CONTENIDOS Hna. M. Bárbara Mujeres magnánimas
P. Alberto Eronti En casa de Simón, el fariseo
Dra. Virginia Parodi Vivir la vida como don de sí
Cristina Todoroff Cuidemos nuestros “tesoros”
Autoeducación María, nuestro modelo
EDITORIAL La fuerza de la mujer
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Editorial
La fuerza de la mujer
En nuestra edición anterior, recordábamos las palabras de nuestro Padre Fundador sobre la fuerza y resistencia de la mujer ante los grandes golpes del destino. Hoy, a la luz de lo acontecido últimamente, ante la devastación causada por las recientes inundaciones en tantos y tantos hogares, podemos decir que lo hemos visto y comprobado. Seguramente, muchos testimonios conmovedores nos han emocionado hasta las lágrimas, motivando nuestra solidaridad y al mismo tiempo, despertando nuestra admiración por esas sufridas mujeres que ante una nueva pérdida, no se entregan, resisten y enfrentan la adversidad, no sin dolor, pero sin bajar los brazos. ¿Qué las sostiene? En primer lugar, el amor a la familia. Tal vez sean mujeres de fe y en ese caso, cuentan con ese ‘plus’ del apoyo y consuelo de Dios. Pero sin duda, es la preocupación por los suyos lo que las impulsa a seguir luchando, a comenzar la reconstrucción de su hogar en cuanto sea posible. Tengo presente el testimonio de una mujer, madre de cuatro hijos, que con los ojos húmedos, contaba cómo se había endeudado para reconstruir su hogar tras la inundación anterior y ahora, lo había perdido todo nuevamente. No sabía cómo iba a hacer sin dinero, con deudas contraídas, para levantar otra vez su casa. Pero sabe- le dijo al periodista que la entrevistaba- tengo que hacerlo como sea, por mis hijos. El Padre Kentenich, gran observador de la vida, sabía de qué hablaba cuando señalaba el don de la mujer para ser alivio y sostén en las dificultades, su gran fortaleza. Sin embargo, ese profundo conocimiento de la esencia femenina no provenía en primer lugar de la comprobación natural, sino de su conocimiento sobre-
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natural e íntimo de María. Ante su filialidad contemplativa, la Santísima Virgen desplegó los rayos resplandecientes de la femineidad querida por Dios, regalándole a la vez, una capacidad especial para entender e interpretar al alma femenina, una sintonía finísima para captar sus más profundos acordes y orientarla hacia su plenitud. Su mirada profética ha advertido asimismo del peligro de apartarnos del modelo que María representa, el riesgo de extraviar el camino hacia Dios, si caemos en las trampas de la mundanidad.
A través de la fe práctica en la Divina Providencia, también nos ha enseñado a escuchar la voz de Dios, que nos habla a través de los acontecimientos y las personas. Sin duda, siempre nos será difícil interpretar los desbordes de la naturaleza ¿advertencias de Dios? ¿consecuencias de la irresponsabilidad humana ante la creación, cuyo cuidado ha sido confiado al hombre por el Creador? De cualquier modo, Dios sacará siempre un bien de todo mal. Sin duda, uno es la gran respuesta solidaria ante el ejemplo abnegado de estas mujeres-sin desconocer el de los hombres, pero de diferente modalidad- que no se dan por vencidas. Ellas volverán a esforzarse para que su casa vuelva a ser habitable, seguramente, llorarán en silencio y disimularán su rabia y su impotencia, para darle ánimo a su familia. Además de acercarles toda la ayuda material que podamos ¡no dejemos de rezar por ellas! Que la Mater las cobije en su corazón y les regale la certeza de un Amor que valora su entrega y acompaña su sacrificio, que hace más liviana la carga y las sostiene tiernamente en sus manos misericordiosas. Graciela Greco
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Mensaje
Mujeres magnánimas
¡Queridas Madres! Una vez más, seguimos el deseo de hacer un alto en el camino del mes, con tranquilidad interior y alegría. En realidad, queremos hacer esto en la vida real, donde las circunstancias no son fácilmente dominables, los dolores y las cargas no son quitados del camino y las exigencias se tornan inevitables. Para caminar pacíficamente por la vida real, con la sensación –y la certeza- de que vamos dominado los dolores, las circunstancias, las cargas y las exigencias, es necesario ejercitar la grandeza de espíritu. No solo pensarlo o creerlo vagamente, ni conformarnos con que otros lo hacen o lo logran cada tanto. ¿Qué es la grandeza de espíritu? Es amor en acción sin negociación. Puede manifestarse en cosas grandes o en lo pequeño. Es una manera de reaccionar que hace que se deba definir a alguien como MAGNA. De la misma manera como la Historia de la humanidad califica a gobernadores, santos y papas, también una persona común y corriente, un padre o madre de familia, un joven o niño puede recibir el elogio de ser un “grande”, aun llevando una vida anónima o desconocida para amplios círculos de la sociedad. Hace poco leí, con verdadera admiración, unos episodios en la vida de dos personas, compatriotas y contemporáneas a nosotros: Una madre y un padre de familia, totalmente desconocidos, ignorados y ocultos a los ojos del público en general. Al terminar la lectura de cada relato, enseguida pensé: ´ Este sí que es un grande´. ´Buenos Aires, 14 de noviembre de 2006 (ACI)… Una madre argentina conmovió al país cuando, en pleno juicio, se acercó al asesino de su hijo, lo perdonó públicamente, le regaló un rosario y le pidió acercarse a Dios. La historia ocurrió en la localidad de Esquel, en la sureña provincia de Chubut. Ana María Suárez acudió al juicio de Fabián Chávez, de 25 años de edad, asesino confeso de su hijo Mariano Drew.
Ante los presentes, la mujer afirmo: “Solamente la oración calma cada día mi dolor. Ayer, cuando fui a la Iglesia de San Cayetano, le oraba a la Virgen y pensaba que mi hijo está con Dios. Pero también pensaba en vos, que sos tan joven. No te voy a hacer daño. Sólo quiero darte esto –le dijo antes de entregarle un rosario-. Sólo Dios cura las heridas. Yo te perdono. Y si mi hijo te ofendió, te pido perdón. Yo lo amaba y quiero que vos no sufras. El destino que te toca me duele porque trabajo con jóvenes. En esta tierra hay mucha violencia. Y vos has sido víctima de ella desde que naciste. Es el amor el que también ayuda a curar las heridas”, dijo la mujer, y lo abrazó. Ante estas palabras, el acusado estalló en llanto. En septiembre de 2005, Chávez, huérfano y adicto al alcohol, asesinó a golpes a Mariano Drew, de 27 años de edad, en la localidad de El Hoyo…´ ´ Un hombre cuenta… anoche tuve la alegría más grande de mi vida… Al llegar a casa me acerqué a mi hija mayor y, mirándola a los ojos, le dije: “Hija mía, perdóname porque no he sabido cómo amarte…” Los ojos de mi hija se empañaron en lágrimas y, sollozando, se me echó al cuello para darme un abrazo. Después, fuimos a un restaurante a cenar… Fue la primera vez en mi vida que, sentados uno frente al otro, pudimos hablar de nosotros mismos y de la familia…´ ¿Piensan ustedes que estos actos de humildad, comprensión, libertad interior y amor se pueden improvisar? Yo creo que no. Exigen mucha fuerza, una gran fortaleza y ánimo, y no abandonar la lucha personal con los propios sentimientos, pasiones y emociones que siempre –todos- debemos afrontar. Es un proceso lento y que no da fruto de hoy a mañana. Pero es la medida exacta de nuestra alma, tal y como fue creada por Dios.
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Dios esperaba a la mujer
A San Lucas, los biblistas le llaman el “Evangelista de la misericordia”. No ha de extrañarnos esta expresión, ya que de todos los evangelistas es quien más veces toca el tema. Posiblemente se deba a la particular relación que él tuviera con María de Nazareth. No nos cuesta imaginar que fuera ella la que le enseñara esta parte misteriosa del amor de Dios manifestado en Jesús. San Pablo, haciendo referencia a la manifestación del amor de Dios al mundo, dirá que “el misterio escondido desde siglos, ahora se ha revelado”. ¿De qué misterio se trata? Los biblistas dicen que del “costado oculto” de Dios, esto es la dimensión materna de su amor que se expresa en la misericordia. ¿Quién ha revelado este costado oculto? ¡Jesús! Jesús, el hijo del Padre ha venido a “contarnos” lo que vio en el seno de la Trinidad. El texto que vamos a meditar hay que situarlo en el marco de la misión de Jesús: revelar el tesoro escondido desde siglos. Vamos, antes que nada, a situarnos en la escena evangélica: Jesús ha irrumpido en Galilea. Las multitudes lo siguen, su enseñanza los sorprende y experimentan una novedad que les hace bien. Algunos maestros de la ley judía, como también alguna de las autoridades, sienten curiosidad y demuestran interés de conocer a Jesús.
Antes que nada es bueno aclarar por qué esta mujer pudo entrar a la casa de Simón. Según las disposiciones y normas de los maestros de la ley quien tocara un objeto inmundo o tomara alimento contaminado, quedaba impuro y debía hacer los ritos de purificación para reincorporarse a la comunidad. Esta mujer pudo entrar porque, según la ley, era impura. Por serlo, nadie, ni siquiera los sirvientes, se había atrevido a tocarla e impedir su entrada. Va hacia donde está Jesús y es ahí donde ella desencadena un accionar que el Evangelista señala con una serie de verbos: se coloca junto a los pies, llora, moja con sus lágrimas los pies del Maestro, los seca con su pelo, los besa y los unge con perfume. ¿Por qué se coloca detrás y junto a los pies de Jesús? Porque, según la costumbre de la época, el comensal se recostaba junto a una mesa baja o junto a un tapiz, por lo que sus pies estaba ligeramente echados hacia atrás. Es así que la mujer se coloca en el lugar más natural para hacer lo que pretende: mostrar su gratitud a Jesús. El tema de los pies tiene un enorme significado en la Biblia. Un día también Simón Pedro se echará a los pies de Jesús para adorarlo y pedirle que se aparte de él, que es un pecador. En la mañana de la Resurrección será María Magdalena la que abrazará esos pies benditos.
Un fariseo de nombre Simón invita a Jesús a su casa, también participan otros maestros judíos. Una vez instalados -recostados- en torno a la mesa, se oyen voces y gritos a la entrada de la casa, finalmente ven entrar en la sala a una mujer.
Sus cabellos largos y su vestimenta, indican que se trata de una prostituta. Su rostro se ve desencajado, lloroso, en sus manos lleva un frasco de perfume. Recorre con la mirada la sala, descubre donde está Jesús y va a situarse detrás, junto a sus pies. AÑO 7 - Nº 70
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La mujer llora, no son lágrimas de angustia ni de sufrimiento, son lágrimas de gratitud. También las lágrimas tienen su historia en la Biblia y las de esta mujer se unen a aquella historia y la continúan. Más tarde será Pedro el que llorará amargamente por haber negado a Jesús. (Lc 22,6). Hay veces que las lágrimas constituyen la única oración real que sale del alma cansada y agobiada. Esta mujer había llorado su vida vacía. Había llorado amargamente, como Pedro, lo había hecho sin esperanza alguna. Hoy las suyas son lágrimas de gratitud, de liberación, de paz. Podemos decir que su vida cambió al encontrar al Mesías. Sus lágrimas son como un manantial de agua fresca para los pies del Maestro. Cuando ella ve correr sus lágrimas por su piel divina, tiene un gesto de enorme ternura y espontaneidad: toma sus largos cabellos de pecadora y las seca. Este gesto tiene un enorme simbolismo, dado que las prostitutas se mostraban con sus cabellos larguísimos y sueltos. Ella no negó su historia, entró con su vida a cuestas y se postró junto a las plantas benditas del Nazareno.
Por fin, unge los pies de Jesús con perfume. Sabemos que era costumbre ungir a los difuntos, pero hemos de recordar que el libro de los Proverbios dice que “el perfume alegra el corazón del hombre”(Prov 27,9). También a los elegidos se los ungía con aceite perfumado, como señal de pertenencia a Dios, como signo de respeto y veneración. Esta mujer no se siente con derecho a ungir sino los pies del Maestro. Ella, postrada, es el reflejo de una niña pequeña. Es que está renaciendo, y por eso la que unge es una renacida, alguien que encontró el camino del niño. Hasta aquí el hacer de la mujer. Mientras todo ocurría, cada uno de los presentes tenía su propio pensamiento y opinión de lo que veía. San Lucas sólo hace referencia al pensar de Simón: “Si éste fuera un profeta, sabría qué clase de mujer lo está tocando: una pecadora”. Lo que no podía saber Simón es que Jesús sabía quién era la mujer y qué pensaba él de Jesús. Agrega Lucas: “Jesús tomó la palabra y le dijo: Simón, tengo algo que decirte. El respondió: Dímelo, Maestro”.
Fue en ese momento que se supo amada, incondicionalmente amada. Fue en ese momento que supo que su historia había sido alterada hacia un futuro diferente. Ella que había vendido “amor”, ella que había comprado “amor” con su cuerpo, ahora era amada sin condiciones. Tuvo la certeza única y total que Jesús la conocía, que al conocerla purificaba su historia y le regalaba un futuro diferente.
Y Jesús inicia un relato a modo de pequeña parábola. Cuenta de un hombre que ejercía de prestamista y que tenía dos deudores. Uno le debía una suma pequeña y el otro una enorme. Compadecido, le perdonó a los dos. Al terminar el relato Jesús hace esta pregunta a Simón: “¿Cuál de los dos estará más agradecido?” El discípulo le responde: “Supongo que aquel a quien le perdonó más”. Y el Señor le dice: “Has acertado”.
La mujer supo sin duda alguna -es lo que manifiesta su acción y el riesgo que asumió- que ahora en su alma había luz, que nadie le arrancaría la paz de su espíritu y que no había sido rechazada por el buen Amor. Todo lo dicho se expresa en sus besos. El besar era parte de la cultura de Israel y formaba parte del saludo de paz para con todo visitante. Pero el beso podía ser también traición o vacío.
Antes de seguir con el texto, querría hacerles una referencia importante: el “oficio” del acreedor era el de “prestamista”, es decir de usurero. Los prestamistas de la época eran famosos por su inflexibilidad. Por eso, no es casual el oficio que le adjudica Jesús. Sin embargo, usurero y todo, tuvo capacidad para el perdón. Impresiona el enfrentamiento que Jesús hace de los dos “oficios”: un usurero y una prostituta Y Jesús, tras poner en el centro de la parábola al prestamista compasivo, ahora se vuelve y pone en el centro a la mujer y sus gestos.
Fueron así el beso de Judas en el Huerto, o los besos que esa mujer daba y recibía en su profesión. Ahora ella besa incansablemente, besa con la ternura de una madre a su niño.
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Por esto, es de interés para nuestra reflexión escuchar las palabras de Jesús. Suenan como un mazazo: “¿Ves esta mujer? Cuando yo entré en tu casa no me ofreciste agua para los pies; ella, en cambio, me ha regado los pies con sus lágrimas y me los ha secado con su pelo. Tú no me besaste con el beso de paz, ella, en cambio, desde que entró no ha dejado de besarme los pies. Tú no me echaste ungüento en la cabeza; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume…”. Las palabras de Jesús son de mucha importancia ya que es la manera cómo interpreta Dios el gesto de la mujer. Ella no sólo besó, mojó y secó los pies de Jesús de Nazareth, ¡Jesús es Dios! Ella sin saberlo, besó, mojó y secó los pies de Dios. “Por eso te digo: Cuando muestra tanto agradecimiento es que le han perdonado sus pecados, que eran muchos; en cambio, al que poco se le perdona, poco tiene que agradecer”. Ahora ya no es la mujer quien le declara su amor a Dios, sino que es Dios quien le dice a ella -y a Simón, y a todos los demás, y a nosotros- cuánto la ama. El amor se hace perdón, se hace misericordia, se hace futuro: “Tus pecados están perdonados”. Ante estas palabras de Jesús todos reaccionan diciendo: “¿Quién es éste que hasta perdona los pecados?”. Simón y sus amigos pertenecen, según el razonamiento de Jesús, a aquellos a quienes se les ha perdonado poco. Se les ha perdonado poco no porque tengan pocos pecados, sino porque se creen “justos”, y al creerse “justos” no tienen sensibilidad para captar “sus muchos pecados”, pedir perdón y recibir mucho amor y misericordia. ¿Quién es éste? -se preguntan todos. ¿Quién? ¡Éste es Dios! ¿Y qué es lo propio de Dios, lo propio de ese “costado oculto” que ahora ha venido a revelarse? Es la misericordia, el perdón más fuerte y más grande que el pecado; sobre todo cuando el hombre se reconoce necesitado. Pero hay algo más detrás de este maravilloso relato, se trata de la frase final de Jesús a la mujer: “Tu fe te ha salvado, vete en paz”. No es la única vez que aparece la centralidad de la fe en las palabras de Jesús. Lo que le dice a esta mujer, lo dijo muchas otras veces en su vida pública. La fe es determinante en lo que Dios puede hacer en bien del hombre. AÑO 7 - Nº 70
La fe es acto de confianza del hombre en Dios. Más aún, cuando el hombre está desbordado por su miseria o sus limitaciones el acto de fe, si se realiza, se torna confianza y abandono.
Esta mujer, que venía de la mala vida puso toda su fe y confianza en Jesús, fue un acto de abandono en aquél que la había conmovido, en aquél que le había hecho comprender que Dios tiene entrañas de misericordia y que nunca se cierran al hombre que reconoce su pecado. Es a partir de aquí que esa mujer -y es también la oferta a Simón y a todos los comensales- puede entender qué significa lo dicho por el Profeta: “Misericordia quiero y no sacrificios, conocimiento de Dios y no holocaustos”. En el fondo, el gran mensaje que Jesús está dando es el de la gratuidad del amor de Dios. Dios no está condicionado por lo que el hombre hace, sino que le ofrece su amor sin medida ni interés. Lo que Jesús está diciendo es que, de parte de Dios, todo es don y que Dios es puro don. Sin embargo, hay algo que puede “frenar” a Dios: es el corazón cerrado del hombre. Esta mujer, a pesar de todos sus pecados, no tenía el corazón cerrado. En el fondo de su alma latía el anhelo de una vida distinta, ya que la que vivía no era vida. Fue ese anhelo casi perdido en su alma lo que le dio la capacidad de ver y oír a Dios, al Hijo de Dios que le hablaba con afecto, compasión y ternura. No era así para Simón y sus amigos. Ellos tenían el corazón cerrado, lo tenían amarrado a sus normas y disposiciones, estaban seguros de su camino porque “cumplían”. Se decían a sí mismos “observantes”.
No sabemos cómo siguió aquella comida ni cómo terminaron interiormente Simón y los convidados, pero sí sabemos que una mujer pecadora fue rehecha y salvada por el amor misericordioso de Dios. P. Alberto Eronti
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Mujer e Iglesia
La llave de una Iglesia-María Siempre me ha impresionado cómo, a lo largo de los siglos, el arte ha ido decorando con “llaves” los edificios de la Santa Sede: desde las que están encastradas en el piso, a la entrada de la Basílica de San Pedro, hasta la enorme llave que sostiene el ángel sentado sobre el baldaquino. Ciertamente, Dios le ha confiado a Pedro las llaves del Reino. De ahí que también las veamos enmarcando los escudos papales: una llave dorada que simboliza el Reino de los cielos y otra plateada que abre las puertas a la realidad terrena y peregrina de la Iglesia. El Magisterio de Francisco nos permite intuir rápidamente cuáles podrían ser esas dos “llaves” con las cuales quiere abrir las puertas del corazón de Dios y de la Iglesia a los hombres de nuestro tiempo. Me parece que ambas se pueden sintetizar en una única expresión: don de sí por amor. El amor misericordioso de un Dios que nos ama hasta donarse a sí mismo en la cruz; la donación incansable de una Iglesia que sale al encuentro de la familia humana hasta en las periferias de su existencia. “Yo sueño con una Iglesia Madre y Pastora”1 comenta el Papa y, con ello, confirma el don de sí por amor como opción primordial de su visión eclesiológica.
“En la Iglesia cada ser humano —hombre y mujer— es la «Esposa», en cuanto recibe el amor de Cristo Redentor como un don y también en cuanto intenta corresponder con el don de la propia persona.” 3 El Santo Padre remarca esta vocación esponsal de la Iglesia que muestra el valor del don de sí en respuesta al amor recibido y lo traduce en opción por la vida, por el servicio, por la gratuidad. Con ello estimula el genio femenino de la Iglesia exhortándola a salir de sí misma, a dejar de lado toda autoreferencia, para ir al encuentro de la humanidad entera. Me impresiona la benevolencia con la cual la opinión pública confirma esta visión de Iglesia. Me impresiona porque con ello confirma el genio femenino en aquellos valores que la misma sociedad, cuando se trata de la mujer concreta, cuestiona e, incluso, ridiculiza.
La apertura actual de la opinión pública a esta concepción eclesiológica nos ofrece una llave para afirmarnos en nuestra esencia más genuina. Educar a la mujer al don de sí es, a mi entender, un modo concreto de aprovechar esta chance. A su vez, estimula y ayuda a la Iglesia a perfilar su esencia, su identidad de Madre y Pastora.
Esta llave nos abre las puertas de una Iglesia que asume y encarna su genio femenino resaltando el don de sí misma, de la Esposa de Cristo, como su más profunda identidad. Una identidad en la que, como bien se afirma en Mulieris Dignitatem, “lo ‘femenino’, se convierte en símbolo de todo lo ‘humano’...“2 y que, por eso mismo, remite al don de sí como respuesta al amor que Dios le regala.
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1
Entrevista otorgada al P. Antonio Spadaro, SJ., publicada el 19 de septiembre de 2013. Mulieris Dignitatem 25. De ahí que el genio femenino de la Iglesia en absoluto signifique una contraposición de sus diversas dimensiones (como la “petrina” y la “mariana”, por hablar con lenguaje balthasariano), sino su integración en una única identidad subyacente a las mismas. 3 Mulieris Dignitatem 25. 2
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Así como María y la Iglesia arrojan luz sobre lo que significa ser mujer, las mujeres concretas, viviendo la vida como de sí, se transforman en profetas de la naturaleza genuina de la Iglesia, de su vocación a caminar la historia, como María, regalando a todos, sin excluir a nadie, el amor que ella misma recibe gratuitamente y que la plenifica. Con palabras del Papa, "la Iglesia no puede ser ella misma sin la mujer y sin papel que ésta desempeña. La mujer es imprescindible para la Iglesia". 4 Nombraré cuatro llaves que nos pueden trazar un camino para concretar esta misión profética de la mujer en la Iglesia. Educar al don de sí a través del “rebalse” de un amor que nos ha amado
primero, del anuncio valiente de la verdad, del mirar más allá de lo que perciben los ojos, del testimonio concreto de las mujeres santas
Rebalse de un amor que nos ha amado primero El don de sí es pleno cuando es respuesta a un amor que se descubre como primero. Dios primerea siempre -suele decir el Papa. Nosotras, mujeres, sabemos que esta realidad constituye la base para la verdadera entrega. La experiencia nos enseña que, si no estamos recogidas en una relación de amor, darnos a nosotras mismas nos “desgasta”, hasta el punto de vaciarnos. Un riesgo que pagamos con el precio más caro: viviendo la entrega como frustración. El don de sí sólo se justifica cuando no me pierdo al donarme, sino que me recibo de una manera nueva. El ejemplo más claro es la maternidad física. No es posible regalar vida sin donarse a sí misma. Pero el hijo es más que la entrega de la madre: es una persona nueva, creada desde el 4
amor que la madre ha recibido, acogido y custodiado con el don de todo su ser. El mismo proceso se verifica en la maternidad espiritual: la donación de sí misma crea algo nuevo, fruto del “rebalse” de aquel amor que se ha recibido. Éste es el misterio de la maternidad de la Iglesia. Don de sí misma por “rebalse” de amor es la llave para comprender lo que es una Iglesia-María y es la actitud interior que habilita a la mujer como profeta de esa Iglesia. Hay mujeres que van –o deberían ir– a la vanguardia de esa profecía, pues son –deberían ser– maestras de esta actitud interior: me refiero a la mujer consagrada, para la cual el don de sí por rebalse de amor es LA opción de su vida. 5 Toda la mujer consagrada –con su alma y con su cuerpo– da un sí al amor, renunciando a la maternidad física para dar testimonio de ese amor, a través del don de sí en la oración y en el servicio, en el anuncio comprometido, en su modo de ver al otro con la misericordia de Dios. “Las religiosas –dirá el Papa refiriéndose a una forma concreta de vida consagrada– que tanto trabajan y que viven una santidad escondida”. 6 La mujer consagrada es una “reserva ecológica” de la Iglesia, un ejemplo concreto de superación de la antinomia don de sí versus realización personal que la opinión pública suele imponernos. A la vez, un testimonio de que ‘don de sí’ no significa ‘estar disponible para todo’, sino para aquello que ayuda a la familia humana a ser más humana. En ese sentido, también su castidad me parece profética, porque dignifica y revaloriza el cuerpo de la mujer, tan ultrajado actualmente por la sociedad de consumo. (Continúa en la pág. 9)
Rueda de prensa a bordo del avión de regreso de la JMJ, 28 de julio de 2013. A esta opción se refiere Mulieris Dignitatem 21 al decir: “La virginidad en el sentido evangélico comporta la renuncia al matrimonio y, por tanto, también a la maternidad física. Sin embargo la renuncia a este tipo de maternidad, que puede comportar incluso un gran sacrificio para el corazón de la mujer, se abre a la experiencia de una maternidad en sentido diverso: la maternidad «según el espíritu» (cf. Rom 8, 4). En efecto, la virginidad no priva a la mujer de sus prerrogativas. La maternidad espiritual reviste formas múltiples.” 5
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Creo que como Iglesia toda tenemos que crecer en nuestra valoración de la mujer consagrada a Dios, para que ella misma perciba el don de sí como una profecía y lo viva con la pasión de ir a la vanguardia de la Iglesia-María. No me refiero a una valoración con tinte de “pastoral vocacional”, sino a volver a tomar conciencia de la enorme “reserva” de amor que tiene la Iglesia en la mujer consagrada y de la fecundidad que parte del don que hace de sí. Ciertamente, es una valoración que debe empezar por ella misma. Pero en la que toda la Iglesia debe crecer: desde los que trabajamos codo a codo con ellas en los colegios, hospitales, parroquias y movimientos hasta los obispos y el clero en general.
Anuncio valiente de la verdad Una segunda concreción del don de sí se da educando al anuncio valiente de la verdad.
No hay educación sin ejercicio. El entrenamiento no es lo único, pero es fundamental. A caminar se aprende caminando, a amar se aprende amando... un ‘refrán’ del Movimiento de Schoenstatt que nos puede resultar útil. A vivir el don de sí como parte de nuestro estilo, como profecía para una Iglesia que lleva el rostro de María, se aprende... ejercitándolo.
Una forma concreta de ejercicio es anunciar con valentía lo que creemos, aquello de lo cual estamos convencidas. El anuncio, sobre todo, de que la vida es un don y de que no se puede vivir en plenitud sin amor. Y de que el amor es algo más que placer: es don de sí. Este anuncio se hace de muchas maneras. Una de ellas es la palabra. Lo nombro expresamente porque se trata de un aporte fundamental a la cultura del encuentro, otro término que utiliza Francisco como llave para abrir las puertas de la Iglesia. El genio femenino nos hace expertas de la palabra. Una prueba de nuestra indiscutible habilidad de comunicación es la típica caricatura de la mujer "chismosa", del arquetipo de la vaciedad. Desfiguraciones aparte, la mujer es facilitadora de relaciones porque su mensaje compromete no solo la razón, sino también el sentimiento. Nosotras tenemos la facilidad de poner el corazón en lo que anunciamos, la pasión, la persona toda. Por eso nuestro mensaje resulta atractivo, convincente, testimonial. (Próximamente publicaremos la segunda parte de esta disertación, realizada durante el Congreso organizado por el Consejo Pontificio para los Laicos, bajo el lema “Dios confía el ser humano a la mujer”. La autora aporta a la reflexión de la Carta Apostólica Mulieris Dignitatem de Juan Pablo II , al cumplirse 25 años de su publicación.)
Virginia Parodi, Doctora en Teología y especialista en Historia de la Iglesia, pertenece al Instituto de las Hermanas de María de Schoenstatt. En la actualidad, se encuentra desarrollando su actividad en el Vaticano, donde ha sido designada Oficial de la Congregación para las Causas de los Santos.
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Reflexión El día 3 de junio pasado hubo en muchas ciudades de nuestro país una manifestación gigantesca bajo el lema “Ni una menos”. La convocatoria expresaba entre otras cosas: - la solidaridad mayoritaria con las mujeres víctimas de violencia y con sus familias, y/o sus deudos en el peor de los casos, - la necesidad de que las leyes se cumplan, - el rechazo mayoritario de la impunidad por falta de investigación o por una perversa aplicación de la ley por parte de fiscales y jueces, - la necesidad imperiosa de un cambio de mentalidad o “cultural” en la sociedad. Todos estos fines, loables, a los que la enorme mayoría de la sociedad argentina, incluidos los hombres, adhiere, no pueden sino ser compartidos. No obstante, entre las buenas intenciones de la gente de bien, se infiltran muchas veces personajes y banderías, declaraciones y propaganda de agrupaciones que no defienden la dignidad de la mujer, sino al contrario. Por esta razón muchos católicos, hombres y mujeres, no adherimos a esa manifestación. Y también porque, además, no queremos ni un niño menos, ni un anciano menos, ni un padre de familia menos, ni un joven lleno de promesas menos, NI UN NO NACIDO MENOS... Recuerdo un antiguo lema que vi por primera vez hace muchos años, volviendo de mi trabajo. Estaba en el frente de una institución de mujeres y rezaba: "Quien educa a un niño, educa a un hombre. Quien educa a una mujer, educa a una familia". Posiblemente las organizaciones feministas digan hoy que se trata de un mensaje machista de una cultura decadente que hay que cambiar, pero la frase sigue vigente y la encontré invocada aún hoy, a propósito de programas de la UNESCO y de la ONU.
Diferentes, pero iguales en digndad.
Hombres y mujeres no somos iguales sino en dignidad. En todo lo demás somos diferentes y en nuestro vínculo con los otros tenemos funcionalidades y misiones diferentes. Lo que compartimos es una misma dignidad. Sin embargo, la dignidad del ser mujer se ha dejado de lado y olvidado, dentro de un “cambio cultural" gravísimo, ya concretado y del que debiéramos retornar. En muchos casos, es la misma mujer quien sin darse cuenta y llevada por el espíritu del mundo, ignora su dignidad, renunciando a su don y su consiguiente tarea. Olvidando la misión que le ha sido confiada dentro del plan de Dios, se transforma paulatinamente en el “objeto sexual” que critica y que por momentos la escandaliza. Se viste para ello, se entrena en el gimnasio para ello, escucha en la radio, ve en la televisión y lee (ya no sólo en la “Cosmopolitan”), a las nuevas “madames”, que obsesivamente le “bajan línea” sobre cómo tener y ofrecer una “mejor cama” a sus maridos, novios, “amigos con derechos” y/o “touch and go” (discúlpese lo vulgar de estas expresiones, que sólo quieren ser representativas de lo vigente hoy). Ya no espera ser de un solo hombre y va “probando”, o aplaude esto en sus conocidas. Como si ello pudiera ser una meta en la vida. Pareciera que la mujer de hoy no quiere ser mujer, no quiere llegar a ser una “señora” (palabra hoy anticuada, si las hay). En lugar de ser dueña de su propia vida, en pleno ejercicio de su vocación de mujer con libertad plena, prefiere esconderse en una suerte de adolescencia maquillada, prorrogando en vano un estado que de por sí es transitorio y poco tiene de plenitud. Tal vez por esto mismo tantas hijas hoy no se casan, o no tienen apuro en casarse, porque sus madres - que desean seguir siendo adolescentes o volver a serlo -, no le hacen buena propaganda ni al matrimonio ni a la maternidad: ¡todo es una carga tan pesada! Y lo razonable parece ser salir, divertirse, mantenerse en buena forma, ir de compras, planificar viajes... Pura banalidad. (Continúa en la pág. 11)
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Lejos quedó la aceptación del castigo bíblico de "parirás con dolor", que no se refiere sólo al parir sino al vivir siendo madre, pariendo al hijo a cada paso y durante toda la vida, dándolo a luz, llevándolo a la luz de la verdad que una madre debe transmitir. Y más lejos aún quedó la convicción de la indisolubilidad del matrimonio. Sin ir más lejos, es sabido que entre amigas se “celebran” los divorcios, y ello en lugares que una mujer que se digne jamás pisaría, cayendo en penosas y lamentables denigraciones. No hacen esto todas las mujeres, es cierto, pero son muchas las que miran, escuchan, dan rating, aplauden o, en el mejor de los casos, sonríen silenciosas y avergonzadas ante quienes sí lo hacen. Una pena.
Mientras la mujer no vuelva a asumir su ser mujer con todo lo que conlleva, como la crianza responsable de la prole y el esfuerzo concreto por mantener y defender el matrimonio y la familia, permaneceremos justamente en el “cambio cultural” ya conocido, que nos viene desde el delirio hippie de los '60, –y aún desde antes– que nos trajo hasta donde estamos hoy, y que aún puede agravarse. Porque puede agravarse. Al contrario de lo que venden los medios y de la estupidez políticamente correcta, el cambio cultural que falta para completar la revolución necesaria y "pegar la vuelta", no depende de cosas ajenas a la mujer, sino de ella misma: “Mujer, acuérdate de tu dignidad, y educa a tus hijos y transmite a la sociedad en que vives los auténticos valores de tu femineidad exquisita, tu belleza exclusiva, tu mirada compasiva del pobre y del necesitado, tu celo por la privacidad de tu cuerpo, tu preocupación generosa por el bien de todos,
tu promoción de la verdad y tu combate a la mentira, tu mirada magnánima exenta de favoritismos e injusticia”. No nos resulta agradable ver la propia responsabilidad pero debemos asumirla, aunque convoque a una tarea que no siempre queremos emprender. Es más fácil ver la responsabilidad en el afuera porque eso no nos exige nada y nos permite permanecer en el pataleo inútil y vergonzante en el que estamos. No se trata de que organicemos marchas ni de que pertenezcamos a una ONG - por lo demás laica, ¡obvio! - sino de volver a nuestras fuentes, a nuestro ser mujer, y a ese ideal secreto y personal en nosotras con que Dios ha querido distinguirnos y espera modelemos según su voluntad. Por el bien de las mujeres, despertemos. Despertemos y demos voces. Dejemos a un lado lo “políticamente correcto”, por lo demás tan mentiroso, y hagamos lío, un lío sano. Escandalicemos con la verdad del Evangelio, escandalicemos con el amor a la Cruz y el cuidado de la vida, con la fecundidad de este don exclusivo que Dios nos ha dado: ¡ser mujer! Y como ha pedido el Papa, cuidemos el “tesoro” del matrimonio. Esta sociedad es y será el fruto de lo que decidamos hacer con nuestras vidas. Vale traer a colación unas palabras del Padre que calan muy hondo en nuestra maternidad: “Madre, ¿quieres mi trabajo? ¡Aquí estoy! ¿Quieres que todas las fuerzas de mi espíritu lentamente se desangren? ¡Aquí estoy! Madre, ¿quieres mi muerte? ¡Aquí estoy! Pero procura, que todos los que Tú me has confiado, amen a Jesús, vivan para Jesús y aprendan a morir por Jesús. Amén.” Que este profundo espíritu católico sea el que anime nuestras almas, en un año que debe estar signado por la misericordia. Y no habrá Misericordia sin Verdad, que es la mayor caridad. Cristina Todoroff Prof. de Filosofía
Revista de la Rama de Madres
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Autoeducación
Valores invertidos en la actualidad
Una misma esencia, aplicada a cada época
La escala de valores hoy en día ha asignado al concepto ‘servir’ (o ‘sierva’) cierto tinte de poco digno, una implicancia de cierto rebajarse, algo de lo que uno debe avergonzarse y que no se tiene ánimo de apreciar. Las jóvenes y mujeres de hoy no le conceden más que una sonrisa despreciativa y afirman: “¿Servir? Eso pertenece al tiempo de nuestras abuelas, a siglos pasados y superados, cuando aún no se reconocía el valor de la mujer. Hoy todo ha progresado considerablemente y ninguna mujer debe permitirse ser sierva”.
La necesidad induce a muchas jóvenes y mujeres a las fábricas, a grandes empresas, donde tienen que ejecutar el mismo trabajo que el hombre. Sin embargo, no por ello deben sentirse dispensadas de cumplir su misión primaria y principal, ser una auténtica mujer cristiana. Da igual cómo sean las circunstancias. Da igual cómo sean las circunstancias en que se encuentre, el lugar que ocupe, en todas partes debe prevalecer su verdadera femineidad, sin darle prioridad a la habilidad funcional que la iguala al varón.
Hoy la mujer está llamada a ocupar puestos de vanguardia, a estar al frente de los sucesos mundiales; desarrolla el mismo trabajo que el hombre y debe salir victoriosa en esta pugna competidora y demostrar finalmente que, de ningún modo, ella pertenece al mal visto ’sexo débil’.
El Padre Eterno ha demostrado para todos los tiempos en María, espejo de toda la naturaleza femenina, cómo y qué debe se una mujer. La esencia de a mujer tiene validez eterna, si bien podemos decir que se manifiesta con ciertas variaciones y está sometida a pequeñas modificaciones en su aplicación. Estas diferenciaciones requeridas temporalmente no pueden ser muy grandes, pues entonces se quebrantaría en algo el orden del ser vigente en el curso universal de la creación, desde el comienzo hasta el fin de los días.
Éstas o semejantes observaciones y criterios corren hoy de boca en boca. La prensa propaga y enmascara con mil caretas el ’non serviam’ -no quiero servir- de la mujer moderna. ¡Qué miopes son nuestros ojos al no ver las cadenas esclavizantes que trae esa igualación indiscriminada con el otro sexo, y nos sentimos rebajadas si nos llamamos ‘sierva’, cuando hemos sido elegidas para desplegar un desinteresado y recio espíritu servicial! Nos orientamos según lo temporal y transitorio y cuán poco afirmamos lo eterno, lo eterno en la mujer, tal como se encarna en la Esclava de Dios, en María. Los tiempos cambian, sí; la nuevas conquistas y descubrimientos de una época dan su sello propio a los hijos de ella, pero la ‘esencia’ de la mujer no cambia. Las ideas primitivas de Dios no se someten a modificaciones introducidas por los hombres o por el espíritu del mundo. Es tarea del hombre localizarlas, rastrearlas y aplicarlas al tiempo moderno con sus nuevos descubrimientos, de acuerdo al sentido que tienen.
Cuando Dios pronunció su palabra todopoderosa “Hágase María”, comenzó en el mundo una nueva era, llevada por la luz de María. Nosotros que nos sentimos tan desvalidos ante el quiebre de nuestros ideales y valores en la sociedad actual, ¿no deberíamos pedir a Dios, con mucha mayor insistencia que antes, que desde el Cielo vuelva a pronunciar esas palabras omnipotentes: “¡Hágase María, hoy!” ? Concedido. Tienen ustedes el derecho de objetar que eso sucedió más de 2000 años atrás, que el tiempo actual no se presta para tales cosas. Y sin embargo, ustedes no tienen razón. En María, encontramos la imagen de una mujer que, por deseo divino, es espejo, modelo de todo su sexo. (Continúa en la pág. 13)
AÑO 7 - Nº 70
Página 13 (Continuación de la pág. 12)
Nada tiene que ver que María haya vivido hace muchísimos años atrás; de ningún modo la hace ‘anticuada’ o inadecuada para nuestros días. Esta mujer lleva en sí las riquezas con que Dios creador adornó a la mujer. Ella atesora ese bien inmenso de la verdadera femineidad, para todos los tiempos. Todo cuanto Dios previó para la mujer, tomó figura en María, el prototipo de su sexo. Estamos ante una mujer plena en su pureza original, en su dignidad y hermosura paradisíacas, ante una naturaleza femenina íntegra. Palidece ante su imagen la belleza vana de aquellas mujeres aclamadas, casi adoradas por miles de concurrentes, en concursos de belleza. Y mientras nuestros ojos se detienen hoy en estos ídolos de belleza, efímeros y pasajeros, se nos oscurece la visión franca y sincera de la belleza eternamente legítima de la Sma. Virgen. Totalmente hermosa Después de haber visto el panorama que presentan el tiempo y el mundo modernos ¿Qué resonancia encuentra en nuestra alma lo que la Iglesia ha declarado sobre la Inmaculada, sobre el espejo y modelo de la más perfecta hermosura? La Iglesia no se cansa de alabar: “Toda hermosa eres, María. En ti no hay sombra alguna del pecado original. Tú, la gloria de Jerusalén, la delicia de Israel, la honra de nuestro pueblo”.
Cuanto más nítido resplandezca ante nosotros su rostro puro, cuanto más divinizada y espiritualizada veamos a la Inmaculada, tanto más dolorosamente sentiremos la distancia habida entre nuestra naturaleza contaminada y Ella, a totalmente pura, totalmente hermosa. Una imagen totalmente atrayente Tanto el hombre como la mujer, sean jóvenes o viejos, se sienten misteriosamente atraídos y elevados por la imagen de María, siempre que no hayan traicionado el anhelo más noble de sus almas. Todos abrigamos la esperanza de volver a encontrar el paraíso perdido o al menos, poder echar una mirada a su grandiosidad. ¡Cuán buenos es Dios! En María rescató el paraíso y traspasó a nuestro valle de lágrimas , la idea de la pureza y santidad primitivas del hombre. Una mujer noble siempre contemplará la imagen de María como espejo de su dignidad y belleza femenina. En una mujer noble y de aspiraciones, esa contemplación despierta siempre un anhelo ardiente de asemejarse a Ella, María, la criatura plenamente redimida. (Texto extraído de “María, si fuéramos como Tú” P. José Kentenich - Editorial Schoenstatt)
Taller 1. ¿Cuáles son las características femeninas que contemplamos en María? 2. ¿Son valoradas en la sociedad actual? ¿Por qué? 3. ¿Qué actitudes necesitaríamos cultivar para servir a Dios, como María, en nuestro ambiente?
Propósito para el mes:
Revista de la Rama de Madres
PAPA FRANCISCO
No hay recetas sencillas RAMA DE MADRES DEL MOVIMIENTO APOSTÓLICO DE SCHOENSTATT ASESORA NACIONAL HNA. MA. BÁRBARA ASESOR NACIONAL P. ALBERTO ERONTI ramademadresarg@gmail.com
En su Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, el Papa Francisco manifiesta en el punto 66 del Segundo Capítulo: La familia atraviesa una crisis cultural profunda, como todas las comunidades y vínculos sociales. En el caso de la familia, la fragilidad de los vínculos se vuelve especialmente grave porque se trata de la célula básica de la sociedad, el lugar donde se aprende a convivir en la diferencia y a pertenecer a otros, y donde los padres transmiten la fe a sus hijos. El matrimonio tiende a ser visto como una mera forma de gratificación afectiva que puede constituirse de cualquier manera y modificarse de acuerdo con la sensibilidad de cada uno. Pero el aporte indispensable del matrimonio a la sociedad supera el nivel de la emotividad y el de las necesidades circunstanciales de la pareja. El Santo Padre nos propone esta reflexión, no como mero diagnóstico de la realidad actual ni como una mirada puramente sociológica sobre la misma, sino que en la línea de un discernimiento evangélico, ofrece una mirada pastoral sobre algunos aspectos de la actualidad que debemos considerar para la fecundidad de una vigorosa renovación misionera de la Iglesia.
Equipo Editor Editora responsable: M. Graciela Greco Asesores colaboradores: Hna. Ma. Bárbara P. Alberto Eronti Colaboradoras: Ma. Cristina Simonini y equipo. Traducciones: Hna. Ma. Christvera Diagramación: M. Graciela Greco
En la Audiencia General del pasado 5 de agosto, en el Vaticano, continuó abordando este tema, en su catequesis sobre la familia. Retomando las reflexiones sobre la familia, deseo referirme a la situación de los que tras la ruptura de su vínculo matrimonial han establecido una nueva convivencia, y a la atención pastoral que merecen. La Iglesia sabe bien que tal situación contradice el sacramento cristiano, pero con corazón de madre busca el bien y la salvación de todos, sin excluir a nadie. Animada por el Espíritu Santo y por amor a la verdad, siente el deber de «discernir bien las situaciones», diferenciando entre quienes han sufrido la separación y quienes la han provocado. Si se mira la nueva unión desde los hijos pequeños vemos la urgencia de una acogida real hacia las personas que viven tal situación. ¿Cómo podemos pedirle a estos padres educar a los hijos en la vida cristiana si están alejados de la vida de la comunidad? Es necesario una fraterna y atenta acogida, en el amor y en la verdad, hacia estas personas que en efecto no están excomulgadas, como algunos piensan: ellas forman parte siempre de la Iglesia. «No tenemos recetas sencillas», pero es preciso manifestar la disponibilidad de la comunidad y animarlos a vivir cada vez más su pertenencia a Cristo y a la Iglesia con la oración, la escucha de la Palabra de Dios, la participación en la liturgia, la educación cristiana de los hijos, la caridad, el servicio a los pobres y el compromiso por la justicia y la paz. La Iglesia no tiene las puertas cerradas a nadie. En la memoria litúrgica de la Dedicación de la Basílica de Santa María la Mayor, confiemos a la Madre de Dios a todas las familias.