N
os despertamos a la medianoche por las ráfagas de viento de casi cien kilómetros por hora. El ventarrón azotaba las ramas de los árboles y silbaba al pasar por las ventanas abiertas. Las persianas se sacudían y chocaban contra los marcos de madera. A través de los listones de plástico se veían los destellos de los relámpagos. Las hojas secas crujían sobre la vereda de entrada. Se escuchaba que las gotas repiqueteaban contra el vidrio de la ventana del dormitorio. Allí en mi cama, en ese estado entre despierta y dormida, solo podía pensar en mi huerta. Sin duda, el tremendo árbol a solo cinco metros de mi ventana tenía que preocuparme, o la vieja chimenea recubierta de hiedra que estaba rajada y vulnerable, o las puertas del invernadero que, aún abiertas, daban hacia el jardín, o mi automóvil expuesto a la intemperie y al peligro, si comenzaba a caer granizo. Pero una mente cansada no funciona racionalmente. No me importaban las coles rizadas ni el brócoli, el repollo, el maíz o siquiera los pimientos. Solo me preocupaban mis cuarenta tomateras en flor.
Devocional
Es tiempo de asegurar los tomates ¿Qué significa velar mientras aguardamos la segunda venida?
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Octubre 2020 AdventistWorld.org
UNA IMPRESIÓN
Horas antes, sin imaginar la tormenta que nos azotaría esa madrugada, había estado regando la huerta después de un día seco de 32°C. Mientras sentía gran satisfacción por las prolijas hileras que presagiaban una despensa y un congelador repletos para el invierno, de pronto tuve la impresión de que necesitaba colocar estacas y asegurar las tomateras. Había comenzado con semillas tres meses antes, y ahora, las estrelladas flores amarillas y, en algunos casos, los pequeños tomates verdes eran muy pesados para las diminutas ramas. Eso se notaba aún más cuando cada planta recibía