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Archivo General de la Nación, volumen LXXX Autor: Francisco Gregorio Billini Editor: Andrés Blanco Díaz Título original: Más que un eco de la opinión. 4. Escritos, 1890-1897

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Archivo General de la Nación, 2009 Calle Modesto Díaz 2 Santo Domingo, Distrito Nacional, Tel.: 809-362-1111, Fax 809-362-1110 www.agn.gov.do

© Andrés Blanco Díaz

Departamento de Investigación y Divulgación Directora: Reina C. Rosario Fernández Diseño: Puro Fajardo Diagramación: Soluciones Técnicas F & J Diseño de portada: Soluciones Técnicas F & J

Ilustración de portada: Ambiente de la ciudad de Santo Domingo durante un sepelio en el cual Francisco G. Billini pronunció el panegírico, en octubre de 1897. (Archivo de Andrés Blanco Díaz).

ISBN: 978-9945-020-69-4 Impresión: Editora Búho, C. por A. Impreso en República Dominicana • Printed in Dominican Republic

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Francisco Gregorio Billini. (Archivo de AndrĂŠs Blanco DĂ­az).

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Archivo General de la Nación Vol. LXXX

Francisco Gregorio BilLini

MÁS QUE UN ECO DE LA OPINIÓN 4. Escritos, 1890-1897

Andrés Blanco Díaz Editor

Santo Domingo, D. N. 2009

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Las dos grandes empresas

Dos grandes empresas se proyectan en la República, la una en el Norte y la otra en el Este. Si esas empresas se realizan salvado estará el porvenir de esas extensas y fértiles comarcas. Son dos líneas férreas, la una que partirá desde la ciudad de Puerto Plata a Santiago con intento de que se prolongue hasta esta capital, y la otra de la ciudad de El Seibo al famoso puerto de La Romana. El señor Den Tex Bondt, agente recaudador de los fondos del empréstito holandés en las aduanas del Cibao, es el concesionario de la primera y ha salido ya para Europa a gestionar todo lo concerniente a ella, asegurándose que estará de vuelta de septiembre a octubre próximos para dar comienzo a los trabajos, siendo por cuenta del gobierno los gastos que se hagan en la construcción de ese costoso, pero utilísimo ferrocarril. El señor Edgard W. Abrams es el concesionario del otro, que, como hemos dicho, unirá el puerto de La Romana con la ciudad de El Seibo, dando vida y animación a la feracidad de aquellos terrenos hoy sin cultivo, y levantando de la postración en que se hallan las casi muertas poblaciones del Este. La prensa del Cibao, y también en esta capital, se ha ocupado en varias ocasiones del primero de estos ferrocarriles. Y bien ha hecho en congratularse, muy principalmente, con los habitantes de Puerto Plata, que tantos bienes esperan de esa empresa, el humo de esos agentes del progreso y de la moderna civilización va cruzando la atmósfera de sus comarcas. Esa primera empresa a que nos referimos, y que con razón, a santiagueses y puertoplateños, ha llenado de alegría, sigue teniendo 11

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sus propagadores, a quienes desde un principio nos unimos nosotros, y con quienes seguiremos contribuyendo en las columnas de este periódico, para que no se desmaye, en la realización de obra tan útil y de tanto impulso para el progreso del Cibao. Empero, la empresa del Este también necesita estímulo, también reclama voces de aliento. La prensa está en el deber de dárselas. El Este, que nos merece, lo mismo que el Cibao, todo interés y la simpatía a que es acreedora esa provincia, que en aras de la Independencia y de la Libertad de la República hizo igualmente sus grandes sacrificios, necesita más que ninguna otra por sus condiciones de pobreza, un apoyo efectivo para que se levante del estado de postración en que se encuentra. Y es por eso que invitamos a la prensa nacional para que trate el importantísimo asunto del ferrocarril que hoy sonríe y tiene llenos de ambición a los hijos de El Seibo, y es por eso también que sin vacilar y con verdadero gusto damos cabida en lugar preferente al artículo de colaboración que nos ha enviado nuestro amigo Pedro A. Pérez, y que trata de la simpática y trascendental empresa en que El Seibo y todo el Este fundan hoy las esperanzas de su porvenir. El Eco de la Opinión, 7 de junio de 1890.

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Huelga

En esta semana se declararon en huelga la mayor parte de los cigarreros de esta capital. No sabemos si hayan tenido razón para ello; pero desde luego nos pareció exagerada el alza repentina del ciento por ciento en el precio de la tarea de cigarrillos que ellos exigían de los amos de Fábricas. Las huelgas, no queda duda, prestan un poderoso auxilio a las clases trabajadoras para mejorar su condición, por cuanto ellas tienden a nivelar el trabajo con el capital, que en muchas ocasiones ejerce insoportable tiranía en las industrias, pero cuando las huelgas sin preparar recursos y sin los motivos que deban darle apoyo, se levantan con el fin solo y exclusivo de imponer exigencias sin medios, ni razón para ello, los resultados son contraproducentes. Demostrado está que en estos y otros casos el capital se ríe de sus pretensiones, y entre las mismas clases de obreros la competencia que se suscita termina por causar la muerte de ellas. Por otra parte las huelgas, como toda asociación que entra en el terreno de la lucha y que se propone alcanzar el resultado de su objetivo, necesitan organizarse y de antemano establecer para su organización bases que tengan por lo menos algún fundamento. No ha sucedido así en la presente huelga de los cigarreros. Sin referirnos a la manera de cómo en el extranjero se verifican esos actos de levantamiento pacífico del trabajo contra el capital, aludiremos a la primera y única que ha habido aquí, que aunque no se puede comparar con aquellas, alcanzó el resultado que se propuso. 13

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Hace algunos años que los tabaqueros de esta capital, llenando las formalidades que el caso requería, se declararon en huelga, y exigieron de los dueños de tabaquerías manufacturadas en la misma, fundados en el alza y el mucho expendio que alcanzó el tabaco criollo, el aumento del precio de su salario, pero antes formaron un núcleo, se dieron un reglamento e hicieron cuanto era necesario para conseguir el material suficiente, con el fin de que si no lograban alza en el precio de su jornal, hallarse en condiciones de establecer una tabaquería, donde todos pudieran trabajar obteniendo el beneficio de la cooperación. Y fue por esa causa que cuando los dueños de esos establecimientos se penetraron del carácter serio que tenía el asunto, dieron pase a las justas reclamaciones del respetable grupo de artesanos. Aquello fue formal, figurando en el grupo hombres que podían defender los derechos del gremio, tales como los actualmente diputados Castillo y Bermúdez. En esta vez el gremio de cigarreros parece que no consultó bien sus intereses, ni tuvo en cuenta la organización que se requería. Y lo peor ha sido el dirigirse al Presidente de la República, según nos han informado, manifestándole su resolución y pretendiendo que este les prestase apoyo. Si se tratara de alguna injusticia, de algún atropellamiento, bien está que se dirigieran a la autoridad competente. Pero, ¿qué tenía que ver el Gobierno con esto?... El presidente de la República, a nuestro modo de ver, tomó en el caso la actitud que le correspondía, declarando públicamente a los cigarreros que él no podía apoyar ni a los unos ni a los otros, porque tanto las industrias como los industriales eran libres, porque tampoco podía consentir que se declarara la vagancia entre las clases de esta sociedad. Esas, más o menos, se nos ha dicho, fueron las palabras del Presidente. El trabajo fue siempre y es, y será el origen del capital; pero el trabajo libre y no el esclavo, es el que llega a ser remunerado. De la buena remuneración del trabajo, tiene su origen la repartición de

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la fortuna, y esta, no queda duda, evita en los pueblos el pauperismo que les quita la independencia y los hace serviles. Donde el trabajo no se justiprecia para remunerarlo, la esclavitud moral o material es un hecho. Así, pues, las huelgas tienden a establecer y consolidar esos principios, por eso ellas deben fundarse en razones de equidad, y no pretender buscar sus apoyos en el favoritismo del mandatario. La mayor parte del gremio de los cigarreros han vuelto a elaborar en las fábricas por el mismo precio de antes, y otros se han quedado sin ir: cuando las cosas no se hacen bien, probablemente los resultados no saldrán a la medida de nuestros deseos. Ahora, toca pues, a los dueños de esos talleres el ser justos y hasta generosos, aumentándoles a sus obreros de una manera racional y equitativa el precio de su trabajo. El Eco de la Opinión, 14 de junio de 1890.

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Sobre instrucción y algo sobre la Memoria del ex-ministro ciudadano Genaro Pérez

Próximos están a principiar los exámenes en todos los planteles de enseñanza de la República. Esa labor afanosa de obreros abnegados, que levantan los cimientos del porvenir de las sociedades, y que en la mayor parte de los pueblos y por la mayor parte de los gobiernos, no se justiprecia aún en su verdadero valor, va dentro de pocos días a presentar las ofrendas de su trabajo, el más productivo y el más ennoblecedor que tiene la humanidad. Las siembras hechas en los campos de la inteligencia, esos cultivos de luz y de verdad, si así se nos permite decir, preparan sus flores y sus frutos para exponerlos en el recinto de las escuelas, y el riquísimo producto de sus vendimias, comoquiera que se considere, vendrá a redundar siempre en bien y progreso de la Patria. Por eso, nunca serán pródigos los que administren los intereses de los pueblos por muy crecidas que sean las rentas que dediquen a la Instrucción Pública, y nunca dejarán de merecer votos de gracias, por mucho que sea el ensanche, la importancia, la popularidad y la independencia que a ese trascendental ramo de la Administración ellos otorguen. Los poderes, tanto en la Común como en la Provincia, como en el Estado, que por la instrucción se interesan, y que a ella prestan solícita atención, y para ella no economizan medios, ni agotan esfuerzos, ni omiten sacrificios, concienzudamente, son poderes dignos del puesto que ocupan, de la representación que tienen, de la misión que ejercen, del deber que cumplen. 17

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Las conquistas que más engrandecen a los pueblos son aquellas que más educan a sus ciudadanos por medio de la instrucción. Esos triunfos levantan, no con los despojos de las ruinas que se causan unos a otros, monumentos del progreso moral y material, alcanzan los trofeos de la verdadera civilización, y ponen encima de los hombros de las naciones, no esos ropajes, que llaman de gloria, teñidos en sangre, y solo propios de otras edades, sino esos mantos de luz que reflejan iluminando los senderos por donde marchan ellas a conseguir el bien y la prosperidad. Por eso, no hace muchos días, cuando leímos la última Memoria del ex-ministro don Genaro Pérez, presentada al Congreso Nacional, estuvimos con él, de lleno y pleno, como lo estaremos siempre con aquellos dignatarios que con verdadero interés aboguen por el fomento de la instrucción. Como medida tendiente a mejorar ese ramo, al que nosotros llamamos salvador de la Patria y esperanza del porvenir, entre otras de grandísimo interés, propuso el ex-ministro que se aumenten las rentas destinadas a su fomento, y que sea exclusivamente la Junta Superior de Estudios la que administre esas rentas. Magnífica también es la idea de ese distinguido ciudadano, al pedir al Congreso que vote una suma para la construcción, o compra de un local propio al Instituto Profesional, y nos parece de todo bueno el pensamiento de establecer una Escuela Normal de Señoritas en esta ciudad capital. El Congreso, penetrado de la importancia y conveniencia de todas esas mejoras, no ha vacilado en aceptarlas. Y ahora que ha llegado la época señalada por la ley, en que los planteles de enseñanza, tanto de un sexo como del otro, pondrán a prueba sus educandos, ante las autoridades competentes y ante las demás personas que quisieren asistir a los exámenes; y que más luego vendrá también la reparación de recompensas que merecidas tengan esas multitudes que hoy ocupan los bancos escolares, y que mañana llenarán los puestos en todos los lugares que los requiere la sociedad, nos ha parecido oportuno recordarlo, aprovechando el momento para llamar la atención sobre la Memoria del ex-ministro Pérez, con el fin de que nuestros colegas de la prensa estudien ese

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importante documento y vuelvan sus miradas a ese poderosísimo elemento de bien, de moralidad y de progreso que llama Instrucción Pública. Entre tanto, nosotros terminamos felicitando al Congreso por los buenos deseos de que ha estado poseído a favor de ella, y felicitamos también al honrado y patriota ex-ministro don Genaro Pérez. El Eco de la Opinión, 23 de junio de 1890.

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Mensaje

Grande sensación ha causado en el público el Mensaje que en la mañana del jueves presentó el Presidente de la República al Congreso Nacional, reunido extraordinariamente. Y fundadas razones hay para ello, desde luego que se trata de un asunto tan grave como lo es para la honra y el patriotismo dominicano, la conducta injustificable, con que el Gobierno de la República de Haití, de algún tiempo a la fecha, viene lesionando de manera irregular y chocante el Tratado y las Convenciones estipuladas entre los dos países, en desdoro y menoscabo de nuestros intereses. Se refiere el Mensaje a ese solo particular, citando los dos hechos ocurridos últimamente en nuestras relaciones económico-políticas con el vecino Estado: primero el de eliminar indebidamente nuestro crédito del cuadro de las deudas actuales a cargo del tesoro haitiano, y segundo el de la supresión repentina de las franquicias de los derechos de importación que el Tratado vigente asegura a las industrias y productos de nuestro suelo. En otras épocas, debido a nuestra prudencia, llevada hasta el colmo por conservar las relaciones amistosas que deben existir entre dos pueblos vecinos que habitan el territorio de una misma isla, siempre pasábamos por alto los abusos cometidos en las fronteras con el tráfico de un comercio ilegítimo y que solo a nosotros causaba perjuicios; pero hoy que la exacción de nuestros derechos viene autorizada oficialmente, y que ni siquiera han precedido para ella las formalidades o requisitos que pudieran un tanto atentarla, 21

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parece natural y de justicia que se proteste contra esos atentados y se hagan las reclamaciones a que ellos han dado lugar. En esa virtud, el presidente de la República, Gral. Ulises Heureaux, en lenguaje franco, claro, racional y comedido relata, en el Mensaje a que hemos hecho referencia, todos los detalles y circunstancias ocurridas entre los dos gobiernos, y después de tan interesante y luminosa exposición en que prueba evidentemente el agravio que se infiere a nuestros derechos, termina diciendo: Yo deploro sinceramente que, fuera de los antiguos cafetales, la producción de Haití no pudiendo competir con la nuestra, sea por efecto de las guerras civiles, sea por otra causa que no debe ocultarse a la ilustración de los estadistas y legisladores haitianos; pero mientras que el gobierno de la vecina República no pruebe, y es imposible probarlo, que algunos de los artículos mencionados por su Excelencia el General Hyppolite en su Mensaje como procedencias de nuestros puertos, no es producto indígena de nuestro territorio, y mientras no pruebe, lo que también es imposible probar, que nuestras oficinas fiscales han cobrado un centavo de derechos sobre algún producto del suelo o de la industria haitiana, su medida fiscal de someter nuestras procedencias a sus aranceles, asimilándose a las mercaderías de ultramar, será muy cómoda y muy ventajosa para los industriales haitianos interesados en esa injusta protección de sus productos similares; pero la cordialidad de relaciones, los deberes internacionales y la fe en los tratados, vulnerada lastimosamente, clamarán por los derechos de esta nación que solo aspira que se cumplan los compromisos legalmente contraídos por estas y respecto de ella. Pero, esta aspiración es firme e inquebrantable, Ciudadanos Diputados, y es mi propósito, como no dudo que es el vuestro y el de todo el Pueblo Dominicano, hacerle saber con decisión y entereza, si fuese desconocida la razón que nos asiste. Al efecto, Ciudadanos Diputados, y debiendo apercibirnos para todas las eventualidades que puedan surgir en el curso

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de nuestras reclamaciones, yo, en mi calidad de Presidente de la República y Jefe del Poder Ejecutivo, al exponer ante la Representación Nacional el estado desfavorable en que se hallan las relaciones comerciales con la República de Haití, sin renunciar a la esperanza de que la justicia y el buen sentido prevalezcan al cabo, restableciendo sólidamente el acuerdo y la armonía entre los dos Gobiernos, solicito de vuestro probado patriotismo un voto de confianza que me ponga en actitud de obrar con entera libertad y eficacia, en el ejercicio de aquellas atribuciones constitucionales del Poder Ejecutivo, que sometidas al previo acuerdo o a la sanción del Poder Legislativo, por la premura o por la oportunidad pudieran dejar de responder, bajo tal condición, a la suprema necesidad de preservar y defender la República de todo atentado contra su honra, su integridad y sus derechos. El Eco de la Opinión, 12 de julio de 1890.

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Editorial

Nuestro ilustrado colega El Teléfono, en su última edición del 22 de los corrientes, dedica su editorial al delicado y grave asunto de nuestras relaciones con la vecina República de Haití. El mal sesgo que van tomando esas relaciones, apenas si se justifica. Y la falta, como palmariamente lo demuestran los hechos, en manera alguna ha dependido de parte del gobierno dominicano. Sorpresa ha causado en el país, la forma inusitada con que el gobierno de Haití ha procedido, hiriendo intereses y violando derechos estipulados, en legítimo pacto suscrito y en convenciones que existen vigentes entre las dos Repúblicas. Y el amor de la patria, ajeno a las mezquinas pasiones del partidarismo, debe guiar siempre la pluma del periodista, razón fundada ha tenido el colega a que nos referimos en externar sus ideas, detallando los hechos, condenando la conducta del que sin respeto viola el derecho de gentes, y emitiendo sus opiniones sin ambages; pues obligación es de la prensa nacional levantar la voz en los casos nacionales, así sea para ilustrar los asuntos que los motivan y para mantener el pueblo en conocimiento de los hechos ocurridos y que puedan ocurrir. Intereses y derechos que a todos pertenecen, justo es que todos tomen parte activa en ellos para que pueda formarse opinión pública sobre ellos, a fin de que en los casos fatales, la defensa y la responsabilidad sea de todos. Y a los órganos de la prensa toca, principalmente, la alta misión de tratar con preferencia los asuntos que a la nación corresponden y que a los ciudadanos interesan. 25

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Nosotros no hemos sido de los rezagados en ocuparnos en la cuestión importantísima del día; y como en lo adelante tampoco quisiéramos quedarnos detrás, de tener a la mano la circular que el Sr. Cónsul general de la República de Haití ha publicado el miércoles de esta semana para reproducirla. Esa circular no la ha recibido nuestra Redacción, y solamente hemos visto la parte principal que de ella copia el Listín Diario de esta capital de fecha 23 del corriente, ella es un documento, a nuestro modo de ver, que debe el gobierno anexar al expediente que se sigue para la historia de tan delicado asunto. Avisa en ella el Sr. Cónsul al país en general, lo resuelto por su gobierno en fecha 8 del mes corriente, respecto a los productos dominicanos, que según el tratado vigente deben ser libres de derecho en aquel país y que hoy declaran ellos como productos extranjeros. Como si fueran soberanos de la Isla, los haitianos, o sea el gobierno del general Hyppolite, olvidándose de las prescripciones establecidas por el derecho internacional y sobre todo de aquellas que son naturales entre naciones limítrofes, ha modificado en su parte más importante el Tratado real, sin pensar que si no tuvieron calidad para hacerlo por sí solos, menos pueden hacerlo para modificarlo sin un convenio mutuo con la parte contratante. El Eco de la Opinión, 26 de julio de 1890.

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Sociedad

Al fin la inercia sacude el polvo que nos empequeñece a los ojos del mundo; el espíritu se levanta, la iniciativa individual reclama su puesto en el rico festín del progreso y surgen, como rayo de luz bienhechora, del cerebro de los buenos, ideas generosas que tienden a zanjar las dificultades que mantienen a la República pobre y endeble. Bendita sea la Providencia que al fin ha traído a nuestro ánimo el convencimiento íntimo, de que no es en las reservas de una política de pasiones, en que descuella como sombra fatídica el personalismo odioso, donde puede encontrarse el bien de la patria, que es en el trabajo, pues sin el trabajo ni hay gobierno, ni política ni nada. Estas ideas nos las sugiere una circular que tenemos a la vista suscrita por varios caballeros de respetabilidad de esta capital, en la cual se nos invita a formar parte de una Sociedad cuyo fin es el fomento de la inmigración, ¡de la inmigración, que es lo que nos falta para ser ricos y felices! La idea es grandiosa y por tanto digna de ser acogida y sustentada por todos los nacionales y extranjeros que amemos esta tierra digna de mejor fortuna. El que haya tenido lugar de recorrer la República entera si ha parado su atención en esos montes que dan sombra a porciones inmensas de tierra virgen, el que haya visto esas llanuras sin límites, verdaderos desiertos donde puso la naturaleza un caudal inagotable de fertilidad, montes y llanuras sin límites, que jamás han sentido ni el filo del hacha ni los golpes de la azada, siente la natural 27

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admiración que causa la riqueza abandonada, pero si recogiendo las ideas nos concretamos a pensar en la causa de ese abandono, deducimos como consecuencia lógica que, en un país donde pueden vivir desahogadamente cinco millones de habitantes y que solo cuenta con quinientos mil, no puede llegar la agricultura a disponer con fuerza poderosa de esos campos inmensos, de esas llanuras sin límites. ¿Y qué nos falta para llenar el vacío? Inmigración, sí, inmigración que haga oír allí donde solo se escucha manso murmullo del arrollo cristalino y el dulce cantar de pintados pajarillos, los huecos o retumbantes golpes del hacha que derribe a la corpulenta ceiba y a la gruesa baitoa, para dar lugar a la azucarera caña, al aromático tabaco y al plátano suculento. Esa inmigración puede, sin que tengamos que hacer mayores sacrificios, ser atendida, y tras esos trabajadores afanosos y contentos quiebran las primeras ramas y cubran con fértil tierra las frescas semillas y las cepas que les han de dar sazonado fruto, vendrán capitales que aumenten los esfuerzos de todos, y el comercio ensanchará y tras industria pedirán lugar en el festín del trabajo y el verdadero progreso nos llenará de satisfacción y olvidados de la política habremos hecho el bien de la patria; ahí tenemos el ejemplo en la hasta ayer pobre y olvidada y hoy rica y poderosa República Argentina, quien todo lo debe a la inmigración. Trabaje, pues, la nueva Sociedad, luche sin descanso que si triunfa merecerá bien de la patria. ¡Nacionales y extranjeros, el progreso es de todos y a todos nos toca trabajar por él! Adelante. El Eco de la Opinión, 23 de agosto de 1890.

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Editorial

En otros ediciones de este semanario tratamos la cuestión pendiente entre nuestro país y la República haitiana, con el miramiento que inspira siempre el respeto que entre sí se deben los pueblos cultos, jamás ni este ni ningún otro periódico dominicano lanzó una frase descompuesta ni fuera de los límites de la decencia, contra los que sin consideración de ningún género han pretendido pasar por sobre nuestro derecho, y así procedimos y así procedió la prensa nacional, porque midiendo el asunto y estudiándolo con decoro, quisimos hacer una defensa noble a favor de nuestro derecho vulnerado sin herir la dignidad de aquel pueblo en cuya lealtad creímos, engañados por nuestra buena fe, pero últimamente han llegado de Haití los periódicos Le Peuple, Le Rappel, La République, La Voie de Port-au-Prince y Le Moniteur, vomitando agravios contra nosotros que hemos dado pruebas de prudentes. Pena nos causa leer uno de esos periódicos en que parece estampado el rencor que nos guardan por la jornada gloriosa […] Como hay extranjeros que con galana pluma y notoria imparcialidad han comentado nuestra historia, sobre todo en la parte concerniente a la independencia patria, queremos transcribir un párrafo tras otro párrafo de esos periódicos, para que nos juzguen y los juzguen, dice uno de ellos: “Solo nos faltaba ya una cosa: ver a la República Dominicana que nos debe su independencia política que hasta ahora, no ha pagado, obligarnos a abrir la mano”. Parece que el rabioso haitiano autor de ese párrafo no conoce la historia de su país, pues solo así podemos explicarnos que ignore que el pueblo 29

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dominicano conquistó su independencia con las armas y en buena lid, no como otros que se la deben a los… Otro de los tales periódicos irrespetuoso como los demás y suponiendo tal vez que no conocemos aquella del “parto de los montes”, dice: “Henos aquí hoy en desacuerdo con hombres que desde hace mucho tiempo debieran encontrarse bajo nuestro yugo. Helos aquí que olvidando completamente el respeto que nos deben, a nosotros, los autores de su independencia, nos declaran abiertamente la guerra impulsados por no sabemos qué espíritu de ganancia que nosotros les negamos”. “Bajo nuestro yugo”… bien dicho, por eso nos repugna tanto el nombre de haitiano, por aquello del yugo y la tiranía. “Olvidados del respeto que le debemos”. Si algo ennoblece a la República Dominicana es el respeto con que ha sabido mirar siempre a todas las naciones del mundo, inclusive a la haitiana misma, irrespetuosa es la nación que cubre con el manto del olvido una convención internacional, un Tratado sinalagmático que establece recíprocas obligaciones sin pedir como es de derecho, a la parte contratante su asentimiento, pero convencionalmente impedirlo o modificarlo; irrespetuosa es la nación que hace de su voluntad ley suprema y trata de imponerse a pueblos que jamás han faltado al derecho ajeno; irrespetuosa es la nación que sin tener en cuenta cómo se procede para no dar una interpretación errada a los Tratados de carácter internacional, falla por su sola cuenta, como si fuera lo que la antigua Roma, señora del mundo. No hay tal, la mentira repugna y hace odioso al que la dice. El Gobierno que es el que, según el voto de Alta Confianza que le diera el Congreso Nacional, ha reclamado nuestro derecho, no ha declarado tal guerra, lejos de eso, ha procedido con la mayor prudencia; el Estado que sabe hacer sus reclamaciones sin apartarse del terreno diplomático sin faltar a las reglas estarcidas, sabrá también, cuando sea necesario declarar la guerra, no apartarse de lo que en ese caso supremo exige el derecho de gentes. “Si, pues los dominicanos” habla el periódico haitiano; “esos descamisados, han tomado una actitud tan hostil, ellos, a quienes deberíamos continuar gobernando (!) ¿qué augurar de las otras

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naciones que, desde hace muchos años, nos hacen acometer unos contra otros hermanos contra hermanos, para llegar a declararnos incapaces de gobernarnos nosotros mismos?” ¡“Descamisados”!... pasemos por sobre el calificativo pues darle contestación sería caer en el mismo lodazal en que se revuelca el periodista de occidente. Lo hostil, es incierto, y cae una vez más sobre la prensa haitiana el feo borrón de la mentira: “ellos a quienes debiéramos continuar gobernando,” ¡qué idea!, quien necesita bordón para tenerse en pie, no puede emprender una ruta tan larga como la que tendrá que hacer Haití para llegar a nuestra tierra: “¿qué augurar de las otras naciones?” la experiencia le dice al vecino Estado como han reclamado allí […] que esas naciones los hayan hecho acometerse unos contra otros, prueba algo y a nosotros no nos acontece lo mismo, jamás nación extraña nos ha empujado a la guerra civil. La superioridad la probamos nosotros hace más de cuarenta años, poniendo fuera de nuestro territorio a los que sin derecho lo tenían por suyo. El pueblo dominicano no está engreído, lo que tiene es que no olvida los gloriosos hechos de su independencia, de aquella época en que fue siempre vencedor, nunca vencido. Guarde sus ideas la prensa haitiana para días mejores y no gaste su pólvora en salvas. El Eco de la Opinión, 30 de agosto de 1890.

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El Boletín Mercantil

Nuestro deber como periodistas es defender el derecho de la República, siempre que lo veamos atacado por propios o extraños. Estamos convencidos de que no poseemos las dotes necesarias para emprender campaña con adversarios que tienen todas las apariencias de ser más fuertes, pero ello no nos amedrenta, pues llevamos por divisa la razón y nos sentimos invencibles. El Boletín Mercantil de Puerto Rico, importante órgano del partido conservador de la Antilla hermana, fecha 9 de octubre del corriente año, trae un artículo titulado “Una resolución sensible y un álbum”, cuyo artículo abarca dos puntos para nosotros de alguna importancia, el primero es la negativa de la República a tomar parte en las fiestas del Centenario, es decir, en las que proyecta celebrar España, y el segundo, es una crítica algo mañanera que, a la verdad, y con perdón del colega sea dicho, nada dice, referente al álbum del municipio. Principia El Boletín sus infundados razonamientos con estos dos párrafos, que copiamos para que ninguna duda quede a nuestros lectores: “La República Dominicana sigue en sus trece; sigue creyendo que en su catedral reposan las cenizas del inmortal Descubridor (y así es la verdad aunque diga lo contrario El Boletín), sigue empeñada en afirmar que fue un Evangelio la obra del P. Billini (para otra vez, Canónigo) y Sr. Roque Cocchia (Monseñor) sobre el supuesto hallazgo de los restos de Colón en aquella Catedral, hace catorce años nada menos”; luego agrega: “De nada han valido el informe de nuestra eminente y doctísima Academia de la Historia y los estudios trascendentalísimos de ilustres 35

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americanistas, probando que las cenizas del gran Almirante descansan en La Habana”. Justo es que hagamos punto para dar contestación por parte al colega. La República Dominicana sigue y seguirá sosteniendo una verdad histórica que solo la España oficial, por obra de un amor propio mal entendido, pretende combatir. Los restos del genovés ilustre, descubridor de la América, reposan bajo las bóvedas de la vetusta Catedral dominicana, y si el colega es imparcial y desea quedar satisfecho compare las pruebas que obran en el proceso que han formado los dominicanos, con el que guarda España; compare el acta levantada cuando el general Aristizábal supuso transportar a La Habana las preciadas reliquias, con el precioso documento hecho en Santo Domingo el 1º de septiembre de 1877 en presencia del muy digno representante de España señor Echeverri, quien justificó con su firma, y más luego con sólidos argumentos, que era un español honrado, pase a La Habana el señor redactor de El Boletín, vea la urna que guarda los supuestos restos de Colón y luego venga a esta capital para que examine aquella en que fueron encontrados el 10 de septiembre de 1877 los verdaderos despojos del primer Almirante, compare para que juzgue. De nada ha valido el informe de la Academia, ¡y de qué ha de valer ese documento plagado de errores históricos no solamente en lo que se refiere al hallazgo de los restos de Colón, sino a otros asuntos importantes, errores descubiertos al publicarse la Historia de Santo Domingo, por Delmonte, en la que figuran documentos incompatibles. Además de lo anterior, que es bastante para dudar, ¿cómo pretende El Boletín que la República acepte el fallo de España que no puede ser juez de su propia causa? Todo el afán de España es el fallo de su Real Academia de la Historia, que muy docta y todo acogió el informe del señor Colmeiro sin ver las pruebas en contrario, como era de su deber, para recibir asunto de tanta importancia, si es que esa Corporación

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eminentísima estaba facultada a resolver sin poner en duda su imparcialidad. ¿Y por qué el señor Colmeiro, o la infalible Academia, no pidió el informe del señor De la Fuente, que fue el primer comisionado enviado por el excelentísimo señor capitán general de la isla de Cuba, para que estudiase aquí el asunto, y luego informase? ¿Por qué? Porque en ese informe dijo su autor la verdad monda y lironda, lo que fue bastante para que el documento fuera condenado a olvido perpetuo o tal vez a las llamas; porque se quería un informe como el del señor López Prieto, enviado después a esta Capital con el mismo objeto, quien nada vio, pero su informe fue aceptado. ¡Y cuánto lamentó después en privado el señor López Prieto su inconsulto proceder! ¿Y por qué hemos de conformarnos los dominicanos con el fallo de Colmeiro, cuando España no se ha conformado con las opiniones honradas de Tejera, que como dijo un ilustrado periodista dominicano, “vale por toda una Academia”; del muy docto monseñor Roque Cocchia, de cuya imparcialidad no se debe dudar por no ser dominicano; de García, que goza de merecida fama como historiador que guarda como rico tesoro documentos que envidiaría la misma infalible Academia de la Historia y que es miembro correspondiente de la ilustrada de Venezuela; de Echeverri, que afirmó la verdad en nombre de España pues era su representante; de Galván que, con su pluma de oro y sin ofender a España, hizo luz en el debatido asunto; de la Fuente Ruiz, español muy digno; de Ponce de León, hijo de Venezuela; de Henríquez y Carvajal, y otros muchos ilustrados dominicanos y extranjeros, así como de muchas sociedades científicas de ultramar que aunque no se distinguen con el pomposo título de Academia valen tanto como la que más? En América, colega, los que no han conocido la verdad, callan por respeto a España; en Europa los sabios más distinguidos han inclinado la frente ante el hecho providencial del 10 de septiembre de 1877; respondan si no el ilustradísimo americanista, Don Pedro de Braganza, ex emperador del Brasil, y el eminente antillano, doctor Betances.

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No es que aseguran los dominicanos que los restos de Colón yacen en su Catedral, es que lo justifican; lástima que España cierre los ojos para no ver pruebas que brillan tanto como la luz. Ya la prensa nacional ha dicho y el Gobierno también, por qué causas no debe asistir la República a las fiestas del Centenario. Quizás ninguna falta hará la República Dominicana en el gran certamen, sin embargo se lamenta su abstención… Y no irá, aunque lo lamente España; sí, brillará por su ausencia la cuna del Nuevo Mundo; pero deslumbrará a España y a sus hermanas las repúblicas hispanoamericanas con el fuego de su dignidad; su ausencia formará la página en la historia de aquella fiesta colombina. Ya resuena por el mundo civilizado el eco de su formal protesta. No irá. Pasemos al segundo punto. Trata el colega del álbum mandado hacer (será a abrir) por el Ayuntamiento en el año 1881. “Después de algunos párrafos, que nada dicen, agrega, que todos los pensamientos en él escritos, son afirmativos, sin rodeos de que los restos del hallazgo son los verdaderos restos de Colón”. ¿Y quién puede escribir lo contrario ante la verdad que deslumbra, sin faltar a los mandatos de su conciencia? Luego copia el colega los pensamientos escritos por los señores don Juan de la C. Álvarez, don Eduardo Roque (extranjero, actual periodista en Venezuela) y el del licenciado don José A. Bonilla y España, para agregar en párrafo aparte: “¡Y que se quemen luego las pestañas académicos y americanistas, para demostrar con toda evidencia dónde reposan los restos del eximio genovés! ¡Muy bien! ¿Acaso la infalible Academia Española de La Habana se quemó las pestañas para maldita la cosa? ¿Y no asegura el colega que es asunto resuelto, como quien dice punto en boca? Ahora bien, ¿pretende El Boletín que cada individuo al escribir en el citado álbum un pensamiento, dejara un informe, como si dejáramos, el de Colmeiro? ¡Pobre álbum en ese caso! Después, copia unos versos del señor Richiez Ducoudray para criticarlos por su forma, a lo Valbuena.

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Basta, es tiempo ya de poner fin a este artículo y lo haremos copiando a nuestro modo al mismo Boletín. Y sin embargo y a pesar de todo cuanto diga El Boletín Mercantil, los verdaderos restos de Colón descansan en la Santa Iglesia Catedral, de su Antilla predilecta, tal como fue su última voluntad. El Eco de la Opinión, 14 de noviembre de 1891.

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La política

Nada hay que llame la atención del país en la esfera de la política. El cielo de la patria está sereno. Cansados ya los dominicanos de estéril lucha, se entregan al trabajo honrado porque han llegado a convencerse de que el trabajo es la única revolución que cambia de un modo radical la faz de los pueblos. La guerra a nada conduce; proclamar principios sellándolos con sangre es un error, porque si tuviera lugar una vez por todas la guerra, en ciertos casos sería aceptable, ¿pero acaso entre nosotros con ese gran remedio se curan grandes males? No. Si la experiencia no nos hubiera enseñado que, por desgracia, la historia se repite, si no hubiéramos visto tantas veces que los mismos que, ya con las armas, ya con la pluma, han combatido los errores de un mal gobierno (con honrosas excepciones) al llegar al poder no han hecho más que imitar, con grandes ventajas, a sus antecesores, a los mismos que combatieron, encontraríamos en la lucha armada eficaz remedio. De muy pocos años a esta parte es que hemos visto al pueblo ejercer su derecho en el campo eleccionario, aunque no siempre con entera libertad, sino unas ocasiones dirigido por la voluntad del poder y otras por la de aquellos que inconscientes, por ver realizadas ridículas ambiciones, tienen arte para explotar la ignorancia o acrecentar la corrupción a fuerza de otro que más luego, y como es lógico, paga ese mismo pueblo que sonríe halagado por el engañoso beneficio, pero así y todo, visos de legalidad ha 41

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tenido el ejercicio de la ciudadanía, pues y antes ¿cómo se elegían los presidentes? En los campos de batalla: gusto da leer los muchos manifiestos que al país han lanzado las distintas revoluciones que han esquilmado la República, todas están basadas en la defensa de los derechos del pueblo, todas por combatir a algún tirano pero siempre hemos visto convertidos en tiranos a los mismos que han combatido las tiranías. Personal distinto, pero las doctrinas invariables, estas parece que están cinceladas en piedras, para que no se puedan modificar. Hoy felizmente el prestigio asaz peligroso de corrompidos caudillos ha desaparecido, los llamados partidos políticos, de los cuales solo el azul se aproximó más a los principios republicano-democráticos en los cuales entra como factor principal la alternabilidad del poder, de tal modo se fraccionaron por locas ambiciones, que apenas queda de ellos la historia con muchas páginas salpicadas de lodo y el resto de sangre. El partido azul dividido se hizo al fin impotente, el rojo o Báez, cerró su historia porque le faltó la mano poderosa que lo sostenía, la voz que lo alentaba, el caudillo a quien rendían sus afectos “culto sin nombre”: el general Buenaventura Báez. Y conocido ese desbarajuste político, ¿puede en ninguna revolución verse siquiera sea una señal de que en ella no predomine el deseo de mando en alguno de los que la dirijan? No; desde luego es una gran conveniencia, tanto para el país cuanto para los que no están conformes con el actual orden de cosas, dejar que la paz fructifique para que la ciudadanía, haciendo uso de su derecho, haga lo que crea conveniente, todo lo demás es inútil. Las manifestaciones del Jefe del Estado no pueden dejar de ser sinceras, él no quiere seguir en el mando ni mucho menos imponer un presidente a la Nación; y como cada uno es libre para proclamar la candidatura de la personalidad política que más llene sus aspiraciones, lo natural es conservar la paz y a su sombra bienhechora, preparar el terreno para la lucha legal. La paz es la que salva a los pueblos, y la que hace efectivos y poderosos los derechos del pueblo. Quiera Dios que la lucha que

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esperamos sea fecunda en bienes, y que la corrupción, que ya principia a dar señales de vida, no contamine al pobre pueblo, para que más luego sea responsable la escuálida República. Paso a la moralidad, señores candidatos. El Eco de la Opinión, 28 de noviembre de 1891.

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Cuestión palpitante

Encuéntranse en esta ciudad venidos, en el vapor nacional “El Presidente”, que fue a buscarlos en días pasados, el Sr. Den Tex Bondt, representante de la “Regie”, y los acreditados comerciantes del Cibao don Cosme Batlle y don José Ginebra, de Puerto Plata; don Tomás Pastoriza y don Rafael Vega, de Santiago; don B. Bancalari, de Samaná. Se esperan hoy por el vapor americano “Ozama”, los señores don Rafael Michel de Moca; don Alejandro Grullón, de Montecristi; don Zoilo García, de La Vega, y don Manuel María Castillo, de San Francisco de Macorís. La presencia aquí de tan distinguidos señores, indica una seria razón económica que, a vuela pluma, vamos a exponer a nuestros lectores. El gobierno de la República, en vista del cúmulo de penosas contrariedades, y del conflicto que le viene trayendo el asunto de la moneda nacional para la buena organización de la Hacienda pública, desea, según estamos informados, conciliar los intereses del comercio y los intereses del Estado, sin perjuicio de unos y otros. Con este motivo, bien justificado por cierto, hace pocos días resolvió llamar a dichos caballeros para que en unión de algunos otros comerciantes de esta plaza, y tal vez de San Pedro de Macorís y Azua, estudien, con ánimo razonable y conforme al estado actual del país, el difícil y escabroso problema de la franca y libre circulación de la moneda mencionada. Procurar la conciliación de intereses tan delicados, tales como los del gobierno y los del pueblo, nos 45

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parece asunto digno de los mayores encomios. Nada más elevado ni más patriótico en esta ocasión de suyo trascendental. El advenimiento de un acuerdo legítimo basado en razones de equidad y de provecho para la República, que deslinde gráficamente el campo de la crisis por que atravesamos, salvará a no dudarlo, los intereses de la Nación y con ellos los del comercio, siempre que para conseguirlo se tenga en cuenta el espíritu de una buena fe por demás irreductible. Ya era tiempo de prestar a este asunto una seria atención, y nos congratulamos de que el gobierno lo haya comprendido así. La moneda nacional que hasta hoy ha venido irrogando al pobre empleado público una pérdida bastante lamentable en el escaso sueldo que recibe, y que por otra parte, mantiene lleno de temor y sin confianza alguna el ánimo del comercio y por ende el del mismo pueblo, recibirá con la solución que esperamos un valor que acredite desde luego su franca circulación y libre cambio en las plazas comerciales de toda la República. No dudamos que el grupo de respetables comerciantes que van a discutir y a resolver esta asunto, y el gobierno a cuya iniciativa se debe este significativo paso en bien del país, harán cuanto cumple al levantado patriotismo que a unos y otros caracteriza y a la notoria honradez que los distingue, por ver de conseguir en breve término el anhelado advenimiento de una ley económica que ordene y regularice la vital materia que ha servido de tema a las presentes líneas. El Eco de la Opinión, 5 de diciembre de 1891.

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Cuestión palpitante

El miércoles 9 del corriente, a las diez de la mañana, se verificó en el Palacio Nacional la reunión de los comerciantes que debían de discutir y resolver de acuerdo con el gobierno, el delicado asunto de la moneda. Poderosas razones se oponían a que se siguiese en ejecución la ley que fijaba el tipo de cinco francos al peso dominicano; esa ley solo existió para el pago del 10% en los derechos de importación y para menoscabar el sueldo de los empleados. El pueblo, que intuitivamente ve y comprende los difíciles problemas económicos, resolviéndolos siempre al amparo de una lógica que se escapa por lo común a los legisladores y gobernantes en su afán de buscar expedientes para salir de situaciones anormales; desde un principio estableció el valor de la mencionada moneda, no admitiéndola sino a la par del peso mexicano. Y no podía ser de otro modo, desde luego que la moneda está considerada como otra cualquiera mercancía, que se cotiza en todas partes por su valor real y no por el ficticio que erróneamente quieran darle las leyes. Comprendiendo el gobierno la verdad de ese principio, y palpando sus resultados en la práctica, no quiso dejar por más tiempo sin resolución un problema que a la larga traería graves dificultades al comercio, y lesionaría a la vez de una manera notable el producto de sus entradas, haciendo cada día más difícil la organización de la Hacienda pública. Movido, pues, por esas trascendentales consideraciones, convocó, como dijimos en nuestro número anterior, a los más connotados 47

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comerciantes de esta capital y del Cibao, con quienes, poniéndose de acuerdo, ha resuelto: Derogar la ley anterior, y que el peso dominicano se admita en la circulación al mismo tipo que el peso mexicano. Y como el gobierno para cubrir el déficit, o para indemnizar el 25% que pierde en la operación se ve obligado a buscar un medio, trata de aumentar los derechos de importación con el 5% sobre la totalidad. Lamentable es que se tenga que apelar a un expediente tan manoseado y tan gravoso, cuando el pobre pueblo es el que viene a sufrir las consecuencias y precisamente en una época en que se deja sentir de una manera pesada la crisis por que se atraviesa. Si nos fijamos en los desproporcionados y exorbitados aforos del arancel en los diferentes recargos que por varios conceptos pagan las mercancías, y sobre todo en el último que se ha impuesto, aumentando en un ciento por ciento el de las especies timbradas, se verá que hoy se paga en las aduanas de la República una contribución tan crecida como no es posible exista en ningún país. Y por ser común en las doctrinas de la economía moderna la demostración de los perjuicios que irrogan al pueblo las contribuciones, no nos detendremos en explanarla aquí. Pero sí es de nuestro deber, ya que la consecuencia de nuestros principios así nos lo impone, manifestar que una vez que el gobierno se ve en la ineludible necesidad de aumentar los derechos de importación lo haga de la manera más módica y menos sensible a la situación apremiante que abruma al pueblo. En este concepto ¿no podría el gobierno aumentar el recargo expresado solamente en un 2½ por ciento? Si su compromiso es de indemnizar la pérdida de referencia ¿qué importa más o menos el tiempo que esta deba de indemnizarse? Por otra parte, un aumento mayor no sería justo ni equitativo, puesto que siendo el objeto compensar la pérdida, el 2½% sobre la totalidad justamente cubre el 25% que tenía de prima la moneda nacional, y de la cual era obligatorio entregar 10% en el pago de las planillas, lo que daba un resultado de 61%; mientras que

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aumentando en 5% el producido del 60, resultarían los derechos del 61% sobre aforo. Al Sr. ministro de Hacienda, que es un hombre de buen sentir y de clara comprensión, es a quien toca abogar para que se obtenga lo propuesto. De este modo sería menos sensible el recargo, y el gobierno, llenando su cometido, en nada perjudicaría sus intereses. El Eco de la Opinión, 12 de diciembre de 1891.

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Un progreso más

Toda industria útil, esfuerzo benéfico de la libre actividad del hombre, viene a ser en medio de las sociedades en que se verifique, un factor esencial para el progreso a que se aspire. De aquí que los gobiernos estén obligados a prestarles la eficiencia de sus garantías, y el valioso contingente de una protección honrada y patriótica. La fábrica de cerveza, que bien pronto se establecerá en las afueras de esta ciudad, va dando pruebas inequívocas de la seriedad y la importancia que revisten en todo pueblo aquellas empresas laudables y de trascendental propósito económico-industrial. Hemos visto allí los trabajos que, debido a una actitud infatigable y a una dirección tan competente como robusta, van realizándose de día en día. Ya el edificio destinado para las maquinarias y útiles necesarios, tiene levantado el primer piso, y el segundo se encuentra próximo a su término. Los cimientos de este edificio que tendrá cinco pisos, son de una condición que garantizan su solidez. Las paredes están fabricadas de ladrillo y piedras y entrabadas con fuertes estribos en los puntos principales. El material de las divisiones interiores será de columnas de hierro que darán más firmeza al edificio. Se propone la empresa construir una estación de baños, y establecer un parque y un hotel con todas las comodidades que ofrecen los de igual género en los EE. UU. del Norte. El parque llenará un vacío en aquel lugar, convidando al solaz a nuestras jóvenes, y a cuantos deseen disfrutar de la fresca brisa que baña aquella zona y de la hermosa perspectiva que ofrece hacia el sur el mar, como así mismo de las vecinas arboledas. Ese sitio más, de agradable recreo, 51

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tendrá nuestra capital. Y como se establecerá un tranvía (con tal que la “Sociedad Anónima” del que ya existe no ponga inconvenientes con exageradas exigencias) que partiendo del seno mismo de la fábrica recorrerá la calle “San Pedro”, o tal vez la calle de “La Universidad”, hoy llamada “Padre Billini”, hasta llegar al muelle, proporcionará a todos el medio de una fácil conducción a dicho parque y hotel. El pozo artesiano, que allí se está haciendo, y que es la primera obra de este género que se implanta en el país, mide ya más de cien pies de profundidad, y según la opinión de los autorizados ingenieros de la empresa, no llegará a más de mil pies, sin que las aguas potables broten a la superficie con la abundancia y el impulso que se requiere. Ese pozo, indudablemente a más de llenar las necesidades de la cervecería, ofrecerá ventajas incontables al público, y alimento para el reguío de las estancias cercanas, ya brindando mayores comodidades a las casas de familia, o ya para las fuentes que se establezcan en los parques de la ciudad. Tal es el estado en que se encuentran a esta fecha los trabajos en referencia. No hay que entrar aquí a externar con más amplitud los beneficios que de iguales empresas reportan los pueblos. ¿Habrá quien no palpe esas ventajas? Hoy que nuestro país sufre una situación penosa, ¿no es de aplaudir y recomendar industrias que como la presente viene a invertir considerables capitales, dando el jornal a nuestros artesanos y empleando gran número de brazos en la ejecución de sus obras? No hay que dudarlo, la fábrica de cerveza es un progreso más que se inicia en el país, y al cual estamos obligados, pueblo y gobierno, a prestar nuestro moral concurso y nuestras buenas disposiciones contribuyendo a su eficaz desenvolvimiento para el bien y provecho de la República. El Eco de la Opinión, 19 de diciembre de 1891.

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Cervecería

Dijimos en nuestro artículo anterior con respecto a la fábrica de cerveza que se va a establecer en las afueras de la ciudad, que los trabajos de ella progresan de una manera rápida y a todas luces incuestionable; y que los gobiernos, cuando se trata de empresas que como esta reviste un carácter serio y de la cual reclama el pueblo ventajas y utilidades prácticas, deben prestarle todo su apoyo y su concurso moral. Y al hacer aquella manifestación de nuestro honrado sentir, tuvimos en cuenta, como tenemos hoy al ratificarla, la trascendental importancia del asunto a que ella se concretó. Y hoy con mayores razones, que toman vida en los nuevos datos precisos que hemos obtenido acerca de la buena marcha que sigue la referida industria, confirmamos la verdad de nuestros anteriores asertos. De aquí que no dudemos un instante del buen éxito de la empresa. Los trabajos, como hemos dicho, marchan al vapor en cuanto a la construcción del vasto y sólido edificio que se destina para la Cervecería. El sistema de la profusión de ventanas empleado en dicho edificio, y que tanto ha chocado a algunos, tiene por objeto proporcionar la luz suficiente para observar el color de la cerveza en su estado de fermentación; y como cada una de esas ventanas llevará tres vidrieras a distancia de medio metro, resultará de esto la graduación de la luz requerida en combinación con el grado de temperatura que sea necesario. Los grandes tanques que servirán para contener la cerveza serán de una madera especial que libra el líquido de todo ácido, 53

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conservándolo puro. De más está decir que el hielo, tan indispensable a industrias de este género, se fabricará allí mismo. El pozo artesiano, cuya construcción viene provocando tantas discusiones en algunos de nuestros círculos, y el cual ha servido de tema a las conversaciones de estos últimos días ­después de haber llegado a una profundidad de cien pies, se ha visto la empresa en la necesidad de suspender temporalmente los trabajos. Causa esta suspensión el haber tropezado con una gruesa capa de arena que los dificulta, haciendo ineficaces los auxilios de la máquina empleada por ser esta vertical y por la insuficiencia de la caldera. Los ingenieros Mr. William Renshaw y Robert Fraser, especialistas en la construcción de pozos artesianos, se embarcaron en el vapor “Saginaw” para Nueva York, con el objeto de traer a vuelta del mismo buque una máquina que sea horizontal, y los demás aparatos que el caso requiere. En otros tiempos, el sistema de construcción de estos pozos ofrecía graves dificultades que muchas veces se resolvían con el abandono de ellos y la ruina de grandes capitales. Esto era debido, según es fácil comprender, a la imperfección de las máquinas utilizadas, a la insuficiencia en los estudios geológicos y a la que experimenta en la práctica. Hoy no resulta así. Las máquinas están perfeccionadas, hay mayor caudal de conocimientos geológicos y más práctica en la construcción de dichas obras. Es verdad científica averiguada que las aguas subterráneas se encuentran con abundancia en los terrenos situados al pie de las montañas. Puédese incurrir en equivocaciones en el número de pies más o menos en las profundidades de dichos pozos; pero nunca dejarán de encontrarse las aguas. Conocida geográfica y geológicamente la situación que ocupa la fábrica en referencia, no cabe duda del buen éxito que alcanzará en sus propósitos la empresa. Los ingenieros de quienes hemos hablado están de antemano recomendados por las construcciones de centenares de pozos artesianos en los EE. UU. y muy particularmente por el tan conocido de la “Key West” en la misma Florida.

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Además de los ya mencionados han construido también algunos pozos de gas en California, con una profundidad de cuatro mil pies. Y siendo más difíciles de construir estos pozos ¿cómo no han de llevar a cabo, ingenieros competentes, el que actualmente se fabrica aquí? No hay que dudarlo. Olvidadas las dificultades que dejamos señaladas, hay que tener fe en la completa realización de los trabajos de esta industria que aportará al país innumerables beneficios. El Eco de la Opinión, 26 de diciembre de 1891.

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Rumores

Ojalá pudiésemos ser indiferentes ante ciertos hechos que al parecer ninguna importancia tienen; pero que examinados desde el punto de vista de la razón, y estudiados con imparcial criterio, tienen un fondo de gravedad de tal magnitud que obliga a tratar a aquellos que hemos hecho de la prensa, no el respiradero de pasiones mezquinas ni baluarte para defender causas de cuyo triunfo más o menos dilatado se desprenda algún beneficio particular, sino tribuna sagrada desde donde debemos los buenos (perdónese la inmodestia) dejar oír nuestra voz en defensa ya de los intereses del pueblo o ya del buen nombre de la República. No pretendemos ser profetas, ni mucho menos; pero como en la difícil tarea del periodismo nos ha seguido siempre la más completa imparcialidad, como ya lo hemos probado, y como jamás ni el interés ni la pasión han puesto vendas a nuestros ojos, muy pocas veces han sido erradas nuestras opiniones. Respondan, si no, la fatal Lotería Flatow, el Puente, la Cervecería, la última ley de Cabotaje y otras cuestiones importantes que hemos tratado, unas adversas y otras favorablemente. No tenemos inconvenientes en declarar que de todos los asuntos públicos, el que hemos tratado con más interés, el que hemos tomado con más calor por ser, a nuestro humilde pensar, el que más se roza con la dignidad de la nación, es la actitud que conviene seguir a la República en la conmemoración del 4º Centenario del Descubrimiento de nuestra América, pomposa fiesta que 59

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se propone celebrar España, contando con el eficaz concurso de Portugal y de las repúblicas hispanoamericanas. Por eso, cada vez que a tan vital cuestión se haga referencia hacemos esfuerzos por revivir nuestra franca oposición.

*** Hay distintas versiones acerca del particular: unos afirman que el Gobierno ha resuelto asistir a aquella fiesta a pesar de la oposición que a tal resolución hace la mayoría de los dominicanos, como lo ha probado la prensa nacional; otros niegan lo primero y sostienen que el Poder Ejecutivo, bien inspirado y deseoso de no contrariar la opinión pública, dispuso formar un consejo de las personas más notables para que estas resolvieren tan difícil cuestión. Ni una cosa ni la otra podemos afirmar; pero hay rumores que nos disgustan porque al ser ciertos sería palpable la inconsecuencia, y diremos por qué: primero, cuando por causa de la conferencia celebrada el 18 de mayo del año pasado en la sociedad literaria “Amigos del País” surgió la discusión de si debía o no asistir la República a la fiesta de España, terció en ella nuestro colega El Orden, periódico semioficial […] natural se inspira en la opinión del Gobierno, sosteniendo y abundando en más de un lujoso y razonado editorial, las razones de este semanario y de un colaborador de El Teléfono, que no convenía a la dignidad de la República satisfacer el deseo de España. Segundo, porque cuando el Congreso Nacional, previendo el caso que hoy ocurre, dio la resolución en apoyo a la instancia que le dirigiera la Unión Iberoamericana, mandando la celebración del centenario en la República y votando una suma considerable para el efecto, el Gobierno, lejos de observar el decreto, le dio su apoyo y lo promulgó en la Gaceta Oficial, con cuyo asentimiento dejó demostrado que era de la misma opinión de la Unión Iberoamericana y de la Representación nacional; y tercero, porque siempre vimos que los empeños del señor cónsul de España acerca del particular fueron

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inútiles. Por todas esas circunstancias es que decimos, que, si es verdad que el Gobierno ha resuelto el punto favorable a España, es una inconsecuencia. Asegúrase que todo eso es debido a los esfuerzos hechos por don Manuel de Jesús Galván, plenipotenciario de la República en aquella corte, esto no solo se dice en esta Capital, sino que así lo afirman algunos periódicos españoles, distinguiéndose entre otros El Boletín Mercantil de Puerto Rico, quien afirma que la República asistirá y que tendrá que convenir en que los restos de Colón son los que están en la Catedral de La Habana. Nos es duro dar crédito a esta última versión, pues por mucho que el señor Galván sea hombre de gran valer por su talento y su representación, vale más el querer de un pueblo que la opinión de un hombre. En este caso podemos decir, siempre que la propaganda sea cierta, para que lo sepa España, que en su fiesta estará representado el Gobierno de la República pero no la Nación Dominicana. Ahora bien, ¿con qué cuenta el Gobierno, es decir, qué mandaría la República a aquella exposición? ¿acaso los que tienen sus colecciones de antigüedades están dispuestos a disponer de ellas para que figuren en España contra su opinión? No, eso no será, no; monseñor De Meriño, ni Don José G. García, ni la sociedad “Amigos del País”, ni nadie, ofrecerá lo que tienen digno de figurar en tal fiesta. Esperemos, confiados en la ilustración del Gobierno, que se abstenga de tomar parte en las susodichas fiestas de España. Por lo demás, a nada damos crédito y solamente cuando veamos la prueba nos declararemos convencidos. Ahora bien, bueno es que el Gobierno rectifique un error. Nosotros opinamos y seguimos opinando que la República no debe asistir a esa fiesta; lo hemos hecho basados en que España no ha reconocido todavía la autenticidad de los restos de Colón, hallados y conservados en la Catedral Primada del Nuevo Mundo, no; estamos fundados en el papel ridículo que desempeñaría el representante de nuestra nación cuando en aquellas fiestas se tributen

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homenajes a los restos apócrifos de Colón, que guardan en La Habana. Eso, y nada más. Repetimos, que es de esperarse que los que posean algo digno de figurar en aquella exposición, se muestren indiferentes a los halagos de España, y los guarden para exhibirlos aquí en la República. El Eco de la Opinión, Núm. 659, 23 de enero de 1892.

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Colón en Chicago

I No vamos a discurrir acerca de la autenticidad de los restos que, para honra y enaltecimiento de la Patria, y como legado inmortal del egregio espíritu que los animó, reposan desde el año 1536, en que fueron trasladados desde España, según se desprende del examen que de este importante suceso han hecho innumerables historiadores, en la soberbia Catedral Dominicana. Que ello es cuestión suficientemente dilucidada ya, y en la cual tomaron parte principalísima nuestros hombres más ilustrados. El hecho no necesita para acrecentar nuevas fuerzas de irreductible convencimiento que se agregue una palabra más, por medio de las estrechas columnas del periódico, a los sólidos argumentos con que hasta ahora ha sido defendido y probado. Es conciencia hecha carne en todos y cada uno de los grandes pensadores que, rebuscando datos a la luz de la imparcialidad, sacando de los empolvados archivos de uno y otro hemisferio cuantos documentos han sido necesarios para el esclarecimiento del trascendental asunto, la verdad del hallazgo del 10 de septiembre de 1877. Es por eso por lo que, dejando a un lado la materia de referencia, solo nos vamos a concretar ligeramente en estas líneas, a dar a conocer a nuestros lectores lo que hace días viene siendo el tópico de las conversaciones en los círculos ilustrados de esta ciudad. Dícese, que el gobierno de la república norteamericana no tendría inconvenientes de ningún género en enviar a esta un vapor de 63

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guerra de los mejores de su armada, para conducir solemnemente a la ciudad de Chicago, en la próxima Exposición, los venerandos despojos del Gran Marino; caso que el gobierno de este país se dignase consentir en ello. Y que, para el efecto, se nombraría una comisión especial compuesta de un número de nuestros hombres más ilustrados, como don Emiliano Tejera, don José G. García, don Federico Henríquez y Carvajal, don José J. Pérez, etc., etc., para que esta acompañara dichos restos hasta restituirlos al lugar en que hoy se encuentran. Estas manifestaciones, procediendo de círculos en los cuales siempre ha dominado un espíritu de patriotismo, se extienden y acercan a la consideración de la conveniencia en llevar a Chicago las cenizas de Colón, por derivarse de aquí la ventaja de aprovechar una oportunidad honrosa, para mostrar al mundo la evidencia palpable de la que, aún hoy, pretenden negar algunos empedernidos y sistemáticos españoles. No somos nosotros los que nos aventuraríamos a aconsejar la traslación accidental de esas sagradas reliquias, sin que antes se llenaran cuantas formalidades y […] y trascendencia del hecho en sí mismo. Por lo demás, la verdad del hallazgo del 10 de septiembre no teme a nadie; ¡ella se levanta ante todas fulgurante y noble como el genio de los siglos evocado por la musa de la Historia para gritar al mundo la grandeza de sus glorias! Queda, pues, desde luego, sometido el asunto que informa este artículo, al examen discreto y concienzudo de nuestros estimables colegas de la prensa nacional.

II Nuestro artículo anterior ha provocado, como era de esperarse, grandes y serias discusiones. Ello se explica: el asunto rápidamente bosquejado en él, entraña, ora por la trascendencia de sus fines, ya por la magnitud de la

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cosa en sí misma, un choque de ideas y de controversias a todas luces oportunas en los actuales momentos. Y, ya lo hemos dicho, el choque ha sido. Solo que, en el acaloramiento mal reprimido en unos, y en la mala interpretación de los otros, se ha confundido con algo que implica indigno mercantilismo, el alto móvil que nos indujo a recoger de entre los círculos ilustrados a que aludimos, para someterla al examen discreto y concienzudo de nuestros colegas de la prensa nacional, la idea de llevar a Chicago, en la próxima Exposición, las incontaminadas cenizas del Gran Genovés. Ahí la grave ofensa; ahí el mal aplicado criterio; ahí también la suma ligereza con que se juzga en el país a ciertos hombres, y con que se apostrofan ciertas ideas que, naciendo de un espíritu honrado y lleno de patriotismo, buscan en la conciencia pública, y en la opinión sensata, un análisis imparcial, ilustrado, que sirva a corregir en ellas lo que haya de indiscreto o de ligero. Holgaría entrar aquí, después de lo dicho, en detalles sobre lo que acerca de lo que nos ocupa, viene fatigando, desde la aparición de nuestro artículo anterior, a una parte del bondadoso público de esta ciudad. Basta decir a todos, que El Eco de la Opinión se cuida mucho en no ser nunca el apóstol de los malos principios ni de las causas malas. Y con esto sintetizamos cuanto pudiéramos agregar en defensa de algún erróneo juicio formulado contra el verdadero propósito que nos animó al escribir nuestro incorrecto editorial del número anterior.

*** Y pasemos al punto. Cuando dijimos que vapores, o uno de los mejores vapores de guerra de la Armada norteamericana, conduciría desde este puerto al de Chicago los venerandos restos, no olvidamos que el país cuenta con un vapor que bien podía desempeñar esa honrosa misión; pero al expresar lo primero, tuvimos en cuenta, y esto lo dejamos entonces a la penetración de los dominicanos, la importancia que

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en sí revistiría, ante el mundo entero, el hecho de que un vapor de guerra norteamericano condujera o custodiase hasta Chicago los despojos del Gran Marino. Porque de aquí, del hecho mismo, se desprendería ostensiblemente la confesión genuina y oficial de aquel pueblo con respecto de la autenticidad de dichas cenizas; pues nunca se realizaría lo propuesto, sin que de antemano, y para tan laudable propósito, viniera de los Estados Unidos una comisión técnica que, acompañada aquí de la que nuestro gobierno se dignase nombrar, efectuara, previas las más mínimas formalidades y garantías morales del caso, la traslación aludida. Esa comisión yankee que viniera, vendría no mercenariamente obligada –que esto sería estúpido suponerlo–, sino a estudiar, mientras aquí se encontrase, en el teatro mismo del inmaculado acontecimiento del 10 de septiembre, y frente a las bóvedas que enaltecen el presbiterio de la Catedral dominicana, la austera verdad del hallazgo. La otra comisión de ilustrados dominicanos, como don Emiliano Tejera, don José Gabriel García, don Federico Henríquez y Carvajal, don José Joaquín Pérez, don Juan Tomás Mejía, etc. mostraría a la primera cuanto se ha escrito sobre el asunto, y todos aquellos datos y pormenores que fueran necesarios. Así, de ese modo, sin más norte que la honradez de miras y el trascendental motivo que los reuniera, se lograría un voto valioso en la contienda que quizás arrastraría, en plena Exposición, el voto de la conciencia universal. Una vez los restos en Chicago, y ya que la República Dominicana no se prepara, que sepamos, a concurrir con sus productos a aquel grandioso certamen de los pueblos, se colocarían en el “Convento de la Rábida” que se está levantando conforme al plano y detalles del célebre Convento que abrió sus puertas en España al genio peregrino que, llevando un mundo en su cerebro y una gigante fe en lo recóndito de su alma, tocó a ellas en demanda de un pedazo de pan y de un poco de agua con que saciar el hambre y la sed del hijo pequeñuelo que le servía de bordón en el camino… La comisión dominicana, compuesta por hombres como los que hemos tenido a bien significar, entraría en una abierta lucha de pruebas y en un dignificador torneo de “evidencias”, invitando a

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aquel sitio a cuantas sociedades históricas y notabilidades de todo género se encontrasen representadas y reunidas en aquella Exposición; para ver de conseguir, en presencia del “hecho tangible”, la victoria merecida, y rasgar de una vez para siempre el velo con que pretende cubrirse el origen de la negativa a tal reconocimiento por parte de la España oficial. De ese modo este país ilustraría la opinión del mundo, sin el sacrificio de grandes medios pecuniarios, puesto que con una módica suma de pesos sostendría digna y decorosamente la comisión en Chicago. Y quién sabe si al cerrarse el espléndido certamen colombino dejaría este la inmarcesible gloria de haber contribuido a resolver el problema de la autenticidad de los restos del que plugo a Dios conceder “las atamientas de la Mar Océana”. Y tal gloria valdría para perpetuar en el espíritu de todos los tiempos, la memoria de cuantos pudieron contribuir a dejar triunfante la verdad, a despecho del error y de la vanidad orgullosa de aquel pueblo legendario que cuenta en su vida los más lucientes rasgos del valor indómito y los más culminantes hechos del patriotismo invencible. No hay que dudarlo. Ningún medio más práctico, a nuestro humilde sentir, para lograr lo que tanto ambicionamos, como el que hemos expuesto; ya que no se ha podido o que no se ha querido hacer sacrificios para realizar la noble idea de provocar aquí la reunión de un congreso internacional que discuta el hecho histórico. Esto sería lo grande y lo más digno; pero ya que no hay bastante patriotismo para eso, estudiemos con calma la importancia del asunto y remontemos el pensamiento a otras regiones que no participen del contagio malsano de la época; y tomando aliento en ellas, oigamos el consejo que nos den los buenos, pues quién sabe si los que opinan la idea de trasladar esos venerandos restos a la Exposición de Chicago, se han dejado llevar por la impresión de un exagerado patriotismo que no les permitía examinar el caso, o por los escrúpulos de una mal entendida dignidad nacional.

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III ¿Existe en la conciencia universal el conocimiento irreductible de la autenticidad del hallazgo del 10 de septiembre del 1877? Debiera existir. El empeño honrado, enérgico, decidido, con que la dignidad histórica, por órgano de plumas competentes, tanto nacionales como extranjeras, ha luchado por mostrar la evidencia del error secular de 1795; el celo ardiente con que algunos historiadores imparciales y de crédito en el mundo ilustrado han sacado del fondo de remotos archivos el espíritu de argumentaciones lujosas y formidables en pro de la verdad hasta ayer oscurecida por la ignorancia de los tiempos y abrumada bajo el peso de los siglos; el vuelo sensato del pensamiento de estos; la tenaz labor de aquellos y, más que todo, la urna depositaria de los sagrados restos, debieran, hace largos años, haber reducido al silencio las vociferaciones de los que no niegan el hecho inmortal de septiembre; e impreso en cada corazón humano, en cada sociedad, en cada ateneo, en cada academia, en cada gobierno y en cada nación del globo, debiera estar el veredicto irrecusable de la autenticidad calurosamente defendida por unos y groseramente repudiada y escarnecida por otros… Pero, por obra de la desgracia, no ha sucedido así. Surgen, es verdad, de tarde en tarde, adhesiones imparciales que nos honran y que vienen a robustecer las filas de los que comulgamos con la grandeza del hallazgo. Mas cuando se busca la opinión compacta de algún pueblo; cuando se interroga a la universalidad de las gentes; cuando se pide el concurso del mundo para cimentar en el mundo mismo la creencia de que son estos los despojos del Gran Marino, se muestran reacios y desconfiados y dejan al porvenir la solución de un problema que a todos interesa conocer, y que la República Dominicana, más que ningún otro país, está empeñada en ver resuelto. No nos engañemos, o mejor dicho, no nos alucinemos ni nos durmamos confiados en el mañana. Hoy mismo convoca España a los pueblos del orbe a solemnizar el Cuarto Centenario del Descubrimiento del Nuevo Mundo,

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y ora ostensible, o ya tácitamente, los pueblos que a España concurran, asistirán a cuanto allí se disponga para rendir a los huesos de La Habana el homenaje de la admiración y los tributos de la humanidad agradecida, dejando así erróneamente confesada la falsa verdad de que aquellos sean los que fueron animados por el hálito vital del genio peregrino que arrancó de la ignoto el mundo americano. No lo dudemos: España, en la loca ansiedad de sus sentidos ofuscados; en la delirante pasión de su orgullo legendario; en medio a las tristes sugestiones de un mal entendido patriotismo y de una mal comprendida dignidad nacional, hará cuanto a su alcance esté hacer y recurrirá a cuantos medios pueda recurrir para arrancar en pleno Centenario a las naciones allí representadas, la confesión de unos restos que la misma acta de 1795 dice ser de algún difunto, así, como recelosa de certificar que fueran ellos los del que quiso reposar y reposa en la tierra de su amor y sus desdichas. Mucho se ha escrito y se ha luchado, y sin embargo la conciencia universal no está, o no quiere estar, suficientemente ilustrada. Toca, pues, al país esclarecer más de lo que tiene hecho ya, el asunto trascendental de septiembre; y para ello, ya lo hemos dicho, la Exposición de Chicago viene ahí.

*** ¿Que es irrespetuoso levantar los despojos de los muertos del lugar donde descansan? Apenas concebimos este pensamiento en el presente caso. En todos los tiempos y en todas las naciones se han removido las cenizas de los grandes hombres… Llevar a Chicago los restos de Colón, en la forma expresada, no entraña tampoco desdoro alguno para la República, y es falso cuanto en ese sentido se preconice. Levantar de lo profundo de la tumba huesos áridos del benefactor, del humano que fue grande en la existencia, para glorificarlos limpiándolos del polvo que la ingratitud, el error o el olvido arrojara sobre ellos, es deber imponderable de la humanidad y es razón que dignifica y enaltece.

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La confesión unísona de los pueblos acerca de una memoria ilustre o de una verdad controvertida, necesita, para pronunciarse definitivamente, de la clara, precisa ilustración que sobre ella le dicte la historia o la evidencia palpable en su última palabra. Dejar en el reposo del sepulcro, o para expresarnos con más claridad, guardar aquí, para satisfacción de nosotros solos, envuelta siempre en las tinieblas de extranjeras dudas, sin utilidad alguna, como tesoro que encierra el avaro, la caja que contiene la preciosa osamenta que es motivo de la larga controversia que existe; y por temor de incurrir en profanación, o por escrúpulos de una mal entendida dignidad, despreciar el oportunismo que nos ofrece la Exposición Universal de Chicago, nos parece una cosa de gente que pasando por las orillas del asunto no se ha detenido, o no ha querido detenerse a considerarlo con la seriedad que requiere. Mostrando esa caja al mundo entero, así como eficaz recurso de la convicción contrariada, y como punto esencial que materialice (diremos) la última ilustración que sobre la controversia daríamos a las corporaciones históricas de uno y otro hemisferio, se lograría que cayeran de rodillas ante esos restos venerandos los pueblos todos de la Tierra, confesando la autenticidad del hallazgo del 10 de septiembre del 1877. ¿Y, con tan laudables fines, puede ser sacrílego, irrespetuoso, ni desdoroso lo que recogiendo de personas ilustradas y de reconocido patriotismo hemos propuesto en los últimos editoriales de este periódico?...

*** Que no es suficiente el veredicto de las corporaciones científicas, o academias de la Historia de la gran república americana para decidir el voto universal en pro de la razón y la verdad, desde luego está claro, y no discutimos lo contrario. Pero que los restos de Colón en Chicago atraerían la atención del mundo y desconcertarían los planes de España, ¿quién lo duda? ¿Que ellos llamarían la atención ante sí de los muchos hombres sabios y de las muchas comisiones técnicas que han de pulular en

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aquel certamen, y de cuantos deseen reconocer la verdad sin pasiones de ningún género, quién lo niega? Y al difundirse por el seno de las doctas academias europeas, el informe razonado que sobre la urna sagrada dieran los encargados de hacerlo, ¿no se obtendría el voto unánime de las corporaciones que determina sin duda alguna el voto oficial de los pueblos? Sí, la urna de septiembre dice más, mucho más, que cuanto se ha escrito acerca de ella hasta el presente: una definición doctoral no ilustra tanto como la tangibilidad de la tesis misma que se procura probar. ¿Que sería cómico trasladar los restos a Chicago al mismo tiempo que el gobierno levantara en nuestra Iglesia Catedral, para depositarlos, un mausoleo con la suma que para ello votó el Congreso? No vemos la razón de ese concepto. Bien puede levantarse el monumento (que no se levantará por cierto en este año) “sin la presencia de las venerandas reliquias”. Los gobiernos de allende los mares han permanecido mudos ante el hecho que se discute hace quince años, y ya es tiempo de que hablen con el carácter que les corresponde. No se trata de imponer una verdad; se trata de convencer el espíritu del mundo para que venga abajo, con el grosero sacrilegio, con el monumento que a los restos de algún difunto se levantará en La Habana, y para que se rinda la apoteosis ahora, y mañana y siempre a los del Gran Almirante en la República Dominicana.

*** Quedan, pues, contestados los artículos de nuestros respetables colegas El Boletín del Comercio y El Teléfono, y la carta de nuestro amigo el ilustrado don Federico Henríquez y Carvajal.

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IV Volvamos al interesante tema. ¿Quién hasta ahora que haya seguido la discusión que se refiere al asunto que encabeza este artículo, podrá decir en conciencia que el bien pensar no esté de parte de aquellos que han sostenido la opinión de que se lleven, para evidenciar el hallazgo del 10 de septiembre en nuestra Catedral metropolitana, los restos del inmortal marino que descubrió el Nuevo Mundo, a la Exposición de Chicago? Y en efecto, reflexione la razón sin preocupaciones de exagerada dignidad; desnúdese el amor nacional, el sentimiento patriótico, de esos lirismos, que engañando la fantasía al través de prismas mentirosos, no lo dejan ver las claridades en los horizontes del porvenir; y después de eso, nosotros queremos encontrar un solo dominicano que, pensando y pensando con madurez, se oponga a que sean trasladados esos venerandos restos al lugar indicado en el oportunísimo momento en que los pueblos cultos y civilizados de la tierra, se convocan allí para celebrar el Cuarto Centenario del Descubrimiento de América. Pues que, ¿acaso vamos a traslucir el sagrado tesoro sin antes tomar las precauciones y seguridades que se requieren?... Y por encerrarnos en el error, ¿acaso de torpes vamos a merecer en el mañana la reprobación de las generaciones que nos sucedan? ¿De qué vale un legado, por precioso que sea, si ha de permanecer escondido sin que lo amerite el mundo? No; si nosotros estamos en posesión de la verdad de ese tesoro, que lo sepa y se convenza el universo entero. ¿Y dónde y cuándo habrá una ocasión más propicia que la que nos brinda la Exposición de Chicago? ¡Quién sabe si al despreciarla hoy, se nos culpe mañana de una ligereza imperdonable! ¿Para qué retardar por más tiempo la autenticidad de un hecho que pesa sobre la conciencia de la historia?

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¡Que vuelvan, pues, a sentirse estremecidos los mares, después de cuatro siglos, con los manes del genio inmortal que supo burlarse de sus misterios, arrebatándoles el hermoso y rico continente que escondían!

*** Y para la traslación de esas venerandas reliquias: se necesita que nuestro gobierno tome a empeño el éxito de empresa tan grandiosa. Si la gran república norteamericana desea, como es sabido, que su Exposición asombre al mundo; no solo con las maravillas de industrias, artes y ciencias, sino con un hecho moral, el más grande, el más digno, el más sublime y trascendental que registren los anales de los acontecimientos humanos, que se acuerde con el gobierno dominicano en el presente caso. Y de ella será, de esa gran república, sin duda alguna, la inmarcesible gloria de hacer que se evidencie ese hecho histórico, que a gritos está pidiendo la verdad, no permanezca, por más tiempo en la conciencia de ninguna nación, de ningún pueblo, de ningún hombre, envuelto entre las sombras de la duda. América está unidad a Colón, como el hombre a su creador; y por eso, en la celebración del Cuarto Centenario del Nuevo Mundo, la presencia tangible de los manes del genio inmortal que lo descubrió, sería la cosa de mayor interés que pudiera encontrar el pensamiento humano para la magnificencia de la Exposición de Chicago! Y, ¿qué otra apoteosis más grande se le podría tributar al peregrino y asendereado nauta que en frágil carabela atravesó los lomos agitados de un océano desconocido, para ofrecer a la humanidad el completo del globo y completar también las verdades de la ciencia?... Que la República de los Estados Unidos del Norte, en unión de la República Dominicana, invite a las naciones para que deleguen sus representantes a la ciudad primada de las Indias, con el fin de que vean y examinen la urna encontrada en nuestra catedral, y que después de la solemne declaración, de la autenticidad del hecho

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discutido, por las comisiones científicas que aquí vengan, sean conducidos los restos a Chicago del modo que ya tenemos dicho en anteriores editoriales.

*** Días antes de terminar la Exposición volverían nuestras sagradas reliquias. Y ¿quién duda que la verdadera magna fiesta de ese centenario se coronaría entonces? Colón, o sea, sus restos ya reconocidos por el mundo entero, volverían a Santo Domingo, al lugar donde su voluntad quiso que eternamente descansaran; y volverían en procesión triunfal, custodiados por buques de todas las naciones. Porque, ¿cuál de ellas no contribuiría a solemnizar la apoteosis rendida al más grande de los marinos en el mar, en ese elemento que sus carabelas cruzaron para descubrir el Nuevo Mundo? ¡Y qué espectáculo tan grandioso se vería antes de terminar el siglo XIX! En ese paseo triunfal, insólito en los anales de la historia, los buques vendrían empavesados, haciendo cada hora disparos de cañón, tocando por su turno los himnos nacionales de todas las naciones, y aun el himno a Colón, ya compuesto por la Avellaneda o por nuestro poeta José Joaquín Pérez, con la música que se le pondría; y así, arribando esos buques a los puertos del tránsito para que se hagan en ellos los homenajes debidos a los restos del Gran Marino, llegarían al fin a poblar nuestra hermosa rada. Y, ¡qué considerable número de espectadores no atraería la novedad y magnificencia de semejante acto! Entonces, y solo entonces, volvería a recobrar su antiguo renombre, en el presente y para el porvenir, la Antilla privilegiada, que fue la cuna de las dos Américas; y entonces, y solo entonces, Santo Domingo, con el concurso de todas las naciones, levantaría a la gloria de Colón, de ese genio asombrosamente grande, el más grande de todos los monumentos! El Eco de la Opinión, Nos. 660-661, 665-666, 30 de enero; 6 y 30 de febrero y 12 de marzo de 1892.

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Bien por el Ayuntamiento de esta capital

No cabe duda, cuando se tiene el deseo de cumplir con los deberes que se encomiendan; cuando en los destinos públicos, principalmente, la rectitud de los principios y la conciencia honrada se ofrendan en los altares que han levantado las leyes para el bienestar de las comunidades, no cabe duda, repetimos, la satisfacción de aquellos que comulgan en esos altares debe ser inmensamente grande. Pasar por sobre lo mezquino y vulgar de los intereses personales, para detenerse en lo noble y digno de los intereses generales, debe ser, para los ciudadanos en quienes el pueblo depositara la confianza de entregarles el sagrado tesoro de sus aspiraciones, motivo de grandísimo orgullo nacional. Y esa recompensa interior que regula el buen sentir, y que nadie puede arrebatarnos, es bastante para los hombres de bien; aunque la indiferencia desdeñosa de las épocas corrompidas, y la ingratitud con sus instintos de crueldades inconscientes, no se detengan un momento a considerar esas acciones de verdadero mérito. Y deducimos esto último al decir lo que antecede, porque pensando en los actos del Ayuntamiento de esta capital, desde que fue elegido hasta la fecha, hemos visto que la mayor parte de ellos son dignos de merecidos encomios. El actual Ayuntamiento, a pesar de los fatales auspicios bajo los cuales entró a ejercer sus funciones, no ha desperdiciado ocasión de mostrar su decidido empeño en regularizar su sistema económico; en dar organización al cuerpo de Policía que fundó; en sostener y fomentar la instrucción pública; en anular con justo motivo, 75

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concesiones onerosas que afectaban los intereses de la común; en reglamentar con mejor equidad y más provecho el sistema de arrendamiento de algunas calles; en proteger, al alcance de sus recursos, ciertas publicaciones impresas de utilidad para Institutos de enseñanza; en mantener siempre limpio y bien atendido el sagrado lugar donde reposan los muertos; y en contribuir, en fin, al ornamento de la ciudad, ora restaurando el histórico baluarte del Conde, hoy 27 de Febrero, o ya mejorando el parque de Colón, y estableciendo otro parque de recreo en la plaza Duarte. Todo eso y otras cosas ha hecho el ilustre Ayuntamiento de esta capital. Y ahora se propone establecer una máquina para regar las calles y una bomba para incendios. De ambas cosas ha hecho ya el pedido al extranjero. También tiene el propósito de dar la disposición de indemnizar a los dueños de las casas que en la ciudad nueva, han fabricado en los terrenos donde se hallan enterrados, desde el 69, los colerientes, con el laudable objeto de poner un enverjado de hierro a todo el espacio que ocupa ese lugar. Y se nos asegura que muy en breve la celosa Corporación, que ha dado motivo a este artículo, se propone extender, por la parte del Sur, el Cementerio Católico, haciendo sus esfuerzos para conseguir que se declare Cosmopolita. Así es como se desempeñan los cargos públicos. Así es como los hombres se hacen acreedores a los aplausos de los otros hombres. ¡Bien por el Ayuntamiento de esta capital! El Eco de la Opinión, Núm. 669, 2 de abril de 1892.

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Lo mejor que puede hacerse

Importantísimo y de gran trascendencia para lo porvenir de la República, es el asunto que motiva nuestro editorial de hoy. Probado está, hasta la evidencia, en la buena doctrina económica, que, de todas las industrias, la que merece mayor protección de parte de los gobiernos es, sin duda alguna, la industria agrícola. Por eso no en balde se ha llamado a la agricultura “nodriza de las gentes, y alma parens de los pueblos”. Ella, de su fecundo seno, por débiles y enclenques que sean, saca el aliento que los vigoriza, los hace fuertes y lozanos; y dándoles riquezas, estimula en ellos el desenvolvimiento del progreso, en todas sus manifestaciones, para ofrecerlos a la vista del mundo como pueblos dignos de ocupar honroso puesto en el concierto de las naciones libres y civilizadas. En nuestro país, por sus extensos y feraces terrenos, por los innumerables ríos y arroyos que lo fertilizan, por sus condiciones climatéricas, por las costumbres sencillas que aún lo caracterizan, y por la falta de instrucción y de recursos con qué implantar otros elementos de vida, se necesita, más que en ninguna otra parte, esa decidida protección a la agricultura. Cuanto a ella se da, generosa y agradecida lo devuelve con creces. Nadie como ella tiene el poder y la fecundidad de recompensar multiplicando el beneficio. Por eso, los gobiernos sabios y que aspiran al bien de las naciones que dirigen, le prestan verdadero y decidido apoyo sin vacilación de ningún género. Y si ella está representada principalmente en el cultivo de un fruto, que constituye elemento de riqueza, entonces, como dice un 77

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economista moderno, “no tienen perdón los directores de la cosa pública, que por engolfarse en el pasajero egoísmo del presente, desdeñan las ventajas del porvenir”. Y he aquí precisamente el punto adonde queríamos llegar. El fomento de las diversas fincas de caña es lo único que hoy da vida y animación a muchas comarcas, en esta parte de la República. Por ellas encuentran trabajo muchos padres de familia, que de otro modo perecerían de hambre; por ellas pueden vivir honradamente muchos jóvenes de las ciudades y de los campos; por ellas hace sus transacciones el comercio en muchos lugares, y debido a ellas se sostiene gran parte de las importaciones que ayudan a llenar el presupuesto de la nación. Extensos terrenos que hasta ayer eran improductivos bosques, presentan hoy la bellísima perspectiva que la labor del hombre ha transformado en fruto de riquísima cosecha. Prueba de ello es el distrito de San Pedro de Macorís, cuyo sorprendente auge material, envidiado por otros pueblos, es debido a las fincas azucareras que se hallan ubicadas en su extensa jurisdicción, […] cabecera, como una de las principales poblaciones de la República. Hoy se ven cruzados sus campos por diferentes locomotoras, alguna de ellas que llega al mismo poblado; y esas locomotoras que levantan al aire sus penachos de humo, lanzando sus alegres silbidos, que arrastran en sus atados carros el grano formado por el jugo de la dulce caña, para conducirlo en grandes sacos al cercano puerto de mar, vienen a probarnos que realmente la industria de un elemento principal de la agricultura hace a los pueblos grandes y ricos. Pero si esas industrias, aspirando a la protección que generosamente se les debía dar, se mueven en un estrecho círculo, sin poder ensancharse, entonces, vendrán los días en que no podrán vivir. Para que ellas vivan y den resultados beneficiosos al país, atrayendo otros capitales a él, se necesita que el gobierno, inspirándose en los verdaderos intereses de la patria, aproveche la oportunidad de la reunión del Congreso, y tome a empeño la siguiente disposición:

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Más que un eco de la opinión. 4. Escritos, 1890-1897

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Un decreto por el cual se exoneren de los derechos de exportación los excesos del producto, que de esta fecha en adelante, obtengan las fincas azucareras; es decir, que la finca que quiera y pueda extenderse, lo declare al Ministerio de Fomento y este le conceda esa franquicia, por un número determinado de años. De ese modo se invertirían nuevos capitales y acudirían al país nuevos hacendados. ¿No sería esa una disposición, que sin menoscabar las rentas del erario público, daría resultados de incalculables beneficios en lo porvenir? Hágalo así el Gobierno, y hágalo así el Congreso, y habrán hecho una cosa buena, digna del encomio nacional. El Eco de la Opinión, Núm. 670, 9 de abril de 1892.

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Esperemos y tengamos confianza

Con las fundadas esperanzas del que propone la fácil realización de una cosa buena, volvemos, aunque muy sucintamente, a tratar el importantísimo asunto de la conveniencia del decreto a favor de la industria azucarera de que hablamos en el editorial del número anterior de este periódico. En la apremiante situación del erario nacional, no sería prudente, por cuanto sería inútil, la proposición de que se exoneren de los derechos aduaneros, artículos o mercaderías de cualquier otro género, pero como aquí no se trata de menoscabar las entradas del fisco, sino por el contrario de aumentarlas en el porvenir, nos es duro suponer el fracaso de nuestra justa, patriótica y desinteresada pretensión. He ahí el porqué se nos antoja la creencia de que el gobierno, lo mismo que el Congreso, penetrados de las ventajas que aporta para los intereses generales de la República, no vacilarán un momento en promulgar el decreto de franquicias sobre los excesos del producto que de hoy en adelante tengan las fincas de caña. Como ya lo tenemos demostrado, una vez que se dieran las referidas franquicias, acudirían al país nuevos capitales, y aumentándose el trabajo en los campos se aumentaría el comercio en las poblaciones. Cultiva el campo, si quieres que prosperen las ciudades, y si quieres alejar de ellas, la pestilencia del vicio y el raquitismo de la miseria. Siempre que vieres que se construye un palacio, que se repara una ruina, que se fabrica una calle, que se embellece un parque, que se funda una escuela, que se levanta un templo, cuenta, que 81

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si lo averiguas bien, los recursos para esas edificaciones han salido del trabajo de los campos. Las fuentes principales de la riqueza pública tienen su origen en la labor de la tierra. Y por ajenas que aparezcan muchas de las otras industrias a la influencia de esa labor, cuenta, que sin ella no podrían sustentarse, ni podrían existir. ¿Quién le da vida a la mayor parte de las naves que cruzan los mares? ¿Quién impulsa ese poderoso impulso del vapor, ya en los carros de la locomotora, o ya en las innumerables máquinas que aseguran el éxito de la producción, enganchando el comercio de los rublos, y trayendo a ellos detrás del progreso material, las luces que han de iluminarles el camino de la civilización y la cultura? Nadie, ni nada, con tanta eficacia como el cultivo de los campos. Por eso las naciones que dan liberales leyes para facilitar ese cultivo, no cabe duda que con ellas están favoreciendo todos los ramos de la riqueza pública. Y como hoy, el cultivo de la caña de azúcar, a lo menos por estas comarcas del Sur y Este de la República, es el más importante y el que más tiende a propagarse, se hace de urgente necesidad la proclamación […] que hemos señalado, en este y en nuestro anterior artículo, ¿quién no ve la importancia que tomarían las siembras de las colonias, de todas esas fincas, y por ende el mayor desarrollo de la repartición de la riqueza, con la promulgación de ese decreto? ¿Quién sería tan ciego que no viera también el valor que adquirirían muchos de los terrenos baldíos que hoy son propiedades inútiles e improductivas, hasta para sus propios dueños? Pero, ¿a qué persistir en probar las conveniencias de una medida tan favorable a los intereses de todos? El Gobierno y el Congreso, no cabe duda, sabrán apreciar la trascendencia que esa ley tiene para lo porvenir del país, y no tardarán en darnos, con su promulgación, una prueba de su buen juicio y patriotismo. Esperemos, y tengamos confianza. El Eco de la Opinión, Núm. 671, 16 de abril de 1892.

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Eso es correcto

Y patriótico también. Porque documentando históricamente el proceso de aquella tesis universal, que prueba a la luz de un razonamiento claro como ella misma, que las naciones reciben su mayor auge y poderío del más elevado grado de desenvolvimiento de su industria agrícola; se comprende cuánto importa a la vida de los pueblos el sano impulso que la liberalidad gubernativa en provecho de los campos y sus frutos imprime a la riqueza pública, y por ende al esplendor de la acción laborante de las colectividades. De ahí que cuanto con ese fin laudable inicie la prensa en sus afanes por el bien común, encuentre eco simpático en el corazón y en el ánimo de los que solo aspiran al engrandecimiento patrio, y a la consecución de un medio ambiente político, en el cual el espíritu progresivo del país pueda nutrirse de aquella tecnología del trabajo tan necesaria y casi indispensable en la presente época de las grandes transfiguraciones económicas, para obtener resultados beneficiosos. Todo esto nos encamina a aplaudir primero, y apoyar después, la idea emitida por este periódico en sus dos luminosos editoriales publicados últimamente acerca de un proyecto de ley, que somete a la consideración patriótica del Congreso y del Poder Ejecutivo, y el cual tiende a favorecer la industria azucarera, de la que tantos bienes ha reportado el país desde el año 1875. Declarar libre de derechos el exceso de los productos que de hoy en adelante tengan las fincas de caña, es una medida salvadora para el presente y que en nada perjudica los intereses fiscales de la 83

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nación, como lo ha demostrado este periódico en sus artículos de referencia. Nosotros estamos de acuerdo en esa idea de grande importancia para el pueblo que será el beneficiado, y no hemos querido dejar de significar nuestra humilde cuanto espontánea adhesión por medio de estas líneas. Sí: que se inspire el Congreso en ella, en la idea emitida por El Eco, y que dejando a un lado todo sofisma, y pesando en su justo valor el móvil que la sugiere, decrete a la mayor brevedad el asunto que es tema de esta franca excitación. ¡El país prosperará con medidas de igual género, y el porvenir de la República sonreirá a todos y el progreso será un hecho en todos los ámbitos de la República! El Eco de la Opinión, Núm. 672, 23 de abril de 1892.

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La ley del porvenir

No nos hemos equivocado. Cuando dijimos en nuestro último editorial –tratando del importante asunto que versara sobre la ley que debía darse exonerando el exceso de los productos que de hoy en adelante tuvieran las fincas azucareras, que debíamos tener fe y esperar su promulgación, fundadas eran nuestras esperanzas. Ya el Congreso Nacional, mejorando nuestro proyecto, se dispone a dictarla, haciendo extensivos los buenos efectos de dicha ley a los campos que de hoy más se fomenten en la República. El cacao, el café, el tabaco, y aún los frutos menores, estarán comprendidos en las franquicias que formulará la expresada resolución. Esta, no hay que dudarlo, abrirá nuevos horizontes al porvenir agrícola del país, coadyuvando a convertir en extensas y productivas zonas las que hasta hoy se hallan sin cultivo por la carencia de medios materiales con qué hacerlo. La nueva ley, una vez votada, comenzará a hacerse efectiva desde el próximo mes de junio, hasta el mismo mes del año 1902. Durante ese período de diez años, la explotación de los frutos indicados gozará de un beneficio asaz consolador; recibiendo como complemento, un impulso a todas luces enérgico y decisivo, que determinará al cabo, de una manera incuestionable, la abundante riqueza económica de sus resultados. Y para demostrarlo prácticamente, bastaría a nuestro propósito citar el inequívoco ejemplo de lo mucho que ha progresado la agricultura en la Argentina, Brasil, Chile, Colombia y algún otro estado sudamericano, debido a la implantación de leyes análogas, a la que 85

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en breve, y con idéntico fin, se dignará promulgar el Congreso de la República. Nosotros sabemos, y estamos convencidos íntimamente de ello, que en el ánimo de los señores diputados, así como también en el del Poder Ejecutivo y, muy singularmente, en el ánimo del joven Ministro de Fomento, existe el patriótico empeño de resolver cuanto antes el asunto que nos ocupa. De ahí, que hayamos dicho al comienzo de nuestro artículo que nuestras esperanzas eran fundadas, y que la citada ley será un hecho, dentro de poco, para honra y provecho de la nación, y para gloria de los que en uno y otro poder del Estado la patrocinan y defienden. Los diputados José Eugenio Santelises y Juan M. Molina son, según tenemos entendido, los que tienen formulado el proyecto de resolución para someterlo a la Cámara dentro de algunos días. Esperamos confiados y seguros. El porvenir responderá. El Eco de la Opinión, Núm. 673, 30 de abril de 1892.

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La ley del porvenir

Interesados vivamente como nos encontramos, y como suponemos al país en general y a nuestros hacendados, en que se promulgue cuanto antes la ley sobre el exceso de productos agrícolas de que hemos hecho mención en nuestros últimos editoriales, creemos oportuno manifestar a nuestros lectores la causa que impidió en esta semana al Congreso Nacional conocer de dicho importante asunto. Otros particulares de un orden tan elevado como el a que corresponde dicha ley, ocupó en estos días toda la atención de los señores diputados; dejando así defraudada la esperanza que concebimos e hicimos concebir al público, de que para esta fecha sería un hecho positivo la promulgación de aquella. Ello no obstante, el Congreso alimenta las mejores disposiciones acerca de tan patriótico propósito, y fuerza es reconocer el espíritu de acendrado interés con que algunos señores diputados lo patrocinan y le dan todo el calor de sus convencidas aspiraciones y de su buen sentido económico. Es por esto por lo que esperamos confiados; y es por esto también, por lo que alentamos a nuestros lectores, como así mismo a todos los que sienten con nosotros por el bien de la Patria, a no desmayar en la esperanza de ver muy pronto la realización de esta ley del porvenir. Ahí están en el campo de las nobles y desinteresadas ideas, proclamándola y defendiéndola, muy particularmente, los diputados Santelises y Molina; ahí está con ellos el buen sentir y el buen pensar de la mayoría del Congreso; ahí está con ellos la voluntad del 87

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Ejecutivo nacional; ahí está con ellos el clamoreo de la prensa, de esa palanca poderosa que empuja y avanza toda obra de progreso, y que tiene algo así como el instinto del bien para levantar y engrandecer los pueblos; y ahí está con ellos, en fin, el patriotismo de la ciudadanía manifestada en todos sus gremios, invocando como salvadora esa que nosotros hemos apellidado “Ley del porvenir!” El Eco de la Opinión, Núm. 674, 7 de mayo de 1892.

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Salinas de Baní

En la mañana de hoy zarpó de la ría Ozama con dirección a “Agua de la Estancia”, puerto de Baní, el vapor nacional, conduciendo a su bordo al honorable Congreso, que se dirige en masa a aquella común con el relevante propósito de examinar y estudiar por sí mismo, y sobre el terreno del asunto, largamente discutido ya, el estado en que se encuentran las salinas que por largos años han sido el tópico de las justas reclamaciones de dicho pueblo por ante el elevado Cuerpo que hoy lo visita. Veintidós años de lucha honrada por parte de la expropiada común de Baní, para recuperar lo que en legítimo derecho le corresponde, dicen, con elocuencia envidiable cuánto importa a la vida económica y al progreso de aquella parte de la República, la adquisición de esas salinas. Esa industria nacional que, bien dirigida habría hecho la fortuna de los concesionarios, con menoscabo, es verdad, de los sagrados intereses y del porvenir de Baní, se halla, desde largo tiempo, en abandono lastimoso por la incuria o la incapacidad material de los que favorecidos un día por extraña y anómala resolución ejecutiva, debieron ser solícitos y activos en su explotación. No dudamos, pues, que el honorable Congreso, al ver por sus propios ojos y sentir con su propia alma, el estado ruinoso en que se encuentran las trescientas sesenta y cinco pozas que son las que constituyen Las Salinas de referencia, y al ver las mil contrariedades y perjuicios que este asunto ha originado a los intereses de aquel pueblo, declarará definitiva y solemnemente nula y sin 89

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ningún valor, la concesión que tanto ha lesionado la riqueza y la prosperidad de los banilejos. El Gobierno por su parte, inspirado en el sentimiento de esa reparación tan justa y tan deseada por todo un pueblo, hará ejecutar el veredicto del Congreso poniendo en posesión a Baní de lo que le corresponde. Baní quizás sería a esta fecha una ciudad de las más avanzadas del país si no hubiera sido esquilmada desde hace tantos años, en el asunto que debate; porque aplicando desde entonces al desenvolvimiento de otras industrias, y a la cultura de sus moradores y al mayor auge de la instrucción popular los cuantiosos productos perdido de esas salinas, habrían logrado en ese largo período de años, establecer una corriente benefactora de ideas y de relaciones comerciales y de inmigración laborante que, a no dudarlo, hubiera despejado los horizontes de su vida futura, y realizado por modo indiscutible el porvenir de sus intereses y de su nombre. Esta enseñanza debe, pues, aleccionar a los pueblos, e inspirarles el sentimiento del patriotismo que sirva a hacerlos fuertes y vigorosos, para defender sus intereses cuando se atente contra ellos y se expropien en beneficio de particulares especulaciones. El ayuntamiento, y la benemérita sociedad “Amigos del Progreso”, que tanto han trabajado en el sentido de que se haga justicia a Baní, ilustrarán más, de lo que lo tienen hecho, el criterio de los señores diputados, para alcanzar así la reparación que se invoca. ¡Sí, lo repetimos: hágase justicia y perezcan las ambiciones extrañas! Baní vivirá con la esperanza de ser grande y será próspero por el trabajo. ¡Sus salinas ofrendarán con verdadera eficacia los medios de la resurrección de aquel esplendoroso valle que atesora la dulce savia de la inteligencia, de la honradez y del patriotismo! El Eco de la Opinión, Núm. 676, 21 de mayo de 1892.

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La ley del porvenir

La comisión correspondiente presentará al Congreso un proyecto de ley en el cual se conceden a las nuevas fincas que se fomenten en el país, y por el término de dos años, las franquicias que tuvimos a bien proponer a la consideración y al patriotismo de aquel respetable cuerpo, en la serie de artículos que bajo el rubro de este corre inserta en el presente periódico. Pero no ha sido esa la ley del porvenir que tan preocupados nos trae y que tanto interesa a la agricultura, escasa y pobre, que poseemos: no ha sido ese el criterio externado tan patriótica como desinteresadamente por nosotros. El proyecto de ley de la comisión no es ni una sombra siquiera de la magna ley que hemos propuesto, no es un átomo siquiera del espíritu de equidad que informa el propósito, altamente simpático y consolador y grande, de resucitar en parte lo que por obra de las anomalías reinantes y del cansancio que provoca la eterna lucha de lo imposible, yace sin alientos para tomar nueva fe y nueva vida en el combate progresivo de los intereses plenamente garantizados, estimulados y favorecidos. ¡No, no es esa la ley del porvenir! Norabuena que se franquee el camino a las fincas que de hoy en adelante se establezcan, y que se tengan limpias de tropiezos y zarzales peligrosos las veredas que al ensanchamiento de nuestra agricultura conducen; pero constreñir, así sea indirectamente, la acción trabajadora y eficaz de las fincas existentes; no prestar los auxiliares beneficios al incesante laboreo a que ellas consagran todas sus fuerzas, toda la economía de sus organismos y toda la fe de sus aspiraciones; amortiguar con el peso del desdén y del olvido 91

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el espíritu de adelanto que las anima; dejarlas, en fin, entregadas al azar de sus propios recursos y de sus propias fuerzas, por más que ellas sean las fuerzas del vapor, cuando ha sonado la hora de ocurrir con verdadero celo patriótico al desenvolvimiento de esas fincas, hoy que ellas forman, por así decirlo, la base única de nuestro fomento agrícola, es contrasentido que no queremos calificar por ahora. Nosotros no hemos pedido nada que hiera los intereses fiscales de la nación, nada que no esté subordinado a la eterna lógica del progreso y del patriotismo, nada que no sea hacedero entre nosotros, y en los actuales momentos. Pedimos con franca convicción y grande altura de miras, que no se deje morir lo poco que poseemos; que se dé vida a la agricultura con leyes que la protejan; que se reglamenten disposiciones salvadoras y que, en ese sentido, se promulgue, como síntesis de todo lo expuesto, o mejor dicho, como preliminar a la época que ella inicie, la ley que tan cariñosa como entusiastamente hemos llamado del porvenir, y cuyo texto conocen nuestros lectores. Basta fijarse un poco en el fondo, sabio y práctico, que encierra la carta que suscrita por las iniciales del respetable y conocido nombre de don Juan Amechazurra, publicamos no hace mucho acerca de esa importantísima materia, para reconocer cuán poca exigencia es pedir al Congreso y al Ejecutivo que se exonere de todo derecho el exceso de los productos que tengan de hoy más las fincas azucareras, conforme a la reglamentación que el caso requiere y que también indicamos oportunamente. ¿Podría dictarse una ley más racional, más justa, más equitativa y menos onerosa para el tesoro público que esta? ¿Podría coadyuvarse en mejor forma, por hoy, al engrandecimiento de esas fincas que dan pan a gran número de braceros y que mantienen algo así como animado el comercio de las plazas más importantes de la República? ¿Podría exigirse menos? Creemos que no. Pero la comisión del Congreso, según se nos ha dicho, no sabemos inspirada en qué cosa, pasará por las orillas del asunto, y no tomará de él nada que sea de aplaudírsele calurosamente. ¿Qué

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ganamos con que se brinden franquicias a las fincas nuevas si las viejas no las tienen? ¿Qué ganamos con alucinarnos con los espejismos que el mañana forma a nuestra vista, si tenemos hoy ante nosotros, clara y sencillamente analizada la situación económica que tanto nos fatiga y nos abruma, y en medio de nosotros la agricultura que agoniza y el capital que se arruina? Esperamos, pues, que el Congreso, ante las consideraciones que el caso sugiere, acoja con levantado amor a la patria el proyecto de ley que tuvimos a bien someter a su apreciación. Solo así será ley del porvenir la ley que él dicte en este asunto. El Eco de la Opinión, Núm. 677, 28 de mayo de 1892.

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Manifestación

El ciudadano Presidente de la República acaba de lanzar al país un manifiesto político de alta trascendencia y de notoria responsabilidad moral en estos momentos en que la ciudadanía se dispone a hacer valer el derecho de sufragio, que es derecho de vida y de progreso y de libertad para los pueblos civilizados. La voz severa del patriotismo no podía dejar de oírse en hora por demás solemne y oportuna que esta; y se ha oído con verdadero interés y con todo el recogimiento que las aspiraciones liberales imponen en la presente ocasión. Manifiesta el ciudadano Presidente, en términos que abonan la buena fe de sus declaraciones, que él se aleja moralmente del campo de la política militante para garantizar en toda su plenitud la libertad de los asociados en estos días de lucha eleccionaria, y que rendirá a la decisión del pueblo el homenaje de sus respetos, velando siempre por la estabilidad del orden en cualquiera esfera del organismo social, y a trueque de cualquiera sacrificio humanamente concebido. Declara además una verdad sabida y algo así como instintiva de las sociedades y de los pueblos; que cuando estos se adormecen a la sombra enervante de un solo mandatario, por largo lapso de tiempo, sin ejercitar en los días que la Constitución señala, aquellos derechos que ella misma garantiza a la ciudadanía, se hace tarde y penoso para esos mismos pueblos y sociedades el proceso de su desenvolvimiento progresivo, y de resultados anémicos y lesionados toda obra que en el camino de su bienestar se inicie. Y es cierto. Nada empuja tanto hacia los fines que la civilización propone, como las prácticas esenciales del derecho en cualquiera 95

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manifestación de este. Por eso la lucha de la libertad; por eso el latente clamoreo de las aspiraciones legítimas; por eso el amor de patria y el amor de hogar y el amor de humanidad. El pueblo dominicano está, pues, advertido; la proclama que nos ocupa dice cuanto correspondió al deber, y nada más que al deber, decir y asegurar en estos momentos. El general Heureaux sostiene, por modo elocuente, que no se inmiscuirá en asuntos eleccionarios; que no favorecerá a este ni aquel candidato; que dejará franco el camino a la lucha; que su nombre no será oído sino en aquello que la paz exija, y que por tanto los dominicanos todos, sin exclusión de partidos, o de credos políticos, o de banderías apasionadas, deben hacer valer con toda libertad sus opiniones y derechos y lanzarse en persecución del ideal de orden y de progreso que mejor los seduzca o convenza. Tales afirmaciones hemos de suponer que tienen como base única la buena fe, y por consiguiente, y en esta virtud, hay que prepararse a la lucha. Dijimos que el manifiesto enunciado acusa una alta responsabilidad al magistrado que lo suscribe, y es así; si como esperamos se cumple religiosamente el espíritu que vaga en la elegante forma de ese documento, si se hace efectivo cuanto en él se promete, si la próxima campaña eleccionaria no encuentra influencias tergiversadoras y encontradas, habrá merecido el aplauso de la ciudadanía honrada el ciudadano Presidente de la República; si, por el contrario, quedan defraudadas las esperanzas que dicho documento alienta en todos y cada uno de los dominicanos, entonces… entonces dirá la historia lo que a ese respecto cumpla decir. Por lo demás, El Eco de la Opinión, órgano siempre de la verdad y del patriotismo, aguarda los días venideros, con la fe y la confianza de congratularse más satisfactoriamente, dando el aplauso merecido, que forma el primer término del solemne dilema que acabamos de establecer. El Eco de la Opinión, Núm. 678, 4 de junio de 1892.

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Carta abierta

Así se titula la que suscrita por el ciudadano Presidente de la República, y dirigida a sus amigos y correligionarios políticos, corre inserta en las columnas de El Orden, en su edición de fecha 23 del mes que actúa. Ella, la carta, encierra un propósito terminante, robusteciendo, por modo categórico, lo que este magistrado tiene dicho al país en el manifiesto de que nos ocupamos oportunamente. Decide esa nueva y más enérgica declaración del ciudadano Presidente, el hecho de que algunos de sus amigos, y un periódico de esta ciudad, El Boletín del Comercio, han levantado la voz en pro de la reelección, cuando el general Heureaux se halla animado del deseo, y compelido por el deber y por las responsabilidades constitucionales y de fuero interno que el patriotismo dicta y formula en los actuales momentos, a descender del solio presidencial el 27 de febrero próximo; abriendo campo al principio de la alternabilidad y al ejercicio de las sabias doctrinas liberales que la democracia sustenta. Los términos en que dirige su Carta abierta son incuestionables. Nunca tan expresivo y decidido como en esta ocasión, el general Heureaux ratifica solemnemente, ante el ara sagrada de la Patria, y como soldado de ella, la promesa formal de retirarse del seno de la vida pública al de la vida privada. Esto viene como de molde a justificar las ideas emitidas por un ilustrado colaborador de este periódico en su número pasado, en un razonado artículo que sobre la elección presidencial escribió con levantado sentido político y correcto juicio. 97

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Hora es de que se piense con cordura acerca de aquellas ideas y se dé ser positivo al pensamiento iniciado; buscando los elementos, primero, identificándolos en una sola aspiración, después; y constituyendo, por último, lo que podría llamarse base de un partido de principios en el país. La hora es propicia, repetimos, y abonan el éxito de aquella idea en proyecto grandes circunstancias y notable número de buenas voluntades, que no excusarían el contingente de sus esfuerzos y de su patriotismo. La Carta abierta está ahí: ella es el mejor centinela de las declaraciones del general Heureaux, y la más honrosa garantía de sus propósitos en este importante asunto de la próxima campaña eleccionaria. El Eco de la Opinión, Núm. 681, 25 de junio de 1892.

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Salinas de “Puerto Hermoso”

Publicamos hoy los dos documentos oficiales que más informan el triunfo alcanzado por Baní en el tan debatido asunto de sus Salinas, en confirmación de lo que dijimos en nuestro artículo anterior al congratularnos con aquella victoria del derecho, la equidad y la justicia. Vistas las reiteradas reclamaciones que por conducto del ciudadano ministro de lo Interior ha hecho a este Alto Cuerpo el H. Ayuntamiento de Baní, en nombre de la común, pidiendo se le dé la propiedad de las Salinas de “Puerto Hermoso”, ubicadas en su jurisdicción. RESUELVE: Art. 1º Desde la promulgación de la presente Resolución queda la común de Baní, representada por su municipio, en propiedad y dominio de las Salinas de “Puerto Hermoso”. 2º El Estado, para hacer más eficaz la presente donación, hace cesión al H. Ayuntamiento de Baní, y le traspasa gratuitamente los derechos, así como las obligaciones que le corresponden por virtud de la concesión del Sr. Carlos B. Báez, de una vez y para siempre como cesionario. 3º Si al año de la promulgación de la presente Resolución, el Sr. Carlos B. Báez o quien sus derechos hubiere o representare no hubiere puesto las Salinas de “Puerto Hermoso” en los términos de su concesión, por medio del trabajo que las saquen del 99

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estado en que se encuentran, cumpliendo las obligaciones que a este respecto se impuso el concesionario, la concesión será ipso facto nula y de ningún valor quedando la administración y usufructo de las predichas Salinas de una vez y para siempre en poder del municipio de Baní. 4º En cualquier tiempo del que falta para cumplirse el término de la concesión en que se pruebe que las Salinas no producen por falta de trabajo o abandono será aplicable la cláusula penal del Art. 3º. 5º El 5% del producto de las Salinas, según la concesión otorgada al Sr. Carlos B. Báez, que corresponde al Estado, seguirá cobrándolo el Ayuntamiento de Baní –a cargo de quien queda desde luego, la supervigilancia de las Salinas. 6º Envíese al Poder Ejecutivo &a. Dada en la sala de sesiones del Congreso Nacional, el 24 de junio de 1891, año 48 &. Firmado: El Presidente: Zorrilla. Los secretarios. Firmados: M. J. Jimenes, J. F. Santelises. Santo Domingo, 25 de junio de 1892 Ciudadano Ministro de lo Interior. Ciudadano: Por su digno órgano tengo la honra de remitir al Poder Ejecutivo la documentación relativa a las Salinas de “Puerto Hermoso”, por declararse incompetente el Congreso para conocer de este asunto, y para que de acuerdo con lo resuelto por este Alto Cuerpo en fecha 24 de junio de 1891, resuelva lo que sea de derecho. Saludo a Ud. &, el Presidente del Congreso. Firmado: J. M. Molina

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Confiados en la sensatez de nuestros lectores, omitimos aquí referencias, detalles, explicaciones y examen acerca del espíritu y letra de esos documentos, por creerlo ocioso, sobre todo, en estos momentos en que el Ejecutivo Nacional ha dispuesto que pase a la común de Baní la Comisión que ha de ver y palpar la verdad de cuanto se ha dicho referente a la nulidad de la concesión; y, en consecuencia, ha de poner, después de cumplidos los requisitos de ley, en posesión de aquel municipio la propiedad tantos años ilegítimamente entregada a extrañas manos, desde luego que el artículo 4º de la prórroga es tan terminante. Los ciudadanos escogidos por el Ejecutivo nacional para llenar tan importante comisión saldrán de esta ciudad dentro de muy pocas horas, y la componen don José Mieses, don Saturnino A. Vicioso, don Juan Molina y don Eduardo Soler. Nosotros, que nos enorgullecemos con haber defendido calurosa y desinteresadamente la causa noble de todo un pueblo, contra intereses particulares, oportuno es que nos congratulemos de nuevo. Y si por haber defendido siempre esa causa y por habernos congratulado en el triunfo de la justicia, alguien se ha atrevido a arrojarnos desconsideraciones e insultos, nosotros, a quienes, por otra parte, conoce el país entero, creemos que bien lucido ha quedado ante el concepto general. El Eco de la Opinión, Núm. 682, 4 de julio de 1892.

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Luz

Y Dios dijo: “hágase la luz” y al mismo conjuro la luz se hizo, y la obra portentosa de la Creación apareció en todo su esplendor y magnificencia, y despertaron a la vida y al movimiento las miríadas de seres que pueblan el planeta. Al principio era el caos con su envoltura de profundas y horribles tinieblas, que cual negro y pesado sudario arropaban al mundo increado y sumían en letargo a los gérmenes todos de la futura existencia. Vino la luz y en espeso y apiñado amontonamiento se retiraron las lóbregas obscenidades a caer con abrumadora pesadumbre sobre otros mundos sin crear, para ejercer allí su imperio de muerte hasta que la Suprema voluntad lance otra vez contra ellas el sublime e irrevocable anatema, o sea el fecundo y vivificante fiat lux, que las condene a nuevo éxodo por los espacios inconmensurables e infinitos. Y así como en el universo corpóreo la luz es generatriz de vida que anima desde la imperceptible e impalpable célula, morada del cuasi inconcebible protoplasma, hasta el hombre, conjunto el más perfecto de la materia orgánica, y da movimiento a la intangible morada, que forma en sus continuas, maravillosas evoluciones los inmensos, innumerables planetas que nadan en los espacios siderales, lo mismo en el orden intelectual es la luz aureola esplendente de la humana sabiduría, ante cuyas ondas luminosas huyen los errores y se disipan las dudas que ofuscan el entendimiento y oscurecen la razón. 105

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Por eso las muchedumbres que, por intuición –aunque imperfectamente– comprenden la utilidad de lo bueno, y lo agradable de lo bello, admiran alborozadas la luz en cualesquiera de sus naturales manifestaciones; y cuando el espíritu investigador del hombre logra descubrir, ya en lo físico o ya en lo moral, una chispa siquiera que disipe un tanto las brumas de la existencia, se recoge y se aumenta por esas muchedumbres, ávidas de luz, y de entre ellas surge algún genio privilegiado y perseverante que hace de esa chispa ingnescente foco, que convierte la noche en día, o aparecía obscuro e incomprensible a la razón. Ejemplo de esta verdad, en lo físico, es la chispa eléctrica, que después de asidua y constante labor consiguió al fin producir Volta, chispa que en nuestros días sopló infatigable y tenaz el atrevido Edison hasta encender esa llama brillante y útil que el mundo contempla asombrado y satisfecho. No era posible que Quisqueya, la hija favorita de Colón, la primera que en su seno exuberante y virgen dio calor a la civilización europea, cuando llegó a la América cual codiciosa, pordiosera, en busca solo de oro, se quedara rezagada y a oscuras en el camino del progreso. Ella también quiso claridad y el 5 de enero de 1896 –fecha de hoy más memorable para sus hijos– quedó alumbrada por la luz eléctrica la ciudad Capital. Esa noche la población estaba a oscuras, adrede. La gente se aglomeraba en las calles y plazas y llenaba el Parque Colón esperando la prometida luz. No se oía ese rumor confuso de voces, natural en las multitudes; casi nadie hablaba, parecía que se habían dado el silencio por consigna. Extraño y curioso espectáculo presentaba la ciudad con aquella muchedumbre moviéndose en las sombras; tenía el fantástico aspecto de un vasto edificio encantado cuyos aletargados moradores esperan la frase cabalística que los ha de volver a la plenitud de sus facultades. A las 7 y 30 minutos, hora fijada para el feliz suceso, al dar el reloj público la media hora, hendió los aires el estampido del cañón y vibraron en el espacio las melodías del Himno Nacional. La gente, cual movida por un resorte, quedó de pie, suspensa, inmóvil; se

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sucedieron breves instantes de anhelante expectación, de suprema ansiedad; la luz no llegaba; el temor de un fracaso, la duda del éxito cundieron en todos los ánimos; mas de pronto, cuando ya la esperanza plegaba sus alas, surgió la luz clara, blanca, brillante, y un hurra atronador lanzado por millares de voces saludó la aurora del genio creador del hombre. Embellecida y poética quedó la ciudad; no había un solo habitante de ella que no se sintiera entusiasmado y orgulloso; la alegría era general, y eran justos ese entusiasmo, ese orgullo y esa alegría, porque la ciudad ha ganado en apariencia y en comodidad y en seguridad, y ha dado un paso gigantesco hacia el progreso. Y El Eco de la Opinión, que no escatima aplausos cuando son merecidos, los da cordiales, muy cordiales, a todos los que de una manera o de otra han contribuido a la implantación de ese adelanto; los da sí, a los ediles del municipio pasado, y sobre todo, al iniciador don Heriberto de Castro; y los da, nutridos y prolongados, a los ediles actuales por su perseverancia y energía en vencer los mil obstáculos que a cada instante se oponían a la realización de la obra; y al Gobierno que de tan buena voluntad puso su valioso contingente a disposición del ilustre Ayuntamiento. El Eco de la Opinión, Núm. 862, 11 de enero de 1896.

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La Capital de la República

No está todavía la ciudad Capital a la altura deseada; necesita de muchas cosas. Necesita antes de todo que sus habitantes, así nacionales como extranjeros, aúnen sus voluntades, concentren sus energías y unan sus esfuerzos para emprender las mejoras materiales y el embellecimiento que ella requiere. Necesita también que los dominicanos todos tomen a empeño el mejoramiento, la comodidad y la belleza de la villa que, por su antigüedad y por su historia, y por sus sólidos e imponentes edificios, y por ser la residencia de los altos poderes del Estado y asiento de la Arquidiócesis, y centro comercial importantísimo, y por su Instituto Profesional, y por sus colegios y por sus escuelas superiores, y por sus fábricas y por sus industrias, está llamada a ser el orgullo de la República. La ciudad tiene sus calles anchas y rectas, sus casas son cómodas y sólidas, muchas de ellas elegantes; no se va pues a construir. Se va simplemente a mejorar y embellecer; la empresa por lo tanto no es tan ardua ni tan sumamente costosa que cause espanto el acometerla. Un poco de buena voluntad de parte de todos, apoyo decidido del Gobierno, y firme y constante empeño del ilustre Ayuntamiento asegurarán el éxito de las obras que se emprendan. El alumbrado eléctrico parecía una locura, un imposible, y sin embargo, bastó que los ediles actuales del municipio consagraran sus desvelos y su tiempo y su perseverancia al asunto para que la ciudad goce hoy de ese importantísimo beneficio. Y el éxito espléndido obtenido y los aplausos recibidos por nuestros meritorios concejales ¿no serán estímulo y aliciente poderoso para que ellos 109

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consagren otra vez, en aras del civismo, sus energías y sus desvelos y su tiempo y sus nobles esfuerzos? ¿Por qué dudarlo? El Gobierno y la común y la República entera los anima y los empuja a seguir por la vía gloriosa que han emprendido. No hay más que empezar, arrollar el primer obstáculo, no arredrarse ante el segundo, y fijos en el bien que se persigue, acometer la obra, sin pararse a escuchar clamores egoístas y mezquinos; esos interesados y antipatrióticos voceríos se ahogarán ante la excelsitud de los fines a que aspira el pueblo anheloso de progreso. Se quiere el acueducto porque el agua es no solamente útil, sino indispensable a la higiene y a la seguridad de la común. Hay que arreglar las aceras no tan solo porque realzan y hermosean las calles y dan más valor a las casas, sino porque no nivelación y regularidad quitará una amenaza continua a los miembros y hasta a la vida del transeúnte. El arreglo de las calles se impone, no tanto por la fealdad de su aspecto desaliñado y sucio, sino porque su estado intransitable y sus hoyos y sus charcos y sus cuestas, y el polvo que levanta, son agentes peligrosos que afectan la salud del ciudadano, gérmenes fecundos de enfermedades y receptáculos apropiados a toda clase de epidemias. Son las plazas públicas centros donde convergen los habitantes de la población en busca de aire libre, ambiente perfumado y agradable prospectivo; y debe tenerlas y conservarlas la Capital de la República en condiciones que respondan a esos requisitos indispensables. Para acometer esas empresas no alcanzan, ni con mucho, los ingresos del municipio; apenas si con el nuevo impuesto sobre la renta de las fincas urbanas puede atender al alumbrado eléctrico. ¡Parece mentira que el Ayuntamiento de la Capital de la República sea tan pobre! Pero así es, y esto sucede porque no sigue el ejemplo de los Ayuntamientos de las capitales de Europa y de América: no se crea recursos, teme decretar arbitrios, no contrata empréstitos formales. Fuera temores, el progreso se impone y la ciudad exige mejoras; la comunidad antes que todo. Decrete el Concejo Municipal contribuciones justas y equitativas que lo

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pongan en actitud de ofrecer garantía satisfactoria para un empréstito suficiente a llevar a cabo las mejoras y hermoseamientos necesarios para hacer de la Capital de la República el orgullo de los dominicanos todos. El Eco de la Opinión, Núm. 863, 18 de enero de 1896.

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Más sobre el mismo tema

Ya el municipio no puede detenerse; tiene forzosamente que seguir adelante en el camino emprendido y llevar a cabo las mejoras que la ciudad requiere. Para lograrlo no puede prescindir de los impuestos justos y equitativos a que tienen que apelar todos los ayuntamientos del mundo. Es en vano que algunos pocos, atentos solo a intereses egoístas y mezquinos, se empeñan en desorientar el criterio público; sus sofismas y sus argumentos capciosos se estrellarán contra el buen sentido. El entusiasmo con que el pueblo ha acogido el alumbrado eléctrico evidencia por modo elocuentísimo que quiere adelantos y ornato; y como nada se puede hacer sin recursos, es claro que comprende la necesidad y la conveniencia de contribuciones moderadas que pongan al municipio en actitud de emprender las obras de perentoria necesidad para dar a la villa el aspecto, la seguridad, las comodidades, el aseo, la higiene y el embellecimiento que su condición de Capital de la República pide ya desde hace tiempo. No nos cansaremos de repetirlo: el acueducto es indispensable por razones que a nadie se ocultan; las calles desdicen de nuestra cultura, echan a perder la ciudad, quitan a las casas la mitad de su belleza y disminuyen su valor; el arreglo de ellas se impone ya; las aceras no pueden quedarse como están, hay que regularizarlas, hay que nivelarlas; las plazas públicas tampoco corresponden a los propósitos de expansión, salubridad y entretenimiento que debe en ellas encontrar la población. Todos estamos concordes en considerar las mejoras, indicadas como de imprescindible necesidad; de seguro que no habrá ese 113

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habitante de la Capital, a menos que no sea un retrógrada, enemigo de todo progreso, que no vea la conveniencia de llevar cuanto antes a las vías de hecho las obras en proyecto. El Listín Diario, El Teléfono y El Imparcial, junto con nosotros, han apoyado el impuesto del Ayuntamiento sobre la propiedad, el Ejecutivo le ha dado su sanción, la gran mayoría de los propietarios de fincas urbanas reconoce la justicia y la necesidad y la conveniencia y la moderación de él. Ya ve el municipio que la prensa y el Gobierno y los contribuyentes están de su parte. Pues un paso más y adelante; ya no es posible detenerse, el pueblo lo quiere, los concejales tienen ya que seguir por el camino emprendido. El progreso no admite vacilaciones ni demoras, él se impone y alienta y empuja a los pueblos por los senderos de la civilización y del bienestar. Aunque quisiera, no podría ya la Capital de la República quedarse rezagada, tiene necesariamente que emprender la jornada y llegar al puesto honroso y digno adonde aspiran verla los dominicanos todos. Manos a la obra, leguemos a nuestros descendientes una Capital que sea el orgullo de la República. Empero, para lograr tan nobles fines no bastan los buenos deseos, no es suficiente la intención, hay que ponerse en juego medios prácticos y seguros que den por resultado el éxito completo de los trabajos que se emprendan. Esos medios están en la mente de todos y solo los apáticos y pusilánimes los rechazan, fundándose, erradamente, en peligros imaginarios y en frívolos temores. Nosotros, y con nosotros la gente progresista, la gente ilustrada, la gente de buena voluntad, la gente anhelosa del bien público, estamos por esos medios, únicos, prácticos, económicos, prontos y conducentes al fin apetecido. Esos medios son: los arbitrios que la ley autoriza al municipio a crear, y con el producido de ellos ofrecer garantía satisfactoria y segura para la contratación de un empréstito que ponga a nuestros concejales en condiciones de dar cima a las grandes empresas que el ornato, el embellecimiento, la higiene, el aseo, la comodidad y la seguridad de la Capital exigen. El Eco de la Opinión, Núm. 864, 25 de enero de 1896.

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Insistimos

Durante los últimos doce o quince años la iniciativa particular ha contribuido muchísimo al mejoramiento de la ciudad, edificando y reedificando hermosas casas; el gobierno por su parte ha levantado edificios, tales como la Aduana, la Comandancia del Puerto, la gobernación y el Instituto Profesional, ha arreglado la Cuesta del Vidrio y mejorado los cuarteles de La Fuerza, dotando de una acera todo el frente de ellos; los ayuntamientos también han hecho esfuerzos en el mismo sentido, hermoseando el parque Colón, dando aspecto agradable a la plaza Duarte y cuidando del frente de la Casa Consistorial y de la Puerta del 27 de Febrero; y por último, alumbrando la ciudad con la luz eléctrica. Sin embargo, lo hecho hasta hoy no es suficiente, queda todavía mucho por hacer para poner a la Capital en las condiciones que exige nuestra cultura; obras importantes y de perentoria necesidad reclaman el concurso eficaz, moral y material del Gobierno, el empeño firme, constante y decidido del municipio y la buena voluntad de los asociados. La prensa periódica, cuya misión es ilustrar al pueblo y dirigir la opinión pública, debe levantar su voz autorizada y exaltar el patriotismo de los habitantes todos de la República para que preste su adhesión franca y leal a las grandes empresas que para el bien y la utilidad y el buen nombre de la Patria emprenda el Ayuntamiento de la ciudad Capital. Ya, en artículos anteriores, hemos expuesto sin ambages, basándonos en la más sana lógica y en los principios de economía política más generalmente admitidos, nuestro modo de pensar respecto de la manera de dar cima a las proyectadas mejoras, por lo que no 115

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nos detendremos a considerarla de nuevo. Todos saben que los medios propuestos son los únicos conducentes al fin deseado. Y puesto que el acueducto, el arreglo de las calles, la nivelación de las aceras y el embellecimiento de las plazas públicas no son por modo alguno obras de mero lujo y ornato, sino por el contrario, necesidades urgentísimas que requiere la ciudad, no vemos el motivo por que no deba procederse a la pronta realización de esas mejoras. Tiempo es ya, por lo tanto, de que nuestros ediles empiecen a ocuparse del asunto y consagren a él sus aptitudes y sus energías. Los habitantes de la ciudad confían con razón en ellos; el país entero tiene fijas sus esperanzas en los que, armados de civismo, hicieron esfuerzos titánicos y lograron al cabo llevar a término feliz el alumbrado eléctrico, y con ellos cuenta para ser en día no lejano la ciudad a la altura que su condición de Capital de la República requiere. El Eco de la Opinión, Núm. 865, 1 de febrero de 1896.

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Cuba heroica

Pasado mañana, 24 del corriente, hará un año que a una legua y media de Manzanillo, en la hacienda del general Massó, acompañado este de Enrique Céspedes, Amador Guerra y un pequeño grupo de patriotas, se dio el grito de Cuba libre, grito que repetido el mismo día por Saturnino Lora y sus hombres en Baire, y por Moncada y otros en Ramón de las Yaguas, en Santiago de Cuba, repercutió de manigua en manigua, encontrando eco simpático y entusiasta en el corazón de los heroicos hijos de aquella hermana isla. Volaron al campo insurrecto los esforzados paladines de la pasada contienda, y nueva generación de adeptos fue a recibir en los primeros combates, al rudo choque de las huestes opresoras, el bautismo de sangre que había de convertirlos en armados caballeros de la santa cruzada, que ha de conquistar para los eternos y sagrados fueros del derecho, nueva nación independiente y libre al mundo americano. Un año nada más, y la que fue chispa tenue y vacilante a los comienzos, es hoy propagadora e inmensa conflagración, cuyas imponentes lenguas inflamadas lamen atrevidas y amenazantes el tronco carcomido del poder colonial en la revolucionaria Antilla. Es en vano que la metrópoli indignada y testaruda lance contra los revolucionarios legiones de militares aguerridos y doblegados al peso de los laureles que conquistaran en cien batallas; es inútil que sean guiados por generales expertos y valientes, cuyas proezas admiraran al mundo; a su tremendo embate se opondrán pechos de bronce, corazones de diamante; que esos generales y esos soldados van a luchar contra sus propios nietos, herederos del valor 117

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legendario de aquellos héroes españoles que a España hicieron independiente y libre. No importa que obcecada la orgullosa madre azuza contra los rebeldes hijos miradas de soldados ansiosos del combate, ante la conciencia humana la lucha será siempre desigual para España; que además del propósito desesperante e irrevocable de los cubanos de obtener su independencia, ella tiene en contra: la augusta libertad, los derechos del hombre, la religión política de todos los pueblos de la Tierra; y se le opone finalmente, más que todo, con aterradora lógica, su propia historia, cuyas páginas más brillantes son aquellas que registran los hechos gloriosos de sus guerras para sacudir el yugo de extranjeras dominaciones. Ante ese cúmulo abrumador de contrariedades no es aventurado pronosticar la pronta redención de Cuba. Hija digna de la madre indómita, sabrá como ella alcanzar su libertad, aunque para lograrlo tenga, como ella, que talar campos y arrasar pueblos y ciudades.

La industria azucarera Empieza ya a sentirse en los mercados de los Estados Unidos de Norteamérica y de Europa la influencia de las disposiciones revolucionarias contra las plantaciones de caña en Cuba; el precio del azúcar ha mejorado y por lógica consecuencia seguirá en aumento hasta alcanzar una cotización relativamente elevada, que pondrá a los hacendados de nuestro país en actitud de realizar beneficios de no poca consideración. Y es natural que así suceda, pues los ingenios de Cuba contribuían en proporción importantísima a abastecer el consumo de azúcar en casi todas las plazas comerciales del mundo; y puesto que la revolución libertadora se propone agotar por ahora las fuentes de riqueza que en la vecina Antilla pudieran servir de elementos al Gobierno español, proporcionándole el crédito y el dinero que necesita para continuar la guerra, cabe suponer, considerando que los insurrectos han cumplido fielmente hasta hoy su propósito, que en la próxima zafra será insignificante la

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cantidad de azúcar que se exporte de la isla de Cuba, circunstancia que hará escasear el artículo, subiéndolo a precio remunerativo. Toca a nuestros hacendados aprovecharse de la situación por que atraviesa la Antilla hermana, en su heroica y noble contienda para lograr su independencia, bien supremo a que aspiran todos los pueblos dignos y esforzados, ensanchando sus plantaciones y estableciendo nuevos ingenios para que el azúcar de Santo Domingo contribuya a llenar el vacío que en la plaza de Nueva York deja la malograda cosecha de Cuba. El Eco de la Opinión, Núm. 868, 22 de febrero de 1896.

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España y Cuba

Predecir las complicaciones que de la guerra de Cuba pueden surgir para España, sería el colmo de la pretensión. Empero, el español más optimista puede por lo pronto augurar, sin temor de equivocarse: la ruina y desolación de la rebelde Antilla, la bancarrota financiera y el aniquilamiento material de la madre patria. Otra cosa no puede esperarse, dadas las serias proporciones que ha tomado el sangriento conflicto. En vano España diezmará su población, bastante exigua por cierto, en vano sangrará su exhausto tesoro, y en vano buscará el crédito que empieza ya a flaquearle; los sacrificios del momento no harán más que preparar el terreno para los que se irán imponiendo día por día. Y a pesar de las continuas levas, a pesar del patriótico concurso de sus instituciones bancarias para proporcionar dinero, y a pesar de los sacrificios que se hagan, la guerra seguirá; y si lograra España sofocarla, no conseguirá jamás la pacificación completa de la isla; tarde o temprano volverán los vencidos a levantarse en armas. Resulta pues, que aún alcanzando España la victoria no obtendría el dominio tranquilo de la colonia que es, o al menos debe ser, el propósito a que se dirigen sus esfuerzos. Respecto de las complicaciones que pueden sobrevenir aunque, como hemos dicho, sería demasiado pretender pronosticarlas, bien podemos asegurar, sin vacilaciones de ningún género, que las habrá, y de suma trascendencia; y no serán internacionales esas complicaciones, pues creemos firmemente que la beligerancia de los 121

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revolucionarios, que al fin reconocerán los Estados Unidos, no será motivo de guerra entre aquella República y España, sino que surgirán en el seno mismo de la nación española, cuenta habida del carácter impaciente y levantisco de sus hijos. Nos parece haber demostrado por manera lógica y concisa que España desolará a Cuba, arruinará su propio tesoro, diezmará su población y comprometerá la paz interior sosteniendo la guerra. ¿Y cuál será en suma el premio a tantos sacrificios? La triste gloria de someter bajo planta de hierro a una porción de sus hijos que aspiran y aspirarán siempre a ser libres, como dignos descendientes de aquellos esforzados iberos, contra cuyos pechos de bronce se quebraron la espadas vencedoras de Paulo Emilio y de tantos otros generales romanos, que hasta entonces habían llevado la victoria atada a su carro de guerra. Querrán ser independientes porque son los nietos de esos nobles y heroicos astures, que con Pelayo al frente, emprendieron temerarios la reconquista de la patria subyugada por extraños invasores. Se propondrán ser libres porque son los hijos de esos mismos españoles que ayer nomás quebrantaron osados e indómitos el poder de aquel guerrero, asombro del siglo ante cuyas plantas cayeron sumisas las naciones más aguerridas de Europa. Hemos trazado a grandes rasgos el cuadro de horrores que se presenta a los ojos del espectador imparcial que mira desde lejos los acontecimientos con ánimo sereno y reflexivo y ese cuadro que tantas tristezas encierra sería la escena final de la tragedia, dando por segura la victoria para las armas españolas; que si sucede lo contrario, si ganan los cubanos, hay que sobrecargar el ya oscuro conjunto con pinceladas de un ébano más subido. En efecto, Cuba vencedora, Cuba libre, después de torrentes de sangre derramada, de crueles represalias,. Después de la tala de sus campos, de la devastación de sus pueblos y ciudades, después de echarlos a viva fuerza de su territorio, en fin, juraría y sentiría odio eterno a sus progenitores, y buscaría en manos extrañas alivio a sus heridas, protección para su nuevo estado, vida a su comercio, ayuda a sus industrias y a su agricultura; y se empeñaría siempre

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en mantenerse a considerable distancia de la que antes fuera su metrópoli. Ante ese cúmulo de funestos resultados, que se impone con lógica irresistible al criterio del observador imparcial, y que debe más de una vez haberse presentado con aterradora claridad al juicio claro y recto de muchos de los prohombres españoles; que sobran en España políticos consumados y esclarecidos ingenios, ¿no debía el Gabinete de Madrid detenerse a considerar que mañana el pueblo indignado le echará al rostro, y con razón, la responsabilidad de todos los desastres, por su obstinación en sostener una guerra a todas luces inútil y generatriz de calamidades ciertas e irremediables? ¿No están las naciones todas del nuevo continente demostrando a España el resultado ulterior de la revolución de Cuba? ¿Acaso son los españoles de hoy más valientes que los españoles de ayer? ¿No está ahí la historia para convencerlos de que las heroicidades de sus soldados y los sacrificios de hoy, son la repetición de las heroicidades y de los sacrificios de ayer? Aún es tiempo de romper con la rutinaria tenacidad que a tantos errores y perjuicios ha conducido siempre a la noble e hidalga nación española. Aún es tiempo de oponer la razón serena y el patriotismo consciente a las temeridades de un obcecado amor propio y de una mal comprendida dignidad. Todavía puede Cuba ser española, siendo libre e independiente. Todavía puede España garantizar las propiedades e influencia de los miles de españoles residentes en la isla. Todavía puede trocar en amor el odio de los cubanos, odio que más tarde sería implacable. Todavía puede ser ella, España, la madre respetada a quien la República Cubana tienda brazos cariñosos y agradecidos. Todavía es tiempo, en fin, de que España conserve aquel mercado a sus industrias y comercio, aquella tierra de promisión para sus emigrados. Aún es tiempo de ligar intereses y afectos entre la madre y la hija. Todavía pueden evitarse los males que amenazan. Todavía puede España ahorrar la sangre de sus hijos, levantar su crédito y añadir a su triunfo nuevo laurel de verdadera e inmarcesible gloria.

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Rompa ya con las añejas preocupaciones, emprenda marcha franca y decidida por los anchos senderos de la política práctica, la sola realmente patriótica y productora de resultados benéficos y palpables. Sea ella la que dé la nota final y sublime en el gran concierto civilizador del siglo portentoso que expira, ofreciendo a las naciones todas un ejemplo de insólita grandeza y de magnánimo desprendimiento. No dé lugar a declaraciones de beligerancia ni a intervenciones extrañas; sea ella la primera y la única que noble y desinteresada confirme ante el mundo, atónito y reverente, su legendaria hidalguía, inscribiendo con mano fuerte y generosa el nombre de la República Cubana en el catálogo de las naciones libres e independientes. El Eco de la Opinión, Núm. 872, 21 de marzo de 1896.

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Los frutos de la paz

Ruda y continuada fue la brega, costosa la experiencia; pero al cabo ha logrado el país, después de titánicos esfuerzos, el don precioso de la paz; y esa planta fecunda en bienes ha echado raíces en el suelo que ayer empapara sangre fratricida. ¡Bendita sea la paz! Porque ella asegura libertad y bienestar al ciudadano, tranquilidad y alegría a las familias, remuneración al trabajo, ensanche y medro a la agricultura, auge a la industria, vida y beneficios al comercio, impulso a las artes, a las ciencias campo, a la instrucción alientos, vías al progreso; preparando así a los pueblos un lisonjero porvenir. ¿Cómo negar que la República Dominicana en un tiempo comparativamente corto ha dado pasos gigantescos y sorprendentes en los senderos de la civilización y el progreso? Florece su agricultura, el hombre honrado y laborioso mira complacido el resultado de su trabajo, la industria toma incremento, el comercio se ensancha, la juventud estudiosa encuentra facilidades para seguir la carrera de sus vocaciones, y se nota por todos los ámbitos del país hormigueo de progreso, rumores de adelanto. Las ciudades se embellecen y se acercan unas a otras y se hablan, merced al ferrocarril y al telégrafo. En todas partes se siente vida y movimiento y anhelos de bien. Los montes vírgenes se tornan en campos de caña, en plantaciones de cacao, en cafetales inmensos. Las sabanas se convierten en potreros de abundoso pasto. La emigración afluye a nuestras playas. 125

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Ayer nomás el periódico semanal se sostenía a duras penas, hoy la hoja diaria alcanza vida larga holgada. Hasta las artes mismas de la guerra encuentran en la paz poderoso y enérgico propulsor; hoy tiene cuarteles adecuados la República, parques bien provistos, fuertes, hospitales, soldados disciplinados y escuelas militares; la marina de guerra se formaliza. Fecunda en resultados, la paz ensancha su benéfica influencia y abarca todo lo bueno; no en balde la llamaron los antiguos alma carens; merced a ella los establecimientos de caridad se sostienen, prosperan y llevan a cabo sus propósitos de bien; la renta pública ha aumentado considerablemente, día por día afirma su crédito el Estado; las riquezas y las comodidades individuales han centuplicado, y todo, todo se debe a la paz. Ruda y continuada fue la brega, costosa la experiencia; pero al cabo hemos logrado que eche raíces en nuestro suelo esa planta fecunda que tantos frutos óptimos nos brinda. ¡Bendita sea la paz!

El presidente Hippolite Por telegrama que recibió en esta capital el general Heureaux sabemos que el 25 murió repentinamente en Port-au-Prince el Presidente de Haití. Muchos son los comentarios a que ha dado lugar esa muerte inesperada; pero puesto que todos los que habitamos el planeta llevamos vida prestada, así los reyes como los mendigos, no vemos nosotros en el triste acontecimiento que nos ocupa sino un hecho muy natural y de ocurrencia diaria. En cuanto a las consecuencias que puede acarrear el suceso ya es otra cosa: debemos esperarlas graves y de suma trascendencia para el vecino Estado. En efecto, el general Hippolite era hombre de fuerza y prestigio entre sus conciudadanos, y mantenía a raya y en obligada espera a los diversos y numerosos aspirantes al poder, con su muerte ábrese ancha brecha a las mal disimuladas ambiciones de sus émulos, y es natural que todos ellos se apresten y se decidan a poner en actividad sus influencias para lograr sus anhelos, por lo

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que, teniendo en cuenta el modo de ser político de los haitianos, no es aventurado pronosticar guerra civil y sangrienta en la República limítrofe. El Gobierno dominicano entre tanto se ve en la ineludible necesidad de observar y seguir paso a paso los acontecimientos en aquel país, por cuanto los dos pueblos ventilan a la sazón un asunto de vital importancia para ambos: el de sus límites fronterizos; y aunque el arbitraje aceptado por el gobierno del general Hippolite es ya una ley internacional irrevocable, depende ahora del futuro mandatario haitiano, según la política que se proponga seguir con nosotros, la fiel y pronta ejecución del fallo del juez, o la estudiada dilatoria y premeditados entorpecimientos para llevarla a cabo. De todos modos, la reconocida habilidad diplomática de que ha dado muestras el general Heureaux en nuestras relaciones con el Estado riberano, autoriza a la ciudadanía a esperar que en ningún caso sufrirán menoscabo alguno los intereses y el decoro de la República Dominicana. El Eco de la Opinión, Núm. 873, 28 de marzo de 1896.

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Religión

Afortunadamente para la humanidad, los incrédulos están en minoría; ellos son la excepción; y decimos afortunadamente porque si prevaleciera en el espíritu de las masas el sentimiento irreligioso, la civilización, el deber, la moralidad, serían palabras ilusorias, y desaparecerían la sociedad y la familia. En efecto, la religión fue desde los primeros tiempos la base sólida del adelanto moral e intelectual del hombre, y sigue siendo y será siempre, a través de los siglos, la morigeradora de las costumbres y la fuente del deber. Merced a ella los pueblos se hacen fuertes y se civilizan. En su penosa peregrinación la humanidad no desmaya, porque ella, la religión, es guía que le muestra y le promete, como premio a los afanes del fatigoso viaje, otra vida, otros mundos, otros ideales, otras aspiraciones. Es en vano querer aprisionar el hombre en los estrechos límites de la materia; cuando se le diga para convencerlo de que es él, en sí mismo, causa y efecto, creador y creado, conjunto solo de fuerzas físicas, obedeciendo a leyes emanadas y obligadas de su propio individuo será inútil; el pensamiento osado e indomable romperá las frágiles ligaduras de lo corpóreo y remontará el vuelo en busca de una causa inteligente y consciente, superior y única, con voluntad y fuerza, capaz de crear ese mismo pensamiento que todo lo abarca y todo lo domina. El mundo es viejo; pero la religión es siempre nueva. El hombre viene, el que muere se va; y las generaciones, unas tras otras, inclinan la frente ante la suprema causa, latente y creadora, aunque invisible, sentida y presentida, aunque físicamente intangible. 129

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No importa que la ciencia amontone átomos y forme conjuntos; sus moléculas y sus fuerzas físicas explicarán cosas, diafanizarán al hombre-materia; pero el yo que piensa, el yo que soy, permanecerá siempre en el misterio; y aunque perezca el universo entero, sobre sus ruinas se levantará ese yo buscando un más allá. ¡Ay de la pobre humanidad si no hubiera traído desde su aparición en el mundo un recuerdo vago de su esencia y de su procedencia, una esperanza siquiera de su infalible arribo a las regiones de luz hacia donde camina! Para la gente irreflexiva, y para los que hacen alarde de incredulidad, el fervor de nuestro pueblo en las festividades religiosas es motivo de burla, señal de atraso, es que confunden, los unos inconscientemente, los otros adrede, el fanatismo con la religión. Empero, para el observador que busca en las manifestaciones sinceras y espontáneas de las masas los orígenes y resultados de la fe que las impulsa y las lleva a la observancia pasiva del culto, ese fervor es motivo de plácemes, es una esperanza. Ni la fábula, ni la tradición, ni la historia presentan un solo ejemplo de pueblo alguno que sin religión alcanzara fuerza y prestigio, civilización y adelanto, fama y gloria, en las artes, en las ciencias, en el trabajo, en el comercio, en la industria, en la agricultura, en la paz, en la guerra, en ningún progreso humano, en fin. En los días santos, cuando nuestra religión simboliza con ritos conmovedores y patéticos la página sublime del martirio y muerte, de la resurrección y eterna gloria del Dios hecho hombre por amor al hombre, el ignorante y el instruido, el filósofo y el frívolo, comprenden, al contemplar las manifestaciones externas y poéticas del culto, y la sencilla y voluntaria reverencia de las multitudes, que la religión es una necesidad innata e inherente del ser humano que, mientras subsista, buscará siempre fuera de la materia que lo rodea, lo espiritual y divino que presiente y ansía, y que lo alienta y lo consuela, abriendo a sus esperanzas horizontes sin límites de anheladas, futuras perfecciones. El Eco de la Opinión, Núm. 874, 4 de abril de 1896.

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Mejoremos la ciudad

No hace mucho tiempo que desde las columnas de este semanario excitamos al Ilustre Ayuntamiento a emprender las mejoras que la ciudad requiere, y nuestros ilustrados colegas, el Listín Diario y El Imparcial, comprendiendo como nosotros la conveniencia del acueducto y de otras obras públicas de imprescindible necesidad, abogaron por la pronta realización de esos trabajos. El honorable municipio recibió proposiciones muy aceptables de un ingeniero de Santiago de Cuba para la construcción del acueducto, y teníamos la esperanza de que pronto veríamos principiada esa obra que la higiene y la comodidad de la villa reclaman ya. Parece, sin embargo, que el ingeniero aludido establecía después ciertas condiciones preliminares que no pudo aceptar de momento el Consejo Municipal y he aquí que desde entonces nada se ha hecho, ni nada se ha dicho respecto de las proyectadas empresas; y mientras tanto transcurre el tiempo, y durante la seca nos ahoga el polvo, se agota el agua en casi todos los aljibes, falta en los pozos, y se hace insoportable la vida del capitaleño. En la estación de las lluvias calamidades de otro género se le esperan al habitante de la ciudad Capital, entonces las calles se hacen intransitables, el agua se estanca en hoyos y zanjas, y se convierte la población en inmensos criaderos de gérmenes infecciosos de toda clase de enfermedades. ¿Y hasta cuándo hemos de permanecer en ese estado? ¿Qué es lo que impide la realización de esos trabajos, cuya falta choca visiblemente con el crecimiento y la cultura de la ciudad? ¿Qué es lo que detiene al ilustre Ayuntamiento en sus anhelos de mejorar y embellecer la población? 131

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¿La falta de recursos acaso? En artículos anteriores hemos señalado la manera fácil y relativamente económica de proporcionar esos recursos. Use de su crédito el municipio como hacen todos los municipios del mundo. Contrate un empréstito suficiente para construir el acueducto y para arreglar las calles y aceras. ¿Qué importa deber un millón o más cuando se trata del bien público? Deseche la honorable corporación temores vanos, hágase sorda a las interesadas y mezquinas insinuaciones del egoísmo, y entrando franca y abiertamente en las vías del progreso, emprenda las mejoras que la ciudad reclama, y legue a la venidera generación una capital limpia, higiénica, cómoda, aseada, hermosa y digna en fin, de la República Dominicana, y habrá merecido bien de la patria. El Eco de la Opinión, Núm. 875, 11 de abril de 1896.

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Haití

Por las noticias últimamente recibidas de la vecina República vemos que el pueblo haitiano, haciéndose sordo a las insinuaciones egoístas e interesadas de los que buscan en la revolución el medro personal o el logro de mezquinas y bastardas ambiciones, se ha decidido, con una prudencia y una moderación dignas de encomio, a mantenerse en el terreno de la más estricta legalidad. Agradable sorpresa por cierto, ha sido para todo aquel que ama la paz, que es la que encamina los pueblos al bien común, saber que ella no se ha alterado en la nación riberana. La guerra con su cúmulo de horrores y calamidades es monstruo sangriento y desenfrenado que agotando las fuentes del trabajo y de la riqueza aniquila y detiene a la humanidad en su marcha hacia los ideales que persigue, por lo que una guerra que se evita, no importa en dónde, es un beneficio que se obtiene. Nosotros mismos al anunciar en este semanario la muerte repentina del presidente Hippolite, auguramos, fundándonos en la historia repetida de las revoluciones que se han sucedido en aquel país durante tanto tiempo, contienda civil, sangrienta y prolongada entre nuestros vecinos de occidente. Por fortuna y para satisfacción nuestra no se ha realizado el triste augurio, pues la buena fe y la cordura han presidido las deliberaciones del Gobierno y de la Asamblea Nacional de aquella república, y el pueblo, acatando el mandato de la ley, ha dado muestras de verdadero patriotismo. En efecto, muerto el general Hippolite, su gobierno sin perder la serenidad que en tales circunstancias deben conservar los 133

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hombres a quienes los pueblos confían la dirección de sus destinos, convocó extraordinariamente la Asamblea Nacional para que este Alto Cuerpo nombrara el nuevo presidente, antes de que se alterara la tranquilidad en el país. Los representantes del pueblo, teniendo solo en mira los sagrados intereses de la Patria escogieron entre los hombres públicos, al que por su modestia e idoneidad viene a ser el más a propósito en los momentos críticos porque atraviesa la República; y excluyeron adrede a los que se habían insinuado como aspirantes a la Primera Magistratura, evitando así rivalidades de las que hubieran surgido trastornos graves para el orden público. La ciudadanía a su vez, inspirándose en el levantado espíritu de civismo del Gobierno y de la Asamblea, ha acogido la elección del general Thirèsias A. Simon Sam con saludable entusiasmo, considerando su advenimiento al poder como una garantía de orden y de paz, por cuanto que las tendencias conciliadoras de la política sabia y moderada del presidente electo, son por todos conocidas. Merecedora de felicitaciones y de aplausos es la actitud asumida por la República de Haití, ante el inesperado acontecimiento que amenazaba envolverla en los horrores de una lucha fratricida; ella ha sabido colocarse a la misma respetable altura en que vimos sostenerse al pueblo francés cuando la muerte del presidente Carnot. El Estado limítrofe, imitando a la Francia en circunstancias tan parecidas, y ciñéndose a los cánones constitucionales, ha logrado sentar un precedente fecundo en bienes y concorde con las prácticas de la democracia, y ha puesto a raya a los que, descontentos con el progreso político de los pueblos, acechan el suceso fortuito o el premeditado criminal acontecimiento, para desvelar por completo sus mal disimuladas e ilegítimas ambiciones. El pueblo dominicano aprovechará sin duda la sabia lección, y si ha podido hasta hoy sofrenar impaciencias y sacrificar anhelos ante el bien supremo de la paz, no permitirá en ningún tiempo, ni en ninguna circunstancia, que la perturben los que pretendieran buscar en desórdenes y revueltas o en criminales atentados, oportunidad para lanzar de nuevo al país a las pasadas contiendas civiles.

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Nuestra vecina República de Haití, con su civismo y la patriótica y acertada actitud de su Gobierno en los momentos difíciles y peligrosos que oscurecían sus horizontes políticos, ofrece ejemplo digno y edificante a los pueblos libres; ejemplo que, por las consecuencias benéficas y trascendentales que entraña, viene a ser un verdadero, espléndido triunfo de la democracia. El Eco de la Opinión, Núm. 876, 18 de abril de 1896.

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El mensaje del Presidente

Documento notabilísimo por su forma y por su fondo es el mensaje que el ciudadano Presidente de la República presentó al Congreso Nacional el 21 del corriente. En estilo conciso y claro da cuenta el Primer Magistrado de su acción gubernativa durante el último año, sin que se escape detalle alguno en aquella relación interesante, amena y ordenada, que sintetiza la labor del gobierno en cada uno de los ramos de la administración pública. Sería nuestro deseo reproducir íntegro el importante documento, pero no siendo esto posible, dada su necesaria extensión y el limitado espacio de que podemos disponer, extractaremos solamente aquellos pasajes en donde más se acentúan las ideas del ciudadano Presidente. Hablando de la paz dice así: Reina en el interior, cada día más protegida y auxiliada por la opinión pública, que es la que viene dándole mayor solidez; y más adelante agrega: Ha sido [la paz interior] asegurada por el concurso eficaz de las buenas autoridades y por el de todos los honrados ciudadanos que han jurado, con orgullo patriótico, dar al olvido cuanto pueda despertar odios injustificados, y precaverse 137

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contra toda idea que pueda traer en pos la anarquía, y con la anarquía ruinas, desconcierto en las familias, en suma, fatal retroceso. Al tratar de las relaciones de la República con las naciones extranjeras se expresa en estos términos: y así como cuando fatalmente ha habido algún quebranto en ellas, he acudido a vosotros a haceros partícipes de mi pesadumbre y a justificarme y a buscar solícito vuestro ilustrado criterio y vuestros consejos, del mismo modo quiero compartir la alegría y, podré agregar también, la satisfacción que experimento al daros aquella seguridad; pues debo creer que nada debe ser tan halagüeño al patriotismo dominicano, con justo y modesto orgullo, como saber que nuestra Patria, como Estado libre y soberano, tiene todas las consideraciones a que pudiera aspirar y que ha sabido conquistar, por el espíritu liberal de sus instituciones, por su amor al progreso, por el carácter hospitalario de sus habitantes, por la corrección y moralidad de sus costumbres y por la perseverancia de su gobierno en demostrar y favorecer todas esas condiciones nacionales y sostener los derechos que le corresponden con verdadero espíritu de justicia. Esto último servirá a aseguraros que no omito medios, dignos todos, para conservar a nuestra República en la mayor perfección y mejor cordialidad en sus relaciones internacionales; y mientras me halle al frente de la administración pública, a ese fin se dirigirán mis desvelos. Al referirse a nuestras relaciones con Haití y a los últimos acontecimientos en aquella República se expresa de esta manera el Presidente Heureaux: Espero y tengo, puedo decir, seguridades que el nuevo y digno mandatario continuará bajo el mismo pie de perfecta amistad, y con la misma armonía ya establecida, las relaciones

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con mi Gobierno, del mismo modo que el juicio arbitral sometido al Santo Padre, seguirá sin interrupción alguna su curso con el beneplácito del nuevo gabinete de Haití. Y para poder estar más inmediatamente informado de ello y de lo que hubiera podido ocurrir después de la muerte del general Hippolite y del advenimiento del presidente Thirèsias A. Simon Sam, de interés general inmediato para Haití y particular para nuestras relaciones, aproveché la circunstancia de no haberse podido embarcar para Europa, el Dr. Llenas, y le envié de nuevo a Puerto Príncipe, para que con su carácter de ministro felicitara al nuevo Gobierno y a la vez hiciera las gestiones que fueran procedentes para conocer su pensamiento con respecto al punto que se refiere al arbitraje y de que he hecho mención. Elevadas y dignas de encomio son las ideas que externa el primer Magistrado al tocar en su mensaje las cuestiones que se rozan con la hacienda pública, y más aún se manifiestan esas ideas cuando se refiere a la creación de la moneda nacional y a la acuñación de la de níckel, propuestas por el ministro del ramo. En mi concepto —dice— las medidas que abarquen todas esas ideas piden estudios serios y sin pensamiento ulterior preconcebido que no tenga por móvil el bien público general; porque encierran cuestiones de grandes intereses y muy complejas, por lo cual países más sabiamente versados en asuntos económicos que el nuestro, han fracasado; y hay que pensar mucho en que, tal vez, por ir en pos de ideales que creamos factores de grandes bienes, caigamos sin quererlo o, sin poder evitarlo, en extremos contrarios. El asunto es esencialmente digno de reflexión concienzuda y de consideraciones científicas. Personalmente soy amigo de toda reforma que se le suponga siquiera, un solo bien para el país, y las acepto de lleno cuando ese bien fuere suficiente a salvar una situación angustiosa; pero la verdad es que para llegar a tales fines, como Gobierno, como administrador de buena fe, necesito el

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concurso de hombres pensadores, y muy especialmente, el sostenimiento y la animación y las luces de los legítimos representantes de la nación. En un país, como el nuestro, en que el bien o el mal tienen que ser general, y en que el Gobierno, en suma, no es otra cosa que el ejecutor de las voluntades de los ciudadanos, la voz del pueblo, como se llama en ciertas ocasiones a la opinión pública, debe ser escuchada y estudiada, y tenerse en cuenta. Para la instrucción pública tiene frases enaltecedoras el Presidente Heureaux: Ojalá que nuestra juventud de hoy, que aprende y quiere aprender, y debe aprender bien para enseñar mejor, no yerre en su camino, y que llegue un día en que los de mañana o de más tarde, conserven de los que queremos, por patriotismo o por orgullo nacional, que ellos sean buenos o mejores cuando menos, un recuerdo siquiera de justicia. De momento, lo que más llama la atención y exige contraimiento especial de todos los que tienen interés por desterrar la ignorancia de la Patria, es la educación popular, esto es, extender la instrucción primaria elemental a todas partes, a los últimos poblados, hasta hacerla obligatoria moralmente, más por la emulación que por la coerción; y haciendo a la vez del maestro de escuela el sacerdote de la propaganda intelectual, querido, estimado, atendible y respetado. Que así como nos complacemos en tributar los elogios que merecen nuestros héroes, parece haber llegado el tiempo en que se haga justicia también a esa legión que puede llamarse, de mártires ignorados del deber, que son los primeros en quitar la venda de la ignorancia de los ojos del pueblo. La Justicia —dice el primer Mandatario— sigue su curso regular, siendo cada día objeto de observaciones y correcciones para hacerla más eficaz y más completa.

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Al entrar en consideraciones sobre las obras públicas que ha llevado a cabo el gobierno y sobre las que inventa realizar dice así: En la Memoria de Fomento y Obras Públicas hallaréis registrados todos los proyectos que se tienen en perspectiva para avanzar confiadamente hacia el progreso, y todas las obras que están ya en pie dando testimonio elocuentísimo, de cuanto humanamente puede hacer una administración que ha tenido que estar luchando con todas las preocupaciones intransigentes, la inercia y la rutina, que con más o menos fuerza sirven de obstáculos muchas veces inconscientemente, a las ideas de adelanto; y muchas otras, no porque falten los deseos y aún animen las esperanzas, sino por ausencia de fe. Pero como la misión de los gobiernos progresistas consiste precisamente, sobre todo, en los países incipientes como el nuestro, en luchar a todo trance por dejar implantado el bien, el que yo tengo el honor de presidir, no ha tenido nunca una hora de desaliento cuando se ha tratado de llegar a tal fin. Así es que, venciendo imposibles, podemos asegurar que vamos adelante. Como ya tuve el honor de apuntároslo, al ocuparme de la instalación del Instituto Profesional, fui el 16 de agosto a la villa de San Francisco de Macorís para presidir la inauguración del ramal que une a aquella industriosa común con el ferrocarril de Sánchez a La Vega. Esta obra debida a la iniciativa personal, y esencialmente puede decirse, nacional, aunque parezca pequeña, es uno de los grandes progresos de nuestros días, que viene a presentarnos una prueba elocuente de todo cuanto puede hacer crear en pos de si el trabajo honrado. Sobre el servicio de Correos y Telégrafos llama también la atención del Congreso: Desde luego yo no puedo dejar de recomendar al Congreso, como aquí lo hago, los puntos esenciales a que se refiere el ciudadano ministro, y me prometo que ellos serán estudiados

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como corresponde, para llegar a una solución, que satisfaga en cuanto sea posible a las necesidades públicas. Esto en lo que respecta al correo. Por lo que hace el telégrafo, las gestiones que se han venido haciendo me hacen esperar que más tarde o más temprano alcanzaremos ver realizado lo que desea el ciudadano ministro; esto es, rescatar el privilegio concedido a la Compañía de las Antillas; por de pronto, puedo anunciar al Congreso que no será muy dilatado el día en que se ponga al servicio del público como obra del Gobierno la línea de esta capital a Azua. Así vamos y así iremos con perseverancia y esfuerzo apropiándonos todas las ventajas y comodidades para el mejor servicio público y para la acción rápida de las operaciones administrativas. Conocidos son en la República los adelantos que el Gobierno ha realizado en la organización del ejército y la armada, y el estado satisfactorio en que se encuentran los parques militares: En este particular adelantamos cuanto es debido, atendiendo a que el soldado dominicano aprende pronto y bien. Así se expresa el ciudadano Presidente, y más adelante añade: Ningún descuido se observa sobre este particular y aun cuando la reparación de los parques y arsenales, la construcción de los nuevos edificios para el servicio militar, el complemento, poco a poco del material de guerra, tienen que traer aumento en los gastos públicos, habréis de convenir con el Ejecutivo que todo ello obedece a necesidades de un Estado como el nuestro, que no debe olvidarse de las contingencias a que pueden dar lugar las perturbaciones del orden público, ni las que pueden sobrevenir como imprevistas, pero hijas de cualquier incidente debido a nuestra situación política. Es ya un axioma que parece gastado, prepararse en la paz para la guerra, pero la verdad es que es un axioma y la historia

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moderna, así de Europa como de América, nos lo hace presente a cada paso. Concluye el mensaje pidiendo al Congreso elevar la común de San Francisco de Macorís a la categoría de Distrito acompañada de las comunes de Almacén del Yuna y de los cantones Cabrera y Castillo. Y si a la sombra bienhechora de la paz ha podido el gobierno del general Heureaux realizar obras de reconocida utilidad, debemos los dominicanos todos empeñarnos en que no se perturbe esa paz para que pueda el gobierno emprender y llevar a cabo las otras obras que para el bien y el engrandecimiento de la patria nos promete en su mensaje el Primer Magistrado. El Eco de la Opinión, Núm. 877, 25 de abril de 1896.

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Los ingenios centrales

Bien hace el Presidente de la República en fijar su atención en el establecimiento de grandes ingenios centrales para la elaboración de azúcar en los feraces terrenos del Norte y en los demás puntos de la República adecuados al cultivo de la caña; el momento no puede ser más oportuno, ni puede andar más acertado el gobierno prestando su apoyo a empresas de esa clase. Todo cuanto haga en ese sentido será en bien de los intereses generales del país. A nuestra hermana, la isla de Cuba, no le ha quedado otro camino para lograr su independencia, que el de destruir sus riquezas; y esa destrucción meditada y patriótica que acusa un abnegado desprendimiento y un heroísmo sublime de parte de aquellos valientes y esforzados batalladores por el derecho, por la justicia y por la libertad, puede redundar en beneficio nuestro; sin que dejemos por eso de lamentar el sacrificio que tienen que llevar a cabo nuestros hermanos. En efecto, Cuba no producirá este año ni una cuarta parte del azúcar que producía en años anteriores, y el año venidero será insignificante la cantidad que exporte de ese dulce; en consecuencia los mercados consentidores se resienten ya de la falta de la gran zafra perdida y el precio del azúcar, como es natural, ha subido y seguirá subiendo en proporción a la escasez del producto. Nuestro país, por las condiciones de su suelo, por su clima y por sus libérrimas instituciones, es el llamado a suplir la inmensa cosecha destruida. 145

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Para ello le sobran terrenos a propósito, aguas, buenos puertos, franquicias, y en las comarcas del Norte, ferrocarriles ya establecidos y otros que se están construyendo. La inmigración cubana atraída y protegida nos dará el capital necesario, agricultores inteligentes y braceros honrados y entendidos. No se requiere más que el concurso eficaz y decidido del Gobierno, secundado por los hombres progresistas y de buena fe y por los dueños de terrenos, para que en época no lejana sea nuestra patria un emporio de riquezas como lo era en sus buenos tiempos la isla hermana. Las centrales, económicamente consideradas, son la nivelación equitativa y justa del capital y del trabajo, cuando se establecen en concordancia con el espíritu de la ley que aquí las protege y las exonera de impuestos y contribuciones. Bajo el punto de vista de la industria, ninguna como la azucarera ayuda tanto al comercio a quien da vida y movimiento; ella también con sus colonias desarrolla la agricultura, fomentando el trabajo independiente, proporciona jornal seguro al labrador honrado, y extiende su benéfica influencia a todos los ramos de la actividad humana. Merced a esa industria la isla de Cuba pudo alcanzar, aún en su condición de colonia, puesto distinguido entre los pueblos ricos y civilizados. Aquí mismo, en Santo Domingo, hemos tenido ocasión de palpar los resultados fecundos en bienes de esa industria. En la jurisdicción de la capital los ingenios levantaron el comercio que se consumía en la nación ruinosa por falta de transacciones; San Pedro de Macorís, hasta ayer una aldehuela de pobres pescadores, es hoy una ciudad floreciente de comercio activo, gracias a las grandes plantaciones de caña. Ejemplos muchos podíamos citar de otros países en donde la industria azucarera ha contribuido en gran parte al adelanto y bienestar; pero para poner de relieve la conveniencia de protegerla y fomentarla aquí, creemos suficientes los beneficios obtenidos en Cuba y nuestro propio suelo.

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Y convencidos de los bienes que reportará al país el establecimiento de nuevas centrales en el Cibao y en otros puntos de la República; aplaudimos al presidente Heureaux y a su gobierno por su empeño en llevarlos al terreno de la práctica.

Gana-pierde Los periódicos españoles de la isla de Cuba traen detalles que confirman la noticia del asalto y toma de las ciudades de Pinar del Río y Santa Clara, aunque según ellos, fueron abandonadas por los insurrectos, y estos derrotados, como siempre, con grandes bajas, por las tropas españolas, sin que tuvieran estas últimas que lamentar pérdidas de consideración. Por lo visto, los revolucionarios cubanos son los guerreros más extraordinarios, pues hace catorce meses, desde que estalló la guerra, que sufren día por día, derrota y tremendos descalabros, y sin embargo avanzan siempre, asaltan y toman pueblos y ciudades, queman los campos de caña, atraviesan trochas, burlan combinaciones, trastornan los planes militares de los generales españoles, reciben a menudo grandes refuerzos de armas y municiones del extranjero, y se juntan y se fraccionan cuando, como y en donde les place; y eso que las fuerzas del gobierno les hacen en todos los encuentros muchísimos muertos e innumerables heridos y cada vez que pelean es en la proporción de mil mambises para cada cien españoles; se dijera que surgen cual yerba mala del suelo cubano. Y cuenta que no hay vapor que venga de España que no lleve tropas a la isla. Quedamos, pues, en que, ateniéndonos solamente a las noticias de fuente española, la campaña de Cuba es una guerra de gana-pierde; no puede explicarse de otra manera. Dadas las victorias obtenidas por los españoles y los descalabros sufridos por los cubanos, no debía haber ya un solo insurrecto en los campos de Cuba. Pero resulta todo lo contrario: cuando creíamos, al leer los diarios españoles de la vecina Antilla, que Máximo Gómez y Maceo estaban acorralados y poco menos de aniquilados, nos anuncian esos mismos diarios que aquellos cabecillas, al frente de miles de hombres, han asaltado y tomado dos

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ciudades tan importantes como lo son Pinar del Río y Santa Clara; aunque al decir de los periódicos de referencia fueron completamente derrotados y desbandados, dejando en el campo infinidad de muertos y heridos. No tendría nada de extraño, a juzgar por la manera sui géneris de hacer la guerra los insurrectos, que después de las derrotas sufridas en Pinar del Río y Santa Clara, se aparecieran los derrotados asaltando y tomando a Puerto Príncipe. Nada, que los españoles en la guerra de Cuba ganan perdiendo y los revolucionarios pierden ganando. El Eco de la Opinión, Núm. 878, 2 de mayo de 1896.

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La emigración cubana

Si hasta hoy los economistas están en desacuerdo respecto de las ventajas o perjuicios que a un pueblo puede causar la emigración periódica y sistemática de gran número de sus habitantes, todos, en cambio, están concordes en que el país que recibe a los emigrados obtiene beneficios positivos y palpables. Empero, para el propósito de este artículo, que es señalar la conveniencia de atraernos a los emigrados cubanos, no necesitamos aducir argumentos sobre el bien o el mal que las emigraciones reporten a los Estados de donde proceden, ni extendernos tampoco en lucubraciones para convencer a nuestros lectores de una cosa tan estudiada y tan sabida como es la provechosa influencia que sobre los pueblos ejercen las inmigraciones honradas y laboriosas, de individuos procedentes de climas iguales, hablando el mismo idioma, y de los mismos usos, costumbres, descendencia y religión; por lo que nos limitaremos simplemente a demostrar a cubanos y a dominicanos las mutuas ventajas que a ambos redundará el establecimiento de los primeros en nuestro suelo. En efecto, la guerra, con su contingente de horrores y miserias, obliga a los hijos de aquella hermosa isla, que no pueden por una causa u otra engrosar las filas de los revolucionarios, a buscar en otro suelo albergue y trabajo. Al dejar la patria de su amor se llevan consigo el recuerdo y la nostalgia de la agradecida y fértil tierra que cultivaron afanosos, y que pródiga les diera sustento y bienestar; llevan también su idioma y sus costumbres, la religión y la raza, la tristeza del emigrado, el temor de la suerte que los espera en extraño suelo, y la esperanza de volver un día a Cuba libre e 149

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independiente; esperanza que los guía y los alienta, y los consuela en el penoso éxodo. Buscan, además de hogar y ocupación, afinidades y simpatías, clima parecido, terrenos iguales. Nuestro país ofrece todo eso, brazos cariñosos los reciben, ecos amigos responden a sus anhelos de libertad, la misma lengua pronuncia en el mismo templo idéntica oración; la mano aquella que sobre ellos descarga el rudo mandoble del coloniaje, se dejó sentir también con despótica pesadumbre sobre nuestras espaldas; no hay diferencia de hábitos y costumbres entre ellas y nosotros; descendemos de los mismos abuelos; la tierra se les brinda con clima y fertilidad similares a la suya; son huéspedes bienvenidos y bien tratados; hermanos, no extranjeros, son aquí entre nosotros. Somos pobres, es verdad; pero estamos dispuestos a dividir con ellos lo poco que tenemos. Y no se tema, ni por los unos ni por los otros, que la violenta aglomeración de gente pueda causar trastornos económicos o de otro orden al país. Dada la manera como están constituidas las modernas asociaciones políticas, cada individuo es un consumidor de sus propias necesidades y por razón natural resulta un productor obligado de lo que consume; por lo tanto, en dondequiera que llega entra de lleno y forzosamente a formar parte del gran conjunto de productores y consumidores. Esta teoría, sancionada ya por la historia antigua al relatarnos las emigraciones de griegos y romanos para fundar colonias en tierras distintas de su propio suelo, ha sido en nuestros días practicada con éxito por Inglaterra en sus numerosas posesiones. Tratándose de un país densamente poblado, cuyas tierras estuvieran cultivadas en su totalidad, el emigrado, al llegar, podría tal vez desequilibrar momentáneamente la marcha económica, porque tendría que dedicar sus aptitudes productoras a la industria, al comercio o a las artes; pero en países como el nuestro de escasa población, poseyendo extensas zona de terrenos fértiles e incultos, el emigrado y el habitante, lejos de estorbarse, están llamados a unir sus fuerzas para hacer producir abundantes riquezas a la tierra, que

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pródiga les dará en cambio, el sustento y las comodidades, objetivo principal por el que el hombre afana y lucha durante su vida. Nunca mejor que ahora podían venir los cubanos. La paz ha plantado definitivamente sus tiendas en la República; fiebre de progreso contagia a los dominicanos todos; solo necesitamos gente honrada y laboriosa, de buena voluntad como ellos, que venga a compartir con nosotros la simpática tarea de engrandecer el país y llevando triunfante al puesto honroso, que les está reservado entre los pueblos libres y felices. Y segunda patria, amante y grata, será para ellos, la República Dominicana, que sus esfuerzos habrán contribuido a levantar a la altura deseada. A cualquiera otra parte que vayan encontrarán tal vez motivos de disgustos. En donde hallen simpatías faltará el idioma, en donde encuentren trabajo echarán de menos las costumbres y la religión; en unos países notarán indiferencia, hostilidad en otros; en estos los hará sufrir el clima, en aquellos las disensiones intestinas. No todos los países adonde vayan tendrán terrenos adecuados a la clase de cultivos que ellos conocen y en los que son expertos; y finalmente en ninguna otra parte encontrarán como aquí el deseo de atraerlos y protegerlos. El gobierno, sus autoridades, los municipios, el pueblo, la República entera en fin, aúnan sus voluntades y sus esfuerzos para que los cubanos, al llegar a nuestras playas, encuentren hogar y trabajo, y mitiguen con el cariño y atenciones de que sean objeto, la tristeza y la nostalgia de la patria amada que abandonan. El Eco de la Opinión, Núm. 879, 9 de mayo de 1896.

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Lo hacemos nuestro

En el número anterior de este semanario abogábamos por la conveniencia de atraernos la emigración cubana, fundándonos en argumentos sólidos e irrefutables; y convencidos del bien que ha de reportar al país el establecimiento en él de gente en todo parecida a nosotros, nos proponíamos volver a tratar el asunto, cuando nos sorprende agradablemente El Cable de San Pedro de Macorís, demostrando, como nosotros lo hicimos, la provechosa influencia que ejercerán en la República inmigrantes trabajadores y honrados como lo son sin duda alguna nuestros hermanos de Cuba. Estamos tan de acuerdo con las ideas emitidas por el ilustrado colega, que hacemos nuestro su editorial “Epidemia”, dándole lugar de preferencia en estas columnas. Creemos como El Cable que, antes de poner trabas a la emigración cubana, se deben tomar informes detallados y exactos del estado sanitario de la vecina Antilla. Sería lástima que por conveniencia y por humanidad debamos empeñarnos en proteger. Ahora, si resulta cierta la epidemia variolosa en la isla de Cuba, entonces nada haríamos con establecer cuarentenas ni cerrar los puertos, si no se procede a la vacunación gratis y obligatoria en toda la República. Está ya evidentemente comprobado que la vacuna es el solo antídoto contra la viruela. He aquí el artículo a que nos referimos.

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Epidemia Bueno es indagar seriamente de modo que no tengamos que guiarnos, para proceder, de informes mal suministrados. Nuestro país necesita a todo trance sostener una corriente de inmigración que no pare a lo mejor; la necesita porque sus campos están incultos por falta de brazos, porque la industria agrícola que en él poco a poco se va desarrollando a veces sufre por falta del mismo recurso elemento y, en una palabra, porque la República está despoblada. Ninguna inmigración más a propósito que la cubana; en ella encontramos lo que buscamos, hombres amantes al trabajo, de costumbres iguales a nuestras costumbres, del mismo carácter e igual idioma. Nuestro Gobierno, como está ya probado, se ha propuesto ayudarla porque sabe que atrayéndola hace un bien al país; los particulares se empeñan en fomentarla por órgano de patrióticas juntas compuestas de distinguidos personajes que se inspiran en las mismas ideas del Gobierno y que a más de saber que con su trabajo favorecen los intereses de la República, quieren dar una prueba de poco americanismo trabajando porque se abran las puertas de la patria a los que vienen en la adversidad siendo nuestros hermanos por la sangre, por sus ideas, por su patriotismo y, más que por todo, por ser antillanos. Sería lástima que después de todo bien organizado para alcanzar de un modo satisfactorio el fin propuesto, llegasen por errados informes a ser infructuosos los trabajos del Gobierno y el de los particulares. El Gobierno, en vista de los informes recibidos de Cuba, referentes a la epidemia variolosa, ha tomado medidas que son muy dignas de general aplauso, pero es el caso que según varias cartas que hemos tenido a la vista, de personas distinguidas de aquella isla (no una sino varias) la tal epidemia no existe a menos que tal calificativo no quiera dársele a uno o dos casos de viruelas locas.

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Parece, según se infiere, que todo no pasa de ser una propaganda de mala ley forjada por los que no quieren o no les conviene que de Cuba salga tanto infeliz que carece allí, por razón de la guerra, de todo elemento de vida, así es que al llegar allí las noticias de la resolución aquí tomada referente a la observación en la isla “Catalina”, muchas familias temerosas de sufrir en un lugar desconocido e ignorando el trato que se les da para que pasen cómodamente los siete días señalados, han preferido no venir y quizás no tendrán inconveniente en dirigir sus pasos a otro país. Y conste que las familias que no quisieron venir no han sido pocas como lo hemos visto por las cartas antes dichas en las cuales se prueba que tal epidemia no existe. Bueno sería que tanto el Gobierno cuanto la Junta de Inmigración tomasen informes de personas imparciales para descubrir la verdad. No se crea que no estamos de acuerdo con las medidas tomadas, claro que nos parecen inmejorables, pero creemos que si por el presente no son necesarias se hace un daño al país poniéndolas en práctica. Ahora, si resulta cierto que la epidemia existe en Cuba, entonces más rigor se necesita, sí, mucho más, porque antes que todo está la salud del pueblo. Que se tomen los informes es nuestro deseo. El Eco de la Opinión, Núm. 880, 16 de mayo de 1896.

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Los excursionistas dominicanos

El país adelanta material, moral e intelectualmente. Sería necesario estar ciego, o tercamente empeñado en negar la evidencia de los hechos, para no ver el cambio que se ha efectuado en la República durante los últimos doce años. El progreso con su séquito de bienes se nos ha entrado por las puertas y ha tomado cédula de residencia entre nosotros; y por todas partes y en todas las esferas de la actividad humana se deja sentir la influencia civilizadora del agradable y generoso huésped. En las ciudades y en los pueblos se han reedificado y se construyen cómodas, sólidas y elegantes casas; se levantan templos, se hacen teatros, se fabrican cuarteles, hospitales y edificios públicos; se embellecen los parques y plazas, mejora el alumbrado, el radio de las poblaciones se ensancha con nuevas calles; se edifican cementerios, se arreglan caminos, se proyecta la limpieza de puertos y se construyen muelles. Hay ferrocarriles y líneas telegráficas. Se han instalado nuevos ingenios centrales para la elaboración de azúcar y muy pronto se fundarán otros; los establecidos anteriormente duplican sus colonias y las colonias a su vez extienden considerablemente sus campos de caña. Existen y rinden ya abundantes cosechas plantaciones, en grande y pequeña escala, de cacao, de café y de guineos. El ganado aumenta y mejora en condición, gracias a los extensos y bien provistos potreros. Los tribunales funcionan con regularidad, se respeta la religión, no se han perdido las buenas costumbres, el pueblo se ha 157

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encariñado con la paz, el trabajo se impone, el orden reina; anima al Gobierno espíritu conciliador y justiciero. Los centros de enseñanza, así los públicos como los particulares, responden en cuanto es posible a los fines benéficos para que fueron creados. Se organizan clubes de recreo, sociedades literarias, centros de beneficencia, asociaciones de socorros mutuos. Aumentan las bibliotecas públicas, crecen las librerías, se multiplican y medran las imprentas, el periodismo vive y prospera. Halagüeña por demás, es la perspectiva que presenta la República Dominicana. Se diría que sus hijos todos se han propuesto entrar de lleno por los senderos de la civilización. Las comodidades privadas, la cultura social, el buen gusto, todo en fin, ha tomado auge e incremento. La excursión al extranjero de más de cincuenta dominicanos de la capital, organizada en un espacio de tiempo relativamente corto y llevada a cabo el miércoles 27 del corriente, parece a primera vista un hecho insignificante; pero es en realidad un acontecimiento trascendental que acusa un alto grado de civilización, por cuanto que otros países han necesitado años de lento y progresivo adelanto para efectuar esos viajes de puro recreo. Hace diez o doce años que aquí se hubiera considerado poco menos de una locura el proyecto que en nuestros días se ha realizado con sorprendente facilidad. Un grupo de amigos se propuso fletar un vapor cómodo y ligero que los llevara directamente a Nueva York y en menos de un mes estaba lista la excursión compuesta de señoras, caballeros y niños, y contratado el vapor “Cherokee”. Casi todos los excursionistas seguirán viaje a Europa. Eso dice mucho a favor de Santo Domingo. En efecto, solo cuando los pueblos han llegado al colmo de la civilización es que empiezan a ensanchar la órbita de sus viajes, buscando nuevos horizontes al comercio, a la industria, a las artes, a todos los ramos necesarios a las entidades sociales, en fin. El viajero se ilustra, morigera sus costumbres, estudia, observa, compara, aprende, despeja su inteligencia, aumenta sus relaciones, recoge datos y almacena sin pensarlo siquiera, gran acopio de

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impresiones y de conocimientos que a su vuelta lleva al propio país para convertirse en propagandista, muchas veces inconsciente, de ideas de progreso y adelanto. No hay ese viajero que al volver no traiga consigo algún beneficio intelectual, o alguna enseñanza moral, o alguna cosa útil en el orden físico. Empero, para emprender esa clase de paseos se requieren dinero, disposición de ánimo y anhelos de ilustración; y solamente debido a la prosperidad y bienestar que la paz ha cimentado en la República se podrían realizar actos de tan refinada cultura. No hemos, por lo tanto, exagerado al asegurar que el país adelanta material, moral e intelectualmente. El Eco de la Opinión, Núm. 880, 30 de mayo de 1896.

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El azúcar y el tabaco

No hace mucho tiempo que dedicamos un editorial a los ingenios centrales, abogando por el establecimiento de ellos en las provincias del Cibao y en otros puntos de la República; y entre las razones que exponíamos para probar la conveniencia y la oportunidad de fomentar la industria fabril azucarera, era una de las más sólidas y concluyentes el estado de guerra y desolación de la isla de Cuba, el cual deja una merma considerable en la producción del azúcar de caña, merma que Santo Domingo está llamada a suplir por la clase de terrenos y las condiciones climatéricas de nuestra isla, iguales en un todo a los de la gran Antilla. En otro lugar de este periódico verán nuestros lectores una lista –quizás incompleta– de los ingenios destruidos en Pinar del Río, La Habana y Matanzas desde que empezó la revolución hasta la fecha. Aquellas propiedades destruidas producían anualmente un millón o poco menos de sacos de azúcar. Esa cifra, ella sola, bastaría a inducir a cualquier país, en las condiciones del nuestro, a emprender en grande escala, la siembra de la caña para proveer el vacío que indudablemente se deja sentir en las plazas consumidoras. El presidente Heureaux, atento a los intereses de la República, fue el primero en dar la voz de alerta y en tomar la iniciativa para establecer en las fértiles comarcas del Norte, grandes centrales, y a tan loable propósito prestaron espontáneo y entusiasta contingente los habitantes del Cibao. La idea ha tomado forma y muy pronto funcionarán los nuevos ingenios. 161

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Las mismas dolorosas circunstancias por que atraviesa la Antilla hermana, que fueron las que pusieron antes la pluma en nuestras manos para aconsejar el auge y ensanche de los ingenios de azúcar, nos inducen ahora a llamar la atención de gobierno y pueblo a la conveniencia y oportunidad del cultivo del tabaco con los cuidados y el esmero que la planta requiere. Los últimos acontecimientos de la guerra de Cuba ofrecen hoy al agricultor dominicano nuevo campo y nuevo estímulo a sus energías, invitándole a llenar la falta de ese otro producto de tantísima importancia y de tan fáciles y prontos rendimientos. El general Weyler, queriendo salvar de una ruina inminente a la industria fabril tabacalera de la ciudad de La Habana, y pensando sin duda herir de muerte a la de igual clase en los Estados Unidos, que como es sabido se sostiene de las cosechas de Pinar del Río y de La Habana, y privar al mismo tiempo a la revolución de los cuantiosos recursos que los obreros de esa industria en aquel país, cubanos en su gran mayoría, le proporcionan, ha prohibido terminantemente la exportación de tabaco en hoja cosechado en las dos mencionadas provincias. Resulta pues que el tabaco dominicano, que no tenía hasta ayer otro mercado que el de Hamburgo, mercado que ha desacreditado y arruinado la planta que produce nuestro suelo, por el ínfimo precio a que lo ha comprado siempre, dando por resultado la desidia y abandono del agricultor al cultivarlo, el desaliento del especulador y el descuido del comerciante que lo exporta, encuentra de improviso mercado rico y necesitado y de mayor consumo que el de la ciudad alemana. Hay en los Estados Unidos miles de fábricas de tabaco y millones de fumadores a quienes el decreto del capitán general de la isla de Cuba priva de la codiciada hoja. El tabaco que produce Puerto Rico basta apenas para el propio consumo y su clase tampoco es la que se necesita; las variedades del que se cultiva en los demás países de la América Latina están muy distantes de ofrecer a los mercados norteamericanos un sustituto a las ramas de La Habana y Pinar del Río; Santo Domingo, solo puede, dedicándose con inteligencia y esmero a la siembra, al cuido y

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al cultivo de la planta, suplir la cosecha de las dos provincias cubanas: el terreno, el clima, y las condiciones atmosféricas son idénticos a los de la isla de Cuba. Lo único que se requiere para producir un tabaco, si no enteramente igual, lo más parecido al menos al que demandan las fábricas de los Estados Unidos, es procurar la semilla de La Habana y hacer venir de Cuba vegueros prácticos y entendidos que enseñen a los nuestros a cultivarlo; y que por su parte el comerciante refraccionista deje al agricultor recoger el fruto en la época debida, permitiéndole el tiempo suficiente para la necesaria manipulación de la hoja. A las consideraciones que preceden hay que agregar la circunstancia de que el tabaco hoy existente en La Habana y Pinar del Río alimentará las fábricas de La Habana durante este año solamente; el año que viene quedarán ellas en las mismas condiciones que se encuentran las de los Estados Unidos. No habrá tabaco para ellas tampoco, pues están desiertas las vegas de las dos provincias occidentales de Cuba. Esas fábricas de La Habana tienen que atender no solo al consumo interior sino a los fuertes compromisos pendientes con muchas repúblicas sudamericanas; ellas también tendrán que apelar a la hoja de Santo Domingo para poder subsistir. Ya hay aquí agentes de aquella ciudad solicitando muestras y precios de nuestro tabaco. Nunca se había presentado ni se presentará jamás ocasión tan propicia para nuestra agricultura; los dos productos que hicieron rica y próspera a la isla de Cuba, el azúcar y el tabaco, nos convidan a cultivarlos en condiciones ventajosísimas, ofreciéndonos seguros y pingües rendimientos. Sería desidia imperdonable, sería un crimen de lesa Patria desperdiciar la oportunidad que se nos presenta de explotar esos dos veneros de riqueza, que tanto contribuirán al adelanto y engrandecimiento de la República. El Eco de la Opinión, Núm. 883, 6 de junio de 1896.

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Reforma constitucional

El Congreso Nacional inspirándose en el querer del pueblo, ha reformado la Constitución de manera que el general Ulises Heureaux pueda ser reelecto legalmente para el próximo período presidencia. Y decimos que el Congreso se ha inspirado en el deseo del pueblo, porque la paz no interrumpida durante tantos años por revolución alguna de carácter serio y popular es una afirmación tácita e imponente de que el país, cansado de revueltas, se conforma a esperar de la tranquilidad, y del que ha logrado afianzarla en la República, las libertades deseadas y los beneficios que de las mismas emanan. Nuestros constantes anhelos de orden y libertad nos hacían confiar a la protesta armada la realización de aquellos patrióticos ideales y sin pensarlo y sin detenernos a considerar los resultados contraproducentes y desastrosos de las guerras fratricidas, nos lanzábamos a la lucha, buscando ansiosos el caudillo que había de darnos las codiciadas libérrimas instituciones. Y como si la experiencia hubiera querido demostrarnos prácticamente que eran inútiles nuestras contiendas y prematura la implantación de sistemas administrativos y de instituciones ultra democráticas, poco adaptables y demasiado avanzados para nuestra cultura política, no faltaron uno o dos hombres públicos traídos al poder por el voto consciente de la nación que dieran al pueblo sin trabas ni interpretaciones enojosas, leyes tan liberales como las de cualquiera otra república de la América Latina, y esos hombres fueron echados del Palacio de Gobierno o por la ola revolucionaria o por las intrigas e intransigencias de los mismos que pretendían sostenerlos en el mando. 165

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Entonces fue cuando desengañado y abatido el patriotismo se dio cuenta de que en las guerras intestinas que surgen a diario en pequeñas nacionalidades como la nuestra, entran por mucho el prurito insaciable del medro personal y la desautorizada e innoble ambición. El pueblo, ese eterno pretexto político, a quien fingen idólatra reverencia los que afanan por escalar las gradas resbaladizas del poder, pocas veces tomaba cartas en la partida en que estos jugadores de mala fe comprometían sus más sagrados intereses para burlarse después con cínico descaro del mismo ídolo a quien pretendían adorar. Por eso lo vemos desde hace tiempo, escarmentado y prudente, mostrarse asustadizo y reacio a las torpes insinuaciones y grotescos agasajos de los que han querido lanzarlo otra vez por los espinosos y enmarañados senderos que lo conducirían sin duda al criminal y antipatriótico belén de los pasados años. Víctima explotada por especuladores sin conciencia o por ignorantes y afortunados jugadores del naipe político, el pueblo dominicano se conforma con las ganancias efectivas y tangibles que la paz le proporciona sin excitaciones peligrosas, sin disputa ni desvelos, y como ya lo hemos dicho, espera de ella la futura realización de sus santas aspiraciones de progreso y libertad. Ni una sola voz se ha levantado oponiéndose a la reforma constitucional, ni el más leve rumor de protesta o descontento se deja oír en contra de la reelección del general Ulises Heureaux, por lo tanto, no andamos errados ni exageramos al asegurar que el Congreso se ha empapado en la voluntad de la familia dominicana al reformar la Carta sustantiva de la nación, para que pueda ser legalmente reelecto presidente de la República en el próximo cuadrienio el general Ulises Heureaux. El Eco de la Opinión, Núm. 886, 27 de junio de 1896.

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4 de julio

Es el día de la América; es el gran natalicio de la libertad; debía ser el día de año nuevo americano. El 4 de julio sintetiza la redención de un mundo; es el alma máter que dio vida a las naciones del nuevo continente; y como si no hubiera sido bastante ese parto sublime de libertad, el alegre hosanna de la hija primogénita, que naciera robusta y bella, fuerte y activa, atraviesa los extensos mares y va a repercutir en el seno de la vieja Europa, en donde Francia generosa acoge entusiasta la buena nueva y ante el altar sagrado de la patria proclama los derechos del hombre. Poco más de un siglo ha pasado, que es como quien dijera un día en la vida de los pueblos, y ya es independiente casi toda la América y diez y nueve naciones ostentan orgullosas y satisfechas el santo lábaro de libertad. Empero, la obra del 4 de julio no está concluida todavía, aún falta un astro en la radiante constelación del cielo americano, y es la estrella solitaria cuya tenue luz se vislumbra ya a través de los espesos vapores de sangre y fuego que en Cuba levantan los idólatras denodados de la sacrosanta cruzada. El 4 de julio es el símbolo que los inició en la idea y los empujó al combate; es el hilo magnético que los guía a la victoria, y será por fin la hija primogénita del gran día la primera que declare a la faz del mundo que ha nacido a la familia de las naciones de América, entre cruentos y prolongados dolores, pero hermosa y rebosando salud, otra hija del alma máter, del excelso y glorioso 4 de julio. 167

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A paso de gigante Después de la batalla de Najasa, publicada por los diarios de esta capital, y después de los “comentarios de la Redacción” de La Correspondencia de España, que reproducimos hoy, ¿a que conduciría la publicación de noticias de insignificantes escaramuzas entre cubanos y españoles? En efecto, la derrota sufrida por las tropas del gobierno en el potrero Saratoga, es de tal magnitud que el español más optimista ha de convenir en que la revolución ha alcanzado una preponderancia, que hace inútiles los esfuerzos de la Metrópoli para contener el empuje de las huestes libertadoras. Militarmente considerada la batalla de Najasa es tan importante como la de Las Guásimas; pero considerada en el terreno de la política, la victoria obtenida esta vez por los cubanos tiene una trascendencia que jamás logró tener acción alguna de las que se libraron en la guerra de los diez años. La derrota que acaban de sufrir las tropas leales, aparte de los daños materiales consecuentes al descalabro, deja moralmente vencido, maltrecho y desprestigiado al ejército español. Ya no son partidas diseminadas de insurrectos que se ocultan en la espesura de la manigua para hostilizar en su retirada a las columnas del gobierno, es un ejército que abiertamente, en campo raso, se enfrenta a las legiones españolas y combate durante cuarenta y pico de horas, y vence, y desaloja y derrota a los defensores de la integridad y los lleva bajo lluvia de balas y relampagueos de machete hasta las puertas mismas de Camagüey. Únase a este portentoso hecho de armas lo que con argumentos tan sólidos e irrefutables prueba La Correspondencia, de España, sobre la inutilidad y lamentable fracaso de la trocha, y tendremos que convenir en que el día de la redención de Cuba se acerca a paso de gigante. El Eco de la Opinión, Núm. 887, 1 de julio de 1896.

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Agricultura

Pretender que países como el nuestro prosperen con el solo concurso del comercio y de la industria es un error. Pocas e insignificantes serán las transacciones del primero y nulos y ruinosos los rendimientos de la segunda, si la agricultura no da vida y movimiento al uno y materia prima en abundancia a la otra. En cuanto al comercio que vive del agio y del favoritismo, y a la llamada industria que se alimenta de afuera y se recuesta de concesiones, nada tiene que esperar de ellos el país; son monopolios que enriquecen a los pocos con detrimento de la generalidad; y no podrán nunca, en modo alguno, aprovecharle. Las condiciones del clima y las atmosféricas, la feracidad del suelo, el sistema de montañas, las espesas arboledas, los extensos valles, el sinnúmero de ríos y arroyos que cruzan el territorio en todas direcciones, la abundancia de puertos seguros y cómodos que ofrecen nuestras costas y el cambio regular de las estaciones, que permite fijar la época de las lluvias, están demostrando por modo elocuentísimo que la agricultura es la única llamada a darnos prosperidad y riquezas. Es en vano establecer casas de comercio, agencias de cambio, instituciones bancarias, telégrafos, teléfonos, líneas de vapores y ferrocarrileras; esas empresas perecerán por inacción si la agricultura no las alimenta con sus productos. Es inútil que el gobierno dicte medidas económicas; perderá el tiempo legislando sobre la moneda: la buena se irá, la mala quedará; el agio siempre ejercerá su pernicioso influjo sobre las raquíticas transacciones de un comercio efímero y mezquino, y no 169

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tendremos nunca agente de cambio nacional digno de tal nombre, mientras los frutos de la tierra, tributarios del trabajo agrícola, no compensen el valor de la moneda necesaria a la circulación. El empeño decidido y eficaz del Gobierno y sus autoridades subalternas, el incansable y perenne afán de los municipios, la prédica constante y repetida de la prensa y el patriótico anhelo de los ciudadanos todos, debe ser el ensanche y el auge de la agricultura; sin ella es imposible que prospere nuestro país. Contribuyamos todos a hacer la propaganda; que el pueblo se convenza de que no hay comercio, ni hay industria que dé tan pingües resultados como el cultivo de la tierra. Díctense leyes que ayuden, mejoren y premien la agricultura en grande y pequeña escala. Desaparezcan las trabas que puedan entorpecer su marcha; nada de derechos de exportación, nada de impuestos municipales; al contrario, ofrézcanse primas al agricultor y háganse efectivas en el tiempo prometido. Ábranse de par en par las puertas de la República a la emigración extranjera honrada y laboriosa; facilítensele los medios de llegar hasta nosotros, acojámosla con cariño, ayudémosla, ofrezcámosle recursos y protección para que ella, a su vez, coopere con nosotros a convertir en campos de exuberantes cosechas nuestros feraces e incultos terrenos. Fórmense en las ciudades, en los pueblos y en los campos asociaciones para la implantación de trabajos agrícolas; y que la ley se yerga inexorable y severa para castigar con mano fuerte y justiciera a esos especuladores, sin conciencia, que con sus contratos leoninos y de mala fe hacen del incauto cosechero un siervo eterno de sus avaricias. Haga sus esfuerzos el Gobierno y secúndelo el comercio para conseguir el establecimiento de un banco agrícola; hágase, en fin, todo cuanto tienda a dar impulso a la agricultura, para que la República vea cumplidas sus esperanzas de progreso y bienestar. El Eco de la Opinión, Núm. 888, 11 de julio de 1896.

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Otra vez sobre lo mismo

Como el predicador protestante, en dotes oratorias escaso, que domingo tras domingo martillea sobre el tímpano de sus flemáticos y amodorrales feligreses de la misma sempiterna bíblica disertación; de igual suerte nosotros desde este semanario, laico púlpito nuestro, fatigaremos la paciencia de los dignos concejales de la antigua e histórica ciudad de Santo Domingo de Guzmán, repitiendo lo que ellos y el pueblo comprenden tanto como nosotros, y es a saber: que el acueducto hace falta muchísima a la población, y que las calles no pueden permanecer por más tiempo en el lamentable estado en que se encuentran. Y si como el predicador citado, nosotros también, para robustecer nuestro tema, tenemos que echar mano de argumentos idénticos a los que en otras ocasiones hemos aducido, lo haremos en el convencimiento de que por repetidos y cansados no han de perder un ápice de solidez; y si nos oyen indiferentes los miembros del municipio y les causa fastidio y sueño nuestra prédica, como a los feligreses aquellos la oratoria del pastor, tesoneros y convencidos de que defendemos los intereses procomunales, seguiremos impertérritos amontonando razones y alzando el diapasón de nuestra eterna actividad y energía que de ellos espera el pueblo para ver realizadas las obras necesarias e indispensables al aseo, a la higiene, al ornato, a la comodidad, a la seguridad y a la utilidad de la común. Lo primero, y tal vez lo único, que de momento se opone a la ejecución de las empresas proyectadas es la carencia total de recursos pecuniarios; en efecto, el Ayuntamiento puede apenas sostener el alumbrado eléctrico y la caja comunal está aún anémica a causa 171

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de la copiosa sangría que para obtener los costosos aparatos de esa luz tuvo que sufrir. Empero, la honorable Corporación conserva ileso su buen nombre, gracias a los esfuerzos inauditos, a la energía y al civismo desinteresado y loable de los ediles actuales; ese buen nombre es una garantía de crédito y por lo tanto una fuente inagotable de recursos. Cuenta además el municipio, para emprender los trabajos mencionados, con la franca y decidida simpatía del presidente Heureaux y su gobierno, simpatía que ha de convertirse, cuando llegue el caso, en eficaz cooperación, pues se trata de la capital de la República que es de todos los asociados, y a cuyo auge y mejoramiento está el país entero obligado a contribuir. En ninguna población de las que componen la entidad dominicana pueden caber celos ni rivalidades mezquinas tratándose de la ciudad capital. Washington, metrópoli de la gran república de Norteamérica, obtuvo jurisdicción propia, merced a las generosas y patrióticas cesiones de los Estados circunvecinos; París, ese centro babilónico, orgullo de Francia y admiración del mundo, adonde afluyen las ciencias, las artes y la industria a tributar sus valiosas primicias, debe su engrandecimiento y su indisputable excelsitud al decidido empeño y propósito constante de los franceses todos. ¿Y por qué los dominicanos, tan orgullosos de su pequeña patria, y que son amantes del progreso, fáciles a la cultura, aficionados a lo bello y aspirantes entusiastas a la civilización, han de continuar indiferentes al estado de la capital de la República? Si los arbitrios que pueda crear el municipio no son bastantes a solventar los intereses y el pago de los empréstitos que levante para construir el acueducto y arreglar las calles, toca al Gobierno venir en su auxilio. Si para la instrucción pública cedió el derecho de patentes, ¿por qué no ha de desprenderse de algún otro provento para contribuir a la belleza y a las mejoras de la ciudad capital? Instruir al pueblo es el primero de los deberes de los gobiernos, eso es innegable; pero es deber también de los que dirigen los destinos de un país tomar a empeño que la higiene, el aseo, las comodidades y el ornato

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público, en los centros principales, garanticen la salud de los asociados y pongan de manifiesto su cultura. De seguro que no habrá esa población ni ese dominicano que lleve a mal que el Gobierno preste su contingente al municipio de Santo Domingo, para que la ciudad se levante al elevado puesto que a la capital de la República corresponde. El Eco de la Opinión, Núm. 889, 18 de julio de 1896.

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La Exposición de Bruselas

El jueves 23 de los corrientes quedó instalada la junta central, nombrada por el Poder Ejecutivo, para organizar y dirigir los trabajos de las juntas departamentales que han de recoger en sus respectivas provincias y distritos los artículos destinados a representar la República Dominicana en la Exposición Universal de Bruselas. Componen la junta los ciudadanos Casimiro N. de Moya, Fermín Goussard, José Ramón Abad, Francisco Aybar, Federico Henríquez y Carvajal, Hipólito Billini y José M. Pichardo B., Ministro de Correos y Telégrafos, presidente de ella. Para formar las juntas departamentales también ha escogido el Gobierno ciudadanos ilustrados y anhelosos del bien de la patria. No se omitirán esfuerzos ni gastos para que el país figure dignamente en el gran certamen que en el próximo año de 1897 abrirá la capital de Bélgica a las ciencias, a las artes, a la industria, a la agricultura y a todas las manifestaciones, en fin, de la inteligencia y del trabajo. Nuestro gobierno no ha podido permanecer indiferente a ese torneo de la civilización y el progreso, y sin detenerse a considerar la escasez de sus recursos pecuniarios, se dispone a sufragar los gastos que necesariamente ha de ocasionar al tesoro público la representación de la República en el noble concurso. Y merecedora del aplauso entusiasta de la ciudadanía es la conducta del Gobierno. Empero, no basta el aplauso, es indispensable secundar eficazmente el patriótico propósito. A nada conducirían el empeño del Ejecutivo y los esfuerzos de las juntas, si todos los hombres de buena voluntad no se deciden a cooperar también. 175

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Es una obra que redundará en bien del país y a todos nos toca contribuir a ella. El gobierno con solicitud paternal se ha puesto al frente del movimiento, nombrando las juntas que han de dirigirlo, estas, por su parte, trabajarán con tesón y energía para llenar su cometido. Toca a la prensa nacional hacer la propaganda, ilustrando a la ciudadanía. Poco acostumbrados nuestros agricultores e industriales a la exhibición en competencia de sus productos, necesitan de estímulo, instrucciones y ayuda, y es el periódico la fuente a donde acudirán en busca de los conocimientos e informes de que carecen. Responda, pues, el periodismo a la misión civilizadora que se le confía y tendrá la gloria de contribuir a una de las obras más dignas y patrióticas. Al agricultor, más que a ningún otro de los presuntos expositores dominicanos, deben dirigirse consejos y exhortaciones, porque la agricultura, venero principal de la riqueza de nuestro país, es la llamada a desenvolver en él las múltiples manifestaciones del progreso material y del adelanto intelectual de la moderna civilización. Sin perjuicios de nuestra incipiente industria, debemos empeñarnos en que los productos agrícolas tengan lugar preferente en el departamento dominicano de la exposición. Hágase el firme propósito de sembrar, cultivar, cuidar, cosechar y acondicionar los frutos que se han de exhibir y no habrá temor de fracaso; ellos vencerán en la competencia a los de la América toda. El café, el cacao, la caña y el tabaco que produce nuestro suelo, cultivados con esmero y cosechados en tiempo oportuno, no tienen superiores; solo el criminal descuido y la inconcebible desidia de cosecheros y exportadores podrían oscurecer las excelentes cualidades de esos frutos; pero si se atiende a ellos con la debida eficacia obtendrán los primeros premios y conquistarán para el porvenir mercados seguros y remunerativos. Nuestra industria, por su mismo estado embrionario, requiere también afanes y desvelos de parte de los industriales y la cuidadosa selección de las juntas. Todo cuanto se haga para producir el mejor artículo resultará de provecho al fabricante y de crédito al

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país. Empero, no nos cansaremos de repetirlo: a la buena clase del artefacto deben unirse la elegancia y la belleza del envase, en aquellos que lo exigen; la falta de estética en la forma y envoltura sería un demérito al valor intrínseco del objeto. La misma observación es aplicable, y con más razón, quizás, a los productos forestales. En efecto, ¿a qué conduciría exhibir pedazos groseros y toscos de madera bruta, por más que sean de excelentes condiciones para la construcción y la ebanistería, si la mano curiosa y experta del carpintero no los labra y pule para que luzcan a los ojos de las multitudes sus bellezas y cualidades? Teniendo en cuenta el objeto de las exposiciones, que es traer a lugar determinado diversidad de artículos para que en competencia unos con otros sufran el examen imparcial de jueces entendidos que han de premiar los mejores, es evidente que cada expositor se esmere en dar al artículo exhibido por él la apariencia más agradable y adecuada con el fin de que además de la buena cualidad que lo abona llame la atención por su forma y acondicionamiento; tengan en cuenta esa circunstancia los expositores dominicanos, no importa cuál sea la especie del producto que hayan de exhibir, y el éxito coronará sus aspiraciones. Durante el transcurso del próximo mes de diciembre deben ser enviados a la junta central los objetos que han de representar al país en la exposición; hay por lo tanto que empezar a trabajar desde ahora para que no quede deslucida la República; es punto de honra nacional y de provecho para todos. El Eco de la Opinión, Núm. 890, 23 de julio de 1896.

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El derecho al pataleo

El Listín Diario, apreciable colega nuestro, se preocupa demasiado de los ataques sistemáticos y repetidos que a la República Dominicana asestan ciertos periódicos españoles; y protesta enérgicamente contra los conceptos injuriosos que El Heraldo, de Madrid, en correspondencia del señor Bonafoux; Las Novedades, de Nueva York, al referirse al señor Prellezo; y El Porvenir, de Ginebra, con motivo de los cubanos que emigran a este país, lanzan en detrimento de nuestras instituciones, hábitos, costumbres y modo de ser político y social. Empero, nosotros que conocemos la vieja canción, y que, a fuer de ciudadanos libres e independientes, nos consideramos jugadores afortunados en el tablero político, nos sonreímos satisfechos y prestamos oídos de mercader a las impertinencias y denuedos, a las malas crianzas y groserías de los perdidosos por aquello de que el vencido debe ser sagrado, no estamos dispuestos a entablar polémicas con los periódicos que en España o en Cuba se propongan insultar al presidente Heureaux, a su gobierno y al pueblo dominicano. Para desmentir calumnias, para sonrojar difamadores, para poner de manifiesto la intriga y la mala fe, dejamos a la lógica elocuente e irresistible de los hechos hablar en nuestro favor. ¿No comprende nuestro apreciable colega el Listín que conviene a la política española, para mantener y justificar el sistema colonial en Cuba, hacer aparecer a la República Dominicana, pintándola con los más repugnantes colores, fijos tan solo en el premeditado e 179

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innoble intento de disuadirlos de sus constantes anhelos de independencia? Pues entonces, ¿a qué prestar oídos ni hacer caso a la impotente alharaca de los que, convencidos de su error, apelan al insulto y a la mala propaganda para desfogar su mal disimulado enojo? El presidente Heureaux no necesita defenderse de los ataques inusitados de aquellos periódicos. El gobierno español se ha encargado de desmentir las erróneas aseveraciones que contra él propalan, condecorándolo con la gran cruz de Isabel la Católica. Nuestro gobierno está muy por encima de las malignas acusaciones de unos cuantos insensatos que no conocen siquiera nuestra organización política; y el pueblo dominicano, independiente y digno, no se rebajará jamás a recoger los groseros epítetos de los envidiosos de su bienestar y prosperidad. La paz de que goza la República Dominicana, su mejoramiento, su adelanto moral e intelectual, sus instituciones liberales y democráticas, el respeto y la protección que ofrece al extranjero que se acoge a sus leyes, y la armonía y buena amistad que reina entre ella y las demás naciones, incluso la española, son la mejor protesta que podemos presentar a los que gratuitamente nos calumnian. Nuestro progreso y adelanto parece que no cuadra bien a los que pretenden sostener el sistema desacreditado del coloniaje, y no pudiendo negar que la República Dominicana marcha confiada, a la sombra de la paz, por los senderos de la civilización, desfogan en insultos y mentirosos conceptos la rabia que los consume al adivinar nuestra futura grandeza. Pero nuestro colega el Listín no debe preocuparse de esos desahogos, como ya lo dijimos antes, ni protestar, ni enojarse; el perdidoso es sagrado, no se le puede negar el derecho del pataleo. El Eco de la Opinión, Núm. 891, 1º de agosto de 1896.

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Dos años nada más bastaron para que el pueblo dominicano despertara a la realidad del hecho consumado, y viera con horror e indignación que de libre e independiente y dueño absoluto de sus destinos que antes era, había descendido a la miserable y degradante categoría de colono. Entonces contó, ardiendo en noble ira, las legiones de soldados aguerridos, vencedores en cien batallas a quienes tenía que oponer osada resistencia, soldados que llevaban en la frente, frescos aún, los laureles conquistados en su campaña de África, y los comparó sin asustarse al reducido grupo de combatientes que iban a desafiar a aquellos ejércitos disciplinados y fuertes que tenían por consigna el valor y la victoria. Examinó las armas que manejaban y vio sin inmutarse, que eran de sistema nuevo, superior en mucho al de las escasas y antiguas que poseía. Buscó pertrechos y no encontró, mientras a su vista desfilaban los carros atestados de municiones del dominador. Se registró los bolsillos y su indigencia no fue obstáculo a su fiereza; aunque contemplaba las pesadas arcas repletas del oro de la gran nación a quien iba a combatir. Tendió la mirada a los inmensos mares y sobre ellos no surcaba ni una sola navecilla que le perteneciera; mientras que el humo espeso y el silbato atronador de las escuadras del enemigo poblaban los espacios. Dejó oír su voz de pueblo oprimido ante las naciones del nuevo y del viejo mundo y las encontró a las unas hostiles, a las otras 181

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indiferentes, solo su vecina la pequeña República de Haití, su enemiga hasta entonces, creyéndose amenazada, quiso ofrecerle su concurso; pero temerosa del esforzado y poderoso contrario a quien enfrentaba tesonero el indómito dominicano, se conformó con demostrarle una simpatía platónica e inútil. El pueblo dominicano se encontró pequeño y débil, desarmado y sin pertrechos de guerra, pobre y sin ejército ni marina, sin un aliado, sin un amigo, sin una probabilidad a su favor, sin una voz que lo alentara, sin un eco simpático que repercutiera su angustia y su abandono en medio de los pueblos libres. Era un loco sublime que se arrojaba al abismo, era un mártir de la libertad que se sacrificaba en aras de ella; era el paladín abnegado y convencido que, por la patria amada, sin esperanzas de vencer, se lanzaba en busca de gloriosa y pronta muerte. Y se lanzó en efecto, el 16 de Agosto de 1863, solo, sin contar con nadie, sin mirar atrás, sin oír los consejos de la tímida prudencia, sordo a los fatídicos augurios de los que desde lejos contemplaban aquella heroica determinación, sereno y silencioso ante el desprecio y la jactancia de sus numerosos y potentes adversarios. Y se trabó la lucha sangrienta y desigual. ¡Cuántos hechos gloriosos, cuántas hazañas increíbles, cuánta abnegación, cuánto heroísmo, cuánto valor, cuánta constancia, cuánta astucia, cuánta resignación, qué de combates ganados que parecen fabulosos tiene que registrar con letras de oro en el gran libro de la historia patria, para honra de los dominicanos, el cronista de tan inmortal y titánica epopeya! Todavía no se conocen por la mayoría de la gente los detalles sangrientos y gloriosos de esa guerra sin ejemplo; se ignoran los percances atrevidos, las vicisitudes extrañas, las retiradas estratégicas, las emboscadas ingeniosas, los ataques repentinos y osados, las victorias espléndidas, obtenidas por el pequeño y resuelto grupo contra la adiestrada y fuerte columna, las marchas de rapidez inconcebible por entre montañas y breñales, la resistencia tenaz, el asedio constante, la perseverancia heroica, llevados a cabo por los patriotas dominicanos, en medio de la

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escasez, la miseria, el hambre, la desnudez y la falta absoluta de toda clase de recursos. No se han narrado todavía los sacrificios del pueblo de Quisqueya durante aquella santa cruzada, tales como: el desprendimiento de algunos ricos, dando a los patriotas todo cuanto tenían, el noble ejemplo de los propietarios aplicando ellos mismos la tea al hogar querido, levantado a costa de privaciones y trabajo, la abnegación sublime de la madre que ocultando sus lágrimas alentaba al hijo amado para que volara a la defensa de la patria, los pueblos y las ciudades incendiados por sus propios habitantes para que no encontrara albergue en ellos el ejército enemigo, el éxodo de las familias huyendo de los poblados a sufrir hambre y sed, enfermedades y muerte en el desierto bosque, para que se viera solo el intruso dominador, los inmensos hatos, que representaban la constante labor, la sufrida perseverancia y los solícitos cuidados de años enteros, puestos sin vacilaciones a disposición de los libertadores. Estro homérico necesitaría el poeta que cantara el valor y las proezas de aquellos combatientes extraños, sin instrucción y sin disciplina, héroes de la libertad, descalzos y casi desnudos, muchos de ellos llevando por arma una tosca lanza de madera, otros un machete, algunos una honda y los mejor armados, de dos en dos, mostrando orgullosos el antiguo y desvencijado fusil, falto de pedernal, con el que uno apuntaba mientras el otro aplicaba el tizón a la abierta cazoleta. Y aquellos infatigables adalides se multiplicaban y aparecían en todas partes: en el tronco del árbol, sobre las ramas, parapetados detrás de la alta piedra, en los ríos, en las encrucijadas, en los caminos, en los desfiladeros, en las sabanas, en las veras de los poblados, hostilizando, mermando y fatigando al desorientado ejército español. Y dos años nada más bastaron para que España despertara a la realidad de los acontecimientos y viera llena de indignación y despecho que el pueblo dominicano, a quien había rebajado a la miserable y degradante condición de colono, tornaba a levantarse

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triunfante a la categoría de nación libre e independiente. ¡Que son inútiles el valor y la fuerza y el oro contra un pueblo, por pequeño y pobre y débil que parezca, que se decide a morir en la contienda o conquistar atrevido sus derechos! El Eco de la Opinión, Núm. 893, 15 de agosto de 1896.

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El alumbrado eléctrico

Dos reformas importantes se imponen al alumbrado eléctrico de esta ciudad para su mejor organización y mayor economía de los fondos procomunales. La primera de estas reformas es la adquisición de otra caldera, o por lo pronto la de un condensador, a fin de evitar las frecuentes interrupciones en el servicio de la luz, pues sabido es que todos los meses se interrumpe el alumbrado durante tres noches para limpiar la caldera que sola funciona en la planta, y si es verdad que se aprovechan las noches de luna, sucede a menudo que esas mismas noches se vuelven nubladas y oscuras, quedando en tinieblas la población; esto en cuanto a las calles, que por lo que hace a las casas particulares, clubes, restaurantes, etc., tienen que apelar durante esas noches de interrupción a las lámparas de kerosene, haciéndose ilusorio y enojoso por demás el beneficio que, el dinero que se paga, da derecho a esperar de las incandescentes. La otra reforma, la más importante y urgente, es el cambio de los postes de madera por otros de hierro. De los 530 postes que sostienen los alambres del alumbrado muchos exigen ya composición y pronto tendrá el Ayuntamiento que emplear constantemente trabajadores para mantenerlos en estado de servicio, y eso sin contar con que cualquier día un ventarrón eche abajo la mitad de ellos. De todos modos, los arreglos que se les hagan responderán a la necesidad del momento, pues al cabo habrá que apelar a los postes de hierro y resultarán inútiles los cuidados que con ellos se tengan y malgastado el dinero que en ellos se emplee. 185

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Por mucha economía que se tenga costará por lo menos diez o doce pesos mexicanos la composición de cada poste de los que al presente tenemos, composición que, como ya hemos dicho, será pasajera, mientras que cada poste de hierro cuesta en los Estados Unidos de diez a doce pesos oro y con ellos tendremos garantizada la seguridad y duración del alumbrado. Por lo tanto, es nuestra opinión que antes de empezar a malgastar dinero en el arreglo de los postes, sería más económico y más prudente encargar a los Estados Unidos el número de postes de hierro necesarios para reponer aquellos que exigen ya una pronta reparación, y así con cada vapor pedir ocho, diez o los que sean indispensables. De esa manera se irían obteniendo insensiblemente los postes de hierro hasta quedar suprimidos por completo los de madera. Nadie nos negará que esos palos, largos, flacos, y desnivelados muchos de ellos, dan a la ciudad un aspecto muy poco agradable; pero podríamos hacer caso omiso de la estética si fueran seguros y duraderos, condiciones de que absolutamente carecen; ellos, por el contrario, empiezan ya a dar señales de deterioro y son una constante amenaza a la pública seguridad, si se considera que algunos de ellos, enclenques y flacuchos, sostienen, con transformador y alambres, más de doscientas libras de peso. No dudamos que el Honorable Ayuntamiento tomará en consideración las razones expuestas y, procediendo con su habitual energía, implantará las dos importantes y urgentes reformas que dejamos señaladas. El Eco de la Opinión, Núm. 894, 22 de agosto de 1896.

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Los restos de Colón

Anteayer, diez del corriente, se cumplieron diecinueve años del descubrimiento providencial de los restos del gran genovés en nuestra iglesia metropolitana. Como es costumbre en todos los aniversarios de ese fausto día, se exhibieron los venerandos despojos, custodiados por los miembros del Honorable Ayuntamiento, y por oficiales de la armada nacional en uniforme de gala, como un respetuoso tributo del gobierno a la memoria del Descubridor. Diecinueve años solamente han transcurrido desde esa fecha de gloriosa recordación para la República Dominicana y ya está próximo el día en que ella sola –pobre y sin grandes recursos– levante monumento digno y adecuado para el descanso definitivo de las preciadas reliquias. Cuatro lustros apenas cuenta la rectificación del error histórico que consignaba la Catedral de La Habana como depositaria de los codiciados despojos y ya los mismos que se empeñaban en negar la evidencia de los hechos, ofuscados por un amor propio exagerado y un mal entendido patriotismo, empiezan a ceder de su errada y torpe ceguera ante los luminosos resplandores de la verdad. Al reclamo de la Junta Colombina, pidiendo bocetos y modelos para la tumba del insigne Descubridor de América, el gran Almirante don Cristóbal, en la Catedral Metropolitana de Santo Domingo, han respondido los más célebres artistas de Francia, Italia y España, enviando modelos y bocetos en los cuales, la ejecución, en sus más insignificantes detalles, revela el convencimiento íntimo en aquellos inspirados artistas de que aspiran a la alta gloria 187

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de esculpir el monumento que ha de conservar definitivamente los verdaderos restos del escogido de Dios para completar el planeta. Votos conscientes, opiniones de suma importancia, son las reseñas que acompañan bocetos y modelos, en las cuales el lenguaje franco y espontáneo de los artistas que las suscriben no deja entrever la más ligera sombra de duda sobre la autenticidad del inapreciable tesoro que poseemos. Más que en ninguna otra reseña, más que en ningún otro modelo, campean en los de los eminentes artistas españoles Romeu y Carbonell, la inspiración y la fe de los convencidos. Estos artistas se apartan quizás en algunos detalles de las prescripciones reglamentarias de la Junta Colombina; pero en cambio, dando alas a la concepción estética que les inspira la creencia de que es a ellos, a dos españoles, a quienes cabrá la excelsa honra de ejecutar digno mausoleo para los restos de Colón, presentan modelo adecuado y elegante, bello y alegórico, y en consonancia con el estilo arquitectónico de la época del descubrimiento, ante los inteligentes jueces del concurso. Si la Junta se decidiera por la obra de Romeo y Carbonell, el monumento tendría, a más de su indiscutible mérito artístico, significación histórica de altísima trascendencia: España declarando a la faz del mundo, por medio del cincel privilegiado de dos de sus más ilustres artistas, en caracteres indelebles grabados en puro y blanco mármol, que los restos de Cristóbal Colón están en la Catedral de Santo Domingo. El Eco de la Opinión, Núm. 897, 12 de septiembre de 1896.

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Hierro

Vemos con pena y extrañeza la tendencia, cada día en aumento, que hay en el país de encargar al extranjero iglesias, teatros, depósitos, hospitales y otros edificios de hierro, con detrimento de los intereses de las corporaciones o individuos que tal hacen, y de los generales del país. En efecto, las construcciones de hierro no son las más apropósito para el clima tropical en que vivimos. ¿Quién no ha sentido el calor insoportable que producen los techos de las planchas corrugadas de hierro galvanizado? Pues figuraos un hospital, por ejemplo, con techo y setos y puertas y ventanas de hierro y concebid aquel infierno al medio día, en los meses caniculares; y lo mismo sucedería en la iglesia y en cualquier edificio en que hubiera que permanecer durante las horas recias del calor. En cuanto a los depósitos, no hay ese comestible, ni esa madera, ni ese artículo susceptible de descomposición que resista sin dañarse el encierro en ellos durante mucho tiempo. Y téngase en cuenta que el hierro tampoco es invulnerable al caldeamiento constante de nuestro blanco y ardiente sol y al azote de nuestras lluvias torrenciales. Resulta pues que lo que se cree economía al principio, fabricando de hierro, viene a ser pérdida efectiva al cabo de pocos años. Nada quedará más tarde de esas metálicas construcciones para hablar de progreso material del país a nuestros descendientes. Ni tienen ella estética, ni el arte arquitectónico les imprime carácter alguno que pueda servir de estudio a las futuras generaciones. Nada en ellas es nacional, ni siquiera la obra de mano. Son como árboles 189

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exóticos trasplantados a un clima que los rechaza; y para conseguirlos ha habido que desprenderse de capitales que a nadie han aprovechado en el país, porque se han ido para no volver más. Cada nación, cada departamento, cada pueblo en fin, utiliza, para sus necesidades, los elementos naturales que tiene a mano, dando así carácter distintivo a su alimentación, a sus brebajes, a su indumentaria, a su agricultura, a sus industrias y a sus edificios; proporcionando de esa manera trabajo a sus habitantes y una relativa distribución de riquezas. No vemos la necesidad de encargar al extranjero edificios de hierro teniendo en abundancia cal, arena, barro, piedras y maderas de construcción. ¿Por qué no aprovechar esos elementos? La mampostería resiste el embate de los siglos, la tapia se vuelve tan sólida como el granito, maderas tenemos que se petrifican. Más sabios y previsores nuestros antepasados nos legaron templos, palacios, edificios y casas que durante cuatro siglos han resistido la artillería del hombre y los efectos destructores del tiempo; y se conservan, muchos de ellos ilesos aún, dándonos muda, pero elocuente lección. Lo repetimos: el dinero que se emplea en los edificios de hierro es capital perdido para el país; en cambio, ¿a cuántas familias no sustentan las sumas que se invierten en las fábricas de mampostería? En ellas encuentran ocupación el albañil, el alfarero, el campesino, el carpintero, el herrero, el aprendiz de oficios, el peón, el pintor, el carretero y cientos de artesanos que llevan contentos y satisfechos el bienestar a sus hogares, con el fruto del trabajo honrado y ennoblecedor; y mientras tanto el dinero empleado queda circulando en el país y dando vida a la agricultura, a la industria, al comercio y a todos los factores del progreso. Creemos haber demostrado que por modo alguno conviene que se sigan importando edificios de hierro. El Eco de la Opinión, Núm. 898, 19 de septiembre de 1896.

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Otra vez

Se diría que nuestros colegas de la Capital no están de acuerdo con nosotros sobre el arreglo definitivo de las calles y la construcción del acueducto, puesto que han permanecido silenciosos a nuestro llamamiento, para que unidos emprendiéramos vigorosa e incansable campaña a favor de la ejecución de las importantes obras mencionadas. Duro y penoso nos es creerlo, pues siempre encontramos a la prensa abogando por los intereses generales del país y por el bien de la común; pero al ver la indiferencia con que responde a nuestro reclamo, no podemos menos de suponer que la prédica que venimos sosteniendo desde hace tiempo en pro de las urgentes mejoras que pide a gritos la ciudad, no ha encontrado eco simpático entre nuestros ilustrados colegas. Al llamarlos a nuestro lado para que unieran su voz autorizada a la nuestra y pidiéramos al municipio que tomara medidas prácticas y conducentes a la realización de un empréstito extranjero, como único medio para llevar a cabo el arreglo de las calles y la construcción del acueducto, fue porque creímos que ellos también opinaban como nosotros; y debimos creerlo así, pues ellos, a diario, llaman la atención del honorable sobre los charcos que se forman en tiempo de lluvia, o sobre el polvo que se levanta durante la seca. Y puesto que el Ayuntamiento no tiene dinero para emprender trabajos serios, suponíamos que al no haber otro medio sino el empréstito, los colegas, que lo saben, estaban por él y nos ayudarían a convencer a los dignos ediles de que cuando se echan en la balanza 191

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la salud y la seguridad del pueblo, nada pesan la delicadeza exagerada o el fundado temor. Lo repetimos: se nos hace duro creer que nuestros colegas nos dejen solos en la brega. No es posible que no unan sus esfuerzos a los nuestros para dar a la ciudad buenas calles y acueducto. La opinión pública está con nosotros; el país entero quiere que la capital de la República se levante a su merecida altura. Es una vergüenza que la ciudad más antigua, de las fundadas por europeos, que existe hoy en el Nuevo Mundo, la ciudad que fue cuna de la civilización de América, la ciudad legendaria de cuyo puerto partieron las naves conduciendo a los conquistadores de todo un continente, la ciudad histórica y orgullosa que ostenta, como testigos elocuentes y severos, edificios que presenciaron el cautiverio y muerte de la raza indígena, y que, atrevidos e inmutables, han resistido al rudo embate de los tiempos, para contar a las generaciones las crueldades de la avasalladora civilización que se impone y los sufrimientos de la inocente barbarie que sucumbe, la ciudad, en fin, que guarda solícita las cenizas venerandas del genio portentoso que concibió y descubrió la existencia de un mundo, permanezca descuidada, falta de aseo, falta de higiene, falta de seguridad, falta de belleza y falta de comodidades. Deber del municipio, deber del Gobierno, deber de la República entera, es contribuir a su mejoramiento. ¿Qué importan empréstitos, qué importan sacrificios, cuando se trata de nuestro decoro, de nuestra cultura, de nuestro buen nombre y de nuestra dignidad? Pobre idea tendrá de nosotros el extranjero al mirar el poco cuidado que tenemos de la noble e ilustre ciudad que nos cupo en patrimonio. No merecemos por cierto ser dueños de la que fuera Atenas del Nuevo Mundo, si no sabemos levantarla al alto puesto que la historia y la civilización le tienen reservado. El Eco de la Opinión, Núm. 903, 3 de octubre de 1896.

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La Iglesia de Macorís

El presidente Heureaux, atento siempre a las necesidades del pueblo, y el primero siempre en acudir a prestar valioso contingente para toda obra de progreso o de perentoria necesidad, ha ofrecido a San Pedro de Macorís, con una espontaneidad digna de aplausos, una Iglesia de hierro, en sustitución de la madera destruida por el fuego. Puede Macorís consolarse de la pérdida de su templo, el Presidente cumplirá su promesa, y no pasará mucho tiempo sin que los fieles de aquella floreciente ciudad vean levantarse el nuevo edificio. Empero, nosotros nos vamos a permitir algunas observaciones que tal vez no sean desatendidas por el general Heureaux, cuyas ideas progresistas y decidido interés por todo lo que redunde en bien del país, son proverbiales. Las construcciones de hierro, como ya lo hemos probado en uno de nuestros anteriores artículos de fondo, no son de las más adecuadas para nuestro país, ni tienen tampoco ventaja de ser duraderas. Ellas, por el contrario, son las que más sufren y se deterioran al embate atmosférico de nuestro clima. Tampoco las abona la belleza estética; ni la arquitectura encuentra en ellas campo fecundo donde implantar sus grandiosas concepciones. El costo mismo de las fábricas de hierro resulta excesivo si se tiene en cuenta el tiempo, relativamente corto, que han de durar. Económicamente consideradas, ellas contribuyen a empobrecer el país, puesto que, compradas en el extranjero, el capital en ellas empleado es riqueza pública que se aleja para no volver jamás. 193

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Las leyes de la higiene las rechazan en absoluto. Son enemigas declaradas de la salud. No son nada confortables. Son hornos durante el día y refrigeradores malsanos por la noche. El pueblo no las ama, porque esas fábricas son como extranjeras extravagantes, mudas y sin expresión, que nada le dicen de nuestra historia, de nuestras glorias, de nuestras luchas, de nuestras artes, de nuestros trabajos y afanes, de nuestro carácter, de nuestro clima y de nuestro suelo. El operario las mira con disgusto y extrañeza, y, sin darse cuenta, las sustituye en su imaginación por la sólida, elegante, imponente y apropiada construcción de mampostería. Esa fábrica, esa es la única verdadera y genuina fábrica nacional. Ella es la que habla nuestro idioma y nos da cuenta de las edades que fueron, y les relatará a nuestros nietos la historia, los hábitos, las costumbres, las aspiraciones, las tendencias, el carácter, el progreso y las energías de los tiempos que son. El pueblo las amasa con el sudor fecundo del trabajo honrado y las ama, porque ellas dan el sustento y la alegría a sus hogares. El dinero en ellas empleado es lluvia de oro que se deshace en reguíos que dan cosecha abundosa a todas las pequeñas heredades. Todo en ellas es criollo. Nada o casi nada, hay que comprar fuera; todo lo tenemos a mano: cal, arena, barro, piedras, ladrillos, maderas. Cada edificio de mampostería que se levanta representa un templo donde se rinde culto a la paz, al trabajo, al orden, a la economía y al patriotismo. En él caben holgadamente, como en colmena laboriosa, el arquitecto, el ingeniero, el maestro de obras, el albañil, el carpintero, el herrero, el pintor, el aprendiz de oficios, el peón, el carretero, los quemadores de cal, los boyeros que la conducen, el alfarero, el campesino que derriba los corpulentos árboles para labrar la viga, y cientos otros caballeros del trabajo que llevan a sus hogares el

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bienestar, sin que el país se empobrezca de un solo centavo; quedando en cambio un monumento más a la pública riqueza. Y si tantas ventajas traen al país las fábricas de mampostería, y tantos inconvenientes las construcciones de hierro, ¿por qué no nos decidimos por las primeras? El presidente Heureaux, tan entusiasta por todo aquello que contribuye al engrandecimiento de la República, y hombre de elevado criterio, accesible a las ideas de progreso, meditará sin duda el alcance de nuestras leales y francas observaciones, antes de decidirse a fabricar de hierro la iglesia de Macorís. El Eco de la Opinión, Núm. 902, 17 de octubre de 1896.

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Tema obligado

A menudo los diarios de la localidad llaman la atención del ilustre Ayuntamiento sobre el charco en la calle tal, sobre la zanja en la calle cual, sobre el lodazal en esta, sobre el pedazo intransitable de aquella; y el honorable, atendiendo a esos clamores, manda a echar carretadas de cascajo que cegando un hoyo o un chaparral, van a formar nuevos fangales y nuevos charcos a poca distancia de los cegados; y es natural y lógico que así suceda, pues no habiendo sistema de drenaje las aguas tienen que estancarse en alguna parte. Pero el Ayuntamiento no puede hacer más de lo que hace; cada vez que se lo permiten los compromisos a que tiene que atender, cercena de sus escasos recursos una pequeña suma y la emplea en cegar charcos y hoyos. Y así sucederá por los siglos de los siglos, mientras no se decidan municipio y Gobierno al arreglo definitivo de las calles. Y si loables y atendidos a veces son los clamores de nuestros colegas diarios, no producen, sin embargo, sus quejas el resultado de desear, como queda demostrado. ¿Por qué entonces no nos unimos todos los periódicos de la localidad y emprendemos constante y tesonera propaganda a favor del acueducto y arreglo de las calles? Si todos estamos concordes en que el estado actual de las vías públicas es una perenne amenaza a la salud del ciudadano y un desdoro a nuestra cultura, ¿por qué no exigir el arreglo de ellas? ¿A qué conduce cegar un charco que a pocos días se ha de formar en otra parte? ¿Para qué gastar dinero inútilmente? Vamos de una vez a emprender trabajos serios y estables y demos a la ciudad calles dignas de ella y a los habitantes un acueducto que responda a las 197

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exigencias de higiene, aseo, salud, comodidad y seguridad de la población. Desde este semanario, repetidas veces, aduciendo razones y amontonando argumentos sólidos e irrefutables a favor de nuestro tema, hemos alzado la voz para pedir al ilustre Ayuntamiento que emprenda ya los trabajos de esas obras de imprescindible necesidad. Y sordo ha permanecido el ilustre a nuestras francas y leales exaltaciones, y oídos de mercader ha puesto también el Gobierno, de quien hemos solicitado ayuda para las indicadas mejoras. Con una insistente tenacidad, digna de mejor éxito, hemos señalado todas las desventajas que nos traen la falta del acueducto y la pésima condición de las calles; y firmes en nuestro tema, y convencidos de que trabajamos en bien de los intereses procomunales, hemos enumerado los beneficios que a la ciudad reportarían las obras públicas por cuya pronta ejecución abogamos. Hemos hecho más en nuestro afán de verlas realizadas al aconsejar un empréstito suficiente a implantar las mejoras mencionadas y otras que el ornato y la higiene pública requieren. Hemos recordado a los ediles de la ciudad que los municipios de todas las capitales del mundo han apelado a los empréstitos para dotarlas de aquellas obras necesarias al público bienestar, y al ornato y a la belleza, que también son parte, no pequeña, de las condiciones higiénicas y salubres de una población. Empero, todo ha sido inútil; nuestra prédica no ha dado hasta ahora resultado alguno. La honorable Corporación, apática o pusilánime, no ha abordado de lleno la cuestión del empréstito; y no es ciertamente discurriendo sentados en sus poltronas como los ediles van a conseguirlo. Ya es tiempo de tomar medidas efectivas y prácticas; no caben vacilaciones ni temores pueriles, ni delicadezas excesivas, cuando se trata de la salud pública. Hay que decidirse a votar la suma necesaria para que vaya a Europa un comisionado entendido, con instrucciones claras y poder bastante, a fin de negociar las cantidades suficientes a la realización de las obras y mejoras de que venimos ocupándonos.

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Las calles no pueden permanecer por más tiempo en el estado lamentable en que se encuentran y la ciudad no puede prescindir ya del acueducto. El polvo, que durante la seca se levanta en espesos remolinos, pone en constante peligro la salud del ciudadano, y amenaza la vida de los niños; en tiempo de las lluvias los aguaceros forman chaparrales de aguas corrompidas, en donde miríadas de gérmenes deletéreos y dañinos preparan el paludismo, el tifus y cien otras enfermedades… A pesar de no haber alcanzado nada todavía no nos confesamos vencidos, y triunfaremos al fin, si nuestros colegas locales se unen a nosotros, y juntos emprendemos vigorosa campaña. Sea de hoy más la construcción del acueducto y el arreglo de las calles nuestro tema obligado. El Eco de la Opinión, Núm. 903, 24 de octubre de 1896.

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Empréstito municipal

Antes de contestar a nuestro ilustrado colega el Listín Diario el artículo que titula “Los puntos sobre las íes”, debemos aclarar el error en que incurre al suponer que tildamos a la prensa local de poco entusiasta por los intereses generales, pues jamás fue nuestra mente lanzar semejante acusación a nuestros colegas. Si el Listín vuelve a leer nuestro artículo “Otra vez” verá que declaramos que: “siempre encontramos a la prensa abogando por los intereses generales del país y por el bien de la común”. Hecha esta aclaración, entremos en el asunto. Nosotros no hemos dicho, como lo asegura el colega, que solo un empréstito salvaría la situación del municipio. Simplemente hemos señalado la contratación de un empréstito como el medio más eficaz y pronto para arreglar las calles y construir el acueducto. Hay pues una gran diferencia entre una cosa y otra. Tampoco ha sido la situación económica del Ayuntamiento el tema de los artículos que hemos venido publicando. No hemos hecho otra cosa que pedir dos mejoras indispensables para la ciudad, y como el municipio no tiene ahora, ni tendrá luego, fondos suficientes a su disposición para llevarlas a cabo, señalamos, como único medio de realizarlas, un empréstito extranjero. Empero, nuestro tema constante, nuestro principal objetivo ha sido y es dar a la capital de la República un acueducto y buenas calles, y a ese fin llamamos a nuestros colegas a que nos ayudaran con su ilustración y buena voluntad, suponiendo que ellos, 201

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como nosotros, anhelan el mejoramiento de la ciudad. En cuanto a la contratación de un empréstito, como medio de lograrlo, por nosotros indicado, está de más decir que si nuestros compañeros en la prensa ven otra manera más fácil y segura, más económica y conducente para proveer los fondos necesarios a la más pronta realización de las mejoras mencionadas, seremos los primeros en abogar por ella. Mientras tanto, seguiremos aconsejando el empréstito a los dignos ediles de la ciudad, empréstito que, como ya lo hemos dicho más de una vez, se dedicará sola y exclusivamente al arreglo de las calles y construcción del acueducto. Y volviendo al artículo de nuestro apreciable colega el Listín, debemos confesarle que no encontramos punto alguno de comparación entre las cuantiosas sumas, que para construir ferrocarriles inútiles tomara la República Argentina, ni las que contratara para el fomento de la agricultura y otras obras, con la moderada cantidad que necesita el municipio de Santo Domingo para atender a dos mejoras de imprescindible necesidad y sin las cuales no puede pasarse ya la población. Por lo que hace a las garantías que ha de ofrecer el Ayuntamiento y las condiciones en que deba contratarse el empréstito, hemos ilustrado bastante el punto en pasados editoriales; y si el inteligente colega a quien contestamos piensa un poco recordará que una vez publicamos un artículo titulado “Tendremos acueducto”, que reprodujo El Imparcial, en el cual demostrábamos que el mismo acueducto sería la garantía de la suma que se tomara a préstamo para construirlo. Para las calles tendría el Ayuntamiento el recargo municipal y algún provento de que se desprendiera el Gobierno con el fin de ayudar al pago de los intereses y amortización del capital. Y nada más justo que el Gobierno contribuya a las obras públicas de la ciudad, que es el asiento de los altos poderes y el centro más importante del país por su condición misma de capital de la República.

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Y cuenta que no proponemos nada nuevo al señalar la contratación de un empréstito municipal con el objeto de realizar obras de indiscutible necesidad; todo lo contrario, el empréstito es ya expediente de que echaron mano todas las ciudades importantes de Europa y América para llevar a cabo empresas de reconocida utilidad. ¿Quién ignora que todas las capitales de Europa deben su adelanto, sus mejoras y su embellecimiento a los empréstitos? ¿Y no sabe todo el mundo que Nueva York, Boston, Filadelfia, Washington, San Luis, Chicago y demás ciudades de los Estados Unidos han contratado empréstitos para construir buenas calles, y plazas y acueductos y otras obras necesarias para la higiene, la comodidad y el ornato? Las grandes poblaciones de nuestra América han apelado al mismo recurso. ¿Será la ciudad de Santo Domingo, capital de la República Dominicana, la única que permanezca falta de agua y con calles intransitables? Es que parece imposible que nada se haya hecho hasta ahora para mejorar la ciudad. No se comprende cómo han podido permanecer las calles en el estado en que están, ni cómo el acueducto no se haya construido. La situación económica del municipio no puede ser hoy obstáculo a la realización del empréstito como lo insinúa el Listín. Justamente hoy goza de más crédito que nunca el ilustre Ayuntamiento, y le será fácil contratar las sumas que necesita para las proyectadas mejoras. A menudo ha tenido que efectuar empréstitos más o menos importantes la honorable Corporación para atender a las atenciones más perentorias, y sabido es que ha tenido que pagar 2% de interés mensual, sacrificando sus bonos a primas ruinosas. ¿Por qué entonces vacila en contratar un crédito al 6% de interés al año con una prima de 15 a 20 por ciento? Y para concluir: si nuestro ilustrado colega el Listín Diario está de acuerdo con nosotros en que se deben arreglar las calles y construir el acueducto, y no cree que el empréstito es el

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medio mejor para realizar esas obras, ¿qué otro medio propone el colega? Nuestro anhelo, como ya lo hemos dicho, es que la ciudad no permanezca por más tiempo falta de las mejoras que su cultura y el aseo y la higiene y la salud y la comodidad requieren. El Eco de la Opinión, Núm. 905, 7 de noviembre de 1896.

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Calles y acueducto

A juzgar por el artículo inserto en El Heraldo Español, del 7 de noviembre, suscrito por don J. R. Abad, es una locura pensar en el arreglo de las calles y construcción del acueducto. El articulista se muestra tan pesimista y abulta tanto las dificultades, que a cualquiera menos convencido que nosotros, haría caer en el desaliento y echar tierra al asunto. A juicio de nuestro ilustrado contendiente, es mucho madrugar hablar de empréstito, puesto que no se sabe que se necesiten para algo concreto y determinado. En este último párrafo el articulista se contradice: El mismo afirma que creemos que las calles se pueden arreglar y el acueducto construirse con un empréstito extranjero; ¿puede haber algo más concreto y determinado? Estamos perfectamente de acuerdo en que debemos empezar por establecer un buen sistema tributario en el cual cada uno contribuya según aproveche. No ignoramos tampoco que deben hacerse estudios preliminares y presupuestos para las obras por las cuales abogamos; y nada de nuevo nos dice el señor Abad al recordarnos que las obras de ingeniería son siempre muy costosas, y que no debemos fiarnos de los presupuestos de gastos que se establezcan. Nada, pues, tenemos que objetar a sus juiciosas observaciones. De las preguntas que hace sí tenemos que resentirnos, pues vemos en ellas, no ya el deseo de edificar respecto de la proposición hecha por nosotros para acogerla o rechazarla, sino la intención de presentar el proyecto de empréstito como cosa monstruosa y además inclinar la opinión pública a desoír nuestra prédica franca y leal a favor 205

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de las dos obras que motivan la controversia. Por lo que hace al empréstito, ya lo dijimos: si hay otra manera más pronta y eficaz, más práctica y conducente a dotar la ciudad de un acueducto y de buenas calles, seremos los primeros en desecharlo y en decidirnos a favor de lo que se proponga. Con respecto de la idea manifiesta del señor Abad, es decir, traer a los ánimos el desaliento, tratando de demostrar la imposibilidad de llevar a cabo las mejoras indicadas, no cederemos jamás, y estaremos siempre en la brecha, combatiendo toda insinuación que tienda a dejar de la mano un asunto que consideramos de honra nacional y de imperiosa necesidad para la salud pública. Nos pregunta don José R. Abad si sabemos la enorme suma a que ha de ascender el empréstito, y a poco nos habla de un millón de pesos mexicanos. ¿Y a eso llama enorme suma nuestro ilustrado contrincante? ¿Que de dónde han de salir los dineros para la amortización y los intereses? Si vamos a pagar $240,000 al año de interés, ya se supone que no podría el Ayuntamiento atender a tan crecida suma; pero es que don José R. Abad habla de los tipos de intereses que aquí se usan, queriendo olvidarse que hablamos, él y nosotros, de un empréstito extranjero; y el señor Abad, de cuyos artículos sobre moneda y otras materias tanto hemos aprendido, sabe demasiado que en Europa se consiguen empréstitos al 5 y 6% de interés al año. Don José Ramón tampoco ignora que el fondo de amortización se puede contratar a razón de 2% al año. En cuanto a las garantías para el empréstito y amortización e intereses del mismo, hemos indicado en nuestro artículo “Empréstito municipal”, lo que creemos más justo y conveniente. Nuestro apreciable colega el Listín Diario nos pide más detalles acerca del asunto; trataremos de complacerlo en una de nuestras próximas ediciones, y tal vez entonces nuestro entendido interlocutor don José R. Abad no encontrará tan fuera de lo posible el arreglo de las calles y la construcción del acueducto. El Eco de la Opinión, Núm. 906, 14 de noviembre de 1896.

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Empréstito municipal

Cumple a nuestro deber, ya que en el número anterior de este semanario ratificamos los tres artículos que acerca del empréstito municipal publicó nuestro colega muy estimado el Listín Diario, emitir algunos conceptos hoy, pues para ello nos faltó espacio el sábado pasado, sobre este interesantísimo asunto que en la actualidad ocupa en gran manera la atención del pueblo y muy particularmente la de no escaso número de individuos, cuyo alivio monetario depende de la pronta solución del problema que nos ocupa. Y decimos que cumple a nuestro deber emitir algunas ideas a este respecto, porque además de que es obligación nuestra cumplir con religiosidad extrema los fines que siempre ha perseguido El Eco de la Opinión, sosteniendo por encima de toda preocupación, los principios doctrinarios en que él se inspira, no permaneciendo en silencio, que a todas luces habrá de ser reprobable tratándose de los intereses de la Común, habiendo nuestro querido colega El Teléfono combatido esos tres artículos que nosotros no tenemos inconveniente alguno en hacer nuestros, es natural que digamos por qué los hemos ratificado. Si no bastan para convencer a El Teléfono de que el Municipio debe cuanto antes dar cumplimiento a su resolución, la idoneidad del actual personal del Honorable y la situación angustiosa por la cual atraviesan, no solo los maestros de escuela, sino todos, absolutamente todos los empleados municipales, hemos de agregar que la realización pronta de tal empréstito es una necesidad que el 207

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Ayuntamiento viene sintiendo, no tan solo para dejar ancho campo de acción a los ediles venideros, sino también para asegurar el crédito de que goza en el exterior. No escapará a la inteligencia menos clara que el crédito que tiene el Municipio en la casa de Nueva York que despacha los pedidos de todo aquello que el alumbrado eléctrico reclama, es un crédito que ha de estar en condiciones de utilizarse en todo momento, por lo que debe estar siempre debidamente atendido; y puede resultar que la casa de referencia no despache algunos pedidos del Municipio, si no está expedito ese crédito, y los cuales pedidos son de urgente necesidad. Pedir que sean estos o los futuros regidores los que resuelvan la situación económica del Municipio es pedir, en suma, la misma cosa. El Ayuntamiento en sí no es más que uno, que comenzó con el pueblo y acabará con el pueblo, y que en ninguna manera, en ningún orden de ideas ni desde ningún punto de vista, será obra de autor extraño para unos regidores, la obra que reciban de manos de aquellos que les antecedieron. Y no se diga, porque no es argumento, que el tipo de interés mensual, 2 por ciento, que se va a pagar sobre la suma a que monte el empréstito es sumamente crecido. A ese tipo toman todos hoy dinero prestado, ese es el tipo corriente, y si no lo fuere, no daría, en nuestro concepto, materia para discusión. Indíquese a alguien que apronte el capital y que cobre menos, que a ese se le tomará. ¿Puede El Teléfono asegurar que no haciendo el empréstito se ponen completamente a flote la Caja Municipal y el crédito del Municipio? ¿Podría asegurarse que de no hacerse el empréstito se deduzca el que no se repita en el mañana la situación que lamentamos? ¿Podría asegurarse que los regidores que vienen van a resolver el problema, satisfaciendo –cuanto antes– las deudas del Municipio y asegurándole su crédito al empréstito? Asegurado esto, y haciendo caso omiso de que esas deudas se irán haciendo mayores, y del perjuicio que el crédito exterior del Municipio sufriría en el tiempo que falta para que los nuevos regidores entren en función, asegurado esto, rectificaremos nuestras conclusiones, o también en

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el caso en que haya alguien que presente mejor manera de resolver la situación económica. De no, abogamos porque los actuales ediles den cumplimiento a lo resuelto, contrayendo el empréstito que, quizás si al personal futuro del Cuerpo edilicio no le será tan fácil realizar. El Eco de la Opinión, Núm. 909, 5 de diciembre de 1896.

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Adelante

El espíritu del bien está con nosotros; se ha encarnado como don divino en nuestros corazones, y ha convertido a cada individualidad humana en factor indispensable y voluntario para llevar a la Patria por el camino del bien, siguiendo las huellas dejadas por las naciones que se antepusieron en encaminarse hacia el progreso. Al impulso del esfuerzo individual que todo lo puede y lo realiza venciendo todos los obstáculos, abriéndose campo en medio del oscurantismo, como la nave que rompiendo las olas se abre paso para seguir la ruta que la ha de conducir a su destino, luchamos con fe y sin miedo, con el alma tranquila y la conciencia honrada por alcanzar ese progreso bienhechor, ese grado de adelanto que recomienda la importancia de los pueblos, y que en todos los lugares del planeta ha convertido al hombre, de ente miserable que era, en verdadero rey de la creación. Afortunadamente para nosotros, esa cultura que anhelamos se muestra ya ostensible en ciudades y pueblos, y pone a nuestra joven república al lado de las naciones civilizadas. El vapor, la electricidad y el telégrafo nos han visitado, han ocupado puesto entre nosotros como huéspedes bienhechores, y mientras ellos se encargan de mostrar nuestro adelanto a los demás lugares del orbe, la agricultura se ensancha, la instrucción se desarrolla como por encanto, y educa e ilustra las conciencias; en la ciudad se fabrican casas y se construyen parques y en cada pueblo se inicia y se realiza un hecho para contribuir con su parte de bien al progreso general de la República. 211

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Estas reflexiones nos las sugiere la realización de una de las obras más importantes de que ya han hablado no pocos periódicos nacionales y extranjeros: el ferrocarril central de Puerto Plata a Santiago. Pronto, muy pronto, tendrá efecto la inauguración de este vocinglero del progreso en los lugares del Cibao, inauguración que hará que se vuelva a entonar con más alegría en el corazón, con más satisfacción en el alma y con más serenidad en la conciencia, el hosanna ya entonado por la mayoría de nuestros compañeros. El Eco de la Opinión, que permanecía en silencio, felicita hoy –tal vez no tarde– a los pueblos del Cibao donde va a brillar ostensiblemente esta manifestación elocuente de progreso y se enorgullece con toda la República, que le abre de par en par sus puertas, bendiciendo los esfuerzos unificados por el amor al trabajo y a la tranquilidad nacional.

Maceo y Francisco Gómez Maceo ha muerto, eso nos dicen las últimas noticias, verídicas o no, que el telégrafo nos ha transmitido desde los campos de Cuba, ensangrentados por la hirviente lucha de los opresores con los que han expuesto sus vidas a la obediencia del credo de sus honradas conciencias. A esa noticia, ha brillado la alegría en algunos rostros, y hanse dibujado en los más la justa tristeza del que ve empañadas allá en lejanos horizontes sus consoladoras esperanzas, como si vieran en esa caída la imposible salvación de los más humanos principios. Sin embargo, mientras los unos ven en la muerte heroica del hombre abnegado, la victoria de los opresores, los otros, aunque con el alma helada, con el corazón lleno del más profundo desconsuelo, pero con fe en la realización de la obra más levantada y la más justa, ven en ello la gloria del que consagró sus fuerzas a la defensa de la libertad hasta regar con su sangre el suelo de la patria. Francisco Gómez, el joven suicida por no caer en manos de sus enemigos o por no consentir que se le arrancara el cadáver de su

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compañero, el joven de indomable energía, de valor heroico y de resolución violenta y gloriosa, personifica en su arrebato el amor a la libertad, la dignidad individual y el más precioso de los ideales que pueden encarnarse en el espíritu humano. ¿Será cierto que hayan caído para no volver a levantarse estos dos elementos consagrados a la libertad de su patria, y cuya memoria, a ser cierta la caída, antes que desfallecer a los que trabajan en igual sentido, les infundirá más aliento y enardecerá sus corazones? ¿Quién lo sabe…? Pero si la confirmación de los hechos viniere a acabar de sumir en honda melancolía a los hermanos de las víctimas y a los defensores con la palabra, de los principios que por no tener patria determinada están en todos los corazones y en todas las conciencias, en cambio, al patriótico recuerdo de esos redentores de su patria irredimida, descollarán sus figuras unidas a las de los grandes defensores de los pueblos esclavos, en el corazón de sus admiradores y en los anales de la historia… El Eco de la Opinión, Núm. 910, 12 de diciembre de 1896.

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El Cable

Acaba de entrar la importante y popular hoja periódica cuyo nombre sirve de epígrafe a estos renglones, en el quinto año de su fundación. Cuatro años ha que la buena voluntad de un individuo, su amor al trabajo y sus anhelos por la prosperidad de su patria le impulsaron a fundar ese periódico, consagrando todas las energías de su corazón, y todas las fuerzas de su espíritu a la defensa activa de los derechos e intereses del pueblo, ora en el orden político como en el jurídico, agrícola o comercial. Justo es que dediquemos algunas líneas al interesante colega con quien siempre hemos estado en cierta comunidad de ideas y pensamientos y que tengamos para él una palabra de amor en los labios, alguna frase alentadora que infunda fe en el alma que lo sustenta y le da vida, y que acaso pueda hacerle recobrar nueva esperanza para que, desoyendo en su gloriosa lucha las destemplanzas de criterios enfermos, la contiene con el mismo valor moral, con la misma integridad en sus principios, y con la misma energía y virilidad con que hasta aquí ha defendido sus ideales, ya que no hay –aunque debiera haberlas– muchas almas iguales o de tendencias parecidas. Si la conciencia de los buenos se tranquiliza ante el deber cumplido, si el alma de los amantes del trabajo honrado, de la prosperidad de la patria y, en una palabra, del bien de toda la humanidad, siente dulces emociones y se satisface ante la realización del ideal que antes soñara, nuestro estimado y queridísimo colega El Cable debe sentir satisfecho esas emociones, esa tranquilidad de espíritu 215

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que es natural y justo encuentre cabida en los corazones de los que hacen en poco tiempo, más, infinitamente más de lo que pudiera exigírsele. Y es natural y justísima esa satisfacción procurada por el cumplimiento fiel de los principios de su doctrina, porque ¿acaso han intentado recoger como fruto de sus notables esfuerzos los que se consagran a una empresa tan poco lucrativa pero enaltecedora, aparte de algunos aplausos, otra cosa que esa satisfacción a que nos hemos referido? En todas las épocas, y más que en todas las épocas en todas las edades, desde que la humanidad comenzó a tener benefactores, la ingratitud ha sido el primer sentimiento que ha ocupado puesto en el corazón de la mayoría de los hombres, distinguiéndolos por su indolencia para el trabajo, por el amor a la codicia, por su tendencia a la maldad y por su ensañamiento contra todo credo y contra todo principio enaltecedor de la personalidad humana. Pero, por esta misma falta inexplicable de correlación entre los elementos que debieran unificarse para los benéficos fines que las naciones han de menester, por esta misma falta de identidad en los sentimientos de los hombres y por este mismo ensañamiento de las almas enfermas contra todo principio honrado, es más digna la misión del que busca el bien para su patria, a sabiendas de que solo va a obtener como recompensa la satisfacción en el alma y el aplauso de un puñado de buenos. Por eso, y porque siempre ha defendido sus principios doctrinarios con fe sincera y con virilidad ejemplar, sin descender nunca al estercolero de las pasiones mezquinas a que descienden los que no son capaces de comprender la importancia de su ministerio, es más enaltecedora y digna de calurosos aplausos la misión que entre nosotros se ha impuesto el importante semanario macorisano. ¿A qué citar las buenas causas que ha defendido desde su aparición en la prensa nuestro apreciado colega? Aparte de otras muchas obras de bien, ¿no está dando testimonio elocuentísimo de los esfuerzos de El Cable la línea telegráfica que va de esta capital hasta la metrópoli del Este?

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La inteligente colaboración de los hermanos Deligne, honra de las letras nacionales, ¿no justifica acaso el alto valor de ese semanario? Pero, no hay para citar pruebas que demostrar la importancia del colega, cuando todos la hemos reconocido. Y al entrar El Cable en el quinto año de su fundación, El Eco le envía sus más calurosos parabienes deseando que conserve por siempre el distinguido puesto que ha sabido conquistarse en la prensa. El Eco de la Opinión, Núm. 911, 19 de diciembre de 1896.

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Reflexiones

No es nuestro ánimo tomar parte en la importante polémica que sobre cuestión monetaria vienen sosteniendo hace algunos días los ilustrados escritores don J. R. Abad y don F. Leonte Vásquez. Ni somos nosotros los llamados a dictar nuestro fallo en tan interesante discusión, ni podríamos hacerlo, si tal intentásemos, en atención a que, por no haber leído todos los artículos a que ha dado materia dicha polémica, no estamos de ella completamente enterados. Pero, acostumbrados a comparecer siempre a donde se nos llama, e impuestos de los artículos que a este mismo respecto ha escrito en los últimos números de El Teléfono el señor A. Recio Amiama y en los cuales manifiesta que toda la prensa debiera tomar parte en asuntos de tanta trascendencia, venimos hoy a tratar de emitir las reflexiones que esto nos ha sugerido, hablando en tesis general y sin las miras de que nuestra prédica vaya a robustecer las razones de uno a otro contrincante. Dos escuelas se disputan el dominio de la ciencia económica: el monometalismo y el bimetalismo. La primera proclama como verdad inconcusa, la necesidad de adoptar como base del sistema monetario –dicen los partidarios de esta escuela– o darle a un solo metal el poder liberatorio, o establecer entre los dos metales una relación de valor inalterable, lo cual es contrario a la naturaleza de las cosas. En efecto; con el bimetalismo hay que hacer lo que ha hecho Francia, ponemos por caso: determinar que un gramo de oro equivalga a 15¢ gramos de plata. Pero ¿las causas que influyen en la abundancia del oro y de la plata son las mismas y se presentan siempre simultáneamente? Indudablemente que no; y he ahí uno de los escollos con que 219

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tropieza el bimetalismo. Si las causas que influyen en el oro fueran las mismas que influyen en la plata, y si esas causas se presentaran siempre a la vez, claro que podría establecerse una relación entre ambos metales; pero como eso no es ni puede ser así, cualquier relación que entre ellos se establezca, luchará constantemente contra la naturaleza de las cosas. Por su parte, los bimetalistas, entre otros argumentos, fundan principalmente su doctrina en un razonamiento lógico a todas luces; y es que las variaciones del precio son más frecuentes con un solo talón que con dos, a cuyo respecto dice Charles Gide:

Toda variación en el valor de la moneda conlleva una variación inversa en el precio, y cuando existen dos clases de moneda se sostiene más la estabilidad de los precios. Así, continúa Gide, la superioridad de los metales preciosos como medida de los valores, consiste en que las variaciones de cantidad son insignificantes con relación a la masa existente; y siendo mayor esta con dos metales, es claro que será más firme la estabilidad de los precios. He ahí los argumentos más notables de ambas escuelas. ¿Cuál de ellas tiene razón? ¿Cuál de ellas ha logrado constituir verdadera doctrina científica? Una y otra encierran gran parte de verdad; pero, según nuestro concepto, la eficacia de su aplicación depende de las circunstancias del país a donde hayan de aplicarse, las cuales, indefectiblemente habría que estudiar, pues así como en unos pueblos ha producido el monometalismo beneficiosos resultados, en otras no ha respondido favorablemente el éxito de su aplicación, resultando lo propio con el bimetalismo. Concretémonos ahora a los puntos del señor Recio Amiama. No estamos de acuerdo con el articulista de El Teléfono cuando afirma “que la mayor o menor cantidad de oro o plata que contenga nuestra moneda no sería lo que la imprimiera a alto valor”, porque, si bien es verdad que ello no influiría en la solventación de cuentas con el Tesoro Nacional, o dígase en su valor fiduciario, es indispensable en todo agente de circulación el llevar en sí mismo una garantía de valor

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real. El mismo David Ricardo, que nos dice que la moneda de papel es la más perfecta, se ve precisado, no obstante, a decir que ha de ser reembolsable en metal en barra, esto es, que ha de tener una base real y efectiva. Sin embargo, identificados en el mismo criterio del señor Recio Amiama, juzgamos conveniente el resello de cierta cantidad de monedas, pero no precisamente porque así bajen los tipos de cambio sobre los valores extranjeros, sino para que, imposibilitada para la emigración esa moneda resellada, cuente el país con qué atender a sus gastos menores, para lo cual ha menester monedas de un valor menor que el de $2, que es el tipo más pequeño de nuestros billetes de banco. Los cambios, a nuestro entender, entonces subirán si subirlos más fuese posible; los tenedores de letras aprovecharían la circunstancia de que el trabajo del agricultor no es suficiente para hacerles competencia; pero, como por eso mismo el comerciante se vería forzado a proteger al agricultor cuyos productos prefiere a las letras de cambio, indudablemente que –aunque no hoy sino mañana– nuestra riqueza agrícola ganaría. El Eco de la Opinión, Núm. 912, 20 de diciembre de 1896.

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A través del 96

Desde que Narciso López alzó la protesta armada contra la dominación española; desde que Céspedes, el íntegro patriota, el augusto mártir de San Lorenzo, lanzó en los inmortales campos de Yara, el grito de: ¡libertad o muerte! los días de paz no fueron sino una tregua en la heroica tierra cubana. Tremoló Martí la bandera de la estrella solitaria, plegada en hora infausta en el Zanjón, y los nobles hijos de la aguerrida Cuba, en cuyos corazones palpitaron siempre los eternos sentimientos de amor a la libertad y el espíritu de rebeldía, se lanzaron de nuevo a la lucha sangrienta, en pro de la realización de sus justísimos y bellos ideales. Cedió el arado el puesto a las bayonetas, y aquellos campos, antes cubiertos de vegetación lozana, se sembraron de cadáveres y se fertilizaron con sangre de mártires, vertida en aras de un heroísmo sin nombre. Aún resuena en esos campos el ronco estampido del cañón, aún se escuchan los ayes lastimeros de los caídos y los vivas de los vencedores, los lamentos de las madres sin consuelo y de las hijas desventuradas, los estertores de la muerte, mezcla de valor y sufrimiento en los grandes guerreros, y vense saltar hechos pedazos los cadáveres para sepultarse en mares de sangre que les sirven de gloriosa tumba. En otras partes, como en la noble Antilla, en Creta, Armenia, Abisinia y Filipinas, se representa el mismo drama, la misma lucha sangrienta de los opresores contra los hartos de esclavitud, del coloniaje oprobioso contra el amor a la libertad, y la del amor a la dominación contra la sabia y justa doctrina del derecho. 225

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Pero, no todo ha de ser desolación, horror y exterminio; no todo ha de desgarrar el corazón de los humanos, y como frente a Arhiman, perverso y destructor, se alza Ormuz, bueno y creador, frente a tan sangrientas escenas se alza también un iris de paz entre otras naciones donde se escuchan los ritmos de la alianza, donde cesan odios que fueron implacables, donde renace el amor de pueblo a pueblo, la buena fe en los vínculos de concordia y la armonía entre unos y otros hombres. Francia y Rusia se dan un ósculo de paz, y ello basta a contener el creciente poderío de la Triple Alianza y a equilibrar la política continental, avisando a todos de la formidable entereza con que responderían en la hora del peligro las libertades del pueblo francés. Y la valiosa intervención de los Estados Unidos pone término con éxito satisfactorio a la cuestión de límites entre Venezuela y la Guayana Inglesa. Allí, en el país libre por excelencia, en la grande y poderosa confederación norteamericana, gloria de América y cuna de tantos grandes hombres, allí donde se obedecen religiosamente los bellos preceptos de la democracia, donde cada ciudadano, libre en todo sentido, es, antes que todo, un elemento del trabajo que ennoblece, acaba de elegirse a un hombre digno, de rectos principios y de conciencia honrada, para presidente del pueblo americano. Y ese hombre es Mr. McKinley, de quien hay que esperar un fidelísimo cumplimiento en el desempeño de sus importantes atribuciones, y sabrá mediar, como Cleveland en la cuestión anglo-venezolana, en todo aquello que se refiera a los pueblos de América, sus hermanos, poniendo de alto relieve el verdadero sentido americanista de la célebre doctrina de Monroe. Y si grandes han sido los acontecimientos narrados; si en nosotros despierta el interés la enérgica lucha del patriotismo cubano, el grito de la libertad filipina; el clamor de sangre y de exterminio en que se ahoga el cristiano armenio; el estupor y la consternación en que han estado viviendo en el año de 1896 las aspiraciones del pueblo cretense; el esfuerzo de vida robusta y admirable del Japón; la tendencia liberal del pontificado en los asuntos políticos

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del continente; la aspiración de la paz garantizada con la alianza franco-rusa; las excitaciones parlamentarias en abono del desarme general de la Triple Alianza; el acuerdo de las potencias en favor de los armenios; la intervención norteamericana en la cuestión Guayana; la tregua establecida entre el Perú y Chile para arreglar definitivamente el arduo asunto del territorio de Tacna; la reintegración de las ideas republicanas en el Brasil, y cuantos problemas de alta significación se han presentado en dicho año al severo estudio de la conciencia humana, ¿cómo no despertarlo el éxito de lo realizado en el seno de nuestra Patria durante ese mismo año de 1896, en cuyo balance de asuntos trascendentales nos ocupamos en este momento? Y en efecto: La República Dominicana se ve al través del 96 dando grandes pasos hacia el progreso, movida por la buena voluntad de sus hijos, por la iniciativa individual y por la paz de la Nación. Nuevas plazas contribuyen al embellecimiento de la ciudad capital y al de muchos lugares del interior. Puerto Plata y Santiago se comunican por el ferrocarril central, San Francisco de Macorís pasa de común a distrito, la Constitución se reforma, un nuevo crucero de guerra ensancha la Marina, San Pedro de Macorís reforma su puerto y se da comienzo a los trabajos del telégrafo que unirá la capital con el Sur, el alumbrado eléctrico nos visita hermoseando con sus maravillosos efectos la Ciudad Primada, nueva línea de vapores nos ponen en comunicación con los Estados Unidos, se construye un magnífico hospital militar y se da principio a la construcción de un grandioso edificio destinado al Seminario Conciliar, se estimula la crianza de ganado, se fomenta la agricultura y la industria con la próxima celebración de un certamen agrícolaindustrial y se estimula la inteligencia con los juegos florales, y en bien de la humanidad doliente se constituye una junta cooperativa para la introducción del “Serun Carasquilla”, y se crean nuevas escuelas diurnas y nocturnas en beneficio de la instrucción. Sométese al fallo del Sumo Pontífice Romano nuestro diferendo con la vecina República de Haití, para cuyo efecto se envía una comisión cerca del Santo Padre; y para coronar el éxito de nuestras ejecutorias,

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como último paso en bien de la Nación en el año que acaba de confundirse en el abismo de los tiempos, se reelige a los generales Ulises Heureaux y Wenceslao Figuereo, como presidente y vicepresidente de la República, para que sigan encaminándola por la no extraviada senda del progreso. He ahí cómo sorprende el año 1897 a las naciones del universo. Se presenta alegre, ofreciendo a todo ser mensajero de paz, prolongando la tranquilidad de las más, haciendo la alianza de las otras y ofreciendo redención a las que gimen bajo el peso de la oprobiosa esclavitud. Por eso, llenas de esperanzas, todas le reciben lanzándole el grito de: ¡Bienvenido seas! El Eco de la Opinión, Núm. 913, 2 de enero de 1897.

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Sálvese la instrucción

Todavía el Honorable Ayuntamiento no ha sancionado definitivamente las reformas que va a introducir en su presupuesto de gastos para el año de 1897, pero ya se ha aceptado en principio por la mayoría de los ediles municipales, la supresión de las subvenciones de que hasta aquí han venido disfrutando las escuelas particulares de esta ciudad, con el propósito de aumentar así las entradas de la caja comunal, la cual se quiere poner a flote a todo trance. Lo que no sabemos es si la economía que obtenga con la supresión de las citadas subvenciones, servirá solamente para favorecer la caja comunal, o si, como lo piden el derecho y la justicia, se invertirán en la creación de nuevas escuelas municipales. Nosotros, que en varias ocasiones y cada vez que la circunstancia lo ha exigido, hemos manifestado nuestro asentimiento categórico y resuelto, por todo aquello que tienda a favorecer la instrucción, cuyo engrandecimiento es la prueba más fehaciente del progreso, cultura y civilización de los pueblos, como dijimos la semana pasada refiriéndonos a este mismo aspecto, juzgamos innecesaria y hasta pueril, si se quiere, la supresión de esas subvenciones, cual que sea el objetivo que con ello se proponga el Ayuntamiento. Y vamos a explicarnos. En este país, donde desgraciadamente son muy pocos los capaces de comprender la importancia que la instrucción encierra, donde cada padre por más acaudalado que sea, desembolsa, con gran sentimiento de su alma, una pequeña cantidad mensual para atender a la educación de sus hijos, y donde aún así, son muy pocos los que la pagan de su propio peculio, 229

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puede decirse con certeza que no existen esas escuelas particulares a que el Municipio quiere desatender, y que necesariamente habrán de desaparecer tan pronto como la subvención se les retire. Ahora bien, para que la instrucción no se perjudique tendría el Honorable que crear un número de escuelas igual al de aquellas que hubiesen desaparecido. ¿Y en este supuesto, no sería justo y razonable que los llamados a dirigir las nuevas escuelas sean los mismos que se vieran obligados a abandonar las suyas por falta de la subvención del Municipio? ¿No estarían ellos más capacitados que cualesquiera otros para dirigirlas, atendiendo a su reconocida práctica, y el Ayuntamiento más obligado a preferirlos, siquiera como agradecimiento de sus nunca bien remunerados servicios? Y una vez preferidos, ¿qué se habría hecho? ¿No quedarían las cosas tal cual están, con la diferencia de que esas escuelas habrían cambiado de carácter, caso en que la asignación del Municipio habrá de ser mayor? Ahora, si la mente del Municipio al suprimir las subvenciones de las escuelas particulares, no es la de crear nueva escuelas sino la de favorecer la caja comunal, caso en que desaparecerían casi todas las escuelas de mujeres, y se quedarían sin instrucción un sinnúmero de niños, entonces, señores regidores, pesaría sobre vuestras conciencias la perdición de esas víctimas de su ignorancia que ofrendarán al vicio, que cambiarán la escuela por el garito, y acabarían por revolcarse en el nauseabundo lodo de la degradación más abominable; entonces os haréis acreedores, con vuestra resolución, mezquina e injusta, a un calificativo oprobioso de parte de los hombres sensatos y la prensa consignará con escrúpulo vuestros nombres, para haceros responsables de las consecuencias de esa resolución ante las naciones civilizadas y para someteros al severo fallo de la conciencia humana.

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A El Teléfono Comoquiera que El Teléfono se refiere indirectamente en su edición pasada a nuestro último editorial, cuando dice en su artículo “Reformas municipales” que “para que a nadie excuse la ignorancia de esa situación y para que los que quieran defender su propio interés no se escuden en el interés general”, etc., etc., agregando además que “es tarea inútil y antipatriótica oponerse a esas reformas”, nos vemos precisados a manifestar que El Eco de la Opinión jamás se ha inspirado en otros principios que no sean los dictados por la justicia y el derecho; y que se ha apartado siempre, como lo tiene demostrado, de todo aquello que pueda redundar en beneficio de unos con perjuicio de la generalidad. No fue por consiguiente antipatriótica la protesta de este periódico, en contra de las reformas municipales en la forma que lo pide El Teléfono, forma que sí podría calificarse más que de antipatriótica, de ridícula, injusta e inhumana. Nos oponemos a esas reformas que pide El Teléfono, no en defensa de ningún interés particular, sino en nombre de cerca de quinientos niños que se privarán de instrucción retirándose las subvenciones de las escuelas particulares sin crear nuevas escuelas, en nombre de otras tantas madres de familia que contendrían sus lágrimas por un instante para levantar su protesta diciendo al mundo en voz muy alta que se les ha puesto a sus hijos en las puertas del lupanar. No sabemos lo que entenderá El Teléfono por patriotismo, pero nos parece más patriótico sufrir con paciencia los rigores de una crisis si no hubiere forma de combatirla, que aliviarla un tanto lanzando un sinnúmero de almas inocentes a la perdición. El Eco de la Opinión, Núm. 916, 23 de enero de 1897.

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Memoria municipal

I Dijimos la semana pasada que la Memoria de los actos realizados por el Ayuntamiento Constitucional de esta ciudad durante el bienio de 1895 y 1896 merecía ser estudiada con cierto detenimiento, y por esa razón solo nos concretamos en nuestro número anterior a acusar recibo de tan importante folleto, a reserva de dedicarle nuestra atención en los actuales momentos. Condenable sería nuestro silencio, si no dedicáramos algunas líneas al documento que nos ocupa, tanto porque el deber nos exige que correspondamos de ese modo al envío cortés del Honorable Ayuntamiento, cuanto porque en rigor de justicia reclama dicho folleto el público e imparcial criterio de la prensa sensata que, dando a cada uno lo que en propiedad le corresponde, lleve a conocimiento de todos el viril esfuerzo con que trabajaron por el progreso de la Ciudad Primada los honorables caballeros a quienes el pueblo encomendó sus intereses depositando en ellos omnímoda confianza. Dicha Memoria se recomienda por sí misma, y ella basta a contener la malevolencia de criterios enfermos que han pretendido eclipsar las brillantes ejecutorias del pasado cuerpo edilicio, queriendo hacer pesar sobre sus conciencias la crisis actual, guiados acaso por una animadversión que no pasó desapercibida para la corporación, según lo indica el párrafo de la citada Memoria en que se hace constar que “la embarazosa situación económica en que colocara al municipio la instalación de la planta eléctrica y los compromisos que por esta causa 233

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pesan sobre el Tesoro, y los cuales se detallan a continuación reclaman con urgencia esta medida (el empréstito de $20,000 oro) y, no obstante los juicios arbitrarios que gratuita e inconsultamente se ha pretendido herir la acreditada reputación de los que hemos consagrado el mayor esfuerzo por dejar definido el estado económico de la municipalidad, hemos dado cima a nuestro propósito, y la conciencia del deber queda sobrepuesta a ese conato avieso”. Y en efecto, no eran pocas las deudas del municipio que exigían cancelación inmediata, exigencia tanto más digna de atención, cuanto que de su fiel cumplimiento había de derivarse, como se derivó en efecto, el desembarazo de la caja comunal y la seguridad del crédito del honorable. Tal es nuestro criterio acerca del empréstito que defendimos ayer sin arrepentimientos hoy, a pesar de los conceptos falaces que se emitieron en contra, criterio que aún podemos variar aunque ya sea demasiado tarde, si alguien quisiera presentarnos la manera a que hubiera apelado el digno cuerpo edilicio de hoy para atender a la inmediata satisfacción de las deudas municipales que montaban, según reza la memoria, a $19,696.13, oro, sin necesidad de aprovechar el empréstito. También son dignos de transcribirse los siguientes párrafos en que pone de manifiesto el anterior presidente del Ayuntamiento la situación en que se encontraba el municipio a comienzo del año 1895 y los cuidados de que tuvo que valerse para llevar avante los intereses que la confianza del pueblo depositó en sus manos. He aquí los párrafos.

Difícil y embarazosa era la situación en que de manos del anterior personal recibiera el actual, el cargo de atender y hacer prosperar los intereses comunales. Sagradas acreencias reclamaban su debido pago; urgentes mejoras exigían se les prestase cumplida atención, y sobre todas ellas, el establecimiento del alumbrado eléctrico era un compromiso ineludible, contraído con el vecindario y con muchos particulares, que excitados por el municipio habían en ello comprometido cuantiosas sumas.

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La obligación de llevar a feliz término esta empresa, como acabo de deciros, ineludible, y para ello faltaba todo; puesto que faltaba el capital necesario para atender a los gastos de la implantación, viniendo a aumentar más el conflicto la llegada de Nueva York a esta capital del ingeniero encargado de realizar la obra, y del buque que conducía los materiales y aparatos de la misma. Hay que decirlo: el espíritu progresista que había animado a nuestros dignos antecesores al lanzarse en empresa de tamaña magnitud, se convertía en rémora de dificilísima solución para el personal que hoy termina. ¿Qué hacer? –tal era la pregunta que bullía en la mente de todos los regidores. Y a mayor abundamiento, hablaban un lenguaje desconsolador las cifras del heredado presupuesto. Basado en proventos en que no había seguridad, como el impuesto de coches, y completamente imaginarios, como el mismo alumbrado eléctrico, todavía por establecer, requería una pronta reforma y no era cosa de buscar en él la solución de los apremiantes apuros. Lo declaro con orgullo, ciudadanos regidores, ante tan entristecedor estado de cosas no desanimó el concejo municipal: lejos de ello, estimulado su patriotismo, en presencia de los obstáculos, se empeñó en salir airoso de la difícil situación y diose a buscar sin tregua los medios de vencerla. Emprendida, pues, la ardua labor se allanaron las primeras dificultades, y no sin algún trabajo se logró la contratación de un empréstito de $15,000 oro para llevar a cabo lo más urgente, la implantación de la luz eléctrica, y desde principios de este año goza el pueblo de ese beneficio, atendiéndose como es debido, a las obligaciones para su realización contraídas. Y a otro punto. Lástima grande que circunstancias que el honorable Ayuntamiento no pudo combatir le impidieran poner en práctica el plan de escuelas formulado tan acertadamente por los regidores don José M. Díaz y don José Ramón Bazil, y que los ediles de hoy, que en la actualidad se

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ocupan de hacer reforma en la instrucción pública, no se inspiren en el acertado criterio de sus antecesores, dedicando su preferente atención al estudio de este plan cuya forma advierte a todos de las aptitudes que concurren en los citados señores Bazil y Díaz para obrar en materia de instrucción pública, y del buen discernimiento y la buena voluntad con que desempeñaron su difícil cometido. Un cuerpo de escuelas creado en la forma indicada en la Memoria de que nos estamos ocupando, respondería indudablemente a los esfuerzos de los que consagran su vida al magisterio, no tan solo por la correlación que guardarían entre sí las escuelas elementales con las normales o superiores, sino porque dicha reforma habría de engrandecer la buena voluntad del maestro, estimulando su amor a la enseñanza con su posición individual medianamente mejorada. Esto no arguye, sin embargo, que El Eco no tenga fe en la sabia competencia del actual personal del honorable para atender a las imprescindibles reformas que la instrucción pública reclama ni que, a nuestra manera de ver, concurriera mayor caudal de suficiencia en la comisión que formuló el plan pedagógico a que nos referimos. No, no hacemos más que apuntar las reflexiones que nos sugiere el estudio del importante documento que se nos ha remitido, hablando con sinceridad absoluta para que salga de nuestra pluma todo lo que el folleto merece en rigor de justicia.

II Algo más pudiéramos agregar a lo que dijimos en nuestra edición pasada referente a los primeros puntos tratados en la Memoria municipal de cuyo estudio nos estamos ocupando; pero el temor de pecar de prolijos por una parte, y por otra la idea de que se nos pueda considerar parciales al emitir nuestro libre criterio, nos obliga a pasar a los demás puntos de la citada Memoria, concretándonos por lo pronto al capítulo referente a obras públicas, no sin dedicarles nuestra atención a los subsiguientes si para ello tuviéremos espacio y tiempo.

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Grandes fueron –según reza la Memoria– los problemas de orden local que preocuparon al pasado personal del Honorable Ayuntamiento, problemas cuyas incógnitas hubiera despejado con el más feliz de todos los éxitos si las circunstancias que en el mismo documento se enumeran a continuación no lo hubieran hecho vacilar y no acoger, por fin, los medios que se presentaban para la resolución de esas cuestiones, por ser demasiado onerosos para la Corporación. Menester era que el municipio consagrara preferente atención al ensanche de la planta eléctrica, que su propio esfuerzo le hizo adquirir, y aparte de las obras realizadas, como la misma implantación del alumbrado eléctrico, las reparaciones y mejoras de la casa consistorial, el sostenimiento del aseo en el cementerio, el arreglo de algunas calles, la construcción de nuevos parques y la limpieza de unos y de otros, etc., justo era asimismo, que el Ayuntamiento pensara en el arreglo general de calles y el establecimiento del acueducto, cuya conveniencia es de todo punto indiscutible y cuya adquisición es una de las necesidades más urgentes que reclama la Ciudad Primada. Esto nos lleva como de la mano por más que de ese punto no quisiéramos volver a ocuparnos, a decir algo otra vez sobre el realizado empréstito de $20,000 oro que defendimos ayer, y contra el cual se reveló parte de la prensa y que aún no cesa de calificarlo de oneroso, y como si los compromisos que con él fueron atendidos no hubieran reclamado ese medio u otro parecido, acusan al personal pasado del cuerpo edilicio como culpable de que hoy pese sobre el tesoro comunal el pago de intereses y la cancelación del empréstito referido. Los que así piensan son precisamente quienes no comprendiendo o no queriendo comprender que el Honorable Ayuntamiento es una entidad moral que existe desde que existió el pueblo y no terminará hasta que éste no termine, pretendieron que el personal pasado cruzara los brazos en los últimos meses del año para que los nuevos ediles resolvieran los problemas pendientes, hiriendo de ese modo el nunca desmentido celo y la reconocida idoneidad de aquellos en quienes el pueblo depositó su completa confianza.

Que el municipio es una entidad novel fue nuestro principal argumento cuando nos opusimos a que los señores concejales cedieran la resolución de esos problemas económicos a sus predecesores,

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y es el caso que, ni entonces ni ahora, han dicho estos ni la prensa que se reveló contra el empréstito, cómo se hubieran despejado las incógnitas de tan complicados problemas si no se hubiera apelado a ese medio. El buen discernimiento y la buena voluntad de los pasados concejales quedan de manifiesto tan luego como se considere que ellos, comprendiendo el beneficio que darían al pueblo con la adquisición del acueducto y el arreglo de calles, solicitaron del honorable Congreso Nacional autorización para contratar en los mercados extranjeros un empréstito de 50,000 libras esterlinas con el interés de 6% anual, amortizable en 25 años, con garantía del acueducto en proyecto y sus proventos; y para el efecto recibió el Ayuntamiento proposiciones de la “Honduras Government Banking” de Londres, que fueron rechazadas por el crecido interés y las onerosas condiciones de amortización. Ahora bien. Si no hubiera sido bueno el discernimiento de los pasados ediles, y si ellos fueran partidarios de onerosos empréstitos, como no cesan todavía de llamarlos algunos, ¿habrían rechazado las proposiciones de la “Honduras Government Banking”, cuando de haberlas aceptado se hubiera obtenido inmediatamente el acueducto, cuyas ventajas todos pregonamos? He aquí por qué volvimos a ocuparnos del empréstito últimamente realizado, a fin de que reconocido el interés de los pasados regidores por llenar debidamente sus atribuciones, y reconocidas también las rectas ideas que los impulsaron a rechazar el primer empréstito, quede en su lugar el buen nombre de los que consagraron sus esfuerzos en bien de los intereses del pueblo por quien hicieron más de lo que hubiera podido exigírseles. Las reformas que no pudo llevar a cabo el municipio durante el bienio de 1895 y 1896, ya las está introduciendo el personal presente, y de más está hablar de las deudas municipales que fueron canceladas en los últimos días del año pasado, por lo que nos concretaremos preferentemente al artículo que trata de los impuestos, en el número que viene.

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III Dos impuestos fueron creados por el Honorable Ayuntamiento, con la debida autorización del Poder Ejecutivo, a principios del año próximo pasado. Uno, el 4010 sobre las propiedades urbanas para cubrir las atenciones del alumbrado eléctrico, que a pesar de no cobrarse con la regularidad debida, favorece siempre el tesoro comunal, y otro que no se hace efectivo por estar sometido a la consideración del Congreso Nacional, a causa de haberse negado a su pago los encargados de cumplirlo. Es este el impuesto de un centavo oro por cada galón de ron, alcohol y aguardiente que se introduzca en la común, bien sea para el consumo o bien para la exportación, impuesto que desde estas mismas columnas aplaudimos cuando apareció con carácter de ley en el periódico órgano del concejo municipal, ora por la moralidad que entrañaba, ya porque ese era un arbitrio seguro para que el Honorable Ayuntamiento pudiera atender debidamente a las necesidades de la común. Pero, negados a pagarlo, según lo manifiesta el presidente de la honorable Corporación en su importante Memoria, los principales productores de este artículo, fue sometido dicho acuerdo a una comisión de abogados y más tarde a la consideración del Congreso Nacional, sin que hasta ahora se haya resuelto sobre el particular ni se haya cobrado nada desde entonces por concepto de ese impuesto que, por lo mismo de que no ha sido derogado aún tiene fuerza de ley. No estamos de acuerdo con el proceder del Honorable al someter el punto a la consideración del Congreso, porque ¿no manifiesta el mismo Presidente en su Memoria que los ayuntamientos están facultados por el inciso 4º del artículo 10 de la Ley de su creación para establecer impuestos a los licores? Y el Poder Ejecutivo que no vaciló en aprobarlo ¿se habría identificado en el criterio del Honorable Ayuntamiento, si no hubiera pensado en la moralidad del impuesto, y habríale dado su

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autorización si no hubiera estado plenamente convencido de que el concejo municipal obraba rectamente creando dicho impuesto sin solicitar la autorización del Congreso? Así lo comprenderán también, no dudamos, los dignos miembros del Congreso Nacional, de quienes hay que esperar fiel identificación con el Ayuntamiento y el Poder Ejecutivo; pero, mientras tanto, y cual que fuere la resolución del Congreso, existe aún el impuesto, y aflige saber que se esté pasando por encima de una ley sin que tomen enérgica actitud los encargados de hacerla cumplir. Porque, a nuestro juicio, una vez creada la renta no debe el Honorable, desde ningún punto de vista, dejar de hacerla efectiva, mientras la resolución de un cuerpo más autorizado no eche por tierra el impuesto referido. Resolución que a buen seguro no vendrá, pues no es posible que se escape a la consideración del Congreso Nacional que es esta una renta a que han echado mano todos los municipios del mundo para mejor atender a sus necesidades. La Gran Bretaña produce 5,250,000 libras esterlinas por este concepto, y no hay un solo licor en los EE.UU., si no queremos ir muy lejos, que se halle exento de ese derecho. ¿Qué prueba más fehaciente de la moralidad de un impuesto que la completa acogida de todas las naciones civilizadas? La prensa se ha mostrado indiferente, con silencio condenable, a este asunto de capitalísima importancia y cuya favorable solución proporcionará al municipio la manera de emprender muchas obras de que ya pudiéramos gozar si se hubiera utilizado ese recurso. Alguien calificó de injusto el impuesto desde las columnas de El Teléfono, pero eso no dice que la importante publicación bisemanal se haga del sentir de su articulista. ¡Quién sabe si, por el contrario, identificado en nuestro criterio, juzgue el colega que donde priva la moral no puede tener cabida de manera alguna la injusticia! El Eco de la Opinión, Nos. 917-919, 20 de enero, 6 y 13 de febrero de 1897.

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Es lo cierto

Hace mucho tiempo que, deseando ver encaminada a nuestra república, desde todo punto de vista, por el recto sendero de la civilización, queríamos decir algo sobre el asunto que hoy nos ofrece materia para escribir estos renglones. No puede negar que la iniciativa individual por una parte, los esfuerzos de los municipios, y por otra, el constante desvelo del Gobierno, han hecho que el progreso siente sus reales en el país, poniéndolo a una altura no poco considerable de adelanto; pero aún falta mucho que hacer para que se nos considere al lado de otras naciones que nos ofrecen brillantes ejemplos que, de aprovecharlos, ha de deducirse como corolario la inmediata adquisición de ese alto grado de cultura que anhelamos. Ostensiblemente se manifiesta por todas partes ese progreso, resultado de nuestros desvelos, y no hay pueblo que no contribuya con su parte de bien para mantener en pie el buen nombre de la República. Pero, ya es tiempo de que, tendente al mismo fin, trabajemos en otro sentido; ya es tiempo de que nos quitemos la venda que oprime los ojos de nuestra inteligencia, y nos demos a buscar los medios que nos han de conducir a la adquisición del complemento de nuestro estado de cultura, a la coronación del éxito brillantísimo con que hasta aquí hemos consagrado nuestros esfuerzos al bienestar de la Patria. Sí, porque ese progreso que ostentamos es progreso material, todo lo que en derredor nuestro manifiesta progreso, solo sirve para que se nos llame adelantados en un sentido, y hay que anhelar la civilización completa, para que podamos, satisfechos y orgullosos, recorrer su campo en todas direcciones. 241

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El asunto que hoy mueve nuestra pluma será, tal vez, de poca significación para algunos; pero no dudamos que considerado por los que han detenido siempre su atención en todo lo que tiende a fines satisfactorios, habrá de ser calificado de capitalísima importancia y de no poca trascendencia para la República. Así lo comprendió uno de los más ilustrados colaboradores de nuestro colega La Correspondencia de Santo Domingo y trató el punto con bastante discernimiento en una de las pasadas ediciones de esa importante y popular hoja periódica, con reflexiones tan acertadas como dignas del autor de aquel artículo injustamente poco aplaudido y no ratificado por la prensa. Esta, en verdad, hizo poco caso del artículo de referencia porque, acostumbrada a prestar preferente atención a los asuntos exteriores y a cuidarse poco de los problemas que se plantean en el país, tratándolos muy de tarde en tarde con mano de seda si la expresión se nos permite, no calculó entonces, como casi nunca calcula, que sobre esos problemas ha de estarse hablando repetidas veces si se quiere lograr buena solución, como logra el obrero, a repetidos golpes de martillo, hacer cambiar de forma el hierro por el fuego enrojecido. Por esta circunstancia, y aunque las razones expuestas por el señor don Rafael J. Castillo, que es el autor del artículo de referencia, bastan para patentizar la conveniencia de no enviar jóvenes al extranjero a recibir una instrucción profesional, sino que sería mejor resultado hacer venir los profesores para establecer aquí excelentes escuelas de medicina, derecho, matemáticas, etc. a imitación de Chile, la Argentina, y otros países sudamericanos, nunca holgará que robustezcamos la opinión del señor Castillo haciendo nuestras sus aseveraciones. Los últimos individuos que fueron enviados a Europa a hacer estudios profesionales por cuenta del Estado, afortunadamente que verán logradas sus aspiraciones en el tiempo que marca el reglamento a que han sido sometidos, gracias a los buenos principios que en ellos concurren y a la formalidad que siempre los ha caracterizado; pero esto no obsta para que el Gobierno vea fallidas sus esperanzas, si en otra oportunidad no hiciere una elección tan atinada. Ahora, si no se puede seguir el ejemplo de Chile y la Argentina, ¿no sería más conveniente, para que no se pierda el tiempo y el

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dinero en los faltos de vocación o en los amantes de las diversiones que entorpecen la marcha regular de los estudios, que al proponerse el Gobierno mandar al extranjero algunos jóvenes a cursar tales o cuales materias, abriera un concurso de oposición, a fin de que sean escogidos, sin infringir por esto el reglamento de fecha 21 de junio de 1895, aquellos en quienes concurra mejor disposición para el objeto apetecido? De esta manera es casi seguro que el éxito respondería más favorablemente a las aspiraciones del Gobierno, aun cuando de tal suerte siempre tendríamos que lamentar que se invirtiera el producido de impuestos en la instrucción de unos teniendo derecho a ella los demás. Por eso sería más acertado aprovechar el ejemplo de las naciones sudamericanas que en este sentido tienen tan notable éxito alcanzado.

A El Teléfono Nuestro colega El Teléfono nos endilga en su pasada edición los siguientes renglones: Dice el artículo 74 de la Constitución Política del Estado: Los Ayuntamientos pueden votar toda clase de arbitrios comunales cuyo pago se refiere a usos y consumos verificados en el radio de sus comunes. De lo cual se deduce que el ron solamente podría ser gravado en mano del detallista, porque si al ron que se importa o se exporta de un punto a otro de la República, se gravara con impuesto, ya este impuesto no pesaría sobre materia destinada al uso y consumo de la común; y resultaría, por tanto, un derecho de cabotaje, lo cual está terminantemente prohibido por nuestras leyes. Pero, como se ve, la aseveración que formula el colega, en la que parece haber estado algo medroso, como lo indica el laconismo con

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que expresa su criterio sobre el asunto, no echa por tierra en general alguna las razones que aducimos en el número anterior de este seminario, no para que se creara un impuesto para los licores que ya está creado, sino para que el Honorable Ayuntamiento tomara enérgica actitud con el fin de que se diera fiel cumplimiento a su resolución, mientras el acuerdo de una entidad más autorizada no lo imposibilite para hacer uso de ese derecho. Huelga que El Teléfono saque a relucir el artículo 74 de la Constitución Política del Estado; ya el Honorable había fijado en él su atención cuando creó el impuesto referido en virtud del inciso 4º del artículo 10 de la Ley de Ayuntamientos, inciso que autoriza a establecer impuestos a los licores, según reza la Memoria del presidente del Ayuntamiento; y si el artículo 74 de la Constitución del Estado y el 10 de la Ley referida están en contradicción, toca al Congreso Nacional aclarar, o reformar dichos artículos, sin que pueda el pueblo aprovechar la contradicción de las leyes, si la hay, para negarse a cumplir las resoluciones del Concejo Municipal. Y en la hipótesis de que el Ayuntamiento de Santo Domingo no tuviera el derecho de crear ese impuesto, tampoco sería esto motivo para que cayeran por tierra nuestras aseveraciones. No fue nuestro propósito al escribir el artículo a que se ha querido referir El Teléfono, probar que el Honorable Ayuntamiento tuviera o no facultad para crear dichos impuestos, no, quisimos manifestar que era injusto no cumplir una ley en vigor, y muy particularmente que, siendo el impuesto a los licores un arbitrio que todos los países civilizados han sabido aprovechar, era natural y justo, dada la moralidad del impuesto, que también existiera en Santo Domingo esa renta, fuera o no el Ayuntamiento el encargado de cobrarla. La casualidad pone en nuestras manos el Mensaje del señor Presidente del Estado de Honduras, sobre los actos de su administración en el año económico de 1895-1896, en cuyo folleto se hace constar la suma de $626,378.99 cts. percibidos durante dicho año por concepto de impuestos al aguardiente y $44,285.45 cts.

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por impuesto a otros licores; datos que, unidos a los que tuvimos a bien citar en nuestro artículo anterior, demuestran el extraordinario éxito de esa renta en casi todos los países del mundo, y por cuya razón la pedimos para nuestra República, sea o no el Ayuntamiento, repetimos, el encargado de cobrarla. El Eco de la Opinión, Núm. 920, 20 de febrero de 1897.

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Sobre lo mismo

Mal encaminado anda El Teléfono cuando al referirse en su último artículo al impuesto del ron saca a relucir otra vez, con el objeto de echar por tierra nuestro criterio, la interpretación del artículo 74 de la Constitución del Estado. Ya dijimos en una de nuestras pasadas ediciones que la interpretación de dicho artículo no se escapó a los señores regidores que crearon la renta de referencia en virtud del artículo 10 de la ley de Ayuntamientos citado en la Memoria municipal, cuyo estudio ha sido el móvil de esta controversia, pero, como El Eco de la Opinión jamás ha querido probar que el Ayuntamiento de esta ciudad tenga o no derecho para establecer el impuesto referido, sino que es justo que exista en nuestro país una renta que han sabido aprovechar todas las naciones del mundo civilizado, más bien con miras del orden moral que con el objeto de allegar fondos a la Caja pública, nos limitaremos solamente a considerar el asunto desde este punto de vista que, según parece, ha querido regir el colega, aferrándose en citar artículos de nuestras leyes, y sin que se descubra en la expresión de su criterio, si cree que es o no es moral la creación de ese impuesto, si es o no es justo que exista en nuestro país ese arbitrio sea o no el Ayuntamiento el encargado de cobrarlo, que es el punto que desde un principio tratamos, y acerca del cual desearíamos no solamente oír la opinión de El Teléfono sino también la de los demás colegas que guardan sobre este asunto silencio condenable. Si tuvo o no derecho el Honorable Ayuntamiento para crear esa renta, ya lo dirá el Congreso Nacional, a cuya consideración se halla sometido el asunto, y si siempre hemos creído que debiera 247

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cobrarse ese arbitrio hasta tanto no lo impida la resolución de una entidad más autorizada, es porque, desde luego, se comprende que en caso de que el Congreso ratifique el proceder del Honorable identificándose además con el Ejecutivo, no tendríamos forma de percibir el producido del impuesto en el tiempo en que, infringiéndose la resolución sancionada por el mismo Ejecutivo, ha dejado de cobrarse. Pero, sea de ello lo que fuese y para que no vengamos a apartarnos del punto que queremos considerar, que es la moralidad, la justicia del impuesto, no haremos hincapié en la salida de El Teléfono que no nos ha comprendido o no ha querido comprendernos, recomendamos respetuosamente la presta solución de este punto trascendentalísimo a los dignos miembros del Congreso, y para poner término a este artículo nos referiremos a los casos particulares de que habla el colega. Desde luego que los lectores de El Teléfono no se habrán explicado a qué viene la cita del acuerdo del ministro de Hacienda y Crédito Público de Nicaragua sobre la forma en que deben cobrarse en aquel país los derechos de importación de los licores con proporción a las libras de peso bruto, habremos nosotros de colegir que el Ayuntamiento no tenga facultad para gravar el ron con un impuesto, o que no sea justo que ese impuesto exista en este país, que es lo que estamos discutiendo. Pero, según parece, lo que pretende el colega con la reproducción del acuerdo de Nicaragua, es probar que en la República de Honduras se ha percibido la suma que indicamos en nuestro pasado artículo referente a esto, por los derechos de importación con que son gravados los licores extranjeros en dicha República, mas, aunque siempre hemos creído en la veracidad de todo cuanto El Teléfono afirma, hoy nos vemos obligados a dar más crédito al señor Presidente de Honduras, a quien suponemos incapaz de haber dicho lo que no es en el Mensaje que tenemos a la mano. El Eco de la Opinión, Núm. 923, 13 de marzo de 1897.

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Otra vez sobre lo mismo

Por fin ha confesado El Teléfono que es justo, que es moral el impuesto sobre el ron, pero que el Honorable Ayuntamiento no estaba facultado para crearlo en la forma que lo ha establecido. Tenga o no el Ayuntamiento esa facultad, el hecho es que El Teléfono se hace de nuestro sentir juzgando moral y justa la renta de referencia, con lo cual pone de manifiesto el antagonismo que existe entre su opinión y la del articulista que no ha mucho calificó de injusto ese impuesto desde sus mismas columnas. Bien supongamos nosotros que era incapaz El Teléfono de identificarse con el criterio de su articulista, quien debiera en los actuales momentos, ya que él califica de injusto lo que El Teléfono ha calificado de justo, rebatir el concepto de nuestro colega si le considera mal inspirado, con lo cual tendríamos más luz sobre este asunto de alta trascendencia y de cuya favorable solución depende un beneficio indiscutible para la República. Por nuestra parte, si como piensa El Teléfono, no está llamado el honorable a aprovechar ese arbitrio en la forma en que inútilmente lo hizo, somos de parecer de que el concejo municipal cree esa renta en una forma que esté dentro de los límites de sus facultades; aunque, en nuestro concepto, debiera estudiarse si la forma en que se ha establecido es la que puede reportar mejores beneficios al país, para que sea creado por quien tenga facultades para hacerlo. Puede muy bien el honorable Congreso Nacional, haciendo uso de sus facultades, no dictar una ley en contradicción con las disposiciones constitucionales, sino introducir en estas una reforma que 249

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permita al municipio crear la renta referida que El Teléfono considera justa y moral. Y justa y moral ha de ser porque, una vez creada, o la carestía del licor disminuye el consumo, y he aquí la grande e incontestable moralización, o no disminuye el consumo y entonces la renta daría lo suficiente para atender a las necesidades de la común sin apelar a empréstitos onerosos contra los cuales ha protestado tantas veces nuestro ilustrado colega El Teléfono. Arbitrio es este que todas las naciones del mundo civilizado han sabido aprovechar, ya lo hemos repetido; y Honduras, pusimos por caso, produce por tal concepto la suma de 620,000 y pico de pesos anualmente. Lo dudó El Teléfono, y como todo el que habla sin tener bien basado su concepto, ha caído en una notable contradicción que vamos a hacer notar. En su edición correspondiente al 6 de marzo nos decía: “en cuanto a la cita que El Eco trae de la República de Honduras, bien sabe el colega que esa suma ha sido percibida por los derechos de importación”, etc. Y en su edición del sábado pasado dice: “Termina su artículo nuestro ilustrado contrincante dando a entender una vez más que el impuesto sobre el ron que tan pingües rentas proporciona al Estado de Honduras no está basado en los derechos de exportación”, etc. La contradicción salta a la vista, las dos aseveraciones son completamente contradictorias, sin ser cierta ninguna de ellas. Esto lo prueba el folleto del Presidente de Honduras del cual copiamos: La renta de aguardiente, a pesar de las causas apuntadas para su disminución y de haber escaseado el surtido por la falta de lluvias, y a pesar de haberse elevado el precio de compra, ofrece un aumento de $6,375.79 con relación al presupuesto y de $16,845.41 con relación al año 1895. Esta renta, aun sin el alza en el precio de venta decretado, tiende a aumentar con tal que se logre mantener el surtido.

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De donde se deduce que el producido de esa renta no es por derechos de importación como afirmó primero El Teléfono, pues de ser así no tendrían que ver nada con esa renta las lluvias habidas en Honduras de lo cual depende la mayor o menor producción, deduciéndose además que dicha renta se relaciona con el precio de venta decretado en aquel Estado. Tampoco es por derechos de exportación de licores como afirmó El Teléfono variando su criterio, que se ha percibido esa suma en Honduras, pues además de que del mismo párrafo copiado se deduce que eso no puede ser, el mismo folleto reza más adelante. Las otras rentas que produjeron baja, son las de exportación de productos, etc. Quiere decir que la renta antes mencionada no es por derechos de exportación, y como tampoco es por derechos de importación, queda probado nuestro acierto al interpretar el mensaje hondureño, caen por tierra las contrarias aseveraciones de El Teléfono, y una vez dadas a la publicidad las palabras textualmente del mensaje referido, no dudamos que quedará complacido y convencido nuestro estimado colega. El Eco de la Opinión, Núm. 925, 27 de marzo de 1897.

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Sobre el divorcio

Ya algunos de nuestros compañeros en la prensa se han ocupado de este asunto al cual dará en breve solución del honorable Congreso Nacional. De trascendencia altísima y que entraña considerable importancia para esta sociedad es el asunto de referencia cuya solución hay que esperar que habrá de obedecer a hondas y muy meditadas consideraciones de parte de los dignos miembros del Congreso, a quienes la confianza del pueblo ha considerado capaces para resolver este como cualquier otro asunto. Corresponde a la prensa, sin embargo, hacer por su parte y transmitir al público las reflexiones a que da lugar el planteamiento de los problemas que deben resolverse en el seno de la nación, y he aquí precisamente el más poderoso de los motivos que nos inducen a escribir los presentes renglones que, si de ellos no han menester los señores diputados para resolver el asunto en tapete de manera conveniente, al menos pondrán de alto relieve la actividad de El Eco de la Opinión cuando se trata de algo que reclama la intervención del periodismo nacional. Que el divorcio es un medio moralizador de los pueblos, y que sus resultados han sido favorables en los países en que hasta hoy se halla implantado es una verdad demostrada por la experiencia y que en vano, intentaríamos combatir. Los casos de divorcio no han correspondido jamás al número de matrimonios habidos en dichas poblaciones, y la razón es obvia: Donde cada ciudadano es un perfecto conocedor de sus deberes y derechos, donde el marido, casado por amor, merced al desarrollo de su educación, comprende 253

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que aceptó en el momento del matrimonio no sierva sino compañera, que respeta los derechos que asisten a esa compañera y que esta no ignora sus deberes para con su esposo, existe desde luego la perfecta armonía entre ambos cónyuges quienes, conocedores más o menos perfectamente de las leyes que puedan autorizarlos para pedir el divorcio, y del celo de los encargados de hacer cumplir esas mismas leyes, no pueden en manera alguna ni bajo ningún concepto tomar el divorcio como medio de explotación o con otro objeto semejante. Y el divorcio es justo, porque una vez presentada una circunstancia que nadie hubiera podido prever así como tampoco evitar y la cual rebaje la dignidad humana, ¿cómo condenar a perpetuo celibato al marido honrado o a la mujer buena, a cualquiera de los dos que se vea precisado a repudiar a su compañero, aconsejado por el deber y el honor? Cuando al pie de los altares se estrechan la mano dos amantes haciéndose mutuas promesas de las que ponen a Dios por testigo, preguntadles: ¿será esto para siempre?, ¿jamás se apagará la llama que arde en vuestros pechos y a cuyo poderoso influjo venís a jugar un amor inmortal? Y ellos os contestarán: Sí, será para siempre. Pero las leyes del destino son imperiosas, es liviana la voluntad de los humanos y basta un momento de error para convertir en objeto de menosprecio un hogar enantes riente y feliz, manchando a los hijos inocentes y lanzando al lodo el honor de un marido. ¿Y entonces, es justo, es humano que a la mancha del honor y a la pérdida de la esposa se una también un eterno celibato que no permita siquiera buscar consuelo en otras almas? El divorcio es el único puerto de salvación para el honor ultrajado y acaso el más duro castigo para quien ose rebajar la personalidad humana. Así lo han comprendido muchas naciones civilizadas y han establecido esta ley a la que acuden muchas veces los cónyuges cuando las circunstancias lo reclaman. Según la legislación francesa el divorcio puede pedirse en los siguientes casos: adulterio, sevicias, excesos e injurias graves, pudiendo en caso de ser condenado uno de los cónyuges a una pena aflictiva o infamante, pedir el otro cónyuge el divorcio.

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Pero en nuestro concepto no todos los pueblos están preparados para el divorcio pudiendo pedirse por las mismas causas. Pedir un cónyuge el divorcio por haber recaído sobre su compañero una pena aflictiva e infamante, es no haberle admitido por amor, es romper el pacto mediante el cual se comprometió acompañarle en todas las vicisitudes de la vida, es en suma, sembrar en el corazón de los hijos la simiente que ha de producir el odio implacable, el injusto desprecio hacia su padre que pudo haber sido malo para con la sociedad, pero que no faltó a sus deberes como padre. Ahora bien, no hallamos manera de ajuste entre nosotros al divorcio dado el estado actual del país sino en el caso de adulterio, pero para esto habrá menester el Congreso Nacional separar antes el Estado de la Iglesia, sin lo cual vendrían a estar en completa contradicción los mandatos de dos instituciones unidas, dando aquella una ley que será justa, que será buena pero que esta rechaza por no juzgarla dentro de los límites de las facultades humanas. El Eco de la Opinión, Núm. 926, 3 de abril de 1897.

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Reflexiones

No pasó desapercibido para nosotros el artículo que publicara en días pasados nuestro colega La Correspondencia de Santo Domingo respecto a la necesidad de construir cuanto antes un nuevo lazareto y de ir evitando por lo pronto y en cuanto sea posible el contacto de los infelices de San Lázaro con quienes no se hallan atacados de la misma enfermedad desconsoladora. No pasó desapercibido para nosotros dicho artículo, y por falta de espacio no emitimos en nuestro número anterior las reflexiones que el asunto nos ha sugerido. Tiene razón La Correspondencia, antes de atacar el mal es necesario evitar que se propague y es por esto que siempre hemos creído, no obstante tratarse en los actuales momentos de la curación de la lepra con el “Serum Carrasquilla”, que el Honorable Ayuntamiento, no es de ahora que debía haber empezado los trabajos del nuevo lazareto, para lo cual ha contado mensualmente con los productos de la lotería que para el efecto se creó. De haber comenzado desde antes los trabajos, haciendo algo, hoy, algo mañana, hubieran estado los fondos libres de que se les pudiera aprovechar, a título devolutivo, para otras atenciones comunales, y ya tendríamos, no hay que dudarlo, construido el nuevo lazareto y evitado el inminente peligro de propagación del mal que todos deploramos. Si la aplicación del “Serum Carrasquilla” fuera de resultados a todo punto favorables, no obstante la mejoría que se nota en las personas a quienes ha sido aplicado, y se pudiera asegurar que el importante descubrimiento de la ciencia médica viene a cortar de raíz el mal, que va a desaparecer por completo de sobre el planeta, 257

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desde luego que optaríamos por que los fondos se unieran a los de la junta para la compra del “Serum” referido que, según se dice, los médicos que han de prepararlo lo venderán a esa junta haciéndose a la vez cargo de cierto número de enfermos, por precio no muy módico por cierto. Mas, no sabiéndose si la aplicación del “Serum” ha de cortar el mal de raíz y si ello bastará a evitar los males que tan acertadamente ha señalado La Correspondencia, justo y humanitario es que se trabaje ya en la construcción del lazareto y que se piense a la vez en tenerlo –debidamente atendido–. Si esto último se llevara a cabo, si en el lugar destinado a esos infelices se gozara de todas las comodidades que su pésimo estado de salud y la higiene misma reclaman, desde luego que no habría familia alguna en la ciudad que se eximiera de enviar su enfermo a dicho hospital y no sería injusto obligar a permanecer allí a todos los atados de dicha enfermedad, siendo en los actuales momentos justo y razonable que cada quien tenga su enfermo en el seno de la familia donde puede gozar las ventajas de mayores comodidades. Otras reflexiones nos sugiere también el asunto que nos ocupa: Ya no es el objeto de la junta enviar médicos a Colombia para estudiar la curación de la lepra con el “Serum Carrasquilla”. Afortunadamente ya se prepara en el país ese “Serum” y, según el decir de personas competentes, resulta que el preparado entre nosotros es de mejores resultados que el “Serum” colombiano. Ahora todo el problema consiste en comprarlo a los médicos que lo preparan y aplicarlo. Para esto solicita la junta la cooperación del Honorable Ayuntamiento, y dado el precio del medicamento, nada más natural que se intente aumentar los fondos a fin de obtener una cantidad de “Serum” suficiente para atender a la curación de todas aquellas personas que la necesitan. Y si los resultados favorables tardasen en presentarse, si hubiere menester recursos superiores a los adquiridos por la junta para que el éxito responda favorablemente a los fines apetecidos, entonces se impondrá la necesidad de una nueva suscripción y después de otra y otra, y así sucesivamente.

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Más que un eco de la opinión. 4. Escritos, 1890-1897

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¿Cómo procurar, pues, mejores ventajas a la junta? ¿Cómo proceder para que la junta solo desembolse los costos de la preparación del “Serum” y pueda así abrigar mayores esperanzas la humanidad doliente? Indudablemente que solo los sentimientos humanitarios de los médicos, haciendo gratuitamente la preparación aludida, podrían proporcionar dichas ventajas. Y ¿no siendo justo tampoco utilizar gratuitamente el trabajo de los que no están obligados a ello, no sería más razonable que el Gobierno tomara carta en el asunto y solicitara gratuitamente la preparación del “Serum”, de aquellos médicos que deben sus conocimientos a los recursos del pueblo, a la iniciativa del gobierno que los mandó a instruirse al extranjero? Ellos, en nuestro concepto, no habrán de negarse a corresponder a tan justa solicitud, sabrán dar una prueba de agradecimiento al pueblo de quien son deudores, y la junta podrá llenar más fácilmente sus altas aspiraciones. El Eco de la Opinión, Núm. 930, 1º de mayo de 1897.

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Escuelas agrícolas

Hemos hablado ya de las ventajas que a los pueblos reporta el fomento de una de las principales fuentes de su riqueza: la agricultura. Hoy insistimos sobre la necesidad de que el Gobierno proteja ese ramo de producción, empleando para ello los innumerables elementos de que sin duda alguna puede disponer. Apuntaremos rápidamente algunos de ellos. Sea el primero: La creación y sostenimiento, tanto en las poblaciones urbanas como en las rurales, de escuelas agrícolas que respondan al fin de suministrar a los agricultores rutinarios y a los no agricultores, todos aquellos conocimientos prácticos que conduzcan a sacar de su inmediata aplicación los beneficios y ventajas que de una inteligente dirección en los cultivos y en la crianza, hay derecho a esperar. Porque sin una conveniente instrucción en los procedimientos y sistemas que deben emplearse para la mejor explotación de los terrenos, no es posible obtener ningún progreso, pero ni siquiera cifrar halagüeñas esperanzas en los resultados de una labor que no se ha hecho con la ayuda del arte ni el consejo de la ciencia. No hay nación culta así de Europa como de América que no haya hecho los mayores esfuerzos y sacrificios, invirtiendo cuantiosos recursos para difundir la enseñanza de la agronomía, que es la madre de numerosas y muy útiles industrias. Hay también un medio práctico y eficaz para el desarrollo de la agricultura. Nos referimos a los concursos que, con el fin de despertar la competencia, agente poderoso en el aumento del trabajo, 261

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celebran los gobiernos y los ayuntamientos para premiar los productos que mejor atestigüen el cuidado y el esmero que en su elaboración natural o artificial, haya tenido el agricultor o el industrial. Sea otro de esos elementos: la protección de que debe rodearse el trabajo del hombre que se dobla ante la tierra para regarla con el sudor de su frente y obtener de ella los frutos de su diaria y generosa labor. A los elementos que dejamos anotados podríamos agregar un tercero principalísimo: la garantía que el Estado debe dar a los agricultores que trabajan en beneficio de todos, pues sin esa garantía no puede haber seguridad de que lo que se levanta hoy con afán y con fatiga, no sea destruido mañana al golpe o al capricho de la arbitrariedad a que quedaría sujeto el trabajo del agricultor si no hubiera ley que lo pusiera a salvo de aquella mano férrea que de todo quiere hacer su presa. No perdamos ni oportunidad ni tiempo. El país está hoy en paz y todo induce a creer que gozaremos de ese bien por mucho tiempo. Es, pues, ocasión de que la labor gubernativa se consagre muy especialmente a la solución de este problema capital de la vida de la nación, dictando leyes y tomando medidas que auxilien eficazmente el desarrollo de nuestra incipiente agricultura, que en el orden de las fuerzas productivas, está en primer término como base que es del fomento de la industria y del comercio. Para ello sobra buena voluntad, solo falta decidirse a darle forma y calor al pensamiento y crear las escuelas agrícolas en donde se siembre la semilla de esa instrucción provechosa, y las casas de labor y granjas modelo en donde se complete la enseñanza prácticamente con los resultados que se obtengan. Después que esto se haga, venga la inmigración, vengan las vías férreas y todos los demás elementos que han de contribuir al fomento de nuestra riqueza territorial y prometernos una era de progreso y de espléndida civilización. El Eco de la Opinión, Núm. 932, 15 de mayo de 1897.

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El general Gregorio Luperón

Ayer a las once de la mañana nos trasmitió el telégrafo la infausta nueva de la muerte del general Gregorio Luperón, acaecida en su residencia de Puerto Plata. El Congreso Nacional, que se había reunido al recibir la noticia que le fue comunicada por el Poder Ejecutivo, suspendió la sesión en señal de duelo, y hoy se reunió para decretar el que debe guardarse en toda la República en homenaje de respeto a la memoria del invicto soldado de la Restauración de la patria y héroe distinguido que supo mantener en alto el pendón que se alzara en Capotillo el memorable 16 de Agosto de 1863. Era el general Luperón hombre de gran carácter. Nunca se plegó a las imposiciones del medio político en que se agitó su vida pública y decidió en más de una ocasión de las circunstancias, pero no se dejó dominar por ellas. Merced a esa gran voluntad y a ese gran conocimiento del medio en que se movía, adquirió gran prestigio en el país y triunfó por mucho tiempo en la opinión de sus conciudadanos que le miraron como coloso derribador de gobiernos y creador de situaciones en que su consejo era atendido y respetado como consejo de la experiencia que todo lo sabe y todo lo resuelve con éxito satisfactorio. Era hombre creado para la lucha y en los días de borrascas y de conjuración de pasiones brilló con propia luz, y dominó las fuerzas de los contrarios en los campos de las luchas intestinas que desgarraban el seno de la patria. Sin más guía que su inteligencia de hombre educado en la escuela de las revoluciones, y envuelto, por tanto, en los errores que 263

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nacían de las circunstancias de la época, no dejó de ver claro el ideal de la República y tuvo elevado el pensamiento en ocasiones y en ocasiones pensó en el progreso de su patria y en su porvenir. Acaso hubiera hecho más de lo que hizo por ella, si los tiempos en que se desarrolló su vida pública hubieran sido más favorables al triunfo de las ideas que hoy mismo, no sin esfuerzo y lucha, se abren paso y alcanzan alguna vez el triunfo en dondequiera que son sostenidas con aliento y pujanza de convencido. Fue el general Luperón amante de la instrucción, y abogó por el auge de la enseñanza, de la escuela y del maestro, y acogía sin reservas todo pensamiento que tendiera al mayor encumbramiento, y al mayor prestigio de las obras de la inteligencia, a las cuales prestó su apoyo franco, leal, desinteresado y eficaz. Nunca negó su concurso a tales obras, porque no tenía miedos que le hicieran cejar ni retroceder ante las maravillas del progreso ni ante los esplendores de la civilización. El Eco de la Opinión, que reconoce los méritos del prominente ciudadano, que no olvidó sus deberes en el momento en que la patria reclamaba el concurso de sus hijos abnegados y que fue el más decidido adalid de aquella gloriosa cruzada, rinde hoy tributo de merecido respeto a la memoria del ilustre muerto y viste de luto sus columnas guardando el duelo debido en honra del esclarecido dominicano. Más tarde publicaremos una extensa biografía en que se detallarán los hechos y circunstancias de su vida pública, que pondrán de relieve la personalidad histórica del intrépido batallador en las guerras de la Restauración de la patria de la última dominación española. ¡Paz a los manes del invicto General! El Eco de la Opinión, Núm. 933, 22 de mayo de 1897.

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La República Dominicana en la Exposición Internacional de Bruselas

Una vez más concurre nuestra República a uno de esos torneos del trabajo en que se ponen de manifiesto todos los progresos alcanzados en la industria y el comercio de los pueblos y brilla, como sol de verdad, el esfuerzo desplegado para levantar en alto el estandarte de la civilización contemporánea. Nada hace el hombre con afanarse en la lucha, siempre ingrata, de laborar la tierra; nada con desplegar su ingenio en industrias útiles y nuevas; nada con fomentar el comercio, con el mayor cambio de los productos, dentro del estrecho campo de las relaciones con individuos de su mismo país; nada en fin con desenvolver su inteligencia y nutrirla con la savia de los conocimientos humanos, si no logra establecer una corriente internacional que le sirva para dar a conocer todas las manifestaciones de la riqueza de su suelo, que es donde precisamente estriban todos los demás progresos que dan fisonomía a la vida de las naciones. Allí en donde el agricultor va con sus frutos cosechados en las mejores condiciones para competir en calidad con el fruto de otros agricultores; donde el industrial concurre con sus productos a disputar la primacía a otros industriales; donde los científicos y artistas asisten en lid gallarda, a presentar los prodigios de su ingenio y saber; allí es donde se fabrica la fama que da el triunfo y adjudica el premio al que más ha logrado sobresalir en la justa, trayendo, en consecuencia natural y lógica, el engrandecimiento y prosperidad de los pueblos que emplean sus energías todas en el aumento del trabajo y en la propagación de las luces de la inteligencia. 265

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Por eso es laudable la disposición del Poder Ejecutivo nombrando la Junta Central organizadora de los trabajos preparatorios conducentes a acopiar, clasificar y remitir los diferentes productos con que la República asiste al gran torneo internacional que actualmente se celebra en la capital de Bélgica. Por eso también es meritorio el trabajo de la laboriosa Junta Central, que con tanto celo y actividad cumplió su encargo, y emprendió, por propio acuerdo, la redacción y publicación de la interesante memoria descriptiva y catálogo de la sección dominicana en la referida exposición. Así es como se trabaja por el progreso del país; así es como se cimienta la paz, y se logra el fin a que necesariamente hay que conducir todo esfuerzo, y consagrar todo pensamiento: la exaltación de la República Dominicana a la vida fecunda, honrada y gloriosa de los pueblos cultos de la Tierra. El Eco de la Opinión, Núm. 935, 5 de junio de 1897.

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Declaraciones

Honroso es para El Eco de la Opinión poder declarar que siempre ha sentido las más vivas simpatías, el más noble interés por la causa que desde el ensangrentado campo de combate, y desde las tribunas de la prensa, sostienen con enérgica solicitud los cubanos alzados en armas contra España y los que luchan con el arma poderosa de la idea sosteniendo encendido y puro el ideal de la emancipación política de Cuba del antiguo y gastado poder colonial. Pero así mismo es honroso para El Eco, hacer constar con toda la sinceridad que le distingue, que no alimenta ningún odio para España, la nación gloriosa, que comoquiera que sea y comoquiera que se mire, es la madre de todos estos pueblos y a todos les ha comunicado la sangre de su vida, llena de grande errares, pero llena también de grandes y ejemplares virtudes, que son en la Historia páginas con que se enorgullecería la más sabia, la más poderosa, la más civilizada de las naciones, en estas mismas alturas del siglo XIX. Pero ese respeto y amor, esa admiración entusiasta que siempre hemos sentido por la patria del valor y la hidalguía legendarios, y las simpatías naturales que sentimos por la causa de la Independencia de Cuba, no son incompatibles. Como no lo son las buenas relaciones de amistad que sostiene nuestro gobierno con el gobierno de España, y el propósito firme, ardiente, patriótico de conservar y glorificar la obra de nuestra segunda independencia del poder de la que en un tiempo fue dueña y señora de nuestros destinos por el inconsulto paso político que nos arrancó de la noche a la mañana nuestra soberanía como 267

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nación libre y autónoma en el concierto de los pueblos emancipados del cetro de la vieja Europa. El Eco de la Opinión, cuya conducta y cuyos principios son harto conocidos en la vida del periodismo nacional, que nunca ha desconsiderado, ni mucho menos atacado, a instituciones ni a personas, que ha sabido guardar la moderación y el respeto debido en medio de las agitadas pasiones de sectarios y partidarios, que, en una palabra, se ha mantenido dentro del decoro que su propio nombre le impone, rechaza todo cargo injusto, y toda alusión impertinente y temeraria, que tienda a comprometer su independencia y su honradez en la defensa de los ideales que sustenta y defiende, y pone en alto, muy alto, por encima de todos los egoísmos y de todas las pasiones que le asedien y amenacen, la bandera de los principios que informan su crédito de periódico respetuoso de todos los intereses legítimos que se agitan en el amplio escenario de las luchas humanas. Sus simpatías por la causa de Cuba son sinceras, y a nadie, ni por nada tiene que ocultarlas, y la expresión de ese sentimiento es un derecho que nadie puede arrebatarle. Pero hace constar para ahora y para luego, que nunca ha insultado a España ni a su Gobierno, porque eso no entra en la norma de conducta que ha seguido en la propaganda de los derechos por cuya realización en la vida política de la nación dominicana, no ha descansado un momento, ni plegado la enseña con que ha recorrido el campo de sus luchas por el triunfo de las buenas causas. Y por lo que hace a la respetable colonia española, El Eco, antes que despreciarla ni herirla en su honradez, ha sabido alentarla y hacerle justicia siempre que ella se ha hecho acreedora a que se le considere y respete por su laboriosidad y por sus muestras de afecto al suelo en que los españoles son tratados como los propios hijos del país, sin distinción de ningún género, ni reservas egoístas que entibiar pudieran los lazos de familia que nos unen con los hijos de la heroica Madre Patria. El Eco de la Opinión, Núm. 936, 12 de junio de 1897.

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Importante problema

En una Moción presentada al Congreso Nacional por el ciudadano diputado don Francisco Leonte Vásquez, el día 23 de los corrientes, entre otros párrafos se leen los siguientes: *** Ciertamente que tenemos grandiosos elementos en nuestro propio territorio y riquezas en completo abandono; que nuestros campos son feraces y que podríamos aprovechar las grandes arterias de agua como medios de comunicación; pero todo ello es y será riqueza inútil si el vigoroso brazo del trabajador no la desentraña para traerla al concurso del comercio, y que la nación, a la vez que se engrandezca por el aumento de su producción, pueda derivar los elementos que la pongan a cubierto de todo peligro. *** Por sobre todo está la colonización sobre la base de hacer propietario al colono poniéndole al abrigo de todo monopolio que esterilice los esfuerzos del trabajador. La riqueza no se produce con esfuerzos mentales. Se produce y prospera con el trabajo libre. 269

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*** No pongamos trabas a la libertad de acción de los inmigrantes, ni pretendamos violar las leyes inmutables, que rigen la ciencia. Las inmigraciones no prosperan en cuanto se aperciben de que van a ser víctimas de una opresión cualquiera. El hombre huye instintivamente de donde ve amenazados sus derechos y su libertad de conciencia. Por eso ha acudido con superabundancia a los Estados Unidos el hombre de todos los demás pueblos. Las inmigraciones se arraigan; y atraen con liberalidad absoluta, demostrando al hombre de trabajo que ni una condición siquiera la subordinará a la categoría de asalariado. Si por virtud de las garantías que acuerde el Estado se deciden las empresas a formular combinaciones atinadas, pronto, muy pronto vendrán a nuestros incultos campos al aumento de nuestra producción por el esfuerzo del mayor número de brazos que acudirán en busca de fortuna. *** Colonizar es gobernar, es la sentencia del ilustre Franklin. Ya vosotros, ciudadanos diputados, que conocéis cuán pequeños somos y cuán grandes podríamos llegar a ser, tendríais que deplorar un día que no hubiéramos sabido aprovechar la ocasión que nos brinda la paz para levantar la Patria a su mayor esplendor. Hoy nos es propicio todo. Alejados los movimientos revolucionarios, el trabajo remunerador encuentra amplios horizontes en nuestros inmensos y vigorosos terrenos. Que se sepa prontamente que en esta tierra dignificada por la concordia, se abren los brazos a cuantos soliciten tierras fecundas para utilizar sus esfuerzos, y leyes protectoras para todos los ideales de bien.

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Más que un eco de la opinión. 4. Escritos, 1890-1897

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Ciudadanos diputados: ha llegado el momento solemne de que esta generación resuelva con alteza de miras y sin violencia alguna para nuestra autonomía, el grave problema que debe asegurar sobre sólidas bases el edificio de nuestra hoy raquítica nacionalidad, la que nuestros prohombres de todos los tiempos han creído comprometida y querido salvar a costa de terribles sacrificios. No cabe duda que el diputado Vásquez ha puesto el dedo en la llaga, que ha tocado un punto que encierra notable trascendencia para el porvenir de la República y que merece por ello el apoyo de toda buena voluntad puesta al servicio de los caros intereses de la Patria. Es grato ver que en el seno de los poderes constituidos se levante de cuando en cuando una poderosa voz de aliento, que haga fijar la mira en los grandes problemas de todo género que hay que resolver para dejar cumplido dignamente el mandato del pueblo que delegó sus poderes en sus representantes, con el fin de que estos subviniesen a las necesidades públicas, y estudiasen los medios más legítimos de conjurar las miserias y calamidades que puedan sobrevenirle, dictando leyes sabias que en la práctica realicen el ideal del buen gobierno. Y la colonización es uno de esos grandes problemas, porque de ella se derivan numerosos progresos y se afirman todos los elementos que constituyen el organismo de la industria y del comercio. Hagamos pues, todos los sacrificios posibles, no cejemos ante supuestos obstáculos; empeñemos nuestra energía de patriotas y demos a la República lo que ella misma por su carácter de institución y por la época nos pide. La paz de que disfrutamos naturalmente y la seguridad de no perderla, nos imponen el alto deber de consagrarle nuestras luces, trabajando por su engrandecimiento efectivo. Solo así podremos conservarla y hacer de ella la base fundamental de nuestros progresos, porque de otro modo ningún esfuerzo se coronaría y nunca obtendríamos un desarrollo de

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vida social y política que llegase a constituir el período de civilización avanzada a que tenemos derecho a llegar, tarde o temprano. Trabajemos, pues. El trabajo eleva y moraliza, el trabajo redime; no miremos con indolencia el único medio de salvación que se ofrece a los pueblos en esta época vertiginosa, porque de lo contrario perecemos. Fomentemos la inmigración, colonicemos con leyes protectoras, y habremos abierto una de las más abundantes fuentes de riquezas; porque de ese modo aumentamos el escaso caudal de vida que tiene la nación y estará brillante y sabiamente resuelto el gran problema de lo porvenir: asegurar la Independencia sobre la base de la prosperidad de la República lograda por el trabajo organizado en sus múltiples manifestaciones. El Eco de la Opinión, Núm. 938, 25 de junio de 1897.

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1861-1897

Cuando en el espíritu de un pueblo, agobiado bajo el peso de oprimente tiranía, se encarna una idea redentora, como lo es la de la libertad, nada hay en el mundo que pueda ahogar aquella idea, ni nada que contrarreste su influencia para lograr, tarde o temprano, con mucho o con poco esfuerzo, el triunfo seguro de sus aspiraciones, o sea la conquista del supremo ideal que es, en definitiva, el triunfo del derecho que le asistía para la lucha activa y pujante, precursora de sus glorias inmarcesibles. El pueblo dominicano, como casi todos los pueblos de América, tiene su historia cuajada de vicisitudes, llena de hechos heroicos que le acreditan de pueblo de grandes energías para el combate, de poderosos sentimientos patrióticos para no permitir que se le ultraje, ni se le veje, ni se le anonade cuando se cree con derecho a demandar a la historia sus timbres y blasones adquiridos a fuerza de nobles sacrificios en el campo de la lucha cruenta, con el arma al pecho y los pies abrasados en la candente arena del sagrado suelo. El pueblo dominicano tiene su historia, historia llena de errores, pero adornada también de hechos brillantes, dignos de emulación y de ejemplo, como que son hechos gloriosos que proclaman su abnegación y su heroísmo. El 4 de julio de 1861 fue un día que alumbró uno de esos hechos. Sánchez, “esa figura nacional que cuando se calmen del todo las pasiones, brillará con todo su esplendor en las páginas de nuestra historia,” Sánchez el infortunado compañero de Duarte, fue el héroe-mártir de ese día nefasto en los anales de la patria. 273

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Y con él, con el glorioso caudillo, también se colmaron de gloria veinte adalides más, que habían volado al Cercado a la protesta armada por el inicuo hecho de la anexión de la República a la Corona de España, realizado en el mes de marzo del mismo año de 1861. Treinta y seis años han pasado desde entonces, y aún palpita en el corazón de todos los dominicanos el recuerdo de aquella trágica escena. Pero ese día, día de América, en que se exultaron los manes de Washington, Bolívar, San Martín, Páez, Sucre y otros campeones de la Independencia continental, fue para el Nuevo Mundo uno de sus días de grandeza moral, porque en esa fecha generosa saludó el patriotismo americano, como al sol de la hermosura, a la libertad que yacía opresa bajo el yugo continental; y reverenció su excelsa virtud, consagrándole su sangre y su vida en la hecatombe gloriosa que inició los hechos de armas con que el pueblo dominicano restauró su perdida independencia. Porque la idea de libertad es una idea fecunda, una idea madre, porque esa idea, noble y grande, como todos los ideales humanos sombrada en el corazón de los pueblos, fructifica en el desenvolvimiento de los tiempos, y es alimentada por el calor natural del espíritu que funda su destino en la consecución del bien y del mejoramiento social, por virtud de las sublimes enseñanzas del apostolado del progreso y de la civilización. Grande, como el amor que le profesamos, fue el sacrificio de la patria en la hora de aquella cruzada sangrienta. Grande, como lo fue aquel heroico esfuerzo por la redención de la patria, debe ser el amor que profesamos al sagrado suelo que ilustraron nuestros padres, y cuyo espléndido cielo cobija todas las esperanzas del patriotismo dominicano, que fue un día y otro día en las páginas de la historia nacional, edificante ejemplo que deben imitar los que llevan en su mente la imagen de la patria hermosa, de la patria engrandecida, de la patria digna por la luz del saber, de la patria redimida por la práctica del derecho y por la conquista de su libertad. El Eco de la Opinión, Núm. 939, 3 de julio de 1897.

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Colonización

Si el trabajo y las buenas costumbres ejercen una influencia poderosa en el progreso de los pueblos y elevan el nivel de su moralidad pública y privada, hay que convenir en que es necesario dar un vigoroso impulso a cuantos elementos puedan concurrir a ese alto fin de la vida social, porque no de otro modo se puede fundar el imperio de la paz a cuya sombra ha de levantarse un día la patria adornada de sus timbres de gloria y sus ejecutorias brillantes que ilustran su nacimiento y le hacen acreedora al respeto y a la estimación de los demás pueblos de la Tierra. Y uno de los medios que en las arduas y complicadas gestiones de un Gobierno sabio pueden ofrecerse para ser llevados a la práctica, es la colonización. Hay que desafiar todas las preocupaciones que militan en la alta esfera de la política; hay que atender al reclamo de los intereses generales y netamente humanos, para emprender con energía y acierto esta reforma que entraña, indudablemente, gérmenes de futuros progresos, y que conlleva el apartamiento de la diaria rutina para abrir nuevas sendas que conducen a las lejanías más sonrientes y llenas de promesas de lo porvenir. Inglaterra, la gran colonizadora, debe servirnos de ejemplo. Ahí está su historia, ahí están sus esfuerzos, ahí están sus procedimientos, ahí están sus resultados, positivos y brillantes. Es pues de absoluta necesidad ponernos en contacto con otras masas de población extraña, cuyo carácter, y cuyas costumbres modifiquen los nuestros en un sentido más amplio de perfección física, moral e intelectual, dentro de las condiciones geográficas que nos 275

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circunscriben y del género de vida que por la raza y por el clima estamos llamados a desarrollar en el orden de nuestra naturaleza. La posición de esta isla, sus fuentes de riquezas, su historia interesante, la liberalidad de los sentimientos de sus habitantes y otras circunstancias que concurren en ella, la hacen apta para todas las conquistas del progreso moderno, y para evolucionar en cualquier orden de cosas hacia el más elevado nivel de la cultura y de la civilización contemporánea. La colonización puede y debe ser una medida tendente a producir una verdadera transformación del estado embrionario de nuestra manera de ser social y política al estado de prosperidad que en la actual época histórica debe alcanzar todo pueblo que no quiere perecer en la grave y empeñada lucha de los intereses humanos, que ha llegado a ser una lucha universal en que todos, grandes y pequeños, han de tomar parte activa y deliberativa como miembros de la gran familia de las naciones. Y para ello, para plantear y resolver el problema no se necesitan más que dos cosas: sabiduría y buena voluntad; la sabiduría se aprende en la doctrina y el ejemplo de los sabios, y la voluntad la poseemos para procurarnos todas aquellas cosas que convengan al interés lícito de nuestras acciones y deseos. No podrá, pues, nadie, repugnar como irrealizable utopía el proyecto de la colonización de que se ha ocupado la prensa del país. Decidámonos de una vez; establezcamos una corriente permanente de inmigración honrada y laboriosa, brindémosle nuestras tierras vírgenes y feraces; ofrezcámosle toda clase de garantías legales y efectivas; ayudémosla por todos los medios que estén al alcance de nuestros recursos económicos y políticos, y de este modo habremos resuelto el gran problema, habremos echado las verdaderas bases de prosperidad efectiva, y asegurado la paz y el porvenir de la República. El Eco de la Opinión, Núm. 940, 10 de julio de 1897.

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Nuestro porvenir

Mucho se ha escrito sobre la necesidad de instruir a los pueblos, fundando y sosteniendo escuelas a donde la juventud acuda a beber en las fuentes puras de una enseñanza útil y provechosa. Y como la instrucción es, comoquiera que se mire, una de las bases de la prosperidad de las naciones, vamos a encarecer de nuevo la importancia que a esa manifestación de la vida social y política corresponde en el orden de las fuerzas que deben desarrollarse para fundar el imperio de una civilización digna de encomio y merecedora de una página de honor en la historia de la humanidad. No somos de los que se figuran que al Estado solo corresponde el deber de suministrar a los ciudadanos la instrucción que para desenvolver sus facultades morales e intelectuales, en un sentido de relación más o menos estrecho con las necesidades de la vida práctica, ni mucho menos de aquellos que llegan a exigir a un Estado pobre la obligación de crear y sostener colegios y universidades de donde salgan jóvenes preparados para las carreras profesionales, o licenciados o doctores graduados en Medicina, en Leyes o en Filosofía… Tampoco creemos que a la acción exclusiva de los particulares debe dejarse el sostenimiento de las escuelas de un país que, como el nuestro, carece de recursos suficientes para garantizar una obra que necesita de un apoyo tan cierto como eficaz, y tan eficaz como es menester para asegurar sus resultados en el curso del tiempo. Pero sí somos de opinión que ambas acciones deben ir combinadas, que la iniciativa particular y la del Gobierno reunidas, podrían y debían dar solución al problema de la educación nacional, 277

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haciendo cada cual por su parte lo que a sus deberes corresponda, sin entorpecerse mutuamente y sí tratando de dividir y simplificar los medios que hayan de poner en práctica para la consecución del fin que ambos persigan. En esta combinación de medios, claro es que al Estado toque concurrir con la mayor suma de elementos posibles, porque de otro modo ¿cómo podría el esfuerzo individual reunir y aportar los grandes recursos económicos que se necesitan para establecer institutos, con buenos profesores y empleados, con sus gabinetes, sus laboratorios, sus colecciones, sus bibliotecas y cuantos medios puedan servir a garantizar el éxito de su enseñanza? Al Estado, pues, correspondería prestarle el mayor socorro a la instrucción, porque además de lo dicho, es un hecho y un ejemplo, que en todas partes así se hace, y que, desde luego, en todos los presupuestos de los pueblos grandes y ricos, como de los pueblos pequeños y pobres, se señalan cantidades proporcionadas a sus riquezas para el sostenimiento y pago de muchas escuelas y de algunos institutos de educación, y de la enseñanza especial de las ciencias, las letras y las artes. Entre nosotros siempre ha sucedido así. En nuestros presupuestos nacionales se han consignado siempre cantidades más o menos suficientes, para emplearlas en el servicio de la instrucción y se han acordado asignaciones a las escuelas particulares que lo han solicitado, en todos los pueblos de la República. En estos últimos años esas cantidades se han ido reduciendo hasta llegar a ser hoy demasiado exiguas. Pero es de esperarse que el Gobierno, animado del mejor deseo de contribuir al desarrollo y a la prosperidad del país, logre resolver el problema económico que tiene sobre el tapete, y con ese problema todos aquellos puntos, que, como el de la instrucción, necesitan de esa base para poder ser aclarados y definitivamente establecidos en el terreno de la práctica. Así habrá cumplido con una de las obligaciones de todo gobierno que se inspira en el bien de sus gobernados y podría afirmarse que el progreso de que disfrutamos no es un progreso efímero, por

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cuanto tendría su base firme y segura en la instrucción del pueblo que es y debe ser el fundamento de todos los progresos. ¿Y de qué otra manera se cimentarían la paz y el orden en un pueblo que permaneciese en la más crasa ignorancia, sin tener ni siquiera la más elemental noción de sus derechos ni de sus deberes? Hay que tener en cuenta que la instrucción es un deber y un derecho al mismo tiempo, y que tanto el magistrado de una República, sobre cuyos hombros pesan tantas responsabilidades, como el soldado que jura fidelidad a su bandera, deben saber lo que sus respectivas investiduras significan, y lo que cada quien representa en el orden de los destinos de su patria que exige de ambos el cumplimiento de los ineludibles deberes que para con ella contrajeron. Y es por tal motivo que a los pueblos se les debe instruir; que los gobiernos deben mirar con más atención ese ramo de la vida social; que no deben desatender al imperio de esa necesidad; y que, convencidos de que la instrucción es una riqueza que desarrolla otras riquezas, nuestro gobierno debe prestarle todo su apoyo moral y económico a esa institución que está llamada a ser la razón de nuestro presente y el fundamento de nuestro porvenir. El Eco de la Opinión, Núm. 941, 17 de julio de 1897.

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Instrucción pública

No es ni debe ser extraño al programa de este semanario dejar oír su voz en temas que se refieren al desenvolvimiento de la cultura dominicana, cualesquiera que sean los medios y la forma que para ese alto fin de progreso se pongan en ejercicio, siempre que, por la amplia vía de los estudios generales o por el campo de los estudios particulares, o por ambos a la vez, se logre aquel propósito y se echen de ese modo, los cimientos de nuestra civilización en lo presente y en lo porvenir.

*** Nos referimos a la proposición hecha por el señor Manuel de J. de Peña y Reinoso, de que se cree una Cátedra especial de Historia de América y de Historia Patria y se funde la Biblioteca Nacional. Respecto de la primera, o sea de la Cátedra de Historia, se nos ocurre preguntar, ¿estamos preparados para iniciar esos estudios cuando aun carecemos de otras fuentes de conocimientos más indispensables y de mayor utilidad para la juventud estudiosa del país? La Historia es uno de los ramos que más se han descuidado en nuestras escuelas, porque su enseñanza no se ha mirado con toda la atención que corresponde a una ciencia que, relacionada continuamente con la Moral y el Derecho, está llamada a operar grandes transformaciones en el carácter nacional, y a producir en la vida de los ciudadanos la influencia que necesariamente ejerce 281

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toda enseñanza que tienda a conocer los hechos, averiguando sus causas, para deducir leyes generales desde la elevada y serena región de la crítica racional y científica. Antes que la Historia está la Geografía y están otros ramos de conocimientos preparatorios que aún no son atendidos debidamente en nuestras escuelas primarias. Por otra parte, si no está cubierto el deber del Estado de suministrar al mayor número la instrucción de que más necesita, y si en el mismo Instituto Profesional no hay el número necesario de catedráticos para el servicio de las facultades de que se compone ese plantel, ¿cómo exigir al Gobierno la creación de nuevas Cátedras, que, después de todo, no corresponden a la enseñanza profesional?

*** Sobre la Biblioteca Nacional no debiéramos decir ni una sola palabra. Pero esta proposición, lo mismo que la anterior, ha sido apoyada por nuestro colega Letras y Ciencias y nos cumple hacer constar que no solo fue objeto del discurso de una Memoria de Instrucción presentada al Presidente de la República por el señor Morales, a la sazón ministro del ramo, sino que, si no nos equivocamos, fue motivo de una disposición del Congreso Nacional en aquella época (1893) por la cual se mandaba a crear o se creaba la Biblioteca Nacional y se votaba la suma de $3,000 para los gastos de instalación. El buen propósito no prosperó y la Biblioteca Nacional quedó relegada a continuar siendo un proyecto o una proposición. Nosotros estábamos en aquella ocasión con ese pensamiento; pero las circunstancias han variado mucho. Por aquel año, la Hacienda Pública contribuía con algo más de $40,000 pesos anuales para el sostenimiento de algunas escuelas primarias y particulares, y hoy, debido al malestar económico, que es actualmente objeto de estudio por la presente administración,

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esa cantidad ha quedado reducida a la última expresión, pues apenas alcanza a $10,000 la suma señalada para esas mismas atenciones. Lógico es que en semejantes condiciones estemos por lo que es más imperioso, por lo que es más útil, por lo que es más práctico, por lo que es más de justicia; por el establecimiento y sostenimiento de escuelas primarias en mayor número, y no por instituciones que al fin y a la postre, solo vendrían a hacer un gasto más al Estado sin beneficio positivo para la juventud estudiosa, ni para nuestros científicos y artistas, que, dicho sea de paso, aún no sienten el imperio de esa necesidad de los pueblos civilizados. No estamos, pues, con las proposiciones del señor Peña y Reinoso, sin embargo, de que reconocemos el buen deseo patriótico con que han sido hechas. El Eco de la Opinión, Núm. 942, 24 de julio de 1897.

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La provincia del Sur

Ninguna de las provincias en que está dividida la República ha sido más castigada que la heroica y altiva provincia de Compostela de Azua. La provincia es, no obstante, digna de que fijemos en ella nuestra mirada escrutadora y de que pensemos en su suerte y en su porvenir, como pensamos en la suerte y en el porvenir de todas las demás que componen el sagrado territorio de la patria. Porque no es un misterio para nadie que los pueblos sufridos y castigados, que han alimentado con su ejemplo las grandes ideas, poniendo en la obra de su independencia sus más nobles esfuerzos, sus virtudes ciudadanas engendradoras de otros más poderosos sentimientos; no es un misterio para nadie que esos pueblos han sido y son los que engrandecen la historia con sus hechos, y los que llevan en su seno el germen de la libertad que nadie puede arrebatarles sino ahogándoles en sangre y sepultándoles en el montón de cenizas que dejan como rastro de su paso los tiranos y los conquistadores de la Tierra. En el período de la Independencia, fue Azua teatro sangriento en que se libraron encarnizados combates contra los intrusos dominadores. Allí, en la capital de la provincia, en las afueras de la ciudad, se libró la primera gran batalla decisiva de nuestra libertad. Después, cuando las pasiones se conjuraron y se dividió la República en bandos políticos que nunca representaron una idea salvadora, sino que se empeñaban en guerras intestinas que 285

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ensangrentaron el suelo de la patria, Azua siguió siendo el escenario de esas luchas, y la maldad y el crimen sentaron en ella sus reales, abatiendo su pujanza y gastando sus poderosas energías. Y ese pueblo, pobre y desvalido al presente, está llamado a ser en lo futuro uno de los pueblos más felices, porque tiene en sí el germen de las buenas cualidades que forman esencia del patriotismo y son la base de las virtudes con que ha de agitarse en el movimiento del progreso general de la República. La naturaleza, que tan caprichosamente distribuye sus dones, ha sido, al parecer, un poco avara con esa región en que el clima abrasador y lo escaso de las lluvias, tanto perjuicio causan a la agricultura y el comercio. Es, sin embargo, Azua una provincia que posee elementos naturales capaces de convertirla en una de las más prósperas y ricas, con el auxilio del trabajo y la voluntad de sus habitantes que son, en general, laboriosos y amantes del progreso de su tierra. Cuenta Azua con numerosas fuentes de petróleo y con manantiales de aguas sulfurosas termales, que ofrecen grandes ventajas a la medicina, con el establecimiento de estaciones balnearias para la curación de muchas enfermedades que requieren el tratamiento de los baños sulfurosos. Y, como esas, tiene Azua otras fuentes de riquezas naturales que es necesario explotar para cambiarle el aspecto triste que hoy tiene por otro halagador a las miradas del que la contempla y estudia, pensando en contribuir con sus luces y su trabajo a darle bienestar y grandeza. Dícese ahora que se construirá un ferrocarril del pueblo a la playa, que se abrirán algunos pozos artesianos, para llevar a aquella parte del territorio nacional la vida que le falta por carecer de esos elementos de progreso con que se la dotará en tiempo no muy dilatado. Nosotros, que amamos el progreso de la República, que creemos en la eficacia de todos los medios lícitos que se pongan en ejercicio para aumentar sus riquezas; que estamos convencidos de que solo el trabajo puede salvarla de caer en la ruina y en la corrupción;

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que anhelamos su paz, su dicha, y tenemos fe en su porvenir, no podemos menos que congratularnos por las próximas mejoras que se realizarán en aquella extensa región, reconociéndoles toda la importancia que en sí tienen. El Eco de la Opinión, Núm. 943, 31 de julio de 1897.

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El cultivo del tabaco

Es el cultivo del tabaco uno de los más apreciables por la importancia que la preciosa hoja ha alcanzado en los mercados extranjeros, donde se la solicita y paga a precios altos y ventajosos para los que se ocupan y viven de esa industria. En los actuales momentos, la ocasión es favorabilísima al desarrollo de ese cultivo, que puede y debe ser objeto de gran atención y cuidado por parte de nuestros agricultores; y a ello debe moverles el incentivo poderoso de los pingües resultados que les dará hoy y mañana la siembra de la mágica planta. Hoy que Cuba está en guerra con España y que esa guerra ha aminorado la producción del tabaco en la grande Antilla, lo mismo que en Filipinas, por las mismas causas, hora es de aprovecharse haciendo el cultivo en mayor escala y escogiendo para ello las zonas en que pueda producirse en las mejores condiciones, como lo requiere el interés del negocio que se hace con la rica planta, y acondicionando la hoja de manera que no sufra esas grandes bajas que a menudo sufre en los mercados europeos, debidas, más que a otra cosa, a las pésimas condiciones en que se arregla para la exportación. Fíjense nuestros agricultores en el ejemplo del Brasil, de México y de la República Argentina que por haberse dedicado desde hace tiempo a la siembra del tabaco, hoy están haciendo su agosto, vendiéndolo a precios fabulosos en los mercados de Europa y de los Estados Unidos en donde tanto se consume esa hoja. Fíjense también en que ahora mismo las pacas que se venden en el Cibao a razón de 12 ó 14 pesos, han sido pagadas a $50 por 289

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agentes de casas americanas que han llegado allí a examinar el terreno y hacer un estudio del cultivo de esa planta entre nosotros, y de las ventajas que de esa industria pudieran sacar en lo sucesivo en sus relaciones de comercio con los sembradores dominicanos. Y fíjense además en que para obtener todo el beneficio posible es necesario atender a los preceptos que el arte de la agricultura aconseja seguir para no sufrir esos descalabros que traen consigo la imprevisión y la falta de inteligencia en las labores del campo, que necesitan, como todas las industrias humanas, del concurso del arte y de la ciencia. Porque sin atender a la naturaleza del suelo, al abono y preparación de los terrenos, elección de semillas, condiciones y época de la siembra y todas las demás exigencias del cultivo, no se ganará nada en la calidad del producto, aunque por otra parte pueda este ser en extremo abundante. Cúmplenos, pues, llamar la atención sobre la necesidad de desarrollar el cultivo del tabaco entre nosotros, aprovechando estos momentos en que todo parece ser un augurio de buen éxito en los resultados. La guerra de Cuba con España, como hemos dicho al principio, favorece esta pretensión; y no es dudoso que siendo nuestras tierras semejantes a las de Cuba y favorecidas por las mismas condiciones naturales, alcancemos en lo porvenir darle fama a nuestro tabaco y hacer de él una verdadera fuente de riqueza como lo han hecho la misma Cuba, algunas islas del archipiélago filipino y otras en que es maravillosa la bondad de la hoja por su aroma exquisito y demás condiciones esenciales. ¡Ojalá fueran oídos estos consejos y se realizaran las esperanzas que en ellos se cifran! El Eco de la Opinión, Núm. 944, 7 de agosto de 1897.

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¡Salve al progreso!

El progreso de los pueblos no es la obra de la casualidad. Es la obra del esfuerzo que gobernantes y gobernados despliegan en interés del desarrollo material, moral e intelectual de la comunidad, que se llama Estado, y que, bien mirado, es impuesto por las necesidades del hombre, que, como todas las cosas humanas, tiene su ley que cumplir en el orden admirable de la naturaleza. Pero el progreso no es la civilización ni debe confundírsele con esta manifestación de la cultura universal. La civilización es el resultado del equilibrio de las fuerzas morales e intelectuales de un pueblo que ha alcanzado, por virtud de toda la suma de sus actividades en el tiempo y en el espacio, la meta de sus grandes aspiraciones, imponiéndose al respeto y a la admiración de los demás pueblos del planeta. En tal concepto, hay que trabajar, trabajar mucho; hay que multiplicar las potencias creadoras del espíritu personal y colectivo, para impulsar el comercio, desarrollar la agricultura, fomentar las industrias, cultivar las relaciones exteriores con las demás naciones, asegurar la paz interior, sobre la base inconmovible del respeto a la ley y de la Justicia; hay que estimular y desenvolver las facultades de los ciudadanos, y propender por todos esos medios a buscar el equilibrio de todas las fuerzas cuyo es el resultado de lo que a justo título constituye lo que se llama civilización de los pueblos. El “Ferrocarril Central Dominicano”, cuya primera sección de Puerto Plata a Santiago se acaba de inaugurar en estos momentos, es un gran impulso dado al progreso del país y un factor importantísimo de la civilización del pueblo que ha sabido luchar y 291

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conquistar su independencia una y otra vez, dando elocuente testimonio de su amor a la libertad en cien combates gloriosos que ilustran las páginas de su historia. Realizando obras de progreso en el presente, labramos la civilización del porvenir. Felicitémonos, pues, por el gran paso que hemos dado en nuestra vida republicana, y prosigamos con aliento patriótico elaborando la felicidad de esta Antilla, que, si el corazón no nos miente, tiene un altísimo destino que cumplir entre los pueblos que componen el hermoso archipiélago antillano. ¡Salve al progreso! ¡Salve a la fecha gloriosa de nuestra Restauración política! ¡Salve al país que da muestras tan significativas de su cordura y de su amor a la paz y al trabajo que han de redimirlo de todos los errores pasados y librarlo de las contingencias del porvenir! Y ¡salve, por último, a la hermosa región del Cibao que ve con fruición inefable el movimiento de la vida animando sus fértiles comarcas, y es hoy objeto de las simpatías que le demuestran todos cuantos reunidos en la heroica ciudad de Santiago de los Caballeros o en la altiva Puerto Plata, tributan un aplauso merecido a los alientos y virtudes de sus nobles hijos! El Eco de la Opinión, Núm. 946, 21 de agosto de 1897.

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Otra vez

Nada puede dar idea de la cultura de un pueblo como los progresos que este haya alcanzado en el orden de los conocimientos humanos. Por eso Francia, Alemania, Inglaterra y otras naciones en Europa, y en nuestra América los Estados Unidos, Chile y la República Argentina, México y alguna otra, pueden llevar con orgullo el estandarte de la civilización moderna. Y como de la instrucción depende en un modo o en otro, el provenir de los pueblos, claro es que, como dijo Julio Simón, “el pueblo que posee las mejores escuelas es el primer pueblo de la Tierra.” Comoquiera que se mire y comoquiera que se considere, la perfectibilidad del espíritu humano no puede depender sino del mayor desarrollo de la educación del hombre, como individuo y como ser social. Nada hay que pueda afirmarse con tanta exactitud como esta verdad que la filosofía más práctica no podría revocar a duda. Lutero decía en estos o parecidos términos: “la disminución de las cárceles está en razón directa del aumento de las escuelas.” Y nada hay más cierto que esto. La ignorancia es la madre de todos los vicios y, si es verdad, que en el seno de las sociedades ilustradas hay corrupción, también lo es que esa ilustración es casi siempre íntima y superficial en los que amamantan el crimen y la miseria como tristes despojos de una civilización nada robusta porque no tiene sus raíces en el cultivo del espíritu individual y colectivo de los asociados. 293

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Es por eso que insistimos otra vez en la necesidad de fomentar la ilustración en nuestro país. Es por eso que nuestra mirada reposa en los horizontes de una educación nacional bien entendida, que nos sirva para ilustrar nuestra historia, para desarrollar las facultades artísticas, para abrir nuevos derroteros en el hermoso campo de las investigaciones científicas, para dar carrera, profesión, oficio al mayor número de ciudadanos, para poner en juego la actividad de nuestro espíritu haciéndolo poderoso y fecundo, para iluminar, en fin, la senda del sentimiento de la virtud. Para todo eso necesitamos escuelas, para todo eso es necesario fomentar el ramo de instrucción. Y si queremos determinar el valor y las ventajas del esfuerzo que en ese sentido hiciésemos, y el alcance de los resultados que podríamos obtener, convirtamos la mirada a esos pueblos y naciones, en donde la instrucción es la base de todo, y a ella se debe el mayor brillo y esplendor de las instituciones, que son alma, luz y vida en el régimen social y político que los gobierna. Cuantos beneficios pueda sacar un pueblo que se instruye, no hay pluma que pueda dar idea de ello. La agricultura, el comercio, las industrias, las artes, todo adelanta, se multiplica y florece por virtud del desarrollo intelectual que es, como si dijéramos, no la piedra de toque, sino la piedra angular de lo que, en los distintos órdenes de progreso, pueda edificarse. Los oficios no son los menos favorecidos por la multiplicación y ensanche de los conocimientos. Son ellos, acaso, y sin acaso, la base principal de la felicidad de su pueblo. En ellos está la libertad. Ningún ciudadano es más independiente que cuando puede confiar el sustento propio y el de su familia a esos trabajos al parecer humildes, humildes, sin duda, por la esfera en qua se ejercen, pero grandes y nobles porque en ellos se encierran la libertad y la virtud. Vengan los tiempos que vinieren, la grandeza de las naciones se vinculará en el poder, en las riquezas, en el número de sus sabios, y en todo aquello que, de un modo o de otro, contribuye a la firmeza de sus instituciones. Pero en el seno de las sociedades, serán obreros secretos y humildes de su prosperidad, aquellos que en esferas inferiores, calladas

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y laboriosas como la hormiga, trabajan día a día, y hora a hora, labrando la madera, fundiendo los metales, poniendo piedra sobre piedra, y haciendo todas esas cosas, y contribuyendo por todos esos modos a labrar un porvenir cimentado en el trabajo que dignifica y ennoblece. Lo repetimos: necesitamos escuelas y más escuelas. Hay que formar y educar a las generaciones para la vida práctica, y solo en la escuela es que puede llevarse a cabo esa obra de redención que nos salvará de todas las humillaciones y de todos los males que engendra la ignorancia en el misterioso y oculto laboratorio de las pasiones y de los errores. El Eco de la Opinión, Núm. 948, 5 de septiembre de 1897.

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Estado civil

I Nada puede interesar tanto a una sociedad como el cumplimiento de las leyes civiles que rigen todos sus actos, y, principalmente, aquellas que se refieren al estado civil de las personas. Sin que lo que digamos entrañe acusación contra nadie, vamos a llamar la atención sobre el hecho cierto de que nuestras leyes son poco menos que letra muerta para muchos de los encargados de cumplirlas o hacerlas cumplir. En las Disposiciones generales relativas a los actos del estado civil, dice nuestro código: “Los actos del estado civil se inscribirán en los registros destinados a ese fin, y expresarán la hora, el día y el año en que se reciban, como también los nombres, apellidos, edad, profesión, nacionalidad y domicilio de las personas que en ellas figuren.” Y por otra parte, refiriéndose a los actos de nacimiento dice el mismo código: “En el acto de nacimiento se expresarán la hora, el día y el lugar en que hubiere ocurrido, el sexo del niño, los nombres que se le dan, los nombres y apellidos, profesión y domicilio del padre y de la madre, cuando sea legítimo y, si fuere natural el de la madre; y el del padre, si este se presentase personalmente a reconocerlo; los nombres, apellidos y profesión de los testigos.” También estatuye nuestro código que “la declaración de nacimiento se hará ante el oficial del Estado Civil del lugar donde se verifique el alumbramiento, del décimo al decimoquinto día después de este, si allí hubiere oficial del Estado Civil.” 297

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Y ahora preguntamos: ¿entre nosotros se cumplen o no se cumplen todas esas prescripciones legales que de tanta importancia son para las relaciones de la vida civil? Nadie podría afirmar lo primero; porque lo que comúnmente sucede es lo segundo; es decir, que no se cumplen. En una Memoria de Justicia del año 91 ó 92, hablando de las irregularidades cometidas por los oficiales del Estado Civil, explicaba el Ministro la causa por la incompetencia de la mayor parte de aquellos funcionarios, quienes, por lo demás, son, en general, personas de honorabilidad reconocida. Pero no hay que conformarse con eso porque las formalidades que exigen las leyes civiles para todos esos actos deben cumplirse al pie de la letra, pues de no cumplirse podrían originarse daños incalculables en los intereses morales y materiales de los asociados. Más tarde, con más tiempo, y con más lugar, vamos a presentar una serie de casos que podrían ocurrir, para demostrar hasta dónde puede ser perjudicial la falta de cumplimiento de las leyes que se refieren al estado civil de las personas. Por ahora solo llamamos la atención sobre este asunto importantísimo, que merece la de todos aquellos que se interesan por el mejoramiento de la vida social y porque el imperio de nuestras leyes sea garantía para las personas y para los intereses.

II Si el matrimonio es la base de la familia y esta es el fundamento primordial del Estado, es de todo punto necesario que las relaciones de aquella sean reguladas conforme al espíritu de las leyes que la instituyen, garantizan sus derechos y establecen sus obligaciones dentro de la vida civil que se desarrolla y vigoriza al amparo de las instituciones que son el reflejo de su existencia. En nuestro artículo anterior, afirmamos que entre nosotros las leyes eran poco menos que letra muerta para los encargados de

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cumplirlas o de hacerlas cumplir, y esto no es extraño si se tiene en cuenta que el estricto cumplimiento de las leyes no es cosa fácil para los pueblos que aún no han sentido la fuerza del derecho ni visto claramente las ventajas que de su ejercicio pueden obtener cuantos aspiran a formar parte en el concierto universal de los que marchan a la vanguardia de la civilización contemporánea. Eso no obsta para que, advertidos del mal, examinemos las causas, e indiquemos las consecuencias del desequilibrio que se nota cuando no se vive en la plenitud de la vida del derecho y cuando, muy particularmente, no se fijan claramente las relaciones de la vida civil.

*** El nacimiento, el matrimonio y la muerte son los tres hechos más notables de la existencia humana. Ellos la abarcan toda entera y fijan el estado y la capacidad de las personas. ¿No es pues importante el observar las leyes que se refieren a estos estados, desde el momento que de ellos se deriva un sinnúmero de relaciones, que se resuelven en la práctica de derechos y deberes que afectan al individuo, a la sociedad y aun a la misma vida política de la Nación? ¿Por el nacimiento se prueba el origen y se indica la filiación de la persona, o se demuestra la edad para determinar su capacidad relativa? El matrimonio determina la legitimidad de los hijos y el estado de los esposos. Y la muerte, por último, determina la transmisión hereditaria y la cesación de la patria potestad y del poder marital. ¿Pueden estos actos de suma trascendencia y de tan vasto alcance, dejar de ser conservados en los registros destinados a ese objeto? Nuestro Código Civil, en el capítulo II del título II del libro I, hablando De los actos de nacimientos, dice: “El nacimiento del niño

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será declarado por el padre, o, a falta de este, por los médicos, cirujanos, parteras u otras personas que hubieren asistido al parto; y en el caso en que aquel hubiere ocurrido fuera del domicilio de la madre, la declaración se hará por la persona en cuya casa se hubiere verificado. –El acta de nacimiento se redactará en seguida, a presentación de los testigos.” Más adelante, en el capítulo III, De las actas de matrimonio, después de hablar de la publicación de los edictos, de la fijación de estos actos durante ocho días en la puerta del oficial del Estado Civil, de la oposición &, dice: “El oficial del Estado Civil exigirá el acta de nacimiento de cada uno de los futuros esposos.” Y más después: “En el acta del matrimonio se insertarán: 1º los nombres, apellidos y domicilio de ambos esposos; 2º si son mayores o menores de edad; 3º los nombres, apellidos, profesión y domicilio de los padres de cada uno de ellos; 4º el consentimiento que estos hubieren dado, o el de sus abuelos, o el del consejo de familia, en los casos en que la ley lo requiera; 5º las peticiones respetuosas, si las ha habido; 6º los edictos hechos en los diversos domicilios; 7º las oposiciones, si se hubiere presentado alguna, su suspensión por autoridad judicial, si la hubiere habido, o la mención de que no la ha habido; 8º la declaración de los contrayentes de que se reciben por esposos, y la declaración que de su unión ha hecho el oficial del Estado Civil, 9º los nombres, apellidos, profesión, edad y domicilio de los testigos y si son o no parientes o afines de los contrayentes, por qué línea y en qué grado; 10º la declaración tomada con motivo de la intimación hecha en el artículo anterior, de si se ha celebrado o no algún contrato matrimonial, así como, en cuanto fuera posible, de la fecha del mismo, si existe, e igualmente del notario ante quien se pasó; todo lo dicho, so pena de la multa fijada por el artículo 50, que pagará el oficial del Estado Civil que hubiere faltado a alguna de esas prescripciones”. Todas estas disposiciones de la ley deben ser atendidas, tanto por los interesados personalmente en su exacto cumplimiento, cuanto por los funcionarios encargados de cumplirlas.

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Sin estado civil no hay persona jurídicamente hablando, sin persona no hay unidad y base en la familia, y sin familia no hay sociedad de derechos organizada. Es por tanto indispensable que las leyes de ese orden se cumplan al pie de la letra, ya que de ellas dependen en mucha parte el orden de la familia y la buena administración de sus intereses. El Eco de la Opinión, Nos. 951-952, 25 de septiembre y 2 de octubre de 1897.

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En nuestro puesto

Con fundada razón, si se quiere, se han excitado los ánimos, en esta capital, al leer en el periódico Patria, órgano del Partido Revolucionario de Cuba, un artículo inconsiderado e irrespetuoso contra el Gobierno y pueblo dominicanos. Apenas se concibe cómo el redactor de ese periódico haya cometido torpeza igual, que a más de calumniosa es impolítica, por cuanto es contraria a los intereses que defiende. No parece sino que algún enemigo encubierto del Gobierno del general Heureaux ha sido quien desde aquí ha transmitido esas notas de grosera falsedad al mencionado periódico, pues las exageraciones saltan a la vista y el estilo irónico y chocarrero del artículo a que nos referimos patentiza nuestro acierto. Cierto es que desde el comienzo de la guerra de Cuba, el Gobierno de la República ha impedido que se hostilice a España, cumpliendo de ese modo con los preceptos del Derecho internacional, y respetando las leyes de buena amistad que existen entre las dos naciones; pero nunca ha descendido a prácticas vulgares y denigrantes, como en lenguaje de rastrera inconsideración lo dice el redactor de Patria. El Gobierno se ha mantenido en el puesto digno a que lo obligan los principios de la neutralidad, pero jamás ha perseguido a nadie porque sea simpatizador de la santa causa que defienden los cubanos, ni ha privado la libertad de ningún dominicano, cubano, o extranjero para prestar el contingente moral o pecuniario que cada cual haya querido, siempre que lo haya hecho sin transgresión a las leyes. Hechas estas manifestaciones que encierran nuestra más viva protesta contra la indigna conducta del periódico aludido, no nos 303

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parece que el asunto deba tomarse tan a pecho, que pueda amortiguar las simpatías que una causa tan grande y tan noble como lo es la de la Independencia de un pueblo que gime bajo el peso de sus cadenas, ha despertado desde un principio en las conciencias de los hombres honrados y patriotas de todas las naciones. Esa causa es la causa de la libertad; y no por el indiscreto juicio de un redactor de aquel periódico, por más que este se llame órgano del Partido Revolucionario Cubano, deben los dominicanos simpatizadores de la independencia cubana, hacer caso de esas mezquindades; porque por encima de toda esa inconciencia, por no decir otra cosa, debe estar el alto sentimiento patriótico inspirado por los principios, de libertad que informan el credo de la democracia republicana. Creemos por tanto que el paso impolítico del redactor de Patria no enfriará en nada el entusiasmo por la realización del ideal hermoso, que es el santo ideal de bien, de luz y de progreso de toda la humanidad. La causa de Cuba es, ante todo, una causa de principios, y la exaltación de los ánimos por más fundado que parezca, no sería en el presente caso, sino una prueba de flaqueza, indigna de almas templadas por la convicción. Antes que nada debe pensarse en que el artículo aludido no ha podido ser autorizado por las distinguidas personalidades del Partido Revolucionario Cubano, entre las cuales figura el discreto diplomático que tiene a su cargo la delegación del mismo partido, señor Estrada Palma, quien, de seguro, habrá desaprobado las inconsultas afirmaciones del periodista Eduardo Yero. Debe pensarse también en que esas afirmaciones injuriosas, dichas en desahogo de ruines pasiones, deben dar motivo a enérgicas protestas, pero no ser bastante a impedir que se celebren veladas, ni se recauden fondos a favor de la noble causa, siempre que, como hemos dicho más arriba, no se alteren en modo alguno las leyes de neutralidad que deben ser fielmente observadas por el Gobierno de la República. ¿Dónde, pues, estaría nuestra cordura, si diésemos mayor importancia a las frases del ofuscado periodista cubano?

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Más que un eco de la opinión. 4. Escritos, 1890-1897

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Más ofuscados e indignos seríamos nosotros si negáramos por ello nuestro decidido apoyo a la causa de la Independencia de la Antilla hermana. Cálmese, pues, la excitación de los ánimos; contribuya a ello la sensatez de nuestra prensa nacional; siga la simpatía del pueblo dominicano, dignificando su nombre en el afecto de esa obra redentora, y quédese el redactor de Patria, señor Yero, con el pecado de su indiscreción. El Eco de la Opinión, Núm. 953, 9 de octubre de 1897.

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Monumento a Colón

Sigue agitándose en la prensa del interior este asunto, sobre el cual parece que aún no están de acuerdo las opiniones. Ya en uno de nuestros números anteriores dijimos lo que, a nuestro humilde juicio, nos pareció más pertinente; y hoy reafirmamos aquel voto, que mereció una mención honrosa a nuestro estimado colega el Listín Diario. Creada la Junta Nacional Colombina para recaudar los fondos destinados al Monumento a Colón decretado por el Poder Ejecutivo el 10 de septiembre del año de 1892, y encargada la misma junta de todo lo relativo a esa obra nacional, claro es que, hasta no dejar cumplido su encargo, no puede ni debe la Junta dar por terminada su labor, ni debe nadie pretender que a esos fondos se les dé otra aplicación que no sea conforme al objeto del aludido derecho del 92. Eso por lo que respecta a la erección del monumento; que por lo que hace al sitio donde debe levantarse este, no estamos de acuerdo con algunos de los pareceres que a este respecto se han emitido en público en diversas ocasiones. Se ha hablado de comprar una manzana y destinarla para la construcción del monumento; otros han indicado la conveniencia de destinar unas ruinas (las de San Nicolás, por ejemplo) para restaurarlas, y, con las modificaciones que exija el caso, darle allí tumba definitiva al insigne descubridor de las Américas. Ninguno de esos pensamientos nos parece acertado. Pero hay otro que ha sido apuntado en el mismo seno de la Junta Nacional Colombina, y este es el que vamos a observar, porque, 307

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sobre gozar de las simpatías de algunos de los miembros de aquel honorable cuerpo, es, en nuestro sentir, el menos practicable por razones muy atendibles. Es el que se refiere a la construcción del monumento en los alrededores de la Cervecería. En primer lugar, esa parte de la ciudad no tiene el aspecto que debía tener para que en ella se levante una obra de arquitectura que desde luego chocaría a la vista de todo el mundo: esto sin agregar que un monumento público como el de que se trata, debe ser cuidado convenientemente y allí en aquel apartado lugar de la ciudad no hay quién garantice ese cuidado. Por otra parte, nos parece que, siendo el monumento de mármol, sería bueno resguardarlo de la acción de las aguas del mar, que, como es sabido, atacan el mármol y la piedra, y oxidan los metales. En aquel lugar, en tiempos de borrascas, el azote de las aguas del mar es cosa que todos hemos visto. Aún a la distancia de doscientos a trescientos metros, se siente notablemente el agua pulverizada por el empuje del viento. ¿Cómo, pues, pensar en la construcción del monumento en un sitio que ofrece todos estos inconvenientes? Bástenos que a la vuelta de algunos años esté completamente manchado por la acción de nuestro clima húmedo, ya que esto de ningún modo podemos evitarlo; pero preservémoslo de otros peligros que, previstos de antemano, pueden evitarse. Y ahora vamos a dar nuestra opinión respecto al monumento y al lugar en que debe este ser erigido. Para nosotros el mejor monumento material que podría guardar las venerandas cenizas del Descubridor del Nuevo Mundo, sería la Catedral de Santo Domingo, y esta no es opinión solamente nuestra, pues sabemos de alguna distinguida personalidad de las que componen la Junta Nacional Colombina, que también es de este parecer. Pero ya que hay el decreto mandando construir a uno especial y que este decreto debe cumplirse, salvo mejor acuerdo del poder que lo dictó, estamos porque, o se construya el monumento decretado, o se destine uno de nuestros templos para servir al

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objeto del pensamiento que informó el criterio del Gobierno que tan cuerdamente obró honrando la memoria inmortal del egregio marino, cuyos preciosos restos reposan en la histórica Catedral de la Primada. Esa es, pues, nuestra opinión. El Eco de la Opinión, Núm. 954, 16 de octubre de 1897.

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Notas editoriales

Pozos artesianos en Azua Hace algunos días, hablamos sobre la postración relativa de la provincia del Sur, que, siendo la más heroica y sufrida, es también la menos favorecida por la naturaleza. Entonces dimos cuenta de las mejoras que se realizarían en breve en aquella parte de la República, e hicimos mención, entre otras cosas, de los pozos artesianos que iban a abrirse en algunos lugares, con la cooperación eficacísima del Gobierno nacional. Plácenos hoy consignar que a esta fecha se han abierto ya pozos de 60 ó 70 y uno de 120 varas de profundidad. El agua, según nuestros informes, es buena, cristalina y brota en abundancia. Cada surtidor es de 6 pulgadas de diámetro y, dentro de poco, se usarán nuevos tubos que medirán de 10 a 15 pulgadas. Cada uno de los dos primeros pozos que se abrieron da doscientos cincuenta galones de agua por minuto. El chorro es tan fuerte que ha arrojado piedras del peso de dos libras. La extensión regada hasta ahora es bastante extensa. Esto quiere decir que Azua se ha salvado de la ruina y de la miseria, que de seguro la habrían hecho desaparecer tarde o temprano. En lo sucesivo la agricultura alcanzará gran desarrollo y el comercio recibirá nueva vida con el aumento y mejora de los productos de aquella región. 311

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Hay, pues, que congratularse con los moradores de la simpática provincia que han debido ver en los pozos artesianos que allí se abren un signo precursor de su futuro progreso y un medio que contribuirá a cambiar en mucho la faz de la ciudad cabecera y sus contornos, llevándoles uno de los elementos más indispensables a los hombres y a los pueblos: agua buena y abundante, que es vida y salud para estos y aquellos. Congratulémonos, pues, con los laboriosos hijos de la altiva y heroica provincia que han logrado ver ensanchado el horizonte de su progreso local.

Ferrocarril de Puerto Plata a Santiago Grande ha de ser la prosperidad que alcancen las fértiles comarcas del Cibao con el Ferrocarril Central de Puerto Plata a Santiago, que es la gran arteria por donde ha de correr la vida de aquella importante zona. En la última quincena de agosto y en la primera y segunda quincenas de septiembre próximo pasado, produjo la línea un valor de $32,195 pesos 43 cts. moneda corriente. Por lo que se ve, hay que tener fundadas esperanzas para lo porvenir; porque si hoy que solo están en explotación los cedros y espinillos y algunos otros productos ha alcanzado el rendimiento de la línea a esa suma en tres quincenas, mañana cuando se comience a recoger el fruto de las cosechas y venga la del tabaco que promete ser más abundante cada día, y se pongan en explotación otras riquezas de esa hermosa región de la República, mañana se pueda obtener un rendimiento que […] empresa, que es al presente la de más aliento de todas cuantas se han llevado a cabo en el país. Ese será el gran día, el día del progreso fecundo, el día de las utilidades positivas que pongan de manifiesto nuestras fuerzas naturales y el resultado de la labor comenzada y proseguida con la fe del gladiador que lucha con la seguridad de que será premiado con el triunfo en la noble y dignificadora justa del progreso.

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El Ferrocarril de Puerto Plata a Santiago es una realidad y una promesa. Cuando se desarrollen la agricultura y el comercio, cuando tomen vida nuestras industrias y se fomenten otras que han de venir con el desenvolvimiento de nuestras riquezas, los caminos de hierro cruzarán el corazón de la República, y se oirá por todas partes el himno que al progreso levantarán en la espesura de nuestras selvas los silbatos de las locomotoras que irán regando la vida en pueblos y ciudades que se llenarán de júbilo y alegría. Hoy le caben a Puerto Plata y a Santiago la dicha de ser visitadas por ese agente del movimiento del siglo XIX, que ha de traerles días de grandes labores en la senda de su progreso y de su civilización. El Eco de la Opinión, Núm. 955, 25 de octubre de 1897.

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¿Autonomía o independencia?

Hace apenas un año que se redactó en España un proyecto de autonomía para las islas de Cuba y Puerto Rico, y se ofreció implantarlo como ley de la nación en ambas colonias en una fecha reciente. Eso aconteció después de la famosa invasión de occidente por las legiones de Gómez y Maceo, invasión que asombró al mundo entero y dio al traste con todos los sistemas de guerra conocidos y con todas las prescripciones de la táctica militar moderna. Parece que todo ese aparato de reformas no fue sino obra de la política española para ver de apagar los fuegos de la manigua cubana y contrapesar así el efecto moral que la tal invasión produjo en el ánimo de los pueblos y de los gobiernos de ambos continentes. No se implantó la autonomía tan repetidamente ofrecida, la guerra siguió pujante cada vez más, y los insurrectos han traído en jaque de día en día a las huestes españolas que por todas partes no han hecho más que dejar en el campo de batalla el rico botín de que han sabido aprovecharse las fuerzas cubanas, nunca vencidas, siempre victoriosas. Hoy vuelve a hablarse de autonomía, pero no sabemos en qué forma. Todos los periódicos, españoles y no españoles, traen a menudo largos artículos hablando de la nueva forma de gobierno que trata de darse a Cuba y a Puerto Rico. De los que no son españoles, algunos piensan que España podría conceder a Cuba la autonomía del Canadá; otros que no. Pero la mayor parte hablan de la independencia como única solución de la contienda. 315

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En España se habla de la autonomía como una gracia; y ningún político español de los que gobiernan, sugiere la idea de la independencia. Mientras tanto, la revolución está en pie.

*** ¿Qué solución se dará a este problema que está sobre el tapete del gabinete de España? Tal vez sea fácil adivinarla. Como tanto los cubanos en armas, como los que fuera de Cuba trabajan y ayudan con sus luces y recursos a la causa que sustentan, no están por nada que no sea la independencia de la isla del gobierno de España, no queda más que este dilema: o España termina la guerra y restablece la paz en Cuba en más o en menos tiempo, o tiene que abandonar la isla. De autonomía no hay que hablar. Porque, en el supuesto caso de que los insurrectos depusieran las armas para aceptar otra cosa que no fuera la independencia de la isla, ¿se conformarían con el régimen autonómico que España ofrece implantar en la colonia? Eso es a todas luces absurdo e injusto. ¿España podría ofrecerles la autonomía del Canadá? Si eso fuera posible, quizá se llegaría a esa solución mediante los buenos oficios de los Estados Unidos. Pero España no puede ofrecer a Cuba esa forma de autonomía. ¿Por qué? Porque esa forma de autonomía implica casi la independencia de la isla, y porque, económicamente hablando, España no sacaría nada de Cuba y se quedaría con la enorme deuda que al presente tiene contraída por sostener la guerra. Esto no es nada ventajoso para ella, y, además, esa concesión, caso de ser admitida por los cubanos, sería humillante para la soberanía de la nación española. Es, pues, evidente que de no sofocar la guerra, a España no le conviene, ni puede hacer otra cosa que abandonar a Cuba, concediéndole su independencia. Esto sería más honroso y más conveniente, porque solo de este modo se restablecería la paz en la

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grande Antilla, y podría España obtener una indemnización que la pusiera en actitud de sacar a flote su crédito harto comprometido a esta fecha, y, de todos modos, ganaría moralmente ante el mundo que la contempla hoy obstinada en prolongar una guerra que solo ha traído y seguirá trayendo ruina, desolación y muerte.

*** Y si tarde o temprano se ha de reconocer el error para apresurarse a subsanarlo o a curar sus lamentables consecuencias, ¿por qué no se piensa hoy en el remedio que está indicado por el natural desarrollo de los sucesos y por la razón y el buen sentido de políticos distinguidos? No son estas reflexiones hijas del odio ni de la mala voluntad hacia una nación noble y generosa que ha llenado la historia con sus proezas y gozado en todo tiempo la fama de la generosidad y la hidalguía. Muévenos a hacerlas el vivo deseo de que termine la contienda, y de que la paz derrame sobre la hermosa Antilla todos sus beneficios, y la coloque en el rango de los pueblos que se cobijan bajo el palio de la civilización.

*** Comoquiera que sea, Cuba es un pueblo que posee grandes riquezas naturales; que tiene industria y comercio; que cuenta, en fin, con todos los elementos para la vida y el gobierno propios, y que desde luego es digno de figurar entre los pueblos de América que viven la vida del derecho y de la libertad. Y ese, solo lo conseguirá con su independencia política del gobierno de la monarquía española. El Eco de la Opinión, Núm. 958, 13 de noviembre de 1897.

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Reconocimiento de la Independencia de Cuba

Mucho se ha hablado en la prensa de Europa y América sobre ese importante problema de derecho internacional, sin que, hasta ahora, nadie haya producido un razonamiento, fundado en hechos y principios, que ponga de manifiesto hasta qué punto podrían las naciones extranjeras reconocer la Independencia de Cuba en guerra con España desde hace cerca de tres años. Según los principios generales del derecho internacional, la soberanía exterior de una colonia separada del Gobierno del Estado a que perteneció, no puede ser considerada como efectiva, sino cuando sea reconocida por los demás Estados. Mas, en tanto que continúe la guerra civil entre la nación y su provincia o colonia, los otros Estados deben permanecer en estricta neutralidad, pero si la guerra se prolonga, o si la nación, agotados sus medios de acción, no puede continuar la lucha, entonces los demás podrán reconocer legítimamente la Independencia del nuevo Estado, cuya existencia de hecho ha llegado a ser incuestionable, o tomar parte a su favor en la lucha y celebrar con él tratados de amistad y de comercio. En semejantes casos las naciones extranjeras no tienen otra regla que consultar que la justicia y su propio interés. Y en el caso presente de Cuba en guerra con España, de esta nación puede esperarse tanto como de los Estados Unidos que haga uso de esa facultad, que le permite reconocer a los cubanos en armas el derecho a ser considerados como ciudadanos de un Estado independiente por haber logrado apoderarse de la mayor parte del territorio de la Isla, que tienen Gobierno constituido, que se 319

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dan leyes propias y que han jurado luchar a muerte por conservar ese precioso derecho a costa de todos los sacrificios posibles. Hay antecedentes y razones que justifiquen ese paso por parte de los Estados y, desde luego, es lógico esperar que, siguiendo su política tradicional, así lo hagan. Cuando las colonias suramericanas, a principios del siglo, siguiendo el ejemplo de los del Norte, se sublevaron contra el Gobierno de España, Mr. Clay, que simpatizaba con la causa de los insurrectos, se esforzó por inducir al Congreso Americano a que reconociese la Independencia de las colonias españolas. Esto ocurrió por el año 21. Al año siguiente, la proposición de Mr. Clay fue aprobada por la Cámara con solo un voto en oposición. El presidente Monroe, que obró con gran prudencia en esta cuestión, decía en uno de sus mensajes al Congreso el año 1822: “que los Estados Unidos serían neutrales en la guerra entre las colonias y España y que seguirían esa política mientras no ocurrieran acontecimientos que, a juicio de los hombres competentes, hicieran necesario su cambio.” Y ni los acontecimientos ni el cambio se hicieron esperar. El siguiente año de 1823, el presidente Monroe se interesó tan vivamente en el reconocimiento de la Independencia suramericana que en su mensaje de ese año llegó hasta declarar que “en lo adelante no se considerarían los continentes americanos sujetos a ser colonizados por ningún poder europeo.” A esa sazón se agitaba también en Europa la cuestión de la Independencia de las posesiones españolas en América; y en marzo de 1825 fue cuando se produjo aquella sesuda nota diplomática en que Mr. Canning, justificando el reconocimiento de los nuevos Estados americanos por la Gran Bretaña, expuso al señor Ríos, ministro de España en Londres: “que toda nación era responsable de su conducta a las otras y estaba por tanto obligada al resarcimiento de cualquier daño o injuria cometida por sus ciudadanos o súbditos; pero que España no podía ser ya responsable de actos que no tenía medio alguno de dirigir ni reprimir.” Y en otra nota hacía el mismo Mr. Canning la categórica declaración de que: “no entraría en negociaciones que tuvieran por

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objeto, ya el rehusar o diferir el reconocimiento de la Independencia de las colonias españolas, o ya el esperar indefinidamente la solución de esa cuestión por parte de España.” Esos son los antecedentes. ¿No presenta, pues, el actual problema de Cuba todos los caracteres suficientes para justificar el reconocimiento de su Independencia por cualquier nación de Europa o de América y, sobre todo, por los Estados Unidos, que tienen mayor derecho para tomar parte y dar su voto en los asuntos del Nuevo Mundo? No hay que dudar que ese es el objeto de la política internacional americana que marcha lentamente, pero que va con paso firme al punto a que se dirige, sin vacilaciones de ningún género. Lo que andan buscando los Estados Unidos no es apoyo en las leyes internacionales, que sobrado lo tienen, dado el aspecto actual de la Cuestión Cubana, además de las razones de humanidad, que son razones decisivas, sino que, como gobierno prudente y sabio, desea agotar todos los recursos de la diplomacia para poder exigir a España la terminación de la guerra en un plazo razonable, o el reconocimiento de la Independencia de la isla, dada su imposibilidad de gobernarla. Esa ha sido siempre la política fría de la gran nación. Y por eso Mr. Cleveland, en su Mensaje del año pasado, decía al Congreso: “Cuando la incapacidad de España para dominar la insurrección haya sido manifiesta y esté demostrado que su soberanía en Cuba es ineficaz para todos los fines de su existencia real, y mientras una lucha sin esperanza para su restablecimiento haya degenerado en una contienda que no signifique otra cosa que un inútil sacrificio de vidas humanas, y la destrucción del mismo objeto material del conflicto, se presentará ocasión en que nuestros deberes respecto de España serán pospuestos a más altos deberes que no podremos dejar de reconocer y cumplir.” He ahí la misma política tradicional de que ya hemos hablado. Ese párrafo del Mensaje de Mr. Cleveland dirigido al Congreso el 3 de diciembre del año 1896, dice, con sustancia, lo que aquel otro párrafo del Mensaje de Mr. Monroe dirigido al Congreso el 3 de diciembre de 1823, que dejamos copiado más arriba.

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Es, pues, evidente que la diplomacia del Gobierno de Washington no anda vacilante en este asunto, y que, dentro de poco, el Congreso de los Estados Unidos, de acuerdo con el presidente McKinley, reconocerá la Independencia de la Isla de Cuba. El Eco de la Opinión, Núm. 959, 20 de noviembre de 1897.

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Agricultura

Ha sido y es en todas partes objeto de la atención de los gobiernos, de la prensa, de las sociedades particulares y de cuantos se preocupan por la prosperidad general, el cultivo de la tierra como base principal de todo progreso y fuente de riquezas que no se agota en manera alguna, sino que, antes bien, multiplica y lleva al infinito sus maravillosos rendimientos en la producción y consumo de los pueblos. A no ser así, cansaría ya este tema sobre el cual se ha escrito tanto; pero es lo cierto que a medida que nacen unas industrias y mueren otras, que varían los procedimientos aconsejados por la ciencia para el mayor desempeño de algunos oficios, que una teoría vieja es reemplazada por otra nueva y que todo se transforma en el orden de los progresos humanos, la agricultura, arte madre que alimenta incesantemente al hombre de todos los climas y de todos los países, es y será la redentora excelente que ahuyenta el hambre y la miseria, que trae el contento y el bienestar a las ciudades, que dignifica a cuantos cobran amor a las labores que ella proporciona, y, finalmente, resolverá en la sucesión de los años el triste y complicado problema que aún no ha podido resolver la ciencia de los más encumbrados economistas que a él han consagrado tiempo y vigilia sin llegar al resultado de sus profundas especulaciones: el proletariado. La agricultura debe ser, pues, el punto de mira de todo gobierno que aspira el engrandecimiento moral y material de su pueblo; porque no solo es la agricultura la base positiva de la riqueza pública y privada, sino que con ella se desarrollan los más puros y 323

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honrados sentimientos del ciudadano. A ella se le ha de deber en gran parte la pureza del patriotismo moral que nace del amor al suelo que se ha regado con el sudor de la frente y del cual hemos visto en justa correspondencia de afanes y cuidados brotar la abundancia que ha producido la alegría en el hogar, base de la familia y de la sociedad.

*** Hechas estas consideraciones creemos de gran necesidad llamar la atención de los agricultores sobre la conveniencia de estudiar prácticamente las condiciones de los terrenos en que hayan de hacerse las siembras y de someterse a las prescripciones que para cada cultivo establece la ciencia de la agronomía. Hecho el estudio de las tierras y conocidas las prácticas especiales de cada cultivo, no se expondría a las pérdidas que son consiguientes cuando todo eso se ignora y no se sale del círculo estrecho en que aún está entre nosotros esa industria madre a la cual no se le quiere todavía prestar toda la atención que reclaman nuestras necesidades. Bueno sería, también, para asegurar éxitos y mantener, por decirlo así, el equilibrio en la producción de la riqueza, dedicarse a los cultivos especiales que tanto provecho y utilidad habrían de ser para los sembradores en primer lugar, y luego para el fomento de las industrias y el fomento del comercio cuya vida crecerá en proporción del aumento de esos cultivos. El arroz, el maíz, el trigo[…] especiales, hechos como conviene, darían grandes rendimientos y traerían, naturalmente, la abundancia de esos cereales que hoy estamos consumiendo a precio de oro sin que haya una razón que explique en ninguna forma tan anómalo hecho.

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*** ¿Qué medios y condiciones se necesitan para el fomento de la agricultura en general? ¿Carecemos nosotros de esos medios y condiciones necesarias para el cultivo de la tierra? Algunas de estas preguntas están contestadas por sí mismas. ¿Nos faltan tierras en buena condiciones climatológicas para los cultivos de que hemos hablado? No nos faltan. ¿Nos falta la paz que es necesariamente indispensable para la consagración a las labores de campo y sobre todo para su progresivo desarrollo en el tiempo que debe emplearse para obtener el éxito deseado? Tampoco nos falta. Nos falta la instrucción teórica para comprender los principios en que se fundan los trabajos agrícolas y la instrucción práctica para saber emplear esos mismos procedimientos con el mayor provecho. Eso es lo único que nos falta. Empuje la prensa en ese sentido y mueva y remueva todos los organismos que están en capacidad de hacer cuanto deben y cuanto pueden por ampliar el horizonte de nuestro porvenir, y lleve el empuje hasta las más altas esferas, sin desfallecimientos, con fe y esperanza, y a la larga conseguirá despertar las nobles ideas, las ideas útiles, patrióticas, en quienes de suyo están obligados a velar por el bien y la prosperidad de la Nación. Esa es la labor: realicémosla. El Eco de la Opinión, Núm. 961, 4 de diciembre de 1897.

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Monumento a Colón. El sarcófago

Nuestro estimado colega el Listín Diario, en su edición del día 4, se ocupa del asunto que motivó nuestro editorial del 27 de noviembre último, o sea del Monumento que por decreto del Poder Ejecutivo, de fecha 11 de octubre de 1892, debe erigirse en esta ciudad para depositar en él las sagradas cenizas del infortunado descubridor del Nuevo Mundo. Muy a la ligera, sin estar bien orientado en los antecedentes, y aún sin haberse detenido en la lectura de los editoriales nuestros en que hemos dado a conocer las varias opiniones que militan sobre el lugar de la erección del Monumento, el Listín confunde las especies y habla de Mausoleo, de Monumento y de Templete, sin que nos hayamos podido explicar por qué ese trastrocamiento de términos que en nada definen el punto en discusión. Hemos hablado del Monumento como un edificio público “que pueda ser admirado libremente por todo el mundo” no como equivocadamente ha entendido el Listín Diario. Al decir que los restos de Colón, en nuestro humilde parecer, no debían salir de la Catedral de Santo Domingo (y esta fue para nosotros opinión muy acertada de uno de los honorables miembros de la Junta Nacional Colombina, allá por el año 92), no hemos querido decir que el Monumento deba construirse dentro de la Catedral, ni que este hermoso templo deba tener el privilegio de guardar las preciosas reliquias porque Colón fuera católico; que nada de eso se desprende de aquella simple opinión. 327

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Y fíjese nuestro colega que lo que se va a hacer ahora no es otra cosa que colocar provisionalmente los restos en la Catedral dentro del Sarcófago que para tal objeto se ha mandado a construir. Porque como lo comprenderá el Listín, el Sarcófago no es el Monumento, ni este es el Sarcófago; como parece entenderlo el colega cuando dice que al Monumento debe hacérsele un Templete que lo cobije para conservarlo, agregando que esta fue la primitiva idea de los iniciadores del proyecto. Aparte de que nosotros no conocemos a esos iniciadores, nos cumple aquí que esa idea nació en el seno de la Junta Popular organizada para la celebración del 4º Centenario del Descubrimiento de América; pero que allá, en el seno de la Junta, no fue donde se le dio forma al proyecto, el cual tenemos como obra del Poder Ejecutivo, o, cuando menos, de los ministros de lo Interior y de Fomento, cuya refrendatoria llevara el Decreto aludido. Por lo que toca a la opinión que se refiere al arreglo y embellecimiento del Teatro para levantar en su centro el Sarcófago que guardó los restos del egregio marino, no es opinión nuestra ni hicimos con ella otra cosa que traerla a discusión por ser de otro de los honorables miembros de la Junta Nacional Colombina, opinión que, como dijimos en nuestro editorial del día 27 de noviembre, tiene toda la autoridad que le prestan la ilustración y el saber de su autor. La nuestra está contenida en ese mismo editorial de que acabamos de hacer mención, en el cual, después de exponer la que antecede, decíamos: “Solo que, nos parece preferible, como dijimos desde un principio (ya que no dejar los restos en el Sarcófago que se levantará en medio de nuestra S. I. Catedral), llevar a cabo la construcción del Monumento, tal como fue la mente del Poder Ejecutivo que en los días conmemorativos de la invención de la América, al cumplirse el IV Centenario de este portentoso acontecimiento, dio el Decreto creando fondos e instituyendo la Junta Nacional Colombina, encargada de darle cumplida ejecución al pensamiento aludido.” Queda probado, pues, que por nuestra parte no hay en este asunto ninguna vacilación, que solo hemos expuesto algunas de las

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diversas opiniones que hay en pie, para que se tengan en cuenta, bien que, ninguna de ellas, ni todas reunidas, bastarían a derogar el Decreto en cuya virtud debe erigirse el Monumento. Lo único que puede y debe ser objeto de discusión es el sitio o lugar donde debe construirse una obra de esa naturaleza. De esto nos habíamos ocupado en uno de nuestros editoriales del mes de septiembre, y nadie dijo esta boca es mía, como sucede casi siempre que se trata de algún asunto serio en que vaya envuelto el interés nacional. Dejamos aclarado el punto, y damos las gracias al amable colega que se dignó dejar oír su ilustrada palabra sobre la erección del Monumento. El Eco de la Opinión, Núm. 962, 11 de diciembre de 1897.

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Las emigraciones cubanas y la autonomía. La diplomacia americana. Doctrina de Monroe

Es la nota del día lo de la pacificación de la isla de Cuba por el implantamiento de la autonomía ofrecida por España, lo que ha dado lugar a numerosas manifestaciones y protestas de los patriotas cubanos dentro y fuera del terreno en que se discute con las armas en la mano el derecho de la Independencia. El sentimiento nacional cubano ha subido de punto y, fuera de la Isla, las emigraciones cubanas han declarado su firme propósito de seguir en su obra de propaganda a favor del ideal de Independencia que es la natural y única aspiración de los patriotas, que han tenido la cordura de acordarse en puntos esenciales para mantener unida la opinión y prestarle de este modo eficacísimo apoyo a la noble causa que sostienen. Entre los acuerdos que más de relieve ponen la sensatez con que proceden las emigraciones en estos momentos, figura la confianza que han declarado tener en el Gobierno de la República, en el Ejército Libertador y en la delegación del Partido Revolucionario Cubano que no ha desmayado un momento en su acción para ayudar con recursos de todo género a la revolución que cada día avanza y afirma su poder en la Isla con la disciplina de su ejército, con la toma de poblaciones importantes como la de Victoria de las Tunas, Caimaneras, y el sitio de Bayamo, que nos da aviso el telégrafo, hace pocos días.

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La diplomacia americana, por otra parte, hace sus combinaciones para ir despejando el problema en que ella entra como factor importantísimo, y, a la larga, llegará a convertirlo “en clara y copiosa luz.” Porque es evidente que el gobierno de Washington, sesudo como es, no procede en los asuntos internacionales, y menos en este de Cuba, con la violencia y la irreflexión con que algunas veces lo hacen los gobiernos del viejo Continente, sobre todo los de Europa. Aún no conocemos los detalles del Mensaje que a las Cámaras americanas ha dirigido el presidente McKinley el 7 de los corrientes. Pero es seguro que ese entusiasta y prudente jefe de Estado, al hablar del problema cubano, lo haga con la mesura que a su alta investidura corresponde, sin dejar por ello de plantear la cuestión en términos tales que, más tarde o más temprano, pueda el gobierno de Washington tomar resoluciones tan firmes y ejercer una acción tan directa en el asunto, que a España no le quede otro recurso que el de abandonar la Isla de Cuba, estrechada por las exigencias categóricas de la política internacional americana y convencida al mismo tiempo de que todo esfuerzo por sostener su dominación en la hermosa Antilla es evidentemente vano. Mr. de Cassagnac lo ha dicho: Lo que en la Isla de Cuba existe no es una sedición ordinaria, ni una insurrección parcial: es una verdadera revolución. Y luego agrega: Cuba ha devorado doscientos mil hombres y mil millones de pesetas. España, desde hace más de dos años, no ha ganado una pulgada de terreno. Eso se ha dicho en Europa, en donde por más simpatías a que puedan mover los revolucionarios cubanos, el egoísmo continental y la conveniencia de la política europea, no hacen otra cosa que

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cerrar los ojos para no ver y los oídos para no oír, reafirmando así la verdad de la conocida frase evangélica. En el Nuevo Mundo pasa otra cosa por demás incomprensible e injustificable. Los gobiernos de las Repúblicas latinoamericanas se cruzan de brazos y no hacen otra cosa sino mantenerse dentro de los límites que le prescriben las llamadas leyes de neutralidad. Esto, legalmente, no puede censurarse. Pero no está de acuerdo esa regla de conducta política con lo que la razón y la moral aconsejan cuando surgen conflictos en que el interés humano no puede, ni debe, estar sino del lado de aquellos que noble y heroicamente luchan por la realización de sus derechos naturales. Y si la razón no está de parte de los que tan tenazmente combaten por conquistar su libertad política, ¿cómo, entonces, se explica ese desbordamiento creciente de las simpatías de todos estos pueblos americanos por la causa redentora de la Independencia de la Isla de Cuba?

*** No comprendemos la actitud pasiva de los gobiernos de esas Repúblicas suramericanas, sobre todo, cuando hay un punto que debe servirles de mira en sus consejos y que a cada momento se presenta en la historia como una esfinge que pretende imponerse a su antojo y voluntad. Nos referimos a la presión moral y material que las naciones de Europa nos hacen sentir cada vez que, como grandes potencias militares, se creen, con razón o sin ella, ofendidas por los pueblos débiles y pequeños de la América del Sur. Contra esa tendencia morbosa es que debe dirigirse la energía patriótica de todos estos pueblos formando una liga que los ponga en condiciones de contrarrestar, siquiera sea moralmente, aquel amenazante y vejatorio proceder, que si no fue precisamente lo que inspiró la que en el mundo político se conoce como la doctrina de Monroe, puede, sin embargo, dar motivos a que el sentimiento nacional americano proteste contra esa humillante pretensión de

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imponer por la fuerza un deseo injusto, por vía de reclamaciones que, en la generalidad de los casos, carecen de fuerza legal o de razón que pueda darles fundamento alguno en el concepto de la equidad y de la justicia. Es por tanto de gran interés para el porvenir de la América hacer un credo de la famosa doctrina que tanto lugar ha dado a las consideraciones de distinguidos diplomáticos europeos y que, apenas si hay un publicista notable que no la haya hecho objeto de sus citas cuando de la defensa del honor y de las intereses americanos se ha tratado. El Eco de la Opinión, Núm. 963, 18 de diciembre de 1897.

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El mensaje del presidente McKinley

Solemnes declaraciones. La beligerancia. La independencia de Cuba La importancia del Mensaje del presidente McKinley presentado a las Cámaras Americanas el 7 del corriente mes de diciembre es indiscutible. Es un documento notabilísimo por la serenidad del criterio y por lo atinado de sus apreciaciones y observaciones respecto al problema cubano, al cual se consagra en párrafos extensos. En la escala de hechos y reflexiones que lo informan, hay que ir detenidamente, observando el rumbo de la política internacional del gobierno de Washington, para deducir el punto a que esa política se dirige como solución racional y posible de la contienda, que a la fecha no ha significado más que un sacrificio inútil de vidas humanas y la casi total destrucción de la Isla de Cuba. Hace referencia el Mensaje a las varias declaraciones hechas por la política de los Estados Unidos entre los años de 1823 y 1860 con relación a la posibilidad de que una ruptura entre Cuba y España pudiera transferir a otra potencia continental el dominio de la grande Antilla. En este punto el presidente McKinley no hace sino una simple alusión a aquellas declaraciones. Vamos nosotros a citarlas con alguna extensión para que se vea cuán definido y firme es el criterio de los Estados Unidos a este respecto. 335

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Cuando en 1822 los partidarios de la anexión de la Isla de Cuba a los Estados Unidos enviaron un agente secreto para conferenciar con el presidente Monroe, haciéndole declaraciones de que si el Gobierno Federal les prometía auxilios y admitirlos en la Unión, harían una revolución para librarse de la autoridad de España, el gobierno de Washington contestó a la diputación cubana que las amistosas relaciones de los Estados Unidos con España no le permitían favorecer la insurrección. Al mismo tiempo recibió el presidente una comunicación del ministro francés en la que aseguraba este haber recibido su gobierno informes fidedignos de que Inglaterra proyectaba apoderarse de Cuba. En las notas diplomáticas que con este motivo hubo de dirigir el gobierno de Washington al gobierno inglés se hizo la importante declaración de que, a excepción de España, los EE. UU. no verían con indiferencia la posesión de Cuba por una potencia europea. Y cuando en 1852 Inglaterra y Francia propusieron a los Estados Unidos un convenio para garantizar a España la posesión de la Isla de Cuba, comprometiéndose para siempre colectiva y separadamente las tres potencias, no solo a no hacer nada para obtenerla, sino a mediar par impedir que la obtuviera ninguna otra, la contestación de los Estados Unidos fue hábil y característica. Ningún gobierno, dijo el ministro de Estado, por muy fuerte que fuera y por mucha confianza que gozase en la opinión pública, viviría un solo día bajo el peso del odio que recaería sobre él, si estipulase que en ningún tiempo, ni bajo ningunas circunstancias, ni por ningún arreglo amistoso con España, ni por ningún acto de guerra, ni por el consentimiento de los habitantes de la Isla, si esta llegare a ser independiente, ni por ley de la propia conservación, adquieran los Estados Unidos la Isla de Cuba. Por estas razones el presidente me encarga digáis que se ve obligado a declinar la invitación de Francia e Inglaterra a formar parte del convenio propuesto.

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El presidente McKinley, poseído de un alto sentimiento de justicia y guiado por los deberes que las circunstancias le imponen, no habla de anexión por la fuerza “porque en eso no hay que pensar; porque tal cosa, según nuestro código moral, sería una criminal agresión.” Queda, pues, a la más clara luz de la razón que el criterio de los Estados Unidos no se ha desviado un solo momento en el curso de más de sesenta años, en su modo de apreciar y considerar el problema con que ahora está llamando a luchar, en sus relaciones internacionales. Refiérese el presidente a las enérgicas protestas que ha tenido que formular más de una vez contra las violaciones a las leyes de la guerra por parte de los españoles, y a las exigencias de su gobierno para que se pusiesen en libertad o se sometiesen a juicio inmediato los ciudadanos americanos detenidos o sujetos a larga prisión en las cárceles de la colonia. Refiérese también a las instrucciones dadas al nuevo ministro de los Estados Unidos en España, en las cuales se hacían varias menciones relativas al carácter y duración de la guerra, a la perturbación de los intereses americanos, sin indicar solución alguna para evitar humillaciones y complicaciones al gobierno de España, pero sí exigiéndole medidas eficaces para el pronto y seguro restablecimiento de una paz estable en Cuba. Habla enseguida del cambio del Gabinete español, ocasionado por la trágica muerte de Cánovas del Castillo, y de las reformas que el nuevo Gabinete ha ofrecido poner en vigor en la isla para terminar la contienda y llegar al fin de la deseada pacificación. De medidas no intentadas –dice el presidente– solo restan restan el reconocimiento de la beligerancia, reconocimiento de la Independencia de Cuba e intervención neutral que ponga fin a la guerra mediante un razonable arreglo entre los contendientes o intervención a favor de una u otra parte. En este punto, no pierde el presidente de mira los inconvenientes y peligros que en el terreno de la práctica presentaría el

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reconocimiento de la beligerancia y, haciendo una breve exposición de los principios de derecho internacional que rigen en el caso, acaba por “estimar poco sabia y, por tanto, inadmisible esa medida.” Luego se refiere a los primeros actos del nuevo gobierno español, a la rectificación de su política en Cuba, y no niega la sinceridad que a este cambio de régimen debe concedérsele bajo la honrada promesa del presidente del Consejo de Gobierno español, agregando que “honradamente se debe a España y a las buenas relaciones que a ella nos ligan, el que le permitamos una ocasión razonable para que realice sus esperanzas, y pruebe la pretendida eficacia del nuevo orden de cosas a que irrevocablemente se entrega.” Y concluye: El cercano porvenir demostrará si es posible alcanzar la indispensable condición de paz honrosa, tanto para los cubanos como para España, y equitativa para nuestros intereses, tan íntimamente ligados al bienestar de Cuba. Si esto no sucede, los Estados Unidos adoptarán nuevas y ulteriores medidas. Visto todo este proceso de la diplomacia americana a la luz del derecho de gentes, no cabe duda de que, dado el carácter actual de la guerra de Cuba, esas “nuevas y ulteriores medidas” de que habla el Mensaje que hemos venido extractando, no se harán esperar. La guerra está en pie y se prolonga. Los revolucionarios cubanos no aceptan la autonomía en ninguna forma, ni están dispuestos a ningún arreglo con los españoles, que no sea sobre la base de la Independencia de la Isla: ésta está separada por el océano de la metrópoli por miles de leguas; España ha agotado casi por completo la fuente de sus recursos; su ejército de más de 200,000 soldados se ha reducido notablemente, dos de sus mejores generales han fracasado en la acción política y militar ejercida para dominar la insurrección, y, mientras tanto, los intereses americanos en Cuba se perjudican y el comercio de

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los Estados Unidos sufre pérdidas anuales de más de cincuenta millones de pesos. Ante semejante estado de cosas, ¿qué otras medidas pueden ser adoptadas por los Estados Unidos para poner término al problema de esta guerra que se sostiene hace cerca de tres años sin esperanzas de una pronta conclusión por las armas ni por las reformas ofrecidas por España, ni por arreglo amistoso entre estas y los insurrectos cubanos? Solo queda un paso que dar, y ese paso está indicado por el mismo desenvolvimiento de los sucesos. La opinión universal, que ha seguido el curso del proceso, ha fallado ya en la causa basándose en toda clase de razones. Los Estados Unidos, siguiendo su política tradicional, no festinan ninguna resolución que, de un modo o de otro, pueda ser grave y delicada y poner en tela de juicio la prudencia de su política que es siempre una política sabia y digna de su gobierno que procede en todo a la luz del derecho que le asiste en sus consejos. Fácil es deducir por todo lo dicho, que el problema cubano toca a su solución y que el Mensaje del presidente Mckinley no es otra cosa que un proceso en estado para fallarse en un día cercano. Del lado que se incline la balanza, no es necesario deducirlo, desde el momento en que todos los cargos son contra España y la defensa de Cuba está hecha de mano maestra, apoyada en la historia de sus dos guerras, y en el derecho que tiene a vivir la vida de los pueblos libres e independientes. Si hubiere en el juicio que formamos de este complicado asunto internacional algún error de entendimiento, el tiempo lo dirá. Aguardemos. El Eco de la Opinión, Núm. 964, 25 de diciembre de 1897.

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Índice onomástico

A Abad, José Ramón 175, 205-206, 219 Abrams, Edgard W. 11 Amechazurra, Juan 92 Arhiman 226 Aristizábal, Gabriel 36 Aybar, Francisco 175

B Báez, Buenaventura 42 Báez, Carlos B. 99-100 Bancalari, B. 45 Batlle, Cosme 45 Bazil, José Ramón 235-236 Betances, Ramón Emeterio 37 Billini Aristy, Hipólito 175 Billini Hernández, Francisco X. 35 Bolívar, Simón 274 Bonafoux, Luis 179 Bonilla y España, José Antonio 38 Braganza, Pedro de 37

Carnot, Nicolas Léonard 134 Cassagnac (monsieur de) 332 Castillo 14 Castillo, Luis Arturo 14 Castillo, Manuel María 45 Castillo, Rafael Justino 242 Castro, Heriberto de 107 Céspedes, Carlos Manuel de 225 Céspedes, Enrique 117 Clay (señor) 320 Cleveland, Stephen Grover 226, 321 Cocchia, Roque 35, 37 Colmeiro, Manuel 36-38 Colón, Cristóbal 35-36, 38-39, 61-62, 64, 69-70, 73-74, 106, 187-188, 327 Cruz Álvarez, Juan de la 38

D Deligne (hermanos) 219 Delmonte y Tejada, Antonio 36 Den Text Bond, Cornelius J. 11, 45 Díaz, José M. 235-236 Duarte, Juan Pablo 273

C Canning (míster) 320 Cánovas del Castillo, Antonio 337 Carbonell, Pedro 188

E Echeverrri (señor) 36-37 Edison, Tomás Alva 106 Estrada Palma, Tomás 304

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F Figuereo, Wenceslao 228 Franklin, Benjamín 270 Fraser, Robert 54 Fuente Ruiz, Santiago de la 37

G Galván, Manuel de Jesús 37, 61 García, José Gabriel 37, 61, 64, 66 García, Zoilo 45 Gide, Charles 220 Ginebra, José 45 Gómez, Francisco 212, 219 Gómez, Máximo 147 Gómez de Avellaneda, Gertrudis 74 Goussard, Fermín 175 Grullón, Alejandro 45 Guerra, Amador 117

López Prieto, Antonio 37 Lora, Saturnino 117 Luperón, Gregorio 263-264 Lutero, Martín 293

M Maceo, Antonio 147, 212, 219 Martí, José 225 Massó Vásquez, Bartolomé 117 McKinley 226, 332, 335, 337, 339 Mejía, Juan Tomás 61, 66 Meriño, Fernando Arturo de Michel, Rafael 45 Mieses, José 101 Molina, Juan M. 86, 87, 101 Moncada, Guillermón 117 Monroe, James 320, 321, 336 Morales, Tomás Demetrio 282 Moya, Casimiro N. de 175

O

H Henríquez y Carvajal, Federico 37, 64, 66, 71, 175 Heureaux, Ulises 22, 96-98, 126-127, 138, 140, 143, 147, 161, 165-166, 172, 179, 193, 195, 228, 303, 305 Hippolite, Florvil 22, 26, 126-127, 133, 139

J Jimenes, M. J. 100

L Llenas, Alejandro 139 López, Narciso 225

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Ormuz 226

P Páez, José Antonio 274 Pastoriza, Tomás 45 Paulo Emilio, Lucio 122 Pelayo 122 Peña y Reinoso, Manuel de Jesús de 281, 283 Pérez, Genaro 18-19 Pérez, José Joaquín 61, 64, 66, 74 Pérez, Pedro A. 12 Pichardo Betancourt, José Dolores 175 Ponce de León, Santiago 37 Prellezo (señor) 179

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Índice onomástico

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R Recio Amiama, A. 219-221 Renshaw, William 54 Ricardo, David 221 Richiez Ducoudray, Francisco 38 Ríos (señor) 320 Romeu, Fernando 188 Roque, Eduardo 38

S San Martín, José de 274 Sánchez, Francisco del Rosario 273 Santelises, J. F. 100 Santelises, José Eugenio 86-87 Simon Sam, Thirèsias A. 134, 139 Simón, Julio 293 Soler, Eduardo 101 Sucre, Antonio José de 274

T

V Valbuena, Bernardo de 38 Vásquez, Francisco Leonte 219, 269 Vega, Rafael 45 Vicioso, Saturnino A. 101 Volta, Alejandro 106

W Washington, George 274 Weyler, Valeriano 162

Y Yero, Eduardo 304-305

Z Zorrilla 100

Tejera, Emiliano 37, 61, 66

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Índice

1890 Las dos grandes empresas............................................................................... 11 Huelga............................................................................................................. 13 Sobre instrucción y algo sobre la Memoria del ex-ministro ciudadano Genaro Pérez........................................................ 17 Mensaje........................................................................................................... 21 Editorial (26 de julio)...................................................................................... 25 Sociedad.......................................................................................................... 27 Editorial (30 de agosto).................................................................................. 29

1891 El Boletín Mercantil........................................................................................... 35 La política....................................................................................................... 41 Cuestión palpitante......................................................................................... 45 Cuestión palpitante......................................................................................... 47 Un progreso más............................................................................................. 51 Cervecería....................................................................................................... 53

1892 Rumores.......................................................................................................... 59 Colón en Chicago........................................................................................... 63 Bien por el Ayuntamiento de esta capital....................................................... 75 Lo mejor que puede hacerse........................................................................... 77

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Esperemos y tengamos confianza................................................................... 81 Eso es correcto................................................................................................ 83 La ley del porvenir.......................................................................................... 85 La ley del porvenir.......................................................................................... 87 Salinas de Baní................................................................................................ 89 La ley del porvenir.......................................................................................... 91 Manifestación.................................................................................................. 95 Carta abierta................................................................................................... 97 Salinas de “Puerto Hermoso”......................................................................... 99

1896 Luz................................................................................................................. 105 La Capital de la República............................................................................ 109 Más sobre el mismo tema.............................................................................. 113 Insistimos...................................................................................................... 115 Cuba heroica................................................................................................. 117 España y Cuba............................................................................................... 121 Los frutos de la paz....................................................................................... 125 Religión......................................................................................................... 129 Mejoremos la ciudad..................................................................................... 131 Haití.............................................................................................................. 133 El mensaje del Presidente............................................................................. 137 Los ingenios centrales................................................................................... 145 La emigración cubana................................................................................... 149 Lo hacemos nuestro...................................................................................... 153 Los excursionistas dominicanos.................................................................... 157 El azúcar y el tabaco...................................................................................... 161 Reforma constitucional................................................................................. 165 4 de julio....................................................................................................... 167 Agricultura.................................................................................................... 169 Otra vez sobre lo mismo............................................................................... 171 La Exposición de Bruselas............................................................................ 175 El derecho al pataleo.................................................................................... 179 16 de Agosto................................................................................................. 181 El alumbrado eléctrico.................................................................................. 185 Los restos de Colón....................................................................................... 187 Hierro............................................................................................................ 189 Otra vez......................................................................................................... 191 La Iglesia de Macorís.................................................................................... 193

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Índice

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Tema obligado.............................................................................................. 197 Empréstito municipal................................................................................... 201 Calles y acueducto......................................................................................... 205 Empréstito municipal................................................................................... 207 Adelante........................................................................................................ 211 El Cable.......................................................................................................... 215 Reflexiones.................................................................................................... 219

1897 A través del 96............................................................................................... 225 Sálvese la instrucción.................................................................................... 229 Memoria municipal.......................................................................................... 233 Es lo cierto..................................................................................................... 241 Sobre lo mismo............................................................................................. 247 Otra vez sobre lo mismo............................................................................... 249 Sobre el divorcio............................................................................................ 253 Reflexiones.................................................................................................... 257 Escuelas agrícolas.......................................................................................... 261 El general Gregorio Luperón....................................................................... 263 La República Dominicana en la Exposición Internacional de Bruselas.......................................................... 265 Declaraciones................................................................................................ 267 Importante problema.................................................................................... 269 1861-1897..................................................................................................... 273 Colonización................................................................................................. 275 Nuestro porvenir........................................................................................... 277 Instrucción pública........................................................................................ 281 La provincia del Sur...................................................................................... 285 El cultivo del tabaco...................................................................................... 289 ¡Salve al progreso!......................................................................................... 291 Otra vez......................................................................................................... 293 Estado civil.................................................................................................... 297 En nuestro puesto......................................................................................... 303 Monumento a Colón..................................................................................... 307 Notas editoriales . Pozos artesianos en Azua......................................................................... 311 . Ferrocarril de Puerto Plata a Santiago.................................................... 312 ¿Autonomía o independencia?..................................................................... 315 Reconocimiento de la Independencia de Cuba............................................ 319

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Francisco Gregorio Billini

Agricultura.................................................................................................... 323 Monumento a Colón. El sarcófago............................................................... 327 Las emigraciones cubanas y la autonomía. La diplomacia americana. Doctrina de Monroe........................................... 331 El mensaje del presidente McKinley............................................................. 335 Índice onomástico......................................................................................... 341

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Publicaciones del Archivo General de la Nación Vol. I Vol. II Vol. III Vol. IV Vol. V Vol. VI Vol. VII Vol. VIII Vol. IX

Vol. X Vol. XI

Vol. XII Vol. XIII Vol. XIV

Vol. XV

Correspondencia del Cónsul de Francia en Santo Domingo, 18441846. Edición y notas de E. Rodríguez Demorizi. C. T., 1944. Documentos para la historia de la República Dominicana. Colección de E. Rodríguez Demorizi, Vol. I. C. T., 1944. Samaná, pasado y porvenir. E. Rodríguez Demorizi. C. T., 1945 Relaciones históricas de Santo Domingo. Colección y notas de E. Rodríguez Demorizi, Vol. II. C. T., 1945. Documentos para la historia de la República Dominicana. Colección de E. Rodríguez Demorizi, Vol. II. Santiago, 1947. San Cristóbal de antaño. E. Rodríguez Demorizi, Vol. II. Santiago, 1946. Manuel Rodríguez Objío (poeta, restaurador, historiador, mártir). R. Lugo Lovatón. C. T., 1951. Relaciones. Manuel Rodríguez Objío. Introducción, títulos y notas por R. Lugo Lovatón. C. T., 1951. Correspondencia del Cónsul de Francia en Santo Domingo, 18461850, Vol. II. Edición y notas de E. Rodríguez Demorizi. C. T., 1947. Índice general del «Boletín» del 1938 al 1944. C. T., 1949. Historia de los aventureros, filibusteros y bucaneros de América. Alexander O. Exquemelin. Traducción de C. A. Rodríguez. Introducción de R. Lugo Lovatón. C. T., 1953. Obras de Trujillo. Introducción de R. Lugo Lovatón. C. T., 1956. Relaciones históricas de Santo Domingo. Colección y notas de E. Rodríguez Demorizi, Vol. III. C. T., 1957. Cesión de Santo Domingo a Francia. Correspondencia de Godoy, García Roume, Hedouville, Louverture Rigaud y otros. 1795-1802. Edición de E. Rodríguez Demorizi, Vol. III. C. T., 1959. Documentos para la historia de la República Dominicana. Colección de E. Rodríguez Demorizi, Vol. III. C. T., 1959.

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Publicaciones del Archivo General de la Nación

Vol. XVI

Escritos dispersos (Tomo I: 1896-1908). José Ramón López. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2005. Vol. XVII Escritos dispersos (Tomo II: 1909-1916). José Ramón López. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2005. Vol. XVIII Escritos dispersos (Tomo III: 1917-1922). José Ramón López. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2005. Vol. XIX Máximo Gómez a cien años de su fallecimiento, 1905-2005. Edición de Emilio Cordero Michel. Santo Domingo, D. N., 2005. Vol. XX Lilí, el sanguinario machetero dominicano. Juan Vicente Flores. Santo Domingo, D. N., 2006. Vol. XXI Escritos selectos. Manuel de Jesús de Peña y Reynoso. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2006. Vol. XXII Obras escogidas 1. Artículos. Alejandro Angulo Guridi. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2006. Vol. XXIII Obras escogidas 2. Ensayos. Alejandro Angulo Guridi. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2006. Vol. XXIV Obras escogidas 3. Epistolario. Alejandro Angulo Guridi. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2006. Vol. XXV La colonización de la frontera dominicana 1680-1796. Manuel Vicente Hernández González. Santo Domingo, D. N., 2006. Vol. XXVI Fabio Fiallo en La Bandera Libre. Compilación de Rafael Darío Herrera. Santo Domingo, D. N., 2006. Vol. XXVII Expansión fundacional y crecimiento en el norte dominicano (16801795). El Cibao y la bahía de Samaná. Manuel Hernández González. Santo Domingo, D. N., 2007. Vol. XXVIII Documentos inéditos de Fernando A. de Meriño. Compilación de José Luis Sáez, S. J. Santo Domingo, D. N., 2007. Vol. XXIX Textos selectos. Pedro Francisco Bonó. Santo Domingo, D. N., 2007. Vol. XXX Iglesia, espacio y poder: Santo Domingo (1498-1521), experiencia fundacional del Nuevo Mundo. Miguel D. Mena. Santo Domingo, D. N., 2007. Vol. XXXI Cedulario de la isla de Santo Domingo, Vol. I: 1492-1501. Fray Vicente Rubio, O. P. (Coedición: Centro de Altos Estudios Humanísticos y del Idioma Español). Santo Domingo, D. N., 2007. Vol. XXXII La Vega, 25 años de historia 1861-1886. (Tomo I: Hechos sobresalientes en la provincia). Compilación de Alfredo Rafael Hernández Figueroa. Santo Domingo, D. N., 2007.

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Publicaciones del Archivo General de la Nación

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Vol. XXXIII La Vega, 25 años de historia 1861-1886. (Tomo II: Reorganización de la provincia post Restauración). Compilación de Alfredo Rafael Hernández Figueroa. Santo Domingo, D. N., 2007. Vol. XXXIV Cartas del Cabildo de Santo Domingo en el siglo XVII. Compilación de Genaro Rodríguez Morel. (Coedición: Academia Dominicana de la Historia). Santo Domingo, D. N., 2007. Vol. XXXV Memorias del Primer Encuentro Nacional de Archivos. Edición de Dantes Ortiz. Santo Domingo, D. N., 2007. Vol. XXXVI Actas de los primeros congresos obreros dominicanos, 1920 y 1922. Santo Domingo, D. N., 2007. Vol. XXXVII Documentos para la historia de la educación moderna en la República Dominicana (1879-1894), tomo I. Raymundo González. (Coedición: Academia Dominicana de la Historia). Santo Domingo, D. N., 2007. Vol. XXXVIII Documentos para la historia de la educación moderna en la República Dominicana (1879-1894), tomo II. Raymundo González. (Coedición: Academia Dominicana de la Historia). Santo Domingo, D. N., 2007. Vol. XXXIX Una carta a Maritain. Traducción e introducción del P. Jesús Hernández. Santo Domingo, D. N., 2007. Vol. XL Manual de indización para archivos. Marisol Mesa, Elvira Corbelle Sanjurjo, Alba Gilda Dreke de Alfonso, Miriam Ruiz Meriño, Jorge Macle Cruz. (Coedición: Archivo Nacional de la República de Cuba). Santo Domingo, D. N., 2007. Vol. XLI Apuntes históricos sobre Santo Domingo. Dr. Alejandro Llenas. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2007. Vol. XLII Ensayos y apuntes diversos. Dr. Alejandro Llenas. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2007. Vol. XLIII La educación científica de la mujer. Eugenio María de Hostos. Santo Domingo, D. N., 2007. Vol. XLIV Cartas de la Real Audiencia de Santo Domingo (1530-1546). Compilación de Genaro Rodríguez Morel. (Coedición: Academia Dominicana de la Historia). Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. XLV Américo Lugo en Patria. Selección. Compilación de Rafael Darío Herrera. Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. XLVI Años imborrables. Rafael Alburquerque Zayas-Bazán. Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. XLVII Censos municipales del siglo xix y otras estadísticas de población. Alejandro Paulino Ramos. Santo Domingo, D. N., 2008.

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Publicaciones del Archivo General de la Nación

Vol. XLVIII Documentos inéditos del arzobispo Adolfo Alejandro Nouel (tomo I). Compilación de José Luis Saez, S. J. Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. XLIX Documentos inéditos del arzobispo Adolfo Alejandro Nouel (tomo II). Compilación de José Luis Saez, S. J. Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. L Documentos inéditos del arzobispo Adolfo Alejandro Nouel (tomo III). Compilación de José Luis Saez, S. J. Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. LI Prosas polémicas 1. Primeros escritos, textos marginales, Yanquilinarias. Félix Evaristo Mejía. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. LII Prosas polémicas 2. Textos educativos y Discursos. Félix Evaristo Mejía. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. LIII Prosas polémicas 3. Ensayos. Félix Evaristo Mejía. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. LIV Autoridad para educar. La historia de la escuela católica dominicana. José Luis Sáez, S. J. Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. LV Relatos de Rodrigo de Bastidas. Antonio Sánchez Hernández. Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. LVI Textos reunidos 1. Escritos políticos iniciales. Manuel de J. Galván. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. LVII Textos reunidos 2. Ensayos. Manuel de J. Galván. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. LVIII Textos reunidos 3. Artículos y Controversia histórica. Manuel de J. Galván. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. LIX Textos reunidos 4. Cartas, Ministerios y misiones diplomáticas. Manuel de J. Galván. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. LX La sumisión bien pagada. La iglesia dominicana bajo la Era de Trujillo (1930-1961), tomo I. José Luis Sáez, S. J. Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. LXI La sumisión bien pagada. La iglesia dominicana bajo la Era de Trujillo (1930-1961), tomo II. José Luis Sáez, S. J. Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. LXII Legislación archivística dominicana, 1847-2007. Santo Domingo, D. N., 2008.

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Publicaciones del Archivo General de la Nación

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Vol. LXIII

Libro de bautismos de esclavos (1636-1670). Transcripción de José Luis Sáez, S. J. Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. LXIV Los gavilleros (1904-1916). María Filomena González Canalda. Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. LXV El sur dominicano (1680-1795). Cambios sociales y transformaciones económicas. Manuel Vicente Hernández González. Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. LXVI Cuadros históricos dominicanos. César A. Herrera. Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. LXVII Escritos 1. Cosas, cartas y... otras cosas. Hipólito Billini. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. LXVIII Escritos 2. Ensayos. Hipólito Billini. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. LXIX Memorias, informes y noticias dominicanas. H. Thomasset. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. LXX Manual de procedimientos para el tratamiento documental. Martha Marina Ferriol Marchena, Olga María Pedierro Valdés, Marisol Mesa León, Mercedes Maza Llovet. (Coedición: Archivo Nacional de la República de Cuba). Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. LXXI Escritos desde aquí y desde allá. Juan Vicente Flores. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. LXXII De la calle a los estrados por justicia y libertad. Ramón Antonio Veras –Negro–. Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. LXXIII Escritos y apuntes históricos. Vetilio Alfau Durán. Santo Domingo, D. N., 2009. Vol. LXXIV Almoina, un exiliado gallego contra la dictadura trujillista. Salvador E. Morales Pérez. Santo Domingo, D. N., 2009. Vol. LXXV Escritos 1. Cartas insurgentes y otras misivas. Mariano A. Cestero. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2009. Vol. LXXVI Escritos 2. Artículos y ensayos, por Mariano A. Cestero. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2009. Vol. LXXVII Más que un eco de la opinión. 1. Misceláneos, 1874-1898. Francisco Gregorio Billini. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2009. Vol. LXXVIII Más que un eco de la opinión. 2. Escritos, 1879-1885. Francisco Gregorio Billini. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2009.

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Publicaciones del Archivo General de la Nación

Vol. LXXIX Más que un eco de la opinión. 3. Escritos, 1886-1889. Francisco Gregorio Billini. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2009.

Colección Juvenil Vol. I Vol. II Vol. III Vol. IV Vol. V Vol. VI

Textos selectos. Pedro Francisco Bonó. Santo Domingo, D. N., 2007. Heroínas nacionales. Roberto Cassá. Santo Domingo, D. N., 2007. Vida y obra de Ercilia Pepín. Alejandro Paulino Ramos. Santo Domingo, D. N., 2007. Dictadores dominicanos del siglo xix. Roberto Cassá. Santo Domingo, D. N., 2008. Padres de la Patria. Roberto Cassá. Santo Domingo, D. N., 2008. Pensadores criollos. Roberto Cassá. Santo Domingo, D. N., 2008.

Colección Cuadernos Populares Vol. 1

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Ideología Revolucionaria de Juan Pablo Duarte. Juan Isidro Jimenes Grullón. Santo Domingo, D. N., 2009.

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Colofón Más que un eco de la opinión. 4. Escritos, 1890-1897, de Francisco Gregorio Billini, se terminó de imprimir en los talleres gráficos de Editora Búho, C. por A. en el mes de mayo de 2009, con una tirada de un mil (1,000) ejemplares.

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