5 minute read
En qué creemos
En qué creemos
La vida, muerte y resurrección de Cristo Jesús
El Dios de la cercanía
El leproso había estado solo por mucho tiempo. La enfermedad había devastado su cuerpo, pero la separación forzada de la sociedad había asolado su corazón. Al verlo dirigirse hacia el Predicador, la gente se alejó, con temor al contagio. Fue un recordatorio doloroso de su soledad.
No se requiere demasiada imaginación para empatizar con la soledad del leproso. Desde el surgimiento del Covid-19, hemos atravesado aislamientos, cuarentenas, y muchos han perdido seres queridos. Al igual que el leproso, somos muy conscientes de nuestra mortalidad, nuestra necesidad de comunidad y de una cura.
Cuando el leproso llegó hasta Jesús, cayó a sus pies y le rogó: «Señor, si quieres, puedes limpiarme» (Luc. 5:12, NVI).1 En un acto de increíble ternura, Jesús extendió su mano y tocó al intocable. La impureza y la enfermedad del leproso no podían afectar a la Fuente de la pureza. Por el contrario, el toque de Cristo y sus palabras: «Quiero, sé limpio» (vers. 13) transformaron al hombre física, social y espiritualmente.
EL MINISTERIO DE JESÚS
Jesús se asociaba frecuentemente con los que la sociedad consideraba «intocables». Más tarde, Lucas 5 describe cómo Jesús y sus discípulos comieron con Leví y otros invitados. Los fariseos y escribas se sintieron molestos al ver que Jesús comía con «publicanos y pecadores» (vers. 30). A Jesús no le importó. Al igual que la lepra, el pecado de los que lo rodeaban no representaba una amenaza para él. En realidad, quería estar rodeado de pecadores.
Tanto la curación del leproso como la amistad de Jesús con los pecadores coinciden con la profecía que hizo al comienzo de su ministerio y que fue su declaración
de misión: «El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para anunciar buenas nuevas a los pobres. Me ha enviado a proclamar libertad a los cautivos y dar vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos, a pregonar el año del favor del Señor» (Luc. 4:18, 19, NVI).
En Cristo, Dios no envió simplemente otro profeta sino a su propio Hijo para que habitara y ministrara a la humanidad, para que fuese «Dios con nosotros». Jesús confrontó el pecado y sus efectos de las maneras más tangibles posibles: tocando a los leprosos, resucitando a los muertos, reprendiendo demonios, viviendo con el hambre y la sed humanas, y sufriendo y venciendo la tentación. No evitó a los que consideramos aspectos «sucios» de la humanidad; por el contrario, se sumergió en el pantano para rescatar a los que clamaban por misericordia, sin dejar de ser el puro y santo Hijo de Dios.
LA MUERTE DE JESÚS
Es imposible hablar de la encarnación de Cristo sin hablar de la cruz. Simón profetizó sobre la gloria y la tragedia que aguardaban a Jesús ya cuando lo tuvo en sus brazos, siendo bebé (Luc. 2:28-35): Jesús «nació para enfrentar la pasión». Durante su ministerio, había tocado a los leprosos y comido con pecadores, pero en la cruz, se convirtió en paria.2 No hubo separación entre la humanidad pecaminosa y él mismo. Para derrotar la pandemia del pecado, estuvo dispuesto a ser humano (2 Cor. 5:21).
La cruz repara la brecha entre la humanidad y Dios, y derriba «el muro de hostilidad» de la humanidad (Efe. 2:14). En Cristo, no hay «extraños ni extranjeros» (Efe. 2:19). El llamado radical de Cristo a llevar la cruz diariamente y seguirlo (véase Luc. 9:23) es un llamado a emularlo en su humildad, a participar y actuar para beneficiar a otros, aun (y especialmente) cuando la sociedad los considera indignos, impuros o intocables.
El teólogo James Cone escribe: «La cruz es el símbolo divino que más confiere su amante solidaridad con los “hermanos más pequeños”, los despreciados de la sociedad que cada día sufren grandes injusticias. Los cristianos tienen que enfrentar la cruz como la gran tragedia que fue y descubrir en ella, mediante la fe y el arrepentimiento, el gozo liberador de la salvación eterna». 3
LA RESURRECCIÓN DE JESÚS
En la resurrección de Cristo, lo logrado en la cruz se torna accesible. Los que Jesús sanó y levantó de los muertos finalmente murieron. Sus cuerpos sanados aún quedaron sujetos a los efectos del pecado. Pero la resurrección promete que el pecado y la muerte no tengan la última palabra. ¡Jesús ha conquistado el sepulcro!
La ofrenda universal de la vida eterna proclamada en Juan 3:16 no deja duda alguna de que el don de vida de Cristo es para todos. El mensaje del evangelio tiene que ser proclamado en el mundo y, los que lo aceptan, están en igualdad ante Dios. Más allá de sus riquezas, estatus, etnia u ocupación, todos son bienvenidos a la mesa del banquete celestial (Mat. 22:1-10).
Después de que Jesús llevó a cabo el milagro en el bote de Pedro, el apóstol cayó sobre sus rodillas y exclamó: «¡Apártate de mí, Señor; soy un pecador!» (Luc. 5:8, NVI). Por el contrario, Jesús lo invitó a sumarse a su obra (Luc. 5:10). Cuando, en términos humanos, Jesús podría o debería haberse distanciado de las personas, las atrajo más cerca de sí. Al hacerlo, también las acercó entre sí (Juan 17:22, 23). El Espíritu Santo continúa esta obra y nosotros, los «herederos de la promesa» (Gál. 3:29), vivimos con los beneficios plenos de la vida, muerte y resurrección de Cristo.
La pandemia actual nos ha forzado a separarnos y aislarnos por causas médicas, pero también ha expuesto
y exacerbado las grietas sociales. Vivimos en un mundo sumamente dividido. Mi gran consuelo es que Cristo ha superado todas las barreras. Aunque no somos inmunes al contagio del pecado y sus efectos (como el Covid), Jesús sí lo es. Está con nosotros en el aislamiento y la cuarentena, más allá de las divisiones e inestabilidades sociales. Su ministerio establece la norma de interacciones humana amantes y empáticas. La cruz ofrece perdón por nuestros pecados contra Dios y el prójimo, y proclama solidaridad con los oprimidos. La resurrección promete que la injusticia, la enfermedad y la muerte hayan sido derrotadas y serán abolidas por la eternidad en un mundo renovado.
Nuestro Dios es un Dios cercano y un Dios de solidaridad. Si colocamos en él nuestra confianza, estará cerca para consolar al solitario y sanar al afligido. ¡Qué buena noticia para estos tiempos!
1Las citas bíblicas pertenecen a la Santa Biblia, Nueva Versión Internacional® NVI® © 1999, 2015 por Biblica, Inc.® Usado con permiso de Biblica, Inc.® Reservados todos los derechos en todo el mundo. 2Jürgen Moltmann, The Crucified God (New York: SCM Press, 1974), p. 205. 3James Cone, The Cross and the Lynching Tree (Maryknoll, NY: Orbis Books, 2011), p. 151.
Sarah Gane Burton es una escritora independiente que vive en Berrien
Springs, Míchigan, Estados Unidos,
con su esposo y sus dos hijos.