LAS
ANTILLAS, . POE
D. CARLOS NAVARRO \ RODRIGO.
MADRID, IMPRENTA Y ESTEREOTIPIA D E M. BIVADEÍTEYRA, calle del Duque de O s u n a , n ú m e r o 3 .
1872.
Justo
Zaragoza.
LAS
ANTILLAS, POR
D. CARLOS NAVARRO Y RODRIGO,
MADRID, IMPRENTA
Y ESTEREOTIPIA DE M.
RIVADENEYEA,
calle del Duque de Osuna, número 3.
1872.
Este opúsculo es propiedad de su A u tor, quien perseguirá ante la ley al que lo reimprima sin su consentimiento.
ÍNDICE.
I. — Importancia de Cuba y Puerto liieo. I I . — Laborantes y filibusteros. III.—•Ultramarinos. IV. — Renegados. V.—Antillanos y criollas. V I . — Españoles.
I. IMPORTANCIA DE CUBA Y PUERTO RICO. Nadie en España puede desconocer la importancia capital que tiene para el país la conservación de las Antillas; ellas son la última preciada joya que queda á la corona de Castilla del antiguo espléndido florón • de las Américas; ellas, el mercado de nuestros granos , de nuestras harinas, de nuestros vinos ; ellas, el principal alimento de nuestra marina mercante y de nuestra marina de guerra; ellas, el fértil campo que fecunda con sil trabajo continuo la emigración anual de los españoles , que así se enriquecen, enriqueciendo al país y enriqueciendo á sus familias; ellas, el lazo de unión entre la raza española de Europa y la raza española de América. Si España perdiera las Antillas, esta mutilación de su territorio sería una herida mortal i.
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eu su corazón, la mayor de las vergüenzas de su historia, la mayor desgracia ó el mayor crimen de la generación presente. Es cierto que hay una ley que preside á la constitución de las familias y á la formación de los pueblos, en virtud de la cual, es necesario aceptar la emancipación de las colonias cuando llegan á cierta edad, á la manera que una buena madre tiene que resignarse á perder á sus bijas cuando se apartan del hogar paterno para constituir nuevas familias. En virtud de esta ley, España tuvo que firmar, llorando de dolor, el acta de independencia de sus antiguas colonias americanas, como toda madre derrama una lágrima al separarse de hijas queridas que crió con amor; pero es ley también que preside á los destinos de la humanidad, y condición ineludible de progreso, que los vacíos de civilización, las faltas y lagunas de población de algunas comarcas se suplan con la plétora y con la civilización que hay en otras, en cuyo caso se encuentra la Argelia respecto de Francia, del mismo modo que la perpetua infancia ó minoridad de una
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IMPOUTAXCIA.
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raza se compensa y se suple con la superioridad de otra que la dirige, en cuyo caso está la India respecto de Inglaterra, como aquellas islas que por su corto territorio, ó por su poca población, ó por su escasa importancia, no tienen condiciones para constituir una nacionalidad y aspirar á la independencia, tienen que perderse en el seno de la nación que en cierto modo las dio á luz al mundo y las crió á sus amantes pechos, como se pierden los arroyos en el seno de los rios, y los rios en el seno de los mares. Ésta es la situación en que se encuentran Cuba y Puerto Kico respecto de España, y hablar de autonomía para las Antillas es querer para ellas la suerte de Santo Domingo, independiente de nombre, eterna pupila de este ó aquel protectorajdo, vuelta al estado primitivo con todos los vicios de la decrepitud, y definitivamente perdida para la causa de la civilización. Así yo vuelvo mis ojos hacia las Antillas, y busco, para entregarlos á la execración pública, los dos peligros, las dos manchas, los dos enemigos de la patria española en aque-
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Has bellas y ricas comarcas, regadas y fecundadas con el sudor y con la sangre de tantas generaciones nuestras; busco á los filibusteros que nos aborrecen, y á los xiltramaiinos que nos deshonran, á los que se dicen sns hijos queridos, y,desgarran las entrañas sagradas de la niadre, y á los que se dicen sus defensores predilectos, y no hacen más que explotarla, porque ni los criollos en armas ó en latente rebeldía aman á Cuba y á Puerto Rico cuando aniquilan su prosperidad y su riqueza, ni los españoles qxie allí van á hacer fortuna rápida y cínicamente, fuera de las vias de la honradez y del trabajo, pueden servir de otra cosa que de motivo de tristeza y de escándalo para la patria. Hagamos, hagamos subir á la picota, y entreguemos indignados á la pública vergüenza, á estos grandes reos de lesa nación, sean insulares ó peninsulares, y construyamos cariñosamente después el pedestal glorioso en que debemos colocar á los heroicos mantenedores de la buena causa en América, hijos de las Antillas ó nacidos en España.
II. LABORANTES Y FILIBUSTEROS.
El rasgo más sobresaliente del filibustero es la habilidad. Creyéndose injustamente conquistado y explotado, el criollo no pocas veces se improvisa maestro en el oficio de la diplomacia y en el arte de la mentira. Dotado de ingenio perspicaz y de imaginación viva, emplea estas cualidades, que debe á la naturaleza, en ocultar sus ideas y en disfrazar sus sentimientos hostiles á España; ideas y sentimientos que, cuando no encuentran útil y fecundo empleo, toman fatalmente esta dirección. Tiene de ordinario dos defectos; la vanidad y la molicie, que vician, oscurecen y hacen nulas para el bien aquellas brillantes cualidades. Así el criollo habla tres ó cua-
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tro idiomas, viste con elegancia, tiene buenas maneras, es un diestro jinete, guia con admirable primor un tilburí ó un faetón, tira muy bien el florete y la pistola, brilla en los salones y en los paseos, pero na sabe colocarse detras de un mostrador, ó estar al frente de un ingenio, ó dirigir una casa de comercio, como hicieron sus padres, que así, dolorosa j pacientemente, alcanzaron á construir una legítima y honrada fortuna. En cambio, si está desprovisto de todas aquellas cualidades que hacen ricos á los pobres, tiene todos aquellos defectos que hacen pobres á los ricos. De ahí que en la América española sea vulgar un proverbio que dice: padre pulpero (1), hijo caballero y nielo por•diosero, proverbio que hoy podria modificarse diciendo : padre español, hijo laborante y nieto Jzlibustefo. Sí; porque el padre que. va de España á buscar el bienestar y la riqueza por la via lenta y penosa del trabajo, abandonando patria y familia, sólo con el piadoso
. ( 1 ) Pulpería.—Taberna
y casa de bebidas.
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«uto de estos santos recuerdos ha endulzado sus amarguras y confortado su espíritu, purificándose el sentimiento de la familia en la soledad, y exaltándose el sentimiento de la patria con la distancia; el hijo recibe una brillante educación en París, Londres ó NuevaYork, encuentra todas sus necesidades satisfechas , adquiere todos los vicios, todos los refinamientos, todas las elegantes superfluidades de la riqueza ociosa, y cuando vuelve al hogar, quizás se avergüenza del autor de sus dias, que, preocupado constantemente con el afán de dejar una fortuna á su familia, no ha tenido tiempo de hacer ó de rehacer su educación, puliendo sus maneras, y al avergonzarse el hijo de su padre, se avergüenza de la patria que lo engendró, dedicando el tiempo que le dejan las vacaciones del vicio, á la murmuración de la madre patria; y cuando la crápula y el juego y las mujeres han consumido su fortuna, aparece la tercera generación, llega el nieto, y éste, en quien se ha oscurecido ya toda idea y todo sentimiento de amor á España, que ve la riqueza y la
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fortuna en poder de la nueva generación de españoles que ha llegado á aquellas posiciones por la misma via de amargura y por la misma via de trabajo, sin fuerza para imitarlos, porque la vanidad se lo veda, devorado por la envidia, incitado por el deseo, comido de vicios, luchando con la impotencia, llama piratas y explotadores á todos los españoles , cree que le usurpan sus bienes, protesta con las armas en la mano, se va á la Manigua, y desde allí escupe al cielo Tal es, por regla general, el torpe origen y la bastarda filiación de casi todos los laborantes y filibusteros que combaten el poder español en las Antillas. Ellos perdieron la ruda corteza, los bruscos modales, el carácter indomable y enérgico de sus padres, pero perdieron también sus hábitos de trabajo, su sobriedad, su buena f e , su morigeración, su espíritu de economía. Ellos tienen la cultura, el ingenio, la brillantez del progreso más refinado ; pero tienen también los vicios, la corrupción, la molicie que acompaña á las civilizaciones decrépitas. Ellos se derraman
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ti bandadas por las capitales europeas, expectorando á borbotones la biel de sus sarcasmos y la espuma de sus odios contra España ; pero es porque la vanidad los aparta de toda profesión útil y seria. Ellos, cuando disiparon el último resto de la honrada fortuna de sus padres, ocultan su desesperación en los bosques de Cuba, y desde allí asesinan cobardemente á nuestros bravos soldados, bien que, raro conjunto de cualidades y de defectos, que tienen todos, aquéllas y éstos,, su raíz en la vanidad, no hay héroe en las vidas de Plutarco que iguale su temeridad, imite su valor, y subrepuje su desprecio á la muerte cuando están en escena y el mundo los mira. Verdaderos ángeles caídos de la soberbia humana, ellos pierden el paraíso que les legó la honradez de sus padres y dejan por herencia á sus inocentes hijos la agonía, la desesperación y el infierno de la Manigua. No, no hay esperanza, no hay salvación para ellos, ni aun considerando como posible su triunfo, después de agotadas todas las fuerzas de España, después de consumido el último cénti-
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mo de su tesoro, después de derramada la última gota de la sangre de sus generosos hijos, porque su triunfo vendría con el incendio , con la devastación, con la ruina de Cuba, y todavía entonces del seno de aquella tierra noble y fecunda, embellecida, regada y enriquecida por tantas generaciones
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riosas de honrados españoles, se levantaría una voz airada y terrible para maldecirles, la voz de sus mayores, que les diria : ¡ Monstruos! ¡habéis asesinado á vuestra madre, á la santa madre que os crió con amor y os llevó en sus entrañas! Pero estos desventurados, lejos de parecerse al buen hijo de Noé, que tendió piadosamente su capa para ocultar la embriaguez de su padre, no viven sino en el odio de España, y si se arriman al calor de los españoles y de las autoridades españolas, dejan ordinariamente clavada la mordedura mortal en el honrado seno que los cobija, como la serpiente de la fábula. En este asunto es muy curiosa y muy instructiva la historia de la separación de nuestras antiguas colonias.
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No se perdió una, una siquiera, de nuestras posesiones americanas, que no se debiera al dolo y á la traición de algunos de estos criollos, habilísimos en el infame arte del disimulo y de la perfidia, tigres sin entrañas, que se cubren con el candido vellón de las ovejas. Todas ellas siguieron el mismo camino cuando tuvo lugar la invasión francesa de principios de este siglo; todas ellas, cuando creyeron llegada la última hora de España, gritaron á porfía j viva Fernando V I I ! para congraciarse con sus vireyes y desarmar su desconfianza; pero ninguna dejó de negar la obediencia á las Juntas de España y de constituir sus congresos locales como embrión de su autonomía y como seguro de su independencia. Igual camino siguieron en 1820 cuando tuvo lugar el pronunciamiento de las Cabezas de San Juan, aquella ignominia de nuestra historia, en que se aprovecharon de las libertades que les otorgaron nuestros, en este punto, imprudentísimos legisladores de 1812, para consumar su emancipación. El genio de Iturbide, del Bonaparte mejicano, como le
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llamaban sns aduladores, que después le llevaron á la muerte; el genio de Iturbide no es más que la imbecilidad del Conde de V e nadito, que se dejó adormecer por sus lisonjas y puso en sus manos los medios y las fuerzas de llevar adelante el plan de Iguala. Nos cuenta la historia que al consumarse la revolución de 1820 á 1823, alborotaba mucho en los ministerios, en los clubs, en la masonería y en los pasillos del Congreso, un eclesiástico mejicano, llamado Ramos Arispe, que habia sufrido grandes persecuciones de la reacción por su liberalismo,—esto dicen siempre los filibusteros,—y á fuerza de repetir que la libertad era el mejor lazo de unión entre la antigua y la nueva España, y á fuerza de recomendar al general O' Donoju, que era un liberalon de muchas campanillas, que eclipsaba al mismo Riego, consiguió que O'Donoju fuera á Méjico, para que éste se enorgulleciera de ser el primero que suscribiese el acta de independencia, consumada la cual, el bondadoso, liberal y españolísimo eclesiástico dio la señal, trabuco en
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mano, para matar gachupines y de alzarse con sus bienes y haciendas. Hoy es, y sabemos, después de tanta experiencia, que Morales Lémus, el sabio, el patriota, el morigerado Morales Lémus, el oráculo y el amigo de todos los capitanes generales de Cuba, era el primer filibustero de la isla, y su ilustre biógrafo nos ilumina candidamente en los misterios de su lóbrego maquiavelismo, cuando nos dice que la gran falta de los cubanos en esta última insurrección ha consistido en no alistarse, como lo hicieron todos los españoles, entre los voluntarios de la Habana, para introducir la cqnfusion en sus filas y obrar según aconsejasen las circunstancias. Por consiguiente, todos los españoles en general, y en particular nuestros gobiernos y las autoridades de las Antillas, en su trato con los criollos de la ralea que describimos, obrarán con sumo acierto si procuran reunir la candidez de la paloma y la prudencia de la serpiente de que habla el Evangelio; — l a candidez de la paloma, que frecuentemente les sobra, y la prudencia de la ser2,
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píente, que aun más frecuentemente les falta. —Ahora bien, dos son en estos instantes los temas favoritos, los infatigables ritornellos de las sentidas declamaciones de los laborantes y filibusteros contra el poder de España: la proclamación de la libertad democrática, y la abolición de la esclavitud en las Antillas, nobles y hermosísimas causas la una y la otra, que les sirven admirablemente para inflamar en su favor la opinión de nuestros generosos compatriotas, la cólera de los extranjeros, la ira de sus paisanos, y hasta el interés de los estadistas y de los gobiernos americanos y europeos. Por eso es necesario con más motivo estar siempre en guardia, y descubrir al mundo la causa ruin, la causa asquerosa é infame que se esconde detras de sus bellas, sentidas y patéticas
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ciones. Veamos. Hoy casi todos los españoles pedimos y queremos reformas y libertades para las A n tillas. ¿Las queréis también vosotros; las queréis, sobre todo, de buena fe? A nuestra
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generosidad, á nuestra hidalguía, á las reformas y á las libertades que os llevaba el Gobierno, habéis contestado con la tea del incendiario, con el plomo del rebelde, con el puñal del asesino. Por consiguiente, si pedis derechos, los pedis como medios de conspiración; si demandáis libertades, las demandáis como facilidades para caminal- á la independencia, por cuya causa las reformas que introduzca y las libertades que plantee la administración española en las Antillas , será, no porque deban oírse vuestros mentidos é hipócritas clamores, sino porque los debemos á nuestro nombre en la historia, á nuestro siglo, á la prosperidad de esos benditos y hermosos países, á la causa inmortal de la civilización y del progreso. Y aquí entra ya la cuestión de la oportunidad y de la medida, del tiempo en que se han de realizar, y del alcance que deben tener esas reformas y esas libertades. Rendid las armas , ó esperad á que os las hagamos caer de vuestras manos, y entonces vendrán las reformas, porque antes tenemos que seguir
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las huellas de todas las naciones, las huellas de Rusia con la Polonia, ¡de Inglaterra con Irlanda, de Prusia con los ducados alemanes, de la Union Americana con losEstados del Sur. ¡Oh! S í : queremos los españoles las libertades para las Antillas ; pero no las queremos como factores permanentes de anarquía y de disolución, como en Santo Domingo, como en todas las repiYblicas latinas de América. Por ^vuestro bien, por el nuestro, por el presente y por el porvenir de Cuba y de Puerto-Rico, debemos utilizar la abundante experiencia que nos dan otros países del Continente americano, que han pasado bruscamente de una represión extrema á una extrema libertad. No queráis ser la pupila que de las tinieblas pasa á recibir de repente la luz eléctrica del rayo, y ciega. No pretendáis ser el cerebro que de los hielos de la Siberia se traslada sin solución de continuidad á sufrir el sol del Senegal, y enloquece. Como ciegas y locas están las repúblicas americanas que han seguido ese camino, sin esperanza de salvación, y si alguna hay, como
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Chile, feliz, tranquila y próspera, allí encontraréis la mano de la prudencia, de la moderación, de la sensatez, la inteligente y laboriosa mano de la clase media, que guia y dirige al pueblo durante su menor edad ( 1 ) . Esperad, y resignaos con los inconvenientes de otras ventajas que vosotros tenéis y de que nosotros carecemos. Vosotros no habéis conocido el impuesto vejatorio de consumos, el estanco del tabaco, la tremenda, la ominosa, la horrible contribución de sangre, y ved, sin embargo, que nosotros hemos sufrido resignadamente el imperio de estos males necesarios. Pero si continuáis en rebeldía, y la libertad á que aspiráis no es sino el derecho — no profanemos esta santa y augusta palabra— no es sino la facilidad impía y brutal de ve-
(1) En Chile, por ejemplo, para ser elector se necesita ser mayor de 25 años los solteros, y de 21 los casados, saber leer y escribir, y tener por lo menos 200 pesos de renta. Nosotros, en Puerto-Rico, para empezar, liemos sido un poco más generosos, ó lo que es lo mismo, bastante menos previsores.
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jar, de perseguir, de despojar á los que son ricos porque trabajan, á los que constituyen la casi totalidad del país, insulares ó peninsulares, que son la base de su prosperidad y de su grandeza; que son el país mismo, y el nervio y el brazo de España en esas regiones, la patria os aplastará como á víboras inmundas , y demostrará que sois un puñado de bandoleros, que estáis aún en pié porque huís siempre, y que si tenéis algunos recursos, los debéis á la timidez de algunas personas ricas, que no desean menos enérgicamente vuestro exterminio para ver libres sus vidas y sus ingenios del puñal y de la tea de vuestros asesinos y de vuestros incendiarios, á la manera que algunos grandes propietarios de nuestra Andalucía han socorrido á algunos bandidos célebres para que éstos respetaran su existencia y sus fincas, deseando, sin embargo, con toda su alma que la mano de hierro del Gobierno ahogase sin piedad aquel infame bandolerismo, que ellos mismos parecían proteger y amparar. Pero el gran caballo de batalla sobre que
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aparecen montados en los dias solemnes laborantes y filibusteros es la abolición de la esclavitud. Y en verdad que la causa es bella, nobilísima y simpática á no poder más, no siendo de extrañar que inspire sus mejores obras al publicista, al orador, al poeta. El periódico, el libro, la novela, el discurso, las musas, las artes lian encontrado en esta causa mía inspiración inagotable. Pero no es agitando los nervios sensibles de algunas damas convocadas al efecto á un meeting especial, pero no es apelando á las grandes explosiones de ira, á los sublimes arranques de ternura, á las citas bíblicas, á los cuadros de terror, como puede y debe resolverse esta cuestión. Los bravos, las palmadas y el entusiasmo de estas damas podrán lisonjear el amor propio de algunos oradores, que así encuentran recompensados los grandes esfuerzos que les lian costado, á la luz de la nocturna lámpara, aquellos períodos elocuentísimos con que sorprenden a la concurrencia femenina; pero después la cuestión queda en pié, temerosa, formidable,
candente, horrible.
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Cuestión rmiltiple y compleja la abolición de la esclavitud en nuestras colonias, cuestión de moral práctica, de economía, de razas, de civilización, de humanidad, el hombre de Estado, para resolverla bien, necesita de toda la frialdad y de toda la madurez de su razón. El orador, el poeta y el novelista no ven más que un lado de la cuestión, y la resuelven de j)lano, instantánea y sencillamente, declarando libres á todos los esclavos. Pero al lado del derecho del negro á ser libre, ¿no está el derecho del propietario, que lo ha adquirido á la sombra de la ley ? ¿No está el deber del Estado de evitar lina perturbación en la propiedad, una colisión en las razas, un trastorno en la producción, una interrupción del trabaj o , una subversión del orden? ¿No hay un deber más alto, aquel deber de humanidad que nos llevó, en mal hora quizá, oyendo los clamores inmortales del Padre Las Casas, á per. mitir la introducción de negros en nuestras posesiones de América para evitar el aniquilamiento de los indios, y que hoy pide que al procurar la emancipación y libertad de los
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negros, no se les precipite bruscamente en una situación de orfandad, de abandono, de miseria y de hambre todavía peor? Porque, sabedlo, sensibles y románticos abolicionistas, hay un estado aun peor que la esclavitud en el seno de esta civilización tan pura, tan brillante, tan espléndida; el proletariado de nuestras grandes capitales. ¡ Y qué! os pregunto yo. Si el trabajador de raza inglesa, la raza viril por excelencia, muere de hambre en las calles de Londres, ¿ qué será del negro un dia en las calles de Washington y de Baltimore , ó en los bosques de Cuba ó en los suburbios de la Habana? Cuéntase de un abolicionista furioso, que ha interesado más de una vez al público con el relato patético de los sufrimientos de la raza negra, que así que llegó á la mayor edad, vendió á su madre, otros dicen que nodriza, que pertenecia á dicha raza. Cuéntase de otro, sacerdote por más señas, que arrebata con la sublime unción de su palabra elocuentísima , que ha comerciado vilmente con sus esclavos. Me consta de alguno que se interesa
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mucho por los filibusteros de Cuba y por la desdichada suerte de los pobres negros, y que, sin embargo, acá en España niega la paternidad de sus hijos. Magnánimos y grandes corazones, cuya ternura se extiende á todo el universo mundo, que vierten lágrimas por la esclavitud de los negros, ó que, encendidos en santo amor por la humanidad, simpatizan con la causa de los filibusteros de Cuba, pero que venden á sus madres, ó comercian con sus esclavas, ó envían sus hijos á la Inclusa. ¡Atrás, impuros fariseos! ¡ Atrás, mentidos apóstoles de la causa de la humanidad! Aplaudiría la conducta contraria , pero abomino de la vuestra. Aplaudiría que santificaseis vuestras madres,—¡las madres son siempre santas y hermosas!—que dieseis libertad á vuestras esclavas, que os enorgullecierais de vuestros hijos, aunque olvidaseis un poco á la humanidad y á los negros, siquiera por amor á vuestra patria, siquiera por compasión á los gobiernos, que tienen que luchar con las dificultades inmensas que entraña la abolición de la esclavi-
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tud. Imitad la conducta del filósofo antiguo, esclavo por cierto. Un sabio recogió á un pirata náufrago : lo vistió, lo alimentó, y se le hizo por ello un cargo. « No es el hombre, replicó, lo que veo en él, es la humanidad.» Juez , hubiera castigado al pirata; hombre, protegia al desgraciado ( 1 ) . Particulares, educad, elevad, emancipad á vuestros esclavos. Gobiernos, diputados, hombres públicos , abolid la esclavitud con arreglo á los intereses de vuestra patria y á los sentimientos de humanidad. Pero á los laborantes y filibusteros nada importa la suerte de los negros, nada la ruina de las Antillas, si consiguen hacer odiosa la causa de España y levantar contra ella la execración universal. Niegúenlo, enhorabuena ; pero España camina leal, seria y honradamente en dirección de la abolición de la esclavitud, compromiso sagrado de la generación contemporánea. ¿De qué manera? Estudiad las prescripciones legales,
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y tendréis que confesar que de la manera generosa y humana que recomienda el gran evangelista de la moderna democracia, el vengador Atila de las muchedumbres hambrientas. Oid, oid á Proudhon : « Hablamos nosotros de los negros, como podria hacerlo el romano ó el griego del galo, del judio, su igual como hombre, su esclavo por azar de la guerra. Pero un hecho que debe hablar á todas las inteligencias, y de que ningún amigo serio de la humanidad puede prescindir de modo alguno, es la desigualdad que existe entre las razas humanas, y que hace tan difícil el problema del equilibrio social y político. No es sólo por la belleza del rostro y por la esbeltez física pollo que se distingue entre todos el hombre de la raza caucásica, es por la superioridad de la fuerza física, intelectual y moral. Y esta superioridad de la naturaleza está decuplada por el estado social, lo cual hace que las demás razas se humillen ante ella. Algunos regimientos ingleses contienen y gobiernan ciento veinte millones de indios, y he-
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mos visto que ha bastado un pequeño ejército de europeos para conquistar la China ( 1 ) . ¿ Qué comparación cabe entre los anglo-sajones y los pieles-rojas, que prefieren morir á civilizarse, ó'el negro importado del Sondan ? Las razas del Nuevo-Mundo se borran ante el progreso de los blancos. ¿ Se olvida, en fin, que después de la abolición del sistema feudal, la libertad, en nuestra sociedad industrial, es para el individuo débil de cuerpo y de entendimiento, á quien su familia no ha asegurado algún desahogo, peor que la esclavitud, el proletariado?» ( 2 ) .
(1) Lo mismo puede decirse de la última expedición inglesa á Abisinia. (2) Recomendamos á los furiosos negrófilos de nuestro país la lectura de las profundas y bellas páginas que Proudhon consagra á este asunto en su libro de La guara y la paz, en las cuales verán que considera enemigos de los negros á los que, sabiéndolo ó no, los precipitan en la desolación del proletariado á pretexto de emanciparlos, y declara que los verdaderos amigos de esta raza son los que, manteniendo en la servidumbre, y aun explotando á los negros, les aseguran la subsistencia, los me3.
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Líbrenos el cielo de defender la odiosa, la abominable institución de la esclavitud, que subleva á un tiempo todos los sentimientos de la conciencia y del corazón ; pero en estos tiempos de locas temeridades y de románticos sentimentalismos, huyamos de cargar al corazón y á la conciencia con el dolor y con el remordimiento de convertir esta cuestión de las Antillas, no ya en la ruina de aquel floreciente país, sino en el aniquilamiento y en la destrucción de sus razas. Es necesario tener en cuenta la experiencia de otras comarcas, las hecatombes de Haiti, las desdichas de la Jamaica, los horrores de que en los mismos Estados-Unidos ha sido acompañada la abolición. La administración española, que habia reconocido en los negros la facultad de cambiar de amo, de contraer matrimonio, de adquirir un peculio y de alcan-
joran insensiblemente con el trabajo y los multiplican por el matrimonio. Llega Proudhon todavía á una conclusion más capital, y es, á lamentar que en vez de suprimir la trata, no se la haya colocado bajo la inspección de los gobiernos.
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zar la libertad en todo ó en parte por medio de la coartación, y que les habia nombrado un patrono en los síndicos , ha secado ya las fuentes de la esclavitud, ha acabado con la trata, ha declarado el vientre libre, libres á los ancianos mayores de sesenta años, libres á los emancipados, libres á los negros que ayudan á las armas de España, abolidos castigos que aun sufren hombres blancos de otros países, y preparado convenientemente la extinción de una plaga, que es la mayor ignominia de la humanidad. Entre tanto, los filibusteros de la Manigua, que tanto baldón pretenden arrojar sobre la noble frente de España, mantenían la esclavitud en toda su odiosidad, y Céspedes, el principal caudillo de la insurrección, disponía de los negros como de carne de cañón, mandando, ya que formasen en la vanguardia de sus partidas de bandoleros, ya que tal número de esclavos cortasen la caña, ora que fuesen á moler en tal ingenio, bien que se procurase evitar su fuga. Bolívar se limitó á declarar el vientre libre, y treinta años desjraes aun existían
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esclavos en los países cuya independencia proclamó; y el Redentor de los negros en los Estados-Unidos, el nuevo Cristo, según le llamaba G-aribaldi, el famoso Lincoln, sólo aspiraba á que desapareciese la esclavitud en la gran república para fin del siglo, época ciertamente en que, aun sin dar un paso más en la cuestión de abolición, no puede haber un esclavo siquiera en ninguna de nuestras Antillas. N o , y mil veces no. Los abolicionistas platónicos de la Manigua y sus menguados cómplices los laborantes que hormiguean por los centros de población, no están inspirados por un interés de humanidad en favor de los negros. Ellos quieren convertir esta cuestión en un conflicto insoluble para la administración española, ó en el medio seguro é infalible de . destruir instantáneamente la admirable prosperidad de las Antillas, importándoles poco la ruina de los blancos y la muerte de los negros. ¡ A h ! También en los Estados-Unidos, cuando Abraham Lincoln abrigaba como una grata esperanza la desaparición total de la
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esclavitud para el año 1900, habia negrófilos frenéticos que pedian la abolición inmediata á fin de arruinar á los Estados del Sur y buscarse en los negros masas inconscientes de auxiliares contra los blancos, á pesar de lo cual, ellos que tanto hablaban de hacer libres á los negros esclavos del Sur, solian vender como esclavos á los negros libres del Norte, y al paso que en los Estados anti-esclavistas había multitud de leyes hostiles á los negros libres, tratándoles con singular dureza, en los Estados esclavistas habia leyes bienhechoras y paternales en favor de los negros esclavos que los abolicionistas procuraban h acer ineficaces ( 1 ) .
( 1 ) Podria aducir mil pruebas en favor de esta aseveración, sacadas del precioso libro que sobre la cuestión americana, ó sea sobre la guerra de los Estados-Unidos, publicó en París en 1865 el Marqués de Lothiam, libro escrito con un criterio verdaderamente imparcial y elevado; pero me limitaré á citar el caso curioso que ocurrió en la Carolina del Sur, en donde todo propietario de alguna plantación dotada con cierto número de familias negras, estaba obligado por la legislatura del Estado á sos-
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¡ Dichosa España si llega, por el camino que ha emprendido, noble y cristianamente, á la abolición de la esclavitud, cuando en todas partes ha ido acompañada de escenas de horror y de sangre! ¡Dichosas nuestras Antillas si, cuando en otros países los blancos y los negros se han devorado como per-
tener una escuela para los niños, y cuando los negros no llegasen á dicho número, los propietarios vecinos tenían que entenderse para mantener el establecimiento. Durante bastante tiempo estuvo en práctica este sistema y produjo los mejores resultados; pero los señores del Norte no tardaron en inundar el país de folletos incendiarios, en que se sostenía que los negros tenian el derecho de sublevarse contra sus amos, y que, aun matándolos, no cometían pecado. Una alarma glande siguió á este descubrimiento, y la gente do la Carolina, impetuosa y pronta á pasar de uno á otro extremo, votó el acta sobre las escuelas, en que se aplicaban penas severas á todos los que en adelante enseñasen á leer á los negros. «Yo he oído hablar con frecuencia de este último hecho á los abolicionistas, dice con este motivo el Conde de Selkikk al Marqués de Lothiam; pero siempre han procurado guardar silencio sobre la primera parte de la historia, que tengo por indudables
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ros rabiosos al verse libres frente á frente, consiguen dar al mundo el bello espectáculo de una armonía y de una fraternidad que hacen esperar con razón sobrada el horror de los negros á los rebeldes de la Manigua, y la generosidad y el patriotismo y la elevación y la nobleza con que los propietarios de esclavos se han prestado á las exigencias de nuestros gobiernos para resolver esta cuestión inmensa y horrible! El dia en que nuestras Antillas, tranquilas, felices, en su creciente prosperidad, vieran sus campos fecundados por el trabajo libre, y el sol, al sepultarse en los mares, iluminara el hermoso cuadro de familia que nos presentaba un orador de nuestras Cortes, en el cual una madre negra abraza á su hijo á la hora en que el padre vuelve del trabajo á tenderle cariñosa mano, mientras que el plantador, el antiguo dueño, marcha, allá á lo lejos, al paso de su caballo para buscar la hermosa granja donde un dia vivieron hacinados los esclavos, saludándose cariñosamente el uno y los otros; el dia en que esto ocurra, será un dia bendecido
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de los ángeles y celebrado de Dios, de orgullo para España y de alegría para la humanidad.
III. ULTRAMARINOS.
Pero si al lado de los cubanos y de los borinqueñosjleales, que aman á España y saben y confiesan lo que á España deben, están los laborantes y los filibusteros que los deshonran, también al lado de los españoles, al lado de esa raza austera, sobria, espartana,
viril de españoles que nos defiende en
Cuba y en Puerto Rico, están para vergüenza nuestra el ejemplar cínico del ultramarino que á ellas va sólo á enriquecerse á toda costa, y aun á veces, el tipo odioso, repugnante, maldito mil y mil veces, del renegado. Describámoslos separadamente y á grandes rasgos. Llamo yo ultramarinos á aquellos espai
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ñoles que son residuo y escoria de nuestra sociedad y de nuestra política, y que en un momento de favor logran un destino cualquiera en las Antillas, apoyados en el cual piensan haber conquistado ya el vellocino de oro. Rudos de inteligencia, escasos de instrucción, borrosa ó encallecida la conciencia, sin paladar moral, son hijos del azar, que consideran como la cosa más corriente que América les debe, sólo por el mero hecho de ser españoles, una parte de su fortuna y de su riqueza. Son los sobrinos que pasan á las Antillas á recoger la herencia de aquel Tío en Indias que todos nuestros antepasados creían tener en las Américas. Ellos son los que al presentarse con su vulgaridad nativa y con su ignorancia paradisáica enfrente de los criollos, hombres de ingenio y de imaginación si los hay, son pretexto y motivo para que éstos crean y digan y propalen que España es una nación inculta y vulgar. Ellos son los que, buscando la fortuna por todos los caminos, sin reparar en medios, proporcionan á laborantes y filibusteros las
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armas mejor templadas para mancillar el nombre y herir la honra de España. Ellos son los barateros en los garitos y los Tenorios en los cuartos de las actrices, por lo cual nuestros enemigos pregonan y vociferan cp_ie España es una nación de viciosos y disolutos. Ellos son los que si el patriota de las Antillas (así llaman los filibusteros á la fiebre amarilla, que diezma la población europea de las costas) respeta su vida, regresan á España después de realizar una fortuna más ó menos considerable, según la posición que ocuparon ó destino que ejercieron; fortuna cuya legitimidad pretenden justificar todos de igual manera, diciendo que les ha tocado el premio gordo de la lotería, y á juzgar por las apariencias, es indudable, porque tienen buen cuidado de comprar con alguna prima el número favorecido por la suer_ te, por lo cual éste es de ordinario muy buscado, y viene á resultar que hace un doble negocio el afortunado mortal poseedor de aquel billete. Ellos son los que tienen á toda hora el nombre de España en los labios y
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nunca en el corazón, pretendiendo que se les perdonen su ineptitud, su ignorancia, su grosería, sus escándalos, sus vicios, en gracia de su españolismo, imagen viva de aquel mal cómico que, para trocar en aplausos los silbidos del público, gritaba desde la escena, en los peores tiempos de Fernando V I I , ¡viva el Eey absoluto! y los espectadores aplaudían siempre, ó por inocentes, ó por precavidos, ó porque el amor al Rey deseado despertaba su frenético entusiasmo, ó porque el temor á los ramalazos de la policía les aconsejase prudentemente aquella conducta. Pero yo os conozco, ¡ultramarinos afortunados ! yo os conozco, ¡ monederos falsos de españolismo! y por amor á España, á esta vieja, bendita y santa madre á quien quiero tanto, os arranco vuestro impuro antifaz para que no la deshonréis allí en donde tanto necesita ser glorificada y enaltecida. Es necesario á toda costa purificar, enaltecer, moralizar nuestra administración colonial. Es indispensable desautorizar y concluir con la opinión vulgar, que cree que á nuestras po-
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sesiones ultramarinas sólo se va á hacer fortuna, legítima ó ilegítimamente. En nombre de la patria hay que conjurar á todos los partidos á que sean grandemente escrupulosos y severos en la elección de las personas que se envían á nuestras colonias, en lo militar, en lo eclesiástico, en lo civil. Los altos puestos de la administración colonial no son productivas sinecuras que los partidos deben reservar á sus favoritos, á veces sin capacidad , ó para alejar á los rivales que amenazan como herederos, y que dan el último adiós á la decencia y al patriotismo para abrazarse con el becerro de oro, ó para satisfacer á la turba molesta de hampones y díscolos que rodean á toda situación triunfante, sino los pedestales magníficos sobre que debe colocar la patria sus grandes hombres y sus figuras más salientes, sin distinción de partidos, para que den eterno testimonio, y sean muestra viva, brillante y espléndida de su virilidad, de su inteligencia, de su grandeza, de su genio, de su virtud. Es hora ya de que obremos, convencidos plenamente de que Cu4.
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ba, Filipinas, Puerto-Rico, son para España algo más que la India para Inglaterra, bastante más que el grupo de islas de la Malassiaen el mar índico para Holanda, muchísimo más que la Argelia para Francia. El prestigio de España en Cuba y Puerto-Rico, la superioridad de los Castillas (como nos llaman los naturales) en Filipinas, no puede mantenerse sino á condición de enviar á esas remotas regiones lo más puro, lo más inteligente, lo más honrado, lo más selecto que produzca la población española, como se confia en la guerra el puesto de más peligro al capitán más valiente. Enfrente de los extranjeros que nos envidian y de los naturales que puedan acariciar una vaga aspiración á otro ideal, es necesario mantener una raza austera y activa con la incorruptibilidad de los esparciatas y con la infatigabilidad de los yankees, no una turba de corrompidos sibaritas ó de viciosos parásitos. Poned al frente de una de nuestras posesiones ultramarinas á un general corrompido, bien porque se quiera premiar una apostasía, bien porque
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se trate de eludir su concurrencia al poder, ¿ cómo moralizará la administración, él, que en la Península es tipo de cínica inmoralidad? Colocad por cabeza de alguna de aquellas apartadas diócesis á un eclesiástico ignorante , de malos antecedentes, sin dignidad, acaso sin virtudes cristianas, acaso también sin'virtudes sociales, ¿qué respeto inspirará al clero de su diócesis, cuando el clero es el nervio de acero, el brazo moral más vigoroso y más firme de nuestra dominación en aquellas regiones ? Improvisad de gobernador , de intendente, de autoridad superior civil de las colonias, á un polichinela del periodismo que sólo se distinga en aglomerar automáticamente números estadísticos, ó extraiga su enfermiza inspiración del fondo de una botella de cognac que le mantenga en perpetuo estado de embriaguez, ó á un conspirador de profesión, ó á una vulgaridad administrativa, ¿qué huellas dejarán de su mando, que no sean huellas de esterilidad, de perdición y de muerte? La habilidad política ó el nepotismo ministerial ó el espíritu
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de partido podrán r'eir y saborear sus triunfos en los tres casos; pero la patria llorará estas inmensas desventuras, y sus lágrimas no borrarán las vergüenzas que puede añadir tan loca y criminal imprevisión á la futura historia de nuestras desdichas. ¡ A h ! No lo dudéis, ministros de todos los partidos. La administración española, que no peca de escrupulosa para la Península en la elección de empleados altos y bajos, con tal de que respondan bien al interés político del momento, es todavía más descuidada en Ultramar, y no sabe, ó tiene ya olvidado , que funcionarios de esta clase, sean altos ó bajos,lejos de favorecer la causa española, son auxiliares indirectos y refuerzos por tabla que enviamos á los laborantes y á los filibusteros del presente y del porvenir ( 1 ) .
(1) Hace muy pocos dias, el actual Ministro de Ultramar, á quien no puede negarse la honradez y el buen deseo , confesaba en pleno Parlamento que habia tenido que anular un nombramiento que había hecho para Filipinas , porque, en efecto , la persona nombrada no reunialos mejores antecedentes
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en punto á moralidad. «He estado mes y medio resistiéndome á hacer ese nombramiento, decia el Ministro , y no indicaré el nombre de persona alguna ; pero debo declarar que más de catorce por lo menos, y no sólo de mis opiniones, han solicitado que le colocara, y casi en idéntica situación me encuentro con todos los que he nombrado para Ultramar. Así es que insisto en la necesidad, tanto para el nombramiento de los empleados de la administración de las Antillas, como para todos los demás asuntos, do que se creo un Consejo, si ha de haber tradición y buenos funcionarios. Y o , que soy ministro ahora, no quiero libertad en el nombramiento de empleados, porque no- podré hacer buena administración.» El lenguaje es de un hombre honrado y leal; pero ¡ qué confesiones! Ellas hacen comprender la clase de personal que por lo regular enviamos á nuestras provincias ultramarinas. Por lo demás , es natural que la lógica pregunte al Ministro : ¿ por qué no está ya creado el Consejo, que juzga tan necesario y puede ser salvador?
IV. RENEGADOS.
Pero después de todo, el ultramarino todavía habla de España, y la ama ú su manera, y acaso no se da cuenta del daño que la hace, y sin acaso, — es necesario hacerle esta justicia, — es muy capaz, si llega la ocasión , de sacrificar la vida por ella; limítase á hacer su pacotilla, á pescar, si puede, una hermosísima criolla,—¡no he conocido aim ninguna f e a ! — y á hacer ostentación aparatosa de su fortuna en los mismos lugares que le vieron partir hambriento y desarrapado. A s í , pues, el ultramarino todavía es bello, por horrible que sea, comparado con otro tipo que ha aparecido en estos iiltimos tiempos en las Antillas; tipo muy raro, por-
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que los monstruos son siempre raros en la naturaleza, lo mismo en el orden moral que en el orden físico; el tipo del renegado, sobre el cual debían caer unidas, y aun no le castigarían bastante, todas las iras del cielo y-todas las maldiciones de la tierra. ¡Miradlo! ¡Miradlo! Envuelta toda su figura en un siniestro vapor de sangre, torva la mirada, pálido/el rostro, huye el contacto de los hombres, busca el bosque como las fieras, y su pupila sólo se dilata ante el horror del incendio. ¡ Miserable! Dice que nació en España, pero España lo repudia por hijo. Dice que tiene hermanos, pero sus hermanos niegan al Caín de la familia. Dice que tiene madre, pero su madre maldijo ya hasta las entrañas que lo engendraron. ¡ Villano! Tú fuiste á Cuba con el amor de España, y la pagas con odio vil su amor de madre. Tú llevaste armas para defender su honra, y las vuelves contra ella para atacar su vida. ¡ Maldito seas, soldado traidor, que te pasas al real enemigo, en que, como prenda
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todavía poco segura de tu presente lealtad, has de ofrecer nuevas traiciones, mayores vilezas! ¡ Infame! Podías levantar tu altiva mirada al cielo como el águila, y has preferido revolearte en el más inmundo de los fangos como la víbora; podías vivir en la ciudad como un leal entre los tuyos, y has huido á la Manigua para confundirte con los bandidos; podías tener honor, familia, patria, y has perdido á un tiempo patria, familia, honor. Traidor entre los traidores, miserable entre los miserables, ¡maldito seas! Huye, huye al bosque; pero por más que huyas no escaparás al castigo, porque no puedes huir de tí mismo, porque lo llevas enroscado al corazón en forma de remordimiento. Incendia, hiere, mata, roba, tala, asesina, gózate, más cruel que tus hermanas del bosque, las fieras, gózate en la destrucción y en la sangre, que así alimentas, que así nutres mejor el monstruo que llevas en tu pecho y te persigue despierto y te atormenta dormido. Para tí el lecho no tiene reposo, para tí el descan5
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so no tiene tranquilidad, para tí la noche no tiene sueño. Tú lo has asesinado cou tu infamia. Tú, que te has cegado con tu propia mano la fuente de todas las alegrías, tú mismo te has condenado á la cruel, á la horrible, á la eterna vigilia del remordimiento! ¡ A h ! Que los traidores te tomen á su vez por traidor, que la propia infamia que te llevó á ellos te haga sospechoso, que te nieguen el agua si tienes sed, que tus áridos párpados no broten una lágrima para templar tu fiebre, y que, cuando desamparado, herido y desangrándote en la Manigua, retorciéndote los brazos de desesperación, á solas con tu conciencia, necesites de misericordia y la pidas al cielo, que aun entonces veas brillar allá en lo alto la cólera divina, y que en aquellos últimos instantes de agonía sin fin vibre en tu oido la voz de tu madre, diciéndote: ¡ Renegado de tu patria, parricida infame, maldito, maldito seas!
V. ANTILLANOS Y CRIOLLAS.
Hora es ya de que apartemos la vista de estos cuadros de imprevisión en los gobiernos y de vértigo en los individuos, de vicio y de maldad, de cieno y de infamia, para recrearla con gozo inefable y purísimo ante aquel edén que el trabajo y la virtud habian como reservado á la felicidad del hombre, y que pretenden convertir en infierno el furor insano de la política, el ansia de placer, el afán de lucro, la ociosidad, la ingratitud, la envidia, todas las malas pasiones que se anidan y fermentan en nosotros como el impuro fango de donde nacimos; pero, antes de entrar en este hermoso paraíso, besemos la tierra y bendigamos á Dios, porque lo ha hecho
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nuestro, como el hijo de Israel al entrar en la tierra prometida, como el marino inmortal al tomar posesión, en nombre de nuestros antepasados, de este mismo suelo de América. Saludemos, saludemos con júbilo á las"dos estrellas, á las dos perlas, á las dos matronas del golfo mejicano, Cuba y Puerto-Rico
Saludemos el cielo puro de las Antillas,
la inagotable feracidad de su suelo, la portentosa exuberancia de su vegetación, su eterna primavera, sus bosques vírgenes, sus cafetales inmensos, sus vegas riquísimas, sus cañas que destilan miel, sus árboles seculares, la palmera real con su flotante diadema, el plátano de anchas hojas con su sabrosísimo fruto, sus dias espléndidos, sus noches serenas, sus brisas regeneradoras, sus matizadas aves, el canto del sinsonte, el dulce murmurar de sus arroyos, la cólera imponente y la grandiosa majestad de sus mares Saludemos, saludemos con efusión y cariño, como á hijos también de nuestros padres, como á hermanos queridísimos núes-
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tros, al cubano leal y al borinqueño leal, que gozan con nuestras alegrías, que sufren con nuestras tristezas, que se ufanan del común origen, que se enorgullecen de nuestra historia, que no quieren vivir sino con Epaña, por España y para España. Ellos, los hijos del trabajo, y padres por eso de la riqueza, cuando aclaman y bendicen á la madre patria revelan al mundo con elocuencia vencedora la convicción íntima en que están de que, arrancadas sacrilegamente de su senolas Antillas, no habría salvación para ellas, y si se salvaban por el momento, arrastrarían la triste vida de Santo Domingo, preludio cierto de una muerte afrentosa. Ellos, hospitalarios, generosos, humanos, previsores, inteligentes, valerosos, patriotas, son testimonio vivo de que el árbol de nuestra raza, trasplantado á América, produce también lozanos y magníficos retoños. Ellos, al colocar con predilección al frente de sus casas de comercio y al frente de sus ingenios, al sobrio y honrado español que vio la luz primera en nuestras costas y en nuestras montañas, pro5.
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testan enérgicamente contra la disipación y la ociosidad, que son las más fecundas, y también las más indignas madres del filibusterismo ( 1 ) . Ellos, al enlazar preferentemente á sus bijas con peninsulares, demuestran, no que tienen en más su inteligencia, su energía, su amor al trabajo, su espíritu de economía, ni otra alguna de las cualidades que los distinguen, sino que quieren que sea tan sagrado é indisoluble el lazo de unión con la madre patria, como indisoluble y sagrado es el vínculo que bendicen en el seno de la familia.
(1) Todos los escritores imparciales que se han ocupado de nuestras colonias, poniendo á su cabeza al más ilustre y autorizado, D. Lúeas Alaman, mejicano y ministro que ha sido de la república, lo reconocen así. La disipación de los criollos viene de antiguo, y ya Valbuena, en su poema Grandeza mejicana, cap. n i , arg., caballos, trajes, trato, cumplimiento, dice que una de las circunstancias que contribuía á hacer tan agradable la vida en el Nuevo-Mundo era Aquel pródigamente darlo todo, Sin reparar en gastos excesivos, h a s p e r l a s , o r o , plata y seda á rodo.
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Saludemos, saludemos sobre todo con emoción y con ternura, con la emoción y el recogimiento del respeto, con la ternura y el lánguido desmayo del amor, á los ángeles de aquel paraíso, á las mujeres de las Antillas. Hay quien asegura que el hombre se da mal en América, imperfecto, enervado, femenino. No participo de esta creencia ; pero en cambio aseguro sin vacilar que en ninguna región del mundo se produce mejor la mujer que en las Antillas, hermosa, perfecta, acabada ante la plástica y ante la moral, ante la plástica sin excepción alguna, ante la moral con muy pocas excepciones. Yo te bendig o , criatura excelsa, soñadora como la Eva del Paraíso, bella como la Venus pagana, santa y pura como la Virgen de los cristianos. Yo te adivino con todas tus perfecciones, con todas tus ternuras, con todas tus voluptuosidades; y al ver tu tez pálida, tus labios de fuego y de grana, que se entreabren graciosamente para descubrir la nieve de tu dentadura; tus negros ojos, que encierran el infinito en su mirada; tu sedosa y
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abundante cabellera, que cae sobre la redonda, alabastrina, desnuda espalda; tu pié inverosímil, tu mano enloquecedora, tu talle esbelto, y al oir tu voz, que es el suspiro de un ángel, y al aspirar tu aliento, que es el perfume de la acacia, y al soñar con el dulce, embriagador, inacabable ósculo de tu boca, que ba de ser la anticipación del Paraíso, comprendo que no baya bombre que, en mudo éxtasis y en adoración mística, no caiga ante tí de hinojos, ¡adorable y divina criolla! Ahora bien; hay un adagio en América que dice : Marido, vino j Bretaña (1) de España. Todo el mundo sabe que los refranes condensan la sabiduría de las generaciones y el espíritu de los pueblos. Los laborantes de la ciudad y los filibusteros de la Manigua harían bien en descifrar el significado profundo de ese proverbio antes de alzarse impía-
(1) Bretaña es un lienzo del departamento francés de este nombre, que los españoles llevaban á. Améri ca,
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mente en armas, ó de rebelarse siquiera mentalmente contra la madre patria. Por lo que á mí toca, yo no pediría más que una gracia, una sola y tínica gracia á los ángeles de las Antillas, y es que, al tener frutos de bendición de los matrimonios que en gran número celebran con los españoles, inspiren á sus hij o s , respecto á los padres y á la patria de sus padres, el mismo amor y el mismo respeto que ellas sienten hacia sus maridos, igual respeto é igual amor que sus maridos sienten hacia la madre común, hacia esta noble, querida y generosa patria española (1).
(1) Dice Alaman en su Historia de Méjico a que considera como principio establecido que en América las mujeres valen más que los hombres, y que siendo las mujeres criollas amantes esposas, buenas madres, recogidas, hacendosas, bondadosas, el único defecto que se las imputa es que, por la benignidad de su carácter, contribuyen no poco á los funestos extravíos de sus hijos.» — Historia de Méjico, LI. C. I.
VI. ESPAÑOLES,
Voy á concluir presentando la silueta del gran tipo de las Antillas, trazando á grandes rasgos la figura viril del español en Criba y Puerto-Rico, constante levadura de su riqueza, base y nervio de la madre patria en aquellas regiones. Nació pobre, desdichado, expósito de la fortuna, en el rincón más olvidado de nuestra Península; pero lleva en sí el único motor, el motor honrado de la riqueza, el amor al trabajo; pero lleva en sí la fuente imica, y la más pura también, de todas las alegrías, la austeridad déla virtud; pero lleva en sí, por sólo el hecho de haber nacido español, el más ilustre abolengo al pisar el suelo de América.
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¡Oh! j3í: el español de las Antillas es el heredero legítimo de aquella legión de héroes que realizó la mayor cosa después de la creación del mundo: el descubrimiento de Indias ( 1 ) . Él es el hijo y el continuador de Colon, de Cortés, de Pizarro, de Mendoza, de Jorge Juan, de Balboa, de Solís, de Bernal, de aquellos soldados, de aquellos marinos, de aquellos sacerdotes, que oscurecen con la realidad de sus hazañas la brillantez de las fábulas homéricas. No teme á nada porque tiene fe en la Providencia y en la energía de su carácter. Desafía la cólera imponente del Océano, las inclemencias de un suelo mortífero, las estrecheces de la pobreza, las amarguras del hambre, toma alegremente la fatiga y el peligro, porque es hijo de aquellos fieros almogábares que sojuzgaron el imperio de Oriente, ó
( 1 ) Ésta viene á ser la sustanciosa y enérgica frase con que encabeza Francisco Fernandez Gomara la dedicatoria á Carlos V, de su obra, Historia general de las Indias.
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de aquellos indomables montañeses que no pudieron sojuzgar los romanos, ó está inspirado por el beroismo de aquellos de sus antepasados que atravesaron triunfantes las sabanas de Méjico y las pampas del Perú. ¿Está en el campo? El crepúsculo le despierta, y armándose de, la camiseta y del jipi-japa del Guagiro, asiste á todas las faenas, participa de todas las fatigas, y el sudor de su rostro no es el que menos ha fecundado y embellecido aquel suelo de bendición. ¿Vive en la ciudad? Es el agente de las pequeñas industrias, el alma de los grandes comercios, el infatigable bracero de las ferreterías , el obsequioso transaccionista de las tiendas, el cálculo, el hombre de confianza, el tenedor de libros de los banqueros. ¿ Toca á rebato la patria? Pues todos á una, los del campo y los de la ciudad, instintivamente, con la rapidez del rayo, no economizarán su sangre, y se improvisarán soldados en masa tan apretada y tan invencible como la falange macedónica, como la legión romana. c
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¿Está exhausto el Tesoro español? Pues nadie tratará de salvar su fortuna particular, y aunque los enemigos los amenacen con todo género de calamidades, la quema de los ingenios , una crisis económica terrible, la ruina del país, una inundación de negros, todos ellos entregarán á la patria el sacratísimo producto de su trabajo para que salve el honor de su nombre. ¿Llega uno de los suyos desvalido y n e - . cesitado? Pues todos le brindarán protección con la ternura de hermanos, inspirados como están por la creencia de que levantarlo á él es levantar la causa que todos representan, convencidos de que no ha de faltarles, en caso de necesidad, su valerosa asistencia contra los enemigos comunes. ¡ Noble egoísmo que empieza por ejercer la misión santa de la caridad; y acaba por trasformarse en levantado sentimiento de patriotismo! ¿Es pobre la familia que dejó en España? Pues de las acumuladas economías, pues de los multiplica-dos ahorros, él, que no gasta acaso en lo necesario para su persona á fin
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de no disminuir esta reserva sagrada, descuenta con alegría purísima lo bastante para que lleve la holgura y el contento al lejano y querido hogar, á los hermanos pequeñuelos, al padre achacoso, a l a madre anciana, que ven y bendicen en el hijo ausente la mano de la Providencia. Así la agricultura no tiene mejor bracero, mejor capataz ó mejor propietario, ni la industria agente más activo, ni el comercio fuerza más inteligente, ni el ejército mejor soldado, ni los padres mejor hijo, ni los hijos mejor padre, ni la mujer mejor compañero, ni la patria mejor ciudadano. ¡Ali! ¡No habléis á los españoles de las Antillas de los partidos que despedazan á sus hermanos en la Península! ¡Habladles de la patria, que allí los une á todos! Hay un lugar vitando en España, en donde el republicano se hace absolutista, y el absolutista republicano: ¡la Bolsa! pero hay otro lugar bendito en América, que son las Antillas, en donde el republicano se hace absolutista, y el absolutista republicano. Esta es la tradición de los es-
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pañoles en América, que ya en la sangrienta y prolongada guerra de sucesión ni se declararon por los Austrias ni por los Borbones, y así salvaron su poder en crisis tan suprema. Si los españoles de Cuba y Puerto-Rico pensaran y obrasen como pensamos y obramos la casi totalidad délos de la Península, si allí también nuestros hermanos se dividieran en parcialidades y en grupos que antepusieran su vil interés al noble, al santo interés de la patria, fulminándose recíprocamente decretos de proscripción y de exterminio, aquel emporio de riqueza estaría ya definitivamente perdido para España. Gracias á que los españoles que allí van dejan todos sus opiniones en la Península y son soldados bizarrísimos de la patria, gracias á la unión valerosa que reina entre ellos, los filibusteros sienten ya la impotencia, y no la hacen pública, porque aun confian en la colaboración de la temeridad, de la imprudencia y de la locura de nuestros hombres políticos de la Península ( 1 ) . ( 1 ) No creo que España tenga infames hijos que
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Forman, pues, los españoles en las Antillas una raza de austeros esparciatas, enfrente de la cual hay otra raza de corrompidos atenienses, porque, en efecto, el laborante y
vendan á su madre, ni periodistas venales, ni diputados, ni senadores, ni encopetados personajes á sueldo de filibusteros ó comprados por el oro de la gran potencia americana; pero la gárrula medianía que aspira á la notoriedad y orce encontrarla con la extravagancia; pero el talento uraño que no cree deber nada á la patria por suponer que todo lo debe á la humanidad; pero el ambicioso desordenado que busca fuerzas para llegar ala meta aun entre gentes sospechosas en la sinceridad del españolismo de que blasonan, cuando atacan los elementos y las fuerzas que nos defienden en las Antillas, cuando rebuscan con ojo avizor y denuncian con escándalo las faltas y las irregularidades de nuestra administración , .cuando emplean su genial aspereza ó su grosería orgánica, con la autoridad que irradia una alta ó imponente investidura, en ahogar la voz de los que representan á los heroicos defensores de España en las regiones tropicales, parecen avanzadas de la Manigua y hacen sospechar con algún fundamento de razón que la insurrección cubana á la hora presente más está alimentada por los errores, por los extravíos y por los odios de los españoles de la Península, que no por las fuerzas y medios efectivos de los filibusteros en armas. 6.
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el filibustero, lo mismo en las cualidades que en los defectos, son el perfecto contraste, la antitesis acabada, el polo opuesto á los españoles. Falta á nuestros compatriotas algo de la viveza y algo de la cultura que sobran á laborantes y filibusteros, de donde nace el desprecio de éstos; pero en cambio los españoles tienen un grande amor al trabajo que los liace fácilmente ricos en medio de aquella potente y virgen naturaleza, llevándoles además notable ventaja en todas las cualidades que constituyen el carácter, que es la raíz de la verdadera superioridad en los individuos y en las razas. Gustan los criollos del fausto, de la vanidad, del ocio, de la disipación, que es origen de su ruina, y en cambio gustan los españoles de la sobriedad, del trabajo, de la economía, que es base de su riqueza. El filibustero de la Manigua, mientras permanece en estado de larva laborante en la ciudad, es astuto por demás, y el español por demás confiado, por no decir inocente; aquél intriga en los clubs y envenena entre sí á los españoles, éste grita en la calle y pro-
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porciona un placer ó un triunfo á sus enemig o s ; el uno adula, mima y lisonjea á las autoridades , como el débil que recela y el malvado que teme; el otro es entero, firme, basta rudo, como el varón fuerte que está seguro de sí, ó el hombre de bien que está seguro de su conciencia. Podrá citarse algún exceso de los españoles como muchedumbre en una gran explosión de patriotismo, en un momento de indignación y de cólera, cuando la razón individual se oscurece ante la pasión colectiva, y la responsabilidad del exceso es una responsabilidad anónima; en cambio el filibustero aislada y fríamente llega al refinamiento de todas las crueldades, cuando la responsabilidad es de un individuo, y el hecho lleva en sí todos los caracteres de la perversidad individual. No he ocultado en este brevísimo paralelo las faltas y los defectos de los españoles en las Antillas; faltas y defectos que el ojo menos perspicaz descubrirá más acentuados en todos los pueblos y en todas las razas que ocupan la misma posición que nuestros compa-
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triotas, pudiendo citar desde luego el conocido ejemplo de Inglaterra durante siglos, no en la India, sino en Irlanda, de la Rusia en Polonia, de la Union Americana con los Estados del Sur, y hoy, y acaso para mucho tiempo, de los prusianos en la Alsacia y en la Lorena; ejemplos tomados, como se ve, de los primeros pueblos del mundo, ó por más avanzados, ó por más liberales, ó por más fuertes. En cambio ninguna nación, ninguna raza en el mundo puede presentar los ilustres, los nobles, los legítimos, los augustos y santos derechos que los españoles á la posesión de aquella tierra de bendición. Ellos la descubrieron, ellos la poblaron, ellos la enriquecieron. No hay allí raza conquistada, no hay aborígenes, no hay más que españoles ó hijos de españoles. Sin la refacción constante de nuestra raza, sin la nutrición no interrumpida de españoles que las fecunda, que las levanta, que las engrandece, Cuba y Puerto-Rico serian lo que Jamaica en poder de los ingleses , lo que Guadalupe y la Mar-
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tínica en poder de los franceses, lo que es la Guyana en poder de Holanda, ó lo que es Santo Domingo con su irrisoria independencia. ¡ Cuba! ¡ Puerto-Rico! Esos pedazos de tierra son el sagrado resto de una dominación colosal. Son la casa solariega de los antiguos descubridores y conquistadores del Nuevo Mundo, de aquellos héroes inmortales que son el asombro de la historia. Respetad su recuerdo, siquiera porque lo que de sus antiguas conquistas conserva España es tan poco que hubiera podido formarse con el polvo que levantaron con sus pisadas. España, la nación que creó el Nuevo Mundo, que se desangró por darle vida, que le dio su idioma, su religión, su civilización, su espíritu, no puede, no debe ser un huésped incómodo en América, un odioso extranjero que necesite de hospitalidad en casa ajena. Hasta en los mismos Estados-Unidos, el más ilustre de sus estadistas, Mr. Seward, ha dicho que España será eternamente una potencia americana. Y á la verdad que si la familia espa-
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ñola de América, si la raza latina del Nuevo Mundo no lia de sucumbir como inferior ó como decrépita, nosotros tenemos que ser su encarnación, más pura y su órgano oficial ante los demás pueblos. Esta debe ser nuestra misión, realizada con abnegación absoluta, con desinterés nobilísimo. Sean prósperas y felices nuestras antiguas colonias en su autonomía, prematuramente adquirida quizás, ó quizás con poca fortuna desenvuelta, y sepan que todas en España: tendrán siempre como el propio hogar, como la casa paterna que necesitan en Europa; pero ya que Cuba y Puerto-Rico no tienen condiciones para aspirar á la independencia, veamos todos en ello la mano de Dios, que ha conservado en nuestro poder á las Antillas, para que á la vez podamos ejercer nosotros con dignidad y con independencia en América esta misión augusta, esta misión generosa y magnánima. Alguna vez la voracidad de los yankees querrá convertir groseramente estas altas cuestiones de civilización y de humanidad en miserables cuestiones de geografía,
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diciendo por boca de Monroe : «América para los americanos»; pero los pueblos boy no constituyen más que una sola familia desparramada por todos los continentes. El ferrocarril, el vapor, la electricidad, el genio del siglo xix lia suprimido las distancias. América y Europa hablan continuamente por medio del cable. Europa y Asia se estrechan la mano á través del istmo de Suez, entregado libremente á la navegación de todos los pueblos. La apertura del de Panamá acabará por suprimir el Cabo de Hornos y el Estrecho de Magallanes. El ferro-carril de San Francisco enlaza á toda América, y el mismo Ser Supremo parece como que preside, con su sabiduría infinita, este trabajo de compenetración de ideas, de solidaridad de intereses, de fusión de razas, de fraternidad universal. Españoles de las Antillas, voluntarios de Cuba y de Puerto-Rico, penetraos de la grandeza de vuestra misión, recordad que os contemplan desde lo alto las sombras magnánimas de vuestros antepasados, los héroes inmortales del Nuevo Mundo; pensad que
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esa tierra es vuestra, que la habéis regado con vuestros sudores, con vuestra sangre, con vuestras lágrimas, que la habéis enriquecido con vuestro trabajo, que está ahí el sepulcro de vuestros padres, la cuna de vuestros hijos, el honor de vuestro nombre, la dignidad de la patria, el resumen de nuestra historia, lo más vital, lo más puro, lo más santo para un pueblo, y ¡no desmayéis! Cierto. No desmayaréis. Lo'sabe España y os envía por eso su gratitud y su bendición ; la bendición y la gratitud de una madre. Si los galos estuvieren á las puertas de Roma, subios al Capitolio; encerraos en el Morro los españoles de Cuba; encerraos en la fortaleza los españoles de Puerto Rico, y desde allí bajaréis triunfantes, como bajaron también los romanos del Capitolio. Para no ser derrotados , vosotros, como los convencionales franceses, habéis hecho, ante el mundo un pacto con la muerte; pero por eso mismo el pacto lo habéis firmado con la victoria. FIN.
Justo
Zaragate.
Se halla de venta, á 4 rs., en Madrid, en las librerías de Duran, D. Leocadio López, Bailly-Bailliére, y Gaspar y Eoig.
Precio en Ultramar: 8 rs.