CRÉDITOS Lenín Moreno Garcés Presidente de la República Patricia Cepeda Vásconez Directora de Gestión Cultural Iván Cruz Cevallos Curaduría Gabriel Ortega García Fotografía Iván Cruz Cevallos Micaela Ponce Chiriboga Museografía Alfonso Ortiz Crespo Ma. Gabriela Villacrés Martínez Dirección Editorial Adrián Tambo Robalino Dirección de Arte Gráfico
Contenido Quito a dos cuadras del Cielo
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La navidad en el arte quiteño
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La Navidad:Nacimientos y Novena en Quito
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Dulce Jesús mío,mi niño adorado
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Cantos de Navidad
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Jorge Enrique Adoum
José Gabriel Navarro
Alfonso Ortiz Crespo
Jorge Carrera Andrade
Quito a dos cuadras del cielo
Jorge Enrique Adoum
Antes de que el nevado árbol de Noel fuera trasplantado a nuestros países tropicales solíamos construir pesebres de Navidad. Las familias y los muchachos del barrio escogíamos, de preferencia, la chimenea de una sala, un balcón o una mesa y, faltando nueve días para la Nochebuena (a fin de rezar y cantar la Novena) dábamos comienzo al nacimiento. Porque nadie había sabido jamás cómo era Belén de Judea y porque jamás habíamos salido de la ciudad, casi siempre nos resultaba algo como una miniatura de Quito. Empezábamos —dioses en el tercer día— por formar con trozos de papel secante un prado verde (porque no hay verano, otoño o invierno que le cambien su color ni su fertilidad de primavera perpetua) y por todas partes levantábamos montañas de cartón, montañas de papier maché, montañas de musgo, montañas de corcho molido, esas moles que se inclinan sobre Quito, lo sitian, lo cercan como un cinturón volcánico: las dos grandes cadenas de los Andes, que atraviesan de norte a sur el país, y los escalones transversales o
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nudos que las unen formando un cuadrado cóncavo, una hoya en cuyo fondo descansa la ciudad, como en el cuenco de una mano cuyos dedos son esas calles que van a terminar en el vacío. La montaña más cercana y maciza, la rara vez nevada pese a sus 4.794 metros de altura, con sus dos cumbres que se recortan contra el cielo azulísimo de las mañanas, era el Pichincha, a la cual se aferra Quito como si temiera rodar a las quebradas que la cruzan. Pero como desde cualquier ventana de la ciudad, donde existe el aire más transparente de la tierra, se ven la meseta nevada del Cayambe, las puntas blancas de los Ilinizas, el Antisana helado, el Sincholagua como un diente roto, el Cotopaxi que debíamos trazar con un compás porque es un cono perfecto, o el Rumiñahui […] les poníamos en la cumbre una nieve hecha de granos de azúcar y trocitos de sal. Y en el centro del valle, dentro de lo que iba a ser la ciudad, una colinita redonda como un pan: el Panecillo […] donde los incas celebraban su rito al Sol […] Desde allí por la noche podía verse, igual que desde las demás
1- Nota AOC: Este texto es el prólogo de la obra “...y en el cielo un huequito para mirar a Quito. La ciudad, la poesía”, selección y notas de poemas dedicados a la ciudad, realizada por Jorge Enrique Adoum, Archipiélago, Quito, 2004. El texto ha sido editado básicamente por dos razones, una, para acortarlo y otra, para resaltar el tema del nacimiento, espléndidamente descrito por el poeta Adoum, radicado en Quito desde su temprana juventud. 2- Jorge Enrique Adoum (Ambato, 1926 – Quito, 2009), escritor, político, ensayista y diplomático ecuatoriano. Entre sus mayores y más conocidos éxitos se encuentra la novela “Entre Marx y una mujer desnuda”, publicada en 1976, llevada al cine en 1996 por el realizador ecuatoriano Camilo Luzuriaga. Su obra siempre ha tratado temas sociales y por ella fue nominado al Premio Cervantes.
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colinas que la rodean, toda la urbe como un ondulado tablero riguroso: sobre un fondo negro, líneas y puntos amarillos (son las luces de las calles) y otros rojos y verdes (son los automóviles, semáforos y letreros de neón), un “Quito boogie-woogie” que hubiera pintado Mondrian.
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Al formar la hoya le dejábamos salida a un hilo de papel de estaño, delgadito, porque el Machángara que pasa al sur de la ciudad no es propiamente un río en ese sitio: cuando faltábamos a la escuela e íbamos a robar moras lo pasábamos de un brinco, y apenas servía para mover algún viejo molino y para el quehacer de las obstinadas lavanderas que utilizaban fibras de cabuya y golpeaban la ropa contra las piedras: entonces allí la contaminación no se debía a los productos químicos ni a la gran industria, sino a la pobreza […] Le poníamos también, hechas de espejos redondos, las dos pequeñísimas lagunas artificiales del parque de la Alameda (antes de que nadie imagine siquiera la del parque de La Carolina) a donde solían ir las parejas a remar en botes que nunca pueden alejarse mucho de una orilla sin tocar la otra, o a ocultarse para el beso tras el Observatorio Astronómico, tan anticuado y descuidado que, hace tiempo, indicaba “el tiempo de ayer en Quito” en lugar de aventurarse a hacer pronósticos que no acertaban jamás, como sucede hoy día con las previsiones meteorológicas en cualquier lugar del mundo […] Sobre los espejos, como es de suponer, poníamos algunos patitos de celuloide y hasta cisnes, que nadie ha visto jamás en este país, y en el abigarramiento de esa zoología disparatada, junto a insólitos dromedarios y jirafas, no olvidábamos, en los alrededores de
Quito, en las faldas de las montañas, junto a las chozas indígenas —un cubo de paredes de tierra secada al sol y una cubierta de paja, con una sola puerta y sin ventanas porque no tienen vidrio contra el viento y el frío—, las ovejas, asnos y cabras que solían verse entonces, no en hatos o recuas como en Calcuta, sino aislados, por las calles de la ciudad, o cerdos arrastrados entre chillidos al mercado. Y trigo, cebada, maíz, toda clase de hortalizas y de gramínea, y papas, base de la alimentación del altiplano. Algunos de los muchachos, con una tendencia precoz al realismo, que no siempre corresponde a la realidad, quería encender un cabo de vela debajo del Pichincha, pese a que la montaña no echaba humo, hasta octubre de 2000. Lo que sucede es que en la fachada de una iglesia de Quito se lee la inscripción “año de 1660 a 27 de octubre rebento el bolcan pichincha a las nueve del día”, que nos sobrecogía por su descarnado laconismo telegráfico y que, de paso, debe haber contribuido a nuestro alejamiento de la ortografía. Tan tranquilo creíamos al ex volcán que su cumbre más baja era sitio preferido para las excursiones [y desde ella] se mira, cerca, muy cerca, el cielo […] que tratábamos de formar con una cartulina arqueada, pero es imposible encontrar papel, pintura o paisaje con un cielo como el de Quito: es otro azul (en la lengua quichua de los indios no existe la palabra “azul” y cuando copian su color en sus tejidos lo llaman “aurora”), un azul único, más puro que el del cielo del Mediterráneo, tal vez porque si el cielo fuera, en realidad, una bóveda regular como la que construimos, Quito sería el lugar más cercano a él puesto que se encuentra en el punto más alto de la faja más ancha del planeta, en la línea que corta en dos la naranja terrestre […] y que pasa a pocos kilómetros al norte de Quito […]
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Pero yo quería hablar de otra cosa: de la tenacidad con que suele relacionarse a Quito con el cielo: desde el refrán popular que sirve de título al presente volumen3, hasta libros como “Quito, arrabal del cielo”, de Jorge Reyes, o capítulos de libros, tales como “Quito, puerta del cielo” o “Zaguán del Paraíso” —tal vez porque todo el mundo sabe que Quito es “la cara de Dios”— […]
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Mientras tanto, y una vez terminada nuestra tarea de creadores del mundo, pasábamos a la más humilde de urbanistas con la misma concepción española del siglo XVI. Construíamos manzanas cuadradas de casitas blancas, bajas, amontonándose unas sobre otras por las desigualdades del terreno, poniéndose en puntas de pie para ser más altas que sus vecinas, con sus tejas rojas, sus puertas azules y a cuyas ventanas del primer piso, con rejas que desaparecieron hace mucho, solían asomarse las muchachas, por la tarde, con su aburrimiento de prisioneras, o, por la noche, a escondidas de los padres, a escuchar el “sereno” de un novio clandestino, y a las de la planta baja o al zaguán a besarse con el afortunado. Eran casas de uno o dos pisos, con portones de madera labrada o de hierro forjado, que trepaban duramente las faldas de las montañas: encorsetada por la doble hilera de colinas y de cordilleras, Quito es como una adolescente que no puede engordar sino crecer, alargarse: hacia el sur los populosos barrios obreros, hacia el norte los residenciales. […] Nosotros sólo podíamos reproducir, y a duras penas, las fachadas sobrias, castellanas, de
3- Nota AOC: “...y en el cielo un huequito para mirar a Quito”.
las casas y renunciábamos a construir la plaza Grande […] No en fácil reconstruir la plaza de la Independencia porque, si la hacíamos a escala —y nada sabíamos de eso— nos resultaba siempre demasiado pequeña para ponerle a un lado la catedral, con la dignidad de sus escalinatas y su pretil de piedra del siglo XVI y bajo cuyo atrio la pobreza ha abierto covachas donde se venden pan, jugos de fruta, bebidas gaseosas, dulces; ni reproducir el Palacio con las columnas y escaleras de su lonja de mediados del XVIII4 […] en la parte baja de cuya fachada se han abierto —junto a la más antigua peluquería de Quito—negocios para la venta de souvenirs […] y cómo poner, pese a su simplicidad, el palacio Arzobispal con esa proliferación de negocios (que ha desaparecido tras la reconquista y limpieza de Quito) con que la ciudad disimulaba el desempleo: mestizas “cajoneras” vendedoras de muñecas de trapo, cintas, botones, alfileres y encajes; cholos vendedores de relojes y encendedores introducidos de contrabando en el país; indias vendedoras de huevos cocidos y jugos de naranjilla o de mora; niños vendedores de cigarrillos sueltos, chicles, hojas de afeitar y billetes de lotería; y en los arcos del portal, hasta hoy día, los tradicionales lustrabotas y puestos de periódicos. Y así como en todos los nacimientos, junto a negros con turbantes y camellos se ven columnas toscanas y dóricas, alguien puso en las esquinas de nuestra plaza (antología de épocas y estilos arquitectónicos) la antigua Universidad Central —hoy hermoso Museo Metropolitano de la Ciudad de Quito—5, o de arquitectura esperanto (llamada “ecléctica”) como el que fue hotel Majestic, cada uno de cuyos pisos es de estilo diferente, o esa construcción del Banco del Pichincha que no 4- Nota AOC: en realidad de mediados del siglo XIX. 5- Nota AOC: propiamente Centro Cultural Metropolitano.
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se sabe a qué país o escuela corresponde.
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Un problema similar teníamos con las iglesias —¡y hay tantas!—: quién iba a poder imitar ese retorcimiento barroco de la piedra que es la fachada de la Compañía de Jesús (¿templo o escultura y bajorrelieve habitables?) que tardaron siglo y medio en construir, ni Santo Domingo, ni La Merced, ni esa miniatura de El Escorial anterior a El Escorial: esa iglesia de San Francisco en cuya escalinata circular pueden verse todos los tipos étnicos del país y la venta de todos los subproductos de la religión: estampas, medallas, inmensas velas increíblemente adornadas y trenzadas como las palmas del Domingo de Ramos, y por cuya plaza pasan con sus ponchos azules, rojos o grises los indios “rechonchos, braquicéfalos”, cargados con pesos inmensos como armarios o pianos, y en cuya fluente solían llenar sus cántaros los aguadores que iban vendiendo el agua de puerta en puerta durante los primeros años del siglo XX […] En la fachada de San Agustín puede leerse: “año de 1662 a 28 de noviembre sucedio el terremoto”. Antes hubo el de 1575 y luego los de 1775, 1797, 1844, 1859 y 1868. La tierra nos dejó en paz hasta 1949 y 1987: tiembla, a veces, pero no se encabrita. O sea que, para evitar el desastre, no poníamos en nuestro Belén los grandes edificios sino sólo casas de habitación y villas residenciales, blancas o de ladrillo rojo, junto a callecitas que siguen la loca topografía, con cuestas como las de El Tejar o las de San Juan y otras que difícilmente ascienden los automóviles y que ningún ciclista podría descender […] Todo el mundo sabe que si en un país de trece millones de habitantes la mayoría son indios y mestizos, Dios es blanco y por eso había que comprar un Niño, extranjero, caro,
de porcelana, como San José y la Virgen: ellos representaban a la minoría de la población. Los humildes eran figurillas de masa de pan seca y pintada: indios con cántaros y esteras, indiecitas con naranjas, manzanas, duraznos y aguacates que iban a Belén como al mercado del norte, donde indígenas de otros lugares de la provincia o del país van a vender las alfombras y ponchos, los sombreros y mantas que fabrican […] Si los niños de hoy construyeran Pesebre, seguramente no harían cabalgar sobre la cordillera occidental ese trencito hecho con cajas de fósforos que descendía desde la triste y abandonada estación de Quito —y que apenas hace ahora cortos recorridos turísticos—, cargado de productos de la zona fría y templada hasta Guayaquil: esa pendiente lo obligaba a franquear la “Nariz del Diablo”, cortada a pico, retrocediendo para descender a la Costa, retrocediendo para ascender cuando volvía a la capital cargado de arroz, café, azúcar y frutos del trópico, sino que le pondrían, en la otra cordillera, ese colosal oleoducto que comienza en la selva oriental, sube a más de 4.000 metros y desciende al nivel del mar Pacifico para ser cargado en tankers con destino al mundo […]
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La navidad en el arte quiteño
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José Gabriel Navarro 2
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Corría el año de 1224 y San Francisco de Asís, que acababa de regresar de Palestina quiso, antes de morir, celebrar el misterio del Nacimiento del Divino Salvador. Cerca de Greccio, en el valle de Rieti, encontró entre la floresta una gruta adecuada a su propósito y muy semejante a la de Belén. Arregló en ella con sus propias manos un pesebre y un altar y, a la media noche, una gran procesión con los habitantes de Rieti, se encaminaba hacia la gruta, llevando cirios encendidos que iluminaban mágicamente todo el bosque. Rompía la marcha San Francisco, llevando por la brida un asno, sobre el cual una hermosa joven representaba a la Virgen. Llegados todos a la gruta, se compuso la escena sin olvidar al buey. Francisco, que diaconaba la misa leyó el texto sagrado con una unción inenarrable y, en el momento de la elevación, un Niño de luz irradiaba sobre la paja. Era Noel que sonreía al mundo y era Jesús que, al cabo de doce siglos, renacía en los corazones. Esa noche se representaba, por primera vez el más antiguo ejemplo de drama religioso popular que, más tarde, se extendería por el mundo, llevado en los brazos de los hijos del Serafín de Asís y
tres siglos después, por los nuevos dominios que España adquiriera por obra de sus hijos que descubrieron América. En efecto, los religiosos franciscanos introdujeron en Quito la reproducción anual de la escena de Greccio, llamada por Salimbene “la representación del pesebre” en los templos y en las casas de toda la ciudad. Hasta hace muy poco tiempo, eran de verse los ajetreos de las gentes, a mediados de diciembre, para componer en las casas más humildes el NACIMIENTO para la novena del Niño. Todo el mundo, especialmente los chicos se desplazaban hacia los breñales y quebradas del Pichincha, para coger zagalitas, paja y musgo: necesarios y obligados ingredientes en la composición del pesebre. Había una especie de concurso de pesebres en los barrios de la ciudad y por la noche, se visitaban los Nacimientos calificados de más famosos por la riqueza de su presentación. Nunca podremos olvidar los quiteños de la pasada generación3 el “Nacimiento del Beato Felipe Guzmán”, en su casa de la calle Rocafuerte, cercana a la esquina del hoy Ministerio de
1- El Comercio, Quito, domingo 27 de diciembre de 1959, pp. 6 y 11. 2- (Quito, 1883-1965). Escritor, diplomático, historiador y crítico de arte, fue uno de los más prominentes investigadores del arte ecuatoriano. Entre sus aportes más importantes están “Contribuciones a la Historia del Arte en el Ecuador” y “La Escultura en el Ecuador durante los siglos XVI, XVII y XVIII”. Impulsó la creación de la Sociedad Ecuatoriana de Estudios Históricos Americanos, convertida luego en Academia Nacional de Historia. 3- Nota AOC: Recordemos que el autor nació en 1883.
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Instrucción Pública4. Lo componía su dueño en los tres tramos de habitaciones bajas del patio principal de la casa, y era una verdadera exposición del arte costumbrista del Quito de los siglos pasados, allí representado por mil figuritas de madera o de la cerámica quiteña del siglo XVIII, aisladas o en grupos y, descollando por su excelencia, las hermosas imágenes de Jesús, María y José, los Reyes Magos y los Pastores, ejecutadas por los escultores quiteños Manuel Chili (a) Caspicara, Bernardo Legarda, Gaspar Zangurima, Antonio Fernández, Domingo Carrillo y otros.
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A las seis de la noche, eran de oírse las campanillas tocadas por muchachos en las puertas de calle de las casas de toda la ciudad, convidando al vecindario a rezar en los Nacimientos esa novena del Niño que compuso, después de su conversión, el Padre Almeyda de la tradición. Pero junto con el rosario y las oraciones de la novena, que terminaban con el canto del
Dulce Jesús mío, Mi Niño adorado, Ven a nuestras almas, Ven, no tardes tanto. Recitaban los niños versos, loas a la Virgen y a San José, como Santo San José, Maestro carpintero, háceme una cuna Para este lucero. Y se cantaban zorizicos5, motetes, villancicos, algunos de estos bilingües, en castellano y en quichua, siempre con el acompañamiento de un arpa, un violín y una flauta, tocados por viejos de capa española que se ganaban así la vida, durante la temporada de Navidad. Excusado decir lo que a los Nacimientos debe el arte quiteño. Nada menos que primorosos Niños, despiertos y dormidos; éstos para los días de la Novena hasta las doce de la noche del 24 de Diciembre; y aquellos para sustituir
4- Nota AOC: Cuando se publicó este artículo el Ministerio de Educación ocupaba la casa que fuera del presidente Gabriel García Moreno, en la esquina suroccidental de la plaza de Santo Domingo, en la intersección de las calles Guayaquil y Rocafuerte. 5- Nota AOC: Zorcico: Composición musical en compás de cinco por ocho, popular en el País Vasco (DLE).
a los otros, a partir de la media noche del 25 hasta el 6 de Enero, en que finalizan las fiestas de la Navidad. Y luego, preciosas estatuas de la Virgen y San José, arrodilladas siempre y con los brazos extendidos, en ademán de adoración y santa sorpresa; los Reyes Magos, ya montados en sus cabalgaduras, ya en actitud de adorar con los pastores, al Dios recién nacido y, en fin, las mil figurillas de indios, españoles y mestizos en que los artistas perpetuaron costumbres e inmortalizaron tipos de diversas épocas de la vida quiteña. Indudablemente, los Nacimientos de los conventos religiosos eran verdaderamente monumentales. El que hasta hoy componen en Santo Domingo, llena todo el presbiterio de la capilla del Rosario y, alguna vez hemos visto, formando parte de él, un pequeño patio interior en donde se veía, en segundo término, pastar unas ovejas en medio del prado, que formaba parte integrante de la escena, admirablemente colocado. Pero la maravilla de todas estas composiciones navideñas, es el famoso Nacimiento que poseen las religiosas
del Carmen Bajo. Lo tienen arreglado permanentemente, desde los primeros años del siglo XIX, en un salón muy grande de quince o veinte metros de largo por cinco o seis de ancho, destinado todo al Nacimiento, que lo llena en sus tres lados, ya que el salón lleva muchos vanos por las ventanas que le dan luz. La escena se desarrolla en un inmenso paisaje fabricado en los muros del salón, con aplicaciones de madera de balsa pintada, simulando rocas y montañas, entre las cuales se ven ciudades, casas, palacios, campos poblados de gente, llenos de animales, colocados con arte único. Nazareth, el Palacio de Herodes, la casa de San José, el Portal de Belén y otros sitios del Evangelio se encuentran allí fabricados de madera y dorados como los mejores retablos. Pocas veces se puede ver una colección mayor de estatuillas costumbrísticas (sic) como las que ofrece ese Nacimiento, y admirar más la gracia con que se han compuesto con ellas escenas enteras de la vida familiar del Quito antiguo. Se diría una gran casa de muñecas para diversión cristiana de las monjitas de ese monasterio. Se figura uno que en los ratos de ocio, eran sus dueñas las que
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se divertían componiendo escenas vivas con aquellos muñecos, ejemplares algunos de la buena escultura quiteña del siglo XVIII. La colección de la cerámica de Sánchez Pareja, de aquel siglo es única. La de figuras chinas, entre las cuales existen algunas religiosas, como representaciones chinas de la Virgen Santísima, es primorosa. Y, para colmo, hay todo un muestrario de curiosidades europeas, dignas de museo: botellas, vasos, porcelanas verdaderamente sorprendentes. Hasta hay juguetes mecánicos de aquel tiempo: una casa dotada de un aparato relojería para dar movimiento a figuras, fuentes y molinos de agua, que son un verdadero encanto. Es el Nacimiento más completo que puede uno imaginarse en el que están representados todos los pasos de los primeros años de Cristo y de la Sagrada Familia. 16
Los Nacimientos dieron mucho trabajo a los escultores quiteños que los hacían de dos clases: chicos y grandes. Los primeros para las fiestas familiares de Navidad; y los segundos, para los retablos de las iglesias. Aquellos eran de diferentes tamaños, desde el miniaturista, hasta el mediano, y constaba la mayor parte de las veces, de sólo las figuras de Jesús, José y María, aunque otras veces, tenían también las de los Reyes Magos, casi siempre montados a caballo y las figuras de la mula y el buey. Pero la novena del Niño tenía, además, una figura de Jesús dormido y otra despierto, para la sustitución en noche de Navidad. El Niño despierto lo representaba siempre de frente, con los brazos abiertos y las piernas encogidas, de tal manera que lo mismo pudiera estar desnudo recostado en el pesebre, que vestido
sentado en una silla. Estos Nacimientos, por lo regular, los ponían en urnas de vidrio, compuestas imitando el portal de Belén, adornándolo con flores, frutos, figuritas de diversas clases, estrellas, angelitos, animales, de modo que todo su conjunto semejaba una gruta. Los Nacimientos con figuras de gran tamaño se componían sólo de las imágenes “de candelero6” de San José y la Virgen María, vestidas con lujoso brocado y sentados en preciosas sillas talladas y doradas, y el Niño Dios en camisa, ya de pie, ya sentado también en su respectiva silla. Se hacían estos grupos, como decíamos, para ser colocados permanentemente en el nicho principal del retablo consagrado al Misterio de la Natividad. Los Nacimientos han proporcionado gran parte de la riqueza escultórica del arte quiteño, pues no hay casa, oratorio privado, hacienda ni familia, grande o humilde, rica o pobre, que no tenga su urna con su Nacimiento o, al menos un Niño para la Navidad.
4- Nota AOC: Las imágenes de candelero son aquellas en que únicamente se encuentran talladas las partes visibles del cuerpo, generalmente la cabeza y las manos; el resto del cuerpo se forma con una armazón de tiras de madera, de forma troncocónica, sobre la que se asienta la cabeza y se articulan unos someros brazos, donde empatan las manos. Posteriormente, se completa el trabajo vistiendo a la imagen.
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La Navidad: Nacimientos y Novena en Quito Alfonso Ortiz Crespo 2
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En la sociedad colonial americana, la Navidad y la Semana Santa, fueron los períodos de conmemoraciones de mayor importancia. En la Navidad se toleraron múltiples manifestaciones de participación de los diversos sectores de la sociedad. A más de la novena y de la misa de Gallo, fueron y siguen siendo muy comunes las celebraciones de misas de Niño. Por lo general, el Niño que ha nacido en el portal arreglado con los mejores adornos y la acumulación dispar de figuritas, que se incorporaban de año a año en casa, se lo lleva a la iglesia para “pasarle una misa”. A su regreso la imagen, generalmente una talla en madera policromada, va en procesión, atravesando plazas y calles, acompañada de los priostes, los dueños de casa, familiares y vecinos, llevando sencillos pebeteros con prendidas brasas de carbón, donde se quema incienso o palosanto y echando chagrillo, esto es, pétalos de flores al paso de la madrina o padrino que lleva en bandeja o en urna muy arregladas, la imagen del Niño. La comitiva, al llegar de vuelta a casa, se instala en una gran jarana, donde correrán abundantes por igual, las golosinas, la comida y los licores. Otra celebración importante en esta época era la de los Santos Inocentes, el día 28 de diciembre, día para embromar, engañar y
1- (Quito, 1948) Arquitecto historiador.
reírse de los otros, especialmente de los amigos, y se aprovechaba la ocasión de ajustar anónimamente alguna cuenta, con una chanza que ridiculizaba a algún adversario. La fiesta con máscaras, en chinganas para cantar, bailar y beber, se prolongaba hasta el 6 de enero, jolgorios más cercanos en su paganismo a las saturnales romanas, y que se olvidaban convenientemente del cruento sacrificio de los niños de Belén, ordenado por Herodes. Abundaban las comparsas y cortejos profanos, que deambulaban por las calles, repletos de fantoches que no solo invadían las plazas, sino que también, sin decoro asaltaban los tranquilos espacios domésticos. Presididos por los payasos y las mamas chuchumecas, las comparsas modificaban y trastocaban los roles del poder. Las fiestas concluían en la Epifanía, el 6 de enero, que recordaba la visita de los tres Reyes Magos de Oriente al Niño, fecha en la cual se revelaría abiertamente a la humanidad la presencia del Mesías. En esta ocasión, una gran comitiva, síntesis de las mascaradas de Inocentes y de las fiestas paganas de los carnavales, recorría la ciudad.
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Pero casa adentro, la ancestral tradición quiteña de armar el nacimiento o belén, movilizaba a toda la familia. Era una construcción colectiva, en que todos colaboraban. Era muy común que los guambras realizaran excursiones a las quebradas cercanas para recoger zagalitas, patas de paloma y zigzes, que otros fueran al mercado a comprar musgo, algo de paja de páramo, y si había unos reales, comprar alguna nueva pieza de barro cocido o de celuloide.
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Para armar el escenario, se debía pintar un cielo azul, como el de Quito, fabricar nubes de algodón, levantar montañas con telas enceradas, picos nevados con harina de Castilla o volcanes rugientes con llamas de tiras de papel celofán colorado. Se descolgaba un espejo, y con él se simulaba un lago, ocultando el marco con vegetación y con papel de estaño de las envolturas de los chocolates, se simulaba un río. Más allá se regaba arena para crear el desierto, por donde transitaba la caravana de los Reyes Magos. No podía faltar la estrella de Belén, volando en el cielo, suspendida del tumbado con hilos, en
forma de cometa, cortada en cartón y forrada de papel de estaño y que a veces llevaba un foco pequeño en su centro. El resultado era maravillosamente desproporcionado con heterogéneas piezas en tamaño y materiales: barro, cerámica, loza, vidrio, latón, madera, celuloide, plástico, etc., representando ángeles, artesanos, pastores, gente del común, animales domésticos y fieras salvajes, sin faltar ciertos juguetes incorporados por los más chicos… y mil cosas más, todo cabía… Se cuidaba especialmente la confección del portal de Belén, con las cinco figuras fundamentales: San José, la Virgen María y el Niño —que muchas veces se colocaba solamente a partir de la Noche Buena—, la mula y el buey. El día 24, se colocaban los zapatos al pie del nacimiento, para esperar que sobre ellos dejara el Niño Jesús los regalos que con ilusión los niños encontrarían a la mañana siguiente. No había llegado aún desde el polo
norte el obeso Papá Noel, ni los árboles de Navidad… También se esperaba con impaciencia que estuvieran listos los enormes nacimientos armados en las iglesias parroquiales y conventuales, que por igual olvidaban la ortodoxia, agrupando también piezas de todos los tamaños y materiales. El mejor, y más grande, era siempre el que se armaba en la capilla de la Virgen del Rosario, en la iglesia de Santo Domingo, en donde nunca faltaba una cascada con agua de verdad… El rezar la novena en familia frente al nacimiento, era otra de las actividades fundamentales de la época navideña. Muchas veces se ampliaba la concurrencia a otros parientes y vecinos, siendo los niños los protagonistas fundamentales. Se cantaban villancicos, se hacían peticiones y luego en un ambiente de familiaridad se servían pristiños, chocolate, etc. Esta práctica piadosa fue una de las tradiciones más arraigadas desde la segunda mitad del siglo XVIII en Quito. Se seguía el texto del franciscano quiteño Fernando de Jesús Larrea, nacido en el último año del siglo XVII; fue su padre Juan Dionisio de Larrea Zurbano, santafereño de nacimiento, caballero de la orden militar de Alcántara y oidor de las Real Audiencia de Quito y su madre fue la quiteña Tomasa Dávalos. A temprana edad, como se acostumbraba entonces, entró a la orden franciscana. Al iniciarse el segundo tercio del siglo XVIII residía en la recoleta de San Diego, donde al parecer realizó obras fundamentales de reconstrucción en su iglesia. Pasaría en 1738 al Colegio de Misiones de Pomasqui y al parecer, un año más tarde estaría ya en Popayán, para mejorar el Colegio de Propaganda Fide de esta ciudad. Luego
fundaría en 1757 el Colegio de Misiones de San Joaquín de Cali y moriría en esta ciudad en el año 1773. La Novena para el aguinaldo, que aún se reza en Ecuador, Colombia y Venezuela, fue compuesta por el fraile quiteño por petición de doña Clemencia de Jesús Caycedo Vélez, fundadora del Colegio de La Enseñanza en
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Bogotá (1766). Se dice que en el siglo XIX una religiosa de la misma institución, la madre María Ignacia, la modificó y agregó otras prácticas piadosas2. Pero este no sería el único escrito de Larrea. El arzobispo de Quito e historiador, Federico González Suárez, dice:
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[…] entre los libros místicos del tiempo de la colonia mencionaremos también un opusculillo escrito por el Padre Fray Fernando de Jesús Larrea, […] su título es Remedio universal en la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo; la obra es pequeña y sin pretensiones de literaria, pero está llena de unción cristiana. El Padre Larrea era varón sólidamente virtuoso; […] Su estilo es llano, sencillo, popular, cual conviene a escritos de devoción, destinados, para toda clase de lectores. ¿Quiénes leen los libros piadosos, sino las gentes sencillas del pueblo, para quienes un libro es tanto mejor cuanto es más claro? Y en nota al pie aclara el arzobispo: Larrea, Fernando de Jesús, Remedio universal en la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo. Lima, 1731. Un volumen muy pequeño3. Según opinión del americanista español Marcos Jiménez de la Espada, el fraile quiteño también sería autor del Vocabulario de la lengua general de los indios del Putumayo y Caquetá. Por otra parte, los Viajes misioneros del P. Larrea, publicado en 1948 por el historiador caleño Alfonso Zawadski, constituyen una narración autobiográfica de las andanzas misioneras del apóstol quiteño4.
2- http://es.wikipedia.org/wiki/Novena_de_Aguinaldos 3- González Suárez, Federico, Historia general de la república del Ecuador, Casa de la Cultura Ecuatoriana, Quito, 1970, tomo 3, pp. 350-351. 4- www.banrepcultural.org/blaavirtual/biografias/larrfray.htm
Numerosas ediciones y algunas variaciones se han hecho a lo largo de dos siglos y medio de esta famosa novena. En ella destaca uno de los villancicos ecuatorianos más populares, el conocido Dulce Jesús Mío, cuya versión más antigua a la que hemos tenido acceso, es del año 1788 impresa en Lima, y que se la reproduce aquí, junto con la portada del folletito que trae la novena gracias a la colaboración de la Biblioteca Ecuatoriana Aurelio Espinosa Pólit 5. Quito, diciembre de 2017
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5- Especial agradecimiento debemos al P. Francisco Piñas SJ, por las facilidades brindadas para acceder a la documentación pertinente. En la Biblioteca Aurelio Espinosa Pólit se encuentran encuadernadas en un pequeño volumen varias ediciones de la novena: · Novena para el aguinaldo de Jesús, impreso por S. A., Quito, 1860. · Novena en obsequio del nacimiento del niño Dios, imprenta de Manuel V. Flor, Quito, 1875. · Novena del niño Dios, reimpreso en Quito, fundición de tipos de Manuel Rivadeneira, Quito, 1879. · Novena en obsequio del nacimiento del niño Dios, imprenta de Manuel V. Flor, Quito, 1887. · Novena en obsequio del nacimiento del niño Dios, imprenta de La “Nación y Cía.”, Quito, 1892. · Novena en obsequio del nacimiento del niño Dios, imprenta de la Corona de María, Quito, 1922. · Novena en obsequio del nacimiento del niño Dios, imprenta de Santo Domingo, Quito, 1925. Una versión del famoso villancico, que lleva solo seis estrofas, se encuentra en una recopilación titulada Ecos de Belén, realizada a finales de la década de 1950 por el P. Eloy Soria Sánchez, director del Pensionado Borja N° 1, en Quito.
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Dulce Jesús mío, mi niño adorado 1
Alfredo Fuentes Roldán 2
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Nuestros abuelos, manteniendo la tradición de sus abuelos y estos las antiguas costumbres, en cada año hacían puntualmente la Novena al Niño Dios.
Dulce Jesús mío, mi Niño adorado ven a nuestras almas, ven no tardes tanto. De montes y valles, ven, oh deseado, rompe ya los cielos, brota flor del campo...
Viejas crónicas del siglo XVII relatan que se hacía un pesebre en las iglesias para satisfacer la piedad de los feligreses. En el siglo XVIII, cuentan que el 16 de diciembre comenzaban en la Iglesia Catedral de Quito las nueve misas de Aguinaldo, es decir, la novena preparatoria al nacimiento del Niño el día 24. Más tarde, se rezaba la novena de un religioso mercedario según texto impreso en Lima en 1731. A poco de esto, días van, días vienen, comenzó a popularizarse un manuscrito que pronto se imprimió y que lo había compuesto en tiernas estrofas del más puro sabor popular el Padre Fernando de Jesús Larrea, ilustre fraile de la Orden de franciscanos menores, quiteño de origen, atildado escritor, de quien casi nada ahora se habla, pese a que en su época fue muy conocido y respetado tanto como sacerdote ejemplar cuanto como literato y constructor de conventos e iglesias y administrador de superior categoría, facetas de íntima ofrenda y la mejor expresión de religiosidad natural que, como florecillas silvestres, se deshojan en coro y estrofas de maravilla:
Así lo oímos recitar y cantar. Así lo aprendimos. Así lo enseñamos a nuestros hijos integrados a esa amorosa cadena de la que somos parte. La Novena siempre es todo un acontecimiento que se inicia con la apertura de las cajas en donde se han guardado cuidadosamente las figuras del Nacimiento, comenzando
1- Quito tradiciones, Abya-Yala, Quito, 1995. En: El derecho y el revés de la memoria, Quito tradicional y legendario, Tomo II, pp. 389-392, Recopilación de Edgar Freire Rubio, ediciones Killari, Quito, 2011. 2- (Quito, 1926) Abogado e investigador.
con las principales de la Virgen María, el Niño y San José, hasta asno y buey con el pesebre, el Ángel anunciador, los pastores con sus rebaños de blancas ovejitas, los tres reyes magos, las casas, el pueblo y la arboleda, el río y un sinfín de gentes y animales para llenar la mesa o por lo menos la esquina de la habitación o toda ella en un alarde de imaginación, donde adultos y niños alternan poniendo cada cual lo suyo. Pero hay algo que está reservado exclusivamente a la madre de la casa. Nadie como ella para escoger la seda, el tisú, el brocado, con lo que hará, en fina labor de mano, el vestido nuevo que tiene que lucir el Niño, pues en todo el conjunto de imágenes y figuras, siempre está tallado desnudo ya que así nació y lo que menos puede hacerse es cubrir su cuerpecito con delicadas prendas hechas por quien más sabe de la dulzura.
La excursión a las afueras es de rigor para volver cargados de musgo, hierbas, ramitas, romero y chilcas, zagalitas y finas cañas que entran impetuosas con los olores del campo en la desmayada severidad de la casa. El arreglo supone el repaso de la geografía, de la historia, de los relatos bíblicos, a fin de que el conjunto sea admirado y comprendido por todos. Por su lado, las mujeres disponen en apretada fila: harina de Castilla, mantequilla, azúcar, manteca, canela, huevos, sabores, condimentos para los potajes que serán la delicia de grandes y chicos en el novenario y la fiesta. Todo, todo gira alrededor de la novena. Nada tiene sentido si no se va al fondo que es la 31
conmemoración cristiana-católica implantada por Francisco de Asís en el siglo XII, después robustecida por las corrientes innovadoras de todos los rincones y afincada en este suelo mestizo al calor de la reunión familiar a la que se unen amigos y relacionados, cuyos niños ataviados a la usanza de los pastores hebreos, concurren dispuestos a recitar ante el Belén las loas que han aprendido de memoria y después a cantar los villancicos. Abierta de par en par la jornada, habrá de rezarse devotamente el Santo Rosario con las Letanías y las oraciones que para cada día sigue el texto encendido de Fray Fernando, arrancado de nuestra lengua y por eso tan sencillo y tan fácil de decir como que son letra y sentimientos propios.
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Reminiscencia igualmente de los primeros tiempos es alumbrar el Nacimiento con velas, las que contribuyen a dar ese toque de misterio, de sobrenatural, de leyenda, de lo que debe expresarse casi en susurro. La modernidad hace el contrapunto y los bombillos de colores, las estrellas y las guirnaldas enriquecen el cuadro sin desnaturalizarlo. Después, el verso transformado en villancico viene cantando solo, invitando a seguirlo en la escala elemental de sus notas extraídas del pingullo3, el rondador y el pequeño tamborcito de vaqueta. Ese ancestro andino se entrelaza con los compases alegres de la tonada bailarina con la que el músico mestizo escribió una primorosa página fácil también de quedarse en la memoria. Por ese mismo camino, dejando intocable la letra, se seguirá a las variaciones según el gusto y la inexorable circunstancia.
3- Pingullo: voz quichua que designa un instrumento musical indígena en forma de flauta pequeña de madera.
La tradicional gentileza quiteña se pone a prueba. El vino hervido con bizcochuelo, fórmula añeja observada cuidadosamente, se acrecienta con dorados pristiños4 y buñuelos regados con miel de azúcar o de panela aromatizada con menta, jazmín, hierbabuena. Para los niños pastores hay porciones de galletas y caramelos también hechos en casas bajo las recetas guardadas celosamente de generación en generación pero que afectuosamente se filtran cuando la Abuela recuerda que “antes con la leña de eucalipto y la manteca de puerco los potajes tenían un sabor inigualable que ahora desgraciadamente se ha perdido...”. Así, un día y otro, por nueve veces, hasta culminar con la llegada del Niño Dios que, luego de la misa de medianoche en la iglesia del barrio, es llevado desde la urna en la que permanece el resto del año hasta el Nacimiento, donde la Virgen y San José han estado esperándolo con anhelo santo, como el bondadoso Fray Fernando lo dijo luminosamente hace algo así como trescientos años.
4- Pristiños: ecuatorianismo con que se designa a los pestiños o prestiños, golosina elaborada con masa de harina y huevos, que se fríe en porciones y luego se baña en miel.
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[…] gran personaje fue mi abuelo paterno, José Antonio Iturralde Égüez […] ejemplo de capacidad, inteligencia y destreza, […] producto de sus habilidades y creatividad, en la ciudad de Quito fue famoso el “nacimiento móvil”, gracias a un sistema mecánico de relojería que instalaba para las festividades navideñas; ocupaba una habitación completa ya que el área del nacimiento cubría veinte metros cuadrados. El procedimiento consistía en unas bandas corredizas en las que se encontraban adheridas figuras de trenes, de carruajes, de animales, que se desplazaban horizontalmente y luego de perderse en el interior de la maqueta, salían nuevamente en otra dirección y a mayor distancia de la primera, y aun guardando las características de la perspectiva de sus tamaños y paisajes, estos iban apareciendo en planos inclinados en la profundidad del espacio destinado a este escenario, que interpretaba un paisajismo de ciudades superpuestas a la distancia. El sistema de movimiento funcionaba a base de engranajes de piñones, en muchos de los casos fabricados por él mismo, conectados a bandas transportadoras y a la desmultiplicación que lograba, gracias a un motor eléctrico que disponía de un desmultiplicador de velocidad. En las estaciones de llegada que generalmente simulaban una ciudad, se encontraba una torre de iglesia, en la cual estaba instalado un reloj que daba la hora y las campanadas anunciando la llegada del tren. Por decir, si se iniciaba el recorrido
de este tren en la primera parada, en que el reloj marcaba las 9 am, progresivamente se iba movilizando dicha figura y al llegar a las otras ciudades simuladas, el reloj marcaba el tiempo, por decirlo, de las 11 am, y así progresivamente, hasta llegar al final de este trayecto en que la hora del reloj de esa estación era las 4 pm. Esto significaba que tenía regulados los relojes de acuerdo a su criterio y a la necesidad de las diferentes llegadas.
Este nacimiento era muy visitado por la sociedad y por todos los vecinos de la plaza de Santo Domingo, en donde habitaba don Antonio. Esta majestuosa obra de arte tuvo una duración de veinte años. Yo recuerdo que en mi infancia me deleitaba mirándole a mi abuelo desarrollar sus labores de relojero. En los años de la Segunda Guerra Mundial, donde empezaron a escasear productos de fabricación europea, tales como los repuestos de relojería, mi abuelo, en su torno de pedal, torneaba
los ejes de volante para la instalación de los piñones, cada uno de estos ejes eran realizados utilizando agujas de coser, a las cuales les hacía la muesca para que se adhirieran al piñón y poder ser reutilizados en aquellos relojes llamados leontinas, característicos de aquella época. Muchos de estos relojes que eran enchapados en oro, y en plata, poseían cuatro y cinco tapas, una verdadera obra de arte de colección. Con su habilidad de fotógrafo, construyó un cajón visor de imágenes fotográficas en tres dimensiones, con la utilización de dos lentes bifocales que al mirar desde el exterior daba la sensación de una tercera dimensión; todos estos artefactos, en ningún caso fueron inventados por él, sino que los supo construir y adaptarlos a las necesidades requeridas. Las placas fotográficas, que eran de vidrio e iban colocadas emparejadas mediante un sistema de polea y manivela, y con la ayuda de una caja de luz posterior a los lentes, producían la claridad necesaria para que con los dos lentes de aumento y con la diferente graduación se obtuviera el panorama y las figuras que allí se proyectaban con el tercer plano, el de la profundidad y el de la perspectiva. […] La Belmonte y yo Ramiro Guarderas Iturralde Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión Quito, 2017 ISBN: 978-9978-62-929-1 Páginas 21 y 22
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Cantos de Navidad
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II
De frío, amor mío, chucchunguimí2, Y abres los bracitos Buscándome a mí.
Ya viene el Niñito Jugando entre flores, Y los pajaritos Le cantan amores.
Esos dos ojitos Llamándome están; Shunguta ricushpa3 Cuánto llorarán.
Ya se despertaron Los pobres pastores, Y le van llevando Pajitas y flores.
Por nombre le han puesto Manuel y Jesús; San José trabaja Desde ahora la cruz.
La paja está fría, La cama está dura; La Virgen María Llora con ternura.
Mañana los reyes Vendránle a adorar; Después, pobrecito, Se pondrá a llorar.
Ya no más se caen Todas las estrellas A los pies del Niño, Más blanco que ellas.
Shungustami cuni Tucuita, Señor; Tucuita aparilla, Tucuita, mi amor4.
El gallo en el palte5 Ya se ha dispertad; La Virgen se asusta Y el Niño ha llorado.
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1- Tomado de: Antología ecuatoriana cantares del pueblo ecuatoriano, compilación formada por Juan León Mera, Imprenta de la Universidad Central del Ecuador, Quito, 1892. 2- Estás temblando. 3- Viendo el corazón. 4- El corazón todo Te doy, mi Señor: Todo te lo entrego, Llévalo mi amor. En esta colección hay un grupo especial de versos quichuas; pero van aquí estos y otros más, en razón de ser religiosos 5- Gallinero.
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Yo te voy a hacer. Una casa y techo; Huye de Belén Y vente a mi pecho. Niñito bonito, Manojo de flores, Llora, pobrecito, Por los pecadores.
III
IV
Pastores y reyes Vengan al portal7, A ver humanado Al Rey celestial. Por nuestros pecados A la tierra vino, Dejando en los cielos Su trono divino.
Vámonos pastores, Vamos a Belén, Pues Cristo ha nacido Para nuestro bien.
Lo primero que hace Llorar y gemir; Como está en el mundo No quiere reír.
Sobre unas pajitas Echadito está, Con mucha pobreza Que lástima da.
De las duras pajas Su camita han hecho; Después una cruz Ha de ser su lecho.
Están a su lado María y José, Adorando a su hijo Con amor y fe.
Ea, Niño mío, Deja de llorar; Pastores y reyes Viénente a adorar.
El toro y la mula También allí están Calentando al Niño Con amor y afán.
Ea, Niño mío, Deja de gemir, Hasta que te llegue La hora de morir.
Corred, pastorcitos, Corred y volad: Postrados y humildes Al Nino adorad. [8]
6- Los números entre corchetes señalan la página original de la obra. 7- Nuestro pueblo, confunde frecuentemente pesebre con portal.
V
Humildes zagales, Corred a Belén, A ver el prodigio Del Dios de Israel.
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[9] ¡Albricias, albricias! A la media noche La flor ha nacido Sin romper el broche. Sin dejar de ser Poderoso Dios, Hombre humilde se ha hecho Del cielo el Señor. Al hombre perverso Viene a libertar, La culpa borrando Del primer Adán. Y el Niño—Dios llora Con tiernos gemidos; La Virgen le enjuga Los ojos divinos. 54
El Patriarca santo Consolarle quiere; Los pies y las manos Le besa mil veces.
VI
Ya ha nacido el Niño—Dios En el portal de Belén, En una cama de pajas Y entre una mula y un buey. Los ángeles han bajado Para dar el parabién A la Virgen que ha parido, Y al Patriarca San José.
Los pastores han traído Cada cual al Niño—Dios Un manojito de flores, Y también su corazón. [10] En el suelo se han hincado8 Los Reyes magos también, Porque delante de Dios No hay en el mundo otro rey. Una estrella muy hermosa Derrama su resplandor, Y en nombre de las estrellas Adora al Divino Sol VII Jahua pachamanta El Hijo de Dios, Cay ura pachaman Bajó por mi amor. Ucchapi sirishca Temblando de frío, Ñucñulla huacacun, Niñitico mío. Cay huanala Dios-huahua Me da compasión; Cusichinayashpa He venido yo. ¿Ima shina chari Le consolaré? Shunguta cucpipas Nada le daré. ¡Ay, Virgenpa huahua, Mi Rey y mi Dios! Chayllatapas apay: ¡Todo es para vos!
8- Hincar la rodilla sería lo propio; más nuestro puebla expresa y entiende esto sólo aquel verbo, sin la añadidura del sustantivo.
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EL MISMO, CON LA TRADUCCIÓN DE LOS VERSOS QUICHUAS Desde el alto cielo El Hijo de Dios, A esta baja tierra Vino por mi amor. Tendido en la paja, Temblando de frío, Tiernamente llora, Niñitico mío. El pobre Dios-niño Me da compasión: Para consolarle He venido yo. Pero ¿de qué modo Lo consolaré? Aun dándole el alma, Nada le daré. ¡Hijo de la Virgen, Mi Rey y mi Dios! Llevaos siquiera eso: ¡Todo es para vos! . VIII
Runata mashcashpa Shamushcanguimí; Mana chasquihuanchu Paypag shungupí Michig huambracuna Ricugringamí; Taquishpa, yumbushpa, Cushicungamí. Quimsa jatun inca Cunguringamí; Herodessupayca Millahuangamí. Huacana shimita Ruracunguimí; Cuyana huacayhuan Huacacunguimí. Quimsa tucuy puncha Chingaringuimí; Yachagpa chaupipi Tiaringuimí. Urcupi sapalla Causagringuimí; Pacarina shulla Jucuchingamí.
Cay chiri tutapi Huiñashcanguimí, Casarhuan, shullahuan Chugrhucunguimí.
Miticushca shina Puriranguimí, May chican llctapi Jatunyanguimí.
Cuyaylla huiquita Huacacunguimí; Cambag shungu huahua Ruparicunmí.
Huauquiquicunahuan Tandaringuimí; Shug millayshunguca Catupangamí.
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TRADUCCIÓN
En noche tan fría Nacidito estás, Con hielo y escarcha Que te hacen temblar. Tiernas lagrimitas Has venirlo ya; Tu corazoncito Arde sin cesar. [14] Al hombre buscando Te vienes acá; Y abrigo en su pecho No te quiere dar.
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Dichosos pastores Te visitarán; Con canto y con baile Te han de festejar. Tres grandes monarcas Se arrodillarán; Pero el rey Herodes Te ha de detestar. Tiernos pucheritos Tu labio hace ya: Con llanto de amores Viniste a llorar. Tres días enteros Desparecerás, Y entre los doctores Te has de colocar. Solo en los desiertos A vivir irás; Rocío del alba Te habrá de mojar.
Como fugitivo, Errante andarás, Y en tierras extrañas Te irás a criar. Con fieles amigos Te acompañarás; Pero un traicionero La venta te hará. Quinsa chunga quimsa Huata causanguí; Runata mashcashpa Ñacaringuimí. Yahuar jumbitapish Jumbicunguimí, Japig runacuna Hualash ningamí. Pishca huarangahuan Nanachingamí; Cashayug llaututa Churaringuimí. Cruzta aparichishapa Ñaupachingamí; Cuyay jucharmantaa Chacatangamí. Cashca ñacayraicu Cambag chaquipí, Cuyag churshina, Huañugrinimí. Ñatag, Jesús huahua, Maymi mañaní, ¡Hugcha runaiquita Pagta cunganguí!
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[15] Por treinta y tres años Aquí vivirás, Buscando a las almas Con diario afán. Sudores de sangre Tienes que sudar; Perversos soldados Te maniatarán. Cinco mil azotes Te han de maltratar; Corona de espinas También llevarás. Con la cruz a cuestas Te conducirán, Y, por fino amante, Clavado serás. Por tantos favores, A tus pies, leal, Como hijo que te ama Morir me verás. Pero, Jesús mío, Ruego a tu bondad, Que a tu infeliz indio No olvides jamás9.
9- Hay esta misma composición con los versos alternados entre españoles y quichuas, como la anterior.
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