En camino noviembre 2015

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Hna. M. Bárbara Mujeres solidarias

P. Alberto Eronti En el huerto, al amanecer

Claudia Snels La mujer en nuestro tiempo

S.S. Francisco Jesús, muéstranos al Padre

Autoeducación Reconciliados con Dios

REMBRANDT - El regreso del hijo pródigo Óleo sobre tela - Hacia 1662

Un nuevo Jubileo


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Editorial

Un nuevo Jubileo

En pocos días más, exactamente el 8 de diciembre, día de la Inmaculada, el Santo Padre abrirá solemnemente la Puerta Santa, dando inicio al Año Jubilar de la Misericordia. Decía el Papa Francisco al anunciarlo: “Después del pecado de Adán y Eva, Dios no quiso dejar la humanidad en soledad y a merced del mal. Por esto pensó y quiso a María santa e inmaculada en el amor (cfr Ef 1,4), para que fuese la Madre del Redentor del hombre. Ante la gravedad del pecado, Dios responde con la plenitud del perdón”. Este Jubileo nos invita a una profunda renovación interior, para llegar a ser “misericordiosos como el Padre” en un mundo que necesita superar los odios y las indiferencias, para conquistar la paz y la justicia. Esa es la novedad que Jesús nos ha revelado: Dios es nuestro Padre. Un Padre que es todo amor y misericordia, que cuida de sus hijos constantemente, que los guía siempre para su bien. Y precisamente, en un tiempo en que la fe en un Dios Padre, providente y amante de sus hijos, ha sufrido tremendas conmociones, el P. Kentenich se manifiesta como gran e infatigable proclamador de la paternidad divina. Más aún, no sólo hace suyo este mensaje de Jesús, también la misión de difundirlo. A lo largo de toda su vida, nos mostró incesantemente los rasgos paternales de la imagen de Dios que nos transmite Jesús y nos hablaba de la expresa “misión paterna” del Señor. Así nos presentaba frecuentemente el Padrenuestro como “escuela de oración” cristiana y nos enseñaba a meditar en profundidad la parábola del “hijo pródigo” o del “padre pródigo en misericordia”, como él gustaba destacar.

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Para nuestro Padre Fundador, en la imagen de Dios que ama misericordiosamente, están contenidos también los rasgos maternales del rostro divino, que más allá de Él, tienen su reflejo femenino y maternal en la Santísima Virgen. Siempre acentuó con fuerza los rasgos del Padre misericordioso, presentándolo como un mensaje liberador para el hombre moderno, cada vez con mayor insistencia y seguridad hacia el fin de su vida. Hemos visto con dolor en estos días, el daño profundo causado por una imagen distorsionada de Dios que impulsa a cobrar vidas inocentes y despreciar la propia, despertando el odio y la venganza. Este fanatismo criminal no es esencialmente distinto del que exterminaba personas en los campos de concentración nazis, en tiempos del Padre. Por eso, insistía en la necesidad de que el hombre restaurara los vínculos naturales y sobrenaturales, para recuperar el sentido de su existencia en plenitud. Proclamar para la Iglesia y los tiempos venideros el mensaje del amor misericordioso de Dios Padre, fue percibido por el Padre Kentenich como misión para sí mismo y para su familia espiritual. La Divina Providencia, a través del Santo Padre, nos regala una extraordinaria oportunidad en el Año de la Misericordia, para anunciar y testimoniar el mensaje patrocéntrico de Jesucristo, como anhelaba el Padre Fundador. Dios reconfirma así nuestra misión, para el nuevo siglo de Schoenstatt que apenas ha comenzado. Pidamos a la Mater las gracias de la fidelidad y la perseverancia para llevarla a cabo. Graciela Greco


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Mensaje

Mujeres solidarias

¡Queridas Madres! Cuando el Santo Padre Francisco empezaba su pontificado, marcaba el rumbo a su derrotero mostrando sencilla, pero claramente, los grandes temas que a él le preocupan, que quiere compartir con la Iglesia y las personas de buena voluntad, y –sobre todo- que desea se graben en nuestros corazones. La Jornada mundial de la Juventud en Río 2013, en particular, se transformó en una “cátedra” abierta al mundo desde la que abordó temas candentes. Lo hizo desde diferentes perspectivas, haciendo confluir en ellos otros varios que los complementan y también jerarquizan, ayudándolos a emerger como relevantes. Uno de esos temas, significativos y cruciales, es el de la solidaridad, intrínsecamente relacionado con la cultura del encuentro. El Papa decía: “El encuentro y la acogida de todos, la solidaridad. Es una palabra que están escondiendo en esta cultura. Casi una mala palabra. La solidaridad y la fraternidad son elementos que harán a nuestra civilización verdaderamente humana. Servidores de la comunión y de la cultura del encuentro” S.S Francisco - JMJ – Río 2013

“Lo que Jesús nos enseña es primero encontrarnos y en el encuentro ayudar. Necesitamos saber encontrarnos; necesitamos edificar, crear, construir una “cultura del encuentro”. Tantos desencuentros: líos en la familia, siempre; líos en el barrio; líos en el trabajo, líos en todos lados. Y los desencuentros no ayudan… La cultura del encuentro” S.S Francisco - Roma, 2013 “Cuando los líderes de los diferentes sectores me piden un consejo mi respuesta siempre es la misma: diálogo, diálogo, diálogo. El único modo de que una persona, una familia, una sociedad crezca, la única manera de que la vida de los pueblos avance es la “cultura del encuentro”. Una cultura en la que todo el mundo tiene algo bueno que aportar y todos pueden recibir algo bueno en cambio” S.S. Francisco - JMJ – Río 2013 ¡Qué lindo suena todo esto así como lo dice el Papa! Pero hay que “bajarlo” a la vida. Para ayudar a que eso nos pase, les quiero transcribir un relato que me impactó. Es un episodio contado al que lo escribió, por la persona que lo vivió: “La anciana, una sencilla campesina, caminaba lentamente, cargando con dificultad un atado de leña. Pretendía alimentar una hoguera en la que cocinaba. Su rancho era un pedazo de techo caído sobre una pared, que formaba un espacio triangular entre la pared y el techo. Un joven juez que paseaba entonces por el campo se encontró con ella y conmovido por la edad y las condiciones en las que vivía la humilde mujer, decidió buscar la manera de ayudarla. (Continúa en la pág. 4)

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La señora le hablaba con alegría y determinación; le contó que comía de lo que crecía en la granja, que tenía algunas gallinas y una vaca que producían lo indispensable, que ella estaba bien. No había tono de queja ni de carencia en la conversación de la anciana, todo lo contrario, sus palabras estaban llenas de gratitud y esperanza. Después de haber conversado un buen rato, el juez le preguntó a la campesina. - Disculpe señora, ¿hay alguna forma en la que yo pueda ayudarla? ¿Tal vez ropa, o medicinas? Si en algo puedo colaborar con usted, dígamelo que, con mucho gusto, haré por usted todo lo que pueda.

Esta historia me la contó el mismo juez, quien conoció a aquella anciana en 1997, en Ubate, una provincia cercana a Bogotá. Nadie es tan pobre que no pueda dar, ni tan rico que no necesite recibir. Esta semana, te invito a hacer algo que represente un esfuerzo para ti, por alguien que conozcas o que no conozcas… y a aprender del regalo de dar.” Tal vez nos parezca bueno preguntarnos: ¿Con cuál de los personajes de esta historia me identifico espontáneamente? Desde ese lugar, ¿qué haría en concreto para experimentar “el regalo de dar? (algo de tiempo, un buen consejo, un gesto solidario). Como una mujer de solidaridad, ¿forjo cultura de acogida, de valoración y diálogo, la cultura de Alianza? ¿Cuándo concretamente? Necesitamos ser eso, mujeres decididas por la solidaridad, sin justificaciones ni quejas, capaces de “practicar” el mensaje y la misión que manan de la irrupción de lo divino que es la Alianza de Amor y que, con disponibilidad y valentía, quieran intervenir en las luchas y combates del tiempo y la época que nos toca y espera.

La anciana guardó silencio por un momento y finalmente respondió - ¡Muchas gracias, en realidad no necesito nada para mí, pero sí para el viejito. - ¿El viejito?, preguntó el juez.

- Sí, continuó la señora, está muy enfermo. Él está adentro, en la casa, ya no se puede ni parar, tiene muchos dolores, debo hacer todo para él, porque el pobre ya no puede ni moverse. - ¿Y qué tiene su esposo? - dijo el juez sorprendido. - No es mi esposo, respondió la anciana, es un viejito que encontré desamparado y ¿cómo iba a dejarlo solito? Por eso, desde hace como dos años lo estoy cuidando.

La Santísima Virgen fue una mujer solidaria. Su SÍ a traer la Salvación al mundo fue eso: solidaridad con la humanidad. Por nuestro SÍ a los planes que Dios y la Mater tienen desde el Santuario, y a la misión que recibió el Padre y Fundador, asumimos la responsabilidad de dejarnos formar para que la mujer “vieja” sea transformada en “el nuevo tipo de mujer”. Asumimos el compromiso de ayudar -de manera decisiva- a que surja una nueva comunidad: en nuestro entorno, en Schoenstatt y en la Iglesia. Todos los ambientes reclaman y esperan nuestra respuesta, la respuesta creyente y religiosa de la mujer “solidaria”.

Hna. Ma. Bárbara

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Dios esperaba a la mujer

Tras la pasión y muerte de Jesús, la comunidad de los discípulos quedó agobiada, desorientada. De alguna manera, cada uno estaba concentrado en su dolor, sin palabras... Antes que las tinieblas de la noche desaparezcan, “muy de madrugada” escribe San Juan, María Magdalena fue al sepulcro donde había sido sepultado Jesús. ¿Para qué va al sepulcro y tan pronto? Algunos evangelistas dicen que para “ungir” el cuerpo de Jesús. San Juan no hace referencia a ello. Podemos decir que la urge el amor. Sí se percibe la profunda congoja en el espíritu de la mujer. En todo caso, lo importante, lo verdaderamente importante, es que va y ve el sepulcro abierto y vacío. Este hecho lleva a María a pensar que “se han llevado del sepulcro al Señor”. Reacciona desandando presurosa el camino, para contarlo a Pedro y Juan. Los dos apóstoles corren hacia el huerto, ven el sepulcro vacío, los lienzos y el sudario ordenados en diferentes lugares. Finalmente ambos regresan a Jerusalén. María se ha “quedado fuera, llorando, junto al sepulcro”. En el texto, aparece cuatro veces la referencia al llanto de la Magdalena. Es todo el dolor de su espíritu, entristecido hasta el extremo, lo que mana de sus ojos. Congoja, tristeza, dolor profundo. La razón de su llanto y tristeza es la ausencia total de Jesús, no tiene ni siquiera su cadáver. Es un vacío doloroso. El Evangelista agrega que “sin dejar de llorar, se inclinó hacia el sepulcro”; María insiste en buscar a un muerto, a la muerte. Su acción no es sólo ni en primer lugar física, sino anímica: se inclinó, se le dobló el alma por el peso del dolor.

Al mirar hacia el sepulcro vacío, percibe a dos personajes “vestidos de blanco”. Ellos le preguntan “por qué lloras”. Ella responde con las mismas palabras que había dicho a Pedro y a Juan: “Porque se han llevado a mi Señor y no sabemos dónde lo han colocado”. Se repite lo que se ha instalado en el ánimo de la mujer: el llanto y el no saber dónde está su Señor. Es aquí donde querría indicar algo que para mí es esencial: hay que leer y meditar este texto “escuchando como música” de fondo el “Cantar de los Cantares”. El Cantar en un texto de bodas, pero los místicos lo interpretaron en clave del puro amor, de un enamoramiento sagrado, libre de toda nota erótica. La enamorada busca al amado de su alma… María Magdalena no es ni la pecadora a quien mucho se le perdonó, ni es María de Betania. Aparece por primera vez en el Evangelio de Lucas con este comentario “María Magdalena de la que había echado siete demonios…” (Lc.8, 1-3).

(Continúa en la pág. 6)

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¿De qué demonios se trataba? No hay ningún indicio de que fuera mujer de mala vida, el número de “demonios” es simbólico. La cura de María significaría la liberación de lo que San Pablo llama “bajos instintos” y los nombra: orgullo, avaricia, celos, cólera… lo que la llevaba a vivir una vida vacía de sentido. Era una mujer con enormes capacidades, pero sin metas. El teólogo alemán Drewermann escribe al respecto: “Antes de haber encontrado al Señor, María era una mujer completamente dispersa; interiormente disociada y dividida, extraña a sí misma y abandonada a sus impulsos que la invadían por entero…; su alma no era más que una división interior, un manojo…de complejos que no habían sido capaces de hallar el camino de una verdadera unidad”. Jesús fue quien dio a María la unidad interior que ella no tenía y así reorientó toda su vida. Ella tiene la experiencia de haber sido liberada por Jesús. Su persona y su mensaje le cambió la vida, por eso, su gratitud se hizo seguimiento y servicio al Nazareno y a los discípulos. Jesús se constituyó en el sentido de su vida, la luz que la guio a la paz y a la plenitud. Ahora está ahí, sentada frente al sepulcro, de cara a la muerte. Está ante el doble vacío: el de la tumba y el de su alma. Sólo llora y se pregunta: ¿Dónde, dónde se lo han llevado? Es en ese momento que alguien habla a sus espaldas: “Mujer, por qué lloras? ¿A quién buscas?

Se vuelve a medias hacia atrás y mira, ve a Jesús, pero no lo reconoce. Aquí es cuando la simbología de San Juan alcanza su cumbre. El gesto de volverse designa de modo gráfico el proceso que tiene lugar en el interior de ella: toda la situación queda invertida. El no reconocer a Jesús y el confundirlo con el hortelano, nos muestran la diferencia que se ha instalado en la relación interpersonal con Jesús después de su resurrección. La experiencia puramente natural no alcanza, el Resucitado es totalmente otro, ha vuelto a ser el Hijo del Padre lleno de gloria y hay que aprender a verlo desde esta novedad. Esto nos indica que lo “normal y natural” ha de ser trascendido, ha de ser mirado en clave nueva. Cuatro veces, Juan señala el llanto y tres la angustia y el dolor por el cuerpo desaparecido. María está tan ensimismada en su idea y en el dolor, que no reconoce al que busca. Llega ahora la escena del reencuentro. Jesús la llama por su nombre: “¡María!”. Ahora Magdalena se vuelve totalmente, gira sobre sí. Este “girar” va más allá del simple gesto, María le da la espalda a la muerte y se pone cara a la vida, conmovida, deja salir de su alma: “¡Rabbuní!” Es una escena que invita a la reflexión, las palabras que nos vienen son: sorpresa, encuentro, reconocimiento, alegría indescriptible, plenitud… Juan describe el encuentro, indicando que se restablecen en todo su valor las relaciones de amistad y confianza. Pero ahora, la relación Maestro-discípula adquiere una consistencia definitiva. Y lo más sorprendente es que el propio Resucitado es quien restablece las relaciones, mediante un tratamiento tan soberano como amistoso. (Continúa en la pág. 7)

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Si nos preguntamos qué tipo de mundo es éste que se manifiesta en la narración, no es fácil decirlo. Es un mundo nuevo y distinto el que Jesús está revelando a la mujer, a esta mujer. Precisamente en el punto culminante del reencuentro, la narración adquiere un tono de humanidad tan espontánea, tierna, fascinante, llena de poesía y luz, que quedamos impactados.

Por fin, María recibe de un encargo: “Vete y dile a mis hermanos: voy subir a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios”. Magdalena es la primera en recibir el “envío” de anunciar al Resucitado. El discípulo ha de ir y decir, ha de ir y comunicar.

Es así que María siente la necesidad de abrazar a Jesús. Tocar, abrazar es la forma humana de asegurar al otro, al tú. Abrazar indica el proceso de una toma de contacto. En el Evangelio de San Lucas, vemos la preocupación de Jesús por asegurar a los suyos que es verdaderamente él: “Palpadme”, dirá a sus discípulos reunidos, cuando se les aparece en la sala alta del Cenáculo. No olvidemos que en su origen, la palabra “contacto” indica comunicación. Pero abrazar puede conllevar un impulso de posesión, de querer retener. Es así que Jesús reorienta todo hacia la nueva realidad que ha comenzado con su resurrección y dice: “Suéltame”. Sin negar ni minimizar lo natural, Jesús señala la otra dimensión de la relación con él: la fe, su Palabra y su Espíritu.

Ella recibe primero la revelación de la nueva relación de Jesús con los suyos, ahora somos “hermanos”, es la realización plena del “a vosotros os llamo amigos…” Jesús le dio este encargo a una mujer…, a las mujeres-discípulas.

A Jesús, no sólo hay que palparlo en sus heridas, sino también, hay que palparlo con la fe y en el segui-

P. Alberto Eronti

miento fiel e incondicional . Se trata de ir más allá de lo palpable, se trata de arribar al campo de las certezas de fe, la que produce el acto supremo de confianza: fundar la propia vida en Jesús.

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Oración

A la Divina Misericordia Oh Dios Eterno, en quien la Misericordia es infinita y el tesoro de compasión inagotable, vuelve a nosotros Tu mirada bondadosa y aumenta en nosotros Tu misericordia, para que en momentos difíciles, no nos desesperemos ni nos desalentemos, sino que, con gran confianza, nos sometamos a Tu santa Voluntad, que es el Amor y la Misericordia misma. Amén.

Santa Faustina Kowalska

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Reflexión hecho a nuestra medida y que cada vez nos queda más incómodo. Tratamos de desenvolvernos con este traje en una sociedad cimentada en el éxito, la lucha, la conquista, el progreso, la riqueza, el poder, la indiferencia, la relatividad moral, la demagogia, el consumismo, el capitalismo salvaje…

¿Está bueno ser mujer en estos tiempos? Si pudiéramos volver a nacer, ¿querríamos nacer hombres o elegiríamos ser nuevamente mujeres? ¿Qué papel deberíamos jugar las mujeres dentro de la sociedad actual? A pesar de haber logrado en los últimos años independencia económica, de poder acceder a posiciones antes reservadas para los hombres, de realizar elecciones vocacionales más amplias y poder tomar decisiones respecto de nuestra maternidad, realmente ¿nos sentimos a gusto con nuestro rol de mujeres?, ¿encontramos el traje adecuado a nuestra talla o nos sentimos incómodas con el que llevamos? Desde tiempos inmemoriales, no hemos logrado todavía garantizar nuestra identidad de igualdad y complementariedad con el hombre, en una sociedad cuya historia y cultura se escribieron en rasgos masculinos. En estos últimos tiempos, muchas de nosotras interpretamos: “Si no puedes contra ellos, úneteles”. Y para jugar su juego, nos camuflamos de ellos. Para alcanzarlos, y de alguna manera igualarlos, nos masculinizamos. Y si bien pudimos conquistar lugares antes prohibidos para nosotras, pagamos un alto costo en el camino: nos alejarnos de nuestro “ser mujeres”, de nuestra identidad, de nuestra esencia. Y así vamos por la vida,’ lookeadas’ con un traje que compramos convencidas, pero que no está 1

Pero volvamos a los orígenes. Fuimos creadas con una gran diferencia respecto a los hombres: nuestra capacidad de dar vida. Esta característica, que pareciera tan obvia, determina toda una serie de diferencias a nivel físico, psíquico y espiritual. Ser mujer es poseer un físico adaptado para gestar, proteger y cobijar la vida. Significa desde un nivel psicológico, poseer una inteligencia imaginativa, orgánica, intuitiva y concreta; una voluntad espontánea, afectiva, que se acomoda a nuevas circunstancias. Nuestra actitud frente a la vida tiende a ser bondadosa, a agradar, a proteger y cuidar la vida. Nuestra forma de ser y de darnos a los demás tiene que ver con la afectividad, la emotividad, la donación total, la abnegación, la paciencia. Generamos vínculos de dependencia que requieren de amor. Desde un nivel espiritual, somos naturalmente seres espirituales. Necesitamos vincularnos con Dios Padre, sentirnos amadas y aceptadas por Él, para poder transmitir esta experiencia sobrenatural a quienes nos rodean. 1 Entendiéndonos dentro de esta dinámica física, psíquica y espiritual, sólo podremos ser mujeres plenas logrando un desarrollo armónico de estas tres dimensiones. Durante mucho tiempo sólo importaba la dimensión física de la mujer: su rol como reproductora, como objeto sexual. En los últimos años hemos logrado acentuar la dimensión psíquica, sobre todo la intelectual. Y sin embargo todavía no hemos podido alcanzar nuestro máximo potencial. (Continúa en la pág. 10)

“Mi corazón en tu corazón” - Rama de Madres del Movimiento Apostólico de Schoenstatt.

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(Continuación de la pág. 9)

Nuestro desarrollo inarmónico nos dificulta sostener el ritmo de vida que exige la sociedad actual: ¿cómo competir con nuestros compañeros de trabajo si nuestra naturaleza nos llama a generar vínculos afectivos con ellos? ¿Cómo imitar los cuerpos perfectos de las modelos sin caer en la desesperación de lo imposible o banalizarnos y olvidarnos de nuestra vida interior? ¿Cómo estar atentas a las exigencias de nuestro jefe si uno de nuestros hijos está enfermo? ¿Cómo ignorar al niño sucio que nos pide dinero en la calle si nuestra naturaleza nos llama a cobijarlo? ¿Cómo plasmar en un CV todo lo que aprendimos dedicándonos al hogar y a criar a nuestros hijos durante unos años? ¿Cómo no sentirnos heridas si un conductor nos gritó porque hicimos una mala maniobra? ¿Cómo aceptar la imagen de mujer consumista que me imponen los medios cuando tengo una vida interior mucho más rica que todos los colores exhibidos en un shopping? ¿Cómo soportar la carga de todas las presiones y obligaciones diarias sin un Dios al que confiar mis más íntimos miedos y dolores? Todo este torbellino de obligaciones, miedos, anhelos, actividades, nos lleva, sin darnos cuenta, a posicionarnos en dicotomías como hogar o trabajo, independencia o dependencia económica, maternidad o profesión, vida de pareja o soltería. Nos lleva a sobredimensionar y desarrollar sólo alguna de nuestras tres facetas. Y es que en definitiva no hay un solo camino válido para la mujer. Dios, en su maravillosa sabiduría, trazó uno especial para cada una de nosotras. Si somos capaces de generar con Él un vínculo esencial, nos permitirá descubrir y seguir ese proyecto que pensó para cada una de nosotras. A transitarlo sin perder nuestra esencia, nuestra armonía entre nuestro ser físico, psíquico y espiritual.

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En definitiva, al sentirnos amadas por Él podremos impregnar con amor todos aquello que hagamos, no importa donde sea, para quién sea, cuán importante o trivial sea. Y como Dios quiere ayudarnos en esta tarea de ser mujeres, nos regala un gran modelo de mujer a imitar: María, la mujer por excelencia. Pidámosle a Ella que nos eduque, que nos enseñe a fortalecer nuestra espiritualidad, a ser mujeres íntegras en cada espacio a donde nos lleve. Los tiempos actuales son tiempos de oportunidad para nosotras. La sociedad exige a gritos grandes dosis de mujeres armónicas para curar los males de la época. Necesitamos dejar de competir con los hombres para empezar a complementarnos. Y de esta manera, juntos, construir una sociedad más plena para ambos. ¿Estamos dispuestas a asumir el desafío de sacarnos el traje incómodo y cultivar profundamente nuestra espiritualidad para estar a la altura del desafío? Animémonos a hacer nuestra la oportunidad de ser las grandes educadoras de la época, con el convencimiento de que está bueno ser mujeres y que cada día elegimos ser mujeres que educan con su vida. Tomemos fuerzas en el amor de Dios y entreguémoslo desinteresadamente a nuestras familias y a la sociedad.

Claudia C. Snels de Campos Lic. en Relaciones Humanas y Públicas.


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Celebramos

Jesús, muéstranos al Padre

Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre. El misterio de la fe cristiana parece encontrar su síntesis en esta palabra. Ella se ha vuelto viva, visible y ha alcanzado su culmen en Jesús de Nazaret. El Padre, « rico en misericordia » (Ef 2,4), después de haber revelado su nombre a Moisés como « Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira, y pródigo en amor y fidelidad » (Ex 34,6) no ha cesado de dar a conocer en varios modos y en tantos momentos de la historia su naturaleza divina. En la « plenitud del tiempo » (Gal 4,4), cuando todo estaba dispuesto según su plan de salvación, Él envió a su Hijo nacido de la Virgen María para revelarnos de manera definitiva su amor. Quien lo ve a Él ve al Padre (cfr Jn 14,9). Jesús de Nazaret con su palabra, con sus gestos y con toda su persona[1] revela la misericordia de Dios. Siempre tenemos necesidad de contemplar el misterio de la misericordia. Es fuente de alegría, de serenidad y de paz. Es condición para nuestra salvación. Misericordia: es la palabra que revela el misterio de la Santísima Trinidad. Misericordia: es el acto último y supremo con el cual Dios viene a nuestro encuentro. Misericordia: es la ley fundamental que habita en el corazón de cada persona cuando mira con ojos sinceros al hermano que encuentra en el camino de la vida. Misericordia: es la vía que une Dios y el hombre, pues abre el corazón a la esperanza de ser amados para siempre no obstante el límite de nuestro pecado. «Es propio de Dios usar misericordia y especialmente en esto se manifiesta su omnipotencia ». Las palabras de santo Tomás de Aquino muestran cuánto la misericordia divina no es en absoluto un signo de debilidad, sino más bien la cualidad de la omnipotencia de Dios. Es por esto que la liturgia, en una de las colectas más antiguas, invita a orar diciendo: « Oh Dios, que revelas tu omnipotencia sobre todo en la misericordia y el perdón».

Dios será siempre para la humanidad como Aquel que está presente, cercano, providente, santo y misericordioso. “Paciente y misericordioso” es el binomio que a menudo aparece en el Antiguo Testamento para describir la naturaleza de Dios. Su ser misericordioso se constata concretamente en tantas acciones de la historia de la salvación donde su bondad prevalece por encima del castigo y la destrucción. Los Salmos, en modo particular, destacan esta grandeza del proceder divino: « Él perdona todas tus culpas, y cura todas tus dolencias; rescata tu vida del sepulcro, te corona de gracia y de misericordia » (103,3-4). Así pues, la misericordia de Dios no es una idea abstracta, sino una realidad concreta con la cual Él revela su amor, que es como el de un padre o una madre que se conmueven en lo más profundo de sus entrañas por el propio hijo. Vale decir que se trata realmente de un amor “visceral”. Proviene desde lo más íntimo como un sentimiento profundo, natural, hecho de ternura y compasión, de indulgencia y de perdón. (…) La misión que Jesús ha recibido del Padre ha sido la de revelar el misterio del amor divino en plenitud. « Dios es amor » (1 Jn 4,8.16), afirma por la primera y única vez en toda la Sagrada Escritura el evangelista Juan. Este amor se ha hecho ahora visible y tangible en toda la vida de Jesús. Su persona no es otra cosa sino amor. Un amor que se dona gratuitamente. Sus relaciones con las personas que se le acercan dejan ver algo único e irrepetible. Los signos que realiza, sobre todo hacia los pecadores, hacia las personas pobres, excluidas, enfermas y sufrientes llevan consigo el distintivo de la misericordia. En Él todo habla de misericordia. Nada en Él es falto de compasión. Con la mirada fija en Jesús y en su rostro misericordioso podemos percibir el amor de la Santísima Trinidad. Extracto de Misericordiae Vultus - Bula convocatoria al Jubileo -11-4-2015 Revista de la Rama de Madres


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Autoeducación

Encuentro con el Dios misericordioso

El amor misericordioso de Dios

-“Señor Kaplan, usted debe ayudarme.” Inseguro y angustiado, con una mirada interrogadora y suplicante, el señor M. de 63 años de edad, miró al joven sacerdote desde su cama de enfermo. “Con todo gusto, si puedo”- le contestó el P. Kaplan. Se sentó y entablaron una larga conversación.

En la confesión, después de muchos años, el señor M. encontró nuevamente a Dios. Pudo sacarse de encima el agobiante peso de la vida; se sintió liberado de la culpa y la angustia; pudo otra vez respirar hondamente y comenzar de nuevo.

El señor M. había sido llevado a un hospital municipal con una aguda trombosis y yacía bastante perturbado y deprimido, después de la amputación de su pierna. Él había sido durante toda su vida una persona sumamente activa y deportiva. ¡Y ahora esto! A causa de la pérdida de su pierna, su vida se había vuelto fuera de quicio. ¿Cómo continuar? ¿Tenía todo esto algún sentido? De repente, surgían muchas preguntas. Sí, la vida entera se había convertido en una gran pregunta. Primero de manera entrecortada, después más fluidamente, el señor M. habló acerca de su vida. El P. Kaplan simplemente escuchaba, le hacía de vez en cuando una pregunta y luego, guardaba silencio. Mientras el señor M. hablaba, singulares eventos, imágenes y escenas de su vida se volvían evidentes. Altos y bajos, éxitos y fracasos, crisis y rupturas, también culpa y errores, se recordaron en la conversación, a veces con lágrimas en los ojos. También surgió la pregunta acerca de Dios. ¿Cuánto hacía del último contacto consciente con la fe, con Dios? “¡Hace más de cuarenta años, P. Kaplan, yo era sólo un muchacho…!” ¡Media vida! Y ahora, de repente, nuevamente Dios entrando en escena. La conversación se tornó en una visión retrospectiva de su vida hasta el presente y finalmente, se convirtió en una confesión, al final de la cual, el sacerdote le acercó con la absolución en su lecho de enfermo, el perdón que Dios le concedía y a través de él, pudo regalarle la paz interior y una nueva esperanza. En efecto, el señor M. al despedirse sonrió entre lágrimas, sintiéndose tranquilo y satisfecho. Del breve encuentro en el hospital, surgió un fuerte vínculo, que se intensificó aún más en las siguientes visitas del P. Kaplan y terminó involucrando a toda la familia del señor M.

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La experiencia de que Dios como “Padre misericordioso y amoroso”- tal como lo expresaba el P. Kentenich- realmente está junto a nosotros es una auténtica liberación. Ya sea en las oscuridades y abismos de la vida, en el fracaso o en la culpa, siempre está a nuestro lado en todas las situaciones y quiere regalarnos su misericordia y su amor. A través de ninguna situación en este mundo, podemos alcanzar una experiencia de tanta felicidad como en la confesión, esa “cita de amor” con Dios, donde Él, a pesar de nuestros errores e imperfección, nos acepta completamente y nos muestra que como sus amados hijos somos preciosos y valiosos ante sus ojos. Un profesor suizo de psicología reconocía ante su alumnado: “Les he explicado muchas y variadas posibilidades en el tratamiento de la culpa desde el punto de vista psicológico. Sin embargo, todo lo que les he dicho a lo largo de este semestre es nada, en comparación con la palabra que en la absolución -en nombre de Dios- les puede decir un sacerdote. ¡No olviden nunca esto! Experimentar la Misericordia Una joven mujer confirma esa experiencia cuando dice: “Me alegra mucho que exista la confesión. Cuando no actúo bien, puedo acercarme en cualquier momento a Dios, dejarme mirar por Él, reconocer mis errores y pecados y dejarme decir por Él: Está bien otra vez. Yo creo realmente que me perdona… La confesión es para mí, la mano visible de Dios que Él me tiende, no sólo para perdonarme, sino también para mostrarme: Tú puedes haber cometido todos los errores del mundo, pero Yo te amo. Ahora estás aquí y todo está bien otra vez. Entonces comprendo lo valiosa que es esta aceptación de Dios, llena de amor, que a través de la persona del sacerdote, recibo de verdad”. (Continúa en la pág. 13)


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(Continuación de la pág. 12)

Eva, de 16 años de edad, cuenta acerca de su vida: “Al comienzo de la escuela secundaria, no tenía demasiado en cuenta a Dios, a la Iglesia y la Fe. Pero, poco a poco, me fui acercando nuevamente a Dios. Sin embargo, pasó algún tiempo hasta que me confesé. Finalmente, me preparé suficientemente y fui con el corazón agitado al confesionario. Una vez allí, perdí mi timidez y comencé a contar todo. El sacerdote me habló acerca de mis pecados y me ayudó a reencontrar nuevamente la Fe. Cuando salí del confesionario y fui a la capilla para rezar mi penitencia, se me llenaron los ojos de lágrimas y comencé a llorar, porque me sentía muy feliz de estar nuevamente junto a Dios. Allí experimenté ese sentimiento: Dios está conmigo. Esa confesión fue algo difícil en mi vida, pero también algo muy lindo.” Una fiesta de liberación Experiencias de este tipo se encuentran también en la Biblia, en la parábola “El hijo pródigo y el Padre misericordioso” (Lc. 15, 11-24) Es la historia del reencuentro del hombre pecador con el Dios misericordioso. Cuando el hijo regresa a la casa y hace, por así decirlo, su “confesión” al padre, esto le devuelve su dignidad de hijo.

El padre le coloca el anillo en la mano. Le da nuevos vestidos. El hijo recobra todos los derechos que antes poseía, pero que luego había perdido. ¡Experiencia de la propia dignidad! ¡Experiencia de que somos hijos de Dios amados y aceptados por Él! Esto es la “confesión”. Y por lo tanto, es suficiente fundamento- como también se describe en el Evangelio- para celebrar una fiesta. Sí, la confesión es una fiesta, una fiesta de liberación de la angustia y la culpa, del peso de la vida. La confesión, el encuentro con Dios, es un hecho que nos puede hacer felices. El perdón de la confesión, en el lecho de enfermo descripto al comienzo, nos hace ver otro aspecto importante. El señor M., después de algunas semanas del alta del hospital, fue llevado en silla de ruedas por su esposa a la Misa dominical y por primera vez, después de muchos años, recibió la Santa Comunión. Todos los que estaban allí y sabían del acontecimiento se emocionaron con lágrimas de alegría. Y para el P. Kaplan, el encuentro con el señor M. se convirtió en una experiencia muy importante para toda su amplia labor sacerdotal. ¡Dios está siempre a nuestro lado!

Taller 1. ¿Cómo experimento el sacramento de la confesión? ¿Lo necesito o me cuesta? 2. ¿Cómo podríamos aprovechar más esta posibilidad que Dios nos regala? 3. ¿Qué quisiera renovar con la confesión, en preparación para el próximo Adviento?

Propósito para el mes:

Revista de la Rama de Madres


PAPA FRANCISCO

Perdonar y perdonarse RAMA DE MADRES DEL MOVIMIENTO APOSTÓLICO DE SCHOENSTATT ASESORA NACIONAL HNA. MA. BÁRBARA ASESOR NACIONAL P. ALBERTO ERONTI

ramademadresarg@gmail.com

Equipo Editor Editora responsable: M. Graciela Greco Asesores colaboradores: Hna. Ma. Bárbara P. Alberto Eronti Colaboradoras: Ma. Cristina Simonini y equipo. Traducciones: Hna. Ma. Christvera Ma. Rita Pacheco Diagramación: Ma. Graciela Greco

La Asamblea del Sínodo de los obispos, que concluyó hace poco, reflexionó en profundidad sobre la vocación y la misión de la familia en la vida de la Iglesia y de la sociedad contemporánea. Pero, entretanto, la vida no se detiene; en especial la vida de las familias no se detiene. Vosotras, queridas familias, estáis siempre en camino. Y continuamente escribís en las páginas de la vida concreta la belleza del Evangelio de la familia. En un mundo que a veces llega a verse árido de vida y de amor, vosotras cada día habláis del gran don que son el matrimonio y la familia. Hoy quisiera destacar este aspecto: que la familia es un gran gimnasio de entrenamiento en el don y en el perdón recíproco, sin el cual ningún amor puede ser duradero. Sin entregarse y sin perdonarse el amor no permanece, no dura. En la oración que Él mismo nos enseñó —es decir el Padrenuestro— Jesús nos hace pedirle al Padre: «Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden». Y al final comenta: «Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, también os perdonará vuestro Padre celestial, pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas» (Mt 6, 12.14-15). No se puede vivir sin perdonarse, o al menos no se puede vivir bien, especialmente en la familia. Cada día nos ofendemos unos a otros. Tenemos que considerar estos errores, debidos a nuestra fragilidad y a nuestro egoísmo. Lo que se nos pide es curar inmediatamente las heridas que nos provocamos, volver a tejer de inmediato los hilos que rompemos en la familia. Si esperamos demasiado, todo se hace más difícil. Y hay un secreto sencillo para curar las heridas y disipar las acusaciones. Es éste: no dejar que acabe el día sin pedirse perdón, sin hacer las paces entre marido y mujer, entre padres e hijos, entre hermanos y hermanas... entre nuera y suegra. Si aprendemos a pedirnos inmediatamente perdón y a darnos el perdón recíproco, se sanan las heridas, el matrimonio se fortalece y la familia se convierte en una casa cada vez más sólida, que resiste a las sacudidas de nuestras pequeñas y grandes maldades. Y por esto no es necesario dar un gran discurso, sino que es suficiente una caricia: una caricia y todo se acaba, y se recomienza. Pero nunca terminar el día en guerra. Si aprendemos a vivir así en la familia, lo hacemos también fuera, donde sea que nos encontremos. Es fácil ser escéptico en esto. Muchos -también entre los cristianos- piensan que se trata de una exageración. Se dice: Sí, son hermosas palabras, pero es imposible ponerlas en práctica. Gracias a Dios, no es así. En efecto, es precisamente recibiendo el perdón de Dios que, a su vez, somos capaces de perdonar a los demás. Por ello, Jesús nos hace repetir estas palabras cada vez que rezamos la oración del Padrenuestro, es decir, cada día. Es indispensable que, en una sociedad a veces despiadada, haya espacios como la familia, donde se aprenda a perdonar, los unos a los otros. El Sínodo ha reavivado nuestra esperanza también en esto: forma parte de la vocación y de la misión de la familia la capacidad de perdonar y de perdonarse. La práctica del perdón no sólo salva a las familias de la división, sino que las hace capaces de ayudar a la sociedad a ser menos mala y menos cruel. Sí, cada gesto de perdón repara la casa ante las grietas y consolida sus muros. La Iglesia, queridas familias, está siempre cerca de vosotras para ayudaros a construir vuestra casa sobre la roca de la cual habló Jesús. (…) Os aseguro, queridas familias, que si sois capaces de caminar cada vez más decididamente por la senda de las Bienaventuranzas, aprendiendo y enseñando a perdonaros mutuamente, en toda la gran familia de la Iglesia crecerá la capacidad de dar testimonio de la fuerza renovadora del perdón de Dios. (…) Las familias cristianas pueden hacer mucho por la sociedad de hoy, y también por la Iglesia. Por eso deseo que en el Jubileo de la Misericordia, las familias redescubran el tesoro del perdón mutuo. Recemos para que las familias sean cada vez más capaces de vivir y de construir caminos concretos de reconciliación, donde nadie se sienta abandonado bajo el peso de sus ofensas. Vaticano - Audiencia General del 4-11-2015


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