En camino mayo 2015 (2)

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CONTENIDOS Hna. M. B谩rbara Crecer como mujeres libres

P. Alberto Eronti Junto al pozo de Jacob

Lic. Martha Iglesia El rol de la mujer hoy en el matrimonio Dra. Ma. Fernanda Arduino

EDITORIAL No hay amor sin sacrificio

J贸venes y promiscuidad sexual

Autoeducaci贸n Ante ofensas inesperadas


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Editorial Para quien pertenece a Schoenstatt, no es posible dejar de recordar el 31 de mayo de 1949, sin duda, una fecha decisiva en el desarrollo de nuestro Movimiento y el punto culminante de un proceso de maduración. Ese día, en el Santuario de Bellavista, Chile, el Padre proclamó la urgencia de restaurar el organismo de vinculaciones natural y sobrenatural, es decir, el pensar, amar y vivir orgánicos. El 20 de mayo de 1945, a fines de la Segunda Guerra Mundial, luego de su liberación del campo de concentración de Dachau, el P. Kentenich regresó a Schoenstatt. La corriente de gracias y de vida originados el 20 de enero de 1942 y expresada en el Jardín de María, acentuó la maduración interna de Schoenstatt. El vínculo con el Padre se había profundizado. Reconocido como fundador y cabeza de la Familia, ésta lo manifestaba en la adhesión y seguimiento a su persona. Dachau fue para el Padre la confirmación del carácter sobrenatural de la Obra y para que Schoenstatt pudiese actuar e influir en este tiempo de cambio, regalando su carisma, debía ser reconocido y valorado por la jerarquía de la Iglesia. Las iniciativas para lograr este reconocimiento no tuvieron el resultado que el Padre esperaba. Con una visitación diocesana del obispado de Tréveris a Schoenstatt, se inició un proceso que culminó con el exilio del P. Kentenich en Milwaukee, Estados Unidos. Fueron catorce años de cruz para el Padre y para la Familia. Sólo en octubre de 1965, al término del Concilio Vaticano II, nuestro Padre y Fundador pudo recuperar la libertad de acción y fueron levantadas todas las prohibiciones que le habían impuesto a él y a los suyos. AÑO 7 - Nº 67

En abril de 1966, al regreso del exilio, así les habló el Padre a las madres de la Rama de Baviera, Alemania: Si pienso en todo lo acontecido en el transcurso de los últimos veinte años, creo que debería repetir esta frase: ¡Qué hubiese sido de nosotros sin Ti!, pero dirigiéndola también a otro destinatario, a nosotros mismos. Vale decir que ahora ustedes son también los destinatarios de esa exclamación: ¡Qué hubiese sido de mí sin Ti, sin ustedes! ¿Qué quiero significar con esto? Que todas las dificultades de los años pasados que nos envió la Sma. Virgen y todas las penurias sufridas redundaron en una fusión más estrecha entre nosotros. Sin el sacrificio que ofreció toda la Familia, quizás yo no estaría hoy aquí. Todo aquél que haya conocido, aunque fuera de modo parcial, el trasfondo de los últimos veinte años y, a pesar de ello, haya mantenido la fe en que finalmente la situación se solucionaría, ése ha estado realmente bien afirmado en la luz, la confianza y la fuerza divinas. Por último llegó la solución y ocurrió de una manera bien peculiar; ella fue expresión de la fidelidad de la Sma. Virgen a la Alianza con la Familia y también, expresión de la fidelidad de la Familia a la Alianza con su cabeza. Todo esto nos da motivos más que suficientes para agradecer. (…) Debemos estar agradecidos a la Sma. Virgen por haber guardado fidelidad a la Alianza, pero también debemos agradecerle porque Ella nos ha otorgado la gracia de una fidelidad inconmovible. Ella no sólo fue fiel a nosotros, sino que nosotros también fuimos fieles a Ella. (Texto del P. Kentenich extraído de “Para nosotras” Tomo I)

Graciela Greco


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Mensaje

Mujeres libres

¡Queridas Madres! ¿Cómo podemos ayudar a que crezca en nosotras la Mujer libre? Es posible que alguna vez hayan tenido ante de su vista la siguiente escena: una niña que atraviesa a la carrera una pradera sembrada de coloridas flores silvestres. Imaginemos que la niña, intrépida, pasa, en su recorrido, por entre una mata que adhiere a su vestido pequeños abrojos pinchudos. Y sin embargo, a pesar de todo, continúa su camino. Lleva los espinos colgados del vestido, y sin embargo es capaz de continuar su recorrido.

Le preguntaron que por qué llevaba consigo esas piedras, y el hombre respondió: No lo sé. En realidad sí, me parecieron demasiado pesadas para poder sacarlas. Le siguieron preguntando: ¿A dónde pensaba ir usted? Iba al pueblo X, fue la respuesta. ¡Pero está precisamente en la dirección opuesta! Puede ser –dijo el hombre- pero tenía tanto apuro que no me tomé el tiempo para averiguar eso. ¿Y tampoco se dio cuenta de que sus zapatos estaban atados uno con el otro? En sí, al verlos, me pareció algo tan desagradable que –sencillamenteno miraba para abajo. En el hombre de nuestra historia, hay la percepción de tres experiencias existenciales: peso, desorientación y cobardía. Son como los abrojos de nuestra niña del comienzo. ¿Qué hacer para continuar el camino, aun sin lograr enseguida desprenderse totalmente de los cardos?

Entregar las cargas.

Una imagen. Me interesa identificar la imagen con la idea de libertad interior. Estamos hechos para la libertad, somos capaces de ella y la ansiamos. Sin embargo, a veces, sufrimos porque descubrimos en nuestro interior finos o gruesos hilos invisibles que lo atan y nos impiden andar con alegría y paz por el camino de la vida. Esto que sigue ´ocurrió en un pueblo. En una de las esquinas fue encontrado, tirado en el suelo, un hombre totalmente agotado. Los que se compadecieron de él lo llevaron al hospital y revisaron su equipaje en busca de sus documentos. Dentro de su valija, encontraron tres piedras bastante pesadas.

Para liberarnos de la inseguridad, el miedo, la agitación y el stress debemos descargar cargas pesadas, innecesarias; tratar de quitar de nuestro interior lo que nos frena. De lo contrario, gastamos muchas energías y adelantamos poco. Nuestras experiencias concretas de fe nos dan muchas posibilidades para “descargar” el peso y mirar hacia adelante. Pausas de oración pueden servirnos para entregar cargas y vislumbrar, al menos, a la luz de la fe, las posibilidades para escapar de aquello que nos aprieta u oprime. Cuando rezamos, ¿escuchamos o sólo pedimos? No es obvia la respuesta. (Continúa en la pág. 4)

Revista de la Rama de Madres


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(Continuación de la pág. 3)

Dar importancia a las faltas, a todas las faltas, también a las pequeñas.

Así, nos hacemos cada vez más nobles y atractivas… porque nos liberamos interiormente.

Esto se suele manifestar en la importancia que, de verdad, damos al sacramento de la reconciliación. A veces, psiquiatras católicos dicen a los pacientes: “No me toca a mí ayudarle a resolver este problema”. Y mandan a la persona a confesarse con un sacerdote. Eso les quita cargas que pueden haberles pesado dolorosamente a lo largo de muchísimos años. Porque palabras como ´esto pasó hace mucho tiempo´ o ´todos lo hacen´, no ayudan. Querer cubrirlo con el manto del pasado u olvidarlo, tampoco. A medida que la vida religiosa crece y se profundiza en el corazón, el Espíritu Santo va iluminando y ayudando a purificar a fondo el alma.

Es muy posible conservar la libertad interior o reconquistarla. La confesión es un medio eficaz, y una ocasión para hacer balance interior: ¿Estoy viviendo en un sano término medio o me disparé hacia un extremo? Por ejemplo: ¿Cómo me alimento? ¿Dependo demasiado de mis gustos o soy prisionera de “la línea delgada” de tal manera que -de una u otra forma- es mi salud la que sufre? ¿Cómo administro mis bienes? ¿Soy mezquina o derrocho con poca responsabilidad ante quienes dependen de mí o frente a la naturaleza? ¿Lucho por lograr una sexualidad integrada sin miedos exagerados ni vicios malsanos? ¿Son ordenadas mis relaciones personales o dependo demasiado de los otros, o de respetos humanos, o de actitudes egoístas que me aíslan?

Es importante poner atención, también en las faltas pequeñas. Cada una es como un granito de arena, pero varias juntas forman como una bolsa que no se puede casi arrastrar. Además, las pequeñas faltas no combatidas pueden producir costumbre y hábitos menos agradables y nobles, que molestan a los demás. Es verdad que ocurre normalmente confesar las mismas faltas y debilidades; esto puede pasar porque esas faltas son la contracara de nuestras capacidades. Por ejemplo: Una persona enérgica e impetuosa puede realizar mucho bien y -no pocas veces- chocar con otros o herirlos. Aquella otra que está tan bien dispuesta y es tan capaz de escuchar con mucha empatía, a veces, se da cuenta de que no siempre defiende suficientemente el bien y la verdad. Así como limpiamos la ropa, aunque sabemos que se va a ensuciar de nuevo, conviene regularmente purificar el alma. Ver y querer limpiar las faltas pequeñas regala una conciencia delicada. Es como con un mantel blanco. En él, se distinguen todas las manchas, aún las más pequeñas.

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Una buena confesión ayuda a darse cuenta a tiempo, antes de que el camino se comience a torcer o a detener. Ella le va “quitando los abrojos a mi vestido” o, al menos, hace que las espinas no me impidan continuar el recorrido. Que este tiempo de Pentecostés que estamos viviendo nos inspire a pedir al Espíritu Santo que nos enseñe a preguntarnos: ¿Estoy en el camino correcto? ¿Lo estoy recorriendo bien?

Hna. Ma. Bárbara


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Dios esperaba a la mujer

Lo primero que llama la atención en el texto es la frase “Jesús, cansado del camino, se sentó sin más junto al pozo…” (v.6) El Hijo de Dios hecho hombre es tan real y radicalmente humano que se cansa. Lo ha cansado el camino. Cuando San Pablo escribe (Cfr.Fl2, 6-7) que Dios tomó la condición de hombre y se hizo como un hombre cualquiera, estaba expresando que todo, todo lo que vive el hombre en su condición de ser necesitado, también lo vivió Jesús. Decir que Jesús se cansó del camino es hacer referencia al cansancio del Dios hecho Hombre, caminando el camino del hombre. Por otro lado, la indicación “se sentó sin más”, señala no sólo la simple acción de un hombre cansado, sino algo más: donde Dios se sienta, está su Trono y su Cátedra; Dios va a hacer o decir algo importante. “Era medio día” -dice el texto (v.7). El medio día era la hora de más calor, pero también la hora de más luz. Llega junto al pozo “una mujer de Samaría” (v.7). Jesús hace dos cosas que otro varón en su lugar normalmente no haría: habla a la mujer y lo hace para pedirle: “Dame que beba” (v.7). Es el pedido más natural de quien está en zona desértica. Jesús es Dios tomando la iniciativa del diálogo y lo hace mostrando su necesidad. ¡Dios necesitado! ¡Dios necesitado del hombre! ¡Dios tiene sed del hombre! La mujer le muestra su extrañeza: “¿Cómo tú… me pides de beber a mí que soy samaritana?” (v.9) El hecho que la mujer entrara en conversación y mostrara su extrañeza, le abre a Jesús la puerta para sorprenderla con una oferta; Él, que comenzó pidiendo, ya ha logrado lo que pretendía: iniciar el diálogo. A continuación, hace algo propio de Dios: ofrece un don que, en definitiva, es Él mismo.

“Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú a él y él te daría agua viva” (v.10) Jesús sale del plano puramente natural para indicar el sobrenatural. Pidió un favor y, sin haberlo recibido, está dispuesto a ofrecer otro aún mayor. En realidad, el don ya ha comenzado a ocurrir. Es más, partiendo de la realidad concreta de la mujer, Jesús pretende alcanzar a todo un pueblo, cosa que conseguirá cuando la gente le ruegue que se quede con ellos: “Y se quedó allí dos días” -dice el texto. Esta dualidad mujer-pueblo atraviesa todo el pasaje que estamos meditando, pero hay más: detrás de esta mujer y de este pueblo, hemos de vernos nosotras mismas.

Ella todavía no ha captado el plano al que Jesús quiere llevarla y responde desde la lógica natural: “Le dice la mujer: Señor, si no tienes cubo y el pozo es hondo, ¿de dónde vas a sacar el agua viva?”(v11). Y agrega: “Acaso eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio el pozo, del que bebió él, sus hijos y sus ganados” (v.12). El pozo había sido el don de Jacob a sus hijos y descendientes. Ella reconoce el don de Jacob, pero desconoce el don de Dios. (Continúa en la pág. 6) Revista de la Rama de Madres


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(Continuación de la pág. 5)

Será entonces cuando Jesús dirá: “Todo el que bebe esta agua volverá a tener sed; en cambio, el que haya bebido del agua que yo voy a darle, nunca más tendrá sed”. (v.13-14ª) Con esta respuesta, Jesús le expresa a la mujer que el agua del pozo es insuficiente y muestra la pobreza definitiva del mismo: el pozo de la Antigua Alianza ya no sacia. Jesús ofrece a todos su agua, la que -a diferencia de la del pozo- bastará beberla una vez, para quedar saciado para siempre. Esto es así porque Jesús -que significa “Dios salva”- es el Agua. Quien la bebe tiene colmado su espíritu y su vida se hace luz radiante, como radiante es el sol que alumbra ese medio día. No hay que “hacer” nada extraordinario, sino recibirlo, aceptarlo, consentir su amor y así vivir en comunión, en alianza. Por eso dirá que “el agua que yo voy a darle se le convertirá dentro en un manantial con agua que salta dando vida definitiva” (v.14b) Jesús no deja alternativa, sólo hay un agua que quita la sed para siempre y es Él. ¡Cuántas veces no nos percatamos siquiera de todo lo bueno que brota de nuestro corazón! Lo bueno que hacemos es la evidencia de que el Espíritu de Jesús actúa en nosotros y por nosotros, sin embargo con frecuencia no nos damos cuenta, y por eso no gozamos ni agradecemos a Dios por su bondad a nosotros y por nosotros a otros.

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Esta bondad que nos brota es el “agua viva” que prometió Jesús. Debiéramos anhelar profundamente que nuestro corazón se transforme en ese “manantial” señalado por Jesús, ese que ofreció a la mujer de Samaría, la que aquel medio día nos representaba a nosotras. Teniendo en cuenta esto entendemos por qué Jesús orienta el diálogo en esta dirección, está preparado algo grande y esencial, pero la mujer todavía no lo sabe. Ahora entendemos lo que significan las palabras: “Tenía que pasar por Samaría” (4,4). Jesús tomó la iniciativa de pasar por esa tierra rumbo al norte, es el Hombre Dios quien se impone caminar ese camino que lo cansa. Lo hace porque va a ofrecer la salvación a Samaría y comienza ofreciéndola primero a una mujer. En Jesús, Dios busca al pueblo extraviado iniciando el diálogo con una mujer extraviada, anhelante y necesitada. Este pasaje del Evangelio muestra otra paradoja: mientras los líderes religiosos de Jerusalén, capital religiosa del pueblo judío, rechazan a Jesús; la Samaría prostituida y rechazada acoge el don de Jesús y le rogarán que se quede con ellos (v.40). “La mujer dejó su cántaro, se marchó al pueblo y le dijo a la gente: venid a ver un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho; ¿será éste tal vez el Mesías? (v.28-29) (Continúa en la pág. 7)


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(Continuación de la pág. 6)

El antiguo padre, Jacob, es sustituido por el nuevo Padre (Dios), el que a diferencia de Jacob, no es Padre de un pueblo sino de todos los pueblos. Reflexión final Dios esperó a la mujer de Samaría para ofrecerle la salvación, es decir, un cambio hacia la vida plena; ella abrió su mente, su voluntad y sus sentimientos a Jesús; el resultado fue un proceso de fe. El gesto de abandonar el cántaro junto al pozo supone una ruptura con la ley, pero es también una aceptación de Jesús como Mesías, él es el pozo nuevo, que contiene el “agua viva” que le permitirá llenar el cántaro de su alma y dar cumplimiento a sus anhelos más profundos.

Al creer, Jesús puede usarla como instrumento de amor y de alegría para todo un pueblo. La salvación de ella fue luego la salvación para muchos otros.

Y la mujer, que todavía está en proceso hacia la fe plena en Jesús, actúa como lo harán otras mujeres del Evangelio: va a anunciar la buena noticia a la gente de su pueblo. Ella, la despreciada, la de mala vida, al ser tocada por el don de Dios no sólo inicia un proceso de fe, sino que se hace evangelizadora.

Al ser veraz con el Mesías, ella recibió el don de la fe (“el agua viva”) y al experimentarse amada, se descubrió creyendo y supo abandonar (“vender”, “dejar”) lo caduco y vacío, para ir hacia la novedad de lo pleno.

Al movilizarse las gentes indican que todos tenían sed del “agua viva”. Van no a ver el pozo de Jacob, sino a Jesús el pozo del “agua viva”. Como la mujer, también ellos son conscientes de que algo esencial falta a su fe, ahora lo han encontrado, tal como lo expresan ellos mismos hablando con la mujer: Muchos más creyeron por lo que dijo él, y decían a la mujer: “ya no creemos por lo que tú cuentas, nosotros mismos lo hemos estado oyendo y sabemos que éste es realmente el salvador del mundo” (.41-42) Lo que vemos aquí es la relación de la gente ante el “nuevo manantial” (Jesús), que sustituye al antiguo pozo (Jacob).

Jesús supo cómo tratarla, al no experimentarse amenazada, abrió su alma de verdad.

Esta mujer, cuando encontró a Jesús, tenía ya su historia. Su presente estaba cargado de insatisfacción y ausente de esperanza. Iba al pozo cada día al mediodía, a la hora de mayor calor, y cuando la gente estaba al fresco de sus casas. Iba a hacer lo de “todos los días”, pero aquel día fue único, porque junto al antiguo pozo de los antepasados la esperaba el Hombre Dios, para ofrecerle una vida nueva y así, rehacer su historia. En aquel mediodía lleno de luz, encontró a Dios esperándola y ese encuentro le cambió la vida… Quizás hoy, ahora, Dios esté ofreciéndole lo mismo a cada una de ustedes…

P. Alberto Eronti

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Oración del Papa Francisco para el Jubileo de la Misericordia Señor Jesucristo, Tú nos has enseñado a ser misericordiosos como el Padre del cielo, y nos has dicho que quien te ve, lo ve también a Él. Muéstranos tu rostro y obtendremos la salvación. Tu mirada llena de amor liberó a Zaqueo y a Mateo de la esclavitud del dinero; a la adúltera y a la Magdalena, del buscar la felicidad solamente en una creatura; hizo llorar a Pedro luego de la traición y aseguró el Paraíso al ladrón arrepentido. Haz que cada uno de nosotros escuche como propia la palabra que dijiste a la samaritana: ¡Si conocieras el don de Dios! Tú eres el rostro visible del Padre invisible, del Dios que manifiesta su omnipotencia sobre todo con el perdón y la misericordia: haz que, en el mundo, la Iglesia sea el rostro visible de Ti, su Señor, resucitado y glorioso. Tú has querido que también tus ministros fueran revestidos de debilidad, para que sientan sincera compasión por los que se encuentran en la ignorancia o en el error; haz que quien se acerque a uno de ellos se sienta esperado, amado y perdonado por Dios. Manda tu Espíritu y conságranos a todos con su unción, para que el Jubileo de la Misericordia sea un año de gracia del Señor y tu Iglesia pueda, con renovado entusiasmo, llevar la Buena Nueva a los pobres, proclamar la libertad a los prisioneros y oprimidos y restituir la vista a los ciegos. Te lo pedimos por intercesión de María, Madre de la Misericordia, a Ti que vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén. AÑO 7 - Nº 67


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El rol de la mujer en el matrimonio

¿Cómo respondemos a este interrogante tan actual? ¿Como mujeres insertas en la realidad social o como mujeres insertas en la realidad socio-espiritual? La responsabilidad (que nos habla en “la voz de la conciencia”) responde desde la auténtica libertad .No somos libres “de” los condicionantes socio-históricos culturales, sí somos libres “para” adoptar una actitud ante las situaciones y las circunstancias.

Las modas y las costumbres han cambiado y seguirán cambiando con el correr de los tiempos. Tal vez en los últimos tiempos, los cambios son tan vertiginosos que cuando los percibimos ya son moda o nuevas costumbres. La vertiginosidad, factor exterior condicionante, favorece prioridades que diluyen la famosa jerarquía de la afirmación: ”primero, lo primero”. Así, poco a poco -o de repente- perdemos la noción de los cambios interiores, la transformación. Así, sin darnos cuenta, vamos disociando la coherencia entre “el afuera y el adentro”. Aquí, en el pequeño espacio mientras vamos “En camino”, la respuesta al tema para la reflexión inicial me parece clara: el rol fundamental -en relación con lo que la mujer es, una naturaleza bio-psico espiritual- no cambia, es constitutiva de su ser mujer.

Los roles y las funciones antes -desde la prehistoria- y mucho más desde la modernidad, postmodernidad, globalización, en la aplicabilidad cotidiana fueron perdiendo la cultura de la “complementariedad” y adquirieron los perfiles individualistas que se sostienen en modas y costumbres, “ser mujer” como sinónimo de parecer y hacer, dejando de ser para mimetizarse con las modas de las costumbres masificadas. “Ya he mencionado cuán extraordinariamente fuerte son los contrastes: desde la más alta exaltación de la mujer hasta su más baja denigración. (…) Como han cambiado de un día para otro los valores de la mujer. (…) Tenemos que lograr claridad al respecto (…) Verificar los rasgos ESENCIALES de la mujer tal como Dios los ha querido.” (P.Kentenich) Es imposible dejar de escuchar ( y no sólo leer, sino dedicar tiempo al silencio para escuchar) a nuestro Padre Fundador. Sus palabras son sencillas, directas, iluminadoras, fortalecedoras: El principal rol de la mujer, cualquiera sea la tarea y condición en que se encuentre, “debe orientarse y desembocar en la reconquista del hogar: Del concepto del hogar; Del sentido del hogar; Del amor al hogar”. (P. José Kentenich)

Lic. Martha Giuliano de Iglesia Psicóloga Educacional de la U.C.A. Logoterapeuta - Discípula de Víctor Frankl

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Educación

En una sociedad en la cual prima la inmediatez en, por ejemplo: las comunicaciones virtuales, en la búsqueda del placer en varias áreas de conductas de las personas y, por ende, en el evitar el sufrimiento, la manera de vivir la sexualidad toda ha sufrido cambios significativos. Frente a estos cambios y a los riesgos en la salud que implican los mismos, muchas veces los padres y educadores sólo informamos y prevenimos sobre estos riesgos. Dejamos un vacío muy grande en la formación de lo que significa una sexualidad plena, vivida como don y entrega. En un mundo que valora el estar informado, caemos en la trampa de confundir el informar con formar. Sin embargo la diferencia es profunda. La información nos brinda un dato; la formación nos transforma y nos ayuda a ser plenamente personas. Algunas ideas centrales La palabra sexo se refiere a la relación sexual, a la genitalidad. La sexualidad, en cambio, es la manera de actuar en el mundo y percibir el mundo como persona femenina y persona masculina. La castidad es vivir la sexualidad de manera tal de integrar todos los aspectos de una persona en relación a un Tú, sea Tú, otra persona, la familia, la comunidad, o el trabajo. La castidad es vivir la sexualidad de acuerdo al estado de vida de cada cual. Al reducir la relación sexual a la búsqueda de placer, se desvaloriza la misma, ya que en vez de ser entrega de amor y búsqueda del bien de la otra persona, se convierte en un compartir egoísmos. De esta manera, la unión sexual pierde el sentido unitivo de la persona como tal, y la lleva a convertirse en un objeto que es usado para un fin egoísta de mero placer. La unión sexual pierde su misterio, valor y trascendencia. 1 2

El “chapeo”, “transa” o “touch and go” implica un encuentro superficial que luego de obtener un placer instantáneo y pasajero, lleva a una desvalorización de la persona y, muchas veces, a una consciencia de gran soledad. Si “chapás”, terminas vacía. No estuviste con alguien, estuviste con algo. Cuando te sentís usada, baja tu autoestima, porque eres persona y te dejaste tratar como una cosa. Separar la intimidad física del amor te deja muy vacía. Antonella, 17 años . La inteligencia busca la verdad mientras que la voluntad tiende al bien. Ambas, cuando son usadas integralmente, ayudan a la persona a crecer en la verdadera libertad, la cual nos permite elegir si con nuestra propia vida hacemos una obra de arte o simplemente garabatos. El crecer en la capacidad de amar se fundamenta en el crecimiento de las virtudes cardinales-en tanto son eje de las demás virtudes morales-, a saber, la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza. La prudencia permite a la persona juzgar lo que conviene hacer, y actuar en consecuencia. La justicia es dar a cada uno, no por igual, sino según sus necesidades. La fortaleza es la virtud que nos permite realizar el bien y perseverar en el bien, a pesar de las dificultades, y la templanza hace referencia a la moderación de los impulsos en la búsqueda de la armonía entre los sentidos y la razón.

Debeljuh, G. (2011). Sexualidad: ¡Hablemos!. Rosario: Ediciones Logos Garcia Llorente, J. C. de (2009). La Decisión es Tuya. Buenos Aires: DAL

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(Continúa en la pág. 11)


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El formar en estas virtudes cardinales desde la más temprana infancia ayuda al joven a vivir en moderación sus impulsos. El formar desde el ser de nuestra persona en el amor oblativo a nuestros hijos, los ayuda y nos ayuda a ir madurando el amor como la preocupación activa por la vida y el crecimiento de la persona que amamos, al decir de Erich Fromm. Los cuatro elementos comunes a todas las formas del amor son, cuidado, responsabilidad, respeto y conocimiento.

En la estructura del consumismo, los vínculos son entendidos como para ser consumidos, y no trabajados. En un mundo globalizado, lo que no sirve puede ser desechado, y rápidamente se busca algo mejor. El problema surge cuando esta actitud se traslada a las relaciones humanas, las cuales requieren tiempo, amor y dedicación para rendir frutos, y para que las personas sean felices. Para jugar están los juegos, no las personas. Ariel, 18 años. El pudor, protegiendo la intimidad propia y ajena, advierte cuando una situación, una expresión o una conducta ponen a riesgo la castidad. El pudor es llamado, acertadamente, la prudencia de la castidad. El pudor se vive en tanto se respeta a la persona en su intimidad, en sus objetos personales, en una manera de dialogar sin avasallar, y en sus decisiones personales. La Real Academia Española relaciona al pudor con la honestidad y el recato. Es importante trabajar con nuestros hijos en tener una personalidad firme para poder decir no frente a las presiones del ambiente. La originalidad propia de la mujer se define por lo personal, por lo afectivo-espiritual y por lo maternal. 3

La mujer está fuertemente referida a lo personal; el hombre está fuertemente referido a las cosas; para la mujer tiene más importancia lo afectivo-espiritual; para el hombre lo ideológico; la mujer está orientada a lo maternal, el hombre a lo útil. Padre Kentenich. Desde pequeños, respetar las características propias de su ser mujer y su ser hombre, y así, guiarlos a que sientan un sano orgullo por estas modalidades únicas de actuar y percibir la realidad. Esto ayudará a relacionarse desde la propia identidad con las personas del otro sexo, a respetarse y a respetar al otro. A modo de reflexión final Frente a una realidad que muchas veces manipula la información y el lenguaje para mostrar la relación sexual como un utilizar a la otra persona para una satisfacción pasajera, los padres podemos ofrecer nuestra vida cotidiana-a partir de nuestra realidad familiar, con sus luces y sus sombras, sus aciertos y desaciertos- para reflejar el amor como una actitud viva y respetuosa por ayudar al otro a ser la mejor versión de sí mismo. Los jóvenes merecen les mostremos la sexualidad integral como don y tarea para una vida plena, comenzando con nuestro ser femenino y ser masculino, ricos en sus diferencias e iguales en su dignidad humana. Ellos, haciendo uso de su libre albedrio, elegirán su camino, pero ellos merecen que, primero, les mostremos la verdad de un amor que respeta, se compromete, conoce al otro y busca su bien, enalteciendo su existencia toda. El verdadero amor se alegra por la existencia del amado y se ocupa de su felicidad.

Fromm, E. (2008). El Arte de Amar. Buenos Aires: Editorial Paidós Ibídem 5 Bauman, Zygmunt.(2003). Modernidad Líquida. México: Fondo de Cultura Económica 6 Garcia Llorente, J.C. (2009). 7 Delbosco, P. (2010). Ética de la Familia. Persona y Familia: La Riqueza de la Sexualidad. 8 Instituto de Ciencias para la Familia, Universidad Austral 9 Carmona, P.G. (1992). Schoenstatt ¿Qué es? Buenos Aires, Argentina: Editorial Patris

Ma. Fernanda Arduino Doctora en Educación

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Autoeducación

¿Cómo reaccionar ante las ofensas inevitables?

No descargar la responsabilidad sobre el otro

Todo lo que experimentamos como una ofensa disminuye nuestra convicción de autonomía personal. Nos sentimos tratadas injustamente, juzgadas erróneamente y heridas en el interior. Las primeras reacciones son, en general, que se nos corta el aliento, no nos sale ninguna palabra, los pensamientos se nos confunden. No se nos ocurre una respuesta adecuada, porque nos sentimos como paralizadas y también furiosas.

“Nunca llegas puntual, me estás ofendiendo.” Así trasladamos al otro la responsabilidad por nuestro sentimiento.

Yo puedo decidir si algo me ofende o no Nadie está obligado a ‘vestirse’ de la mirada despectiva del otro. Quién sabe si tiene intención de ofenderme o si suele mirar habitualmente de ese modo. Antes de ofenderme, podría preguntarle: ¿”Por qué me miras así, no te sientes bien?” O puedo dirigirme silenciosamente a la Virgen y pedirle: “Bendícelo (la), ven en su ayuda.” Contaba una amiga mía que hace poco, mientras tocaban a la puerta de su casa, le dijo a su esposo- Es el tío. Abre tú la puerta, porque la cara de él me irrita. ¿Y por qué? -respondió su maridoEl pobre hombre no tiene otra cara. Además, aún no sabe cómo lo recibiremos, por lo tanto, no puede sonreír anticipadamente. Tenía razón. ¿Por qué creer que todas las personas deben tener la costumbre de sonreír, como hago yo si me encuentro con alguien?

Conocer mi punto débil Hay ciertas palabras o reacciones ajenas que nos hieren especialmente. Porque tocan ese punto en nuestro interior, donde se acumularon las ofensas anteriores no ‘digeridas’. Por eso nuestra reacción, nuestra rabia tan fuerte. Se dirige contra todas las ofensas anteriores que fueron ‘suprimidas’. Es entonces el momento de una reflexión rápida, de dirigir una súplica a nuestra Aliada. ¡Qué Ella intervenga, bendiga a mi ofensor y a mí, nos cure a ambos! AÑO 7 - Nº 67

“Como tan a menudo vuelves muy tarde del trabajo, a mí me duele. Tengo la impresión de que no soy importante para ti” -dijo una mujer a su marido. Éste se quedó muy sorprendido. Nunca se le había ocurrido que ella interpretase sus demoras de este modo. Simplemente se había quedado charlando con colegas, pero sin sospechar que para ella, su regreso puntual era tan importante. Como la mujer no lo había atacado, sino revelado sus sentimientos heridos, el hombre tampoco se ofendió, sino que pudo comprenderla y se disculpó con ella. Expresar sinceramente los sentimientos A veces estamos interiormente ofendidas, porque nunca escuchamos una expresión de gratitud por todos nuestros esfuerzos. Los demás consideran todo como sobreentendido. María había comprado una camisa para su marido y éste ni se dio cuenta. Por supuesto, la mujer se ofendió. Cuando después de un buen tiempo el hombre se puso esa camisa, encima dijo: “Esta camisa es de una tela rara.” ¡Para qué! El rostro de la mujer enrojeció, poniéndose tenso. Por suerte, estaba presente el hijo mayor que pronto se dio cuenta de la situación. Muy amablemente le dijo a su padre: ” No obstante, podrías darle las gracias a tu esposa por comprarte una camisa.” Todos comenzaron a reírse, los padres comprendieron la situación y se relajó el ambiente. En general, no tenemos a semejante hijo. Por lo tanto, nos tocará a nosotras aclarar la situación con valor y sinceridad, pero de un modo agradable para todos. (Continúa en la pág. 13)


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No tomar por importantes los prejuicios ajenos Un obrero que hacía una refacción en la casa de una pareja, no le consultaba a la dueña de casa por ser mujer- una cuestión a resolver, sino esperaba dos días para hacerlo, hasta que volvía el marido. Una mujer le pidió prestada a otra una popular revista, para leer un artículo sobre la despenalización de la droga. Ésta le contestó: ”Usted no puede leer esta revista, porque usted es católica.” Semejantes prejuicios pueden ofender. Pero depende de mí que me afecten en serio. Al fin y al cabo, no es mi culpa que ese obrero tenga tal concepto de una mujer o que esta mujer tenga tal idea del ser católico. Por ejemplo: En una próxima ocasión, podría explicar a la señora que la Iglesia tiene mucho interés que los creyentes estén al tanto de ese tema y sepan influir en su ambiente a partir de su fe. No cultivar interiormente las ofensas recibidas Éstas me cargan y me quitan la libertad interior. Por ejemplo: No uso más este camino agradable, para no encontrarme con tal persona. Voy más lejos para hacer mis compras, porque en el negocio cercano está la vendedora antipática. Me haría mucho mejor, animarme a volver a conversar con esa persona, después de haberme preparado bien para el encuentro con la ‘intervención’ del Señor y de María.

Una señora tuvo que soportar, durante bastante tiempo, el mal comportamiento de una colega. Pero un día tomó esta decisión: “No permitiré que esta mujer me hiera. No debo tomarlo como algo personal. Tal vez no sabe lo que hace, porque es víctima de una situación personal difícil.” ¿Qué hago ante una ofensa recibida?  Reconozco interiormente que me siento ofen-

dida.  Una ofensa me corta el aliento. Consciente-

mente vuelo a respirar hondo, esto me devolverá la fortaleza interior.  Comienzo a moverme. Voy a otro escritorio,

salgo al patio, trabajo algo en el jardín…  Me distancio pasajeramente del ofensor. No

corto del todo las relaciones. Más adelante podré volver tranquilamente y quizás aclarar la situación.  No cultivo sentimientos de venganza, porque

vienen de la rabia y del miedo. Esto no me lo permito, porque me hace daño a mí.  Yo decido que es lo que me puede ofender, no

se lo dejo al otro.  Conservo interiormente mi autenticidad. Dios

me ha creado así y Él no comete faltas. Él me acompañará a través de esta situación, para poder aprovecharla bien, a favor de todos los involucrados.

Taller 1. ¿Recuerdo alguna ofensa que me haya afectado mucho interiormente? ¿Por qué? 2. ¿Cómo reaccioné? ¿Qué consecuencias tuvo mi reacción? 3. ¿Qué debería trabajar en mi autoeducación para reaccionar adecuadamente?

Propósito para el mes:

Revista de la Rama de Madres


PAPA FRANCISCO

La belleza del matrimonio cristiano RAMA DE MADRES DEL MOVIMIENTO APOSTÓLICO DE SCHOENSTATT ASESORA NACIONAL HNA. MA. BÁRBARA ASESOR NACIONAL P. ALBERTO ERONTI

ramademadresarg@gmail.com

Equipo Editor Editora responsable: M. Graciela Greco Asesores colaboradores: Hna. Ma. Bárbara P. Alberto Eronti Colaboradoras: Ma. Cristina Simonini y equipo. Traducciones: Hna. M. Cristvera Diagramación: M. Graciela Greco

Esto no es sencillamente una ceremonia que se hace en la Iglesia, con las flores, el vestido, las fotos... El matrimonio cristiano es un sacramento que tiene lugar en la Iglesia, y que también hace la Iglesia, dando inicio a una nueva comunidad familiar. Es lo que el apóstol Pablo resume en su célebre expresión: «Es éste un gran misterio: y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia» (Ef 5, 32). Inspirado por el Espíritu Santo, Pablo afirma que el amor entre los cónyuges es imagen del amor entre Cristo y la Iglesia. Una dignidad impensable. Pero, en realidad, está inscrita en el designio creador de Dios y, con la gracia de Cristo, innumerables parejas cristianas, incluso con sus límites, sus pecados, la hicieron realidad. San Pablo, al hablar de la vida nueva en Cristo, dice que los cristianos —todos— están llamados a amarse como Cristo los amó, es decir «sumisos unos a otros» (Ef 5, 21), que significa los unos al servicio de los otros. (…) El marido —dice Pablo— debe amar a la mujer «como cuerpo suyo» (Ef 5, 28); amarla como Cristo «amó a su Iglesia y se entregó a sí mismo por ella» (cf. v. 25-26). Vosotros maridos, ¿entendéis esto? ¿Amáis a vuestra esposa como Cristo ama a la Iglesia? Esto no es broma, son cosas serias. El efecto de este radicalismo de la entrega que se le pide al hombre, por el amor y la dignidad de la mujer, siguiendo el ejemplo de Cristo, tuvo que haber sido enorme en la comunidad cristiana misma. Esta semilla de la novedad evangélica, que restablece la originaria reciprocidad de la entrega y del respeto, fue madurando lentamente en la historia, y al final predominó. El sacramento del matrimonio es un gran acto de fe y de amor: testimonia la valentía de creer en la belleza del acto creador de Dios y de vivir ese amor que impulsa a ir cada vez más allá, más allá de sí mismo y también más allá de la familia misma. La vocación cristiana a amar sin reservas y sin medida es lo que, con la gracia de Cristo, está en la base también del libre consentimiento que constituye el matrimonio. La Iglesia misma está plenamente implicada en la historia de cada matrimonio cristiano: se edifica con sus logros y sufre con sus fracasos. Pero tenemos que preguntarnos con seriedad: ¿aceptamos hasta las últimas consecuencias, nosotros mismos, como creyentes y como pastores también este vínculo indisoluble de la historia de Cristo y de la Iglesia con la historia del matrimonio y de la familia humana? ¿Estamos dispuestos a asumir seriamente esta responsabilidad, es decir, que cada matrimonio va por el camino del amor que Cristo tiene con la Iglesia? ¡Esto es muy grande! En esta profundidad del misterio creatural, reconocido y restablecido en su pureza, se abre un segundo gran horizonte que caracteriza el sacramento del matrimonio. La decisión de «casarse en el Señor» contiene también una dimensión misionera, que significa tener en el corazón la disponibilidad a ser intermediario de la bendición de Dios y de la gracia del Señor para todos. En efecto, los esposos cristianos participan como esposos en la misión de la Iglesia. ¡Se necesita valentía para esto! Por eso cuando saludo a los recién casados, digo: «¡Aquí están los valientes!», se necesita valor para amarse como Cristo ama a la Iglesia. La celebración del sacramento no puede dejar fuera esta corresponsabilidad de la vida familiar respecto a la gran misión de amor de la Iglesia. Y así la vida de la Iglesia se enriquece con la belleza de esta alianza esponsal, así como se empobrece cada vez que la misma se ve desfigurada. La Iglesia, para ofrecer a todos los dones de la fe, del amor y la esperanza, necesita también de la valiente fidelidad de los esposos a la gracia de su sacramento. El pueblo de Dios necesita de su camino diario en la fe, en el amor y en la esperanza, con todas las alegrías y las fatigas que este camino comporta en un matrimonio y en una familia. La ruta está de este modo marcada para siempre, es la ruta del amor: se ama como ama Dios, para siempre. Cristo no cesa de cuidar a la Iglesia: la ama siempre, la cuida siempre, como a sí mismo. Es conmovedora y muy bella esta irradiación de la fuerza y de la ternura de Dios que se transmite de pareja a pareja, de familia a familia. Vaticano - Audiencia General del 6-5-2015


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