Vol 78. Más que un Eco de la Opinión. 2. Escritos 1879-1885. Francisco Gregorio Billini

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MÁS QUE UN ECO DE LA OPINIÓN 2. Escritos, 1879-1885

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Archivo General de la Nación, volumen LXXVIII Autor: Francisco Gregorio Billini Editor: Andrés Blanco Díaz Título original: Más que un eco de la opinión. 2. Escritos, 1879-1885

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Archivo General de la Nación, 2009 Calle Modesto Díaz 2 Santo Domingo, Distrito Nacional, Tel.: 809-362-1111, Fax 809-362-1110 www.agn.gov.do

© Andrés Blanco Díaz

Departamento de Investigación y Divulgación Directora: Reina C. Rosario Fernández Diseño: Puro Fajardo Diagramación: Soluciones Técnicas F & J Diseño de portada: Soluciones Técnicas F & J

Ilustración de portada: Ilustración que muestra las Salinas de Puerto Hermoso.

(Museo Histórico de Baní).

ISBN: 978-9945-020-67-0 Impresión: Editora Búho, C. por A. Impreso en República Dominicana • Printed in Dominican Republic

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Archivo General de la Nación Vol. LXXVIII

Francisco Gregorio BilLini

MÁS QUE UN ECO DE LA OPINIÓN 2. Escritos, 1879-1885

Andrés Blanco Díaz Editor

Santo Domingo, D. N. 2009

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Editorial

Toca ya a su fin la legislatura ordinaria, y bueno es hacer una sucinta reseña de lo que el país ha alcanzado en el ejercicio de su soberanía por medio de sus legítimos representantes. Pese a quien pese, el Congreso Nacional ha sabido colocarse a la altura de su misión, y la dignidad y la independencia en sus deliberaciones han sido una garantía para la situación actual. Ni ha opuesto sistemáticamente su voluntad al poder público, debilitando su acción, ni ha manifestado en ningún sentido esa dócil sumisión que coloca a los cuerpos legislativos en condiciones análogas a la de inconscientes y serviles aprobadores del menor antojo del Ejecutivo. Y no podría ser de otro modo: gran tino y acierto reveló el país en el nombramiento de sus representantes, depositando su confianza en un número de hombres que están, en su mayoría, libres de ese espíritu conservador que tantos males ha acarreado a la República. Dígase cuanto se quiera, la juventud es la depositaria de las grandes ideas y el símbolo de las grandes esperanzas para los pueblos. Puesta la base de la organización política con la revisión del pacto fundamental, procedió el Congreso a dar las leyes que más perentoriamente exigía el estado del país, y aparecen en primer término, como prenda de alta previsión de conveniencia pública, el decreto que erige en Distrito las poblaciones fronterizas de la Línea Noroeste. Gran paso es este, que venían exigiendo imperiosamente todos los intereses políticos y económicos de aquellas localidades y de la provincia de Santiago. Oponer a la invasora tendencia de nuestros vecinos ese núcleo de fuerza potente y cercano; suprimir los inconvenientes que aparejaba en cualquier caso dado, la 11

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distancia a que se encontraban aquellos lugares de la acción pronta y enérgica de los representantes del poder público; proveer con recursos propios, manejados por propias manos, a las necesidades de la vida política; tales son los fines que se quisieron alcanzar con la erección de Montecristi en Distrito. Una ley de vital interés para la mejor administración de la justicia también ocupó la atención de los Cuerpos Colegisladores: la que pone en vigor las leyes de procedimiento civil y criminal ante los alcaldes, derogadas por un decreto de la Cámara Legislativa que solo mandaba observar los códigos de Francia sin las modificaciones introducidas últimamente en aquel país. La ley estableciendo un control para el registro de todos los actos públicos ha sido otro de los pasos muy acertados del Congreso. Desde la memorable época de los Seis Años, tal vez cediendo a la idea de proteger, con gran daño de los intereses públicos, a determinada personalidad se suprimió eso de sindicar tales actos, y la Dirección del Registro venía siendo, desde entonces, una vorágine que consumía impunemente todos los fondos que por ese concepto debía recaudar la Hacienda pública. Esa inmoralidad duró hasta ayer; y los favoritos de todas las situaciones, los más allegados al poder, tenían en ese destino un venero inagotable de cantidades con que regodearse a su satisfacción. La nueva ley es un dique opuesto a esa voracidad de los parásitos de todas las situaciones. Ha dictado el Congreso una resolución conciliadora con la laudable intención de revalidar los actos de la interinidad que concluyó en febrero, los cuales adolecían del carácter de aquella situación poco definida en cuanto a su constitucionalidad. Ahora, les está poniendo el sello que necesitaban para obtener los fines legales; y modificando algunas disposiciones y admitiendo en su totalidad otras de aquella época, tendremos un decreto que manda construir casas de gobierno en las capitales de provincias y distritos que no las tienen, y reconstruir el antiguo palacio del Ejecutivo y el hospital militar; subsistirán los comités de marina; se mandará pagar, conforme convenga, la deuda de las revoluciones contra Báez y González, y se dictará una ley de inmigración que pueda hacerse efectiva y dar los resultados que se desean.

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Un decreto que bastaría a hacer la gloria de la legislatura de 1879 se ha dictado ya por el Congreso; el que cede de franquicias a la agricultura. Demás está que hagamos a ese respecto mayores encomios de los que hasta ahora hemos prodigado al proyecto. El país que así ofrece facilidades para fomentar su riqueza, que así llama los capitales a una segura ganancia, que pone así los cimientos de su prosperidad, debe recoger en breve el fruto de su buen deseo. Auguramos al decreto del Congreso un éxito favorabilísimo. En punto a franquicias y facilidades, también ocupan lugar y mención honoríficos los dos decretos que propuso el Ejecutivo; uno redimiendo del recargo del 6% las mercancías importadas de las Antillas, y otro concediendo plazos proporcionales para el pago de todos los derechos de importación. Ambos han merecido una acogida benévola del Congreso; como que tienden a favorecer los intereses del pueblo y quitan el peso que una ley de privilegio ejercía sobre la modesta fortuna del comerciante en pequeña escala, digno de que se le alentara con el fin de que contribuyese al aumento de la riqueza pública. Un artículo de la ley de patentes para el corriente año también ha venido a favorecer uno de los elementos más vitales para el progreso del país, dedicando exclusivamente el producto de esa renta a la instrucción pública. De aquí que se haya podido expedir un decreto creando las escuelas normales de Santo Domingo y Santiago, a cuyo sostenimiento se afecta el cuarenta y cinco por ciento de ese producto; de aquí también que otro cinco por ciento sirva para las Bibliotecas públicas que existen en el país. Por ambos decretos merece bien un voto de gracias el Congreso Nacional. Sabemos que este cuerpo se ocupa en el estudio de otros proyectos de ley beneficiosos, y creemos que en los pocos días que quedan para declarar cerradas sus sesiones nos dará motivos para aplaudirle. La legislatura de 1879, con las disposiciones de que hemos hecho mérito, y con otras de carácter transitorio que aparecen en sus actas, ha cumplido su deber, y ha dejado satisfechos los deseos del país con su conducta a todas luces digna de la aprobación de todo republicano sensato y verdaderamente patriota.

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Solo los que en nada tienen la felicidad del país y a quienes importan poco sus desgracias, podrán decir lo contrario. El Eco de la Opinión, No. 9, 19 de mayo de 1879.

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Editorial

Ofrecimos en nuestro último número hablar sobre la resolución que propuso al Congreso el diputado José Joaquín Pérez, en unión del senador Federico Henríquez y del diputado Mateo Peynado, con apoyo de los representantes Billini, Mejía y Pina, relativa a que se votase la cantidad de diez mil pesos, destinada a contribuir a la erección de un monumento en que se depositen los restos del Primer Almirante, hallados en la Santa Iglesia Catedral el memorable diez de septiembre de 1877. Sabido es que la idea de la erección de ese monumento viene ocupando a algunos gobiernos de las repúblicas sudamericanas, y que hasta en los Estados Unidos, la Sociedad Histórica de Nueva Jersey, en 30 de enero de este año, resolvió iniciar el proyecto y pedir la cooperación del Congreso de aquella nación para esa obra de gratitud universal. Y mientras eso sucedía en el extranjero, lejos del lugar donde se verificó el portentoso hallazgo, no era justo que nosotros permaneciésemos indiferentes, conformándonos con la sola gloria de poseer esas reliquias venerandas. Era necesario completar esa gloria y a eso responde satisfactoriamente la resolución del Cuerpo Legislativo. Hasta ahora, ningún documento del primer poder del Estado había puesto el sello de su sanción irrecusable al hecho del hallazgo de los restos del Gran Descubridor. La Cámara Legislativa solo hizo recomendar al Congreso que se ocupase del asunto, cuando el diputado Manuel de Jesús Galván propuso algo análogo a lo que se ha verificado hoy. Con esa sanción solemne, con esa declaratoria suprema que contiene la resolución iniciada por el diputado J. J. 15

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Pérez, se ha dado un gran paso en orden a que la duda no se siga sustentando por los que quieren cerrar los ojos a la espléndida luz de la evidencia. Con las seguridades que ofrece la manera de recaudar la suma que se destinará al monumento de Colón, y el poco tiempo en que se hará, puede decirse que es ya un hecho consumado lo de que el ilustre genovés tenga en su Antilla predilecta el santuario en que las generaciones vengan a depositar sus ofrendas de amor, admiración y gratitud a su memoria. La iniciativa del Congreso hará que no se vacile en el extranjero, y que haya una base cierta para tan laudabilísimo proyecto. La cantidad con que se suscribe el pueblo dominicano es modesta, pero guarda relación con lo que sus recursos le permiten. ¡Ojalá hubiera podido él solo acometer tan meritoria empresa! Nos ha parecido excelente la idea de que una comisión especial se ocupe en todo lo relativo al monumento; y mucho más digno de aplaudirse lo de designar ciertas personas cuyos nombres están tan ligados al suceso del hallazgo de los restos de Colón. En verdad que ninguna mejor prueba de honorífica distinción podía tributarse al dignísimo prelado Fr. Roque Cocchía, ni al benemérito canónigo F. X. Billini, ni al ilustrado E. Tejera, ni al ilustre municipio de esta capital como llamándoles a ocupar un puesto preferente en esa comisión, en la cual pueden seguir demostrando ese interés, esa abnegación con que hasta ahora se han conducido en tan importante asunto. Y como a todo el país debe tocar también la gloria de estar representado en cuanto atañe a Colón, magnífico también ha sido el pensamiento de que las sociedades patrióticas coadyuven a esa meritoria empresa. Ni se deja tampoco de dar participación directa a los gobiernos extranjeros, y por eso, queda la facultad de que se agreguen a esa comisión cuantos vengan a depositar su óbolo en la empresa que a todo el mundo concierne. Para que el país y el mundo conozcan lo que Santo Domingo ha hecho y lo aplaudan, tenemos la satisfacción de ser los primeros en insertar aquí con el preámbulo que le precedió, la proposición del diputado J. J. Pérez y de los demás representantes, que es ya hoy una resolución solemne del Congreso de la República.

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He aquí dicho importante documento: Ciudadanos representantes: No parece justo, ni digno, ni patriótico que el Congreso Nacional cierre sus sesiones sin tributar un homenaje a la memoria del Gran Descubridor del Nuevo Mundo, cuyos restos reposan en esta tierra de su predilección. Mientras el acontecimiento del hallazgo del 10 de septiembre ha producido profunda y favorable impresión en casi todos los países de Europa y América; y mientras se piensa en consagrar digna ofrenda de admiración, amor y gratitud al genio ilustre que completó la tierra, erigiéndole un monumento en que reposen sus venerandos restos, toca a nosotros, en primer término, y más que a nadie, contribuir a que ese monumento sea una realidad y conserve y perpetúe el depósito sagrado que la Providencia nos confiara. Con este fin, y sin que sea preciso añadir más para que obtenga tan laudable pensamiento el voto unánime del Congreso de los Representantes del pueblo, tenemos el honor de proponer el siguiente proyecto de resolución.

El Congreso Nacional En nombre de la República Considerando; que los gobiernos de varios países tienen el decidido propósito de erigir un monumento en la ciudad de Santo Domingo, donde se depositen los restos del inmortal Descubridor del Nuevo Mundo, hallados en nuestra Santa Iglesia Catedral el día 10 de septiembre de 1877. Que es un deber del pueblo dominicano cooperar a esa obra con que la gratitud universal premiará el gran servicio que Cristóbal Colón prestó a la humanidad. Que la Cámara Legislativa, en fecha 17 de junio de 1878, acordó recomendar al Congreso votase una suma con ese objeto;

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En uso de las facultades que le concede el Pacto Fundamental.

RESUELVE: Art. 1º Se vota la cantidad de diez mil pesos fuertes, con cargo a gastos extraordinarios, destinada a contribuir a la creación de un monumento en la ciudad de Santo Domingo, para depositar y conservar los restos de don Cristóbal Colón. Art. 2º Esta cantidad se pagará por la Hacienda pública, desde el 1º de junio próximo, con un dos por ciento de las setenta unidades de los derechos de importación que se cobren por las aduanas de la República. Art. 3º El Poder Ejecutivo procederá a nombrar una comisión compuesta de personas notables, nacionales y extranjeras, que se ocupe en todo lo relativo a la erección del monumento y que perciba dicho dos por ciento de las oficinas fiscales, con vista de las planillas de importación hasta la concurrencia de la suma votada. § Deberán pertenecer a dicha comisión el Illmo. y reverendísimo señor Arzobispo de Sirace, fray Roque Cocchía, el reverendo canónigo penitenciario don Francisco X. Billini, el ciudadano Emiliano Tejera, el ciudadano presidente del Ayuntamiento de esta Capital y un miembro o representante de cada una de las sociedades patrióticas de la República y se agregarán después a ellas los comisionados que los gobiernos extranjeros enviasen para representarles en la empresa de la erección del monumento. Art. 4º El Poder Ejecutivo dictará todas las órdenes necesarias para el exacto cumplimiento de esta relación. Dado en la sala de sesiones del Congreso Nacional, en la ciudad de Santo Domingo, capital de la República, &. &. José Joaquín Pérez Federico Henríquez Mateo Peynado

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Apoyado: F. G. Billini

J. T. Mejía

Manuel Pina

No es de dudarse que, con esta resolución, todos los países interesados en dar testimonio de la veneración que tienen a los restos del Gran Almirante, contribuyan a que ese monumento sea cual conviene a la gloria de tan insigne y preclaro personaje. Ya en los Estados Unidos se ha dado un paso que honra a esa gran nación. ¿No la seguirán México, el Perú, Chile, Bolivia, Venezuela, el Brasil, Colombia, y las demás repúblicas del Sur y Centro América? Oh que sí. ¿Cómo no concurrir cada uno de estos países a esa obra enaltecedora? Y ¿cómo no demostrar su gratitud al genio que con poderosa mano los sacó de las sombras de lo desconocido para colocarlos en el gremio de los pueblos que hoy marchan iluminados por la luz de la civilización? ¿Y permanecerán indiferentes las poderosas naciones de Europa ante la voz que se levanta pidiéndoles su concurso? ¡Oh que no! La culta Francia, la poderosa Albión, la pensadora Alemania, la artística Italia, patria de aquel héroe inmortal, todas las naciones que pueblan el Viejo Continente, deben apresurarse a que sus nombres figuren en esa lista de honor que decorará el suntuoso edificio en que la humanidad guarda los restos del hombre predestinado, escogido de Dios para ofrecer un mundo nuevo a la civilización. ¡Hasta la misma España debía inclinar humilde la cabeza ante el fallo que pronuncia la conciencia universal, y venir a depositar sus ofrendas sobre la losa que cubre los despojos de aquel que le brindó tantas grandezas! Esperamos que así suceda; y que la resolución del Congreso Nacional sea para los despojos de Colón la señal de que pronto reposarán bajo un monumento que dure tanto y se admire tanto como su memoria en todas las generaciones y por todos los siglos. El Eco de la Opinión, No. 10, 24 de mayo de 1879.

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Editorial

¿Somos demócratas?, ¿somos republicanos? Decimos que sí y nos empeñamos en que así se nos llame y que en tal concepto se nos tenga. Pero luego hay ciertos resabios que parecen advertirnos de que algo nos falta para llegar a la perfección en este punto; la libertad de otros nos asusta, y quisiéramos mutilarla, cuando opone un dique a nuestros deseos. La democracia acomodaticia, el republicanismo incompleto, los alardes despóticos, la restricción a las ideas, deben reinar entonces, y todo ha de callar, y todo ha de plegarse a la conveniencia de los pocos, en detrimento de la convicción y de las legítimas aspiraciones de los muchos. ¡Fatal sistema que de vez en cuando, o casi siempre, ha venido a causar honda perturbación en nuestro modo de ser! Cuando sucede eso de que cada uno quiere predominar, ni se pesan razones, ni se somete nada al examen detenido y concienzudo, y se elevan los gritos al cielo, y se pronuncia la palabra fatídica, tremenda, pavorosa: la palabra oposición; con el epíteto alarmante, desconcertador, mortífero: el epíteto sistemática. Y como no hay quien decida en esta contienda, ambas partes se miran de hito en hito, se califican y se lanzan denuestos. ¿Quién es en la lucha el que verdaderamente se opone, y de qué lado está la razón? Difícil sería averiguarlo, si no fuese a la luz de lo que la naturaleza de las instituciones libres indica como mejor criterio para estos casos que ordinariamente se presentan en todas las épocas y en todos los países. ¿Cuál es la índole del poder que tiene a su cargo la ejecución de las leyes? Por lo mismo que dondequiera encuentra un límite a sus facultades, como todo tiende a la expansión y a la dilatación, 21

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la índole de este poder es invasor y absorbente. Por eso, se le ha colocado al frente ese otro poder regulador y armónico que, con más grado, de fuerza moral, está conteniéndole siempre y que se llama Poder Legislativo. El origen, las funciones y el número de los que componen este cuerpo dan la medida de lo que está llamado a hacer en la esfera de la vida pública, tiene una gran cantidad de acción popular, es la representación genuina de la soberanía nacional. Debe desde luego calcularse que en él reside la razón suprema, que es el árbitro más legítimo de los destinos del pueblo, y que tiene la elevada misión de someterlo todo a su voluntad, desde que dicta la ley, desde que traza el camino por donde han de ir todos los demás poderes. Así que, no hay vacilación en el pensamiento de que allí debemos buscar siempre la decisión más ordenada a justicia. Lo que se llama oposición no existe sino en quien se subleva contra quien tiene derecho a decidir. No es de suponerse nunca que quien recibe mandato del pueblo, y quien tiene interés en conservarse siempre digno de que ese mismo pueblo le favorezca con sus votos, vaya a hacer nada que no crea en armonía con sus necesidades y deseos. Si hay error en quien obra así, de seguro que yerra por exceso de buena fe. Y entonces injusto es atribuirle que hace oposición a lo bueno y a lo conveniente. Nadie se suicida por el puro gusto de lucirse y hacer ruido. Eso de oposición se interpreta al antojo de cada cual, ¿y qué nos dirían los que así la tienen como elemento peligroso para los Estados, si quisiéramos probarles cuán útil es ella para la regularidad administrativa, para el buen orden en el sistema democrático, para el crédito y la popularidad del gobierno que la sufre? Ningún servicio más grande puede jamás hacerse al jefe de un Estado que resistirle en ciertas ocasiones –dijo el eminente Mr. Thiers en un célebre discurso pronunciado en el cuerpo Legislativo el 10 de julio de 1867, con motivo de la expedición de México, y probando la necesidad de esa oposición que se mira por algunos como la más calamitosa de las conquistas liberales. Sí; la oposición es para los gobiernos lo que en el orden físico la fuerza compresiva para las máquinas de vapor. Para que haya

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producción de este elemento de utilidad, es indispensable que exista cierto espacio vacío en el receptáculo que contiene el líquido que lo ha de producir, y para que este vapor despliegue su acción y tenga su natural actividad, es necesario que el espacio se halle cerrado por un cuerpo que impida su indefinida extensión. Si falta aquel espacio, falta el medio o la condición necesaria para el efecto; si falta el cuerpo que lo cierra –la causa compresiva–, se esparce el vapor por la atmósfera sin producir efecto alguno. Debe entenderse que hablamos de oposición razonada; nunca de esa oposición que se hace por medio de coaliciones parlamentarias, destructoras de gobiernos, en los cuerpos donde existen partidos de distintas opiniones y que en un momento dado se unen, para dividirse después más profundamente. Estas coaliciones no existen por fortuna entre nosotros. La oposición –si así quiere llamársele–, solo es sistemática, cuando en todo, por todo, y para todo se le enfrenta al gobierno. Así que vemos que en muchas cosas se está de acuerdo, y solo en un punto se difiere, no puede darse a esto el nombre de oposición sistemática y hacerlo revela algo que no es muy envidiable. Debemos concretar estas reflexiones a la actualidad. El Congreso Nacional ha cumplido ante el país patrióticamente su misión. Compuesto en su mayoría de personas de ilustración y buena fe, ha secundado las miras del Gobierno en casi todos los casos; y si alguna vez se han hallado en desacuerdo, no habrá quién se atreva a probar que lo ha guiado un espíritu de oposición por sistema. Ha creído que obraba en armonía con lo que la voluntad del país estaba exigiendo y se ha retirado satisfecho de la escena pública. Sus actos, ahí están: los juzgará el pueblo que les encomendó dictar las leyes. No ha sido el Senado –eunuco de los Seis Años–; pero tampoco ha promovido escándalos que se avienen mal con lo que exige la estabilidad del país. El Eco de la Opinión, No. 11, 3 de junio de 1879.

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Editorial

Todos nuestros progresos económicos se vinculan y dependen en cierto modo de un gran progreso, de una gran mejora que pueda llamarse generadora y sustancial. Vemos que a cada paso y por dondequiera surge una hacienda de caña con sus máquinas de vapor, que elaboran la riqueza y que aseguran el porvenir; vemos que el trabajo constante ahuyenta nuestra endémica calamidad revolucionaria; pero no vemos la manera de que los productos de esa maravillosa y saludable reacción tengan fácil salida y vengan a ser solicitados sin peligro, para llevarse a los grandes centros de su consumo. Nos falta una cosa que es el complemento necesario de todo eso: nos falta el puerto limpio, ancho, profundo, libre. El año 1874 –ese año de los grandes proyectos, muchos realizados, como la Compañía francesa y el muelle, y muchos también muertos en embrión– se fijó la vista en nuestro puerto y se vio allí motivo para organizarse una cruzada que nos redimiese del casi aislamiento en que vivíamos comercialmente. Se otorgó una concesión, se hicieron exploraciones en el fondo de nuestra barra, levantándose un plano, y hasta se llegó a formar una compañía con el objeto de comenzar los trabajos; pero aquello no pasó de ser momentáneo efecto de un buen deseo. Todo volvió a la calma abrumadora del far niente, y esa barrera de escollos quedó allí amenazante, acumulando formidablemente todos los materiales que la harán muy pronto inaccesible al paso de los grandes buques que conduzcan nuestras riquezas. ¿Llegará por fin el día en que la carencia de medios para la circulación de nuestros productos, estancándose 25

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aquí, nos haga morir de plétora industrial? No parece posible que así sea, y en el interés de los mismos que fomentan las empresas interiores está buscar el modo de que sean productivas, abriéndoles la vía que necesitan para ello. Muchas concesiones se han otorgado, tan inútiles como onerosas; nuestras rentas se han descabalado sin provechosa indemnización de bienes positivos, y bien se pudiera volver otras y enmendar el yerro con un gran paso de esos que significan la suprema salvación del país. La asociación es palanca que mueve el mundo, siempre que se le ofrezca el punto de apoyo de Arquímedes. Y ese punto de apoyo puede darlo el Gobierno; que a eso simplemente debe reducirse su misión en estos casos. ¿Por qué los señores hacendados no se agrupan en torno de esa idea que está clamando por verse realizada, y no piden las mismas –o mayores franquicias que las otorgadas en 1874 al señor David Coen para la apertura de la barra de nuestro puerto? En aquella concesión –si mal no lo recordamos– ofrecía el gobierno pagar al empresario el doble a que ascendiese el importe de los trabajos. Podíase muy bien hoy obtener esa o mayor ventaja, y como está ya probado que otras empresas para las cuales se ha afectado gran parte de los derechos de puerto no tienen medios de realizarse y caducarán, es de esperarse que así mismo estos derechos entren en la compensación de las cantidades que se destinen a tan importante mejora. Las condiciones actuales del país aseguran favorable éxito a quienes se presten a dar cima a la obra. No hay temor de que ningún fracaso los detenga: la paz es un hecho de incontrastable efectividad. Buen ejemplo para comunicar mayor fe en la empresa es el que ofrece la Compañía del muelle y enramada que brindó a los accionistas un rédito verdaderamente prodigioso en escaso tiempo. No creemos haber clamado en el desierto. En el movimiento que hoy se revela en todos los gremios para lanzarse a la vida del trabajo, debe entrar este que es el más beneficioso de todos y para todos.

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Quítese de la entrada de nuestro puerto ese estorbo de gran magnitud, pero de poca consistencia material, ya está hecho un gran trabajo con el estudio del fondo, y es sabido que allí la parte de roca es muy pequeña y que la mayor es de arena, maderas y otros elementos de fácil remoción que con una buena draga desaparecerían en breve. Ahora poco tiempo asistimos a un meeting donde se proyectaba el establecimiento de una hacienda modelo, y reinó allí gran entusiasmo que hasta ahora no ha producido efecto alguno, –¡bien!– pues aquel proyecto debe convertirse en otro proyecto: en el de la limpieza de la barra. Los mismos a quienes de tantas ilusiones llenó la empresa mencionada, debían hoy ser los primeros en ayudar a que se realice esta que proponemos. Las haciendas de caña vendrán sin esfuerzo alguno a aumentarse: lo que necesita hoy ese esfuerzo es darle salida franca a su producto. Terminaremos no sin lisonjearnos la idea de que muy pronto veremos a esos zapadores del progreso de nuestro país mereciendo los aplausos que le reservamos y que les reservan todos aquellos a quienes se les hará un grande y positivo bien. El Eco de la Opinión, No. 12, 7 de junio de 1879.

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Editorial

“Enseñar y facilitar el cruzamiento de las razas; enseñar y facilitar la formación de los potreros; enseñar y facilitar la formación y conservación de los pastos; enseñar y facilitar la creación y entretenimiento de las aguadas; conciliar reglamentariamente los intereses de la ganadería con los intereses de la agricultura; crear y hacer eficaces exposiciones pecuarias; he aquí los únicos medios no contraproducentes de evitar la extinción de la crianza”. Estas palabras de la bien concebida solicitud que publicamos en el número anterior, encierran todo un programa de progreso, todo un propósito de bien. Fueron sin duda escritas por hábil mano, dictadas por una inteligencia superior e inspiradas por un corazón patriota. Lástima causa que una incuria fatal esté dejando perecer el elemento de riqueza con que cuenta nuestro suelo, y que nuestras sabanas –antes pobladas– se hayan convertido en solitarios desiertos. Tiempo es ya de que la industria pecuaria ceda a ese movimiento de impulsión que comunica la paz a todos los demás ramos de la vida del país. Su abandono es un crimen. Hay lugares que están llamados a ser emporio opulentísimo de esa industria, la más fácil y menos expuesta entre nosotros a desmejorarse, porque todo la favorece: las condiciones climatológicas, la variedad y exuberancia de los pastos, y la abundancia y salubridad de las aguas, no faltándole al ganado las tres condiciones esenciales para su desarrollo, conservación y aumento: aire puro, agua pura y alimento puro. 29

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Entre tantos empresarios como durante los últimos tiempos han acudido a nuestro país, notamos la ausencia de criadores que habrían obtenido una fortuna, dedicándose al establecimiento de una hacienda modelo de crianza, en la provincia de El Seibo. Esto habría contribuido a enseñar y estimular nuestros ganaderos a la producción en buena calidad y cantidad de este elemento de indispensable consumo, y con la carencia que vino y viene aún experimentándose en la vecina isla de Cuba, la empobrecida comarca del Este sería hoy una de las más ricas de la República. Pero todavía es tiempo de que se acometa esa obra de fácil realización, y poco costo. Nuestro ganado carece de esas condiciones que en otros países le dan valor e importancia, por lo poco que se cuidan los criadores de los cruzamientos de las razas, dejando que la naturaleza por sí sola obre allí donde se necesitan el estudio y la combinación. ¿Se quiere mejorarlo bajo todos los conceptos? Es fácil ahora que las comunicaciones con los EE. UU. son tan frecuentes, conseguir en Nueva York dos o tres o más buenas parejas de ese ganado “Jersey”, que ha obtenido tanto renombre como el más perfecto que existe por su belleza, disposición y utilidad general. Y no se diga que se está expuesto a que la diferencia de clima haga infructuoso el procedimiento, pues, según datos fidedignos y una descripción leída de la hacienda que existe en aquel país, está probado que esa raza es la que se halla en “mejores condiciones para resistir la influencia de los climas cálidos”. Si allí, donde hay que tener tantas precauciones para protegerse el ganado contra el frío del invierno que le es tan nocivo, se consigue que se conserve y brinde tanto producto, aquí, donde esa estación es casi insensible, debemos esperar que con menos afanes y menos costos, se obtengan más favorables ventajas. La formación de los potreros es otra cosa que aquí se descuida mucho, como si en ello no consistiera muy esencialmente el progreso de esa industria. Los ensayos hechos sobre esto, han dado ya a conocer que deben observarse muchas reglas para proporcionar al ganado los medios de producir con mayor facilidad y en menos tiempo. Entre nosotros, donde solo se alimenta el ganado en pastos naturales que les brinda por dondequiera nuestro fertilísimo terreno,

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hace también notabilísima falta la formación de pastos artificiales, porque de la calidad y de la cantidad del alimento y de las horas en que se suministra, depende en mucho la buena condición del producto. Tantas son las gramíneas que se adaptan a esa alimentación en el país, que es donde menores dificultades hay para conseguir el objeto que en otros lugares cuesta gran trabajo. Nuestros ganaderos, acostumbrados a que la naturaleza les brinde este recurso, dejan que en esto haya un descuido total y no conocen el sistema que debe enseñárseles por personas inteligentes para obtener las ventajas que son de desearse. En lo de las aguadas hay que observar lo mismo; porque muchas veces el exceso en la bebida y la mala calidad del agua, hace que la leche no rinda la crema que se obtiene con un régimen adecuado. Es de mucha importancia también eso de reglamentar con el fin de conciliar los intereses de la ganadería con los de la agricultura; pero lo más que exige el progreso de esa industria es establecer las exposiciones pecuarias anualmente, creando premios que estimulen el desarrollo de ese elemento de prosperidad nacional. Pudiera formarse una asociación dedicada a tal exclusivo objeto, y haría un bien inmenso al país y a la clase criadora. Nosotros excitamos a que así se haga, y creemos que no se permanecerá indiferente a esta excitación. Para ello no se necesita gasto excesivo. Una enramada de palmas, con adornos rústicos, en la sabana del Rey u otro punto extramuros, donde concurran los criadores a exponer una muestra de su ganado, la res más corpulenta, más sana, más mansa y cuya leche sea más abundante y de mejor calidad, según declaración de un jurado de personas competentes; así como los productos de esa industria, o sea, quesos y aún mantequilla, y la adjudicación de premios consistentes en medallas de plata o en útiles de trabajo –eso es cuanto requiere tal institución benéfica–. ¿Qué costaría al Gobierno, o a las sociedades o juntas de fomento, dedicar una pequeña suma a tan ingente necesidad? Esta sería una de las fiestas del trabajo que mayor honra reflejaría sobre sus iniciadores, y esperamos que desde luego se comience a pensar en ella.

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En la vecina República de Haití existe lo que llaman allí la fiesta de la agricultura, el día 2 de mayo, y se adjudican también premios que contribuyen mucho a estimular la producción del café y de otros frutos. ¿Por qué no hemos nosotros de imitar con provecho lo que se hace en pueblos más atrasados que el nuestro? A la obra, pues; haciéndolo así, levantaremos un monumento al trabajo, que es la suprema salvación del país, y en este ramo de riqueza, a que está convidando nuestro suelo, habremos adelantado mucho, y podremos entonces, sin temores, convertir en un elemento valiosísimo de exportación nuestro ganado, compitiendo con el mejor que se consume en los mercados extranjeros. El Eco de la Opinión, No. 13, 20 de junio de 1879.

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Editorial

El más exigente y antojadizo, el más pusilánime y pesimista tiene que convenir hoy en que la paz que reina es anuncio cierto de que el país va hacia delante y no encontrará tropiezos de gran magnitud que lo detengan en la conquista de su porvenir. Las revoluciones armadas, que han sido siempre la causa de nuestra ruina, deben dejar el paso a las revoluciones morales y económicas. Estamos en el período de la virilidad que piensa, dejando atrás las peligrosas épocas de la efervescencia que todo lo atropella. Y en efecto, después de lo que nos ha enseñado la experiencia, ¿qué dejaría hoy como fruto una de esas hondas perturbaciones de que tantos ejemplos tenemos en nuestra historia? La miseria, el descrédito, la tiranía. Locura y grande es esa de remediar ciertos males con otros de más pernicioso carácter. Se está convencido de que por muchos y poderosos que sean los esfuerzos hechos hoy para que una revolución triunfe, no hay poder humano que obtenga la más mínima ventaja. Y no consiste esto únicamente en la mayor o menor influencia que tenga el Gobierno por su popularidad y sistema de energía, sino antes que todo, más que todo y sobre todo en la generalizada, casi unánime conciencia de que solo de la paz se vive, solo por la paz se progresa, y solo con la paz se adquiere que ese mismo gobierno se vea obligado a cumplir sus deberes constitucionales. Suscítese en un solo punto una revuelta, y desde luego puede darse como seguro que el aislamiento la mataría en su cuna, que el pueblo, majestuoso en su marcha ordenada y progresista, 33

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pasaría delante de ella y sobre ella con el desdén del más soberano desprecio. Es un signo evidente de que el país no sigue desarrollando esa tendencia de ayer a las perturbaciones, la circunstancia de que no cruzan la atmósfera política esas nubes imperceptibles de la propaganda que el viento del deseo empuja y los elementos impuros condensan y agrandan hasta hacerlas convertir en lluvia de sangre. Si de algo se habla es luego de que ya las revoluciones no serán sino de carácter pacífico; de esas que hacen la prensa y la opinión pública, pidiendo reformas o medidas en tal o cual sentido. Al menos eso es lo que en la República el partido sensato tiene como principio y norma de conducta en cualquier caso. Y esa práctica es la sola y única pregonada y admitida por el partido doctrinario que hoy se encuentra en el poder. Hubo quien en el Congreso Nacional dijese –no sabemos si en son de burla o seriamente– que debía facultarse al país para hacer revoluciones constitucionales. Y nosotros creemos que diciendo esto, se dijo algo que justamente conviene, y que sería lo que más contribuyera a salvarnos en cualquier circunstancia. Sí, las revoluciones constitucionales son aquellas que se hacen usando de un derecho perfecto, pacífico, consagrado solemnemente por todos los sistemas democráticos: el derecho de petición. Y este derecho, cuando no se pueda concretar a ciertas medidas particulares, cuando lo que se pide verse sobre política general, es extensivo a obtener un cambio de uno o más o todos los funcionarios que tienen a su cargo la dirección suprema de los ramos de la administración pública que sufran por este o por aquel motivo. La constitución no impone limitaciones, ni señala los casos en que debe usarse de esa solemne y justa prerrogativa popular. Esa es la soberanía en su más legítima acción. Lo que sí es contraproducente, inicuo, extraño a todo principio, contrario a toda conveniencia, atentatorio a todo derecho, es ir desde luego a exigir responsabilidad de actos malos a quien no la tiene, y solo es ejecutor de las decisiones de los que le acompañan y aconsejan. El día que proclamemos la inviolabilidad política del primer magistrado de la República, habremos dado un gran paso salvador.

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¡Cuántas lágrimas no se hubiesen evitado si el pueblo, recibiendo su educación en esa escuela evolucionista, generadora, hubiera empleado el arma de la opinión pública, de las peticiones, de la prensa libre para oponer un dique a las invasiones tiránicas! Y no se nos diga que de nada valía ni vale hoy ese recurso; porque no creemos que haya mandatario tan apasionado que prefiera verse rodando desde el solio hasta el ostracismo, antes que atender a esas pulsaciones de la opinión pública que anuncian el crecimiento de la fiebre revolucionaria. Cuando un pueblo pronuncia así la voz de alerta a los oídos del poder, es porque satisfecho de su primer mandatario lo cree patriota y no supone que pueda haber negativa; puesto que el pueblo en quien reside la alta voluntad de la nación da con esto un testimonio, una gran prueba de la confianza que deposita en ese mismo mandatario. Y no se diga tampoco que esa práctica de concesiones al pueblo, lo acostumbra a pedir siempre por el menor capricho, y viene a quedar el poder en la condición de un elemento débil. No. En otros países vemos a cada instante que un congreso, que mayores facilidades tiene para ello, derriba ministerios, y ¿por eso el poder pierde su fuerza? Además, que hay motivos pueriles que no son de atenderse, y solo hablamos de casos en que la gravedad resalta a primera vista. Y sobre todo, en los países republicanos ¿no es el pueblo el que verdaderamente manda y debe mandar? Todas estas reflexiones son generales; de ningún modo se crea que tenemos ante los ojos la actualidad para hacerlas. Hoy no vemos pretexto ni motivo que justifique un paso de esa naturaleza. El Gobierno cumple su misión satisfactoriamente, si alguna queja existe –lo que no está a nuestro alcance– esa no puede ser tan general que tenga carácter de interés público. Hoy la paz se consolida. El Gobierno se afana con verdadero interés en que no llegue a perturbarse un solo instante. Todos los ramos de la administración están bien servidos, y creemos que, así continuando, el país se salva irremisiblemente. El Eco de la Opinión, No. 14, 27 de junio de 1879.

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Editoral

¿Avanza o retrocede el país? ¿Estamos hoy en mejores condiciones que ayer? La experiencia y las continuas vicisitudes dolorosas porque hemos atravesado desde la guerra restauradora hasta la fecha, ¿habrán servido para mejorar nuestra condición de pueblo libre y republicano, o tan solo habrán sido esfuerzos inútiles para quedarnos siempre en estado estacionario? He aquí las repetidas preguntas que oímos a cada paso, suscitándose por ellas a menudo largas discusiones en los círculos, y cuyas preguntas nos hemos hecho también nosotros; respondiéndonos de un modo afirmativo, y no como los pesimistas que siempre viven dudando del porvenir, e imaginando obstáculos en la buena marcha del presente. Y, en efecto, sería imposible negar de buena fe que nuestro estado de hoy es incomparablemente mejor y más ventajoso que el de ayer, y que de día en día, a pesar de todos nuestros tropiezos, hemos ido avanzando y avanzamos en el sendero del progreso, ya en lo concerniente a lo material, ya en lo intelectual, ya en lo que se roza con lo político. El progreso material se determina en un país, a nuestro modo de ver, en la mayor o menor producción que tenga; o mejor dicho, consiste en la mayor acumulación de riquezas productivas que posea; pues de la producción depende el comercio, y con ella se facilitan todos los medios que tienden al desarrollo de la industria y al aumento de la población. 37

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Es conocido por todos el aumento de rentas que ha habido en nuestra República de diez años a la fecha. Los bienes raíces, que son los que producen estas con mayor abundancia y de una manera más sólida, han ido aumentando y acrecentando su valor de un modo bien notable. Y esto se prueba, sin necesidad de aducir el ejemplo de muchas propiedades de terrenos baldíos que duplicaron y hasta cuadruplicaron su valor con la industria de la extracción de los palos de tintas establecida por la Compañía Franco-Dominicana, se prueba decimos, desde luego que se compare el estado de nuestra agricultura de hace apenas cinco años con el presente. Anteriormente nuestra exportación se reducía al tabaco del Cibao, maderas de construcción y palos de tinta. La exportación de la cera y las mieles, aunque existía, empezó a tener su crecimiento apenas hace diez años; la del café y el azúcar ha ido en aumento considerable hasta llegar hoy a hacerse de grandísima importancia. Además, todos estos artículos han ido mejorando en su condición, y por tanto, su valor se ha ido aumentando progresivamente. Existe en el país un número considerable de Haciendas, sobre todo de caña, y muchas de estas últimas con ingenios de vapor y en tan buenas condiciones como las mejores de las islas de Puerto Rico y Cuba. ¿Las había anteriormente? Apenas hace seis años que se podía contar en la República el número de importadores de mercancías de Europa y los Estados Unidos, y hoy, ¿a cuánto asciende ese número? Como se ha visto, desde luego ha contribuido esto a matar el monopolio en el comercio, al desarrollo del mismo, al establecimiento de la competencia, y por la misma razón, ha contribuido a la baratura y mejora del artículo extranjero; proporcionando al consumo una ganancia de más de un 25%. Las obras de utilidad pública, como el puente construido en el Ozama, como los mercados en las plazas de Santiago, Puerto Plata y la Capital, los muelles y enramadas de estos dos últimos puntos, la reedificación de casas y edificios y otras mejoras en ciertas localidades ¿no prueban nuestro adelanto material?

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El establecimiento y sostén de dos bibliotecas públicas en el país; la publicación continua de periódicos en la Capital, en Santiago, en Puerto Plata, en Samaná y algunas veces en Azua; el aumento de las escuelas primarias, el establecimiento y permanencia de los colegios “San Luis Gonzaga”, “El Salvador” y “El Dominicano” en esta Capital, y los de “San Felipe”, y otros en el Cibao ¿no demuestran también el adelanto moral e intelectual que hemos tenido? Prueba evidente de esta verdad es el número considerable de jóvenes ilustrados que tenemos hoy aptos para desempeñar cualquier destino, y que hace ocho años se podían contar los que había, tanto en la Capital como en las demás provincias. Y todo este progreso que hemos enumerado, dejando sin anotar otras cosas de importancia, como la publicación de algunas obras que han visto la luz, se ha efectuado en medio de nuestras continuas luchas civiles. ¿Qué fuera hoy de nuestro país si no hubiera habido esas guerras de hermanos, que tantas desgracias nos han hecho lamentar? Y en lo concerniente a lo político, por más que digan los pesimistas, el adelanto de la República ha sido y es de notarse. ¿Acaso existió nunca la libertad entre nosotros como del 25 de noviembre del 1873 a la fecha? ¿Se reconocieron nunca nuestros verdaderos derechos de ciudadanía por los gobiernos tiranos que precedieron al 25 de noviembre? ¿Y esos mismos derechos, eran conocidos y apreciados por nuestros compatriotas como lo son en el día? ¿La libertad del pensamiento y de la prensa, aún entre el mismo partido que se hallaba en el poder, pudo nunca ejercerse? No, la prensa política existía, pero existía envilecida, porque para existir necesitaba, sine qua non, el incensario constante al primer Mandatario y a su Gobierno. ¿Podemos nosotros decir hoy esto? ¿No poseemos en la actualidad el primer mandatario de la República constitucionalmente? ¿Y acaso puede alguno quejarse de que se le prive lo que la Constitución no priva? ¿Podemos estar en mejores condiciones como ciudadanos libres, y como copartidarios del hombre que se halla al frente de la cosa pública?

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¿Sentimos acaso en los actos del Gobierno, el absolutismo, la opresión o la tiranía lamentable del pasado? A la sombra de ese mismo Gobierno del presidente Guillermo ¿no disfrutamos satisfactoriamente los derechos que nos dan la Constitución y las leyes? ¿No disfrutamos también, a causa de eso mismo, de una paz que augura el renacimiento de un dichoso porvenir? Criminal sería el que intentara trastornar el orden de cosas establecidas; e injustos serían también los disgustos, o las quejas entre los mismos copartidarios, en cuanto a medidas de administración, u otra cosa que se roce con el poder, si estas se saliesen del círculo de la prudencia; pues el hombre que está al frente del Gobierno es bastante patriota, para poner siempre atento oído a la opinión pública, y obrar de acuerdo con ella en cualquier caso dado. Enumeradas pues, todas estas mejoras y principalmente las que conciernen a lo político, concluiremos preguntando: ¿Avanza o retrocede el país? El Eco de la Opinión, No. 15, 5 de julio de 1879.

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Editorial

Nuestro semanario es el objeto de diversas apreciaciones en todos los círculos. Los que rinden culto al derecho y los que aman el progreso en todas sus manifestaciones lo ensalzan y lo alientan; los que solo quieren que el personalismo se sobreponga a todo, en todo y por todo, los que desearían que volviésemos a los tiempos calamitosos que vamos dejando atrás, para explotarlos en su provecho, esos lo atacan y lo condenan. Por fortuna, en el número de los primeros están los buenos, los patriotas, los inteligentes; en el escaso número de los últimos no atinamos a ver sino los hombres cuyo credo político es un confuso amalgama de ambición y de codicia, o mejor dicho, que no han tenido, ni tienen, ni tendrán quizás una sola convicción que les caracterice. Se ataca nuestro semanario con armas de temple débil, fraguadas al calor de las pasiones; y estas no pueden esgrimirse ventajosamente contra las que se forjan por la idea, el derecho y la justicia. Nosotros caminamos atendiendo a cada eco que nos llega de eso que se llama opinión pública, y que está vedado tanto a los que se hallan en las alturas, como a los que permanecen sordos a toda voz que no sea la de sus propios intereses. Por eso es que podemos hablar la verdad, así sea ella ruda y amarga como es siempre, y así nos acaree ella animadversiones y disgustos. Por otra parte, nuestras doctrinas no han sido sediciosas; antes bien hemos tratado de que la conciliación de ideas y de intereses evite esos conflictos en que se ven todos los pueblos, por ordenada 41

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que sea su marcha, puesto que así obedecen a leyes ineludibles de la naturaleza humana. Para tratar la cuestión política, siempre nos hemos colocado en esa atmósfera que baña la luz de los principios adaptados a la situación del país; hemos conservado el tono digno, firme, imparcial que no eleva la soberbia, ni el temor debilita. Cuando hablamos del Gobierno, nuestra voz es la del amigo que aconseja con sinceridad; y cuando hablamos al pueblo, es inspirándole ese respeto a las instituciones que trae la paz y el progreso y la dicha de todas las sociedades. En la cuestión económica –que para nosotros ha sido primordial, y que ni una sola vez hemos dejado de tratar– nuestras opiniones son bien conocidas: ellas llevan y llevarán el reflejo de todo lo que anhelamos para este país, digno de una suerte que se le ha escapado constantemente, merced a la poca estabilidad de sus gobiernos, debida a la ambición que ellos mismos han desplegado. ¿Hay un solo concepto en materia económica que haya herido a nadie, ni haya condensado algún imperceptible obstáculo para la mejor armonía y el mejor desarrollo de las fuerzas que están latentes en el seno de este empobrecido país? Y si todo esto hemos hecho, y si todo esto no es sino obra de la fe que nos inspiran los destinos de este pueblo bajo la protección de un gobierno que se respeta, ¿por qué tanto empeño, por qué tanto y tantísimo interés en acumular sobre nuestras cabezas multitud de cargos injustos? ¿por qué se nos increpa en diversos sentidos, y hasta se trata de interpretar la más inofensiva de nuestras ideas y el más inocente de nuestros conceptos prestándoles el colorido siniestro de subversión del orden? ¡Oh! si la ignorancia solo fuese la consejera de estas apreciaciones, nada nos dolería, porque ella lleva en sí misma su desautorización; pero es también que sobre la inteligencia y el patriotismo a veces sopla otro aire que no es el apacible que circula por los lugares descampados. Nosotros, a pesar de cuanto se diga en este o en el otro círculo, sobre nosotros cerca de nosotros o lejos de nosotros, no somos sino los servidores desinteresados del pueblo y los servidores asimismo desinteresados del Gobierno y de la paz pública –caigan sobre

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nosotros cuantas acusaciones se quiera, ¿para qué tenemos la conciencia? ¿para qué la tienen los que nos ensalzan y nos alientan? Defendemos una época en que está nuestro partido en el poder: deseamos que todo lleve el símbolo de ese partido, que es el respeto a la ley y el amor al progreso. Por honor y por dignidad del mismo Gobierno es que aconsejamos que esa sea su línea de conducta en todas las cuestiones que se presentan en la vida política y económica del país. La existencia de ese gobierno es nuestra propia existencia: estamos tan ligados a él, que cualquiera perturbación que sufra influye en nuestra situación de una manera evidente y evidente. Ahora bien: bajo la fe de esas convicciones, difícil nos es abandonar la tarea que hemos emprendido. Así que entre todas las dificultades, asediados por todas las exigencias antagónicas, abrumados por todas las inculpaciones, egoístas, ora aplaudidos, ya silbados, nuestra bandera no flameará sino al viento de los principios en el camino del derecho y de la justicia. ¿Habrá que caer? Caeremos envueltos en ella, como César en su manto, cubriéndonos el rostro para no ver la ingratitud armada del puñal fratricida. ¡Adelante! ¡Adelante! Es la época del combate a la luz y por la luz. Mientras ella nos ilumine a nosotros e ilumine la senda que ante nosotros se ofrece, habremos hecho el bien, habremos sido los obreros de la felicidad pública. Ahí están el porvenir y la historia. Las justificaciones que ellos pronuncian son siempre dulcísimas fruiciones para los perseguidos por la calumnia del presente. El Eco de la Opinión, No. 16, 11 de julio de 1879.

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Editorial

Tocar todas esas cuestiones de vital interés para el país en los diversos ramos que forman lo que se llama civilización, ha sido siempre, es hoy y será mañana uno de nuestros principales propósitos. Y no creemos que “nuestra voz clama en el desierto”. ¿Por qué? Hay paz, y paz sólida. Y esto lo dice todo. En lo menos que tiene que ocuparse el Gobierno es en la ruda tarea de todos los que le han precedido: sofocar un movimiento revolucionario aquí, y prepararse para resistir al otro más allá. Entre otras cosas de no poca importancia hemos consagrado nuestros editoriales a inspirar aliento y esperanzas para emprender la apertura del puerto, el establecimiento de exposiciones pecuarias, la erección de un monumento a Colón y, sobre todo, nunca hemos escaseado nuestras ideas para la agricultura, esa nodriza del mundo, base principal de toda nuestra riqueza. Se ha dicho siempre que no solo de pan vive el hombre, y también es cierto que no solo de riqueza material viven los pueblos. ¡Infelices las sociedades que únicamente trabajan para vegetar en el estrecho círculo de la satisfacción de sus goces más imprescindibles! Un pueblo así tiene todos los caracteres que distinguían a los pueblos bárbaros de la antigüedad, representados por aquel Atanarico, que enervaba su poder de vencedor con el hartazgo en los suculentos festines de la altiva Bizancio. Nosotros podemos y debemos ser expansivos en el deseo de procurarnos otros goces que la cultura del espíritu ofrece a la vida. Si batallamos por ligar nuestros intereses económicos a los de otros pueblos; si queremos que esa valla de los impuestos aduaneros se 45

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rompa y caiga para nuestros productos en el extranjero, rompiéndola y haciéndola caer aquí para los que de allá nos vengan; si así pigmeos como somos, abrigamos la pretensión de ser mañana colosos con la fuerza mercantil e industrial que caracteriza a otras naciones; si esto que es ir muy lejos nos parece asequible, nada tiene de temerario ni de difícil que en otro concepto, y en otra distinta esfera nos esforcemos por dar un paso que nos enaltezca y nos brinde también incalculable progreso. Pues bien. Batallemos asimismo por ligar nuestro escaso adelanto intelectual al de otros países; formemos con ellos, como dice un escritor, una especie de Zollverein del pensamiento; rompamos la valla de los impuestos a la idea; establezcamos el libre cambio de los productos intelectuales, tan fecundo o más fecundo que el de los productos materiales porque lleva en sí todos los gérmenes de otros cambios recíprocos de los intereses de todo género. De tiempo en tiempo, en la capital del mundo civilizado se reúnen congresos internacionales con este o con aquel objeto científico o literario. Siempre dan un paso en la vía ancha y luminosa de la fraternización, de la unificación de las ideas y de los sistemas, proporcionando ventajas inmensas a los pueblos. Allí todas las viejas naciones de Europa y todas las nuevas y vigorosas repúblicas latinoamericanas van a darse un ósculo de paz para la santificación del progreso intelectual, van a comunicarse expansiva y cordialmente sus impresiones y a dar vida a proyectos internacionales, humanizadores, a cumplir la augusta misión de preparar por medios insensibles el advenimiento de la República universal. Siempre en aquellos congresos de la civilización fraternizadora sucede lo que en los del arte y de la industria, o sean las exposiciones universales: siempre hay un puesto y a veces nada más que un puesto vacío: el que debiera ocupar Santo Domingo. Se han reunido congresos monetarios, otros que tendían a la adopción de un código único de las señales marítimas y a unificar la legislación civil y penal, y también para la unidad del sistema postal y telegráfico; el intelectual del metro, como base del sistema de pesos y medidas, y otras tantas asambleas que son la revelación de la tendencia unánime a la igualdad armónica de todos los

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progresos del siglo. Allí casi ninguno de los pueblos de América se vio sin su representante. Nosotros no asistimos. ¿Fue por falta de invitación? De ningún modo. Fue por falta de deseo de hacerlo, porque, en realidad, nada más que el deseo se necesitaba para tan poca cosa que debía dar tantísimos buenos resultados. En julio del año 1875, a instancias de un buen periódico que por entonces se publicaba en Madrid –La Crónisa Hispano-Americana– parece que nuestro gobierno quiso tomar parte en la obra eminentemente progresista de contribuir a que la República fuese de las favorecidas por el Tratado de la “Unión Postal” que se celebró entre varios países, así europeos como americanos. En dicho periódico leímos algo que el Ministro de Relaciones Exteriores escribió en tal sentido. Pero parece que como siempre, aquello fue pasajera ráfaga de entusiasmo instantáneo. El Tratado postal se firmó, y muchos países gozan del beneficio de esa comunicación de ideas rápida y económica, sin que nosotros siquiera hayamos participado de la más mínima ventaja a ese respecto. Aún hay más: se dejaba por el mismo tratado la facilidad de contarse los países que lo deseasen, comprendidos en la Unión, por el solo hecho de una simple declaración de que se adherían a sus cláusulas. Pues bien: ni esto último se ha hecho desde hace tanto tiempo que ha transcurrido. ¿No es la hora de que el Gobierno gestione sobre el particular lo que convenga? ¿No está hoy, al frente de las Relaciones Exteriores, un hombre de ilustración y de progreso, como lo es el señor Manuel de J. Galván, que puede hacer mucho en ese sentido? Con gusto leímos en la Gaceta Oficial la noticia de que el doctor Ramón Emeterio Betances, que es casi dominicano por su origen y por sus ideas democráticas, había sido nombrado para representar la República en Europa cerca del Congreso Internacional. Es una representación que nos honra. Y ya que tal paso laudable ha dado el Gobierno actual, bueno es que también se ocupe en promover la adhesión de la República al Tratado de Unión Postal, ya sea directamente, o valiéndose de aquel inteligente representante. Es el modo de ir atrayendo el progreso al país. Todos los impresos que con asombrosa prodigalidad lanza la prensa europea, todo

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ese diluvio de luz que inunda el viejo continente, se desbordará hacia nuestras playas y nos tendrá en comunicación perpetua con los pueblos civilizados. Por otra parte, se obtiene la ventaja de que allí se conozcan nuestros progresos intelectuales y nuestras industrias, evitando que se nos juzgue luego con la acritud que a los pueblos semi-salvajes, que no han llegado a saludar un solo rayo de la luz de la civilización. Este paso que desearíamos ver dado y que esperamos que se dé, es el preliminar de otro sobre el cual se ha escrito ya en periódico nacional y escribiremos nosotros también: el establecimiento del cable submarino, que es el completo de todas nuestras aspiraciones a vivir la verdadera vida en constante e instantánea comunicación científica, política, económica y social con todos los pueblos de la Tierra. El Eco de la Opinión, No. 17, 19 de julio de 1879.

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Editorial

Asuntos dignos de concienzudo estudio son todos los que se refieren a la estructura y condiciones de las instituciones libres. La ignorancia del sistema político que se observa en un país conduce a lamentables aberraciones y excesos. La teoría de la independencia de los poderes públicos no se halla aún bien deslindada entre nosotros, y da lugar a casos y conflictos que no hay medio de terminar satisfactoriamente. Cada una de las secciones en que se divide la administración reclama para sí una gran suma de autoridad con menoscabo de lo que a otras corresponde. La Constitución política del Estado se estira y se encoge al capricho de este o aquel interesado; y así vamos sin concierto ofreciendo el espectáculo más triste a los ojos de quienes nos contemplan. Es esta la época más prolífica en cuestiones de competencia. El Ejecutivo se aviene mal con las facultades que asume el Legislativo, y el Judicial también quiere desligarse de toda injerencia que este legalmente ejerce, y una parte de él, declarándose en rebelión, ofrece el más peregrino de los cuadros que se han visto en toda la historia, llamando al pueblo a juzgar definitivamente un asunto, sin indicarle la forma, porque ella no se encuentra en ninguna ley, ni se ha practicado en ninguna época. Es un maremágnum caótico y turbulento, en el cual la obcecación lleva la bandera por sobre todos los principios y todas las conveniencias políticas y sociales. Todo el caballo de batalla en esta nueva cruzada de los adalides de la justicia se encuentra hoy en dos artículos constitucionales: 1º 49

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“solo el pueblo es soberano”. 2º “Los poderes son independientes y sus encargados no pueden delegar sus funciones &.”. El pueblo es soberano; pero el pueblo tiene su soberanía delegada en sus representantes, para las funciones que indica la Constitución, y esos representantes se hallan en el Congreso, para juzgar de los actos de un cuerpo como el Senado, está ahí la Cámara de Diputados, ante quien debe acusarse, según lo previene el artículo 26 del Pacto Fundamental. Si en todas ocasiones hay que acudir al pueblo soberano ¿para qué entonces las leyes? Lo de la independencia del Poder Judicial está circunscrito por el mismo canon en que se declara: es “sin salirse de los límites que le fija la Constitución”. ¿En esos límites está lo de rebelión contra una disposición legislativa, contra un precepto constitucional, y contra un acto legítimo de la potestad del Senado? Y preciso es adelgazar un poco lo de independencia del Poder Judicial. No nos atendremos a nuestro juicio. Consultemos uno de los publicistas más acreditados, una de esas autoridades que nadie podría recusar. “Por lo que nos proponemos y debemos proponernos –dice Grinke– cuando discurrimos a favor de la independencia de los jueces, es que ellos se hallen libres del control de cualquier individuo, que no estén sujetos a ninguna clase de influencia personal. Pero esto de ningún modo implica que deben ser independientes de la influencia de la comunidad cuyos intereses están encargados de administrar. Se han confundido constantemente estas dos cosas, aunque en realidad ellas difieren una de otra en muchos puntos. Si el poder que nombra fuere un cuerpo hereditario o vitalicio la analogía podría sostenerse. Sería entonces necesario hacer a los jueces independientes de ese poder para asegurar su dependencia y responsabilidad para con el pueblo. Pero si el poder que nombra es el mismo elegido por el pueblo, por un corto término, la posesión por un tiempo limitado puede no solamente ser compatible con la independencia del departamento judiciario, sino que puede ser el verdadero modo de conciliar la independencia con un debido sentimiento de responsabilidad. Si las palabras independencia del Poder Judicial significan necesariamente emancipación del control que el gobierno electivo impone, el pueblo sería conducido a derribar

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toda la fábrica de las instituciones, para introducir este principio en todos los demás departamentos”… Vemos una diferencia sustancial en el origen de los demás poderes y el judicial. El Ejecutivo y el Legislativo son de elección popular: el Judicial es de elección de segundo grado. ¿Cómo puede ser en todo igual a los demás? Hay otra circunstancia, la Suprema Corte, por sí sola, no constituye el Poder Judicial. ¿Qué funciones ejerce análogas a las de los demás poderes? ¿Tiene ella la facultad de que usan los demás, de nombrar los empleados de su ramo, los jueces de 1ª Instancia y los alcaldes de comunes? Lo que constituye el Poder Judicial es la reunión de todos los tribunales de la República ejerciendo las funciones que la ley les designa. De suerte que la Suprema Corte es solo una parte de ese Poder, no el poder mismo, como lo son el Legislativo y el Ejecutivo. Al leer la exposición que los señores del cisma han dirigido al pueblo, notamos una cosa muy de bulto: que ninguna razón se aduce para negar el derecho que el Senado tenga de nombrar los miembros de la Suprema Corte. Aquello no es sino un hacinamiento de palabras huecas, nada más ni nada menos. Cuando quieren aducir razones no encuentran sino el artículo 122: el artículo condenatorio de su empeño. Ni por un solo instante se refieren a la Constitución anterior ni al artículo 120, que anuló el nombramiento. Creemos que el Senado, que sí tiene en cierto modo el deber de dar al pueblo, de quien ha recibido sus sufragios y representación, cuenta de sus actos, justificará con una exposición razonada el paso constitucional que ha dado. Lo que son las “nuevas ilustraciones” no se atrevieron, ni se atreven, ni se atreverán, según lo suponemos, a dar a tristes espectáculos de rebelión, ni a indicar a un cuerpo superior legítimo el camino que ha de seguir; sería unir a la presunción la necesidad. Ellas deben dejar tan poco envidiable gloria a los que han encanecido sin que todavía hayan estudiado lo que son las instituciones del país en que viven.

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Mientras todo esto pasa, la justicia se encuentra paralizada; asuntos importantes pendientes ante el Tribunal supremo no tienen solución, porque el cisma continúa y ni los cismáticos pueden reunirse, porque están en minoría, por grave enfermedad de uno de los firmantes de la peregrina manifestación, ni los legalmente nombrados tampoco funcionan porque el Procurador General se ha pasado con armas y bagajes a la oposición inconstitucional. Post-scriptum Después de escrito e impreso el anterior editorial –que sostenemos– supimos que el Ejecutivo, cual otro Alejandro, ha cortado de un solo tajo el nudo gordiano, resolviendo que mientras el Congreso dirime el conflicto que se ha promovido con el nombramiento de los nuevos magistrados de la Suprema Corte, continúen funcionando los que había nombrado la Cámara Legislativa en 1878. Aunque es discutible el derecho que tenga el Ejecutivo por alguna ley a resolver en este caso sobre la Suprema Corte, que no depende de él, no insistiremos más sobre el asunto, esperando que el Senado tenga a bien dictar la disposición que convenga. El Eco de la Opinión, No. 18, 25 de julio de 1879.

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Editorial

No todo ha de absorberlo la política variable y caprichosa de nuestros tiempos. Fijémonos en lo que resiste a todas las evoluciones apasionadas y es una garantía para cualquier situación: el progreso material, base inconmovible que no desquician las tempestades que se desatan en las esferas superiores, ni las que hierven en el seno impenetrable de la tierra. ¿Qué tiene de importante lo que hoy se eleva, y crece, y amenaza hundirlo todo en su arrebatada carrera, cuando mañana solo es débil y pasajero esfuerzo que al menor obstáculo se anonada y desaparece? Pasemos indiferentes sobre lo que es pequeño, aunque aparente gigantescas formas. Allí, muy cerca, está lo grande, está lo noble, está lo duradero. Un asunto de importancia colosal, de urgencia imprescindible, de fácil realización nos ocupó en uno de los anteriores números de este semanario. No sabemos si nuestras palabras fueron oídas; si algún eco tuvieron entre los llamados a tomar sobre sí la responsabilidad del porvenir de la patria y entre los que quieren, con el espíritu de empresa, ayudarse y ayudarla como buenos hijos suyos. Hablamos de la limpieza y apertura del puerto que llamábamos “empresa generadora y de la que dependían todos nuestros progresos económicos”. Insistir en esto no es superfluo. Cada día que pasa y cada día que se dilata el acometimiento de obra tan importante, significa una disminución considerable en el guarismo de nuestras entradas 53

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aduaneras; mientras que su realización equivale a una esperanza de bienes incalculables. E insistimos, porque hay cosas que deben tenerse siempre ante los ojos; porque el olvido o la negligencia es la muerte invadiendo silenciosamente el cuerpo, sin que haya al fin medios de evitarlo. Todos los días presenciamos con ansiedad dolorosa casos en que el peligro parece hacerse más inminente, al pasar algunos buques por la barra o entrada de nuestro puerto. Presenciamos también la necesidad en que se ve el vapor americano “Santo Domingo” de irse al “Placer de los Estudios”, lugar inseguro e incómodo, a acabar de recibir la carga, causándose así gastos y pérdidas que podrían fácilmente evitarse. ¿No corresponde, más que a ninguna otra, a la Compañía de W. P. Clyde, de Nueva York, empresaria del vapor de la línea, hacerse cargo de esta mejora que le reportaría beneficios cuantiosos y directos? Algo hemos oído respecto a la posibilidad de que solicite del Gobierno el privilegio, necesario en esta clase de obras. Y nosotros, empeñados en que no se deje pasar ocasión ninguna que se presente, de ver esa empresa acometida realizada ya, queremos apoyar favorablemente la idea y aconsejaríamos que obtuviese aquella Compañía la preferencia entre otros que pudieran solicitar igual privilegio. Parece que hay más posibilidades de realización en los que tienen otra empresa que se da la mano con esta y que es una especie de garantía para ella. Tengamos el puerto limpio pronto, y ya podremos pensar en que nuestro progreso no es un mito, en que eso abrirá las puertas a otras muchas mejoras que se relacionarán con esta. No se detenga el Gobierno en conceder franquicias. Todas las ventajas de que momentáneamente puede desprenderse, estarán compensadas muy en breve. No es necesario hacer una demostración de esto, porque el más ignorante ha de palparlo. Otras concesiones hicieron los anteriores gobiernos que han gravado el provenir onerosamente, y ninguna de ellas puede igualarse en importancia, en necesidad, a esta que está por sobre todas las que hubo, las que hay y las que habrá. Demos a nuestra agricultura, demos a nuestro comercio ese empuje maravilloso, y de ello

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iremos a otras cosas que con afán estamos queriendo, sin comprender que hay primero que facilitarles la vía para que sin esfuerzo concurran. ¿Será preciso que volvamos a ocuparnos en este asunto? No lo creemos. El Gobierno tiene deseos de progreso, y seguros estamos de que es este uno de aquellos que con mayor empeño trata de ver pronto realizados.

Cablegrafía Otra de las necesidades perentorias que vienen exigiendo nuestra atención es el establecimiento del cable submarino que nos ponga en contacto con el mundo. Se agita hoy un gran proyecto: la canalización del istmo de Panamá. Todos saben la importancia que para Santo Domingo tiene esta empresa. Nuestra posición geográfica nos hace hallarnos en las mejores condiciones para derivar grandísimas ventajas de este gran paso de la civilización. Estamos en la vía que han de recorrer todos los buques que se dirigen al Pacífico; y Samaná, por su famosa bahía, es la llamada a ser la estación de ese tren de vapores que en prodigiosa cantidad hacen el comercio entre Europa y las repúblicas suramericanas del otro lado del continente. Así es que el cable submarino tiene que establecerse allí necesariamente. Bueno sería que el Gobierno mismo hiciese todos los esfuerzos para obtener que en no muy dilatado espacio de tiempo se comenzase a dar cima a la beneficiosa obra. El cable también trae como consecuencia el establecimiento de líneas telegráficas desde el puerto hasta el interior de la República. ¿No habrá quien acometa la empresa? ¡Oh no! Hay un Gobierno que se encuentra en las mejores condiciones para hacer el bien; hay un pueblo que olvida ya las sangrientas luchas del pasado y se entrega a otras faenas más nobles y productivas. Todo convida a la regeneración, y ella ha de venir necesariamente buscándola con empeño, echando mano de todos

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los elementos, de todas las facilidades que la 茅poca actual ofrece a cada instante. Nuestra confianza es ilimitada. El Eco de la Opini贸n, No. 19, 4 de agosto de 1879.

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Editorial

Mientras nosotros nos empeñamos en proclamar ante el mundo con la elocuencia de la verdad, las condiciones favorables en que se halla el país para despertar a la vida del progreso, hay quienes, mezquinamente interesados en nuestra ruina, así como en la ruina de todos los pueblos latinoamericanos, inventan cuanto a las mientes se les viene para desacreditarnos política, social y económicamente, a fin de que esos esfuerzos sean vanos, y que sigamos estacionarios, aunque de ello ningún beneficio deriven los que a tal tarea se consagran. Hay en esta conducta refinada malignidad, y no puede atribuirse sino a un espíritu de venganza por hechos que están justificados ante el derecho natural y ante la historia. Si un día funesto tuvimos quien nos hiciera perder nuestra independencia, entregándonos a extraños dominadores, justo y plausible fue que tratásemos de volver por la honra, levantando en los campos de batalla la bandera de nuestras glorias. ¿Debe esto ser motivo de resentimiento para los que, obcecados, creyeron que era cierta la espontaneidad con que se les dijo que este país renunciaba a su vida nacional? Los hechos han probado después que a pesar de todas nuestras divisiones, de todas nuestras luchas, podemos vivir por nosotros y para nosotros; y aquel paso del heroísmo dominicano está escrito con aplausos en el libro donde se registran las acciones inmortales. ¿Qué ganan el gobierno y la prensa que están constantemente lanzando un mentís a todo cuanto nuestro gobierno y nuestra prensa hacen y proclaman en sentido de mejorar nuestras condiciones, de aclimatar el progreso, de darle riquezas y vida a los 57

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desheredados de la fortuna y de la existencia en otros países donde amenaza el caos hundirlo todo de un momento a otro? Capitales cuantiosos están en esos países sin empleo lucrativo: el temor, y el temor fundado, hace anhelar a todos un punto que no esté expuesto a las alternativas de una situación precaria, y es natural y justo también que se apresuren a utilizar las ventajosas condiciones que se les ofrecen. En vez del dogal de los impuestos que ahogan en su cuna la riqueza, tienen aquí la amplia libertad con que respirar a plenos pulmones en una atmósfera económica despejada; en vez de opresión a sus ideas, tienen aquí la ilimitada facultad de gritarlas en todos los tonos a los cuatro vientos; en vez de ver que el incendio devora los campos, tienen aquí la seguridad de verlos brillar florecientes a la luz de un sol que los fecunda. ¿Qué van a hacer sino abandonar lo que es funesto, para buscar lo que les está convidando a la fortuna, a la libertad, a la vida? Acto de egoísmo y de inhumanidad es ese de no dejar salir de la mansión de los peligros a los que en nada son responsables de ellos, por solo la razón de que quienes los han promovido están en el caso de jugar el todo por el todo, llevados de los impulsos de un honor que bastante se ha calificado ya para que nosotros nos detengamos en hacerlo. A despecho de esto, y de lo que inspira a esos instigadores el odio y la venganza contra nuestros países americanos, nosotros insistiremos en pregonar que ninguna “ilusión peligrosa” cegará a quienes vengan a este suelo de bendiciones a explotar los vírgenes y cuantiosos elementos que encierra en su seno y en su superficie, en sus bosques y en sus ríos, en sus dilatadas sabanas y en sus altísimas montañas; por dondequiera que la planta imprima su huella. Y lo que nosotros ofrecemos generosamente a todo el que venga a procurarse el propio bien, haciendo el nuestro, no son meras promesas que no cumplimos. A la efectividad de su realización presentamos garantías que nadie se atreverá a rechazar. Son personas que han permanecido aquí, presenciando nuestras luchas de ayer, y nada más que presenciándolas, mientras que con la tranquilidad estoica de quienes nada tienen que hacer ni que perder con ellas, seguían trabajando y ganando el rédito fabuloso de sus capitales.

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Son personas que no han tenido sino motivos para admirarse de que haya en la Tierra un pueblo tan hospitalario y tan respetuoso hacia la propiedad y las personas que, en medio de las turbulencias y del desorden y de la irascibilidad de las pasiones que trae la guerra, ni una sola vez, directa ni indirectamente, lamentaron el más mínimo desmán, el más mínimo perjuicio, la más mínima contrariedad en sus ideas y propósitos. Son personas de respetabilísimo carácter, de acreditadísima veracidad, como los señores Delgado, Martín, Lamar, Heredia, Amechazurra, Guridi, y otros no menos dignos de ser consultados y creídos. Y estos señores pueden hablar de tiempos borrascosos, en épocas de gobiernos que fama tenían de poco amigos de hacer el bien del país. Ahora pueden hablar de lo que es la paz entre nosotros, y de lo que es un gobierno que no omite medios de ganarse el renombre de ilustrado y progresista. Ese pregonar continuo de la inestabilidad de nuestras administraciones políticas, quédese en buen hora para hablar del pasado, de lo que pertenece ya a la historia; que también pertenecen a la historia todas las luchas que todos los pueblos de la Tierra han tenido que emprender para cimentar el orden y la paz. Se ve en nosotros que somos pequeños, y se aparenta ignorar que otros más grandes y más civilizados han dado espectáculos que a nosotros nos avergonzarían. Ese período borrascoso de todas las nacionalidades nacientes, ley ineludible del progreso humano en todos los tiempos y en todas las zonas, ha pasado ya para el pueblo dominicano. Y hoy se halla en él bien cimentado el imperio de la ley, eficazmente garantizada la hacienda en su pacífico disfrute. Nosotros excitamos y excitaremos siempre a que se desconfíe, como de parte mezquinamente interesada, de esos informes y de esas apreciaciones aventuradas de la prensa que es eco de miras bastardas, y aconsejamos, como lo aconsejan la buena lógica y el buen sentido, que se oiga solo el testimonio de personas que ningún interés tienen en engañar, sino que son actores en la escena de nuestra vida. Como el móvil de nuestros detractores no puede menos que adolecer de los vicios que hemos apuntado, claro es que todo ello

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contribuirá a enaltecernos. Fíjense en esto los que quieren venir a nuestro país, y desde luego no habrá lugar a la vacilación y a la duda. El Eco de la Opinión, No. 20, 12 de agosto de 1879.

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¡16 de Agosto!

La libertad solemniza siempre los grandes días de los pueblos. Hay recuerdos que son inmortales. Allí donde se dejan pasar, sin la consagración de un tributo de homenaje de gratitud a la Providencia, las fechas de esos acontecimientos a los que se debe todo en la vida, no existe ya el noble orgullo del patriotismo. Ese es un pueblo predestinado a la servidumbre perpetua. Bien ha hecho, pues, el pueblo dominicano al sentir ese estremecimiento de gozo, cuando ha leído el gran día de su memorable rehabilitación ante el mundo y ante la historia. Bien ha hecho, pues, en probar que aún no ha muerto en el corazón de sus hijos el mismo entusiasmo con que hace diez y seis años se levantó del polvo de su oprobiosa esclavitud y recuperó los derechos que le fueron súbita y traidoramente arrebatados. Dos años tuvo que experimentar la antes libre república antillana el peso de las angustias y los martirios con que el coloniaje estúpido se hace sentir dondequiera que afirma su planta. Hordas exóticas, y gobernantes salidos de una soldadesca brutal, vinieron a celebrar sus zambras de cuartel en la tierra de los hijos de la democracia. ¡Cuántas exacciones irritantes! ¡Cuántos insultos a la dignidad republicana! ¡Qué de tiránicas exigencias! Todo aquello fue amontonando odios: ya la sangre de algunos patriotas había bautizado la bandera restauradora en San Juan, y en Santiago, y no era posible dar más tregua, comprimir más la exaltación que quería estallar en todos los ámbitos del país. 61

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Un puñado de valientes se hizo intérprete de los deseos de todo el pueblo dominicano. Las montañas de Capotillo oyeron el juramento sagrado de la libertad y del martirio por la patria. En la frente de los héroes de esa jornada había como el presentimiento de la redención. Un grito de indignación y una promesa de constancia, y todo estaba hecho. No se contó el número de los adalides del derecho, ni se pasó revista a las armas con que contaban. ¿Para qué? Cuando el aliento sobra, cuando hay siquiera una chispa de ese fuego que se llama patriotismo, se produce la conflagración que todo lo invade. Nada hay tan cobarde como un dominador que solo tiene por defensa el derecho de la fuerza. Y así tembló el formidable opresor en presencia de las debilísimas huestes que afrontaban el peligro con la estoica serenidad de las invencibles legiones espartanas. Un leve rumor de los soldados del pueblo ponía espanto en el ánimo de los aguerridos campeones de otras tierras, donde habían visto caer a su empuje ejércitos poderosos. Todo contribuyó a recrudecer más el odio contra los intrusos mandarines de esa funesta época. La soberbia, la heroica, la rica señora del Yaque fue sacrílegamente reducida a pavesas por la mano de esos miserables representantes de la crueldad de sus padres durante la conquista. Todas las escenas de horror que en Jaragua, en Marién, y en otros puntos que ocupaban las inocentes tribus primitivas tuvieron lugar, se repetían con ese encarnizamiento feroz que distingue a quien no parece pertenecer a la raza humana. Dos años bastaron para que dondequiera la atmósfera se cargase de los vapores de aquel incendio, de aquella sangre. De trecho en trecho, en toda la prolongación de las montañas que cruzan el país, el español tenía que despertar el eco de un disparo que algo como un genio invisible le dirigía sobre sus campamentos. Sí; era que hasta en las soledades incultas se tenía la conciencia de la obra magna y se alzaba un himno a la libertad entre el humo del combate. Por más que el esfuerzo fue tiránico; por más que todo conspirase a que se vislumbrara una esperanza, el opresor iba de día en día desfalleciendo. La tierra se sorbía ejércitos florecientes y numerosos; el clima y el machete abrían sepulturas a la tiranía; el

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primero no podía soportar el aliento infestado de los inquisidores de la libertad; y el segundo se afilaba en el cuello de tan inclementes verdugos. Al fin de tanto inútil esfuerzo, las diezmadas legiones se fueron a ocultar su vergüenza en otra tierra que más tarde debía seguir el ejemplo de los héroes de Agosto. Allí fue a vengarse la derrota. Pero parece que aún no ha llegado el día en que el americano dilate la vista sobre el confín de su encantadora tierra, y vea sobre todos los horizontes flamear al viento la bandera inmaculada de sus glorias. Aún quedan dos puntos negros en el mar Caribe. Ley ineludible es que mañana desaparezcan. Aguardemos confiados en el porvenir. Hemos venido soportando terribles estremecimientos desde ese día en que nuestra patria se vio libre de la opresión de la planta extranjera. Pero ¡cuán preferible es deber a sí mismo el destino que se tiene, a recibirlo de otras manos! Pueden todos los males de la tierra amontonarse sobre nosotros; pero ¡ay! nunca nos amenace el más tremendo, el más irremediable de todos; el de perder nuestra nacionalidad!... No; podemos defenderla en todo tiempo, contra toda opresión extraña. Sería la afrenta mayor que pudiera caberle a un pueblo que ha luchado tanto, que tanto se ha sacrificado por ese inapreciable bien. Días vendrán, y ya empiezan a alborear en el horizonte, en que los frutos de aquella heroica lucha restauradora se cosechen con usura. Hoy celebramos el aniversario del gran día con los vítores a la paz. Así debemos desear que se celebren cuantos transcurran en la interminable prolongación de los tiempos para honra, gloria y felicidad de nuestra querida República Dominicana. El Eco de la Opinión, No. 21, 19 de agosto de 1879.

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Navegación de los ríos Yuna y Camú

La era de paz que, después de sus largas agitaciones, ha alcanzado el país, hace que por doquiera se oiga la voz del patriotismo pidiendo con afán lo que nos falta, lo que es el complemento de las aspiraciones de un pueblo: su progreso material. En la península de Samaná hay un nombre que simboliza grandes esperanzas para aquella importantísima porción del territorio. Es el más decidido atleta de esa falange magna que pugna por vencer todos los obstáculos y regenerar esta tierra. El señor Gregorio Riva, a quien debe Samaná mucha parte del progreso que la distingue, tiene hoy un proyecto de esos que cambian de un solo golpe la faz de toda una situación económica y que significan un porvenir de grandeza pronto a realizarse. Tal es la navegación de los ríos Yuna y Camú, arteria de ese gran comercio que se hace en la provincia de La Vega, hasta ahora apartada por grandes distancias de un lugar que no es su puerto natural y que le hace sufrir enormes menoscabos y perjuicios en sus intereses. El señor Riva ha hecho un estudio, sobre el mismo terreno, del trayecto a que debe abrirse la vía; y nada más fácil, nada menos costoso que esa obra de que tantísimos beneficios se derivarán para la provincia indicada. Una hoja suelta, impresa en Samaná –de la cual se acompaña un ejemplar a cada uno de los de El Eco de la Opinión para los suscriptores de esta capital–, pone de manifiesto cuanto se ha de hacer en ese sentido. Angelina, lugar que dista 6 1/2 leguas españolas de la ciudad de La Vega, 8 de Moca y 3 de Macorís y Cotuí, y que está cerca de 65

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la confluencia de los ríos Yuna y Camú, es el punto que se presta para dar entrada, sin gravámenes onerosos, a los productos que abastecen el consumo de toda la provincia y salida a los tantos que forman su riqueza agrícola e industrial. Cuantas consideraciones se hacen en la mencionada hoja evidencian que allí, en aquel lugar, está como latente un emporio de grandeza, y que no se necesita sino un débil esfuerzo, casi puede decirse un buen deseo, para desarrollar ante el país un estupendo y poderoso espectáculo de bienestar. El señor Riva solo necesita concurso espontáneo de capitales, insignificantes para organizar una sociedad que emprenda la obra: ¡veinte y cinco mil pesos en acciones!... ¿Qué es esto comparado con el rédito que produciría tan fácil empresa? Calcúlese la enorme cantidad de mercancías que entra en la provincia más poblada de la República; calcúlese la cantidad de productos que de allí se exportan ahora, y calcúlese además todo cuanto se importará y exportará, una vez que la vía proporcione la ventaja de mayores transacciones; y tendremos que no habrá empresa a la que con mayor fe puedan aplicarse los capitales. De seguro que la dilación en hacerlo, argüiría desconocimiento de lo que es un buen negocio. El señor Riva se limita a excitar, sobre todo, al comercio de La Vega, Macorís y Moca para que contribuyan a la obra; pero nosotros nos atrevemos a excitar al de esta capital y al de los demás puntos de la República. La empresa no es ventajosa únicamente para la provincia que desde luego se favorece; lo es bajo muchos conceptos para todo el país, porque el engrandecimiento de un solo punto atrae los capitales allí, y ¡cuántos no cambiarían de residencia para ir a un lugar donde pueden muy bien explotarse muchos ramos que ahora no existen! Además, es tal el cebo de la ganancia que la empresa promete, que a ojos cerrados puede contribuirse a ella; mucho más cuando quien la inicia y acomete, fama tiene de activo, de honrado, de buen patriota y hábil comerciante. En una nota que trae al pie la hoja del señor Riva, da la noticia de que, para mayor seguridad en la empresa, hay quien se preste

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traer inmigrantes de Canarias directamente por precios módicos. La ley de inmigración vigente dictada por el último Congreso provee a esta necesidad, y creemos que el Gobierno actual, cuyo distintivo es el deseo de progreso, contribuirá en mucho a que se obtenga eso, y además a que se extienda a Samaná el beneficio de que toquen allí los vapores españoles que hacen su carrera entre Cuba y Saint Thomas. Nosotros vemos en el proyecto del señor Riva una de tantas providenciales circunstancias que cada día se presentan al país para su regeneración, y no es juicioso despreciarla. En el interés de todos está ayudar a ese infatigable obrero de la felicidad pública, acudiendo al llamamiento que hace. Es la opinión del señor Riva que por iniciativa en esta capital de uno de los más acomodados comerciantes o hacendados, y poniéndose en relación con él se forme una Junta o sociedad para inscribir los accionistas, y después se nombre, de acuerdo con todas, las demás juntas del país, y el directorio de la Compañía, señalando el punto conveniente para su permanencia y escogiendo un personal apto para la gestión de los negocios. Nosotros esperamos que así se haga, y desde luego, ofrecemos nuestros servicios desinteresadamente y solo en bien del país, poniendo nuestro periódico a disposición de la empresa, y sirviendo también de agentes para lo que se necesite en cuanto a facilitar los datos que quieran obtenerse del señor Riva, quien nos ha honrado con el encargo de propagar la idea y de ayudar a su realización. Terminaremos por hoy, sin temor de que nuestra voz no sea oída por los que están llamados a interesarse en el bien del país, digno de la suerte que a cada paso le brindan la Providencia y la paz de que disfruta. El Eco de la Opinión, No. 22, 29 de agosto de 1879.

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¡A Santo Domingo!

Así exclama La Independencia de Nueva York haciendo justicia a este país tan calumniado por quienes no pueden menos que conservar un odio eterno a sus instituciones y a sus hijos. Así exclama, dirigiéndose a los oprimidos hermanos que en Cuba pagan con su sangre el crimen de su voluntad de ser libres, y con onerosas contribuciones el delito de trabajar para vivir. Bien hace La Independencia en aconsejar este paso. ¿Adónde sino a Santo Domingo, a la tierra de la libertad y del trabajo, pueden dirigirse los que no ven en perspectiva sino un porvenir cada vez más lleno de amenazas y sinsabores? Truene contra nosotros la prensa colonial, prodíguenos cuantos epítetos se le antojen, invente cuantas calumnias le vengan a las mientes; eso es nada. La verdad brilla siempre a través de todas las iniquidades. Y la verdad es la que guía la pluma de la redacción de La Independencia al hacer ese llamamiento generoso a sus hermanos, a quienes no puede desear sino el bien, toda vez que sus contrarios tratan de ir exprimiendo el jugo a ese último pedazo que les queda de sus posesiones en América. ¿A qué conduce el empeño que se toman los periódicos asalariados de Cuba y Puerto Rico para inspirar temores acerca de la situación política de nuestro país? Su trabajo prueba su objeto, que no es otro sino que los pobres hijos de aquellas Antillas sigan contribuyendo a pagar su permanencia allí, para continuar el sistema de opresión y de venganza. Y eso de dar armas al enemigo es la prueba más palpable de la imbecilidad. 69

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Creemos que la guerra menos cruenta y más segura que los cubanos podrían hacer hoy a la dominación colonial, es esa de dejarles la isla, emigrando en masa a nuestra tierra. ¿Cómo proveería España entonces a los gastos que ocasiona su tren administrativo? ¿Dónde hallarían colocación tantos militares que vienen a Cuba a hacer fortuna en la guerra? Pero, ocupándonos de las razones que expone La Independencia para aconsejar a los cubanos emigren a Santo Domingo, debemos manifestar y repetir que cuanto se dice en ese suelto es la pura verdad. En nuestro país no se conocen las contribuciones directas, ni sobre el producto, ni sobre la riqueza territorial. El Gobierno que tal propósito tenga, algún día cava desde luego su propia tumba. Razón poderosa fue para agravar más los motivos que Santo Domingo tenía cuando su glorioso alzamiento contra España, la de que aquí vino a implantarse el sistema de contribuciones directas, no conocido hasta entonces. Así es que, por más que el progreso haga algún día de este país un edén de prosperidad, puede asegurarse que jamás se tendrá que pagar un centavo por ese concepto. Nuestros braceros son los menos costosos que puede haber en ningún otro país. Conocidas son las ventajas que tiene el trabajo libre sobre el de esclavos, que es ruinoso bajo muchos puntos de vista. Calcúlese lo que cuesta un esclavo en Cuba, y a lo que asciende su manutención constante, su ropa, calzado, comida, enfermería, etc. y véase si puede nunca compararse ese gasto al insignificante de cincuenta centavos diarios, por solo el tiempo que se necesiten esos braceros en una finca ¡cuánta economía! Agréguese a esto lo barato de la vida en este país, donde, si es verdad que escasean las distracciones que hay en otros, cualquiera puede proporcionarse las que más se adapten a su carácter, sin la enormidad de los gastos que las mismas ocasionan en pueblos más adelantados. No hay que hablar del clima. El cubano llega aquí y encuentra su misma tierra. Ni siquiera nota gran diferencia tampoco en las costumbres. Además, la hospitalidad que se le brinda le hace olvidar bien pronto que está lejos del país donde tiene sus afecciones.

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Veamos ahora la cuestión garantías personales y de propiedad. Cítese un solo caso en que un cubano haya tenido que quejarse de atropellamientos por ninguna causa política, ni de ataques a sus intereses. Aquí vemos que los señores hacendados van a las fincas que están algo distantes de la ciudad con el dinero con que pagan a sus trabajadores, y dígase cuándo en el camino han sido asaltados por nadie. La honradez es innata en nuestra gente de los campos. Cuando una revolución ha estallado –y creemos que confiadamente podemos decir que no estallarán más– ¿qué perjuicio ha lamentado ningún dueño de finca? Apelamos al testimonio de todos los que están establecidos en toda la extensión del país. Visto y probado está. Con tantas ventajas en la manera de hacer producir la riqueza y otras mayores al exportarla para el extranjero, donde es fabulosa la ganancia, por la buena calidad del artículo, ¿quién no viene a gozar de tranquilidad, a vivir en este país que es la tierra de promisión para los desheredados de todo bien en las colonias vecinas? Es bueno repetirlo muy alto para que se diga, a despecho de cuantos desean hacernos el mal y hacerlo a otros: ¡a Santo Domingo! “Santo Domingo ofrece a los hacendados azucareros ventajas considerables comparadas con las pérdidas que sufren en Cuba”. Cuba tiene que pagar a Santo Domingo el tributo que este le rindió en otros días, en que sus hijos fueron allí a contribuir a su enriquecimiento y a su bienestar. ¡A Santo Domingo! ¡A Santo Domingo! El Eco de la Opinión, No. 23, 4 de septiembre de 1879.

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El 10 de septiembre

Todavía –después de dos años transcurridos, desde aquella memorable fecha en que el pueblo entusiasmado corrió a presenciar el más grande de todos los acontecimientos de su historia–, todavía se escucha sobre los fríos despojos del creador de un nuevo mundo el clamoreo insultante de las pasiones que amargaron su vida. Todavía hay ojos que no quieran ver, que no se deslumbren ante la irradiación de la verdad que resplandece en aquellos restos, en aquel polvo sagrado contenido en esa urna sobre la cual ha impreso la mano de los siglos su huella indeleble e inmortal. El designio falible de la injusticia humana quiere prevalecer aún sobre el incontrastable designio de la Providencia. La existencia del genio, tan combatida como sus frágiles carabelas por el océano que nadie había surcado, continúa siendo el objeto de los embates de la ingratitud y del martirio, aún después de haber llegado al puerto de la eternidad. Hay en esto algo que no se alcanza a penetrar. Hay que reconocer que lo sobrenatural comenzó a intervenir en la vida de Colón desde el día en que vino al mundo predestinado para lo grande y lo maravilloso. Y esa misma suerte cabe a la isla que él llamó “la tierra más bella que ojos humanos hayan visto”. Colón, calumniado y perseguido, es el símbolo de esta porción de los extensos territorios que su audacia conquistó. Su amor y su predilección por La Hispaniola acarreó a esta tierra todas las inicuas y perversas suposiciones que el odio engendra en quienes fueron los constantes sacrificadores del héroe del Descubrimiento. 73

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No puede pensarse en Colón vilipendiado, lleno de cadenas, marchando al suplicio, sin que al punto no tenga que pensarse en su adorada Quisqueya. Van tan unidos este grande hombre y esta pobre tierra en la mente humana como el sol y la luz en la naturaleza. Por eso hoy se trata de echar sobre la limpia honra de este país la mancha calumniosa de que ha inventado unos restos de Colón, y de que quiere alcanzar una gloria que no le pertenece. Los pedazos de huesos sin nombre que están en la Catedral de La Habana quieren eclipsar los verdaderos despojos del Gran Descubridor, que reposaban y reposan bajo la bóveda de nuestra Santa Iglesia Metropolitana. Siempre ante Colón se proyecta la sombra de un usurpador. Siempre ante Quisqueya se yergue la pretenciosa tiranía de esa nación. Para Colón, Américo Vespucio; y para Quisqueya, España. ¿No lucirá el día de la justicia universal? ¿No veremos al fin que se pronuncie el gran veredicto de los siglos y de los pueblos sobre tan interesante proceso? ¡Oh sí! Ya solo queda ahí el juicio aislado y sin autoridad de la parte interesada en esta debatida cuestión. Todos los que ven imparcialmente las cosas, todos los que sondean a la luz de la razón los sucesos humanos, todos los que creen en la Providencia, exclaman hoy regocijados y a impulso de un sentimiento de justicia, que en la tierra favorita del esclarecido navegante, es que se guardan y conservan sus venerandas reliquias; y que la mano de los profanadores de su gloria durante su vida, no puede tocarlas después que alcanzaron el descanso en el seno de la tumba. Colón duerme bajo el amparo de los libres, cerca del lugar donde recibió la primera amarguísima prueba de la ingratitud de aquellos a quienes brindó un mundo –tal vez en el lugar mismo donde concibió la idea de que sus restos no los poseyesen sus inicuos perseguidores. El 10 de septiembre es un día que no debe olvidarse jamás; que es preciso que sea celebrado en todos los países a los cuales Colón llevó la luz civilizadora. Por eso, en este segundo aniversario del feliz hallazgo de tan preciosos restos, el pueblo acudió a solemnizar tan fausto

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acontecimiento, a tributar su homenaje de dolor a la memoria del gran mártir de la injusticia humana. Lástima es que todavía no se haya puesto en ejecución el proyecto de elevar un monumento a tan venerados despojos; lástima es que hoy, trasladados de la Iglesia de Regina Angelorum, se encuentren en un rincón de nuestra Catedral, sin que nada anuncie que aquello puede ser el lugar destinado a contener tanta grandeza. Pero … sirva de consuelo a los que concibieron la realizable idea de que ese monumento se erigiera, la esperanza de que algún día haya quien la secunde gloriosa y generosamente. Mientras tanto, sígase celebrando el aniversario del 10 de septiembre, y admírense y bendíganse los designios de la Providencia que ha permitido que se destruyan los designios de la injusticia de los hombres!... El Eco de la Opinión, No. 24, 13 de septiembre de 1879.

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Editorial

“Luego que se pone precio a la lealtad, esta se torna tan usurera, que siempre pretende atesorar con sus réditos mucho más del valor en que se ha vendido”. Esto escribíamos en El Nacional en el año de 1876 al tratar sobre el funesto sistema de las gratificaciones iniciado por el gobierno de González, aconsejando que se economizase, y presentando de bulto todas las consecuencias de ese despilfarro con que se engendraban las revoluciones en vez de adquirirse popularidad. Nuestras apreciaciones de entonces fueron confirmadas por los hechos en no muy dilatado espacio de tiempo. A pesar de que se palpaban los males, aquel gobierno siguió suicidándose –dando armas a la calumnia, cebo a la ambición, enemigos al tesoro público, envidia a los no agraciados, y en fin, descrédito y empobrecimiento al país, que no ha podido levantarse aún de su postración, no obstante cuantos esfuerzos se hicieron después y siguen haciéndose hoy. La economía en los gastos públicos es la panacea que puede levantar a la vida ese casi cadáver de la hacienda nacional. Pero ¿por qué contra ese propósito tan laudable de cualquier gobierno, se ha de levantar una estúpida algazara, y se le anuncia desde luego la más inminente y estrepitosa de las caídas? ¿Por qué se clama en todos los tonos y se llama egoísta a una situación, y se la tacha de injusta? Todo ha de guardar armonía y todo debe marchar al mismo compás en el concierto de los intereses económicos. 77

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Así no hay de qué quejarse. Se disminuyen los guarismos de un presupuesto, y cesan también los gastos extraordinarios que son la vorágine insaciable de toda la riqueza pública. Porque “cuando esos guarismos se falsean en provecho de tal o cual individualidad; cuando las atenciones ordinarias tienen que sufrir por las exigencias de unos pocos; cuando el odioso privilegio abre las fauces amenazando sorberse a grandes tragos hasta la médula ya líquida de los huesos de la nación, entonces es preciso desesperar, es preciso entregarse al mejor postor en el mercado de las nacionalidades y ser el baldón y el ludibrio de la historia”. Este es el desiderátum de las situaciones débiles, que no tienen la conciencia de su poder en la ley, y que se doblegan al menor soplo de las exigencias desautorizadas. Un gobierno que se empeña en matar esa tendencia al comunismo económico, y que trata de no comunicar más su savia a esas plantas parásitas de todas las situaciones, restablece la confianza en su duración, y, anulados cuantos antes creían ser indispensables porque así se lo revelaba el favoritismo, quedan al fin como pobres falderillos que ladran a la Luna. Es preciso la energía en el cumplimiento de un deber. ¿Qué servicio presta al país un general que está en su casa en tiempo de paz y que tal vez seguirá estándolo, si acaso mañana se presenta un movimiento en contra del gobierno? ¿A qué conduce que de vez en cuando se le pague una suma en concepto de gratificación? ¿Y de qué se le gratifica? ¿Es por temor de que, disgustado, reúna una partida de hombres y proporcione más gastos de los que él acarrea mientras nada hace? ¡Oh! Esta reflexión solo podía hacerla un gobierno como aquel a quien dirigimos nuestras palabras en 1876. Y solo podía hacerla él, porque verdaderamente no representaba partido alguno y sus sostenedores no tenían la cohesión de un mismo credo político; eran personajes de diversas creencias y unidos solo por ese interés de sacar ventaja de la debilidad del mandatario. ¡Qué distinta situación era aquella, comparada a la que se le ofrece a un gobierno que se apoya en un solo partido, y que sabe que en cualquier eventualidad todos corren a defenderlo –o mejor

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dicho– que sabe que no hay quien se atreva a intranquilizar el país, porque las consecuencias son deplorables para quien lo intente! Nunca ocasión más propicia se ha presentado para enmendar todos los yerros de los gobiernos anteriores; nunca en mejores condiciones se hallan el poder y el país para trastornar en su provecho las prácticas que solo el mal han sembrado en todos sentidos. La justicia con que se paguen nada más que verdaderos servicios públicos, es una garantía de orden –la prodigalidad engendra el más horroroso caos–. La lealtad a un gobierno debe ser la manifestación de que se está de acuerdo en su propósito y en los medios de que se vale para alcanzarlo. Esa lealtad interesada, que concluye el último día en que se recibe una ración o un sueldo, es el síntoma más seguro de que aquel que la ofrece no debe ser nunca mirado por ningún gobierno como hombre digno de la menor consideración. Y como tan común entre nosotros es ver esto bueno es que desde luego no se venga a educar a los partidarios en esa mamolatría que acaba por perderlos para siempre. Hemos dejado correr la pluma, y la ensayaríamos en bosquejar muchos cuadros que han ofrecido las diversas situaciones políticas desde hace algún tiempo; pero en esta ingrata tarea no cosecharemos sino profundos disgustos, y como al alcance del último de los dominicanos está la historia de esos acontecimientos, y el conocimiento de su origen, bástanos por hoy manifestar que debe merecer el aplauso de todas las personas sensatas, de verdadero patriotismo, el único sistema que puede matar las revoluciones, darle paz al país y vida a su hacienda. El Eco de la Opinión, No. 25, 18 de septiembre de 1879.

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Editorial

Varias veces hemos oído a ciertas personas decir que nuestro periódico es algo contemporizador, y que no tiene esos arranques de brusca oposición que le darían novedad e interés. Parece que quienes tales dicen, quieren que nos convirtamos en antagonistas sistemáticos de esta situación, es decir, en enemigos jurados de nuestra propia causa, y que halaguemos las pasiones de otro partido, así sea con exagerados conceptos. Y esta no es nuestra misión, ni en el programa del fundador de El Eco se encuentra ninguna palabra que pueda interpretarse en ese sentido. Tampoco quiere eso decir que nosotros seamos incensadores perpetuos de cuanto haga el Gobierno. Pruebas hemos dado de que no es este el móvil único que hizo fundar este periódico. Lo que nosotros venimos a hacer es a hablar simplemente la verdad en todo, por todo y para todo. Y haciendo esto, no es preciso que desahoguemos pasiones, sino que empleemos la templanza, la moderación y la cordura. Nuestra norma de conducta ha sido, es y será imparcialidad. Si algo bueno se hace, ¿por qué no aplaudirlo? ¿Quiere esto decir de ningún modo que estamos adheridos al poder como la ostra a la concha? Y si algo malo se ve, ¿por qué no desaprobarlo…? ¿Quiere esto decir tampoco que estamos completamente reñidos con la actualidad? Sépase que, por nuestras condiciones esenciales, nada tememos ni nada esperamos del poder. No somos de la falange de aspirantes a un destino cualquiera que nos proporcione posición y lucro. Ni tampoco tenemos el arriére pensée de presentar obstáculos a la 81

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marcha desembarazada del gobierno para la consecución del fin político de la paz pública. Estamos en una situación ventajosa para obrar con verdadera independencia, con la debida imparcialidad. Y los que crean que el cambio de Constitución haya influido algo en nuestra conducta, se equivocan lastimosamente. Cuando imperaba la liberalísima del 79, nunca alardeamos de oposicionistas; seguíamos el mismo camino que hoy. Entonces, que era época de organización, se ofrecían naturalmente más motivos para la controversia, que hoy no existen, pues se emprende ya el rumbo por un océano menos agitado. Todos los preliminares para la constitución definitiva de un orden de cosas estable, se han practicado ya. ¿Qué vamos a temer de la Constitución del 54? ¿Acaso cualquiera observación que hagamos, en bien mismo del Gobierno, puede tomarse como tendencia a subvertir el orden público, como excitación a la rebelión, que es lo único que puede acarrear una pena? ¡Nunca! Además, no estamos bajo la dictadura, sino bajo el imperio de la ley, y ahí está el recurso de los tribunales de justicia, y el derecho de defensa que dejan ancho campo al periodismo. No es posible que nadie haga la ofensa al gobierno que nos rige de suponerse que por cualquier motivo, obrando discrecionalmente, suprima un periódico político, y encarcele o destierre a sus redactores, según se ha dicho sin razón ninguna. ¿Cómo va un gobierno, compuesto de personas de ilustración, a echarse encima tamaña responsabilidad ante el país, y manchar sus glorias liberales con este retroceso hacia épocas que, por estas y otras causas, merecen hoy la condenación de todos? Nosotros estamos bien convencidos de que nada de esto puede sobrevenirnos el día en que, por cualquier circunstancia, tengamos que hablar según nos lo dicten nuestro buen deseo y nuestra creencia, y nos encontremos en divergencia con el Gobierno. Ante todo, nos guía la confianza de que de ningún modo se nos puede suponer interesados en promover conflictos a una situación que, por los medios que estuvieron a nuestro alcance, contribuimos a crear; y después, nada hemos visto que revele ninguna tendencia

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a matar la libertad y a sustituirla con la abominable opresión de los Seis Años. Si tal cosa sucediera, ya habríamos roto nuestra pluma que hemos consagrado desde poco después de noviembre, en El Nacional y otros periódicos, a ennoblecer esa libertad, a proclamar las doctrinas de ese partido azul o nacional, a que siempre hemos pertenecido y seguiremos perteneciendo. Enojoso nos es hablar de nosotros mismos, quizás por primera vez; pero hay casos en que es preciso hacerlo. Ya ha llegado hasta nosotros, en son de acusación, eso que se dice de que no nos desatamos en improperios e inmerecidos cargos contra el gobierno. Y, como nunca hemos acostumbrado hacerlo, ni cuando aquella reacción de Villanueva, en que mayor fue la oposición de El Nacional y más brío demostró en presencia del peligro, sépase que en esa línea no se nos encontrará, sino en la de la oposición razonada, en el caso de que sea necesaria, y el cual no se ha ofrecido hace algún tiempo. No porque El Eco no lleve en sus columnas artículos que tengan las propiedades de la cantárida, es conservador. Su credo es liberal y así seguirá siéndolo; que para ello no se necesita vociferar, ni hacer que con exageraciones se nos convierta en mártires, que es por cierto un papel bastante ennoblecedor y que proporciona después cosecha de gloria y de provecho. No queremos engrandecernos de ese modo. Nos basta la modesta posición que ocupamos de periodistas imparciales, que nada esperamos sino la satisfacción del deber cumplido en bien del país, y nada tememos, sino que por nuestros desaciertos, se vean justificadas las revoluciones y sufra el pueblo, y por consiguiente nosotros, a quienes no puede esperar sino la cárcel, el destierro o el patíbulo. El Eco de la Opinión, No. 26, 25 de septiembre de 1879.

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Lo preferente

Muchos temas se nos ofrecen sobre los cuales podríamos hablar hasta por los codos. Ahí están las elecciones para senadores, las medidas sobre hacienda dictadas por el Gobierno para las provincias del Cibao, el desgraciado incendio de Azua, obra de un espíritu infernal, la organización del servicio de correos y otras cosas de actualidad e interesantes. Pero no sabemos por qué, mas nos van gustando la agricultura, la industria y todos los intereses materiales del país, que muchas de esas cuestiones políticas que son hierros candentes y dejan luego ciertas quemaduras difíciles de curar. No pecaríamos de repetidores de la misma canción, si decimos que en el país se nota en todo y por todo una afirmación y una esperanza de bienestar como nunca se había visto; que aunque las haciendas de caña están en bendito sueño, descansando de sus fatigas y sus triunfos de la último zafra, ya se preparan sus dueños para darles ahora más trabajo; y que la próxima molienda será cosa de asombrarse. Sabemos que a fines del mes se encontrará aquí el nuevo hacendado señor Sachet para hacerse cargo del ingenio Esperanza comprado en ciento cincuenta mil pesos al señor Joaquín Delgado; y que este, desde luego, comenzará a fomentar el tan valioso de Faría. Además, los señores que hasta hoy solo tenían pequeñas máquinas de vapor, han encargado otras de mayores proporciones, con sus correspondientes centrífugas y tachos al vacío, lo que dará a sus fincas una importancia desmedida. 85

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Junto a tan halagador aspecto del mañana, hay que hablar también de la hacienda del señor Francisco Saviñón, el infatigable zapador del progreso industrial que, a pesar de todas las contrariedades con que lucha, tiene ya la seguridad de montar un ingenio en el más próximo término, que será de los primeros, puesto que le favorecen mucho las condiciones del terreno, y la circunstancia de ser el mismo empresario personalmente quien dirigirá los trabajos. A todo esto se debe unir el poderoso impulso que está recibiendo la misma industria en Barahona, Baní, Puerto Plata y Samaná, de cuyas fincas hemos hablado en El Eco, y que prometen una pingüe producción. Los datos que nos suministra la prensa norteamericana y que insertamos en nuestro último número, prueban evidentemente que no somos ya aquel pueblo rezagado en el camino del progreso, y que vamos a pasos de gigante pisando con firmeza hasta llegar muy pronto adonde han ido otros que hoy están retrocediendo. Y a propósito de esos otros, ¿qué esperan los señores cubanos para abandonar su tierra, entregada hoy a la más inicua de las opresiones y ardiendo con el fuego de la insurrección, y más aún con el odio de los que aún pugnan por ser sus amos? Es tiempo ya de que busquen amparo y fortuna en la tierra de la libertad y del trabajo; es tiempo ya de que no estén ofreciendo dóciles el cuello a la cuchilla y la bolsa a las dilapidaciones del coloniaje. El grito ¡A Santo Domingo! debe resonar en las ciudades y los campos donde aún ondea el pabellón de los Cides y Pelayos, al mismo tiempo que el de ¡Cuba libre! en las montañas donde flota la bandera de los Céspedes y Agramontes. Esperamos que, a pesar de todas las trabas que el gobierno español pone a los que desean sustraerse a su dominación, ellos se animaran a buscar una vía que al fin les conduzca a esta tierra. En uno de nuestros números publicamos la ley sobre concesión gratuita de los terrenos del Estado, que bien pudiera imprimirse en hoja suelta y enviarse a Cuba para que circulase y todos allí estuviesen al corriente de lo que se les brinda generosamente en el país.

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Más que un eco de la opinión. 2. Escritos, 1879-1885

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En resumen diremos: que el presente de Santo Domingo es risueño y halagador, y que su porvenir está casi asegurado. ¡Bendigamos los designios de la Providencia y el acierto del Gobierno, y más que todo, el buen sentido de los habitantes de esta privilegiada tierra! El Eco de la Opinión, No. 29, 11 de octubre de 1879.

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Post núbila…

Ya en los instantes de salir a la circulación este mismo número de El Eco el día 27 de octubre último, tuvimos que suspenderla, muy a pesar nuestro, por las excepcionales circunstancias que sobrevinieron. Mientras en el primero de los artículos editoriales continuábamos aconsejando la paz a todo trance, haciendo resaltar las funestas consecuencias de una lucha entre hermanos, el general Cesáreo Guillermo, obstinándose en creer que en el empleo de la fuerza consistía su salvación, y sin comprender que aquella significa impotencia y debilidad ante el poderoso empuje de la opinión pública, salvaba los límites de la conveniencia del partido nacional y de la República, organizando torpe y temerariamente una resistencia que solo fue fecunda en males de todo género y en el aumento de su desprestigio personal. Desde la memorable retirada de Bermejo, desde ese día en que fácilmente pudo convencerse de que ya su autoridad estaba herida de muerte, y que la revolución del 6 de octubre disponía de la popularidad que a él le escaseaba, debió haber abandonado su propósito de ser un obstáculo a la paz y a la felicidad del pueblo que le confió sus destinos. Tolerado –solo en obsequio de esa misma paz–, el cambio de la constitución liberal del 1877 por la tiránica del 1854 –cambio sobre el cual tuvimos ocasión de hablar antes de que se efectuase esa revolución que inició el poder contra sí mismo–, no se creía que nuevos hechos de palmaria inconveniencia viniesen a promover la serie de conflictos que el país ha soportado. Pero cuando se lanzan los hombres en la vía de los desaciertos, cuando las pasiones 89

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ofuscan su razón, cuando todo se pospone al desenfrenado deseo de mandar, he aquí que no los contiene nada que se oponga o parezca oponerse a sus propósitos. Por eso, la existencia artificial de la dictadura caída fue, en el corto tiempo de un mes y algunos días que permaneció asediada entre los muros de la capital, el más extraño e inaudito de los acontecimientos que haya registrado la historia de nuestros últimos tiempos. Jamás llegó la amenaza de todas las garantías políticas, económicas y sociales a tanto extremo… Pero … nosotros no hemos querido ni queremos sobreexcitar pasiones, y debemos dejar a la imparcialidad del juicio histórico el estudio de esas escenas que apresuraron más la caída del dictador de intramuros. Hoy ha triunfado esa revolución que solo halló a su paso pequeñas resistencias en los puntos donde se encontraban los restos del ejército desalentado que mandaba personalmente el general Guillermo. Hoy la paz nos sonríe, y las víctimas de la obstinación del vencido, aquellos que únicamente por afecto personal unos, y por honor militar otros lo defendieron, gozan de amplias garantías, y es de desearse que contribuyan a consolidar una situación que es de todos los buenos, de todos los patriotas, de todos los que no deseen que nuevas calamidades vengan a hundir el país en su completa ruina. Las ambiciones deben cesar cuando se ve que la revolución triunfante no aspira sino a devolver su soberanía y sus derechos al pueblo. Cualquier amago de subversión del orden tiene que ser hoy una derrota más de los aspirantes a la tiranía, que, como se ha visto ya, no se soportará otra vez por un pueblo acostumbrado a los goces que brinda la libertad. Ante el credo liberal, que contiene la profesión de fe del partido de la nación entera, las malas intenciones y las perversidades del personalismo han de estrellarse irremisiblemente. Es la época de que trabajemos legalmente por la paz de la República. El Eco de la Opinión, No. 31, 13 de diciembre de 1879.

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Editorial

“Es la época de que trabajemos legalmente por la paz de la República”, dijimos en nuestro número anterior. Y, en efecto, la experiencia pasada puede haber dado lugar a saludables enseñanzas, una vez palpado el ningún fruto que dejan los errores políticos contrapuestos a las nobles cuanto naturalísimas aspiraciones de un pueblo libre. Mas es tiempo de que trabajemos por la paz del país, y para ello es preciso ante todo reorganizar los dispersos elementos de su Constitución política. La dictadura, tan inoportuna como importuna, no fue sino un paréntesis doloroso que urge cerrar con las sabias medidas de una administración regular. La fisonomía de esa dictadura es la Constitución del 1854, cuya careta debe arrancar la obra liberalísima del 1878, reuniéndose al efecto el Congreso Nacional que la dictara, suspendido de arbitraria manera en sus patrióticas funciones; pero el Congreso Nacional compuesto de las dos cámaras que son la liberal expresión de las instituciones republicanas. Nada más acertado y obvio que volver las cosas a su curso natural, empezando por aquí. De otra suerte, el país se resiente al instante; porque hay que atender que ya él no sigue otra vía sino la que marca la libertad y el progreso de las naciones, por más que las azarosas circunstancias aparenten retorcerle a su antojo y conveniencia. La administración de justicia también requiere muy mucho la atención del legislador y del gobierno. La Suprema Corte necesita inmediata y completa reorganización, porque los tribunales de la 91

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República han perdido su acción y ni aún disponen de local para sus audiencias; que no puede dar sociedad alguna peor escándalo que el pasarse sin justicia, ni gobierno alguno el de patrocinar criminales. Es necesario, pues, reorganizar a toda prisa este importante punto de la administración civil, aun cuando sea de una manera perentoria. Otro de los asuntos de urgencia, y lo que es más, de plena equidad, es devolver al municipio su empeñado lustre y decoro. El municipio es genuina expresión del pueblo, y apocarle y envilecerle y postergarle es la más villana de las cobardías. A ningún seudogobernante se le ha ocurrido todavía dar semejante escándalo: estábale reservado a nuestro infortunado país. La idea municipal es la idea libre por excelencia, en el espíritu civil entallado en la frente de las instituciones patrias, fue el primer grito de la libertad llevado de siglo en siglo hasta el cadalso de Capeto. La institución municipal es, pues, inmortal e inviolable, es un depósito sagrado que no deben tocar las manos réprobas de esos polichinelas políticos llamados casi irrisoriamente tiranos! El municipio ha sido escarnecido y necesita su reivindicación. Con él fue atropellada la instrucción pública y todo. ¿Cómo puede, si no, sostener su dignidad ni sus medidas si se le arrebatan los únicos recursos con que cuenta? ¿Por qué el derecho de patentes no ha de ser propiedad exclusiva del municipio si el gobierno no atiende a ornato público, si el gobierno no sostiene alumbrado público, si el gobierno no establece escuelas públicas? ¿Qué hace el fisco con el derecho de patentes, si la instrucción se ve descuidada por falta de recursos pecuniarios hasta el punto de cerrarse los planteles de educación, como hemos visto en estos últimos días? Devuélvase, pues, esa renta al municipio de la manera que le fue quitada, es decir, sin formalidades de ninguna especie; porque los niños aguardan con el libro bajo el brazo a que se les abran esas puertas cerradas donde reciben la luz de la vida. Así es como podremos trabajar por la paz de la República, renovando los elementos de su existencia. Depongamos todas las prevenciones imaginables, y miremos fijamente la verdad en el hecho

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y en el derecho. Las pasiones no reconstruyen, y únicamente la buena fe salva. Démonos todos a pensar que el espíritu de ciego partidarismo pasa y no deja ningún fruto, y que solo trabajando por y para la patria es como se asegura lo porvenir de esta combatida sociedad. El Eco de la Opinión, No. 32, 20 de diciembre de 1879.

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Editorial

Después de escrito y publicado nuestro editorial del número último, hemos recibido El Porvenir de Puerto Plata, fecha 6 del corriente. Uno de los importantes puntos de que trata el primer artículo de redacción de este apreciable colega, es la reorganización política del país bajo la base constitucional: y hemos aplaudido las ideas que a este propósito se manifiestan, y que vienen, en lo sustancial, casi de acuerdo con las nuestras. Dice el colega puertoplateño: “Ahí está la última liberal Constitución que, reformada en algunos artículos, satisface lo bastante. Y nada sería más lógico que restaurarla, puesto que por haberla suplantado, teniendo el propósito de destruir la Representación Nacional y llevar a cabo ciertos proyectos, reviviendo la despótica de diciembre del 1854, se condensó sobre la República la tempestad revolucionaria”. Y eso, poco más o menos, significan estas palabras de nuestro último editorial: “La fisonomía de esa dictadura es la Constitución del 1854, cuya careta debe arrancar la obra liberalísima del 1878, reuniéndose al efecto el Congreso que la dictara, suspendido de arbitraria manera en sus patrióticas funciones”. Pero el colega de Puerto Plata difiere en la manera de llevar a cabo la restauración del régimen constitucional que imperaba antes de la dictadura. Nosotros queremos la convocatoria del mismo Congreso, y él opina que deben convocarse las asambleas electorales para proceder al nombramiento de nuevos senadores y diputados. La pérdida de tiempo es una de las razones en que se apoya el colega de Puerto Plata, y esa misma invocamos también nosotros en abono de nuestra opinión. Parécenos que la dictadura solo fue una 95

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solución de continuidad que ha desaparecido, merced a la reacción justísima del patriotismo armado del derecho y de la ley; parécenos que, si una de las causas –y puede decirse que la primordial– del movimiento revolucionario del 6 de octubre, fue la conducta observada por el mal engreído y peor aconsejado farsante que acaba de caer, respecto del Congreso que tan liberal e independiente se mostró durante sus tareas legislativas –ninguna rehabilitación más pronta del régimen constitucional podía ejercerse que la de convocar el mismo Congreso, arbitrariamente suspendido por aquel jefe del motín oficial de agosto–. Esa restauración de la legalidad implica al mismo tiempo un reconocimiento de los méritos que contrajera, para con el país que le dio su voto, la mayoría de los representantes del 1878. Si elecciones debe haber, estas pueden reducirse a llenar los vacantes que existan por renuncias y otras causas. Por otra parte, si no se debe convocar otra constituyente, según nos lo dice el colega, y sí se debe restaurar la misma Constitución del 1878 –con algunas variantes sustanciales–, se debe también tener en cuenta que la legislatura que comenzó en 1879 no ha cumplido aún el período constitucional que el mismo pacto establece, y que el 27 de febrero de 1880 es el día señalado para continuar sus interrumpidas tareas. Y nosotros queremos ir más allá en el culto que profesamos a los principios y en el empeño de que los actos del Congreso del 1878 sean mantenidos por la situación de legalidad que tiene su origen en el movimiento revolucionario del 6 de octubre. Opinamos que todas esas leyes y todas esas disposiciones que fueron tan inconsulta, inconstitucional e irrisoriamente desconocidas por el gobierno caído, se declaren desde luego en vigor. Así, el escándalo que se dio con motivo de la ley de patentes, del nombramiento de la Suprema Corte de Justicia, y otros no menos conocidos, como la remoción del personal del municipio, y algo más que fue el INRI de ignominia en la frente de aquel gobierno despótico –todo debe hacerse desaparecer por consecuencia de la restauración legal que proclamó el movimiento cuyo triunfo celebra la República. El Eco de la Opinión, No. 33, 27 de diciembre de 1879.

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Segundo año

Entra El Eco en el segundo año de su existencia. Ha recorrido el primero entre peligros porque peligroso es en esta tierra ser apóstol del bien, cuando solo quieren muchos se halaguen pasiones y se sacrifiquen a ellas la justicia y la verdad. En la jornada fatigosa que hace el periodismo independiente solo se adquiere la gloria de un día, aunque también se adquiere el satisfactorio recuerdo de la posteridad. Ejemplo entre nosotros fue El Nacional, que casi pude llamarse el profeta de la doctrina democrática, después que a otro adalid cupo la suerte de zarpar el pedestal de la tiranía. Sus apreciaciones sobre las cosas y los hombres de entonces, y sus predicciones sobre las cosas y los hombres de ayer, se han justificado hoy, y tal vez seguirán justificándose mañana. Nosotros hemos trillado ese camino que nos dejó “La Republicana”, hemos visto y juzgado pura e imparcialmente las cosas como han sido, y hemos querido que los hombres y los gobiernos fuesen como debieron ser. De aquí que a veces el martirio se nos esperase, y que tuviéramos luego que pasar de largo, acercándonos solo un poco al abismo para señalar a los que ciegamente se descarriaban la verdadera vía de su salvación y de la salvación del pueblo. Muchos disgustos hemos cosechado; pero también muchas satisfacciones hemos tenido: las que tienen siempre los que cumplen con su deber y no se arrastran por el fango para besar las plantas de ídolos de popularidad postiza. Los que ayer nos miraban con el entrecejo adusto; los que decían que éramos un serio inconveniente para la situación dominante; 99

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los que se creyeron autorizados para despojarnos de nuestra propiedad impidiendo la circulación de El Eco en el interior de la República; los que tanto nos calumniaron y denunciaron y pretendieron entregarnos a la saña y a la ira de un poder arbitrario, esos verán hoy que imparcial y desapasionadamente queríamos el bien de ellos y de todos; que nuestras ideas no eran de origen bastardo; que veíamos y oíamos lo que la opinión pública solamente anunciaba, y que no quisimos nunca que el egoísmo matase lo que fue inspirado por la abnegación, lo que fue realizado por el patriotismo de un partido cuya base son los principios y cuya norma es el libre ejercicio de todos los derechos populares. El Eco es y será consecuente consigo mismo: su conducta imparcial en política seguirá siendo el timbre que más debe honrarle. Si ha tratado cuestiones candentes con ánimo sereno; si ha dicho la verdad sin ambages ni temores; si ha sido víctima de quienes no desean sino que se les colme de alabanzas inmerecidas, si quiso y pudo ser grande en medio de las pequeñeces y las miserias, aún quiere y debe recoger el lauro a que aspira quien obra con la conciencia de que busca el bien; y El Eco se lisonjeará de haber contribuido a que la libertad no sea un mito y a que el pueblo defienda siempre sus derechos con imperturbable rectitud. El Eco, que en política es liberal, también lo es en los demás asuntos que abarca su programa. Y como se ha propuesto y se propone el bien del país en todos sentidos, llevará por bandera la libertad en todo y por todo. Así, en el campo de los bienes materiales y económicos profesa la doctrina más avanzada, y por eso trabajará también para que se adquiera toda la amplitud en punto a librar de obstáculos el progreso de la agricultura, de la industria, del comercio y de todos los elementos que forman la vida del pueblo, la riqueza pública, la prosperidad nacional. Nuestra propaganda económica es y será siempre de preferencia; y a ella consagraremos mayor atención que a cualquiera otra, siempre que así lo exijan las situaciones que se atraviesen, siempre que veamos que la política no necesita tanta para que no peligren esos intereses vitales que están vinculados en la paz y en su adelanto moral y material.

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Esperamos que seguirá siendo nuestro periódico favorecido por quienes no vean en él sino lo que él es: un eco imparcial de la opinión pública, digno de una suerte mejor que la que ha cabido.

Escuela nocturna Cuando se despierta el estímulo por hacer en todo y para todo el bien, sobra el impulso y no hay obstáculo que pueda arredrar el ánimo ni vencer la voluntad. Hoy vemos esto probado en la práctica, con los actos en que el municipio ha entrado a ejercer su progresista influencia. Cada paso suyo revela que no quiere quedarse atrás del que ayer, con tantísimo caudal de buenas intenciones y casi al comenzar su meritoria tarea, fue víctima de una disposición dictatorial que echó por tierra sus cálculos y aun a los que con tanto entusiasmo acariciaban brillantes esperanzas. Después de la “Escuela Normal” que, según la ley, debe ser sostenida por el municipio, este quiere ir más allá en su empeño de no ofrecer el ejemplo de inactiva impasibilidad que ofreció durante los primeros días de su nombramiento; y ahora leemos en la Gaceta Oficial que ha establecido una “Escuela Nocturna” para niños y otra para adultos, bajo la dirección del entendido profesor señor Federico Llinás. En esta Escuela se darán gratis las clases de instrucción primaria a los niños, y de dibujo lineal y geometría a los artesanos. Es decir, que con esa escuela va a ponerse la base de una indispensable y urgente necesidad que se palpa desde luego entre nosotros: la de que la vagancia, esa lepra social, vaya desapareciendo con la virtud del trabajo, entre tantos hijos de padres desnaturalizados que no aseguran el porvenir de quienes, siguiendo como van, muy pronto serán los perturbadores de la tranquilidad de sus familias, de la sociedad y del país. Posible es que haya quienes en esa medida no vean sino un esfuerzo inútil, cuya realización no se resuelva de momento, debido a la apatía con que aquí se acogen los grandes proyectos de mejora en todos sentidos; pero bueno es que en esa digna empresa

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municipal se encuentren quienes ayuden a ejercer favorable propaganda, para que no quede sin resultado lo que debe darlos en breve y en bien del mayor número. También niños vagos, tantos artesanos que solo aprenden rutinariamente sus oficios en talleres de segundo orden, y a costa de una rudísima práctica, deben ser por todos alentados; por todos impelidos a asistir a esas escuelas, donde la teoría les abre un dilatadísimo campo para que adelanten y se perfeccionen en sus respectivas labores. El dibujo lineal y la geometría son de forzoso e indiscutible estudio, son como el a, b, c, de la cartilla del menestral; y con su buena y oportuna aplicación es que se le comunica a los objetos verdadero valor e importancia bajo diversos conceptos. Ejercer la propaganda educacionista en este sentido en un país en que ha elementos que produzcan prontas y favorables ventajas; llevar la palabra de luz y el ejercicio del bien a las masas, para modificar su manera de ser, ofreciéndoles el porvenir de la efectividad de su existencia; ese es un apostolado que tiene mucho de noble en propósito, y es poderosamente humanitario en sus resultados. Deseamos que nadie ni nada interrumpa el curso de esa buena obra que el municipio ha emprendido con laudable celo y que el profesor Llinás ha coadyuvado a llevar a la práctica con un desinterés digno de elogios. Este desinterés se revela en el ofrecimiento que de sus servicios hiciera al municipio sin remuneración de ninguna especie, por lo cual este, en una nota que hemos tenido a la vista, fecha 26 de enero, le da merecidas gracias en nombre del pueblo cuyos intereses representa. Después, el municipio no ha querido que el señor Llinás una al sacrificio de su tiempo en bien del país, el de sus recursos para atender al alumbrado y a los textos y gastos de escritorio, y resolvió en 17 del actual dar a este último la cantidad de cien pesos mensuales, que aunque insignificante, en algo sirve para comenzar, a reserva del aumento que vayan exigiendo las condiciones de la “Escuela Nocturna” en lo tocante al número de alumnos y método para la enseñanza.

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Nueva felicitación nos dirigimos y dirigimos los que tanto se afanan por el bien del país en la misión santa de la cultura y el perfeccionamiento de sus hijos. Mientras tanto, excitamos a los que a ello están llamados para que se emitan medios de hacer que la “Escuela Nocturna” se vea concurrida por quienes no tienen inconveniente en asistir a las clases que se darán allí. La consagración de un corto tiempo que a eso se dedica, no es comparable a la gran suma de utilidad que deja a quienes así contribuyen a su propia felicidad y a la felicidad de sus familias, de la sociedad y del país en que viven. Nuestra confianza debe ser ilimitada, y tenemos fe en los efectos de la disposición municipal, por la idoneidad del profesor que va a regentar las clases y por lo persuadidos que estamos de que nadie despreciará la ocasión que se le presenta de adquirir gratis y con todas las comodidades y facilidades requeridas la instrucción que se le brinda en la “Escuela Nocturna”. El Eco de la Opinión, No. 42, 3 de marzo de 1880.

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La carta en El Porvenir

I El autor de la carta anónima que publicó El Porvenir, y a quien este llama imparcial y competente, nos permitirá que le despojemos de estos títulos, probándole que su imparcialidad nace de un móvil poco caritativo y poco patriótico; y que su competencia es sin duda la de quien ve las cosas muy de lejos, y solo de oídas o abultadas por la distancia es que las estudia y lanza acerca de ellas aventurados juicios. Ese señor debía ahora publicar su nombre con todas sus letras, lo que no se tomaría por nadie como violencia que hace a su carácter modesto, sino más bien como una prueba de que tiene el valor de sus convicciones y está dispuesto a defenderlas. Ya desearíamos nosotros, los azucareros, entablar una discusión razonada que de una vez fijase lo que conviene al país, en punto a la industria que debía en él aclimatarse. De seguro que de nuestra parte habría muchos de esos mismos peones a quienes el autor pronostica una suerte tan poco envidiable. No muy caritativo es el móvil del hombre de la epístola, cuando de un solo golpe quisiera vernos ya a la retaguardia en que marchábamos antes que los capitalistas extranjeros estableciesen esas cuatro o seis haciendas de caña de azúcar en los terrenos feraces donde la naranja agria, el cajuil, el zapote, el mango y otros frutos de esa clase daban tan exuberantes cosechas todos los años, proporcionando tan pingües beneficios a sus dueños. ¿Es caridad ver que así se desperdiciaba lo que a gritos estaba pidiendo capitales 105

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cuantiosos para convertirse en venero inagotable de riqueza? ¿Podría ese campo inútil bastar a la satisfacción de las necesidades de sus propietarios? ¿Quería el autor de la epístola que, presentándose quienes hiciesen a estos el bien de cambiárselo por un capital en efectivo, se negasen a ello, continuando en la vida de la inercia a que les somete su falta de recursos para emprender trabajos en mayor escala? Bien poco ha servido el aislamiento al señor de la carta para adelantar en los estudios económicos. Y esto se comprende muy bien. Harto ya, sin duda, de las decepciones a que le condenó el sistema antiguo, el sistema de la ninguna protección a la agricultura, a la industria, al comercio, el sistema de la pobreza consuetudinaria de los habitantes del país, todo debe verlo hoy al través de ese prisma, entre cuyos rayos de colores no falta el peculiar que tiene el egoísmo. Porque en verdad, no se concibe cómo pueda inspirar tristeza eso de ver que hoy, después de tantos años de guerras y desastres, de ociosidad y miseria, haya centenares de hombres que han cambiado la carabina por la asada y los harapos por el vestido decente. Se necesita verdaderamente ser de los que poco o nada apetecen para ellos y mucho menos para otros ni para el país; se necesita haberse acostumbrado mucho a la indiferencia total por todo lo que concierne a la humanidad para emitir un juicio que a todas luces está acusando muy poco amor al prójimo. El mismo Dios condenó al hombre al trabajo. Y el señor de la epístola quiere que el hombre se sustraiga a la ley de Dios y que viva sin ganar el pan, aislado y retraído en el fondo de los bosques, dócil a las sugestiones de los que especulan con las revueltas, y pronto a lanzarse como fiera sobre la propiedad ajena para saciar sus necesidades. Pues, por lo visto, estamos a punto de declarar que el hombre de la epístola no lleva bien atornillada la caja donde conserva sus instrumentos mentales, y algo se le están oxidando ya. Poco patriótico es el móvil de quien dirigió la consabida felicitación al jefe del gobierno, por las mismas razones que lo pintan como algo enemigo de nuestras gentes de los campos, y además, porque

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no ve, o no ha querido ver, que el país está ganando mucho con esas haciendas de caña de que él se nos muestra tan adversario. Es un axioma ya que por sabido no necesita demostrarse, que todo país que no tiende a desarrollar los elementos de progreso con que cuenta, muere de inanición y llega a ser presa de cualquiera dominador extraño. Si Santo Domingo no se aprovecha de las condiciones esencialmente agrícolas que distinguen a todos los países intertropicales por su naturaleza –según dice nuestro apreciable colega El Porvenir en su número anterior al en que publica la famosa carta–, venga Dios y diga a qué otra cosa puede aspirar para vivir la vida de los pueblos civilizados. De aquí que no se debe omitir medio para atraer a quienes pueden proporcionar los medios de que se remuevan los obstáculos, de que se utilicen los terrenos abandonados e incultos, de que se facilite todo para llegar a la consecución del bien. No son, pues, los capitalistas dominicanos quienes van a operar el milagro de hacer mucho con nada: necesitamos que alguien venga a hacerlo. Y ese alguien no vendría, si no viese que obtiene las ventajas que no le brinda su mismo país. Los capitales no emigran sino de allí donde no hay campo para la actividad provechosa. Trocar una inseguridad por otra no es acción propia de quien tenga el juicio en su lugar. ¿Qué debemos, pues, hacer para la atracción de esos capitales y de esos hombres que buscan lugares donde puedan obtener ventajas? Nada más natural que brindarles franquicias, otorgarles garantías, asegurarles el porvenir. Y ¿de qué modo se consigue esto? No es imponiéndoles cargas onerosas; no es cerrándoles todos los caminos; no es ahuyentando a los que pueden seguir su ejemplo. Lo que el autor de la carta llama privilegiomanía es una necesidad de los países que quieren gozar de los beneficios del progreso. Los gobiernos que desean que este se aclimate deben comenzar por eso; y con mucha mayor razón cuando rigen países que, como el nuestro, fama tienen de pocos amigos de la tranquilidad y de muy turbulentos en sus cuestiones políticas. Desde el momento en que el Gobierno no puede ser empresario de una obra de utilidad pública, y desde el momento también en que no conviene que lo sea, claro está que a los particulares es a quienes toca la iniciativa, y estos no van a exponer sus capitales

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sin que lleven por mira una ganancia positiva. Otra cosa sería no conocer la índole de la naturaleza humana, que solo obedece al interés en todo y por todo, pues eso de trabajar sin fruto no se ocurre sino a quien esté aislado y no necesite de nada o poco o nada apetezca para sí. Se deduce de todo, que el enemigo de que se concedan privilegios para la explotación de ciertos elementos de riqueza del país; el que no quiere sino que las cosas sigan como iban en los tiempos de nuestra vida vegetativa, no tiene en su corazón los quilates de patriotismo que lo recomienden como persona digna de ser escuchada seriamente. Y basta por hoy: nos falta espacio y continuaremos la tarea que nos hemos impuesto de defender al país, defendiendo a los azucareros que están dándole vida y a los peones que están viviendo libres y contentos con este providencial sistema de ofrecerles trabajo, donde antes no encontraban sino cebo para los viejos vicios que degradan a la especie humana.

II Muy de lejos juzga el egoísta epistolar todo lo que pasa entre nosotros desde que un hombre de buena voluntad –el señor Joaquín M. Delgado– tuvo la idea feliz de establecer la primera hacienda de caña en las inmediaciones de esta capital. A no ser así, también su pluma se habría empleado en producir hojarasca que ya le atormenta, como cosa que no se aviene a su carácter de hombre aislado y lleno de las decepciones que le han vuelto un misántropo. ¿Quiere el señor de la epístola que le demos mejores datos para juzgar lo que no conoce o conoce imperfectamente, y solo de oídas, en boca de personas apasionadas o enemigas de nuestro progreso? Pues a esa tarea consagraremos este artículo, para ver si así modifica el señor de la epístola sus mal encaminadas ideas. Cuando en años atrás se estableció la primera hacienda de caña, había en los lugares que hoy pueblan millares de hombres un espeso e intrincado bosque que podía servir de guarida a todos los

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malhechores de la República, para aprovechar el instante en que su miseria y la corrupción que ella engendra, les impulsase a ir encima al viajero en demanda de la bolsa o la vida. Esto nunca había acontecido; pero a la larga, después que las revueltas se han sucedido sin interrupción, nada extraño era que a tal situación hubiésemos llegado. Hoy, esos bosques han caído bajo el hacha; hoy aquello es un dilatadísimo campo donde la vista se complace y el corazón se regocija cuando contempla al hombre que estaba llamado a ser un bandido, pidiendo a la tierra sus tesoros, y ennobleciéndose con el hábito del trabajo. Si el señor de la epístola pudiese darse un poco por acá; si dejase el aislamiento y la sociedad que le hacen ver las cosas tan sombrías como su alma, de seguro que se asombraría al encontrarse de repente en este que para él sería otro mundo, por el contraste que le ofreciera. Al ver a cada paso enormes máquinas de vapor en constante actividad; el humo de las altísimas chimeneas, los campos de caña haciendo horizonte; el movimiento de carros y bueyes; la multitud de hombres contentos y satisfechos recibiendo de manos de los administradores de las fincas muchas cantidades de pesos semanalmente; al ver cómo los domingos acuden a la ciudad a hacer sus compras y a dar así animación al comercio; y, cómo, de día en día, los establecimientos de toda especie se acrecientan y progresamos, porque hay quienes gasten el dinero a manos llenas; al darse un paseo por el muelle y calcular el producto de la venta de los bocoyes y sacos de azúcar que no encuentran buques para exportarse; al ver todo esto y mucho más, sin duda que el señor de la epístola exclamaría arrepentido, en un rapto de entusiasmo, dándose golpes de pecho y levantando los ojos al cielo: “Perdóname, Señor, que no sé lo que yo he escrito”. El señor de la epístola se informaría entonces minuciosamente del número de las haciendas que hay; estudiaría la organización interna de cada una de ellas; preguntaría a los peones cuál es el tratamiento que reciben de los dueños; si preferirían volver a los tiempos atrás o si desearían que hubiese más extranjeros, más haciendas y más trabajo; y el señor de la epístola oiría entonces de

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todos satisfechas respuestas que le dejarían más asombrado, más confuso, más arrepentido de haberse hecho eco inconsciente de algún enemigo de nuestro progreso –de alguno de esos constantes adversarios de este país o comisionados secretos que las autoridades de Cuba y Puerto Rico envían para hacer la propaganda perniciosa que acabe con nosotros, para que no les hagamos sombra y competencia ventajosa en la producción del azúcar. Y bueno es que sepa el señor de la epístola que se ha equivocado de lo lindo al estampar en su capciosa felicitación aquello de que solo son los extranjeros los que vienen a fomentar haciendas. La palabra extranjero suena muy mal cuando se aplica a personas que pertenecen a una misma raza, que habitan en una misma zona, que hablan el mismo idioma, tienen las mismas costumbres y profesan las mismas creencias religiosas. Y esos son algunos de los que han establecido esas haciendas; que, por otra parte, también hay dominicanos de origen y algunos de nacimiento. Entre estos, tenemos a los señores Rafael Abreu hijo, Francisco Bona, Juan P. y J. N. Sánchez, Francisco Saviñón en la capital; Melchor Cabral y Félix Soler en Baní; Silvain Coiscou en Barahona y otros y otros que sería prolijo enumerar. Ahora también: sepa el señor de la epístola que la mayor parte de los empleados de todas las fincas son dominicanos; jóvenes que hoy tienen ocupación y que aprenden a maquinistas, maestros de azúcar y otras profesiones lucrativas y honrosas. Ya ve el señor de la epístola que su prédica de felicitación adolece de mucho de aquello que no nos atrevemos a llamar mala fe, pero sí egoísmo, falta de competencia e imparcialidad, y que desearíamos que rectificase esos conceptos, pues de seguro que va también a verse chasqueado, si cree haber halagado al general Luperón, cuyas ideas no son las del agazapado epistolar, puesto que este jefe del gobierno siempre ha escrito y ha difundido ideas de progreso y nunca está con los que quieren ver el país retrogradando, siendo una especie de colonia haitiana.

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Terminamos este mal pergeñado artículo expresando el deseo de ver publicada la contestación que ha recibido del digno Presidente del Gobierno el modesto incógnito a quien El Porvenir ha encontrado tan imparcial y tan competente para desbarrar como lo ha hecho. El Eco de la Opinión, Nos. 44-45, 18 y 25 de marzo de 1880.

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Nuestro cacao

Dimos cabida en uno de nuestros anteriores números a un remitido en que se nos excitaba a hablar sobre la cuestión cacao de Santo Domingo. No se crea que dejamos de dar importancia a esa excitación. Mucha tiene, y demasiado útil es que se le ponga atención, porque el descuido en el cultivo del cacao viene implicando entre nosotros, a la larga, una pérdida sensible de un buen elemento de riqueza que, junto con la caña y el café, transformarían bastante nuestra manera de ser económica. Sucede con nuestro cacao lo que con el tabaco que se cosecha y manipula en las provincias del Norte. Ya se vio la depreciación que obtuvo; ya se vio que por tener un solo mercado cuando en este se le impusieron crecidos derechos estuvo a pique de perecer de miseria aquella laboriosa porción del país. Era que solo la Alemania se conformaba con la broza llamada tabaco que se importaba de Santo Domingo; nuestra hoja no alcanzaba otra fortuna que la de deleitar a la clase proletaria; y Bismarck quiso que ese privilegio lo gozasen la Alsacia y la Lorena. Quedaba por consiguiente nuestra hoja sin consumo; la aristocracia de los fumadores tenía que desafiar lo que solo sirvió para pasto del gusto estragado de los infelices hijos del pueblo. Tal revolución ha venido a favorecer en mucho el cultivo del tabaco; el agricultor cibaeño tiene que producir buena calidad de su fruto para que compita con el de otros países. Pasó por una prueba ruda, pero reflexionó y comprendió que ya era tiempo de salir de su rutinario procedimiento que le llevaba a la ruina. 113

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Lo mismo, poco más o menos, va a suceder al cultivador del cacao en Santo Domingo. Llegará un día en que se le cierren las puertas de los mercados extranjeros, debido a que, en vez de ir adelantándose en el cultivo, se pone menos empeño en este sentido. Luego el vulgo cree que este país tiene la desgracia de ser considerado en el extranjero como el más indigno de figurar a la misma altura que los otros. No se para ese vulgo en la consideración de que no es así, así, por su linda cara, que se tiene derecho a ser mirado con ciertas distinciones. Se quejan luego de que los frutos no valen, de que el trabajo no produce, de que la suerte es adversa, de que no hay quién proteja la agricultura y la industria, y se dan a conjeturas que son verdaderas estupideces. Es preciso que se comprenda que para cualquiera cultivo hay que hacer un estudio previo y circunstanciado de muchas cosas que escapan a la penetración de los que lo comprenden; que no es todo confiar la semilla a la tierra para que esta, sin más ni más, se ocupe en el trabajo de producir; porque hay ciertas reglas, cuya observancia es de imprescindible necesidad; reglas que han nacido de una observación constante, de un estudio concienzudo, de una práctica de muchos años. Es por esto que otros cacaos –como, por ejemplo, el de Venezuela– han adquirido esa popularidad en el mercado extranjero y un precio que compensa en grande los cuidados y afanes con que el agricultor lo cultiva, buscando también el terreno apropósito para esta clase de grano. Veamos, pues, los precios corrientes que se publican en esos mercados, y con grandísima pena encontramos allí las cifras acusadoras de nuestra indolencia y nuestra incuria. Mientras que el cacao de Guayaquil, Trinidad, México y otros países se vende de $20 a $23 quintal, y el de Caracas y Maracaibo alcanza luego a obtener hasta $39 y $40, el nuestro nunca se coloca a más de $16 ó $18. Esto es de lamentarse, desde que se comprende que no es debido a que el terreno se niega a darle valor al fruto, por ser impropio para el caso. El motivo está en que aquí por desgracia el grano

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generalizado es el que comúnmente se llama trinitario, y a pesar de que su condición no es tan ínfima, no tiene el aprecio que pudiera tener otro grano como el de sotavento de las costas de Venezuela que hoy, en los mercados de España y Francia, y aún en Italia, goza del favor que nuestros agricultores no conocen. Y no es el grano solo lo que constituye el valor del cacao. Es que además de la mala semilla, no se fijan mucho en la época de coger el fruto, en acondicionarlo de manera que no haga mala impresión a la vista, y peor impresión al gusto. Debía nuestro comercio, ya que el interés a ello debe impulsarlo, tratar de proveer a nuestros agricultores de buenas semillas de cacao, importándolas de Venezuela y explicándoles la manera de cultivarlo, a cuyo fin pudiera reimprimirse algún manual que tratase sobre el asunto. Lo que se haga en este sentido no es de poca monta. Atiéndase a que nuestro terreno es de los más apropósito para esta clase de cultivo, y que el cacao está llamado en él a ser uno de los principales artículos de exportación como la caña y el café. En otro número, y cuando tengamos espacio, volveremos a decir algo, partiendo de los datos que recogemos, para llamar la atención sobre este particular. El Eco de la Opinión, No. 44, 18 de marzo de 1880.

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La Constitución

“Ahí está la última liberal Constitución, que, reformada en algunos artículos, satisface lo bastante. Y nada sería más lógico que restaurarla; puesto que por haberla suplantado, teniendo el propósito de destruir la Representación Nacional y llevar a cabo ciertos proyectos, reviviendo la despótica de diciembre del 54, se condensó sobre la República la tempestad revolucionaria”. Esto decía El Porvenir en su número del 6 de diciembre último, antes de haber triunfado la revolución de octubre. Y tales palabras eran la expresión más legítima del deseo del pueblo que creyó ver asegurados sus derechos con el cumplimiento de aquel Pacto que los legisladores del 79, previo un estudio detenido y delatadísimas discusiones, trataron de que fuese el último de los tantos con que se ha venido queriendo dar solidez a las instituciones políticas de nuestra patria. Por desgracia hubo un hombre ambicioso, acompañado de otros cómplices, que echó por tierra aquella obra de la representación del voto nacional; y como ya este país ha llegado a comprender que no debe consentir gobernantes transgresores de la ley; como hoy el culto a las ideas y a los principios no se pospone ante la adoración de una personalidad mezquina; como estos tiempos no son aquellos en que todo se toleraba, porque se tenía la idea de que el depositario del poder participaba de algo del derecho divino de los reyes absolutos, el pueblo irguió formidable y compacto para derrocar aquella tiranía. De aquí que el imperio de la Constitución del 54 solo fuese un paréntesis vergonzoso para este pueblo, y que él volviese a recuperar sus fueros de libre y soberano. 117

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Por esa Constitución del 79 fue que se luchó contra el tirano: ella fue la bandera que llevó los soldados del derecho de triunfo en triunfo hasta llegar a las puertas de esta ciudad, última guarida del que se creyó un coloso y no era más que un ridículo pigmeo ante la grandeza de la opinión pública. ¿Qué hay más natural, más lógico, más oportuno y más conveniente que restaurar ese Pacto, que volver la nación por su majestad ultrajada, por su honra vilipendiada? Por eso es que la Convención Nacional no ha vacilado en escogerla como base para sus trabajos; por eso solo tocará a ciertos puntos que ella contiene y que en la práctica ofrecieron varias dificultades. Entre ellos es bueno se recuerde aquellos casos en que el Ejecutivo, sin hacer observaciones o haciéndolas y siendo rechazadas por el Congreso, se sobrepuso a la ley y no promulgó esta a su debido tiempo; y el otro no menos insólito, de poner un cúmplase con restricciones e incompleto, como en la ley de patentes. Hay, pues, que prevenir todas esas demasías o arbitrariedades del poder, y revestir al Cuerpo depositario de la soberanía de toda la autoridad que corresponde. También es uno de los puntos importantes que deben tocarse el de la facultad de disponer de las rentas públicas, cosa sobre que el Ejecutivo ha creído tener derecho por lo mal definido que se halla tan trascendental asunto. Esas y otras enmiendas y ampliaciones necesita el Pacto político, y confiamos en que la Convención sabrá corresponder digna y patrióticamente al objeto para que se la ha convocado. El Eco de la Opinión, No. 45, 27 de marzo de 1880.

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Empresas

I Entre las muchas que con más o menos probabilidades se llevarán a cabo, merecen mencionarse dos que son importantísimas por lo que van a contribuir al bien de dos secciones de la República en particular y a esta misma en sus intereses políticos y económicos. Es la primera la del ferrocarril que se construirá en breve entre dos puntos de gran comercio y de espléndido porvenir: entre Samaná y Santiago. Tomamos todos los datos de esta colosal empresa de un periódico que, por estar en inglés, no es leído generalmente: The Journal of Comerce de Puerto Plata. En su número del día 20 de marzo último nos dice cuanto se necesita saber para formarse una idea de lo que es la empresa y de las esperanzas que existen de su realización. Mers. Crosby, Wood y Boynton, después de haber visitado la parte del país en que se va a construir el ferrocarril, se han convencido de que la escogida es la mejor ruta para que la compañía muy fácil y prontamente alcance los beneficios del capital que va a dedicarle y promueva el progreso de los intereses del país. Dicha ruta es la más expeditiva, aunque exigirá mucho trabajo de parte de los ingenieros, por existir en ella y al paso del ferrocarril terrenos salineros. Pero hay también varias ventajas que deben tomarse en consideración: el ferrocarril atravesará en su trayecto de Samaná a Santiago los pueblos de Almacén del Yuna, Macorís, La Vega y Moca muy cerca de estas localidades, lo que producirá un beneficio 119

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extraordinario a la empresa, que encuentra a su paso mucha carga que transportar en cada viaje. También atraviesa el ferrocarril la más fértil porción de terreno, ricas vegas y bosques donde abundan maderas de todas clases, y además terrenos destinados a la crianza de ganado, que hoy, merced a la buena disposición del gobierno, se puede exportar del mismo modo que los demás productos que solo esperan una buena vía de conducción para desarrollarse como por encanto. Otra de las inapreciables ventajas que se ofrecen a la empresa es la de que en el trayecto de Samaná a Santiago existe la más crecida porción de territorio poblado del Cibao, alcanzando en los pueblos, campos y valles al número de 80,000 habitantes por lo menos. Ventaja que es superior a la que tendría el ferrocarril de Puerto Plata o de Montecristi a Santiago. Por todas estas razones es que Mr. Crosby y sus compañeros se han decidido a favor de esa vía, y no se cuenta la de que promoverá una inmigración laboriosa, merced a la industria que para ello ejercerá la Compañía y que atraerá también la ejecución de un proyecto tan importante. La suma de bienes que se espera dejará al país y a aquellas secciones es incalculable. Las vastas y fértiles regiones, abiertas al comercio del mundo, con las facilidades de transporte por ferrocarril, abrirán también los ojos del pueblo que en ellas habita sobre el valor de esta empresa, y harán que aprovechen las muchísimas facilidades que se le brindan a la mano, pero que no han podido tocar por las dificultades con que se tropiezan. La construcción de este ferrocarril inaugurará una nueva y próspera era para el pueblo de esa región, y su progreso será beneficioso bajo todos conceptos al país en general. Después de haber hecho el viaje de Santiago a Samaná, Mers. Wood y Boynton han declarado que excede lo visto a las esperanzas que habían concebido; y como depende del informe que ellos den la construcción del ferrocarril, por conveniencia o inconveniencia, es claro que la realización de tal empresa es un hecho. El capital que a ello se destina, si no está aún todo suscrito, lo estará en breve, toda vez que uno solo de esos señores tiene acciones que representan una cantidad suficiente para construir una tercera parte de la vía férrea.

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También se sabe que Mr. Lee Smith está próximo a llegar de Egipto, donde se encuentra atendiendo a importantes trabajos de caminos de hierro, siendo probable que para el mes de mayo entrante venga a Samaná y se ocupe también de la vía en proyecto. Entre todo esto resalta como muy digno de tomarse en consideración la circunstancia del deseo, del empeño que Mr. Crosby tiene por construir la línea férrea. Su carácter de empresario audaz y persistente, su energía no superada por la de ninguno de los que hasta ahora han venido a este país a ponerse al frente de una obra, todo hace creer que estamos en vísperas de inaugurar el primer ferrocarril en Santo Domingo; es decir, que estamos ya a punto de bendecir nuestro destino, de salvarnos, salvando nuestro porvenir. En nuestro próximo número hablaremos de la otra empresa importante que también se realizará en breve; la central en la provincia de Azua.

II Como no lo esperábamos, he aquí que carecemos hoy de muchos datos importantísimos para hablar con detenimiento acerca de la empresa a cuyo frente se encuentra nuestro activo e inteligente compatriota señor Francisco X. Amiama. Pero esto no obsta para que hablemos en términos generales, considerando la Central de Azua en sus relaciones con el progreso de aquella localidad y del país. Hemos oído siempre decir que Azua es la pesadilla de todos los gobiernos que no siguen la política torpemente puesta en práctica en los días del terror, cuando un partido funesto para la República empuñaba las riendas del poder; y si esto pudo tener algo de verdad en tiempos no muy lejanos, ya todo ha venido confirmando la creencia de que Azua, hoy por hoy, conociendo lo que a sus intereses conviene, conserva en cualquiera circunstancia una actitud que la distingue como pueblo sensato, inteligente y pacífico. Ya el espíritu belicoso de los hijos de esa sección del Sur ha ido modificándose, a medida que esos otros intereses de mejor

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género van desarrollándose, e influyendo en que se vea la política personalista y pendenciera como cosa estéril y aún indigna de mayor sacrificio. Radicados están ya en Azua dichos intereses en regular proporción desde el día en que se vio que aquí la caña estaba haciendo prodigios; que a nosotros nos esperaba un porvenir lleno de toda clase de bienes. Desde ahí que se emprendiese allá también el establecimiento de una finca azucarera con máquinas de vapor, la cual, a pesar de contratiempos inesperados y de carácter puramente particular, está hoy produciendo sus benéficos resultados. Pero esta empresa no basta a las necesidades de aquella extensa localidad donde la caña brota por doquiera y brinda ocupación a millares de brazos. Azua es la tierra del azúcar, y está llamada a ser el emporio de esa industria de la riqueza. Si con sus trapiches de madera movidos por la fuerza animal daba a la exportación una cantidad relativamente grande de quintales de aquel artículo de consumo, ya se comprende que estableciendo allí un ingenio o factoría central, que muela y elabore todo lo que antes se desperdiciaba y todo lo que ahora se siembre con esperanzas de sacar buen fruto, no es aventurado asegurar que muy pronto Azua se encontrará a la vanguardia en la cruzada industrial que se emprende en todo el país. Eso lo ha comprendido el inteligente señor Amiama, y de ahí que, obteniendo del gobierno y del Congreso liberales concesiones, con una constancia sin ejemplo, haya conseguido asociar a su proyecto respetables capitales extranjeros que ya se le han entregado para la compra de las maquinarias en Nueva York y para los trabajos preparatorios en el territorio destinado a la Central. Dos buques se esperan de momento conduciendo todo el material para la finca que ha de transformarlo todo en Azua en un sentido eminentemente progresista; ya el señor Amiama, acompañado de varias personas entendidas en esa clase de trabajos, ha ido a poner los cimientos de la obra; ya estará circulando allí el capital que se emplea en pagar operarios nacionales, y pronto la Central comenzará a recibir las bendiciones de aquellos infelices agricultores que veían sus extensos campos de caña representando menos

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de la mitad de su valor real, con el procedimiento rutinario, costoso y difícil del trapiche. No sabemos qué cantidad de bocoyes de azúcar podrá confeccionar diariamente el ingenio central a que nos contraemos; pero, cual que sea, de seguro que bastará a satisfacer de momento las necesidades de aquella localidad, aunque, según creemos, tendrán que ir aumentándose sus trenes, a medida que se vaya sembrando más caña que ofrecerle, lo que tiene necesariamente que suceder desde el instante en que todos comprendan cuántas ventajas se les derivan de esa empresa. Y no se circunscribe a la Central únicamente el pensamiento del señor Amiama y de sus socios en la empresa. Esta se completaría con la construcción de un ferrocarril que conduzca los azúcares desde la finca hasta Puerto Viejo, pasando por el pueblo de Azua, a cuyo efecto se solicitará de quien corresponde la concesión y además la habilitación de Puerto Viejo que es el mejor para embarcadero por sus condiciones de profundidad y seguridad. De suerte que, según vemos, la Central va a promover allí el desarrollo de otras empresas complementarias, y Azua va también a aprovecharse en su comercio de importación, merced a las facilidades que le ofrecerá la vía férrea y al movimiento que producirá la exportación de los valores que salen de la Central y otros que están pidiendo explotación, en aquella tierra exuberante. Preguntamos: ¿habrá ahora quien desee turbar la paz pública en aquellas localidades? ¿Habrá quien inconsulta y criminalmente quiera suicidarse, cuando todo está convidándole? No, y mil veces no. La estupidez y la aberración no llegan nunca a ese colmo. Azua, será entonces, con mayor motivo que hoy, el ejemplo de la cordura patriótica; Azua regenerada por el progreso, dará una lección elocuente a los que solo quieren vivir de las revueltas porque a ellas les arrastran la ociosidad y la pobreza. De esto se deduce que el país, tanto económica como políticamente, se ve favorecido en sus intereses con el establecimiento de la Central de Azua, y que al señor Amiama se deberá un gran servicio digno de eterna gratitud.

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A reserva de seguir hablando de este asunto cuando estemos en posesi贸n de los datos que nos faltan hoy, nos cumple felicitar a los empresarios de la Central, a la provincia de Azua, al Gobierno y al pa铆s por este importante motivo de engrandecimiento futuro, de verdadera regeneraci贸n nacional. El Eco de la Opini贸n, Nos. 46-47, 3 y 10 de abril de 1880.

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Ayer y hoy

Un estudio comparativo de las situaciones que se han desenvuelto en el país durante los últimos años nos da la idea de que nuestro progreso no es una ilusión, ni nuestras esperanzas carecen de base en qué fundarse. El contraste es elocuente. Los días de ruda prueba han pasado: la última revolución fue la víspera de la paz octaviana que venimos disfrutando. ¿Y por qué? Porque esa no traía por bandera el personalismo; porque era revolución del pueblo hollado en sus derechos, traicionado en sus más legítimas aspiraciones, pisoteado vilmente por una tiranía que iba dejando atrás a la de la época calamitosa de los Seis Años. Así que, esa revolución no inoculó el virus de la venganza en nadie, no persiguiendo ni aún a los mismos enemigos de ella, que gozan de la más amplia garantía. Es un progreso en política ese que hemos alcanzado a fuerza de sacrificios. Hoy no se temen esas represalias que en otros tiempos infundían terror; hoy al que sostiene un gobierno se le mira como defensor de la legitimidad y no se le cree culpable sino cuando ejerce actos que merecen castigo por hallarse fuera de lo que la ley le impone. El país se halla hoy en condiciones las más favorables para que la paz no se turbe: tiene un gobierno que todo lo ejerce con la conciencia de que obra el bien; y cualquier desliz que cometer pueda no se debe sino a que sufre, como todos, errores perdonables; nunca con el deliberado ánimo de oprimir las libertades públicas que él desea proteger para gloria suya y del país. ¿Qué vemos hoy como distintivo de la situación? No vemos por doquiera sino empeño de que se olvide la política miserable de los partidos personales en ara de la idea del progreso material e 125

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intelectual que todo lo invade. Las plantaciones de café, de caña, de tabaco, de cacao en los campos, las empresas industriales que se acometen por doquiera, y las escuelas que se fundan en las poblaciones son las señales de que tiempo es de entregarse al descanso de las fatigas de nuestras lides. Ayer era el caos en todo: en el gobierno y fuera del gobierno. El principio utilitarista estaba campeante, proclamado por el jefe del gabinete y este cebo halagador, origen de corrupción, iba haciendo del poder un amalgama de intereses y aspiraciones encontradas que le preparaban su caída. Fuera del gobierno, el ejemplo hacía que cada cual quisiese ser un imitador de tal práctica, y el descontento cundía, y así solo bastó un débil soplo para que aquello viniese a tierra. Hay motivos para estar de plácemes, hay indicios de que todos los temores que puedan asaltar a los pesimistas y a los pusilánimes son fantasmas de su imaginación. Pronto esa situación que está definida ya, se definirá más y más en sentido progresista, llegando el día de las elecciones populares al amparo de una ley sustantiva liberal y enérgica, fruto del estudio de todas nuestras épocas anteriores y en armonía con las exigencias y las condiciones de estos tiempos, que no se parecen en nada a los tiempos de las bélicas perturbaciones. La campaña electoral se abrirá, y en ese palenque es que vamos a debatir los altos intereses del pueblo. Ya se vislumbra que la primera magistratura se encomendará a persona de reconocida ilustración, de patriotismo probado, de ideas elevadas, de popularidad inmensa: persona en quien los partidos no pueden ver un perseguidor, sino una garantía en la ley, apóstol de las buenas doctrinas, obligado por conciencia y deber a no prevaricar en ese camino. Si el ayer fue de brumas, hoy brilla la luz de la esperanza, y mañana, siguiendo así, podremos contemplar en toda su plenitud el sol de la regeneración alumbrando todos los confines de la tierra predilecta de Colón. El Eco de la Opinión, No. 48, 16 de abril de 1880.

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18 de abril de 1871

He aquí una fecha de triste recordación. En un día como este presenció la ciudad de Santo Domingo el horrible espectáculo del fusilamiento de nuestro ilustrado amigo Manuel Rodríguez Objío. Como estos actos fueron tan comunes en la época en que el señor Báez ejerció su tiranía con una crueldad digna de los Rosas, parece extraño que aquel acontecimiento produjera una impresión tan sensible, tan marcada, tan profunda, y la dejara de igual modo por mucho tiempo en el ánimo de todos los que presenciaron el hecho. Y esto desde luego queda explicado, si se atiende a las cualidades que adornaban al individuo como joven de patriotismo y de inspirado numen. Estas cualidades, como es natural, resaltan con mayor brillo, cuando el que las posee es objeto de compasión; pues entonces se reúnen dos coronas para lucir en una misma frente –la del genio y la de la víctima–. Queda también explicado, por la circunstancia ocurrida durante su prisión en el Cibao, de la cual pudo fugarse; y por no comprometer al jefe que le había dado garantías asegurándole la vida, no lo quiso hacer; y queda explicado, en fin, por ser un joven que había nacido y se había educado en esa misma ciudad. En ella, desde sus primeros años, fue conocido su numen poético, por las composiciones que se publicaron. Todos habían aplaudido al niño de inteligencia precoz, y era muy justo que en la hora de la desgracia lloraran también al joven inmolado a la crueldad del tirano. Nada influye tanto a causar la estimación general hacia una persona en casos semejantes como el genio. Adquiere este entonces una simpatía que los rivales y los envidiosos no pueden apagar; 127

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brilla entonces con tanta luz, que nadie puede interponerle velos que impidan su reflejo. Aquellos que en otras ocasiones le dispararon sus tiros quedan desarmados. Y esto sucede porque el niño genio, o el genio víctima se consideran débiles, y como tales inofensivos, y por lo mismo invulnerables. El genio en el primer caso, es decir el genio, coronado con el ciprés del martirio se halla en la imposibilidad física, y por lo mismo, encuentra robustez moral extraordinaria, se transforma en gigante, porque no necesita lucha para su gloria. A Homero lo pintan ciego, y por eso tiene más luz; lo pintan sin fuerzas, y por eso supo darle bríos de Titán a su Diómedes, e hizo de su Aquiles el héroe más terrible. Por otra parte el patíbulo es imponente, y en la pasión de los partidos, si es verdad que su sangre contribuye a cegarlos más, fecundando los odios de un lado y la venganza del otro, también es cierto que muchas veces en los mismos que indirectamente ayudaron a levantarlo, inspira compasión, causa horror y apaga en ellos los rencores y la antipatía que tuvieran contra el individuo que sirve de víctima al sacrificio. Así sucedió con Manuel R. Objío; sin distinción de colores, el público en general pidió misericordia al tirano. ¡Pero estos seres monstruos son implacables! El día 18 del presente mes cumplirá nuestro compatriota amigo nueve años de su muerte, y nosotros, aunque nos es doloroso despertar este recuerdo, en su familia, sobre todo, en el corazón de su madre y de su sensible esposa que no se cansan de sentir y lamentar la pérdida de un ser que les fue tan querido, y que tan cruelmente les fue arrebatado para siempre por la voluntad de un tirano, nosotros no podemos menos que invocar su memoria para rendirle tributo merecido y para que no se olvide el cumplimiento de sus últimas voluntades. Entre estas, sobre todo, existe la recomendación hecha a varios señores de reconocido talento como el doctor Fernando A. de Meriño y don Emiliano Tejera y otros, para la publicación de sus obras. Es triste y lamentable que a esta fecha, por indiferencia, por apatía, o por las circunstancias excepcionales del país, y más que esto por la ninguna protección de los gobiernos amigos del malogrado

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Rodríguez Objío, no se hayan podido publicar esas obras que, a más del mérito que encierran, constituyen una satisfacción al espíritu nacional y una gloria para la Patria. Hoy nos parece se presenta la mejor oportunidad para que se realice y se cumpla en esta parte la voluntad del apreciado compatriota que duerme el sueño soporoso de las tumbas. Y decimos esto, porque se halla al frente del Gobierno Provisorio su íntimo amigo, su compañero de infortunio, el general Gregorio Luperón, que era el jefe superior de ese puñado de valientes que le acompañaron a dar el ataque en el cual cayó prisionero el ilustrado general y poeta Rodríguez Objío. Creemos, pues, basta solo esta simple indicación, para que los amigos encargados de publicar sus obras soliciten del Gobierno la eficaz ayuda, que de cierto no será costosa, y que de cierto, por lo que llevamos dicho con respecto al general Luperón, no habrá ninguna dificultad en conseguir, sino que por el contrario nos atrevemos a asegurar que el jefe del Gobierno sentirá un especial gusto en contribuir a que se rinda ese tributo merecido a la memoria del patriota M. R. Objío. El Eco de la Opinión, No. 48, 16 de abril de 1880.

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Los extranjeros

El periódico inglés de Puerto Plata publica en su número 134 un artículo titulado “Rectificación” impugnando otro en que parece que alguien quiso dar muestras de mucho atraso, al hablar de los extranjeros en un sentido contrario al que exigen todos los principios de conveniencia universal. No hemos leído el artículo impugnado, pero ni nos interesa hacerlo. Queremos evitarnos el sonrojo que nos causaría. ¿Cómo? ¿Hay quien todavía, en este siglo, profese creencias de tal naturaleza? ¿Hay quien lance así un mentís a la historia, un atrás al progreso y un insulto a la civilización de todos los pueblos? ¿Hay quien proclame el egoísmo nacional como base de todo sistema administrativo y económico? Hablar contra el elemento extranjero en un país cuya población apenas cubre la décima parte de su territorio; donde todo está por crearse y todo pide que se cree, es hablar del suicidio al que tiene ante sí como suyo el porvenir lleno de los encantos de la vida. Busquemos en todos los tiempos y en todas las zonas cuál es el secreto de la opulencia y del esplendor de esas naciones que han llenado con el ruido de su fama las páginas de la historia. La civilización es conquistadora o viajera. Necesita ir dejando aquí y allí su huella impresa con sangre o marcada con obras de progreso. Donde se le cierran las puertas, se impone; donde se le franquea el paso, preside con majestad las evoluciones de la regeneración humana. Desde que el mundo recibió el primer hálito de vida, está la humanidad invadiendo a su ley de expansiva dominación. Cada siglo 131

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tiene su nombre vinculado al nombre de uno de esos genios poderosos que han guiado las huestes conquistadoras a buscar campo de actividad en otros pueblos sumidos en el aislamiento, refractarios a la luz, moviéndose lenta y difícilmente en el seno de una vida de limitadas aspiraciones. En lo antiguo, las razas comenzaron a hacer este trabajo de fusión por la fuerza de las armas; y los pueblos que recibían al conquistador, tenían que perder su personalidad autonómica; hoy estos anhelan y buscan esa conquista incruenta y fecunda que les hace grandes sin temor de desaparecer como naciones libres. Este es el modo de que no se les espere el peligro de que haya quien los invada por las armas y en son de dueños y señores de la tierra que pisan. Dondequiera que se rechace al extranjero, se pone en grave riesgo la nacionalidad. ¿Cómo se va a consentir que estúpidamente se condene un pueblo a ser enemigo de sí propio, siendo enemigo de la humanidad? Concretando nuestras ideas al pueblo dominicano, ninguno está en mejores condiciones y en mayor necesidad de promover el aumento de su población y el aumento de sus intereses de todo género, brindando fácil acceso a los que deseen venir a su suelo. Nuestro país tiene que ser necesariamente favorecido por las inmigraciones, porque es el país tal vez menos explotado de la América, y su seno virgen tiene aún todos los encantos de la naturaleza. ¿Y qué haremos con que esa virginidad se prolongue, con que esa exuberancia se mantenga latente, con que la vista codiciosa se deleite en los tesoros y la mano permanezca lejos de ellos, porque no hay fuerza ni poder para tocarlos? Es preciso que haya quienes nos comuniquen esa fuerza y ese poder: es preciso que vengan de otras partes los que allí han aprendido a utilizar los elementos en bien de todos: es preciso que de esa corriente continua de colonias que viajan cumpliendo su destino de civilizar y engrandecer los pueblos por medio del trabajo y de la industria, nos toque una gran parte, para que así representemos dignamente nuestro papel en el concierto del progreso moderno. Es vanidosa, insensata, y aun criminal la idea de que nos bastamos a nosotros mismos en todo y para todo. ¿Qué hemos sido,

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qué somos y qué seremos entregados a nuestros propios recursos, obedeciendo a nuestras propias inspiraciones? Responda nuestra historia, y por nosotros responda también la historia de todos los pueblos de la Tierra. Si es verdad que en nuestras contiendas civiles a nadie apelamos, es porque verdaderamente para lo malo, para lo infructuoso, para lo que en nada nos reporta beneficios, de nada necesitamos ni nadie tiene gran interés en ayudarnos. En esto somos inteligentes, sabemos sacar recursos del caos, tenemos sobra de ambición y eso nos basta. Pero para lo demás, hasta ahora cítesenos un caso solo en que no hayamos tenido que recurrir a alguien en demanda de algún apoyo. Nosotros estamos en mayor necesidad de promover el aumento de nuestra población, porque a la puerta tenemos un enemigo que vela y asecha nuestros errores y se alegra de nuestras desgracias. El único modo de que ese enemigo vea desvanecerse sus esperanzas, es ofreciéndole en todo, por todo y para todo un contraste, tanto en nuestra manera de ser política, como social y económica. Allí, la tendencia es el exclusivismo en cuanto abarcan las manifestaciones de su existencia. Pues bien: opongámosle el cosmopolitismo; démosle al extranjero que allá se rechaza por la ley y por el carácter de sus habitantes, el amparo que él busca; hagamos que brinde aquí sin trabas lo que allá solo se le acepta con onerosas condiciones. Mientras por este medio allí la población no adquiera gran aumento ni mejora en sus condiciones morales, nosotros estaremos creciendo bajo todos conceptos, aclimatando elementos antagónicos a los suyos y paso a paso invadiendo terrenos para nuestra conquista civilizadora. Démosle paso franco a la inmigración inteligente y laboriosa; veamos en cada extranjero que pisa nuestras playas un salvador de nuestro porvenir político, de nuestro porvenir social, de nuestro porvenir económico. En este último concepto, es inútil que nos detengamos a probar las ventajas que nos proporciona el elemento extranjero. Si la razón de estado aconseja su aclimatación, los intereses económicos lo exigen imperiosamente.

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Condensemos –valiéndonos de las palabras del autor del artículo que impugna al enemigo del bien del país– todas las razones que hay para no oponerse a que la inmigración acuda a favorecernos. “La inmigración –dice– mata el germen de la discordia, aumenta la población, aumenta la riqueza pública, multiplica la producción, da fuerza y estabilidad a las instituciones, hace a los gobiernos fuertes, forma calles, caminos y ciudades; establece escuelas, colegios, iglesias, hospitales e imprentas; suaviza las costumbres, moraliza las masas y las enseña; es un ejemplo edificante de amor y trabajo y ella es, en fin, el primer elemento de bienestar y grandeza, como lo testifica esa gran nación, esa República modelo, que en brazos de la inmigración se ha elevado a una altura prodigiosa, admirable, espléndida y serena. Hostilizar la inmigración entre nosotros es un crimen de lesa-patria. No nos suicidemos inconsultamente; no deseemos que llegue el día en que tengamos que lamentar nuestra suerte como la lamenta España, por medio de sus más eminentes economistas, al hablar de aquella desacertada y torpe expulsión de sus dominios de los 160,000 judíos útiles y laboriosos por el de edicto de 1609 en número de 200 a 300,000, y con lo cual quedó “disminuida de su anterior dotación con notable atraso de su agricultura e industria” y podemos agregar también, de su civilización.

Los debates de la convención. ¿Dónde está el pueblo? Ya tocó la Convención a la Carta política. Ya se ocupa en ese trabajo que ha sido siempre entre nosotros como el de la tela de Penélope, jamás concluida, porque las revoluciones la han hecho destejer indefinidamente. En la Convención hay hombres inteligentes. Por eso a cada paso se promueve una ilustradísima discusión. Los adalides de la libertad luchan aún deseando el triunfo. Pero todavía existe algo que se opone. El espíritu del antiguo régimen se cierne sobre ciertas cabezas. Para ahuyentarlo, no han bastado el tiempo ni la experiencia.

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La pena de muerte por delitos políticos, después de haber desaparecido de todos nuestros últimos pactos, después que aun el mismo Báez tuvo que rendirse humilde ante la necesidad de proscribirla para gobernar, pugna por ocupar un puesto en la Constitución que se revisa. ¿La liberal revolución de octubre quiere vivir de contradicciones? ¿La idea luminosa quiere eclipsarse? ¿Lo que comenzó con el perdón quiere proseguir con la muerte? Es lamentable que no se atienda a las señales de los tiempos: es triste que no se vuelva atrás la vista y que no se viesen detrás de cada patíbulo de los Seis Años los destellos de la aurora de noviembre. El pueblo de hoy es el pueblo regenerado por el sacrificio; es el pueblo de la voluntad enérgica que se afronta a los tiranos y los pulveriza con su aliento. El partido liberal no debe ser inconsecuente: ese crimen se le echaría en cara a cada instante; sería la peor de las acusaciones que se levantasen contra él. Gracias a esto, la pena de muerte no ha triunfado en la primera discusión del pacto. ¿Triunfará en la segunda? ¡Tampoco! ¿Quién va a caer en el ridículo de cambiar de ideas y convicciones en tan corto tiempo? ¡Ah! ¡lo denunciaríamos al pueblo: estamparíamos en su frente la estigma del apóstata! La Convención discute, ilustra; pero el pueblo para quien trabaja ¿dónde está? ¡Qué indiferente es a su propia suerte! Luego se queja de la tiranía. ¿Y a quién se queja, si él quiere merecerla por su apático desdén? ¡Ea pueblo! ¡se trata de tus intereses; se labra tu dicha o tu ruina! ¡Ve a la barra: oye y juzga a tus hombres públicos! ¡Alábalos o condénalos…! El Eco de la Opinión, No. 49, 23 de abril de 1880.

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Banco Agrícola

No hay riqueza mejor y más segura que la vinculada en la tierra, ni hay garantía más sólida que la ofrecida por su propietario. De aquí vino la institución benéfica y casi universal de los bancos agrícolas, hipotecarios o territoriales, de tal modo organizados, que ellos proporcionan facilidad a la circulación, empleo útil a los capitales, mejoras a la agricultura, y han igualado el crédito de la tierra con el crédito público, o mejor dicho, lo han rivalizado con ventaja. Ningún país, cuyas condiciones sean esencialmente agrícolas, debe carecer de esa institución, bajo pena de que, andando el tiempo, se vea esclavo de la usura, entrabado con gravámenes, amenazado de bancarrota. Una mala cosecha, un incendio casual, las enfermedades de las plantas o cualquiera otra de las muchas calamidades a que está expuesta la agricultura, pueden ser causa de que la carga que pesa sobre el labrador venga a ser excesivamente insoportable. Un banco agrícola le liberaría de esto: la tierra jamás perece, y sobre ella puede hacer los compromisos que desea, si hay quienes no se eximan, como no es fácil eximirse, de admitir su garantía permanente. Entre nosotros el establecimiento de un banco agrícola sería la señal de que se da el paso salvador de todos los intereses económicos. Existen infinidad de propietarios que desearían alistarse en las filas de esa falange nobilísima de héroes del trabajo; pero el único capital con que cuentan son feracísimos terrenos que están pidiendo cultivo, prometiendo incalculable beneficio. 137

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El día en que se establezca un banco que facilite esos capitales, mediante un interés razonable, con garantía de la tierra, de seguro que ni un solo palmo de esta quedaría yermo, y nuestros campos crecerían el espectáculo más halagador y el país tomaría un vuelo rápido y seguro hacia su completa regeneración. Es una operación tan fácil y ventajosa esa de tomar dinero a préstamo en un banco, hipotecar los bienes hasta la concurrencia de la mitad o la totalidad de su valor, obligándose a pagar un interés de 4 por ciento y 1 más de amortización, recibiendo en cambio un papel hipotecario que circula en la plaza como dinero, por la confianza que existe de su conversión en el banco, que nadie vacilaría en acometer las empresas que le darían con creces resultados satisfactorios. De este modo el propietario solo queda obligado para con el banco que le facilita la cantidad, mientras que este es el único deudor y responsable para con el portador. El instituto del banco agrícola tiene, pues, la ventaja de que favorece la circulación de los capitales, porque, si bien recibe los intereses vencidos de manos del propietario, también distribuye aquellos a los portadores de su papel que se cotiza en la plaza. Es una facilidad también la que se proporciona al propietario, de extinguir parcial y sucesivamente su deuda, pagando el tanto por ciento de interés con el de amortización. Así es que insensiblemente se encuentra con que al cabo de algún tiempo se halla libre su finca de todo gravamen. No atinamos a comprender cómo, entre tantas empresas que se han acometido en el país, nadie ha pensado en la ventajosísima del establecimiento del Banco Agrícola. Solo el señor Amiama ha acariciado esta idea, y aún creemos que la hizo pública en una hoja, al tratar del libre cambio, presentándola como base para este negocio, con muy buenos datos. Nosotros vemos que la oportunidad es favorable para pensar en ello; que cualquiera que hoy ponga manos a la obra adquirirá gloria y provecho con poco esfuerzo y en poco tiempo. El país está en condiciones favorables para la realización de la empresa; y esta misma sería motivo para que de día en día fuesen

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arraigรกndose y desarrollรกndose los intereses, hasta que se extinguiese por completo la tendencia a vivir de otra cosa que no sea el trabajo honrado. El Eco de la Opiniรณn, No. 51, 7 de mayo de 1880.

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Un eco de la Convención

A punto de terminarse los trabajos de la reforma constitucional, se promovió en la Convención uno de esos debates interesantísimos que dejan en el ánimo profunda huella de consoladora esperanza. Se trataba –a propuesta de la presidencia– de que en las disposiciones generales constase que no podían restaurarse en el poder los que hubiesen ya ejercido una vez la primera magistratura del Estado. Tal proposición hirió tan vivamente las fibras del patriotismo, que, como tocada por una chispa eléctrica, la mayoría de los diputados iba a aprobarla, a no ser que, después, varias observaciones convenciesen de que era inútil estampar ese artículo en el Pacto; por lo que la presidencia la retiró, pidiendo no constase en el acta. A pesar de eso, el pensamiento fue de oportunidad y triunfó moralmente; más bien; era, antes de ser emitido, una convicción arraigada en cada uno de los miembros de la Representación Nacional. En el curso de los debates se expresaron ideas nobles y hubo rasgos dignos de aplausos. El personalismo audaz y ambicioso recibió allí justos anatemas; la majestad del solio fue enaltecida: todos los tiranos se llamaron a juicio para escuchar el veredicto de la conciencia nacional, y se reveló que ya el país, con pleno conocimiento de sus derechos, no consentía que fuesen estos violados por la torpe, inicua y sanguinaria política de las restauraciones, que 141

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han hecho de esta pobre patria una mártir, cubriéndola de ignominia y precipitándola en los brazos de hierro de dominaciones extrañas. Si es verdad que hay revoluciones santas y necesarias, son aquellas en que los pueblos se arman para derrocar a imponer su voluntad contra la voluntad de la mayoría. Y casi siempre, entre nosotros, y en muchos países, el nombre de un restaurado que sirve de bandera a las rebeliones o al sufragio popular, aún bajo el amparo de un principio, representa el odio a quienes, legal o ilegalmente, contribuyeron a quitarle de las manos las riendas del poder. Porque el poder tiene cierto influjo halagador y ejerce cierta fascinación irresistible, aun sobre el alma más templada y más estoica, y el hábito del mando llega a formar como una segunda naturaleza en el hombre. Las restauraciones son tan injustas como inmorales. Falsean un principio constitucional base de la democracia: la igualdad política. Convierten en una farsa el derecho que todos tienen de ser elegidos para los puestos públicos, porque ni se cumple en el primer magistrado, ni por consiguiente en los demás funcionarios, que siempre serán aquellos de la devoción del mandatario. Nosotros tenemos una dolorosa experiencia de lo que nos ha costado tal sistema. Desde las primeras épocas de la República, nuestra historia está llena del nombre de los Santana y los Báez; y después de la Restauración, también el nombre fatídico de Báez y el de González han echado una sombra de luto sobre todos nuestros recuerdos. Ha llegado el día en que se ha puesto fin a esta irrisoria comedia política: los nombres de los histriones y farsantes se han echado al pudridero a revolverse con todas las heces y todas las inmundicias sociales. Ese incidente que hizo despertar la indignación de los representantes del pueblo, es un reflejo de lo que pasa ya en todo el p aís. ¡Malditos los que aún piensen poner su planta sobre la tierra sagrada de la patria como dominadores!

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¡Malditos sean también los que les preparen el camino del triunfo que será el de su tumba, que será el de la ignominia eterna de su memoria!

Rasgo de un extranjero En aquellos calamitosos días, cuando la brutalidad de un hombre atropelló en esta ciudad todo lo más sagrado, con el fin de sostener su efímera dominación, varios comerciantes fueron impelidos a contribuir con una cantidad a los gastos de la guerra. Negándose todos ellos a los deseos del sátrapa, se les amenazó con expedirles sus pasaportes para el extranjero, y muchos prefirieron marchar al destierro antes que dar su dinero a quien iba a emplearlo en oprimir más a sus conciudadanos, prolongando una resistencia inútil y criminal. Entre las víctimas de la obcecación y tiranía del general Cesáreo Guillermo se encontraba el súbdito inglés señor Luis Pozo, a quien no valió su condición de extranjero para librarse de la medida arbitraria y violenta. Tal vez eso mismo impulsó a Guillermo a no exceptuarlo, con la intención siniestra y antipatriótica de provocarle una reclamación internacional al gobierno que le sucediera. Todos creían que el señor Luis Pozo hiciese uso de tal derecho; y aún sabemos que hubo dos dominicanos (!!) que le aconsejasen entablar su reclamación por daños y perjuicios elevándola a la cantidad de doscientas libras esterlinas o sean mil pesos fuertes. El mismo ministro residente de S. M. R. mayor Robert Stuart, en su último viaje a esta capital, estuvo en la casa del señor Luis Pozo para que formulase su reclamación, ofreciéndole apoyársela y obtener buen resultado. Pero todo esto fue en vano. El señor Luis Pozo, noblemente inspirado en el amor a este país, donde ha recibido digna hospitalidad, se expresó en términos que le honran, manifestando que él jamás reclamaría contra los dominicanos a quienes solo debía gratitud; que la conducta del general Guillermo con él, fue la de un solo hombre y que no podía hacer responsable de ella a toda

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la nación; que él consideraba su viaje violento a Curazao como un paseo, y nada tenía que reclamar. Tal proceder es honroso y enaltecedor. Pocas veces se hallan hombres que, en las condiciones del señor Luis Pozo, no aprovechen la favorable circunstancia que se les ofrece, para provocar, con exigencias exageradas, cuestiones y conflictos internacionales. Y entre este número, no es extraño encontrar personas que han nacido en este país y que, por el mero hecho de ser nietos o hijos de extranjeros, son las más empeñadas en exigir imposibles; muchas veces, después que han tomado parte activa en nuestras cuestiones políticas y desempeñado empleos lucrativos. ¡Cuántos de estos no habrían deseado hallarse en el caso del señor Luis Pozo para explotar tan favorable oportunidad de improvisarse un pequeño capital! El señor Luis Pozo podía haber hecho uso de su derecho. Su conducta aquí ha sido la de un extranjero, si no indiferente, al menos imparcial en medio de nuestras disidencias de partido. ¡Únicamente Cesáreo Guillermo pudo atentar así contra él! ¡La codicia en el poder es capaz de los crímenes más atroces! Nosotros nos apresuramos a hacer público este rasgo, no tan solo para satisfacción del honrado y apreciable caballero que así supo mostrar su gratitud y amor al pueblo dominicano, sino también para vergüenza de los que han hecho todo lo contrario, y estímulo de los que se hallen mañana en idéntica circunstancia. Creemos hacernos intérpretes de los sentimientos de todos nuestros conciudadanos, asegurando al señor Luis Pozo que él se ha conquistado con esto mayor suma de aprecio y de respeto y jamás se olvidará su tan dignísima conducta. El Eco de la Opinión, No. 52, 14 de mayo de 1880.

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El Gobierno y la prensa

Parece que podemos y debemos estar orgullosos de haber conquistado mucho para la libertad y para la civilización. Parece que el campo en que se han sembrado las ideas no es estéril, y cada día un nuevo trato nos anuncia que no estamos lejos de cosecharlos abundantísimos. Es que han pasado los días del oscurantismo; es que hay necesidad de luz a medida que se avanza en el camino; es que ya no se consiente que la tiranía apague el genio, ni que se mutile el derecho, ni que se amordace el pensamiento; es que hay conciencia hasta en el fondo de lo que se llama la estupidez de los hechos, pero que quizás impulsa la nobleza de una idea. A todo esto responde un acto del Gobierno Provisorio, que quizás selle su gloriosa carrera interinaria pero organizadora. Es el decreto inserto en El Porvenir y que trae la fecha del 4 del actual, asignando una subvención de cuarenta pesos mensuales a todo periódico que se publique en el país, y que con “independencia y decoro juzgue y fiscalice los actos gubernativos y exprese las necesidades, estado y tendencia de las localidades donde vea la luz”. Los términos en que está concebido este decreto son honrosos para el Gobierno que lo ha dictado y para el pueblo que va a aprovecharse de sus benéficos efectos. Alguien ha dicho, y ya se ha elevado a axioma, que la prensa es el cuarto poder del Estado. Allí donde ella está al amparo de la libertad y ejerce su influencia, vemos que los gobiernos son menos dados a vulnerar los derechos del pueblo, pues el temor, por una parte, de que cada día se le vituperen sus errores y por otra, las 145

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saludables advertencias y consejos que se les da para que a nada desatiendan, hace que se siga la vía recta de la ley, y nunca se ladeen hacia la pendiente de la arbitrariedad. Entre nosotros, solo hubo un corto espacio de tiempo en que se palparon los buenos resultados de esa amplia libertad con que la prensa periódica juzgaba los actos del gobierno; y si el mandatario que la proclamó como uno de los principios virtuales de su política, no se hubiese asustado de haber concedido tanto; si la vanidad no le hubiera cegado hasta el punto de creerse infalible en sus disposiciones, de seguro que no lamentaríamos hoy tantos hechos que sucedieron a la inconsulta medida de poner un límite al pensamiento escrito, cerrando El Nacional y otros periódicos que de buena fe aconsejaban el bien triste destino de los gobiernos débiles! ¡Para sostenerse tienen que mentir liberalismo en los primeros instantes, y después incurren en la peor de las aberraciones, oponiéndose a esa fuerza que ellos han contribuido a ensanchar y que se llama la opinión pública! Nada tiene peor ni más pronto castigo que la inconsecuencia política: por eso aquel gobierno cayó en la red que él tendía a los demás, desde que quiso poner un pie fuera de la legalidad que revalidó su origen. No tememos, pues, que lo mismo suceda al gobierno actual: la experiencia debe haberle suministrado lecciones provechosas. Ya que autoriza la oposición, ya que abre las puertas a la libertad, tiene que ser el más celoso protector de los principios que proclama pues si se contradice, si trata de imitar a los que le precedieron, engendra mala voluntad en todos los que se aprovechen de su medida actual, porque esto aparejaría un engaño, una traición, una iniquidad. Es un espectáculo digno, plausible; que merece el encomio de los más avanzados en ideas liberales, eso de que un gobierno pague periódicos para que le hagan la oposición, cuando lo estimen conveniente. Hasta ahora solo se había visto que la prensa asalariada existía para ser un pebetero constantemente colocado al pie del solio de los poderosos. La medida que hoy nos arranca estos aplausos tiene, pues, muy alta trascendencia: es un progreso que envidiarán otras naciones

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cultas, pues no se han atrevido a llegar tan allá en la escala de los privilegios a la idea y a la libertad. Dicha medida tiende a favorecer en mucho el desarrollo de otros progresos. Hoy –podemos decirlo sin temor de que se nos desmienta– el único periódico que existe independiente, sin subvención, por favorecerlo ciertas circunstancias y la benevolencia del público, es El Eco de la Opinión. Y esto se explica por la circunstancia de que otro no podría atender a sus gastos más indispensables contando únicamente con las suscripciones. Quiere esto decir que solo El Eco es el heraldo libre de las necesidades del país: el único que puede hacer llegar a oídos del gobierno sin temores lo que la opinión pública aconseja; y el único también que está encargado de promover los intereses de estas localidades en todos sentidos. ¿Y es esto bastante? No; muy débiles son nuestras fuerzas para tamaña empresa. Necesitamos quienes nos acompañen; vengan en buen hora otros que dispongan de más caudal de inteligencia y que hagan ver que esos intereses son verdaderamente los de la generalidad. Haciéndose ya algo extenso este artículo, ponemos punto, no sin hacernos antes eco de todas las personas a quienes hemos oído hablar del decreto de 4 de mayo que marca una era de regeneración en la política del país; por lo que merece todo el aplauso, el apoyo y el sostenimiento del país un gobierno que así cumple su misión haciendo el bien en todo, por todo y para todos. El Eco de la Opinión, No. 53, 21 de mayo de 1880.

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Ojeada de actualidad

El progreso que, como en otra ocasión hemos dicho, marcha siempre en los pueblos por senda resbaladiza y de tumbo en tumbo, parece que después de todos sus vaivenes, ha llegado en nuestro país a poner su planta en firme camino, y va haciéndose cada día más notable su adelanto. En todo y por todo se verifica la nueva transformación, y con una sola mirada que se lance, al comparar el ayer con el hoy, quedaremos convencidos de esta verdad. En la parte política, por ejemplo, el personalismo, ese odioso sistema, indigno de todo pueblo noble, que se había levantado entre nosotros como un monstruo de horror y de crueldad, alzando sus pendones de sangre y venganza, ha ido inspirando el desprecio en los corazones, y apenas cuenta con un número reducido de adeptos que, obcecados, permanecen aún en la podredumbre; porque obcecados están –no por falta de luz, sino por sobra de vicio y corrupción–. Empero, bien pronto convencidos de su completa impotencia, tendrán la necesidad, por fortuna de ellos, de volver la espalda al ídolo o a los ídolos, avergonzados de haberle tributado tanta adoración mentida. Además de este importantísimo adelanto, nótese en esa parte, cuántos otros hemos venido haciendo desde la época de los Seis Años a esta fecha. Larga sería su enumeración, y como esos adelantos han estado a la vista de todos, y como todos los han presenciado y se han felicitado de ellos, no nos paremos en hacer un historial mencionándolos por orden numérico, solo sí llamaremos la atención sobre el progreso adquirido en esa parte en todo lo que se relaciona a lo moral, en el radio de la ciudadanía, y en el desenvolvimiento que poco a poco han ido obteniendo las 149

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libertades públicas. Es verdad que trabajo y sacrificio ha costado este adelanto; porque siempre una lucha ha sido necesaria para restablecer esas libertades y esos derechos hollados. En cuanto a lo que concierne a la independencia y a los derechos ejercidos por los representantes de la nación, en el número anterior de nuestro semanario hemos hablado, aunque sucintamente, de cómo han sabido cumplir sus deberes los últimos ciudadanos, en quienes el pueblo depositó su confianza trayéndolos a ocupar los curules del diputado. Allí, impulsados por el luminoso Informe de la comisión que se nombró para el estudio del Mensaje del Gobierno Provisional, tuvimos la satisfacción de expresar que nos felicitábamos, al ver con cuánta independencia había obrado la comisión al dar su dictamen en el trabajo que se le encomendara. Esa misma independencia ha ejercido en todo y por todo la Convención: ella, concienzudamente obrando en todos sus actos, ni por un solo momento se ha detenido a considerar, al dar su fallo en cada uno de ellos, si le agradaría o no al Ejecutivo actual. Y de hacerse notar es aquí, que todos o casi todos los diputados de la Convención fueron de candidatura oficial. ¿No son estos suficientes motivos para felicitarnos del adelanto que ha hecho el país en todo lo que concierne a lo político? Y muy alto, proclamando vienen esta verdad, por un lado las últimas revoluciones que se han sucedido, y por otro, el aniquilamiento de ciertos vicios y de ciertas pasiones de partido que roían el corazón de la Patria. En las últimas revoluciones, no como en otros tiempos, ha tenido el ánimo motivos para poseerse de tristeza profunda y para desesperar del porvenir. Ellas se han verificado, sin los robos, los atropellamientos y tantos otros desmanes –que lástima y vergüenza daban y que mengua era para nosotros llegasen a conocimiento de las extrañas gentes. Aquella tendencia a trastornar, y a desear que el orden público se trastornara, con el fin tan solo de medrar a la sombra de una nueva situación, o de adquirir ya el empleo, ya el favoritismo, o de obtener las dádivas que le concediera el nuevo Gobierno, aunque no completamente, ha ido desapareciendo, y fundada es la

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esperanza, por lo que se demuestra en el espíritu público, que dentro de poco desaparecerá de un todo. La empleomanía, y el ocio, pestilente ciudadano, que nos iba infestando por todas partes el cuerpo social, ¿quién será tan pesimista que no vaya palpando su rápido aniquilamiento? Aquel espíritu de venganza, aquella sed de hacer el mal a sus contrarios, que traía el partido triunfante contra el partido caído; aquella ceguedad de las pasiones, que echaba un velo al crimen, y que nunca quería reconocer lo bueno en el disidente, o el mérito en la oposición, ¿no va desapareciendo también? ¿En los casos que se han sucedido, de algún tiempo a esta parte, siempre no se ha oído que algún grupo ha levantado del seno mismo de sus copartidarios la voz de la imparcialidad? Esa intransigencia de partidos, predicada y llevada hasta lo sumo por algunos, que tanto eco tenía en otras épocas, ¿no se ve que hoy la rechaza con repugnancia la mayoría de los hombres sensatos? ¿No se advierte en el querer de la opinión pública, que esa misma intransigencia se aparta mucho de la aspiración a la paz, que es la aspiración general? Y así pues, si apartándonos de lo político lanzamos una mirada sobre tantísimas mejoras adquiridas en el país; ya en lo relativo a la instrucción pública, a los medios de enseñanza, a las sociedades literarias, a las bibliotecas públicas, a la ilustración, en fin, aumentada considerablemente; ya en lo relativo al mejoramiento de las industrias, al aumento del comercio, y sobre todo, a esa madre beneficiosa de los pueblos, manantial de la riqueza, y fuente de toda prosperidad en ellos, que se llama agricultura, entonces con justísimo derecho, tenemos razón a darnos mil y mil parabienes. Si a pesar de nuestras turbulencias, hemos tenido todo ese adelanto, debido solo a los intervalos que esas mismas turbulencias han dejado al país, ¿a qué deberemos en lo futuro que con firme planta marche el progreso entre nosotros? A la paz. Es por eso que no nos cansaremos de decirlo: los beneficiosos resultados de la paz son incalculables. En ella está la base principal de nuestro orden, de nuestro buen gobierno, de nuestra civilización en fin. En ella está nuestro porvenir: tengamos paz, afiancemos la paz y lo tendremos todo. Y tan penetrados estamos de esta

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verdad que si se nos propusiese soportar un mal gobierno o turbar la tranquilidad que hoy disfrutamos, estaríamos por lo primero. Si se nos pusiese en la alternativa de no tener gobierno con tal de tener paz, estaríamos por lo último; pues creemos que los males con la paz, cual que ellos sean, son transitorios, y que por el contrario, la guerra civil no deja en el cuerpo social más que heridas profundas, profundísimas, muchas veces incurables. En este sentido es y será para nosotros muy accesoria la acción gubernativa. Creemos que los gobiernos, hoy por hoy, deben empeñarse en gobernar lo menos que les sea posible. Creemos que la acción del que surja de las nuevas elecciones debe ser en todo cuanto pueda pasiva, completamente conservadora. Su esfuerzo debe encaminarse en todo y por todo a sostener la paz; porque sosteniéndola, insensiblemente la consolidará, y ese será el galardón de gloria más hermoso. Para la adquisición de ese triunfo, creemos que el nuevo gobierno definitivo debe ser más nacional que de partido. Por eso queremos y esperamos que sea medido en sus medidas, cauteloso, justiciero, prudente, juicioso y desapasionado. Entonces tendrá la satisfacción, y la tendremos nosotros, y la República entera la tendrá, de que el progreso, ya completamente asentado en nuestro suelo, tremolará sus banderas inscribiendo en ellas este lema: “Mi madre fue la paz y mi nodriza el Gobierno constitucional de 1880”. El Eco de la Opinión, No. 55, 4 de junio de 1880.

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¿Qué se hace?

¿Se halla bien el país bajo el régimen de la interinidad? ¿Le es indiferente que esta continúe, o quiere que pronto acabe, para que se entre en el pleno goce de los derechos constitucionales? Estas preguntas nos hacemos al ver que el decreto sobre elecciones no ha producido en los ánimos lo que era de esperarse: al ver que no hay preparativos para la lucha, ni periódicos que traigan a su frente las candidaturas de los partidos, usando de la libertad de que se goza. ¿Será porque la unanimidad de los ciudadanos está de acuerdo en que el hombre que debe ocupar la primera magistratura es el que indicamos en uno de nuestros anteriores números? Bien puede ser así. Sin embargo, desearíamos que de algún modo se manifestase esa opinión general por la prensa, en las sociedades patrióticas y en todos los círculos. Eso revelaría que no ha muerto el espíritu público y que cada día se gana en la práctica de los principios republicanos. Bien evidente es que la situación interinaria no hace, como otras, tener un deseo vehementísimo de que concluya: no se ha querido herir en sus intereses al pueblo, y puede decirse que casi hemos estado en plena legalidad. Pero eso no obsta para que veamos en el advenimiento de la época constitucional mayor suma de garantías. El que venga al poder tiene que ceñirse a la ley. Y puede exigírsele que se ciña a ella, mientras que hoy el límite de quien lo ejerce es su propia personalidad que, si le place, se impone en cualquiera circunstancia. 153

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Así es que el país debe desear que cambie esta situación; debe animarse para emprender el trabajo eleccionario. Y puesto que ya tiene el candidato, hágale sentir que si lo quiere es porque confía en que su administración cumplirá este o el otro programa; manifiéstensele las ideas y los propósitos que están en la conciencia pública y que muchas veces se escapan a los políticos más perspicaces. No sabemos cómo ya no se ha publicado un periódico eleccionario, cuando hay la facilidad de que el Gobierno mismo provee a la mayor parte de los gastos que ocasiona su parte material. Tantas brillantísimas plumas que pueden hacer luz sobre muchas cuestiones; que pueden formar la conciencia del pueblo en esta época de elecciones y animarlo a que no permanezca indiferente ante una cuestión de tan trascendental importancia ¿por qué no se emplean en tan patriótica tarea? Es muy extraño esto: el partido nacional abjuraría de sus antecedentes tan honrosos si hoy, como ayer, no esgrimiera las armas de la razón, dándole vuelo a sus ideas, y afirmando la planta en el terreno de los principios. Y lo mismo que decimos respecto a la elección presidencial, conviene a la de diputados al Congreso Nacional. No es de poco interés público fijarse en los hombres que hayan de dictar las leyes, cuando estas son para el pueblo, y solo el pueblo es quien va a experimentar sus buenos o malos efectos. No nos crucemos de brazos esperando que se nos presenten candidaturas oficiales. Este sistema significa que el pueblo no tiene la suficiente ilustración ni independencia para escoger sus representantes. Fórmense meetings populares como en las épocas anteriores; salgan de allí los nombres que se recomiendan como dignos de ser depositados en la urna: dese así el espectáculo consolador de que han pasado los tiempos en que la ciudadanía se miraba con el insultante desdén de quien merece el despotismo. Nosotros no queremos presentar candidatura para los diputados al próximo Congreso. Abundan tanto, en esa juventud que es la esperanza de la patria, esos hombres a quienes todavía no han

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corrompido el egoísmo y las demás pasiones, que perplejos nos veríamos al estampar los nombres de los que, en nuestro concepto, merecen los sufragios populares. El pueblo puede escogerlos con ese instinto que le hace no equivocarse: tan dignos de ser llamados a la representación nacional son los que ya han dado pruebas de que saben cumplir noble y enérgicamente con su deber, como otros que todavía no se han exhibido en esos puestos, pero cuyas ideas y conducta se han manifestado en el curso de los acontecimientos, en la prensa y en las sociedades patrióticas a que han pertenecido. Deseamos, pues, que desde ahora se comience el trabajo eleccionario; deseamos que se funden periódicos; que se organicen los meetings; que se hable en todas partes sobre tan importante acto de la vida del pueblo. El Eco de la Opinión, No. 55, 4 de junio de 1880.

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El pueblo

¡Pueblo, prepárate! Dentro de pocos días vas a ejercer el acto más trascendental de tu soberanía. Vas a elegir el primer mandatario de la República, y los diputados al Congreso, que son tu genuina representación. No hoy, como otras veces, está la Patria bajo la presión de un gobierno tiránico, ni el jefe que está al frente de ese gobierno te impone la condición de su candidatura, haciendo irrisorio el acto en que solo tu voluntad debe prevalecer. Por tanto, no hoy, como en otras veces, tienes motivo alguno para recelar temores, y solo sí es necesario que te penetres de la importancia y gravedad de tu misión. Es necesario que sepas que tu libertad en este acto es completa y superior a todas las libertades. Tú puedes expresar tu querer, sin que nadie, absolutamente nadie, tenga derecho a impedirte que expreses ese querer. Tu voluntad en el presente caso es la soberana. No hay quien pueda impedírtela, ni restringírtela, por medio de orden o mandato. Ante ese derecho tuyo que vas a ejercer, cesa la acción de la autoridad. Ninguna, sea cual fuere, podrá obligarte a que votes para Presidente, o para diputado, a favor de una persona que no sea de tu entera voluntad. Si algún jefe, o superior, o autoridad te impusiere un candidato que no sea de tu gusto, y te ordenare votar por él, tú estás en el pleno derecho de no obedecer su orden o mandato. Y aun más: puedes denunciarlo si te ha hecho coacción, protestando contra él, ante el bufete que se nombra al efecto, sin temor a que te persiga, ni te haga ningún daño; pues si tal cosa intentare, en alta voz lo dirás, lo dirás a la autoridad que sea superior a él, y, si esta no te 157

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atendiere, estás en el derecho de publicarlo en cualquier periódico y acusarlo, y de denunciarlo en su oportunidad ante el mismo Congreso. En caso de picardía en los votos, como vulgarmente se dice, tú puedes pedir que la votación sea nula, y en último recurso, cuando no seas atendido, tú puedes dirigirte con entera confianza al Congreso. Al Congreso, que puede más que las autoridades y puede más que el gobierno mismo; y entiende, que tiene tanto poder, porque le viene de ti, porque es tu misma representación. Al dar tu voto para Presidente, piénsalo mucho, madúralo mucho, escogiendo para ello la persona que merezca más tu confianza, la persona que tú creas que tiene más méritos y aptitudes para desempeñar ese alto puesto, la persona que pueda evitar la guerra civil, que es la ruina del país; porque después que se nombre el Presidente, entiéndelo bien, no lo olvides, que este ha sido nombrado por ti, por el mayor número de tus votos, y por esta circunstancia, ya tú no tienes derecho a quejarte, y estás en la obligación de acatarlo, obedecer sus autoridades y sostenerlo hasta que cumpla su período, con tal que dicho Presidente no diere motivos serios para que tú mismo encuentres causas para someterlo a acusación y destituirlo del mando que le confiaras. Ya nosotros hemos recomendado al doctor Meriño, como nuestro candidato para este período constitucional. Si tienes en cuenta el patriotismo, la honradez, la rectitud de principios y la ilustración que adornan a ese ciudadano, es de esperarse que le darás con entera confianza y entero gusto el voto que lo llevará a ocupar ese alto puesto. Al recomendarte nuestro candidato, no nos mueve ningún interés mezquino, ni ninguna pasión bastarda. Su reputación es bastante conocida. Además, entiende que no hacemos otra cosa que declarar que es nuestro candidato; pero en modo alguno tratamos de imponerte. Ya lo hemos dicho: tu voluntad es soberana, y deseamos que la ejerzas en esta ocasión con entera independencia. Y advierte, por último, que al elegir el Presidente se te recomienda tanta independencia y tanto cuidado, porque si te sale bueno, para ti será el bien, y si te sale malo, para ti será el mal; tú más

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que nadie tienes la responsabilidad de ese acto, y por lo mismo tú más que nadie experimentarás sus consecuencias. En cuanto a la elección de diputados, es también de grandísima importancia para ti. Ellos son los que te van a representar en tus intereses, en tus voluntades, en tus aspiraciones. Tú vas a delegar en ellos tus poderes, parte de tus derechos, mucho de tu soberanía; por tanto, escoge con todo esmero aquellos que más te inspiren confianza, aquellos que ya te sean conocidos por su honradez, por la rectitud de sus principios; aquellos que tú sepas que son incapaces de venderse al poder, que han sabido y que saben en todas las circunstancias mantener limpia su reputación, sostener su independencia, y no manchar nunca su dignidad; aquellos, en fin, que teniendo estas cualidades sean inteligentes, si posible ilustrados; porque importa para ti que quien te represente, sepa defender tus intereses, y comprenda y tenga luces para iluminar las decisiones. Ejercido de ese modo, en la presente ocasión, el acto de tu soberanía, no habrá motivo porque no sostengas al gobierno que se nombre y lo defiendas de esos consuetudinarios perturbadores del orden público, que no quieren más que desviarte de la senda del bien; de seguro que si de ese modo procedes no tendrás por qué arrepentirte, y que entrará el país a gozar de una nueva era de paz y prosperidad. El Eco de la Opinión, No. 56, 11 de junio de 1880.

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¡Mañana!

Tema muy manoseado, pero del que no se puede prescindir en estas épocas, es el de las elecciones que van a tener lugar para que el país entre en la vía de su definitiva organización. Mañana comienza esa lid en que se pone a prueba la sensatez de un pueblo; dentro de pocos días se decide si este tiene motivos para creerse libre o sirve: en brazos de un poder justiciero o a los pies de un déspota implacable. Hay señales en los tiempos como las hay en la atmósfera. Se ve la nube que presagia la bonanza como la que va llevando las iras de la tempestad. Las señales de nuestros tiempos anuncian que todo temor es infundado y que debe sonreír la esperanza al patriotismo. Parece que ya no admite más colmo la medida rebosada de nuestras angustias en la corta carrera de la vida política que hemos atravesado. Estamos en el límite que separa con un rayo de luz el pasado del porvenir. Vamos a entrar en el pleno goce de todos los derechos que manos sacrílegas quisieron arrebatarnos ayer. Para los pueblos hay, como para los hombres, lecciones que no se borran de la memoria, que forman una ley inflexible de conducta, y que los arrastran, a su pesar, al cumplimiento de un destino. No parece posible que los ciudadanos hoy vayan a condenarse a sí mismos, escogiendo para regir la República a un personaje de esos que llevan en su frente, como aureola fatídica, el recuerdo de haber sido móviles siniestros de luchas fratricidas. No; es de esperarse, dadas las condiciones a que hemos llegado, que todo aquello que tenga algo del pasado desaparezca, y que solo 161

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a lo que trae como una nueva idea para el porvenir es que se debe consagrar una especie de culto. La confianza existe de que así será: lo dice el unánime concierto con que vemos que el partido nacional se agrupa y patrocina una candidatura que es representación de lo que se espera y no de lo que se ha realizado ya. El ciudadano Fernando A. de Meriño es el hombre en quien vinculan el buen deseo y el patriotismo todas sus ilusiones. Estudiadas imparcialmente las cualidades del ilustrado compatriota que así merece las simpatías del mayor número, vemos que no anda equivocado quien ve en él una promesa de libertad. ¿Qué ha sido el ciudadano Meriño en su vida privada y en su vida pública sino un ferviente apóstol de doctrinas liberales y humanitarias? En la tribuna evangélica y en la tribuna parlamentaria le hemos oído fulminar anatemas a la tiranía: le hemos visto levantarse a una altura en que parecía tocar con su frente las regiones en que tiene su origen la luz de la eterna verdad y de la eterna justicia. El apóstol no puede ni debe ser apóstata, sin que sobre él caigan todas las maldiciones de la posteridad. No es creíble que se renuncie a una gloria que se ha adquirido a fuerza de tanta noble lucha contra todas las tiranías y pasando por el crisol de tantísimos martirios. El ciudadano Meriño no ciñe una espada. Otra garantía que es inapreciable. Porque dicho sea sin ofensa de muchos ilustres adalides de nuestras guerras del extranjero, que son honrosas excepciones, hay en el militarismo algo como la conciencia de que no cumple con su deber si todo no lo resuelve por la ley de la fuerza. Vamos, pues, a entrar en la época en que sea una verdad el precepto constitucional de que el gobierno es esencialmente civil. Por todo esto estamos de plácemes. Esta era eleccionaria se distingue por muchas circunstancias que concurren a hacerla menos sujeta a las imprevisiones. Parece que se está viendo ya lo que va a surgir de la elección del hombre en quien se tienen puestas las miradas. Parece que asistimos a todas las evoluciones que el progreso va a operar en todo lo que es manifestación de su vida.

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Parece que vemos ya protegidas las instituciones; libres el pensamiento y la palabra, en la prensa y en la tribuna; la honradez más acrisolada en el manejo de las rentas públicas; las franquicias más latas concedidas a la industria y al comercio; la luz de la enseñanza penetrando en todos los rincones de este suelo; las artes enaltecidas y la virtud premiada. Confiemos, pues, en que mañana será el gran día que comience la verdadera regeneración de la patria, porque el voto libre va a consolidar la República con el nombramiento de su primer magistrado constitucional. El Eco de la Opinión, No. 57, 18 de junio de 1880.

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Causa política

El lunes un acontecimiento notable hacía concurrir al pueblo al local donde celebra sus audiencias la Suprema Corte de Justicia. Tenía lugar la vista de la causa criminal seguida a los reos de conspiración contra el orden público, por el tribunal de primera instancia de esta provincia. Allí, en el banquillo de los acusados, oían los cargos que se les hacían, varios individuos que esperaban de la justicia el fallo que los condenase o los absolviese. También estaban allí los seis abogados que se esforzaban, con todos los argumentos que les sugerían los hechos y la ley, en sacar fuera de toda inculpación a los reos, y pugnando en los debates con el Procurador-fiscal, que con la inflexibilidad de su deber, acusaba a los que en su concepto eran dignos de todo el rigor que señala el Código para los conspiradores. Notables fueron las defensas de los señores que tenían a su cargo patrocinar a los culpables; hubo en cada una de ellas rasgos dignos de aplausos por la independencia y la templanza con que se elevaron a la altura de su nobilísima misión. La vista de la causa duró casi dos días consecutivos. El martes a las 3 de la tarde, el Tribunal acabó de deliberar, pronunciando la sentencia que condenaba a cuatro de los reos principales a la pena de un año de prisión, uno a la de seis meses y ponía a los demás en completa libertad. Debemos suponer que en esa sentencia no ha influido la pasión, sino el espíritu de la justicia y de la equidad: los señores jueces del 165

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Tribunal de primera instancia nos merecen y merecen a todo el mundo un concepto muy honroso. Nosotros, si lamentamos que en este proceso hayan aparecido culpables a quienes se ha aplicado el rigor de la ley, nos alegramos al mismo tiempo de que muchos hayan recobrado su libertad, después que se ha probado su inocencia. El acto que acaba de tener lugar es de alta significación. El Gobierno que actualmente rige el país ha alcanzado una gloria procediendo así, sin influir en que los jueces sigan sus inspiraciones, sino dejándoles en completa libertad de acción. ¡Qué diferencia tan notable entre estos tiempos y aquellos nefandos en que antes de la vista de la causa, ya estaba decidida la suerte de los pobres reos políticos, en que el acto de juzgarlos no era sino una farsa, un insulto a los fueros de la justicia! En verdad que hemos ganado mucho en todos sentidos. Y de esperarse es que este ejemplo dado hoy, servirá para que ya nadie se atreva a proceder de distinto modo. ¡Cuánto se salva así la sociedad! ¡Qué garantía tan inapreciable para la honra, para la vida de los ciudadanos! El Eco de la Opinión, No. 57, 18 de junio de 1880.

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Editorial

En el editorial del número tras anterior de nuestro semanario hemos apuntado ideas del carácter que, a nuestro parecer, debe traer impreso el gobierno que surja de las elecciones que se acaban de verificar. Hemos acentuado con interés de que se note, entre los calificativos que le dimos a ese nuevo gobierno, el de que sea más nacional que de partido. Y al volver hoy a repetir lo que antecede, no se desvirtúe nuestro buen deseo, confundiéndonos con aquellos que imaginaron el amalgama de una fusión que los principios de la sociedad y de la misma naturaleza rechazaban. No: nosotros no queremos, no podemos querer, que el vicio se hermane con el mérito, ni la virtud se confunda con el crimen. Podemos llegar hasta el perdón completo de los males que se nos hayan causado; pero nunca querríamos el forzoso y falso abrazo de la víctima al verdugo; podemos, y queremos que se olviden las rencillas personales, que se dé muerte al espíritu de venganza, que no se tome por punto de partida en los actos del gobierno definitivo, el caso omiso, de un bien que, pudiendo redundar en beneficio del país, se sacrifica a los intereses de partido. Queremos, por ejemplo, que jamás se pospongan los principios, que se reconozca el mérito sin ver la personalidad, que se condene el crimen sin exceptuar en esta condena al decidido partidario, que se deseche siempre el mal y se acoja siempre el bien sin mirar de donde viene ni quien lo proporciona. Finalmente, queremos que la justicia se levante a la altura digna a que es acreedora en los países democráticos y morales. Y esto así, porque, según nosotros, ante todo y sobre todo el futuro gobierno debe traer la misión, sobre todas las misiones, de conservar la 167

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paz pública, que, como ya lo tenemos dicho en otro lugar, será su galardón de gloria más hermoso. Para lograr este fin, aspiración constante de los buenos ciudadanos, principio fundamental de todas nuestras mejoras y adelantos, creemos que se debe gobernar lo menos que sea posible, que debe ser muy asiduo el trabajo para levantar el edificio social que se encuentra casi caído, conservando todo lo que nos ha quedado de pie sin tratar de esforzarse en hacer innovaciones, que tal vez removerían sus bases y nos hicieran perder hasta la última esperanza de su mejora; creemos que se deben echar a un lado esas preocupaciones añejas de partido, aquellas intolerancias exageradas, por medio de las cuales hemos visto tantas veces fomentarse la división, causada por aquellos que sin reparar nunca sus propios errores, jamás disimulan la menor falta, aun entre sus mismos copartidarios, teniendo por tan baladí el principio de la conciliación política en todos los casos, que llegan hasta calificar con epítetos deshonrosos y ofensivos la buena fe de los que la pregonan esas intransigencias exageradas, no con respecto a las doctrinas, sino a las personas, por medio de las cuales vimos a muchos que para desahogar sus mezquinas pasiones se vestían con el manto de celoso patriotismo, y mordiendo y destrozando las reputaciones ajenas creábanles a los gobiernos, de quienes se llamaban sostenedores, gérmenes de odios y venganzas desde el principio –y antes de su nacimiento mismo. Empero, no nos desconsuela ni por un momento la idea de que los errores de esa política de otros días, vuelva en nuestro partido a tomar ascendiente, produciendo sus funestas consecuencias. Fundadas son hoy nuestras esperanzas en este sentido. El hombre significado por la mayoría del país, el que según todas las probabilidades debe haber obtenido el voto unánime para la Presidencia de la República, nuestro candidato el doctor Meriño, es hombre que está muy lejos de consentir en su administración ni dar cabida a esos errores políticos. Él, más que nadie, con su ilustrada inteligencia, debe tener presente los inmensos males que semejantes pasiones han traído al país, y él, hombre de principios, ajeno de mezquindades, sabrá dar

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garantías efectivas a todos los ciudadanos, sin distinción de colores; inspirando la confianza pública; sabrá utilizar la honradez, la inteligencia y la virtud; sabrá recompensar el mérito dondequiera que lo encuentre, sin aquellas preocupaciones añejas a que hemos aludido; sabrá desechar el chisme y la adulación de los que por ese medio pretenden ser favorecidos; sabrá desapasionadamente juzgar las cosas y las personas; sabrá levantar la justicia rodeándola de toda luz y majestad; y gobernando así, por y para los intereses de la nación, lograr con sus medidas juiciosas y prudentes, levantar el espíritu nacional a otra altura, haciendo que los partidos, en vez de abrigar sentimientos tan mezquinos, en vez de acudir al medio odioso de las armas, tomen el camino de la democracia, viniendo a combatir a sus adversarios en la arena que las leyes presentan a los hombres de principios. El Eco de la Opinión, No. 58, 25 de junio de 1880.

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Decreto sobre las obras nacionales

Por más que diga nuestro gratuito adversario el gacetillero de La Voz de Santiago la conducta que observa El Eco no sale de los límites de la más estricta imparcialidad, y así elogia los actos buenos de un gobierno, cualquiera que este sea, como condena los que afectan los intereses del pueblo. Por eso nos mereció justas consideraciones el decreto que subvenciona la prensa nacional, aunque se consagrase a hacer la oposición; y no nos merece hoy ningún concepto favorable el que suspende los efectos del decreto de la Convención Nacional sobre pago de los derechos; puesto que implica algo como un desconocimiento de la soberanía de este alto cuerpo y hiere al comercio en pequeña escala, según hemos manifestado en uno de nuestros anteriores editoriales. En el número de los actos gubernativos que deben ser aplaudidos, está el decreto que señala un 25 por ciento del importe de la impresión para pago de toda obra nacional que se publique. Proteger y alentar las letras es engrandecer el país y darle crédito. Un pueblo en que la literatura, que es el reflejo del estado social, se desarrolla y toma incremento, se puede colocar entre los que marchan a la conquista de la civilización por todas las vías que a ella conducen. Si hasta ahora nuestro país carece de fama de culto e ilustrado, débese, más que a otra cosa, a las dificultades con que se tropieza para dar publicidad a las obras que tanto abundan, y que revelan que nada falta, relativamente, para estar al nivel de otras naciones del continente americano. 171

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La literatura debe estar de plácemes. Nosotros nos hacemos eco de la satisfacción con que se ha recibido dicho decreto entre las personas que se dedican al cultivo de las letras, y felicitamos cordialmente al Gobierno provisional que así atiende a las necesidades de este país, promoviendo su adelanto intelectual que es el origen de todos los demás adelantos que hacen la felicidad de los pueblos. Muchos actos de la interinidad reflejan gloria imperecedera sobre ella; pero entre todos descuellan, por el carácter que le imprimen de ilustrada, el decreto que subvenciona la prensa y el que ahora consideramos. Resta ahora que tenga su puntual cumplimiento y que los encargados de ejecutarlo no hagan ilusorias las buenas disposiciones del Gobierno. El Eco de la Opinión, No. 58, 25 de junio de 1880.

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Industria agrícola

I Motivo de felicitaciones es cada nueva empresa que se plantea y desarrolla al amparo benéfico de la libertad y de las garantías de que goza hoy el país. Estamos en la época de las esperanzas de progreso. Estamos en los días de la verdadera arborescencia del porvenir. La Gaceta Oficial trae en sus columnas algo que está por sobre todo lo demás que tan interesante periódico contiene. Es el anuncio hecho al Gobierno por el señor J. E. Hatton, de la sociedad establecida para el fomento de una hacienda en grande escala, ubicada en esta provincia y que llevará por nombre “La Fe”. A juzgar por la nota de las maquinarias y materiales que se han de importar destinados a esta finca, de creerse es que ella viene a dar un impulso favorable y poderoso a la industria azucarera en estas localidades. Dos mil a dos mil quinientas toneladas de azúcar cada zafra representan un guarismo que hace vislumbrar días de prosperidad; que significa todo lo que hay que esperar de esa creciente confianza con que los capitales se consagran al trabajo en esta tierra. Y a propósito de esta finca y de lo que nos conviene ir asegurando de día en día la protección y las franquicias que deben concederse a esta clase de trabajos, no está de más que toquemos un punto que se relaciona con nuestros intereses económicos. Existe hoy entre la isla de Cuba y Santo Domingo una especie de rivalidad industrial que nos favorece. Nuestras condiciones 173

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políticas y económicas hacen que llevemos mucho más alta la bandera en esa cruzada redentora del progreso, y bueno es que todos nuestros actos tiendan a no dejar que nos adelanten nuestros émulos en ese camino. Mientras nosotros nos empeñamos en conceder franquicias para que aquí acudan los capitales que allí se gravan con onerosas cargas, parece que hoy, el Gobierno de aquella isla, viendo que se le va de las manos la fortuna por su tiránica tendencia, trata de ir más allá que nosotros, y acaba de sellar esa intención con un acto de espléndida liberalidad que no tiene ejemplo en la historia del sistema especial empleado para aquella isla. El Diario de la Marina trae un extenso artículo de fondo relativo a un gran ingenio central que va a establecerse en la jurisdicción de Puerto Príncipe. En él, después de emitir luminosas ideas acerca de la conveniencia de esa clase de fincas, habla de las concesiones que se han hecho al dicho ingenio y que son las siguientes: 1º Exención de contribución por cinco años y de los derechos de importación de maquinaria y útiles. 2º La cesión de nueve kilómetros de carriles. 3º La tropa necesaria para la construcción del central y ferrocarril de vía estrecha. 4º Promesa de recomendar al Gobierno de S. M. la extensión de la franquicia de derechos de importación hasta siete años. Se ve por esto que ya debemos empeñar más y más la lucha que nuestros bien entendidos intereses reclaman: lucha en que la ventaja está de parte del que más concede. El establecimiento de ese ingenio central bajo tales auspicios, trae necesariamente el de otros de la misma clase. Es decir; que la suerte está echada: que Cuba ha querido írsenos delante y que nosotros no debemos permitirlo. Asústanse muchos y duélense otros de que nosotros nos privemos de muchas entradas, libertando al azúcar de contribuciones. Los tales obran inconscientemente en pro de los enemigos de nuestro progreso. Creemos que se ha concedido mucho y ya vemos que no es tanto, toda vez que los mismos que siempre han tenido ideas idénticas, salen hoy de su error y se dan a llevarnos ventajas en ese sentido.

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Muy importante es fijarse en ese nuevo rumbo que lleva la política española en el ramo económico, y no extrañemos que esto sea el augurio de otras ideas que ya han germinado en el cerebro de algunos hombres de Estado de la península, y que, en la práctica, acabarían de una vez y para siempre con nuestro naciente progreso industrial. Nos entristece luego ver que en el afán de buscarse recursos para que la hacienda pública se salve, se piense en imponer contribuciones, cuando en lo que debía pensarse es en aclimatar el trabajo y la industria para que ellos brinden esos recursos de que se carece. Cada medida que se dicta imponiendo el más mínimo recargo, es una chispa que puede producir conflagraciones. Alentemos con la esperanza de libertarlo todo de gravámenes, en vez de hacer que se adivine la tendencia a prometer hoy para engañar mañana. Concluimos este artículo, felicitándonos por la noticia de que la nueva hacienda de que hablamos al comenzarlo, viene a desempeñar una importantísima misión en el gran desenvolvimiento económico del país, y al mismo tiempo, halagados por la confianza de que no iremos a retaguardia en esa evolución que hoy se hace en Cuba para obtener resultados satisfactorios. Y como no queremos privar a nuestros lectores de los importantísimos datos e ideas que nos proporciona la prensa de la vecina Antilla acerca de la conveniencia de los ingenios centrales, prometemos ocuparnos de tan importante particular en el próximo número.

II Dijimos en el artículo anterior que no queríamos privar a nuestros lectores de las ideas y datos que acerca de los ingenios centrales emitía el Diario de la Marina. Y en efecto, dadas nuestras condiciones, bueno es que se sepa, para que todo el empeño de los que fomentan hoy ingenios, se dedique a darles las proporciones de una factoría central, por la

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utilidad que les proporciona y por la que de ella derivan los propietarios de terrenos. Mucho ganarían estos, pues en vez de ir a trabajar a las haciendas, cultivarían sus campos y darían así alimento a las máquinas, que luego cesan de moler por falta de caña. El Congreso próximo debía penetrarse de todas las ventajas que en todos sentidos se palpan con el establecimiento de las centrales y conceder para esta clase de ingenios mayores franquicias que las otorgadas a los demás. Toda la población agrícola se lo agradecería y además el país iría más rápidamente a su progreso. Ahora, he aquí lo que sobre el particular dice el periódico a que nos referimos: El sistema de ingenios centrales consiste principalmente en la división del trabajo respecto del cultivo de la caña y de la fabricación del azúcar. El agricultor puede dedicar todos sus afanes y cuidados y toda su experiencia al cultivo de la caña que es una operación eminentemente práctica, entrando en ella como importantísimo factor el conocimiento que de las tierras tiene aquel que las trabaja. Por el contrario, la elaboración del azúcar requiere conocimientos técnicos, cada día renovados con los constantes progresos y adelantos de la ciencia, y requiere además el asiduo estudio y la aplicación de estos mismos adelantos. Así es que en la generalidad de los casos, un buen agricultor es un mal fabricante. Por otra parte, el hacendado puede serlo con poco costo, si se limita a sembrar y cultivar caña, estimulando con la garantía de que el fabricante ha de remunerar su trabajo comprándole toda la que produzca. De esta suerte queda obviada, en beneficio del país, la insuperable dificultad que ofrece hoy día para fomentar ingenios, el gran capital que se requiere para ello. Existen muchas personas que disponiendo de medios suficientes para sembrar caña, no los tienen para instalar los aparatos indispensables a la fabricación; y estos a quienes nos referimos podrán dedicarse exclusivamente al cultivo, en la seguridad de que otros adquirirán todo el producto de

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su trabajo, para transformarlo a su turno en azúcar y sacar el mayor resultado posible por medio de la aplicación de los principios científicos. Los ingenios centrales tienen su origen en la industria azucarera de remolacha; va generalizándose este sistema cada día más y más en los países productores del azúcar de caña. Se han establecido en la mayor parte de las Antillas, en Java y en todos aquellos países en donde el progreso industrial ha originado el sistema cooperativo y la división del trabajo; en Java el gobierno holandés subvenciona a una compañía que tiene por objeto el establecimiento de un número de estos ingenios, cada uno de los cuales elaborará sobre 1,100 toneladas de azúcar, o próximamente 1,500 bocoyes por zafra. En las pequeñas Antillas de Santa Lucía, Trinidad y Santa Cruz el gobierno colonial ofrece una prima a los fundadores de iguales centrales. Las islas de Martinica y Guadalupe, que quedaron completamente arruinadas, han recobrado su antigua prosperidad durante estos años con el establecimiento de grandes ingenios centrales. El de “Aubussier” en Guadalupe para moler 100,000 toneladas de caña ha costado un millón de pesos, y los de Martinica que son quince, representan un capital de 4 millones y producen 68,000 tercerolas de azúcar, de 1,112 libras por tercerola. La mayoría de estos centrales se han establecido en forma de sociedades anónimas, y lo más particular es que los capitales aportados no son extranjeros sino que han sido reunidos entre los mismos habitantes de aquellas islas. Estas compañías han repartido dividendos de 27,33 a 48% anual. Las acciones de una de ellas llamada “François” tuvieron un alza de 150 por ciento. El rendimiento y costo de producción de los centrales “La Renty”, “François” y “Poan Simon”, pueden citarse como un buen ejemplo: como término medio se empleaban 13 toneladas de caña para obtener una tonelada de azúcar de clase superior, lo que equivale a 14,305 libras de caña o de 6 a 6 y media toneladas para una tercerola de azúcar de 1,112 libras

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netas, con un costo de $29.11 o sea $4.50 por tonelada de caña y $9.37 para gastos de elaboración, que hace un total de $38.48 igual a 3 y medio centavos por libra de azúcar centrífuga. Con un precio tan liberal pagado por la caña, que en otros países no cuesta arriba de $2 a 3 por tonelada, ya puede suponerse que hacendados y manufactureros hacen buen negocio. El central ‘François’ ha obtenido los siguientes rendimientos: En 1867 -8.43 arrobas de azúcar por cien de caña. En 1866 -8.47 arrobas id. id. id. En 1869 -8.51 arrobas id. id. id. En 1870 -8.73 arrobas id. id. id. En 1871 -8.86 arrobas id. id. id. con un solo molino y sin ayuda del sistema de maceración. Este central es de capacidad próximamente de 3,700 bocoyes de 60 arrobas; se formó con un capital de $240,000 y produjo, en 1871, 2,100 bocoyes de 60 arrobas.

Los dos ferrocarriles El Porvenir en su número del 26 de junio da la buena noticia de que los propósitos de la Compañía inglesa que debe explotar las minas de sal y construir el ferrocarril de Neiba y Barahona ha vencido todos los inconvenientes que se le presentaban en Londres y ya un grupo de capitalistas franceses estaban resueltos a emprender la obra, suscribiendo gran parte del capital necesario por la confianza que les inspira el buen nombre del Gobierno de la República. Al efecto, se ha enviado a Barahona al capitán Kriner, entendido marino inglés, para trazar el plano del ferrocarril proyectado, antes de remitir el material necesario. Ya lo vemos: nunca nos falta una ocasión de felicitarnos. Santo Domingo está hoy en ese momento solemne en que a los pueblos

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le vienen, como llovidos del cielo, todos los beneficios y todas las esperanzas. Ya podemos cantar el hosanna a los cuatro vientos. ¡Qué dulce, qué bella, qué útil es la paz! Todo esto a ella lo debemos y con ella y por ella seguiremos en ese camino donde cada paso señala un triunfo ennoblecedor. También nos habla El Porvenir sobre la realización del ferrocarril de Samaná a Santiago. Uno de los capitalistas empresarios, el señor Wilson, que ha suscrito un millón y medio de acciones, ha rehusado ceder en acciones a varios industriales de Nueva York el valor de los materiales que debe necesitar la empresa, y estos se han pedido a Inglaterra, por ser allí de superior calidad. Santo Domingo, con estos dos ferrocarriles y las demás obras que han de traer para su complemento, no tendrá que temer ya: su salvación es ¡segura!

Intolerancia Acontecen en la parroquia Catedral ciertas cosas, en cuanto a la administración de los sacramentos religiosos, que no nos es posible dejarlas pasar en silencio por más tiempo. Repetidos son ya los casos que han ocurrido de bautizos, matrimonios y otros actos en que el señor cura de Catedral se ha negado tenazmente a dar su permiso para que sean administrados estos sacramentos por el padre Billini, a pesar de las súplicas y ruegos encarecidos de la familia o parientes del niño, o de los consortes. Siempre ha sido esta una tolerancia de todos los curas en todas las épocas, puesto que se le pagan de antemano sus derechos parroquiales y que en nada se perjudica la religión. Y ¿por qué, pues, el señor cura de hoy se niega a acceder a una cosa que siempre ha sido permitida y que es tan justa de parte de los que la han solicitado? ¿La religión, que es toda caridad y tolerancia, estará bien representada por aquel de sus ministros que se niegue a complacer en tan simple cosa a sus feligreses?... Si el deseo, el gusto, la voluntad de una familia es que otro padre, y no el cura de la parroquia bautice, confiese o case a

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alguno de sus miembros, ¿por qué se ha de privar a esa familia una cosa que siempre ha sido de uso y costumbre y que en nada contradice el Evangelio de Jesús? Por el contrario, en la negativa pueden ocurrir perjuicios graves a la religión, y tan es cierto esto, que ya han ocurrido aquí, puesto que más de dos personas, nos consta que por haber negado el cura de la Catedral el permiso de que los casara el padre Billini, se han unido en matrimonio civil, haciendo completa abstracción del matrimonio religioso. Y lo que es más grande todavía: el sábado pasado, por haberse negado tenazmente el señor cura a que el padre Billini bautizase en Regina Angelorum un niño hijo de un protestante domiciliado en esta y cuyos padrinos eran de familia del mismo padre Billini, nos consta que a no ser por las súplicas del mismo padre Billini, el niño se hubiera bautizado protestante. Desearíamos que esto llegara a conocimiento del prelado, para que evite que la intolerancia haga perder cada día a la Iglesia Católica de nuevo fieles. El Eco de la Opinión, Nos. 59-60, 1 y 9 de julio de 1880.

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Llegó el día

Uno de los decretos de la Convención Nacional disponía que el próximo Congreso reconsiderase los que expidió el Poder Ejecutivo, y que tantísimo dieron qué decir al pueblo y a la prensa, sobre el reclutamiento militar y el impuesto de estampillas. Ha llegado, pues, el instante en que el Congreso debe ocuparse en tan importantísimos asuntos; y bueno sería que, antes de poner manos a la obra, se inspirase en lo que la opinión pública revela, para que no se promuevan, desoyéndola, lamentables trastornos, sino que siga el país por la senda de la tranquilidad, satisfecho de que no se le exigen sacrificios, de que sus representantes no quieren sino su bienestar y su progreso. Bastante se ha dicho sobre los inconvenientes que ofrecía el decreto de conscripción. Las circunstancias de hoy son las mismas de ayer; y por tanto no han cesado los motivos que se tenían para verle como un atentado a la libertad. Es que el tal decreto hiere profundamente a la víctima, el pueblo, en todos sus intereses, en todas sus garantías políticas, sociales y económicas; es que despliega tal lujo de tendencia a militarizarlo todo, que no parece sino que se quiso suponer que no habíamos de vivir sino esperando de un instante a otro la guerra interior y exterior. Con el decreto en cuestión, no se estaba sino con el arma al hombro. Las escuelas, las oficinas públicas, el trabajo en los talleres y en los campos, la vida, en fin, en todas sus faces y manifestaciones venía a suprimirse. Y bueno es que todo esto lo considere el Congreso, para que no vaya a dejar burlado en sus esperanzas al pueblo. 181

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Todo esto no quiere decir que se deje al país sin una ley de conscripción. Tal idea sería el colmo de la insensatez. Pero lo que se desea es que caiga la base monstruosa en que se asienta aquella ley: el servicio obligatorio para todos. Queremos, y quiere todo el que no tenga ideas exageradas en este punto, que el servicio se haga como debe hacerse en países regidos por el sistema democrático, por el liberalismo bien entendido; queremos que se organice un ejército, pero por medio del enganche voluntario destinando fondos a su pago puntual. Y no se nos diga que nadie acudiría a inscribirse en los cuadros de ese ejército; que por nosotros responde la experiencia, y además la seguridad de que, habiendo el aliciente del suelo, no faltan quienes se presten a vivir en los cuarteles en vez de visitar los talleres de un oficio. Ahora, en cuanto al decreto de estampillas, tenemos que pronunciarnos de una vez en contra de ese impuesto, como nos pronunciamos en contra de todo lo que venga a entrabar el libre vuelo de la industria y del comercio. Es absurdo eso de ir a la consecución de un fin por el camino que nos aleja de él. Todo impuesto ahoga la producción y la circulación de la riqueza. Entrabar estas condiciones esenciales de la vida de los pueblos, queriendo así sacar más ventajas de ellos, es suicidarse. Mejor está que se obtengan por la libertad los resultados que ella produce. Mejor es que se proteja el desarrollo de todo, exigiendo únicamente módicas contribuciones indirectas. El aumento en estas, mata lo que las produce, mientras su disminución lo alienta. Muchos pocos hacen más que pocos muchos. Si se hace pagar al consumidor, que es quien únicamente paga, esos impuestos exagerados, dejará de consumir lo que no le sea absolutamente necesario, y de aquí la pobreza del país donde no se tienen grandes necesidades que satisfacer. El decreto sobre estampillas pesa, con enorme pesadumbre, sobre todo lo que es condición esencial para la existencia, y en su práctica es de lo más dificultoso que se haya visto jamás. Por falta de una estampilla, se pone en peligro la vida de un ser querido que en las altas horas de la noche necesite un medicamento que le salve.

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Creemos que el Congreso, si sabe cumplir con su deber, si verdaderamente quiere trabajar en bien del país que representa, modificará en el sentido que hemos dicho el decreto de conscripción, y echará por tierra, como inconveniente, como injusto, como impracticable, ese de las estampillas. Así se captará los aplausos de la nación, que le ha confiado la defensa de sus más caros intereses. El Eco de la Opinión, No. 63, 3 de agosto de 1880.

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Lo que conviene

Siempre ha sido nuestro semanario acérrimo defensor de todas las libertades. Y consecuente con su propósito que es laudable, no se extrañe que luego tenga que atacar ciertas medidas muy contrarias, en su concepto, a esa libertad que es la base de todos los sistemas políticos, sociales y económicos del siglo. Hasta las naciones que fama tienen de retrógradas, hasta las que todo lo sacrifican a la rutinaria lógica de sus antiguas prácticas, están hoy viendo que es preciso aflojar un poco los lazos de la restricción y echarse a andar por otros caminos más despejados entre los tantos que la civilización ofrece al progreso. Ayer nos ocupábamos en el importante asunto de los privilegios y exenciones concedidas en Cuba para el establecimiento de un ingenio central: hacíamos ver que esto implicaba un nuevo rumbo hacia la libertad de la industria en la vecina Antilla, y pensábamos cuánto perjuicio nos traería el contraste de que un país sometido al régimen de los impuestos más escandalosos, llevase la delantera al que fama tiene de ser liberal y protector del desarrollo de los intereses materiales. Si aquello nos hizo desear que se modificasen favorablemente entre nosotros las condiciones en que vivíamos, hoy debemos elevar más nuestra voz y pedirlo con mayor ahínco, pues tenemos a la vista otro documento que es la justificación más legítima de aquel deseo. En una revista del mercado de Mayagüez, isla de Puerto Rico, fecha 12 de julio último, leemos lo que sigue: Desde el 1ro. del corriente se han rebajado un 50 por ciento a los derechos de exportación. Ahora se satisfacen por dicho concepto: 185

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Café Azúcar Mieles Tabaco

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25 cts. qq 10 cts. qq 25 cts. qq los 19 gls. 10 cts. qq

He aquí una noticia que por sí sola, sin demostración ninguna, hace que el más miope en materias económicas, poseído de amor a la patria, viendo el abismo cerca que se ha de tragar todas las esperanzas concebidas, exclame: “¡Oh, es preciso salvarnos, es preciso volver atrás, y más atrás de lo que hemos avanzado en punto a cerrar las puertas de nuestro propio bienestar!” Y razón tiene quien tal exclame. Si ve que España es la nación que lleva por norma de su conducta para con sus colonias el egoísmo; si comprende que solo quiere sacarle el último céntimo para sostener el equilibrio de su presupuesto, al punto debe convencerse de que comprende que la medida nuevamente adoptada es la que le dará ese resultado; de que solo facilitando la exportación de los productos es que estos aumentarán, aumentando así los ingresos del tesoro público. Parece mentira, pero es lo cierto. Esa disminución que tanto favorece a las colonias para las cuales se ha dictado, favorece también el egoísmo del gobierno que las explota. Hasta ayer, se creyó lo contrario: hoy se está palpando que el sistema respectivo es el matador de todos los beneficios de la industria. No sabemos qué obcecación fatal se apodera del espíritu de quienes desean tener luz aprisionándola, tener torrentes de agua oponiéndoles diques y compresas. Esto es ir contra lo que la sabia naturaleza ha hecho, y como todo parece que se asemeja entre el mundo material y el mundo de las especulaciones del espíritu humano, he aquí que la ley que los rige debe ser idéntica. Mientras se esté oprimiendo a un pueblo con contribuciones más o menos exageradas, ese pueblo no es capaz de desenvolver los elementos que contiene; todo se ahoga en su cuna, o mejor dicho, nada llega a nacer. Las contribuciones son para la industria naciente lo que la falta de aire para los pulmones del que desea la vida.

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Es tiempo ya de que esto se comprenda entre nosotros y que se tome empeño en estudiar las cuestiones que atañen a nuestro progreso, sin parcialidad, desapasionada o independientemente. Está reunido el Congreso, y a él toca traer al tapete la cuestión derechos de exportación, que un decreto del Gobierno provisional aumentó para ciertos productos y en especial para el azúcar. Compárense las razones aducidas en la carta que varios ciudadanos dirigieron al Presidente del Gobierno y las que este y El Porvenir opusieron, véase lo que viene resultando en las vecinas Antillas y nótese que las medidas que allí se toman tienen su origen, tanto en la conveniencia que les resulta con relación a lo que exigen los buenos principios económicos, cuanto a la ventaja que se desea adquirir sobre Santo Domingo, estancando la inmigración que intentaba dejar aquellos países, huyéndole a las contribuciones para venir al nuestro, donde había campo extenso para sus capitales. Ahora bien, si de estas consideraciones pasamos a otras de distinto orden, se verá que todo está pidiendo una reforma en el sistema arancelario a que nos sometió el Gobierno provisorio con el azúcar. Sabido es ya que en los Estados Unidos se prepara una nueva industria que perjudicará notablemente la del azúcar de las Antillas y de la América Latina, con la extracción del jugo del sorgo y de la caña del maíz y su completa cristalización por varios procedimientos que cada vez están más mejorados. “Dentro de poco –dice un periódico–, según la opinión general, los Estados Unidos podrán fabricar el azúcar que necesitan para su consumo, y aún exportar el sobrante que obtengan a precios tan ínfimos, que establecerán una terrible competencia con los países productores”. ¿Cuál es el remedio para este mal que amenaza hundir todas las esperanzas concebidas? De seguro que el único, el más positivo, es el de abaratar hasta donde sea posible el producto al que se espera hacer la competencia. ¿Y de qué modo se consigue esto? No hay otro que el librarlo de las contribuciones a que está sujeto, declarar sin trabas su exportación, y ofrecer todas las facilidades para que en su elaboración no

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se emplee tanto como pudiera emplearse en la del jugo del sorgo y el tallo del maíz. Esta es también la opinión del periódico que pinta con colores alarmantes el peligro a que está expuesta la industria de la caña de azúcar. “Si el equilibrio llegara a establecerse, –dice si los precios del artículo estuvieran en relación con las necesidades del mercado, ningún otro producto sería capaz de competir con la caña de azúcar; y los precios de los productos del sorgo, el tallo de maíz, la glucosa, &, por muy bajos que fueran, jamás podrían establecer la competencia. Por eso creemos que, aunque el peligro que amenaza a los países productores de la caña de azúcar es mucho inevitable”. Fíjense, pues, nuestros legisladores en todo lo que hemos dicho, fíjense principalmente en esto último, y no hagan esperar medida que ha de salvarnos en presencia de los graves males que por dondequiera nos asedian. Creemos que el Congreso, en esta sesión extraordinaria, debe ocuparse del asunto en unión de los que indicamos en nuestro número anterior, porque esto no es de lo que debe dejarse para mañana, sino resolverse de momento. Estamos a pique de perecer y la única esperanza que alcanzaríamos se ve desvanecida. Si los dueños de haciendas han soportado hasta ahora la contribución con que se gravaron sus productos con la medida del Gobierno provisional, es porque tienen la seguridad de que la sensatez de los miembros del actual Congreso tomará a empeño hacer triunfar la idea liberadora, la idea que entraña la salvación del porvenir económico del país: la rebaja, o mejor, la exoneración del pago de derechos de exportación de este producto. El Eco de la Opinión, No. 64, 11 de agosto de 1880.

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El último mensaje

En nuestros anteriores números, inspirados por el mejor deseo e interpretando los de la generalidad, hablamos acerca de los decretos que la Convención Nacional había dejado para que los reconsiderase el Congreso Nacional. Nuestras ideas no llevaban el propósito de hacer una oposición sistemática, y creíamos que el Gobierno provisorio, reflexionando sobre los puntos que la prensa había tocado, rectificaría sus conceptos, en lo que se refiere a las leyes de conscripción y de estampillas. El último mensaje, en que se da cuenta de los actos del Poder Ejecutivo desde el cinco de abril hasta el once de julio, nos hace ver que se persiste en considerar como buenos dichos decretos; y lo lamentamos en sumo grado. Aunque no suponemos ni por un instante que los actuales miembros del Congreso se han reunido para aprobar a ciegas todo lo que el Ejecutivo crea útil y conveniente; aunque estamos convencidos de que ellos, oyendo el clamor de la opinión pública e interesados en que el gobierno definitivo se consolide sin tropiezos de ningún género, harán lo que les dicte su propio criterio, no queremos que se nos eche en cara nuestra debilidad y poca independencia, dejando de defender los intereses del pueblo en estas delicadísimas cuestiones. Hemos sido, somos y seremos adversarios de los dos decretos que se quieren revalidar, porque somos enemigos de todo lo que en cualquier sentido aparezca como llevando la más leve sombra de tiránica tendencia. 189

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Lo que en los países regidos por el sistema democrático se hace obligatoriamente; lo que no es fruto de la voluntad de todos los ciudadanos, es exótico, es la negación de la naturaleza de las instituciones políticas. Desde que la ley es tan dura que llega a ser insoportable, tendremos la consecuencia, que es la rebelión contra el poder que la dicta. Si no hubiese otros medios para conseguir el objeto primordial, que es la organización del ejército activo, tendríamos que pasar por la tristísima necesidad de emplear esos que hoy hallamos improcedentes. Pero ya que tan a la mano se encuentra el sistema de enganche voluntario; ya que hemos visto los buenos resultados que produjo durante la administración del general José María Cabral; ¿por qué apelar al menos fácil, al menos democrático de la imposición por fuerza? Triste cosa es ir contra lo que la experiencia nos enseña que es favorable; triste cosa es que, convencidos de los males que produjo la ley de conscripción que regía en la sabia administración del benemérito Espaillat, vengamos hoy a dictar otra menos suave que aquella. Esperamos, pues, que los representantes del pueblo sabrán pesar con madurez las razones que tanto aquí, como en otros artículos de la redacción y de los colaboradores de este periódico, se han aducido para librar al país de la ley que nos ocupa, modificándola de acuerdo con lo que exigen las ideas democráticas y las aspiraciones de la generalidad. También el último mensaje recalca la necesidad de aumentar los ingresos del tesoro, y ve como un veneno de recursos el impuesto de las estampillas. La mala impresión que hizo el decreto sobre este particular, manifestada en todos los círculos, nos dispensaría de hablar acerca de él. Hay que convenir que el tal decreto fue antipático para el país; y aún la prensa extranjera tuvo que ocuparse de él en términos poco favorables. Bueno que la Francia apelara a este medio para salvar su situación económica después de la guerra con Alemania: entonces cualquier sacrificio era poco; bueno que algunas repúblicas latinoamericanas hayan establecido ese género de impuestos, porque hay la circunstancia de que esos países se hallan acostumbrado a

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las contribuciones directas y además existe la compensación de que por otros conceptos se ven la industria y el comercio más libres de gravámenes, y los derechos de importación y de exportación son menos onerosos que entre nosotros. Es preciso convencernos de que lo que se cree un remedio para ciertos males, resulta ser otro mal agregado al que se pretende curar. No estamos desacordes en la idea de que el país necesita recursos para vivir; pero creemos que esos recursos los traerá su adelanto material. El día en que la libertad impere en todo; el día en que el trabajo se garantice; el día en que haya paz, ese día sobrarán los recursos, porque habrá elementos de riqueza desarrollados, y la abundancia de estos traerá la abundancia de proyectos para las arcas públicas. Vemos que la industria y el comercio huyen de allí en donde se les pone trabas con imposición de contribuciones; estamos palpando que en las vecinas Antillas españolas el gobierno ha comprendido que es preciso libertar a los productos de la enormidad de derechos de exportación que los gravaba, y eso debía ser motivo más que poderoso para que nosotros nos empeñásemos en dar a los nuestros fácil salida, a fin de que compitiesen en los mercados extranjeros con los de otros puntos. Vienen al caso estas reflexiones en lo que se refiere a que el Gobierno desea sostener su decreto que grava con un alza de derechos la exportación de los productos, entre los cuales se encuentra el azúcar. Ya hemos hablado en el número último sobre este particular y no nos cansaremos de llamar la atención del Congreso sobre la necesidad de reformar tal disposición. Dice el mensaje que 25 centavos para cada quintal de azúcar es nada en consideración a las demás franquicias de que goza aquí la agricultura. Nosotros creemos que un solo centavo aumentado a aquel producto es mucho hoy, cuando lo que se quiere es atraer inmigración, inspirar confianza, proteger una industria naciente. Si se ven aisladamente los 25 centavos nada es, pero calculemos lo que paga cada bocoy de azúcar de a tonelada, y la zafra entera de cada hacienda. El guarismo es

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respetable, y tan respetable que el Gobierno mismo funda sobre esa base un aumento de ingresos capaz de desahogar en mucho la situación del tesoro. Nosotros obramos bajo la inspiración del bien: estamos oyendo las opiniones de todos los círculos y somos por lo mismo los que más en aptitud estamos de aconsejar lo que la conveniencia exige y por eso decimos al Congreso Nacional: “Si queréis asegurar al país días de bienandanza; si queréis aclimatar aquí el trabajo, y que prosperen la agricultura, la industria y el comercio, y con ellos todos los elementos que salven a Santo Domingo en el porvenir; si queréis que la administración del dignísimo ciudadano que viene a regir los destinos de la República alcance la gloria que no han alcanzado otros, librad al país del decreto de conscripción y del de estampillas dictados por la interinidad; y rebajad, como lo estaba anteriormente el derecho de exportación del azúcar que es hoy el elemento de vida de estas provincias. Haciéndolo así alcanzaréis las bendiciones de todos; si de otro modo obráis, ya veréis que nada os agradecerán los que os honraron con sus votos para representantes”. El Eco de la Opinión, No. 65, 19 de agosto de 1880.

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El gobierno constitucional

Toca ya a su término la interinidad; y el día primero de septiembre entrará el elegido de los pueblos a ejercer sus funciones constitucionales. Pasó la época del peligro; llega la época de la confianza en que la libertad y los derechos de la ciudadanía no podrán ser caprichosamente pospuestos en ninguna circunstancia, porque ya la responsabilidad ante la ley y ante la historia es una garantía inapreciable. Recuerdos gratos nos deja el gobierno que provisionalmente rigió el país: el principio de organización en todos los ramos de la administración pública es un paso que le honra y enaltece; su honradez en el manejo de los fondos nacionales le pone muy por encima de muchos gobiernos y muchas interinidades pasadas. ¡Ojalá no hubiésemos tenido luego que lamentar ciertos deslices que un noble pero exagerado deseo de atender a todo le ha hecho cometer! ¡Ojalá no tuviese esa interinidad en su corta y fecunda historia aquellos tres decretos de que ya nos hemos ocupado: conscripción, estampillas y alza de derecho de exportación! Pero ya que ha cumplido su misión; ya que se retira satisfecho de haber mantenido la paz –don precioso de que derivan todos los bienes–, bueno es que el gobierno entrante, con el mismo criterio en la mayoría de los casos, pero con otro distinto en cuanto a esos puntos que la opinión pública ha juzgado, nos dé el ejemplo de cordura que se necesita para emprender esa laboriosa tarea de servir los intereses de un pueblo, de acuerdo con lo que él piensa y quiere en todas las circunstancias. 193

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Hemos dicho en otros números de este semanario que la política más compatible con las aspiraciones de la generalidad debía ser la tendencia a no distinguir entre todo lo bueno de todos los partidos los elementos que se utilizasen para gobernar el país. Y sabemos que la administración que presidirá el doctor Fernando A. de Meriño viene inspirada en esa idea y llevará a cabo ese propósito. Su lema es el que conviene al partido que se honra con el título de nacional. Como una garantía de que esa administración no defraudará ninguna de las esperanzas concebidas, los hombres designados para ayudarle a llevar el peso de los negocios serán de la nueva escuela, que rinde culto a los principios, que no está obcecada por los odios que ayer engendraron a nuestras disensiones. Así es que debemos tener toda la fe necesaria para decir que el país va a salvarse; que esta etapa de su marcha por el camino del progreso en todas sus manifestaciones, será un motivo de plácemes entusiastas. Conocido es el doctor Meriño como hombre que une a la energía la justicia, a la ilustración el patriotismo, y en su gobierno es seguro que todas las cuestiones se arreglarán bajo las inspiraciones de esas cualidades eminentes del jefe del poder. Solo falta que no haya quienes opongan su indiferencia culpable a las nobles ideas del gobierno. Es preciso que todos los ciudadanos de luz y bien coadyuven a esta obra; porque un solo hombre no es capaz de hacerlo todo. Al Congreso de la nación, a ese grupo respetable de patriotas es que toca mucho ir de acuerdo –siempre que así lo exija la conveniencia pública– con las del Poder Ejecutivo, oponiéndose moderadamente a lo que conceptúe como rémora al progreso; pues no es dable suponer que dejen de existir puntos en los cuales no vea el gobierno lo que ven aquellos que conocen las ideas de las localidades cuya representación les está encomendada. El primero de septiembre abrirá pues una era de prosperidad para el país. Lo hacen creer así el precedente que ha establecido el Gobierno provisorio y las cualidades que concurren en el hombre

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llamado por el pueblo a regir sus destinos durante el período constitucional. Debemos felicitarnos. ¡Dios ilumine a aquellos de quienes tanto espera el patriotismo! El Eco de la Opinión, No. 66, 27 de agosto de 1880.

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Política

Siempre más ocupados en los asuntos de importancia económica, por creer que así se trabaja mejor en pro de la paz pública, casi hemos venido desdeñando la política, o al menos, tratando de ella como de cosa secundaria. Y bueno es que le consagremos algunas líneas en nuestros editoriales, pues el pueblo gusta que se le hable de todo. ¿Cuál es hoy la situación política del país? ¿Brinda garantías de estabilidad el nuevo gobierno? Pregunta es esta última que no hay quien –sin estar ciego por las pasiones– deje de contestar afirmativamente, y de ella deduciremos que la situación del país es de las más halagüeñas que hasta ahora se hayan visto. Tras de las luchas sangrientas con que hasta ayer veíamos que iba destruyéndose toda esperanza de sosiego, hoy no oímos otra cosa sino la expresión de un deseo en todos los círculos: el deseo de que impere la paz, porque se ha comprendido que si en el corto espacio de diez meses en que de esta se goza, se han puesto las bases de un progreso notabilísimo, siguiendo así, la rapidez con que iremos alcanzando todos los bienes será incalculable. La ambición de los partidos ha muerto, al ver la impotencia de sus esfuerzos por conquistarse quienes sigan sus bastardas inspiraciones. Los hombres que eran como los directores de esas revueltas continuas, en cada una de las grandes secciones de la República ¿adónde están? Unos han sucumbido en su mayor parte, puede decirse que providencialmente, merced a un cúmulo de circunstancias que les ha traído a ofrecerse como víctimas expiatorias de 197

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sus propios errores; otros se hallan reducidos a la más miserable situación y sin crédito, y los muy pocos que quedan y que ayer eran instrumentos del mal, están siendo hoy la burla de los que les seguían, desprestigiados hasta el extremo de que se les considera unas nulidades. Así que, los sueños de los corredores de revueltas –según la feliz expresión del amigo Manuel de J. de Peña–, se ven desvanecidos, en cuanto se encuentran aislados sin quienes los sigan; y de ahí que esta situación se consolida y seguirá consolidándose. Otra circunstancia la favorece en gran manera. La guarida de nuestros revoltosos era la República de Haití. De allí se veían salir en son de guerra a perturbar nuestras fronteras, a esperar en ellas los pronunciamientos de los demás pueblos del interior. Ese recurso se ha concluido; el gobierno de la vecina república comprende que su paz depende de la nuestra; que ella se halla en idéntica situación y que aquí podemos devolverle mal por mal, contribuyendo a que sus enemigos se armen para pasar a su territorio. Y por sobre todas estas consideraciones está lo más importante: ¿Tiene nadie derecho a quejarse de la conducta observada por el gobierno respecto a los que han sido sus enemigos? ¿A quién se ha perseguido por mero antojo? ¿Cuál permanece en la cárcel por la voluntad única del mandatario? ¿Cuántos son los que se encuentran en el extranjero por disposición gubernativa? Y para poner el sello a esa conducta de quien tiene la conciencia de su fuerza y no persigue sino a los que delinquen, ha venido hoy a inaugurarse la administración definitiva con el decreto de amnistía plena para los que vagan por el extranjero, la mayor parte por la voluntad de ellos mismos, y algunos, muy pocos, por disposición superior. He aquí, pues, la situación política del país; he aquí bajo qué base entra el gobierno definitivo a gestionar la cosa pública, a trabajar por el bien de sus conciudadanos. Se va a comenzar de nuevo un sistema de gobierno; el sistema de la libertad en la ley, el de las amplias garantías para todo lo que no perjudique al derecho de los demás, a la paz y al progreso del país.

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Con elementos útiles que están al servicio de esta situación; con la confianza de que dondequiera se vela por que la tranquilidad no se interrumpa; con la energía que se desplegará para contener cualquier intentona de los ambiciosos; con la protección y amparo que se brinde a los buenos; con el aliento que se da al trabajo para que sea fecundo, con todo eso no es fácil que tengamos que lamentar trastornos. El que se lance a la guerra; el que todo lo atropelle; el que no agradezca que sus errores pasados se perdonen, ese en su misma culpa llevará el castigo… Es tiempo ya de que aseguremos que la república va a salvarse; que los deplorables sucesos de su historia han sido muy provechosos para el presente y para el porvenir, y que de hoy más el país está en condiciones de gozar de todos los beneficios que le brindan una administración sabia y justa, y un pueblo desengañado, pacífico y laborioso. El Eco de la Opinión, No. 69, 17 de septiembre de 1880.

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La Sociedad Agrícola

Otra sesión celebró esta Sociedad de hacendados el domingo 19; aunque de lamentarse fue que, por varias circunstancias, no pudiesen concurrir todos a oír la primera lectura de los estatutos y reglamento interior que presentara la comisión. Esperamos que en la próxima junta haya mayor número, para que se discutan los puntos que abrazan esos trabajos, cuyo mérito es digno de encomiarse. La “Sociedad Agrícola Dominicana” –título que le da y propone la comisión– viene a ser el gran centro de actividad que impulse y desarrolle la riqueza del país en grande escala; que se ocupe en allanar obstáculos, dando solución a los problemas económicos de la localidad por medio de ilustración en la prensa y solicitudes al Gobierno y al Congreso; que promueva el establecimiento de mayor número de fincas azucareras; que abra camino a la inmigración laboriosa; que funde exposiciones agrícolas para el estímulo de todos los que se dedican al trabajo de los campos, y que, por todos los medios que el país y las circunstancias lo permitan, asegure y consolide los intereses del respetable gremio de hacendados. En esa latitud del objeto de la Sociedad puede abarcarse todo lo que convenga, y que no puede preverse casuísticamente ahora. Y por consiguiente, nada se opone a que, por resoluciones especiales, se vaya atendiendo a satisfacer muchas necesidades que son hoy por hoy urgentísimas. Lo que se desea, sobre todo, es que el Gobierno vea en esta asociación, más que un grupo cuyo móvil es el egoísmo, y que la aliente, proteja y ensanche, proporcionándole las facilidades en sus 201

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solicitudes, que deben ser el fruto de un concienzudo examen y de la práctica enseñadora. También nada se opone a que a la misma Sociedad se le sometan por el Gobierno proyectos cuya realización toque a ella, por su naturaleza o por la facilidad en que se encuentre de llevarlos a término. Nos parece que, en este caso, ningún ministerio o junta de fomento podría desempeñar mejor su misión. Y puesto que de proyectos hablamos, y puesto que nos asiste la libertad para proponer cuanto al objeto de salvar nuestra naciente industria agrícola se encamine, bueno es que apuntemos aquí varias ideas que están siendo el tópico de todas las aspiraciones de la generalidad. En primer término está la creación, si así puede decirse, de capitales dispuestos a entrar en esa liza fecunda del trabajo en esta tierra de la prodigiosa exhuberancia y de la imponderable fecundidad. Y ¿cómo se crean esos capitales? ¿Cómo de la nada se puede sacar un mundo sin ser Dios? He aquí una de las dificultades más fáciles de vencer, con esa vara mágica de las riquezas, que es el crédito territorial, por medio del establecimiento de un Banco Agrícola Hipotecario. Según lo dijimos en uno de nuestros artículos editoriales: “no hay riqueza mejor y más segura que la vinculada en la tierra, ni hay garantía más sólida que la ofrecida por su propietario”; y dicho y probado esto, la vacilación en acometer esa empresa del Banco, arguye poco conocimiento de sus propios intereses en quienes pueden hacerlo y no lo hacen. Un Banco Agrícola entre nosotros significa, como en todas partes, que por ese solo medio tendremos cuanto por otros más dilatados y más difíciles se busca para llegar al fin, que es la abundancia de fincas azucareras y de otra especie. Tendríamos entonces que ni un palmo de tierra estaría sin cultivar y vendría como de la mano otro de los proyectos que todos ven como salvador: el de los ingenios centrales que distribuyen la riqueza y no la hacen monopolio de unos pocos. Tanto el proyecto del Banco Agrícola, como el de los ingenios centrales, pueden ser objeto de la Sociedad que hoy va a trabajar en bien de este país.

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Y nosotros la excitamos a que los coloque en el programa que contienen sus estatutos como dignos de que se les dispense especialísima atención. Para coronamiento de todo lo que hemos dicho, réstanos señalar que, hallándose hoy asociados en propósito esos hacendados, y habiendo, en su mayor parte, extranjeros que pueden hacer mucho bien al país, contribuyendo a que otros vengan confiadamente a dedicar sus capitales a la industria, no estaría demás que, desde luego y como primer acto fecundo de la “Sociedad Agrícola”, se dispusiese que esos señores lanzasen al público, en innumerable cantidad, para que circulara fuera de aquí, en todas partes, y especialmente en Cuba y Puerto Rico, una exposición circunstanciada que comprenda la manera cómo se les ha tratado aquí, tanto durante la paz cuanto en épocas de disturbios; las ventajas y protección que se les ha brindado; el fruto que han recogido de sus labores y otras y otras circunstancias que desmentirían cuanto la mal intencionada calumnia ha hecho creer respecto a este país en las Antillas, en ambas Américas y en Europa. Creemos que no será en manera alguna inútil esta recomendación que dirigimos a quienes no tienen sino el deber de hacer justicia hablando el lenguaje de la verdad. El Eco de la Opinión, No. 70, 24 de septiembre de 1880.

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Los periódicos. El Congreso. Reforma Arancelaria

Una voz se ha levantado para defender la disposición progresista del Gobierno provisorio de octubre acerca del periodismo nacional. Esa voz es la autorizada del señor Manuel de Jesús de Peña, a quien no se puede tachar, como tal vez se nos tacharía a nosotros, de parciales e interesados en esta cuestión, por la prensa del Cibao, que casi siempre nos sale al encuentro en todo y para todo. Escudados, pues, con la precedencia en el ejercicio de un derecho por un escritor de allá, vamos a no dejarle solo en el palenque, y esgrimiremos las armas que siempre hemos esgrimido –las de la razón, la justicia y los intereses del pueblo. Reconocemos –como el señor De Peña, y como la comisión del Congreso que informó sobre el último mensaje del Ejecutivo provisional– que el decreto de 4 de mayo es “deficiente en cuanto no establece las condiciones precisas que deben concurrir en el periódico que vea la luz pública, para hacerse acreedor a la subvención acordada”. Según el decreto, no hay diferencia entre un mal redactado periodiquillo que superficialmente trate sobre asuntos extraños a los grandes problemas de la administración pública, y otro que, por su carácter, siempre trate de emitir sus opiniones, francas y liberalmente, acerca de lo que se relaciona con el progreso del país. Aquí, y solo aquí el defecto capital de la disposición gubernativa que hoy debe recibir los honores de ley de la República. Pero por lo demás, ¿a qué conduce el reducir la subvención acordada? Conduce a que nuestro periodismo siga trabajosamente sosteniéndose por unos cortos meses; a que nadie haga el sacrificio moral y material de ser apóstol de una buena doctrina, por el solo 205

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gusto de ofrecerse después como mártir de su patriotismo; conduce a que se diga, como no puede menos de decirse, que este país está política y literariamente atrasado, desde que no cuenta sino con uno o dos buenos periódicos, porque dondequiera que se desea aclimatar el progreso y garantizar la libertad, la opinión ilustrada tiene sus múltiples manifestaciones en las hojas periódicas. La comisión cree que afecta mucho las rentas nacionales el desembolso de la pequeña cantidad de cuarenta pesos asignada a los buenos periódicos. Nosotros creemos que ese desembolso es productivo de muchos bienes; sirve quizás, y sin quizás, para aumentar esas mismas rentas nacionales, en cuanto a que un periódico que circula en el extranjero, que da cuenta de cómo pasan las cosas en el país; de los elementos con que este cuenta; de las mil y mil cosas que desean conocer quienes buscan campo para el trabajo; un periódico de esas condiciones es el mejor y más cómodo y más económico de los medios de atraer la inmigración, de desmentir cuanto nuestros enemigos propaguen, de ensanchar el comercio y de darnos la importancia que debemos tener como pueblo civilizado. Un periódico así debía pagarse con más liberalidad que algunos comisionados que no han hecho sino pasearse y gastar en sí propios, sin provecho para el país al cual han costado muchos miles de pesos. Así, pues, estamos de acuerdo con todo lo que el señor De Peña dice en su bien escrito editorial de El Porvenir número 365, y esperamos que el Congreso Nacional varíe los términos del decreto en cuanto a las condiciones que debe tener el periódico que se subvenciona; pero que deje subsistente la parte en que se asigna la reducida cantidad de cuarenta pesos que apenas alcanza para los enormes gastos de toda buena publicación periódica. Y como el señor De Peña trata, aunque incidentalmente, de otra cuestión que se roza con esa principal de los periódicos, cual es la de que –“por una anomalía inconciliable con el decreto en cuestión– paga el papel de imprenta un considerable derecho aduanero” vamos también a emitir nuestras ideas acerca de este particular, hoy que es oportuno, en razón de que por el Ministerio de Hacienda se ha nombrado una Junta Central y otra en las provincias y distritos para proceder a una conveniente reforma arancelaria.

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Es verdaderamente una monstruosa anomalía esa de que paguen aquí derechos casi todos los elementos que entran en la confección material de lo que se protege subvencionándolo. Por una parte se le cierra la puerta a lo que por otra se le abre. En los EE. UU. de América la imprenta y la encuadernación han llegado a una perfección inapreciable, merced al sistema proteccionista que allí se sigue; mientras que entre nosotros, y también en varios países latinoamericanos, se trabaja en contra del desarrollo de esas industrias, por la protección que se concede a los extranjeros con detrimento de los nacionales. Veamos prácticamente lo que sucede aquí con el papel y los materiales de imprenta y encuadernación. Aquí, por el arancel vigente, se introducen libres de derechos los libros impresos. Pero por una flagrante contradicción a esto mismo establecemos derechos fiscales para el papel blanco y de color, el cartón, la tela y todo lo demás que se emplea en la imprenta y en la encuadernación; lo que quiere decir que el papel y todo lo demás que se contiene en un libro impreso entra en el país sin pagar, mientras que, entrando separadamente, sufre un gravamen enorme. Por consecuencia de todo esto, tenemos que es imposible que nuestras imprentas hagan libros ni nuestros empastadores ganen en su profesión. Si fuesen libres los materiales que se emplean, ya tendrían ocupación todas nuestras escasas imprentas y encuadernaciones, porque podrían competir con el extranjero imprimiendo o reimprimiendo y empastando libros de educación, de ciencias &., y se gastarían en el país esos tantos millares de pesos que se dan al extranjero en cambio de tales obras. Así, pues, nosotros creemos que hoy se ofrece a los que están encargados de proponer las reformas a nuestro arancel la oportunidad de fijarse en estas inconcebibles anomalías, y declarar libres de todo derecho el papel de imprenta blanco y de color, la cartulina, el cartón, el cuero o tela para lomo de libros, así como lo están las prensas y los tipos, porque todo ello constituye una protección al arte y una poderosa ayuda al progreso intelectual del país.

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Y así como ahora hemos indicado esto que pertenece a nuestro ramo, no seremos tan egoístas que dejemos de tocar después otros puntos que merecen reformas en el arancel a que nos contraemos. Mientras tanto, es tiempo de concluir este artículo excitando a todos los que trabajan en pro de los intereses comunes a que reflexionen en lo que decimos para que se convenzan de que no hablamos bajo la inspiración del egoísmo, sino atendiendo a lo que exige el bien de esta patria, donde tantísimas cosas hay que están pidiendo reformas en sentido liberal y justiciero. El Eco de la Opinión, No. 71, 1º de octubre de 1880.

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La prensa y el Congreso

Publica la Gaceta el acta de la sesión del Congreso en que se trató acerca del decreto del gobierno provisional subvencionando la prensa. No esperábamos que hubiese quienes se opusieran a esta progresista disposición; pero nuestra sorpresa ha sido grande al ver que se han buscado fútiles pretextos para conseguir que la prensa quedase sin ese necesario apoyo que le brindó la interinidad de octubre. Y decimos fútiles pretextos, porque no otra cosa es lo que expresó el diputado Miranda de que la subvención a los periódicos gravaría de tal modo el tesoro que no pudiesen pagarse los sueldos de los empleados. Con y sin subvención, eso de los sueldos es cosa que no la veremos muy ahora, como no la hemos visto nunca. Lo que sí pudiera decir el diputado Miranda, con sobradísima razón, es que lo que se invierte en el periodismo hace falta para los gastos extraordinarios que promueven ciertas exigencias de unos cuantos jefes, que solo quieren vivir del presupuesto de la nación, sin ser útiles para nada. Y en ese caso, más vale que se atienda a subvencionar diez o doce periódicos, que sale más barato y producen más bienes que esas diez o doce langostas de toda situación política. Si con lo que se gasta pudiese atenderse exactamente al pago de los sueldos, el diputado Miranda y los que le apoyan tendrían razón; pero hay que considerar que la erogación producida por el periodismo no llegará nunca a esa enorme cifra que requiere el pago íntegro de los servicios públicos. 209

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¿Creen el diputado Miranda y los que le apoyan que el país va a tener cien o más periódicos con la subvención decretada? ¿Son todos los que contraen la responsabilidad moral y material de escribir para el público? ¡Oh que no! Ya lo han visto esos señores diputados. A pesar de la subvención de cuarenta pesos, ¿cuántos periódicos hay en la República? El Porvenir, La Voz de Santiago, El Esfuerzo, La Unión del Noroeste, El Eco de Samaná, El Eco de la Opinión que cobran esos cuarenta pesos; La Esperanza, al que solo se le dan treinta pesos y El Progreso, veinte. Suma total por mensualidad ¡doscientos noventa pesos!... ¡una verdadera mezquindad! ¿Y hay por eso razón para alarmarse? ¿Vamos, por eso, caminando a la bancarrota? Si se calcula lo que deja de pagar el país a los diputados durante están cerradas las sesiones legislativas, hay un sobrante que bastaría para satisfacer la subvención de más de cien periódicos. Y … no sabemos si hay diferencia entre un diputado y un periódico, pero al menos nos parece que razón tuvo quien dijo que la prensa es el cuarto poder del Estado. No concluiremos estas pocas líneas sin aplaudir con todo el entusiasmo que se merecen a los diputados E. Morel, Manuel E. Gómez, J. M. Recio, J. J. Cestero, M. de J. Aybar y Francisco A. Gómez, por la defensa que hicieron del periodismo, ese elemento de progreso del país; aunque sentimos que, para que todo correspondiese a la idea que de él tienen, no hubiesen sostenido la subvención de cuarenta pesos para los periódicos que tuvieran las condiciones que se requieren. Todavía nos queda una esperanza; el Gobierno que preside el ilustrado patriota Dr. F. A. de Meriño, quien en su programa da tanta importancia al periodismo, tiene ocasión de probar que aquellas palabras no fueron pura promesa, haciendo hoy sus observaciones al decreto del Congreso que solo acuerda la mezquina cantidad de veinte pesos a los periódicos semanales, diez a los quincenales y cinco a los que se publican una vez mensualmente. ¡Esperemos y confiemos! El Eco de la Opinión, No. 72, 8 de octubre de 1880.

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Emigración belga*

(Continúa) No puede dudarse que el sistema que entre vecinos nuestros ha dado buenos resultados deba darlos con más razón entre nosotros. Podrán los hacendados que desearen obtener más amplios informes dirigirse al agente superior de la Sociedad de Emigración India en la Guadalupe. El coolie se contrata por cinco años; el importe del viaje, ida y vuelta, cuesta cincuenta pesos cuya mitad, o sea, veinte y cinco, son pagados por el Consejo General de la Colonia y la otra mitad por el hacendado. Su salario es de cuatro pesos al mes, con manutención, alojamiento y asistencia, si ha lugar. Inspectores cometidos por la Sociedad recorren las haciendas y exigen que los alojamientos destinados a los indios sean saludables, que el alimento sea suficiente (ha de saberse que son de una sobriedad admirable, consistiendo casi exclusivamente su alimentación en arroz). Esos inspectores tienen encargo de velar por que se tomen todas las providencias necesarias para dar asistencia al coolie en caso de enfermedad. El médico hace su visita todas las semanas y está al servicio de la hacienda para los casos urgentes. Vencidos los cinco años de su contrato, los indios que han sido bien tratados se comprometen casi siempre nuevamente por otro período de cinco años, en cuyo caso, para animarlos, se les da una pequeña gratificación que varía entre cuarenta y cincuenta pesos. * Se publica este trabajo incompleto, debido a que ha sido imposible encontrar la primera parte, que presumimos salió en el número 184 de El Eco de la Opinión. (Nota del editor)

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Al llegar a la colonia, estropeados por tan largo viaje, no se ostentan muy robustos los coolies, pero son capaces no obstante de un trabajo continuo, a condición de no ser muy riguroso. Dotados de buena índole, son muy sumisos y muy inteligentes, y se acostumbran en poco tiempo al servicio de las máquinas y a los varios trabajos de la fábrica y de la hacienda. Son, es cierto, algo difíciles de aclimatar y rinden poco trabajo el primer año. El cálculo de lo que cuestan debe comprender, además del primer desembolso de cincuenta pesos para el transporte, un gasto de cinco años de salario y un rendimiento de cuatro solamente de trabajo. El sueldo y la manutención, la huelga en caso de enfermedad, la asistencia médica, & montan a la suma de treinta centavos de peso por día, lo que equivale a la mitad de lo que así pagamos en los lugares en que menos se paga; para los hacendados de las inmediaciones de Santo Domingo, en que son aún más elevados los salarios, se economizaría las dos terceras partes. Después de aclimatados se tornan inmejorables trabajadores los coolies, pues se hallan entonces en estado de resistir las más duras faenas del campo; y como es mucho más benigno el clima en Santo Domingo que en la Guadalupe y la Martinica, no habría para qué pensar en perder un año para aclimatarlos. No es tanto el calor como la humedad lo que les hace sufrir: una higiene adecuada, alojamiento desahogado, alimentación sana y fortaleciente, nada más se necesita para que se reduzca el noviciado a algunas semanas de trabajo moderado. En conclusión, creemos que una doble corriente de emigración de colonos belgas y de coolies indios es el medio hoy más eficaz para obviar la falta de brazos que en no lejano término constituiría un insuperable obstáculo al desenvolvimiento agrícola del país. Brazos para las rudas faenas de la tierra nos los dará el coolie indio en condiciones por todo extremo ventajosas; los belgas nos darán artesanos y operarios para todos los oficios del taller. Veremos desaparecer entonces esos precios exagerados que produce y autoriza la completa desproporción entre la oferta y la

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demanda, resultado de la carencia de obreros, y sobre todo de obreros especialistas. Tal es la fuente en que debemos renovar el personal de nuestros operarios. Veamos ahora el medio práctico de llevar a cumplida ejecución este proyecto. Ante todo, consideramos indispensable la celebración de un tratado con Bélgica, que asegure al inmigrante todas las ventajas que encuentra en su propia casa. Es preciso que la Sociedad Agrícola, formada por nuestros hacendados, nombre de su seno una comisión que se hará cargo de recoger los pedidos y de comunicarlos al Gobierno, para que este haga venir los trabajadores. Debemos obtener asimismo que el gobierno belga acredite aquí un cónsul; que nuestro ministro plenipotenciario en Bélgica recomiende al Gobierno el nombramiento de cónsules que representen los intereses de la República en los grandes centros belgas y principalmente en Amberes. Todos ellos harán la necesaria propaganda para inducir los emigrantes a venir a Santo Domingo. En cuanto a los coolies indios, el medio más expedito sería que el Gobierno tratase directamente con la Sociedad de Emigración de la Guadalupe. Pero es incuestionable que la iniciativa deben tomarla los primeros interesados en el asunto, es decir, los hacendados. En tales condiciones, querer es poder; el mejor servido es el que se sirve a sí mismo. No gastemos el tiempo en discusiones estériles; hagamos pronto, para hacer bien, y no esperemos que sea ya tarde para aplicar el remedio al enfermo. El Eco de la Opinión, No. 185, 12 de enero de 1883.

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Agricultura. Crianza

¡Una disposición más, y una buena disposición, la que en días pasados dictó el Ayuntamiento constitucional de San Carlos! Lleva la fecha 15 de noviembre del último año transcurrido. No es, pues, muy reciente, y con este motivo hasta pudiera hallarse que andamos trasnochados en nuestros editoriales. Empero, nuestro aplauso, por ser tardío, no es menos sincero, ni deja por ello de ser muy merecido. ¿Debemos acaso renunciar a las reflexiones que suscitara en nosotros el estudio del acuerdo municipal de la villa de extramuros, porque haya perdido este el carácter de la palpitante actualidad, cuando es de vivo y permanente interés el asunto que las motiva? Citemos, pues, en compendio, la sustancia del acuerdo mencionado, que trae inserto la Gaceta Oficial en su número 443 correspondiente al 9 de diciembre último. Se prohíbe primero la vagancia de reses en toda la común, exceptuando los lugares reconocidos de crianza. Se permite luego que vaguen las vacas de leche por cuatro meses a contar de la fecha, es decir, hasta el 15 de marzo, a condición de tener dichas vacas alza-prima durante ese tiempo y de permanecer encerradas de noche. Se establece también la multa que debe pagarse por la res que vagase sin alza-prima, y se prohíbe en absoluto la vagancia de cerdos, chivos, bestias y burros, enemigos todos de la agricultura. Lo repetimos, el Ayuntamiento de San Carlos merece un aplauso entusiasta. 217

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Él ha comprendido esta gran verdad: los perjuicios que causa a la agricultura la vagancia de los animales son comparables a los que causa a la moral pública la vagancia de los seres racionales, es decir, inmensos. Él comprende asimismo, y lo prueba su acuerdo, que la riqueza del país estriba en la agricultura, y que, mientras exista esa tolerancia inaudita que deja los animales mantenerse en, y de las propiedades ajenas, serán vanos todos los esfuerzos intentados para crear la pequeña agricultura, inútiles todos los afanes por darles vida a los cultivos de frutos menores. Hay que remediar, pues, esos abusos, esas dilapidaciones de los irracionales, esa falta de organización por parte de la ley. Lo pedimos en nombre de los más, que son los desheredados de la fortuna. Abogamos en nombre del agricultor, del pequeño propietario; este es el que más necesita de que la ley lo proteja; porque en él está vinculada la solución de uno de los grandes problemas económicos de la República, el de los frutos menores y productos alimenticios que aún pedimos al extranjero. En este mismo periódico se ha llamado varias veces la atención acerca de esta anomalía: introducir con grandes sacrificios del exterior, legumbres y granos como arroz, habichuelas, garbanzos, cebollas, papas, etc. que podemos producir mejor y más barato en nuestra tierra. Y ¿sabéis por qué no puede el pequeño agricultor entregarse a esos cultivos remunerados? Porque para ello habría menester de un capital cuantioso que le permitiese establecer en torno de su pequeña finca esa barrera o fortificación que llaman cerca, empalizada de palenque, de culebra, de caballo, etc. Nada más justo que defenderse contra los malhechores, esos animales extraños, que por tolerancia se dejan vagar con entera libertad, penetran en un conuco, en un campo de caña, en un platanar, y destruyen en un momento el fruto de muchos meses de trabajo. Esto constituye un ataque directo a la propiedad, una injusticia a que debemos poner término.

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Hay, si no nos equivocamos, una ley que declara zona agrícola ciertos valles de la costa en una extensión de 7 u 8 leguas y que prohíbe dejar animales sueltos en ellos. Pero la ley natural, que es la mejor, aconseja tener cada cual sus animales en su casa, amarrados o sueltos, pero encerrados en un espacio determinado, de tal suerte que no perjudiquen al vecino, y de modo que alguna señal aparente indique hasta dónde alcanzan los derechos del dueño, y dónde principian los derechos de la colectividad. Lo que es de uno no puede ser de todos; y asimismo lo que es de uso común no puede seguir siendo del dominio privado. Tenga cada cual su posesión definida, sus animales vigilados, y la garantía común será el resultado de que todos se beneficiarán, y podrán invertirse en el cultivo de la tierra las sumas que actualmente se destinan a rodear, amurallar y fortificar la propiedad que ha de explotarse, o a reponer los pedazos que la intemperie y la consabida tolerancia de animales hayan maltratado. En efecto, el precio de los terrenos en las zonas que hoy se pueblan de ingenios es en término medio de $1,25 la tarea, o sea, $20 las 16 tareas que dan una hectárea. Estos terrenos son los más ricos y más fértiles, y por este motivo son también los más caros. Pues bien, para cercar este espacio de terreno, estas 16 tareas, y protegerlas eficazmente contra los merodeadores del monte, es de todo punto necesario gastar el doble del precio de compra, o sea, $40, y todos los años habrá que gastar algo para reparar el recinto fortificado. Esto es antieconómico. Aquí, como en Cuba, como en todos los países agrícolas, ha surgido este conflicto del perpetuo antagonismo entre la agricultura y la crianza. En todos se ha resuelto a favor del estado social más perfecto contra el estado social menos perfecto. La una representa una industria primitiva, el pastoreo; la otra representa una industria secundaria, una etapa más en la vía de la civilización. El país adelanta más y más cada día. Ya es tiempo de pronunciarnos por una u otra: escojamos la causa del progreso contra el atraso y la rutina.

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El beneficio que resulte será de los mismos criadores, cuyos productos han duplicado su valor desde que tomó vuelo el fomento agrícola. No vacilemos; la agricultura no es solamente nodriza del pueblo dominicano, como de todos los pueblos; ella es más aún. Es una madre cariñosa que lo ha lactado y sigue nutriéndolo con su propia vida para salvarlo de la miseria y la desgracia. Seamos agradecidos. Está demasiado arraigado en la República el respeto de la propiedad, importa demasiado que se sepa en el extranjero cuánto nos empeñamos en garantizarla, para que vacilemos en el cumplimiento de este patriótico deber. Léase el acuerdo del Ayuntamiento de San Cristóbal y procédase en consecuencia. Y, si esto diese por resultado el que se ponga fin a la vagancia de los animales, no solamente en las comunes; sino hasta en las calles de algunas ciudades, ¡qué fortuna! El Eco de la Opinión, No. 187, 26 de enero de 1883.

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Samaná puerto franco

Ha llegado el momento de tratar este asunto de trascendencia para los intereses políticos e internacionales de la República. Postergarlo por más tiempo sería dilatar indefinidamente, por timidez o apatía, el advenimiento de un progreso cierto, real, grandioso, y perder tal vez la ocasión más propicia para resolver el punto en armonía con las necesidades de la época y las exigencias de un patriotismo justamente celoso y fácilmente asustadizo. Se hallan en efecto entre nosotros, desde algunos días, los iniciadores del proyecto ha tiempo presentado al Gobierno para la formación de la Compañía de Puertos Francos de Santo Domingo, como medio de abastecer y aprovisionar los vapores que atraviesen el camino interoceánico de Panamá. Vamos, pues, a verter algunas reflexiones acerca de este asunto de capital importancia entre todos los que pudieran hoy solicitar el patriotismo y la atención de los dominicanos. Los promotores de la obra han debido preocuparse de proporcionar a los buques que atravesaran el istmo puntos de arribada y de abastecimiento: de ahí el que fijaran su atención en la isla de Santo Domingo, situada en medio del archipiélago antillano y que separa el océano Atlántico del mar de las Antillas. Esta isla, distante cerca de 12 días de navegación (por vapor) de Europa, cinco a seis días de Nueva York y cuatro días de Panamá está colocada en el paso de todo navío que se dirija al canal y ofrece dos puntos: la bahía de Samaná y la del Mole San Nicolás. 221

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Estas dos bahías, por la facilidad de su acceso, su situación al abrigo de los vientos y de las tempestades, la profundidad y la limpieza de sus aguas, vírgenes de arrecifes; por la vasta extensión de sus radas, son los puertos más propios en todas las Antillas para servir de depósitos de carbón, de mercancías, de aprovisionamiento de víveres, de hielo, etc., y de centro de abastecimiento a la navegación de ambos mundos. Su superioridad para estos fines sobre La Habana y Saint Thomas, bajo el concepto de la salubridad del clima y de la seguridad del puerto, es indiscutible. Empero –se nos objetará–, desprovisto como se halla el puerto de Samaná de todas las obras que son necesarias para adecuarlo al objeto proyectado, ¿cómo se llevarán a cabo los trabajos necesarios? ¿quién suministrará los capitales indispensables para la construcción de muelles, depósitos, dársenas, almacenes, de capacidad suficiente para el tráfico que ha de surgir? –La “Compañía de Puertos Francos de Santo Domingo”, formada por los empresarios. Reconocida, en efecto, la deficiencia de los recursos propios para que el Gobierno pudiera acometer directamente estas obras, hay que convenir en la necesidad de una ayuda extraña, siempre que las condiciones de su concurso no sean demasiado onerosas. La compañía pide en consecuencia la autorización de hacer todos los trabajos necesarios para poner el puerto de Samaná en estado de servir de punto de abastecimiento a las naves de todas las nacionalidades, y de construir talleres de arena y de construcción, depósitos de carbón y otros almacenes, muelles, favor, balizas; de relacionar el puerto telegráficamente con el archipiélago de las Antillas, el continente americano y la Europa, y de tomar, en fin, todas las medidas necesarias para ofrecer la seguridad más completa a las naves que allí tocaren. La compensación a estos desembolsos parece buscarla la Compañía en el usufructo por 99 años de los terrenos de la península que solicita del Gobierno (no siendo este, en nuestro concepto, el medio más oportuno); y en la percepción de un derecho fijo de uno por ciento sobre la factura real, que pagarán todas las mercancías

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depositadas, y cuyo impuesto será aplicado al entretenimiento de las dársenas, muelles, fuegos y policías del puerto. Acerca de este derecho solo hacemos una reserva. No creemos que deba cobrarlo indefinidamente la Compañía a favor. Creemos justo que se estipule como término a la percepción del referido impuesto, el plazo suficiente para el reembolso de los gastos anticipados por la Compañía, y que después de esta época participe el Gobierno en una proporción equitativa de la entrada indicada. Las mercancías de toda procedencia importadas por mar en el puerto de Samaná, serán francas de todo derecho de entrada hacia el Estado, pero pagarán estos derechos si salen de la ciudad para entrar en el interior del país; y los productos que vengan del interior o de los otros puertos del país a la ciudad de Samaná pagarán los derechos de salida señalados por las tarifas de aduanas para la exportación de los mismos. Por los anteriores párrafos podrá el lector formarse una idea de la naturaleza del hecho que se trata de llevar a cabo con la anuencia del Gobierno dominicano. Nos referimos a la declaratoria de Samaná como puerto franco. Es decir que, sin perder la República un ápice de su jurisdicción en la bahía, se hallaría esta abierta a las naves y al comercio de todas las naciones, que gozarían en ella de los mismos derechos y privilegios, sin exclusión de ninguna, pero sin preferencias. La situación de Samaná vendría a ser la del puerto de Saint Thomas, colonia danesa, en donde entran libremente las naves de todas las naciones, sin satisfacer derechos al fisco, y que no por esto deja de estar en todo bajo la dependencia de su metrópoli. Asunto de organización interna y ocasión de reforma en nuestra máquina administrativa, sería el establecimiento de una o dos aduanas terrestres en los puntos de tránsito entre Samaná y el interior. Mas, como la península toda quedaría en breve poblada hasta lo sumo por efecto de esta medida, no vemos asomar inconveniente alguno por este lado. En cuanto a la merma que como consecuencia habrían de sufrir las rentas del erario el día que se pusiese en práctica este proyecto,

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no creemos tampoco que deba ser un óbice a su realización. El Gobierno puede, en efecto, pedir a la Compañía que le indemnice la pérdida que de momento experimentaría, y de seguro que sobre esta base llegarían bien pronto a un avenimiento. En resumen, creemos que este pavoroso asunto de la neutralizada de la península, como la del C anal de Panamá para Colombia, debe perder lo que tiene de fatídico para la República y convertirse en motivo de interés general y de inmediata utilidad pública. Lejos de ser perjudicial, es conveniente, por cuanto el momentáneo desequilibrio que produzca en el Tesoro será compensado en mil otras formas por el desarrollo de nuevas riquezas en la península; y lo es, principalmente, por cuanto esta medida constituye una garantía para la independencia nacional, formando como un protectorado colectivo de todas las naciones del globo, que será el puntal más firme de la autonomía de la República. No hay, pues, que vacilar. Y ahora léase, con motivo de Samaná, lo que de su “espléndida y noble bahía” escribe un entusiasta amigo nuestro a una persona muy allegada: Querida, dice: este es el lugar más lindo del mundo, y de buena gana me quedaría aquí. Esto es bello, grande, admirable. No hay Arcachón ni Etretat que pueda comparársele. A cualquier lado que uno vuelva la vista, es un esplendor. Yo consagraría gustoso mi vida a salvar este pedazo de tierra de la codicia extranjera. Aquí ha vuelto a renacer todo mi patriotismo; y daría mi vida por hacer de esto el emporio de riquezas de la República y prepararle un banquete de prosperidad a todos los pueblos. Aquí me siento dominicano puro, sin flaquezas y sin corrupciones de codicia, y capaz de defender la patria heroicamente contra todas las fuerzas que contra ella se coligaran. Me siento ennoblecido por Samaná; y, con todo el

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entusiasmo de la juventud, clamaría a voces contra la Europa y Norteamérica a la vez: ¡Viva la República! ¡Viva la Independencia! El Eco de la Opinión, No. 189, 9 de febrero de 1883.

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Industria apicultora

Por disposición del Ministerio de Fomento se ha publicado en el penúltimo número de la Gaceta una instancia dirigida al Gobierno por un señor J. R. de Villalón, cubano residente en Nueva York, tendente a fomentar en la República la crianza de abejas y colmenares. Siendo la mente del Ministerio “conocer la opinión de la prensa sobre los particulares que ella abraza”, vamos, por deferencia y por deber, a emitir nuestra opinión acerca de la referida instancia. Para llevar a cabo la realización del proyecto deducido en su bien razonada exposición, pide en primer término el señor Villalón la exención por diez años de todas las máquinas, aparatos, utensilios y materiales de todas clases destinados a la finca, y cuya larga enumeración se expresa en la instancia. En nuestro concepto, el término de diez años es excesivo, y no guarda proporción con las franquicias acordadas a la industria madre, la agricultura, a cuyos establecimientos debe equipararse la finca de nueva clase y en grande escala que se intenta plantear con la protección del Gobierno. Podrá acaso objetársenos que nada pierde el Estado al acordar una exención temporal de derechos que hoy por hoy no se perciben, y que compensarán con creces esta dispensa el día que la finca esté fomentada. Pero debemos estar atentos en no perjudicar al gremio comercial entero con la libre introducción de tan gran cantidad de artículos que aquel acostumbra importar para el consumo. Redúzcase cuando menos el plazo a la mitad del término indicado que aún así, es mucho conceder. Pero lo creemos equitativo, 227

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en gracia del propósito que abriga el señor Villalón, y que ha de convertirse en condición, de abrir en la misma finca una escuela de agricultura teórico-práctica y gratuita; la cual, a la vez que provea al empresario de suplentes y sucesores adecuados, difunda en el país los conocimientos científicos que sustituyan a la incuria y la rutina dominantes en el actual sistema colmenero de nuestros inexpertos agricultores. En esto consiste realmente el gran beneficio que se derivará de la empresa que acometa el señor Villalón en la República, mejorando una industria que aunque productiva, se halla hoy en estado estacionario y primitivo. Así abrirá nuevos raudales de riquezas a la actividad de nuestros labradores. Pide asimismo el señor Villalón la exención de los derechos de exportación por el mismo período de tiempo, de los productos de la finca, tanto de los que provengan directamente de las colmenas, como de los secundarios, o derivados de algún cultivo menor que convenga a aquella y aún de la transformación fabril de materias de la misma. También creemos exagerada en esta parte la pretensión del empresario. El Estado se perjudicaría evidentemente si consintiese esta franquicia, cuyo producto está destinado precisamente a compensar el efecto de la exención de derechos acordada a la maquinaria, materiales y animales destinados a la finca. Debe, pues, en nuestro concepto, ceñirse el señor Villalón únicamente a obtener del Gobierno, si ello fuere posible, la rebaja de una parte del derecho fijado por el arancel a dichos artículos, y esto, por el término ya indicado de cinco años, o siquiera durante el período que se considere de ensayo. En cuanto a la tercera franquicia, o sea la exención de toda contribución directa sobre los productos y propiedades de la empresa, durante el plazo fijado para el establecimiento de la finca, el Estado no podría responder sino por sí mismo, como lo observa juiciosamente nuestro colega El Mensajero. Empero, sepa el señor Villalón que las temidas contribuciones son aquí desconocidas, y que solo los ligeros impuestos conocidos con el nombre de arbitrios

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municipales pueden producirse, siempre con moderación, entre nosotros. Y por lo que respecta a la preferencia para ocupar terrenos del Estado, nada difícil nos parece darle plena satisfacción en este punto: ahí está la ley sobre concesión gratuita de los terrenos del Estado, a cuyas prescripciones podrá dicho señor acogerse para quedar constituido en propietario de los que ocupe. En suma, juzgamos de grande utilidad para la República el planteamiento en ella de una finca destinada a fomentar y mejorar la crianza de abejas por persona tan competente como revela serlo el señor J. R. de Villalón. ¡Ojalá se convenza este señor de que, mediante las ligeras modificaciones que con el criterio más liberal hemos hecho a su solicitud, puede él llevar a cabo su empresa en favorables condiciones de éxito! ¡De seguro que no habría de arrepentirse más tarde de haberlo intentado!... El Eco de la Opinión, No. 190, 16 de febrero de 1883.

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Puerto de Santo Domingo

Vuelve la cuestión “puerto” a ser tema de glosas y objeto de conversaciones. El domingo último, en los salones del Club del Comercio, convocó la Junta Directiva de la Sociedad de Estudios a los accionistas en asamblea general, para darles cuenta de su gestión y presentarles la Memoria del ingeniero encargado de los trabajos preparatorios*. Todos o la mayor parte de los accionistas suscritos, asistieron a la reunión. El secretario de la junta leyó la memoria particular en que se da cuenta de la administración de aquella: se acordó darle un voto de gracias por su gestión. En seguida se repartió el informe impreso del ingeniero, no exhibiéndose los planos anexos, por la ausencia temporal de este. Quedó convenido exhibirlos en el local del Club durante los días subsiguientes, y presentarlos al Gobierno el día jueves para que este, después de enterado de las condiciones de la obra, pueda ponerla a concurso, según los términos de la concesión preparatoria. Antes de iniciarse la discusión acerca de los proyectos presentados por el ingeniero, acordose agregar a los miembros de la Junta * El ingeniero era el francés Henri Thomasset; y la memoria que este presentó a la referida sociedad se titula Puerto de Santo Domingo. Memoria presentada a la “Sociedad de Estudios para la Limpieza del Puerto”. El texto completo lo hemos incluido en el volumen dedicado a Thomasset Memorias, informes y noticias dominicanas. Publicaciones del Archivo General de la Nación, Vol. LXIX, Santo Domingo, 2008, pp. 15-71. (Nota del editor).

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Directiva los señores Bass y Victoria, para ayudarlos en las gestiones ulteriores. En cuanto a los proyectos discutidos con copia de deducciones científicas y sobra de datos prácticos en la Memoria del ingeniero, Mr. Thomasset, se reducen al establecimiento de un puerto marítimo formado artificialmente en la rada, y al de un puerto fluvial a la entrada del río. Nosotros no vacilaríamos en pronunciarnos por el primero de esos dos proyectos, si cupiese dentro de los límites de nuestros recursos económicos. Mas, la cifra a que ascienden los trabajos de esta obra gigantesca, que, de ser posible, haría innecesarios los desembolsos del segundo proyecto, no podría llevarlos a cabo una compañía formada en la República: su costo asciende a $750,000 próximamente, en trece años y medio de trabajo. Hay, pues, que decidirse por el segundo proyecto, que consiste en la creación de un puerto fluvial, fundado en la destrucción de la barra actual, a fin de obtener la necesaria uniformidad en la corriente. Su costo es de 151,000 pesos, y la duración de los trabajos es de tres años solamente. Por él se han decidido la Junta Directiva y los más de los accionistas, si bien haciendo la reserva de que los precios del presupuesto formulado por el ingeniero son demasiado módicos y deben por tanto, elevarse notablemente. Tal vez no carezcan de razón los que así piensan, aunque recordamos que al fijar el ingeniero la suma aproximada de $3,000 para los gastos de los estudios preliminares los mismos miembros de la Junta le tacharon de inexperto en punto a trabajos locales; y sin embargo, dicha suma no ha sido alcanzada por los gastos del estudio preliminar. Así y todo, queremos convenir en que para trabajos de esta magnitud –por precisos y concienzudos que sean los datos allegados por el ingeniero, procedentes de los maestros y operarios del país–, se ha de presuponer un 15% siquiera de excedente para aplicarlo a gastos imprevistos. Elévese a 30% ese tipo, a causa de las condiciones especiales del país y presupóngase una suma de $200,000 para los trabajos de apertura del puerto.

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Creemos que aún así está el proyecto muy al alcance de los capitales del comercio de esta plaza. El gasto principal será la compra del material necesario para principiar los trabajos, sean dragas, martinetes de vapor, material de ferrocarril, lanchas y útiles generales; lo valuamos todo en $50,000. A partir de este momento habrá que atender solamente a la compra de los materiales que necesiten las obras y al pago del personal empleado, que calculado en 100 hombres, exigiría un gasto de $3,000 mensuales poco o más o menos, por tres años, sean $36,000 multiplicado por 3,000, igual a $108,000. Según estos cálculos la obra general alcanzaría un total de $158,000. Pero reconocemos la deficiencia de estos datos y solo los aducimos como ejemplo para nuestras deducciones. Este capital hay que halagarlo con el aliciente de un interés remunerador, es decir, equitativo. Para determinar el tipo de este interés debemos colocarnos en el doble punto de vista de la especulación mercantil y de la conveniencia nacional. El impuesto de barra y el derecho de tonelada aseguran, anualmente, desde ahora una entrada de $16,000 próximamente, destinada a la amortización del capital invertido; son en tres años cerca de 50,000 pesos reembolsados. Si estas entradas no bastasen para amortizar el capital invertido con sus intereses en el tiempo conveniente, arbítrese un nuevo medio, que aumente las entradas dichas haciendo, si es posible, que la arbitrada contribución recaiga sobre las transacciones llamadas a beneficiarse en primer término con la apertura del puerto, como la carga y descarga de los buques. Todas estas rentas dadas en garantía podrá percibirlas la Compañía según se vayan causando, hasta la amortización del capital y de los intereses devengados, al tipo de 12 por ciento. Este tipo está en relación exacta con el transitorio estado económico del país y la empresa de utilidad pública de la cual va a derivar inmediatos beneficios el gremio comercial de esta ciudad.

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Si se le alza exageradamente, se empeora la situación del pueblo con un nuevo gravamen, que pesará sobre él como todos los derechos de aduana. De ahí el interés que tenemos por que no se pague demasiado caro el valor de la obra, porque en definitiva es el contribuyente, el pueblo, quien sufraga su costo. La remuneración que obtenga la Compañía empresaria, repetimos, ha de ser equitativa. Esta equidad consiste en mantenerse a igual distancia de los dos extremos. Así veremos realizada la obra a satisfacción de todos: así quedará destruida la barra y tendremos puerto. Nosotros no entendemos de combinaciones económicas. Estas sencillas reflexiones nos las ha inspirado el sentido común, a una con el patriotismo, y las sometemos a los que tengan como nosotros deseo de que se lleve a cabo la más urgente obra de utilidad material en la República. El Eco de la Opinión, No. 190, 22 de febrero de 1883.

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El 27 de Febrero. ¡Justicia a sus mártires!

Próximo está ya el gran día, el día que recuerda el año cuadragésimo del nacimiento de la patria a la vida de la autonomía. El pueblo emancipado en tal fecha de una dominación extraña, comprende lo augusto de la libertad, pues celebra con alborozo la fiesta de la nacionalidad dominicana. Tal es el motivo de las manifestaciones públicas y privadas a que estamos asistiendo; el patriotismo del pueblo se despierta poderoso y entusiasta al evocar el recuerdo de sus héroes y paga el merecido tributo de admiración a su memoria. Este despertamiento patriótico infunde aliento al corazón, que se comprime al recordar el eclipse momentáneo de la nacionalidad en días aciagos, y le inspira fe y confianza en lo porvenir. Sí, el entusiasmo con que el pueblo y el Gobierno conmemoran las hazañas de sus héroes es prueba evidente de que aún arde pura en los pechos la llama del patriotismo que indujera a un puñado de hombres abnegados a jugar la vida por despedazar el yugo de la dominación extranjera. ¡Honra y prez a esos héroes, y a todos, sin excepción, oscuros a esclarecidos que, después de haber creado la nacionalidad dominicana con la fuerza de su espíritu y la pujanza de su brazo, existan aún entre nosotros las nobles inspiraciones del patriotismo y con la virtud de su ejemplo nos ayudan a conservar intacto el legado de la Independencia! ¡Honor y alabanza, salud y bendición a los preclaros nombres de la grande epopeya nacional; a los que concentran en sí toda la 235

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gloria de sus compañeros y simbolizan la época de los varoniles propósitos, a los nombres de DUARTE, SÁNCHEZ Y MELLA! Pero, no lo olvidemos, esos derechos de un pueblo libre fueron vejados con la sangre de nuestros próceres, y el sacrificio de las vidas inmoladas en aras de la patria nos impone, a nosotros sus descendientes, grandes e imprescindibles deberes. Nuestro primer deber ha de ser el de la gratitud, mas no de esa gratitud platónica que cree pagar todas las deudas con la sola intención del bien obrar. Nuestra gratitud, para ser eficaz ha de traducirse en hechos, debe ser justicia. Y bien ¿hemos sido justos? Que responda la historia. Apenas si ha principiado la hora de las reparaciones. En 1875, bajo el gobierno del general González, por iniciativa de una Sociedad Patriótica, “La Republicana”, se trasladaron con la debida pompa a esta ciudad los restos del prócer y mártir de la Independencia Francisco del Rosario Sánchez, grande por su iniciativa en la obra de organización que siguió al arrojo del pronunciamiento en el baluarte del Conde, más grande aún por su muerte en los campos de San Juan. Hoy descansan sus restos en una capilla de la catedral de Santo Domingo, hasta que llegue la hora de la justicia y del desagravio para sus demás compañeros de gloria y de martirio, transformándose la capilla en panteón nacional. Pero aún yacen en tierra extranjera, si bien hospitalaria, los restos del iniciador de la grande idea de separación que produjo la Independencia, el prócer Juan Pablo Duarte. En un cementerio de Caracas descansan los despojos mortales del abnegado patricio que todo lo sacrificó en aras de esta idea y no obtuvo de sus contemporáneos sino persecución y olvido. Cierto es que la actual generación no es del todo acreedora a la censura de la historia; que no han faltado espíritus levantados que se antepusieran a una obra de justicia póstuma, para indicarnos el deber aún no cumplido.

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En 1876 escribía el austero Espaillat a la familia del prócer: “¡Que sus restos encuentren pacífico descanso en esa tierra hospitalaria, mientras la Patria pueda disponer su digna traslación!” Tres años más tarde, el Ayuntamiento de Santo Domingo, en sesión del 19 de agosto, resolvió dar los pasos necesarios para con la familia del ilustre prócer, pidiendo y obteniendo de ella los preciosos restos para trasladarlos a esta capital con la debida solemnidad y colocarlos al lado de los de Sánchez, su compañero de gloria, semejante a él en infortunio; como también solicitar una fotografía de su persona para sacar por ella un retrato al óleo, que se colocaría con otro de Sánchez en el Salón de cuadros nacionales votado por aquella Corporación. Ah ¿por qué no brilla la luz de la justicia sino sobre las tumbas? Ha principiado ya a cumplirse el acuerdo del Ayuntamiento de Santo Domingo. El retrato de Duarte ha sido conducido a esta ciudad por la persona cometida al efecto desde 1879, el respetable anciano don J. P. Diez, y será expuesto con el de Sánchez a la veneración del pueblo en la sala capitular el aniversario del gran día. Mientras tanto, los restos del héroe descansan a orillas de extranjeros ríos… No dudamos ni un momento que los miembros de la corporación municipal de Santo Domingo no cumplen con el deber que les imponen a una el precedente citado y la gratitud nacional, trasladando los restos de Duarte al seno de la Patria. Nosotros, en nombre de la prensa dominicana, que se identifica toda en este noble propósito, así se lo pedimos y así lo esperamos. Empero, no sería completa esta reparación; que parece haber reservado el destino a nuestra generación actual, si a la traslación de los restos del prócer se limitase. Este acto de justicia, para ser efectivo, ha de extenderse a los deudos del patriota –dos hermanas y un hermano inválido–, que con él compartieron el pan del ostracismo y todos los dolores del destierro. ¿Será justo imponer a esos seres la dura prueba de una separación desgarradora de esos restos queridos que, cual poderoso

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imán, atraen incesantemente la llama de sus afectos, y mantienen viva la esperanza del regreso a la patria? Lejos de nosotros la idea de cometer tamaña crueldad, separando en el triunfo de la muerte aquellos que en el martirio de la vida estuvieron unidos. ¡No, semejante proceder sería inhumano! Las hermanas deben acompañar al hermano, y seguir siendo lo que hasta ahora han sido, las vestales que alimenten sin cesar el fuego sagrado de la piedad fraternal en torno a aquella urna que forma el eje de su existencia y representa para ellas la imagen de la patria. Esto no será difícil, si nosotros sabemos ser justos al par que agradecidos. Cuando Duarte, en los confines de Guayana, adonde se había retirado huyendo del contacto de los hombres después de la pérdida de sus más caras ilusiones, oyó decir o supo por una hoja impresa llevada por el acaso a los ignorados sitios donde moraba, que la patria de sus delirios se conmovía y forcejeaba por romper el yugo que la traición y el egoísmo intentaran imponerle, él no vaciló, y queriendo renacer en su ya enfermo corazón el fuego adormecido de los primeros días, tornó a la patria de sus mayores para venirle a ofrendar lo único que poseía, la vida. “Aquí estoy” dijo, al incorporarse en las filas de la revolución restauradora. ¿Y nosotros, después de consumado el triunfo, negaríamos a sus deudos un pedazo de tierra y un poco de sol en la patria definitivamente emancipada? No, que esta conducta sería impropia de quien comprende todos los bienes que se derivan de la posesión de los derechos adquiridos al ser humano; y el pueblo dominicano, guardián celoso de estos derechos, no merece semejante agravio. Nosotros esperamos, por tanto, hallar eco simpático entre los moradores de esta histórica ciudad, al iniciar la idea de una suscripción popular para la traslación a Santo Domingo de las hermanas y hermano de Juan Pablo Duarte, en unión de los restos del prócer que por cuenta del Ayuntamiento se han de restituir a la patria.

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Dicha suscripción queda desde luego abierta en esta oficina encabezada por la redacción de El Eco de la Opinión y se hará oportunamente circular. Pedimos para ella el consenso de los ciudadanos que quieran celebrar con un acto meritorio el aniversario de la Independencia nacional. El Eco de la Opinión, No. 191, 27 de febrero de 1883.

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La Iglesia y el Estado

Trae el número 455 de la Gaceta Oficial un acta de la Junta Superior de Estudios, que fue convocada por el ministro del ramo con el objeto de dar cumplimiento a lo prescrito por el artículo 26 de la Ley orgánica de estudios profesionales, es decir, con el objeto de formar y presentar al Poder Ejecutivo las ternas de funcionarios para el Instituto Profesional. Forman esa Junta, según el Reglamento de Instrucción Pública, el ministro de este despacho, el prelado eclesiástico, el presidente de la Suprema Corte, el Procurador General de la misma, y el presidente del Ayuntamiento. De ahí nuestra sorpresa al ver figurar en ella al secretario de cámara de S. S. el vicario apostólico de esta Arquidiócesis, siendo así que el cargo de vocal de la Junta es honorífico, personal y no puede delegarse. Prueba de ello es que, al no poder asistir a la sesión de que tratamos, el presidente de la Suprema Corte no pensó, ni pensar pudo, en hacerse sustituir por un miembro de aquel alto tribunal. Y lo que no pueden permitirse los demás vocales de la junta ¿sería un privilegio exclusivo del señor vicario apostólico? Consideramos, pues, como totalmente desprovisto de carácter al señor secretario del Arzobispado aparte sus prendas personales, que no están en tela de juicio, para figurar una corporación de elevado rango como lo es la Junta Directiva de Estudios. Es de sentirse que no lo entendiera así el señor ministro, presidente de la dicha junta. Vea, si no, a cuántas anomalías y contradicciones queda expuesta su alta autoridad. 241

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El acta enuncia primero las personas que forman la junta, atribuyendo a una de ellas contra toda ley y todo derecho, la representación de S. S. el señor vicario apostólico: ¿qué sería de la junta, y cómo cumpliría esta los deberes que le impone la ley de su organismo, si todos sus miembros se hiciesen representar por un delegado? Habla luego el acta del “representante de la delegación apostólica”… ¿En virtud de qué ley ni cómo podría el delegado de la Santa Sede tener voz en una corporación cuya misión es organizar el régimen interior de una rama de nuestra vida política? Y firma en fin el señor secretario en cámara de Su Señoría como vocal de la junta. Por lo que preguntamos nuevamente: ¿desde cuándo, y por virtud de qué mandato, es vocal de la Junta Superior de Estudios el secretario de cámara del señor vicario apostólico? Ningún precepto legal autoriza esta práctica, que consideramos abusiva y arbitraria. En cambio, sí existe una ley superior a todas las leyes, la Constitución, que prohíbe este modo de proceder. El texto constitucional declara (Art. 101) ineficaz toda autoridad usurpada, y sus actos son nulos. El artículo 102 prohíbe a toda persona o autoridad el ejercicio de cualquier función que no le esté conferida por la Constitución y las leyes. Tenemos, pues, sobrados fundamentos para negar al secretario de cámara de Su Señoría el derecho de figurar en nuestra Junta Superior de Instrucción Pública, y para tener por desprovista de validez toda resolución de aquel cuerpo en que el mismo hubiere tomado parte. Y si aún consideramos que para ejercer empleo o autoridad superior en la República se debe ser dominicano, como dominicanos han de ser el ministro de Instrucción Pública, el presidente de la Suprema Corte, el Procurador General y el presidente del Ayuntamiento, se comprende menos que se haya admitido en el seno de aquella alta corporación, como delegado de un cargo personalísimo, a una persona de nacionalidad extranjera. La Constitución debe ser respetada con preferencia a toda otra ley, puesto que no puede hacerse ninguna contraria al espíritu y letra del pacto fundamental.

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De ello deducimos que es absolutamente ilegal la presencia de un extranjero en el seno de un cuerpo civil y político de la República, así sea este extranjero el mismo delegado de la Santa Sede. Es natural, en efecto, que en un pueblo cuya mayoría profesa la religión católica esté revestido de carácter diplomático un representante de la Santa Sede. Pero es un contrasentido que en un país que tiene un clero nacional, se le acuerde jurisdicción eclesiástica a un prelado extranjero. Este es un abuso que desde harto tiempo viene tolerándose en la República y que solo pudieron justificar las vicisitudes de los tiempos. Mas hoy que la paz está afianzada, debe el país recobrar la posesión de sí mismo y regularizar su vida religiosa, así como ha organizado su modo de ser político. Ya es tiempo de que la iglesia dominicana esté regida por un sacerdote dominicano, sea quien fuere, y de poner término a esa exorbitante contribución indirecta de cultos que en la forma de cuenta parroquial se paga a los prelados de Roma enviados aquí para representarla ante el Gobierno. El momento es oportuno. El asunto ha sido planteado ya por un colaborador nuestro, y a la prensa toda corresponde ventilar el punto y pronunciarse para que la conciencia del país se forme. Asuntos de tan inmediata trascendencia como este, no deben permanecer indefinidamente postergados por la indiferencia o la pusilanimidad. Ya es tiempo de que vuelvan a la superficie; que si ayer el respeto a la autorizada personalidad del sacerdote que regía los destinos del país nos contuvo más de una vez, ya es tiempo de tratar el tema desde el punto de vista del interés patrio, posponiendo toda consideración al deber impuesto a quien tiene la pluma del periodista en la mano, así sea por acaso. Aprovéchese el momento, pues mañana será tarde. El Eco de la Opinión, No. 194, 16 de marzo de 1883.

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El mensaje del Poder Ejecutivo

El órgano oficial ha publicado ya el Mensaje presentado por el general Heureaux al Congreso de la Nación. Es este un documento notable que enaltece a su autor, por cuanto lo presenta animado del ardoroso deseo de aprovechar cuantos elementos puedan concurrir a la paz y prosperidad de la República, al par que lo coloca a grande y envidiable altura como magistrado liberal y desinteresado. No nos detendremos a dar minuciosa cuenta de todos los puntos que abarca esta carta constitucional tan interesante en su forma cuanto sustanciosa en su fondo. A grandes rasgos trataremos los puntos capitales que ella abarca, en obsequio de nuestros lectores. ¡La paz de la República! tal es la primera palabra que pronunciara el general Heureaux. Y ¿cómo no, cuando este es el primero de los beneficios que deriva el país de la Administración actual? ¿cuando el solo hecho de haberla conservado hace acreedor al gobierno que la asegura a la gratitud nacional? ¡Sea, pues, bendita la paz, y que ella cobije siempre, como hoy, con su sombra a la República! Circunstancias que han impedido el planteamiento de una policía necesaria en esta capital; erección de San Pedro de Macorís en distrito; cordiales y fecundas relaciones internacionales mantenidas por la República con las potencias extranjeras; oportunas gestiones del general Gregorio Luperón en Europa, y en fin, estado de nuestras relaciones con Haití, las cuales se hallan en vía de consolidación, he aquí los asuntos a que van consagrados los primeros párrafos del Mensaje. 245

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Se continúa este con reflexiones exactísimas acerca del estado decadente a que ha venido la administración de justicia, estado tanto más lamentable cuanto que las honrosas excepciones de algunos puntos en que se están bien constituidos los tribunales no alteran la verdad de estos conceptos aplicados a la generalidad de los jueces. Satisface por el contrario, el movimiento de progreso que se advierte en la instrucción pública: en esta materia abunda el deseo, y es de esperarse que irá acompañado de la feliz inteligencia del perfeccionamiento que ella reclama. Llegamos al progreso material. Después de enunciar la convención firmada por nuestro Enviado Extraordinario o con la Compañía de telégrafos submarinos, centra el Mensaje a apreciar las consolidaciones del puerto fluvial de Santo Domingo, hoy obstruido por efecto de la barra desde tiempo inmemorial formada en la desembocadura del Ozama. No nos da a conocer el documento oficial la solución que haya dado el Gobierno a las proposiciones que se le hicieran para lograr la apertura de aquel, y solo se limita a verter reflexiones tendentes a persuadir al Poder Legislativo de cuánto importa evitar la completa clausura de los puertos de esta capital y Puerto Plata. Sin duda no habrá resuelto aún el Gobierno acerca de este asunto de urgente y palpitante actualidad. Es probable asimismo que la renta que se pide por cincuenta años no se haya fijado sino para dar ocasión al Gobierno de formular las bases del contrato que estaría dispuesto a admitir, pues que la suma de $50,000 anuales alcanzaría a $2,500,000 al término de aquel plazo, para resarcir un gasto de $200,000 solamente. Estudia luego el Mensaje el importante asunto del establecimiento de un banco en esta capital, cuyo proyecto, modificado que sea en algunos puntos para mayor garantía de los intereses locales, fáciles de alarmar, es, en nuestro concepto, el único medio práctico y seguro de poner término a la ruinosa situación económica del país. Recomienda en seguida el sistema de los remates como un medio más eficaz para cancelar la deuda pública que el actualmente

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usado, el cual consiste en pagar con documentos de esta especie un 15 por ciento de los derechos de aduana. Acaso sea el recomendado sistema más eficaz y, por ende, más oportuno, pero de seguro no será ni más económico ni más equitativo. Convenimos en que es sagrada por su origen la deuda contraída por los patriotas en el exterior para impedir que se enajenase la nacionalidad: acaso sea un medio eficaz de solventar este compromiso nacional el 2% hoy destinado al pago de la deuda extranjera, la cual quedará en breve liquidada. La exención de derechos concedida indistintamente a todos los que introduzcan artículos destinados a las fincas agrarias; la exoneración de todo derecho de puerto a los buques que vengan en lastre a cargar únicamente frutos menores del país; la conclusión de un nuevo tratado con los Estados Unidos por medio del cual se asegura el libre cambio recíproco de ciertos artículos de consumo general en el país que los admita, y la resolución acordando título de propiedad a los labradores campesinos que ocupen y tengan actualmente en cultivo terrenos del Estado, son ideas liberales cuya oportuna aplicación no tardará en dar resultados provechosos. El establecimiento de una escuela de náutica es mejora que reclama ya el progreso de la época y que tendría el mérito de revivir una institución que existió en la República cuando no era tan útil como hoy, dejando no obstante huella fecunda de su efímera existencia. Termina su Mensaje el general Heureaux proponiendo al Congreso que armonice el ejercicio del período constitucional haciendo que las elecciones para Presidente y Vicepresidente de la República, así como para diputados, se verifiquen simultáneamente; y al efecto renuncia a los siete meses de poder que transcurrirían desde el 27 de febrero próximo al 1º de septiembre de 1884, en obsequio del orden constitucional. Para ello fuera menester introducir una reforma a la Constitución; y aun cuando otro orden de consideraciones no impidiese aceptar la generosa renuncia del actual Presidente, por nuestra parte creemos la opinión del país poco inclinada a desear que se

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altere con tal objeto el pacto constitucional, estando, como está, bien hallado con la administración del general Heureaux. De todos modos, acepte o no acepte el Congreso la propuesta reforma, será una gloria para el actual jefe del Estado, el haberla iniciado, así como el cerrar su Mensaje con la recomendación de un decreto de amnistía. El Eco de la Opinión, No. 195, 27 de marzo de 1883.

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La unión por la paz

Triste, muy triste, es lo que acabamos de presenciar… El palenque de la discusión no debe nunca convertirse en campo de luchas personales. Los insultos no son razones ni los personalidades, argumentos. Y eso que es triste en todas circunstancias, es lamentable cuando los contendientes son hombres que defienden un mismo credo político, que militan en las filas de un mismo partido. Y cuando la paz de que goza el país es obra de ese partido; y el deber de todos los hombres que a él pertenecen consiste en hacer cada día más sólida y duradera esa paz, para lograr más pronta y eficazmente la organización completa de la República, entonces el desconocimiento de este deber implica una falta grave. Una falta: porque, en vez de afianzar, se desquicia la obra que tantos sinsabores, afanes y sacrificios ha costado. Una falta, porque se introduce el germen de la división allí donde la unión es indispensable para llevar a cumplido remate la tarea de la reconstrucción nacional. Una falta en fin, porque con ella se da, sin parar mientes en las consecuencias, un motivo de satisfacción a los contrarios, del partido nacional, alentando la ya exánime esperanza de recuperar el poder, no por virtud de las propias fuerzas, sino por efecto de los desaciertos del partido que prepondera. No nos hagamos ilusiones; la pasión política es mala consejera. Hay quien sin cesar vigile, espíe, atisbe los movimientos, los pasos, los errores que cometan los hombres de la actual situación, 249

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para menoscabar su capital político y aumentar el propio a expensas de aquel. Y, si el actual gobierno ha podido asegurar la paz del país, no es porque se hayan repentinamente convertido a sentimientos patrióticos todos sus enemigos, sino porque estos son impotentes para quebrantar la obra ya cimentada. Es porque la necesidad los obliga a aceptar lo que no pueden evitar; es por imposición, no por virtud, que ellos admiten la paz. Y siendo así, ¡júzguese cuánta satisfacción no sentirían al ver introducirse la desunión en el camino de sus contrarios, cuya inquebrantable cohesión ha causado hasta ahora el desaliento de sus esperanzas! Medítese en las lecciones de la mejoría de estos últimos años. La República goza de paz porque de cuatro años a esta parte se ha formado un partido poderoso y compacto, compuesto de miembros que por sus ideas representan la tradición nacional, abierto a todos los que de buena fe se adhieren a sus principios, cuyo ideal es el afianzamiento de la paz por medio de la libertad y, como consecuencia inmediata, la guerra a toda tiranía. Esos hombres han logrado darle paz al país, que lo agradece debidamente y así lo ha demostrado, negándose a seguir a cuantos han intentado levantar el pendón revolucionario. Cada año que trascurra pacíficamente para la República afianzará más y más los fundamentos en que descansa esa paz de donde manan todos los bienes. ¡Permanezcamos, pues, unidos para que la paz sea un hecho! ¡Permanezcamos unidos para que la República se salve! El Eco de la Opinión, No. 196, 31 de marzo de 1883.

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El progreso en Haití

Grandes sucesos ocurren en la República de Haití. Se contraen dichos sucesos a la reforma administrativa que actualmente se verifica entre nuestros vecinos del oeste, e implican una transformación completa en el modo de ser de aquel pueblo que cuenta ya ochenta años de vida independiente. En sesión extraordinaria se abrió la Asamblea Nacional de Portau-Prince el 19 de febrero, con el objeto de conocer de varios proyectos de ley sometidos a sanción de la Cámara de Representantes y del Senado. Son verdaderamente notables las consideraciones que en el Mensaje con tal motivo dirigido a las Cámaras hace el presidente Salomón acerca de las leyes cuya honrosa iniciativa ha tomado. El ilustrado presidente de Haití reconoce que el origen del amortiguamiento gradual de las fuerzas vivas de su país es el aislamiento, que, al privarlo del concurso de la civilización universal, lo mantiene en completa dependencia del extranjero respecto de productos y objetos materiales que podía demandar a su industria y a su suelo. Sometido Haití a la tutela del exterior para la satisfacción de sus más urgentes necesidades, los medios de trabajo, cada día más difíciles, han hecho desaparecer a la larga el hábito de aquel, y por consecuencia lógica, ha venido el Estado a quedar convertido en dispensador de la fortuna de los ciudadanos. Es decir, que en Haití como en Santo Domingo, aspiran todos a vivir del presupuesto, pudiendo considerarse este como una calamidad pública. 251

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Para remediar las consecuencias del malestar económico producido entre nuestros vecinos por la mala venta de su principal artículo de exportación en Europa, propone el presidente Salomón una serie de medidas que tienen por objeto la reconstitución material del país. La rebaja de los derechos excesivos y la extensión de la propiedad, como medio de multiplicar los cultivos y de atraer al capital extranjero en la forma de sociedades anónimas, son los medios que indica aquel jefe de Estado para promover el progreso en Haití. Entre las leyes a que nos referimos, es la primera la que exonera los arrendatarios del Estado de toda deuda hasta el 30 de septiembre de 1882, pudiendo estos revalidar sus contratos desde el mes de octubre subsiguiente y reparar así las consecuencias de los disturbios políticos que los han impedido beneficiar los terrenos arrendados. Con fecha 27 y 28 de febrero se ha dictado otra ley de concesión condicional de los terrenos del Estado, encaminada a alentar la agricultura y aumentar los agentes del cambio comercial. Según esta ley, todo ciudadano que se comprometa a cultivar los siguientes artículos: café, caña, algodón, cacao, tabaco, añil, ramié y cualesquiera otros productos de exportación, tendrá derecho a obtener la posesión de 3 a 5 carreaux* de tierra del dominio público, mediante solicitud dirigida al secretario de Estado de lo Interior que la acogerá, previa mensura del terreno a cargo del interesado. Sembradas que sean las tres cuartas partes del terreno explotado de uno o varios de los dichos artículos, el ocupante recibirá, después de la primera cosecha, un título de concesión a perpetuidad. Por medio de un artículo de la presente ley las haciendas fundadas para la preparación del producto, las sociedades anónimas y por acciones constituidas para la explotación en grande escala del dominio público, gozarán, como persona moral, del privilegio de la naturalización. * Medida de superficie, menor que la hectárea. 1.29 carreaux equivalen a una hectárea. (Nota del editor).

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La tercera ley a que nos referimos lleva la fecha del 6 de marzo último y reduce en un 20 por ciento durante dos años los sueldos de los funcionarios y empleados del orden civil y las subvenciones acordadas por el Gobierno, quedando solamente exentos de esta medida los agentes del Gobierno en el exterior, sus agregados, los miembros del clero y los profesores contratados. Es, en fin, la última medida a que nos contraemos, una ley aprobando el contrato firmado por el secretario de Estado de la Agricultura con el señor Emoch Desert, doctor en derecho y ciudadano haitiano, con el objeto de constituir una sociedad de accionistas para la creación de haciendas centrales y de una refinería. Las cláusulas principales de este contrato son: que el capital de la sociedad no será inferior a doscientos mil pesos y habrá de exceder a trescientos mil para percibir una prima de sesenta mil pesos que el Gobierno le acuerda en virtud de una ley de fomento: el depósito en París de una suma de cuarenta mil pesos como garantía de la ejecución del contrario, en el término de cuatro meses, debiendo quedar constituida la Sociedad en el de seis meses, pero las haciendas y la refinería serán administradas según las leyes haitianas, las que decidirán toda reclamación que se produzca y que no fuese arreglada por árbitro: el término de contrato se vencerá a los 40 años, y la Sociedad estará regida en Haití por las leyes locales; los tres cuartos del número de empleados serán ciudadanos haitianos; a la expiración del contrato el Gobierno tendrá preferencia para adquirir los aparatos por estimación de peritos, y recibirá en acciones de gracia a 6 por ciento de interés, el importe de $60,000 que entregue a la sociedad en tres anualidades sucesivas después que estén funcionando las haciendas; el Gobierno tendrá asimismo dos representantes en el consejo de la Sociedad. No sin objeto hemos extractado las anteriores notas, a pena de ser prohijos. Ellas son la expresión de un progreso real e insólito, dadas las teorías políticas y sociales que hasta ahora han prevalecido en la vecina República. Esta se resuelve a romper la valla de una tradición secular, que ha sido considerada siempre como el paladión de las libertades

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públicas, para lanzarse a la vía del progreso y atraer con franquicias a su seno la inteligencia y el oro de capitalistas extranjeros. En ello procede cuerdamente y cumple con el deber impuesto por la civilización a todo pueblo que aspira a realizar los fines de la vida en el planeta. El derecho de naturalización reconocido a las sociedades anónimas es un primer paso dado hacia la abrogación del famoso artículo 7 de la Constitución haitiana, que veda el derecho de propiedad a los extranjeros. Ha tiempo, en efecto, que el pueblo y el Gobierno de Haití venían percibiendo los rumores de progreso originado por el renacimiento de nuestra decaída agricultura, y sin parar mientes en la causa inicial de tal fenómeno lo atribuían a personales influencias de tal o cual entidad conspicua. Pero hoy sus ojos han visto y sus manos han palpado los resultados obtenidos por la República en la vía de las mejoras que el esfuerzo individual y aislado de sus hijos no podía alcanzar, y Haití ha sentido el generoso estímulo y noble contagio del progreso. Sus hombres de Estado han visitado nuestro país, recorrido nuestros campos, y han quedado absortos al contemplar la actividad industrial alcanzada por los dominicanos merced a las garantías inteligentes acordadas al capital extranjero, convertido en elemento de paz y de organización interior. Sus industriales han visto llegar a nuestras playas las pesadas máquinas que han desarrollado nuestra producción con rapidez asombrosa y aumentado la riqueza nacional. De ahí las leyes de franquicias últimamente dictadas por los Poderes colegisladores de Haití, y cuyas benéficas consecuencias no tardará en palpar. De ahí la analogía que presentan esas disposiciones con las leyes de franquicias agrarias ha tiempo vigentes en la República Dominicana. Generosamente preocupada Haití del adelanto realizado en esta, no es extraño que haya entrado resueltamente a allanar los obstáculos que impedían una reforma salvadora, brindando garantías a los capitales extranjeros, ni que hoy se prepare a disponer su

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puerto del Mole San Nicolás para competir con el puerto franco de San Lorenzo en la bahía de Samaná. Nosotros, como dominicanos, celebramos doblemente la feliz iniciativa de nuestros vecinos, no solo por los beneficios que en esa vía habrán de recoger, sí que también por la gloria que en el ejemplo dado nos corresponde. El Eco de la Opinión, No. 198, 13 de abril de 1883.

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Lo del día

No es de hoy, como ya hemos dicho, que está sobre el tapete el asunto de la declaratoria de un puerto franco en la República Dominicana. Al Gobierno Provisional de Puerto Plata corresponde la gloria de haber, el primero, dado forma oficial a la generosa tendencia del pueblo dominicano por asociarse a la obra civilizadora que va a realizar el sueño sublime de Colón. Véase en qué términos lo hizo: Gregorio Luperón, General de división del Ejército Nacional y Presidente del Gobierno Provisorio instalado el 7 de octubre de 1879. CONSIDERANDO: que la República Dominicana debe procurar tomar parte en la canalización del istmo de Panamá, por cuanto esta obra proporcionará a la América lo principal de los beneficios que su Descubridor se propuso proporcionar a Europa trazándole un camino hacia las Indias Orientales a través del océano. CONSIDERANDO: que la misma República Dominicana no puede hoy por hoy tomar parte en esta obra sino conservando su carácter de primera escala de los realizadores de aquel fecundo pensamiento; OÍDO el parecer del Consejo de Ministros, y en virtud de las facultades de que estoy investido. 257

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DECRETO: Art. 1.- Se declara puerto franco para la “Compañía Interoceánica, Empresaria de la apertura del istmo de Panamá”, el puerto de la República que ella escoja. Art. 2.- Ninguno de los buques de dicha Compañía pagará más derechos que el de práctico y el de sanidad. Art. 3.- Ningún derecho de importación, depósito y exportación pagarán los instrumentos, materiales y provisiones de la Compañía. Art. 4.- Si los terrenos que para sus almacenes de depósito necesitare la Compañía pertenecieren al Estado, le serán facilitados por este. Art. 5.- El Ministro de Relaciones Exteriores queda encargado de comunicar este Decreto a la Directiva de la Compañía, y el Ministro de lo Interior, de su publicación y cumplimiento. Dado en la ciudad de Puerto Plata, capital interina de la República, a los quince días del mes de enero de mil ochocientos ochenta, año 36 de la Independencia y 17 de la Restauración. El Presidente, Gregorio Luperón. Refrendado: El ministro de Relaciones Exteriores, encargado interinamente de la cartera de Guerra y Marina, Federico Lithgow. El ministro de lo Interior y Policía, Alfredo Deetjen El ministro de Justicia e Instrucción Pública, Eliseo Grullón. El ministro de Hacienda y Comercio, Max C. Grullón. Esta fue, puede decirse, la primera etapa del fecundo pensamiento que hoy agita la mente de nuestros legisladores y preocupa el ánimo del Poder Ejecutivo.

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Empero la obra no fue completa, si bien revelaba una audacia que no podía ser hija sino de un período de transformación revolucionaria, dados los precedentes de nuestra propia historia. Como lo expresaba el mismo Decreto, la República Dominicana, primera escala del gran navegante que, buscando el Asia, a través del Atlántico, encontró la América, aspiraba a serlo también del gran aproximador de los continentes, y le ofrecía un puerto con especiales franquicias para su empresa. El país entero acogió con entusiasmo el decreto del Gobierno Provisorio, y quedó el terreno preparado para traer las cosas a donde debían venir por la fuerza del impulso dado, a la declaratoria de un puerto franco para las naves de todos los pueblos, sin privilegio a favor de ninguno. Durante todo el período de la administración del ex Presidente Meriño se formularon varios proyectos, de los cuales ninguno se juzgó aceptable, pero que sirvieron a madurar las ideas y formar criterio a los hombres del Gobierno. El proyecto de hoy es hijo de esas ideas, y tiene a su favor el concurso de las circunstancias, que lo hacen necesario. Nadie ignora, en efecto, que hace tiempo la extinguida “Compañía de Samaná” trata de revivir en Washington sus derechos prescritos a la posesión de la hermosa península dominicana, apoyada sin duda por la influencia del general Grant. Hoy como ayer, este representa en su país la política de absorción y de conquista. Ayer intentó la anexión de Santo Domingo, disfrazada con las negociaciones de una compañía arrendataria de la península, cuyas anualidades procedían de las cajas del Tesoro americano. Estas dejaron de pagarse debido a Mr. Summer, que no quiso que su país se lanzara a tal aventura, y salvó así de un gran peligro la nacionalidad dominicana. Ese mismo general Grant que, al bajar del poder recomendaba a su sucesor la continuación de su política respecto de la isla de Santo Domingo, por la producción del café y otras causas que no son del caso, ha preparado últimamente un proyecto de tratado

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con el ministro de México, señor Romero, tendente a favorecer la asimilación gradual de esta República con la del Norte. ¿Quién se atrevería a dudar que las tardías reclamaciones de la Compañía de Samaná no son una manifestación de la misma tendencia absorbente que caracteriza a la doctrina de Monroe? Hace poco menos de un año vino el “Despatch” a Samaná; allí permaneció cerca de seis meses, haciendo el sondeo y el estudio hidrográfico de la bahía, levantado la triangulación de sus costas, etc. ¿Por ventura se han comunicado al Gobierno dominicano, que así lo pidió, los resultados técnicos de las investigaciones hechas en sus aguas? No, por cierto; y de ello se desprende que la influencia tenaz del hombre que no pudo estorbar la apertura del istmo de Panamá con el descabellado proyecto del canal por Nicaragua, persiste en dominar la empresa de Mr. Lesseps desde el centro de nuestra famosa bahía. La creación del puerto franco de San Lorenzo y la neutralización consiguiente de la bahía son pues, una necesidad y una garantía para nuestra independencia. La neutralidad es, en efecto, mayor y más completa garantía de autonomía para los pequeños Estados: ejemplo, Bélgica y Suiza en Europa. ¿Qué habría sido de estos países en las guerras que han envuelto el continente europeo, sin la neutralidad? La neutralidad no implica el estado de guerra como tampoco el pararrayos es causa de la tormenta: ella tiene por objeto prevenir ese estado, haciendo respetar el territorio por parte de los beligerantes e imponiendo al neutral la obligación de una paz permanente que asegura sus relaciones internacionales. El Gobierno así lo ha comprendido: él nos pondrá bajo el escudo de la paz a todo trance. El Eco de la Opinión, No. 200, 27 de abril de 1883.

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Progreso industrial

II Nada dijimos en nuestros anteriores apuntes acerca de dos de las grandes empresas que caracterizan la nueva fase en que ha entrado el progreso industrial de la República; nos referimos al “Central Ocoa” y a la finca mixta de “Cristóbal Colón” situada en Macorís. La primera de estas empresas presenta todos los caracteres de la nueva forma que han asumido los establecimientos industriales en la República, después que los señores Delgado, Lamar, etc., demostraron que la caña de azúcar rendía pingues cosechas en Santo Domingo y que las decantadas revoluciones no eran más que un fantasma para arredrar capitales asustadizos. Con efecto, ya no se trata de un hombre de fe o capitalista arrojado que aventure cien mil y más pesos en el fomento de una empresa de dudosos resultados, por nueva, y cuyo éxito debía ceñirle la frente con la corona reservada a los campeones del progreso. Aquí el capital es colectivo, y la acción simultánea, por estar el trabajo dividido entre socios industriales y cooperadores entregados al cultivo, los cuales, según creemos, adquirirán con el tiempo la propiedad del campo de caña. Esto vale decir que aquel abarca una grande extensión de terreno, y que no bajará de 2,000 bocoyes el producto de la primera zafra, además –y este es otro de los caracteres comunes a los ingenios de reciente creación– el río Ocoa tenderá un ferrocarril desde la costa al batey, distante dos kilómetros y medio del mar, para la conducción de sus materiales y el acarreo de sus productos. 261

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He aquí algunos datos que nos ha suministrado un amigo acerca del ingenio allí en fomento. Este, aunque su nombre indique la calidad del central, es mixto, y estaría todo su campo de caña dividido en colonias, si los dueños de la titulada “La Palma” no hubiesen vendido a la finca. Ofrece este ingenio una peculiaridad notable, la del riego, el cual ha sido relativamente fácil de establecer en terreno de aluvión muy llano y permeable, que ya tiene sembradas tres mil quinientas tareas de caña blanca de Otaití. El cultivo será, pues, intensivo y dará esta circunstancia el valor insólito a la finca en tales condiciones fomentada. Se construirá, como hemos dicho, un ferrocarril fijo de vía estrecha entre la hacienda y el fondeadero que le corresponde en la bahía de Ocoa, el cual mide 16 pies de fondo en frente del muelle que se levantará en la orilla; y además se construirán ramales que empalmen con vías portátiles para llevar los carros al mismo corte de caña: los rieles de acero que se esperan de Inglaterra a mediados del mes corriente, serán colocados bajo la dirección del señor don Emilio Delmonte, ingeniero de la Escuela Central de París. Los carros y la vía portátil se construyen en Bélgica en la fábrica de los señores Berrearen y demás aparatos al vacío para la elaboración del azúcar centrífuga han sido construidos por los acreditados fabricantes de Nueva York señores Delhi & Co., y pueden elaborar 3,000 bocoyes en una zafra. Con el fin de extraer a la caña la mayor cantidad posible de guarapo se ha dado a las masas un gran diámetro proporcional al largo, estas caminarán con tan lento movimiento que solo dará una y media vuelta por minuto el trapiche, mientras la máquina efectúa 28 revoluciones. Siendo, pues, mayor la presión que sufren las cañas, será también mayor la cantidad de jugo extraído. La caña crece, en efecto, lozana y exuberante como en pocas partes, en los terrenos de Ocoa, y hay cañaverales en las inmediaciones que han durado en buena producción hasta treinta años sin necesidad de ser resembrados. La graduación de los guarapos desde enero a julio se eleva de 9 y medio a 12 grados Beaumé.

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Los socios capitalistas de este ingenio son los señores J. B. Vicini y J. Heredia & Co.; el que dirige los trabajos y administra la finca es el competente joven don Francisco Herrera. Digamos ahora algo de la finca “Cristóbal Colón”, uno de los grandes establecimientos recientemente fomentados en San Pedro de Macorís. Ahí también encontraremos los caracteres principales de las grandes empresas industriales: asociación de varios capitales, cultivo y elaboración en grande escala, aparatos mecánicos perfeccionados, ferrocarril fijo y portátil para el servicio de la finca. Los socios son los señores Juan Fernández de Castro y Emilio L. de la Mola: tienen 3,300 tareas preparadas para cosechar en enero de 1884 y tres mil tareas más para siembra en proyecto. La maquinaria de triple efecto que está ya en camino y es de fábrica inglesa no dará menos de 2,500 bocoyes de azúcar el primer año; y el valor de la finca antes de moler se calcula en 250 mil pesos. Hase hablado con motivo de las instalaciones de este ingenio de un ferrocarril en proyecto de Macorís a esta capital: ningún dato fijo podemos comunicar a nuestros lectores acerca de este particular. Lo que sí es un proyecto decidido ya entre los señores Mellor, Castro y Mola es el establecimiento de un vapor para la comunicación rápida y regular entre el distrito, la capital y aun los puertos de Azua y Barahona. De todos estos hechos deducimos lo siguiente: que la preocupación exclusiva de todo hacendado que viene a explotar nuestro suelo es la vía de comunicación para el transporte de sus productos. Luego este progreso lo debemos al extranjero, que no trata de abrir nuevos caminos, sino de aprovechar los ya existentes, por medio de vías férreas, que es un medio menos costoso de comunicación. Inmenso servicio es este que nos presta en la explotación de nuestras tierras, pues solo mediante el establecimiento de estas vías llegarán a adquirir los feraces terrenos del interior un valor igual a los del litoral, y solo después que se vean funcionar los ferrocarriles en las haciendas se comprenderá la necesidad de ellos o de tranvías en nuestras poblaciones.

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¡Sea enhorabuena! El progreso es una cadena de eslabones sin fin. Sienta primero sus reales en el litoral, tímido y receloso, y volviendo las miradas hacia el abandonado horizonte, como si temiese ver realizarse funestos augurios; luego cobra ánimo, se extiende, escala montes, avasalla costumbres, reforma ideas, apela al vapor, supedita la electricidad, se enseñorea de toda la comarca y hace de un pueblo mísero un pueblo rico; de un pueblo rico un pueblo digno y grande por la libertad y el trabajo. ¿No es esto lo que ha ocurrido en Santo Domingo desde que fueron un mito sus revoluciones y que sus hijos abandonaron el fusil por el hacha y la azada? El Eco de la Opinión, No. 201, 4 de mayo de 1883.

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Ecos del Cibao

Salvemos los linderos del antiguo Departamento del Ozama y prestemos oído a los rumores que nos vienen de las orillas del Yaque, del Yuna y del Camú, arterias principales de esa interesente y feracísima región llamada Cibao. Los datos que de aquellas hoy abatidas, aunque siempre ricas comarcas, nos trasmite la prensa revelan la actividad de un pueblo generoso que no quiere rendirse al desaliento y lucha con tesón por domeñar las circunstancias adversas de la suerte. La ciudad de Santiago, que por su posición central en el valle que se extiende de este a oeste en el Norte de la isla, ha sido siempre el foco principal de la actividad agrícola y mercantil del Cibao: Santiago, que por esa misma circunstancia topográfica ha venido disfrutando de fatal y decisiva influencia en nuestras ya olvidadas contiendas civiles, se siente hoy emulada por los adelantos que realizan las ciudades del litoral y, comprendiendo que los pueblos como los individuos llevan en sí el germen de su reforma y perfeccionamiento, apela resueltamente al principio de asociación para idear los medios de contener la decadencia material originada por una crisis económica excepcional. Expresión genuina de ese movimiento de progreso social ha sido la sociedad “El Progreso”. Con singular ahínco se ha dedicado ella a estudiar las causas de la crisis económica por que atraviesan aquellas comarcas y ha comprendido a poco que todo el mal procede del aislamiento en que viven sus centros de población unos respecto de otros. 265

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Luego el remedio único e indispensable lo constituyen las vías de comunicación que faciliten la conducción de los productos, a la vez que estimulen la producción. El honorable Ayuntamiento de Santiago también se agita y secunda a la patriótica sociedad. A solicitud suya será construida una torre en el centro de la ciudad para la colocación del reloj público que le ha sido ofrecido por el general Heureaux. Esta útil máquina, de fabricación francesa, que da los cuartos y además repite las horas cinco minutos después que las ha dado, se elevará a los 18 metros de altura de la torre, al lado del local que ocupan la sociedad de “Amantes de la Luz” y “El Progreso”. Empero, el reloj solo tiene un cuadrante: esta circunstancia nos induce a creer que quedaría mejor colocado en lo alto de la ciudad, plaza de la Altagracia, mirando hacia el oeste, en donde podrá ser visto, y oídas las horas, por todos los vecinos, merced a las brisas que soplan de este a oeste en todo el valle del Yaque. También se revela la actividad del pueblo santiagués en los trabajos de la gran fábrica de la Iglesia Mayor, cuya bóveda principal, después de construida, ha debido derribarse para salvar las demás partes del edificio, según la autorizada opinión del ingeniero que inspeccionara los trabajos.* Pero el asunto capital que ocupa y absorbe la atención de los santiaguenses es la apertura de un camino directo al litoral. Tres vías distintas se presentan: la del Limón y Altamira por el oeste, que es la actualmente transitada; en muy mal estado, compuesta de una serie de lomas subidas y bajadas; camino propio de los indígenas, que, para evitar los trabajos de desagües en las bajuras, seguían las erectas rocallosas o peñones para hallar senderos secos y pasos fáciles por la escasa vegetación. Esta vía mide 22 leguas y media máximamente. * Se trata del ingeniero H. Thomasset, quien presentó un informe titulado Informe relativo a la construcción actual de la Iglesia Parroquial Mayor de Santiago de los Caballeros. Dicho informe, así como otros textos relativos al caso, pueden verse en el tomo de Thomasset ya citado, pp. 73-86 y 265-292. (Nota del editor).

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La segunda, en dirección hacia el este, por Palo Quemado, es menos larga, pero no menos mala. Queda, pues, el sendero o vereda de Pedro García, entre los dos caminos anteriores más cerca del de Palo Quemado, y en dirección norte-sur con Puerto Plata: este solo mide 11 leguas próximamente. El camino de Pedro García es, pues, el más directo. La solución más eficaz para la conducción de productos es, en nuestro concepto, el ferrocarril de montañas, como lo hay en todos los terrenos quebrados, pudiendo elevarse hasta 3 por ciento por metro de altura. Lo que se necesita, empero, de momento, es hacer transitable para recuas de caballos y acémilas esta vía más directa, es decir, la de Pedro García. La sociedad “El Progreso” ha reconocido ya el camino y solicitado del Gobierno el envío de una persona competente para el estudio científico de las dificultades de la obra. Es nuestra opinión que, si se encuentra un paso sin pendientes excesivas y sin ciénegas, se puede, mediante los consejos de la ciencia, mejorar inmediatamente durante las comunicaciones entre Santiago y Puerto Plata. Mas no bastará esto. La sociedad “El Progreso” y los ayuntamientos de Santiago y Puerto Plata deberán tomar medidas, ante todo, para el cuido y sostenimiento de la vía después de mejorada; ningún camino se conserva por sí propio; y el desagüe oportuno de un fangal impide la formación de una laguna o de algo así como Los Guanitos y El Piñal. El Gobierno, tan pronto tenga el informe de un hombre del arte, contribuirá, como es de esperarse, a la ejecución de las obras necesarias; y si a ello afectase el 10% de los derechos aduaneros que antes se destinaban a la construcción de la carretera, daría un paso en extremo acertado. Esta nueva vía abreviará de mitad la distancia de Santiago al litoral, disminuirá los gastos de acarreo y salvará la vida de muchos animales de trabajo que hoy quedan sepultados en los fangales del camino.

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Prosiga la sociedad sus gestiones: la empresa es gloriosa y el resultado utilísimo. Abrir una salida fácil y barata al litoral para los productos del interior, aumentar estos, desarrollar la producción, estimular la agricultura. Cuando esta alcance el auge que está llamada a cobrar en los feraces terrenos del Cibao, sus hermosas llanuras se cubrirán del rico arbusto que produce el cacao y de campos de caña, y el ferrocarril vendrá de sí como una necesidad para la conducción de las pesadas máquinas y complicados aparatos, que solo esperan aquella mejora para llenar de ruido y de humo y de riqueza el inmenso valle de La Vega Real, al igual del Ozama. El Eco de la Opinión, No. 202, 11 de mayo de 1883.

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Del Cibao

Estaba ya al entrar en prensa nuestro último número, en que indicábamos la conveniencia de afectar a la apertura y estudio de esa vía entre Santiago y Puerto Plata el diez por ciento de las entradas de esta última aduana antes destinado a la carretera entre aquellos dos centros, cuando recibimos de la primera autoridad de una de aquellas provincias una comunicación en que se nos anuncia que en fecha 3 del corriente se habían dirigido al Congreso Nacional los Ayuntamientos de Moca, La Vega y Santiago, “pidiendo el diez por ciento de los derechos que se causan en la Aduana de Puerto Plata para destinarlo a la apertura de una buena vía de comunicación hacia el mar”. Se han recibido, en efecto, las comunicaciones a que se refiere la carta citada, y es de esperarse que el Congreso resolverá en un sentido patriótico la solicitud de los municipios referidos. La importancia de tal medida habrá de ser decisiva, pues de la realización de esta obra depende en gran parte la salvación de aquellas abatidas comarcas, mientras cobren impulso los trabajos del ferrocarril que atravesará el valle del Yuna. El asunto ha pasado al estudio de la comisión correspondiente, y no hay duda de que recibirá solución favorable lo solicitado por los tres importantes municipios del Cibao.

¡Evohé! Sí, ¡evohé! Este grito de entusiasmo brota de nuestra pluma ante los grandes sucesos industriales que acaban de verificarse y el porvenir de gloria que ellos auguran a la patria. 269

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La República acaba de dar un gran paso, un paso agigantado en la vía del adelanto. El Gobierno y el Congreso han afirmado de un modo innegable y solemne ante el mundo que aquí gozan de paz completa y absoluta seguridad todos los intereses. Se acaban de resolver grandes problemas y se han decretado trabajos que implican reformas notables. Son estas de tanta trascendencia que acaso sorprendan a los mismos que han contribuido a realizarlas y a todos aquellos que duermen a deshora en medio de la afanosa jornada que ha de coronar el triunfo de la lucha con la realización del fin histórico nacional, mas no a aquellos que de día y de noche y a todas horas trabajan incesantemente por abrir al progreso las puertas del porvenir. ¡Cuán larga es la gestación de ese progreso! Semejante al fruto que los rayos del sol han calentado y que ha nutrido la savia de la tierra, el instante en que se desprende del árbol es muy corto; empero ¿cuánto tiempo ha debido transcurrir para que llegase a punto de madurez! El ferrocarril de Samaná a Santiago; El puerto franco de San Lorenzo dentro de la bahía de Samaná; La apertura del puerto de Santo Domingo: he aquí los trabajos a que nos referimos. Ellos representan un total de seis millones de pesos. Es decir, que el extranjero no teme venir a gastar esta suma en nuestra casa, dando así el testimonio más característico y elocuente de la fecundidad de nuestro progreso. Y, ya justificado nuestro entusiasmo ante todo corazón que haga latir el patriotismo, examinemos con los escépticos –que no son pocos– y con los egoístas, que son muchos, en qué circunstancias se nos presentan las referidas empresas. No relataremos aquí las diferentes formas, discusiones y modificaciones sufridas por una misma idea; que para ello bastará a nuestros lectores ver las actas del Congreso en la Gaceta Oficial. Todos los contratos firmados presentan desde luego una diferencia notable con los documentos de esta naturaleza anteriormente otorgados por nuestros poderes públicos; consiste esta diferencia

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en la exactitud de los datos concernientes a los trabajos que han de ejecutarse. El Estado, en efecto, siguiendo los consejos de la ciencia, ha tomado todas las providencias necesarias para la duración y utilidad de las obras: la lectura de esos pliegos de obras revela que nuestra organización rentística y administrativa se ha perfeccionado, y no es esta mejora, por cierto, la menos interesante. El Estado que toma a pecho los intereses de su hacienda, está al abrigo de eventualidades, y –digámoslo de una vez– su crédito ha aumentado en razón contraria del tipo de interés pagado. Concretándonos ahora al puerto de esta capital que es la obra primera, y como la llave de las grandes empresas del porvenir, ¡qué distancia tan grande nos separa de aquella solicitud presentada al Gobierno ha unos dos meses para la limpieza y apertura del puerto del Ozama! El Estado, en vez de limitarse a exigir simplemente que se le dieran 250 pies de ancho y 18 de profundidad a la pasa, lo que dejaba entera y peligrosa libertad al empresario, somete al Congreso un pliego de condiciones basado en los estudios hechos por el ingeniero: en él se estipulan los trabajos que han de practicarse designando el sitio, sus dimensiones en ancho y en hondo, con una garantía inmediata de $25,000, el principio de los trabajos fijado antes de cuatro meses, la entrega en tres años, y todavía una responsabilidad por tres años más. El Congreso, después de estudiar el pliego citado, le hace una modificación esencial cuyo objeto es ponerle más en consonancia con las empresas de tal naturaleza desde el punto de vista de la contabilidad y limitar la suma que deba reembolsar al Estado, sean $500,000. Con tales condiciones se daba de lado a la especulación y se franqueaba el paso a un empresario, conocedor de la materia, pues había de entrar en el estudio de los detalles de la obra para averiguar si el beneficio era seguro, sin que fuese necesario exagerarlo hasta el punto de que pudiese el negocio pasar por muchas manos dejando en cada una de ellas una parte de las rentas de la República.

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En vez de sacrificar el 10% de los derechos de aduana del puerto de esta capital durante 50 años, el Estado ha tenido la fortuna de hallar un empresario que se sometiera a todas las condiciones de tiempo, cancelación y garantía: ese empresario es el Sr. Silvie. Bástanos saber que este señor ha construido los muelles de Puerto Príncipe, creado el servicio de los vapores de la costa de Haití que hoy dirige el señor B. Riviere, ejecutado el ferrocarril de la Guadalupe, de que es propietario, para mirar los trabajos del puerto de Santo Domingo como un hecho ya realizado. Pero hay una circunstancia que abona de un modo especial el carácter de dicho señor. En vez de limitarse estrictamente a las condiciones formuladas en el pliego de condiciones, este empresario ha ofrecido, además, según la recomendación del Congreso, calzar el macizo del Homenaje en las partes en que las aguas lo han ahuecado; y espontáneamente se ha comprometido a colocar la oficina del puerto en el extremo del gran dique o malecón de donde pueda dominar toda la rada, a colocar allí un fuego de puerto y a derribar el fuerte de San Diego, de modo que no haya interrupción desde el muelle actual hasta el pie del Homenaje. Estas mejoras han suscitado contra el señor Silvie las desconfianzas de los escépticos. Estos no comprenden que, como hombre amante de su arte, y en quien se hermana la conciencia con el arte, el señor Silvie prefiera hacer una obra completa antes que un trabajo incompleto… La verdad es que las instrucciones que ha dejado al ingeniero encargado de los trabajos, Mr. Thomasset, son de activar estos en lo posible; lo cual es su propio interés, como nos lo explicaba él mismo. Este ingeniero le ha encargado una nota de útiles accesorios para mejorar provisionalmente el estado de la pasa; dicho material llegará dentro de dos meses con la línea férrea y los carros necesarios para la extracción y colocación del cimiento de rocas. Ya se ha publicado también el aviso de los yareyes que se necesitan para los muelles y malecones, y a fines de junio escogerá el director de los trabajos la mejor de las proposiciones que se le hagan,

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debiendo éste recibir un vapor remolcador para facilitar todas las operaciones. En estas medidas sabiamente combinadas solo vemos una cosa, es a saber, que los trabajos del puerto de Santo Domingo están encomendados a personas entendidas y competentes, y esto nos basta. Otra circunstancia que nos complace sobremanera es la siguiente: sabemos que el señor Silvie ha tomado cita en Europa con Mr. Baird el empresario del ferrocarril del Cibao, y esto es para nosotros una garantía más del éxito de los respectivos trabajos, que se completan unos con otros. Terminemos, empero, esta ya prolija crónica industrial con una noticia halagüeña para esta ciudad. Ese mismo señor Silvie, empresario de los trabajos del puerto de Santo Domingo, ha adquirido por cuenta de algunos amigos suyos a quienes desea inducir al cultivo de la caña en la República, la hacienda y terrenos de “Palenque”, de la propiedad de los señores Cambiaso Hermanos, con el objeto de organizar un grande ingenio central en dichos terrenos y toda la zona circunstante. Ya se han dado los pasos preliminares para que un ingeniero determine los trabajos e riego que deben practicarse y especialmente los ramales del ferrocarril que deben construirse para el uso de la colonia que en los terrenos de Sabana Grande y de Najayo se quieren practicar. Si Santo Domingo tiende la mano a la región de San Cristóbal por medio de una vía férrea, el entroncamiento de Palenque y “la Italia” será de fácil realización y en todo el tránsito se desenvolverá la riqueza. Para nosotros el ferrocarril de Santo Domingo a San Cristóbal con ramificación sobre Palenque y la Italia, es una solución inevitable y conveniente no solo para la línea misma, sí que también para esta capital. En efecto, siendo toda aquella región mal poblada, los moradores que hoy descuidan el cultivo de la caña por carecer de aparatos para elaborarla, se dedicarán a sembrar este fruto, y aun cuando así no fuere, ya existen en el tránsito de la carretera siete haciendas que no darán menos de 15 a 16 mil bocoyes, sean 12 ó 13,000 toneladas de azúcar; agréguese a esto los pequeños productos y el

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acarreo de los artículos alimenticios de Santo Domingo, y habrá con qué retribuir largamente un ferrocarril de vía estrecha. En fin, la República puede ufanarse de merecer cada día mas la confianza del extranjero que, al resolverse empresas de tanta magnitud, el común deber consiste, ya terminadas las discusiones, en alentarlas y favorecerlas por todos los medios; ¡no olvidemos que los intereses materiales son la garantía más eficaz de la paz interior de la República! El Eco de la Opinión, No. 203, 18 de mayo de 1883.

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El puerto franco

Tócanos ahora estudiar los medios ideados por el Gobierno para llevar a cima la creación de un puerto franco en la bahía de Samaná. No habremos de insistir en las consideraciones ya presentadas a nuestros lectores para demostrar las nuevas perspectivas, los anchos horizontes que estos trabajos abrirán a la República. Es hoy nuestro objeto examinar, como ya lo hemos hecho para el puerto del Ozama, si las ventajas concedidas por nuestros poderes públicos a la empresa del puerto franco, están compensadas con prendas seguras de bienandanza para nuestro país. Es un principio inconcuso que, para atraer el capital extranjero, hay que halagarlo con una garantía segura y la esperanza de beneficios ciertos; de ahí la necesidad de ceder una cantidad de terrenos a la empresa como garantía del capital invertido y, además, uno o varios derechos como renta para asegurar los intereses de ese capital. Ninguna empresa es posible, si no responde a ese doble requisito: asimismo, ningún negocio es duradero, si ambas partes contratantes no gozan de ventajas mutuas y en cuanto quepa, equilibradas. Ahora bien, las obras que han de llevar a cabo los concesionarios o mejor dicho la sociedad industrial por ellos formada al efecto, se dividen en dos partes distintas: trabajos marítimos y trabajos terrestres. El primer proyecto esbozado da para el arreglo y adaptación de la bahía de San Lorenzo y establecimiento del puerto libre un presupuesto de $3,000,000 aproximadamente. La construcción de 275

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la ciudad comercial y todos los establecimientos consiguientes representan un guarismo de igual cuantía. Como compensación de estos gastos cede el Estado una extensión de terrenos situados entre los ríos San Lorenzo y Yabón de oeste a este, y entre el mar y un ramal de la cordillera de Los Haitises de norte a sur. El área de estos terrenos, que son el prolongamiento de la ciudad, tal vez no exceda de 50 caballerías (3,800 hectáreas). El Gobierno solo cede de ellos lo que no sea de particulares o del uso común; y como esta doble excepción pudiera restringir con demasía el favor acordado, el Estado completa aquella donación con 100 caballerías más (7,600 hectáreas) de los terrenos de su exclusiva propiedad en los del dominio público que se extienden al sudeste de San Lorenzo en la región de “El Valle”. Nada de exagerado hallamos en esta cesión de terrenos. Ello no es sino justo: pues, si nuestro suelo es fértil, si la producción es barata, para ponerla en cultivo hay que invertir dinero, y como ese dinero queda empleado en mejoras locales, la riqueza territorial aumenta, la mano de obra favorece la coordinación del operarlo: en una palabra, las rentas del Estado se multiplican. Y no hemos de olvidar que la extensión de los terrenos del “Valle” es de 250 caballerías próximamente: ¡qué valor van a cobrar las 150 restantes del Estado, cuando las de la empresa se pongan en cultivo! El beneficio recibido en estas compensará el sacrificio de aquellas, bien así como si fuese una asociación en que el Estado, sin poner capital propio, entrase a participar de las ganancias. Resultará entonces lo que hemos visto realizarse en las inmediaciones de esta capital. ¿Quién ha dado a los terrenos circunvecinos el valor que de poco tiempo han adquirido, al extremo de dejar atrás nuestras esperanzas? Son los hacendados que, al establecerse en ellos y explotarlos, han demostrado con el resultado de su trabajo y los productos obtenidos el valor de la materia prima. El Estado ha realizado, pues, una operación que no le perjudica y los concesionarios pueden contar, dada la feracidad de nuestro suelo, con beneficios seguros. Estos trabajos ofrecen otra ventaja: la de resolver prácticamente el problema de la inmigración.

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Este elemento necesario e inexorable de vida para los pueblos que habitan un territorio desierto, como el nuestro, vendrá en pos de aquellas empresas que, para realizarse, han menester un gran número de brazos; y como el trabajador que nos trae el fruto de su arte, consume, su venida estimula la producción; y cuando el proletario europeo haya saboreado las dulzuras de nuestro clima, vivido la vida cómoda de los trópicos, y vislumbrado un cambio de posición a breve término; entonces abandonará la idea del retorno a una patria muchas veces ingrata y no pensará sino en realizar su ventura, atrayendo a los suyos a la tierra que ha de guardar sus restos, y quedará establecida de hecho la inmigración espontánea. Ninguna comarca podría bajo este concepto ofrecer más ventajas que la nuestra, y la empresa podrá sin dificultad reclutar trabajadores para este nuevo El Dorado. En cuanto a los proventos y resultados de la empresa, conviene preguntar: ¿qué hay hoy en los terrenos de San Lorenzo? ¿Qué aspecto presentan? La soledad, la exuberancia de una naturaleza virgen, la triste esterilidad de los manglares que cubren gran parte de nuestras desiertas costas sirviendo de morada a las aves acuáticas y especies crustáceas, y nada más. Luego el Estado no cede nada, puesto que nada hay, y no obstante, aquí es donde realmente va a beneficiarse. Las construcciones que allí levante la empresa ofrecerán, desde luego, todas las comodidades y la elegancia de los modernos establecimientos, y la nueva ciudad tendrá la ventaja de ser construida sobre un plan trazado de antemano, al estilo extranjero, con sus anchas vías irradiando todas de la bahía hacia el interior, con sus fuentes, sus aguas, sus sistemas de canales conductores al mar, etc. La empresa percibirá un derecho fijo de 1 y medio por ciento por todo cuanto se deposite en el puerto franco que sus capitales y sus ingenieros van a crear en el territorio de la República, y abandonará al Estado la tercera parte, o sea, el 33 por ciento de esos beneficios. Luego es lógico suponer que, si la empresa no hace un mal negocio, el Gobierno dominicano realizará uno muy bueno, pues ¿quién sabe hasta dónde alcanzará esa tercera parte de la renta del

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puerto franco, que el Estado ingresará aun cuando la empresa no llegue a cubrir sus gastos? Y no será este el único beneficio positivo que de la nueva empresa derivarán las rentas fiscales. Aquella pondrá en explotación los terrenos que se le ceden, cultivando en ellos la caña, el cacao, el café, la ramié, elaborando los productos respectivos, y el Estado percibirá aun el 15 por ciento del beneficio neto de estas explotaciones. Resulta pues, que por medio de la creación del puerto franco se da valor a una cosa que no lo tenía, y que en realidad la oportuna concesión de nuestros poderes constituyentes abre una nueva fuente de riqueza para la República. Digan, pues, ahora aquellos que, por mal informados, sintieron desazón o desconfianza ante el fecundo proyecto, ¿puede ya caber duda respecto de los beneficios que reportará al Estado y al país? Muy lejos estamos de aquellos tiempos en que, para atraer capitales extranjeros, habían nuestros Gobiernos de ofrecer una parte, a veces cuantiosa, de las rentas públicas. Hoy discutimos ya nuestros intereses sobre bases más anchas y duraderas, sobre bases europeas, y este es un indicio seguro de la confianza que inspira la República en el exterior. Cuanto hemos dicho se refiere solamente a los resultados de la empresa, a sus consecuencias inmediatas, tales como se han podido apreciar por las ilustradas discusiones habidas en el seno del Congreso. Mucho habría que decir acerca de sus consecuencias sociales y políticas. Situada la República en el tránsito de todos los correos interoceánicos, los progresos de la moderna navegación la colocarán a doce días de Europa, sus relaciones comerciales serán seguras y directas, sus relaciones políticas más rápidas y continuas, de tal modo que participaremos de la vida universal y que las grandes potencias marítimas albergadas por nosotros, nos pagarán con creces por medio de la protección común y eficaz de sus intereses y de los nuestros. El Eco de la Opinión, No. 204, 25 de mayo de 1883.

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Respuesta

Extraña nuestro apreciable colega El Diario del Ozama que nada hayamos dicho todavía acerca de varios asuntos que están sobre el tapete de la discusión, como el de la moneda mexicana, la exposición nacional, etc. Precisamente discurríamos acerca del primero de estos puntos con criterio distinto del que campea en los artículos consagrados por el Diario a esta materia, cuando leímos la excitación que se nos hace. Prescindiendo de la extrañeza que manifiesta el colega, la cual no hallamos bastante motivada, pues no todos los asuntos pueden dilucidarse simultáneamente, no tenemos inconveniente en acceder gustosos a los deseos del ardoroso campeón que diariamente ve la luz en esta capital. Vamos por partes. Es también para nosotros asunto de real importancia el de la moneda mexicana, único agente fiduciario que tenemos para las transacciones de nuestro mercado. Pero creemos, asimismo, muy importante y muy grave la solución propuesta por varios órganos de la prensa local, la cual aconseja que se recargue con un impuesto de un 10% o un 15% la introducción de dicha moneda en la República. El medio nos parece impropio e ineficaz para remediar la situación económica del país; más aún, creemos que en vez de remediarla, la empeora. En efecto, el retiro de este agente de cambio de nuestras transacciones implica, so pena de producir una crisis muy honda, la 279

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sustitución de él con algún otro medio de permuta para las necesidades de nuestro mercado. ¿Cuál es ese medio de permuta? ¿Cuál ese agente de cambio? Ni se ha dicho, ni se ha buscado; de tal suerte que la medida aconsejada daría por resultado que escaseara el numerario existente, ocasionando perturbación en las transacciones locales. Empero, aún aceptada la medida con las consecuencias naturales de desequilibrio que trajese, sería ineficaz. Lo sería, porque la moneda es una mercancía; por consiguiente lo que desea obtenerse por medio de una medida restrictiva lo alcanza ella por el curso natural de las transacciones, fuera de que la circunstancia de representar grandes valores en pequeño volumen, permite que se pueda burlar fácilmente la vigilancia del fisco, con tanto más ardor e ingenio cuanto que esa disposición, no removiendo el mal en su causa, dejaría no solamente subsistente sino asegurado el valor de diez reales al peso mexicano, cuando fuera de aquí no vale sino nueve. En realidad, nosotros no creemos, hablando desde el punto de vista económico, que sea necesaria la intervención del Estado para remediar un mal que solo en la apariencia existe. Probémoslo. Todo poseedor de un objeto que quiera venderlo, tiene en cuenta el demérito que sufre la moneda que ha de recibir en cambio, y en proporción de ese demérito aumenta el valor de aquel objeto. Este es un hecho económico evidente, del cual nos presentan ejemplos diarios nuestros propios negocios. ¿Por qué? Por la tendencia natural hacia el equilibrio, allí donde la moneda no se considera sino como una especie. Pero suponiendo que se quisiese nivelar a la República Dominicana con los países en que solo circula el peso mexicano por noventa centavos, esto no debe ser motivo para que intervenga el Estado imponiendo por medio de una ley en curso forzoso a la especie circulante ni para que grave con un impuesto la introducción de dicha moneda: la acción de este debería ceñirse a declarar el valor con que aceptaría en sus cajas las especies corrientes, basándose para ello en las transacciones locales, que a su vez se regulan por el valor real que alcanzan dichas especies en el extranjero.

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El poder público está perfectamente autorizado a tomar tales medidas, que no hieren ningún interés, que no atacan ningún derecho y que no irrogan ninguna pérdida a los tenedores actuales, por las razones que hemos expuesto en el párrafo anterior. Hay consideraciones de otro carácter que se desprenden del estudio de esta materia. Nuestra exportación, aun hoy que ha cobrado tan poderoso vuelo la producción del país, no alcanza ni con mucho a cubrir la importación; esto es, el país consume más de lo que produce. De aquí la necesidad de halagar por todos los medios posibles la introducción y circulación entre nosotros del numerario efectivo extranjero, pues que no tenemos moneda nacional; y de aceptar aquel aun con algunos inconvenientes para las transacciones, mientras –como permite esperarlo el desenvolvimiento de nuestra riqueza agrícola–, llegamos a alcanzar que la exportación iguale y aun exceda a la importación. Cuando el valor de nuestras exportaciones sea superior al de nuestras importaciones, entonces sí podrá intervenir el Estado para nivelar el valor de la moneda en la República con el que alcanza en el extranjero: mas no antes. Tal es nuestra opinión manifestada con la sinceridad que preside a nuestras convicciones. Esperamos dejar con ello complacido al apreciable colega que la provocara. En otra ocasión, y previo el detenido examen que la materia exige, habremos de cumplir con el deber de discurrir acerca de la Exposición nacional. El Eco de la Opinión, No. 205, 1 de junio de 1883.

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Exposición nacional y otros asuntos más

Cumpliendo lo ofrecido en nuestro último número, vamos a emitir nuestra opinión acerca de la idea de Exposición nacional, iniciada por la sociedad “Amigos del País” y acogida con fervor por la prensa de esta capital. Nos adherimos desde luego al pensamiento de la sociedad mencionada y nos complacemos en mirar en ello la manifestación de un sentimiento por demás patriótico y plausible. Para nosotros también, la Exposición nacional es sinónimo de honra al trabajo tributada bajo todas sus formas. Una fiesta semejante permite en efecto agrupar en un punto cualquiera del territorio adonde converjan todas las fuerzas vivas del país, el resultado de cuánto han producido en la República la agricultura, el arte, la ciencia, el comercio y la industria; nuestros hombres especiales, llegados de todos los puntos del territorio, dan a conocer los resultados obtenidos, se los comunican unos a otros, los discuten, los comparan, y es consecuencia de todo ello que el que es verdaderamente digno, el benemérito, juzgado por sus iguales, alcanza el galardón de sus trabajos; que la industria nacional se perfecciona y que la Patria se engrandece. Por otra parte, el extranjero que concurre a esta fiesta íntima de un pueblo puede sin trabajo darse cuenta de lo que le es posible hacer y esperar en nuestra tierra; y en vez de informes vagos e indefinidos las más de las veces y que no logra obtener sino a precio de lentas y fatigosas diligencias, encuentra allí reunidos todos los datos cuya comprobación le es fácil adquirir. 283

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Tales son a grandes rasgos las principales consecuencias de la Exposición nacional; de ella se derivan otras ventajas sociales, comerciales y políticas que creemos innecesario reseñar, pues ello basta para demostrar cuál es nuestra opinión muy terminante en la materia. Mas, precisamente porque vislumbramos todas esas ventajas, es que nos hemos preocupado de los medios indicados para alcanzarlas. En primer término, la capital de la República queda naturalmente designada de antemano para ser el centro de esta fiesta industrial. Pero ¿existe en el interior de la ciudad un local bastante espacioso, cómodo para la ventilación y capaz de prestarse a algún artístico atavío, que nunca daña y es de rigor en tales casos? Confesamos que nos parece difícil hallarlo en las condiciones requeridas; habría, pues, que salvar las murallas, ya que tan desgraciadamente se ha permitido fabricar casas particulares en la avenida que va de la puerta del 27 de Febrero al Matadero, y queda el espacio que se extiende delante de la histórica puerta, indicado como el único adecuado y oportuno. Otra pregunta: es lógico suponer que a esta Exposición concurrirán muchas personas del interior y del extranjero; y más que lógico, necesario, tratar de atraer a ella el mayor número posible de visitantes. ¿En dónde los alojaremos? Nuestras fondas u hoteles, como dicen los afrancesados, rebosan de pasajeros (lo cual es buena señal); ¿cómo podrán contener a los viajeros que lleguen? Por fortuna este estado es transitorio y ya principian a tomarse providencias para remediarlo. Con este fin va a construirse a orillas del mar, entre el Faro y el Matadero, un Hotel con todo el confort apetecible. Por informes de nuestro apreciable amigo el señor Amiama que, sea dicho de paso, ha prestado en esto al empresario un concurso puramente gratuito y patriótico, sabemos que los trabajos serán principiados en el año corriente, bajo pena de nulidad del contrato y pérdida del primer año de arrendamiento ya pagado. Esto es algo, y esperamos que a ello no se limitará la iniciativa individual ni la acción del Estado. Es preciso que nuestra capital

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revista formas de capital, y mucho le queda aún por hacer al Ayuntamiento en este concepto. Nosotros, desde luego, nos permitimos impetrar de la ilustrada corporación o de la autoridad a quien competa, que a dicho hotel se limiten las construcciones de la orilla del mar en el extremo sur de la ciudad; una cortina de casas de lado privaría la vista del espectáculo siempre hermoso del mar, tras de interceptar la brisa impregnada de sal que salva la higiene de esta poco aseada ciudad; mientras que el desmoronamiento de las inútiles fortificaciones que por ese lado nos guarecen, la nivelación del terreno con esos mismos materiales, algunos árboles adecuados allí sembrados, asientos y bancos en número bastante fijados a su sombra, y el suelo bien regado de arena darían a la ciudad un aspecto risueño para quien llega y la contempla desde el Placer, amén de la mayor salubridad para sus habitantes. Tendrían Estos así un lugar espacioso y ventilado adonde ir a respirar el aire en las noches de calor asfixiante del estío y poder gozar de solaz en las horas de vagar. ¡Oh sí, respeten nuestros concejales, respeten nuestras autoridades este pedazo de terreno destinado a ser objeto de una transformación exigida por la vida civilizada! Si se quiere fabricar aún en la parte sur, que sea del lado del Matadero, hacia el oeste; pero, ¡por Dios! désenos un paseo, un poco de sombra, un poco de aire y de viento para nuestros pulmones fatigados… Y ya que de esto tratamos, digamos de paso que el estado de algunas de nuestras calles es bastante defectuoso, para llamar la atención de nuestros concejales: tal estado no es el que conviene a una Exposición. No se nos oculta que el Ayuntamiento no puede disponer de muchos recursos en la actualidad. Esto es cierto; pero a él le toca estudiar el modo de crearse recursos en lo porvenir. Ahí están esas ruinas que afean a la histórica ciudad: procédase a la venta de los solares o a la reconstrucción de los edificios; así se hará un inmenso servicio a sus habitantes que ya no caben en los albergues que hoy existen y de allí se derivará una fuente de arbitrios para el Tesoro municipal. Otra necesidad que debe llenarse antes de la Exposición.

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En cuanto a los productos expuestos, ¿de dónde procederán? ¿Por qué caminos llegarán? Ellos forman la materia prima de toda exposición: sin ellos no puede esta verificarse. Hay, pues, que pensar en mejorar las vías de comunicación, que son la condición indispensable del éxito. El resultado de más alcance que dará la proyectada exhibición será hacer conocer y apreciar el país por el extranjero; solo así tratará este de adquirir nuestros productos. Pues bien, mientras no tengamos puerto, la concurrencia será una quimera: seremos tributarios de los Estados más cercanos, y habremos de renunciar a los más lejanos, a quienes tendríamos interés en vender y comprar, sin interposición de terceros que hagan menguar nuestros beneficios. En resumen diremos que, hoy por hoy, nos parece imposible verificar la Exposición nacional; pero que, partidarios decididos de la idea, debemos trabajar con ahínco para realizar cuanto antes las condiciones que nos permitan llevar a cima una obra que glorificará el nombre de la Patria. El Eco de la Opinión, No. 206, 8 de junio de 1883.

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El Banco y la cuestión monetaria

Ha sido discutido y aprobado en el Congreso el contrato de Banco, pero con modificaciones sustanciales cuyo alcance vamos a determinar en las siguientes consideraciones. Es el artículo 10 el que mayores alteraciones ha sufrido: se han suprimido las palabras “El Banco queda obligado a hacer el servicio de las cajas del Gobierno si se juzgare útil”. A primera vista se nota que esta cláusula era obligatoria para el Banco y facultativa para el Gobierno; la supresión de ella constituye, pues, una ventaja para el uno y una dificultad para el otro. En efecto –prescindiendo de todo argumento basado en el amor propio nacional que es un mal consejero–, nuestro Gobierno, como todos los gobiernos, está sujeto a un presupuesto que exige gastos fijos a épocas fijadas de antemano. El rendimiento de las aduanas varía según los tiempos, subordinado como está a las circunstancias de la navegación; nuestro Gobierno se halla, pues, imposibilitado para servir su presupuesto de un modo regular sin el socorro de una caja extraña, la de un banco cualquiera; y si en vez de estar a la merced de dicha caja, el Gobierno le impone de antemano la obligación de ese servicio en condiciones determinadas, el presupuesto de gastos será invariable y el estado económico del país habrá mejorado. Si lo que se deseaba era impedir que los fondos públicos saliesen de las arcas nacionales, como lo veda nuestra Constitución, podía variarse la redacción del artículo, sin privar por ello al Gobierno de un recurso precioso en casos que debe prever el patriotismo. 287

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Para nosotros la mencionada supresión es una falta. Bien es verdad que ella puede repararse. Bastaría que el ministro de Hacienda, al firmar un contrato especial con el Banco para hacer frente a las exigencias del presupuesto, trate de asegurar la regularidad de ese servicio, incluyendo en dicho pacto la cláusula suprimida en el contrato general. Podemos aplicar el mismo criterio al último párrafo del artículo, relativo al derecho de comisión de un medio por ciento. No creemos que se haya pretendido con esto realizar una economía, pues lo contrario es precisamente lo que resulta. El derecho de comisión que se le acuerda a un establecimiento de descuento es la remuneración de sus trabajos, con esos derechos paga él sus gastos generales y realiza sus beneficios, pues el rédito del dinero no exige de parte del prestamista ni trabajo ni riesgo. Desde que estos se presentan, hay que remunerar el primero y compensar el segundo, y como tal es la práctica en Inglaterra y en Francia, en donde el Estado está en cuenta corriente con los bancos nacionales respectivos, la República entraba así a gozar de las ventajas económicas concedidas a los Estados cuya estabilidad está asegurada. Empero, aún aquí creemos que el ministro de Hacienda puede subsanar la falta cometida. El artículo 13 ha sido del todo suprimido. Aquí, lo confesamos, sube de punto nuestra sorpresa. Agítase, en efecto, desde algún tiempo la cuestión monetaria, y aunque acerca de ella hayamos dicho algo, esperábamos con impaciencia la aprobación del contrato de Banco: el artículo 13 zanjaba la dificultad, poniéndonos al abrigo de toda crisis monetaria. Sí, tarde o temprano habremos de tener moneda nacional, y la primera condición de esta operación es que la moneda acuñada sea aceptada por las demás naciones y tenga una ley bien definida. Para el Banco esto era asunto de trascendencia, y si tal garantía no hubiese exigido, habríamos tenido motivo para desconfiar de la empresa. ¿Cómo no había de preocuparse de la circulación monetaria y de rodearse de tales providencias un establecimiento obligado a ingresar seis millones de francos ($1,200,000) en sus cajas para poder funcionar, y que se compromete a pagar sus billetes a

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la par aquí y en París? El Banco no podía exponerse al hacer sus pagos en el extranjero a sufrir exigencias monetarias tales que no pudiese realizar: ¿qué confianza podría inspirarnos semejante establecimiento? Y él, a su vez, ¿qué ha pedido? El derecho de acuñar la moneda, obligándose a proceder en esta operación de acuerdo con el Gobierno y de conformidad al tipo de la convención monetaria internacional. Esta era una garantía recíproca. Los Estados que hasta ahora se han comprometido a acuñar una moneda internacional según leyes de oro y plata de antemano definidos, son diez y nueve, de los cuales once europeos, uno asiático y siete americanos. Por otra parte, esta convención cuyas monedas tienen curso legal en diez y nueve Estados de Europa, de Asia y de América, define y determina el valor intrínseco de las monedas de los países que no han adherido a la convención unitaria, en términos que por demasiado técnicos no reproducimos. Ella cierra las puertas al fraude y a lo eventual, y como esta tendencia hacia la unidad en los cambios internacionales va absorbiendo todos los Estados, tenemos poderosos motivos para adherir al convenio. Sea cual fuere, en efecto, la clase de numerario que entrase en el país, el Estado y el Banco compelidos por el tratado de la Unión le darían su valor propio, quedando cada tipo bien determinado y la República no quedaría en ningún caso expuesta a ser el refugio de las piezas deterioradas. Agreguemos que los Estados que han suscrito a la Unión monetaria, interesados en el bien común, se comprometen a no acuñar mayor cantidad de oro y de plata que la prevista en el contrato: esto impide toda depreciación o demérito de aquellos metales entre sí y toda afluencia excesiva y pletórica de uno de ellos en un mercado, como actualmente sucede entre nosotros. Tales habrían sido los resultados de la adopción del artículo 13. A ellos se ha renunciado, sin vacilar siquiera, con notoria obcecación, desoyendo la voz fatídica de Casandra… Y todo ello ¿por qué? Porque la vecina República de Haití ha acuñado una moneda que no tiene el valor que representa. El yerro

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ajeno nos priva de los beneficios que nos acarrearía un recto proceder: no comprendemos esta lógica. Hay, al contrario, razones poderosas para adoptar el sistema de la Unión monetaria. Una de ellas es la adopción oficial del sistema métrico. Una y otro se encadenan, y la ley de la Unión internacional dada a nuestras monedas será el complemento indispensable de la organización de nuestros pesos y medidas. Empero, volvamos al Banco. Las demás modificaciones introducidas por el Congreso se refieren ¿cómo diremos? a la fisonomía de los artículos 17, 18 y 20. El fantasma de la preocupación internacional parécenos como que ha ofuscado la mente de nuestros legisladores. Nosotros respetamos tal preocupación, cuando no es infundada; pero, si hemos de evitar con esmero y previsión todo conflicto internacional, no tenemos derecho de sustentar esta idea para suponer que una potencia amiga sea capaz de imponer una injusticia. ¿Qué sería entonces del derecho internacional? ¿Qué de la igualdad entre las naciones? Es propio de gente cuerda prever las dificultades para resolverlas de antemano, pero no es propio de un pueblo digno eso de entregarse a infundadas suposiciones que parecen inspiradas por el miedo. Debemos suponer en los demás la misma moralidad que en nosotros, so pena de no ser justos. En un artículo anterior, con motivo del puerto franco de San Lorenzo en la bahía de Samaná hemos tratado el asunto de la neutralidad, y hablado de la situación de Suiza, Bélgica y Holanda. ¿Acaso esos Estados, lejos de haber sufrido vejamen por parte de las grandes potencias, no han gozado de absoluta y mayor independencia, merced a la cual han alcanzado un desarrollo completo en su comercio y en su industria? Oportunamente trataremos este punto; por ahora veamos las cosas de más alto, y sobre todo, dejemos a un lado toda debilidad que pudiera estorbar la creación de un establecimiento que es una garantía para los intereses legítimos de la República. El Eco de la Opinión, No. 207, 15 de junio de 1883.

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Solución necesaria

Oportunamente tratamos de la inmigración en general y dijimos que un país esencialmente agrícola y despoblado, cuya superficie es de 80,000 caballerías próximamente, no podía alcanzar un desenvolvimiento regular sin la ayuda de trabajadores extraños; pues admitiendo que la población total de la República es de 200,000 habitantes (que para nosotros es más), tenemos un máximun de 100,000 trabajadores, sean dos braceros por kilómetro cuadrado: tal es nuestra situación. Mas hoy que, merced al esfuerzo combinado de la ciudadanía y del Estado el extranjero ha traído a nuestro suelo sus maquinarias y capitales, atraído por la confianza que inspira el país en el exterior, preséntase nuevamente el asunto de la inmigración y se impone a la atención de los patriotas dominicanos como tema de actualidad impretermitible. Veamos, en nuestro humilde concepto, lo que podría hacerse para salvarnos de una crisis que es fácil prever en lo porvenir. No nos contraeremos en nuestras reflexiones sino a Santo Domingo y Macorís, pues que, en las provincias de Azua y el Cibao los brazos abundan y que solo la falta de medios baratos de conducción al litoral impide que allí cobre auge la agricultura y se fomenten fincas en grande escala. Existen en la provincia de Santo Domingo diez y ocho ingenios en instalación o en fomento, y doce en San Pedro de Macorís, que se encuentran en las mismas condiciones. Total, treinta haciendas, a las que vamos a concretarnos especialmente. 291

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Para atender en cada una de estas fincas a la casa de calderas, a los campos de caña, a los cultivos accesorios y a la conducción de productos, calculamos en doscientos braceros, término medio la dotación necesaria a cada ingenio. Hemos menester, pues, de seis mil peones. Actualmente tenemos cuatro mil próximamente, según la opinión general, luego faltan aún dos mil para las treinta haciendas a que nos hemos referido. Este es un hecho palpable y a todas luces evidente. El asunto es de interés trascendental para nosotros: debemos ayuda y protección a los que hemos inducido a venir halagándolos con franquicias, y el pueblo dominicano debe tener a pecho el tomar la iniciativa en un asunto que concierne a la grandeza de la patria. Hasta ahora hemos vivido de mercedes, recibiendo el contingente de las provincias vecinas; es un sistema imperfecto y deficiente por sus consecuencias. No somos partidarios de él: haciendo el vacío en una provincia, se la debilita, se la empobrece, se la priva de la esperanza de que un ingenio central venga allí a establecerse, y todo el que abandona su tierra se perjudica a sí mismo, dejando esa tierra improductiva. Y luego, las mujeres, los viejos y los niños, ¿cómo vivirán? Este sistema apareja la ruina de la familia y trae la miseria como última consecuencia. ¿Dónde hallaremos esos dos mil trabajadores para el mes de diciembre? –En la inmigración. Para escoger hombres aptos a tal o cual trabajo, hemos de convenir en que los señores hacendados son más competentes que nosotros; ellos están directamente interesados en el asunto, tanto como nosotros. Dada esta comunidad de intereses, la solución ha de ser la siguiente: por cada trabajador extranjero que el hacendado lleve a su finca recibirá un premio que le será pagado en un descuento sobre los derechos de exportación que haya devengado. ¿A cuánto ascenderá este premio? Decimos sin vacilar: a $20. Veamos ahora si es justa esta rebaja de derechos a favor de los que introduzcan brazos para el fomento de la agricultura. Los intereses de la República no se perjudican ciertamente con esta medida. Antes al contrario, siendo este premio descontado de los derechos de exportación, queda el punto bien definido y se

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estimula la producción de los terrenos. Y si examinamos minuciosamente lo que cada uno de esos inmigrantes consume en comida, bebida, vestidos, etc., habremos de convencernos que en término medio ese hombre paga por lo menos cinco centavos por día a la exportación: el premio de $20 se halla, pues, compensado en los 365 días del año aproximadamente. Esto nos proporciona el beneficio de la inmigración, sin que el Gobierno tenga que hacer para ello ningún sacrificio, como en todas partes resulta. Mas esto no basta. Se necesita un local en donde el inmigrante extranjero pueda hallar albergue por dos o tres días después de su llegada, mientras el hacendado, advertido, le proporciona los medios de trasladarse a la finca. Aquí principia, en nuestro concepto, la intervención del Ayuntamiento. Esos dos mil peones de que hemos menester para el mes de diciembre próximo, se necesitan más que en otra parte aquí en Santo Domingo. ¿No será posible hallar en la ciudad una ruina de paredes bastante altas y sólidas para soportar un techo liviano? Creemos que sí, e importa por tanto apropiarla desde luego al uso a que ha de ser destinada. El Ayuntamiento debe hacer el siguiente raciocinio que aplicábamos ahora al Estado, y convencerse de que cada persona que pasa 24 horas en la ciudad paga cierta cantidad de derechos en el consumo. El gasto de esta construcción quedaría plenamente justificado, y nadie podría hacer objeción alguna, siempre que las condiciones de higiene, de orden y de policía estuviesen bien observadas. Este pequeño ensayo de inmigración ofrecería una gran ventaja: él nos permitiría apreciar los primeros resultados, corregir las primeras faltas, y establecer así sobre bases sólidas cuanto tiende a alentar la venida de trabajadores al país. No nos detengamos en discusiones generales ni controversias de principios: ¡vamos derechamente al grano! Hemos menester de dos mil peones inmediatamente. ¿En dónde los hallaremos? La Sociedad Agrícola debe también intervenir; esta es su oportunidad. En esta capital abundan las corporaciones científicas y literarias. ¡Líbrenos Dios de hallar que no tienen objeto, estas patrióticas

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asociaciones! Siempre hemos rendido culto ferviente a lo bello esplendiendo en las formas del arte que lo encarnan. Pero ha llegado el momento en que la poesía y la literatura han de ceder el paso a la agricultura y la industria. Esta Sociedad Agrícola, que dio señales de vida al principio de su creación, estudiaría las cuestiones especiales y presentaría las soluciones encontradas, que merecerían, sin duda, la elevada atención del Gobierno. Ni se ocuparía exclusivamente de la producción del azúcar, que también los productos alimenticios accesorios y otros frutos menores como arroz, habichuelas, etc. que pueden cosecharse para el consumo y la exportación, habrían de ser objeto de estudio para ella. Mas, sea de ello lo que fuere, el objeto de nuestra preocupación inmediata es el ensayo de inmigración que ha de practicarse: tal es el problema por resolver. Alguna vez diremos cuál es la inmigración que conviene, a nuestro modo de ver. El Eco de la Opinión, No. 208, 22 de junio de 1883.

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Fomento de la inmigración

Creemos haber demostrado en nuestro último editorial que la carencia de brazos constituye un mal para nuestra naciente agricultura; que este mal podría ser gravísimo, si con tiempo no se remediara; que, de no traerse 2,000 inmigrantes al país, una parte de la próxima cosecha quedará en el campo de caña, sin poderse moler; y, en fin, como consecuencia de estas premisas, que el Estado debe alentar a los hacendados a introducir por sí mismos los brazos que necesiten, ofreciéndoles un premio por cada trabajador, para evitar de este modo la pérdida que se le irroga al fisco en los derechos de exportación que deje de devengar el producto. Fijábamos en veinte pesos el premio que, en nuestro humilde concepto, debía acordarse por cada trabajador que se trajese para el aumento de la producción, y decíamos que al transcurso del primer año quedaría compensada aquella suma, calculando en cinco centavos de derechos de importación el consumo de aquellos inmigrantes. Este cálculo, según informes más completos que hemos adquirido en conversaciones particulares, peca por módico, pues se nos ha citado un caso especial por el cual se comprueba que el consumo de los inmigrantes trabajadores contratados para el servicio de una hacienda de estas inmediaciones es de 60 centavos semanales, en comestibles y artículos alimenticios solamente, es decir, el doble próximamente de lo que computábamos. Valga esto como simple aclaración, pues no es nuestro ánimo insistir en ello, sino confirmar el argumento de nuestras conclusiones anteriores, acerca de la conveniencia de estimular la inmigración de trabajadores en la forma que hemos aconsejado. 295

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Con efecto, nuestras reflexiones se refieren a la próxima zafra y abarcaban el porvenir: mostrábamos el peligro lejano e indicábamos el modo de conjurarlo, aún a riesgo de parecer asustadizos a los que no ven el mal sino cuando no hay lugar de remediarlo y creen más patriótico encubrirlo hasta última hora antes que debelarlo con tiempo y curarlo. Mas hoy podemos apoyar nuestra tesis en datos positivos y sacar de los hechos ocurridos en la zafra última toda la fuerza que necesita un argumento para imponerse a la razón. Estos datos tampoco tienen la exactitud de una estadística económica, como deseáramos para mayor autoridad de nuestras palabras, pues no hemos podido obtenerlos de cada hacendado directamente; pero baste saber que si pecan, no es de exagerados, habiéndonos mantenido siempre en punto inferior a la verdad. Pues bien, sin temer de equivocarnos, nos atrevemos a asegurar que la presente cosecha no se ha molido íntegra por la causa que hemos indicado, a saber, por la falta de brazos. Como 4,000 bocoyes de azúcar han quedado en los campos de caña, sean 60,000 quintales. Los ingenios San Luis, San Isidro, Constancia, La Caridad, La Encarnación, La Esperanza, Dolores y Stella no podrán dar abasto a toda la caña que tienen sembrada. Es verdad que la falta de braceros no es la sola causa que haya concurrido a ello; que por algo deben entrar en el resultado final la circunstancia de haber empezado demasiado tarde a moler algunos de esos ingenios, y los accidentes, imprevistos como el ocurrido con las calderas de la Stella; pero la mayor influencia debe atribuirse a la causa que hemos apuntado. A dicha cifra 4,000 bocoyes de azúcar pueden agregarse 1,300 de miel, cuyos derechos de exportación ha dejado de percibir el fisco a razón de 25 centavos por quintal de azúcar (doce y medio para los ingenios centrales) y dos centavos por galón de miel. En Macorís El Porvenir y La Angelina han dejado caña en sus campos respectivos, sin duda por la misma causa que los ingenios de estas inmediaciones.

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Ahora bien: ¿a cuánto corresponden en derechos fiscales esos 60,000 quintales de azúcar y esos 1,300 bocoyes de miel? A la suma de $16,000 aproximadamente –entrada que ha dejado de recaudar el fisco por falta de peones que rindieran la cosecha. ¿Y a cuánto asciende el premio que habría de dar el Estado por la adquisición de los 2,000 braceros que se necesitan para que la próxima zafra se lleve a cima? A $40,000 que desde el primer año quedarían compensados en el pago de los derechos de importación de objetos por aquellos consumidos. Con efecto, a los $16,000 de más arriba habría que agregar $72,000 anuales, suma que representan en derechos causados los dos mil nuevos consumidores de la inmigración aludida a razón de diez centavos diarios cada uno: son por todo $88,000. Deduciendo de esta suma que constituye un beneficio del fisco la suma de $40,000 que habría de desembolsarse al efecto, restan 48,000 pesos que hoy deja de percibir aquel. ¿Vale esto la pena de imponerse el pequeño sacrificio que aconsejábamos? ¡Conteste cada cual! El Eco de la Opinión, No. 209, 29 de junio de 1883.

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El 4 de julio

Ante esta fecha memorable demos tregua a los intereses de actualidad y consagremos un recuerdo siquiera al triste, si bien glorioso acontecimiento de que este día es aniversario. El 4 de julio de 1861 fue el día designado para la hecatombe de los patriotas que prefirieron la muerte a la esclavitud política de la hija de Febrero. Francisco del Rosario Sánchez fue el alma de esa protesta armada que salvó en la historia la honra del pueblo dominicano ante el crimen de lesa patria preparado por la ignorancia desalmada e inconsciente. Ya el arrojo con que el 27 de Febrero del 1844 sacudiera el yugo haitiano un grupo de héroes presidido por aquel mismo caudillo, había designado aquel ardiente patriota a los golpes de la tiranía. ¡Qué historia de los héroes de la libertad! Primero el desconocimiento, después el odio, y por último la muerte a manos de los que debieron ser su escudo... ¡Qué destino el de las víctimas de San Juan, traicionados en El Cercado! Después de haber cumplido el más alto deber del patriotismo como era conservar incólume la independencia de la Patria, caen en el campo de batalla envueltos en ignominiosa celada y sucumben en el cadalso heridos por la mano que debió servirles de apoyo. ¡Triste destino que haría del patriotismo un mito sangriento y odioso, si no fuese porque los sacrificios que impone son más fecundos para la libertad, mientras más dolorosos y terribles para sus defensores! 299

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Empero ha sonado ya la hora de la justicia y de la recompensa. Ya no hay ni habrá tiranos que ahoguen el grito de la conciencia popular, y lo prueba un hecho de alta significación social. Un grupo de ciudadanos, artesanos, en su mayor parte, se congregan, inscriben esta fecha memorable en sus estatutos, y fieles intérpretes de la conciencia del pueblo, adoptan como uno de sus principales deberes, el de honrar en tal día la memoria de esos mártires ilustres. ¿No es esto una reparación? Dios, que es la suprema conciencia y la suma verdad; el pueblo, que es su instrumento tangible; la patria, inspiración constante de virtudes cívicas, y la libertad, ideal de todo ser humano, exhiben al fin en misterioso concierto a los ojos de la posteridad todos aquellos sacrificios, que resplandecen en la conciencia de las generaciones como ejemplo, como impulso y como estímulo de un glorioso porvenir. No lloremos, pues, a los mártires de El Cercado: sean de flores, no de ciprés, las coronas que depositemos sobre sus féretros; que ellos viven, y vivirán eternamente en la memoria de un pueblo agradecido y exaltado por su ejemplo. Ni ¿por qué habríamos de llorarlos? El egoísmo, la corrupción y la infamia en infernal contubernio preparan el sacrificio de un pueblo joven que ni tiempo tuviera para probar sus aptitudes de libertad y de progreso. Un puñado de valientes se levanta y protesta contra la enormidad del crimen. Este, valido de la fuerza, los contiene, los arrolla, los sojuzga, y los mata. Nada es más fácil: pero el patriotismo airado ha lanzado su protesta; el mundo la oye, la República la recoge, y la sangre vertida en El Cercado hace crecer más frondoso el árbol de la libertad dominicana. Eso basta; la iniquidad victoriosa se convertirá al credo sellado con la sangre de los mártires, o huirá despavorido ante el fragor de los truenos de Capotillo… El Eco de la Opinión, No. 210, 6 de julio de 1883.

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Instrucción pública

Al encabezar con este título nuestro editorial de hoy, cualquiera pensaría que veníamos en extenso artículo a demostrar las inmensas ventajas que proporciona la instrucción pública en todos los países, para deducir después la necesidad que hay en el nuestro de atender con verdadero interés a su completo desenvolvimiento. No tenemos tal pretensión. Además de que en otras ocasiones, no solo nosotros y nuestros colaboradores en la redacción de El Eco, sino también otras plumas mejor cortadas que la nuestra se han ocupado de tan importante materia, apenas alcanzamos a comprender cómo haya entre los cuerpos que componen el poder público, ni entre los ciudadanos que acostumbran leernos, una sola persona que no esté convencida de que el pueblo que no se instruye, es un pueblo retrógrado que volverá a los tiempos de la oscuridad y del salvajismo. Llegamos hasta tal punto en este respecto, que creemos que el poder o los poderes del Estado, a los cuales las leyes encomiendan la muy alta misión de sostener, mejorar y aumentar en un país la instrucción pública, y por ignorancia o por apatía desatienden a tan importante deber, no merecen sino que el pueblo en masa los vituperara haciéndolos descender vergonzosamente de un puesto que no les pertenece. Revoluciones impulsadas por un móvil tan noble tendrían la más gloriosa de las justificaciones. En diferentes veces hemos visto en los países del pauperismo las masas populares levantarse, pidiendo pan; porque sus familias desfallecen y mueren de hambre. Esto es común en algunas naciones de Europa. Jamás hemos oído decir que en ninguna parte el 301

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pueblo se haya levantado pidiendo instrucción para sus hijos, que es el verdadero pan del espíritu. En muchas de las naciones de la América del Sur ha existido y existe este pauperismo moral, y ojalá que en ellos, en vez de esas revoluciones políticas, con tendencias mezquinas las más de las veces, hubiéramos visto las masas populares levantar banderas con la gloriosa inscripción: “Tenemos hambre de educarnos, queremos el pan del alma.” ¡Cuán diferente entonces fueran nuestra civilización y nuestro progreso! No entonces habría quien contemplando el estado de atraso en que han vivido la mayor parte de nuestras ricas repúblicas de América, se le ocurriera al compararlas con la de los Estados Unidos del Norte, aquella parábola de la Escritura que habla de las vírgenes prudentes y las vírgenes imprudentes. Y en efecto, al tratarse de los Estados que componen las dos Américas nos viene como de molde la citada parábola. Los Estados Unidos del Norte por haber con asombroso interés, desde su comienzo a la vida independiente y soberana, atendido, sin desperdiciar medios, a establecer escuelas por todos lugares habitados de su extenso territorio, son las vírgenes prudentes que supieron proveer el aceite de sus lámparas para no encontrarse a oscuras en el momento en que para ellas era el porvenir la luz. Nosotros, o sean los Estados que forman las naciones de la América del Sur y las Antillas, venimos a completar la parábola haciendo que nuestras Repúblicas hayan sido y sean las vírgenes imprudentes que encontrándose en tinieblas no han podido abrir las puertas al progreso y a la civilización. Afortunadamente no tenemos hoy en nuestro país por qué lanzar las lamentaciones desesperadas que en otros días nos inspiraba nuestro estado en materia de instrucción pública. Es verdad que aún no hemos hecho nada que pueda llenar satisfactoriamente nuestro deseo; pero en todos los círculos se va despertando la idea de que ante todo y sobre todo es necesario atender al establecimiento de escuelas, y así siguiendo la voz unísona de la mayor parte de los pueblos que habitan la tierra, nuestros gobiernos y Congresos, desde la Administración del doctor Meriño a la fecha, han ido, aunque con dificultad, dando pruebas de que anhelan ponerse

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a la altura que les corresponde como dignos mandatarios y como dignos representantes de una nación que no quiere quedarse atrás en esta marcha que lleva el siglo XIX. El gobierno del doctor Meriño, es innegable que con calor quiso darle impulso a ese importante ramo de la Administración pública, pero causas ajenas a su voluntad entorpecieron su marcha en ese camino y no pudo continuar en la demostración de tan laudable deseo. Hoy el actual gabinete, en mejores condiciones, ha comenzado a probar que no le desmerecen tampoco su atención; y por eso hemos visto que ha concedido a los municipios el producido de las patentes, haciendo que el Ejecutivo declarase esa renta como municipal, y con el fin de destinarla a la instrucción pública. También en su Memoria al Congreso pidió el Ministro Mejía que exonerándose de los derechos de importación los materiales para fábricas de casas, etc., se aplicase un tanto por ciento a favor de la instrucción, y el Congreso, acogiendo el pensamiento del Ministro, ha dado un decreto por el cual se impone solamente el pago de un 5% sobre factura a dichos materiales, que se destina igualmente al mismo laudable fin. Todo esto revela el buen deseo del Gobierno, y revela, como dijimos, que sabrá colocarse en este sentido a la altura que le corresponde. Muy escasos son todavía los recursos aplicados en el país al desenvolvimiento de la instrucción pública. Eso es sabido de todos y por todos. No se gasta en toda la República ni el 4% de sus rentas generales. Ni nosotros queremos, ni el gobierno actual podrá conformarse, con que termine su período administrativo dejando la instrucción pública con tan mezquinos subsidios. Pues qué, ¿no se ha despertado en todo ánimo noble y levantado ese interés por el aumento y la mejora de ella en el país? ¿Se dejará el Gobierno arrebatar por otros la cumplida satisfacción que experimenta proporcionando en más abundancia al pueblo ese sabroso pan del alma que alimenta a las naciones, y las hace crecer, y las hace grandes, y les da fuerza para abrirse paso hacia el porvenir? Cuando todo el mudo civilizado con entusiasmo ardiente trabaja por conseguir ilustración ¿tan solo la nuestra será la discordada voz en el concierto armonioso que han levantado las naciones a

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favor de la ilustración publica? ¿Vendremos a ser el punto negro de la ignorancia en el cuadro brillante donde inscriban ellas su nombre? ¿La Quisqueya orgullosa de otros días que tenía a gloria llevar por nombre la Atenas del Nuevo Mundo, en oscuridad lamentable vendrá a llamarse corrida de vergüenza, la República más bruta que pueble la Tierra? ¡No! ya lo dijimos: el Gobierno que ha principiado a dar pruebas de que se halla a la altura que le corresponde en esta materia, hará que se apliquen cuantos recursos fueren posibles al desarrollo de la instrucción. Y de seguro contamos con que el Ministro actual del ramo, que es ilustrado, y que sabe que nunca son onerosos los presupuestos de escuelas por muy subidos que ellos aparezcan, principiará a trabajar desde ahora por la adquisición del 6% que se destinaba a la amortización del empréstito del 12 de julio del año pasado, aplicando el producido de dicho 6% a la Instrucción pública. Si el Ministro y el Gobierno acogen esta idea se llenará de gloria la administración del general Heureaux. El Eco de la Opinión, No. 211, 13 de julio de 1883.

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Subvención de periódicos

Desde que el Gobierno provisional en Puerto Plata dio el decreto de fecha cuatro de mayo del 1880 acordando una subvención a los periódicos que se publicaran en el país, y que ese decreto fue más luego aprobado por el Congreso, oímos alguna que otra voz, que bien pronto fue apagada opinando contra la dicha subvención. Hoy, que merced a ese bien inspirado decreto tenemos la satisfacción de ver cómo se ha aumentado el número de periódicos que se publican, sobre todo, en esta capital, quiere volverse a levantar esa voz. El Eco que en aquella época aplaudió calurosamente la resolución, y que la consideró digna de toda alabanza, por la importancia que entrañaba, y por las innumerables ventajas que de ella se alcanzarían en el terreno del progreso material, moral e intelectual de la República, quiere ser el primero en contribuir a que se apague cualquier propaganda que pueda levantarse con intentos de hacer enojosa la dicha subvención que hasta hoy paga religiosamente el Gobierno. Nosotros nos afirmamos más y más en la creencia de que la ejecución del decreto es de suma importancia para el Gobierno y para la nación; porque además de que son naturales las deducciones que se ocurren al pensamiento a favor de él, estamos ya palpando los beneficios que esas hojas mensajeras del bien y de la paz de la República proporcionan a todos los gremios de nuestra sociedad. En el interior ellas hacen que los ciudadanos conozcan las situaciones, ya políticas, ya morales que atraviesa el país, y hacen que estén al corriente de las medidas gubernativas, del estado del comercio, del desarrollo de las industrias, y de todos los elementos 305

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de progreso que se agitan en él. Así mismo los periódicos moralizan, ilustran y enseñan al pueblo. Ellos muestran las ventajas que se adquieren con el trabajo, y sirven de estímulo a la juventud para que se lance en la vía del estudio de las artes y las ciencias para que se despierte en ella el sentimiento del patriotismo; para que sepa en el porvenir odiar las tiranías; para que defienda los derechos del ciudadano y para que ame la libertad y la independencia de la patria. Un periódico en un país es una tribuna muda, que siempre está hablando; es un centinela de los intereses públicos que tiene por fósil una pluma; es un maestro que da su lección a muchas gentes y que la repite y vuelve a repetirla muchas veces sin nunca fatigarse; es una escuela que no tiene local, pero que se asienta en todas partes; es un libro condensado en una hoja que se lee sin gastar tiempo, ni dinero. Y todo esto es así, porque justificado está que no puede ser periódico aquel que de alguna manera no trate de intereses generales, o no tienda a algún fin moral y doctrinario. Por deducciones a priori, que son naturales desde el instante en que nos tomemos la pena de reflexionar un poco, o por consecuencias a posteriori, está probado que mientras mayor sea el número de periódicos que se publiquen en un país, mayor será la influencia que ejerza la opinión pública en los poderes que constituyen el Estado. Y en esas demostraciones de la prensa, ¿quién se atreverá a negar que los poderes, cuando desean hacer el bien, encuentran un foco de luz, que los guía en todas sus decisiones por la senda más derecha? Ora los alienta y los fortalece cuando emprenden su marcha por esa senda, o ya los desanima y los debilita cuando por el contrario toman un camino extraviado. En Europa, y más que en Europa, en los Estados Unidos de América, han sido inmensos los beneficios que se han adquirido y se adquieren actualmente para la buena marcha de la cosa pública con ese elemento poderoso que se llama los periódicos. Es verdad que en muchas ocasiones se levanta en ellos la voz de los demagogos; es verdad que las facciones encuentran en sus columnas un campo donde desplegar sus banderas; es cierto que

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muchas veces sirven de máscara a las bastardas ambiciones, y abren las puertas para que se introduzcan en el templo del patriotismo y de la democracia, aquellos que profanan y que manchan al patriotismo y la democracia. Pero, también esas mismas contradicciones ilustran el conocimiento de la verdad; porque abren el campo a la discusión; porque le dan armas a los buenos principios para vencer con más facilidad en la lucha; porque al vencer estos ponen en descubierto las groseras deformidades y depurándose así la política hay menos miasmas que infesten el cuerpo social y llega un día en que vigorizada la nación no tiene por qué temer obstáculos que la entorpezcan en su camino. Los periódicos, digan lo que dijeren, son una especie de coimita nacional, y en nuestra República en donde todavía no tenemos los medios, o sea, las reuniones populares de otras partes, ni tenemos los oradores de las plazas públicas, ni tampoco las conferencias, son ellos los que vienen a señalar ese horizonte donde las más de las veces se oculta la opinión pública. Y si hemos demostrado cuántos son los beneficios que se alcanzan con ellos en el interior de una nación, a nadie se escapará cuán poderoso es ese elemento de la prensa fuera de esa misma nación. ¿Y cuál otro país tendrá mayor necesidad de darse a conocer en el extranjero que el nuestro? ¿Y qué otro medio encontraríamos más fácil y más oportuno que el de los periódicos? Ellos llevan de una manera favorable a todos los países las noticias de nuestro modo de ser; ellos proclaman el estado de nuestra agricultura y estimulan los capitales para que vengan a cultivar nuestras feraces tierras, dan a conocer el incremento que va tomando nuestro comercio, levantan nuestro crédito, demuestran las ventajas que aquí obtienen las industrias, propagan la libertad de nuestros gobiernos, y de nuestras franquicias, afaman nuestras riquezas naturales, describen la bondad de nuestros hospitalarios campesinos y lo dulce de nuestra temperatura y lo sano de nuestro clima. Ellos cunden la propaganda para atraer la inmigración trabajadora, esa inmigración de que tanto carecemos; ellos en fin, dan a conocer las aspiraciones de todos los gremios de nuestra sociedad hacia el adelanto y el progreso, y dan a conocer, por último, al mundo

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civilizado, el afianzamiento que de día en día va tomando la paz en la República. Y haciendo todos esos bienes al país, a costa de tan poco sacrificio, porque en nada gravan el presupuesto las pequeñas subvenciones que se les señalan, ¿será posible que de un solo golpe viniera el Gobierno a ahogar el desarrollo que ese elemento de la prensa ha tomado y va tomando cada vez más? No, convencidos estamos de que el Gobierno seguirá pagando las subvenciones como lo ha hecho hasta el presente, sin hacer caso de rumorcillos insignificantes. El Eco de la Opinión, No. 212, 20 de julio de 1883.

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16 de Agosto

Ya se aproxima el glorioso aniversario de la Restauración de la Patria. Por la vigésima vez volverá a levantarse en el cielo de Quisqueya el hermoso sol que reflejó esplendoroso bañando con su luz los campos de Capotillo. Aquel grupo de valientes que levantó del fango la bandera nacional, empapada con la sangre de tantas víctimas del patriotismo, emprendió la lucha e hizo que el pueblo reconquistara su independencia perdida. Quisqueya se alzó con más gloria que nunca, y su alborozo fue mayor; sometida a pruebas salió triunfante su virtud. Por eso debe ser inmensamente grande la conmemoración de ese día. Hay fechas en la vida de los pueblos que condensan su heroísmo, y que por sí solas equivalen a una epopeya. En nuestra historia es una de esas fechas el 16 de Agosto de 1863. ¿Quién será aquel que siendo dominicano no se sienta enorgullecido al considerar la grandeza de la patria en un día como ese? Y esto así, ¿por qué no se levanta el espíritu de todo ciudadano impulsado por ese noble sentimiento, y se dispone a celebrar esa fiesta nacional? ¿Por qué no notamos ya aquella animación que se manifestó en el pasado 27 de Febrero? Hoy que afortunadamente gozamos de una paz sólida, ¿nos conformaremos con el Tedeum oficial de la mañana, y los fuegos artificiales en la noche que tenga preparados el Gobierno? No, que cada cual prepare algo para adornar las calles, que todos los gremios de la sociedad se dispongan a hacer sus manifestaciones, 309

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que el pueblo entero demuestre su júbilo, que se inventen actos dignos de una nación que aspira a ser grande y civilizada. Para la víspera de tan memorable día ya la prensa tiene anunciada una velada literaria. A esa velada esperamos que irán todos nuestros literatos a dignificarla con producciones adecuadas a tan importante asunto, y esperamos que irán también a levantar sus cantos nuestros inspirados bardos. Pero, con eso y todo, muchas otras cosas se pueden imaginar para solemnizar y conmemorar el 16 de Agosto del 1863. Se nos ocurre proponer una consagración de todas las escuelas, de ambos sexos, primarias, secundarias y hasta superiores de esta capital, para que formándose una asamblea general de todas ellas en la tarde d tan glorioso día, se dirijan al palacio de gobierno, o ya sea a la Plaza Consistorial, si el tiempo lo permite, llevando cada escuela a su frente los profesores, o profesoras que las regenten, y diferenciándose cada una de las escuelas por medio del distintivo que a cada director o directora le plazca mejor escoger. Para esta fiesta, que desde luego llamaremos escolar, se invitará al Gobierno y al Ayuntamiento, dedicándola al Presidente de la República como una ofrenda que rinde la instrucción pública a la memoria de la Restauración de la Patria. El Presidente se merece ese alto honor por ser el representante de la nación, por las pruebas que tiene dadas de que es hombre que aspira al progreso de su patria y por las esperanzas que tiene en él fundadas la enseñanza pública. Las divisiones escolares se organizarán, previa convocatoria de los maestros, formulando el programa de la fiesta, y organizadas que sean, con banderas nacionales saldrán del punto o centro donde se disponga la reunión, y acompañadas de la banda de música, vendrán hasta la Plaza Consistorial, si es que en ese lugar se dispone celebrar la congregación. Allí, en el momento dado, alzando los niños y las niñas los pabellones nacionales saludarán la patria con un himno que al efecto puede prepararse. Sería muy significativo que el acto lo presidiese, ya se celebre en la Plaza Consistorial, o ya en el Palacio de Gobierno, el rector del Instituto Profesional, doctor Meriño, y que todas las corporaciones

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reunidas puedan asistir a él, teniendo derecho a la palabra, a más del Presidente de la República, el ministro de Instrucción, el presidente del Ayuntamiento y todos los profesores, maestros y maestras que quisieren hacer uso de ella. La celebración de una fiesta semejante implicaría para el país la mayor prueba de que la civilización y la cultura son dignas de asentar sus reales en él. Sería el himno mejor que se pudiera levantar a la gloria de la Patria de Febrero y Agosto. ¿Qué ejército sería más imponente y más grato al corazón, que ese, en el cual se verían los maestros y maestras haciendo de capitanes en sus diferentes compañías, y a los niños y niñas y jóvenes de ambos sexos formando los escuadrones? Al levantar las banderas nacionales, alzándose en coro tantas voces infantiles para entonar el himno de nuestras glorias, ¿de qué manera imaginarse un espectáculo más agradable, más delicado, y más conmovedor? ¿Qué otro estímulo más poderoso para esa juventud que se educa, esperanza del porvenir, y qué ejemplo más beneficioso para encender en ella el patriotismo? Aquí concluiremos. Hemos lanzado un pensamiento, si se acoge, púlase y mejórese, y si no puede llevarse a cabo en esta fiesta nacional, téngase presente para otro día. El Eco de la Opinión, No. 214, 30 de julio de 1883.

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Exposición nacional. El programa

Hoy podemos dar una idea de los trabajos que hace tres meses viene preparando la sociedad iniciadora del gran proyecto de Exposición nacional; reseñando a la ligera las materias que se contienen en el Programa y la distribución de recompensas. Hace tres meses, día por día puede decirse, se elabora el dicho Programa, que ha pasado por cinco proyectos cada uno de los cuales ha sido inmediata derivación del otro y cada uno de los cuales ha requerido, además del examen y estudio previo de las diferentes comisiones la discusión consiguiente. En él se ha comprendido todo lo que es propio del país en que la Exposición tendrá lugar y lo que permiten sus actuales condiciones; nada útil, nada bueno se ha obviado, hasta el punto de hallarse cansada la atención de la sociedad iniciadora, al rendir su tarea, con tan prolijo y escrupuloso cuidado como ha puesto en ello. A tanta consagración ella espera que se corresponda en la esfera de la acción, con el mismo empeño y buena voluntad de parte de todos aquellos que interés tienen por el progreso y la civilización de Quisqueya, cuyo paso gigante, a no dudarlo, será la Exposición nacional para 1884. En tanto que, con asiduo trabajo, emprende en este momento mismo la laboriosa y patriótica “Amigos del País” la última lectura del Reglamento Orgánico para la Exposición, cuyo proyecto estaba sobre el tapete esperando su turno, y en tanto que se publica en folleto todo lo concerniente a Exposición, desde la Resolución oficial de la sociedad, hasta el programa de festejos públicos para la misma; apuntemos aquí las especies que hemos anunciado, y que 313

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se nos han facilitado, para que el público vaya enterándose de tan importante y trascendental asunto: La División de Materias comprende siete secciones bajo los títulos de Agricultura, Industria y Volatería; Ganadería; Mineralogía, Química y Farmacia; Artes y Oficios; Bellas Artes; Antigüedades; Diversos. La primera sección contiene: café, cacao, tabaco en rama, algodón desmotado, frutos menores, cereales, azúcares, mieles, cera, quesos, mantequilla y aves. La segunda contiene: novillos, bueyes, vacas, cabras, ovejas, caballos, mulas, cerdos y asnos, a condición de que toda ganadería sea del país. La cuarta contiene: caligrafía, fotografía, grabado, tipografía y encuadernación, ebanistería, tabaquería, dulcería, licorería, curtiembre, peletería, talabartería, carpintería, herrería, hojalatería, alfarería y demás artes cerámicas, pirotecnia, obras de cordelería, cestos, labores de aguja y flores artificiales. La tercera contiene: minerales nativos, piedras preciosas, aguas minerales (con expresión de su procedencia y efectos), aceites, raíces, cortezas, hojas, flores y frutos medicinales y preparaciones farmacéuticas. La quinta contiene: pintura y dibujo, poesía y música. La sexta contiene: objetos de la época de los aborígenes, objetos de la época de la conquista y numismática. La séptima contiene: muestras de maderas del país, petrificaciones, obras de concha, educación y enseñanza, periódicos nacionales, planos (el de la capital, completo), cuadros estadísticos, floricultura, tabaco en rollo (andullos) y otras obras. La distribución de recompensas para las dichas siete secciones está en el orden siguiente: para la primera, hay señaladas: 5 medallas de oro, 7 de plata, 12 menciones honoríficas de 1ª clase, 4 de segunda, 36 premios de implementos de agricultura; otros dos más, de dos premios de $10 y dos de 5. Para la segunda sección: 3 medallas de oro, 5 de plata, 6 menciones honoríficas de 1ª clase, 4 de segunda, un arado, tres premios de $5, y una onza de oro. Para la tercera sección: 1 medalla de oro, 10 de plata, 15 menciones honoríficas de 1ª clase y 1 de segunda. Para la cuarta sección: 21 medallas de plata, 2 menciones honoríficas de 1ª clase, 23 de segunda y 4 máquinas de coser. Para la quinta sección: 6 medallas de oro, 4 de plata, 5 menciones honoríficas de 1ª clase, 4 de segunda y un

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pensamiento de oro. Para la sexta sección: 3 medallas de plata y 3 menciones honoríficas de 2ª clase. Para la séptima sección: 2 medallas de oro, 23 medallas de plata, 16 menciones honoríficas de 1ª clase, 13 de 2ª y un premio de $17 en oro. Extractado así el Programa, júzguese de la extensión y de la importancia del proyecto; el cual importa mucho ir desde ahora considerando y disponiéndose a ayudar. Por último, debemos añadir que el folleto que se editará conteniendo los diferentes asuntos referentes a la Exposición, será en el orden que sigue: 1º Resolución de la sociedad; 2º División de materias; 3º Distribución de recompensas; 4º Reglamento orgánico; 5º Programa de festejos públicos. Felicitamos a la “Amigos del País” por su laboriosidad y constancia; e inútil es decirle que no desmaye. El Eco de la Opinión, No. 215, 10 de agosto de 1883.

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Lo que necesitamos

En el creciente desarrollo de fuerzas que se nota, entra por mucho el elemento culto de la enseñanza, que, al mejorar aquí de formas, ha manumitido el espíritu de la juventud. Y es condición de pueblos sensatos y libres ser instruidos; que así, y no de otra manera, son laboriosos y fuertes. Tomando por consigna entonces la verdad y la luz, allá van, por su buen sentido guiados. Muestra de ello elocuente tenemos en nuestra propia América Latina. Buenos Aires, guarida de fieras, neronianas en época nefasta de federales y salvajes unitarios, es hoy una Atenas; y no solo la Capital es la que irradia luz, sino que a los últimos extremos cunde el ejemplo enaltecedor de la ciudad viril, que en el día tiene más escuelas que París y Nueva York, relativamente. Ya que, por dicha, hoy nos encontramos con que el Progreso abre a golpes de maceta el muro intelectual que encastillados nos tenía en preocupaciones y degradante, ignorancia, y camino adelante vamos de otra vida más propia de pueblos honrados; es esta la hora de alumbrar la senda que pisamos a tientas, con luz de razón práctica y con firme intención moral. Si el pueblo se instruye ya; hagamos que se instruya todo él y que obligatoriamente se instruya, porque no ha de haber desequilibrio de potencia capaz, ni desigualdades en la igualdad. Si el pueblo se instruye; hagamos que se eduque, porque la moralidad debe crecer al mismo nivel que todos los demás progresos. Instrucción y educación popular. Ahí debemos dirigirnos. ¿Y cómo? No con teorías vanas, no con idealismo enfermo, no con utopías, sino con práctica resolución. Hay que saber que la práctica 317

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en todo y por todo vale hoy la vida; que, por tanto, todos necesitan estar vestidos de tales armas para luchar con ventajas en este torbellino de la moderna existencia. Práctica y práctica. A un lado el empirismo, y vamos a observar más de cerca eso que se llama pueblo y sociedad. Vanas palabras, si nos contentamos con decirlas y repetirlas, como la palabra Libertad, consigna de ladrones de pueblos. Deberíamos entender de una vez que el sistema de enseñanza obligatoria es aquí necesario y urgente para arrastrar masas a su emancipación intelectual, al crisol de la escuela; que después, ya nos encargaremos de educar moral, social y políticamente esa pobre muchedumbre desheredada. Pero llévese el pueblo a la escuela; razón práctica. Multiplíquense estas; viértase en ellas a chorros el dinero de la nación; surja un ejército de profesores, como antes se multiplicaban los campamentos y surgían torpes generales y en humo de pólvora se malgastaba el porvenir de la sociedad. Necesitamos ahora el combate en las aulas, y en la arena de la vida práctica. Para dirigir este pueblo paciente y bueno; para utilizar las fuerzas que se desarrollan en provecho suyo solamente, para abrir otro cauce amplio y seguro a este país, y esa noción aconseja la enseñanza obligatoria y el taller. No tanto instrucción superior: no tanto desvelo por lujo de aulas; que así se corre el riesgo de no ser más que una pequeñísima, aunque útil, porción de la sociedad la que se mejora; sí mucho y muy mucho la instrucción primaria. En cada rincón se puede abrir una escuela; cada buen ciudadano puede ser un maestro de primeras letras; y el pueblo entero puede asistir a las aulas a cultivar su inteligencia. Espere luego el taller al niño que no pueda o no quiera seguir carrera. Que el taller moralice, y no perviertan la vagancia y el mal ejemplo. Así diremos después con toda verdad: progresamos. Mientras con olímpico desdén miremos el pueblo allá abajo, sin darle nada de lo que es suyo, no podemos llamarnos sociedad culta. ¡Saquemos al pueblo de su atonía; levantémosle hasta su dignidad social! El Eco de la Opinión, Núm. 216, 17 de agosto de 1883.

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Educación práctica

No es la vida artística, a la que son por su naturaleza dados los pueblos neolatinos, la que más conviene e importa a su organismo. Sí por cierto que acusa y revela en ellos esa tendencia de su espíritu, la generosa poesía que, a manera de atmósfera preservadora, los envuelve; pero como otros son los tiempos, y exige la reconstrucción que opera el siglo XIX calenturienta actividad, prisa enorme para reduplicar y multiplicar el progreso moral y material de la humanidad, y como que, por ende, no están ya en equilibrio las facultades de esos pueblos, a la hora presente se hallan indecisos, o bien hechos algunos verdaderas momias, política y socialmente hablando. Necesitan, por tanto ya, la mayor parte de los pueblos hispanoamericanos de la “savia mecánica” que, a la par que los nutra de otras actividades, les restituya su vigor perdido y esfuerce la grandeza de su espíritu. Esa vaga, enfermiza idealidad, esa añeja idolatría de cosas cuya prestigiosa fantasmagoría ha pasado, ese sueño de sus fuerzas vírgenes, esa laxitud con que parece brindarle el ardiente clima de su zona, todo eso requiere la conmoción eléctrica de las actuales aspiraciones humanas. En igual desequilibrio moral se halla, aquí en nuestra América, la gran nación del Norte. Esa raza antagónica padece ya la parálisis moral, la esterilidad que el mercantilismo y la mezcla de tantos huéspedes ha producido. Le falta “savia artística” como a nosotros “savia mecánica”. Una y otra raza matriz se asombran de su respectiva extenuación; y comprenden que hora es ya de reparar sus 319

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pérdidas, pues va a comenzar la evolución histórica, trascendental del Nuevo Mundo. España puede presentarnos un triste ejemplo de lo que es ese exceso de vida artística; pues que abundando en hidalgos sentimientos, en claro ingenio, en vigoroso espíritu, y teniendo hermoso cielo y tierra paradisíaca por lo rica y pintoresca, está exhausta de capacidades activas y yace inmóvil como en los tiempos feudales. ¡Y cuántas excelentes cualidades no tiene ese pueblo español, que sacadas a luz harían de él el pueblo privilegiado de Europa! Pero la vida real está lejos de haber penetrado en toda España; y es tal la morbosa influencia que en ella ejerce esa soñadora contemplación y suntuosa manera de ser, que ya ha perdido hasta la conciencia de pueblo europeo. ¿Qué sucede allí? Que no hay más consagración que al arte y a las letras, improductivas entrambas cosas, precisamente porque no se atiende como se debiera a la útil labor del cuerpo. Que brota oradores, poetas, pintores, políticos, sacerdotes, facultativos y juristas la tierra, famélico concierto de voces hambrientas que exigen, como es natural, arte para vivir y lujo de exterioridades pomposas en que holgar; y esa tierra fecunda, no da, al mismo tiempo, para hacerla productiva, muchos agricultores, mecánicos, científicos y navegantes. Esa excesiva vida artística, engendradora de preocupaciones, es lo que aqueja tanto a estos pueblos de América. Es, no hay duda, como ya dijimos, una garantía; pero eso impide que haya lo demás para su natural equilibrio. Y pruébalo, que las nacionalidades americanas que se han dedicado a la labor asidua, derramando felizmente sus generosos pensamientos en el sutil vapor de la industria, esas han afirmado su existencia y han modificado sus condiciones políticas y sociales. Pueblo que trabaja no es pueblo muerto ni esclavo. ¿Habrá que decir que nosotros estamos en el mismo punto que los pueblos estacionarios neolatinos? Absolutamente en el mismo. Participamos de esa vida artística, contemplativa, a fuer de soñadores; por eso, si es verdad que necesitamos de espirituales enseñanzas, no lo es menos que requerimos al mismo tiempo aprendizajes

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Más que un eco de la opinión. 2. Escritos, 1879-1885

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útiles. Esforzar la educación de los sentidos y del sentimiento para el progreso moral de que tanto habemos menester, es justo, bueno y necesario; pero esforzar con ahínco la educación práctica, el gusto por el trabajo y la vida práctica, es indispensable y moral en sumo grado. Así como los Estados Unidos, por ejemplo, esterizado por el mercantilismo grosero y demás causas, necesita ya de otra savia generosa para fecundar su parte moral desgastada, así los pueblos neo-latinos como el nuestro muy principalmente, necesitan de otra savia más rica en elementos vigorizantes para salir de su letargo. Donde los hombres son pobres, la libertad peligra, ha dicho un elegante escritor, haciendo referencia a nuestra América. Así pues, no es educación artística lo que más importa darles a nuestras renacientes sociedades, no es solo reforzar en ellas “el elemento lírico”, sino comulgarlas con la idea práctica de la vida actual. En la presente edad, en que todo trabaja con febril empeño, porque la vida corre más aprisa y se imponen con más fuerza las más arduas cuestiones de ella; en que el siglo actual quiere rendir la tarea reconstitutiva que el siglo pasado le encomendara, y en que las razas y los pueblos todos se acercan atraídos por un misterioso impulso unos a otros, y quieren llegar todos al porvenir con el pámpano de su labor coronando sus frentes; no es posible que ningún pueblo abjure de sí propio permaneciendo estacionario en el camino que todos llevan, y entregado a enfermizas delectaciones. Así lo comprendieron en hora feliz sabios pueblos y amigos de pueblos, como Chile y la Argentina y sus notables hombres públicos. Aficionaron estos al pueblo a la vida práctica, e hicieron de rebaños de hombres, naciones de ciudadanos libres. Les enseñaron primero a labrar el terruño y después a discutir sus intereses; fincando así la libertad en la propiedad, que es como está segura, se robustece y perdura. En cambio, otros pueblos americanos, entre ellos el nuestro, han seguido inmóviles en su romántica actitud, carne momia para todas las concupiscencias; y en ellos, ¿qué educación se aplica? Esa educación artística que los enerva haciéndoles más soñadores.

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Ahora que el progreso se manifiesta, por medio del gusto a las artes y las letras, es el momento en que necesitamos de enseñanzas prácticas y de estímulo ennoblecedor. Que al lado del colegio se levante la escuela de agricultura, de artes y oficios; que se forme al lado de facultativos, jurisconsultos y artistas, agricultores, mecánicos, industriales, hombres de ciencia y artesanos. Necesitamos que cuando se estimule el arte y la ciencia, se estimule el trabajo; necesitamos que cuando se abran campos y concursos para el talento, se abran exposiciones, ferias y talleres para la industria, y cuando se recompense la obra de la inteligencia y al que la conciba, se recompense también el pingüe fruto de la tierra y al que lo produce y lo transforma. En estos momentos de evolución, requiere el espíritu de los pueblos alimento de verdad y, sobre todo, de actividad. Vivimos muy deprisa, y es urgente aprovechar el tiempo. Nos vamos acercando al momento de la crisis reconstitutiva que ha venido elaborando fatigosamente el presente siglo. ¡Y es natural, que, si aspiramos a ser pueblo digno y pueblo americano, nos aproximemos ya al altar de la vida moderna para hacer alianza con todos los espíritus, todas las ideas y todos los pueblos de la Tierra! El Eco de la Opinión, No. 218, 31 de agosto de 1883.

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Revista para el interior

¿Cómo evitaríamos el estribillo aquel con que en otro tiempo nos martillaba la paciencia el órgano de las altas regiones: “La República está en paz”? Nada más sencillo. Cambiaremos la frase, venga o no al caso el modo de construirla, diciendo: “La República está en trabajo”. Estar en trabajo es la vida envidiable del ser humano. Seguir la condenación impuesta en el momento supremo de la primera culpa del paraíso, es lo que conviene y convendrá siempre a todo el que fue organizado para eso, y aún nos atreveríamos a decir, que nada más que para eso. Vida inactiva es negación de vida. Falta de empleo de facultades en medio a la actividad perpetua de todo lo que constituye el mundo, es falta de elemento para la conservación propia; es buscar el suicidio lento, que es el peor de todos los suicidios. De él se ha librado el país desde que comenzó a dejar para otros la torturadora tarea de destrozarse miembros útiles en las hecatombes de las tiranías. Ha paralizado la acción del hierro matador de vidas para herir las entrañas de la tierra, que vive de esas heridas, que necesita de ellas para ser fecunda. Labor digna es esa, que hoy se emprende con fines de porvenir repleto de esperanzas. Por eso a la fatiga de la faena sigue el regocijo del descanso, que significa acopio de frutos en urna de oro. Hoy se descansa. Descansa el dueño de la finca, el mayordomo, el maquinista y el peón. Todos van a ver a su familia, a celebrar las fiestas del hogar con la ruidosa alegría, de quien tiene más que aire en el bolsillo. Y también descansa esa otra cooperadora del 323

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trabajo, producto de la máquina que tritura, que brama caldeada por el fuego, que lanza los torrentes de la dulcísima miel con que se regala la humanidad. Ahora la cuidan, la pulen, la abrillantan, la ponen también de fiesta como a perezosa dama rica. Y bien lo merece; que sin ella la pobre fuerza humana se agotaría en vano, sin grandeza equivalente a la pérdida de aliento que va dejando el ejercicio continuado. Los bocoyes del sacarino producto han rodado sobre el muelle y se han ido a buscar transformaciones por esos otros mundos manufactureros, en cambio de la transformación metálica que se envía a quienes los embarcaron. ¡Dichoso país el que así revoluciona!

*** Con la zafra ha concluido otra cosa que a ella no se parece. Es el año primero de los dos que la sabia previsión, hija de la experiencia, señaló a los períodos presidenciales. El general Heureaux ha mirado pasar como rápidos instantes los días, las semanas y los meses de este año; y los ha mirado pasar pronto, porque no se ha sentado a regodearse con las magnificencias de un título, sino que ha vivido con la pluma mojada, el papel delante y el pensamiento en actividad, resolviendo problemas de todo género en esta tierra de los problemas dejados por luchas y ambiciones. Un año de perseverancia administrativa muy fecunda ha sido el del mandatario cuya autoridad no se siente sobre las personas sino que se ve en las cosas. Ahora ha ido a un viaje de inspección por el Sur. Inspección que es necesaria, porque ahí a la piquera –como vulgarmente se dice– en Haití se está elaborando algo parecido a lo que en otro tiempo se elaboraba por acá. Allí se pelea, y se trata de derrocar un gobierno; y es de vecino avisado y prudente, ver qué puede tocarle, o evitar que algo pueda tocarle de lo que se está tramando en casa del vecino.

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Más que un eco de la opinión. 2. Escritos, 1879-1885

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*** Ahí viene caminando el 10 de septiembre que tenemos ya encima. Y nos dicen que el municipio trata de celebrar ese aniversario del más luminoso acontecimiento histórico de este siglo; del más solemne mentís dado a la infatuación del espíritu humano que se cree siempre en posesión de la verdad. Colón nos legó sus infortunios con sus cenizas; parece que una previsión suprema le hizo ver en La Española algo que se avenía con su propio destino; y quiso que la calumniada, la oprimida, la víctima de todas las calamidades futuras, guardase las reliquias del más calumniado, del más oprimido, del más víctima entre todos los hombres de genio. Pese a la patriotera obcecación de quienes niegan el hecho del 10 de septiembre, aquí celebramos y celebraremos el hallazgo de los verdaderos restos del Gran Almirante, ahora con regocijos puramente usuales, pero tal vez dentro de un año con la inauguración de la gran estatua de bronce del ilustre y esclarecido varón. Decíase que una velada de la prensa iba a tener lugar en la noche de ese día, pero circunstancias invencibles lo han privado. Es de sentirse.

*** Nuestro pobre puente de Ozama tiene ahí una herida que tratan de cicatrizarle a fuerza de troncos de coco. Dicen que quedará completamente restablecido; pero muchos opinan que solo tendrá una convalecencia larga y puede venirle la recaída. Ojalá así no fuese, porque caso grave sería esto de estar incomunicados por todos lados, no tener puerto, ni puente, ni barcaza y ni esto de apelar a los brazos para ir a nado a Pajarito.*

* Antiguo nombre del barrio de Villa Duarte. (Nota del editor).

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*** Se nos comunica una noticia. Parece que el Gobierno y la Suprema Corte están ya alarmados con esa algazara que causan los asuntos judiciales en La Vega, donde como perros y gatos andan antiguos jueces y fiscales con los nuevos y estos con los dos abogados, se ha tomado el partido de enviar allí un magistrado que residencie aquel Tribunal. Y allí irá, dicen, el competente y honrado ministro de la Suprema Corte, señor Manuel Pina. ¡Buena medida y buena elección! Este recto funcionario público, con severa imparcialidad, dirá cómo andan por allí los asuntos, que de tanto escándalo han sido causas, y que han hecho crujir la prensa de Santiago con artículos subiditos de agrio. Creemos que el erario no debe omitir gastos para que se enderece el alambre por aquellos contornos y no permanezca tan torcido como el de la cerca de nuestro paseo público.

*** El presupuesto, o mejor, la nueva plantilla, dizque no rige sino desde el primero del mes actual. Francamente hablando, eso no estaba en el programa. Esperaba el pobre empleado su mejora desde julio, desde el comienzo del año económico, y se encuentra con sus cálculos hechos una torre de naipes en desamparo recibiendo un soplo de airecillo burlón…

*** Para concluir hablaremos de la ópera, ya que la música está de moda. Se va a abrir un nuevo abono de seis funciones, aún no dadas aquí. Es más caro, pero es justo que se pague lo nuevo y lo bueno… Si al concluir, va para el Cibao la compañía, rogamos a nuestros lectores de allí la protejan, porque es de lo mejor que aquí hemos tenido. El Eco de la Opinión, No. 219, 8 de septiembre de 1883.

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Nuestro deber

Un doloroso paréntesis ha venido a abrirse en mitad de nuestro próspero florecimiento; y hoy se desvía la atención de los negocios y de las crisis por que atraviesa el país, para fijar la vista en el triste cuadro que le plugo a la suerte ponernos delante. Pero si es verdad que afligirnos debemos, tampoco es justo que nos abismemos en la desesperación, pues no es eso de corazones bien puestos, ni que en estéril contemplación pasemos el tiempo durante el que habrán cruel hambre nuestros conciudadanos desgraciados. Firmes en nuestra convicción de que una Providencia justa vela por los destinos de esta Antilla y en la convicción de nuestros enérgicos esfuerzos desplegados en la lid gallarda del trabajo y el pensamiento; no atendamos más que a remediar las ajenas desgracias y después las nuestras. Por ahora demos un pan y un lecho al que no los tiene, y luego ayudemos a la agricultura, a la industria y al comercio a reconstruir sus elementos. Ellos deben renacer, como el fénix, de sus cenizas; ellos deben brotar con nueva fuerza de la ruina para ofrecer sus pingües frutos; pero es bien que vayan en su solicitud el vigoroso estímulo y la eficaz ayuda. Al poder, a la riqueza de algunos, el óbolo de todos, toca espontánea y generosamente franquearse a favor de los desvalidos conciudadanos, que tienen como nosotros la activa acción, el noble anhelo, el firme propósito, la decidida abnegación para trabajar en obsequio del progreso material presente de la República y de sí propios, pero no tienen ya, como tenemos nosotros, ni los más escasísimos medios para renovar el combate por la vida. 327

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Cierto es que a todos ha llegado el contagio de la ruina, pero aquellos están en presa a la dura aflicción. Azua, Baní, Barahona, reclaman nuestros auxilios. Desatendamos algo, si es necesario, la superflua ocupación, el lujo y el pasatiempo, y enviemos ese excedente a nuestros hermanos del Sur: acordémonos que padecen, y no es justo que holguemos nosotros mientras tanto… Organícense medios de socorro. Hable el Gobierno, hable la prensa, hablen las corporaciones y tradúzcanse todos, noblemente emulados, en obras de bien. Rebaje aquel los derechos de importación a los artículos de primera necesidad, y recargue otros, que solo se trata hoy de pan; muévanse estas en sentido filantrópico; cruja la prensa en busca de recursos y emprenda actos que los produzcan, como certámenes, veladas y conciertos, idea feliz que se acaricia; rinda la juventud culto al arte y organicemos representaciones dramáticas y otros actos, en que, no hay duda, todos cooperarán y todos querrán tomar parte. La noble Ciudad Antigua no permanecerá indiferente. Ella sacará de sí y de otras partes y hará llover recursos sobre las afligidas poblaciones del Sur. Criminal es quien se encoja de hombros. Es preciso que todo corazón lata con fuerza y respire por la herida abierta en el de nuestros conciudadanos desgraciados. ¡Aquí no cabe el término medio; o se es cristiano, o se es monstruo; o se es patriota, o se es hijo espúreo del pueblo! En la medida de sus fuerzas, cuantos puedan emplear las suyas, materiales, morales e intelectuales, tantos deben consagrarlas al bien de todos; pues mañana podemos necesitar de las extrañas. Y en cuanto a ellos, a los que sufren, que no desmayen; sino que, cobrando mayores bríos, tengan fe en sí mismos y vuelvan a la tarea con la esperanza puesta en el porvenir que prepara la paz y el trabajo. El Eco de la Opinión, No. 220, 14 de septiembre de 1883.

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Acueducto de Nizao

Con el objeto de formar una sociedad anónima para llevar a cabo los trabajos de tan beneficioso acueducto como lo será el que riegue los terrenos en la común de Baní, desde Nizao hasta Paya, se han celebrado dos reuniones de personas connotadas en el Club del Comercio de esta capital. En la última de ellas, que tuvo lugar anoche 24 del corriente, fue leído el informe de la Comisión que se tuvo a bien nombrar para que estudiara el plano y los demás trabajos del ingeniero, general Eleazar Urdaneta, y para que emitiese sus opiniones sobre el proyecto. Estos señores se escogieron como individuos de conciencia y conocedores de la común de Baní. Recomendamos a nuestros lectores lean con todo el interés que se merece el mencionado informe. Todos los que conocen la zona que debe regarse por medio del acueducto de Nizao, y las muchas pequeñas haciendas de caña y otros frutos que ya están establecidas en el trayecto, y la cantidad de terrenos vírgenes que aún quedan por cultivar, y el número de los propietarios que están en posibilidad de comprar acto continuo y sin necesidad de darle plazos, derecho de agua para el riego de sus plantíos, y aún más, todos los que sepan el vivísimo deseo que anima a los habitantes de Baní por conseguir, no importa cuáles sean los sacrificios que hicieron, que se lleve a cabo tan beneficiosa obra, no podrán menos de confesar que la comisión ha sido demasiado escrupulosa, y que el informe peca de severo en los cálculos que hace con respecto al lucro que obtendrán los accionistas. He aquí el informe: 331

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Señores: Inútil parece encarecer la necesidad de aguas que tiene la Común de Baní, en su parte llana y costanera, precisamente la más poblada y la que presenta más facilidades para la salida de toda especie de productos. Atenida a las aguas pluviales que caen con tanta parsimonia, y a veces, como en el año actual, solamente después de nueve o diez meses de seca pertinaz, no es posible que pueda desarrollarse allí ni la agricultura, ni la ganadería, ni la apicultura, ni aún si bien se mira, la misma población escasea en su mayor parte del agua indispensable para satisfacer las necesidades de la existencia. Lástima da ver, cómo en suelo tan fértil por su naturaleza, se estacionan o perecen los plantíos de toda clase; cómo sucumben hambrientos y transidos de sed infinidad de animales, representantes de las mejores razas de bestias y ganados que posee la República, y cómo la consecución del agua, aún para el gasto del hombre, que en otros puntos del país apenas da costo de ninguna clase, es en el valle de Baní un motivo de preocupación constante y un trabajo de no pequeña magnitud. A remediar en gran parte este mal tiende el trabajo que se nos ha presentado. La acequia o canal de riego de Nizao a Paya llevará la fertilidad a todo el terreno llano costanero que hay desde el punto llamado El Roblegal, en la margen derecha del río Nizao, hasta el poblado de Paya, a orillas del arroyo del mismo nombre; es decir, en un espacio que debe pasar de sesenta caballerías, en su mayor parte de tierra de buena clase y de fácil riego. La acequia partirá de El Roblegal, llegará a la sabana de Pizarrete, cruzando el camino de San Cristóbal a Baní en dos puntos; pasará por el arroyo Liberto, en el mismo Pizarrete; faldeará el alto de Ramón de Chala, en el punto limítrofe entre los sitios de Pizarrete y Catalina; cruzará el arroyo de este nombre un poco más arriba del paso real; seguirá por los terrenos del Carretón, cruzando después a arroyo Naranjo, y otra vez el camino de San Cristóbal; faldeará el cerro llamado de Catalina, para pasar en terreno de Paya, al oeste del Portezuelo del “Ojo del Agua”, cruzando después dos veces el camino de San Cristóbal hasta llegar al camino real de Santo Domingo a Baní,

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Más que un eco de la opinión. 2. Escritos, 1879-1885

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cerca de los “Dos Caminos”; seguirá un poco al sur del expresado camino real hasta llegar a la sabana y poblado de Paya, en su parte baja, terminando en el arroyo de este mismo nombre; al oeste de la población. Según el croquis y los informes del ingeniero la acequia o canal de riego tendrá próximamente 21,300 varas castellanas lineales o sea, 17,805 metros, desde el río de Nizao al arroyo de Paya, habiendo entre ambos puntos extremos un desnivel de 52 pies. Su ancho será de 1 m. 26, y su profundidad de 0 m. 84, lo que da próximamente 1 m. 06 de superficie en su corte transversal. La corriente media del agua en la acequia será de 0 m. 30 por segundo, de modo que esta producirá 318 litros por segundo, y próximamente 27,600,000 litros en 24 horas. Tendrá la acequia cuatro puentescanales de madera en los arroyos que atraviesa, y otros puentecitos del mismo material, cubiertos o no de tierra, en los puntos en que cruce el camino, y en los demás lugares en que sean necesarios. La toma, que se construirá en tierra firme, será de mampostería, con su compuerta de hierro, y provista de un aparato que la haga subir y bajar por sí misma cuando crezca el río, a fin de que no entre en el canal más agua que la que debe contener. El ingeniero calcula que habrá que extraer 34,000 varas cúbicas de tierra; 1,800 de tierra y piedra y 12,750 de piedra más o menos compacta. Por $15,000 se compromete el señor Urdaneta a hacer a todo costo el canal de riego de Nizao a Paya, y en cuatro meses asegura que estará concluido, si consigue tener por lo menos cien peones diarios en el trabajo. No puede la comisión informante apreciar con exactitud ni el costo de la obra, ni el tiempo que necesitará para su terminación. Empero, en vista de los datos que ha podido allegar, y de las explicaciones verbales del señor ingeniero respecto del sistema que va a emplear en el trabajo, se atreve a creer que si no salen fallidos los cálculos respecto del número de varas cúbicas de piedra que deben cavarse, y si se obtiene el peonaje suficiente, como parece debe esperarse en razón del anhelo que tienen los habitantes de Baní por la realización de obra tan beneficiosa, no es difícil que la obra se lleve a cabo con la suma indicada, y puede quedar terminada en el plazo señalado o un poco más tarde,

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siempre que alguna fuerza mayor imprevista no haga suspender por algún tiempo la prosecución del trabajo. Partiendo del dato esperado de que la acequia suministre 218 litros por segundo, tendremos que en 24 horas producirá 27,475,300 litros. Suponiendo que por evaporación, filtración, derrames en los puentes-canales, consumo verificado por hombres y animales &.&. se pierdan 7,475,300 litros diarios, lo que quizás es excesivo, quedará siempre un total de 20,000,000 de litros en cada 24 horas. Abriendo cincuenta acequias secundarias en la acequia madre o principal, corresponderán a cada una de las primeras 400,000 litros en 24 horas, con los cuales pueden regarse en el mismo espacio de tiempo 20,000 metros cuadrados de terreno o sea, cerca de 32 tareas de nuestra medida agraria, calculando 20 litros de agua para cada metro cuadrado. Puede aún reducirse a 30 el número de tareas regadas, adoptando la pérdida del agua necesaria para las dos tareas, por la que se menoscabe en las filtraciones, en la utilización & de la acequia secundaria. Como cada propietario de agua solo tiene derecho a regar con ella un día y una noche cada primer día, o sea, dos días con sus noches al mes, resulta que son quince los propietarios que al mes riegan o pueden regar con el agua producida para cada acequia secundaria y como son cincuenta las acequias de esta clase, pueden regar con el agua de la acequia madre 750 propietarios al mes, y cada uno está en aptitud de mojar perfectamente el terreno de 32 tareas o por lo menos de 30. Es decir que por todo, y sin hacer deducciones secundarias, pueden regarse al mes quince millones de metros cuadrados o sea algo más de 23,830 tareas, y que el agua necesaria para esto, o sea la producida por la acequia, puede estar dividida en 750 derechos de agua. Ahora bien, si se fija a cada derecho de agua el valor de $30, como se dijo el domingo, como son 750 los que puede producir la acequia principal, a razón de 15 por cada una de las 50 acequias secundarias, tendremos que la venta de los 750 derechos producirá: $37,500. Esta suma podría elevarse fácilmente a $45,000, pues no es excesivo en modo alguno el tipo de $60 por derecho de agua por toda la vida, y tal vez sea el que deba establecerse, teniendo en cuenta que los derechos de agua no podrán venderse al contado

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y al término de la obra, sumo a plazo de tres o cuatro años, y que en ese tiempo estará a cargo de la sociedad empresaria la conservación de la acequia, corriendo todos los riesgos por que la obra pueda pasar. El cálculo anterior manifiesta claramente que la empresa del canal de riego de Nizao a Paya, a más de ser eminentemente beneficiosa para la común de Baní y para el país en general, es bastante lucrativa para el capital que la lleve a cabo. No puede la comisión apreciar ahora los gastos de dirección y conservación de la obra; pero presume que se reducirán en los primeros años a lo que ocasione la limpia anual de la acequia y a los sueldos del inspector y de algunos peones encargados de la vigilancia y de la reparación de aquellos perjuicios de momento ocasionados por los animales sueltos, las crecientes u otra causa parecida. Piensa la comisión que si la crisis actual no lo impidiera convendría hacer el canal de riego mucho más ancho de lo que se proyecta, a fin de fertilizar todo el terreno llano que hay en la costa de Nizao a Paya, y si fuere posible, el que está en las inmediaciones de Baní y aun más allá del mismo pueblo; pero que por ahora debe tratarse de darle cuando menos a la acequia la profundidad de 0 m. 84 en todas partes y un ancho por lo menos de 1 m. 30, con la velocidad media mayor que pueda lograrse. Este pequeño aumento, que dará 864 mil litros más en 24 horas, servirá en parte para compensar las pérdidas inevitables de evaporación (que tan activa debe ser en el clima ardiente y seco de Baní), filtración &. &. Si se decidiese llevar a cabo la empresa, habría ante todo que pedir al Gobierno la autorización para hacer la acequia de Nizao a Paya, o mejor pedir la facultad para construir canales de riego desde las márgenes de Nizao, tomando las aguas de este río, hasta el arroyo de Paya, pudiendo extenderse estos canales, si así se creyese conveniente, hasta el pueblo de Baní. Igualmente debe pedirse la exención de derechos de las herramientas y demás objetos necesarios para el trabajo, así como la de todo impuesto fiscal o municipal, sea cual fuere su naturaleza. No sería inoportuno tampoco que se consignase en la concesión el derecho de hacer que los dueños de animales que causasen daños en la acequia, quitasen a estos de

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ese sitio en el más breve plazo posible, respondiendo siempre por los daños causados. Debería igualmente, o comprarse algunos pesos de tierra en los sitios de Pizarrete y Paya (si no toca la acequia en terreno de Nizao) u obtener de algún dueño de esos lugares, por medio de documento auténtico, el permiso de ocupar el terreno que necesite el canal y sus orillas por todo el tiempo que este subsista. Respecto de la formación de la sociedad podría llevarse a cabo del mismo modo que la del tranvía y muelle y enramada, más o menos modificada, fijándole a las acciones el valor de $100, y debiendo ser pagadas del modo siguiente: El 30 por ciento al firmar el contrato social o al suscribirse; el por 25%, veinte días después; el 25% al vencimiento de los 20 días siguientes y el 20 por ciento restante 30 días después. En lo que toca al pago de la obra, puede hacerse del modo siguiente: $1,000 al firmarse el contrato; $1,000 al comenzar los trabajos; $1,000 veinte días después; $2,000 al llegar el canal en su tamaño natural a la Sabana de Pizarrete, o sea a las 7,000 varas de la Toma; $3,000 al llegar las aguas al arroyo Liberto; $2,000 al llegar al arroyo Catalina; $1,500 al llegar a Arroyo Naranjo; $1,500 al llegar a los “Dos Caminos”; $1,000 restantes al ser recibido el canal. Podría estipularse que los pagos se hagan en esta ciudad, lo que tal vez sería más conveniente para ambas partes, y que lo sean mediante órdenes del ingeniero con el páguese del inspector. Ahora bien ¿qué beneficio puede reportar la empresa al capital que la acometa? No es fácil decirlo con exactitud; pero pueden hacerse indicaciones que den luz en este punto, tan importante para los accionistas. Se ha visto que pueden hacerse por lo menos 50 acequias secundarias, y que cada una de estas puede suministrar en el mes agua a 15 propietarios; es decir que pueden disponerse de 750 derechos de agua. Pudiendo venderse estos derechos a la terminación de la obra, es decir a los seis meses más o menos de entregado el capital, en las fracciones indicadas arriba, claro es que el negocio sería ventajosísimo. Pero como es de suponerse que en el primer año no se podrán colocar tal vez más de 120 ó 150 derechos de agua, y estos

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no serán satisfechos al contado, sino en plazos de dos o tres años, la sociedad tardará este tiempo en entrar en esa parte de sus fondos, y el resto lo tendrá en derechos de agua que se irán colocando más o menos tarde; pero tal vez en no menos de tres o cuatro años. A la vez tendrá la sociedad los gastos de reparación y conservación de la obra y los de la vigilancia o inspectoría y administración. Suponiendo que la venta, o mejor dicho el cobro de los derechos de agua, no se efectúen sino al final del 4º año, y que por lo tanto haya que cargar al costo primitivo de $15,000 otro tanto de intereses en los cuatro años; es decir, $15,000; que los gastos generales de la obra sean de $2,500 al año, o sea, $10,000 en los cuatro; que se empleen $1,000 en el arreglo de las 50 tomas o compuertas para las acequias secundarias, y que consuman $4,000 más en gastos imprevistos, la adición de todas estas partidas ascenderá a $45,000, que los producirán los 750 derechos de agua al tipo de $60 cada año. Y como los intereses no pueden elevarse al guarismo indicado, pues vendiéndose 100 ó 120 derechos de agua en el primer año, es decir, un valor aproximadamente igual al 40% del capital primitivo, y pudiendo fijarse a los compradores de esos derechos un interés por las sumas que no entreguen al contado, se tendrá una disminución de 4,000 ó 5,000 pesos en lo cargado por intereses, y el consiguiente aumento de beneficios al capital empleado. Igualmente podría arrendarse el uso de los derechos de agua que se pudieran al tipo de 12 ó $14 al año, o venderse entregando cierta cantidad anual, en el espacio de 4 ó 5 años, en la que estuvieren comprendidos los intereses, y todo esto disminuyendo los intereses calculados arriba, aumentará el beneficio que puedan tener los accionistas. Debe tenerse siempre presente que al vender un derecho de agua se vende a la vez una porción equivalente del valor de la acequia, y que por lo tanto los compradores de derechos deben tener la obligación de contribuir proporcionalmente a los gastos de conservación, limpieza y demás gastos de riego. Ni puede ser de otro modo; porque si fuera posible vender al día siguiente de hecha la acequia los 750 derechos de agua en que se la ha dividido, suponiendo que se puede producir más, nada le quedaría en ella a la Sociedad, a menos que no ensanchase el cauce de la acequia; y no

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se concibe que si pudiendo sacar de la obra ni un centavo más de beneficio, fuera a contraer la obligación de conservar y reparar la acequia mientras subsistiese. Debe por tanto tenerse presente esto para cuando se haga la venta de los derechos de agua. El comprador debe contribuir como propietario a la conservación de la acequia, y al venderse todos los derechos, los diversos propietarios serán los dueños del agua de la acequia, y los que deben en lo adelante atender a esta y conservarla. Esto siempre que la Sociedad no se proponga más tarde ensanchar el cauce para obtener mayor caudal de agua, y nuevos derechos de que disponer. Otra cosa sería si la Sociedad arrendase simplemente el uso del agua por un número de años. En ese caso tendría la obligación de reparar y conservar la acequia; porque al término de los arrendamientos podría celebrar otros nuevos, y con su producto atender a los gastos de la obra. No se ha hecho mención alguna del incremento de negocios que para el comercio de esta plaza traerá el aumento de producción del valle de Baní. Veinte o treinta caballerías de tierra cultivadas de un modo conveniente, acrecentarán la riqueza pública en más de un cuarto de millón de pesos; y si se agrega a esto el adelanto de la ganadería; el progreso de la apicultura y el desarrollo de otros ramos menos importantes, que progresarán al mismo compás, ¿quién puede decir cuál será la cifra exacta a que ascenderían los beneficios producidos por el canal de riego de Nizao a Paya? Y tras de él, y en vista de sus benéficos resultados, surgirán probablemente los canales de riego de Azua, Santiago y Montecristi; y los dos Yaques, que vierten ahora infructuosamente sus aguas en el océano, fertilizarán los ardientes terrenos de esas laboriosas comarcas de la República, llevando la paz y la abundancia a donde más de una vez no han sido suficientes los esfuerzos del agricultor más constante para impedir que el hambre tocase a las puertas de su hogar. El canal de riego de Nizao a Paya es a más de una obra de necesidad, una obra de progreso y aliento, que facilitará la realización de algunas de las más urgentes necesidades del país; y como

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promete suficientes beneficios al capital que se emplee en ella, cree la comisiรณn que pueden darse los pasos necesarios para llevarla a cabo con vigor. Santo Domingo, 24 septiembre de 1885.

Emiliano Tejera Francisco G. Billini

Juan Ramรณn Fiallo Jaime Vidal El Eco de la Opiniรณn, No. 324, 24 de septiembre de 1885

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Actualidad

El hombre, en el incesante afán de mejorar su condición, lo atropella todo, creyendo en su loco empeño que ha de tropezar al fin con ese bello ideal creado para su martirio eterno que ha bautizado con el nombre de tranquilidad. Con inteligencia superior se elevó sobre el bruto, y una vez conseguido el medio de dominarle, pensó también en la manera de sobreponerse a aquellos de sus semejantes que, más atrasados que él, creyeron de buena fe en la sinceridad de sus promesas; y de aquí sin duda el origen de los gobiernos, que el mantenimiento del equilibrio social ha hecho indispensables más tarde. Sin embargo, ¡cuánta sangre y cuántas lágrimas, cuestan al mundo el perfeccionamiento de esos gobiernos, así en Europa como en América! Cada siglo que pasa se va dejándonos una huella indeleble de sangre. Por eso, a las guerras religiosas y de conquistas suceden las de las comunidades, y a estas, nuevamente las del elemento bajo contra sus dominadores. Y así de lucha en lucha, venimos hasta llegar por fin a las últimas décadas del siglo XVIII en que, hombres inspirados, dando en Francia la voz de alerta a los obreros del progreso, preparan esa pujante revolución que transforma si puede decirse, la constitución política del mundo civilizado, que ve rodar por las gradas del cadalso la coronada cabeza de los reyes de derecho divino, para mirarlos suceder muy en breve por los Reyes del derecho moderno, sobre los cuales ha de levantarse el libro de la ley. 341

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Sin temor podemos decir que cada siglo añade algo a la estructura política del régimen gubernativo. El nuestro siglo de la electricidad y del vapor, en que la palabra vuela por los aires a la vez que retumba en las concavidades del océano, conspira en política por alcanzar el completo equilibrio entre la Magistratura y la ciudadanía. Las sociedades modernas suspiran por el establecimiento perfecto de un orden de cosas que imponga límites al yo lo quiero de los hombres públicos; a la injusticia de los tribunales; al despilfarro de las rentas; claman porque dejen de ser como en todas las épocas, las palabras de pase para llegar a un alto empleo, la vil mentira y la rastrera lisonja. Porque no hayan favorecidos ni desheredados. Porque la prensa sea libre, mas no para abusar de esa prerrogativa predicando escándalo y venganza, engendradores del odio; sino libertad y ley. El clamor es general y la época puede llamarse de crisis. Volvamos nuestras miradas a la Europa. El nihilismo se levanta poderoso en Rusia y sublime hasta el martirio, ve desaparecer de sus filas innúmeros sectarios que caen al tajante golpe de la afilada cuchilla del despotismo, para ser repuestos muy en breve por nuevos luchadores, que predican incesantes constitución y libertad. En Alemania, Bismarck apura los recursos de su portentosa imaginación, para contener el monstruo de mil cabezas que se llama la opinión pública y que principia ya a pedir mayor suma de independencia que la que hoy le otorgan. Inglaterra, sobrecogida ante la actitud de Irlanda y bastante cruel para negar a los hijos de aquella isla infortunada el pan del alma de la libertad que con tanto derecho solicitan, se inclina cobarde ante las amenazas de la Rusia, esquivando una guerra internacional que ha de dar al traste con su decantado poderío. En España, Alfonso vacila ante la resolución de su pueblo y el atentado de Alemania, que apoyada en la ley de la fuerza quiere poner osadamente el pie en los dominios españoles.

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Más que un eco de la opinión. 2. Escritos, 1879-1885

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En Italia el senador Jacin, previendo la catástrofe que va a tener, opta por la emigración italiana a América, donde vendrán, dice, sus compatriotas a admirar las obras portentosas de la naturaleza, en este suelo privilegiado. Francia, juiciosa y pensadora como nunca, trata de afianzar el Gobierno republicano, y comprendiendo que la instrucción del pueblo es todo, se afana en propagarla. Acá en nuestra América el cuadro es desolador. Colombia, diezmada por una guerra civil, admite que el ejército americano, venga a hacer efectiva la pena de muerte, allí, donde está sancionada, la inviolabilidad de la vida y hombres que se juzgaban libres son ahorcados en las plazas más públicas por extranjeros que se mezclan de mano poderosa en cuestiones de familia; vergonzosa página que ha de afear eternamente la historia de Núñez. El Perú, vencido ayer no más por el chileno, presencia espantado los horrores de una guerra civil que solo sustenta la ambición de un caudillo pretensioso. México espera sobrecogido una bancarrota fiscal que le amenaza. Venezuela escarnecida, abofeteada por una larga tiranía apenas si puede incorporarse sobre su lecho de muerte. En Chile el partido clerical lucha obstinado aunque vencido siempre intentando adueñarse del poder. Pero ¿para qué seguir? es verdad, que nadie puede negarla. Dos ideas vienen combatiéndose, ha largos siglos en el mundo. Ellas representan, el estacionarismo y el progreso: las tinieblas y la luz. En las filas de la primera están los gastados elementos representantes del pasado. Las hermosas falanges que constituyen la segunda, llevan como divisa el progreso y sabrán abrirse paso hacia un porvenir glorioso. El siglo XIX debe completar la obra del perfeccionamiento político, y así será. El Eco de la Opinión, Núm. 325, 1º de octubre de 1885.

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Educación de la mujer

Siempre hemos creído que la base en que debe apoyarse el progreso de un país consiste en la propagación completa de la instrucción entre sus hijos, y especialmente en las mujeres; por eso hemos condenado siempre esa necia creencia de suponer que la más hermosa mitad del género humano, por su condición, debe permanecer separada del gran movimiento civilizador. Solo las sociedades antiguas, rindiendo estúpido culto a torpes preocupaciones pudieron concebir la esclavitud para un ser tan levantado y solo todavía el egoísmo en maridaje con la vanidad, puede afanarse por negarle la supremacía que tiene sobre nosotros. Es verdad; el hombre orgulloso de su fuerza física se juzga de doble fortaleza a la mujer; sin embargo, si profundizamos el alma, encontramos lo contrario. Fuertes en la buena fortuna, nosotros somos débiles, muy débiles en la desgracia. Mentira y sarcasmo, exclamarán algunos; si la mujer tuviese valor moral sabría resistir las asechanzas del hombre. Contestamos, esto es precisamente nuestro error, queremos robustecer el valor de la mujer y le negamos los medios de alcanzarlo. La sociedad, el mundo, la política, son campos vedados para ella, que se acostumbra desde su primera edad a mirar al hombre como a un enemigo sospechoso. Todas las puertas le están cerradas, una sola le deja abierta la preocupación, y es la del fanatismo. La culpa no está en ella, desde que entró en razón se le ha dicho que la amistad del hombre es un peligro, que es un crimen manifestar lo que siente, que ha nacido para obedecer y nunca para 345

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mandar y que sus únicos puestos están en la casa y en la iglesia; en una palabra, se le hace comprender que la mejor arma que puede usar es la del fingimiento y de aquí el origen de todos esos males que diariamente lamentamos. Eduquemos la mujer, garanticemos sus derechos y habremos librado la más hermosa batalla en el campo de nuestro engrandecimiento; batalla que será la precursora de la paz y la dicha universal. Pensemos que es el primer gimnasio donde se pone en ejercicio la inteligencia del hombre, y que cuanto más ilustremos a la mujer sacerdote de cuyos labios bebe el niño las primeras y más preciosas gotas del dulce néctar de la civilización; mayor será la suma de adelantos que podremos conseguir. Prescindamos un poco de esas ran cias y ya viejas ideas. La mujer debe comprenderlo, debe saberlo todo. Sin destruir la fe en su corazón, abramos su imaginación al raciocinio y tengamos presente que entre tanto no hayan esposas y madres, que puedan ocuparse en discutir pacíficamente con sus esposos e hijos, las cualidades de este candidato, las inconveniencias de aquella ley, la necesidad de crear nuevas escuelas, de fundar asilos para el amparo de los desgraciados, y de todas esas cosas que constituyen los adelantos de los pueblos; mientras esto no suceda, no soñemos con progreso. El hombre se esfuerza, se sacrifica para alcanzar como premio de todos sus afanes, el amor de la mujer. El día que estas puedan decir a sus rendidos galanes, para alcanzar el premio de mi amor, debes esforzarte por ser el más útil y el más abnegado de todos tus conciudadanos; ese día tendremos patria grande, próspera y feliz. El día que los labios de nuestras mujeres no se abran para sonreír al héroe vencedor en los combates, que levanta el edificio de su gloria, sobre la ruina de la humanidad; ese día tendremos patria grande, próspera y feliz. Cuando nuestras mujeres sepan castigar con su desprecio a los Magistrados que prevarican, a los que defraudan el público tesoro y burlan las santas leyes; entonces podremos asegurar que caminamos hacia un hermoso porvenir.

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Más que un eco de la opinión. 2. Escritos, 1879-1885

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Despreocupémonos y dejemos de pensar que el bien de estos países estriba en reformas políticas, no, lo que necesitamos es reforma social; comprendámosla y nos habremos salvado. El Eco de la Opinión, No. 233, 28 de noviembre de 1885.

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Índice onomástico

A Abreu hijo, Rafael 110 Agramontes (los) 86 Alejandro Magno 52 Alfonso XII 342 Amechazurra, Juan 59 Amiama, Francisco Xavier 121-123, 138, 284 Angulo Guridi, Francisco Javier 59 Aquiles 128 Arquímedes 26 Aybar, Manuel de J. 210

Capeto, Luis 92 César, Cayo Julio 43 Céspedes (los) 86 Cestero, Juan José 210 Cides (los) 86 Clyde, Whilliam P. 54 Cocchía, Fray Roque 16, 18 Coen, David 26 Coiscou, Silvain 110 Colón, Cristóbal 16-17, 19, 45, 7374, 126, 257, 261 Crosby, Allen H. 119-121

B

D

Báez, Buenaventura 12, 127, 135, 142 Baird, Alexander 273 Bass, William 232 Betances, Ramón Emeterio 47 Billini, Francisco Xavier 16, 18, 179180 Bismarck, Otto von 117, 342 Bona, Francisco 110 Boynton 119

C

Deetjen, Alfredo 258 Delgado, Joaquín M. 57, 85, 108, 261 Desert, Emoch 253 Diez, J. P. 237 Diómedes 128 Duarte, Juan Pablo 236-238

E Espaillat, Ulises Francisco 190, 237

Cabral, José María 190 Cabral, Melchor 110

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F Fernández de Castro, Juan 263 Fiallo, Juan Ramón 339

Lithgow, Federico 258 Llinás, Federico 101-102 Luperón, Gregorio 110, 129, 245, 257-258

G

M

Galván, Manuel de Jesús 15 Gómez, Francisco A. 210 Gómez, Manuel E. 210 González, Ignacio María 12, 77, 142, 236 Grant, Ulises S. 259 Grinke, Frederick 50 Grullón, Eliseo 258 Grullón, Maximiliano C. 258 Guillermo, Cesáreo 89-90, 143-144

Martín, 59 Mejía, Juan Tomás 15, 303 Mella, Matías Ramón 236 Mellor, Santiago W. 263 Meriño, Fernando Arturo de 128, 158, 162, 168, 194, 210, 259, 302303, 310 Miranda (diputado) 209-210 Mola, Emilio L. de la 263 Morel, Emilio 210

H

N

Hatton, J. E. 173 Henríquez y Carvajal, Federico 15 Heredia, J. 59, 263 Herrera, Francisco 263 Heureaux, Ulises 245, 247, 304, 324 Homero 128

J Jacin (senador italiano) 343

K Kriner (capitán) 178

L Lamar, Evaristo 59, 261 Lesseps, Ferdinand de 260

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Núñez, Rafael 343

P Pelayos (los) Peña y Reinoso, Manuel de J. de 198 Pérez, José Joaquín 15-16 Peynado, Mateo 15 Pina y Benítez, Manuel 15 Pozo, Luis 143

R Recio, J. M. 210 Riva, Gregorio 65 Riviere, B. 272 Rodríguez Objío, Manuel 127-129 Romero (señor) 260 Rosas, Juan Manuel de 127

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Índice onomástico

S Sachet (señor) 85 Salomón, Lycius 251-252 Sánchez, Francisco del Rosario 236237, 299 Sánchez, J. N. 110 Sánchez, Juan P. 110 Santana 142 Saviñón, Francisco 86, 110 Silvie, Fereol 272-273 Smith, Lee 121 Soler, Félix 110 Stuart, Robert 143 Summer, Charles 259

T

351

U Urdaneta, Eleazar 331, 333

V Vicini, Juan Bautista 263 Victoria, Juan Chery 232 Vidal, Jaime 339 Villalón, J. R. de 227-229

W Wilson (señor) 179 Wood 119

Tejera, Emiliano 18, 128, 339 Thiers, Adolphe 22 Thomasset, H. 231-232, 266, 272

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Índice

1879 Editorial (19 de mayo)....................................................................................11 Editorial (24 de mayo)....................................................................................15 Editorial (3 de junio).......................................................................................21 Editorial (7 de junio).......................................................................................25 Editorial (20 de junio).....................................................................................29 Editorial (27 de junio).....................................................................................33 Editorial (5 de julio)........................................................................................37 Editorial (11 de julio)......................................................................................41 Editorial (19 de julio)......................................................................................45 Editorial (25 de julio)......................................................................................49 Editorial (4 de agosto).....................................................................................53 Editorial (12 de agosto)..................................................................................57 ¡16 de Agosto!.................................................................................................61 Navegación de los ríos Yuna y Camú..............................................................65 ¡A Santo Domingo!..........................................................................................69 El 10 de septiembre........................................................................................73 Editorial (18 de septiembre)...........................................................................77 Editorial (25 de septiembre)...........................................................................81 Lo preferente..................................................................................................85 Post núbila…...................................................................................................89 Editorial (20 de diciembre).............................................................................91 Editorial (27 de diciembre).............................................................................95

1880 Segundo año...................................................................................................99 La carta en El Porvenir...................................................................................105 Nuestro cacao................................................................................................113

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La Constitución.............................................................................................117 Empresas.......................................................................................................119 Ayer y hoy......................................................................................................125 18 de abril de 1871.......................................................................................127 Los extranjeros..............................................................................................131 Banco Agrícola..............................................................................................137 Un eco de la Convención..............................................................................141 El Gobierno y la prensa................................................................................145 Ojeada de actualidad....................................................................................149 ¿Qué se hace?................................................................................................153 El pueblo.......................................................................................................157 ¡Mañana!.......................................................................................................161 Causa política................................................................................................165 Editorial (25 de junio)...................................................................................167 Decreto sobre las obras nacionales................................................................171 Industria agrícola..........................................................................................173 Llegó el día...................................................................................................181 Lo que conviene............................................................................................185 El último mensaje.........................................................................................189 El gobierno constitucional............................................................................193 Política...........................................................................................................197 La Sociedad Agrícola....................................................................................201 Los periódicos. El Congreso. Reforma Arancelaria......................................205 La prensa y el Congreso................................................................................209

1883 Emigración belga..........................................................................................213 Agricultura. Crianza......................................................................................217 Samaná puerto franco...................................................................................221 Industria apicultora......................................................................................227 Puerto de Santo Domingo............................................................................231 El 27 de Febrero. ¡Justicia a sus mártires!.....................................................235 La Iglesia y el Estado....................................................................................241 El mensaje del Poder Ejecutivo.....................................................................245 La unión por la paz.......................................................................................249 El progreso en Haití......................................................................................251 Lo del día......................................................................................................257 Progreso industrial........................................................................................261 Ecos del Cibao...............................................................................................265 Del Cibao......................................................................................................269

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Índice

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El puerto franco............................................................................................275 Respuesta......................................................................................................279 Exposición nacional y otros asuntos más......................................................283 El Banco y la cuestión monetaria..................................................................287 Solución necesaria.........................................................................................291 Fomento de la inmigración...........................................................................295 El 4 de julio...................................................................................................299 Instrucción pública........................................................................................301 Subvención de periódicos.............................................................................305 16 de Agosto.................................................................................................309 Exposición nacional. El programa................................................................313 Lo que necesitamos.......................................................................................317 Educación práctica........................................................................................319 Revista para el interior..................................................................................323 Nuestro deber...............................................................................................327

1885 Acueducto de Nizao......................................................................................331 Actualidad.....................................................................................................341 Educación de la mujer..................................................................................345 Índice onomástico.........................................................................................349

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Publicaciones del Archivo General de la Nación

Vol. I Vol. II Vol. III Vol. IV Vol. V Vol. VI Vol. VII Vol. VIII Vol. IX

Vol. X Vol. XI

Vol. XII Vol. XIII Vol. XIV

Correspondencia del Cónsul de Francia en Santo Domingo, 18441846. Edición y notas de E. Rodríguez Demorizi. C. T., 1944. Documentos para la historia de la República Dominicana. Colección de E. Rodríguez Demorizi, Vol. I. C. T., 1944. Samaná, pasado y porvenir. E. Rodríguez Demorizi. C. T., 1945 Relaciones históricas de Santo Domingo. Colección y notas de E. Rodríguez Demorizi, Vol. II. C. T., 1945. Documentos para la historia de la República Dominicana. Colección de E. Rodríguez Demorizi, Vol. II. Santiago, 1947. San Cristóbal de antaño. E. Rodríguez Demorizi, Vol. II. Santiago, 1946. Manuel Rodríguez Objío (poeta, restaurador, historiador, mártir). R. Lugo Lovatón. C. T., 1951. Relaciones. Manuel Rodríguez Objío. Introducción, títulos y notas por R. Lugo Lovatón. C. T., 1951. Correspondencia del Cónsul de Francia en Santo Domingo, 18461850, Vol. II. Edición y notas de E. Rodríguez Demorizi. C. T., 1947. Índice general del «Boletín» del 1938 al 1944. C. T., 1949. Historia de los aventureros, filibusteros y bucaneros de América. Alexander O. Exquemelin. Traducción de C. A. Rodríguez. Introducción de R. Lugo Lovatón. C. T., 1953. Obras de Trujillo. Introducción de R. Lugo Lovatón. C. T., 1956. Relaciones históricas de Santo Domingo. Colección y notas de E. Rodríguez Demorizi, Vol. III. C. T., 1957. Cesión de Santo Domingo a Francia. Correspondencia de Godoy, García Roume, Hedouville, Louverture Rigaud y otros. 1795-1802. Edición de E. Rodríguez Demorizi, Vol. III. C. T., 1959.

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Publicaciones del Archivo General de la Nación

Vol. XV

Documentos para la historia de la República Dominicana. Colección de E. Rodríguez Demorizi, Vol. III. C. T., 1959. Vol. XVI Escritos dispersos (Tomo I: 1896-1908). José Ramón López. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2005. Vol. XVII Escritos dispersos (Tomo II: 1909-1916). José Ramón López. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2005. Vol. XVIII Escritos dispersos (Tomo III: 1917-1922). José Ramón López. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2005. Vol. XIX Máximo Gómez a cien años de su fallecimiento, 1905-2005. Edición de Emilio Cordero Michel. Santo Domingo, D. N., 2005. Vol. XX Lilí, el sanguinario machetero dominicano. Juan Vicente Flores. Santo Domingo, D. N., 2006. Vol. XXI Escritos selectos. Manuel de Jesús de Peña y Reynoso. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2006. Vol. XXII Obras escogidas 1. Artículos. Alejandro Angulo Guridi. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2006. Vol. XXIII Obras escogidas 2. Ensayos. Alejandro Angulo Guridi. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2006. Vol. XXIV Obras escogidas 3. Epistolario. Alejandro Angulo Guridi. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2006. Vol. XXV La colonización de la frontera dominicana 1680-1796. Manuel Vicente Hernández González. Santo Domingo, D. N., 2006. Vol. XXVI Fabio Fiallo en La Bandera Libre. Compilación de Rafael Darío Herrera. Santo Domingo, D. N., 2006. Vol. XXVII Expansión fundacional y crecimiento en el norte dominicano (16801795). El Cibao y la bahía de Samaná. Manuel Hernández González. Santo Domingo, D. N., 2007. Vol. XXVIII Documentos inéditos de Fernando A. de Meriño. Compilación de José Luis Sáez, S. J. Santo Domingo, D. N., 2007. Vol. XXIX Textos selectos. Pedro Francisco Bonó. Santo Domingo, D. N., 2007. Vol. XXX Iglesia, espacio y poder: Santo Domingo (1498-1521), experiencia fundacional del Nuevo Mundo. Miguel D. Mena. Santo Domingo, D. N., 2007. Vol. XXXI Cedulario de la isla de Santo Domingo, Vol. I: 1492-1501. Fray Vicente Rubio, O. P. (Coedición: Centro de Altos Estudios Humanísticos y del Idioma Español). Santo Domingo, D. N., 2007.

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Publicaciones del Archivo General de la Nación

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Vol. XXXII

La Vega, 25 años de historia 1861-1886. (Tomo I: Hechos sobresalientes en la provincia). Compilación de Alfredo Rafael Hernández Figueroa. Santo Domingo, D. N., 2007. Vol. XXXIII La Vega, 25 años de historia 1861-1886. (Tomo II: Reorganización de la provincia post Restauración). Compilación de Alfredo Rafael Hernández Figueroa. Santo Domingo, D. N., 2007. Vol. XXXIV Cartas del Cabildo de Santo Domingo en el siglo XVII. Compilación de Genaro Rodríguez Morel. (Coedición: Academia Dominicana de la Historia). Santo Domingo, D. N., 2007. Vol. XXXV Memorias del Primer Encuentro Nacional de Archivos. Edición de Dantes Ortiz. Santo Domingo, D. N., 2007. Vol. XXXVI Actas de los primeros congresos obreros dominicanos, 1920 y 1922. Santo Domingo, D. N., 2007. Vol. XXXVII Documentos para la historia de la educación moderna en la República Dominicana (1879-1894), tomo I. Raymundo González. (Coedición: Academia Dominicana de la Historia). Santo Domingo, D. N., 2007. Vol. XXXVIII Documentos para la historia de la educación moderna en la República Dominicana (1879-1894), tomo II. Raymundo González. (Coedición: Academia Dominicana de la Historia). Santo Domingo, D. N., 2007. Vol. XXXIX Una carta a Maritain. Traducción e introducción del P. Jesús Hernández. Santo Domingo, D. N., 2007. Vol. XL Manual de indización para archivos. Marisol Mesa, Elvira Corbelle Sanjurjo, Alba Gilda Dreke de Alfonso, Miriam Ruiz Meriño, Jorge Macle Cruz. (Coedición: Archivo Nacional de la República de Cuba). Santo Domingo, D. N., 2007. Vol. XLI Apuntes históricos sobre Santo Domingo. Dr. Alejandro Llenas. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2007. Vol. XLII Ensayos y apuntes diversos. Dr. Alejandro Llenas. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2007. Vol. XLIII La educación científica de la mujer. Eugenio María de Hostos. Santo Domingo, D. N., 2007. Vol. XLIV Cartas de la Real Audiencia de Santo Domingo (1530-1546). Compilación de Genaro Rodríguez Morel. (Coedición: Academia Dominicana de la Historia). Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. XLV Américo Lugo en Patria. Selección. Compilación de Rafael Darío Herrera. Santo Domingo, D. N., 2008.

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Publicaciones del Archivo General de la Nación

Vol. XLVI

Años imborrables. Rafael Alburquerque Zayas-Bazán. Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. XLVII Censos municipales del siglo xix y otras estadísticas de población. Alejandro Paulino Ramos. Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. XLVIII Documentos inéditos del arzobispo Adolfo Alejandro Nouel (tomo I). Compilación de José Luis Saez, S. J. Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. XLIX Documentos inéditos del arzobispo Adolfo Alejandro Nouel (tomo II). Compilación de José Luis Saez, S. J. Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. L Documentos inéditos del arzobispo Adolfo Alejandro Nouel (tomo III). Compilación de José Luis Saez, S. J. Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. LI Prosas polémicas 1. Primeros escritos, textos marginales, Yanquilinarias. Félix Evaristo Mejía. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. LII Prosas polémicas 2. Textos educativos y Discursos. Félix Evaristo Mejía. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. LIII Prosas polémicas 3. Ensayos. Félix Evaristo Mejía. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. LIV Autoridad para educar. La historia de la escuela católica dominicana. José Luis Sáez, S. J. Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. LV Relatos de Rodrigo de Bastidas. Antonio Sánchez Hernández. Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. LVI Textos reunidos 1. Escritos políticos iniciales. Manuel de J. Galván. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. LVII Textos reunidos 2. Ensayos. Manuel de J. Galván. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. LVIII Textos reunidos 3. Artículos y Controversia histórica. Manuel de J. Galván. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. LIX Textos reunidos 4. Cartas, Ministerios y misiones diplomáticas. Manuel de J. Galván. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. LX La sumisión bien pagada. La iglesia dominicana bajo la Era de Trujillo (1930-1961), tomo I. José Luis Sáez, S. J. Santo Domingo, D. N., 2008.

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Publicaciones del Archivo General de la Nación

Vol. LXI

Vol. LXII Vol. LXIII Vol. LXIV Vol. LXV

Vol. LXVI Vol. LXVII Vol. LXVIII Vol. LXIX Vol. LXX

Vol. LXXI Vol. LXXII Vol. LXXIII Vol. LXXIV Vol. LXXV Vol. LXXVI Vol. LXXVII

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La sumisión bien pagada. La iglesia dominicana bajo la Era de Trujillo (1930-1961), tomo II. José Luis Sáez, S. J. Santo Domingo, D. N., 2008. Legislación archivística dominicana, 1847-2007. Santo Domingo, D. N., 2008. Libro de bautismos de esclavos (1636-1670). Transcripción de José Luis Sáez, S. J. Santo Domingo, D. N., 2008. Los gavilleros (1904-1916). María Filomena González Canalda. Santo Domingo, D. N., 2008. El sur dominicano (1680-1795). Cambios sociales y transformaciones económicas. Manuel Vicente Hernández González. Santo Domingo, D. N., 2008. Cuadros históricos dominicanos. César A. Herrera. Santo Domingo, D. N., 2008. Escritos 1. Cosas, cartas y... otras cosas. Hipólito Billini. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2008. Escritos 2. Ensayos. Hipólito Billini. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2008. Memorias, informes y noticias dominicanas. H. Thomasset. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2008. Manual de procedimientos para el tratamiento documental. Martha Marina Ferriol Marchena, Olga María Pedierro Valdés, Marisol Mesa León, Mercedes Maza Llovet. (Coedición: Archivo Nacional de la República de Cuba). Santo Domingo, D. N., 2008. Escritos desde aquí y desde allá. Juan Vicente Flores. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2008. De la calle a los estrados por justicia y libertad. Ramón Antonio Veras –Negro–. Santo Domingo, D. N., 2008. Escritos y apuntes históricos. Vetilio Alfau Durán. Santo Domingo, D. N., 2009. Almoina, un exiliado gallego contra la dictadura trujillista. Salvador E. Morales Pérez. Santo Domingo, D. N., 2009. Escritos 1. Cartas insurgentes y otras misivas. Mariano A. Cestero. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2009. Escritos 2. Artículos y ensayos, por Mariano A. Cestero. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2009. Más que un eco de la opinión. 1. Misceláneos, 1874-1898. Francisco Gregorio Billini. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2009.

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Publicaciones del Archivo General de la Nación

Colección Juvenil Vol. I Vol. II Vol. III Vol. IV Vol. V Vol. VI

Textos selectos. Pedro Francisco Bonó. Santo Domingo, D. N., 2007. Heroínas nacionales. Roberto Cassá. Santo Domingo, D. N., 2007. Vida y obra de Ercilia Pepín. Alejandro Paulino Ramos. Santo Domingo, D. N., 2007. Dictadores dominicanos del siglo xix. Roberto Cassá. Santo Domingo, D. N., 2008. Padres de la Patria. Roberto Cassá. Santo Domingo, D. N., 2008. Pensadores criollos. Roberto Cassá. Santo Domingo, D. N., 2008.

Colección Cuadernos Populares Vol. 1

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Ideología Revolucionaria de Juan Pablo Duarte. Juan Isidro Jimenes Grullón. Santo Domingo, D. N., 2009.

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Colofón Más que un eco de la opinión. 2. Escritos, 1879-1885, de Francisco Gregorio Billini, se terminó de imprimir en los talleres gráficos de Editora Búho, C. por A. en el mes de mayo de 2009, con una tirada de un mil (1,000) ejemplares.

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