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EDUCACIÓN COMO REPRESIÓN Y AMANSAMIENTO

EDUCACIÓN COMO REPRESIÓN Y AMANSAMIENTO

Has leído lleno de emoción a Juan de la Cruz, el medio fraile gordito que todo lo reformó y se trajo, desde la antesala de audiencias del cielo, toda la sabiduría amorosa que acumuló la historia de la cultura occidental. Has seguido atentamente el equívoco de sus símbolos plenos de erotismo que acababa de dejar, en su almita sensible, la concepción de la vida del Amor Cortés y que él supo injertar en la pureza y sencillez de la canción popular. Sonreíste ante el precioso sintagma "la cena que recrea y enamora", la delicadísima argucia del último escalón que media entre el restaurante y la cama, actualmente carcomido por el cinismo más vulgar, y continuaste sonriendo con el símbolo de la "bodega": "En la interior bodega de mi amado bebí" hasta la pérdida del sentido, hasta el "no saber lo que se hace" de la falsa conciencia actual. Todo te parecía sacado de un imposible erotismo angélico. Luego has vuelto en ti y has mirado con ojos reales modelados por la historia del erotismo cínico, la carnalidad de unos senos, de un cuerpo desnudo de mujer, y has sentido, a tu espalda, la sombra enorme de King-Kong. Entonces te das cuenta de un hecho pedagógico: educar es amansar y reprimir ese animal; educar es trabajo de domador que se ejercita, que se ensaya, pero con la sonrisa melancólica de quien sabe que el animal es enorme y que la domesticación es la aceptación de una vida «como-sí» porque, a medida que pasan los años, se ve con claridad que la sombra de King-Kong no cambia.

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Hernández sintetiza ese movimiento educativo de despliegue y repliegue del animal en un bello soneto de El rayo que no cesa:

Me tiraste un limón, y tan amargo, con una mano cálida y tan pura, que no menoscabó su arquitectura y sentí su amargura sin embargo. Con el golpe amarillo, de un letargo dulce pasó a una ardiente calentura mi sangre, que sintió la mordedura de una punta de seno duro y largo. Pero al mirarte y verte la sonrisa que te produjo el limonado hecho, a mi voraz malicia tan ajena, se me durmió la sangre en la camisa, y se volvió el poroso y áureo pecho una picuda y deslumbrante pena.

Venancio Iglesias Martín nació en Olleros de Sabero, León. Reconocido prosista (en novela, relato corto y artículos de prensa) muestra aquí su vena más íntima como poeta. Estudió Filología Española en la Universidad Complutense. Fue discípulo de Dámaso Alonso y de Rafael Lapesa. Catedrático de Literatura española. Fue asesor técnico en la Embajada de España en Marruecos. Profesor en la Universidad de Rabat. Ha publicado los libros de relatos: Esperando a Susana (2010, Editorial Akron, Astorga, León), Sombras en el camino, Moquito, El león del Atlas y otros relatos; además de las novelas La ciudad de los mil ojos, La carcoma y La soledad de Alvarito Somoza (las tres publicadas por Lobo Sapiens, Ediciones El Forastero, León, en 2018, 2016 y 2014).

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