Adventist World Spanish - October 2020

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Música de ángeles H

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¿Puedo contarle una historia? DICK DUERKSEN

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Octubre 2020 AdventistWorld.org

ay un grupo de Conquistadores al fin del valle que necesitan que los lleven hasta la estación de tren de Denver. Hablan muy poco inglés». Era una mala noticia, algo que incrementó mi nivel de frustración. El Camporí de Conquistadores de Camp Hale, en 1985, el primer camporí internacional de Conquistadores en la región, había terminado el día anterior. Todos los clubes habían empacado sus cosas y emprendido el regreso. Los carteles de bienvenida habían sido desmantelados juntamente con los soportes metálicos y todo estaba en el camión que había partido. La réplica del monumento de Washington que había ocupado el centro de los terrenos del camporí ya no estaba. Se había desarmado y puesto en un contenedor rumbo a la ciudad de Wáshington. Yo era el coordinador de las instalaciones del camporí, y pasaba por el sector en mi gastado Jeep, asegurándome de que fueran desapareciendo los restos del evento. El permiso del Servicio Forestal decía que el valle tenía que ser devuelto a su condición original, y especificaba: «No deberá quedar ningún vestigio de la presencia de los campistas». Eso incluía el gran escenario y las pantallas de video, las tiendas de la sede central, la cañería para el agua, los puentes que se habían instalado sobre el Río Eagle, la bandera que habíamos colgado de la Colina Oriental, las más de cincuenta casas rodantes que habíamos alquilado para alojar temporariamente a los invitados especiales, y cada una de las estacas que los Conquistadores habían clavado en el suelo.

El camporí había tenido un éxito asombroso. «El mejor programa de evangelización que la iglesia ha brindado alguna vez a sus jóvenes», anunció un líder. «La mejor experiencia de mi vida», me aseguró un joven Conquistador. *** El Camporí de Camp Hale había terminado. Todos estaban en camino a sus casas. Con excepción de unos pocos trabajadores y los treinta y cinco integrantes de un Club de Conquistadores de Ciudad de México. Yo había estado sonriendo, satisfecho: El valle se iba vaciando rápidamente. Entonces Carl me avisó del club de México. —¿Están esperando que un autobús los busque? –pregunté. —Creo que es mejor que hables con ellos –me respondió, y entonces se alejó en su vehículo cubierto de polvo. Arranqué el Jeep y avancé por el camino hasta pasar donde había estado la sede central, y llegué hasta donde aguardaba ese grupo rezagado. «Qué locura –me dije a mí mismo, notando que una oscura nube de tormenta se iba metiendo en el valle–. ¿Por qué estarán aquí todavía? ¡Deberían haberse ido hace horas! Los encontré sentados junto al camino, cantando Más allá del sol, mientras agitaban sus manos para saludarme. —¿Puedo ayudarles? –pregunté, temiendo escuchar la respuesta. —No, creo que estamos bien –me dijo el director en un inglés entrecortado–. Estamos esperando un autobús rojo.


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