En qué creemos
Jesús La vida, muerte y resurrección de Cristo
El Dios de la cercanía
E
l leproso había estado solo por mucho tiempo. La enfermedad había devastado su cuerpo, pero la separación forzada de la sociedad había asolado su corazón. Al verlo dirigirse hacia el Predicador, la gente se alejó, con temor al contagio. Fue un recordatorio doloroso de su soledad. No se requiere demasiada imaginación para empatizar con la soledad del leproso. Desde el surgimiento del Covid-19, hemos atravesado aislamientos, cuarentenas, y muchos han perdido seres queridos. Al igual que el leproso, somos muy conscientes de nuestra mortalidad, nuestra necesidad de comunidad y de una cura. Cuando el leproso llegó hasta Jesús, cayó a sus pies y le rogó: «Señor, si quieres, puedes limpiarme» (Luc. 5:12, NVI).1 En un acto de increíble ternura, Jesús extendió su mano y tocó al intocable. La impureza y la enfermedad del leproso no podían afectar a la Fuente de la pureza. Por el contrario, el toque de Cristo y sus palabras: «Quiero, sé limpio» (vers. 13) transformaron al hombre física, social y espiritualmente. EL MINISTERIO DE JESÚS
Jesús se asociaba frecuentemente con los que la sociedad consideraba «intocables». Más tarde, Lucas 5 describe cómo Jesús y sus discípulos comieron con Leví y otros invitados. Los fariseos y escribas se sintieron molestos al ver que Jesús comía con «publicanos y pecadores» (vers. 30). A Jesús no le importó. Al igual que la lepra, el pecado de los que lo rodeaban no representaba una amenaza para él. En realidad, quería estar rodeado de pecadores. Tanto la curación del leproso como la amistad de Jesús con los pecadores coinciden con la profecía que hizo al comienzo de su ministerio y que fue su declaración Imagen: Lightstock / LUMO