Mรกgica Inocencia
El investigador privado Mike Parker era demasiado cínico como para creer en el amor. Y cuando Sara Holyfield apareció en su oficina requiriendo su ayuda en un extraño caso de personas perdidas, su primer impulso fue ponerla en la puerta. Pero Sara tenía algo que le afectaba. Tal vez fuera su rostro inocente… o su no tan inocente cuerpo. O, tal vez, el hecho de que el archienemigo de Mike le había dicho que no aceptara el caso. Pero, fuera cual fuese la causa, Mike se encontró de repente enfrentado con el caso más grande de toda su carrera: proteger su corazón. Capítulo 1 Mickey corría por entre los arbustos, con el corazón latiéndole fuertemente bajo la destrozada camiseta. Detrás del chico, apareció la sombra de un hombre, alta y vacilante a la luz de las farolas. Mickey buscó una vía de escape, pero no había ninguna. Estaba en un callejón sin salida. Un gemido se le escapó cuando se dio la vuelta. El hombre estaba cada vez más cerca. El chico se apoyó contra la pared con las lágrimas corriéndole por las mejillas mientras el hombre salía a la luz. Casi podía verle la cara ahora. -¡No! ¡Vete! -gritó cuando el hombre lo agarró. En la otra mano llevaba un cuchillo. -¡No! Esa palabra salió de la garganta de Mike Parker cuando se despertó de golpe en su oficina. Se había quedado dormido en su sillón, detrás de la vieja mesa de roble. Sus ojos castaños se abrieron por completo y tardó unos momentos en recordar dónde estaba. En la clásica agencia de detectives en la que sólo trabajaba él. No había ningún callejón oscuro, ni un hombre en la sombra, ni un cuchillo. Sólo se había quedado dormido sobre su mesa y había sido un sueño. Eso era todo, pero por un breve instante, se había sentido como si de nuevo tuviera doce años. Pequeño, indefenso y asustado. Se llevó la mano al hombro, pero esa herida había cicatrizado hacía ya mucho tiempo. O debería haberlo hecho. Tenía manchas húmedas en la camiseta negra, pero eran de sudor, no de sangre. Maldiciendo en voz baja, Mike agitó la cabeza y se apartó de los ojos el cabello castaño. Con treinta y cuatro años, ya era demasiado viejo para eso, para seguir teniendo pesadillas de ese tipo. O, en ese caso, más bien pesadilla. Cada vez que estaba muy cansado o un poco deprimido, tenía ese estúpido sueño. Pero después de todos esos años, ¿por qué, maldita sea? -La respuesta es evidente, Michael -le había dicho una estudiante de psicología con la que había salido una temporada-. El sueño es un síntoma manifiesto de algún asunto sin resolver de tu juventud. -No me digas -le había respondido él.
En primer lugar, no tenía muchas ganas de hablar de sus hábitos de dormir. Había cambiado entonces de conversación y habían llegado a un punto en que la cosa se había puesto tan incómoda para ambos que la sugerente cena con la encantadora Carolyn Sanders había llegado a un final repentino. Mientras ella salía apresuradamente del restaurante, Mike decidió dos cosas. En el futuro se mantendría apartado de las mujeres que le llamaran Michael. Y se callarían sus sueños. -Síntoma manifiesto -murmuró aún irritado por la forma en que Carolyn había tratado de jugar a ser Freud. Los asuntos de su juventud estaban todos resueltos, muy bien resueltos. Bien encerrados detrás de los barrotes de la prisión Trenton State, y olvidados. De lo único que era síntoma ese sueño era de una resaca como la que llevaba encima esa mañana. El dolor de cabeza insistía después de una ducha fría y las aspirinas que se había tomado. Decidió tomarse un par más. Se las tomó con un vaso de agua fría. El acondicionador de aire estaba estropeado de nuevo y le llegaba por la ventana abierta todo el calor y el ruido del tráfico de otra mañana de verano en Atlantic City. No podía recordar cuánto había bebido la noche anterior, pero si le había hecho soñar de nuevo con aquello, evidentemente había sido demasiado. Todo había empezado de la forma más inocente, tomándose unas cervezas en el Boom Boom’s Bar and Grill con su amigo Jimmy Potts, para celebrar el futuro matrimonio de Jimmy. Mike se había pasado la mayor parte del tiempo con su cerveza agarrada entre las manos, mirándole ensimismado y preguntándose cuántos meses tardaría Jimmy en volver a su oficina porque su esposa se hubiera marchado con otro. Eso era lo que pasaba con los matrimonios, por su propia amarga experiencia. Todos esos corazones y flores, promesas de amor y devoción eterna... no eran más que una engañifa. A pesar del dolor de cabeza, Mike se dio la enhorabuena por sobrevivir a esa despedida de soltero mejor que la última vez, cuando se había ligado a la chica que salió de la tarta. Darcy Robbins. Pero ella era otra pesadilla que pronto olvidó. Se frotó la barbilla sin afeitar y trató de reunir la energía necesaria para volver a su mesa y completar el informe en el que había estado trabajando antes de quedarse dormido. Un asunto de dinero desaparecido de una compañía financiera local. Tremendamente aburrido, pero... Entonces alguien llamó a su puerta, sorprendiéndolo. -¿Y ahora qué? -gruñó. Sabía que no podía ser su secretaria. Rosa no tenía el menor respeto por una puerta cerrada. Volvieron a llamar. -De acuerdo, de acuerdo. Adelante. Deje de golpear y entre. La puerta se abrió lentamente y Mike parpadeó ante lo que vio allí. Fue como si un rayo de luz entrara en su oficina en forma de mujer. Era toda suavidad, desde la multicolor falda hasta la flotante blusa blanca que dejaba ver sus cremosos hombros.
El cabello rubio y rizado le enmarcaba un rostro ovalado, tan delicado como de porcelana. Miró a Mike con los más hermosos ojos azules que había visto en toda su vida. Tenía un cabello de ángel, unos ojos de ángel y una boca de ángel. Mike tardó un momento en darse cuenta de que no estaba respirando y otro más en recordar que los únicos ángeles que había conocido hasta ese momento eran los caídos. -¿Qué puedo hacer por usted? ¿Está segura de que no se ha equivocado de oficina? La misión Salve a un Alma está en la primera planta. -No estoy buscando la misión —dijo ella suavemente. También tenía voz de ángel. -Estoy buscando a Michael Parker -añadió. -Ya lo ha encontrado. -¡Oh, no! -dijo al tiempo que daba un paso adentro-. Usted no puede ser el señor Parker. -Suelo olvidar muchas cosas la mañana después de una fiesta, pero generalmente recuerdo mi nombre. -Lo siento. Supongo que ahora veo el parecido. Entonces la chica miró el periódico que llevaba en la mano y añadió: -Es sólo que no se parece mucho a su foto. Mike se acercó y tomó el periódico de sus manos. Era un pequeño reportaje sobre él y la revista era una semanal que se distribuía sobre todo en los asilos locales. Estaba escrito por Endora Jenkins, una ex cliente agradecida. La madre de Mike no habría hecho una mejor propaganda de su agencia. Mike no supo qué era peor, el titular del reportaje, que lo ponía como un cruzado del bien, o la foto suya. El mismo no se habría reconocido con ese esmoquin y esa sonrisa de espía de película. Le devolvió la revista a esa mujer. -Estaba haciendo un trabajo de incógnito -le dijo. -Oh. ¿Quiere decir que anoche estaba trabajando? Eso lo explica... todo -dijo ella observando su aspecto. No, no lo explicaba, quiso decirle Mike. Lo que había querido decir era que había estado trabajando cuando vistió ese esmoquin. Su apariencia actual, las zapatillas, los vaqueros gastados y la camiseta se parecía mucho más a la habitual. Pero no le podía decir eso. No cuando lo estaba mirando de esa manera y esa radiante sonrisa. También tenía una sonrisa de ángel... Deseó haberse afeitado esa mañana y se aclaró la garganta. -Normalmente no recibo sin cita previa. Pero si quiere pasar a la sala de espera y pedirle hora a mi secretaria... -Pero si no está. Mike se asomó y vio que ella tenía razón. Rosa no había ido a trabajar. -¡Maldita sea! Seguramente está pensando llamar de nuevo para decir que está
enferma. Para irse a visitar al doctor Blackjack en el casino. Cuando ella lo miró extrañada, él añadió: -Es un chiste. -Oh. Mike le ofreció asiento y le dijo: -Ya que está aquí, siéntese. -Gracias. Ella se sentó graciosamente y entonces le llegó a él una bocanada de su exótico perfume. Mike se sentó de nuevo detrás de su mesa. -¿Qué puedo hacer por usted? -Bien, señor Parker... -Llámame Mike. -Mike -repitió ella sonriendo tímidamente-. Me resulta muy difícil saber por dónde empezar. -¿Entonces por qué no empiezas por algo fácil? Como por ejemplo, tu nombre. -Me llamo Sara Holyfield. Y es Sara sin h al final. -Sara sin h -murmuró Mike mirando distraídamente sus pendientes. Para su sorpresa, representaban unas hadas desnudas que bailaban en cada una de sus orejas. Y al parecer había otra colgando de una cadena en su cuello; la miró fijamente hasta que se dio cuenta de que lo estaba haciendo. Entre todo el correo de varios días que tenía sin contestar sobre la mesa logró encontrar un cuaderno y lápiz. Apuntó el nombre de Sara y decidió averiguar algunas cosas básicas más, tales como su dirección y número de teléfono. -¿Aurora Falls, en Nueva Jersey? Has venido muy lejos a buscar a un detective. -Allí no había ninguno que me pudiera ayudar. -Cuéntame el problema y veré lo que puedo hacer. Sara asintió, pero seguía pareciendo reacia a continuar. Mike ya se había encontrado con clientes así, sobre todo en la primera reunión, así que trató de ponérselo fácil ofreciéndole un trozo de su chicle favorito. Sam Spade le habría ofrecido un cigarrillo, eran otros tiempos. Cuando ella lo rechazó, él se metió una barra en la boca y se acomodó en su silla con lo que esperaba fuera una auténtica expresión de padre confesor. -Relájate y tómate tu tiempo. Ella empezó a hablar y terminó jugueteando con las correas de su bolso. Tenía unas manos bonitas y las uñas bien cuidadas. No pintadas de ese horrible color rosa que solía usar su ex esposa, Darcy. A Mike le dio la impresión de que las manos de Sara serían cálidas y sedosas. Como todo el resto de su piel. -¿Hay algún problema con tu esposo quizás? Ella agitó la cabeza vigorosamente y las hadas se agitaron también. -No estoy casada. -¿Con tu novio entonces?
-Se ha ido a Texas. -¿Y quieres seguirle la pista? -No. Te aseguro que no quiero saber dónde está. -¡Muy bien! Bueno, quiero decir que mala suerte. -Supongo que debería empezar contándote un poco más de mí misma. Entonces ella se levantó y se acercó a la ventana. -¿Has tenido alguna vez una revelación? -No. Pero Mike estaba teniendo una ahora. Ella no llevaba sujetador y podía ver la sombra de sus pequeños senos, lo mismo que sus pezones. Su respuesta fue evidente, inevitable y muy masculina. Mientras masticaba furiosamente el chicle, se obligó a apartar la mirada. Aquella atracción no era nada profesional, pero no la podía evitar. La vida de un detective privado no era nada glamorosa. Normalmente era muy monótona. Después de meses soportando a hombres barrigudos y ancianitas, no era de extrañar que una chica así le afectara tanto. -Y entonces me di cuenta de que estaba desperdiciando mi vida y mi talento. Después de recibir la herencia de mi tía abuela Marilla. Dejé mi trabajo en el banco sin dudarlo y empecé a trabajar por mí misma al día siguiente. Mike la miró entonces y se dio cuenta de que se había apartado del sol. No supo entonces si se sintió aliviado o decepcionado. Ella se volvió lentamente y lo miró. -Lo que nos lleva a por qué estoy aquí. Necesito que me ayudes para colaborar en un caso. Mike parpadeó. Debía haberse perdido algo. -¿Eres detective? -Algo así -respondió ella levantando orgullosamente la barbilla-. Soy investigadora parapsicología. Mike se tragó el chicle y casi se atragantó. -¿Quieres decir... como una cazafantasmas? -No cazo fantasmas. Sólo exploro evidencias de fenómenos sobrenaturales. -Ah, eso. -También llevo una librería sobre estos temas y hago lecturas psíquicas. Mike la miró y ella le devolvió la mirada. Parecía tan tranquila como si le acabara de decir que era protésico dental. Suspiró. Magnífico. Se encontraba con una chica como ésa y, con su habitual mala suerte, resultaba un caso de locura. La vida era injusta. -Lo siento, pero no creo que te pueda ayudar. Yo siempre confino mis investigaciones a esta parte de la tumba. -¿No creerás que te voy a llevar a cazar fantasmas? Si es eso lo que temes, no te preocupes. Ella se apoyó entonces en la mesa y se inclinó. Mike se vio asaltado de nuevo por su perfume, y por el leve subir y bajar de sus senos.
«Vaya un desperdicio», pensó. -Lo siento. Creo que no he sido suficientemente clara. Estoy aquí en nombre de la señora Mamie Patrick. Está tratando de encontrar a su hijo. -Oh, un caso de personas perdidas. ¿Por qué no has empezado por ahí? Eso es diferente. Es... Mike fue a decir que normal, pero no se atrevió. No es la primera vez que alguien como esa tal señora Patrick, en su desesperación, recurría a alguien con supuestos poderes paranormales para encontrar a sus hijos. No estaba muy seguro de querer verse involucrado en algo así, pero su interés se vio lo suficientemente aumentado como para volver a tomar el cuaderno. -De acuerdo, siéntate. Y esta vez explícate con claridad, sin todo eso de la parapsicología. Es decir, dime sólo los datos fríos y duros. Sara se volvió a sentar. -Bueno, Mamie... la señora Patrick, se puso en contacto conmigo por primera vez hará un par de semanas. Su único hijo, John Francis, fue dado en adopción cuando tenía seis años. Para su paz mental, necesita desesperadamente volverlo a ver. Mike apuntó el nombre. -¿Cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que vio al niño? -John Patrick debe tener casi cuarenta años ahora. ¿Crees que hay alguna esperanza real de que lo puedas encontrar después de todo este tiempo? -Todo es posible. Aunque tengo que advertirte de que los registros de adopción en Nueva Jersey están sellados. Voy a tener que hablar yo mismo con la señora Patrick para ver qué pistas me puede dar, pero francamente, creo que deberías asegurarte que realmente quiere seguir con esto. Esas agradables reuniones de familia que se ven en televisión no siempre son así. Después de todo este tiempo, puede que sea mejor que se olvide de su hijo y siga con su vida. -Eso sería difícil -le dijo Sara tranquilamente-. Ella está muerta. -¿Qué? Mike apretó tanto el lápiz que agujereó el papel. -Que Mamie Patrick murió hace más de treinta años. -¿Quieres decir que esa clienta tuya es una... ? -Una manifestación sobrenatural. -Vamos a hablar claro. Un fantasma. -Bueno... eso. -¡Ah, demonios! Mike arrancó la hoja en la que había estado escribiendo, la arrugó y la tiró a la papelera. Luego se puso en pie y se acercó a ella. Sara lo miró alarmada cuando Mike la agarró de los brazos y la hizo ponerse en pie. -¡Señor Parker! ¡Mike! ¿Qué estás haciendo? -No es lo que estoy haciendo yo, muñeca. Es lo que vas a hacer tú. Marcharte. Luego empezó a arrastrarla a la puerta, pero Sara clavó los talones en el suelo.
-¿Qué pasa? ¿He dicho algo malo? -No mucho. Sólo has entrado aquí y me has pedido que trabaje para una mujer que lleva más de un cuarto de siglo criando malvas. -Ah, así que es eso. Sara se soltó entonces y lo miró retadoramente. -¿No crees en los fantasmas? -Por supuesto que no. -Pero acabas de decirme hace un momento que todo es posible. -Me refería a todo lo normal, no a cosas que salen por la noche. No creo en nada que no pueda ver, oír, oler o sentir. -Entonces eso significa que no crees en la intuición. Ni fe. Ni siquiera amor. Eso es muy triste. -Sí, trágico. Ya tenía su gracia que esa mujer se permitiera incluso el lujo de estar allí, mirándolo como si le tuviera lástima. Así que se dirigió a la puerta y se la abrió. -Lo siento, no te puedo ayudar, pero estoy seguro de que la señora Patrick y tú os las arreglaréis muy bien sin mí. Tal vez puedas localizar a ese tipo con tu bola de cristal. -No tengo ninguna bola de cristal. Si tuviera tal poder, no te necesitaría para que ayudaras a Mamie. -Si es una fantasma, ¿por qué no va volando a encontrarlo? -Porque ella está recluida en la vieja posada Pine Top, el último lugar donde vivió antes de morir. Las manifestaciones normalmente no pueden ir a donde quieren. -¿Los fantasmas tienen reglas? -Todo el mundo las tiene. -Y sucede que una de las mías es que no acepto clientes a los que no les pueda presentar la factura. Así que, si no te importa... Mike le indicó la puerta, pero Sara no le hizo caso y se puso a buscar en su bolso. -Si lo que te preocupa es no cobrar, no es necesario que lo hagas. Te puedo dar un talón ahora mismo. Mike se llevó una mano a la frente. Esa mujer no estaba recibiendo el mensaje. Cuando sacó el talonario, la tomó de la mano para detenerla. -Mira, querida, ahórrate el dinero. Tengo la sensación de que lo vas a necesitar. Los psiquiatras son caros. Ella se estremeció como si la hubiera golpeado. -Esperaba que fueras más abierto de mente. -¿Qué te ha dado esa idea? -Tu foto en el periódico. Tu rostro parecía muy sabio... y capaz de aceptarlo todo. Además de amable. -Esa era mi cara de sorpresa, me acababa de dar un flash en los ojos. -Pero yo estaba muy segura de que eras tú el que me iba a poder ayudar -
murmuró Sara casi para sí misma-. Lo pude sentir y, cuando confío en mis instintos, casi nunca me equivoco. Luego apretó los labios y volvió a mirar a Mike. -¿Te importaría dejarme sentir tu aura? -¿Mi qué? Pero ella le tomó la mano antes de que lo pudiera evitar y le miró la palma. Mike tiro de ella, pero Sara le suplicó. -Por favor, deja que te haga esta pequeña prueba. Luego te prometo que me marcharé y te dejaré en paz. Mike fue a negarse, pero no lo hizo cuando vio su mirada suplicante. ¿Por qué siempre se ponía así de tonto por unos ojos azules? -Esto no tendrá nada que ver con el vudú o algo así, ¿verdad? -Por supuesto que no. Ahora cierra los ojos. -¿Para qué? -No te voy a hacer daño, confía en mí. Hacía mucho tiempo que Mike no confiaba en nadie, pero suspiró y cerró los ojos. Entonces ella le pasó la punta de los dedos por la palma de la mano. -Relájate. Mike contuvo la respiración. No le iba a ser posible relajarse si ella seguía haciendo aquello. Realmente estaba empezando a disfrutar de ese roce cuando ella se detuvo. -Ahora yo voy a cerrar los ojos a bajar la mano hacia la tuya. Si lo hacemos bien, deberías sentir una corriente de poder entre nosotros. -Esto es estúpido -gruñó Mike y deseó seguir con las caricias. Se sentía como un perfecto idiota allí, con la mano extendida, como un botones esperando la propina. -Por favor. Concéntrate y mantén los ojos cerrados. Mike trató de hacerlo, pero siempre le había costado mucho no mirar, incluso cuando jugaba al escondite, de pequeño. Mantuvo un párpado entornado y se dio cuenta de que Sara estaba haciendo eso de buena fe, que se lo estaba creyendo. Estaba muy concentrada y se parecía a la Bella Durmiente. Si la heroína del cuento era como ella, no le extrañaba nada que el príncipe se arriesgara a salir chamuscado de su lucha con los dragones con tal de llevársela a la cama. -¿Todavía no sientes nada? -le preguntó ella. -No, nada. Pero se sorprendió al darse cuenta de que la mano le estaba empezando a temblar. Una extraña sensación le estaba empezando en la punta de los dedos y rápidamente se extendió por su brazo y el resto del cuerpo para transformarse en el más intoxicante destello de deseo que nunca hubiera conocido. Sara abrió los ojos de golpe y se encontró con los de él. -No lo has intentado de verdad. ¿No has sentido ningún impulso en absoluto? Mike agitó la cabeza. Oh, sí que estaba sintiendo muchos impulsos, pero temía
que Sara no los aprobara. -Vamos a intentarlo otra vez -murmuró él-. Cierra los ojos. Ella pareció un poco extrañada, pero obedeció. Se quedó delante de él, con los labios semiabiertos, como una invitación inconsciente. Aquello era demasiado fácil, pensó Mike. Debería avergonzarse de sí mismo. Debería resistir la tentación, pero no fue capaz de contenerse. Se inclinó y cubrió la boca de ella con la suya. Sintió que Sara se tensaba por la sorpresa, pero él también se sentía un poco sorprendido. Nunca antes había besado tan delicadamente a una mujer. Por lo menos, así empezó. Pero cuando Sara no se resistió, él la tomó en sus brazos y profundizó el beso. Ella sabía como olía, todo suavidad, inocencia y seducción. La besó con cada vez más ansia, pasión y calor. Un calor que le llegó hasta sitios que nunca antes había sabido que hubieran estado fríos. Capítulo 2 Sara se agarró a los poderosos hombros de Mike, saboreando su boca con todos los sentidos, hasta con el sexto. Desde que había pasado por esa puerta, esa entrevista no había ido como se había imaginado. No sólo Mike Parker había resultado ser más duro de lo que se esperaba, sino que ahora la estaba besando de una forma que le estaba poniendo los pelos de punta. Cualquier protesta que se hubiera podido imaginar, se vio acallada por la maestría de Mike. El bolso se le cayó de entre los dedos mientras ella se sentía como flotando. Sólo cuando la lengua de él le rozó los labios, explorando más todavía su boca, le entró la alarma y luchó por liberarse. La respiración de él era agitada cuando la miró parpadeando. Por un momento él pareció tan mareado como ella. Sara nunca en su vida había experimentado un beso como ése. Habría sido maravilloso... si él lo hubiera hecho en serio. Pero Mike ya se estaba recuperando rápidamente. El gesto cariñoso de su boca se había transformado ya en su habitual mueca sarcástica. -Lo siento—dijo-. Parece que mi aura se ha descontrolado un poco. Sara sintió las mejillas calientes, pero esta vez de humillación. Mike seguía sujetándola por la cintura, así que apoyándole las dos manos en el pecho, se apartó de él. -No tienes que creer las mismas cosas que yo -dijo ella-. Pero tampoco tienes que reírte de mí. -No me estaba riendo de ti. -¿Entonces cómo llamas a esto? -respondió ella señalándose los labios. -Te estaba besando. No puedes ponerte a sentir el aura de un tipo y no esperar que reaccione. -No era esa la clase de reacción que se supone... oh, no importa.
Sara recogió su bolso del suelo y trató de recuperar también lo que le quedaba de dignidad. Para cuando se volvió a levantar logró mirar calmadamente a Mike. -Siento que seas un hombre tan infeliz. Pero eso no te da el derecho a reírte y hacerles daño a los demás. -No soy infeliz, sólo tengo resaca. Así que, si no te importa, cierra despacio la puerta cuando salgas. -Me voy. Pero eso no cambia nada. Eres un hombre miserable y solitario con un aura muy alterada, llena de amargura y un dolor que es tan antiguo como... como tu herida. -¿Herida? -le preguntó Mike frunciendo el ceño-. ¿Qué herida? Sara parpadeó cuando se dio cuenta de las palabras que acababa de decir. Miró a Mike y, de repente, se le apareció una imagen de su glorioso torso con todo detalle. Todo fuerte y bronceado, salvo... -Tienes una cicatriz en el hombro izquierdo -le dijo. Mike abrió mucho los ojos. -¿Tienes rayos X en los ojos o algo así? -No -respondió ella ruborizándose como si la hubiera pillado mirando por la cerradura mientras él se duchaba-. Ya te dije que tengo algunos poderes. A veces me vienen esas percepciones. Esa cicatriz de tu hombro te llega al alma, Mike Parker. Fue hecha por algo frío y... afilado. ¿Tal vez un cuchillo? Con una larga... -Ya basta. ¿Quién te ha contado esto? -Nadie, no sé lo que quieres decir. -O bien cualquier idiota con un estúpido sentido del humor te ha mandado aquí para fastidiarme o bien eres algo raro. En cualquier caso, te quiero fuera de mi oficina. ¡Ya! Sara retrocedió cuando Mike se acercó amenazadoramente. -Lo siento si te he molestado, pero te aseguro que no me ha mandado nadie. He venido porque sinceramente necesito tu ayuda. ¿Qué voy a hacer para buscar a John Patrick? Si no aceptas el caso, por lo menos podrías... -¡Fuera! Antes de que Sara pudiera decir nada más, se encontró arrastrada a la fuerza fuera de la pequeña oficina. Luego Mike cerró la puerta dando un portazo de tal calibre que temblaron las paredes. -Recomendarme a otro detective... Sara terminó la frase y se dio cuenta de que estaba sola. Sintió que Mike Parker había cerrado más puertas que la de su oficina. Cualquier percepción extrasensorial que hubiera tenido sobre él había cesado tan abruptamente como si hubieran colgado el teléfono. -No has venido hoy aquí para hacerle una lectura mental ni para desnudarlo mentalmente -se dijo a sí misma-. Has venido para contratar a un detective. Y en eso había fallado miserablemente. Sara miró de nuevo la puerta cerrada de Mike y suspiró frustrada.
-¿Y qué voy a hacer yo ahora? Había estado tan convencida de que Mike era el hombre que la iba a ayudar... Ya había intentado todo lo que se le había ocurrido, incluso había puesto un anuncio en el periódico, pero no había recibido ninguna respuesta, así que la simpática señora Jenkins le había sugerido que contratara a Mike Parker y le enseñó el artículo en cuestión. Sara había ido a Atlantic City con grandes esperanzas, se imaginaba que se iba a encontrar a un hombre mezcla de Sherlock Holmes, Hércules Poirot y James Bond. Pero en vez de eso, se había encontrado con una versión más vieja de un chico del EastEnd, esbelto y atractivo con sus vaqueros gastados y su camiseta. Duro y hábil de palabra. Pero a pesar de su desconcertante apariencia y el aspecto pobretón de su oficina, le daba la impresión de que Mike era muy bueno en su trabajo, cuando se lo proponía. La inteligencia brillaba en esos ojos castaños y su mandíbula indicaba su tenacidad. Sara le dio la impresión de que podía haber encontrado fácilmente al hijo de Mamie si le importara algo. Pero después de ese breve encuentro, Sara se había dado cuenta de que ése era siempre el truco con el señor Parker, hacer que algo le importara. Y eso estaba más allá de sus habilidades, pensó. Tal vez hubiera persuadido a Mike que aceptara el caso si se lo hubiera presentado de otra forma, como un simple caso de persona desaparecida y no le hubiera hablado de fantasmas, auras y demás. Sólo había un problema con eso, estaba cansada de disimular. Lo había hecho durante demasiados años, ocultando sus extraordinarias percepciones que la hacían sentirse extraña y diferente de todos los demás y que a menudo hacían que le pusieran la etiqueta de loca, incluso los de su misma familia. El año anterior había desarrollado el valor suficiente para mirarse al espejo y decirse: -Mis capacidades psíquicas son reales y naturales, tanto como el color de mis ojos o de mi cabello. No estoy loca. Y ciertamente no necesitaba que un cínico como Mike Parker la destruyera su recién encontrada confianza. Se llevó una mano a la boca, donde todavía sentía el beso de Mike. Ni tampoco que la causara otros disturbios de una naturaleza nada espiritual. -No -se dijo mirando por última vez a la puerta del despacho de Mike—. Me las arreglaré bien sin los servicios del señor Michael Parker. Mike bajó las persianas y miró por entre las lamas como Sara salía del edificio. Frunció el ceño, todavía no estaba muy seguro de lo que se esperaba, tal vez que ella se encontrara con alguno de esos idiotas del Boom Boom's para reírse de la broma que le acababan de gastar al idiota de Mike. O, tal vez alguien más siniestro de su pasado, saliendo de entre las sombras para darle la enhorabuena a Sara por su buena actuación. Algo como la primera parte de una bien elaborada venganza contra él. Pero lo cierto era que nada de eso le encajaba con esa chica.
Sara no estaba haciendo nada más siniestro que pasear distraídamente por la acera, completamente inconsciente de lo que la rodeaba y de los comentarios obscenos que levantaba entre los albañiles de la obra de al lado ni del interés que estaba despertando en una banda de jovenzuelos de la calle que había en una esquina. La oficina de Mike no estaba precisamente en un barrio residencial. Se puso tenso hasta que Sara paco un taxi y se marchó de allí. Se dijo a sí mismo que eso no era una reacción impulsada porque ella le importara, sino porque quería asegurarse de que realmente se marchaba. Dejó de mirar. Ahora que tenía la oportunidad de calmarse, pensó que Sara había estado actuando por ella misma, que no era más que lo que parecía, un ángel con el halo un poco demasiado apretado. Pero una voz interior le dijo que realmente lo había impresionado por un momento. Y de varias maneras. —De eso nada —dijo en voz alta, tratando de negar, tanto la atracción que había sentido por ella como el hecho de que hubiera logrado impresionarlo de verdad. ¿Ni siquiera en ese momento, cuando ella había parecido que miraba directamente a través de él, con esos ojos azules tan claros y sinceros, tan inquisidores? No, ni siquiera entonces. Pero Mike se sintió un poco incómodo. No tenía ninguna objeción a que las mujeres trataran de ver a través de sus ropas, pero no quería que alguien llegara más profundo que eso. Había sitios en los lugares más oscuros de su mente a los que ni él quería ir, recuerdos que no quería que afloraran a la luz del día. Pero Sara Holyfield no era una telépata. Tenía tantos poderes paranormales como... como la planta que su secretaria tenía sobre la mesa. Entonces, ¿cómo había sabido lo de su herida? Mike se encogió de hombros. Seguramente por intuición. Tal vez hubiera sentido el relieve de la cicatriz cuando se habían besado. ¿Y el cuchillo? Una suposición, seguro. Se sentó de nuevo y pensó en lo que ella le había dicho, que había ido a él porque necesitaba sinceramente su ayuda. La conciencia le remordió. No tenía que haber sido tan rudo con la pobre chica, pero ella ya encontraría a otro investigador privado. Seguro que había alguno que estaría encantado de jugar a los cazafantasmas con ella y, de paso, quitarle un poco de dinero. Ese era otro pensamiento desagradable que se quitó de encima. No, había hecho bien librándose de Sara. Porque una mujer que creía que podía leer las mentes y ver fantasmas no podía causar más que problemas. Su bonito rostro, todo vulnerable e inocente, podía llenarle la cabeza a un hombre de estúpidos impulsos nobles para luchar con los impulsos más básicos que su cuerpo despertaba en él. Y vaya un cuerpo, pensó recordando la forma en que se habían besado y el aspecto de sus senos a contraluz. Todavía quedaba algo de su perfume en el aire. Era casi como si ella se hubiera dejado detrás una especie de aura.
¿Un aura? Mike se incorporó súbitamente en el sillón. ¿De dónde había salido ese pensamiento? ¿De verdad que había salido de él? ¡Vaya! Si empezaba a tener pensamientos acerca del aura de Sara iba a necesitar salir de allí un rato, tomarse un café y algo de desayuno. Sí, eso era lo que le pasaba, que tenía el estómago vacío. Salió al calor y el ruido de la calle justo a tiempo de ver a un chico de cabello azul de punta pintando un graffiti sobre el cartel de su oficina. -¡Hey! El chico dejó el bote de pintura y echó a correr. Maldiciendo, Mike lo persiguió casi la mitad de la manzana, pero la resaca pudo con él. Volvió a su portal y vio que, en vez de las obscenidades habituales, el chico sólo había alterado un poco el cartel. Mike suspiró, encontró unas servilletas de papel en el cubo de la basura y se puso a frotar la pintura antes de que se secara. Mientras lo hacía, se olvidó de una de sus reglas principales, estar siempre consciente de lo que sucedía en la calle a su alrededor. No se dio cuenta de que tenía compañía hasta que alguien le tocó en el hombro. Se dio la vuelta y se encontró con un gorila vestido de chofer. Las facciones le resultaban conocidas. Sobre todo la nariz, ya que se la había roto él. Lo que no recordaba muy bien era el nombre del animal ése, tal vez Greg o George, pero sí que se acordaba perfectamente del hombre a quien servía. A Xavier Storm. Todos los músculos de su cuerpo se tensaron, pero lo disimuló. -Vaya, vaya, ¿no es George de la selva? ¿Qué te trae por esta parte de la ciudad? El zoológico está muy lejos. El rostro del gorila se arrugó cuando frunció el ceño. -Tú llámame señor George, Parker -dijo señalándole con el pulgar una limusina que estaba aparcada delante-. Es señor Storm te está esperando en el coche. Quiere tener unas palabras contigo. -Yo tengo una para él. -Eso son cuatro palabras -dijo George. -¿Vaya! ¡El mono sabe contar! Mike fue a alejarse, pero George lo agarró por un brazo. Mike lo miró amenazadoramente, pero el tipo sólo apretó más todavía. -El señor Storm no tiene tiempo para perderlo contigo, chico listo. Me ha pedido que te lleve a su presencia y eso es lo que voy a hacer. Ahora, vas a venir por las buenas o por la malas, tú decides. Mike apretó un puño. Su primer impulso fue darle un puñetazo en el plexo solar a ese gorila. No supo lo que lo detuvo. Eso era lo que habría hecho si fuera más joven. Pero tal vez por fin estaba haciéndose mayor y más sabio. O tal vez recordaba demasiado bien el resultado del último encuentro que tuvo con George, tres costillas
rotas, la mandíbula dislocada y una noche en comisaría. O, tal vez estaba sintiendo de nuevo esa tentación que le había causado más de un problema en su vida, la curiosidad. Hacía un par de años que no se había cruzado con Xavier Storm y no se habían separado muy amigablemente. ¿Qué podía querer ahora de él? Después de una breve duda, Mike se obligó a relajarse. -Muy bien -dijo al tiempo que se soltaba del agarre de George-. Iré a ver a tu jefe. No me vuelvas a poner la zarpa encima. No me gustaría tener que hacer algo que te estropeara ese bonito uniforme. George gruñó, pero retrocedió un paso. Cuando Mike se dirigió al coche George lo miró como un perro de presa dispuesto a saltar sobre su víctima si se le ocurría escapar. La limusina estaba aparcada en un lugar prohibido, algo muy propio de la arrogancia de Storm. Ese tipo se creía que era el dueño de la ciudad, no sólo de su casino. George se adelantó para abrirle la puerta y apenas le dio tiempo a Mike a entrar antes de cerrarla de un portazo. El interior estaba mucho más lujosamente decorado que su oficina, tapicería de cuero oscuro, un minibar, televisión y un ordenador portátil con su impresora. Todo tan distinguido y caro como el hombre que estaba sentado en la esquina opuesta, hablando por su teléfono móvil. Xavier Storm le hizo una breve seña y continuó su conversación, que parecía más que nada en dictar órdenes al que fuera. Era un tipo que podía haber salido de las páginas de una revista de moda para hombres, ni uno solo de sus cabellos negros estaba fuera de su sido, todo en él era perfecto y caro. Daba la impresión de riqueza y poder, casi de un depredador. Mike supuso que Storm se creería guapo, si a alguien le gustara ese aspecto arrogante que, al parecer, gustaba a tantas mujeres, incluyendo a la ex esposa de Mike. El chofer instaló su corpachón tras el volante y Storm apretó un botón que hizo que subiera un panel que los aisló de él. -Muy íntimo-. Murmuró Mike impacientemente. Aquel espacio era lo suficientemente grande como para transformarse en una cama y una imagen desagradable le pasó por la cabeza. Allí era donde Storm había seducido a Darcy. ¿O tal vez su ex mujer había merecido que Storm se permitiera una habitación de hotel? Ese pensamiento ya no tenía el poder de provocarle un ataque de celos, pero las frías cenizas de su odio por Storm permanecían allí. Aunque no hubiera sucedido ese episodio con Darcy, Storm no le gustaba nada. Había algo en ese hombre y su arrogancia que sacaba a relucir un aspecto de Mike que no le gustaba. El dinero y la clase de Storm eran como si le dieran una bofetada en la cara, un recordatorio constante de quién era y de dónde venía. El hijo de un perdedor. El pequeño Mickey Parker, el niño de la calle que valía más muerto que vivo incluso a la edad de doce años.
Mike sintió la amargura habitual y pensó que aquello se podía ir al infierno. Fue a abrir la puerta y entonces descubrió que estaba cerrada y no se veía un botón de seguro por ninguna parte. En ese momento Storm terminó su conversación, cerró el teléfono y lo dejó sobre el minibar para mirar a Mike a continuación con una sonrisa educada. -Siento haberlo hecho esperar, señor Parker —dijo con una voz acariciadora— Me alegro de que haya estado de acuerdo en reunimos con tan poco tiempo de antelación. Mike lo miró fijamente. -No es que tuviera muchas más opciones. -El señor George es un empleado muy devoto. Pero le ruego me disculpe si se ha excedido en su celo por cumplir mis órdenes. Confío en que no le haya apartado de nada importante. ¿Puedo ofrecerle algo? ¿Una bebida tal vez? ¿O una navaja de afeitar? -No, gracias, Storm. Si quisiera cortarle el cuello habría traído la mía. Un destello de diversión apareció en los verdes ojos de Storm. -¿No detecto un poco de hostilidad, señor Parker? Después de todo este tiempo, había pensado que el pequeño malentendido que tuvimos ya estaba olvidado. Después de un momento de pausa, Storm continuó: -¿Cómo está Dulcie? Mike apretó la mandíbula. El muy cerdo ni siquiera recordaba su nombre. -Darcy está bien, por lo que sé. Probablemente le vaya muy bien en Florida, con todo el dinero que me sacó con el divorcio. -Es una lástima que no tuviera un contrato prematrimonial. Seguramente no se imaginaría que iba a tener una relación permanente con una mujer que se encontró en una tarta. -Y usted lo sabe todo acerca de relaciones permanentes, ¿no? ¿No ha salido en los periódicos su tercer divorcio? En la mayoría de los juegos de pelota, puedes fallar tres golpes y luego, fuera. Por un momento, la impenetrable máscara que era el rostro de Storm se reflejó algo que bien podía ser dolor en otra persona con el corazón menos frío que él. -Tal vez sería mejor que fuéramos al grano -dijo. -¿Oh? ¿Tiene alguna razón para hacerme perder el tiempo? Me muero de ganas de oírla. -Tengo razones para creer que puede que pronto recibirá la visita de una mujer requiriendo los servicios de un detective. Una mujer de Aurora Falls llamada Sara... Sara... Mike lo miró. No había sabido muy bien a qué venía esa pequeña reunión, pero ni se le había ocurrido que fuera por eso. Estaba tan sorprendido que se olvidó de que no tenía que dar nada de información. -Holyfield. Sara Holyfield.- Storm entornó los párpados. -Así que ya ha ido a verlo.
Aquello era una afirmación, pero Mike no le estaba prestando atención. Todavía no podía hacer la conexión entre esos dos. ¿Sara y Storm? Era como imaginarse a un ángel charlando amigablemente con el diablo delante de unas tazas de té. -¿Conoce a Sara Holyfield? -le preguntó incrédulo. -Digamos que sé de ella. -Me sorprende, Storm. Creía que los duros hombres de negocios como usted sólo hacen negocios con las cosas de este mundo. ¿Qué pretende? ¿Tratar de encontrar la manera de llevársela con usted? Cuando Storm frunció el ceño, confundido, Mike disfrutó insistiendo. -Parece que sus fuentes no se lo han dicho todo. ¿No le han contado que Sara se dedica a la parapsicología? Es una especie de médium. Luego añadió bajando la voz y con tono misterioso: -La chica trata con fantasmas, Storm. Por un momento Storm pareció desconcertado, y luego irritado. -Ese aspecto particular de la vida de la señorita Holyfield no me interesa. Lo que me importa son sus razones para ponerse en contacto con usted. Ha venido para solicitarle que se haga cargo del caso de una persona perdida, ¿no? Para que busque a un hombre llamado... John Patrick. -¿Y si es así? ¿Qué tiene que ver con usted? -Simplemente esto: no quiero que se le encuentre. Mike lo miró fijamente, extrañado. -No sé lo que ha hecho que la señorita Holyfield se meta en esto -continuó Storm-, pero le aseguro que el asunto la sobrepasa. Así que era eso. Si Sara se había metido inadvertidamente en algo que molestara a Storm... Ahora los instintos de detective de Mike estaban en completa alerta. -Si sabe algo que pueda beneficiar a mi cliente, creo que será mejor que me lo cuente, Storm -le dijo Mike, olvidándose de que había echado a Sara de su oficina y le había dicho que se buscara un buen psiquiatra. -Lo único que su cliente tiene que saber es que tiene que dejar su búsqueda de John Patrick. Debe usted aconsejarla que lo haga y, si se niega a hacerle caso, será mejor para usted dejar el caso, señor Parker. -¿Es eso alguna clase de amenaza, Storm? -Considérelo una oferta. Estaría dispuesto a triplicar sus honorarios habituales si puede persuadir a la señorita Holyfield para que abandone su tonta búsqueda. -¿Y qué le hace pensar que me puede comprar como a un traje barato? Los insolentes ojos de Storm lo recorrieron de arriba abajo. -Porque, mi querido señor Parker, probablemente podría calcular todo lo que tiene hasta el último penique. Y, me temo que la suma sería en peniques, además. A Mike le habían dicho que no valía nada de formas mucho más rudas, pero nunca le habían molestado tanto como esa forma elegante de hacerlo. Le dijo en pocas palabras lo que podía hacer con su dinero y fue a abrir la puerta, pero soltó una maldición. Se había olvidado de que era virtualmente un prisionero en
ese lujoso burdel sobre ruedas. -Lo siento si mi falta de tacto lo ha ofendido, señor Parker, a pesar de que no le caiga bien, yo no le deseo ningún mal -dijo Storm en un tono más conciliador-. Admiro su talento y creo que están siendo completamente desperdiciados al empeñarse en llevar esa agencia. Hace años, cuando nos conocimos, ya le dije que quería contratarlo para que llevara la seguridad de mi casino. -Bueno, tal vez debiera haber dedicado más tiempo tratando de tentarme a mí y memos a mi esposa. Entonces no me interesó trabajar para usted y ahora tampoco, así que le sugiero que abra esta maldita puerta antes de que lo intente yo, digamos que tirando por la ventana ese bonito ordenador. Su mirada enfadada chocó contra la de Storm. Luego Storm bajó los párpados velando sus ojos y apretó un botón a su lado, con lo que la puerta se abrió por fin. Mike salió, pero antes de que se pudiera incorporar, la sedosa voz de Storm surgió del interior. -Parker, una última cosa. Sería inteligente por su parte que dejara este caso. -Nunca he sido famoso por mi inteligencia. Que tenga un buen día, señor Storm. Mike cerró de un portazo y echó a andar por la acera sin mirar atrás. Atravesó la calle sin hacer caso al semáforo y casi lo atropello un taxi, pero continuó ciegamente unas cuantas manzanas más antes de tranquilizarse. Cuando se detuvo por fin para recuperar la respiración, estaba más irritado consigo mismo que con Storm. Le irritaba que, después de todo ese tiempo, ese tipo siguiera irritándolo. -Vaya una mañana -murmuró. Primero la reina de los gitanos y luego el rey del casino, los dos unidos por un fantasma y un tipo perdido llamado John Patrick. Era como meterse de cabeza en una vieja película de misterio, habiéndose perdido el principio. Pero no era su misterio, se recordó a sí mismo. Entonces, ¿por qué había dejado que Storm se creyera que había aceptado a Sara como cliente? La respuesta era muy sencilla. Por primera vez desde que lo conocía, el suave y educado señor Storm había parecido a punto de ponerse a maldecir como cualquier tipo normal. Tanto si estaba vivo como muerto, ese tal John Patrick evidentemente representaba una especie de amenaza para Storm, lo que significaba que tenía algo que esconder, algo que no sorprendía a Mike lo más mínimo. Nadie amontonaba tal cantidad de dinero de una manera completamente honrada. Esa era una verdad amarga que Mike había aprendido hacía mucho tiempo observando a su propio padre. La única diferencia que había entre Storm y su padre era que Storm parecía ser mejor jugador. Pero tal vez la suerte estaba empezando a terminársele, pensó sonriendo. Le debía una a Storm desde hacía mucho tiempo y no sólo por el asunto de Darcy. Más que nada porque no le gustaba nada esa clase de hombre. Y, detrás de toda esa educación y esa prominente familia de Philadelphia, siempre había tenido la impresión de que Xavier Storm era un fraude por todo lo alto.
Cuanto más lo pensaba, más le atraía ese asunto del tal John Patrick. ¿Pero estaba seguro de que era eso lo que lo atraía? ¿No sería más bien una excusa para volver a ver a esa rubia con cara de ángel? -¡De eso nada! -exclamó en voz alta. Pero volvió a acordarse de lo que había sido tener a Sara en sus brazos. Pero no le atraía nada la idea de estar cerca de una mujer que podía ponerse pesada con eso de leer los posos del café y luego podía empezar a querer leerlo a él. Si decidía ponerse a buscar a ese John Patrick, lo haría él solo. Lo podía hacer perfectamente sin los servicios parapsicológicos de la señorita Sara Holyfield. Mucho después de que Mike Parker hubiera salido de la limusina, ésta seguía aparcada en el mismo sitio. Xavier Storm seguía allí dentro, con la cabeza apoyada en las manos, mostraba una preocupación como nunca le había sido vista por nadie. El chofer, preocupado, bajó la mampara, se giró en su asiento y miró extrañado a su jefe. -¿Está bien, jefe? ¿Se ha ocupado de ese asunto con Parker? Storm se enderezó y suspiró largamente. -No, lo he llevado muy mal. Me temo que he confiado demasiado en mi suerte, señor George. Un error que raramente cometía, pero su calma habitual se había alterado desde que leyó ese anuncio en los periódicos y se dio cuenta de que alguien estaba buscando a John Patrick. ¿Por qué? ¿Después de todos esos años? Cuando se recuperó de su sorpresa inicial, empezó algunas averiguaciones discretas sobre la persona que había puesto ese anuncio y entonces descubrió que la situación había empeorado. El día anterior, por la mañana, la señorita Holyfield había informado al periódico que retiraba el anuncio para iniciar una búsqueda más directa. Salía para Atlantic City para contratar a un famoso investigador privado, el señor Michael Parker. Sonrió amargamente. -De todos los detectives de Nueva Jersey, ¿por qué ha tenido que elegir a Mike Parker? -murmuró. -No lo sé, jefe. ¿Pero qué va a hacer? Si Parker y Holyfield descubren la verdad sobre John Patrick... -¿Si lo consiguen, señor George? -dijo Storm con su habitual tono de voz-. Bueno, sólo tenemos que asegurarnos que no lo hagan. Capítulo 3 Mike condujo su Mustang descapotable color rojo por las calles de Aurora Falls. Hacía mucho calor y maldijo la idea de haberse vestido correctamente para la ocasión con un blazer azul marino, su mejor camiseta y sus habituales vaqueros, pero más nuevos y limpios esta vez. Por fin encontró la calle principal y pasó por un centro comercial, preguntándose
cómo iba a encontrar a Sara y el recibimiento que ella le daría, teniendo en cuenta la forma como se había librado de ella. Estaba pensando en ello cuando frenó de golpe. En una de las tiendas del centro comercial se veía un gran ojo que abría y cerraba mecánicamente los párpados y debajo había un cartel anunciando el nombre de la tienda. El Ojo Omnisciente, Librería de la Nueva Era. Sonrió y se dio cuenta de que estaba interrumpiendo el tráfico cuando alguien tocó el claxon detrás de él. Aparcó el coche, puso unas monedas en el parquímetro y se dirigió a echarle un vistazo al escaparate de la tienda de Sara. Se rió cuando pensó en el efecto que debía hacer ese anuncio del ojo en las sofisticadas tiendas que había alrededor. Le gustó el desafío de Sara. Luego entró por la puerta, acompañado por el ruido de unas campanillas. Dentro la música ambiental consistía en una grabación de trinos de pájaros, lluvia y gritos de monos. La impresión de estar en una selva se vio reforzada por las plantas que había por todas partes. Aunque era pequeña y abarrotada, la tienda de Sara parecía fresca y tranquila, en comparación con el calor y el tráfico de fuera. Olía a libros y a incienso. La tienda parecía desierta, pero al fondo vio una puerta cubierta por una cortina. Se dirigió hacia allí y, detrás de una mesa de madera con una antigua caja registradora, estaba Sara, absorta con un libro. No parecía haberse dado cuenta de que hubiera entrado alguien. Cualquiera la podía robar sin problemas. Pero tal vez ella no tuviera esa clase de problema en una tienda como ésa. Tal vez robar libros de esa clase se consideraba que estropeaba el karma. Se detuvo un momento para observarla antes de anunciar su presencia. Era tan hermosa y angelical como la recordaba. Las gafas que llevaba intensificaban la solemne intensidad de sus ojos azules, haciéndola parecer al tiempo dulce, sexy y... Esos eran exactamente los mismos pensamientos que lo metieron el día anterior en problemas con Sara Holyfield, así que se contuvo. Estaba allí por negocios estrictamente. Para descubrir lo mucho que Sara sabía de John Patrick y luego saldría de aquella cueva de brujas a toda prisa. Mike avanzó un paso y se aclaró la garganta. -¿Sí? ¿En qué puedo ayudarle? -preguntó Sara levantando la vista del libro de mala gana, pero con una brillante sonrisa. Su mirada chocó con la de él y se quedó helada. Su sonrisa se esfumó y eso le dolió a Mike. Pero no podía haber esperado otra cosa. -Señor Parker -dijo ella-. Mike... qué sorpresa. Mike le dedicó la más encantadora de sus sonrisas. —Sí, lo supongo. Pasaba por aquí, vi la tienda y me dije que podía ver cómo estabas. -¿De verdad? -le preguntó ella dudosamente-. La verdad es que, después de ayer no esperaba volverte a ver. -Bueno...
Mike se dio cuenta de que ahora era necesaria una disculpa directa y sincera. -La verdad -añadió-, es que no estaba sólo de paso. He venido con el propósito de encontrarte. Desde que abandonaste mi oficina, no dejo de pensar que fui un poco brusco contigo. -¿Un poco? Me acusaste de ser una charlatana y una lunática. Me diste con la puerta en las narices. Eso lo dijo muy tranquila, pero Mike se dio cuenta de que estaba dolida. Lo cierto era que hubiera preferido que le tirara su bola de cristal a la cabeza. Mike suspiró y se apoyó en la mesa. -Mira, Sara, lo siento de verdad. Sé que me comporté como un verdadero animal. Supongo que ese día... tenía mal el aura. Pero dame otra oportunidad, ¿de acuerdo? Luego se inclinó sobre ella y la miró a la cara antes de añadir: -Hoy tengo el aura mucho mejor. ¿Quieres sentirla? -No, gracias -dijo ella sonriendo levemente. Entonces se arriesgó a mirarlo y él se dio cuenta de que la luz había vuelto a esos ojos. Se quedaron mirándose por un largo momento y a Mike le dio la impresión de que, de repente hubiera cambiado el aire en la tienda, haciéndose más cálido y pesado. No sabía por qué, sólo se encontró inclinándose, atraído por esos grandes ojos azules, ansiando besar de lleno a Sara en la boca. Sus labios estaban separados sólo por unos milímetros cuando Sara parpadeó y se apartó instantáneamente. -Bueno, ha sido un detalle por tu parte el que te pases por aquí. Mike se incorporó preguntándose una vez más qué demonios le había pasado. Tenía que recordar para qué había ido allí. Ya era hora de poner todas las cartas sobre la mesa. -La verdad -confesó-, es que no he venido a Aurora Falls sólo para disculparme. -¿Oh? ¿Entonces para qué, Michael? -Sucede que, inesperadamente, he terminado algunas de las cosas en las que estaba trabajando, así que ahora tengo algo de tiempo disponible. He reconsiderado el caso que me presentaste y he decidido aceptarlo, después de todo. -Oh. ¿Oh? ¿Eso era todo? Mike se sintió picado. No era que se hubiera esperado que ella se le echara encima llena de gratitud, pero no le habría venido mal que le demostrara algo más de entusiasmo. Tal vez no lo había entendido, así que añadió: -Lo que quiero decir es que te puedo ayudar a buscar a ese tal John Patrick. ¿Se llamaba así? Sara asintió. -¿Por qué? -¿Por qué? ¿Por qué, qué? -¿Por qué has cambiado de opinión tan de repente? Mike pensó que debería haberse imaginado que ella le iba a preguntar aquello, pero no estaba dispuesto a decirle que estaba allí para fastidiar a Xavier Storm, que
había pensado que ese tal John Patrick podía ser la llave de algo. De alguna manera, no se podía imaginar a ese ángel pensando que la venganza fuera un buen motivo para algo. -Ya te lo he dicho. Tengo algún tiempo libre y tu caso parece... hum, interesante. Y no me vendrá mal un poco de trabajo. Eso es todo. -¿Lo es? Ella le dedicó una de esas miradas que no le gustaban nada, suave, clara e inquisidora. Mike no sabía si lo de la parapsicología era verdad, pero por si acaso, bloqueó sus pensamientos hasta que Sara dejó de mirarlo. -Sí, ésas son mis razones -insistió-. Ahora, si tienes tiempo para darme algunos datos... Me gustaría empezar hoy mismo. Sara no contestó inmediatamente. Frunció el ceño y luego dijo: -Lo siento mucho, Michael, pero me temo que has hecho un largo viaje para nada. Ya no necesito tus servicios. -¿Por qué? ¿Has contratado a otro detective? A Mike le sorprendieron los celos que lo asaltaron. Para su alivio, Sara agitó la cabeza. -No, simplemente he decidido que yo me las puedo arreglar para encontrar sola a John Patrick. Saqué este libro de la biblioteca local ayer por la tarde. -¿Un libro? ¿Qué libro? Sara le ofreció el libro que había estado leyendo. -¿Tú También Puedes Ser Detective en Diez Días o Menos? Por John L. Geyser. Ah, claro. Y supongo que este tal Geyser ha tardado una semana por lo menos en escribir esta cosa. Sara le quitó el libro. -Debería haber sabido que te reirías de él. -Hey, no, creo que es magnífico. Me gustaría que me dijeras dónde está esa biblioteca para ver si encuentro un libro. Cómo Transformarte en un Parapsicólogo con Poderes de la Noche a la Mañana. -No seas ridículo -dijo ella un poco divertida-. Por supuesto, todo el mundo tiene algunas habilidades parapsicológicas, pero son necesarios años para desarrollarlas si no se tiene una fuerte aptitud natural para ello. -Como la habilidad para ser un buen detective, ¿no? Ella suspiró. -De acuerdo, pero eso no cambia nada. Sigo pensando que no debo contratarte. -¿Por qué no? Ayer parecías muy convencida de que yo era el hombre adecuado para ese trabajo. -Pero eso fue antes... Cuando ella dudó, Mike continuó. -¿Antes de que te vieras expuesta a toda la fuerza de mi encantadora personalidad? -No quiero herir tus sentimientos, Michael. Pero tienes un aura muy alterada. Eres un hombre muy cínico y me temo que ya he tratado con demasiado cinismo en mi
vida. Incluso cuando era pequeña recuerdo los susurros que provocaba mi paso. Allá va Sara Holyfield, la chica que se cree que tiene poderes, la loca que se imagina que pueda hablar con los fantasmas. Y ésa era la gente amable. No te puedes imaginar lo que decían los demás. Oh, sí que podía. Demasiado bien. El mundo estaba lleno de asnos sabios como él mismo. Entonces se dio cuenta de algunas de las cosas que le había dicho a Sara. Y allí estaba ella, preocupándose por no herir sus sentimientos. Mike se frotó la barbilla. -Mira, Sara, acerca de algunas de las cosas que te dije ayer, no era nada personal. Es sólo que... tienes razón, soy un cínico. No creo en casi nada, ni siquiera en mí mismo. Demonios, siempre he sido así. Incluso cuando era niño. Cuando mi madre adoptiva me llevó a ver Peter Pan, en esa parte en que se supone que todo el mundo tiene que aplaudir para salvar a Campanilla. Bueno, si hubiera sido por mí, supongo que la pequeña hada habría muerto. -Me temo que esa es la gran diferencia entre nosotros, Michael -dijo ella-. Yo he luchado durante mucho tiempo por mantener vivas a mis hadas. Así que, aunque te agradezco tu oferta de aceptar mi caso, creo que, probablemente, sería mejor para los dos si yo la declino. Pero gracias de todas formas por pasar por aquí. -Escucha -insistió él-, ¿y si yo mantuviera mis vibraciones negativas para mí mismo? Sara lo miró dudosa. -No, de verdad, tú misma me dijiste que no era necesario que yo me ocupara de... de la parte de cazafantasmas de este caso, que sólo tenía que conducir la búsqueda de John Patrick. Así que tú ocúpate de... las cosas más espirituales y yo me ocuparé de las desagradables realidades. Puede ser el matrimonio perfecto -dijo Mike haciendo una mueca, como si hubiera dicho una palabrota-. Quiero decir, una sociedad perfecta. Ella se mordió el labio inferior. -Tengo que saber cuáles son tus honorarios –dijo al fin Sara. -Oh, no es necesario que te preocupes por eso ahora. -Sí que lo es. Ayer no llegamos a hablar del asunto, pero he de estar segura de podérmelo permitir. -Hum... -dijo él pensando en la menor cantidad de dinero posible-. Yo trabajo por diez dólares al día más gastos. -¿Diez dólares al día? -le preguntó Sara abriendo mucho los ojos-. Eso es muy razonable. -Yo soy un tipo muy razonable. Entonces, ¿hay trato? -Supongo que tendremos que hacer alguna clase de contrato, ¿no? -No, no me gusta demasiado el papeleo. Un simple acuerdo verbal será suficiente. Y un apretón de manos. Mike extendió su mano y, después de una breve duda, ella la aceptó. De repente él sintió algo muy agradable y cálido, como si de repente hubiera salido a la luz del sol. Y después lo que sintió fue un golpe de puro pánico.
¿Qué estaba haciendo? Ella era la misma chica dulce que había ahuyentado el día anterior. Y allí estaba ahora él, dándole la mano y sonriendo como un idiota. Era una mano suave y sedosa y no sintió ninguna prisa en soltarla. Sintió el mismo deseo tremendo que había sentido el día anterior junto con unas sensaciones que eran más alarmantes todavía. Como la necesidad de mirar esos grandes ojos azules y llevarse esa delicada mano a los labios. Dejó caer la mano de Sara y retrocedió de repente. -Entonces, de acuerdo -dijo frotándose las manos-. Me gustaría empezar inmediatamente, Sara. ¿Tienes algo que pueda usar para iniciar la búsqueda. Hechos palpables, evidencias, nada de cosas extrasensoriales. -Bueno, hay algunas fotos antiguas y demás en un joyero en la vieja Posada Pine Top. -Muy bien, vamos a por ellos. -De acuerdo -dijo Sara, pero una expresión de incomodidad le cruzó el rostroMichael, ya sé que no quieres tener nada que ver con la parte más espiritual de este caso. Pero si quieres sacar alguna información de esa posada, vas a tener que conseguir la aprobación de alguien. -¿De quién? -De Mamie. -No hay problema. Estoy seguro de que me puedo ganar a cualquier dama... De repente Mike se quedó helado y boquiabierto cuando recordó de repente de quién estaba hablando Sara. De Mamie Patrick. El fantasma. Capítulo 4 El Mustang rojo de Mike se dirigía a toda velocidad hacia el lago Oíd Pine y el viento le revolvía el cabello a Sara y la dejaba un poco sin respiración. O, tal vez eso tuviera algo más que ver con el hombre que conducía. Hubo un breve momento en que pensó que lo había perdido cuando le mencionó al fantasma de Mamie, pero Mike no había dicho nada, por una vez. Él apenas había podido esperar a que llegara su ayudante de almorzar para sacarla de la tienda. Por suerte, el viento hacía difícil cualquier conversación, cosa que ella agradeció, ya que necesitaba tiempo para pensar. Al contrario que Mike, ella no estaba acostumbrada a precipitarse en nada. Incluso antes de ir a verlo a su oficina, se lo había estado pensando toda una tarde. La noche anterior se había convencido a sí misma que lo podía hacer sin ayuda y que era mejor no volverlo a ver Por eso le había resultado tan desconcertante verlo aparecer en la tienda, como un genio recién salido de una botella. Y, si los genios tuvieran el aspecto de él, ninguna mujer se molestaría en frotar la lámpara de nuevo para desear alguna otra cosa.
Lo miró de reojo. Estaban tan cerca que podía notar los músculos de sus piernas apretándose contra el pantalón. El aspecto desastrado del día anterior había desaparecido, llevaba el cabello peinado, por lo menos así debió ser antes de empezar el viaje, y se había afeitado. Aquello debía hacerlo parecer menos duro, pero no era así. Como si se diera cuenta de las miradas de ella, Mike la miró de soslayo y sonrió. -No me importa que admires mi perfil, ángel, pero espero que le estés prestando algo de atención a la carretera, porque yo no tengo ni idea de a dónde vamos. -Vamos bien -respondió ella-. Dentro de unos tres kilómetros, gira a la derecha en el cruce. Luego pasaremos el lago y ya estaremos. -¿Crees que la señora Mamie estará en casa esta tarde? -No es como si tuviera muchos más sitios a donde ir, Michael -le contestó ella secamente. Mike sonrió más ampliamente. Sara se dio cuenta de que se estaba riendo de que ella creyera en fantasmas, pero lo estaba haciendo más delicadamente que el día anterior. Daba igual, no podía dejar de preguntarse qué pasaría cuando Mike Parker, escéptico de pies a cabeza, entrara en los dominios de Mamie Patrick. Tenía que admitir que se moría de ganas de verlo. Tomaron el desvío y entraron en medio de un bosque de pinos, a través del cual de veían destellos del azul del agua. Por fin llegaron y un viejo letrero de madera indicaba el nombre de la posada. Ésta era un gran edificio, también de madera, con torretas que la hacían parecer una fortaleza medieval. La pintura estaba saltada y la amplia marquesina parecía descuidada y poco acogedora. Mike detuvo el coche delante de los escalones de acceso y apagó el motor. Luego miró la posada por encima del borde de sus gafas y soltó un largo silbido. -¿Así que es esto? La Posada Oíd Pine. Tengo que ponerla en mi lista de hoteles favoritos, junto con el de la familia Bates. -Los dueños actuales, la Jorgensen Realty Co. está tratando de arreglarla un poco. Esperan transformarla en algo que atraiga turismo de primera. -Me parece que sería como tratar de transformar el castillo de Drácula en un coqueto Bed and Breakfast. Pero bueno, no es mi dinero. Probablemente me puedas indicar dónde encontrar a esa gente. Podría ser necesario que hablara con... -¡No! -exclamó Sara alarmada-. No será necesario. No serían de gran ayuda, ya que no hace mucho tiempo que es suya. Mamie vivía aquí mucho antes. Los Jorgensen no saben nada, nada en absoluto. Debió sonar demasiado vehemente, ya que Mike se quitó las gafas y la miró fijamente. Sara se dio cuenta de que nunca antes la habían mirado de una manera más policíaca. Mike ni siquiera tuvo que preguntarle. Una mirada silenciosa y ella estaba dispuesta a contarlo todo.
-De acuerdo -dijo-. La señora Jorgensen ni siquiera sabe que yo he estado viniendo aquí para comunicarme con Mamie. No nos llevamos muy bien. Me refiero a que no me llevo nada bien con toda la familia. Su compañía ha sido la responsable de que Aurora Falls se haya transformado en algo tan parecido a un gran supermercado y... -¿No les gusta el ambiente de tu pequeña tienda? Sara asintió. -Nunca se me habría ocurrido acercarme por esta posada en circunstancias normales. Pero oí los rumores de que estaba encantada y no pude resistirme a venir a echar un vistazo. Luego descubrí a Mamie y... bueno, el resto ya lo sabes. -Así que, en otras palabras, estamos allanado una propiedad privada. -Sí. -Me hubiera gustado que me lo dijeras antes. -Lo siento. Debería haberte advertido que lo que estamos haciendo es ilegal. No te culparía si quisieras echarte atrás. Mike pareció dispuesto a hacerlo. Sin decir una palabra más, dejó las gafas en el salpicadero y arrancó. Tenía cara de estar muy concentrado cuando metió una marcha, que no era atrás. Llevó el coche despacio hasta al lado del edificio y lo metió luego entre unos pinos con todo cuidado para no arañarlo. -Ya está -dijo apagando de nuevo el motor-. No es que esté exactamente escondido, pero sí bastante fuera de la vista. Cuando se dio cuenta de que ella lo estaba mirando anonadada, se echó a reír. -Querida, ¿no te habrás imaginado que me voy a echar atrás por hacer algo un poco ilegal? Hago esto desde que estaba en el colegio. La única manera que existe de hacerme hacer algo es diciéndome que está fuera de algún límite. Sara se ruborizó profundamente. Por supuesto, debía haberse dado cuenta que él era de la clase de hombre acostumbrado a aceptar riesgos y torcer las reglas. Probablemente él había hecho cosas mucho peores y más peligrosas que ésa. Pero ella todavía se sentía culpable de cuando hizo novillos una vez y se fumó un cigarrillo cuando estaba en el colegio. -Debes encontrarme increíblemente inocente -le dijo. -No, simplemente adorable. Mike salió del coche, lo rodeó y le abrió la puerta a ella. Luego le ofreció la mano para ayudarla a bajar, con lo que algunos sobres que Mike había dejado antes en el suelo diciéndole que era correo atrasado, cayeron a la hierba. Mike y ella casi se dieron un cabezazo al agacharse a recogerlos. Luego Mike fue a por uno que se había metido casi debajo de la rueda delantera y Sara a por otro que había ido a parar a sus pies. Era un sobre normal, espeso, como si lo de dentro tuviera varias páginas. Tan pronto como sus dedos se cerraron sobre él, la invadió una sensación extraña, como si una niebla oscura saliera de ese sobre.
Hacía tiempo que había descubierto que tenía unos poderes mentales limitados. No tan fuertes como los de algunas personas sobre las que había leído, pero sí lo suficiente como para adivinar detalles sobre el poseedor de un objeto o para averiguar el contenido de un paquete. Era una habilidad que, frecuentemente, la había metido en problemas cuando era niña, además de muchas acusaciones de haber visto con anterioridad los regalos de Navidad. Pero eso no era un regalo de Navidad. Era algo negro y vacío. Pesado, casi amenazador. El remite se podía leer sólo a medias. Trenton State... Sara se dio cuenta entonces de que Mike estaba a su lado y dejaba de nuevo los sobres que había recogido en el coche. -Nada más que facturas -le dijo él, sonriendo-. Debería haberlas tirado. ¿Qué tienes ahí...? Pero entonces se interrumpió cuando vio lo que ella tenía en la mano. Luego se puso tenso como si le hubieran dado un puñetazo en la boca del estómago y le quitó el sobre. Ella se sintió extrañamente aliviada de no tenerlo en la mano. -Lo siento -dijo-. No he querido cotillear tu correo. Sólo lo recogí y... -No te preocupes, querida. No es nada importante. Pero el tono de la voz de Mike lo traicionó. Incluso, si se hubiera tratado de otro hombre, Sara habría pensado que su rostro reflejaba miedo. Y de repente, inexplicablemente, sintió miedo por él. -Espero que no sean malas noticias. -No -respondió él secamente-. Es sólo un admirador que me ha escrito desde Trenton State. -¿La universidad? -No, la cárcel. -Oh. -Perdona, ya me doy cuenta que cárcel es un término muy duro hoy en día, es mejor llamarlo centro correccional. Pero supongo que tampoco has conocido a nadie que haya tenido que ser corregido, ¿no es así? -Mi tío Louis pasó una vez una noche en la cárcel por pegarle un tiro al gato del vecino. Pero siempre se estaba peleando con alguien. A veces podía ser un hombre muy desagradable y... y... -Sí, bueno, mi vida ha estado llena de gente que no era agradable -respondió él amargamente. A Sara todavía le temblaban los dedos por el breve contacto con el sobre. Lo miró cada vez más incómoda. Aún temiendo que a Mike le molestara esa intrusión en su intimidad, no pudo evitar preguntarle: -Esa... esa persona que está en la cárcel, no te escribirá para amenazarte, ¿verdad? -¿Te refieres a algo como que ya me dará cuando salga? Gracias por tu preocupación, ángel, pero esto no es algo por lo que te debas preocupar tanto, a no ser que quieras verte besada de nuevo.
Entonces Sara se dio cuenta de que Mike le estaba diciendo amablemente que se metiera en sus asuntos. Luego él dejó el sobre en el coche y le dijo: -Vamos, es mejor que no hagamos esperar a la señora Mamie. Después de todo, me estás pagando el día. No quiero que esto termine costándote una fortuna. Sin darle posibilidad de responder, la tomó del brazo y se dirigieron a la posada. Pero las extrañas vibraciones que Sara había recibido del sobre la siguieron alterando la mente. Por un breve instante se sintió como si hubiera estado a punto de penetrar en el mundo de Mike. Era un mundo donde a un hombre le podían dar una cuchillada en el hombro y agradecer que no hubiera sido en el corazón. Un lugar donde estaba muy claro que Mike no quería que ella anduviera curioseando y al que ella no quería ir, temiendo lo que pudiera encontrar. Fue casi un alivio ceder al aura fría, pero más conocida de la posada. Cuando llegaron a los escalones de la marquesina, Sara sintió el leve bajón de temperatura que era un signo seguro de una presencia sobrenatural. Se extrañó de que Mike no lo notara, pero él se limitó a mirar por las ventanas. -¿Qué vamos a tener que forzar para entrar? –le preguntó él. -Nada. Podemos pasar por la puerta principal. No está cerrada. -Sois de lo más confiados por aquí, ¿verdad? -No. Los Jorgensen han tratado de instalar cerraduras en las puertas, pero Mamie las quita. Ella tiene su propia forma de tratar con los intrusos no deseados. -¿No bromeas? Bueno, si alguna vez se cansa de esta cueva, yo podría conseguirle un trabajo en un club al que voy bastante. Están buscando un buen vigilante. A pesar de que Sara no era inmune a los encantos de Mike, la irritaba que él no notara la presencia que ella estaba notando tan fuertemente en su propio espíritu. Bueno, habría que esperar a que él entrara, así que abrió la puerta, que lo hizo chirriando y crujiendo. -Buenos efectos especiales -dijo Mike. -Todavía no has visto nada. -Después de ti -le indicó él inclinándose galantemente. -¿Nervioso, señor Parker? -Como un flan, señorita Holyfield. Sara pensó que podía haberse puesto una sábana y arrastrar unas cadenas con tal de quitarle ese gesto de confianza y humor de la cara. Pero iba a tener que dejar que fuera Mamie la que lo hiciera. Sara lo precedió hasta lo que fue en su día la recepción. Todo estaba muy quieto y silencioso, desde el gran candelabro del techo hasta la mesa de recepción, con sus cajetines llenos de llaves herrumbrosas. La verdad era que a Sara le extrañaba que Mamie fuera el único fantasma de por allí, dada la problemática historia de la posada. Ella siempre había pensado que había sido refugio de muchas almas atormentadas. Miró a Mike y se dio cuenta de que él había cerrado la puerta y luego miraba
cautelosamente a su alrededor. ¿Era su imaginación o él parecía ya un poco menos seguro de sí mismo? -¿Lo puedes sentir? -le preguntó. -¿Qué? -La atmósfera de la posada. Es espesa con el aura de los corazones y sueños rotos. -Eso es polvo, querida -dijo él y estornudó luego-. Y los vapores de la pintura vieja. Entonces se inclinó para inspeccionar un bote de pintura abierto y caído, que había desparramado su contenido por el suelo mucho tiempo antes. -¿Qué es esto? ¡Qué color más horrible! -A Mamie tampoco le gustó. Cuando los pintores trataron de pintar los muebles con eso, ella empezó a abofetearlos con sus brochas. Los dueños no han podido contratar a otra gente desde entonces. -Parece como si tu Mamie tuviera mucho mejor gusto decorando que los Jorgensen -respondió Mike incorporándose y sonriendo-. Entonces, ¿dónde me voy a encontrar con la vieja? Sara frunció el ceño. -Normalmente puedo sentir donde está inmediatamente, cuando todo está silencioso y tranquilo. -Bueno, adelante. Sara entrelazó las manos, respiró profundamente y trató de concentrarse. Pero para su sorpresa, no pudo sentir nada, salvo la tremenda presencia masculina de Mike. La palabra quieto no debía estar en el vocabulario de ese hombre, ya que no paraba de moverse como un león enjaulado, mirándolo todo. -Michael -dijo ella por fin, exasperada. -¿Qué? -No puedo sentir nada contigo moviéndote tanto. -Lo siento. Pero ni siquiera se detuvo y siguió con su inspección. -¿Por qué no la llamas a ver si te responde? –le preguntó él. Estaba claro que él seguía sin creerse nada, así que Sara decidió probar. -¿Mamie? Mamie, soy Sara. He vuelto y he traído conmigo al señor Parker. Ya sabes, el detective que te dije que podría encontrar a tu hijo. -Claro, Mamie -añadió Mike-. Aparece y nos comeremos tu viejo ectoplasma. Sara se volvió y lo miró fijamente. -Hey -protestó Mike-. Yo sólo estaba tratando de ayudar. -Vas a hacer que se enfade, Mike. No le gustan los chistes de fantasmas. -Un espíritu sensible, ¿eh? -Y, cuando está realmente enfadada, tiene una fuerte tendencia a tirarles los muebles a la cabeza a la gente. —Lo mismo que mi ex esposa.
¿Había estado casado? Sara se distrajo un momento preguntándose si la ex señora Parker era la responsable de ese fondo de tristeza que había en su mirada. -Déjalo, Sara -se dijo a sí misma-. No es asunto tuyo. Debería preocuparse más de lo que el incansable señor Parker estaba haciendo ahora. En ese momento, él dijo alegremente en voz alta desde lo alto de las escaleras que daban a las habitaciones: -Hey, Mamie, si quieres conocerme, será mejor que bajes o me voy a poner a pintarlo todo con esa pintura. -Mike, si yo fuera tú, no haría eso. Mike le guiñó un ojo y continuó. -Vamos, Mamie. Ninguno tenemos toda la eternidad para esperarte. Podría morirme de viejo y volverme un espíritu yo mismo mientras me tienes esperando... Sara contuvo la respiración. Ese hombre se lo estaba buscando. Y lo consiguió. Un viento helado recorrió la habitación y la araña de cristal de techo se agitó violentamente. -¿Qué dem...? -exclamó Mike. Al instante siguiente bajaba rodando por las escaleras. Habría caído de boca al suelo si no se hubiera agarrado a un poste de la barandilla. Sara se dispuso a esconderse por si salían volando cosas. Pero la araña se agitó una vez más y luego se quedó quieta. Luego todo quedó en silencio. Cuando Mike se soltó, maldijo en voz baja y se frotó la pierna derecha, Sara corrió hacia él. -Michael, ¿estás bien? -Sí, claro. Sólo me he dado en la rodilla con uno de esos malditos postes y... Demonios, mira esto -dijo señalándose donde un clavo había desgarrado sus pantalones nuevos-. ¡Son mis mejore vaqueros, maldita sea! -Lo siento -murmuró Sara-. Traté de prevenirte. Tienes suerte de que no haya sido peor. -¿Pero qué? Me tropecé con una tabla suelta o algo así. Eso es todo. Sara lo miró incrédula. -¿No te has dado cuenta de la corriente de aire helada ni de cómo se ha agitado la araña de cristal? Mike se encogió de hombros. -Es una casa vieja. Tiene que haber muchas grietas. Esa araña parece que está muy suelta. No me extraña que se mueva cuando hay corriente. -Afuera hay casi treinta grados. -¿Y qué? ¿Estás tratando de decirme que ha pasado un fantasma por aquí? -No lo estoy tratando. Te lo estoy diciendo. ¿No la has notado como te empujaba? -Oh, por Dios... Sara, he tenido los ojos abiertos todo el tiempo. Si algo o alguien me hubiera empujado, lo habría visto. -No puedes ver a Mamie.
-¿Es invisible? ¿Nada de sábanas ni cadenas? -Bueno, no todo el tiempo. -Ohh. ¿Quieres decir que a veces lleva cadenas? -¡No! Quiero decir que, a veces, se puede ver reflejada en un espejo o una ventana. -¿Y es así como te comunicas con ella? Espejo, espejito, muéstrame quién es el espíritu más hermoso... -¡No! -Entonces, ¿cómo descubriste la existencia de John Patrick? Eso de que Mamie lo quiera encontrar. -Es difícil de explicar. No sé exactamente cómo me habla Mamie. Pero realmente oigo su voz en los oídos. -Ah, oyes voces —dijo Mike asintiendo como si no le sorprendiera. -No importa. No debería haberte traído aquí. -Tal vez -dijo él mirándola fijamente-. ¿Cuál era la idea, Sara? No me habrás traído a esta posada porque esperabas que me creyera toda esa cantinela espiritual, ¿verdad? Porque si ha sido por eso... -No, por supuesto que no. Pero la verdad era que tenía que reconocer que había tratado de probarle a Mike que Mamie existía de verdad. Que no se estaba imaginando cosas o, lo que era peor, que estuviera pidiendo a gritos que la metieran en una celda acolchada. ¿Pero por qué tenía que molestarse en probarle algo a ese arrogante? Casi todos los demás pensaban que estaba loca, ¿qué le importaba si él también lo creía? Ese era el problema. De alguna manera, sí que le importaba. Y mucho. -Hemos venido a recoger unas viejas fotos de Mamie, ¿recuerdas? -le dijo. -Entonces será mejor que las busquemos. Eso es, si tu fantasma no ha decidido que no le gusto y que no las puedo tener. Sara lo miró. -No, las puedes tener. Por alguna razón que no me puedo explicar, le gustas lo suficiente. -¿Cómo lo sabes? -Sigues aquí, ¿no? Luego Sara pasó a su lado y subió las escaleras sin molestarse en mirar atrás para ver si él la seguía. Capítulo 5 Mike vio frustrado como Sara desaparecía entre las sombras del piso superior y luego se sentó en los escalones, la rodilla le seguía doliendo. -Maravilloso -se dijo a sí mismo. No sólo se había hecho daño en la rodilla y se había roto los pantalones, sino que ahora Sara estaba enfadada con él. Bueno, en su juventud tuvo un instructor del correccional que una vez le dijo que
era capaz de terminar con la paciencia de un santo o, en este caso, de un ángel. No había querido molestarla, era sólo esa maldita posada. Por mucho que odiara reconocerlo, le había puesto nervioso desde el mismo momento en que entró. Oh, no es que se creyera esas tonterías de que estaba embrujada ni nada parecido. Ni por un momento. Aunque había habido una fracción de segundo en que su imaginación se había disparado y casi había creído que un par de manos heladas le había... Apartó inmediatamente ese pensamiento. No era el espíritu de Mamie Patrick lo que lo estaba molestando, sino sus propios fantasmas del pasado, los que llevaba encima todo el tiempo. La verdad era que esa posada le daba una sensación de haber vivido algo semejante, le recordaba los ajados hoteles a los que había sido arrastrado por su viejo. Unos hoteles que solían llamarse Grand Hotel y que ya no eran nada grandes. -Algún día, Mikey -le decía siempre Robert Parker, su padre-, algún día no habrá más que los Hiltons y los Claridge Arms para nosotros. Mike hizo una mueca y se preguntó si Mamie Parker le habría prometido a su hijo cosas como ésas. Si era así, ella no había sido más capaz de mantener sus promesas que su propio padre. Estaba muerta. Y el Hilton de Robert Parker había resultado ser la cárcel de Trenton State. Pensó en la carta que había dejado en el coche y se maldijo por no haber recogido antes el correo; si lo hubiera hecho, la habría roto sin abrir, como todas las demás, antes de que Sara la hubiera visto. Pero no le había parecido bien hacerlo delante de Sara, habría sido algo demasiado revelador y tenía la sensación de que aquella chica ya había visto en él demasiado más de lo que le gustaba a Mike. Se agarró a la barandilla y se puso lentamente en pie. Con todo, ese caso se estaba transformando en algo muy poco agradable y se preguntó si merecía la pena sólo para molestar a Xavier Storm. Cuando recordó la cara de ese tipo decidió que sí que merecía la pena y sonrió. Luego subió la escaleras en busca de Sara. Iba a tener que disculparse por haber sido tan bruto. De nuevo. Pero eso estaba bien, se le daba muy bien. Se había pasado gran parte de su vida sintiéndolo. Una vez arriba se encontró un buen montón de puertas, pero no era difícil adivinar en cuál de ellas estaba Sara, la única que estaba entornada. Hizo una pausa antes de entrar. Desde la vez en que Darcy le había tirado a la cabeza un equipo de música compacto, había aprendido a no entrar súbitamente en una habitación donde hubiera una mujer enfadada. Sara estaba junto a la ventana del pequeño y polvoriento dormitorio, tratando de abrirla. Le estaba dando la espalda, pero él estaba seguro de que sabía que estaba allí, así que se arriesgó a acercarse. -Deja que lo intente yo -dijo. -No, gracias, yo puedo sola -respondió ella fríamente.
Esperó un momento, viendo sus intentos baldíos y luego la apartó a un lado impacientemente. Haciendo uso de toda su fuerza, abrió la ventana, por la que entró la brisa procedente del cercano lago, lo que hizo que la habitación fuera más soportable. Esa demostración, evidentemente, no le causó mucha impresión a Sara. -Gracias -dijo. Y eso fue todo. Estaba claro que no era de la clase de chicas que se ponía a tirarle cosas a uno cuando se enfadaba. Sólo lo iba a destruir con su indiferencia educada. Cuando ella empezó a apartarse, la agarró de la muñeca y le dijo: -Vamos, querida. No es necesario que te enfades de esa manera. -No estoy enfadada -respondió ella soltándose. -Sí, lo estás. Cuando lo estás te pones colorada por las mejillas y la punta de la nariz. Sara se puso bizca para ver si era cierto y luego le frunció el ceño. -No he querido meterme contigo ahí abajo -continuó Mike-. Pero faltaste a nuestro trato, querida. Me prometiste que no me meterías en esto de los fantasmas. -Y tú me prometiste guardarte para ti tu escepticismo. -Lo hice y lo siento. Supongo que, a veces, mi boca se mueve mucho más aprisa que mi cerebro -dijo él sonriendo-. ¿Amigos otra vez? Sara asintió. -De acuerdo. Pero no más chistes de fantasmas. ¿Me lo prometes? - Te lo prometo. Entonces ella volvió a sonreír angelicalmente, haciendo que él se sintiera mejor. -Aún a riesgo de hacer que te vuelvas a enfadar, ¿podría hacerte una pregunta personal? -le dijo. -Eso depende de la pregunta. -¿Qué esperas sacar de todo esto? ¿Demostrar que los fantasmas existen? ¿Que realmente tienes poderes? ¿Que pongan tu foto en la portada de alguna revista especializada? Ella se rió sinceramente, con lo que se le formaron unos graciosos hoyuelos en las comisuras de los labios. -No voy a demostrar nada. Hace ya mucho tiempo que dejé de tratar que alguien me crea. -Entonces, ¿qué es? ¿Por qué estás aceptando todos estos riesgos, hurgando por esta posada decrepita, gastándote el dinero, para encontrar al hijo de una mujer que murió antes de que tú nacieras? Alguien a quien ni siquiera conociste. -No tiene ninguna utilidad tratar de explicártelo, Michael. Nunca lo comprenderías. -Inténtalo. Ella lo miró dudosa. -No lo sé, Michael. Algo de Mamie Patrick me afectó. Sentí la extraña necesidad de ser amable con ella. Tal vez porque yo también soy un poco un alma perdida. Tal vez
porque ambas somos marginales aquí, en Aurora Falls. -¿Tú? Yo creía que eras de aquí. -Me vine hace un año, cuando heredé la tienda de mi tía después de que ella muriera. Ya te lo conté ayer. ¿No lo recuerdas? Desafortunadamente, Mike no lo recordaba. -Lo siento -dijo él-. Supongo que tenía la mente más puesta en... bueno, en tus pendientes de hadas. No los llevas hoy. Realmente en lo que había tenido la mente era en sus senos, pero no se lo iba a decir. -No -respondió ella acariciándose la cadena de oro que le desaparecía por el escote. Mike no pudo resistir la curiosidad, la apartó la mano y tiró de ella con un dedo. De la cadena colgaba un cristal púrpura en forma de prisma. -¿Qué es? -Es una amatista. Se supone que alivia el estrés y da calma interior. -¿Funciona? Un destello de humor se asomó a los ojos de Sara. -Funcionaba hasta que apareciste por la tienda. Mike le devolvió la sonrisa, pero se dio cuenta de que ella estaba bromeando sólo en parte. Podía sentir el principio de la tensión en ella porque a él le estaba pasando lo mismo. Estaban juntos y solos en un dormitorio, tan cerca el uno del otro que Mike podía oler su piel y tenía la mano suspendida a sólo unos centímetros de sus senos. La diversión se esfumó y, de repente, ambos se estaban mirando a los ojos. Sara fue la primera que retrocedió, tomó la gema de manos de él y se la metió de nuevo bajo el vestido, apartándose a continuación. -Tal vez será mejor que veamos ahora las fotos -dijo nerviosamente. -¿Las fotos? Ah, sí. Las fotos. Claro, sácalas. Mientras Sara rebuscaba en un armario, Mike miró por la ventana y trató de tomar aire fresco, pero no parecía que hubiera. Sara salió del armario con un pequeño joyero en sus manos. -No quedan demasiadas cosas de Mamie después de todo este tiempo -dijo-. Sólo esta caja que escondía en el armario y esos libros de ahí arriba, que nadie se ha molestado de mover. Dejó el joyero sobre la cama, pero Mike no hizo nada para tomarlo y miró hacia los libros en vez de a Sara tan cerca de la cama. No era que se esperara descubrir algo en esos libros y sonrió al leer algunos de los títulos. -Geometría plana, biología, inglés. Vaya, para leer en la cama eso es mejor que una píldora para dormir. -Mamie estaba estudiando para graduarse justo antes de que... -¿Qué le pasó? -Tenía sólo veinticuatro años cuando descubrió que se estaba muriendo de
leucemia -le dijo Sara suavemente-. Estaba pensando en poner ella misma a John Patrick en adopción, pero no podía soportar la idea de separarse de él. Así que dejó la decisión hasta... hasta que fue demasiado tarde. Un día se derrumbó y tuvieron que llevarla a toda prisa al hospital. No recuperó el conocimiento. Cuando su espíritu fue capaz por fin de volver aquí a la posada, John ya se había marchado hacía tiempo. -Seguramente se hizo cargo de él la protección de menores del estado. Pobre chico -dijo Mike. ¿Cuándo había sido la última vez que él había visto a su madre? ¿A los siete u ocho años? No estaba seguro. Ni siquiera podía recordar su rostro, pero sí le quedaban otros recuerdos desagradables. El ruido de la sirena, la camilla de una ambulancia, la mano de ella tomando la suya, una voz suave diciéndole que todo iba a ir bien... Pero por supuesto, no había sido así. Nunca supo dónde había estado su padre en esos momentos, probablemente tratando de timar a alguna señora mayor en algún bingo o algo así. Lo único que Mike recordaba era a él mismo, solo, en la cama de un hotel, llorando contra la almohada. Por lo que podía recordar, aquella fue la última vez que lloró. Bajó la mirada a la caja que había sobre la cama y, de repente, no estuvo seguro de querer abrirla, pero Sara lo estaba esperando. Tuvo que recordarse a sí mismo que esa caja con tenía la historia de la vida de otro, no la suya, que no tenía nada que ver con él. Así que, por fin, la abrió. Durante toda su vida como policía o investigador privado había hurgado en los efectos personales de los demás muchas veces y siempre se las había arreglado para ser objetivo. Pero el contenido de esa caja era más patético que la mayoría de lo que había visto. Un par de pendientes de plástico coloreado de los que causaron furor en su momento entre las adolescentes, un anillo barato, unas cuantas cintas para el pelo, dos botines de niño, un dibujo de niño representando supuestamente al niño y a una mujer sonriente, en el que se podía leer: Mamá y yo. Mike dejó a un lado esas cosas y se centró en unas fotos en blanco y negro. Eran sobre todo del niño, John Patrick jugando en el lago, John Patrick agarrado a un perro de peluche, John Patrick apagando las velas de su tarta de cumpleaños. -Esta es del sexto cumpleaños de John -dijo la voz de Sara desde muy cerca, lo que lo sorprendió. Mike se había concentrado tanto en las fotos que no se había dado cuenta de que ella se le había acercado. -Ese fue el último día feliz que Mamie pasó con su hijo -continuó Sara-. Incluso cuando sabía lo enferma que estaba, se preocupaba por el futuro de John Patrick. -¿Quién es el calvo que está detrás? -Es el señor Kiefer. Era el jardinero y cocinero de emergencia. Los dueños de la posada solían servir almuerzos y cenas y Mamie los ayudaba limpiando y haciendo de camarera. Así era como se ganaba la vida.
nada.
Mike miró el reverso de las fotos por si había algo escrito en ellas, pero no había
-Sara, ¿de dónde has sacado toda esa información? Ella pareció incómoda. -La verdad es que no creo que lo quieras saber, Michael. No, Mike no quería saberlo. Se había esperado tener algunos hechos por donde empezar a trabajar, no con los supuestos poderes parapsicológicos de Sara. -No hay ninguna foto del padre de John Patrick -dijo. -No. A Mamie no le gusta hablar de... Bueno, tengo la impresión de que, fuera quien fuese, no era una buena persona. Un hombre mayor casado. Sedujo a Mamie y la abandonó después de dejarla embarazada. Una historia trágica, pero no inhabitual. Mike dejó las fotos en la caja con el resto de las cosas. -Esto no es mucho para empezar, Sara. ¿Estás segura de que no hay nada más por aquí, un diario o algunas cartas? ¿Algún documento? Sara agitó la cabeza. -Si hubiera algo más, estoy segura de que Mamie me lo habría dado, quiero decir que estaría en la caja o escondido en el armario. Lo único más que hay es el perro de John Patrick. -¿Su qué? Sara volvió al armario y sacó un pequeño perro de peluche blanco y negro, al que le faltaba un ojo y estaba lleno de polvo. Era el mismo que llevaba el niño en la foto. -Era el juguete favorito de John -le explicó Sara-. Mamie se lo compró unas navidades porque no podía tener uno de verdad en la posada. Mike tomó al perro por una oreja e hizo una mueca. -No creo que esto sea de mucha ayuda, a no ser que pueda hablar. -Bueno... —empezó Sara, pero se mordió el labio. Mike gimió. -Mira, puedo casi soportar que creas que los fantasmas te hablan, pero no me digas que el perro también lo hace. -Por supuesto que no -respondió ella acaloradamente—. Pero hay otras formas, Michael. ¿No has oído hablar de algo llamado Psicometría? -¿Psico qué? -Psicometría. El poder de tocar un objeto y sacar impresiones o sentimientos de su poseedor. -Oh, eso. Sí, recuerdo que uno de los policías del departamento estaba siempre llamando a uno con esos poderes para que le ayudara en los casos de asesinato. El tono de su voz revelaba lo que pensaba de esos procedimientos. -¿Eras policía? -le preguntó ella sorprendida. Pero la sorpresa se esfumó inmediatamente y murmuró: -Sí, por supuesto que lo fuiste. Mike frunció el ceño. No le gustaba nada cuando ella parecía saber cosas sobre él que no le había contado.
-¿Me estás diciendo que tienes un poder de esa clase? Ella levantó la barbilla desafiantemente. -Un poco. -De acuerdo, adelante. Sara parpadeó confusa. -¿Adelante con qué? -Practica tus poderes de vudú con eso. Utilízalo para decirme qué le pasó a John Patrick. Sara se puso pálida cuando se dio cuenta de lo que él quería. -No es algo que me guste hacer muy a menudo, Michael. Puede ser muy desagradable. Y, además, de todas formas tú no crees en estas cosas... -¿Qué importa en lo que yo crea? Tal vez debiera intentar tener la mente un poco más abierta. Adelante. Sara miró el juguete que tenía en las manos. -A no ser, por supuesto, que tú no creas que lo puedes hacer -afirmó él retadoramente. Ella lo miró reprobatoriamente y apretó los labios. -De acuerdo, lo intentaré. Pero vas a tener que quedarte quieto y callado por una vez. -No hay problema -respondió él apoyándose en la pared y cruzando los brazos. Sara se sentó en el borde de la cama, respiró profundamente, apretó el perro contra su pecho y cerró los ojos. Mike experimentó un leve destello de culpa. No sabía lo que estaba haciendo al obligarla a ella a hacer semejante cosa. Tal vez fuera porque lo estaba empezando a afectar con sus tonterías parapsicológicas. Tal vez él necesitara mantener fría la cabeza, por lo menos. Estaba seguro de que, en cualquier momento, ella abriría los ojos y le ofrecería cualquier excusa, que sus vibraciones negativas estaban interfiriendo en su concentración o algo así. Estaba a punto de decirle que lo dejara, cuando Sara se estremeció violentamente. -¿Sara? -Miedo -dijo ella en voz baja-. Él tiene miedo. -¿Quién? -John Patrick. Hay un ruido horrible y eso lo asusta. -¿Puedes ver algo? ¿Puedes decirme dónde está? -No estoy segura. Está fuera de la posada... creo. -¿Y qué es el ruido? -Una... sirena. Y luces destellantes rojas. John siente que algo está a punto de suceder. -Yo tengo la misma impresión cuando veo esas luces por el retrovisor -dijo Mike. Pero Sara lo estaba haciendo sentirse incómodo. Estaba muy pálida y tenía el ceño tan fruncido que podía hacerse daño. Si estaba simulándolo, se le daba muy bien,
era la mejor actuación que había visto en su vida. Parecía no ser consciente de casi nada de lo que él hiciera o dijera, estaba perdida en un trance propio. -Su madre -murmuró ella-. John siente que algo malo le está pasando. El señor Kiefer está tratando de consolarlo diciéndole que todo iba a ir bien. Sí, claro, pensó Mike amargamente. ¿Dónde había oído eso anteriormente? Aunque le había prometido a Sara que se quedaría quieto, empezó a pasear por la habitación. No lo pudo evitar. Sara de repente empezó a hablarle con una voz distinta, la voz suave con la que un adulto trata de consolar a un niño pequeño. -Todo va a ir bien, Johnny. Tu mamá ha tenido que irse en un coche grande y blanco. Un coche grande y blanco, vaya hombre, pensó Mike. El niño tenía seis años. ¿Qué se creía Kiefer? ¿Que era estúpido o algo así? Sabría perfectamente lo que era una ambulancia. -Van a tener que ocuparse de ti, John -continuó Sara-. Va a venir un hombre que te va a ayudar a encontrar un nuevo hogar. -¡No, no! -dijo Sara con otra voz-. No quiero un nuevo hogar. Quiero a mi mamá. Sara empezó entonces a acunar al perro de peluche. -¿Sara? -le preguntó Mike-. ¿Qué está pasando ahora? -Se ha ido. Mamá se ha ido. Pero el hombre gris está aquí. -¿El hombre gris? ¿Quién es? ¿Te refieres a alguien de protección de menores? -No... no me gusta el hombre gris. Tengo miedo. Quiero a mi mamá. No puedo respirar. Me duele el pecho. Mike sabía perfectamente de lo que le estaba hablando ella, ya que a él mismo le estaba costando trabajo respirar. -Sara, ya basta -dijo. La verdad era que estaba empezando a asustarlo, así que añadió: -Esto no nos está llevando a ninguna parte. Pero Sara no pareció oírlo. -El hombre gris dice que tengo que ser un buen chico. Pero él no lo es. Quiere quitarme mi perro y tirarlo a la basura. Dice que está demasiado sucio. -¡Sara, déjalo ya! -¡No, no! -dijo Sara apretando al perro fuertemente contra su pecho-. No lo puedo tener. Tengo que esconderlo en el lugar secreto de mamá. En el armario. -¡Sara! -Tengo que... Ella estaba temblando por completo y las lágrimas le corrían por las mejillas. Mike ya no lo pudo soportar más, así que le quitó de las manos el perro y lo tiró al otro lado de la habitación. De los labios de Sara salió un tremendo grito. La agarró por los hombros y la agitó. -¡Sara! Sal de ahí. Ella abrió los ojos de golpe y le dedicó una mirada asustada y distorsionada. Se
le escapó un gemido, pero lentamente volvió a la normalidad. -¿Estás bien? -le preguntó Mike. Sara asintió y el color volvió a sus mejillas. Se apartó de él y se puso en pie. Se llevó una mano a la cara y pareció darse cuenta entonces de que estaba llorando. Al parecer avergonzada, se volvió mientras trataba de controlarse. -No he querido armar tanto lío -dijo-. Nunca he tenido una experiencia tan fuerte. Parecía demasiado real. -Vamos, ángel -dijo-. No tiene sentido que utilices la mano cuando yo tengo una chaqueta que puedes estropear. Entonces la hizo volverse cariñosamente, pero ella trató de evitarlo. -Oh, no. Por favor. -Hey, está bien. El de la lavandería es amigo mío. Tengo cuenta allí. Mike logró por fin abrazarla y que le apoyara la cabeza en el hombro. Ella se resistió una fracción de segundo más, pero luego le pasó los brazos por el cuello, hundiendo el rostro en su hombro. Mike se puso entonces a consolarla murmurándole todas las tonterías que se le pasaron por la cabeza. En un momento dado, le pareció que ella había dejado de llorar, pero seguía temblando. Inconscientemente, la abrazó más fuertemente. Sus sentidos se llenaron de ella. ¿Era posible que una mujer oliera a inocencia, a luz del sol, a rosas, a lluvia de verano y a brisa de atardecer? Sara olía así. Ella dejó de temblar y se relajó contra él, afectándole de una forma que no podía explicar. -Lo siento -dijo ella con la voz apagada por la tela de su chaqueta. -¿Por qué? -Por actuar tan estúpidamente. -Está bien, ángel. Yo lo hago todo el tiempo. -¿Quieres decir que lloras? -No, que actúo estúpidamente. Los hombros de ella volvieron a agitarse, pero esta vez de risa. Apartándose de la mancha de humedad que le había dejado en el hombro, apoyó la cabeza en el centro de su pecho y suspiró. Y a él le pareció lo más natural del mundo apoyar la mejilla en su cabello. —A veces —dijo ella—, odio estas cosas extrañas que soy capaz de sentir. Me canso de ser tan... tan diferente y me gustaría llevar una vida normal, como todo el mundo. -Yo no quiero que seas normal. Me gustas tal como eres. -¿Sí? -le preguntó Sara levantando el rostro y mirándolo sorprendida. -Sí. Mike se sorprendió al darse cuenta de lo muy cierto que era aquello. Sara sonrió trémulamente. -Creo que eso es lo más dulce que nunca me han dicho. Nadie había acusado anteriormente a Mike Parker de ser dulce. No le resultaba
muy alentador, pero le dio un suave beso en la frente. Y luego otro en la adorable punta de la nariz. Y luego en ambos párpados, aún húmedos por las lágrimas. Y luego en las mejillas... Debería haberse detenido allí. Realmente no había pretendido ponerse a consolarla como excusa para ligar con ella. Pero era Sara la que tenía los brazos alrededor de su cuello, ofreciéndole sus labios. ¿Qué podía hacer él sino besarla? De repente ya no estuvo seguro de a quién estaba consolando y de qué. Con una decisión que la sorprendió, Sara le enterró los dedos en el espeso cuero cabelludo, haciendo que apretara la boca contra la suya. Él la besó con una gentileza de la que nunca le hubiera imaginado capaz, un cariño que la llegó al corazón. Cuando su boca se hizo más insistente, Sara abrió los labios, dándole la bienvenida a su lengua para que jugara con la suya propia. El beso fue a la vez ardiente y mágico, llevándola al corazón del mundo de Mike, un mundo de soledad y dolorosas necesidades. Necesidades que descubrió que no eran muy diferentes de las suyas propias. Abrazar y ser abrazada, tocar y ser tocada, amar y... Sus labios se apartaron de mala gana, como si ambos necesitaran aire a la vez. Mike la miró y, por una vez, sus ojos estaban llenos de ansia, desnuda y vulnerable. La volvió a besar, más fieramente esta vez, como si le ofreciera todo su deseo y Sara lo aceptó, lo hizo suyo. Mike le soltó la cola de caballo y su cabello cayó libre sobre los hombros, como una cortina de seda. Ella no pensó protestar, incluso cuando él la hizo tumbarse en la cama. Entonces los dedos de él le encontraron un seno, acariciándoselo a través de la tela del vestido y Sara gimió suavemente, apretándose contra él, consciente de la evidencia de su excitación apretándose contra los vaqueros. Eso debía haberla alarmado, pero la hizo excitarse más todavía. Se abrazaron, frotaron, acariciaron con un fervor increíble, como dos personas descubriéndose el uno al otro por primera vez. Y, de todas formas, todo le parecía conocido a Sara, como si siempre hubiera conocido el beso de ese hombre, su contacto, como si siempre hubiera estado esperando ese momento. Mike le bajó los finos tirantes del vestido mientras la llamaba por su nombre como si lo reverenciara. Rozó sus labios contra la piel desnuda de sus hombros, haciendo que la recorrieran oleadas de calor. Luego le bajó más el vestido, desnudándole los senos. Se los abarcó con las manos, en los que encajaban perfectamente. Y fue entonces cuando se abrieron las puertas del infierno. La cama empezó a agitarse con una violencia que parecía calculada para que les cayera encima toda la habitación. -¿Qué...? -exclamó Mike alarmado. Sara tragó saliva y sintió como si una hoja de acero helada se interpusiera entre ella y Mike, obligándola a soltarlo. La cama saltaba y giraba bajo ellos como una
barquichuela en medio de una tormenta. Maldiciendo en voz baja, Mike saltó de la cama llevándosela a ella consigo. Apenas habían recuperado el equilibrio en el suelo cuando la librería de la pared entró en danza, literalmente, ya que fue como si se pusiera a bailar con un ritmo loco, el mismo que el de la cama. -¡Mike! -gritó Sara advirtiéndole de que los libros empezaban a volar. Pero ya era demasiado tarde. Un gran tomo le dio en la sien. Él gruñó de dolor y se apartó de ella. Agitando los brazos logró apartar unos cuantos más que parecían ir dirigidos directamente a él con una puntería muy afinada. Sólo cuando el último libro estuvo en el suelo paró todo aquel ajetreo. Sara se llevó las manos al corazón y respiró trémulamente. Había visto demostraciones del mal humor de Mamie con anterioridad, pero nunca dirigidas contra ella. Mike bajó los brazos cuidadosamente. Gimió y se frotó la cabeza mientras miraba el voluminoso diccionario que le había dado. -¡Maldita sea! No me extrañaría que pesara como un montón de ladrillos. -¿Estás bien, Michael? -le preguntó Sara. -¡No! ¡No lo estoy! -dijo él mirando la librería y luego la cama-. Primero casi me rompo una pierna en las escaleras. Y ahora creo que tengo una conmoción cerebral. ¿Qué demonios pasa aquí? -Es... Mamie. La habitación se había quedado extrañamente tranquila, pero ella todavía podía sentir algo en el ambiente, el aura helada de la desaprobación. -No estaba haciendo chistes de fantasmas. ¿Cuál es su problema esta vez? -No estoy segura, pero... pero no creo que le guste que ... hum, que me besaras. Mike levantó las cejas incrédulamente. -¿Qué tiene que ver eso con ella? Sara deseó saber eso mismo, así que llamó en voz alta. -¡Mamie! Le has vuelto a hacer daño a Mike. ¿Por qué has hecho esto? «Alguien tiene que detener al señor Casanova y hacer que recobres el sentido común». Sara se estremeció al oír la voz de Mamie, pero fue evidente por la expresión de Mike que él no había oído nada. Un poco avergonzada, Sara le explicó: -Al parecer, Mamie pensó que nos estábamos dejando ir demasiado lejos. -Pues sí -respondió Mike pasándose una mano por el cabello y palpándose el chichón-. No sé lo que me ha pasado. Lo siento, ángel. Pareces sacar lo peor de mí. -¿Lo peor? -dijo Sara haciendo un esfuerzo para sonreír-. Yo hubiera pensado que era lo mejor. Mike agitó la cabeza. -Ponme con una mujer en un dormitorio y, al parecer, no se puede confiar en mí. Menos mal que Mamie... Entonces levantó las manos, disgustado, y añadió: -¿De qué estoy hablando? No hay ninguna Mamie.
Sara lo miró desesperada. Después de todo aquel lío él no podía seguir negando la existencia de Mamie, ¿verdad? Tanto como no podía negar que lo que había sucedido entre ellos había sido algo extraño y maravilloso. Especial. Pero aparentemente, podía, ya que se apartó de ella murmurando algo acerca de las hormonas disparadas. Se acercó a la librería y se puso a buscar alguna explicación lógica a lo que había sucedido. Sara se sintió entonces decepcionada. Tal vez él tuviera razón y no había habido nada mágico en la forma en que se habían besado. Tal vez no fueran nada más que las hormonas. Entonces, ¿por qué se seguía sintiendo tan agitada, como se había sentido la otra vez que la besó, pero más todavía? Como la otra vez que la besó, el día anterior. Una sensación peculiar la invadió y se llevó la mano a la boca. -Oh, no. No otra vez. Murmuró. Tal vez eran los ojos los que habría tenido que taparse. Trató de evitar mirar a Mike, pero le fue imposible. De repente pareció volver a ser capaz de ver a través de sus ropas. Sólo que ahora no era sólo a través de su camiseta. Todo había desaparecido, salvo sus calcetines y unos calzoncillos de seda negros. Vio con toda claridad sus musculosas piernas, ancho pecho, con su vello dorado que bajaba por su plano vientre hasta desaparecer por el elástico de esos calzoncillos escandalosos. -Oh, oh... vaya -dijo Sara tragando saliva y ruborizándose-. Tú... tú tienes... -¿Qué tengo? -le preguntó Mike extrañado. -Tienes otra cicatriz. En tu muslo izquierdo. Mike se llevó la mano exactamente a ese punto y frunció el ceño. -Maldita sea, Sara, no empieces de nuevo con eso. Ya tengo bastante por hoy. -No lo puedo evitar -gimió ella-. Lo puedo ver muy claramente. Esa cicatriz es de... de un accidente de coche. Ibas demasiado aprisa. De repente abrió los ojos sorprendida y añadió: -¡Michael! ¡Tú habías robado ese coche! Mike frunció más el ceño. -Sí. ¿Y qué? Era un chico muy malo. Demasiado malo para vivir y no lo suficiente como para morir y... ¡Demonios, Sara! ¿Qué eres? ¿Una especie de bruja o algo así? ¿Cómo sabes todo eso? Ella no se molestó en contestarle, tampoco habría servido de nada, seguiría sin creerla. -Siento mucho dolor -continuó-. Pero no fue tan malo como la vez que tú... tú... Entonces se acercó a él con la mano extendida y continuó: -Como cuando te hiciste lo del hombro. -Sara, no... Mike trató de evitarlo, pero las puntas de los dedos de ella se apoyaron en donde sabía que tenía la cicatriz y se estremeció de dolor, el dolor que Mike recordaba. Pero
en vez de en su hombro, ella sintió como si el cuchillo le hubiera sido hundido en el corazón. Sara se sintió palidecer. -¡Cielos! ¡Cuándo te hicieron esto sólo eras un niño de doce años! -¡Déjalo! -exclamó él apartando la mano. Un destello de temor la recorrió; no por la ira de Mike, sino por la nueva imagen que se estaba formando en su mente. -Veo al hombre entre las sombras. Terrible, aterrador, pero no puedo ver su rostro a no ser que salga a la luz. Él... -¡Te he dicho que lo dejes, maldita sea! Mike la agarró fuertemente por los hombros. La terrible imagen se esfumó dejando en su lugar el rostro de Mike, enfadado. Y reflejando otra emoción. ¿Podría ser... miedo? -Mira, Sara, no sé cómo puedes... o, ni siquiera si tú... Quiero decir... creo... Ya no sé lo que pensar. Pero si por alguna remota posibilidad realmente tuvieras poderes, quiero dejar muy clara una cosa. ¡Mantente apartada de mi cabeza, maldita sea! -No quiero estar en tu cabeza -dijo ella tratando de soltarse-. Es más tu culpa que mía. -¿Mi culpa? -preguntó él aflojando su agarre. -Sí. Nunca he tenido unas visiones tan detalladas y claras con nadie más. Pero cada vez que me besas tan apasionadamente, soy capaz de ver más de ti. Esta vez he llegado hasta tus calzoncillos negros de seda. -Para tu información, señorita parapsicóloga, no llevo ropa interior de seda. Ni siquiera tengo de eso, salvo unos calzoncillos que mi ex esposa insistió en regalarme y esos están en el fondo de un armario. Nunca me los pongo, salvo los días en que me quedo sin ropa limpia, como... Mike se interrumpió y puso cara de horror. -Como esta mañana -continuó mirando espantado a Sara. Las manos cayeron de los hombros de ella y luego se pasó una por la frente como si estuviera comprobando que no tenía fiebre. -Esto... esto es una locura. -No, no lo es -insistió ella-. Es la forma en que me besas. Parece que ha abierto una especie de canal entre nosotros. -Entonces, cambia de emisora. -Entonces, deja de besarme. -¡Encantado! Pero aún entonces Sara podía sentir las corrientes que había entre ellos. La atracción que existía entre ellos, quisieran o no. Se preguntó si Mike lo sentiría también. No lo podía decir. Lo único que sabía era que él había apartado la mirada y había retrocedido diciendo. -Me voy de aquí. -¿Vas a dejar el caso?
-No, es sólo que tengo que salir de aquí. Tengo que apartarme de... No terminó la frase, pero no fue necesario. Sara sabía perfectamente que se refería a ella. Parecía como si, después de todo, Mike prefiriera que fuera un poco más normal. Ese pensamiento la dolió más de lo que quisiera admitir. Escondió el dolor detrás de una máscara de orgullo y vio como Mike cerraba el joyero de Mamie y se lo metía bajo el brazo. -¿Qué vas a hacer? -le preguntó. -Aquello para lo que me has contratado. Encontrar a John Patrick. Utilizando métodos reales y sólidos de detective. La clase de cosas que puedo comprender. Evidencias. Luego se dirigió a la puerta y añadió: -¿Vienes? Sara agitó la cabeza como atontada. -Creo que me quedaré un poco más aquí y veré si puedo encontrar algo más. -¿Y cómo piensas volver a la ciudad? -Supongo que siempre podré usar mi escoba voladora -dijo ella amargamente- O, si no, por aquí pasa un autobús. Mike pareció dispuesto a discutir, pero por fin se encogió de hombros y dijo: -Muy bien, como quieras. Ya me pondré en contacto contigo si descubro algo. Cuando Mike salió por la puerta, Sara se preguntó si lo haría. Tenía la sensación de que él preferiría meter la cabeza en un cepo para osos antes que volver por allí a verla. Se quedó oyendo sus pasos alejándose hasta que, por fin, la puerta de entrada se cerró con un portazo. Capítulo 6 Pasó una semana antes de que Mike volviera por Aurora Falls. Pero cuando pasó por la calle principal, evitó cuidadosamente la tienda de Sara, aunque ese gran ojo que tenía delante pareció mirarlo reprochándoselo. Se agachó en el asiento cuando pasó por delante, temiendo que el radar de Sara lo pudiera detectar. Se dirigió decididamente a su destino, el ayuntamiento. Aparcó delante y apagó el motor. Luego miró las únicas pistas que tenía, el joyero que había dejado a su lado, en el asiento, y el perro de peluche. Debía estar loco. Perder el tiempo de esa manera por una chica que; hacía que la sangre le corriera por las venas a la vez ardiendo y helada, y por diez dólares al día. Un dinero que nunca había tenido intención de cobrar. Había tenido tan poca suerte tratando de descubrir algo de Mamie Patrick que casi había llegado a pensar que era una elucubración de Sara. Pero lo cierto era que la reacción de Xavier Storm le había devuelto la seguridad. El rey del casino no había estado inactivo esos días y había movido todas sus
influencias para hacer que inspeccionaran su oficina, desde los de sanidad hasta la misma policía para revisarle la licencia. También había recibido una sutil amenaza o, como lo llamaba Storm, una advertencia amigable, de que, si no dejaba el caso, ya se ocuparía Store de hacer que le pegaran un tiro. Más que alarmar a Mike, eso lo llenó de una gran satisfacción. -Eso demuestra que ya estoy empezando a acercarme al imperturbable señor Storm -murmuró Mike a su único compañero, el perro de peluche-. Lo que significa que aquí tiene que haber algo. Y que tu antiguo dueño existe. Mike miró al perro y frunció el ceño ante un recuerdo vago que le trajo. ¿Sería posible que él mismo hubiera tenido un juguete como ése cuando era pequeño? Tenía un nombre en la punta de la lengua. ¿Spunky? ¿Spanky? Tal vez Sparky. Sí, eso era. Un perro de peluche llamado Sparky. Un dálmata. -Bueno, eso tiene que ser. Podía recordar tan pocas cosas de los detalles de su vida infantil... ¿Qué habría pasado con el bueno de Sparky? Probablemente quedó abandonado en uno de esos hoteles a los que lo había arrastrado su viejo. Inmediatamente pensó en su padre. Aquello era una de las cosas más molestas de ese caso, que no dejaba de recordarle su propio pasado. Menos mal que estaba encontrando tanta satisfacción molestando a Storm, si no lo habría dejado nada más empezar. Todo ese asunto se le estaba metiendo en el cuerpo de una manera que no le gustaba ni comprendía. Como la mujer que lo había contratado. Sara. Mike se agarró al volante tratando de quitarse su imagen de la mente. Su cabeza estaba empezando a parecerse a un campo de batalla y, la mayoría de las veces, perdía. Ella siempre estaba allí, incrustada en sus pensamientos, atormentándolo, manteniéndolo despierto por las noches. Casi había perdido el control y le había hecho el amor en una cama vieja de una posada abandonada. Bueno, él seguía sin creer en fantasmas, pero Sara era otra cosa. Casi había llegado a sentirla agrietando su armadura de cinismo. Todos esos detalles que ella había adivinado, las cicatrices, el coche que había robado, pero sobre todo, el hombre en las sombras. Habían sido demasiado precisos como para atribuirlos a una simple suposición. Suspiró. Se había pasado casi toda la vida desenmascarando a echadores de cartas, médiums de pacotilla, lectores de bolas de cristal y demás. Lo estaba volviendo loco tener que admitir, aún para sí mismo, que Sara podía serlo de verdad. -Es de lo más incómodo -le dijo al perro de peluche-. Bueno, Sparky. Ya sabes como se siente uno. También se metió en tu cabeza. Por supuesto, Sara había dicho que todo era culpa de Mike, por la forma en que la había besado y, tal vez tenía razón. No había tenido que besarla, ni ninguna de las
otras cosas que se le habían ocurrido cuando estaban en esa cama. Siempre había tenido la norma de no tener nada personal con los clientes y no sabía por qué Sara le había tentado para que la rompiera. Pero cada vez que la tocaba se ponía como un cohete. La deseaba tanto que le asustaba. -Tal vez ella sea realmente una especie de bruja, Sparky. Tal vez me haya hechizado. Fuera lo que fuese lo que estaba sucediendo entre Sara y él sólo tenía una solución. Seguir trabajando en el caso, pero manteniéndose apartado de ella tanto como le fuera posible. Y, dadas las circunstancias, sin volverla a tocar. -Desde el primer momento en que la vi me di cuenta que iba a ser un problema continuó-, Que esto te sirva de lección, Sparky. Mantente apartado de las chicas con cara de ángel y cuerpos hechos para el pecado. Entonces sonó una discreta tos y, por un momento de sorpresa, Mike pensó que había sido el perro. Luego se dio cuenta de que una sombra se proyectaba sobre él. Levantó la mirada y se encontró con una policía. -Perdone, señor -dijo la chica-. Pero el parquímetro indica que su tiempo se ha agotado. Así que, o bien Sparky o usted meten otra moneda o me temo que voy a tener que multarlos. Mike se sintió ruborizar, pero logró sonreír. -Me temo que tendré que ser yo. Sparky sólo lleva billetes grandes. La chica le sonrió y se marchó. Mike salió del coche y agitó la cabeza. Era mala cosa si empezaba a hablarle a un perro de peluche. Era mejor que se dedicara a lo que tenía entre manos. No había encontrado a nadie que supiera nada ni de Mamie ni de su hijo, sólo a una mujer que una vez había estado de camarera en la posada y que le había dicho que el señor Kiefer seguía vivo. Debía tener unos ochenta años. Desafortunadamente, la mujer no le pudo decir dónde vivía y era por eso por lo que él iba al ayuntamiento. No tardó mucho en encontrarlo en los archivos. Si tenía suerte, para la hora de almorzar habría hablado con él y sabría algo de Mamie y su hijo. Sólo esperaba que tuviera buena memoria. Después de tomar nota de la dirección se dirigió a la salida. Mientras caminaba, Mike pensó que aquello tenía todo el aspecto de un colegio reconvertido. El olor a tiza y a calcetines sudados seguía en el aire. Cuando se detuvo en una de las fuentes para beber, se abrió una de las puertas de las antiguas aulas. Casi se esperó que de allí saliera un montón de escolares, pero lo que salió fue un grupo de hombres de mediana edad vestidos con traje y corbata y aire de importancia. Supuso que debían ser los magnates locales. Una reunión semanal. Un poco de café, mucho cotilleo y un buen rato para todos. Salvo tal vez para la mujer que los siguió. Cuando la colección de trajes desapareció, ella se quedó cerca de la puerta, una pequeña cosa pálida vestida con un vestido rosa pálido. Le resultaba conocida, pero no del todo hasta que le dio la luz que entraba por la
ventana. Sara. Su primer impulso fue esconderse para escapar de la mirada de ella. ¿Qué estaba haciendo ella allí? ¿Por qué no estaba en su tienda? Ella no miró en su dirección. No tenía su aspecto habitual con ese vestido y sin sus abalorios de siempre. Parecía sentirse mal, incómoda y fuera de lugar cuando se puso a hablar con una mujer alta que también había salido de la habitación. ¡De conversación nada! Al parecer la señora alta era la única que hablaba y, por alguna razón que no pudo nombrar, a Mike le disgustó inmediatamente. -...y debe comprender nuestro punto de vista, señorita Holyfield -estaba diciendo Elaine. -Siempre trato de comprender el punto de vista de los demás -le dijo Sara tranquilamente-. Pero... -Yo fundé este consejo para darle a Aurora Falls un muy necesario lavado de cara. Nadie quiere cerrarle la tienda, exactamente -dijo Elaine con un tono de voz que quería decir exactamente lo contrario-. Francamente, por su propio bien, simplemente debe tratar de estar... más en el mercado. Sara apretó el asa de su bolso, tratando de mantener la paciencia. -Mi tía abuela llevaba años trabajando con bastante éxito esa tienda, si es por eso. -Er... sí. Pero francamente, querida, su tía abuela era un poco... diríamos, excéntrica. Sara pensó que si hubiera dicho que estaba loca, se aproximaría más a lo que pensaba. -Su lealtad a la familia es enternecedora, señorita Holyfield, pero no puede seguir así. Estamos atrayendo aquí una clase de turismo mejor, de la clase que no quiere libros raros y baratijas así. Y, francamente, los echadores de cartas pertenecen a los carnavales y verbenas, no a Aurora Falls. Nadie la culparía si quisiera vender la tienda y buscar un trabajo decente. Siempre he estado dispuesta a hacerle una muy buena oferta... -Francamente, ella no está nada interesada. Esas palabras interrumpieron a Elaine antes incluso de que Sara tuviera preparada una respuesta con más tacto. Sara se dio la vuelta y casi se dio de bruces con Mike Parker y se le escapó un leve gemido. Vaya con su sexto sentido. ¿Cómo podía haberle pasado desapercibido ese pedazo de hombre? ¿Cómo se podía haber acercado sin que lo oyera? Y con esa camisa tropical a flores estampadas. Como para pasar desapercibido. Elaine fue la primera en recuperarse y sus fríos ojos grises recorrieron a Mike, estremeciéndose al ver su camisa. -¿Y quién es usted, joven, que pretende hablar en representación de la señorita Holyfield? -exigió. -Sólo uno de esos turistas baratos a los que les gustan los libros raros y las
baratijas. Y que cree que la tienda de Sara está muy bien. Un gran sitio para que te restauren el aura. Francamente, usted tiene todo el aspecto de necesitarlo. Elaine se puso tensa por la irritación. Aunque completamente sorprendida por ese inesperado campeón, Sara intervino antes de que Mike pudiera decir nada más agresivo. -Oh, señora Jorgensen, este es mi... mi... ¿Cómo lo podía llamar? ¿Su amigo? ¿Al detective que había contratado para que hurgara en la posada de Elaine a sus espaldas? ¿Al hombre que podía haberse transformado en su amante si no hubiera sido por la intervención de un fantasma? Sara se sintió ruborizar. -Es mi... Michael. Michael Parker. Mike, ésta es Elaine Jorgensen, de la empresa Jorgensen. Ya sabes, los dueños de la posada Pine Top -dijo para que él no tuviera duda de con quien estaba hablando. Pero se podía haber ahorrado la saliva. Mike soltó un largo silbido. -¿Jorgensen Realty, eh? La orgullosa propietaria de la Central de Fantasmas. -Si se está refiriendo a esa historia supuesta de que la posada Pine Top está embrujada, eso no es nada más que un rumor estúpido. -Sí, una verdadera molestia esos rumores. ¡Un rumor que persigue a los obreros y tira botes de pintura! Mike gruñó cuando Sara le dio un codazo en las costillas. Elaine se puso tensa e hizo una demostración mirando su caro reloj de oro. -Va a tener que perdonarme, señorita Holyfield. Me temo que vamos a tener que continuar esta discusión en otro momento. -No cuente con ello -murmuró Mike. Elaine lo ignoró y continuó: -Tengo mucho que hacer esta mañana -dijo abriendo el bolso y mostrándole unos sobres color crema-. La asociación local de negocios va a volver a tener un baile de fin de verano. Esperamos celebrarla en la posada Pine Top cuando hayan terminado las obras de renovación. -Yo no contaría con eso tampoco -dijo Mike riéndose. Elaine lo miró fríamente y empezó a alejarse, pero Mike la detuvo agarrando el asa de su bolso. -¿Por qué no se ahorra el sello y le da ahora su invitación a Sara? Sara pensó que no lo hacía porque estaba muy claro que no tenía la menor intención de invitarla a ella. Pillada con la guardia baja, Elaine se ruborizó un poco. -Bueno, yo... di por hecho que la señorita Holyfield no estaría interesada. -¿Por qué no? Ella es una mujer de negocios de la localidad, ¿no? -Está bien, Mike -intervino Sara-. Realmente yo no... Pero Mike ya estaba buscando en el bolso de Elaine y sacó una invitación. Elaine sólo pudo cerrar el bolso muy dignamente.
Luego se marchó de allí a toda prisa mientras Mike la observaba con una amplia sonrisa y luego le dio el sobre triunfalmente a Sara. -Toma -dijo-. Tu invitación al baile, Cenicienta. Sara agitó la cabeza y se negó a aceptarla. -¿Cómo has podido hacer esto, Michael? -¿Qué? -Obligar a la señora Jorgensen a darme esa invitación. No tengo la costumbre de ir a donde no se me desea. -¿No? Bueno, alguna vez deberías intentarlo. Puede ser muy divertido. Pero cuando Sara no respondió a su sonrisa, la de Mike se esfumó lentamente. Entonces arrugó la invitación y, como no vio ninguna papelera, se la metió en el bolsillo. -Siento haberme metido. ¿No estarías de verdad haciendo un trato con esa... er, señora Jorgensen para venderle tu tienda? -No, por supuesto que no. -Entonces, ¿por qué no le dijiste que se fuera al infierno? -Porque nunca se me ha dado particularmente bien eso, aún con gente que se lo merece. -¿Cómo yo? -Yo no he dicho eso. Pero Sara se sorprendió al ver lo mucho que lo había deseado, que seguía herida y que si, también un poco enfadada por la forma en que Mike la había abandonado ese día en la posada. -¿Qué estás haciendo aquí otra vez? -le preguntó. -Trabajo para ti, ¿recuerdas? Me contrataste para hacerme cargo del caso de Patrick Henry. -Lo recuerdo. Pero no estaba segura de que tú lo hicieras. No sé nada de ti desde hace una semana. -Ya te dije que me pondría en contacto contigo cuando tuviera algo de que informarte, ¿no? -Sí, lo hiciste. ¿Es por eso por lo que has venido al ayuntamiento? ¿Para buscarme? -No exactamente. Tenía que buscar en los archivos de aquí. -¿E ibas a venir luego a mi tienda? -Er... bueno —dudó Mike sin mirarla a los ojos—. Sí, claro. -Eres un mal mentiroso, Mike Parker. -Mira, ángel, yo... -Está bien, Michael -respondió ella suspirando cansadamente-. Yo no querría volver a meterme en tu cabeza otra vez. ¿No era eso lo que dijiste? Tal vez sería mejor que me llamaras desde una cabina a una distancia segura. -Oh, vamos, Sara... Pero Sara ya había empezado a dirigirse hacia la salida, así que Mike corrió y se
la bloqueó. -Escucha, ángel, yo no... oh, demonios, es cierto -dijo él pasándose una mano por el cabello-. Estaba pensando marcharme sin pasar a verte. Es sólo que... -No tienes que darme explicaciones. Estoy acostumbrada a esa clase de reacciones de la gente. En la reunión del consejo de esta mañana, todas las sillas a mi alrededor estaban vacías. Ya ves, no eres el único que piensa que deberían quemarme en la hoguera. -Todos esos son unos animales. Y yo también -afirmó él agitando disgustadamente la cabeza-. Nunca he sido un sir Galahad en lo que se refiere a las mujeres, pero parece que he acabado haciéndotelo pasar peor a ti que a la mayoría. -Supongo que es más culpa mía que tuya. Es esta maldita habilidad mía para meterme en las cabezas de los demás, invadiendo su intimidad. Debe haberte hecho sentir muy incómodo. -¿Incómodo? -respondió él riéndose nerviosamente-. Mujer, me tienes completamente amedrentado. Esa sincera confesión pilló a Sara completamente desprevenida y lo miró preguntándose cuándo habría sido la última vez que Mike Parker habría admitido tener miedo de algo. -Eso es ridículo -dijo ella por fin-. No puedes tenerme miedo a mí. Ni siquiera crees en mis poderes, ¿verdad? -Ya no sé lo que creo, muñeca. Si hace una semana me hubieras preguntado por esto de la parapsicología, te habría dicho que es un timo. Luego apareciste tú y ya no estoy tan seguro. Me he vuelto medio loco preguntándome si tú tendrías algo de esos poderes de verdad. -¿Sería tan terrible si fuera así? -Sí, porque si eres real, ¿qué más lo es también? ¿Los fantasmas? ¿Los ángeles? ¿Santa Claus? Esas son ideas muy enervantes para un tipo como yo, que siempre se ha imaginado el mundo de duro y frío cemento, en blanco y negro. -Sí, lo recuerdo. Me dijiste que no creías en nada, incluso cuando eras pequeño. No aplaudías para salvar a Campanilla. -Incluso me sentaba sobre las manos para que no me diera la tentación. Supongo que llevo demasiado tiempo sentado sobre mis manos y ahora me resulta muy difícil sacarlas. Eso lo dijo encogiéndose de hombros y con una sonrisa de medio lado que a ella le llegó al corazón. -Puede que no sea tan difícil como piensas, Michael -dijo ella agarrándolo por una muñeca. -No te vas a volver a meter de nuevo con mi aura, ¿verdad? -No, te prometo que, de ahora en adelante, haré lo que pueda para mantenerme fuera de tu cabeza, a no ser que tú me invites a entrar. ¿Ves? Nos estamos tocando y no pasa nada. -Todavía -dijo él, pero dejó que sus dedos se relajaran un poco.
-Por supuesto -añadió luego como advertencia más para él mismo que para ella-, no queremos que vuelva a suceder algo como lo que pasó en la posada, cuando estábamos en la cama y casi... bueno, ya sabes. Por la forma en que Sara se ruborizó, él se dio cuenta de que recordaba muy bien aquello. -Oh, no. No querríamos algo así. -Pero si puedes mantener tu radar psíquico para ti, supongo que no hay ninguna razón para que no podamos ser amigos. -Eso estaría muy bien, Michael -respondió ella sonriendo. -Muy bien. Entonces, ¿qué pasa? -¿A qué te refieres? Mike la hizo levantar la barbilla con un dedo y la miró a la cara. -No hace falta tener poderes paranormales para darse cuenta de que has tenido una mala mañana. Incluso antes de que yo apareciera. Supongo que esa tal Jorgensen y sus esbirros del consejo te han hecho pasar un mal rato, ¿no? -El consejo de redesarrollo -respondió Sara asintiendo-. Quieren librarse de mi ojo. -¿Eh? -Me refiero al gran ojo mecánico que tengo fuera de la tienda. -Ah, eso. De eso nada. Es una de las cosas más interesantes de este aburrido pueblo. -Bueno, el consejo no comparte tus gustos. Quieren que mi fachada se parezca más a las demás. Incluso me han amenazado con lograr que el ayuntamiento me obligue a quitarlo. -Entonces consigue a unos abogados que lo peleen. Eso es lo que yo haría. -Yo nunca he sido una luchadora, Michael. A veces es más fácil conformarse. -¿Qué? ¿es esta la misma mujer que me dijo que debería dejar de vivir su vida y tratar llevar una vida normal, como todos los demás? -Lo que yo quería cuando vine aquí a hacerme cargo de la tienda de mi tía, era un nuevo comienzo. Sentirme como si hubiera algún sitio en donde pudiera ser yo misma y aún así ser aceptada. Pertenecer a alguna parte. ¿Comprendes lo que te digo? Mike se encogió de hombros, pero la comprendió. Mejor de lo que le habría gustado. Controló el impulso repentino de abrazarla y le dijo: -Acompáñame a mi coche. Tal vez tenga una noticia que te alegre el día. No quiso decirle nada más hasta que no estuvieron junto al coche, pero a Sara se le notó la animación inmediatamente. -Has descubierto algo acerca de John Patrick, ¿verdad? -Tómatelo con calma, muñeca. No es algo tan grande. Lo único que he encontrado ha sido la dirección actual del viejo jardinero, Kiefer. -Oh, Michael, eso es maravilloso. Si alguien puede saber qué pasó con el hijo de Mamie después de su muerte, es él. -Eso si aún recuerda algo. Todos los demás parecen haberse olvidado de Mamie.
-Ya lo sé -dijo ella tristemente-. Y allí está ella, con su espíritu atrapado en la posada. Es muy triste, ¿verdad? -Sí -respondió él sintiéndose incómodo como siempre que Sara mencionaba a Mamie. Tal vez fuera porque aquello le estaba afectando también a él. Pudiera ser por esa foto en la que se veía el joven rostro de la chica, con sus trágicos ojos oscuros y la sonrisa cariñosa con que miraba a su hijo, al que amaba y que sabía que no iba a poder cuidar por mucho más tiempo. -Mi madre murió cuando yo tenía la edad de John Patrick -murmuró Mike-. Ya no recuerdo su rostro. Ni siquiera su nombre. Se puso tenso inmediatamente. ¿Por qué demonios había dicho eso? -Lo siento mucho, Michael -dijo Sara tomándole la mano, pero Mike la apartó. -No tiene importancia. No tiene nada que ver con este caso. Escucha, ángel, tengo que irme. Me gustaría ver al tal Kiefer cuanto antes. -¿Y me llamarás esta vez? -le preguntó Sara ansiosamente-. ¿Tan pronto como averigües algo? -Claro. -Es que se lo tengo que contar a Mamie -dijo ella bajando la voz-. Ayer volví a la posada para verla y se está impacientando. -¿Se impacienta? A mí me parece que ella tiene mucho más tiempo para matar que el resto de nosotros. Toda la eternidad. -Pero John Patrick no. Mamie siente que su hijo tiene algún problema terrible. -Mala suerte que no pueda sentir también dónde está. Eso me ahorraría mucho trabajo. Cuando Sara empezó a mirarlo de esa forma triste y reprobatoria, Mike levantó una mano y añadió: -De acuerdo, de acuerdo. Te llamaré en cuanto descubra algo. Sara se animó inmediatamente. -Eso si es que descubro algo -continuó Mike. -Lo harás. De eso estoy segura. -Tu fe en mis habilidades como detective es realmente emocionante, muñeca. -No es sólo tu habilidad como detective, Michael -dijo Sara sonriendo tímidamente-. A pesar de lo duro que pretendes ser, siento que Mamie está empezando a importarte tanto como a mí. ¡Cielo santo! ¿De dónde habría sacado Sara semejante idea? Bueno, ahora era el momento de dejar las cosas claras y contarle la razón verdadera por la que se había metido en ese extraño caso. Tenía que contarle lo de Storm y que él lo estaba haciendo como una simple venganza. El cielo sabía que nunca había tenido ningún problema desilusionando a la gente, hasta ese momento, pero ahora le resultó imposible hacerlo. Tenía que salir de allí inmediatamente, así que se buscó en los bolsillos las llaves del coche y se encontró con la invitación arrugada de la señora Jorgensen,
-Toma. ¿Qué quieres hacer con esto? -le preguntó ofreciéndosela. -Supongo que la tiraré. Pero la tomó en sus manos y, después de abrir el sobre, la leyó en voz alta. -La Asociación de Negociantes de Aurora Falls le invita cordialmente a asistir al baile anual de fin de verano de La Última Rosa. La cena se servirá en el salón de la araña de cristal de la posada Pine Top, y será seguida por un baile en los jardines de las rosas hasta la noche. A pesar del tono formal de voz que puso Sara, se le notó la curiosidad. -Realmente quieres ir, ¿no? -le preguntó Mike. Sara se encogió de hombros, pero no engañó a Mike. -Entonces, adelante y ve. Y al infierno con la señora Jorgensen y compañía. No querrás que gane la madrastra mala, ¿verdad, Cenicienta? Ella sonrió un poco, pero metió de nuevo la invitación en su sobre y agitó la cabeza. -No tengo nada que me pueda poner en una cena tan formal. -Cómprate un vestido nuevo. -¿Y a quién voy a llevar de acompañante? No soy precisamente la chica más buscada de por aquí, Michael. -Te llevaré yo -dijo él inmediatamente, preguntándose a continuación en qué estaría pensando. Sara pareció tan sorprendida por su oferta como él mismo. -¿Qué... qué has dicho? -He dicho que te llevaré yo. -Pero Michael, ¿por qué querrías tú hacer algo así? -Porque... Porque a él le encantaba ir vestido de pingüino para relacionarse con un montón de malditos esnobs como Elaine Jorgensen. -Porque creo que puede ser divertido –mintió. Como Sara seguía mirándolo incrédulamente, él añadió beligerantemente: -¿Qué te pasa. Cenicienta? ¿No crees que pueda hacer el papel de Príncipe Azul? -No. Es que... sí. Yo... Sara se interrumpió. Creía en muchas cosas imposibles. Cosas como fantasmas y demás. Creía en el amor, el romance y los cuentos de hadas. Incluso creía que, en alguna parte, había un hombre ideal esperando a toda mujer. Pero nunca se había imaginado que ella encontraría al suyo vestido con una camisa estampada con flores de colores brillantes y conduciendo un Mustang rojo. -Por supuesto, con una condición -la previno él-. No más de tus poderes paranormales. -No, te lo prometo -respondió Sara, aún atontada por esa oferta inesperada. -Muy bien. Entonces, trato hecho. Mike se volvió entonces hacia su coche y se rió. -¡Demonios! Ya no estoy seguro de nada.
Abrió la puerta del coche, pero la volvió a cerrar inmediatamente. Se dio la vuelta y sorprendió a Sara al abrazarla, la levantó del suelo y la besó apasionadamente. Sus labios parecieron encontrarse con toda la fuerza de dos trenes colisionando, enviando chispas en todas direcciones. Por un momento, Sara se vio suspendida, sin que sus pies tocaran el suelo. La única cosa sólida en el mundo era el cuerpo de Mike apretándose contra el suyo, la sensación de su boca, ansiosa, exigente, posesiva. Entonces, igual de repentinamente, él la soltó. Sara se tambaleó un poco cuando Mike se apartó jadeando. -¡Ya está! —gruñó él—. Ahora realmente he de irme. No puedo contenerme más. Sara estaba demasiado anonadada como para decir nada. Se llevó los dedos a los labios, aún estremecida por las sensaciones que Mike había despertado en su interior. Pasión, cariño, deseo ardiente. Todo lo que una mujer debe sentir cuando acaba de ser besada de esa manera. Nada anormal. ¿Nada anormal? No, no lo había habido. Cuando Mike se sentó detrás del volante, Sara se le quedó mirando. Entonces sucedió. Ésta vez no hubo nada que la previniera. Fue como un relámpago en un cielo negro. Mike Parker apareció completamente desnudo delante de sus ojos asombrados. Hermosamente desnudo, todo su pecho velludo y sus miembros musculosos. Se llevó una mano a la boca para contener un grito. Por suerte, Mike estaba distraído en ese momento arrancando. Para cuando levantó la mirada, Sara se había recuperado lo suficiente como para apartarse. Seguía sin poder hablar, pero consiguió sonreír y despedirle con la mano, tratando de no parecer una mujer que viera a un hombre alejarse dentro de su descapotable, gloriosamente desnudo. -No es justo -gimió. Mike había empezado a confiar en ella, como un lobo solitario que, poco a poco, se fuera acercando a una hoguera de campamento que le daba la bienvenida. Se puso la mano en la frente, tratando de evitar que la visión siguiera más allá, que invadiera las zonas vulnerables del alma de él. Pero no sirvió de nada. Siguieron más imágenes como una serie de relámpagos. Imágenes demasiado negras y terribles para un día tan luminoso. Un callejón oscuro, el gemido de un niño asustado, el brillo de un cuchillo, la sombra amenazadora de un hombre con las manos llenas de sangre. Se le escapó un leve grito. -Oh, Mike -susurró al tiempo que se apoyaba en el parquímetro-. Lo siento. Lo siento mucho. Ya había roto su promesa. Se había vuelto a meter en su cabeza. Y ésta vez había visto el rostro del hombre entre las sombras. Capítulo 7
Sara se despertó de golpe con el ruido de un trueno. Estaba sudando copiosamente por la pesadilla que acaba de tener, en la que se había visto a sí misma primero en la oficina de Mike, con un vestido negro ajustado y medias de seda. Mike llevaba una trinchera y sombrero de ala ancha, estaban abrazados y acariciándose. En un momento dado, sonó un ruido en el despacho exterior y él se puso alerta y fue a ver lo que sucedía, ella trató de impedírselo, pero entonces la habitación cambió y se vio en un callejón oscuro. Entonces vio también al hombre en la sombra, fue advertirle a Mike, pero el hombre se interpuso entre ellos y se abalanzó sobre Mike con un cuchillo en la mano. Habían sido unas imágenes de lo más vividas, de lo más real. Una pesadilla espantosa como no recordaba ninguna otra. Eso tenía que tomárselo como una lección. Nunca debía acostarse después de una cena tardía a base de sushi y tarta de chocolate. O con una conciencia culpable. No había dejado de pensar en el incidente que había tenido con Mike esa tarde y se había dormido con esos pensamientos. Él había confiado en ella lo suficiente como para ofrecerse a llevarla al baile, para besarla de nuevo. ¿Y qué había hecho ella? Invadir su intimidad una vez más, robándole fragmentos de su alma que él nunca había pretendido compartir. -No quise hacerlo -gimió. Maldijo ese infernal poder que tenía de meterse en las partes y dolores más íntimos de la gente. ¿Para qué servía salvo para meterla en problemas? Desde los seis años, cuando preguntó inocentemente al sacerdote que los estaba visitando acerca de las bonitas imágenes que veía en su mente sobre una chica rubia en ropa interior y resultó que no era la esposa del reverendo. Pero pensó que la reacción del reverendo Thompson no sería nada en comparación con la de Mike si supiera que se había vuelto a meter en su mente. ¿Qué le iba a decir la siguiente vez que lo viera? ¿Confesarse con el hombre con el que no había dejado de tener sueños lujuriosos desde que lo había conocido? ¿Decirle que tenía pesadillas acerca de su hombre en las sombras? No, no podía contárselo. No si no quería que ese Príncipe Encantado con vaqueros y camisa hawaiana desapareciera para siempre. Y se sorprendió al darse cuenta de lo muy intensamente que deseaba que eso no sucediera. Pero esa poderosa atracción que sentía por él no tenía sentido, esa unión de sus mentes desde el principio, como si... como si el que se hubieran encontrado no hubiera sido una casualidad, sino cosa del destino. Y eran tan diferentes... En su solitaria infancia, Sara siempre había podido refugiarse en los libros, además de la seguridad que le habían dado sus amantes padres, aunque nunca la habían comprendido demasiado. Pero Mike se había criado como un niño de la calle y los callejones oscuros. Había vivido en habitaciones de hotel y casas de adopción, nunca había tenido una que pudiera llamar suya. Había perdido a su madre a los seis años. Y su padre...
Sara se estremeció sabiendo la causa del cinismo y la falta de confianza de Mike, el recordado dolor y las cicatrices que había tratado de enterrar tan profundamente. Eso la hacía desear abrazarlo, consolarlo. Pero el consuelo era lo último que un hombre como Mike podría querer de ella. El no era de los que pudiera admitir que necesitaba a alguien, aunque se estuviera muriendo de sed y ella estuviera a su lado con un vaso de agua. Y tampoco importaba que, cada vez que él la besaba, ella se sintiera encendida y como si, de repente, el cielo se llenara de fuegos artificiales, ya que Mike nunca los vería. -Sólo es pólvora y cerillas, ángel -le diría él-. Deben estar teniendo fuegos artificiales en el pueblo de al lado. No, cualquier relación entre Mike y ella carecía de esperanza. Si el destino los había unido, entonces ésta era una de esas veces en las que el destino se equivoca. Tenía que dejar de atormentarse por ese hombre. Olvidarlo, olvidarse de esos sueños, de los deseos que despertaba en ella. Afuera seguía lloviendo y fue a ver qué hora era, pero se había producido un corte de electricidad, así que no le quedó más remedio que quedarse allí, mirando al techo. Por lo menos, ya no había más truenos y relámpagos. Entonces, ¿qué ruidos eran esos que se oían en la puerta de la tienda? Se puso tensa, ¿quién podría querer entrar en su tienda a esas horas de la noche y en medio de una tormenta? Pensó que se lo había imaginado, pero los golpes continuaron. Nerviosamente, se levantó de la cama, tomó un candelabro y se dirigió a la tienda. Nunca se había dado cuenta de que su tienda tuviera un aspecto tan misterioso por la noche y a la luz de las velas. Cuando se acercó a la puerta, vio la silueta de un hombre recortada contra el cristal, grande y amenazadora. Contuvo el deseo de apagar las velas y volver a la seguridad de su apartamento. -No seas ridícula —se dijo a sí misma—. Probablemente sólo sea alguien de la compañía de electricidad, o un vecino. El de la tienda de antigüedades de al lado solía pasar por allí cada vez que había un apagón. Al parecer, se creía que Sara practicaba alguna clase de ritos místicos que anulaban la electricidad. Sujetando el candelabro como un escudo, se obligó a avanzar. El cartel de la tienda ocultaba el rostro del hombre, pero estaba claro que no era el de la tienda de al lado. Ese hombre era mucho más alto y sus hombros más cuadrados. Una súbita esperanza se encendió en su interior, algo tan irracional como lo había sido el miedo de antes. No tenía ninguna razón para suponer, incluso para atreverse a pensar que fuera posible... Los dedos le temblaban cuando fue a abrir. -¡Michael! -gritó. Dejó el candelabro sobre el mostrador y abrió la puerta justo cuando él iba a
llamar de nuevo y Sara contuvo la respiración. Bajo la lluvia era la viva imagen de su sueño. -Michael -dijo de nuevo-. ¿Qué estás haciendo aquí? -Mojarme. ¿Me vas a dejar entrar o qué? -Oh... oh, sí, por supuesto -respondió ella apartándose. Una vez dentro, Mike le dijo: -Maldita sea, Sara. ¿Siempre abres la puerta de esa manera en mitad de la noche? ¿Y si hubiera sido un loco con un hacha? -No era un loco con un hacha. Eras tú. -¿Y cómo lo has sabido? Ahí fuera está oscuro como la boca del lobo. -Lo sabía. Él observó entonces la cerradura. -Una cerradura barata -dijo-. La podría abrir en un par de segundos. Y no hay ningún sistema de seguridad. Ni una maldita alarma. -No la necesito. Normalmente mi tienda no se ve asaltada en mitad de la noche por duros detectives con trinchera. -No es una trinchera, es un impermeable. Por si no te has dado cuenta, ahí fuera está diluviando. Luego se quitó el sombrero y se apartó los mechones de cabello mojados de los ojos. Sara debió extrañarse por su tono de enfado, pero se dio cuenta de que había algo más detrás de todo aquello. Fuera lo que fuese lo que había llevado allí a Mike esa noche, él no estaba tan seguro de sí mismo como siempre. -¿Qué te pasa? -le preguntó. -¿A mí? Nada Pero te prometí que te haría saber lo que pasaba con el señor Kiefer. -¿Has hablado con él? -No exactamente. Encontré su casa, pero él no estaba. Su nieto me dijo que se había ido a pescar, pero que no sabía dónde. Probablemente tardaré un par de semanas en poder hablar con él. Este caso se está volviendo algo muy frustrante. Pero no era el caso lo que lo hacía parecer tan extraño esa noche. Había algo más en su cabeza y Sara necesitó de toda su fuerza de voluntad para no averiguarlo con sus sistemas propios. -De todas formas -añadió él-, por ahora es todo. Lamento haberte molestado tan tarde. Los detectives tenemos un horario tan raro que solemos olvidarnos de que, a estas horas, el resto de la gente está... en la cama. Mike la recorrió entonces con una mirada que reveló un ansia salvaje, una mirada que despertó los propios deseos de ella. Luego la apartó y continuó hablando. -Uh... será mejor que me marche. Probablemente debiera hacerlo, pero cuando dio un paso hacia la puerta, Sara le dijo:
-Oh, no. Por favor, no lo hagas. -Pero es tarde y no debería haberte molestado. -Está bien. Me gusta que me molesten -respondió ella ruborizándose-. Quiero decir que, ya que estás aquí, bien podrías quitarte la trinchera y secarte un poco. -No es una trinchera -insistió Mike y luego fue a encender la luz—. ¿No hay luz? -Pasa siempre con las tormentas. Mike miró entonces el candelabro. -¿Tienes algo en contra de las linternas? -Sí, las pilas. Siempre se me olvida reemplazarlas. Tomó entonces el candelabro y lo utilizó para encender algunas de las velas aromáticas que tenía en la tienda, se le ocurrió que, si le proporcionaba más luz a Mike, tal vez él no quisiera volver afuera, a la oscuridad y la lluvia. Mike no se había movido de cerca de la puerta, pero Sara podía sentir su mirada fija en ella. Se volvió y le preguntó suavemente: -¿Y qué te ha traído aquí esta noche, Michael? -Te lo acabo de decir. -No. No has venido hasta aquí en mitad de la tormenta para decirme que no has podido hablar con el señor Kiefer. Mike se puso a juguetear con el ala de su sombrero. -Y, supongo que, sin luz eléctrica, no podré hacerte creer que pasaba por aquí y vi que tenías las luces encendidas. -Pues no. -Bueno, la verdad es... ¡Maldita sea! La verdad es que te he tenido de nuevo en la cabeza. ¡Lo sabía! Sara puso cara de culpabilidad y empezó a balbucear una disculpa cuando Mike continuó: -No he podido dejar de pensar en ti en todo el día. -Oh -respondió Sara dándose cuenta que él no había querido decir lo que había pensado. Mike se acercó entonces. -Y también has estado paseándote por mis sueños, ángel. Esta misma noche he soñado que estábamos en mi oficina, ¿una tontería, no? -Completamente. Se dijo a sí misma que no podía ser que hubieran tenido el mismo sueño. Era imposible. -Y tú llevabas un vestido negro muy sexy. -¿Y tú? Por casualidad, no llevarías tu trinchera, ¿verdad? -No es una trinchera, sino un impermeable. Pero sí, lo llevaba. -Y la única luz venía de la calle. Y me abrazaste... -Y me quitaste el sombrero y me acariciaste el cabello con los dedos. -Me besaste y... y entonces nosotros... Sus miradas se encontraron y Mike abrió mucho los ojos, alarmado. Sara no lo culpó. Ella también estaba afectada por aquello.
-¡Oh, demonios! -gimió Mike, pero hizo un valiente esfuerzo para recuperarse—. Es una coincidencia, sólo una coincidencia. Probablemente ambos hemos visto las mismas películas de detectives. -Yo no he visto ninguna. -¿Entonces me estás diciendo que vamos a empezar a compartir los mismos sueños ahora? ¿Qué significa eso, Sara? -No lo sé -dijo Sara, pero estaba empezando a sospechar la naturaleza del poderoso vínculo que había entre ellos dos. Una idea que temía que él no aceptaría nunca y que la impresionaba a ella misma. -Pero espera. No hemos podido compartir el mismo sueño porque yo era la única que estaba dormida. Tú estabas en la carretera en alguna parte... Pero Mike agitó la cabeza. -Me detuve en la cuneta un rato por la tormenta. Estaba muy cansado y me quedé dormido... Sara estuvo segura de que Mike saldría corriendo por la puerta, pero en vez de eso, se frotó la mandíbula y le preguntó demasiado como si nada: -¿Qué opinas del sueño? Me refiero a la parte en que nos estábamos besando. Sara se ruborizó. -Fue muy bueno. Mucho. Eso fue hasta que todo cambió y me encontré en el callejón. Mike se puso pálido. -Oh, no. ¿Soñaste también esa parte? Sara asintió y fue incapaz de evitar un estremecimiento. -Estaba perdida y no te podía encontrar y, cuando lo hice... él estaba allí. El hombre con el cabello gris y un cuchillo. Era horrible... -¡Oh, cielos! Mike se puso a pasear entonces y luego la miró suspicazmente. -Espera un momento. ¿Cómo has sabido el color de su cabello? Eso no aparece nunca en el sueño. Él siempre está entre las sombras. -Bueno, yo... Mike se acercó y la agarró por los hombros. -¿Has vuelto a meterte en mi cabeza, no? Estaba atrapada y no podía hacer otra cosa que asentir. -¡Maldita sea, Sara! Me lo prometiste. -No lo pude evitar. Pensé que podía, pero cuando me besaste y... Lo siento, Michael -susurró. Él la soltó y dijo amargamente: -¿De qué color eran mis calzoncillos esta vez? -De ninguno. Quiero decir que no lo vi. -Así que has logrado desnudarme por completo al fin. ¿Y qué mas viste además de mi trasero desnudo? Deseó decirle que no había visto nada más, pera no pudo. -Vi al hombre que te atacó cuando eras pequeño. Vi su rostro.
-¿Qué viste de su rostro? -Me pareció conocido de alguna manera. Como... como el tuyo. Sólo que más duro. -No es una comparación muy halagadora, ángel -respondió él apretando la mandíbula-. No deja de preocuparme la apariencia física y siempre me pregunto si, algún día, terminaré como mi viejo. -Oh, no. Tú nunca... -¿Nunca qué, muñeca? ¿Nunca terminaré siendo de la clase de hombre capaz de planear el asesinato de su propio hijo? Sara parpadeó. Se había imaginado la verdad del padre de Mike por la visión, pero era mucho peor oírselo decir a él de esa manera, con el rostro como una máscara fría y amargada. -Lo siento -susurró ella con los ojos llenos de lágrimas. Mike la observó en silencio por un momento y luego su enfado se esfumó lentamente. -No hagas eso, ángel. No merece la pena que llores por ello. Bueno, ya que has descubierto tanto, supongo que debes conocer el resto -dijo él suspirando. -Oh no, Michael. Nunca quise obligarte a compartir tus recuerdos conmigo. -Está bien. Tampoco es para tanto. No sé por qué siempre he sido tan reticente a hablar de mi viejo con la gente. Sara se quedó muy quieta mientras él buscaba las palabras adecuadas y, cuando las encontró, le dijo: -Supongo que mi viejo se me parecía mucho. Expansivo y lleno de color, pero en el fondo, era un globo de aire caliente. Tenía millones de sueños sobre maneras de hacerse rico rápidamente y trabajando lo menos posible. Después de que mi madre muriera, él me llevó de un lado para otro siguiendo sus negocios. Negocios que no siempre eran especialmente... honrados. Pasó breves períodos de tiempo en distintas cárceles y yo en casas de adopción. Pero mi padre siempre se las arreglaba para convencer al juez de turno para que le devolvieran mi custodia. Eso se le daba muy bien, engañar a la gente y hacerles creer que lo sentía, que esa vez se iba a portar bien. Por la amargura de la voz de Mike, Sara se preguntó cuántas veces su padre lo había engañado de esa forma a él cuando pequeño. -Cuando yo tenía doce años ya me harté de tratar de evitar que se metiera en más problemas. Me preocupaba que la próxima vez le pasara algo realmente grave. No es que mi viejo me importara mucho, sólo que no quería volver a una casa de adopción. Sara se dio cuenta de que aquello no era cierto, su padre le importaba, y mucho. -Por esa época, mi padre se relacionó con una gente realmente peligrosa. Te hablo de criminales duros. Mi padre empezó a hablarme de que por fin íbamos a hacernos ricos y yo me di cuenta de que iba a hacer algo gordo. De alguna manera tenía que averiguar qué era y hacer que mi padre no se metiera en ello. Así que eso era lo que estaba haciendo cuando casi me mató. Estaba jugando a los detectives. Me metí en la oficina legal de uno de esos tipos con los que sabía que mi padre estaba tratando,
pero me pillaron antes de que pudiera averiguar nada. Lo hizo uno de los nuevos amigos de mi padre. Un tipo llamado Sully Navaja Voltano. Mike se pasó una mano por la cara y continuó. -Traté de luchar con él, pero me sacó al callejón de detrás de la oficina y entonces él... se me acercó con su cuchillo. Pero tuvo la mala suerte de acorralarme cerca de un sitio donde los policías solían echar la partida, así que lo atraparon y yo me salvé. Fin de la historia. O eso debiera haber sido, ya que el tipo cantó y dijo que mi viejo lo había mandado a que me siguiera esa noche para que dejara para siempre de meter las narices donde no debía. -¿Para que te matara? -susurró Sara horrorizada. Mike asintió. -Supongo que nadie se iba a interponer en el camino del éxito de Mike Parker. Ni siquiera yo. -Oh, Michael. ¿Y qué dijo tu padre a eso? -Oh, lo negó todo con lágrimas corriéndole por las mejillas. Me dijo que había sido un mal padre, pero que yo era todo lo que tenía, que me quería y que nunca me haría daño. Mike se rió amargamente. -Bueno, el viejo había tratado de engañar a la gente demasiadas veces ya y aquella vez nadie lo creyó. -¿Incluyéndote a ti? Mike frunció el ceño. -Eso fue lo peor, ángel. Después de todas sus mentiras y engaños, una parte de mí todavía quería creerlo. Supongo que eso es lo que me ha hecho un incrédulo para siempre. -No -le dijo Sara-. Sólo fuiste un niño que quería tener fe en lo que la tienen todos los demás niños. En el amor de su padre. -Sí, bueno. Eso se me pasó muy aprisa -dijo Mike haciendo un gesto brusco-. Además de eso, también lo habían pillado en una extorsión y chantaje de una gente muy rica. Uno puede llegar a planear la muerte de su propio hijo, pero es mejor que no te metas con el dinero de algún rico y poderoso. Así que mandaron a mi padre a pasar un largo rato a Trenton State. -¿A Trenton State? Entonces, la carta que cayó al suelo de las que tenías en el coche... -Era de él. Sigue escribiéndome de vez en cuando, incluso después de todos estos años. Nunca las leo. Pero algo en la expresión de él le indicó a Sara que no estaba diciendo toda la verdad. Estaba recibiendo unas extrañas vibraciones que salían de... el sobre mojado que él llevaba en el bolsillo de su impermeable. ¡No! No podía hacerle eso otra vez. Él ya había compartido suficiente de su secreto más íntimo, así que trató con todas sus fuerzas de controlar sus poderes y lo consiguió. -¿Nunca volviste a verlo? -le preguntó-. ¿Ni una sola vez en todo este tiempo?
-Sólo en mis sueños, querida. Extraño, ¿verdad? Ni siquiera puedo recordar la cara del que me atacó. Cuando tengo esas pesadillas es siempre mi padre el que me ataca con el cuchillo. -¿Tienes esos sueños a menudo? -Sí. Gracioso, ¿no? Pero cuando Sara se estremeció, la sardónica expresión de Mike se esfumó. -Me había olvidado que has compartido este último. ¿Crees que va a repetirse? -No lo sé. El se acercó entonces y le acarició el rostro con los dedos. -No voy a permitir que el hombre de las sombras de mi sueño se meta en los tuyos. Si pensara que eso fuera posible, me quedaría despierto el resto de las noches de mi vida. Trató de hacer que eso sonara a broma, pero Sara se dio cuenta de que lo decía en serio. El tipo duro que juraba que él no era sir Galahad se podía sentar por las noches y quedar agotado por la falta de sueño sólo para protegerla a ella de su pesadilla. Deseó poder hacer algo para protegerlo a él. Tal vez lo pudiera hacer. Actuando por un impulso, le dijo: -Tiene que haber una forma más fácil de contener esas pesadillas. Tal vez lo que necesites sea un atrapador de sueños. -¿Un qué? Sara respondió descolgando el atrapador de sueños del gancho que lo suspendía del techo de la tienda. Era un círculo de cuerda trenzada decorado en negro y turquesa con plumas y se lo enseñó a Mike. -Cuelga esto en tu dormitorio y atrapará todos tus malos sueños. -Querida, yo necesitaría uno del tamaño de Philadelphia. -Realmente no, Michael. Hay una vieja leyenda india que dice que todos los malos sueños quedan atrapados aquí -dijo ella señalando el centro del círculo. Mike tomó el artefacto en sus manos y lo examinó suspicazmente. -Los malos sueños se quedan ahí y se evaporan por la mañana -continuó ella-. Sólo pasan los buenos sueños. -¿Y si no quieres tener ninguna clase de sueños? -Todo el mundo tiene que tener sueños. De otra forma, no quedaría nada, salvo la oscuridad. -A mí no me importa la oscuridad, sólo lo que oculta. ¿Por qué no te ha funcionado esto a ti esta noche? -No tengo uno colgando en mi dormitorio. -Ah, ya veo. Esto es algo que sólo se lo colocas a los clientes. -No, es que nunca antes he necesitado uno. Nunca he tenido pesadillas horribles, hasta... -Hasta que me has conocido a mí. -Oh, no, por supuesto que no. Lo siento, no he querido...
Mike le devolvió entonces el artefacto. -Gracias, pero no, querida. Si necesito una buena noche de sueño, prefiero tomarme unas cuantas copas que usar esto. -No te puede hacer daño usarlo. -¿Para qué? ¿Qué se puede sacar de creer en todo esto? Polvo de hadas, atrapadores de sueños, piedras de runas y... cristales místicos. ¿Por qué puede necesitar alguien todo eso? ¿Por qué, Sara? -¿Por qué no, Michael? -le preguntó Sara amablemente-. Tal vez tengas razón. Tal vez las cosas que yo vendo no sirvan para nada. Pero tal vez sí. ¿Qué hay de malo en mantener la mente abierta a un poco de magia? -Porque, ¿qué pasa cuando descubres que la magia ha desaparecido? Que realmente nunca la hubo. Te despiertas por la mañana y sólo están las paredes desnudas y tú. Solo. Fue a colgar de nuevo el atrapador de sueños de su gancho cuando Mike gruñó: -Espera. Cuando lo miró, él se encogió de hombros y le dijo: -Ah, qué demonios. Me lo llevo. Me quedan algunos sitios libres en la pared y supongo que ese trasto estará mejor que un póster de Elvis. Sara se quedó helada por la sorpresa cuando Mike, decididamente, le quitó el artefacto de las manos. -¿Cuánto? -le preguntó él mientras buscaba su cartera. -Nada. Es un regalo, Michael. -Te va a costar mucho mantenerte en los negocios si regalas las cosas -dijo él y le señaló las velas-. Y quemándolas. -No más que a un detective que sólo les cobra a sus clientes diez dólares al día más los gastos. Mike la miró ferozmente, y ella le respondió de la misma manera. Pero Sara se dio cuenta de que, debajo de esa ferocidad, él la estaba mirando de otra manera. Definitivamente había magia en esos ojos castaños, en los que reflejaban las llamas de las velas. O, tal vez esas llamas eran más internas. sintió la fuerte atracción que siempre sentía cuando él estaba delante, la tensión creciendo entre ellos como una vieja y conocida canción. Como un sueño semiolvidado. O, tal vez en otra vida. Siguió mirándolo a los ojos mientras se acercaba sin darse cuenta. El atrapador de sueños cayó al suelo cuando Mike extendió los brazos y la abrazó. Pareció como si el tiempo se detuviera, como si todo se quedara quieto cuando la boca de él descendió sobre la suya. Sus labios se encontraron, suavemente al principio, luego con más insistencia. Sus lenguas se juntaron también. Era la clase de beso que despertaba deseos, sueños. Mike la abrazaba fuertemente mientras se preguntaba qué clase de locura lo embargaba. En el breve tiempo que había pasado desde que la conocía, esa chica lo había
relacionado con las situaciones más increíbles. Caza de fantasmas, lectura de mentes, sueños compartidos. Y ahora eso. Confesiones a medianoche en las que le había revelado cosas de las que nunca antes había hablado con nadie. Mientras seguía abrazándola y besándola, pensó que, tal vez lo que estaba loco era el resto de su mundo. Los interminables casos de esposas y maridos engañados, fraudes en los seguros y demás suciedades. Los recuerdos que había despertado esa búsqueda de John Patrick. Su venganza hacia Xavier Storm por haberse liado con su ex esposa. La carta arrugada que llevaba en el bolsillo, la que había sido lo suficientemente tonto como para abrir y en la que su padre le decía que saldría pronto. El hombre en las sombras de sus pesadillas estaba amenazando con volver a aparecer y, en vez de estar pensando en qué iba a hacer, se pasaba las horas con un solo pensamiento en la cabeza. Sara... Necesitaba ver a Sara. Sentir su calor, su sonrisa, su contacto. Mike Parker, el tipo duro, el que se había pasado la mayor parte de su vida corriendo delante de todo el mundo y, nunca hacia alguien. Y ahora estaba apretándola en sus brazos, besándola como si no pudiera soportar dejarla irse. Pero aquello estaba mal. Muy mal. Tenía que encontrar la forma de parar antes de que los condujera a ambos al desastre. Necesitó de toda su fuerza de voluntad, pero logró apartarla suavemente. -Es tarde -dijo-, debería irme. -¡No! -gritó Sara casi involuntariamente y lo agarró por las solapas-. Quiero decir que no tienes que hacerlo. Puedes... quedarte. Sara le estaba ofreciendo todo lo que él ansiaba y, sin saber por qué, no se aprovechó de ello. Dudar era algo nuevo para él. Mike Parker comportándose como un caballero. Hasta esa noche no había sabido que lo pudiera ser. Respiró profundamente, la tomó las manos y la hizo soltarlo suavemente. -Eso no sería una buena idea, Sara. -¿Por qué? ¿No me deseas? Mike emitió un sonido entre una risa y un gemido. -¿Desearte? Ángel, te deseo tanto que me asusta, pero no tengo ninguna forma de protegerte. Ella se ruborizó. -No tienes que preocuparte por eso. Tomo la píldora. Por prescripción médica -le dijo ella, no se fuera a creer que la tomaba por otras razones. -No era esa la única protección a la que me estaba refiriendo -afirmó Mike tomándole el rostro entre las manos-. Sara, tú eres de la clase de mujer que lleva escrito un para siempre en la cara. Y yo... nunca en mi vida he sido capaz de hacer algo que durara más que un cenicero barato de plástico. -Lo sé. Y no te estoy pidiendo un para siempre. Sólo te estoy pidiendo ésta noche. Entonces le tomó una de las manos y le dio un beso en la palma. Ese suave
contacto de sus labios envió una oleada de calor por las venas de Mike. Gimió. Ella no se lo estaba poniendo nada fácil. Sara le pasó un brazo por la nuca y se pegó contra su cuerpo, haciendo que él notara todas sus curvas bajo el fino camisón. -Sara, Sara -suspiró-. Estás jugando con fuego, chica. Mira lo que ya ha pasado entre nosotros con sólo unos pocos besos. Si hacemos el amor, vas a tener una visión paranormal tremenda. -Ya te he visto desnudo. ¿Cuánto más lejos puedo llegar? -Mucho más. ¿Y si terminas con todo esta vez? ¿Y si me ves todo, cuerpo y alma? Mi alma no es algo muy apropiado para ofrecerle a cualquier mujer, mucho menos a un ángel como tú. -¿Por qué no dejas que sea yo la que juzgue eso, Michael? Sara le acarició el rostro y luego se apartó, tomó el candelabro y le dijo: -Por favor, quédate. Pasa la noche conmigo. No era una súplica, ni una seducción evidente. Era sólo una simple petición que a Mike le llegó al corazón. Además, ya había hecho bastante el caballero por esa noche. Dudó un momento más antes dé aceptar el mayor riesgo de su vida. Extendió el brazo y tomó la mano que Sara le estaba ofreciendo. Capítulo 8 Mike se detuvo en la puerta del dormitorio de Sara. Desde los diecisiete años sabía lo que había que hacer cuando se estaba con una chica en su dormitorio, pero con Sara, como no, era diferente. Tal vez fuera su aspecto inocente, infantil... Pero el cuerpo que había debajo de ese casto camisón que le llegaba hasta los pies era el de una mujer hecha y derecha. Se le secó la boca. Hasta ese momento sólo había estado acostumbrado a los camisones eróticos, en caso de que hubiera alguno y era curioso la forma en que Sara, con ese camisón, que parecía el de un ángel, lo excitara de esa forma. Sara se le puso delante y le pasó levemente los dedos por la solapa del impermeable. -Bueno, señor Parker -susurró-. ¿Es que no te vas a quitar esa trinchera? -No es... De acuerdo, de acuerdo, tú ganas. Es una maldita trinchera. Mike Parker en su papel de Sam Spade. Luego se la quitó a toda prisa y la tiró a la esquina más apartada de la habitación. -Supongo que he leído demasiado a Mickey Spillane y Ray Chandler. Siempre pensé que, cuando fuera mayor, sería un detective duro. -Me alegro de que hayas creído en algo en tu vida, Michael. Yo solía jugar a ser muchas cosas cuando era niña. -¿Ah, sí? -dijo él abrazándola fuertemente-.¿Qué cosas te imaginabas cuando eras niña? ¿Lo habitual sobre caballeros blancos y princesas hermosas? -No. Solía ir a cazar hadas al jardín.
Mike gimió. -Debería habérmelo imaginado. -Y unicornios. -¿Qué? -Unicornios. Ya sabes, esos caballos míticos con un cuerno en la frente y que sólo podían ser capturados por una virgen. -Debe haber poco de eso en estos días. -¿Unicornios? -No, vírgenes. Cuando él se inclinó para besarla, Sara pensó que, a partir de esa noche, habría una virgen menos en el mundo. Pero eso era algo que Mike no tenía que saber en ese momento. A pesar de todos sus esfuerzos, Mike parecía aún reticente a estar con ella. Los labios le temblaron bajo la cálida presión de los de él y cerró los ojos mientras le acariciaba el cabello. Mike se apartó entonces y apoyó la frente contra la de ella al tiempo que suspiraba. -Sara, ¿estás realmente segura de que es esto lo que quieres? Porque estamos llegando al punto en el que no voy a ser capaz de parar. -No quiero que pares. -Esto te va a sonar realmente extraño, ángel, peto no dejo de preocuparme por si te fuera a hacer daño de alguna manera. Destruir toda la magia en la que tanto crees. -No puedes hacerlo -dijo ella riéndose-. Tengo demasiada. Así que deja de preocuparte. Vaya un momento para que Mike se pusiera tan serio y solemne con ella. ¿Cómo podría convencer a ese escéptico de que sabía lo que estaba haciendo? ¿De que estaba más segura sobre eso que lo que había estado de nada en su vida? Sólo se le ocurría una forma, se apartó de él y se quitó lentamente el camisón. Cuando la luz de las velas le dio en los senos desnudos vio como Mike tragaba saliva. Sabía más de cosas esotéricas que de las artes de la seducción, pero tuvo la sensación de que iba por buen camino. Con un gesto simple y directo, se quitó lo poco que le quedaba de ropa y la tiró al suelo. Mike abrió mucho los ojos y se estremeció fuertemente. Sara le puso entonces la mano en el pecho y notó los irregulares latidos de su corazón. -Esta noche -susurró-, deja que haga algo de magia para ti. Luego abrió la cama, se tumbó en ella y lo miró con tanta ansia, tanta confianza, que Mike sintió un nudo en la boca del estómago. Si no fuera un cerdo egoísta, se marcharía en ese mismo momento. Pero ya habían llegado muy lejos y estaba alucinado por la perfección del desnudo cuerpo de Sara, la dulce promesa de sus ojos. Fue a meterse también en la cama cuando se dio cuenta de que iba demasiado
vestido para la ocasión, así que se quitó la ropa a toda velocidad, desparramándola por todas partes. Luego se incorporó y vio que Sara lo estaba examinando arrobada. -Eres un hombre hermoso, Mike Parker -murmuró. -Vaya, gracias, señora. Trato de mantenerme en forma. Pero entonces Mike sintió algo extraño, ¡Se había ruborizado! No podía recordar cuándo fue la última vez que lo había hecho delante de una mujer. Bueno, creía que no lo había hecho nunca. Se tumbó en la cama a su lado y Sara se juntó a él y dejó que la abrazara como si lo llevara haciendo desde siempre. El contacto de su suave piel contra la de él le produjo como una descarga eléctrica. Pero se obligó a sí mismo a simplemente abrazarla por un momento, deseando por una vez no ser un tipo listo. No saber las cosas que había que decirle a una mujer para agradarla en momentos como ése, algunas de las cosas que estaba pensando. Tales como lo encantadora que era, lo bien que lo hacía sentirse a él, un humilde mortal que había caído bajo su encanto. Que no tenía mucho que ofrecer en lo que se refería a sueños y magia, pero si ella podía encontrar algo en su cansado corazón, era bienvenida a hacerlo. Pensamientos increíbles para un tipo como él. No era de extrañar que no le saliera ninguno. Falto de palabras, se expresó de la única manera que podía, con su contacto, sus besos, el lenguaje de su cuerpo. La besó y su lengua entrando y saliendo fue como un preludio de lo que estaba por venir. Sara se apretó contra él; cada movimiento, cada agitación de su cuerpo fue como un tormento y le elevaba la temperatura un poco más. Sus pequeños y delicados dedos lo recorrieron, tímidamente al principio, luego cada vez más audazmente, explorando los contornos de su pecho, los músculos que se tensaban bajo sus caricias... Esa mujer siempre había sido capaz de afectarle con un leve toque, pero él no quería que todo sucediera entre ellos dos demasiado aprisa. Deseaba... deseaba que esa noche durara para siempre. Contuvo la respiración cuando los dedos de Sara bajaron más, sobre su estómago, y se cerraron sobre su sexo. Su placer fue agudo, exquisito, cuando ella lo tocó allí y necesitó de toda su fuerza de voluntad para tomarle la mano y detenerla. -Tú... tú no quieres hacer esto todavía, ángel -susurró-. A no ser que quieras que los fuegos artificiales empiecen antes de tiempo. Se arrepintió nada más decirlo. Vaya una cosa cariñosa para decirle a una chica en esos momentos. Pero Sara se limitó a sonreír. -Eso es exactamente lo que quiero hacer. Preparar la mayor cantidad de fuegos artificiales, aunque tú sólo tengas que verlos, Mike Parker. Lo hizo tumbarse de espaldas y se subió encima. Luego le besó por todo el pecho. Mike se dejó hacer, saboreando todas las sensaciones que le estaba produciendo, la suave textura de su piel, el roce de sus cabellos, su olor fresco y limpio, el suave peso
de sus senos contra el pecho, las caricias de sus manos, la cálida humedad de su boca... Para Mike era algo nuevo rendir el control de la situación. Y también era nuevo para Sara ser la dominante. Estaba más sorprendida por su audacia que cuando descubrió sus poderes paranormales. Magia. Fuegos artificiales. A pesar de su inexperiencia, se senda guiada por un instinto tan fuerte y misterioso como las sensaciones que se estaban despertando en su cuerpo. De alguna manera, sabía exactamente lo que Mike necesitaba, dónde tenía que tocarlo, que acariciarlo, que amarlo, ya que sus necesidades eran las mismas que las de ella. Estaba fascinada por cómo sentía sus músculos a través de la piel, de lo diferente que era su cuerpo del de ella, más rudo, más fuerte. Su misma masculinidad la excitaba y la hacía desear ser más consciente de su feminidad, haciéndola desear fundirse con él. Mike se tensó y su respiración se aceleró, así que Sara se sintió orgullosa de su poder. Sólo dudó cuando sus dedos se acercaron demasiado a la cicatriz del hombro de él. Nunca la había visto de otra forma que en sus visiones y al verla se llenó de ternura. No importaba lo duro que él pretendiera ser, esa pequeña marca en su piel siempre sería un recuerdo de su vulnerabilidad. Se inclinó para besársela, pero Mike se lo impidió. -No lo hagas, ángel -le dijo. -¿Por qué no? -Porque es desagradable. -Para mí no lo es. Entonces apretó los labios contra la cicatriz con un beso más cariñoso que lo que él se hubiera imaginado que podría ser cualquier beso. Sintió que algo se tensaba en su interior, en la zona donde se supone que debía tener el corazón. Una sensación cálida y más profunda que el deseo. Cuando Sara levantó la cabeza, no le habría sorprendido que ella hubiera hecho alguna clase de magia y la cicatriz hubiera desaparecido. Seguía allí, pero de alguna manera, ya no parecía tan desagradable como antes, como si algo del dolor y el recuerdo hubiera desaparecido. Tal vez porque en ese momento era incapaz de recordar la existencia de nada que no fuera Sara. Le apartó el cabello rubio de la cara y la besó en la boca. A pesar de que su cuerpo estaba más que listo, ansioso por hundirse profundamente en ella, no era suficiente. Quería que ella estuviera tan ansiosa como él mismo. -Es mi turno ahora -murmuró-. Vamos a ver si puedo hacer un poco de magia contigo. Tomó uno de sus senos en la mano y se lo acarició de una manera que hizo que ella se sintiera como si por las venas le corriera metal fundido. La besó en el cuello y luego ella notó su cálida respiración en el valle entre sus senos, momentos antes de que sus labios se cerraran sobre uno de sus pezones y
empezara a frotárselo con la lengua. Todo su cuerpo se estremeció de placer. Nunca había pensado mucho en los misterios de su propio cuerpo, pero Mike los estaba descubriendo uno a uno. Los músculos de ella se tensaron involuntariamente cuando la mano de él le bajó por el vientre y se insinuó entre sus muslos para alcanzar el punto desde donde parecía irradiar todo su calor. El destello de placer fue tan intenso que Sara se arqueó buscando todo el contacto posible con los dedos de Mike. Y ella se había imaginado que le podía enseñar algo de fuegos artificiales a ese hombre. Él probablemente llevaba encendiéndolos desde la pubertad. -O, oh... -gimió-. Tienes una manos muy hábiles, Michael. Mike se rió. -Sí. Una vez tuve un profesor de música que me dijo que debía tocar el violín, pero yo estaba demasiado ocupado aprendiendo otras cosas. Y se lo demostró frotándola rítmicamente su punto más sensible. Un leve gemido se le escapó a Sara y se agarró con fuerza a las sábanas. -Oh, Michael -jadeó ella-. Yo... quiero... -¿Qué quieres, Sara? -A ti. Quiero que seas parte de mí. -Ya lo soy. Mike no estaba seguro de por qué había dicho aquella tontería romántica, pero casi se creyó que era cierta. La hizo separar las piernas y se preparó para introducirse en ella. Estaba húmeda y lista para él, pero nunca había conocido a una mujer que fuera tan estrecha. Una vaga sospecha se le pasó por la cabeza. ¿Podía ser posible que ella todavía...? Ese pensamiento desapareció al momento siguiente, cuando le puso las manos en el trasero y su unión fue completa. Sara reprimió un grito. El breve momento de dolor que experimentó cuando él entró, desapareció enseguida, dejándola luego perdida en las sensaciones de Mike llenándola con su calor. Era extraño y maravilloso. Le parecía tan bien, tan natural, que sus cuerpos fueran uno, que no hubiera más barreras entre ellos, que fueran dos partes del mismo todo... Cuando Mike empezó a moverse en su interior, el dolor inicial dio paso al placer. Sara se agitó bajo él, con los ojos semicerrados... Mike trató de ir despacio, de ser amable y cariñoso, pero Sara no le dejó. Acompañó cada poderoso empujón de su cuerpo, suplicándole más, besándolo febrilmente, exigiéndole que no se dejara nada. Cada sentido de ella estaba sincronizado con él, así que no la sorprendió cuando su mundo explotó en un destello de color, pero esta vez no hubo terribles imágenes paranormales, sólo una simple revelación, clara como el agua. Amor... Amaba a Mike Parker y lo amaría siempre. Con un apagado gemido de alegría, Sara se agarró a Mike firmemente cuando su
pasión alcanzó la cima, estremeciéndose dentro de ella y dejándola temblando. Era imposible y Mike lo sabía, pero podía decir el momento exacto en que Sara alcanzó la culminación. Fue en el mismo momento en que su propio placer se intensificó tanto que llegó casi a ser doloroso. La sensación fue demasiado fuerte para resistirla y se tuvo que rendir; la rendición más dulce que había conocido en su vida. Se desplomó en el colchón jadeando mientras seguían agarrados como personas que hubieran sobrevivido a una tormenta. Mike apenas se podía creer lo que acababa de suceder entre Sara y él. El sexo era normalmente un asunto de prueba y error, normalmente nunca iba tan bien la primera vez... tan perfectamente. Era como si lo hubieran hecho juntos docenas de veces, como si conocieran el cuerpo del otro mejor que el suyo propio. No se le podía llamar sexo. Era... no sabía lo que era. Magia. Fuegos artificiales... Podía jurar que él había visto fuegos artificiales y... Y también podía jurar que, por fin, había perdido la cabeza. Pero en ese momento, con Sara en sus brazos, no la echaba de menos. Fue a decirle algo, pero no se le ocurrió qué hasta que vio que de nuevo funcionaba el despertador. -La electricidad ha vuelto -murmuró por fin. Casi gimió en voz alta, otra frase romántica. Sara se incorporó lo suficiente para mirar y luego se pegó de nuevo a él. -Es cierto. Pero no me importa. Sigo prefiriendo las velas. Era raro, pero él también. Nunca antes se había dado cuenta de lo que la iluminación de las velas podía hacerle a una habitación, la podía transformar en un lugar romántico o siniestro. Deseó agradecerle que le diera una noche de paz, lejos de su pesadilla, de las horribles implicaciones de la carta que llevaba en el bolsillo del impermeable. Pero cuando a ella se le escapó un pesado suspiro, se preguntó si aquello habría sido tan bueno para ella como para él. -¿Estás bien, muñeca? -le preguntó-. Quiero decir que si te ha ido bien. Ella sonrió. -Oh, sí, ha sido maravilloso. Sólo estaba pensando algo... tonto. -Cuéntamelo. -Sólo deseaba que hubiera sido tan especial para ti como para mí. Que también hubiera sido tu primera vez. -¿Primera vez para qué? -Para nada -respondió ella escondiendo el rostro. -¿No estarás tratando de decirme que era la primera vez que...? ¿Que todavía eras...? Trató de verle la cara, pero Sara la escondió más todavía. -¡Sara! ¡Lo eras! ¡Seguías siendo virgen! -¿Es que es ilegal? Pero Mike no se pudo reír de ello. Se sentó en la cama tan de repente que la cabeza de Sara cayó sobre el colchón.
-Hubo un momento en que casi lo sospeché, pero pensé que era imposible. Tienes que tener casi... -Veinticinco años -respondió Sara-. Ya te dije que siempre he sido un poco diferente. -¿Y qué estabas haciendo? ¿Manteniéndote para el hombre adecuado? -Algo así. -Entonces, te has equivocado, hermana. -No lo creo -le dijo ella tirando de él hasta que logró que se tumbara de nuevo a su lado-. No es para tanto, Michael. Aunque supongo que ahora voy a tener que dejar de tratar de cazar al unicornio. Por supuesto, ella estaba bromeando, pero Mike se sintió como si la hubiera engañado del alguna manera. Tal vez su primera vez debiera haber sido más romántica. Con la luz de la luna y unas rosas. Con un tipo vestido con su mejor traje y oliendo a colonia cara. El tipo adecuado. El Príncipe Azul en persona. No importara lo bien que lo hiciera Sara besándolo a él, por la mañana seguiría siendo un sapo. -Deberías habérmelo dicho -gruñó. -Pero entonces tú podrías haber parado. -No. Mike sabía perfectamente que él no podría haberse sacrificado tanto. Los sapos egoístas eran incapaces de ello. -Pero podría haber tenido más cuidado, haber tratado de hacerlo mejor para ti. -No podría haber sido mejor -dijo ella acariciándole el pecho. Su ego masculino debía haberse enorgullecido. Debería haber hecho algún comentario ingenioso y dejarlo así. Pero de alguna manera, el ser el primer amante de Sara llevaba demasiada responsabilidad y no estaba seguro de poder soportarla. Cuando quedó en silencio y mirando al techo, Sara se apretó contra él y le dijo: -Vamos, Michael, yo no puedo ser la primera mujer que hayas conocido que fuera... inexperta. -Normalmente no saco a mis ligues de los conventos, Sara. La mayoría de las chicas que he conocido trabajaban en barras americanas o en salones de strip-tease. Después de una breve duda, Sara le preguntó: -¿Fue en uno de esos sitios donde conociste a tu ex esposa? -No, la encontré en una tarta. Casi se rió ante la mirada de confusión de Sara. -Fue en una de esas fiestas de despedida de soltero y Darcy era la bailarina exótica que salía de la tarta. Yo debía estar borracho, pero la vi y me sentí como si me hubiera caído encima una tonelada de ladrillos. Después de un vertiginoso fin de semana juntos, terminamos casándonos. -Suena terriblemente romántico. -No sé nada de eso. Nos parecíamos mucho, ya que Darcy también había tenido una infancia bastante dura. Los dos éramos chicos listos de la calle y supongo que nos
comprendimos. Nos reímos mucho, hasta que la tarta se acabó. Hasta que Xavier Storm apareció en escena. Pero ese pensamiento no despertó en él el dolor habitual. La verdad era que, estando allí tumbado con Sara, nada de lo que había sucedido con Darcy parecía importante. Sara se puso una almohada sobre los senos y la abrazó; parecía pensativa y Mike se maldijo a sí mismo por estar tan torpe esa noche. Le había hablado de su ex esposa a la mujer con la que acababa de hacer el amor. Le quitó la almohada y la abrazó. -¿Y tú, ángel? -le preguntó-. ¿Vas a decirme que no ha habido nadie que te haya tentado para que perdieras tu virtud hasta que he aparecido yo? Ella sonrió. -Supongo que debe haber habido uno. Tuve una relación muy cercana con un empleado del banco donde trabajaba. Wallace Hatcher. -Sara, ninguna mujer puede tener una relación muy cercana con un tipo que se llame Wallace Hatcher. -Era un hombre muy bueno, Michael. Un perfecto caballero, algo raro en esta época. Muy amable y simpático. -¿Y qué pasó? -gruñó él sintiéndose celoso-. ¿Por qué no terminaste casándote con el señor Perfecto? -Estábamos casi comprometidos, pero entonces fue cuando yo tuve mi gran revelación y decidí cortar. El pobre Wallace no supo como tomárselo. -Así que te dejó. -No, lo dejé yo. Ya ves, Michael, siempre he tenido que tratar con mucho escéptico. No podía casarme con un hombre que no creyera en lo que yo, que no me aceptara por lo que soy. -Pero sin importar lo que creyera, ese Wallace no te habría dejado ir si los dos hubierais estado realmente enamorados. -Yo pensé que no creías en el amor, Michael. ¿Crees en él? -Bueno, yo... Sus miradas se encontraron y la de él le quitó la respiración a Sara. Pero la vela se apagó en ese preciso momento y los dejó a oscuras. Entre las sombras, ella notó como Mike se apartaba un poco. -Por supuesto, no creo en todo eso del amor verdadero. Sólo te estaba diciendo... Bueno, no sé qué te estaba diciendo. Suelto un montón de tonterías cuando estoy cansado. ¿Te importaría si dejáramos de hablar y nos durmiéramos? -No. Supongo que no -dijo ella ocultando su decepción. -Muy bien. Mike no se dio la vuelta para presentarle la espalda, pero Sara se dio cuenta de su retirada. Contuvo un suspiro. ¿Qué se había esperado? ¿Una declaración de amor apasionada? ¿Alguna demostración de ternura por fin? Cuando se dio cuenta de que él estaba dormido, lo tapó con la manta y susurró:
-Te amo, Mike Parker. Te amo. Y creo que el paraíso significa para nosotros el habernos encontrado, creas o no en estas cosas. Tal vez yo pueda creer lo suficiente por los dos. Eso lo dijo muy suavemente, para no despertarlo. -Duerme, Michael -dijo besándolo en la frente-. Porque yo estoy aquí y atraparé todos tus malos sueños esta noche.
Capítulo 9 -Buenos días, señor Parker. La voz era alegre y ligera, como las alas de las hadas. Mike pensó que debía estar soñando. Estaba acostumbrado a que lo despertara el tipo que vivía al lado de su casa con la música a todo volumen o por el camión de la basura. Pero la voz aterciopelada volvió de nuevo. -Buenos días, Michael. Gimió y se obligó a abrir un ojo y luego el otro. Se vio en una especie de lugar todo decorado con colores pálidos e iluminado por una luz brillante. Y, en medio de esa especie de nube, dándole de lleno la luz del sol, estaba un verdadero ser celestial, con una bata de terciopelo y el cabello rubio sobre los hombros. Y tenía en las manos una taza de... ¡Café! Mike olfateó el aire y un aroma tentador le llenó la nariz. Debía estar muerto y en el paraíso. Era mejor que agarrara la taza y al ángel antes de que alguien se diera cuenta de que había habido un error. Se sentó en la cama y se obligó a abrir los ojos, por lo que se dio cuenta de que el ángel era Sara que le sonreía. Él rostro de Sara. La habitación de Sara, la casa de Sara. Entonces, de repente, recordó lo que había pasado esa noche. Tal vez aquella era la primera vez en su vida en la que tenía recuerdos demasiado buenos como para ser verdad. Ella se inclinó sobre él y le ofreció el café al tiempo que le daba un leve beso en la mejilla. -Lamento haber tenido que despertarte, pero pronto voy a tener que salir a abrir la tienda. -Está bien -murmuró él mientras aceptaba la taza. Dio un trago y vio que el café era solo, fuerte y estaba caliente, como le gustaba a él. Se preguntó cómo lo había sabido ella, pero ya había decidido no hacerle preguntas como ésa. El café pareció aclararle un poco los pensamientos. -¿Has dormido bien? -le preguntó ella. -Sí -respondió él sinceramente-. ¿Qué has hecho? ¿Has espolvoreado un poco de polvo de hadas sobre mí? -Algo así -dijo ella con la expresión de una mujer que estuviera esperando un beso de buenos días.
El dejó la taza a un lado y la abrazó para que sus labios se encontraran a continuación. Ese beso supo a mañana, cálido y dulce. Esa mujer no dejaba de sorprenderlo. No sabía qué se había esperado de ella. Una leve incomodidad, vergüenza, algo de arrepentimiento quizás... Después de todo, ella había desperdiciado su primera noche de amor con un animal insensible como él. Pero no parecía molesta, sino exultante y se fundía en su abrazo con unas ganas que despertaron de nuevo su deseo, más fuerte que nunca. Pero había sido más fácil ceder a la tentación la noche anterior, atrapado entre la mística luz de las velas y la oscuridad de la tormenta. Mike la apartó. -Tal vez sea mejor que nos tomemos un poco más tranquilamente estos saludos mañaneros, ángel. Antes de que las cosas lleguen más lejos. -Es demasiado tarde para eso, Mike Parker -respondió ella riéndose y echándose atrás el cabello. Y tenía razón, pero Mike lo intentó de nuevo. -Sara, sobre lo que sucedió anoche, yo... Pero ella le puso los dedos en los labios y siguió sonriendo. -Supongo que ésta es la parte en la que el héroe se pone en plan noble y trata de decirle a la chica lo mucho que siente haberla desposeído de su virtud. -No. Porque aquí no hay ningún héroe, querida; sólo yo. Un cínico de primera. Estaba hecho un lío anoche y tomé lo que tú me ofreciste por mis propias razones egoístas. Y no tengo ni la decencia de lamentarlo. -Muy bien, porque yo tampoco. -Eso es porque tienes las nociones equivocadas de todas las mujeres de que puedes tomar a cualquier pobre desgraciado y salvarlo de sí mismo, de que encontrarás a alguna clase de príncipe debajo de la superficie de un tipo cualquiera. Bueno, eso no servirá conmigo, Sara. No merezco el esfuerzo. Sigues pensando... -No sabes lo que pienso -dijo ella acariciándole el pecho y el cuerpo de Mike se tensó enseguida. -Maldita sea, Sara, estoy tratando de ponerme serio. -Y yo. Ella siguió acariciándolo, cada vez más abajo. Entonces a él se le escapó un sonido que era a medias un gemido y a medias risa. Estaba tratando de advertirla y ella no le estaba prestando la menor atención. -Cielos, ángel, ¿qué te he hecho? No se dio cuenta de lo que había dicho hasta que Sara respondió. -Me has hecho algo de magia, Michael. Y quiero que la vuelvas a hacer. ¿Era eso lo que ella creía realmente? Entonces tal vez era el momento de que él le demostrara que no era ese el caso, demostrarle que no había habido nada de mágico o especial. Y demostrárselo a sí mismo también. La agarró y la hizo tumbarse en la cama, besándola fuertemente a la par. La respuesta de ella fue igual de fiera y sus lenguas se encontraron en una danza frenética.
Él le soltó entonces el cinturón de la bata y se la abrió, desnudando su cuerpo esplendoroso menos la zona que le tapaban las bragas. La recorrió febrilmente con las manos hasta que las detuvo para abarcarle los senos. Sara suspiró y luego volvió a buscar sus labios apretándose contra él. Mike no estuvo seguro de cuando ella introdujo algo nuevo en ese abrazo, una especie de cariño que le afectó rápidamente. La bella ganó a la bestia. O tal vez ella simplemente lo estaba liberando. Metió los dedos por debajo del elástico de las bragas y se las quitó para que no hubiera nada entre ellos. Su masculinidad presionó en el vértice entre sus muslos, buscando la unión que ambos ansiaban. Sara se abrió para él mientras lo abrazaba. Lo aceptó profundamente en su cálido y húmedo interior. La unión de sus dos cuerpos transportó a Mike más allá de las sombras de su pasado. Sólo más tarde, cuando la pasión se había disuelto, las dudas volvieron a atormentar a Mike. Seguía abrazado a Sara mientras no dejaba de pensar en la pregunta que ella le había hecho esa noche. -¿No crees en el amor, Mike? ¿Crees en él? No, seguía sin creer. ¿No? Ya no estaba tan seguro. Después de todo, ya se había equivocado tremendamente en una cosa. Era por la mañana y la magia seguía allí. La tienda de Sara parecía destinada a abrir tarde esa mañana, ya que era mediodía cuando lograron salir de la cama y se dirigieron a la cocina para hacerse algo de comer. Mientras Sara rebuscaba en las alacenas, Mike no pudo apartar los ojos de ella la miraba con extrañeza y sentimiento de culpa. Extrañeza porque no se podía creer que una mujer tan inocente cómo Sara le hubiera enseñado a él tanto sobre la pasión como nunca antes había conocido en su vida. Y sentimiento de culpa porque había permitido que volviera a suceder. ¿Por qué le parecería más pecado hacer el amor con un ángel a plena luz del día? Tal vez porque era más difícil evitar ciertas cosas con el sol brillando. El conocimiento de que esa magia en la cama no era suficiente como para disimular las diferencias que podían existir entre un hombre y una mujer cuando no estaban en ella. Su experiencia con Darcy le había enseñado eso demasiado bien. Y lo cierto era que nunca había habido dos personas más diferentes que Sara y él. A pesar de todas su exóticas creencias, Mike estaba descubriendo que ella era una persona de lo más doméstica. Su apartamento era más pequeño que el de él, pero estaba lleno de toques femeninos, flores en las ventanas, galletas en la fuente de las galletas, servilletas de verdad con flores estampadas, no de las de papel que él solía llevarse de los restaurantes de comida rápida. Y todos esos pequeños detalles que hacían de su casa ese algo intangible que él
nunca había tenido y nunca tendría. Un hogar. Ese pensamiento le produjo a la vez una extraña añoranza y un profundo arrepentimiento. Sara se acercó entonces y dejó una taza delante de él. Luego se sentó a la mesa delante de él y Mike la sonrió. Se tocó la camiseta que Sara le había lavado junto con los vaqueros y comentó: —Ropa limpia, una comida caliente y una hermosa dama que hace un magnífico café. Un hombre podría llegar a acostumbrarse a esto... -¿Pero? -Yo no he dicho pero nada. -Estaba en tu voz, Michael. -Un hombre podría llegar a acostumbrarse a esto. Pero uno como yo no debería. -¿Por qué no? -Porque... Mike dudó, no quería hacerle daño, pero ya era demasiado tarde como para pensarlo. -Porque aunque lo que ha pasado entre nosotros ha sido algo realmente espectacular, la verdad es que somos dos personas muy diferentes, Sara. -Ya me he dado cuenta -respondió ella sonriendo pícaramente. Magnífico. Para una vez que estaba tratando de hacer el papel de hombre sensible y responsable, a Sara le daba por bromear. Mike frunció el ceño. -Cuando me marche de aquí, tú vas a tener que volver a tu tienda, con sus bonitos cristales sanadores y demás. Pero yo volveré a patear las calles persiguiendo maridos que engañan a sus esposas, estafadores y chusma parecida... Entonces su mirada se dirigió a donde Sara había colocado perfectamente doblada su supuesta trinchera, donde se podía ver la parte superior de la carta de su padre asomándole por el bolsillo como una sombra desagradable. Apartó la mirada rápidamente. -Estoy tratando de prevenirte, ángel. Soy un tipo con un futuro muy incierto. Sara lo miró pensativamente. -¿Quieres que te lea las runas? Mike no la entendió bien y dijo: -La verdad es que hay unos cuantos bancos que ya me lo hacen regularmente. Sara se rió. -No las ruinas. Runas. Puedo hacerte una lectura de las piedras de las runas. -No sé... Pero Sara ya se había levantado y pronto volvió con una cajita. La abrió y desparramó su contenido en la mesa. Unas pequeñas piedras planas con signos extraños. -Esto viene de la época de los vikingos -le dijo. Mike miró las piedras incrédulamente. -No te ofendas, Sara. Pero no creo que nada inventado por una horda de tipos
que llevaban cascos con cuernos sea una buena idea. Si esto tiene algo que ver con predecir mi futuro, casi prefiero no saberlo. -No. Yo no me dedico a predecir cosas como con el Tarot. Encuentro que leer las runas es más suave. Lo único que hacen es ponerte en contacto con tu guía interior. -Querida, mi guía interior tiene casi tanto sentido de la dirección como un sabueso que haya perdido la nariz -dijo Mike riéndose nerviosamente y se dispuso a levantarse. Ya había visto a Sara hacer unas cuantas cosas raras y no estaba seguro de estar dispuesto a verla hacer otra más. Pero ella le estaba dedicando la mirada. Esa que siempre hacía que él se derritiera como un helado al sol de una tarde de agosto. -¡Oh, qué demonios! -murmuró y se volvió a sentar—. Adelante. No era la petición más animadora que Sara había recibido, pero se conformó con ella. Tomó una bolsa de terciopelo de dentro de la caja, metió en ella las piedras y pensó sólo en Mike. En su nombre. Su imagen. Luego sacó una piedra de la bolsa y Mike se inclinó para mirarla suspicazmente. -¿Qué significa? Marca una X, como si fuera a encontrar un tesoro o algo así. -No -le respondió Sara de mala gana, anticipando su reacción-. Significa una sociedad. -¿Una sociedad? de eso nada. Yo siempre trabajo solo. -Hay otras clases de sociedades además de las laborales, Michael. Se produjo una larga y dolorosa pausa y entonces Michael la tomó la mano y dijo suavemente: -Lo siento, ángel. Pero he intentado de esas otras también. Y fue un completo desastre. Darcy y yo teníamos mucho en común. Si no pude hacer que las cosas funcionaran con ella, no me puedo imaginar que lo logre con cualquier otra. -Pero una sociedad no significa pensar y actuar igual. Es bueno para dos personas permanecer separadas y únicas. El libro de las runas dice que, incluso los enamorados han de dejar que el viento de los cielos dance entre ellos. -En mi caso, serán más los huracanes del infierno. Sara se soltó lentamente, preguntándose qué estaba haciendo ella allí. ¿Le estaba leyendo su futuro a Mike o le estaba suplicando que se enamorara de ella? De cualquier manera, no se puede convencer a alguien de algo en lo que no quiere creer. Fue a sacar otra piedra cuando Mike se lo impidió. Se la quitó de la mano y la miró. Sara se esperó algún comentario irónico, pero lo único que él hizo fue preguntarle: -¿Lees estas piedras para otras personas? Sara asintió. -Y suelo acertar bastante, por lo que me dicen. -Como con tus lecturas de mente. -Oh, eso nunca se me ha dado realmente bien, Michael. Excepto contigo. -¿En qué estoy pensando ahora?
Ella levantó la mirada y sólo se tuvo que encontrar con la de él para saberlo. El deseo se reflejaba muy claramente en ella. La deseaba entre sus brazos, deseaba ofrecerle cosas que ni él mismo sabía que tenía. Sin decir nada, Sara se levantó y se sentó en su regazo, rodeándole el cuello con los brazos. Enterró una mano en su cabello y lo hizo acercarse para que sus labios se encontraran. El beso hubiera sido perfecto si no fuera por... Por la sombra constante que oscurecía los pensamientos de Mike. Ella se apartó y le apartó el cabello de la frente. -No te preocupes, Michael -murmuró-. Diga lo que diga la carta de tu padre, estoy segura de que todo irá bien. Mike había estado ansioso por besarla anteriormente, pero entonces Sara sintió cómo se tensaba todo su cuerpo y su mirada se oscurecía con un reproche. -¡Sara! Ella parpadeó. -Lo siento. Pero cuando toqué tu impermeable, no pude evitar sentir que estaba allí. -Debería haber sabido que no te puedo ocultar nada -dijo él quitándosela de encima y luego levantándose de golpe. Sara suspiró profundamente y se arrepintió de habérselo dicho, segura de que Mike se iba a cerrar a ella, pero en vez de eso, él sacó la carta del bolsillo y del sobre y se la ofreció. -¡Toma! Puedes seguir y leer la maldita carta. Sara se quedó anonadada mirando el sobre, por el nivel de confianza que implicaba ese gesto. -Tómala -insistió él. Ella lo hizo dubitativamente y Mike añadió: -Léela. No es para tanto. Ella la leyó entonces en voz alta. -Mickey, pronto me soltarán. Ya sé que nunca has querido tener nada que ver conmigo y no te culpo. Pero te pido que, por esta vez, vengas a verme antes de que me suelten. Lo que dejó profundamente agitada a Sara fueron las emociones que sentía procedentes de ese trozo de papel. -¿Qué piensas hacer con esto? -le preguntó a Mike. -Ignorarlo. Como he hecho con el resto de sus cartas. -Pero ésta vez no puedes hacerlo. -¿Por qué no? Sara trató de encontrar una forma amable de decírselo, pero no pudo. -Porque... porque tu padre se está muriendo, Michael. -¿Qué? Sara tragó saliva y repitió: -Se está muriendo. Es a eso a lo que se refiere con lo de que lo suelten. Se va a
ir. Para siempre. Mike la miró sorprendido e incrédulo. -Entonces, ¿por qué no lo dice directamente? -No lo sé. Tal vez no quiera recurrir a tu lástima para que lo vayas a ver. -¡Por favor! Si hay algo que se le da bien a mi padre es utilizar cualquier truco para engañar a la gente y que haga lo que él quiere. Si tuviera una carta como ésa en las manos, la jugaría sin dudar. -Tal vez haya cambiado. Puedo sentir trazas de una increíble desesperación y arrepentimiento. -¿Arrepentimiento por qué? -exclamó Mike quitándole la carta de las manos-. ¿Por no haber podido terminar conmigo? ¿Por que lo atraparan? -No, creo que tienes que ir a verlo, Michael. Hablar con él antes de que sea demasiado tarde. Tú mismo me dijiste que una vez tuviste dudas de si él era el único responsable de que te atacaran. -Bueno, ya no las tengo -dijo él, pero a pesar de todo, se le notó una cierta inseguridad en la mirada. Entonces empezó a romper en dos la carta. -¿Qué? -gritó Sara-. Déjamela otra vez. Si no vas a ir a verlo, tal vez yo me pueda concentrar más... -¡No! -dijo Mike terminando de romperla en pedazos—. No debería habértela mostrado. -Está bien, Michael —respondió ella apoyándole delicadamente la mano en el brazo-. ¿No lo comprendes? No puedes hacer el amor con alguien sin permitir que se te acerque. -¿Por qué no? -dijo él tirando los restos de la carta al cubo de la basura-. Lo llevo haciendo toda mi vida. Entonces la abrazó y acalló sus protestas con un beso. Tratando de distraerla a ella y a él mismo. Ella respondió al beso por un momento, pero luego apoyó las manos en su pecho y se apartó. -Michael, por favor -jadeó-. Tenemos que hablar de esto. Temo por ti. -No lo hagas —dijo él y trató de silenciarla con otro beso, pero no lo consiguió. -Temo que si no vas a ver ahora a tu padre, vas a pasarte toda la vida atormentado por ese hombre de las sombras. -¿Es esa otra de tus predicciones paranormales? -No, sólo algo que siento en mi corazón. -Escucha, ángel —dijo—. Tengo noticias para ti. Lo tenía todo bajo control hasta que apareciste tú y empezaste a meterte con mi aura; yo puedo tratar con mi hombre de las sombras. -No, no puedes. Una oleada de furia recorrió a Mike, más que nada porque sabía que ella tenía razón. -De todas formas, no es tu problema.
-Sí, si lo es porque yo te a... -Sara se interrumpió mordiéndose el labio-. Desde el principio ha habido una especie de extraño lazo de unión entre nosotros. Es eso lo que te hizo venir a trabajar conmigo en la búsqueda de John Patrick y... -No fue por ningún maldito lazo místico —explotó Mike-. Fue por un hombre llamado Storm. -¿Quién? Una parte de Mike deseó callarse antes de decir algo de lo que se pusiera arrepentir, algo que pudiera oscurecer la luz de los ojos de Sara. Pero sabía que la tenía que desilusionad más tarde o más temprano. Bien podía ser en ese momento. -Storm -repitió-. Xavier Storm, el rey del casino, que posee la mitad del sur de Nueva Jersey. Tienes que haber oído hablar de él. Sara agitó lentamente la cabeza. -Siempre me olvido de que no eres de este planeta —murmuró Mike. -¿Qué tiene que ver ese hombre con todo esto, Michael? -Es sencillo. Me advirtió que no aceptara tu caso y lleva desde entonces haciendo lo posible para amargarme la vida. Ella abrió mucho los ojos. -¿Por qué iba a hacer él algo así? -Porque, por alguna razón, no quiere que encontremos a John Patrick. Yo supongo que, en algún momento, Patrick y Storm debieron tener algún roce. Seguramente Storm hizo algo ilegal y Patrick lo sabe... o tal vez incluso Storm lo hizo matar y que arrojaran el cuerpo al mar con los pies metidos en cemento. Demonios, no lo sé. Mis instintos de detective me dicen que algo huele mal, eso es todo. -¿Así que aceptaste mi caso esperando encontrar justicia para John Patrick? -¡No! ¿Cómo podía ser tan inocente esa mujer? -Acepté el caso esperando vengarme de Storm, que fue el tipo que rompió mi matrimonio. Sedujo a mi esposa. Sara se quedó pálida y en silencio ante esas palabras. Luego le puso la mano sobre la de él. -Oh, Michael, lo siento. Se soltó con un gesto impaciente. -Ahora ya sabes por qué estaba tan ansioso por resolver el misterio de John Patrick. No por ningún vínculo que haya entre nosotros ni porque sienta compasión por ninguna dama muerta que perdió a su hijo. No soy ningún héroe, Sara. No hago nada por nadie, excepto por mis propias razones egoístas. -Eso no es cierto. Si tú fueras así de verdad, yo lo habría sentido. -¿Sí? Bueno, tal vez no tengas tantos poderes como te crees. De todas formas, este caso no ha resultado más que una pérdida de tiempo. Nunca voy a poder encontrar a ese tipo -dijo él a pesar de que aquello le dolía enormemente. -¿Me estás diciendo que lo quieres dejar, Michael? -le preguntó Sara sin mirarlo. -Sí, y tú deberías hacerlo también. Olvidarlo. Olvidarlo todo.
-Muy bien, si eso es lo que quieres, mándame una nota con el importe de los días que hayas trabajado. -No habrá ninguna nota -dijo Mike tomando su impermeable-. Estamos en paz con todas las lecturas parapsicológicas que me has hecho. -Pero yo no he hecho un buen trabajo, Michael -afirmó ella riéndose amargamente-. No ha sido hasta ahora que he podido ver realmente quién es tu hombre en las sombras. Tal vez debieras irte a tu casa y mirarte al espejo. Entonces ella se volvió lentamente, después de dedicarle una mirada llena de pena que Mike supo que iba a recordar durante mucho tiempo. Luego él se dirigió hacia la puerta. Bastante después de que Mike se hubiera marchado, Sara seguía allí, con la garganta y los ojos secos. No estaba llorando. Sabía lo que iba a venir luego y que iba a ser malo. Pero de momento iba a hacer caso del consejo de Mike y se iba a olvidar de todo. Estaría bien si lo pudiera hacer. El estaba de nuevo en el callejón. Mike miró atrás, pero esta vez, cuando el hombre de las sombras salió a la luz, se quedó atontado al ver que su rostro era el suyo propio, mirándolo con odio. Gritó cuando levantó el cuchillo y se lo clavó en el pecho... Mike se obligó a despertarse. Lo hizo sobresaltado y se sentó en la cama, lleno de sudor. Afuera se oían los ruidos de la calle. Había pasado mucho tiempo desde la paz que había sentido en la cama de Sara. Maldijo y, sacudiéndose los últimos vestigios de la pesadilla, salió de la cama, encendió la luz y se dirigió a un pequeño armario. Sacó una botella de whisky y se sirvió un trago. Bueno, aquello ya era lo último, pensó, encontrar consuelo en la botella. Levantó la vista, vio su reflejo en el espejo del cuarto de baño e hizo una mueca. Sin afeitar, con los ojos rojos y despeinado. Parecía recién salido de una pesadilla. Cerró dé golpe la puerta del cuarto de baño. Entró de nuevo en el dormitorio y se fijó en ese estúpido perro de peluche que había dejado por allí. Parecía estar mirándolo reprobatoriamente con su único ojo de cristal. -¿Qué estás mirando? -le gritó. Retiró el perro del sillón donde estaba y se sentó él. Para ser un tipo que no creía en el amor, estaba destrozado. Esos últimos días desde la última vez que había visto a Sara habían sido los más espantosos de su vida. Era peor que cuando descubrió que Darcy lo engañaba o cuando lo dejó. Entonces sólo había sentido la rabia de su orgullo herido. Pero perder a Sara le hacía sentirse como si le hubieran arrancado una parte de su ser. No le sorprendería nada si descubriera que estaba sangrando por dentro.
Siempre se había tenido por un superviviente, pero reciente había descubierto que tenía una tendencia autodestructiva que no le gustaba nada. ¿Qué le estaba pasando? ¿Por qué había tratado así a Sara? ¿Por qué se había apartado voluntariamente de lo mejor que le había pasado en su vida? Pero ese era el problema. Evidentemente, él no era lo mejor que había sucedido en la vida de ella. Tomó de nuevo el perro de peluche y miró al único ojo de su único compañero. -Sara va a estar bien. Eso es lo importante -le dijo al perro-. Yo soy como un mal catarro, Sparky. Se le pasará en un par de semanas. Habría logrado convencerse de eso él mismo si no hubiera cometido el error de pasar ese mismo día por su tienda. No tenía ni idea de por qué lo había hecho. Supuso que porque no tenía nada mejor que hacer. Algo de la tienda lo había intranquilizado. Parecía rara, desolada de alguna manera. Al principio no supo por qué, pero luego se dio cuenta... El gran ojo mecánico de la fachada había desaparecido. -Ah, demonios, Sparky -gruñó-. Sara ha quitado su ojo. Ha cedido ante esa estúpida Jorgensen y el estúpido consejo. ¿Lo había hecho? ¿O había cedido ante Mike Parker? ¿Quién había sido el que le había quitado la confianza en sí misma? Frunció el ceño tratando de quitarse la idea de encima, pero no pudo. El ojo era como un símbolo de que Sara ya no creía en su propia y única magia, en su derecho a ser diferente. O, tal vez ya no le importara. -Oh, cielos, ángel. ¿Qué te he hecho? Estaba bien para él ser el mayor escéptico del mundo, pero no quería que ella terminara así. -Realmente todo lo que toco, lo estropeo -dijo, pero no se le ocurrió qué hacer para arreglarlo. «Sólo hay una cosa que puedas hacer, idiota». Mike miró fijamente al perro de peluche. No sólo estaba empezando a hablar, sino que lo hacía con su propia voz. -Muy bien, chico listo. ¿Qué tengo que hacer? «Lo que prometiste, encontrar a John Patrick». -Ah, claro, como si eso lo resolviera todo. «Por lo menos le demostrarías a Sara que crees en ella y en su fantasma. Y, tal vez ella siga creyendo en sí misma». Mike se agitó en su asiento. Odiaba tener que admitirlo, pero el estúpido perro tenía razón. -¿Y cómo lo voy a encontrar? Ni siquiera he podido encontrar al viejo Kiefer e, incluso aunque lo hiciera, no hay ninguna garantía de que recuerde nada. No tengo más pistas, Sparky. «Sí, las tienes. Una muy grande». Mike miró al perro por un momento, pensando furiosamente.
listo.
-Sí, tienes razón, Sparky -dijo por fin-. Para ser un perro de peluche, eres muy
Dejó el juguete, se puso en pie y se dirigió a la ventana. Incluso desde el hoyo en que estaba su apartamento, Mike lo pudo ver. A lo lejos, las luces del ático de millonario en el edificio más alto de Atlantic City. La casa del hombre que tenía todos los ases, todas las respuestas a la desaparición de John Patrick desde el principio. Storm. Capítulo 10 ¿Qué podía hacer una persona con un ojo gigante? Sara miró el ojo mecánico que ahora ocupaba una gran parte del suelo de su tienda. Tal vez debiera dejárselo delante de la puerta a Elaine Jorgensen como símbolo de su rendición. Tal vez debiera vendérselo a alguien, un oftalmólogo. O a un investigador privado. La imagen de Mike apareció inmediatamente en su mente y Sara trató de que se desvaneciera. Llevaba el día tratando de no pensar en ese hombre. Interfería en su concentración a cada momento y no había podido hacer una lectura decente de las runas desde que Mike se había marchado. Se dejó caer el la silla de detrás de la caja registradora, desesperada. ¿Cuántas vidas le costaría olvidar a Mike Parker? Ese era el problema de alguien con poderes paranormales enamorada, que sabía que iba a durar para siempre. O, tal vez fuera sólo su imaginación. Tal vez fuera así desde el principio. Sus sentimientos por Mike, el ver el fantasma de Mamie, sus poderes... Suspiró. El teléfono que tenía cerca del codo le dio una sensación rara y, sin pensarlo, descolgó. -Diga -dijo. -¿Sara? -respondió la sorprendida voz de Mike. -¿Michael? -dijo ella con voz entrecortada por la emoción. -Sí, soy yo. Pero el teléfono ni ha sonado, ¿cómo has sabido? Bueno, déjalo. Escucha, muñeca. Algo está pasando. Podemos estar a punto de una gran revelación en el caso. Sara parpadeó. ¿De qué le estaba hablando? -Pero Michael, me dijiste que ya no ibas a trabajar más en él. Ya demás, ya no nos hablamos. -Olvídalo de momento. Necesito que vayas a la posada. -¿Qué? Pero Mich... -Vete ahora mismo, Sara. ¡Ya! Colgó el teléfono antes de que ella pudiera protestar. Sara colgó también, irritada. Primero se marchaba de su lado y ahora le venía con ésas.
De repente se le ocurrió que Mike estaba a punto de hacer algo realmente loco. Sara fue conduciendo a toda velocidad, con un nudo en el estómago producido por la preocupación. Cuando llegó a la posada pensó que nadie iba allí por la noche a no ser que estuviera loco, como Mike Parker. O ella misma. Detuvo el coche y vio allí dos coches más, el de Mike y un deportivo caro y gris. Vio por el parabrisas que cerca estaban Mike y otro hombre, al parecer estaban discutiendo. ¡Cielo santo! Abrió la puerta y sintió la hostilidad en el ambiente. Y esta vez no venía de la casa ni de Mamie. Cuando se acercó, Mike no la miró y al acercarse, vio la razón. Mike llevaba en la mano un pequeño revólver con el que apuntaba al desconocido. -¡Mike! -gritó horrorizada-. ¿Qué estás haciendo? -Se llama rapto y asalto a mano armada -dijo el desconocido con dificultad porque tenía los labios hinchados-. Un delito federal que creo que se castiga con cadena perpetua. -Michael, por favor —dijo Sara—. Sea lo que sea esto, seguramente habrá otra forma de hacerlo, una legal. -Te diré a qué viene esto, ángel. Quiero presentarte a un viejo amigo mío, el señor Xavier Storm. -... y yo odio cualquier clase de violencia -continuó ella, pero entonces se dio cuenta de lo que él le acababa de decir—. Storm. ¿Te refieres al señor Storm? ¿Al que...? Al que no quería que se encontrara a John Patrick. Al tipo que Mike sospechaba que era el causante de la muerte de John Patrick. Sara miró nerviosamente al hombre. Era atractivo, exudaba un aura de peligrosa sensualidad y poder, a pesar de que el caro traje que llevaba estaba arrugado y lleno de polvo y llevaba la corbata torcida. Miró a Sara con los ojos entornados y dijo: -Así que usted debe ser la clienta de Parker, la dueña de la librería. Me perdonará si no le ofrezco la mano, señorita Holyfield, pero... Levantó entonces las manos y Sara vio que estaba esposado. -Michael, no comprendo. ¿Qué...? ¿Cómo ha sucedido esto? Quiero decir, ¿cómo ha terminado así el señor Storm? -¿Cómo? ¿Golpeado, esposado y apuntado por el arma de un lunático que se cree Humphrey Bogart? -dijo Storm como si todo aquello le aburriera -. Supongo que es mi noche de suerte. -Todo ha sucedido muy sencillamente, Sara. Le dije a Storm que tenía pruebas de lo que había pasado con John Patrick y que, si no se reunía conmigo aquí y a solas, las iba a hacer públicas. Pero cuando se dio cuenta de que era un farol, las cosas se pusieron un poco... tensas.
-Por favor, Mike, sea lo que sea lo que creas que haya hecho el señor Storm, deja que la policía se ocupe de ello. -Oh, creo que a la policía sería a los últimos a los que Parker querría ver en este momento. -O baja la pistola y deja que se marche -añadió ella. -¿Dejarlo ir? -le preguntó Mike incrédulamente. -La chica muestra un poco de sentido común, Parker -dijo Storm-. Es sorprendente. Quién lo iba a pensar de un cliente suyo. -¿Es que no lo comprendes, Ángel? Este es el tipo que puede resolver el caso. Puede contarte lo que pasó con John Patrick. -No me importa -dijo Sara imaginándose a Mike en la cárcel-. ¿Por qué estás haciendo esto? Me dijiste que ya no te importaba el caso, que lo querías dejar. -Yo nunca dejo un caso hasta que no he terminado. -Oh, yo creo que le puedo dar una respuesta mejor -intervino Storm-. El tipo se ha vuelto loco por fin, señorita Holyfield. ¿Sabe lo que me ha dicho durante nuestras... negociaciones de esta noche? Tiene una noción peculiar de lo que sucederá si no le resuelve este caso. Algo que tiene que ver con las hadas. -¿Qué? -preguntó Sara confusa. -Calla, Storm -dijo Mike amenazándolo con el arma. Pero Storm continuó. -Dijo algo de que temía que usted perdiera la fe, que la próxima vez usted no aplaudiría y el hada moriría. -No le prestes atención, Sara. Se dio un golpe en la cabeza cuando lo golpeé. -Yo diría que fue al revés -respondió Storm. -Michael, ¿de verdad dijiste eso? -¿Y qué si lo hice? -¿Y has hecho todo esto, has aceptado este terrible riesgo por mí? Mike se encogió de hombros. -Después de la forma en que te traté el otro día, no podía dejarte dudando de ti misma y que tal vez termines siendo tan cínica como yo algún día. Tenía que encontrar alguna forma de mostrarte que yo creo en ti, Sara. -¿Así que decidiste resolver el caso raptando al señor Storm? ¿Todo para devolverme la fe? Oh, Michael. Creo que esto es lo más hermoso que alguien ha hecho por mí. Sara lo abrazó entonces, olvidándose de la presencia de Storm y Mike la sujetó con su mano libre. -Oh, Michael. Lo siento mucho. La pelea del otro día fue mi culpa. Fui muy poco razonable. No quise que te metieras en algo así. -Está bien, muchacha. No te pongas a llorar, todo va a ir bien -dijo él besándola en la frente-. ¿No sabes que lo he arriesgado todo para mantener la luz en tus ojos? Entonces intervino Storm. -Conmovedor. Tal vez el juez le asigne una celda a la señorita Holyfield a su lado,
Parker. Acolchada, por supuesto. -No metas a Sara en esto. Ella no tiene nada que ver. -Ahora sí. De todas formas, soy un hombre razonable, Parker. Aparte el arma, quíteme las esposas, devuélvame las llaves de mi coche y puede que me olvide de este episodio desagradable. -Hazlo, Michael -dijo Sara-. Te agradezco lo que has hecho por mí. Por Mamie. Pero déjalo ir. Con eso no lo vas a sacar nada. -No te preocupes por el arma, querida. Ni siquiera está cargada -susurró Mike-. No soy yo el que le va a sacar la información, sino tú. -¿Yo? ¿Cómo? -Tócalo. Léele el aura, los pensamientos o lo que hagas. Cielo Santo, ¿estaba en serio ese hombre? -No puedo. -No tengas miedo, no dejaré que te haga daño. -No es eso, Michael. Es sólo que no estoy segura de que funcione. De que yo realmente pueda... -Tienes que intentarlo, Sara. Es nuestra única posibilidad. Yo creo que lo puedes hacer. Ella lo miró a los ojos y se dio cuenta de que decía la verdad. Deseó abrazar con más fuerza a Mike, pero se volvió hacia Xavier Storm y se acercó a él. Storm la miró sarcásticamente. -Señor Storm, ¿le importaría si le toco la mano? Storm levantó las cejas, sorprendido, pero se encogió de hombros. -Como quiera. Nunca he tenido objeciones a ser tocado por una mujer hermosa. Mike frunció el ceño y se acercó a Sara para murmurarle al oído: -No lo veas como me viste a mí. Sólo sácale sus recuerdos. Eso es todo. -Michael, por favor... Respiró profundamente y tomó los dedos de Storm entre los suyos. Eran unos dedos sorprendentemente sensibles y hermosos para un hombre, muy elegantes y fríos. El se movió un poco y Mike le dijo: -Nada de falsos movimientos, Storm, o te desparramaré los sesos por encima de ese bonito traje. -Michael -protestó Sara-. No me puedo concentrar con la amenaza de la violencia en el ambiente. ¿Estás seguro de que esa cosa no está cargada? Mike la miró fijamente, pero Storm se rió realmente divertido. -No importa -respondió Mike enarbolando el arma-. Todavía la puedo usar para golpearle la cabeza. Pero Storm lo ignoró y su mirada se centró en Sara. Ella se dio cuenta poco a poco de que, bajo toda la arrogancia y el poder de ese hombre había otras cosas profundamente enterradas. Miedo, el temor a estar solo... Se estremeció cuando se sintió atraída más profundamente al mundo oscuro de
ese hombre. En lo más profundo de su alma había un vasto terreno que estaba... vacío. Le vino entonces una imagen, una imagen terrible de Storm sentado detrás de su impresionante mesa de despacho, con un arma en sus manos agitadas mientras trataba de encontrar el valor para apretar del gatillo. Lo miró a la cara, sorprendida y, de repente, el alto y orgulloso hombre que tenía delante empezó a encogerse y a cambiar de forma hasta que se volvió un niño pequeño que apretaba en sus brazos un perro de peluche, estaba solo y asustado. Estaba solo para siempre. Sara apretó los dedos sobre los de Storm y, cuando el rostro del niño se mezcló con el del hombre, Sara lo volvió a mirar con los ojos llenos de lágrimas. -John Patrick -susurró-. Bienvenido a casa. No había energía eléctrica en la posada después de que Mamie hubiera hecho huir a los últimos electricistas que habían pasado por allí y Elaine Jorgensen no había podido encontrar a otros, así que se las tuvieron que arreglar con velas. Mike se preguntó si había condena a muerte por el delito de rapto en Nueva Jersey, mientras miraba a Storm, aún esposado y sentado en una silla, con un ojo que hacía juego con el labio hinchado. Storm había puesto grandes objeciones a entrar en el edificio y él había tenido que convencerlo. ¿O debería llamarlo John Patrick? -Todavía no me lo puedo creer —le murmuró a Sara-. El que un cerdo como Storm sea el hermoso niño de todas esas fotos de Mamie. -¿Por qué? ¿Porque te disgusta tanto el señor Storm estabas seguro de que tenía que ser alguna clase de villano o asesino? -Sí. En parte por eso y, bueno... Este caso ha sido muy extraño desde el principio, ha habido demasiadas coincidencias entre la historia de Mamie y de mi propia vida... tantas que hubo un momento en que me pregunté... Casi temí que John Patrick pudiera ser yo mismo. -Oh, Michael -dijo Sara acariciándole la mejilla. -Hey, está bien. No estoy decepcionado ni nada parecido. Prefiero pensar que mi madre está en paz en vez de andando por ahí asustando a la gente. Pero esto nos deja con un gran problema. ¿Qué vamos a hacer con él? -No lo sé -dijo Sara mirando a su prisionero. -Quiero decir que yo pensaba que tú le podrías sacar algo incriminatorio del cerebro para poder llevárselo a la policía. Pero me temo que va a ser al revés. Mike miró entonces a su alrededor. -Nunca me imaginé que estuviera esperando que un fantasma viniera a rescatarme, ¿Pero no crees que estaría bien que Mamie nos echara una mano? -No creo que Mamie esté aquí, Michael. No siento su presencia. -¿Qué? Me dijiste que no podía ir a ninguna otra parte. -No creía que pudiera. Pero después de que nos peleáramos, vine aquí para verla una última vez y le dije que tú no ibas a seguir con el caso y que no creía que pudiera
encontrar a John Patrick. Yo... me temo que ella se haya rendido y se haya marchado. -Entonces estamos en un gran problema, ángel. Storm va a hacer que nos frían a los dos. El hijo pequeño de Mamie se ha transformado en un hombre muy vengativo. -Se ha transformado en un hombre con muchos problemas -le dijo Sara suavemente-. Ahora sé por qué Mamie estaba tan preocupada por él. Su alma está en cenizas, Michael. Lo he visto sentado a su mesa anoche. Estaba tratando de reunir el valor de pegarse un tiro. -¿Storm? Yo creía que él era suficientemente rico como para vivir para siempre. -Es el hombre más pobre que he conocido. Mike miró a Storm dudosamente. -Bueno, tanto si eso es cierto como si no, supongo que lo único que podemos hacer es tratar de que admita que él es John Patrick. Es la única posibilidad que tenemos. Se dirigió entonces a donde estaba Storm. -De acuerdo -dijo plantándose delante de él-. Será mejor que confieses. Si Sara dice que eres John Patrick, es que lo eres. Storm hizo como si bostezara. -Supongo que tengo que agradecer que no crea que soy el Conejo Blanco. -Por favor, señor Storm -dijo Sara poniéndose al lado de Mike-. Quiero decir... John. Tu madre ha estado preocupada por ti. -Mi madre está normalmente en La Riviera. Y nunca se ha preocupado por mí. -Me refiero a tu madre verdadera. A Mamie Patrick. Storm apretó los labios. -Nunca he oído hablar de esa persona. -¿Sí? -le preguntó Mike-. Y supongo que tampoco la reconocerías. Mike sacó el joyero de Mamie de un bolsillo y lo dejó sobre una mesa cercana. Luego sacó las fotos de Mamie y su hijo. Algo brilló brevemente en los ojos de Storm. -Una bonita colección. Me van a aburrir con esas fotos familiares. ¿No tienen nada más interesante? -¿Qué tal esto? -dijo Mike sacando a Sparky. Era algo desesperado y Mike no se esperó conseguir un efecto mayor que con las fotos. Pero Storm pareció sorprendido y luego balbuceó: -Es... Blinkey. -¿Blinkey? ¿Qué clase de nombre es ese para un perro? -Michael, calla —le dijo Sara haciendo un gesto hacia Storm. Se había producido un cambio curioso en los rasgos del hombre y su mirada parecía más suave. -¿Dónde... dónde lo han encontrado? -dijo. -En donde lo escondió cuando era niño. En el armario de su madre. ¿No lo recuerda? Tuvo miedo de que lo fuera a tirar a la basura el hombre que vino a por usted a la posada. Lo llamó el hombre gris. Tenía miedo de él.
Storm apretó de nuevo los labios y no dijo nada más. Mike suspiró entonces. -Sólo hay una cosa que podamos hacer. Volver a traer a Mamie, Sara, ¿Puedes conjurarla o algo así? -No lo sé. Supongo que puedo tratar de llamarla. Sara tomó un candelabro y se dirigió al centro de la habitación. -¿Mamie? -dijo tentativamente-. Mamie, por favor. Hemos encontrado a tu hijo. Storm se agitó en su silla y miró a Mike. -¿Qué demonios están tratando de hacer? Esto es realmente enfermizo, incluso para usted. -Quédate quieto y espera. Sara siguió llamando al fantasma. -Mamie. John Patrick está aquí ahora, y te necesita desesperadamente. Storm se puso más agitado y trató de soltarse de las esposas que lo sujetaban a la silla. -¡Maldita sea, Parker! De acuerdo, esa mujer era mi madre. Me vendió cuando tenía cinco años. ¿Está satisfecho? ¿Podemos terminar ahora con esta farsa? Sara lo miró horrorizada. -¿Que lo vendió dice? ¿Quién le ha dicho algo tan horrible? -Mi madrastra -respondió Storm con un gesto de amargura-. Nunca me dejó olvidarlo. Eloise siempre me estaba recordando como mi padre, Alexander, dejó embarazada a una estúpida aldeana. Cuando más tarde descubrió que no podía tener más hijos que llevaran su apellido, buscó a Mamie Patrick y le compró a su hijo. -¡Maldita sea! -exclamó Mike mirando a Sara-. Así que el misterioso hombre gris no era de protección del menor, sino el propio padre de John Patrick. -Tal vez lo fuera, pero el resto de lo que dijo Eloise Storm no es cierto respondió Sara y se dirigió luego a Storm-. ¿No lo ve? Cuando su padre volvió para reclamarlo no se lo pudo comprar a Mamie porque ella ya estaba muerta. -Eso no importa ahora -afirmó Storm, al que ya se le había pasado la ira-. Ya les he dicho lo que querían saber. ¿Por qué no me dejan marcharme de aquí? Muchos banqueros y agentes de bolsa se van a extrañar de mi ausencia. Pero nadie más, pensó Mike. Tal vez se daba cuenta de eso porque él siempre se había sentido así antes de conocer a Sara. -Muy bien, Mamie. Maldita sea, baja aquí o va a pasar algo. Ya basta de trucos. Querías que encontrara a tu hijo y lo tengo aquí. Si no te muestras ahora, voy a empezar a hacer tantos chistes de fantasmas que te arderán las orejas. Pero sus palabras se perdieron en el silencio. -Ya está, Parker -dijo Storm-. Ha sido tu última oportunidad. Déjame ir ahora y me olvidaré... Las palabras de Storm se vieron apagadas por el ruido de una puerta al cerrarse de golpe. La puerta del salón empezó a golpear violentamente, abriéndose y
cerrándose. La araña del techo se estremeció y tembló. Mike contuvo la respiración y una súbita corriente de aire helado recorrió la habitación y lo hizo perder el equilibrio. -¡Mike! Sara lo agarró para restablecerlo y el viento helado apagó las velas. Al momento siguiente, una cegadora luz blanca apareció sobre la escalera. Mike se agarró a Sara y se protegió los ojos con una mano. En medio de la luz pudo ver emerger una forma, delicada, casi transparente. La de una joven con una falda plisada y un suave jersey, que llevaba el cabello recogido en una cola de caballo. -Mamie -susurró Mike. La aparición se detuvo al pie de las escaleras y levantó una mano para llamarlos. Mike estaba tan atontado que hubiera ido, pero Sara se lo impidió. -No, Mike. No es a nosotros a quien quiere -dijo señalando a Storm, que estaba tan anonadado como ellos mismos. Se oyó un ruido metálico y las esposas que lo habían sujetado a la silla se soltaron y cayeron al suelo. Storm se frotó las manos y se levantó lentamente. Cuando el fantasma levantó de nuevo la mano, él se movió como alguien en trance, pasando al lado de Sara y Mike como si no los viera. Siguió al espíritu de Mamie y los dos se esfumaron en la oscuridad de arriba de las escaleras. El silencio se apoderó de nuevo de la habitación y Mike, por fin, se acordó de respirar. Miró a Sara y la encontró tan sorprendida como él. -¿Sabes? -le confesó él-, hasta el momento en que Mamie apareció en realidad, no estaba seguro de que lo que creía fuera real. -Ni yo -respondió ella sonriendo trémulamente. Luego rodeó a Mike con sus brazos y le apoyó el rostro en el hombros. Así como estaban, ambos se sentaron en un polvoriento sofá. Aquella era la noche más extraña de su vida, pensó Mike. La aparición de un fantasma, el que el hijo de ese fantasma fuera su viejo enemigo, Storm, y Sara. La miró cariñosamente, le dio un beso en la frente y murmuró: -Te amo, Sara. Ella se había quedado dormida y no lo oyó, pero no importaba. Tenía mucho tiempo para decírselo. De momento, ya era bastante para él darse cuenta de ello. Apoyó la cabeza en la de Sara y cerró los ojos. La siguiente vez que los abrió, se sorprendió al ver la suave luz de la mañana colándose por las ventanas. Sentía los músculos doloridos y se estiró, con lo que Sara se despertó, bostezó y se frotó los ojos. -¿Qué hora es? -balbuceó ella. Mike recordó por un momento todo lo que había pasado esa noche. El fantasma de Mamie Patrick, Storm... ¿Storm? Mike miró a su alrededor, pero no había señal del rey del casino. Se puso en pie de un salto, alarmado. ¿Y si Storm había ido a llamar a la policía,
después de todo? ¿Y si Mamie había decidido sacar a su hijo de este mundo miserable y se lo había llevado con ella? ¿Cómo lo iban a poder explicar ellos? Pero antes de que pudiera alarmar a Sara con esos pensamientos, Mike oyó unos pasos en las escaleras, se volvió y vio a Storm descendiendo por ellas, así que suspiró aliviado. -Buenos días -dijo Storm suavemente, con sólo un resto de su antigua ironía. -Buenos días -respondió Sara. -Me he pasado las últimas semanas maldiciéndola, señorita Holyfield, sin siquiera conocerla. Sólo sabía que era usted la responsable de que se sacaran a la luz cosas que quería olvidar. Ahora quiero que sepa... que le agradezco que... que me haya ayudado a encontrarme. -De nada, John -dijo Sara sonriendo tímidamente-. Pero también tiene que agradecerle a Mike que lo trajera aquí anoche. -Sí -dijo Storm secamente tocándose el ojo lastimado-. Muchas gracias, Parker. -No hay problema -respondió Mike sonriendo-. Siempre y cuando demuestre su gratitud no llamando a la policía. -Voy a hacer un trato con ustedes. Yo no llamaré a la policía si ustedes no llaman a la prensa. Ya ha salido demasiado de mi vida privada en la prensa amarilla en los últimos años. -Por supuesto que no lo haremos -dijo Sara-. No era por esto por lo que ha venido todo esto. -Gracias. Storm se llevó la mano de Sara a los labios, no con uno de sus habituales gestos cínicos, sino sinceramente. -¿Soy libre ahora para marcharme? Esa pregunta iba dirigida más bien a Mike, que se apartó a un lado, señalándole la puerta con una genuflexión. Cuando Storm abandonó la posada, Mike lo siguió a su coche. -Aquí están las llaves de su coche, Storm -le dijo ofreciéndoselas-. Y creo que, probablemente, también querrá esto. Se sacó del bolsillo la caja de Mamie con las fotos. Storm miró por un momento la caja y luego la aceptó con una expresión suave en la mirada. -Gracias -dijo. -Y, será mejor que también tenga esto. Mike se sintió avergonzado al sentir pena cuando le dio el perro de peluche. Storm pareció igual de avergonzado por recibirlo, pero metió al perro junto con la caja en el interior del coche. Iba ya a meterse dentro cuando se detuvo y miró inseguro a Mike. -Por si sirve de algo, Parker, yo nunca me acosté con su esposa. Su amante de verdad era un tipo que trabajaba en mi casino. Mike lo miró fijamente.
-¿Y por qué no me dijo eso antes? -Porque nunca me dio la oportunidad. Además, estoy acostumbrado a que la gente piense lo peor de mí, así que raramente me molesto en defenderme. -Bueno, gracias por dejar las cosas claras -dijo Mike-. Pero lo que pasara con Darcy ya no tiene importancia. -Me lo imagino. Es un hombre con mucha suerte, Parker, por haber encontrado a alguien como la señorita Holyfield. Una mujer a la que puede amar lo suficiente como para arriesgarlo todo por ella. Storm fue a marcharse, pero esta vez fue Mike el que lo detuvo. -Escuche, ya sé que no es asunto mío, Storm, pero algo como lo que todos hemos pasado esta noche no se experimenta todos los días. Su madre... Mamie, ¿le dijo algo? ¿Qué quería de usted? -Sólo quería ver si yo estaba bien. Decirme lo mucho que lamentaba no haber podido ocuparse mejor de mí. Asegurarse de que supiera lo mucho que me había amado. -Oh -respondió Mike suavemente. Storm se puso por fin tras el volante y Mike se apartó. De repente ya no estaba pensando en ese hombre que tenía delante, sino en un anciano que se estaba muriendo en la cárcel. Se dirigió lentamente a la posada. Sara estaba en medio del gran salón con los brazos extendidos. -¿Puedes sentirla? -le preguntó sonriendo-. ¿Puedes sentir todo el aura de paz? Mamie descansa. —Sí —respondió él, pero lo único que podía sentir era el efecto que Sara causaba en él. —Tú también tienes que sentirte muy bien. Por fin sabes que tienes razón. —Eso lo sabía mucho antes de que Mamie apareciera. Desde el momento en que supe que tú creías en mí lo suficiente como para arriesgarlo todo. Mike se le acercó hasta que sólo los separaron unos centímetros y se metió las manos en los bolsillos de los vaqueros. -Te amo, ya lo sabes -dijo. -Estaba empezando a sospecharlo -respondió ella-. Pero me gusta oírtelo decir. Él extendió los brazos y Sara se metió entre ellos, cerca de su corazón, donde pertenecía. Sus labios se encontraron en un beso cariñoso que estaba lleno de todas las cosas que él le quería decir pero no sabía cómo. Había muchas cosas que tenían que decirse, pero al principio sólo había una de la que tuvieran que preocuparse. Sara había tenido siempre razón sobre muchas cosas. Mike tenía un largo camino por delante. Al norte, hasta la ciudad de Trenton. Para enfrentarse por última vez con su hombre de las sombras. Capítulo 11
El viejo salón de baile de la posada Top Pine brillaba con la luz eléctrica que salía de la recién restaurada araña, las paredes olían a pintura fresca y a madera encerada, cualquier señal de fantasmas y recuerdos había desaparecido. Elaine Jorgensen había hecho un buen trabajo y lo tenía todo preparado para el baile. Sara pensó que sólo faltaba una cosa, su acompañante. Llevaba semanas sin saber nada de Mike. No podía hacer otra cosa más que esperar y preocuparse, echarle de menos y esperar que su doloroso viaje a su pasado le estuviera yendo bien. -Sara, querida. Está preciosa esta noche -le dijo entonces Elaine Jorgensen interrumpiendo sus pensamientos. Ella se volvió de mala gana. Incluso después de que la cena hubiera terminado, Elaine no había dejado de pasar por allí como una gran duquesa. Evidentemente, había decidido que, hasta Sara tenía su turno. -Me alegro de que haya podido venir -le dijo. Y Sara pensó que se alegraba tanto como un nudista viendo venir una nube de mosquitos. Cielo santo, estaba empezando a pensar como Mike. Conteniendo un súbito impulso de echarse a reír, Sara consiguió darle las gracias y hacer algún comentario sobre el buen aspecto de la posada. -Sí. Me gustaría poder decir lo mismo de su tienda, querida. Tuvo el buen gusto de retirar el ojo de la fachada por una temporada, pero lo ha vuelto a poner. -Cambié de opinión. La sonrisa de Elaine se esfumó. -Creo que fui muy clara en ese asunto. Lamentaré mucho tener que hacerlo, pero si no quita esa monstruosidad, voy a tener que quejarme al ayuntamiento. -Entonces tendrá que hablar con el abogado que he contratado. -Estoy muy decepcionada por su actitud, Sara. Supongo que terminaremos en el juzgado. -Eso supongo, Elaine. Pero no ganará usted. -¡Cielo santo! Entonces todos los asistentes miraron hacia la entrada de repente y Sara y Elaine hicieron lo mismo. Sara contuvo una exclamación y se olvidó de respirar. Mike Parker se detuvo en la entrada vestido de esmoquin. La ropa se ajustaba a su fuerte cuerpo, enfatizando sus anchos hombros y haciéndolo parecer suave, sexy y peligroso. Ningún otro hombre de los asistentes se había molestado en vestirse tan formalmente y ningún otro estaba tan devastadoramente atractivo. Mike recorrió la habitación con la mirada hasta que encontró á Sara y luego se dirigió directamente hacia ella. Se detuvo a poco más de un palmo de ella, sonriendo. -Hola, ángel. Siento llegar tarde. -Está bien, Michael -murmuró ella.
Todo estaba más que bien ahora. -Ésta es una fiesta privada, joven. Sólo con invitación. -Está bien, señora Jorgensen -murmuró Sara-. El señor Parker es mi acompañante. -No fue apuntado a la lista cuando usted envió su invitación. Tarde, he de decir. Así que voy a tener que pedirle... -Vete al infierno, Elaine -dijo Sara sin dejar de mirar a Mike. -¿Qué? -Que te vayas al infierno -repitió ella dulcemente-. Por favor. Mike se atragantó con la risa y, después de soltar algunas incoherencias, la señora Jorgensen se dio la vuelta y se marchó. Mike miró entonces con ojos brillantes a Sara. -No creo que nunca haya visto decir eso tan educadamente. -No hay excusas para dejar la buena educación, Michael. -Como yo he hecho. Te he dejado sola estas semanas y lo siento. Debes haber pensado que se me olvidó lo de esta noche. -Me alegro mucho de que estés aquí ahora. -Yo también. Estás preciosa, Sara, realmente preciosa. -Y tú también estás muy bien. -Sí, Mike Parker en su papel de Príncipe Azul -respondió él acariciándose la chaqueta con un gesto de desprecio-. Pero será mejor que vengas a bailar conmigo antes de que me vuelva a transformar en un sapo. La tomó de la mano y empezaron a bailar. A pesar de que nunca antes lo habían hecho juntos, Sara no encontró ninguna dificultad en acomodarse a él. -Me encanta volver a tenerte en mis brazos—dijo Mike-. Te he echado de menos. -Y yo a ti. ¿Has visto a tu padre? ¿Va todo bien? -Murió hace cinco días. -Oh, Michael, lo siento mucho. -Sí, y yo -respondió Mike sujetándola más firmemente-. Pero llegué a tiempo para pasar mucho tiempo con él en el hospital de la prisión. Es curioso, ángel. Me he pasado la mayor parte de mi vida odiándolo, haciéndolo el monstruo de mis sueños. Y, cuando llegué allí era sólo un frágil anciano. -¿Pudiste hablar con él? Mike asintió. -Ya no creo que fuera él el que ordenó que me atacaran esa noche. Finalmente me habló también de mi madre. Incluso me dio una foto de ella. Y un nombre, Marie. -Es un nombre precioso, Michael. -Después de que ella muriera, mi padre me dijo que no supo qué hacer conmigo. Nunca había sido un hombre de familia, pero supongo que, a su manera, se preocupó por mí. Lo hizo lo mejor que pudo. Fui capaz de perdonarlo, pero... pero lo haré mucho mejor con mis hijos, si es que alguna vez tengo alguno. -Dos niños y una niña -dijo Sara sin pensar. Cuando Mike la miró fijamente, ella se ruborizó.
-Yo... quiero decir que, si alguna vez yo tuviera una familia, eso sería lo que tendría. Mike le sonrió y le dijo: -He vuelto a soñar, querida. -Y yo -susurró ella. -Buenos sueños, supongo. Ella asintió pero no se atrevió a contárselos y entonces Mike añadió: -Yo soñé que tú ibas toda de blanco, con el cabello suelto como ahora. Y estábamos en una pequeña capilla con cristaleras coloreadas. -Que repartía su luz por todos los asistentes y el cura tenía un gran bigote canoso -añadió Sara. -Y yo te puse un anillo antiguo en el dedo. -Un nudo de enamorados de oro con forma de parras y rosas. El silencio cayó entre ellos, que ya no estaban extrañados, sino un poco anonadados por la magia que compartían. Entonces Mike se aclaró la garganta. -¿Crees que los sueños puedan predecir el futuro? -Yo creo que todo es posible, Michael. -¿Y que, si nos ponemos, podremos encontrar una capilla como ésa? -No me sorprendería. -Ni a mí. Porque he encontrado esto en una tienda de antigüedades en Trenton dijo él sacando de un bolsillo una cajita. La desenvolvió y apareció un delicado anillo exactamente igual al que habían soñado. -¿Puedo probártelo? Eso es si crees que una chica como tú y un tipo como yo pueden... Demonios, en mi sueño esto me resultaba más fácil. Lo que estoy tratando de pedirte es que... -¡Sí! -gritó Sara. Mike sonrió. -¿Sabes? A veces es útil tener una mujer que te lea los pensamientos. Los dedos de ella temblaron un poco cuando él le puso el anillo y los latidos del corazón se le dispararon. Pero cuando la abrazó de nuevo, su respuesta fue fuerte y clara y sus labios se fundieron con los de él en un beso apasionado donde pasado, presente y futuro parecieron fundirse en uno sólo. Momentos más tarde, Mike le dijo dudosamente: -Esto te va a sonar muy raro, Sara. Pero tengo la sensación de que hemos hecho esto mismo muchas veces anteriormente. -¿Quieres decir que estás empezando a creer en la reencarnación? -Demonios, no. Bueno, no estoy seguro. La verdad es, Sara, que no sé si alguna vez mi mente llegará a ser tan abierta como la tuya. No sé si seré capaz de creer en todas las cosas en las que tú crees. Pero lo que yo creo es que te amo. Y tú me amas a mí; Y eso va a ser para siempre. ¿No es suficiente? -Oh, sí, Michael -dijo Sara mirándolo a los ojos-. Más que suficiente para una
vida. Susan Carrol - Mágica inocencia (Harlequín by Mariquiña)