Luis Alberto Granada: un ejemplar participante AFS

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pl m e j e o i r a t n u l o v Un Fundación Universitaria Konrad Lorenz Maestría Psicología del Consumidor

Liliana Valencia R.

29 de octubre de 2010

Cuando me volví gamín

912101017 Me fui de la casa a los 7 años y más pronto de lo que pensaba me volví gamín.

Contenido: Cuando me volví gamín

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La Fundación me salvó

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Con AFS cambió mi vida

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Mi vida en Francia

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La Javeriana llegó a mí

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El trabajo

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Mis sueños

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Yo vengo de una familia prácticamente monoparental porque mi papá nos abandonó cuando tenía como un mes de nacido. Entonces puedo decir que no conocí a mi papá… creo que en mis casi 30 años, si he hablado con él 20 veces es mucho. Mi mamá siempre me protegió, pero de alguna forma descargaba su resentimiento, su rabia su desesperanza, sus frustraciones en mí. Ella se unió a otra persona, conformó una familia; por eso tengo más hermanos por parte de mi madre. Mi familia era muy humilde, y mis papás –le digo papá a mi padrastro-, eran trabajadores ambos, y fue esa falta de cariño, esa falta de palabra amorosa, esa falta de comunicación lo que hizo que se fueran rompiendo los lazos con mi familia. Cuando iba a cumplir siete años fui cogiendo malas amistades, ya no iba al

colegio y empecé a mendigar. En mi casa era muy precaria la situación, pero mis papás jamás, jamás me obligaron ni me sugirieron que fuera a pedir plata. Esa transición fue muy rápida. En cuestión de 15 días empecé a andar con niños que estaban acostumbrados a pedir, y si íbamos 15 niños y entrábamos a algún sitio y nos regalaban una hamburguesa, pues eso en mi casa no se veía. En mi casa no había ni televisor, todos dormíamos en una cama y era muy precaria la situación, y claro, eso me sedujo, la calle me sedujo y terminé en la calle.

En la calle aprendí la solidaridad, aprendí a ser valiente.

Un día simplemente decidí no volver por miedo a que me reprimieran, a que me castigaran, y me le desaparecí a mi mamá… pobrecita, ella pensaba que me habían robado, pobrecita. Y yo empecé a pedir, y luego me dieron a conocer el cigarrillo, y el pegante y, entonces, ya después empecé a robar. Yo cogí el mal camino desde muy joven. Tenía siete años no más. Mi mamá me vino a encontrar al año, y en un año es mucho lo que se aprende en la calle. Volví a la casa y algún día me puso a lavar la loza, y yo me volví a ir a la calle. Ya mi vida era la calle. Ya conocía las drogas, y eso pues lo ancla a uno a esa vida que no es una vida de rosas; es una vida bastante desagradable. Recuerdo que ya cuando empecé a crecer un poquito, la gente me miraba feo, me sacaban de todos los lados. Yo nunca había ido a cine, y por allá en el año 91 estaban pasando una película de Peter Pan,


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Un voluntario ejemplar

Cuando me volví gamín y yo me metí al Bulevar Niza, que estaba de moda en esa época, y logré que un señor, rogándole, me comprara la boleta. Y yo allá feliz, sentado en la sala, todo sucio, harapiento, oliendo a feo, y nadie se me sentaba al lado. Cuando ya había empezado la película, llegaron dos señores y me dijeron „usted porqué está acá‟, y no me creyeron que un señor me había comprado la boleta, y me sacaron, y para mí eso fue una marca de rechazo muy dura. Eso me generó rechazo hacia la gente, y a otras cosas que fui viviendo en la calle… como cuando llegaba la policía y nos llevaban a La Calera y nos disparaban. En esa época en que yo viví en las calles había grupos de limpieza social, los famosos „Muerte a Gamines‟. Había una cantidad de cosas que me generaron una coraza y que me fueron metiendo más en el vicio. La dinámica de la calle te mete en el vicio, y un día terminé metido en las alcantarillas. Sí es una realidad eso de los niños de las alcantarillas. Yo me conozco todas las alcantarillas del sector de Unicentro, de la 127. Yo fui itinerante, estuve en el Quirigua, en el Centro, en el Cartucho, en Unicentro, en el Prado; en la calle uno nunca está en un mismo sitio.

A los 10 años ya había ido a Cartagena, viajaba por el país, me colgaba de las tractomulas. En el tren de carga viajábamos hasta Ciénaga… durábamos como 15 días metidos en ese tren porque esa vaina no anda nada. Uno en la calle tiene muchas experiencias buenas y malas. Eso nos tocó huirle a la muerte… la tuvimos de frente, y metido en la droga te vuelves una persona desconfiada. Con los grupos de limpieza terminas metido dentro de las alcantarillas, que es llegar al punto más bajo en la escala de degradación a la que puede llegar una persona, porque es estar viviendo en la oscuridad, en un lugar donde tú no sabes si es de día o es de noche; siempre está oscuro, en medio de ratas, de excrementos, de desperdicios, de todo lo que la sociedad bota, y estás ahí, y eres un ser humano con alma, con corazón, con sentimientos, y ahí es que se pierde esa capacidad de sentir, de amar, de vivir. Ahí estás rodeado de desesperanza, es algo que no le deseo a nadie, en realidad es muy triste sentirse como parte de esa basura que transita a través de esas cloacas. En la calle aprendí a valorar cada cosa que tengo, a valorar a las personas. Dentro de mis anécdotas recuerdo estando en Cartagena a la edad de 10 años. Estaba en el mar y unos niños me botaron los zapatos al mar, y yo traté de salvar mis zapatos, pero yo los veía y nadaba pero no alcancé y pensé „o son los zapatos o soy yo‟. Perdí mis zapatos y no pude encontrar a esos niños, porque yo los quería acabar a golpes. Me quedé sin zapatos en ese calor infernal, y veía cualquier charco y allá metía los pies, porque era caminar en el

Es muy triste sentirse como parte

de esa basura que transita a través de esas cloacas.

pavimento hirviendo. Las plantas de los pies se me abrieron. Duré casi un mes caminando descalzo, ahí aprendí a valorar todo lo que tengo, así sea un par de zapatos, la comida… yo tuve que comer muchas veces de la basura. Ahora que tengo otro nivel de vida, si vale la comida, por plata no me duele pagarla, porque sé lo que es no tenerla. Aprendí a ser leal, a ser valiente a enfrentar los problemas, a poner la cara. En casos de supervivencia uno siempre tiende a sacar la mejor tajada. Aprendí qué era compartir y ver al otro como un igual. Eso difícilmente lo hubiera aprendió en otro lugar. Lo peor que hice fue robar a la gente, quitarle su sueldo en una billetera. Yo era raponero, con cuchillo íbamos dos o tres y les quitábamos las cosas a las mujeres. Cogíamos a los muchachos de colegio y les quitábamos los tenis. De eso me arrepiento. Pero afortunadamente no tengo grandes pecados de qué arrepentirme. Nunca llegué a herir a nadie, a matar a nadie. Eso me hubiera pesado muchísimo en la conciencia, pero eso hace parte de la dinámica de la calle.


Edición Especial

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La Fundación me salvó Cuando uno está drogrado, enbazucado, no piensas en nada, tú vas por lo que vas y ya, uno no se pone a pensar, a reflexionar. Simplemente te robas un reloj, y vas y lo cambias por cinco gramos de bazuco. El valor de la vida se pierde de una manera impresionante. Yo vi personas que las mataron por deudas de 200 pesos. Pero afortunadamente, y doy gracias a Dios por eso, porque él siempre ha puesto personas en mi camino. Cuando yo ya estaba en el fondo, en medio de esa droga, y medio decepcionado de la vida, llegó Papá Jaime y la Fundación, y muchas personas que estuvieron ahí apoyándome que me invitaron a ir a la Fundación Niños de los Andes, que me motivaron a cambiar. Eso fue un proceso lento. Cuando tú eres adicto a las drogas, rehabilitarse es complicado, porque uno genera dependencia física a las drogas, y salir de ahí es muy difícil, se requiere más que voluntad. Ingresé a la Fundación a los 11 años y tuve un reintegro a mi casa cuan-

empleo, de hacer algo útil con su vida, y pensé que si ellos pudieron, yo también puedo, y me metí juicioso a estudiar, a sacar buenas calificaciones, a hacer muchas cosas útiles en mi vida que me dieron muy buenos frutos.

do iba a cumplir 15. Me volvía a ir por un tiempo, y ahí tuve una experiencia muy dura. Me dispararon a quema ropa por estar robando, y después de eso reflexioné y pensé que ése no podía ser el camino que yo fuera a coger, y fue cuando volví a la Fundación y les pedí todo el apoyo. Ahí mi vida cambió radicalmente. La primera vez era un niño y no quería aconductarme. Generar hábitos positivos es complicado. Es un proceso lento, de aceptación. El hecho de querer estudiar, quererse asear… un niño que vive en la calle se baña por ahí cada 15 días, e ir a un sitio donde le digan “tienes que bañarte todos los días, tienes que lavar tus medias, tu plato, comer”… generar reglas de conducta no es fácil. Yo quise por mí mismo salir de eso porque en seis meses vi morir mucha gente de una forma muy absurda, y pensaba que si no me salgo a tiempo me van a matar. Ya había una motivación, y eso cambió mi vida. Me ingresaron a un colegio militar, y eso también ayudó a amoldar mi conducta. Tenía espejos. Vi otros niños que empezaban a cambiar su vida, y tenían la oportunidad de irse al extranjero, de conseguir un buen

Papá Jaime me ha enseñado que si tú tienes poder, es para servir; que si tú eres un líder, tienes que ayudar a que los demás lleguen a la cima contigo. Eso es un buen líder. A mí la calle me sirvió para ser solidario. Nosotros, si conseguíamos un pan y éramos 20, lo repartíamos entre 20. Si veíamos que a un compañero, a un parcerito le estaban pegando los policías, uno se metía, uno genera un vínculo de solidaridad por la convivencia más que si me cae bien o no. En la calle, cuando todos éramos niños entre 8 y 15 años, el único que sabía leer era yo. Yo les leía cuentos, historias. Para coger el bus estaba pilas para saber el bus que había que coger. Yo sabía multiplicar, restar. Yo era el líder.

“He podido trabajar con Papá Jaime como motivador, enseñándole a los niños que sí se puede tener un sueño y cumplirlo.”


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Con AFS cambió mi vida AFS fue sorpresivo para mí; es la conclusión de un sueño. Yo estaba mentalizado en que quería ir a otro país y que iba a dar todo de mí para llegar. Antes de que yo viajara, ya había en la Fundación la experiencia de unos estudiantes que viajaron al exterior becados por AFS, y me metieron en el proceso, y yo me fui convencido de que eso es para mí, hasta que me llamaron para decirme “quedaste seleccionado”. ¡Me iba de intercambio! En un principio me dijeron que para Eslovaquia, y después me dijeron que no, que para Francia. Ésa es la fortaleza de un sueño. Cuando tienes ganas de algo y lo sientes con el corazón, se te ve. Esa energía la logran percibir los demás. Cuando alguien tiene ganas de superarse, no hay nada que lo detenga. Cuando regresé había mucho niño nuevo, y para esos niños yo era un ejemplo a seguir y eso me pareció muy chévere. Y pensé, claro, yo puedo ser un líder, y con mi ejemplo lograr que otras personas salgan de su vida monótona, de falta de sueños. Ese modelo de vida que yo estaba mostrando se convirtió en un modelo de vida para muchos jóvenes que estaban en rehabilitación, y eso para una persona que no tiene un norte en su vida es muy importante. Ver una persona y pensar „si esa pudo, yo también lo puedo lograr‟.

Un voluntario ejemplar


Edición Especial

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Mi vida en Francia Sentí miedo. Todo era confuso. Cuando llegué donde mi familia en Francia, a un pueblito de 1200 habitantes, yo era el único extranjero, todo el mundo me saludaba. La familia que tuve fue una familia muy especial. Yo me fui muy prevenido con ellos, obviamente uno a esa edad, 16 años… les eché un chorrero de mentiras. Me daba vergüenza decir que yo era de la calle. Ellos lo sabían. Ellos tenían un hijo que se fue de intercambio a Estados Unidos y decidieron tener a alguien de intercambio ese año, y ellos tenían un catálogo: el niño coreano que toca muy bien el piano, la niña que es excelente en el colegio, todos destacados y al final de la lista, un colombianito que había estado en la calle. Y el papá dijo “es éste o no es ninguno, y vamos a jugárnosla con él. Ésta es la persona.” Fue una experiencia de locura. Ellos, mis papás, me enseñaron todo. Me dijeron que no me querían por lo que yo tuviera, sino por quién era, por la valentía que tuve de lograr salir de donde salí. Fue una gran experiencia, hice amigos, aprendí francés, me llevaron de viaje por diferentes países, y pode cumplir mi sueño de conocer Inglaterra, donde me invitaron a dictar una charla. Para mí fue un renacer, una nueva vida, tenía mi propio cuarto, con televisión, con escritorio, una casa gigantesca, con un paisaje hermoso, lleno de árboles. Todos ayudábamos a servir la mesa, a barrer. Para mí fue un cambio radical. Lo más importante de esta experiencia de vida fue que aprendí que la gente te aprecia, te escucha, te aconseja. El lazo que se creó con ellos fue un lazo muy, muy fuerte, indisoluble. Los

que viajan de intercambio ven a sus papás como sus papás, y ellos a su hijo de intercambio como si en realidad fuera su hijo. Se vuelve una relación para toda la vida. Cuando yo estaba en Francia, mi mamá colombiana, que a duras penas llegó a cuarto de primaria, me escribía cartas. Para ella esto era un orgullo y generó gran cercanía con ella. Volver a la realidad no fue fácil porque yo allá lo tenía todo, vivía como un rey, no me faltaba nada. El intercambio definitivamente potenció todas mis habilidades, mi visión de la vida, tener un propósito claro en la vida y ser más líder; ser consciente de que tú puedes dar para los demás, así sean cosas como un consejo, una palabra que en algún momento le cambian la vida a una persona. Terminé el bachillerato, entré a la universidad, saqué un excelente Icfes. Un año después de habar vuelto a Colombia, en el 99, mis papás franceses vinieron y crearon una asociación que buscaba dinero para la

Fundación Niños de los Andes y para mí. Se llama „Tournassol por la Colombie‟, porque mi papá decía que los girasoles son como los niños de la calle, porque es una planta que en un principio tiene que aguantar la intemperie, la oscuridad, el estiércol, pero es una planta que cuando empieza a salir esa flor, nunca pierde la dirección de la luz del sol. Los niños que salen de la calle son como ese girasol, porque han tenido que pasar muchas situaciones adversas, pero cuando logran salir, salen con todo y nunca van a perder el norte de su vida, esa luz. La asociación se conformó con 30 personas y ahora tiene más de mil y pico de miembros: mucha gente que no me ha visto en su vida, pero que conoce mi historia.


Edición Especial

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La Javeriana llegó a mí El padre Álvarez, Decano de la Facultad de Derecho en la Javeriana y miembro de la Junta Directiva de Niños de los Andes, fue un día a Subachoque, a la Fundación. Yo estaba en la biblioteca leyendo algo de Platón porque yo quería aprender, y nos pusimos a hablar. Me dijo “si usted termina su bachillerato muy bien, le voy a dar una beca para que estudie lo que quiera en la Javeriana.” Yo pensé que tengo que prepararme muy bien, así que no fue casualidad sacar un buen Icfes, yo iba preparado y logré pasar en la Javeriana a Derecho. Ésa era mi pasión dese muy niño. Siempre fui conciliador con los compañeros del parche. Siempre supe que quería ser abogado y bueno, logré entrar, tenía que mantener un promedio de notas alto, no perder materias, y eso implicaba una exigencia adicional. Siempre he mantenido ese bajo perfil de no contarle a todo el mundo. No porque me avergüence, todo lo contrario. Es una historia de vida que se debe contar una y otra vez para mostrar que si uno quiere algo en la vida lo puede lograr, no importan los obstáculos que se interpongan. Hay que ser testarudo e ir en pos de ese sueño. En el año 2000, cuando estaba terminando mi segundo año de derecho, me llama una persona del periódico El Colombiano de Medellín, y me dice que en virtud de mi historia de vida y de todo lo que estaba haciendo con la Fundación me había ganado el premio Colombiano Ejemplar. Fui el colombiano más joven en recibir ese premio. Con eso salí en muchos periódicos en primera página, me llamaban a programas de radio y obviamente la gente del cur-

so se enteró y lo recibieron muy bien. Es que cuando regresé de Francia en 1998, papá Jaime estaba comenzando a ser motivador y yo empecé a andar con él. Él me decía “si tienes palabra, tienes que replicarla con los hechos”, y me sugirió que empezara a ir a las brigadas de voluntarios, o sea patrullas de rescate que dan de su tiempo a los niños de la calle. Mi caso era especial porque muchos de los que yo iba a visitar habían estado conmigo en la calle, y lograba engancharlos. Verme bien vestido les generaba un choque de “uy, ¡yo qué estoy haciendo acá!” En la Javeriana me hicieron un agasajo muy bonito, pero no me salí de ser un estudiante normal, sentí mucho apoyo de ellos. Yo tenía mi novia, quedó embarazada y no era uno, sino gemelos y cuando mis hijos nacieron me hicieron baby showers, una cantidad de pañales como para un año. En esa época las cosas se dificultaron porque el padre Álvarez tenía otra expectativa para mi vida, que yo fuera ministro. Entonces me cambió a media beca. Sentía que me había tirado mi vida. No lo voy a sacar de la universidad porque no le ha ido mal,

pero no le voy a ayudar más. Yo estaba entrando a tercer año y me toqué puertas. En La Sabana me dijeron que me daban la beca 100%, pero tendría que volver a empezar de cero. Pero no, yo no iba a volver a empezar, yo me graduaba javeriano. Empecé con muchas dificultades. Hice rifas; un profesor que no conocía mucho me ayudó con una parte del semestre, y también mi familia de Francia para completar la media beca. Así fueron seis semestres hasta que me gradué contra viento y marea, Fue una prueba de fuego. Yo no voy a repetir lo de mi papá de dejarme botado. Lo asumo desde el comienzo. Me casé. Luego cuando los gemelos tenían nueve meses, otra vez quedó embarazada Fue muy duro; hacíamos chocolatinas y vendía en la calle. Como sabía francés, dicté clase de francés a medio curso, y lo logré. Me pude graduar. Mi esposa tenía ya otros dos hijos. Ella es mayor que yo nueve años, y su hija mayor ya tiene dos hijos también. A mi esposa la conocí en la Fundación; ella es un complemento especial de mi vida. Ya llevo 20 años con ella.


El trabajo No fue fácil conseguir trabajo, pero no me puedo quejar. He sido afortunado, y siempre he trabajado en buenos sitios, buenos buffets. Ahora estoy con Monroy & Bernal Abogados. Allí manejamos cosas importantes de derecho administrativo.

una parte colaboro con la Fundación Niños de los Andes, sobre todo dando a conocer mi historia y sirviendo de ejemplo para muchos niños. También estoy con AFS donde hago parte del comité de selección de becarios para irse de intercambio.

Tengo que decir que la vida profesional me ha dado grandes enseñanzas. Me especialicé en derecho administrativo en la Javeriana, ésa sí la pagué. La profesión me da todo, mi casa, mi carro, poder compartir con mi familia.

Es que en el mundo puedes ser un equis para mucha gente, pero para esa persona a quien tú le das tu mano, puedes convertirte en su mundo. Acá soy la mano derecha e izquierda de mi jefe, y eso me consume tiempo, pero no estoy alejado del voluntariado. A veces nos acostumbramos a abrir los brazos y recibir, pero nos olvidamos de dar. Nos olvidamos de que cuando estuvimos en un momento difícil, mucha gente nos dio la mano.

Hace poco compre una casa sencilla y grande, y ahora todos vivimos juntos con en Mosquera, con mi familia, mis papás, la hija de mi esposa, sus hijos. Si antes cabíamos todos, pues ahora también. Mis papás están en una situación difícil, sin trabajo, y yo estoy buscando comprarles otra casa. Además de eso, en 15 días me entregan mi carro, un Hyundai. Eso me tiene feliz. Además de mi trabajo saco tiempo para seguir como voluntario. Por

Yo vine a tomar conciencia del voluntariado después de vivir la experiencia de AFS y haber conocido otra cultura. De ver mi especial experiencia de vida y haber salido de ahí.

Eso no le pasa a todo el mundo. La familia con la que viví en Francia y el mismo papá Jaime me han reforzado la idea del compromiso, de dar y servir, y eso creo que lo he replicado en mi vida, y es rico sentir que uno le ayuda a alguien y que es útil, que no necesariamente tiene que ser económicamente, sino hay muchas formas a través de las cuales tú puedes servir y ser un factor de multiplicación. Creo que un voluntario debe tener disposición, no es algo obligado. Debe haber un por qué y un para qué. El voluntariado ayuda para enaltecer el espíritu y también para retribuir. Si tú eres afortunado en la vida vas a retribuir eso en las demás personas. Vas a ser un factor de multiplicación. Cuando uno da lo hace con el mayor de los gustos. No hay nada que regocije más el espíritu que servir a otro sin condiciones; dar desinteresadamente sin condiciones.

Mis sueños El día en que me gradué hace cinco años les conté a mis hijos la historia de un niño que había vivido en las calles, que había pasado muchas dificultades y que había logrado salir adelanto con la ayuda de muchas personas. Ellos me dijeron “papi, esa historia es muy linda, pero si no nos equivocamos, esa es la historia de tu vida”… yo solamente lloraba de felicidad. Yo he sido el modelo de mi casa porque estuve en una situación muy difícil, pero logré salir adelante, sacar adelante a mis hijos… Simplemente creo que hay que fijarse una meta e ir por ella. Siempre va a haber dificultades; las cosas valiosas en la vida requieren de un esfuerzo, de ser perseverantes. Yo hoy estoy viendo los frutos de ser

tan testarudo. Bueno, me considero una persona con estrella, Creo que Dios tiene una meta especial para mi vida, y ahora busco ser perseverante, afectivo, solidario y buen jefe. Creo que son las más cosas buenas que tengo para dar que las malas. Antes que ser un buen profesional, hay que ser una buena persona; la gente valora a las personas. Ser persona es un reto. Sobre mis sueños, voy a mandar a mis niños de intercambio. Mi meta en lo profesional es montar mi buffet, tener mis clientes, seguir estudiando. Quiero ayudarles a mis papás para que tengan su propia casa, y ahorrar para la universidad

de mis tres hijos. También, viajar a Perú, a Praga y recorrer Italia. También quiero que mis hijos conozcan el mar.


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