© Adriana Serlik © Giramundos 5º Certamen Internacional de Relato breve 6º Certamen Internacional de Poesía “La lectora impaciente” Jurados Relato breve Antonia J. Corrales Jordi Buch Oliver Enrique Agramonte Poesía Jesús Jiménez Reinaldo Ernesto Kahan Carlos Contreras Elvira y Adriana Serlik
www.lalectoraimpaciente.com lectoraimpaciente@gmail.com Prohibida la reproducción total o parcial de las obras sin la autorización de sus autores. 2008
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ÍNDICE
Introducción POEMAS Premio Poemas de Xiang de ÁNGEL LUIS ROMO Finalistas Estranguló a dos hijitos y se lanzó del piso trece de MARÍA P. VALDEBENITO GONZÁLEZ Tríptico desde el granero de LUIS MANUEL PÉREZ BOITEL Para que exista este poema de FULGENCIO MARTÍNEZ Poemas moribundos de HAYDEÉ SARDIÑA DE LA PAZ Autobio de ESTEBAN TORRES SAGRA Un signo de estravío de LUIS BLAS FERNÁNDEZ Danza de FLAVIA COSMA El amor o Frida Kahlo de ÁNGELA ÁLVAREZ SÁEZ Poemas de ocio de MANUEL PARRA AGUILAR Ambigüedad de la distancia de MARTA ASUNCIÓN ALONSO MORENO Si vinieras ahora compañera de AMANDO GARCÍA NUÑO La siempre nombrada de OMAR ALBERTO SANTOS BALÁN Iniciación de JOSÉ ANTONIO CONTRERAS RAMÍREZ Escila y Caribdis de EMILIA BERTOLÍN CEBRIÁN Discard after use de JORGE ENRIQUE RODRÍGUEZ CAMEJO La espera de VÍCTOR MARÍN GONZÁLEZ La huella del silencio de JOSÉ MARÍA DE JUAN ALONSO Adaptrices de PATRICIA PÉREZ MADRID
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RELATOS Premio Compromiso de barro de GINÉS MULERO CAPARRÓS Finalistas De paso por las baldosas coloridas de ROSA ÁNGELA JURADO IRAZUSTE El espía de JUAN FOLGUERA MARTÍN La confesión de VERÓNICA MARTÍN MARTÍN El sello de ALFREDO GONZÁLEZ HERMOSO El noventa y tres de ÁLVARO A. PERDIGÓN DELGADO Ecuaciones de BORJA CRIADO MARTÍNEZ El baúl de los recuerdos de MARÍA JOSÉ DOMÍNGUEZ GARCÍA En el parque de MARIBEL ROMERO SOLER Aguardiente y vino tinto de CLAUDIA FERNANDA GÓMEZ El lector y el tiempo de CARLOS ALBERTO FERNÁNDEZ Hechicería y poder de MYRIAM MARGARITA PACHECO LÓPEZ El capote de Vladimir de FRANCISCO JAVIER GÓMEZ CADAVID Nepomuceno tenía razón de RAFAEL BORGE Demencia de EVA ESCORZA PIÑA Diplomacia de JOSÉ MANUEL DORREGO SÁENZ El relevo de ÁNGEL FRANCISCO QUINTERO LUGO La fama de LUIS LLORÉNS MARÍN La jauría de GUSTAVO ALBERTO SCHEK
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INTRODUCCIÓN Sexta edición de poesía y quinta de relato breve…
El sueño de una tarde de agosto de 2002 es ahora la cita anual de poetas y narradores participantes y jurados; todos han sido consecuentes en el envío de sus obras y en la elección de los premiados y los finalistas con la máxima ilusión y han transformado este encuentro en una amistad de la que me siento orgullosa.
A todos mi agradecimiento. Gandía, septiembre de 2008. Adriana Serlik La lectora impaciente
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POEMAS
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PREMIO POEMAS DE XIANG de ÁNGEL LUIS ROMO
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CONFESIONES DE CHEN HU Y LI TIANG I Los lirios Los lirios dicen que el pasado es como el almendro en flor: bello, pero fugaz. El cardamomo dice que es algo consumido por el fuego. Los lirios son los ojos apenados de Chen Hu, a quien Li Tiang dejó por otra mujer. A Li lo llaman cardamomo, de carácter tierno y la vez picante. II Viento de invierno El aire de invierno entra por la pared del norte. Los amantes se abrazan para calentar sus cuerpos. Pero el viento atraviesa la casa de bambú, endeble, que no puede impedir el fracaso de un acto inviable, inútil. III Una hilera Mi arroz –dijo Li- se cultiva en una sola hilera. Tengo demasiado tiempo para el canto y más vergüenza que contento: recibo el salario por un trabajo nimio que sólo a mí puede alimentarme. Las dos hileras de Chen me compensaban. IV La lluvia La lluvia se ha llevado muchas flores que resistieron al invierno. La primavera hace que algunas cosas no sean ya las mismas. Los ojos de Chen no son los que alumbraron el largo y cálido verano que ella y Li pasaron juntos.
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V Pesar Una neblina de cendal cubre mi espíritu. La copa derramada frente a la botella vacía, me habla de mi pesar. No debí sustituirla por un falso aire renovado. Ahora es tarde. Era la flor que adornaba mi tallo. VI Soledades El falso aire renovado abandonó a Li Tiang una vez probó su simiente. La soledad inunda a los dos amantes. La vida escapa del cuerpo instantes después de que el amor lo haga de la vida. VII El agua, a veces El agua, a veces, no es agua. El bálago del árbol enrojece con la lluvia de un verano que muere, como esos ojos del amor agonizante, de un rubí encendido, por las últimas lágrimas. El agua, a veces, quema.
Ángel Luis Romo nació en Salamanca en 1955. Estudió ingeniería y música. Es compositor de varias obras corales. Ha publicado los poemarios "Hilando lunas". Vitrubio, 2002 , "Se diría que nadie", Vitrubio, 2004. la novela "El archivo expiatorio", Egartorre, 2006, "Relatos", Premio Grupo ADV, 2002, "Relatos para después de la siesta", Kharmos, 2004. y próximamente saldrá el poemario " Una pausa para el delirio". Ha participado en diversas antologías, entre ellas "Antología de la poesía amorosa", Círculo de Bellas Artes, 2004 y 2007. Es colaborador habital de la revista Lugares y de las revistas digitales El grito y Deams and markets.
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FINALISTAS
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ESTRANGULÓ A DOS HIJITOS Y SE LANZÓ DEL PISO TRECE MARÍA PAZ VALDEBENITO GONZÁLEZ “Yo te veo doblar la esquina perderte una mañana de pájaros y leche” Jorge Teiller
Se lanzó al vacío desde el piso trece se le fueron boca a bajo los sueños de ser ave y de repente los cordones de sus zapatos quedaron sin formas en el aire. I En la calle Marín pasan cosas de las que podrías imaginar en el cine o en un cuarto de la calle Av. La Feria da igual porque hay situaciones que suceden de golpe que no alcanzan a figurarse en lugares precisos. II Ella vestía de bluyins y un chaleco rojo le gustaba pintarse los labios con los dedos de colores encendidos tuvo dos hijos a los que el padre se los llevaba al baño y les lamía las orejas diciéndoles cuentos prometiéndoles un juguete hermoso al llegar la primavera ella nunca quiso nada malo para ellos a menudo les hacia tartaletas y dibujos de un león en los cuadernos se acercaba el cumpleaños del mayor y dicen por ahí que por eso andaba nerviosa. III Estranguló a Tomás Vicente y a Matías Ignacio con un calcetín a rayas estándar les cicatrizó a cada uno un beso en la frente dicen que las cosas pudieron haber sido de otro modo ella quería que fueran ángeles para siempre que bailaran todo el tiempo lo que cantaban en la tina a cada uno le ató un nudo en la garganta en una pieza distinta del departamento seis cientos cinco les cantó una canción que hace días venía pronunciando de la radio sin embargo los cuerpos son como esas frutas que se revientan fácilmente esos cuerpos
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esos cuerpos fueron hallados en una misma pieza como varias lentejas que dan vueltas en el comedor y vuelven a caer en el mismo lugar de donde fueron lanzadas ella subió al piso trece y se lanzó como una estrella vacía sin fuerza de inercia que la sostuviera se lanzó pensando en Tomás y Matías en la torta con formas extrañas que ella le había prometido pero el vuelo es tan corto que no alcanzas siquiera a predecirlo todo es mucho más sencillo cuando las cosas se miran desde arriba. IV Hubo sólo un testigo, el jardinero Juan Astorga que miraba a los niños en el edificio cuando hablaban solos y llamaban a jugar con ellos a niños que no existían él en el momento del vuelo se encontraba arreglando una palmera del patio interior dijo que de todas formas ella era una buena mujer “justo levanté la vista y vi cuando venía cayendo, venía cayendo pero pensé que era un muñeco de Halloween V Los muñecos en el aire forman circunferencias en cambio ella ella cayó como una línea recta con el peso apropiado. En la Posta Central la encontraron moviendo los dedos de sus manos tratando de apretarlas con la canción de la radio entre los dientes el padre ya no podrá tocarle los glúteos a los niños ni hacerlos creer que es un juego que todos sus compañeros del colegio hacen con papá ella no tendrá que llorar haciendo cartas para que él las lea en secreto pidiéndole que convierta la punta de sus dedos en besos verticales para sus hijos.
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Nació en Chile en 1987. Cursó su enseñanza media en el Liceo de niñas Carmela Carvajal de Pratt, donde obtuvo el primer lugar en la versión poesía emergente y segundo lugar en narrativa en 2003. Actualmente cursa el tercer año de Ingeniería Comercial en la Universidad Tecnológica Metropolitana, Santiago y realiza un diplomado de Literatura Hispana Contemporánea en la misma Universidad con la destacada escritora Diamela Eltit, persistiendo que las matemáticas son un arte maniático controlado que la ha inspirado en ciertos trabajos poéticos en el último tiempo. En esta Universidad obtuvo el primer lugar en el concurso “Cuentos breves” en septiembre de 2007. Ha participado en diversos talleres de poesía en la Corporación Cultural Balmaceda 1215, entre ellos, con Kurt Folch, Pablo Paredes, José Ángel Cuevas, Gustavo Barrera, Elizabeth Neira y Mauricio Redolés y en taller de poesía con Andrés Morales impartido éste en la Universidad de Chile en el año 2007. Junto a otros amigos, participó en la exposición Trazos del cielo, “historia del afiche chileno + poesía”, en la Tesorería General de la República en agosto en Santiago y en Valparaíso y Concepción en septiembre de 2007. En ese año obtiene el primer premio en poesía de Los Juegos Literarios Gabriela Mistral con el poemario “Tautología”. En el año 2008 también obtiene la beca Fundación Pablo Neruda . Ha participado en la publicación de las antologías “Cosecha 2006" y en “Introducción a Santiago”, con José Ángel Cuevas y 12 poetas jóvenes, publicada virtualmente en el mes de Febrero del 2007 en el sitio www.indie.cl.
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TRÍPTICO DESDE EL GRANERO LUIS MANUEL PÉREZ BOITEL 1.- RAREZA DEL DIQUE Si estoy hundido ya ¿Por qué el miedo a mojarme? Al-Mutanabbi
a unas millas estoy para despedir al que fui, imagen semejante ante la metralla; el aire vespertino, nimia la luz para referir estos dislates. la luz misma que se aproxima y rebota ante los cuerpos que he colocado en la pared. disidentes imágenes del ayer, en esos cuerpos, un supuesto hecho, nada pudiera cambiar el estado de las cosas. estantía soledad del céfiro ante la corriente. llámenle, por cualquier nombre a esa rareza que he visto ante el dique, quebradizo cuerpo, levitante, dual cuerpo del feligrés a su paso por la comarca. Dánae fue entonces bajo esos días inertes un salvoconducto que no había visto antes. como el bardo frente a mí, en el ralo paisaje, medievo diría yo, para juzgarme como al hombre sobre endebles maderos, lejano ya de nosotros, lejano ya de la corriente, en ese mar inexplicable que la realidad nos impone.
2.- CHRISTINA´S WORLD. 1948 Todos los gripos son tenues y tersos; el campo ha ensordecido la misa final del verano. Richard Wilbur
pero estoy solo como en un dibujo de Andrew Wyetht , lejos ya del granero, de todo tipo de suerte, furtiva sombra me complace, y se extiende por lo que pudiéramos decir: es el verano. el serpentín (la rutina que dejan?). los días de cábala. musita el ratoncito de Emily Dickinson estas oraciones: discurso baladí; el oficiante impone antes de tirar los libros y hacer su juego sucio. ciertamente, todos los gritos son tenues, por el aliviadero se esconde el eco. un eco transido por el vago rumor, el embrujo del tiempo de estas somnolencias. así percibo el cuadro, Christina´s World, 1948. ella (la muchacha desde el quicio?) ha perdido su candil, una especie de estuario, y entona un himno frente al trigal, el amarillento refugio, una ribera como refugio, la noche sobre la palma de su mano. mientras el oficiante nada sabe del ratoncito de Emily Dickinson, del ratoncito de Emily Dickinson que se esconde en el poema mismo.
3.- DESDE EL GRANERO, LOS GAMOS en la colina, dibujaba el heresiarca la torre espléndida del granero donde el muchacho golpeaba los gamos. la cabeza de los gamos que quedaron en el sitio fue algo atroz en la memoria (memoria de paseante?). dice Sofía que nacerán de algún modo como perpetuo castigo, como karma. equivoca fue esa visitación de los ayeres, la neutralidad (un lujo por estos pasajes?) que
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me impone alguna salida en el dibujo, un desplante, al percibir ese cuerpo réprobo bajo la comisura del otro que ha caído. física realidad que hace esconderme. repaso el tiempo. metafísica idea que no asumo desde la calcinante silueta, mutable ya, silenciada ya de esos animalejos en tierra. el Sr. Anselmo descubrió la puerta que conducía a lo diferente (al otro dibujo?). justifica esto el paisaje de recia comarca?. justifica esto la novedad, lo finisecular; bisoño es el invierno visto desde la periodicidad de los gamos que quedan con los ojos dispuestos al ayer. la sangre se pierde en el polvo, como si las criaturas quisieran desde la ambigüedad bermeja de su adiós, algo indecible. en la colina restauraba toda complicidad hasta llegar al vórtice de esa otra complicidad guillotinada. para ser más exacto, la cabeza de los gamos nos dejaba la impronta de su arcana belleza.
Nació en Cuba en 1969. Miembro de la UNEAC, abogado de profesión, tiene varios libros publicados avalados por diferentes lauros literarios, entre ellos: 1998, Primer accésit en el Concurso Internacional de Poesía “Bustar Viejo” en Madrid, España; 2001, Mención Especial del Jurado Internacional de poesía “Miguel de Cervantes” en Granada, España; 2002, Premio Internacional Casa de las Américas con el poemario “Aún nos pertenece el otoño”, entre 354 obras de 18 países; 2004 Premio Internacional de Poesía Nosside Caribe en Italia; 2005, Premio Internacional Desiderio Macías Silva con el poemario No llames en la noche, en México; 2007, Segundo Premio del Concurso Internacional de Poesía de la Revista Axolotl en Argentina con el poema Ragazzo al Mare; 2007, Premio Internacional de Poesía en el III concurso Marius Sampere en Barcelona, España, con el poemario Las naves que la ausencia nombra. Ha publicado textos en España, México, Puerto Rico, Brasil, Estados Unidos de Norteamérica, República Dominicana, Colombia, Cuba y otros países. Colabora con varias revistas de arte y literatura. Su obra ha sido traducida al Neerlandés y al inglés.
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PARA QUE EXISTA ESTE POEMA FULGENCIO MARTÍNEZ En recuerdo del poeta Ángel Álvarez
I Como si una casa se levantase con sólo la elevación de nuestros brazos, o la siega de los vientos se hiciera con una red de cazar mariposas. Como si alegre de vino el agua se volviese, a fuerza de caer en lluvia. Como si nuestras palabras, hablándole al fuego, lo creasen. Son necesarios la piedra y la vela, los oficios, el tiempo de danzar con unos pies pesados, el pulso lleno de hormigas, la coraza del héroe rota por una punta de acero, y, también, los ruidos de los muertos en las habitaciones donde hemos amado. Todo eso, amor, se necesita para que exista este poema; para poder decírtelo junto al hogar celebrando, con vino, el regreso de una emoción a salvo de naufragios. II No bastan los rituales, los gestos de humo del navío estrellado contra las peñas. No bastan las espadas mirándose como labios: el perfume del eco no hace una voz por más que intacto se guarde en una alacena. Las visiones nocturnas no comen el pan de la vigilia; las metáforas huyen, como ratas, cuando labra el sol la tierra duramente. No basta lo conocido; el río de atrás no existe. La flor sin la promesa del hueso, se consume.
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Urgentemente, por tanto, necesito existir en tu piel, en cada seña; a cada subida del verso. Urgentemente, en cualquier trazo con que mi alma otea su verdad perseguida. Volcando en tu barro el agua para afirmar los materiales de mi obra, constantemente, urgentemente necesito existir en tu piel, en cada seña en mi memoria; para que exista este poema, para que lo vivido no desaparezca en la nada.
Nació en Murcia, en 1960. Licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad Autónoma de Madrid, es profesor de Filosofía en un instituto de Murcia. Ha publicado los libros de poesía: Trisagio (Editora Regional, Murcia, 1986), La docta ignorancia (Ayto de Alcantarilla, 1989), Libro del esplendor (Ediciones Bonet Sichar, Valencia, 1996) y Nueve para Alfeo (Nausícaä-Micromedia, Murcia, 2002) y el más reciente, Cosas que quedaron en la sombra (Nausícaä, La Rosa Profunda, 2006), que obtuvo el Premio al mejor libro de poesía del año 2006 en los Premios del Libro Murciano del año. Poemas incluidos en Antologías: Antología de Poesía Nueva, seleccionada por Luis Rosales.(Taller Prometeo, Madrid, 1982) Murcia, antología general poética, seleccionada por Santiago Delgado, (Nausícaä, Murcia, 2000). Colabora asiduamente en el diario “La Verdad” de Murcia, con artículos sobre actualidad política y cultural. Dirige la revista de crítica y creación literaria “Ágora” y la asociación cultural Taller de Arte Gramático, que recibió en 2006 el Laurel de Cultura otorgado por la Asociación de la Prensa murciana.
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POEMAS MORIBUNDOS HAYDÉE SARDIÑA DE LA PAZ Hoy voy a estar feliz como una rosa, Como la hierba mala de un jardín abandonado Como un juguete roto. Voy a estarme feliz como una gata vieja, O como un perro muerto, Como una muñeca olvidada en la vitrina, Un papel arrugado, O el latón de basura que alguien acaba de llenar. Voy a ponerme un cristal y una sombrilla, una capa de agua, espejuelos oscuros, voy a ponerme un tapón en los oídos, y voy a estar feliz como si el mundo no existiera.
II Il pleure sur mon coure Comme il pleure sur la ville
Llueve en mi corazón, llueve en mi vida. Llueve sobre las calles, sobre mi sombra, mis pedazos, sobre la luna gris y los zapatos viejos, llueve en mi pelo roto. En el bolso vacío y las estrellas muertas. En todos los planetas llueve. Llueve en mi corazón, inútil corazón que decido cambiar por algún pedazo de carne comestible.
III Ad infinitum Muérome, rómpome, lánzome al vacío, quiébrome una pierna, un brazo, arráncome una uña. pártome tres costillas, destrózome las vértebras. Quédome tendida como un maniquí desecho.
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Luego aparece el encargado, me recompone un poco y me lleva a la vidriera. Ahora tengo que empezar de nuevo.
IV El cuerpo ya no me pide nada Se queda ahí Tirado en el sofá Me mira desvaído y no responde. Le ofrezco helados, dulcecitos, pan con mantequilla ron del bueno, cerveza negra, vino tinto, nada lo inmuta. Le ofrezco diazepam, trifluoperazina, imipramina, Fenobarbital, polvito colombiano, Pero el cuerpo ya no me pide nada. Lo miro medio desesperada. Entonces dice, Búscame un hombre tierno. Nos reímos mucho, el cuerpo y yo. Y volvemos juntos al sofá.
Nació en Corralillo, Las Villas (Cuba), en 1966. Es graduada de Ingeniería en Control Automático. Obtuvo el Premio de Cuento Luis Rogelio Nogueras en 2006 con Historias de amor y fastidio, presentado por Ediciones Extramuros en la XVII Feria Internacional del Libro, en febrero de 2008. Actualmente escribe guiones para el programa La Maga Maguísima de Radio Metropolitana
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AUTOBIO ESTEBAN TORRES SAGRA Al principio no comprendía. (Casi nadie lo hace.) Era muy pequeño y ya se sabe: llevaba poco tiempo a pan y agua. Lo raro es que cuando nacemos no sabemos qué somos, como después. Pero yo disimulaba, y entre comprensión e incomprendido entré en la edad de la primera decepción y de la primera vez en muchas cosas. Eran días de pan y maestro. Días de ríos que desembocan en el lavabo de una escuela pobre. Pan y cordilleras. Pan y chocolate. Pan y matemáticas... Días que pasaban como vagabundos vistos desde una ventanilla... algunos se paraban en mis rodillas y me hacían cicatrices, que, luego entendí, eran sus nombres. Pan y rosario los viernes por la tarde. Siguieron creciéndome las piernas y las desilusiones... Las desilusiones siempre crecen más deprisa que las piernas, eso lo sabe todo el mundo. Tenía once años y una colección de estampas. Pan y leche. Pan y otro maestro. Pan y desentendido, estrellado contra un enorme signo de cerrar interrogación. A los días de pan y desengaño siguieron los días de pan y tribu, de pan y gente, porque, como ya era un ermitaño mayorcito, aprendí a relacionarme... Y así seguí hasta que perdí la cuenta: pan y cumpleaños, pan y risa,
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pan y preguntarse para qué sirve el pan. Continué naciendo de los óleos derramados, adicto a las tahonas. A mi vida, si algo no le faltaba, era pan: Ahora comía pan y silencio, pan y combustible, pan y grulla roja y azul. Cuando estás de prestado en una vida intransitiva te ríes mucho de las formalidades. Pan y crisis. Pan y filantropía. Pan y cemento. La brisa que sigue bañándome de gris y yo que me obstino en que me bañe. Pan y obstinación. Historias que se llevan partes buenas que uno tiene. Pan y palo. Pero luchas con el oso blanco de la marginación y del resentimiento e incluso temes dañarle tú, que eres tan bajito. Pan y filantropía siempre. Pasé de contrabando la frontera de los veinte: Antes huía de mí mismo y ahora corro a buscarme. Pan y espejo, controversias de la soledad, porque también mastico pan y soledad, como todos. Días como sartenes. Días como incienso. Pan y llanto. Pan y pan. Pan y para de contar.
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Nací el veinte de octubre de 1964 en Aldeahermosa de Montizón, provincia de Jaén. Soy funcionario de carrera y actualmente trabajo como director en la oficina del Servicio Público de Empleo Estatal (INEM) de Úbeda (JAÉN). He recibido el 1º premio de poesía “Villa de Mancha Real" en el año 1983 (Jaén), Accésit Premio Intnal. de Poesía Religiosa "San Lesmes Abad"en 1989(Burgos), 1º premio de poesía "Villa De Valdemoro" en el año 1990, 3º premio de poesía "Ángel González" en 1993 (Oviedo), 1º premio Poetas y Escritores Noveles de la Diputación Provincial en el año 1.993 (Jaén), 1º premio “San Jorge” 1994 de la Casa de Aragón en Madrid, 2º premio “Villa De El Escorial” en 1995, 1º premio “Ciudad De ÓrgivA” 1997, 1º premio “Poetas En Primavera” 1999 (Quesada-Jaén), 1º premio provincial “El Olivo” 2001 (Jaén), Accésit premio “Santa Coloma De Gramanet” 2002, Finalista certamen “La Lectora Impaciente” 2004, Finalista “Villa De Getafe” 2005, 2º premio “Mollina, Color De Vino” 2005, 2º premio “El Rescate” 2006 y 2007(Jaén), 1º premio “Universidad Popular” 2006 (Madrid).
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UN SIGNO DE EXTRAVÍO LUIS BLAS FERNÁNDEZ I DYLIA Te llamaré, a la tarde, por teléfono, con la carne vencida de nostalgia y sé que no estarás por esos pagos donde te archiva cauta la memoria. Pero, Dylia, si tú no eras del viento que corre atravesando con su furia puertos y puertas, muelles desolados, estaciones en frías madrugadas, riscos y campos de cardenchas, casi sin saber la locura que lo arrastra... Si en tu casa de pámpanos y espumas se mecía el silencio entre tu cuerpo moreno, Dylia, en la apacible estancia de fresca desnudez si, dulcemente, verso a verso, leías mis mensajes de letra ardiente en los atardeceres, deseándome, frente al monitor… Dylia ¿dónde estarás, ahora mismo, sin brújula —al volante— y sin carné?
II MONÓLOGO Te quedarás sin mí como se queda el pecho en sombras si una nube oscura le borra el brillo de pasión que tuvo con la luz vertical del mediodía; sin ser ya nunca —al filo del destino— un número en la agenda de tu móvil perdido en el asiento trasero del toyota de un amigo. Y el mundo seguirá dando sus giros o, tal vez, se pare, aunque no lo creo, pensándolo mejor desde el rincón que ocupo en la antesala de la consulta urgente del seguro, donde estoy a la espera
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para ocupar mi plaza en el Psiquiátrico, según las noticias que, ahora, tengo sin confirmar, hasta que no procedan al último control definitivo.
III HACIA EL OLVIDO Me escaparé corriendo por la senda que se acerca a la orilla de las vías. Si tanto he de correr como el alma que llévase el diablo —herido, ciertamente, de estar rodando por el suelo— puede que no alcance la nube merecida de tristes como yo, desposeídos en sueños varios y de alcobas tibias. Mas si llego al andén donde se muere por un adiós y miro hacia atrás y tan sólo veo escombros, la flor del jaramago, el humo antiguo que se viene hacia abajo perezoso —muchachos, compañeros de mi vida—, tomaré el primer tren hacia el olvido. IV
POR SINIESTRO TOTAL Y ¿qué me llevaré? pues ya no tengo —cómo os lo he de decir— ni una almena en justa propiedad, si tanta ruina se declaró en el cuerpo de mi vida que no puedo volver a construirlo; vista la soledad y sabidos los miembros fracturados por siniestro total en el evento. ¿Cómo yo iba a pensar, a doscientos kilómetros por hora, que el mundo descarrila a cada instante tanto correr “por fuertes y fronteras “? Ahora, que echo cuentas, si bien nada me falta para el viaje, impaciente, me asaltan las preguntas de la razón y la locura, al par, cuando agonizo en el mayor secreto.
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Nació en Alcalá de Henares (Madrid), donde reside. Está casado y tiene tres hijos. Director de la Sala de Arte ”Manolo Revilla” durante 20 años. Es miembro de la Institución de Estudios Complutenses y forma parte del Consejo de Redacción de la Revista Anales Complutenses. Pertenece a la Asociación de Escritores y Artistas Españoles. Ha publicado La puerta abierta. 1978, Sonetos de amor alcalaíno (plaqueta) 1978,Memoria de la lluvia cotidiana (plaqueta) 1983 ,Palabras, por ejemplo. 1991,6 Alcalaínos. 1993, Siete Alcalaínos. 1995, Cuaderno de otoño (plaqueta) 1995, Por montes y riberas [Antología] 1999, Poesía fin de siglo. 2000, Claroscuro. 2001, Punto de Encuentro. 2007. algunos de los primeros premios poéticos obtenidos son: Ciudad de Alcalá de Henares (1977), Hélade (1978), Hermanos Argensola (1991), San Isidoro de Sevilla (Universidad de Alcalá, 1994 y 1995), Villa de Aranda (1996), XXVI Justas Poéticas (1997), Tomás Navarro Tomás (1998), Juan José García Carbonell “La Navaja” (1998 y 2007), XIV Certamen Cafetín Croché (1998), Ciudad de Astorga (1999), Pablo Menassa de Lucía (2000), Guadiana (1981 y 2001),“Martín Descalzo” de Poesía Mística (2001 y 2007),“Rafael Morales” Universidad Carlos III de Madrid (2001), Certamen Internacional“La porte des poètes“ (2003), Certamen Internacional de Décimas de Tuineje (2004), XXI Certamen Poético Internacional CEAM (2005), “Antonia Pérez Alegre”. Fundación Espejo (2006), XV Certamen de Poesía “José Chacón” (2006), XXVI Premio Hispanoamericano de Poesía “Diego de Losada” (2007) I Concurso de Poesía ”Fundacion Jesús Serra” (2008), VI Premio de Poesía “Carmen Merchán Cornello” (2008) ) XXXVIII Certamen Poético “Vicente Aleixandre” (2008)
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DANZA FLAVIA COSMA DANZA La lluvia, sin caer, danza en las ventanas. Las aves, en pares, tambalean en el viento. La canción reverbera, atrapada entre olas. ¡Ah, danzar, danzar! ¡Movimiento profundo! ¿Cómo seguir estando tristes? ¿Y qué es lo que aún duele? Derrotado, el tiempo pierde su ritmo, Humilde desciende en la eternidad. No más prisa, no más muerte. Podemos esperar un poco con las manos extendidas, Con las aves, arco uniforme en el cielo, Con la lluvia lenta goteando en las ventanas.
NO HABLES No hables, no hables, No hables de las cosas llamándolas por sus nombres trillados: Ahora emprenden otro viaje, Dentro del tamiz a través del cual las estrellas llueven sobre nosotros, Lacerando nuestro caparazón, Deshaciendo nuestros hábitos, Agraciándonos con alas de ángeles.
RESURRECCIÓN Famélicas, las aves luchaban entre sí: Habían comido la mitad de la luna, Pero no bastaba. Con estrellas y símbolos redondos, Poco a poco el día se volvió noche. Impotente, quedé de pie en la luz, Con todos mis sueños en los ojos, sin soñar, Y el tiempo sobre los hombros.
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El sueño, roca despiadada, Me hablaba de la muerte.
NO SE ES TIGRE… No se es tigre porque se quiera serlo, No se es culebra porque se haya elegido, Los cocodrilos, las avispas, los tiburones Tampoco tuvieron alternativa. Todos están preparados para despedazar, pisotear, Engullir, Envenenar. Bajo la viscosa piel de una serpiente, Los angelitos devorados se marchitan, Mientras su plumón blanco Va desapareciendo entre el fango y la sangre. Por eso te esfuerzas a tu vez Por hacer algunas cosas bien, por ser útil, Por ser todo para los demás, Por destrozar con gracia, Y matar tiernamente.
De origen rumano, es una poeta canadiense, escritora y traductora ganadora de varios premios. Se graduó en Ingenieria Eléctrica en el Instituto Politécnico de Bucarest. Ha recibido premios como productora independiente de documentales para televisión y directora y guionista. Publicó trece libros de poesía, una novela, un diario de viaje y tres libros para niños. Su trabajo forma parte de varias antologías en diversos países e idiomas. Su libro 47 Poems (Texas Tech University Press) recibió el premio ALTA Richard Wilbur Poetry in Translation. Fue nominada para el premio The Pushcart con un fragmento de su colección de poemas Leaves of a Diary (2006). Obtuvo el tercer premio en la competencia 2007 de John Dryden Translation por la co-traducción In The Arms of The Father, poemas de ella misma (British Comparative Literatura Association & British Literary Translation Centre). Los poemas Songs at the Aegean Sea formaron parte de la Lista Corta en la Canadian Aid literary Awards Contest en diciembre de 2007. Su traducción al rumano de Burning Poems de George Elliott Clarke fue publicada en Rumania en 2006. Cervena Barva Press publicó su libro Gothic Calligraphy en 2007 y la nueva colección de Flavia Cosma The Season of Love el 16 de abril 2008. Luego publicará Songs of the Aegean Sea. Pueden leerse otros trabajos de esta autora en www.flaviacosma.com.
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EL AMOR O FRIDA KAHLO ÁNGELA ÁLVAREZ SÁEZ (Versión de dos cuadros homónimos de la artista) RECUERDO O EL CORAZÓN El mar imita con sus besos blancos y húmedos las maneras del amor. Su flujo mortal y majestuoso rueda por la planicie calva hasta dar con una tierra amarilla, donde los ausente beben de la misma fuente que los dioses heridos. Un corazón enorme late mecánicamente fuera del lugar donde habita el dolor y la magia de los destinos. La sangre fluye como el manto de una imagen sagrada hasta los pies de las aguas. Las olas murmuran la tristeza primigenia del mar. El mar nunca podrá tener hijos. El órgano rojo se derrama en serpientes como lenguas que lamen los caminos más abruptos. Cogemos la cabeza de la serpiente y retrocedemos en el tiempo a aquella casa de silencio que nos vio dar los primeros pasos entre moras silvestres y enredaderas de sueños, a aquellos ojos que nos miraron como si nuestro alma acabase de ser nombrado, a aquel campo de caracolas en el que por primera vez inauguramos la lluvia. La cabeza de la serpiente es resbaladiza como los contornos de la memoria. Su cuerpo largo se enrosca entre las circunstancias y los recuerdos. A la serpiente le han salido alas con las que va borrando nuestras huellas. El ángel del pasado nos observa desde su trono de imposibilidad, y en nuestra mente se abre un agujero por donde navega un barco solitario. Cuelgan los vestidos sin cuerpos, cuelgan las extremidades como lianas. Cuelga el recuerdo como una guirnalda de amapolas transparentes. El recuerdo se agolpa en la cuenca de nuestros ojos a punto de derramarse sobre los límites del olvido.
EL SUEÑO O LA CAMA En el sueño la muerte tiene los pies de cristal y su filo dorado trae a la memoria recuerdos de un país remoto. De su espalda nacen jardines con frondosos árboles que dan corales violetas y cataratas que erosionan la materia de todos los relojes. Algunas noches sobre el techo de la cama descansa su cadáver como el principio de la nieve sobre los campos y entre sus huesos se alzan flores amarillas y cadenas de perlas. El cuerpo descansa a la deriva por extraños paraísos, en los que la luna se hincha y muge, a punto de dar a luz, donde columnas blandas sustentan el mar y la tierra, donde la luz se llena de jabalíes azules que bailan entre la bruma,
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semejando la materia del amor. La cama trepa por nubes silvestres que pesan demasiado. Y una enredadera se extiende sobre la vida del cuerpo yaciente. - Los saltamontes derraman lágrimas sobre los rostros desconocidos del pasado y las moscas lamen las llagas verdes del corazón de los hombres.Los insectos nadan por las nubes como peces de lomo plateado. Han llegado al lugar donde se celebra la vida, atraídos por las torres de luz tras las que se esconden ciudades majestuosas. Luego, descenderán por las huellas de nuestro pensamiento hasta confundirse con la nieve de la desaparición y del olvido. Su música comienza a latir por las raíces de la enredadera. Así se cumple el ritual de la noche.
Nació en Madrid en 1981. Licenciada en Derecho. Ha obtenido diversos títulos en el estudio de inglés, francés y alemán. Fue becada por la Fundación Antonio Gala para jóvenes creadores en la rama de creación literaria durante el curso 2005-2006. Ha publicado los siguientes libros de poesía: La torre de las tortugas (Premio Antonio Carvajal, Hiperión, 2006), Metales en la voz (Premio Gran Hotel Canarias, Vitruvio, 2006) y Las versiones del tigre (Vitruvio, 2007). Ha obtenido el XV Premio conmemorativo Luis Rosales (2007) organizado por la cadena Cope y Obra Social Cajamadrid, por el poema El olvido; y el segundo premio del Certamen jóvenes creadores (2007), organizado por el Ayuntamiento de Madrid, por Tinaguayán. También ha ganado el X y XI Certamen de Mujeres Creadoras, organizado por el Ayuntamiento de Baena. Ha sido incluida en la antología El día que nevó sobre el naranjo (Libros del Claustro Alto, 2006) y sus poemas también han aparecido en varias revistas literarias (Nayagua y La manzana poética, entre otras). Pueden leer otras obras suyas en su blog http://angelaalvarezsaez.blogspot.com/
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POEMAS DE OCIO MANUEL PARRA AGUILAR NO ESTÁN SEGURAS No están seguras Las casas ceden su color más puro. El Delta pinta motocicletas acuáticas, vía Tigre, según se explica. Constitución termina en un punto lejano y empieza en otro. Alguien desespera -puedo intuirloen ese lugar de enfrente. La tarde duda en avanzar o retroceder. Una voz que pregunta con tacones el precio de la pensión más barata. Hay una lluvia de pájaros en la Plaza Mitre. Puticos de pies desnudos encuentran rostros sonrientes en lugar de monedas en la insinuación de los extranjeros. Bien mirada, la provincia de Buenos Aires también es techo. Se deshoja lo que parece ser un árbol amarillo.
CHARLAR Y NO HACER Negándose a subir en su belleza intacta que lo devora/ el pájaro repite acasos por fin hechos/ vestigios sublinguales/ apenas suelta la rama se posa aséptico en sí mismo/ pregunta cuando no debe su trino en la cornisa/ el silencio solamente donde pájaros y huecos jamás esperan la hora exacta/ el frío resbala desde la habitación/ y yo observo/ alguien pregunta por mi casa/ bajo/ con él voy al bar a tomar una cerveza/ veo a la joven profesora disfrazada de mesera cuando toda forma encuentra su belleza más pura/ ruido/ coches, disparos/ un pájaro de papel en mi mano para su propina/ pudieras ser tú, no importa/ y allí sí estábamos/ aunque ya no estemos
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LES SOBRAN NIDOS DONDE PONER En el estar del momento justo de las hojas al caer/ donde el cuerpo puede sostenerse/ donde yo hubiese hecho/ primer cigarro de la mañana/ el humo y la tos raras veces vinculadas a otras formas/ yo hubiese hecho justo lo que quería/ observado el vicio a las cosas inmundas/ así nos hacemos daño/ el hambre/ revistas pornográficas desprendidas como las hojas de un árbol/ a pupilas que se retraen/ y todo el semen/ y todo el gusto no olor a ella el cielo raso empuja la ventana/ algo podría decir que reconozco/ conducida la mano a lo que en el pájaro se parece al viento/ mudo/ su canto se reparte
NO LE PESAN SUS PLUMAS Aprender a tiritar de miedo/ donde pájaros no se atreven/ donde el temor siempre más bajo de las rodillas/ donde las cosas por destruir llevan su nombre/ y el amor/ y el amor/ y el amor y sus márgenes también/ y sex appeal/ y donde al poema no le basta ser muchacha envejecida por estrategia/ y donde nubes tartamudas dejan sus pucheros de agua/ cúmulos hinchados de enojo/ y donde un par de piernas sin detalle y a cuestas/ y donde aquella que no me quiere/ y donde aquella de cuyo nombre ahora quiero acordarme/ y cuando el agua y su sombra entran con prisa por ahí/ y la tierra/ el polvo gratuito para todos/ la ropa puesta a secar según entiendo/ dios mío Se come al mejor gusano En el momento de observar, cuando las hojas al caer siempre se atreven, cuando trenes y árboles forman un punto lejano, todo me llega aquí, con postales y vicios, como era de esperarse, como si no me diera cuenta,
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esa es la pregunta, y me llaga al terrible sonido de goznes y postales de Roberto Aizenberg y Xul Solar, y sé que en lo audible persistirá ese recuerdo, y que de pronto nada me dirá, y sé que aún existe cierta habitación con olor a yuyo, alguna puerta que permanece abierta en la avenida Lavalle, se entiende
Nació en Hermosillo, Sonora, México en 1982. Realizó estudios de Literaturas Hispánicas en la Universidad de Sonora. Ha publicado poemas en La porte des poetes, Azahar, Yuku Jeeka, Acequias, Estepa del nazas, Punto de Partida, Cultura de VeracruZ, Cantera Verde, Tierra Adentro. Premio Internacional de Poesía Oliverio Girondo 2005, organizado por la Sociedad Argentina de Escritores (SADE), Delta Bonaerense, San Fernando, Provincia de Buenos Aires, Argentina. Editor de la sección poética de la revista literaria "La línea del cosmonauta". Tiene un blog: www.dondevaparartodanariz.blogspot.com
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AMBIGÜEDAD DE LA DISTANCIA MARTA ASUNCIÓN ALONSO MORENO Tiene sus propios ritos la añoranza, calladas multitudes de interior extranjero, su propia intimidad de calles tristes y jardines vacíos de muchachos donde las rosas tiemblan todavía, como una llama antigua. Dulce mirada abierta como un trino que ayer sobrevolabas los almendros, ¿traerás el perfume amarillo y caduco de la infancia de nuevo a nuestros ojos? Tiene su propio espejo la distancia para encerrar la acariciada forma que amputó ayer tus manos, los contornos ya graves de los cuerpos que ayer eran herida, un ataque, calor entre dos noches de inmortales trincheras. Tierna mirada mía que hoy recorres las horas tanteando, palpitas en capullo, presientes ya la muerte hermética del agua: sabes bien que hay reductos de sol impenetrables, puentes que son distancia y son deseo, ciudades ya perdidas que crecen con nosotros. Tiene sus propios tiempos la memoria, su propia descompuesta incertidumbre lloviendo claramente sobre los trastos viejos.
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Parca mirada nuestra no tan niña: la llanura que alumbras esta tarde es a un tiempo tesoro y don maldito, longitud que nos cava y nos acerca: Amor que sobrevive agonizando.
Nació en 1986 en Madrid, de padre leonés y madre conquense. En la actualidad, reside en esta misma ciudad, donde además cursa los estudios de Filología Francesa en la Universidad Complutense. Ha recibido diversos premios de poesía y relato corto, y ha colaborado con la revista humanística estudiantil Afelio (UCM, Facultad de Filología). Su primer poemario, Cronología verde de un otoño (en publicación), ha sido galardonado con el Premio Blas de Otero de Poesía 2008.
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SI VINIERAS AHORA COMPAÑERA AMANDO GARCÍA NUÑO Si vinieras ahora, compañera, arrastrando con desdén de siglos tu paso ámbar, si vinieras intentando aliviar la mochila de adioses y renuncias, los desorientados del hoy te franquearíamos la entrada a nuestros cuartos desolados. Saltarían, ingenuos, los cerrojos, los muros labrados de esperanza incierta, de ladrillo visto y de ilusión cercenada, se abrirían al tenue soplo de tu llamada que, al llegar, libera. Saltaría en añicos el esqueleto ajado de tantos dorados, resucitados, maltrechos, otra vez resucitados embriones de sueños... ni al odio, siquiera, pediríamos un segundo para intentar esa venganza en la que hace tantos años nos desbocamos, buscando, acaso, el regato infantil al que arrojamos una vez el alma. Si un día de éstos, poco a poco, te acercases al bies de mi cuerpo magullado, si te mirases en el iris de estos ojos y tu imagen verdosa reflejase sonrisas sobre la aguda roca de mis pómulos desorientados, Si un instante cualquiera, al quicio del presente, el aliento frutal de tus susurros acampase en la ribera descontenta de mis labios, yo te recibiría, compañera, en el fragor de tu risa triunfal y mi derrota, y habría un beso sinuoso en el lacerado quicio de la despedida, allí donde dibujas a menudo los bocetos del dolor.
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Luego, en el acunado reposo de tu majestuoso olvido, me dormiría, al fin, sobre el regazo azul de los silencios, en la semblanza de los convertidos al gozo, solo, esta vez sí, y abandonado para siempre al temblor de los recuerdos.
Segoviano (1955) con trece generaciones de antepasados de la zona, es Licenciado en Ciencias de la Información (Periodismo) y ha realizado Estudios de Ciencias Químicas. Colaborador en medios de comunicación radiofónicos y escritos, trabaja actualmente en una entidad financiera. Ha recibido diversos premios en certámenes literarios de prosa y verso, los más recientes en Puertollano, Villa de Loeches, Valverde de la Vera, Ossa de Montiel, Madrigal de las Altas Torres, Luis Alvarez Lencero, de Madrid, Ayuntamiento de Paradas, Roquetas de Mar y Valdemorillo. Ha publicado en 2005 el libro de relatos “El otro que me habita”.
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LA SIEMPRE NOMBRADA OMAR ALBERTO SANTOS BALÁN
El amor es un ardiente olvido de todo Victor Hugo. Todo amor como experiencia, es absolutamente original. Keyserling.
Todavía el colibrí bebe sobre la rosa del mar, todavía, promesa de la carne, tu aroma es un corcel de las arenas, galopando por los acantilados de la memoria. Todavía es otoño y tempestad, fango y anillo de los ruegos, y tu sigues siendo esa piedra blanca del tiempo golpeteando en las cavidades de mi vocablo.
DEL SITIO Yo callo frente a los miles de escudos traídos por el oleaje, por esa fogata que entierra solemnemente el espectro. Yo callo por los huesos del delfín, por las llagas de la sirena anciana, bajo una llovizna que despedaza mis pergaminos. Yo no alcanzo el eco si el bostezo de la estatua, si la silueta del galeón de la quimera, para que no se desplome el último colibrí del oráculo, para que el coletazo de la muerte no ocupe todos los sitios.
LA ISLA DE MI EDAD Esperaré a que derrumbes las cruces Que me hacen perder días y caminos,
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esperaré a que abras el libro, y borres del árbol toda palabra inconsolable, toda ley que haga respirar a la estatua. Esperaré que tu vestidura, la vejez de tus sandalias, asomen en la próxima barca, a que el aroma de tu edad sea la isla de mi edad.
LA SIEMPRE NOMBRADA Alta constelación de los magos, barro proverbial, candelabro del tiempo que arde en las llanuras. Desde el reloj y la antigua columna busco tus ojos; te llamo desde el círculo y la amapola, con esta vocación de luna, con este acariciante poema del jardín. Hija del relámpago: la página memorable, el cofre del orgullo y los recuerdos. En tu edad, en tu linaje el ser entiende los frutos, los ríos más amables del idioma. Yo nazco en cada ave de tu cielo; de tus palabras hago mi puente para olvidar el reclamo de los muertos. En tu origen hay trigo bajo la lluvia, beatitud de un país antiguo que no ha perdido la compasión, ni la claridad del lenguaje humano. Nació en México en 1975. Licenciado en Literatura. Ha fungido como jurado calificador en concursos de creación poética, declamación , oratoria,, cuento, canto tradicional, en certámenes organizados por instituciones culturales y centros educativos a lo largo de la geografía estatal y participado en diversas mesas de lectura, charlas literarias, encuentros literarios regionales y nacionales. Ha sido docente en la escuela Superior de Ciencias de la Comunicación del benemérito Instituto Campechano con la signatura de Análisis Literarios, en Campeche, México. Ha recibido entre otros, los siguientes premios: Mención honorífica en el premio Nacional de Poesía (2006) convocado por la universidad Autónoma de Campeche. Premio Nacional de Poesía “Ignacio Manuel Altamirano” 2006. *Mención de honor en el V Premio Internacional de poesía Lincoln-Martí 2007. Premio Nacional de Poesía “San Juan del Río Querétaro” 2007. Premio Nacional de Cuento “Timón de ORO” 2007. Ha publicado en Libro de poemas de los: Juegos Florales Nacionales de San Román (1999), “Los desmayos del Verbo” (2003), Memorial de Espectros” (2006) y ensayo, artículos, poesía en suplementos periodísticos y en revistas literarias de la región.
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INICIACIÓN JOSÉ ANTONIO CONTRERAS RAMÍREZ 1 Escribe estos versos entre lágrimas Como un ser desprovisto de pasiones Sin ojos y sin lengua, sin saliva y sin córneas Con ese aroma descuartizado del pasado Donde sus dedos artríticos Con la esperanza del dolor y del delirio Siguen creando Siguen tecleando las sílabas De esta rabia que le oprime los sentidos ¡Reclamo sus tristezas!
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Escribe en una sala que desconoce Se reencuentra en el recuerdo y la nostalgia Con desordenados muebles cojos Un reloj sin tiempo La mesa inquieta de aquellos desayunos hambrientos Ventanas cansadas, infértiles Aquél espacio no intenta simular un antiguo campo de batalla Sin embargo lo es Su aliento descubre a esos guerrilleros bajitos sin futuro en el país Aunque ahora vestidos de mayores desesperanzas Ellos han convertido una vez más aquella sala en un campo de concentración Las únicas prisioneras son las arañas que amenazaban sus pesadillas Y nuevamente, desvergonzados Entierran su locura En fosas comunes Donde tiritan de frío Los mismos compinches de su niñez trastocada Descubre la pintura herida de antaño Los azulejos dispares El mismo aroma a adobe húmedo Que tiene prisionero a todo el barrio Y que vuelve a incluirlo en su lista de novatos ¡Reclamo sus recuerdos! 3 Sigue escribiendo en una casa que fue suya En el tiempo de su infancia Se apoderó de su espíritu Suyo fueron su silencio, la tristeza, su miope alegría Convivió con sus fiestas alocadas Soportó, heroicamente, los escasos años que pesaban sobre sus padres Suyo fueron sus compadrazgos
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Y el imperfecto deambular de sus hermanas. ¡Reclamo su pasado! 4 Describe todo un barrio que le ignora Que le asusta con sus noches filudas En sus sueños le persiguen fantasmas Ofendidos porque nunca retrocedió Son siluetas del pasado que desean inducirle Le piden un Sol o cien Pesos o un Euro Y él desde su bolsillo inmisericorde Les niega el saludo Regalándoles un pan Que devoran ante sus dientes obscenos ¡Reclamo su esperanza! 5 Escribe y desaparece en un país que desea cambiar por tus versos Sus calles no tienen puertas Y sus ventanas no llevan a ningún precipicio Busca a ese niño que fue y no lo encuentra Te busca con las ganas locas de volver a llorar por tus ojos Y sus ojos sólo encuentran distancias Caricias, besos, flores marchitas, truenos, relámpagos Recuerdos de tu piel mestiza Que hoy le regala imperturbablemente tu silencio ¡Reclamo sus reclamos!
Escritor peruano, aprendió literatura en los Talleres de San Marcos. En 1988 gana el Premio Internacional Casa de la Hispanidad en New York, (Estados Unidos). Es autor de “No deseo hablar de la muerte de mi padre” (Lima 1989). En Madrid publicó “Los Inviernos del Amor” (1990). Actualmente es presidente del Instituto Cultural Iberoamericano, Iciber. Desde hace cinco años vive en Miami.
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ESCILA Y CARIBDIS EMILIA BERTOLÍN CEBRIÁN Contra ellas me descollo empeñada en alejarme del puerto seguro de las mansas aguas doradas. Me interno en los rugientes mares de tus ojos que un día me aman, ignorándome otro. Me precipito a los abismos donde no hay reposo, dejo atrás la calma, la seguridad portuaria de unas manos que me aman. Y contra mi misma avanzo sumergéndome en las dudas, en los celos; precipitándome en las tormentas de la culpa y los deseos. Perdí mi timón cuando escuché el canto de las negras sirenas que brillan en tu rostro, ni siquiera soy Ulises, sólo otro marinero roto, que a la deriva de un océano mentiroso se adentra sin tabla de salvación, ni reposo. Escila y Caribdis acogerán mis despojos que alimentarán a los peces abisales, ni siquiera serán mis restos para los habitantes alegres de los arrecifes de corales. Me he empeñado en navegar entre las oscuras aguas de tus ojos. El viento grita: soledad, soledad, soledad salpicando contra los cristales; deseo, dolor, dudas, dulzor susurra entre los rosales que espinados y sin flores crecen en mis balcones. Cuando se disipa el roce de tus labios, que apenas me han rozado, cuando todo vuelve a estar donde debía,
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vuelve el tormento de la duda Jamás debí dar permiso a mi corazón para recibir el rayo de tu sonrisa entre mis brazos; Jamás debí dejar a mis ojos devolver esa mirada. Perdí mi libertad que a tu nombre vive encadenada. Prisionera, sin consuelo, del roce de tus manos, tan tejano. Por no herir, vivo herida en el lamento cotidiano, silenciando para no mentir, porque los pensamientos que a ti te entrego a otro se los robo. Aferrándome a sus manos alfareras para no dejarme arrastrar por la marea de fuego que calcina todos mis huesos. Cuando se disipa el leve roce de tus labios…/…apenas, nada me queda.
Nació en 1963 en Valencia (España) donde reside. Está casada y tiene dos hijos. Cursó estudios de Ingeniería Técnica Agrícola en la Universidad Politécnica de Valencia, Desde 1988 trabaja como funcionaria para la Conselleria de Agricultura, Pesca y Alimentación. Escribe desde la adolescencia, tanto prosa como poesía, aunque no tiene ningún libro publicado, ha escrito el guión de dos pequeñas obras de teatro infantil que han sido representadas en la falla de su barrio.
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DISCARD AFTER USE JORGE ENRIQUE RODRÍGUEZ CAMEJO a Alina Alarcón, porque debo callar la naturaleza de estos impulsos.
I
Soy yo a través de la reticencia y no otro como intentas suponer mientras la ruta 174 inhibe el brusco ademán de la recaída: soy adicto demiurgo de ésta condición hippie que satura mi lista de detractores, Edipo postmoderno en G y 23 antes de ser invadido el establo por los “hijos de papá”. Alguien se reitera en el consejo: “guarda la hipotenusa, el jurado está prejuiciado contra el juglar”; ignoran mi capitulación a puño y letra: obligado a deponer los mísiles ahora tributo lealtad al ministerio secreto que asegura mi pensión y un huerto de olivos. ¿Qué habrá de certitud en éste psicofármaco, en el periodista que tontamente esbozaría, años atrás, mi excarcelación? Eras tú dibujando mi puerta y no la muchacha de Eliot como intentamos olvidar mientras el conductor de la ruta 174 nos advierte: “fin del recorrido”.
III
Que hoy seamos la noria de ésta ciudad no impide reprobar el examen, y tu ejemplo de alumno aplicado es mala puntería para estos sitios clausurados al resabio de trenzar emboscadas con la cuerda hippie que aprendimos en el vértigo de Bukowski. Tampoco olvides la contraseña, el glamour tendido como sabanas en balcones que caprichosamente apuntalan el patrimonio. “Discard after use” no te contamines. No traigas a casa penitencia alguna si en definitiva hacia abajo auxilian los santos y ésta esquina -G y 23, digo- se alivia de nosotros: la versión habanera de Woodstock contra los “hijitos de papá” y los atracadores del sentido común. Que hoy seamos el último soldado de ésta impronta no impide reprobar el examen.
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IV Es posible una riña tumultuaria a las 2:00 PM mientras hablamos “del amor y otros demonios”, de construir el derrotero que no intentamos, de insistir la puerta que muchos negarán abrirnos alegando temores legendarios, casi adolescentes. Charlábamos en futuro, no recuerdo a qué nuevas esquinas emplazar ni bajo cuáles viejas banderas; -( y los golpes, rostros airados y frases agraviantes sucediéndose a cámara lenta )“un solo gendarme es muy poca cosa” dijimos pero ésta ciudad es enorme cuando quiere más allá de transfiguraciones o estatuas de sal que atestiguan: “aquí también cometimos pecado”. Íbamos unidos -eso sí- hacia el evento o la contracción sin importar cuánta necedad en los incrédulos, la tardanza lógica y re(h)usada, el orden invertido que nos hizo utópicos en torno al café y los versos rivales de Casal en los 80´; -( y la saña, la cortadura y los gritos sucediéndose a cámara lenta )“¿qué hay del centinela?” preguntamos pero ésta ciudad es distante cuando quiere, y nuestra cofradía apenas alcanza enarbolar esas otras señales invictas que desconocen su propia naturaleza y viceversa. (Es posible una riña tumultuaria a las 2:00 PM) mientras hablamos sobre Elliot y su predilección por aquella muchacha que estremece al acróbata y olvida la advertencia.
Nació en 1973 en La Habana (Cuba). Es estudiante de segundo año de Licenciatura en Historia y Jefe de Brigada de un Laboratorio farmacéutico
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LA ESPERA VÍCTOR MARÍN GONZÁLEZ Sobre un fondo de rojos en los que el tiempo estampó su huella de ceniza la línea de un instante se hace sombra. Un viento sin destino siembra de estrías los canales del miedo y la noche se cierra como un corazón dolido de esperanza. En el desvelo, la indolencia se adueña del motivo y angosta las miradas. Renace el día y se apagan los sonidos del sueño; y una luz deslucida nos cubre con el lodo de las últimas tardes. Mas si de nuevo el canto de nuestra niñez, como un viejo milagro, llega y detiene su vuelo, acogeremos su niebla luminosa: se hará un nuevo canto con formas y colores donde vivir de nuevo.
LUZ DE INVIERNO La mañana se ensancha con esta luz que inunda los perfiles. Todo es luz bajo este cielo de cristal sin límites. El jardín apenas un susurro de hojas. La nube allá en lo alto, Brochazo sobre el azul , tan limpio; la piedra dura y gris, Islote frío entre la grama, nos deja su silencio. Instantes , retazos de un tiempo que entran en mí y se quedan. Así como la piedra , así como la nube y la piedra me dejan su luz, su silencio y su frío, Así me dejas tú: luz silenciosa y fría en este largo invierno.
DONDE MUEREN LAS HOJAS Donde mueren las hojas el viento se detiene, y allí quedan dormidas para siempre. Luces doradas en tus ojos del otoño poniente. En tu boca una sonrisa ligera, leve… Cuando el invierno a mi ventana llegue, tus ojos serán grises, tu boca nieve. Y si la primavera no se detiene, tus ojos de azul claro y tu sonrisa verde. El calor y la luz quiero que lleguen, de un verano sin límites: tú, mi presente.
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CANSADA MEMORIA No sé cuántos, pero si han sido varios los años transcurridos y apenas si recuerdo aquella tarde de un noviembre sin lluvia. Hacía frío- eso sí lo recuerdo- en las últimas horas de una tarde sin nombre ni apellidos, una lejana tarde que la memoria recupera no sé por qué motivo: ¿qué ocurrió aquella tarde? Hoy, a muchos días, se refleja en mi cansada memoria que hubo una tarde en la que ocurrió algo que ahora no recuerdo.
CENIZA AZUL Ceniza azul en la mirada herida - lanza de luz-. Hay un canto de pájaros sin nombre que siembra de sonidos esta hora de pálpitos inciertos, de voces saturadas de silencio. Cuando llegue la nube del ocaso la ceniza será parte del viento que acompaña a la hora que se acaba. La hondura del tiempo transcurrido se oculta – sombra incierta-. En mi mano ha quedado la huella indeleble de tu mirada azul.
Nacido en Aceuchal (Badajoz), actualmente vivo en Valencina (Sevilla) donde he ejercido mii profesión de maestro durante veinte años. Escribir y pintar son nis aficiones más destacadas y he realizado eposiciones en Madrid (colectiva), Sevilla(colectiva), Badajoz y en diferentes lugares de la geografía andaluza. He publicado poemas en diarios y revistas.
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LA HUELLA DEL SILENCIO JOSÉ MARÍA DE JUAN ALONSO El pueblo ya está solo. Nadie volvió a buscar a los perros que siguen fosilizados sobre las tumbas como bíblicas estatuas de sal en la memoria de la ignominia. Imposible imaginar un niño correteando en este carnaval de ruinas. Imposible imaginar una risa blanca bajo este cielo de plomo que se derrite sobre ti en las tardes de siega de Agosto. No hay redención para la madre muerta. Los pechos ya resecos de tu memoria ahora sólo exhuman el metal árido de los días que nunca tuvieron futuro, que se acumulan en los calendarios sólo para pudrirse, días sin alma que no te harán eterno. A base de sufrir llegaste a una felicidad vegetativa, una felicidad de la que no molesta al vecino, una felicidad que no le importa a nadie. El vecino siempre teme que seas demasiado feliz, aunque sea sólo pasajero casual de un avión y no te conozca de nada. Al menos que no se te note mucho para no ofender a los talibanes de la prisa. Sólo quieres que el corazón te deje de doler, nunca has deseado otra cosa. En estos bosques encantados donde acaba el baile de los muertos empiezan los dominios de la Santa Compaña o de los muchos habitantes de las sombras. Si te caes morirás devorado por tu propia sombra mucho antes de que las alimañas acaben contigo. Morirás arrinconado por el olvido
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mucho antes de que tus palabras germinen en algún vientre lejano. Un día simplemente morirás y no por eso dejarán de cantar los pájaros. Simplemente morirás y el olor de la tierra requemada de los agostos al caer de la tarde seguirá siendo tan hermoso como el olor a café de los carritos ambulantes de los tajos en el crudo invierno de la Europa de los imperios que se defiende apenas de su propia barbarie. Un café más de recuelo que escondía el olor de la niñez apenas cercenada en la madrugada de tu vida
Nacido en 1960 en León reside en Alpedrete (Madrid). Diplomado en Turismo es Licenciado en Humanidades. Consultor Turístico especializado en marketing del turismo rural, cultural y de naturaleza y trabaja en cooperación al desarrollo en varios países de América y África.Profesor de la Escuela de Turismo de la Universidad de Valladolid. Ha recibido los siguientes premios: Tardor de Poesía (Castellón de la Plana, 2002) con El viaje de las cenizas, Premio de Poesía Cafetín Croche 2002, Premio de Poesía Quijote de Plata 2002,Premio Luis Feria de Poesía (La Laguna, Tenerife, 2002) con Primer Llanto por Nueva York, Premio Luys Santa Marina de Poesía (Cieza, Murcia, 2003) con La sed de los metales., Premio Ciega de Manzanares de Poeíia ( Ciudad Real, 2006) con Los espejos de Ulises, Premio Rei en Jaume de Poesía (Calvia, Mallorca, 2007) con Los relojes dormidos, Premio de Poesía Pepa Cantarero (Baños de la Encina, Jaén, 2008)
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ADAPTRICES PATRICIA PÉREZ MADRID ADAPTATRICES Son como el agua. Se filtran por las hendiduras, adoptando la forma del cuenco que los contiene.
GAZA El tanque derriba casas destruidas. Una piedra va por el aire.
HIROSHIMA Desaparecieron. El silencio es lo único latente. Retumba en los muros, rechazado de un lugar a otro. Sofocando sol o congelando nieves. Lo mismo da; desaparecieron. Árboles, casas, mar. Las tumbas, los recuerdos.
LATINOAMERICANOS EN BUENOS AIRES Rasgos andinos, voces gruesas como sus torsos. Miradas serias, desconfiadas. Inmigrantes, como yo. Como la mulata sonriente y coqueta en la tumultuosa fila. Acúsome de ser chilena en este mar latino. Me siento acogida por sus olores a condimentos, por la música que les surge de las orejas, por su candidez esperanzadora. Latinoamérica partida escondiendo la placenta de la voracidad de los perros. Aún en la desventura nos miramos como enemigos. Despreciamos a los indios a los negros, a los mulatos.
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Los blancos negamos ser latinos. Amarrados a los abuelos españoles, miramos hacia el norte.
UN DÍA EN IRAK Se detuvieron los sigilosos pasos frente al portal. El maniobrar de las armas delató su llegada. Los latidos retumbaron en sus cabezas, el estruendo provocó un indescifrable alarido. La madera labrada por el abuelo yacía desarticulada sobre el piso. Los borceguíes made in usa dejaron sus marcas desiguales. Se movían anestesiados. La mujer del rostro cubierto se vio rodeada de niños que esfumaban sus ojos, apretujando los géneros de la falda. Su hombre deteniendo el tiempo en el centro del salón alzaba los brazos. La última vez lo vio de rodillas las manos entrelazadas en la nuca. Luego, el estampido. Alá, ¡Porque nos has abandonado!
Nació en Santiago de Chile, de familia procedente de Galicia y Andalucía. Reside en Buenos Aires. Enfermera Universitaria, trabajó como tal durante más de 25 años. Su afición por las letras se desarrolló pasados los 20 años, cuando escribió cuentos para sus hijos, obteniendo algún premio en concursos literarios., inclinándose definitivamente por la poesía.. Algunos de sus poemas aparecen en La Antología Literaria 2000 y Antologia de Talleres Literarios, publicadas en Buenos Aires, Argentina., donde reside hace algunos años. Ha publicado dos libros de poesía “ Susurros desde Chiloé” y “ La que llegó del Mar” presentado en la Feria del Libro de Buenos Aires 2008.
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RELATOS
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PREMIO COMPROMISO DE BARRO de GINÉS MULERO CAPARRÓS
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El alfarero espera a la noche para salir con su carretilla y su pala cruzada a la espalda. Se siente como un ladrón por salir a hurtadillas, con la capa de la oscuridad como aliada. El alfarero tiene sus años, su pensión no le da para subsistir y sigue trabajando bajo la luz de un candil modelando el barro para hacer porrones y vasijas que vende en un puesto de carreteras sin pagar impuestos, con el miedo encaramado a los ojos: no quiere que le descubran y que el subsidio misérrimo se vaya a hacer puñetas por un chivatazo inopinado, la gente del pueblo tiene a veces una lengua desbocada. Tantas cosas se le han ido al garete en la vida… Por eso sale disfrazado de mendigo, con una capucha raída por las ratas, con una camisa de pana mordida por el tiempo, con unos pantalones de pana arañados por la suciedad, arrastrando el metal pesado: un muerto de carretilla. El camino hasta el lodazal no es largo, pero la artritis le lleva desasosegado, hasta tal punto, que no se sabe quién tira de qué o qué tira de quién. El viejo ha vigilado la casa baja y desvencijada de enfrente. Mala noche ésta para salir agazapado: hay ojos que brillan como luciérnagas y se clavan en la negrura como espadas de luz. La viejecita de enfrente tiene un velatorio y por su casa han pasado a mansalva familiares y allegados. Su marido se ha muerto de tuberculosis; extraña enfermedad para morir en estos tiempos modernos. Era un campesino honrado y bonachón, pero entre ellos no se hablaban, un día lo decidieron así y hasta el día de hoy... Todo el pueblo pasa en procesión haciendo los honores finales a la viuda. Hay un silencio que destroza los oídos. Sólo alguna plañidera estrella de vez en cuando su llanto hipado contra los muros interiores, pero es amortiguado por familiares que ruegan silencio, como si el apócrifo llorar fuera un pecado venial. El viejo alfarero teme que chirríen las ruedas y recorta la respiración, intentando almohadillar el ruido de su montacargas. Huele a heno, muchos pueblos lindantes huelen también a heno, otros a estiércol, con tanta granja. Nuestro alfarero piensa que aún tiene una oportunidad y eso le hace acelerar el paso por el sendero pedregoso. Ramas afiladas le rasgan el rostro arrugado haciéndole grietas sangrientas, pero no le importa, se siente un guerrero anticuado que todavía puede, a pesar de los años, conquistar. El viejo alfarero no puede llevar linternas: no quiere ser descubierto robando la tierra mojada de todos, junto a la marisma. Podría llegar al sitio a ciegas, ha recorrido mil veces el laberinto arenoso. Jadea. Ya no se ve la casa de su amor de tantos años. Se para a respirar. Quiere mirar al cielo para coger aliento, la espesura le impide ver las estrellas, pero puede recuperar el resuello. Se mira las uñas llenas de barro antiguo, sus manos parecen de lodo, sus botas están sucias de cieno. Avanza, trastabillándose, pero avanza. Se siente un hombre de barro, con la pesadez que tiene esa materia prima, pero avanza. Le lloran los ojos ancianos, le lloran y le brillan. Ve turbio, pero avanza. Le queda una, sólo una oportunidad, y la tiene que aprovechar. Cuando llega al lodazal lo inspecciona. Elige el barro húmedo de mejor calidad y hunde la pala como si entrara en la mantequilla. La urgencia le hace cavar sin descanso hasta que piensa que tiene suficiente lodo para su obra, no necesita abusar del oro marrón. Oye el siseo de una serpiente de agua. El croar de unas ranas. El viento que corta como cuchilla de afeitar. Huye apesadumbrado, tirando de la carreta con vehemencia. Cree desfallecer y sigue arrastrando, exhausto. Saca fuerzas de donde no la hay: del fondo de su alma. La carreta se queda atascada. Piensa que no la podrá sacar, que ahí se acabará su odisea, su
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sueño, su esperanza. Escarba como un poseso con las uñas en la tierra mojada. Una y otra vez. Inútil. Llora con lágrimas de cenagal. Se siente impotente, roto como uno de sus jarrones mal cocido, un desastre de la naturaleza. Se sienta destrozado, sin darse cuenta de la humedad del charco, sin notar las angulosas piedrecillas que le aguijonean las nalgas. No puede rendirse así. Coloca un tronco bajo las ruedas y empuja desgarrándose la piel de las manos. No le importan las llagas, no quiere perder el último resquicio de vida que imagina que le queda. Consigue extraer la carretilla con la futura pieza de arte que ahora mismo es un amasijo de tierra y agua. Vuelve destrozado y aún le queda todo el trabajo por hacer. Entra en su casa y quiere pensar que no le ha visto nadie. Se enjuaga las manos para empezar su obra. Suda copiosamente. Da gracias al santísimo por haberle dado fuerzas y permitirle salir de una muerte segura, porque si no conseguía regalarle a la viejecita de enfrente su deseo de barro, su corazón, dejaría de latir. Había esperado tanto tiempo, tiempo de silencio, de morderse la lengua… El viejo alfarero se sentó en su taburete frente al torno. Pisó el pedal como si fuera el acelerador de un coche. Acarició el barro con las dos manos mientras rodaba y lo sintió como si modelara algodón. Siguió pedaleando y acariciando una hora, dos, toda la noche, hasta estar satisfecho con su obra. Empezaba a amanecer triste: estaba nublado, una llovizna finísima empezaba a caer como quién no quiere la cosa, la atmósfera era grisácea… Nuestro alfarero hizo una tapa preciosa para la vasija. Dibujo con precisión en el barro unas figuras abstractas con un temple de precisión sublime. Miró el reloj biológico de su corazón: latía desaforado, pero eso no impedía que sus dedos se movieran con una excelsa pulcritud. Con un escalpelo repasó el bajorrelieve. Colocó la mejor pieza de artesanía que había hecho en su vida en el horno. Desquiciado, esperó que se horneara. Abrasándose las manos la extrajo y la pintó de negro. Con un pincel de pelo de caballo la barnizó para que brillara con su mejor esplendor. Con una ternura indescriptible la puso en el patio techado para que se enfriara con la baja temperatura medioambiental. Se duchó con la desazón de un jovenzuelo enamorado, embadurnándose al final de agua de colonia. Se ajustó el nudo de la corbata negra sobre la camisa blanca, la única que tenía de lycra. Se engalanó con su traje negro, el exclusivo de los entierros. Y salió de su taller con su ataúd de barro. Conocía (ya se sabe cómo funcionan los rumores en muchos pueblos pequeños), que el viejo de enfrente que le había robado su amor hacía más de cincuenta años quería que lo incineraran. El alfarero anduvo los treinta metros que le separaban de la ilusión, del renacimiento propio, aguantando una lluvia que se había hecho espesa. Entró por primera vez en la casa desvencijada de su amor secreto. La vio enlutada, pero preciosa. Preciosa y con las lágrimas detenidas en medio de las mejillas. Ella le miró con una sonrisa triste y tímida, pero sonrisa al fin y al cabo. —Le acompaño a Usted en el sentimiento —y le ofreció un viejo anillo de compromiso camuflado, en la base de la urna.
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Profesor de ciencias sociales, es licenciado en geografía e historia., reside en Viladecans (Barcelona) Ha recibido varios primeros premios, entre ellos: IX Concurso Internacional de Cuentos “Querido Borges”1996, Hollywood, U.S.A; VII Concurso Internacional “Tirant lo blanc” Orfeón Catalán de México, 2007; XI Concurso Internacional “Castillo de Cortesana”, 2007; XII Concurso Internacional “Carmen Báez”, 2005, México; I Certamen Internacional “El acorazado de bolsillo”,2006. La Plata (Argentina); XXXVIII Concurso “Manuel José Quintana” 2007, Cabeza de Buey, Badajoz; I Certamen Internacional “Quixotadas, 2005”, Madrid; IV Concurso Internacional “Villa de Torrevelilla” 2006; III Certamen “Amapu 2005”, Alcobendas; V Certamen Internacional “José Toral y Sagrista”. 1997, Andujar; V y X Certamen “Cachivaches” Molinicos, 2002 y 2007; Iº Concurso “La historia de Juan José Millás” 2001, Madrid; XX Certamen ”José María Franco Delgado” 1994, San Fernando, Cádiz; XXIV Certamen “Joana Tuldrà”, 1994 Barcelona; VI Certamen “Bpm Pilas” 1994; 1º Premio ex-aequo II Certamen “B. Meridiana” 1993. Barcelona; “Sant Jordi”. 1994 Barcelona; Relato “Verano exprés” 2005, La voz de Galicia; Iº Certamen Internacional “Romanillos de Medinaceli, 2007” Premio Extraordinario de cuento hiperbreve I Certamen Internacional ”Garzón Céspedes, 2007”; Premio al contenido histórico: capítulo el segle xix. Les revolucions polítiques. 2005. Barcelona. Generalitat de Catalunya.
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DE PASO POR LAS BALDOSAS COLORIDAS ROSA ÁNGELA JURADO IRAZUSTE
La bolilla verde rodaba con determinación por el medio caño de cemento, todavía humedecido por la lluvia nocturna, mientras Guillermito corría agitado junto a ella, salteando sus pupilas de la pequeña esfera a la meta. Esta vez la había tirado con efecto. Tenía que funcionar. Terminó el caño y la canica alentada retó al desafiante vacío. Nuevamente cayó en el charco embarrado. El niño aflojó los puños y la socorrió velozmente, arrellanándola en sus manos con extrema dulzura.”No te preocupes, lo volveremos a intentar. Vamos, te voy a dejar como nueva.” Se aproximó a la fuente y enjuagándola con cuidado le devolvió su piel cristalina, avivándole después su fulgor con la manga del buzo. Ya con la bolita inmaculada, una vez más, escrutó detenidamente el caño y la distancia que lo separaba de la cúspide: las baldosas coloridas. Lo observó desde todos los ángulos posibles. Había un modo, seguro que había un modo. De pronto un sonido reiterado a su espalda llamó su atención; era una mezcla de silbido y chistido. Se giró curioso. Un hombre de sonrisa medio desdentada movía juguetón un pedazo de cartón en su mano: era una rampa. Guillermo entusiasmado se abalanzó sobre él. ¡Qué buena idea!—exclamó el muchachito. ¿Crees que funcionará?— le preguntó el hombre. Seguro que sí, pero primero tendremos que encontrar una piedra para sujetarla—explicó Guillermo observando la rampa. —Pero si ponemos una piedra ella chocará y saldrá despedida del cañoargumentó confuso el hombre. El niño sonrió y le agarró la mano. La piedra es para ponerla debajo de la rampa, así que tiene que ser más o menos así de alta— indicó sumando dos dedos a su otra mano — ¡Ah! y plana. El hombre asintió con la cabeza y comenzaron a rastrear la placita en busca del soporte adecuado para colocar el injerto que impulsaría a la pequeña verde a alcanzar las baldosas coloridas. Al principio probaron con piedras, después con una lata, con palos de diversos tamaños y finalmente el hombre encontró un pedazo de ladrillo con las proporciones indicadas. Las manos talladas por el desgaste fueron colocando con prolijidad el trozo de ladrillo en el agua turbia e infértil bajo la mirada aprobatoria del pequeño, que por primera vez se fijaba detenidamente en las ropas de su nuevo amigo. Ya está— confirmó con seguridad al erguirse Toma— le dijo Guillermo poniendo la bolilla verde en las manos embarradas. El hombre lo miró sorprendido. ¿Seguro?—preguntó un poco nervioso —Sí, adelante. El hombre dudó un segundo y antes de tirarla se acercó a la fuente, y tal como había hecho el muchacho anteriormente, la lavó y la abrillantó cuanto pudo con su abrigo. Después, decidido, se fue al puesto de salida. Miró la bolilla verde, miró a Guillermo, y concentrado empujó la canica. La bolilla fue rodando imparable, verde y brillante por el caño. Ambos corrían junto a ella.
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El caño se terminaba. Llegó a la rampa y se elevó. Siguieron su trazo con los ojos esperanzados. La bolilla superó el vacío y finalmente rodó por las baldosas coloridas hasta detenerse junto a la fuente. Guillermo brincó eufórico, jubiloso, mientras que el hombre con un brillo fulgente en sus ojos dibujó una sonrisa de oreja a oreja, que con timidez rozó la risa. Justo entonces, desde el otro lado de la fuente, se escuchó a una mujer llamando a Guillermo. El niño apresurado agarró la bolilla y se acercó al hombre. Para ti —dijo sonriente. Después se alejó corriendo y desapareció entre la multitud de la calle principal de la mano de la mujer. El hombre se aferró a la bolilla y volvió al banco. Sentado, ajeno a todo su entorno, contempló la esfera verde, durante largo rato, sin dejar de sonreír. Como el niño, el sol dadivoso fue desapareciendo y el rocío imperturbable del ocaso se fue abriendo paso. Poco a poco, ya instalada la noche, el cielo se fue encapotando sin dar tregua a las estrellas. Se tumbó, y lentamente se fue ovillando para conservar el calor. Con la caída de las primeras gotas, su mano temblorosa fue cediendo. La bolilla cayó. Rodó lentamente por las baldosas apagadas hasta sucumbir en el charco de agua turbia y estéril.
Hija de uruguayos, nace en Alicante el 21 de junio de 1974. Allí cursará sus estudios de bachillerato y después comenzará las carreras, no concluidas, primero de turismo y después de sicología, para finalmente dedicarse a la rama de estética. Lectora apasionada, manifiesta su interés por la escritura a los 16 años, sin embargo no es hasta los 31 que comienza a dedicarle buena parte de su tiempo. Erradicada con su esposo e hijos en Uruguay desde el 2006, vive primero en Artigas, departamento fronterizo con Brasil, donde participa en un taller literario y gana el 2º premio en el concurso literario “Carta a Delmira Agustini”. Actualmente reside en Montevideo.
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EL ESPÍA JUAN FOLGUERA MARTÍN Mi madre dio varias vueltas a la cerradura. Por nada del mundo saldríamos a la calle. No soportaría que nadie en el pueblo nos pusiera la cara roja. Cuando le preguntamos porqué, nos comentó que éramos demasiado pequeños para entenderlo. Protesté. Yo ya no era tan pequeño. Desde que empezó el curso iba a catequesis y pronto haría la Primera Comunión. Papá sí que confiaba en mí. El domingo anterior me confesó que flotaba radiación en el aire por culpa de la explosión de un reactor nuclear en Chernobil. Estaba claro que mi madre no se atrevía a contárnoslo. Al final, mi hermano, su osito de peluche llamado Boris y yo le prometimos por el corazón del niño Jesús que nos estaba mirando desde el cielo que seríamos obedientes. Cuando le pregunté a mi madre dónde estaba papá se fue a llorar a la cama sin contestarme. No sabíamos dónde estaba Chernobil. Seguro que lejos, muy lejos, al final de la carretera del pueblo, casi ni se podría ir andando, pero de todos modos, faltamos al colegio. No queríamos que por culpa de la radiación se nos pusiera la cara roja ni que se nos cayeran los dientes y el pelo, ni que nos salieran manchas en el cuerpo que después se convertirían en granos purulentos que con el tiempo explotarían. A pesar de que estuviera bien cerrada la puerta, algún extraño corpúsculo debía de flotar en el aire y nos obligaba a tumbarnos en el sofá a ver la tele. Nos aprendimos la programación de memoria. Entonces era fácil: sólo existían dos canales., hasta que mi madre salió de su cuarto en camisón y decidió que también teníamos que apagar la tele. Aunque, no nos dio ninguna razón, les expliqué, como hermano mayor que era, que todos los programas estaban grabados y que era de mala educación ver a los muertos. Desde entonces nos aprendimos los tebeos de Mortadelo y Filemón. Mi hermano y su osito de peluche llamado Boris no sabían leer, pero miraban los dibujos. Mi madre no bajaba a la calle ni a comprar. Tampoco abría las ventanas para hablar con las vecinas del patio donde tendíamos la ropa. Ni siquiera utilizaba el teléfono. Tendría miedo de que la radiación se colorara por el auricular. Se pasaba todo el día llorando en la cama. Echaría de menos a mi padre. Mi hermano, su osito de peluche llamado Boris y yo también lo echábamos de menos. Cuando mirábamos por la ventana queríamos verlo aparecer por una esquina. Casi siempre veíamos vecinos, aunque pronto caerían todos, uno a uno, como palomas con el ala rota. Al principio descubrimos que había menos gatos. Después menos perros. Con el tiempo hasta las ratas terminarían convertidas en bocadillos de mutantes. Como nadie en casa compraba comida nos limitábamos a racionar las reservas de la despensa. Ya desde el segundo día comimos pan duro con nocilla. No me gustaba nada el pan duro, pero empecé a apreciarlo cuando se acabó la nocilla. Por nuestra calle pasaba todas las mañanas a las diez en punto un espía. Llevaba sombrero, gabardina y un portafolios de cuero bajo el brazo. Tenía bigote rojo y gafitas redondas. Andaba muy deprisa, como si traficara con planos secretos. Seguro que hablaba en ruso. Se lo dije a mi hermano. No teníamos que comentárselo a nadie, ni siquiera a mamá, para que no llorara
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más. Mi hermano asintió con el chupete. Su osito de peluche llamado Boris se quedó en silencio. Casi nunca hablaba. Teníamos que tener cuidado cuando lo observábamos desde la ventana. Si el espía se daba cuenta podría subir a casa. Entraría por la ventana cuando estuviéramos dormidos y nos pondría una inyección de cianuro. Por la noche llamaron varias veces al timbre. Miramos por la mirilla, temiendo que fuera el espía, pero era mi padre. Cuando abrimos la puerta, vino corriendo mi madre en camisón. Estaba muy despeinada y me pareció un poco más delgada. Empezó a discutir con mi padre y no lo dejó entrar. Supongo que mi padre durmió en el rellano. La mañana siguiente vino con un ramo de rosas rojas y mi madre repitió una y otra vez que si lo dejaba pasar era por humanidad. Aunque entraba y salía de casa continuamente para ir a trabajar, mi madre obligaba siempre a Papá a ducharse con lejía porque, según ella, desprendía un asqueroso olor a golfa. Por las noches siempre dormía en el sofá. Como pasaba el tiempo y a mi padre no le sucedía nada, logramos deducir de que era inmune a la radiación. Mucha de la gente que veíamos por la ventana seguro que también lo eran. Otros, como el espía que continuaba pasando por nuestra calle con el portafolios lleno de planos secretos bajo el brazo, se habrían puesto vacunas. Era sorprendente que nuestra calle no estuviera repleta de cadáveres putrefactos. Mi padre al ver la despensa y el frigorífico vacíos, bajó a la tienda a comprar comida. Que no se te olvide comprar nocilla —le grité antes de que cerrara la puerta. Mi madre no comió nunca ninguno de los platos que preparaba mi padre. Todo le parecía contaminado por la radiación o el pecado. Mi hermano, su osito de peluche llamado Boris y yo lo devorábamos a escondidas para que no se enfadara. A lo mejor nosotros también éramos inmunes. No sabíamos entonces nada de genética, pero yo ya lo intuía. La mañana de un sábado no encontré a mi padre durmiendo en el sofá. Normalmente los fines de semana, como no tenía que ir a trabajar, se quedaba hasta bastante tarde tumbado y con las persianas bajadas. No quería que desapareciera. No me importaba comer de nuevo pan duro, pero no soportaría que se terminara otra vez la nocilla. Lo busqué por toda la casa. Lo descubrí en la cama, abrazado a mi madre. Nunca hasta entonces los había visto desnudos. No se les había puesto la cara roja ni se les había caído los dientes y el pelo, ni tenían manchas en el cuerpo que después se convertirían en granos purulentos que con el tiempo explotarían. Cuando se despertaron, mi madre nos dijo que ya no había peligro y que podíamos salir a jugar a la calle. Mi hermano, su osito de peluche llamado Boris y yo no esperamos ni un segundo para seguir al espía que acabábamos de ver pasar por la ventana.
Nací en Aviles (Asturias) en 1974. Soy Licenciado en Derecho por la Universidad de Valladolid. He asistido a talleres de escritura creativa en Fuentetaja y en la Escuela de Escritores.
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LA CONFESIÓN VERÓNICA MARTÍN MARTÍN Padre, confieso que he pecado. Me costó trabajo pronunciar las palabras pero debía hacerlo. Me lo gritaba el corazón, bueno más que el corazón la vocecita esa de la cabeza, la conciencia. —Vamos a ver, hijo, dime cuales son tus pecados. La voz del cura me llegaba amortiguada por la celosía del confesionario como si hablara a través de un velo. No le conocía de nada, me había cuidado mucho de alejarme de los alrededores de mi comarca. A ojo, resulta tonto que yo mismo diga esto, había recorrido con Melchor unos treinta kilómetros. Giré la cabeza antes de continuar. Una abuelita vestida de negro encendía una vela frente a Santa Lucía. Siempre me ha gustado esa Virgen, supongo que porque es la patrona de los ciegos y, como yo soy tuerto, siento que me protege, aunque sólo sea una parte. Toqué por debajo de mi camisa el escapulario que llevo en el cuello y alentado por el aroma tibio de la cera quemada, hablé: —Soy un bandido. Me quedé en silencio. Esperaba una respuesta, un gesto por parte del párroco pero claro, no lo veía .Guiñé el ojo sano y me acerqué un poco más a la ventanita oscura. Me pareció escuchar una risita ahogada aunque debió de ser mi imaginación o los nervios al desvelar mi secreto ante un miembro de la Iglesia. Tosió y preguntó: —¿Un bandido? Creó que se arrimó al ventanuco así que me retiré a toda prisa. No quería que pudiera delatarme a la Guardia Civil: "Era un hombre joven, yo diría que fuerte, pelo rizado castaño. Muy apuesto a pesar de ser tuerto. Como lo oye, agente, bandido tuerto del ojo izquierdo". No podía fiarme del secreto de confesión. Quizás en pecados delicados como estos (o de fuerza mayor) podían revelar los secretos contados entre susurros. Me tapé la cara con disimulo haciendo como que me peinaba el flequillo y continué. —Sí, Padre, bandido de los que atracan. Me quedé tan a gusto. Me sentí liviano como si no hubiera hecho de vientre en una semana y por fin me hubiera desecho de la carga. El párroco resopló desde su cubículo y dijo, un poco desconfiado: —¿No serás Pedrito el de Maria la Tomillo? Me quedé pasmado. —No, pero no recordaba que tuviera que decir mi nombre. Pero bueno si ahora es requisito indispensable… —¡No por Dios!—Me interrumpió—Continua, hijo, por favor. —Todo empezó cuando perdí el trabajo. Busqué en varios sitios. Al principio cerca de casa no quería alejarme, pero no salía nada. Tampoco tengo muchos estudios y ahora para cualquier cosa, hasta para barrer, te piden un master. ¿Sabe lo que es un master? —Si, hijo, lo sé —Encontré trabajo en Astilleros a quinientos kilómetros de mi hogar. Aguanté sólo cuatro meses y solamente pude ir una vez a mi casa: mi hijo lloró en cuanto lo cogí en brazos.
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—¿Es muy pequeño? —Diez meses Padre. Un querubín precioso con los dos ojos perfectos. —Cosas mías. El caso es que no lo pude soportar y regresé a San … vamos a mi pueblo— Casi me delaté pero me percaté a tiempo. —¿Y entonces te hiciste ladrón? — Me preguntó impaciente. —No fue premeditado, créame. Una tarde salí a pasear con Melchor. —¿Su hijo? —No, hombre no, mi caballo. El caso es que soy alérgico desde siempre y el mes de mayo es fatal para nosotros con el polen flotando por todos los lados, así que me até un pañuelo a la nariz para no ahogarme mientras trotaba por los caminos. —Continua, continua. —Desde lo alto del Pedrisco vi que abajo había un coche parado y un hombre tirado a los pies de las ruedas. Era un cochazo impresionante: rojo fuego de esos de las películas, sin capota ni nada y con una mujer rubia apoyada en el parachoques. No lo pensé, hinqué los talones a Melchor y cabalgamos a su encuentro. —¿Y qué pasó? Le noté un poco inquieto, a lo mejor ya estaba sopesando mis pecados. —Llegué hasta allí y les pregunté si necesitaban ayuda. La mujer soltó un grito y habló algo en otro idioma, no sé, alemán o francés. —Claro, hombre, es que a quien se le ocurre aparecer así de la nada, enmascarado como el Zorro. —El caso es que el caballo se asustó y se irguió sobre las patas traseras. El hombre se levantó con una llave inglesa de la mano y se vino directo para nosotros. ¿Y qué podía hacer yo? —¡Ay Santa Lucía bendita! ¿Qué hiciste? —Pues de una patada le tiré contra el suelo. La verdad es que estaba gordo como una bola de queso y cayó de culo. Me pareció entender un estornudo. Por si acaso pregunté: —¿Sigo Padre? —Por favor te lo pido: sigue. —La mujer rubia comenzó a chillar como una cabra y a decir cosas que no entendía. Llegó hasta mí, sosteniendo un bolso por encima de su melena amarilla y sacó un puñado de billetes. Padre, no sé por qué, si por los berridos de aquella señora o por el montón de dinero que metió en las alforjas, pero se me nublaron los pensamientos y salí zumbando con el botín del asalto. Así es como me convertí en un bandido. Tardé un rato en oírle de nuevo. Supongo que recapacitaba mi Penitencia. La viejecita de la vela pasó por mi lado y se sentó al final de un banco detrás de mí. —¿Todo bien Padre?—Claramente pude oírle reírse detrás de la rejilla. —Si, hombre, sí. Voy a absolverte porque más que un Pecado yo diría que ha sido un malentendido. Ego te… —Perdone, señor cura, antes de que siga puedo pedirle algo. —Pues claro, para eso estamos. Dime, hijo. —La bolsa o la vida. —¿Cómo dices?—Su voz tembló un instante como los cirios de lo altares. —No, Padre, no era broma sólo quería decirlo una vez en alto, por ver como sonaba. Si quiere añada un Ave María, por lo del chiste. ─Ande, no diga tontunas y céntrese en lo que estamos. Le añado dos Padres nuestros.
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Me levanté santiguándome mientras aún escuchaba el rumor de sus palabras recitando la absolución o algo parecido. Saludé a la anciana que se arrodillaba frente al confesionario y, antes de cerrar la puerta de la iglesia, la oí decir: —Ave María Purísima, Padre. ¡Qué joven tan gallardo! Clavadito a Curro Jiménez. Me subí a lomos de Melchor y, al alejarme, sentí un escalofrío excitante brincando en el estómago.
Nació en Segovia en 1975. Actualmente reside en Tres Cantos (Madrid). Es licenciada en Filología Inglesa por la Universidad Autónoma de Madrid y trabaja en una empresa multinacional, en el área de Soporte de Negocio, está casada y es madre de una niña de dos años. Asistió a un Taller de Relato Breve impartido por la Casa de la Cultura de Tres Cantos durante 2004-2005. Al final de ese curso se publicó el libro de cuentos “Debajo de la escalera” en el que participó con “El Ogro”, 2005. También participó con “Fantasmas” en el libro de relatos cortos publicado en junio de 2008 por Escuela de Escritores titulado “El sueño del gato”. Ganadora del Concurso “El mejor final de la historia” coordinado por la cadena SER y Escuela de Escritores.com, julio 2007 Finalista en el concurso de Microcuentos organizado por la emisora El Planeta de los Libros “Reencuentro”, junio 2005.
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EL SELLO ALFREDO GONZÁLEZ HERMOSO No sabía por qué le gustaba ir tanto a Cibeles y no a otro sitio para echar las cartas. Cuando metió ésta en la bocaza del león de melenas doradas que hacía de buzón, sintió que el corazón le daba un vuelco. ¡Qué horror!, había puesto el sello al revés, con la cara de Franco boca abajo. Metió la cabeza y la mano en la boca, con audacia y miedo al tiempo, pero ya era tarde, se la había tragado, había bajado la rampa y ahí estaba abajo, mirándole desde el color amarillento de su sobre barato, de impreso. Se quedó petrificado. Sabía que el correo estaba muy controlado y que si los funcionarios se daban cuenta de lo que había hecho, tendría problemas porque podrían pensar que lo había hecho a propósito para faltar de respeto al Jefe del Estado. Los tiempos estaban muy revueltos como para dar explicaciones. Y conocía a más de uno que por menos de eso le habían metido en la cárcel. Luego se serenó e incluso se convenció de que las cosas no tenían la importancia que él les daba. Los empleados de correos no se iban a fijar en ese detalle o no le darían importancia. Lo malo era que la carta iba a un pueblo de Valladolid, y que ahí de nuevo otros funcionarios trastearían la carta y que luego la distribuiría un cartero. Algún ojo indiscreto podría verlo o algún ciudadano celoso lo podría denunciar. Por un momento pensó ir él mismo a la comisaría de su barrio y explicar que era muy torpe y que había puesto el sello de Franco al revés sin mala intención. Estaba tan angustiado que cuando se puso a buscar su cédula de identificación no la encontró por ninguna parte. No sabía dónde la había metido, o si se le había traspapelado. Mientras no la tuviera no podría ir a la policía. No faltaba más que explicarles que no sólo había puesto el sello al revés sino que también había perdido la cédula. También podía esperar tranquilamente a ver si su hermana recibía la carta con normalidad, y no habría problema. Pero le vino a la mente que quizás en ese mismo instante la policía estaría leyendo la carta y trató de recordar todo lo que había escrito. No tenía mucha importancia pero las cosas se podían interpretar mal. Le contaba a su hermana que el racionamiento era terrible, que en las tiendas faltaba de todo, que no se encontraba azúcar ni aceite por ningún sito y que el estraperlo era lo único que realmente funcionaba. Le pedía que cuando viniera a verle a Madrid trajera cosas del pueblo pero que las escondiera bien para que en las aduanas de las estaciones no se las requisaran. Según se iba acordando de lo que había escrito se asustaba un poco más pues se daba cuenta de que había actuado como los enemigos de la nación que describían los periódicos. Desde luego no iba a dar la maldita casualidad de que la policía cogiera precisamente su carta pero, por si así fuera, era necesario evitarles problemas a su hermana y la familia. No había más remedio que encontrar el documento de identidad e ir a la policía para explicarles que, vaya, todo era un malentendido. Recordó que se contaba que tenían fichado a todo el mundo y que sabían absolutamente todo lo que había hecho cada uno durante la contienda. Él no tenia nada que reprocharse, había tenido la inteligencia de mantenerse a distancia de los dos bandos y por consiguiente no tendrían una ficha suya
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Claro que cuando los nacionales empezaron a bombardear Madrid se le encendió la sangre y en la taberna con sus contertulios pusieron a parir a los rebeldes. Les reprocharon haber ido contra la voluntad del pueblo y ganar con las armas la legitimidad que no les habían dado las urnas. Pero desde entonces se había calmado y había aceptado la fatalidad. Nunca más había dicho nada. Tampoco había manifestado el menor interés por los nuevos amos del poder que habían impuesto un régimen de hierro. Cuanto más pensaba en ello, más se angustiaba, sentía palpitaciones desbocadas y se le nublaba la vista. Parecía que se estaba hundiendo en tierras movedizas y algo, de pronto, lo dejó paralizado. Dos aldabonazos en la puerta. Lleno de pánico cruzó el pasillo, corrió la mirilla y apenas distinguió dos rostros distorsionados. Oyó “¡policía!”, abrió rápido la puerta y vio que uno de los desconocidos levantaba la solapa de la chaqueta para mostrar una invisible placa y la volvía a bajar mientras le preguntaba: — ¿Es usted Ángel Ramírez Calvo? Vio en su mirada una sonrisa maliciosa y contestó “sí, señor” con apenas un hilo de voz. Su corazón latía como el de la presa azuzada por el perro pegado a sus huellas. Los dos agentes se abrieron paso diciendo un falsamente cortés “con permiso” y pasaron hasta el comedor mientras él cerraba la puerta en un estado de letargo. Ya frente a frente con ellos le pareció oír del que parecía ser el superior: — No le pedimos la cédula de identidad, dijo recalcando cada una de palabras, ya sabemos que no la tiene. Un honrado ciudadano, como hay pocos, la ha encontrado en Correos y es nuestro deber entreg… No llegó a terminar la frase. Con un estertor, Ángel Ramírez Calvo cayó muerto sobre el hule de la mesa.
Nacido en España tiene el Doctorado en Filosofía y Letras y es Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad del Franco Condado (Francia). Ha sido responsable pedagógico de español en el CLAB (Centro de Lingüística Aplicada de Besançon, Francia), profesor de lengua en centros universitarios y escolares, formador de profesores de español en el CEPEC (Centro de Estudios Pedagógicos para la Experimentación y el Consejo, Lyon). Ha recibido el premio de la Asamblea Permanente de las Cámaras de Comercio y de Industria (París) por un programa informático sobre la enseñanza del español. Ponente en congresos internacionales, ha publicado diversos artículos y propuestas didácticas en revistas especializadas en E/LE, entre los que destacan Aplicación de la teoría de la motivación a la enseñanza de las lenguas, La ilusión de la palabra o La intercomprensión. Autor de obras relativas a la gramática española en general, teoría y práctica de la conjugación, métodos de aprendizaje del español, fonética y comprensión auditiva y obras en Multimedia. Director de la colección Lecturas Clásicas Graduadas y Uso de Internet en el aula. Publica en Hachette (Paris) y Edelsa (España).Autor del ensayo histórico Le Robespierre Español, Belles lettres, Paris, 1991. Ha ganado el Concurso de Microrrelatos de Navidad convocado por El País Semanal. (23-12-2001) con Navidades secretas que ha sido publicado por El País Semanal; Le Monde, Francia, en Contes d'Europe; D, el suplemento de mujer de La Repubblica, Italia; Público, de Portugal; Algemeen Dagblad, Holanda.
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EL NOVENTA Y TRES ÁLVARO A. PERDIGÓN DELGADO Vengo de pensar en Ella. Me dirijo al puente en busca de acabar con el insoportable sufrimiento me que rezuma después de pensar en Ella. En 1913, en Septiembre de 1913, en la madrugada del 23 de Septiembre de 1913, así me está consumiendo mi obsesión. No en vano hube decidido el suicidio desde el Puente Coronel Jiménez, el más profundo y obscuro de aquella Ciudad a la que había llegado seis años atrás a bordo del carguero “Constelación” de la Compañía de Ultramar desde un húmedo puerto del Continente, del grisáceo norte del Continente, en busca de olvidar y ser olvidado y ganarme la vida, sin más. Vengo de pensar en Ella. Me llevo su recuerdo hasta el puente donde quede destruido y extraviado conmigo en pocos segundos de caída abrupta y sin remedio. La noche, apenas tiznada de luna, invita a saborear, con plenitud tarda, las cosas de la pasión. En esos instantes, el pasado se acerca desmesurado, vibra brevemente, permanece, tal que tuviese la posibilidad de mirarme a pocos pasos, por un momento y se retira mudo, cabizbajo, diríase, si no fuera por la imposibilidad, derrotado. Vengo de pensar en Ella. La convicción de la tristeza y el abatimiento es impune y triunfal. Jamás, en estos cuatro años de entrega amorosa, hube de concebir un final, un límite, una interrupción siquiera. Sin duda, la iniquidad de esa mujer no fue deletérea en nada a mi imprevisión y, ahora, peno ambas por los dos. Por Ella, el solerte abandono, por mí, la terrible pérdida. Promesa hubo. Noches enteras de promesas que no solicitamos y, al presente, se asoman al precipicio y me miran vacuas como niños curiosos, de crueldad imprecisa. Cuando entré en la antigua librería de la Calle Comunes en busca de algún ejemplar de viejo, como es natural, nada pude sospechar que entre las páginas de aquel destartalado volumen de “El Noventa y Tres” de Víctor Hugo fuera a descubrir el reflejo escrito del dolor y la congoja de un ser humano herido a cuchillo en los adentros por el desprecio del amor. Así, lo adquirí por un precio razonable recogiéndome, de seguido, en la intimidad del “Café del Ángel”, donde la soledad es el mejor servicio, cual si un carácter arquitectónico simple, si no el único destacable. Tengamos en cuenta, que la Ciudad para los tiempos que corren es una bullanga sin horarios ni descanso donde sólo en su defecto, hacía las afueras, después de alejar las últimas barriadas apretadas en el plano inclinado de las primeras estribaciones de la áspera cordillera que, ahora, casi la asfixia cuando fuese abrigo y tutela contra la feroz codicia de berberiscos y corsarios ingleses que aquí murieran enmarañados en su propia crueldad, todos decapitados y expuestos a pública befa después que se confiscase su botín, se puede hallar, digo, la necesaria tranquilidad, fuera de apreturas de horarios, para reflexionar sobre lo acaecido y recogido en la presente nota, muchos años atrás. Una vez en la mesa del fondo del “Café del Ángel” me entregue a sumergirme en cada frase, palabra por palabra, letra por letra, en cada rasgo de azul desvaído de la confesión del suicida. Luego, sin poder precisar cuando, me encamine al puente del Coronel Jiménez y me arrojé al vacío.
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Al menos, así reza en la nota manuscrita que tengo ahora en mis manos y que, junto a la primera, descubrí en el interior del viejo ejemplar del “Noventa Y Tres” de Víctor Hugo que he adquirido en una vetusta librería de la Ciudad, la única que aún resiste el embate de una época cruel con todo lo antiguo, viejo, lento, ancestral y enraizado. Esta noche la leeré con mucho más detenimiento. Al abrigo de la lumbre, a la luz de las velas y plácidamente enlazado a Cereza – compañera, amante, amiga, confidente y dueña de cada uno de mis sentimientos – me entregué, en voz alta, a la lectura de la leve hoja de papel manuscrita descubierta aquella misma tarde en el interior de mi última adquisición en la librería de viejo de la Calle Comunes. A Ella le aprecié el profundo tremor que recorrió su cuerpo hasta desembocar en cuatro gruesas lágrimas que después de transitar sus mejillas despeñáronse hacia mi pecho que las recogiese en una tibia sorpresa muda. Nada pregunté entonces y nada escuché de sus labios para justificarlo. Así fue hace treinta años, cuando, junto a Cereza, la vida transcurría con la suave lentitud del amor. Hoy, refugiado en la calmosa soledad a la que me veo condenado tras su muerte, algunas largas, intensas y dolorosas semanas atrás, vuelvo a tomar por última vez aquel, ahora tan viejo como yo, ejemplar del “Noventa Y Tres” de Víctor Hugo que alguien, encriptado bajo clave, me ha comprado por Internet y que, después de introducir entre sus páginas cierta nota manuscrita, me dispongo a empaquetar para enviar a su nuevo dueño. Luego, apuraré el último trago de buen Oporto y destruiré la fatal tristeza que me consume en el Puente Coronel Jiménez de la Ciudad. Sé que Ella lo entenderá.
Nació en Caracas (Venezuela) en 1958. Reside desde 1962 en Tenerife. En 1979, con otros escritores forma La Joven Poesía Canaria y la Tertulia de La Tasca Canaria. Es miembro destacado de la llamada Generación de los Ochenta. Posee una importante obra poética y narrativa que abarca desde la novela hasta el hiperbreve o el guión cinematográfico.De sus obras destacan El Lugar de Las Raíces (Cuadernos Insulares de Poesía, 1981). A Fuego Lento (Ayto. de Santa Cruz de Tenerife, 1992). Tristenue y Pumedad (Baile del Sol, 1996). Con los Pies en El Otoño (Premio Angelines de Poesía, Cantabria, 1997). Soñar de Arándanos (Ediciones Llel, 1998). Los Labios de Esta Ventana (Baile del Sol, 1998) Perito en Cuentos (Accésit “Premio nacional VIVIR de relato breve” Cuenca, 2003). Solamente palabras (Antología de poetas, Madrid, 2003). Homicidio involuntario (Premios Jara Carrillo, Alcantarilla, 2005) De Sal y Versos (Ediciones La Palma, Madrid, 2008).Ha sido galardonado con el Premio “Casino de Granadilla” en su edición de 1980 y de 1981, con el “Premio Nacional de Poesía Angelines” Barcenaciones (Cantabria) 1997. “Premio Palepolis” “Symposium of Vesuvian Culture” “Accademia Internazionale Di Lettere, Scienze, Arti E Scambi Culturali Michelangelo” Nápoles, 2000. Accésit “I Premio Nacional Vivir de Relato Breve”, Cuenca, 2002. Accésit Certamen de Cuentos de Navidad “Villa de Los Realejos” 2003 y 2004 y ganador en 2006. Finalista del Premio Internacional “Jara Carrillo” 2004. Ganador Certamen de Relato Corto “Radio Almenara” 2007. Ha sido director y profesor de la Escuela dee Letras de Tenerife y actualmente es profesor de Comunicación Creativa del Instituto De Radio Y Televisión y director de La Escuela de Letras de Canarias.
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ECUACIONES BORJA CRIADO MARTÍNEZ Conocí a Ben en octubre. Era de Londres, también acababa de llegar a Barcelona y estudiaba en la misma universidad que yo. La única vez que hablamos me contó que su padre era aficionado a la ciencia divulgativa y su madre una excelente catadora de comida basura. Esto se debía a su mala afinidad con la cocina. Luego escribió unas notas en una libreta de cuadritos minúsculos, con letra de médico, y me enseñó el libro que estaba leyendo. Historias de piratas de Conan Doyle. Me explicó que era su género preferido. A los nueve años tuve una rotura de menisco, continuó, y ya no volví a hacer deporte. Me dediqué a leer, y a los trece me diagnosticaron ambliopía, pero esto se me curó al mes y medio. Por eso llevo gafas, pero evidentemente no están graduadas. Ben estudiaba antropología y quería especializarse en la cultura indoeuropea. Para él la verdadera comprensión de la historia consistía en “buscar los saltos que da el ser humano hacia lo desconocido”. La gran mayoría de las veces la metodología era el arte o el crimen. Lo que a mí me interesa, decía, son los mecanismos ideológicos. Yo le pregunté si era marxista. Respondió que en todo caso él era matemático. Después intentó convencerme de que el verdadero ideólogo del holocausto fue Pitágoras. Los márgenes, el problema está en los márgenes. Confieso que de esto último no entendí nada. Pagué los dos cafés y me despedí de él. Hace dos días me contaron que a Ben le atropellaron a las tres de la tarde en un barrio del centro. El conductor resultó ser un actor más o menos reconocido por la película Cornucopia, estrenada hace tres años. Al parecer iba discutiendo con su mujer y no le dio tiempo a frenar. Aseguró que el semáforo peatonal estaba en rojo, hecho que corroboró un transeúnte que vio el accidente. También dijo que el chico tenía que haber visto venir el vehículo, porque tenía la cabeza levantada y la boca abierta, como embobado por la puesta de sol. Salió despedido y aterrizó con la cabeza. Una chica recogió rápidamente los dos libros que se le habían caído (un ejemplar de la Biblia en griego, el otro la teoría del cuento de Propp) y llamó a una ambulancia. Era demasiado tarde: Ben se había partido el cuello.
Nació en Almería, entre el desierto, el viento enfurecido y el mar. A los dieciocho marchó a Madrid, donde vivió su pequeña temporada en el infierno, y huyó a Granada, para estudiar literatura francesa. Dos años más tarde tomó un avión a París, donde empezó a a escribir de verdad y continuó sus peripecias al año siguiente en Lausanne. Ahora reside en Barcelona, donde termina estudios de Teoría Literaria mientras busca trabajo en editoriales independientes. Su trabajo poético es escaso, ya que a principios de año quemó toda su obra hasta la fecha. También escribe microrrelatos y pretende acabar una novela.
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EL BAÚL DE LOS RECUERDOS MARÍA JOSÉ DOMÍNGUEZ GARCÍA
Habían pasado muchos años desde la última vez que estuve en aquel caserón. Los recuerdos se agolparon, de repente, en mi mente y una cierta añoranza me hizo sentir culpable. ¿Por qué nos habíamos distanciado mi madre y yo? Ahora no me acuerdo del motivo, pero me marché y no volví a pisar el suelo de la antiquísima casa familiar donde nací, ni hablé con Ana (la mujer que me había dado el ser), desde entonces. La tía Paula siempre residió con nosotras, con sus excentricidades y sus inseparables gatos; ajena a los enojos, a las desilusiones y a todo lo que no fuera su mundo de cuentos de hadas. Muchos decían que era una vieja chiflada que vivía permanentemente en aquel universo de sueños porque nunca halló su verdadera posición en la familia Ayala, pero yo no lo creo así; simplemente, Paula era una romántica. Mi madre fue la menor y la más madura. La tía continuamente necesitaba la fortaleza de su hermana pequeña para seguir viviendo y entre ellas se creó una alianza tan fuerte que ese vínculo no se rompió ni siquiera al casarse Ana. Los nuevos esposos se mudaron a la solariega vivienda donde residían la abuela Irene y su hija soltera, y después nací yo. Sin embargo, la felicidad nunca es completa, mi padre murió al poco tiempo; así que crecí en un ambiente femenino sin la presencia de un hombre que se opusiera a mi díscolo carácter y eso me marcó de alguna forma. Un suspiro escapó de mis labios al contemplar aquella enorme sala, donde tantas veces jugué a ser una de aquellas heroínas que, en mi imaginación, siempre resultaban victoriosas; el olor de las flores frescas permanecía flotando en el ambiente, como de costumbre, y los rayos del sol acariciaban los viejos muebles al penetrar por los entreabiertos balcones; allí, estaba la desvencijada cómoda con sus pomos de nácar y sus carcomidos cajones; los sillones de tela desgastada, la impresionante mesa de cedro y el baúl. Tía Paula y uno de sus devotos felinos se pararon a unos pocos centímetros de mí. Ella habló: — Ahí, Irene, está todo. La miré y sólo entonces me di cuenta de mi egoísmo. La tía se ayudaba de un bastón para caminar; su delicada piel de juventud, ahora se hallaba macilenta y sus hermosos ojos negros habían perdido aquel brillo del que tanto presumía. Es verdad que una chica las cuidaba desde hacía diez años, pero yo me había mantenido alejada de sus vidas por culpa de una absurda discusión. ¿Por qué los adultos a veces nos comportamos como críos? No obtuve ninguna respuesta a mi estupidez. Varias semanas antes la tía, en un arranque de valentía, se había puesto en contacto conmigo y me había revelado que mi madre se hallaba en la fase terminal de esa terrible enfermedad llamada alzheimer. Lo que sentí en ese momento no lo puedo expresar con palabras: el miedo, la impotencia, la angustia y el arrepentimiento nublaron mi mente por unos segundos, y sé que palidecí y que mis colaboradores se asustaron muchísimo. Hoy las lágrimas, que derramé al saber dicha noticia, se agolpan nuevamente en mis marchitos ojos; pero no quiero que ella me vea llorar, ahora tengo que ser
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fuerte. Acaricié el baúl. Un temblor desconocido se apoderó de mi mano al girar la pestañita que abriría aquel arcón; mientras, la tía Paula me observaba tras sentarse en una de las mecedoras, el rictus de su arrugada tez era de pesar, aunque nunca sería capaz de enojarse con su única sobrina. “Casanova”, su fiel persa, se acurrucó en sus delgados muslos sintiendo la calidez de su ama sin hacernos caso. El aroma a espliego me dio la bienvenida, su gratificante esencia desenterró recuerdos de mi infancia y también los motivos por los que Ana Ayala había guardado aquellas cosas en él. Allí perfectamente ordenados había ropitas de bebé, cuadernos infantiles, un viejo álbum de fotografías, recortes de periódico, debidamente encuadernados en los que yo salía, y mis libros, mis manoseados libros de juventud que creí haber perdido tras la Universidad. Pero lo que verdaderamente me emocionó fue encontrar un sobre de color amarillo con mi nombre. Conmovida lo abrí, la preciosa letra de mi madre apareció ante mi llorosa mirada. “Querida hija: Si alguna vez lees esta carta, será porque mi hermana me habrá desobedecido y te habrá dicho que padezco alzheimer, una enfermedad que con sólo nombrarla, asusta. No quiero, Irene, que te sientas culpable por no haber estado junto a mí en estos aterradores momentos, sé que me quieres y aunque estemos separadas en estos instantes de nuestras vidas, al final el cariño y el afecto vencerán a lo absurdo. En este día, he comenzado a guardar en este baúl todos mis recuerdos que siempre irán enlazados a los tuyos, pues me asusta sobre todo olvidarme de ti. Este viejo arcón será mi memoria, mi cerebro y en él se mantendrán vivos todos mis pensamientos y mi amor de madre. No olvides, hija querida, que siempre te querré.” Cogí una de aquellas fotografías en las que Ana Ayala me sonreía manifestando toda su esplendor juvenil, y la acaricié sin poder contener las lágrimas que resbalaron por mis mejillas. La tía se levantó con parsimonia y luego, me abrazó. Diez minutos después, subí los peldaños que me conducirían a la habitación de mi madre. Abrí la puerta lentamente y me acerqué a su cama con esa calma que había asimilado tras años de aprendizaje en mi carrera política. Una brisa agradable movía las cortinas de encaje y las rosas inundaban con su maravillosa fragancia aquel cuarto, una tímida sonrisa apareció en mis labios al ver el retrato de mi boda, los de mis hijos y el de mi nieto en un lugar privilegiado de aquel señorial cuarto. Me senté junto a la cama y acaricié sus pálidos pómulos, la anciana que allí se consumía, poco a poco, no se parecía en nada a la enérgica y vital madre que yo recordaba. Suspiré pidiéndole a Dios o a quien fuera que ella no sufriera más. Sonó inesperadamente el móvil y, con un gesto de impaciencia, lo desconecté. — ¡Les dije que no me llamaran, que no estaba para nadie! —Exclamé enfurecida. Ana abrió sus pesados párpados y me miró. — Lo siento, mamá. Eran de mi despacho, pero no te preocupes, no volverá a ocurrir. Me tendí junto a su cálido y escuálido cuerpo y la rodeé con mis brazos. Ana Ayala abrió sus labios y pesadamente, murmuró: — Madre, no me dejes...
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Me estremecí al escuchar aquellas palabras, ¡ella creía que yo era la abuela Irene! Le pedí perdón por aquellos años de alejamiento, por mi ingratitud y, principalmente, por la soledad que había tenido que experimentar por mi culpa. — Sí, hija, siempre estaré contigo. Le contesté abrazándola aún más. Ana suspiró y con una débil mueca, parecida a una sonrisa, volvió a entornar sus ojos con serenidad. La tía Paula, que nos había estado espiando, cerró la puerta de la habitación con cuidado y encaminó sus lentos pasos hacia el salón. “Casanova” la siguió moviendo su cola.
Nací en Huelva en 1969. Trabajo como autónoma en una empresa familiar y soy auxiliar administrativa, aunque mi gran pasión es la Literatura. He escrito hasta la fecha dos novelas: El Oráculo de Sira, una novela de corte fantástico y El Descubridor de Sueños, una historia ambientada en los años 70. Sin embargo, todavía no han sido editadas. Soy miembro de la Asociación Cultural de Mujeres Tertulia Literaria “Nuevo Horizonte” 2002 de Huelva, compuesta por las Nuevas Mujeres de la Literatura Onubense y además de participar en concursos literarios, asisto a talleres literarios impartidos por jóvenes autores de mi provincia. Tengo publicado una antología de poemas y relatos cortos titulado “Palabras de mujeres onubenses” con la asociación literaria a la que pertenezco.
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EN EL PARQUE MARIBEL ROMERO SOLER Cuando Andrés coge la escoba y comienza su trabajo de barrendero en el parque municipal, escucha música. Las hojas secas de los álamos arrastradas por el suelo emiten una melodía quejumbrosa, como un lamento; las de los ficus son potentes y sonoras, como un solo de batería; y apenas se escuchan, por tímidos, los pétalos de rosa. Es una auténtica sinfonía de naturaleza, una caricia para los sentidos. Años atrás, cuando Andrés trabajaba en una importante empresa multinacional, las canciones que escuchaba eran otras. En su despacho de ochenta metros cuadrados no veía la luz del sol. En lugar de ventanas, grandes cuadros con paisajes tropicales y amaneceres excitantes intentaban atrapar la mirada siempre perdida de Andrés. Nunca pasó calor ni frío, los potentes aparatos de acondicionamiento de aire se ocupaban de mantener siempre la temperatura idónea, jamás le faltó sobre la mesa una taza de café a la hora del desayuno, prensa diaria, sonrisas y agasajos por parte de sus subordinados. Era envidiado por familiares y amigos, tenía un buen sueldo, tiempo libre, incluso, una mujer bella. Pero esa música… La melodía de la impresora escupiendo folios le exasperaba, el sonido insoportable del teléfono no le permitía soñar, las palabras siempre severas y antipáticas del director general eran como notas desafinadas en un conjunto musical desastroso. No era feliz. Cuando Andrés abandonó la empresa no dijo adiós, sencillamente desapareció, como una ola cuando tropieza con la orilla. No sólo dejó el trabajo, dejó a su mujer, dejó su ciudad, y también dejó su nombre, en la empresa multinacional, en realidad, se llamaba Víctor. Partió con su vida como único equipaje, sin billete y sin dinero, sin futuro y sin destino. A veces, en el parque, llueve. Los primeros días de su desaparición, la mujer de Andrés estaba desesperada, no comprendía qué le podía haber sucedido. Más tarde, cuando comprobó que no encontraba impedimento para disponer de las cuentas bancarias y tuvo conocimiento de que su esposo se había ocupado de poner a su nombre la vivienda conyugal y el apartamento de la playa, se resignó con su suerte y aprendió a vivir sin él. A veces, en el parque, luce un sol espléndido. En la empresa no fue distinto. La confusión inicial se transformó pronto en olvido. El director general optó por no querellarse contra él, era un prófugo y quizás hubiese huido con secretos empresariales cotizados, pero pasadas varias semanas las aguas volvieron a su cauce. El puesto de Andrés fue ocupado por Claudia, una prometedora economista, guapa y ambiciosa. Las palabras del director general se tornaron menos severas y menos antipáticas. A veces, en el parque, Andrés da migas de pan a las palomas. Los amigos de Andrés siempre pensaron que estaba un poco pirado, esa obsesión por la música, sus retiros voluntarios a la montaña, los libros que leía, el silencio… No les extrañó su huida del mundo. En el parque, el viento sopla y agita las hojas de los árboles, las más cobardes se quedan en las ramas, las otras vuelan, quieren ver mundo, cuando se dan
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cuenta de que no pueden vivir sin su árbol ya es tarde, son hojas secas, Andrés las barre y cuando lo hace escucha música. En el parque, siempre, Andrés es feliz.
Nació y vive en Elche. Licenciada en Derecho y Experta Profesional en Derecho de Autor y Propiedad Intelectual., cursó el CAP (Curso de Adaptación Pedagógica) y quiere dedicarse a la docencia en la especialidad de FOL (Formación y Orientación Laboral). Atraída por la poesía en la edad escolar, ganó un concurso cuando era una niña y le premiaron con las Rimas y Leyendas de Gustavo Adolfo Bécquer. Después nunca dejó de coquetear con las palabras, aunque desde hace unos años escribe de forma más asidua y participa en certámenes literarios Como formación literaria posee Diploma en Redacción y Estilo, Diploma en Novela Negra y Diploma en Formación de Lectores, pero sin ninguna duda lo que más enseña en este mundillo es escribir, escribir cada día, es la única manera de crecer y mejorar. Ha recibido entre otros los siguientes premios: 3º premio Certamen de poesía Asociacion Cultural Puente De La Virgen, año 2003, 2º accésit 2001, 3º accésit 2004, 5º accésit 2005 . Seleccionada II Certamen Internacional de Relato breve La Lectora Impaciente 2005, finalista III Certamen 2006 y seleccionada IV Certamen, 2007. 1º premio en la Campaña-Concurso Pro Ñ,2007, CIÑE, Madrid. Finalista VIII Certamen de narrativa 2007,Dirección General de la Mujer, Generalitat Valenciana. Finalista Premio “Ciguñuela” de relato corto, 2007. Finalista l I Concurso Internacional de Cuentos “Ciudad de Cartagena”, 2008. Finalista V Certamen de Narrativa Breve “Asociación Canal Literatura”, 2008. Ganadora Concurso de Microrrelato “Día De Internet” de Castilla-La Mancha, 2008. 2º premio Concurso “Do Not Disturb”, del Hotel Montíboli, Villajoyosa, 2008.
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AGUARDIENTE Y VINO TINTO CLAUDIA FERNÁNDEZ GÓMEZ Todos los días volvía de su trabajo a la misma hora y caminaba las mismas veredas sucias de Montañeses. En el cruce con Echeverría el ánimo se le venía al piso, dos meses llevaba presenciando la misma escena: un cúmulo de carne y huesos durmiendo a la intemperie, acurrucados en invierno y algo, tan sólo algo alejados, en épocas más cálidas. Ese jueves, la noche ya había comenzado a destapar miserias cuando María Shermann volvió a contar las cabezas que asomaban debajo de la vieja frazada. Eran ocho. “No hay mejor escuela que la calle” pensó. De otro modo jamás ocho seres humanos hubieran logrado taparse con esos pedazos de abrigo que alguna vez fueron frazada. Esa noche María escribió: “Montañeses, calle de barrio pretencioso que se quedó a mitad de camino. Calle con nombre de varón con saco de gamuza y corderito. Cuando digo Montañeses se me sube a la nariz el olor a aguardiente y vino tinto. Calle donde es difícil ver el cielo asomar entre las copas de los árboles añejos. Cuando la camino, tengo la certeza de que Montañeses hace gala de sus carencias que en realidad son sus virtudes. Ese poder caminarla y no sentir como el cemento se estampa en la cara de los transeúntes. Calle de barrio indiferente al progreso, veredas viejas, empedrado lustroso y desparejo. Calle que aún conserva como trofeos la vieja tienda de Ana, el almacén de José, la carnicería de Roque que se jacta de ser “como la buena gente de antes”, la verdulería de la familia Camargo que fía y no se amarga - según sus propias palabras-, el kiosco del tano Benito, el puesto de Juan que ya no reparte más el diario porque está muy viejo, el mercadito coreano de Chein, incansable, siempre en pose fetal, observando el movimiento de este occidente incomprensible y a Silvia, la nueva del barrio, orgullosa de su lavadero automático. De noche también es linda Montañeses. Con el caer de la tarde se va apagando hasta alcanzar una penumbra que es la bienaventuranza de los amantes. En sus veredas, los adolescentes con sus guitarras y armónicas le ponen música al silencio que se va apropiando de la noche y un grupo de fans ilusionadas, con ver llegar a su cantante favorita que vive en el 1900, piso 7, acompaña con un bullicio suave y persistente que durará largo rato. También van regresando los perros de las manos de sus paseadores, los encargados acarrean las bolsas de basura y un grupo de cartoneros que va terminando su labor le pasa la posta a los recién llegados. Cuando la noche ya pesada cae sobre Montañeses, mientras guardias y serenos comienzan sus charlas nocturnas, aparecen ellas, las ocho cabezas. Es la hora del dolor, la hora en que la realidad como una cachetada se me incrusta en los ojos y me invade el alma, la hora en que Montañeses es calle para algunos y hogar sin techo para otros. La hora de la vergüenza. Entonces, cuando voy llegando a casa, y tomo el ascensor, y siento el calor de la calefacción que se derrama por las paredes y abro la puerta de mi departamento y veo el sillón, la tele, el pocillo de café de la mañana sobre la mesa y me acerco a la ventana y no puedo mirar el cielo porque los ojos se me escapan hacia el piso y miro desde allí esas ocho cabezas apretadas una a la otra para no morir de frío y tristeza, entonces me duele mi frazada sobre el cuerpo, mi soledad absurda
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entre las sábanas. Seguramente una vez más caminaré Montañeses tu vereda-cama-casa y acercaré algo caliente que beber y algo con que llenar el hambre, luego retornaré y me costará conciliar el sueño y a la mañana, cuando salga una vez más, ellos ya no estarán allí y yo una vez más sentiré que no he hecho nada”.
Nací en Buenos Aires, Argentina, un 8 de abril de 1956. Además de Lisandro, Tomás y Lucio mis tres hijos- mi tiempo y mi pasión se reparten entre la educación, la escritura y el teatro. Trabajo como docente en varias instituciones educativas (soy Licenciada en Educación), y como capacitadora en temas de comunicación en las organizaciones dentro del Estado Nacional. Cuando no trabajo, ocupo parte de mi tiempo leyendo y escribiendo. He participado de varios talleres literarios y escrito cuentos para niños y adultos. También he llevado a cabo estudios de actuación, dramaturgia y dirección teatral.
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EL LECTOR Y EL TIEMPO CARLOS ALBERTO FERNÁNDEZ Por supuesto que Roberto Vázquez no pretendía llegar a reflexiones tan profundas que le permitieran responderse qué es el tiempo. Sí estaba seguro de que el tiempo no era solamente el que indicaba el reloj a través de segundos, minutos y horas. Él mismo se planteaba desafíos para confirmarlo una y otra vez y demostrarse que no estaba equivocado. Era la única manera de comprobarlo porque sus amigos y familiares se negaban a discutir el tema cada vez que lo planteaba burlándose de ésta, su afición filosófica, que muchas veces le quitaba el sueño. Le gustaba sumergirse en la lectura y le apasionaba jugar con el tiempo, intentando adivinar cuántos minutos transcurrían mientras leía el capítulo de una novela. Jamás dejaba de sorprenderlo el hecho de no acertar nunca. A veces creía que habían pasado diez minutos pero el reloj le indicaba una hora. En otras ocasiones le ocurría lo contrario, creía haber leído más de media hora y, sin embargo, no habían pasado más de cinco minutos. Leía más y más, todos en el pueblo consideraban que Roberto Vázquez era el mayor lector que había vivido en el pueblo. Para poder satisfacer sus necesidades compraba libros constantemente y, cuando ya había adquirido y leído todos los disponibles en Cuatro Ombúes, comenzó a recorrer otros pueblos, primero los cercanos, luego los más alejados. Se hizo conocido como “el lector de Cuatro Ombúes” (aunque para sus vecinos era simplemente “el loco de los libros”), y muchas editoriales comenzaron a hacerle atractivas ofertas. Roberto compraba y leía. Como necesitaba espacio para guardar tanto libro, comenzó a vender sus campos y a construir más habitaciones en su casa. La casa crecía y crecía inundada por miles de libros apilados en un descomunal desorden. Así, un domingo por la tarde lo visitó el doctor Bernabé Osorno Pérez, bisnieto del fundador de Cuatro Ombúes y su actual intendente. Le propuso crear una biblioteca popular para ordenar tanta literatura y ponerla a disposición de los estudiantes pobres. Roberto estuvo de acuerdo ¿cómo podía negarse a tan filantrópica acción? Al poco tiempo el doctor Osorno Pérez presidió el acto de la fundación de la Biblioteca Popular Sargento Valdivieso León de los Santos Amores Osorno Perales Trejo, tal el nombre del fundador del pueblo. En realidad el antepasado del intendente no fue persona de quien enorgullecerse demasiado: había desertado del ejército huyendo con la hija de un cacique tehuelche y construyó un rancho de adobe y paja, donde se escondió, entre los cuatro enormes árboles que daban nombre al paraje. Así se salvó, porque de lejos el rancho no se veía, por eso no lo encontraron ni los malones del temible Cagacurá ni los soldados del general Pedralva. En un solo acto, Osorno Pérez inauguró la primera biblioteca de la localidad, le puso el nombre de su antepasado y dio empleo a sus cuatro sobrinas, con sueldos bastante abultados, a cargo del erario. Pero nada de esto molestó a Roberto. Su preocupación era otra. Había cumplido 75 años y se sentía cansado. No quería morirse porque aún le quedaba mucho por leer. Entonces, decidió poner en práctica su teoría sobre el tiempo. De acuerdo con su experiencia el tiempo que indicaba el reloj no era el real, éste
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representaba una convención universal que era útil para ordenar el accionar de la humanidad. Pero, para él, el tiempo real era otra cosa, era el tiempo que percibía cada uno de acuerdo con su más profundo sentir. Así para prolongar su vida (que tenía por único motivo la lectura), decidió seleccionar libros tediosos y aburridos que le dieran la sensación de que unas pocas líneas significaban muchas horas de lectura, para engañar, incluso, a su propio reloj biológico, logrando convencer a su organismo de que sus células envejecían más lentamente de lo que en realidad lo hacían. Pasaron los años, la biblioteca seguía creciendo, otros intendentes siguieron a Osorno Pérez (sus hijos), Roberto Vázquez había cumplido más de cien años y nunca dejaba de leer. Casi no dormía, dormitaba, apenas, por instantes, porque el miedo a morirse lo mantenía alerta. Pero es sabido que nadie ha podido vencer a su destino. Una noche una gran tormenta se abatió sobre Cuatro Ombúes. El temporal quebró las torres de alta tensión y el pueblo quedó a oscuras. Cuando una de las empleadas llegó a la biblioteca por la mañana encontró a Roberto tirado en el piso, ya sin vida, con una candela en una mano y una caja de cerillas en la otra.
Argentino, 52 años, está casado y tiene un hijo. Es periodista, diseñador fotográfico, editor y docente universitario. Publicó las revistas Fotobjetivo, Fotocámara y Fotovisión entre 1983 y 2000. Es autor de cientos de artìculos sobre temas fotográficos, historia, y pedagogìa. Profesor de Fotografía de la Facultad de Diseño y Comunicación de la Universidad de Palermo,Buenos Aires, Argentina.
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HECHICERÍA Y PODER MYRIAM MARGARITA PACHECO LÓPEZ Talavera de la Reina, 1558
Francisca recorría las empedradas calles de la pequeña villa, tropezando de vez en cuando, lívida de terror, con el manto enroscándose entre sus piernas. Las fuerzas le flaqueaban y parecía no poder avanzar. De repente, la lluvia empezó a caer, una lluvia densa y plomiza y, como si de una maldición se tratase, un viento huracanado comenzó a soplar. Francisca iba a denunciar a su vecina Bernarda al Santo Tribunal de la Inquisición. La había visto desenterrar del corral lo que parecía ser el cadáver de un niño muy pequeño, casi un recién nacido. Su horror aumentó cuando ésta, con una precisión que heló su sangre, despedazó el cuerpo y colocó los cuartos sobre unas piedras, junto a la ropa mojada. Recordó haber oído llorar a la criada de Bernarda amargamente, cerca de ese lugar y los desgarradores gritos de la moza exclamando: “¡Perros moros, habéis matado a mi hijo!” Recordó también todas las veces que Bernarda había rehusado ir a misa con ella, poniendo alguna excusa y las malas cosechas que ese año habían padecido los talaveranos. Asimismo, vinieron a su mente aquellas espantables palabras que un día la oyó decir cuando, con la mano en la aldaba, quedó petrificada delante de su puerta: “Reniego de Dios, descreo de Dios que as de salir de aquí, sal de mi casa, reniego de Dios. Agora te escupo Dios, agora te escupo y témelo...” Se rumoreaba que su madre, al morir, le había traspasado los poderes y que había heredado de ella un libro secreto con el que hacía conjuros para ligar a los hombres. En efecto, Bernarda, a la que trataba desde hacía años, era una bruja, la peor en su especie, y ella, como buena cristiana, no podía permitir por más tiempo semejantes atrocidades. Un relámpago iluminó una cercana casa y Francisca sufrió una conmoción al observar la escena, mientras se acercaba más y más a la abierta ventana, aun a riesgo de ser vista. Su marido, el hombre al que llevaba unida más de treinta años, abrazaba y besaba el cuerpo desnudo de una joven y voluptuosa mujer que había llegado al pueblo hacía poco tiempo, desterrada, según algunos. La lluvia empapaba el rostro y el alma de Francisca, mientras los dos cuerpos se unían en una cópula infernal. Aunque ya no mantenían contacto carnal, nada la indujo a pensar en una posible infidelidad de él durante los años de su feliz matrimonio. ¡Ella, la beata que cumplía escrupulosamente con todos los mandamientos, la cristiana fiel, la leal sierva de Dios, había sido recompensada de esa manera! ¿Aquél era el pago a su servidumbre? Su corazón le golpeaba salvajemente el pecho al llegar junto a la iglesia de San Salvador. Sus ojos ya no lloraban, sólo destilaban ira y miedo. Los involuntarios pasos la adentraron en la iglesia hasta llegar al altar de San Bartolomé, por el que sentía una especial devoción. Y allí, a los pies del santo, pidió perdón a Dios por el acto que estaba a punto de cometer.
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Rápida como el rayo, Francisca volvió sobre sus pasos. Atravesó las solitarias callejuelas y se detuvo en una casa, cerca del convento de la Madre de Dios. El silencio lo envolvía todo. Acercó la mano a la puerta y la empujó levemente. La puerta se abrió y Francisca entró al interior de la morada. Allí, sentada, como esperando su venida, se encontraba Bernarda. Su cabellera lacia y canosa enmarcaba un rostro arrugado y mortecino. Su boca se contrajo en una sonrisa cruel al verla aparecer y alzando la mano, la invitó a pasar. Francisca supo entonces lo que tenía que hacer. Extendió, a su vez, la suya con la palma hacia arriba, al tiempo que susurraba una y otra vez: “Descreo de Dios, que agora le crucifico, reniego de Dios.” Al día siguiente, el cadáver de la bella joven apareció sobre las frías aguas del Tajo, mientras Andrés, su marido, el hombre bueno, mesaba los cabellos de su mujer y depositaba un tierno beso en sus labios. Las palabras de la bruja habían hecho su efecto.
Nací en 1967 en Talavera de la Reina (Toledo-España), ciudad en la que actualmente resido. Tras doctorarme en Filología Hispánica por la Universidad Complutense de Madrid, he impartido la docencia de Lengua y Literatura española en diversos institutos y universidades de Toledo (Centro Asociado a la UNED de Talavera de la Reina) y Madrid (Universidad “Alfonso X el Sabio” de Villanueva de la Cañada, donde enseñé durante cinco años “Comunicación oral y escrita” y “Técnicas de expresión”). En Linguax, Revista de la Facultad de Lenguas Aplicadas de dicha universidad, he publicado varios artículos de investigación lingüística, así como reseñas en Goya, Revista de arte, de la Fundación Lázaro Galdiano de Madrid, en cuyo archivo trabajé, y en Cuaderna, Revista de investigación histórico-cultural de Talavera y su antigua tierra, Colectivo Arrabal.
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EL CAPOTE DE VLADIMIR FRANCISCO JAVIER GÓMEZ CADAVID Al amanecer del jueves 30 de noviembre de 1939, el Ejército Soviético, que había partido de Leningrado, invadió Finlandia convencido de que en pocos días lograría una victoria tan rápida como la de los alemanes en Polonia, se sorprendió ante la feroz resistencia del ejército finlandés y sus tácticas de hostigamiento con pequeñas unidades de excelentes esquiadores que camuflados con uniformes blancos, atacaban a las tropas invasoras causándoles innumerables bajas y haciendo gala de una puntería fuera de serie, perfeccionada por muchos años de experiencia en la cacería de montaña. Al tercer día de campaña, tras bordear el lago Ladoga, la división de infantería blindada a la cual pertenecía el joven teniente Vladimir Rostov, se detuvo para reabastecer el combustible. El joven oficial fue enviado hacia el noroeste para efectuar un reconocimiento de ruta en busca de posibles campos minados en las estribaciones de una zona montañosa, para entonces completamente blanca por las primeras nevadas del invierno. La patrulla rusa reconocible a la distancia por el marrón de sus capotes militares, resultó objetivo fácil para los esquiadores enemigos que desde el filo de la montaña abrieron fuego causando la muerte casi inmediata de Vladimir, de siete soldados más y heridas graves a otros nueve hombres… Durante los seis años que duró la Segunda Guerra Mundial, Olenka, la joven viuda de Vladimir estuvo trabajando en una fábrica de municiones en las afueras de Moscú. Todas las noches regresaba al diminuto apartamento que sólo pudo disfrutar un año en compañía de su amado, cuyo recuerdo llenaba su mente reviviendo los momentos felices que pasaron juntos y soñando con el día en que pudiese viajar a Finlandia para desenterrar los restos de Vladimir y darles cristiana sepultura en su ciudad natal. Un ajado croquis que había elaborado uno de los soldados que enterró el cuerpo “con el capote puesto para que no sienta frío en su viaje al más allá y bajo siete piedras redondas que forman una cruz marcada con su nombre y colocadas sobre la fosa”, eran las únicas pistas del lugar, que según el soldado, quedaba sobre las montañas cercanas al lago 150 kilómetros al noroeste de Viborg. La última noche de su largo recorrido de casi mil kilómetros desde Moscú hasta un granero semiderruido que aparecía como primer punto de referencia en el croquis, la pasó Olenka en su interior, insomne, aterida y ansiosa por emprender, colina arriba, la marcha a pie hasta el lugar en que se encontraban los restos de Vladimir. Al atardecer y cuando tenía a la vista las rocas que identificaban el sitio, dio un traspié y rodó hasta que un tronco detuvo su caída. Aterrada, intentó levantarse y comprobó que tenía una pierna fracturada. Se arrastró como pudo buscando refugio en una cueva cercana, pero en su esfuerzo el dolor le hizo perder el sentido. Al recuperarlo, comenzó a nevar y Olenka se resignó a morir congelada… De repente, vio con claridad la imagen de Vladimir que se aproximaba sonriente, se despojaba del capote, la envolvía en él y la levantaba en sus fuertes brazos. Aferrada al cuerpo de su amado se quedó dormida mientras éste avanzaba ladera abajo… Tiempo después, al abrir los ojos, se sorprendió acostada en una mullida cama en medio de una cabaña, en cuyo interior crepitaba el fuego de una chimenea y se percibía el aroma de una cafetera
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hirviendo. Intentó levantarse y con sorpresa se percató de que estaba completamente sola y tenía puesto el capote marrón de Vladimir.
De nacionalidad colombiana, nació en Bogotá en 1946, ingresó como cadete al Ejército de su país del cual se retiró a los treinta años de edad con el rango de Capitán de Caballería, por ello sus amigos le conocen como el Capi. Posteriormente hizo una maestría en Administración de Empresas en una universidad centroamericana de postgrado en la que trabajó diez años como profesor en las áreas de mercadeo y estrategia empresarial. En 1988 regresó al país y creó su propia empresa de capacitación gerencial. En 2002, se retiró de la actividad empresarial para dedicarse por completo a escribir; desde entonces ha creado una colección de cuentos breves, "Urdimbres", y dos novelas: "Al Final de Mis Guerras" y "Policarpo. Historia de un Deudor Amoroso". En la actualidad trabaja en la preparación de una tercera novela y mantiene una columna permanente: "Los Cuentos de kapizan", publicada mensualmente en el periódico ´Montepincio´ que se distribuye en once municipios de la Sabana de Bogotá.
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NEPOMUCENO TENÍA RAZÓN RAFAEL BORGE
Leo el periódico desde niño, desde que tengo memoria para archivar sucesos. Es una costumbre heredada. La culpa es de mi padre. Estaba afiliado a cuatro diarios nacionales con enfoques divergentes. Por las mañanas tardaba hora y media en digerir la información. No creía a ciegas en ninguno. Su trabajo era de factoría. De los posos de aquella lectura múltiple surgía un híbrido de la realidad. Con aquella masa mi padre elaboraba su realidad. Adquiría un nuevo conocimiento excelso, complementario. “Evita ser un hombre manipulado”, me decía. Mi padre murió viudo consciente del proceso de la muerte. Hace diez años. Por primavera. Además del coche y un apartamento, me testó el hábito de la pluralidad informativa. Solo nos diferenciábamos en un gesto minúsculo. El abría su labor de indagación por la primera plana. Yo nací zurdo. Por eso entro siempre a leer la prensa desde la hoja final. Hoy es 12 de mayo. El día es transparente, azul, fabuloso. Siempre que la naturaleza dibuja lo perfecto surge alguna adversidad que deshilvana lo sublime. Una compensación injusta. Estaba leyendo la prensa esta mañana cuando me detuve en la página del Horóscopo. Nunca presto atención a sus contenidos, me resulta una materia poco fiable. Aunque es cierto que a veces el destino interviene y nos sitúa en lugares inapropiados, en circunstancias incómodas. A mí esta mañana el destino me colocó la voluntad de cara a la página del Horóscopo. Indagué por tontería el correspondiente a mi fecha de nacimiento: Aries. No estaba. La tabla saltaba de Piscis a Tauro. Es decir, entre Piscis y Tauro crecía un abismo espeluznante. Solo la nimia gravedad de un asterisco transportaba al lector al pie de página donde, el astrólogo firmante, advertía con insistencia sobre la obligada necesidad de abstenerse o postergar (de un modo ineludible) cualquier decisión que tuviéramos que afrontar en próximas fechas. Dada la coyuntura de los astros ligeros y la asombrosa alineación de los más pesados, era necesario que los Aries desmoronaran cualquier iniciativa que les surgiera entre las fechas indicadas. Contrariar el lenguaje de la bóveda celeste era sinónimo de llamar a gritos a la desgracia. Me pareció un referente absurdo, pretencioso, indignante. Entré en contacto con la redacción del periódico en cuestión. Y en contra de lo que suele ocurrir, di con una mujer muy amable que me proporcionó la dirección del maldito intérprete planetario. “Carece de teléfono -me indicó-. Aunque firma la crónica como Nepomuceno, se llama Edelmiro y vive en el 25 de la calle Santa Engracia, 4ºB”. “Gracias”, le dije. Llamé al despacho, inventé una disculpa y tomé el autobús. Era intolerable. Cogí la nueve milímetros de mi padre y un cargador. Nunca se sabe en la vida qué puede ocurrir. Discutimos. Antes de las doce pm le dejé allí tendido en la tarima, flotando en su propio Rh, el cuerpo convulso, con un agujero por donde brincaba la sangre entre la carne desgajada. En el fondo del pozo del pecho se intuía una víscera viva, dilatándose, vaciándose, como un bizcocho tierno al que le palpitara la masa en la fragua del horno. Escapé.
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Al día siguiente vinieron a buscarme seis dotaciones de coches de Policía. Llamaron a casa. Abrí. Me esposaron. No dije nada. No me dio tiempo a leer los titulares, aunque intuía la noticia reina en el ámbito local de los sucesos del día anterior. En la jefatura, tras testificar, pedí los periódicos. Volteé la última página. Salté a Raúl del Pozo. Arribé a las anteriores esperando hallar una estela, un silencio, un hueco irremediable. Pero allí estaba en pie Nepomuceno y su Horóscopo habitual. Con una dignidad insultante. El signo de Aries continuaba oculto a la adivinación manteniendo el confuso asterisco con la sobria advertencia. Corrí a leer los Sucesos. Allí estaba levantada la noticia: “Incongruente asesinato en Santa Engracia 24. El joven inquilino del 3ºB...” “¿3ºB...?”, pregunté a uno de mis guardianes. El sargento afirmó mirándome con repugnancia. Cotejé la información de los otros diarios. Describían lo mismo. Nepomuceno tenía razón. Los fríos astros tenían razón. El escueto asterisco tenía razón. ¡De haber postergado las decisiones no me habría equivocado de piso... no me habría equivocado de muerto... no me habría equivocado!
Nació en Santiago de León de Caracas en 1954. Reside en España desde 1964.
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DEMENCIA EVA ESCORZA PIÑA Sintió la necesidad de escapar y se apresuró a buscar refugio en el único rincón donde se encontraba completamente a salvo, donde sus fantasmas siempre guardaban silencio. Corrió hasta convertir su aliento en resuello, hasta que su corazón le oprimió salvajemente el pecho, hasta que las plantas de los pies volvieron a sangrarle violentamente. Esta vez no sería diferente y siguió desatendiendo los desesperados gritos de su cuerpo que le suplicaba una tregua. No reconoció a los seres que se cruzaban en su camino, todos uniformados de un blanco inmaculado. Se limitó a tratar de apartarlos a manotazos, algunos parecían rostros familiares, demasiado familiares quizá, pero no tenía tiempo que perder descifrando aquel galimatías, debía salir de allí inmediatamente. El pasillo por el que se deslizaba serpenteaba y se movía a un ritmo hipnótico bajo sus pies. Le costaba mantener el equilibrio. Un dolor agudo e intenso le arrancó un aullido de los labios. Dos violentos apretones en los brazos le hicieron sentir que estaba atrapado. Una corriente tranquilizadora navegó por sus venas y secuestró sus fuerzas haciendo que las piernas se le derritieran en segundos. Fue incapaz de reaccionar y con los sentidos anulados por los sedantes se dejó abrasar como la mantequilla que bailotea en una sartén a fuego vivo. Entró en el habitual trance somnoliento de horas en espiral. Comenzó el ascenso interminable que le provocaba el sueño inocuo de las drogas administradas contra su voluntad. La misma visión siempre recurrente: se hallaba en lo que parecía una siniestra habitación, aunque para su desesperación estaba rodeado de puertas de diferentes formas y tamaños. Las ventanas tapiadas, aumentaban la sensación de claustrofobia, imposible adivinar que encontraría en el exterior. Se decidió a entrar por la más pequeña. Se descubrió entonces recorriendo a gatas un largo y angosto sendero que desembocó en una infinita escalera de caracol. Subió un millar de peldaños hasta quedar exhausto. Se desplomó y decidió entonces darse por vencido. Llevaba una eternidad intentando salir de allí, y ninguna de sus incursiones había servido de nada. Siempre acababa en el mismo punto. Siempre se encontraba de nuevo frente a aquella multitud de puertas. Pensó entonces en firmar su rendición. ¿Para qué seguir intentándolo? Su imagen nítida volvió como un relámpago a iluminarle y le rescató de su absurda idea. ¿Acaso no tenía un objetivo claro? ¿Acaso no conocía la solución a sus problemas? Sabía que ella le recibiría sin reproches una vez más, serena. Él se dejaría mansamente empapar, confortar, acunar... se dejaría completar y volverían a ser un sólo ser. Disfrutaría minutos eternos observando el vaivén de sus suaves olas lamiendo la cálida arena de la orilla. Le bendeciría con la paz que tanto necesitaba y valía la pena cualquier esfuerzo. Necesitaba llegar como fuese hasta ella. Tenía que verla, sentirla, sumergirse en sus aguas y dejar que le concediese la tranquilidad y el descanso que tanto necesitaba. Tenía que inundarse de ella, y lo seguiría intentando sin descanso hasta conseguir que le arrebatase hasta su último aliento.
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Gaditana de nacimiento, (1974), actualmente reside en Getxo (Vizcaya). Trabaja en el departamento de administraci贸n de IKEA FOOD. Compatibiliza familia, trabajo y afici贸n (no siempre en este orden). Finalista del Certamen Pompas de Papel, 2006. Ganadora de los Cert谩menes del Ayuntamiento de Sopelana, 2007 y 2008. Finalista del Certamen Orola, Vivencias 2007.
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DIPLOMACIA JOSÉ MANUEL DORREGO SÁENZ
Tras duros meses de encarnizada lucha, nuestras posiciones fueron invadidas. Ese dato, por sí solo, debería suponer que habíamos perdido la guerra. Técnicamente, no hay ninguna duda: los territorios que defendimos sin descanso durante el eterno y crudo invierno, habían sido tomados. Cierto. Sin embargo, ya inmersos en la derrota, no puedo evitar hacerme una pregunta: ¿Perder era esto? Porque ahora que el enemigo se pasea tranquilamente por lo que fue nuestro territorio, no tengo muy claro que la contienda la hayamos perdido, al menos no en el sentido más dramático de la expresión. Visto de cerca, el adversario resulta muchísimo menos feroz de lo que aparentaba tras las trincheras, cuando nos enfrentábamos a ellos sin darnos tregua. Y ahora, ese mismo enemigo, sin armas, sin el odio dibujado en el rostro, se antoja mucho más dócil, más humano. Incluso a tu verdugo le acabas tomando cariño cuando para mirarle a los ojos te tienes que colocar las gafas para ver de cerca. Es complejo, esto de la guerra... Así es: hace un par de semanas que el enemigo tomó nuestro pueblo sin disparar un solo tiro, ni siquiera al aire. A veces pienso que fue eso lo que nos desconcertó. Uno espera que entren arrasando, llevándose sin piedad cuanto encuentran en su camino, pero ellos no. Ellos entraron con suma naturalidad, relajados, con las manos en los bolsillos, como quien entra un domingo por la mañana al garaje de su casa para sacar la bicicleta. Así es muy difícil combatir contra nadie, ni siquiera defenderse. No puedes agredir a alguien cuyo aspecto se asemeja bastante al de ese vecino que viene inocentemente a pedirte un poquito de sal. Nos habían enseñado a odiar al enemigo, pero jamás nos dijeron que el enemigo puede tener el rostro de aquel lejano familiar que viene a visitarte por navidad. El odio requiere de una estética tremendista de la que carecía por completo aquella gente. Tenía aquella invasión como un toque de jornada dominical, de mucho tiempo libre, como de excursión campestre a un bosquecito urbanita de las afueras de la gran ciudad. Juraría que alguno de sus mandos (Había tenientes, capitanes y hasta algún General) silbaban canciones de Frank Sinatra, el viejo Franky, mientras ocupaban nuestras casas, vaciaban nuestras despensas y se llevaban gentilmente de la mano a nuestras esposas, como si las estuviesen sacando a bailar. Todo eran sonrisas y buenas maneras. Incluso me pareció escuchar un leve acento de Oxford entre la soldadesca que hizo de avanzadilla para invadir nuestro pueblo. Resulta complejo resistirse cuando lo que te pide el cuerpo es cederle el asiento al invasor. Han pasado quince días desde aquella inusual invasión y las cosas no puede decirse que nos vayan del todo mal. Es cierto que nos expulsaron de nuestro territorio, que se quedaron con nuestras esposas, que ocuparon nuestras casas y se comieron nuestras cosechas, pero también hemos de reconocer que el trato resultó en todo momento exquisito. No hubo una voz más alta que otra e incluso alguno de entre ellos blandía pañuelos al viento mientras nos alejábamos, como la novia que despide al soldado en el andén de la estación. A veces, mientras nos alejábamos de nuestras tierras, alguno de
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nosotros volvíamos la cabeza, y entonces ellos nos miraban encogiéndose de hombros, como dándonos a entender que lo sentían mucho, que les disculpásemos por habernos invadido, pero que la guerra —y la vida— son así. Además, lo principal de todo es que estábamos vivos, que a fin de cuentas es lo que importa. Si no fuera porque nos quitaron todo lo que era nuestro, juraría que los echo un poquito de menos. Ahora somos un pueblo —o lo que queda de él— nómada. Vagamos por la comarca sin rumbo definido, al pairo, con la secreta esperanza, intuyo, de encontrar algún modesto pueblecito que se deje invadir por nosotros. No pedimos tanto. Nosotros tampoco llevamos armas ni planes de combate. Nuestras balas son nuestra diplomacia. Vestimos con una discreta elegancia y nuestras formas resultan de todo punto exquisitas. Quien más quien menos puede sostener una conversación de cierto nivel. Con esas y otras armas de urbanidad esperamos invadir algún pueblo en el que podamos establecernos definitivamente. Confiamos, en fin, en nuestra capacidad de seducción.
Nací en Madrid, que es, según Ramón Gómez de la Serna, “el lugar donde la gente se mete las manos en los bolsillos como nadie en el mundo”. Tuve una infancia razonablemente feliz, sin traumas reseñables. Estoy sano, que no es poco, y disfruto tanto yendo al cine, escuchando jazz, leyendo un libro o dejándome acariciar acompasadamente la nuca por los dedos de una dama. Muy pronto intuí que tenía que ganarme la vida escribiendo, pero como nadie me paga lo suficiente por lo que escribo, sobrevivo dignamente en oficios varios, todos legales. Yo de mayor quiero ser Quevedo. Mientras tanto, escribo relatos cortos y novelas inacabadas —mi especialidad—, en espera de que algún día me surja de la cabeza la más fascinante historia jamás contada. Ya la huelo...
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EL RELEVO ÁNGEL FRANCISCO QUINTERO LUGO Sé que nadie creerá lo que voy a decir. Sé que muchos se reirán discretamente de estas líneas y les concederán la más graciosa de sus muecas escépticas. Pero, aun sabiendo esto, no me resisto a contar lo que pronto leerán, porque aún me queda una pequeña esperanza: quizá alguien... Trataré de ser exacto. No recuerdo muy bien cómo empezó todo. Supongo que de la manera como lo hacen los grandes acontecimientos: imperceptiblemente. Ahora, con la perspectiva que ofrece el tiempo, quizá sí soy capaz de adivinar los pequeños detalles que delatan lo que después pasó. En aquel entonces no podía discernir lo que se alejaba de lo normal. Algún día, que no sabría concretar, algo me llamó la atención, quizá alguna palabra abandonada en el aire, algún gesto contenido y significativo, una mirada ansiosa... Algo que me hizo estar apercibido, en guardia. Varias semanas después ya tenía una certeza: se planeaba algo. Había descubierto que un grupo de personas mantenían y alimentaban una conspiración. De momento no sabía quiénes eran ni qué querían, sin embargo, pronto lo sabría. Una tarde, al intentar componer una imagen con las piezas dispersas, vi con asombro cómo ninguna de las personas que creía implicadas era ajena a un círculo cultural que por aquel entonces estaba muy de moda. Se llamaba Antíos. Este descubrimiento fue muy laborioso, y aún hoy temo que fue más resultado de una casualidad intuitiva que producto de mi brillante capacidad de deducción (como entonces quise creer). Así pues, ya sabía algo: el centro cultural era un nido de conspiradores. Con esta certeza me pasé muchas tardes allí, intentando, vanamente, descubrir algo más. Pronto me cansé y dejé de acudir a aquellas aburridas sesiones de coloquios y conferencias que tenían los temas más dispares y no menos aburridos. El veinte de marzo me visitó un viejo amigo, Pablo; parecía preocupado por algo que no me explicó. Quería que lo acompañara a una conferencia. Como era habitual en él venir a buscarme para casos semejantes, acepté sin preguntarle nada más. Cuando me quise dar cuenta me encontraba en el salón del Antíos, sentado en segunda fila y esperando al conferenciante que iba a disertar sobre una variedad de mosquito propio del Amazonas. Interesantísimo, por cierto. Al cabo de una hora ya no sabía en qué posición colocarme, y el caso es que la conferencia parecía ser interesante para todos menos para mí. Mi amigo Pablo no se perdía una palabra y de vez en cuando mostraba un total asombro ante el hecho de que el mosquito tuviese alas de distintos tamaños, o que su zumbido poseyera varios tonos o características por el estilo. Yo me mandaba al diablo por mi poca sensatez y por no tener el valor de levantarme e irme. Sin embargo, quizá como producto del más profundo aburrimiento, empecé a notar algo raro. A veces he tenido la sensación de que, en reuniones con desconocidos, por debajo de la conversación superflua que se mantenía, se mandaban constantes mensajes cargados de contenido, dos conversaciones
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simultáneas y de las que yo sólo era el receptor de una: la intrascendental. Pues bien, de repente, allí sentado, tuve esa misma sensación. No puedo explicar por qué, pero esa idea se me clavó en el cerebro y no la pude rechazar. Cuando salimos le declaré abiertamente mis sospechas a Pablo, que, evidentemente contrariado, me trató como poco menos que loco. Me arrepentí de haber hablado con él, porque estaba claro que de existir el tal complot y doble mensaje, él formaba parte de aquello. Así que me dispuse a arreglarlo y confesé a mi amigo que todo había sido una broma con la que quería divertirlo. Pareció quedar más conforme, aunque no logré borrar la desconfianza de sus ojos negros. Ya no me llamó más y aún no me explico por qué lo hizo aquella vez, pues fue precisamente esa conferencia la que me confirmó en mis primeras sospechas. Quizá sólo se dejó abandonar a su costumbre de ir acompañado a las charlas, pensando que aquello no entrañaba ningún peligro. Después de este importante descubrimiento no dejé de pasar ni una sola conferencia, aunque el título fuese el menos alentador. Cada vez se confirmaba más mi idea y, si bien yo seguía sin entender nada, comprobé cómo siempre eran las mismas personas las que asistían allí y que no se perdían palabra. Mi curiosidad se agudizó tanto que caí, sin remedio, en la tentación de investigar a todos aquellos individuos. Sin embargo, nada había en común entre ellos. Eran personas de toda condición que trabajaban en todo tipo de ocupaciones. Aquello era descorazonador y, a pesar de ello, mi idea se acrecentaba y asentaba más firmemente en mí. Decidí ir a la policía convencido de que ella lograría llegar al fondo del asunto. Creo que pasé horas intentando hacerme entender y alejar de sus mentes la idea que se les dibujaba en el rostro: me creían loco o, algo peor, un bromista. Cansados, supongo, de mi insistencia, acudió un grupo a la citada asociación. Hicieron algunas preguntas al director, miraron aquí y allá y se fueron. Me advirtieron que no se volviese a repetir. Esto estaba perdido: no sólo la asociación seguía a cubierto, sino que, avisados ahora, el acontecimiento del domingo no tendría lugar. Cualquier otro día, desprevenidos, nos encontraríamos con alguna catástrofe que yo había intentado evitar y que no supieron ver los demás. Cansado, creyendo también que todo era pura coincidencia y que mi imaginación calenturienta me tomaba el pelo, decidí dejar el asunto y descansar. Pasó algún tiempo. Mi amigo me visitó. Hablamos largamente. Entre risas me preguntó sobre aquella mi historia de un complot. Le dije que todo había sido una tontería. Pareció aliviado. Se ofreció a firmarme el ejemplar que de su obra había comprado yo recientemente, alentándome a leerla. Sentado en mi sillón lo veía acomodarse para dedicarme el libro. Su libro. La verdad es que, de momento, no tenía intención de leerlo, pero le agradecí el detalle. No es fácil tener una obra dedicada por el propio autor, aunque trate sobre el artículo masculino en el dialecto meridional de una lengua deprimida del África Negra. Entonces fue cuando un rayo de luz me sacudió de arriba a abajo. Allí, sentado, tenía la respuesta. Había estado delante de mí todo el tiempo. Me pregunté más de mil veces qué nexo uniría a gente tan dispar. Qué idea los aventuraba a llevar a cabo las acciones que pretendían. Y el no encontrar la
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respuesta me aseguraba más en mi error. Y todo el tiempo lo había tenido ante mis ojos, una y mil veces. Mi amigo cogió la pluma con la mano derecha, desenroscó la tapa y la pasó a la mano izquierda. Zurdo. Él era zurdo. Todos eran zurdos. Caprichosa y trágicamente zurdos. Otra vez era él quien me descubría, sin saberlo, su más callado secreto. De nuevo era él el que me daba la respuesta a la más absurda de las preguntas. Desde entonces tengo miedo. La policía sigue creyendo que tengo una imaginación portentosa y mi último descubrimiento los confirmó más en esta idea. Estoy solo, pues. No me confío y estoy atento. No pierdo contacto con la asociación, aunque cada vez voy menos. Tengo miedo. Ese miedo que no es físico sino cerebral. Ese miedo callado y corrosivo. Desconfío de todos. Mi amigo nota un cambio en mí, pero está aún lejos de descubrir que lo sé todo. Temo ese momento. ¿Qué será de mí? Una sensación oscura me persigue y atormenta. Y la duda de si serán capaces de algo cruel, de algo del color de la represalia contra aquellos que han sido durante siglos y siglos los dominadores del mundo, contra aquellos que han sido siempre los escogidos de los dioses, contra aquellos que nunca sé nombrar porque ellos son la perfección, contra, en fin, los diestros, me hiela. Ha llegado, pues, el momento de lo insospechado, de lo nunca temido. El eternamente sometido conspira en el mismo silencio al que fue arrojado desde el comienzo del mundo. Y el sometedor nada sospecha, satisfecho y olvidado de su crimen primero. El mundo zurdo, el mundo marcado, los malditos, conspiran. Cincuenta millones cansados de vivir en un universo hostil, extraño, contrario. Ya están preparados. Ya se sienten fuertes. Todo está dispuesto. Así, pues, el relevo está ya aquí, la hora ha llegado del cambio de guardia, del cambio de perspectiva. ...Y solamente yo lo sé.
Nací hace 42 años en La Laguna (Tenerife) y desde pequeño me he dedicado a escribir cuento y alguna que otra poesía. Estudié bachillerato y fui a la Universidad donde me licencié en Filología Hispánica. Llevo quince años dando clases de Lengua y Literatura y animando a mis alumnos a poner por escrito lo que piensan. He participado en proyectos de animación a la lectura en centros educativos y bibliotecas y en festivales internacionales de Narración oral. Casado hace once años con la mujer más maravillosa del mundo (Montse). Mis dos obras, que rozan la perfección, son mis dos hijos: Adrián y Alejandra.
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LA FAMA LUIS LLORÉNS MARÍN Caminaba resuelto entre la muchedumbre que llenaba las calles de la ciudad a esas horas de la mañana, cercana al mediodía. Había tomado, por fin, una decisión que llevaba tiempo madurando. Se dirigía a los estudios de una televisión privada, con una de cuyas periodistas más afamadas, Amelia Lavado, colaboradora del programa dedicado al famoseo que lograba las más altas audiencias semana tras semana, había contactado el día anterior y le había citado a las doce. Iba dispuesto a hundir la reputación de Juan Espinar, ese sinvergüenza que él tan bien conocía, y que inundaba las páginas de las revistas del corazón y aparecía en todos los programas de tele basura desde su boda con la marquesa. Siempre aparecía como un hombre vividor, pero sin tacha, y el estaba dispuesto a echar por tierra su prestigio, y de paso, engordar de manera sustancial su cuenta corriente, la oferta económica que le habían hecho en la televisión era suculenta. Conocía con detalle las ingentes cantidades de dinero que Juan Espinar ingresaba por su fama recién adquirida y el pensaba que también tenía derecho a compartir ese pastel. Es más, después de aquello, ¡él también sería famoso!. Para que accediera a recibirle y contar la verdad de Juan Espinar, había tenido que dar algunos detalles que confirmaran a ojos de la avezada periodista que no era un camelo, que era un testigo fiable. Pero él le dio tal cantidad de información que la periodista no dudó en citarle de inmediato. Su mente intentaba estructurar durante el trayecto hasta los estudios televisivos todo lo que quería contar: las infidelidades matrimoniales desde el primer día de casado, sus extraños gustos sexuales, sus problemas familiares, sus contactos con personas relacionadas con la mafia rusa, sus oscuros negocios…Quería contarlo todo. Apretó con fuerza la cartera en la que llevaba documentos, cintas y vídeos que confirmaban y apoyaban su historia, mientras se regocijaba para sus adentros y miraba desconfiado a su alrededor. Llevaba una auténtica bomba de relojería en sus manos, una bomba que le explotaría a Juan Espinar en la cara, ese hombre que llevaba tantos años atormentándole, que siempre se llevaba las alabanzas y para él sólo quedaba lo oscuro, lo negativo. La hora de la venganza había llegado. Casi sin darse cuenta se encontró en la sede de la televisión, su conocido logotipo cubría la puerta de entrada. Una vez pasados los controles de seguridad, ya dentro del amplio recibidor, se quitó el abrigo y la bufanda que casi le tapaba la cara y se dirigió al mostrador de información, donde preguntó por Amelia. Un atento conserje le indicó el ascensor que debía tomar y la planta y número de despacho en la que encontraría a la periodista. Dentro del ascensor notó que temblaba un poco, era una mezcla de tensión y emoción, como un depredador a punto de saltar sobre su presa. Sonrió levemente y entorno los ojos. Cuando estaba frente a la puerta del despacho, inspiró con profundidad y llamó. La conocida voz de Amelia Lavado, un tanto aguda para su gusto, le invitó a pasar. Cuando la tuvo enfrente ella le sonrió y le saludó: — Buenos días Juan, te veo muy bien.
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A continuación, apretó un botón del interfono y dijo: — Por favor Matías, avise a los enfermeros del psiquiátrico, el señor Espinar está aquí.
Nací en octubre de 1959 en Alcoy (Alicante, Valencia), aunque mi vida, desde un primer momento, se ha desarrollado en Extremadura, mis padres fueron valencianos que realizaron la emigración a contracorriente. La infancia y juventud en Villanueva de la Serena y desde hace unos 15 años vivo en Don Benito. Estoy casado y tenemos una hija. Soy Licenciado en Biología, aunque mi trayectoria profesional ha sido muy diversa, unas veces más cercana que otras a mi titulación. En la actualidad, y desde hace ya algunos años, mi trabajo se centra en el mundo del desarrollo rural y local. Mi principal aficción es la lectura, de todo tipo de libros, aunque tengo debilidad por escritores sudamericanos, como García Márquez, Vargas Llosas, Juan Rulfo, Miguel Ángel Asturias, etc., no tanto por lo que cuentan, sino cómo lo cuentan. Me gusta escribir, pero apenas lo hago, sólo ocasionalmente y normalmente para mí.
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LA JAURÍA GUSTAVO ALBERTO SCHEK Por fin, de una vez por todas, iba a dejar de escapar. Por fin iba a entregarse. El Capitán se irguió en todo su metro noventa, la barba rubia enfrentando la brisa que empezaba a acariciar las islas. Amanecía hacia el Este, hacia el Uruguay, donde los Bajos del Temor se funden con el Río de La Plata. La Sudestada era sólo un recuerdo, luego de cinco largos días de furia atronadora, y olas que en algún momento le evocaron las tormentas de la costa de Calais. Era la más violenta que recordara, desde que había llegado a esa planicie de agua en el otoño de 1946, apenas dos años antes. El único rastro de la tormenta era el lodazal que recién afloraba, al retroceder la inundación. Y los mosquitos, nubes de mosquitos a deshora. Miró hacia la casa, sobre los pilotes. Volker y Gretchen, los dos mastines, miraban hacia el piso de arriba, gimiendo en sordina. Olían la muerte y no estaban acostumbrados, a pesar de su aspecto feroz. En la ventana de la cocina, blindada en un silencio que sólo saben portar los Guaraníes, Delfina se concentraba con sorda obstinación en fregar las fuentes de la cena. Ahora sí que la hice buena, pensó el Capitán. Y se sorprendió pensando en castellano, ese idioma raro, de sílabas secas, aprendido durante su huida a este remoto lugar del planeta, donde los lugareños lo habían apodado El Capitán por no poder pronunciar su nombre. Donde nadie podría seguirlo. O casi nadie, hasta que apareció Pavel. Ahora había que ver qué iban a inventar los ridículos militares del Régimen para seguir protegiéndolo. Con fanatismo de opereta le habían dedicado saludos de brazo en alto, y herrhaupts chapurreados con saliva en las comisuras, le habían conseguido documentos falsos, y ese rancho. Habían influído sobre la Policía de Islas para que no se metieran con él. Iba a ser gracioso ver qué hacían ahora. De todas maneras, nunca había escapado en realidad. Lo habían alcanzado hacía mucho, casi desde el fin de la guerra, los espectros que poblaban sus sueños. Cada noche hordas de calaveras harapientas extendían sus manos. Lo arrinconaban. Los jirones se adivinaban restos de uniformes a rayas y estrellas amarillas. Despertaba agitado, para encontrarse con el abrazo de Delfina, y su eterno silencio. Quizá ahora estarían conformes y lo dejarían en paz. Desde la ventana, Delfina miró a su hombre. El Capitán la había comprado a sus padres a poco de llegar. El viejo cacique había aceptado que el extraño gigante rubio, el añá recién llegado de hablar gutural, la trocara por una mochila llena de objetos metálicos con inscripciones raras, y un puñal con una calavera grabada, que en las manos de su padre destazaba nutrias con facilidad de asesino. A cambio, junto con su hija, el cacique le dio un enorme machete herrumbrado, de mango de viraró, con el que Delfina desmalezaba con golpes certeros las avanzadas de la jungla que rodeaba la casa. Ella estaba mejor así. No pensaba volver a ser nadie, a malvivir en su choza, a ser maltratada de nuevo por su padre. Sabía que al Capitán lo buscaban, aunque no entendía por qué. Hubiera estado dispuesta a matar con tal de estar con él, especialmente ahora, en que sus presagios eran cada vez más
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negros, desde que ambos habían visto el bote en la distancia, apenas 5 días atrás. Primero había sido como un mosquito levantando sus alas, sobre una superficie inmensa de cristal azulado, entre las islas chatas como sarpullidos del río. Luego había irrumpido el viento, y durante horas lo vieron de a ratos, casi zozobrando entre el oleaje caótico, apenas una mancha del lado de Punta Morán. Llegó con la última luz. Se presentó como Pavel, y pidió que lo dejaran alojarse en la casa hasta el fin de la tormenta. Era distinto a los evadidos del Régimen, que el Capitán veía pasar remando cada tanto, buscando furtivos las seguras playas de la costa Oriental. El bote en cambio, era común, de madera con estructura a tingladillo y asiento fijo, de los usados por los clubes del Tigre. Estaba inundado hasta la mitad, y así estaría hasta el fin de la tormenta, cuando su nuevo remero emprendiera el camino inverso. Pavel era enjuto, cetrino, con una mata fija de oscuro cabello enrulado, en la que el Capitán creyó adivinar oscuras raíces semíticas, o por lo menos eslavas. Su único equipaje era una gigantesca valija plateada, que arrastró con dificultad escaleras arriba. Era la primera vez que alguien pedía alojarse, con la creíble excusa de esperar a que el oleaje amainara. Y la primera vez que se veía una valija de esas en los Bajos del Temor. En Europa no. El Capitán las había visto en varias ocasiones, plateadas y voluminosas, o grises y algo más pequeñas, aunque igual de pesadas. La mejor había sido la del inglés capturado en Dunkerke: Excelente transmisor espía el Westinghouse de 10 Watt, aunque no se podía comparar con el Siemens. Pavel hablaba poco, sonreía siempre, la valija estaba siempre cerrada. Comía casi en silencio. Le dieron el cuarto superior, que estaba vacío. A todo esto la sudestada había crecido hasta doblegar árboles y hacer volar ramas y chapas. Imposible salir. Dentro de la casa, el ruido del viento obligaba a hablar a los gritos. Por eso no había entendido lo que oía por las noches, al despertar de sus pesadillas. Del cuarto del parco Pavel llegaban no una, sino dos voces. La interlocutora del huésped era una voz metálica, más aguda, como de parlante de radio. Era imposible entender lo que decían y lo había sido todas esas noches, hasta que en la última el viento empezó a ceder. Y entonces, en plena medianoche oyeron repentinas, terribles, las palabras localizo,localiza ó localisse, no se entendía con claridad, pero era suficiente. Delfina se levantó de la cama, en silencio y salió de la habitación al fresco y a la costa y a los grillos. A los pocos minutos escuchó sus pasos leves arrastrándose sobre los escalones que llevaban a la habitación de Pavel. Era el fin. El cansancio, ó quizás una especie de alivio, le cerró los ojos. Esa madrugada no soñó. Cuando despertó, seguía solo en la cama. Había salido a esperar el amanecer, quizá fuera el último en libertad. Ahora la claridad era mayor, y las islas se inundaban de una bruma pegajosa. Oyó ruidos de desayuno en la cocina, Delfina preparaba el mate como si nada pasara. Volvió a mirar hacia el piso superior. Era la hora. Ella apenas movió la cabeza cuando el Capitán pasó escaleras arriba, hacia el cuarto de Pavel. La sangre había formado charcos y lagunas, un pequeño delta que trazaba sus mapas entre los desniveles del piso. Pavel yacía casi decapitado sobre la
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cama, en una posición grotesca. El Capitán levantó el machete ensangrentado del piso, y frotó el mango con su mano, hasta que desapareció la última huella de los dedos de Delfina, y solo quedaron las suyas propias. Con un certero golpe hizo saltar el mecanismo, y abrió la valija: Como una parodia del cadáver, ocupando el espacio donde alguna vez hubo un transmisor, un muñeco de ventrílocuo de mueca burlona le devolvía una mirada fija. Descansaba sobre un cartel mal pintado a mano que decía PAVEL Y LOCOLISO ULTIMAS FUNCIONES, y seguiría en su retina horas después, mientras remaba hacia el Destacamento sobre la inmensa llanura de agua que reflejaba el cielo.
Argentino, nació en 1956. Vive en Buenos Aires y tiene dos hijos. Es Bioquímico especialista en análisis de agua. Ha sido redactor humorístico en la Revista Nauticomix.(1995-96) Obtuvo el 2º premio en el Concurso de cuentos de la Emisora Lobos con “La Ceremonia” y el 1º premio en el Concurso Hospital Zubuzarreta con el cuento “La Otra Mirada” Es colaborador de "La Pagina de los Cuentos".
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