año y lugar se celebró la Tercera Exposición Industrial de Monterrey. El mercado impulsó el asentamiento de personas del barrio, alterando la vida cotidiana de sus moradores. Los puentes Además de calles, plazas y alamedas, Monterrey contó con varios puentes ya que su construcción siempre fue necesaria en una ciudad fundada entre dos afluentes de agua: el río Santa Catarina por el sur, el arroyo –formado por los ojos de agua llamados de Santa Lucía– al norte y en el que se formaban dos presas: una llamada la Presa Grande en la actual calle de Diego de Montemayor en cuyo puente en la etapa colonial había sido colocada una estatua de la Virgen de la Purísima y la otra denominada Presa Chiquita en la calle de Escobedo.100 Al inicio del siglo XIX, en el arroyo de los Ojos de Santa Lucía se había permitido establecer unos baños públicos, pero en 1827 el cabildo de la ciudad ordenó: “que en los baños que toman las gentes con escándalo se mande cerrar sus pertenencias con cal y canto en el término de dos meses, y en caso de no poder hacerlo que los vendan a quien pueda verificarlo por el mejor servicio y decencia del pueblo”. 101 Sobre el arroyo de los Ojos de Santa Lucía, en distintas épocas se levantaron puentes sobre las calles de Juárez, Escobedo, Zaragoza, Zuazua, Doctor Coss y Diego de Montemayor. En 1843 Manuel Payno escribió en la revista El Museo Mexicano la siguiente descripción sobre ese lugar:
100 En 1799 –por orden del gobernador Simón Herrera y Leyva– dos puentes sobre las dos presas existentes, según la crónica en las presas se criaban robalos, truchas y langostinos y hacia la parte norte se formaba ya un barrio de huertas y demás. En la ciudad ya había también en una posada regular que daba servicio de hospedaje a los visitantes. 101 Archivo Histórico de Monterrey, Actas del Cabildo, agosto de 1825.
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Un manantial de agua clarísima situado en un extremos de la ciudad y rodeado de árboles, de plantas y de flores, pero que crecen con tal exuberancia y fertilidad que se entretejen y enlazan unas con otras, formando materialmente una alfombra de flores y un todo de verdura. En ese ojo de agua, hay algunas clases de pescado bastante buenas, y sobre todo un excelente camarón de un tamaño extraordinario, que no había visto aún en las lagunas de las orillas del mar.
En 1862 las autoridades municipales se referían a uno de los puentes sobre el arroyo de Santa Lucía como el Puente del Placer.102 En 1867 el Consejo de Salubridad –presidido por el doctor José Eleuterio González–promovió la canalización del arroyo para evitar las frecuentes fiebres palúdicas. En los últimos años de la etapa colonial se construyó el puente de Nuestra Señora de Guadalupe por la calle Juárez y en la misma época se ubicaba el puente de La Purísima por la calle Diego de Montemayor, sobre el cual se colocó una imagen de esa virgen derribada en 1934 que tras ser reconstruida se encuentra actualmente en el Museo del Obispado. Por la de Escobedo existió el puente de Los Pilares. A fines del siglo XIX por la calle Zaragoza se ubicó el puente Juárez e inaugurado en 1887, dos años más tarde fue construido el llamado puente Lerdo por la calle de Doctor Coss. Para cruzar el río Santa Catarina se construyó un solo puente reconstruido en varias ocasiones. Hasta antes de 1887 la comunicación a través del río Santa Catarina con el barrio del sur de la ciudad se había realizado mediante veredas sobre el pedregal del río y aprovechando los vados naturales formados en los lugares en donde las corrientes de agua eran de menor profanidad. Ese año se construyó un puente de madera de unos cinco metros de ancho comunicando las calles de Juárez y Querétaro. Ese puente fue usado por el tranvía para completar la ruta hacia el Santuario de Guadalupe, allí se instalaron numerosos comerciantes dejando en el centro un 102 Archivo Histórico de Monterrey, Actas del Cabildo, 9 de junio de 1862.
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reducido espacio para el tránsito del público: se llamó puente Escobedo y fue destruido por una avenida del río Santa Catarina en 1903. El mismo año las autoridades municipales autorizaron la construcción del puente llamado San Luisito sobre el río Santa Catarina y a la altura de la calle Juárez, designando al ingeniero Genaro Dávila para tal efecto. Fue construido con acero y se dispusieron cuarenta locales de madera laterales para que, al mismo tiempo, sirviera como mercado. Los sábados y domingos, músicos situados al centro del puente, amenizaban las compras de la concurrencia. El puente se inauguró en 1904 con grandes fiestas pero en 1908 fue destruido por un incendio, aunque los comercios fueron los más afectados. El concesionario del mercado logró rehacer algunos locales que fueron arrasados en parte por la inundación de 1909 y de nuevo reconstruido prevaleció hasta 1940.103 Los templos Los templos o iglesias son recintos destinados al culto de la divinidad y desde la antigüedad han representado espacios sagrados en los que el hombre intenta encontrarse a sí mismo y con sus dioses. Los templos también han favorecido la cohesión de la sociedad pues son el centro de encuentro de los creyentes de todas las clases sociales y en sus atrios y plazas se celebran las fiestas religiosas y eran puntos de reunión cuando se suscitaban acontecimientos extraordinarios. Las iglesias de la ciudad de Monterrey fueron erigidas con recursos de los fieles devotos, por lo que su construcción fue muy lenta y en algunos casos las obras se detuvieron por muchos años. Por largo tiempo la Catedral de Monterrey fue el único templo y la parroquia principal de la ciudad, hasta que en 1833 el obispo José María de Jesús Belauzarán y Ureña de Linares la consagró como la Catedral del Obispado de Lina103 Varios autores (2003), pp. 94-100.
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res. La construcción del templo inició en 1626 y se concluyó ciento sesenta y cinco años después. La portada –de estilo barroco– fue terminada en 1800 y la torre mayor inició en 1891 y concluyó en 1899. El reloj lo fabricó Antonio Velásquez en la ciudad de México en 1876 y fue colocado en 1917.104 En el altar mayor es venerada la imagen de la Inmaculada Concepción en una escultura de madera policromada. Debajo del altar se encuentra una cripta con los sepulcros de varios obispos.105 Tan antiguo como la Catedral fue el templo de San Francisco, anexo al Convento de San Andrés y que desde 1602 estuvo ubicado en el extremo sur de la calle Zaragoza. La puerta del templo estaba exactamente donde concluía o iniciaba dicha arteria. Por muchos años sirvió como parroquia y fue refugio para los vecinos ante el asalto del indio Huajuco en 1624. En 1709 se incendió y hubo que levantarlo de nuevo para finalizarlo en 1727. Nuevamente quedó arruinado en 1751 y resistió la inundación de 1909 pero fue derribado en 1914 durante la Revolución para dar salida a la calle hacia el río.106 Además de la Catedral, uno de los edificios que datan de la época colonial es el palacio de Nuestra Señora de Guadalupe, conocido como el Palacio del Obispado. Fue construido en 1787 por el obispo fray Rafael José Verger en terrenos donados al prelado por el municipio en la loma de Vera y a la muerte del obispo quedó abandonado. En 1816 fue convertido en cuartel y a lo largo del siglo XIX sirvió como fuerte de defensa en la guerra contra los norteamericanos y durante la invasión francesa. Fue hasta mediados del siglo pasado cuando fue reconstruido y convertido en el Museo Regional de Historia. La primera capilla a la Virgen del Roble fue construida en 1789. Su erección dio pie a la formación del barrio del Roble y en 1838 fue levantado un templo consagrado en 1884 cuya 104 Roel (1959), p. 137. 105 Cavazos Garza (1996), p. 43. 106 Ibídem, p. 44
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cúpula se derrumbó en 1905, medio siglo más tarde fue transformado en la basílica actual. La capilla denominada los Dulces Nombres de Jesús, María y José a pesar de su pequeño tamaño es valiosa por su antigüedad y porque aún se conserva en pie. Fue planeada desde 1830 por la calle Matamoros, entre Zuazua y Doctor Coss, gracias a la donación de Josefa González viuda de José Antonio de la Garza Saldívar. En su fachada se observan dos campanarios laterales y un bello arco en la entrada principal. En 1862 se iniciaron los trabajos para ampliar la antigua capilla de la Purísima –edificada en 1756– y construir un templo. El templo se construyó de sillar con una ornamentación muy sencilla porque consistía en un cañón central, techos abovedados, puertas toscas y pocas ventanas. El piso era de mosaico, el frontis quedaba achaparrado y adornado únicamente por los pequeños arcos que sostenían las campanas y fue derribado en 1941 para erigir en su lugar la parroquia actual.107 En 1819 se abrió un cementerio junto al templo y fue el primer cementerio civil de la ciudad pues hasta entonces las inhumaciones se realizaban en el atrio de la Catedral o dentro de ella. Este cementerio fue clausurado en 1858 cuanto fue sustituido por el primer panteón municipal.108 Desde 1861 en el Repueble del Sur –sobre la Loma Larga– existía una capillita dedicada a la devoción de la Virgen de Guadalupe. En 1877 se levantó un templo, su construcción era sumamente sencilla y de un solo arco en la fachada principal enmarcado por dos pares de pilastras. En 1895 fue sustituido por una basílica cuya portada fue terminada en 1909 y elevada a parroquia en 1913. En 1898 doña Aurelia Ochoa –esposa del general Bernardo Reyes– patrocinó la construcción del templo de San Luis Gonzaga en la calle de Hidalgo: es la única iglesia de la ciudad que cuenta con elementos de estilo gótico y el conjunto fue terminado en 1913. 107 Archivo Histórico de Monterrey, Actas del Cabildo, 31 de marzo de 1862. 108 Ese templo fue sustituido en 1946 por el actual. Tapia Méndez (1959), p. 80.
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Por la calle 5 de mayo, esquina con Zaragoza, se construyó el templo del Sagrado Corazón en 1874 promovido por doña Indalecia Berrido de Pacheco pues a principios del siglo XX Anastasio Puga diseñó su bellísimo altar. Con los emigrantes anglosajones llegó –desde mediados del siglo XIX– el protestantismo a Monterrey. En 1864 se abrió la primera iglesia bautista ubicada en la esquina de las calles de Aramberri y Guerrero y atendida por el misionero James Hickey. Los edificios públicos En el imaginario colectivo, los monumentales edificios destinados a albergar los poderes del estado adquieren una fuerte carga histórica y simbólica de autoridad y justicia ya que su ubicación se convierte en punto de referencia de la geografía urbana. El edificio civil más antiguo es el Palacio Municipal, ubicado entre las plazas Zaragoza e Hidalgo. La construcción de éste se prolongó por más de ciento cincuenta años: es un hermoso edificio cuya planta de dos pisos tiene cuatro espaciosos portales formando un cuadrilátero y allí mismo se ubicó por muchos años la cárcel municipal. Fue a lo largo del siglo XIX cuando el edificio adquirió su aspecto actual en base al proyecto elaborado por el ingeniero militar Antonio Salas a partir de 1818. En 1845 se construyeron siete piezas arrendadas como locales comerciales hacia el poniente, para 1847 se construyó la arquería del poniente –tres años después se concluyeron los portales y las piezas del norte– y a partir de 1851 la obra quedó a cargo del arquitecto Papias Anguiano, que al año siguiente terminó los portales y los altos del frente. En 1853 se instaló un hermoso balcón y se instalaron nueve puertas con sus marcos de mezquite. El arquitecto Anguiano labró el escudo del frontis conforme al que la reina Mariana de Austria había concedido a la ciudad desde 1672. Finalmente entre 1886 y 1887 fueron construidos los altos del lado poniente.109 109 Cavazos Garza (1996), pp. 75-77.
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En 1870 se inauguró el edificio del Colegio Civil de Monterrey en el lugar que ocupó el antiguo convento de Capuchinas edificado en los últimos años de la etapa colonial. Desde la perspectiva del crecimiento urbano, su establecimiento marcó el inicio del crecimiento del barrio norte de la ciudad. Por otra parte, entre 1815 y 1901 las autoridades estatales despacharon en un edificio que había pertenecido a la Compañía de Jesús situado en la esquina noroeste de las calles del Teatro y del Comercio. En 1852 –durante el gobierno de Agapito García– se le habían hecho adecuaciones a ese antiguo edificio. Fue hasta 1895 cuando inició la construcción del Palacio de Gobierno actual, trece años después en 1908 fueron establecidas diversas dependencias a pesar que la obra no estaba totalmente terminada. El costo del inmueble fue de ochocientos cincuenta y nueve mil cuatrocientos cincuenta y cuatro pesos administrados por la Junta de Mejoras Materiales del Estado. Su construcción se prologó por trece años y dio trabajo a muchos obreros y artesanos pues el costo de la mano de obra fue de trescientos sesenta y seis mil pesos. El palacio es de dos niveles con un estilo neoclásico. En la fachada central se localizan ocho columnas estiradas con capiteles y en la parte superior hay águilas talladas en cantera rosa que están sobre cada una de las ventanas, a diferencia de los medallones en la parte inferior con rostros femeninos.110 El edificio tiene cinco puertas en la parte de enfrente y una principal que accede al vestíbulo y luce seis vitrales traídos de Europa de la casa Pelladini en 1906 que representan a Miguel Hidalgo, Benito Juárez, fray Servando Teresa de Mier, Mariano Escobedo, Ignacio Zaragoza y Juan Zuazua. En su interior cuenta con cinco patios rodeados de corredores con arcos elípticos tallados en piedra sobre columnas del mismo material. Los patios y los corredores inferiores y superiores están pavimentados con cemento, así como todos los salones del interior con mosaico hidráulico. Por ambos costados el edificio tiene dos puertas que dan acceso al auditorio de sesiones 110 Flores Longoria(1991), pp. 70-74.
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del Congreso y a la biblioteca. En la parte trasera hay otras dos puertas que llevan a otros patios.111 En 1886 se proyectó la construcción de la Penitenciaría del Estado, para lo cual fue reducido el predio original ocupado por la Alameda Porfirio Díaz. El edificio tenía capacidad para quinientos presos, albergó los juzgados de lo civil y de lo criminal y al Palacio de Justicia. Ocupó un espacio comprendido entre las actuales calles de Pino Suárez, Espinosa, Amado Nervo y Aramberri. La fachada que daba al oriente tenía un pórtico formado por cinco arcos sostenidos por pesados pilares rectangulares y la parte superior estaba rematada por una estatua representativa de la justicia. La construcción de la obra se realizó entre 1887 y 1895 y fue dirigida por los ingenieros Miguel Mayorga y Francisco Beltrán. Su construcción no tenía mucho de notable: paredes lisas y con cuatro torreones almenados en sus esquinas.112 En 1891 fue construida la Estación del Ferrocarril del Golfo y en 1907 surgió la Estación del Ferrocarril Nacional. La Estación del Golfo fue reconstruida en 1896 y edificada por Isaac Taylor con ladrillo, piedra y cinco pisos en forma piramidal.113 Llegar y/o salir de la estación o simplemente acudir a recoger a los visitantes representaba toda una aventura para la gran mayoría que se deleitaba observando el movimiento de los trenes. Los monumentos Es necesario destacar que en el acontecer diario de la sociedad la inauguración de monumentos era todo un evento al que asistían el gobernador y su gabinete entero, así como los miembros del cabildo de la ciudad. La instalación de monumentos alimentó la memoria y el imaginario colectivo que contribuyó a la 111 García Ramírez (1998), pp. 11, 41 y 42. 112 Pérez-Maldonado (1996), p. 203. 113 Martínez (1996), p. 98.
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construcción de la identidad. Un monumento muy significativo y cargado de simbolismo nacional fue el construido en honor a Miguel Hidalgo que estaba ubicado en la plaza del mismo nombre e instalado el 25 de febrero de 1894, originalmente estuvo colocado sobre un pedestal no muy elevado de mármol negro extraído del Topo Chico. La estatua realizada en cobre repujado fue construida en Ohio, Estados Unidos. Otro monumento importante fue el erigido en honor a Benito Juárez que estaba ubicado en la Plaza del Cinco de mayo frente al Palacio de Gobierno, instalado en 1906 con una glorieta balaustrada de piedra de San Luis y al centro se eleva una base en forma de cruz griega que lleva la siguiente leyenda: “El Estado de Nuevo León al mexicano excelso Benito Juárez en el Centenario de su Natalicio 1806-1906”. Con una medida de quince punto setenta y cinco metros de altura y una columna circular bien proporcionada de cantera –con algunos motivos vegetales en relieve en su parte superior– su base está formada por cuatro macizos rectangulares dispuestos en cruz sobre los que descansan cuatro leones. Para celebrar el primer centenario de la Independencia de México en 1910 fue construido un Arco a la Independencia en el cruce de las avenidas Unión y Progreso. El proyecto fue encargado al arquitecto Alfred Giles, la construcción estuvo a cargo de Pedro Cabral y las esculturas que lo rematan fueron diseñadas por Eligio Fernández. Este proyecto fue construido en cantera rosa proveniente de San Luis Potosí y alcanza una altura de veinticinco metros. Dos cuerpos macizos circunscritos por pilastras soportan el entablamento donde se apoya y arranca un arco flanqueado por águilas, ya que en su remate se observa una alegoría femenina a la libertad. Los edificios privados Los edificios más sobresalientes de la ciudad –además de cumplir con diversas funciones de carácter público o privado– con-
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tienen gran representatividad y simbolismo que los convierte en importantes elementos de identidad entre los habitantes. En las últimas décadas del siglo XIX y como resultado del crecimiento económico registrado durante la etapa en Monterrey fueron construidos varios edificios privados que por su ubicación y su hermosura algunos prevalecen hasta nuestros días. El Banco Mercantil de Monterrey fue fundado en 1899 por un grupo de prestigiados empresarios locales. Su edificio se proyectó en un predio de mil doscientos sesenta metros cuadrados en la esquina noroeste de las calles Morelos y Zaragoza. Diseñado por el arquitecto Alfred Giles y compuesto de tres pisos presenta un orden decorativo distinto en cada nivel. En la esquina de su fachada se observa un cilindro que da acceso a la puerta principal protegida por fuertes rejas de hierro. Para rematar, en la esquina curvada se colocó un petril que ostenta la fecha de 1901 y en la parte superior aparece el nombre de la institución. El tercer piso es el único que presenta balcones, de los cuales el principal se dispone con majestuosidad sobre la puerta principal.114 El Banco de Nuevo León fue fundado en 1892 y se estableció en una casona de dos pisos ubicada en la calle de Morelos, entre las calles de Parás y Emilio Carranza. Diez años después de su fundación el edificio fue remodelado por el arquitecto Alfred Giles quién además de agregar un segundo edificio situado al norte diseñó un tercer piso y en la fachada se colocaron balaustradas, consolas, frisos, tímpanos y otros ornamentos para después ser demolido en 1954.115 La casa mercantil La Reinera (almacén de ropa) fue fundada en 1855 y desde entonces se ubicó en la esquina noreste de las calles de Morelos y Parás. El edificio original dio lugar a una majestuosa construcción diseñada por el arquitecto Alfred Giles hacia el año de 1900. El edificio aún existe y fue construido con acero y muros de ladrillo y sillar recubiertos con piezas de cantera de Durango. Contiene en su fachada 114 Varios autores (2003), pp.17 y 18. 115 Ibídem, pp. 63 y 64.
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elementos prefabricados de hierro, tanto en las consolas exteriores que sostienen los balcones como en las columnas que sostienen viguetas de acero. La disposición original de sus fachadas presentaba grandes superficies de cristal en buena parte de la planta baja que servían como aparadores. La parte alta estaba destinada para casa habitación.116 El Casino de Monterrey fundado en 1866, pocos años más tarde fue ubicado frente a la Plaza Zaragoza por la calle de Zuazua esquina con Abasolo. El primer edificio fue construido y diseñado por el arquitecto José de Videgaray. En 1887 fue remodelado y ampliado con la integración de otras fincas por el arquitecto Alfred Giles, lo novedoso de su diseño fue la adición de cubiertas de estilo Mansard en el techo de su fachada imprimiendo un aire cosmopolita y francés nunca visto hasta entonces en la ciudad. Fue terminado en 1906 y consumido en su totalidad por un incendio en 1914. Entre 1920 y 1921 fue construido en el mismo lugar el edificio que hoy ocupa y que ha sido remodelado y embellecido en varias ocasiones, tanto en su exterior como en su interior.117 El Circulo Mercantil Mutualista de Monterrey fue fundado en 1901. El edificio que actualmente ocupa en la esquina de las calles de Zaragoza y Ocampo fue construido por el arquitecto Leopoldo Quijano y terminado en 1933.118 El Hotel Ancira –originalmente construido en 1912– fue reconstruido posteriormente,119 está ubicado en la esquina de las calles de Hidalgo y Escobedo, fue testigo de importantes sucesos de la historia de la ciudad y recibió a personalidades del mundo político y social de México y del extranjero: por casi cincuenta años fue el mejor establecimiento de su tipo en Monterrey. La Cervecería Cuauhtémoc fue fundada en 1890 y su edificio es el mejor ejemplo de la arquitectura industrial de la época pues fue diseñado por el arquitecto Ernest C. James de Chi116 Ibídem, pp. 66-71. 117 Ibídem, pp.125-131. 118 Pérez-Maldonado (1946), pp. 195 y 196. 119 Montemayor Hernández (1971), p. 351.
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cago. La construcción de esta cervecería es de ladrillo rojo sobre estructuras de acero y la bella cúpula que corona naves y espacios fabriles fue realizada por Gaetano Fausti. En sólo medio siglo las calles, avenidas, plazas, puentes y edificios públicos y privados habían embellecido la ciudad de Monterrey que registró un importante crecimiento demográfico.
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6. Los servicios públicos
El alumbrado
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or mucho tiempo la ciudad de Monterrey fue una ciudad muy poco iluminada pero en 1834 el cabildo de Monterrey atendió el alumbrado público cuando encargó la fabricación de veintidós faroles para el alumbrado: se trataba de lámparas de aceite y a partir de 1842 se expidió el primer reglamento conformado por un cuerpo de serenos encargado de mantener el servicio con equipos de churros, pistolas, escaleras de tijera, mandiles y pinzas.120 Los serenos –llamados también guarda faroles– corrían la voz precedida de un silbido agudo y luego un grito de ¡Ave María Purísima! para dar la hora y el estado del tiempo a los vecinos.121 En 1862 una docena de 120 Archivo General del Estado de Nuevo León, Alcaldes Primeros, Monterrey, Cajas 10 y 15. 121 Roel (1959), p. 141.
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serenos se encargaron de la iluminación –la que en los primeros años permanecía encendida desde las ocho a las doce de la noche– pero a partir de 1870 el horario se amplió hasta las cuatro de la mañana: ese año el cuerpo de serenos fue dotado con sombreros y capotes de hule. El alumbrado eléctrico comenzó a introducirse a partir de 1882. El 15 de septiembre del mismo año se iluminó la Plaza Zaragoza, desafortunadamente el ensayo falló en el último momento. En 1889 fue establecida la Compañía de Tranvías, Luz Eléctrica y Fuerza Motriz de Monterrey, S. A., y al año siguiente el gobernador y el alcalde de Monterrey inauguraron el alumbrado eléctrico en las calles: al principio se utilizó luz de arco y a parir de 1880 comenzó a utilizarse la iluminación incandescente. Para 1904 había instaladas diez mil lámparas incandescentes de cincuenta de arco y la compañía estaba ampliando su capacidad para instalar cinco mil lámparas de dieciséis bujías cada una. En 1909 había en la ciudad cuarenta y siete focos de arco, doscientos veintidós focos de luz incandescente y ciento veintiocho faroles de petróleo. De las cinco mil seiscientas casas soló mil sesenta contaban con electricidad y aparecieron los primeros anuncios de publicidad con iluminación. La limpieza Las autoridades municipales siempre recomendaron al vecindario barrer el frente de sus casas y mantener en la medida de lo posible limpias las calles y las acequias pues hasta 1840 pudo organizarse el primer servicio de recolección de basura en calles, plazas y plazuelas al contratar uno o dos carros recolectores. El servicio se realizaba dos veces a la semana y los vecinos estaban obligados a barrer las banquetas y mojarlas con el fin de evitar que el polvo se desprendiera. Después de la epidemia de fiebres palúdicas de 1844 la Junta de Salubridad decidió examinar las condiciones higiénicas de la ciudad y las encontró deplorables.
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La autoridad municipal aplicó una rigurosa política de limpieza que en la década de 1830 ordenó: echar la basura lejos de la ciudad, esparcir cal donde quedara mal olor, no enterrar cadáveres en las iglesias, cubrir lodazales y charcos con tierra y no vender chicharrones, tamales, tortas compuestas, hongos, nopales y bebidas fermentadas como el tepache y el pulque en la vía pública. El arroyo de Santa Lucía estaba completamente contaminado a causa de toda clase de basura y por los desperdicios de las matanzas que se arrojaban en él. La Junta de Salubridad decidió cortar el agua de las acequias que pasaban por la ciudad, canalizó el arroyo de Santa Lucía y prohibió tirar desperdicio en el río. El problema de los charcos en los patios de las casas se solucionó pero a las orillas de los ojos de agua se siguieron formando pantanos. Independientemente a los esfuerzos realizados, cuatro décadas después José Eleuterio González afirmó que todo seguía igual.122 A mediados de siglo, el gobierno citadino proporcionaba el servicio de la limpieza de la ciudad pero a finales de siglo el ayuntamiento firmó varios contratos con los particulares para este fin. En 1882 se le otorgó a Rafael Aldape este cargo por noventa pesos mensuales ya que era su obligación limpiar diariamente el área rodeada por las calles de San Francisco, Doctor Coss, Matamoros, Roble e Hidalgo y todas las plazas, palacios y paseos públicos. El resto de los lugares deberían ser limpiados los jueves y los domingos, así como durante los días festivos que fueran entre semana. Su contrato incluyó sacar toda la basura y animales muertos que se encontraran en las calles, plazas, edificios y paseos públicos y tirarlos fuera de la ciudad en los sitios designados.123 En 1877 hubo varias muertes repentinas en el estado, esto alarmó tanto a los ciudadanos como al Consejo de Salubridad. Se determinó que las muertes habían sido el resultado de las condiciones atmosféricas que predisponían a las congestiones cerebrales. “Muchas aves de corral han perecido violentamen122 Vizcaya Canales (1998), p. 6. 123 Vizcaya Canales (1998), p. 47.
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te quedando con ojos y crestas muy inyectadas de sangre”,124 observó José Eleuterio González al respecto. Cabe recordar que hasta finales del silgo XIX todavía había un gran número de animales domésticos que permanecían en la ciudad. En 1882 había mil seiscientas cabezas de ganado vacuno, ochocientos veinticuatro caballos, quinientas mulas, cuatrocientos setenta y dos asnos, cuatro mil quinientas noventa y dos cabras, dos mil trescientas veintiséis ovejas, mil seiscientos cuarenta y dos cerdos y una cantidad elevada de aves de corral, lo que no contribuía a establecer una higiene efectiva. 125 Las autoridades consideraban que la prostitución era un importante agente difusor de enfermedades y para evitar las complicaciones que ésta podía causar se decidió regular la profesión más antigua del mundo. En 1885, el gobierno de Genaro Garza García produjo un reglamento: se obligaba a toda mujer que practicara la prostitución a someterse a una inspección de salud semanal realizada por médicos nombrados por el gobierno, de lo contrario sufrirían veinticuatro horas de prisión y si resultaran estar contagiadas permanecerían una semana en la cárcel. La seguridad Por mucho tiempo recayó en los propios vecinos el turno para realizar los rondines nocturnos. En 1823 se ordenó armar a los vecinos que uno de ellos dirigiera las rondas de una a cuatro de la mañana y auxiliados por los miembros de la milicia cívica. En 1857 se entregaron cien fusiles al cuerpo de policía debido a los escándalos y asaltos nocturnos que se habían multiplicado: aunque el número de oficiales era muy reducido se recomendó que los jueces de sección pudieran armar a lo vecinos. En 1862 el cuerpo de policía estaba formado por doce personas y para 1870 pertenecían a esa corporación un co124 Martínez Cárdenas (1989), p. 59. 125 Vizcaya Canales (1998), p. 44.
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mandante, dos cabos de caballería, diez soldados de caballería, tres cabos de infantería, diez soldados de infantería y un escribiente.126 En 1881 el ayuntamiento de Monterrey acordó la compra de un terreno contiguo a la cárcel por la calle de San Francisco –hoy Ocampo– para el cuartel de policía. El servicio público de bomberos fue inaugurado hasta 1909 con tres elementos activos proporcionados por la Dirección de Policía y ubicado por la calle Juárez, entre 15 de mayo y Allende. Agua y drenaje En 1905 inició la introducción de las redes de agua potable y drenaje en las principales arterias de la ciudad, cuatro años después inició el servicio con una inversión de tres millones de pesos. Los trabajos fueron realizados por la empresa Mc Kenzie y Cía. La introducción de estos servicios cambió el concepto de la higiene y alteró las costumbres cotidianas de la población en su conjunto. Los transportes Los transportes rompieron la barrera de la distancia y procuraron la unidad entre territorios y personas. Para todos los pueblos del mundo las comunicaciones y los transportes han sido un factor fundamental para el avance económico y social. Desde 1860 había una diligencia de Monterrey a Matamoros que en tres días de viaje conectaba con Nueva Orleáns: en 1867 se inició un viaje semanal hacia San Antonio que permitió estrechar los vínculos con el valle de Texas. Los comerciantes del noreste para viajar al viejo continente seguían habitualmente una ruta: salían de Monterrey en diligencia vía Laredo para de allí continuar hacia a Galveston, en ese puerto se trasladaban por chalán rumbo a Nuevo Orleáns para tras126 Archivo Histórico de Monterrey, Actas del Cabildo, 31 marzo de 1870.
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ladarse en vapor hasta Nueva York y finalmente cruzar el Atlántico en un buque de mayor tamaño.127 En la vida cotidiana de la población la salida y la llegada de las diligencias representaban todo un acontecimiento pues además de personas, las diligencias traían mercancía diversa y alforjas llenas de correspondencia. Los coches más utilizados fueron los llamados de collera: en ellos las bestias iban unidas por un collar o un yugo realizando jornadas de sesenta kilómetros o más. Desde 1830 el servicio de diligencias ya se había inaugurado en México al abrirse la primera ruta desde la capital de la República hasta la ciudad de Puebla, poco tiempo después la ruta se extendió hasta la ciudad de Veracruz: el trayecto hasta el puerto desde la ciudad de México se realizaba en tres días y medio. En pocos años la capital se conectó con la mayoría de las principales capitales del país como Morelia, Guadalajara, Tepic, Querétaro y Cuernavaca. El servicio de diligencias obligó a los gobiernos a mejorar los caminos y al mismo tiempo a mantenerlos porque impulsó la economía de los lugares por donde pasaban las diligencias con el establecimiento de postas, mesones y hostales que ofrecían los servicios necesarios para los viajeros, para el cambio de recuas y la reparación y mantenimiento de los carruajes. El transporte urbano de carácter masivo apareció con un elemento que alteró profundamente la vida cotidiana, no solo cambió la noción de la distancia y del tiempo sino que fue utilizado por todas las clases sociales y contribuyó aunque en forma incipiente a la socialización de la población de Monterrey. En 1862 ya había un servicio de carruajes de alquiler pero fue hasta 1882 cuando fue inaugurado un tranvía de tracción animal que hacía su recorrido por las calles principales, unía a la ciudad con puntos tan alejados como el cerro del Topo Chico y clausurado en 1905. En 1887 se terminó una vía para conducir un tren ligero que partía de la estación del ferrocarril Nacional Mexicano hasta el Topo Chico, inaugurado por 127 “Memorias de don Lorenzo González Treviño” (1917). Archivo privado de la Familia Madero Hernández.
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el mismo propietario que había instalado en aquel lugar unos baños termales que por muchos años fueron muy concurridos no sólo por los habitantes del estado de Monterrey sino también del interior de la República. También en la capital de la República y en otras ciudades importantes se contó con tranvías de tracción animal. El tranvía eléctrico fue inaugurado en 1907 y dos décadas más tarde ya contaba con veinticinco mil doscientos cincuenta y siete metros de vías: hacía un recorrido de la Plaza Zaragoza hasta el Topo Chico pues este medio de transporte operó hasta 1930. La llegada del ferrocarril representó un cambio profundo en la sociedad: la movilidad de la población aumentó considerablemente y el país inició el camino de la unificación territorial. Como se sabe, el impacto más trascendente del ferrocarril fue en el ámbito de la economía. En 1882 el ferrocarril conectó a la ciudad de Monterrey con Laredo, cinco años más tarde la vía se extendió hasta la ciudad de México. La conclusión de las vías férreas en 1888 permitió la comunicación de Monterrey con el resto del país, lo que ubicó a la ciudad como un dinámico centro distribuidor de mercancías. En 1887 se iniciaron los trabajos de la vía de ferrocarril de Monterrey hacia Tampico, que se llamó el Ferrocarril el Golfo. En 1905 el tren llegó hasta Matamoros. Antes de la llegada del automóvil el uso de la bicicleta –como medio de locomoción– se generalizó en todas las clases sociales. Panaderos, plomeros y zapateros que realizaban servicios a domicilio se desplazaban en bicicletas y muchos obreros llegaban a sus centros de trabajo montados en ellas. Entre las clases acomodadas –de ambos sexos–, las bicicletas se utilizaron para realizar paseos y hacer deporte. Casi todas las ciudades del país –y Monterrey no fue la excepción– se convirtieron en “pueblos bicicleteros” a finales del siglo XIX. Finalmente –como en la mayoría de las ciudades– la llegada del automóvil fue un gran suceso en Monterrey y su uso cambió muchas costumbres y aspectos de la vida cotidiana: la ciudad se vio obligada a adaptarse al ampliar y pavimentar las calles mien-
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tras que la población se acostumbró a nuevos sonidos, ahora ya no eran los cascos de los caballos sino los motores que rugían. En los primeros años del siglo XX las calles de Monterrey circulaban de igual manera caballos y carretas que automóviles. Los domingos en el paseo de doce en la Alameda circulaban landeaus jalados por dos o cuatro animales y varios jinetes montaban en briosos caballos al mismo tiempo que rodaban automóviles. Los asiduos visitantes de la Alameda quedaron fuertemente impresionados cuando un domingo de agosto de 1906 a las nueve de la mañana el ingeniero Emilio Dysterud dio varias vueltas en torno al parque ofreciendo una exhibición pública de “un vehículo que caminaba sin ser estirado por mulitas ni rieles”. Dos años después se organizó la primera carrera de automóviles, los cuales debían de recorrer una distancia de setenta kilómetros (desde la Alameda hasta la fábrica textil del El Cercado): el ganador realizó el recorrido en once horas. En 1907 el ayuntamiento de Monterrey publicó el primer Reglamento de Tránsito en el que se especificaba: “los automóviles al interior de la ciudad no podrán marchar con mayor velocidad que la de 10 kilómetros por hora, o sea, la que corresponde a un caballo que arrastre un carruaje común”. En 1924 se comisionaron ocho gendarmes para vigilar el tráfico de los automóviles y fueron ubicados en los principales cruceros de la ciudad. Al finalizar la década de los treinta en Monterrey se contaban alrededor de seis mil automóviles.128 El servicio de taxis fue autorizado y reglamentado también en los primeros años del siglo XX y desde los años treinta circulaban por las calles: los autos de la marca Ford T de color negro. Las comunicaciones Las comunicaciones revolucionaron la vida cotidiana, cambiaron costumbres y unieron destinos. En 1870 se inauguró el telégrafo. En 1881 la red pasaba por Apodaca, Marín, Zuazua, Ciénega 128 Montemayor Hernández (1971), p.351
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de Flores, Salinas, Villaldama y Lampazos hasta llegar a Nuevo Laredo. En 1871 fue exhibido públicamente en el pórtico del teatro Progreso el invento de Tomás Alva Édison llamado fonógrafo. El aparato causó gran curiosidad entre la población que gustosa pagó para admirar el artefacto que “hablaba solo” y a partir de entonces todos los que pudieron comenzaron a importar esos aparatos hasta pues al final del siglo ya se había generalizado la circulación de los cilindros con un repertorio musical relativamente amplio. En cuanto al teléfono, en 1883 el gobierno contrata el servicio con la Compañía Telefónica del Norte, un año antes ya funcionaban estos aparatos en forma privada para comunicar la casa del general Jerónimo Treviño con los cuarteles de la zona militar. En 1904 ya había mil novecientos noventa kilómetros de líneas telefónicas, de las que mil setenta y ocho correspondían a las líneas urbanas de Monterrey.129 La salud Tanto la salud como el avance médico fueron muy importantes en el ámbito de la vida cotidiana de la sociedad decimonónica. Asimismo, la tarea de promover el mejoramiento físico y mental de los habitantes fue primordial para el estado de Monterrey a través de campañas de vacunación, una serie infinita de folletos profusamente distribuidos y aconsejando vacunarse, medicarse y vitaminizarse. A lo largo del siglo la preocupación por una vida saludable fue incrementándose y la práctica de los deportes al aire libre se impuso: cuando finaliza la centuria y se generalizó la aplicación de las vacunas. Las condiciones de salud por casi dos centurias fueron precarias y fue hasta finales del siglo XVIII cuando se abrió el primer hospital en la ciudad. El hospital de Nuestra Señora del 129 En 1930 se otorgó concesión par instalar líneas telefónicas que pudieran comunicar a Monterrey con los municipios más alejados de la capital de Nuevo León. En 1937 había en Monterrey ocho mil seiscientos cincuenta y cuatro teléfonos en servicio.
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Rosario fue fundado en 1793 por el Obispo Andrés Ambrosio de Llanos y Valdez. En 1834 el doctor González fue nombrado director de esa institución que funcionó hasta 1860.130 En 1846 en ese hospital y en otros fueron atendidos –luego de la toma de Monterrey por los norteamericanos– once mil ciento setenta y nueve heridos: siete mil doscientos diez eran mexicanos y tres mil novecientos sesenta y ocho eran pertenecientes al ejército invasor. Ese mismo año fue fundado el Hospital Civil –llamado también Hospital González, ya que el doctor José Eleuterio González fue su fundador y principal benefactor. Allí inició el primer servicio público de Enfermería –ubicado por la calle 15 de mayo entre la Cuauhtémoc y Pino Suárez– hasta que en 1948 fue inaugurado el nuevo Hospital Civil. En 1851 se estableció el Consejo de Salubridad presidido por el gobernador y dirigido por el doctor González: los miembros del consejo debían ser médicos, cirujanos y ciudadanos de Nuevo León. El consejo representó un gran avance ya que debía vigilar que nadie ejerciera la medicina o cualquiera de sus ramas sin la autorización y declaración de competencia, también se encargó de poner los exámenes para calificar a los médicos, expidió licencias para abrir boticas en el estado y supervisó a las boticas, hospitales y cárceles indicando la calidad del servicio público que éstas ofrecieran.131 En cuanto a los médicos recibidos en otros estados, el consejo decretó que éstos deberían presentar sus títulos para ser registrados y expedir la correspondiente autorización. En 1852 se publicó el reglamento para regular los honorarios por consultas: se pagaría de uno a dos pesos por una visita ordinaria que no pasara de media hora –después de que saliera el sol y antes del toque de queda–, de cinco a diez pesos por una visita ordinaria por la noche, un peso la hora al permanecer en la casa del enfermo, de quince a veinte pesos al pasar una noche en casa del enfermo, un peso por cada una operaciones pequeñas como las 130 Cavazos Garza (1996), p.109. 131 Archivo General del Estado de Nuevo León, “Disposiciones relativas a salubridad pública”, Folletería, Caja 18.
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sangrías, sacar una muela o abrir un absceso, doce pesos por extraer las secundinas (placenta) y de veinticinco a cincuenta pesos por la extracción de un feto. Los farmacéuticos quedaron a su vez sujetos al arancel que se regía en la capital de la República e impreso en la Farmacopea Mexicana.132 La atención a la salud se manifestó también en la aparición y en el incremento de las boticas. En 1835 sólo había una botica en todo el estado de Nuevo León mientras que en 1870 ya aparecían doce de estos establecimientos, once de ellos correspondían a Monterrey. Las boticas habían sido reglamentadas en 1851 indicando que los que tuvieran una botica o quisieran abrir una debían pagar cincuenta pesos por su licencia y obtener el permiso respectivo, además la lista de los médicos residentes en la botica debía estar a la vista, los medicamentos debían traer el sello de la botica o la firma del responsable, quedaba prohibida la venta de sustancias venenosas sin una receta médica y los boticarios tenían la obligación de despachar recetas a cualquier hora del día o de la noche. Los medicamentos peligrosos que requerían de receta constaban de sustancias como atropina, cicuta, cloral, codeína, fosfuro de zinc, marihuana, nicotina, nuez vómica y opio. El reglamento también establecía que toda botica debía tener como requisito sustancias útiles como azufre sublimado, carbón animal, agua destilada, ácido arsenioso, estricnina, morfina, amoniaco, tinturas-benjuí, pomadas y ungüentos, pastillas y vinos medicinales, asimismo era obligatorio que poseyeran los libros de Farmacopea Mexicana y el Formulario de Farmacia y Farmacopea de los E. U. Dispensatory. En 1887 se registraron veintisiete boticas en la ciudad.133 Las boticas imponían un nuevo estilo de vida en la ciudad, no sólo se acudía a la botica en búsqueda de salud sino de mejoras de todo tipo. Se buscaba cuidar la higiene física, la figura y mantener la juventud. El espíritu de la época difundía la necesidad de mantener un aspecto agradable y saludable y 132 Ibídem, pp. 38-42. 133 Cavazos Garza (1996), p.64.
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resultaba de suma importancia mantenerse informado de los nuevos y más modernos productos asegurándose ante todo que fueran productos aprobados por médicos y no simples remedios caseros que anteriormente se utilizaban. Las boticas de Washington, Del Golfo, San José, La Piedad y La Merced fueron establecidas en las últimas décadas del siglo XIX. 134 En los primeros años del siglo XX surgieron la Droguería, Botica y Tlapalería del León –propiedad de Eduardo Bremen y Compañía y ubicada en la esquina de las calles de Comercio y Escobedo fundada en 1901– y la Botica del Roble de los doctores Alfonso y Fermín Martínez. No fue hasta finales de siglo que el médico y el dentista fueron diferenciados. Durante los últimos años del siglo el doctor H. L Bingham visitaba Monterrey cada cuatro meses para continuar hacia el resto de la República.135 En 1900 se estableció como dentista de planta en la ciudad el doctor Arthur J. Lobo, cirujano dentista egresado de la Facultad de México. Su clínica –montada con todos los adelantos europeos– fue muy concurrida: él se anunciaba asegurando que hacía “toda clase de trabajos dentales, aplicando los mejores materiales de México y los Estados Unidos”.136 El comercio Los grandes comercios, los almacenes, tiendas de abarrotes, tendajos y tienditas de barrio fueron en muchos casos importantes puntos de referencia para los habitantes, también sirvieron como puntos de reunión y en la vida cotidiana en esos establecimientos la gente socializaba, hacía negocios y se informaba de lo que pasaba en el barrio y en la ciudad. Sus propietarios en general eran personas muy populares y los vecinos preferían mantener buenas relaciones y buen crédito con ellos. 134 Martínez Cárdenas (1989), pp.46-48. 135 Vizcaya Canales (1998), p.16. 136 “Entrada a México. Monterrey, Nuevo León” (1922), p. 59.
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Las actividades profesionales, artesanales y comerciales se inscribieron en el ámbito privado, no sólo porque muchas de ellas se realizaban desde el hogar cuando los talleres, tiendas, despachos y consultorios se ubicaban en el mismo sitio de la vivienda familiar sino por la poca intervención del estado en su ejecución y desarrollo. Fue a partir de la formación del Estado-Nación y con la expansión del capitalismo y la aparición de la empresa monopólica cuando las actividades profesionales pasaron a formar parte del ámbito público. Por otro lado, el comercio se convirtió en parte de la vida cotidiana pues tanto proveedores como consumidores realizaban diariamente transacciones comerciales: el comercio fue la actividad primordial de muchas familias regiomontanas y la base de muchas de sus fortunas. En 1854 se incluyó un listado elaborado para cobrar impuestos al comercio de la ciudad a noventa y tres establecimientos: se contaron veintiséis almacenes o tiendas de ropa, una sombrerería y setenta y seis tiendas en el ramo de abarrotes. Las cuotas impuestas fluctuaron entre un peso y un real mensual.137 A partir de la segunda mitad del siglo XIX la ciudad de Monterrey se consolidó como un centro distribuidor de las mercancías europeas que entraban por tierra desde Estados Unidos y por los puertos de Matamoros y Tampico para comerciar hacia el norte y centro de la República. En cuanto al comercio local, desde la década de los treinta del siglo XIX sobresalió la tienda de Pedo Calderón fundada desde los primeros años del siglo por su padre político Juan Francisco de la Penilla y por los mismos años Gregorio Zambrano fundó una destilería de azúcar y fábrica de vinos y licores denominada La Constancia Nuevoleonesa. Otra negociación dedicada a los abarrotes fue llamada La Abundancia y también existía una fábrica de velas del francés Luis Gustavo Coindreau que se llamó La Estrella. Monterrey por su condición fronteriza resintió muy pronto la influencia de Norteamérica: la primera tienda de 137 Archivo General del Estado de Nuevo León, “Correspondencia con Alcaldes Primeros”, Monterrey, Caja 38, 1854.
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departamentos de ropa y accesorios se estableció hacia 1855 cuando fue fundada La Reinera, propiedad de los españoles Mariano y José Hernández. No cabe duda que la dinámica del desarrollo económico del norte mexicano a partir de la segunda mitad del siglo XIX convirtió a la región en tierra fértil para la acumulación de capital. Esa coyuntura fue aprovechada tanto por las elites locales como por muchos extranjeros, algunos de ellos regresaron a sus países luego de varias décadas y continuaron desde el extranjero reproduciendo sus fortunas. Los casos de el danés Juan Clausen y el de los españoles Mariano Hernández y Lorenzo Oliver muestran que las actividades económicas que realizaron desde Monterrey no sólo les permitió acumular capital y cimentar empresas locales sino que fue suficiente también para emprender otras que manejaron desde sus países originales.138 En 1883 se registraron seiscientos cincuenta y cuatro establecimientos: quinientas ocho tiendas de abarrotes, treinta y dos de ropa, dieciséis boticas, catorce panaderías, catorce cantinas, nueve almacenes, nueve expendios de sombreros, cinco expendios de cueros, cuatro licorerías y cuatro expendios de velas y jabón, tres cristalerías, tres expendios de cerveza y tres de madera, dos ferreterías, dos expendios de muebles, dos baratillos, dos vendutas (subastas), dos librerías, una tabaquería, una nevería, una dulcería y una pastelería. En ese año fue fundada la Cámara de Comercio de Monterrey, una de las más antiguas de la República. Desde entonces esa institución jugó un papel muy importante, tanto en la vida económica como en la vida social de la ciudad de Monterrey.139 Para 1900 en Monterrey se podían adquirir toda clase de mercancías francesas y de otros países ya que los principales 138 González Maíz, Rocío (2008). 139 Su primera mesa directiva fue conformada por vocales: Pedro Maiz (primero), Eduardo Zambrano (segundo), Reinaldo Berardi (tercero), Estanislao Hernández (cuarto), Juan Weber (quinto), Rodolfo Dressel (sexto), Valentín Rivero y Gajá (tesoreros) y Federico Palacio (secretario). Mendirichaga, pp. 57-59.
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comerciantes importaban productos y mantenían estrechas relaciones con casas comerciales europeas. Por ejemplo: a J. Prom de Burdeos se le compraba loza, mientras que la casa mercantil de Adolfo Collin (en París) surtía vinos espumosos. Otros productos se compraban con Rousseau Oliver y Compañía de Paris y con A. du Pavillon & Cie y T. Calderón & Fils de París quiénes surtían vinos y aguardiente. Sólo exportaban a Francia las negociaciones de Hernández Hermanos y la de Francisco Armendáiz, ambas enviaban pieles de cabrito e ixtle. Pero muchas otras compraban productos franceses y mantenían estrechas relaciones con casas comerciales de aquél país.140 Durante el porfiriato en Monterrey las tiendas y almacenes más perdurables y de mayor prestigio fueron La Reinera de los Sucesores de Mariano Hernández, Sorpresa y Primavera de los hermanos Cárdenas y Compañía y La Casa de Cristal de los hermanos Maiz y Compañía. En lo que toca a las exportaciones industriales, las casas mercantiles de José Calderón y Compañía Sucesores, C. Holck y Compañía, Gran Fundición Nacional Mexicana, Sucesores de Hernández Hermanos, J. Cram y Compañía, Compañía Minera Fundidora y Afinadora Monterrey, S. A., Valentín Rivero Sucesores, Francisco Armendáiz, Pedro Lambretón y Maíz Hermanos enviaban plata, plomo, cinc, ixtle y cuero hacia Europa y los Estados Unidos. Con casas alemanas y norteamericanas, el mercado de importación era muy importante en cuanto a maquinaria industrial, agrícola y hidráulica. Los propios negocios – por medio de sus agentes– distribuían y compraban las mercancías de importación y de exportación por todo el norte mexicano. En la primera década del siglo XX la actividad comercial se había diversificado ampliamente. En 1904 se elaboró un folleto en el que aparecían los principales comercios de la ciudad para presentarse en la Exposición Universal de San Luis Missouri: entre ellos se encontraban la Compañía Ferretera de Monterrey El Barco, S. A., la Compañía de Aguas Minerales y Gaseosas 140 González Maíz, Rocío (2008).
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de Topo Chico, S. A., la Sonora News Company de curiosidades mexicanas, recuerdos y antigüedades, la Monterrey Candy Co., S. A. (fábrica de dulces finos) que estaba situada en la esquina de las calles de 15 de mayo y Galeana y la fábrica de cerrillos La Constancia de Pedro Quintanilla En el mismo folleto aparecían además la Compañía de Baños de Monterrey –en Zaragoza y Allende– que ofrecía los servicios de baños turcos, rusos, regaderas, ducha de agua tibia y alberca para natación, la Joyería y Relojería Inglesa que estaba establecida en el número diez de la Plaza Hidalgo –propiedad de Isaac Humphrey–, la Fábrica de Cajas Fuertes Práxedes García cuyos almacenes estaban ubicados en la esquina de las calles del Teatro y San Francisco. Además, se anunciaban agentes y distribuidores de las máquinas de escribir Pittsburg, aparecía también el comerciante Fortunato Villarreal en ropa y calzado al por mayor y al menudeo, la Fábrica de Camas de Jaime Cardus donde se producían catres y cunas de latón y hierro y los señores Farías y Garza se anunciaban como distribuidores de toda clase de materiales de construcción y compradores al por mayor de pasturas. Allí mismo aparecía el negocio de Antonio Magnon, fabricante de collares de todas clases y llantas de hule Nelly: los primeros para caballos y las segundas para carretones y carruajes. También se anunciaba una sastrería, camisería y botonería denominada A los cien mil Paletos especializada en trajes de etiqueta y a la medida que era propiedad de A. Garza Cantú y Compañía, ubicada en la esquina de Morelos y Zuazua. La Sombrerería Mexicana de Maiz Hermanos estaba a cargo de Martín Vizcaya –ostentada como la única fábrica de sombreros de paja en el estado– y ubicada en la plaza Zaragoza. La Casa Wagner y Levien Sucs vendía pianos, órganos e instrumentos de música y música impresa. La casa de vinos y licores establecida en 1880 y denominada Casa Colorada de Monterrey, la Fábrica de Cigarros de Hoja El Tigre Negro –propiedad de Dionisio Ramírez Rico–, la Tlapalería, Taller de Pintura y Doraduría de Juan Sánchez Olivo y por su parte W. H. Hollingworth ofrecía
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sus servicios como contratista general para toda clase de construcción de edificios, obras finas y trabajos de tornería pues la compañía había construido el Banco Mercantil, el Banco de Nuevo León y el almacén de ropa La Reinera. Se anunciaban también agentes de seguros, distribuidores de maderas finas y las grandes industrias como la Cervecería Cuauhtémoc y la Compañía Fundidora de Fierro y Acero de Monterrey.141 Al finalizar la centuria se podían conseguir toda clase de mercancías locales, nacionales y extranjeras en Monterrey.
Vida cotidiana y
revolución
Ningún acontecimiento a lo largo del siglo XIX alteró tan profundamente la vida de los individuos y de las familias como la lucha armada de 1910. La Revolución mexicana representó en muchos sentidos una lección para los que la vivieron y la sobrevivieron: la pérdida constante de vidas y bienes, la necesidad de emigrar (para los que pudieron hacerlo), la obligada separación familiar y toda clase de incertidumbres y amenazas se convirtieron en parte de la vida cotidiana. Los efectos en las vidas de testigos y actores fueron profundos, además la misma generación conoció y supo de los estragos de la Gran Guerra, es decir, la Primera Guerra Mundial entre 1914 y 1918. Y es que no fue necesario asistir al frente militar para darse cuenta de la difícil coyuntura por la que pasaban la nación y todos sus habitantes: miles de familias sufrieron pérdidas físicas irreparables y miles optaron también por las vicisitudes del exilio. La familia de don Isaac Garza –propietario de la Cervecería Cuauhtémoc– y la de Adolfo Zambrano fueron sólo dos de las muchas que emigraron hacia los Estados Unidos y Canadá. Durante la Revolución entre 1913 y 1920 siete gobernadores desfilaron por el poder ejecutivo de Nuevo León. La 141 Panorámica Descriptiva del Ferrocarril Nacional de México. Álbum Mercantil, Industrial y Pintoresco de la Ciudad de Monterrey para la Exposición Universal de San Louis Missouri (1904).
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ciudad fue atacada en varias ocasiones. En octubre de 1913 las fuerzas carrancistas intentaron sin éxito tomar la plaza cuando gobernaba el licenciado Salomé Botello –nombrado por el huertismo–, lo cual lograron en octubre de 1914 nombrando como gobernador al general Antonio I. Villarreal. En enero de 1915 las tropas carrancistas fueron desalojadas y los villistas tomaron la ciudad quienes designaron como gobernadores sucesivamente a los generales Felipe Ángeles y Raúl Madero. De nuevo recuperada la plaza por los carrancistas, a partir de mayo de 1915 gobernaron Nuevo León por esa fracción revolucionaria los generales Ildefonso Vázquez, Pablo A. de la Garza y José E. Santos.
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7. Sucesos extraordinarios
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os sucesos extraordinarios se ubican en el espacio público porque se convierten en “cosa pública”, principalmente porque afectan a todos. Los sucesos extraordinarios como fenómenos naturales, epidemias, acontecimientos políticos, visitas de personajes importantes y celebraciones alteraron la cotidianeidad de la población de Monterrey causando asombro, miedo, algarabía y gran expectación. Los sucesos se comentaban ampliamente y con el tiempo se convertían en puntos de referencia. Las continuas inundaciones Sólo dieciséis años después de haber sido fundada Monterrey registró la primera gran inundación en 1612 y a lo largo del siglo XIX se repitieron constantemente. En el 8 de octubre
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de 1881 una inundación derribó muchas viviendas y destrozó numerosos sembradíos, pero la inundación del 28 de agosto de 1909 fue un desastre que quedó por muchos años en la memoria de los habitantes de Monterrey: murieron alrededor de cinco mil personas y la corriente del río se llevó cuarenta manzanas de la ciudad, el cauce del río se amplió cien metros más de ancho, alcanzando los ciento sesenta metros. Muchas casas de particulares que no habían sido afectadas se convirtieron en refugios para los damnificados y al mismo tiempo se organizaron varios comités de señoras que se ocuparon de socorrer a las víctimas del siniestro. Los hombres se dieron a la tarea de instalar un cable cruzando el río Santa Catarina para llevar artículos de primera necesidad a la población que quedó aislada del resto de la ciudad y la Cruz Roja Mexicana envió una brigada sanitaria en atención a los damnificados. Al año siguiente –para cerrar el recuento del siglo independiente– otra gran avenida del río Santa Catarina opacó los festejos del centenario de la Independencia por una gran inundación registrada justamente el día 16 de septiembre de 1910. Las constantes epidemias Aún estaba presente el recuerdo de las pestes Europeas que habían alcanzado una alta mortalidad en el siglo XVIII y la gente se atemorizaba cuando se anunciaba la existencia de una epidemia. Estos acontecimientos además de alterar la vida cotidiana despertaban sentimientos de solidaridad y las elites públicas y privadas se organizaban para mitigar los problemas. A lo largo del siglo decimonónico se registraron varias epidemias en la ciudad: las principales ocurrieron en 1802, 1814 y 1826. En 1833 el cólera morbo afectó a todo el país: la noche del 6 de agosto en Monterrey se registraron varias muertes.142 142 Archivo General del Estado de Nuevo León, La Gaceta Constitucional, 1 agosto de 1833.
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Una década después en 1844 una terrible epidemia de fiebres palúdicas causó la muerte de alrededor de mil personas cuando aminoró la enfermedad y la Junta de Salubridad decidió examinar las condiciones higiénicas de la ciudad y las encontró deplorables. Posteriormente –en 1862– el contagio de la viruela fue alarmante en la población por el número de personas afectadas y las secuelas que producía. Las llamadas fiebres o tifoideas fueron producto principalmente de la humedad emanada de los charcos. En 1898 se registró la epidemia de fiebre amarilla y se informó que en Ciudad Victoria y Tampico dejó numerosas víctimas. Cada vez fue más necesaria la intervención de las autoridades para velar por la higiene de la ciudad y contar con médicos profesionales para combatir las pestes. A pesar de los esfuerzos, todavía en 1903 brotó nuevamente la fiebre amarilla y se prolongó por tres meses: murieron doscientas ochenta y siete personas y hubo más de mil enfermos, luego en 1918 apareció la epidemia llamada influenza española que se prolongó por más de dos meses y causó quinientas veitiocho víctimas en el estado de Monterrey. Los frecuentes incendios Los incendios en la ciudad fueron recurrentes, tanto por la fragilidad de las construcciones como por el uso de velas y hornos de leña, además porque tampoco se contaba con un servicio eficiente para apagarlos. En 1896 se incendió el Teatro Progreso, en 1909 un incendió voraz consumió el Teatro Juárez –ubicado por la calle Zaragoza– y al mismo tiempo desaparecieron más de cien casas de madera. El incendio sólo pudo controlarse tres días después pues casi arrasó con la manzana circundada entre las calles de Morelos, Escobedo, Padre Mier y Parás. Varios negocios fueron consumidos entre ellos: la botica El León, El Puerto de Liverpool, Sanford y Compañía entre otros más.
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Perros envenenados En 1834 las autoridades municipales autorizaron un gasto de dieciocho pesos con el objetivo de “dar hierba con veneno a la multitud de perros callejeros que interrumpen el silencio en la noche e impiden a las rondas y patrullas celar de la tranquilidad de los durmientes”.143 Un fuerte temblor En 1841 se sintió un temblor en Monterrey que era acompañado de un ruido sordo “como de muchos carruajes que vienen de lejos” según las crónicas. La crónica recibida desde Pesquería explica ilustrativamente el evento registrado el 26 de abril en la cabecera del municipio de García, llamado entonces Pesquería Grande. Se sintió después de las ocho de la noche y trajo su origen del poniente haciendo su movimiento de trepidación por el momento y a pocos instantes retrogrado con movimiento de oscilación de norte a sur. Desde el principio del día se sintió un calor extraño que parecía precursor de alguna calamidad, los hombres de todas las edades, animales de diferente especia y aun los vegetales manifestaron en este aciago día un sentimiento que no pudo dejar de percibirse; el calor duró hasta la media noche, en cuya hora el viento de oriente que había comenzado a soplar como tres horas antes, trajo un fresco parecido a los meses de noviembre y diciembre constipante y enfermizo. Resultaron de aquella conmoción algunas casas cuarteadas que hubieran caído si la duración hubiera pasado de un minuto. He notado igualmente que el agua de regadío a las labores aumentó notablemente lo que es extraño en la estación presente.144
143 Archivo General del Estado de Nuevo León, “Correspondencia con Alcaldes Primeros”, Monterrey, Caja 12. 144 Archivo General del Estado de Nuevo León, “Correspondencia con Alcaldes Primeros”, Monterrey, Caja 1841.
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La invasión norteamericana Los norteamericanos ocuparon Monterrey desde el 20 de septiembre de 1846 hasta el 18 de junio de 1848: sólo en Monterrey, Saltillo, Veracruz y la ciudad de México la lucha llegó hasta la zona urbana de esas ciudades. El 21 de septiembre millares de regiomontanos acudieron al llamado de las autoridades para construir fortificaciones y defender la ciudad ante la inminente llegada del invasor. Durante la toma de Monterrey en septiembre de 1846 murieron cuatrocientos treinta y nueve mexicanos, cuatrocientos ochenta y nueve norteamericanos y al término del conflicto la población de la ciudad quedó reducida a trece mil quinientos treinta y cuatro habitantes. La estancia del ejército norteamericano en Monterrey despertó entre la ciudadanía expectativas económicas y también odios y amores: en esos años proliferaron billares y cantinas también instaladas por estadounidenses, asimismo se registraron escándalos nocturnos protagonizados por los militares (en su mayoría voluntarios muy jóvenes). Por fin el 7 de julio de 1848 fue arriada la bandera norteamericana que estaba ubicada desde 1846 en el Palacio de Gobierno de Nuevo León. Sin barbas ni bigotes Siendo presidente Antonio López de Santa Anna se dictó una circular disponiendo que ningún empleado público usara barba ni bigote “por ser adornos ridículos y ajenos al decoro y la decencia con que se deben presentar en sus respectivas oficinas”.145 En 1854 por orden superior se mandó “que ninguna persona del sexo masculino podría portar el pelo más de cinco pulgadas de largo, bajo la pena de pagar una multa de cuatro a doce reales”. Este fenómeno se observó en Linares, Galeana y en otros pueblos, entonces ya se tenía noticia de otros temblores regis145 Roel (1959), p. 141.
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trados en 1795, 1831 y 1838 y posteriormente se resintió uno muy leve en 1911.146 La expulsión del obispo La ciudadanía de Monterrey se sintió profundamente ofendida por la expulsión del obispo Francisco de Paula Verea de la Diócesís de Linares y varios eclesiásticos: ellos fueron desterrados de la entidad por el gobernador Santiago Vidaurri por oponerse a los mandatos de la Constitución de 1857. Más de doscientas cincuenta señoras protestaron por escrito rogando a las autoridades que le permitieran regresar. Fue hasta 1864 cuando en medio de una serie de aclamaciones regresó el obispo mostrando menos rebeldía y apegándose a lo dispuesto en la Carta Magna. La invasión francesa Curiosidad y expectativas se despertaron entre la población cuando –entre septiembre de 1864 y julio de 1866– las fuerzas francesas ocuparon el estado de Nuevo León y nombraron prefecto imperial al licenciado Jesús María Aguilar, el licenciado Francisco Sada colaboró como su secretario y otros que fungieron como jefes municipales fueron José María Morelos, Francisco Garza Fonseca, José María García y Francisco Leal.147 Se autonombraron gobernadores y ejercieron como tales el general Armando Alejandro de Castagny en 1864 y el general Pierre Jean Joseph Jeannigros en 1865. Otros militares que los acompañaron comandando sus fuerzas fueron el 146 Roel (1959), p.139 147 Por la parte republicana fue gobernador en ese periodo Mariano Escobedo, nombrado gobernador y comandante militar en 1865 y 1866 cuando ocupó la ciudad por unos meses y posteriormente cuando logró recuperar la plaza de Monterrey. (Nota de la autora.)
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general Bezaine y el coronel Vander-Smissen, éste último al frente de un cuerpo de belgas. El 16 de junio de 1866 el ejército francés fue derrotado en la batalla de Santa Gertrudis por las tropas al mando del general Mariano Escobedo, lo cual fue posible recuperar la ciudad de Monterrey. Austriacos en Monterrey Setenta y cinco ciudadanos austriacos desertaron de su ejército y solicitaron refugio en Monterrey al término de la ocupación francesa: dijeron poder ocuparse como cocheros, herreros, zapateros, hortelanos, mecánicos e ingenieros y estaban ya ocupados en la reconstrucción de diversas obras públicas tales como el callejón de Santa Rita, el Palacio de Gobierno, el convento de San Francisco, el Palacio Municipal, la Ciudadela, la Alameda, la Maestranza y el Colegio Civil. Veinte y uno de ellos estaban contratados en casas particulares.148 Una bandera desaparecida En el mes de octubre de 1863 se mandó poner una bandera en el pico más alto del Cerro de la Silla por su lado norte: era de color blanco, serviría como punto para la medida del valle de Monterrey, medía cuatro varas de largo por dos yardas de ancho y fue colocada por cuatro hombres que cobraron ocho pesos más la tela y la hechura. Y a los pocos días se avisó de que la bandera había desaparecido.149
148 Archivo General del Estado de Nuevo León, “Correspondencia con Alcaldes Primeros”, Monterrey, Caja 58. 149 Archivo General del Estado de Nuevo León, “Correspondencia con Alcaldes Primeros”, Guadalupe, Caja 6.
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La batalla de Icamole La batalla de Icamole se popularizó entre la población y fue por muchos años recordada. En el enfrentamiento del 20 de mayo de 1876 las tropas del general Carlos Fuero –gobernador y jefe Militar de Nuevo León– derrotaron al ejército comandado por Porfirio Díaz a raíz de la revolución de Tuxtepec y desatada con motivo de la reelección de Lerdo de Tejada en la presidencia de la República.150 Un fusilamiento A las cuatro de la tarde del 11 de enero de 1877 a orillas del río Santa Catarina –donde termina la calle Zuazua– fue fusilado Julián Quiroga, cinco días después de haber sido aprehendido. Oriundo de Salinas Victoria fue un militar que se distinguió en la guerra de Reforma y fiel a Santiago Vidaurri lo siguió en su aventura imperialista. A la caída del imperio regresó a Monterrey y ya retirado se le sujetó a un Consejo de Guerra acusado de intentar pronunciarse contra el gobierno. Las primeras huelgas Las primeras huelgas o paros laborales hasta entonces inexistentes causaron alarma y asombro. En 1885 se registró la primera huelga por aumento de salarios protagonizada por los trabajadores de una panadería. La noticia periodística informó que los obreros habían abandonado sus puestos de trabajo cuando ya “tenían batida la masa”. Más tarde, en 1903 se registró la primera huelga del grupo Monterrey y fue declarada por los trabajadores alemanes de la Fábrica de Vidrios y Cristales de Monterrey porque la empresa –argumentando que no eran mexicanos– se negó a reconocerles el día 5 de mayo como feriado. 150 Cavazos Garza (1984), p. 156.
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Estrepitoso derrumbe En 1905 –cuando por fortuna no había feligreses en su interior– se derrumbó la cúpula principal del templo dedicado a la Virgen del Roble: la obra tenía pocos meses de haberse terminado. El suceso causó un tremendo impacto en la numerosa feligresía que llegó a conmover a toda la población. Visitantes distinguidos Entre el 3 de abril y el 15 de agosto de 1864 la ciudad de Monterrey fue la sede de los poderes de la Unión. El presidente Benito Juárez, su familia y varios de sus ministros –entre ellos Guillermo Prieto, Sebastián Lerdo de Tejada y José María Iglesias– residieron en la ciudad. El presidente y su esposa Margarita Maza celebraron en Monterrey el nacimiento de su último hijo y doña Margarita fue atendida en el parto por el doctor José Eleuterio González. En 1879 se recibió con veintiún cañonazos al ministro plenipotenciario John W. Póster de los Estados Unidos a quién además se le ofreció un almuerzo en la casa del general Jerónimo Treviño: se trató de la primera visita oficial de una autoridad norteamericana. Las visitas del general Porfirio Díaz a la ciudad representaron los mayores acontecimientos de la sociedad regiomontana de las postrimerías del siglo XIX. El presidente estuvo en dos ocasiones en Monterrey: la primera la realizó en 1883 cuando llegó para apadrinar el bautizo de un hijo del general Jerónimo Treviño y a pesar del carácter privado de la visita se le rindieron honores durante seis días y la segunda visita del presidente se realizó en 1898, esta última se detalló en un programa de festejos celebrados durante cinco días que culminaron con un baile de gala al que asistió lo más granado de la sociedad.151 El día 19 del mismo año se recibió al pre151 Ibídem.
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sidente en la estación del Golfo pues a las tres de la tarde el tren triunfante se detuvo frente a la estación, salió el general Díaz de la estación y comenzó el desfile hacia la residencia del general Reyes, instalados ya en la casa del gobernador. Desde los balcones observaron a los burócratas, estudiantes y ciudadanos que desfilaban por la calle. Al día siguiente se ofreció un banquete en el Teatro Juárez: a la una de la tarde los ochocientos lugares disponibles estaban todos ocupados, se sirvió vino francés y el postre se acompañó con champaña, momento durante el cual el general Reyes pronunció un brindis y el general Díaz contestó con otro discurso (ambos fueron recibidos con el auditorio puesto de pie y grandes ovaciones). En la noche se sostuvo una reunión íntima en la casa del general Reyes donde sólo lo más distinguido de la sociedad regiomontana logró asistir. El 21, después de visitar la fábrica de Hilados La Fama y los molinos de Harina de Jesús Maria, se preparó para el baile que se ofreció esa noche en el Casino de Monterrey. La detención de Francisco I. Madero Profunda preocupación resintió la sociedad reinera cuando Francisco I. Madero durante su campaña presidencial visitó Monterrey en junio de 1910 y luego de un frío recibimiento fue detenido por la policía y trasladado a la cárcel de San Luis Potosí de donde escapó para iniciar el movimiento armado. Al año siguiente regresó como presidente, entonces se le ofreció una concurridísima recepción casualmente en el mismo lugar y con la misma gente que había agasajado a don Porfirio en diciembre de 1898 durante su estancia en la ciudad.152
152 S/A. (1899) La visita del señor Presidente de la República General Porfirio Díaz a la ciudad de Monterrey en diciembre de 1898. Imprenta y Litográfica de Ramón Díaz, S en C., Monterrey.
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La toma etílica de Monterrey El día 13 de octubre de 1913 se recibieron informes sobre los dos mil quinientos hombres que al mando de Antonio I. Villarreal, Pablo González y Jesús Carranza –divididos en tres columnas– se habían internado en Nuevo León con el objetivo de ocupar Monterrey. Ya en las goteras de Monterrey se enfrentaron en Topo Chico el 22 de octubre del mismo año con las fuerzas federales que defendían la ciudad. En ese encuentro las fuerzas de González Garza hicieron retroceder a los federales hasta la cervecería. Un contingente de las tropas constitucionalistas quedó ocupando la empresa. La toma de Monterrey de inmediato se convirtió en una toma etílica pues en su ímpetu las sedientas y revolucionarias tropas se bebieron toda la cerveza que pudieron. Al día siguiente y dado el estado en el que amaneció la tropa la batalla se perdió y fue hasta abril de 1914 cuando por fin lograron hacerse de la plaza.153 Venustiano Carranza en Monterrey En el caluroso verano de 1914 y en plena lucha armada el varón de Cuatro Ciénegas y jefe del constitucionalismo estuvo varios días en Monterrey hospedado en la casa de la familia Castillón, ubicada en la esquina suroeste de las calles de Mina y Padre Mier. El 25 de junio de ese año asistió a una comida ofrecida por los comerciantes e industriales en la Quinta Calderón: para sorpresa de todos, Carranza les advirtió que ordenaría el fusilamiento de todos aquellos que hubieran contribuido con el régimen traidor de Victoriano Huerta.154
153 González Maíz, Rocío (1986). 154 González Maíz (1996), p. 6.
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Breve estancia en la ciudad del Centauro del Norte La visita y estancia del general Francisco Villa a Monterrey el 13 de marzo de 1915 despertó curiosidad y gran conmoción en la población. Villa llegó acompañado de su estado mayor y cuyos miembros se encontraron a Felipe Ángeles y Raúl Madero, esté último fue nombrado comandante militar de Nuevo León. Villa impuso un préstamo de un millón de pesos a los empresarios que aún permanecían en la ciudad quienes en tres días lograron reunir doscientos cincuenta mil pesos. Lo recaudado en Monterrey fue la mayor cantidad de dinero que el villismo logró conseguir mediante préstamo forzoso en cualquier ciudad de la República.
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Algunas consideraciones finales
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sta nueva mirada sobre la cultura no es la historia costumbrista que desde finales del XVIII proliferó en Europa y América y que fue más bien literatura costumbrista, básicamente descriptiva. Allí es posible encontrar referencias sobre algunos aspectos de la vida privada, pero a diferencia de los estudios de mentalidades la historia costumbrista nunca aspiró a descubrir detrás del rito el significado y detrás del significado el significante pues tampoco consideraba la teoría de la representación que sostiene que tanto el rito como el mito, la pintura, la escultura, la música y otras manifestaciones artísticas son un discurso que merece y posibilita una lectura y permite llegar a entender el origen de los conceptos mentales que los sustentaron. Para la historia costumbrista el espacio público femenino era aquel en el que se desenvolvían las mujeres para la nueva mirada de los estudios culturales: el espacio público femeni-
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no es aquél en donde la mujer es reconocida por todos, es decir, que cuenta con derechos y puede ejercerlos. En el siglo XIX el espacio público para las mujeres era limitado o definitivamente inexistente. Este trabajo además de ubicarse en los estudios culturales es una investigación con perspectiva de género. Esta perspectiva obviamente distingue mas no precisa al hombre de la mujer ya que no necesitamos distinguirnos pues somos diferentes, sino más bien distingue el mundo masculino del mundo femenino. Entendiendo por “mundo” todo un conjunto de elementos teóricos, ideológicos, políticos, jurídicos y morales que sustentan la cultura. La perspectiva de género lleva implícita la concepción que el mundo femenino se ha mantenido a través de la historia de la humanidad sumergida y sumisa a una cultura dictada por los hombres. Y está bien que hayan sido ellos los que se ocuparan de dictar normas y leyes pero con frecuencia lo hicieron sin tomar en cuenta a las mujeres en sus dictados. La diferencia entre ellos y una buena parte de la sociedad a la que impusieron desde el poder la cultura dominante. Consideramos que no todo el pasado fue mejor como suele pensarse. Si bien es cierto que nuestros antepasados probablemente vivieron una vida más apacible, también es cierto que esa tranquilidad se debía más que todo a la falta de información o que las noticias llegaban muy lentamente. Hay que recordar la inestabilidad política del siglo XIX, la serie de guerras nacionales, las intervenciones extranjeras y en la región del noreste la constante amenaza del indio bárbaro. Además, las condiciones tecnológicas y salubres hacían la vida cotidiana mucho más pesada y en el ámbito familiar el autoritarismo patriarcal era evidente y aceptado. Hoy las relaciones familiares son más democráticas. Mucho se dice que actualmente la familia se está desintegrando pero en realidad es que la familia como institución ha cambiado y tiende y debe adaptarse a los nuevos tiempos. La familia no desaparecerá nunca y seguirá siendo la célula principal de la sociedad pero de igual forma la familia siempre presentará problemas, incluso para aquellos que no la tienen. 144
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Ă?ndice
Cien años de vida cotidiana de ________ se termino de imprimir en el mes de agosto de 2010. Cuidado de la edición por ____________. Diseño de portada y formato interior por Emanuel García.