4 minute read

Los mártires del imperio

Next Article
Vestidos de playa

Vestidos de playa

Por. Dr. Ricardo Damián García Santillán

n 17 de junio de 1867 a las 7:05 de la mañana, mueren fusilados Maximiliano de Habsburgo, Miguel Miramón y Tomás Mejía, Desde mi punto de vista personas nobles y bien intencionadas, que buscaron desde su posición el bien del país. Veo más ambición en Napoleón III, Leopoldo de Bélgica, el Archiduque Francisco José y el mismo pueblo de México que a través de los conservadores, mayoría en el congreso, trajeron un monarca europeo para gobernar.

Advertisement

A partir de aquí historia pura.

Juzgados en un proceso sumario, que tuvo como escenario las instalaciones del entonces llamado Teatro Iturbide (hoy, Teatro de la República); el monarca y sus generales fueron declarados culpables por un jurado militar y condenados a morir fusilados.

Pese a las súplicas para que el emperador fuera perdonado y se le permitiera salir de México, el Gobierno del presidente Benito Juárez fue implacable en la aplicación de la sentencia.

Desde el antiguo Convento de Capuchinas, situado en el Centro Histórico de la ciudad (ahora sede del Museo de la Restauración de la República), el hombre -que fue traído desde Europa por los conservadores para reinar sobre el pueblo mexicano- fue conducido hasta el Cerro de las Campanas, donde durante la mañana del 19 de junio de 1967 fue fusilado junto a Miguel Miramón y Tomás Mejía.

Momentos antes Maximiliano escribió esta carta al presidente Juárez:

“Señor don Benito Juárez.

Próximo a recibir la muerte, a consecuencia de haber querido hacer la prueba de si nuevas instituciones políticas lograban poner término a la sangrienta guerra civil que ha destrozado desde hace tantos años este desgraciado país, perderé con gusto mi vida, si su sacrificio puede contribuir a la paz y prosperidad de mi nueva patria.

Íntimamente persuadido de que nada sólido puede fundarse sobre un terreno empapado de sangre y agitado por violentas conmocio-

nes, yo conjuro a usted, de la manera más solemne y con la sinceridad propia de los momentos en que me hallo, para que mi sangre sea la última que se derrame y para que la misma perseverancia, que me complacía en reconocer y estimar en medio de la prosperidad, con que ha defendido usted la causa que acaba de triunfar, la consagre a la más noble tarea de reconciliar los ánimos y de fundar, de una manera estable y duradera, la paz y tranquilidad de este país infortunado.

Maximiliano”.

Más tarde se encontrarían frente al pelotón de fusilamiento, donde Maximiliano le otorgó a Miramón el lugar de honor al centro, colocándose él a un lado.

“Dentro de breves instantes nos veremos en el cielo”. En los momentos de colocarse en sus lugares respectivos, de los cuales el del centro pertenecía al emperador, Maximiliano conservando su serenidad y sangre fría hasta el último instante, así como su aprecio hacia Miramón, diciendo “General: un valiente debe ser admirado hasta por los monarcas: antes de morir, quiero cederos el lugar de honor, y le hizo que se colocase en el centro. Dirigiéndose luego a don Tomás Mejía, le dijo: General: lo que no se premia en la tierra, lo premia Dios en la gloria”.

Antes de ser fusilado, repartió una moneda a cada integrante del pelotón de fusilamiento y pidió apuntaran directamente al corazón, esto por 2 razones la primera ya que consideraba que no era digno de un Habsburgo revolcarse muribundo en el piso, la segunda no quería que su madre la Archiduquesa Sofía viera su cara con una bala, también había llenado su bolsillo de pañuelos pues no quería una imagen dantesca del monarca lleno de sangre.

El General Mejía héroe en la batalla de la Angostura contra la invasión de las tropas estadounidenses, combatiente en la guerra de Reforma y general de división del ejército imperial mexicano, enfermo y destrozado física y mentalmente por el sitio de Querétaro y su captura, miró fijamente al pelotón de soldados que lo ajusticiarían y murió sosteniendo su mirada, sin decir palabra alguna, sabía que todos sus asuntos terrenales estaban ya resueltos.

El primero en hablar fue el General Miramón, niño héroe de Chapultepec, el presidente más joven que ha tenido México, combatiente en la guerra de Reforma y defensor del segundo imperio mexicano.

“Mexicanos, protesto contra la mancha de traidor que se ha querido arrojarme para cubrir mi sacrificio. Muero inocente de este crimen y perdono a sus autores, esperando que Dios me perdone y que mis compatriotas aparten tan fea mancha de mis hijos haciéndome justicia”.

Finalmente, el emperador Maximiliano I de México, comandante de la marina de guerra imperial, archiduque de Austria, heredero del imperio austrohúngaro, exclamó: “Voy a morir por una causa justa, la de la independencia y libertad de México, que mi sangre selle las desgracias de mi nueva patria. ¡Viva México!”

El Capitán Montemayor, a cargo del pelotón de fusilamiento, daría la funesta orden:

“¡Fuego!”

Maximiliano quedaría aún con vida, lo que obligó a darle el tiro de gracia al corazón, el tiro fue dado por el joven Aureliano Blanquet quien años más tarde haría lo mismo con Francisco I. Madero. Igualmente, sobre Tomás Mejía fue preciso hacer dos disparos más para que acabase de morir. La muerte de don Miguel Miramón fue instantánea.

“Voy a morir por una causa justa, la de la independencia y libertad de México, que mi sangre selle las desgracias de mi nueva patria. ¡Viva México!”

This article is from: