En camino julio 2015 (1)

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CONTENIDOS Hna. M. Bárbara Mujeres presentes siempre

P. Alberto Eronti En los confines de Galilea ¿Mimamos o consentimos imprudentemente?

Dra. M. Fernanda Arduino La autoridad con los hijos

EDITORIAL El valor de la mujer

Autoeducación Se necesitan ‘embajadoras’


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Editorial

El valor de la mujer

En su reciente visita a Sudamérica, el Papa Francisco prodigó cálidas palabras a las mujeres paraguayas, elogiando su valor y su gran fe. Durante la homilía de la Santa Misa que celebró el sábado 11, en la explanada del Santuario Mariano de Caacupé, dijo ante una emocionada multitud: (…) quisiera referirme de modo especial a ustedes mujeres y madres paraguayas, que con gran valor y abnegación, han sabido levantar un país derrotado, hundido, sumergido por una guerra inicua. Ustedes tienen la memoria, ustedes tienen la genética de aquellas que reconstruyeron la vida, la fe, la dignidad de su Pueblo. Junto a María, han vivido situaciones muy pero muy difíciles, que desde una lógica común sería contraria a toda fe. Ustedes al contrario, impulsadas y sostenidas por la Santísima Virgen, siguieron creyentes, inclusive «esperando contra toda esperanza» (Rom 4,18). Cuando todo parecía derrumbarse, junto a María se decían: “No temamos, el Señor está con nosotras, está con nuestro Pueblo, con nuestras familias, hagamos lo que Él nos diga”. Y allí encontraron ayer -y encuentran hoy- la fuerza para no dejar que esta tierra se desmadre. Dios bendiga ese tesón, Dios bendiga y aliente la fe de ustedes, Dios bendiga a la mujer paraguaya, la más gloriosa de América. Las mujeres somos como ‘nidos’, terruños vivos, la fe ofrece siempre un hogar

El Santo Padre no reconoció únicamente el valor de la mujer cuando habló de “un pueblo creyente y jugado por sus luchas”. Pero varones y mujeres son diferentes en su capacidad de luchar o de resistir.

El varón tiene mucha más fuerza corporal. Pero la mujer tiene una fuerza interior más grande. Si hay que soportar, como María, son las que permanecen de pie bajo de la cruz y animan a los demás. El Padre Fundador decía: ”En cosas pequeñas, la mujer fácilmente se muestra insegura. Pero en grandes golpes del destino, la mujer se manifiesta sumamente fuerte y resistente”. Lo podemos observar en la vida. Por ejemplo, si hay casos trágicos de muerte o una quiebra económica, generalmente son las mujeres quienes asumen el peso de estas situaciones y ‘arrastran el carro’ para adelante. Suelen ser las mujeres quienes encuentran la fuerza en la fe y la confianza en Dios. Ante Él podrán quejarse o llorar; reconfortadas por Él son para los suyos consuelo y apoyo. Con mucha razón, las mujeres podemos estar orgullosas por este don para ser alivio y sostén en las dificultades. ¿No comenzó la salvación, nuestra religión cristiana con una mujer, la Virgen María de Nazaret? Ella poseía un inmenso don de entrega; lo vemos en la visita a su prima Isabel y en las bodas de Caná. Fue ‘nido y hogar viviente’ para su Hijo Jesús en Belén, en Egipto y en Nazaret, para los Apóstoles en el Cenáculo y seguramente, para muchos más. Mostró la auténtica fortaleza femenina al pie de la Cruz, mientras los varones habían escapado. Nunca negó su Fiat a la voluntad de Dios. Por eso, la Sma. Trinidad pudo utilizarla como instrumento predilecto.

En Alianza de Amor con Ella, también nosotras podemos ser instrumentos de Dios en nuestra vida cotidiana. Entonces, como pidió el Papa en Caacupé, escuchemos una vez más, esas palabras que tanto bien nos hacen: «Alégrate, el Señor está contigo». Graciela Greco

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Mensaje

Mujeres presentes

¡Queridas Madres! Estar “presente” no implica necesariamente estar dónde se está físicamente. Y esto, en un doble sentido. Es posible afirmar que se está y paralelamente “no se está”, es viable oír y a la par no escuchar, ver y -al mismo tiempo- no mirar, aproximarse evitando a la vez intervenir, o rebelarse ante una injusticia evidente y conjuntamente, no atreverse a cambiar la realidad. Hay, pues, presencias huecas que son mudas y sordas, que resultan en ausencias colmadas de ruido exterior.

¿Cómo fortalecer nuestra capacidad de “presencia” y hacerla verdaderamente productiva y fuente de felicidad?

Por otra parte, se puede percibir o intuir una presencia, aunque exteriormente nadie la vea o la escuche. Es la presencia del espíritu colmada de “alma”.

Una mujer fuerte no le teme a nada…

Esta es la “presencia” que convoca a la mujer. Es el llamado que le llega desde su naturaleza. Ser “alma” en todo y dar “alma” a todo aquello con lo que toma contacto. Es lo “eterno” femenino de que habla Gertrud Von Le Fort en su libro “La mujer eterna”. La naturaleza femenina contiene una predisposición muy fuerte para captar y trabajar con las cosas del alma. Cuando el varón “construye” la casa, la mujer “transforma” el hogar; mientras que él se vincula a ideas, ella se arraiga en la naturaleza a lugares, a personas; cuando el varón acumula cosas, la mujer atesora experiencias, guarda vivencias y recuerdos íntimamente vinculados, siempre, a la entrega y al amor. La verdadera mujer es esencialmente alma, afirma incluso el Padre Kentenich. Su presencia más genuina y eficiente en todos los ambientes donde le toca estar y actuar hunde sus raíces en la fuerza de su riqueza espiritual. Ella está y se hace significativamente presente sólo con la fuerza que logra desarrollar en su interior.

He aquí la reflexión de un autor anónimo que puede darnos algunas herramientas: Una mujer fuerte trabaja cada día para mantener su cuerpo en forma… Pero una mujer con fuerza interior cultiva relaciones para mantener su alma en forma.

Pero una mujer con fuerza interior muestra valentía en medio de su temor. Una mujer fuerte no le permite a cualquiera obtener lo mejor de ella…

Pero una mujer con fuerza interior da lo mejor de ella a todos. Una mujer fuerte comete errores y evita hacerlos en el futuro… Pero una mujer con fuerza interior sabe que los errores de la vida pueden ser también bendiciones, y los capitaliza. Una mujer fuerte muestra confianza en su rostro… Pero una mujer con fuerza interior muestra gracia. Una mujer fuerte tiene fe en que ella es lo suficientemente fuerte para la jornada… Pero una mujer con fuerza interior tiene fe en que ella está en una jornada en la cual se volverá más fuerte. Quisiera agregar un párrafo más a la reflexión: Una mujer fuerte puede estar presente o no… Una mujer con fuerza interior es, en sí misma y siempre, una presencia que fortalece, cobija, alienta y da vigor. ¡Que podamos estar siempre presentes!

Hna. Ma. Bárbara Revista de la Rama de Madres


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Dios esperaba a la mujer

El rechazo creciente que las autoridades judías hacen de la persona de Jesús, le lleva a alejarse hacia el nordeste, a la región de Tiro y Sidón. Mientras enseñaba a la gente, irrumpe una mujer cananea que grita a Jesús diciéndole: “Señor, Hijo de David, ten compasión de mí”. San Mateo tiene una clara intención cuando señala que la mujer no es judía, sino cananea. En el Antiguo Testamento se señalaba a Canaán, cuyo centro era Samaria, como el pueblo pagano por antonomasia. Tal es así que los judíos los llamaban “perros”, con un sentido hondamente peyorativo, era como decir: “los sin Dios”. Se trata de una mujer madre, que sufre por la enfermedad de su hija. Identifica esa enfermedad con un demonio, es decir, con un mal que a ella se le presenta incurable y que está destruyendo la vida de la hija amada.

No es ésta la primera vez que Jesús insiste en el rol de los que creen en él. Ya lo había dicho, por ejemplo, antes de la multiplicación de los panes y los peces: “Dadles vosotros de comer”, y tras el milagro, no será él quien reparta la comida sino sus discípulos. Se trata del rol mediador del bautizado. Tras el pedido de los apóstoles para que atienda a la mujer, Jesús realiza una revelación que tiene que haber conmovido la fe de la mujer cananea: “Me han enviado sólo para las ovejas descarriadas de Israel”. Al oírlo, la mujer retoma su súplica anhelante: “¡Socórreme, Señor!” Jesús se detiene y responde serena y cálidamente a la mujer: “No está bien quitar el pan a los hijos para echarlos a los cachorritos”.

Por otro lado, el evangelista pone en labios de la mujer el título mesiánico de Jesús. No es probable que usara este título, pero poco importa en realidad: lo verdaderamente importante es que ella, que ha oído hablar del Profeta de Galilea, cree que él puede sanar a su hija tan querida. En la actitud de Jesús surge nuevamente el gran pedagogo. Tras el grito-súplica de la mujer, el Señor nada responde; es más, continúa su camino y la mujer le sigue entre esperanzada y angustiada. Sin embargo, Dios ha oído el grito y prepara el don. Los discípulos son los que ahora interceden ante Jesús: “Atiéndela, que viene detrás gritando”. Además de alentar el crecimiento de la fe en la mujer, Jesús se ocupa de enseñar a los apóstoles su rol intercesor. El discípulo de Jesús es un intercesor, es un pontífice, es el que se coloca en “la brecha” entre Dios y la necesidad del hombre.

Si los judíos utilizaban despectivamente la expresión “perros”, referidas a los Cananeos, Jesús usa el diminutivo, que es una manera de tender un puente hacia la fe de la mujer. Ella se experimenta atendida, percibe que el Maestro la ha escuchado y que va a actuar. Fija los ojos en Jesús, su mirada es anhelante, y responde desde el fondo de un alma sufriente y esperanzada: “Cierto, Señor; pero también los cachorros se comen las migajas que caen de la mesa de sus amos”. (Continúa en la pág. 5)

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(Continuación de la pág. 4)

Jesús se conmueve, la mira con enorme simpatía y reconoce la fe que posibilita el don de Dios: “¡Qué grande es tu fe, mujer! Que se cumpla lo que deseas”. En este contexto creo importante subrayar que el tema de la fe de los paganos, sorprende siempre a Jesús, tanto como la falta de fe de los habitantes de Nazaret. En Cafarnaún, Jesús se había admirado de la fe del Centurión romano que le solicitó la curación de uno de sus servidores, y cuando le dijo de ir a verlo, el soldado respondió “que no era digno” de que Jesús entrara en su casa, pero que bastaría una palabra suya para que sanara su servidor. “Os aseguro que en ningún israelita he encontrado tanta fe” (Mt 8, 10), dirá el Señor. Ahora, mirando a la mujer dirá: “¡Qué grande es tu fe, mujer! Que se cumpla lo que deseas”.

Lo primero es la fe. Jesús podría haber hecho el milagro al primer pedido de la mujer, sin embargo la llevó por el camino de la fe más grande y por eso también del deseo mayor. El hecho de la curación no acontece yendo Jesús hacia la joven hija enferma, sino que el milagro utiliza como puente el deseo de la mujer. “Que se cumpla lo que deseas”, es lo mismo que decir: que se cumpla “según” tu deseo. Y agrega San Mateo: “En aquél momento quedó curada la hija”.

La palabra de Dios y el deseo intenso de la mujer, dan como resultado el milagro-curación. Allá, en los confines de Galilea Dios esperaba la fe de la mujer y la fe-deseo hizo posible la curación de la hija tan querida. Así como Yahvé oyó el llanto de Agar y vio su aflicción de madre-esclava, en esta escena oye el grito y ve el llanto anhelante de una mujer desesperada que pone en él toda su esperanza, su última esperanza. Y Dios se hace esperanza cumplida, y los gritos callan, el llanto ahora es de alegría y la hija amada está sana. Lo que hemos meditado es un acto de amor insondable de Dios para con la mujer cananea, es decir: para la mujer. Será bueno, en el contexto de esta reflexión, recordar y rezar la “Oración de confianza”, que nos dejara el Padre Kentenich. ¡Cuánto necesitamos la fe y la confianza en el camino de la vida! María es la mujer de la fe confiada. Fe que Jesús valoró en la mujer cananea, como también la que padecía hemorragias, en la pecadora que entró a la casa de Simón, el fariseo…

¡Madre! en tu poder y tu bondad fundo mi vida; en ellos espero confiando como niña. Madre Admirable, en ti y en tu Hijo, en toda circunstancia creo y confío plenamente. Amén. P. Alberto Eronti

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Al Dios de la vida Contigo, buen Dios, comienzo el día. Bendíceme, apóyame, indícame el camino. Contigo, buen Dios, salgo. Condúceme, permanece en mí y que yo permanezca en ti. Buen Dios, tú me conoces, sabes de mis pensamientos y deseos,

vincúlame más fuerte contigo. Me abandono en ti, buen Dios, confío en ti, me apoyo en ti, acompaña a todos mis pasos. Te agradezco, buen Dios, las señales de tu presencia en las personas y en los hechos. Cada segundo del día es tuyo,

me lo regalas y esperas mi obrar. Te ruego, Padre mío, que actúes por mí.

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Educación Recibir un mimo hace mucho bien

Muchas veces mi esposo me mima. Encarga pizza, para que no tenga que cocinar o lava los platos, mientras preparo una reunión. Esto me hace mucho bien, me demuestra su amor y su aprecio. También mi esposo se alegra mucho si corto el pasto -cuando sé que él está ocupado con su trabajo- o si preparo su torta preferida y no rezongo cuando llega tarde a cenar. También como familia, nos tomamos un tiempo para ‘mimarnos’. Si todos hemos trabajado arreglando el jardín, vamos a cenar a algún lugar que nos gusta mucho. A veces, nos tomamos un fin de semana ‘libre’, sólo para cultivar cada uno su actividad preferida. Esto nos hace muy bien a todos.

En general, los padres se dan cuenta cuando las reglas no funcionan más, cuando de veras habría de cambiarlas o imponerlas con más firmeza y ternura. Una madre desea que la hija se acueste puntualmente, porque le gustaría ver una película en la tele. Como siempre, la hija pide aún algo para beber, después quiere ir al baño y al final, desea que la puerta de su habitación permanezca abierta, porque dice tener miedo. La madre pierde la paciencia y le grita a la hija. A continuación, a la madre le duele haber gritado y termina sentada al lado de la cama de la caprichosa.

‘Vallas de protección’ dan la seguridad necesaria Sin ciertos rituales, costumbres, reglamentos y rutinas, nuestra vida sería un caos. Quien diariamente debe fijar de nuevo sus límites, no puede existir en este mundo tan complejo y confuso. Esto vale aún más para los niños. Deben saber cuáles son sus posibilidades y su situación. La falta de reglas claras les causa nerviosismo y agresividad. Ellos precisan reglas sencillas y claras, adultos que sean comprensibles para ellos y ritos y rutinas que se repitan regularmente. Justamente, son los límites los que ofrecen a los niños seguridad y protección. Estos límites ‘crecen’ con el niño, mientras su radio de movimiento -y también de responsabilidad- se amplía. Consentir imprudentemente significa: No respetar y no hacer respetar las reglas que dan tranquilidad y orden a la vida de cada día y por lo tanto protección, significa quitar la seguridad. Si cambiamos continuamente el horario para acostarse o las sanas costumbres para el consumo de dulces o la medida de tiempo para la tele y la computadora, será causa de stress para toda la familia.

Reglas claras y constancia en su cumplimiento En este caso, al día siguiente, la madre tendría que explicar a su hijita: “En el futuro, antes de acostarte podrás beber algo e ir al baño. A continuación, te leeré un cuentito y rezaremos juntas. Y entonces te pondrás a dormir tranquilamente, la puerta permanecerá abierta. No deseo que vuelvas a pedir cosas, si ya estás en cama. Yo preciso un tiempo para relajarme y prepararme al descanso nocturno. Entonces, a la mañana siguiente, ambas estaremos descansadas y contentas.” Seguramente, en los días siguientes, la hija intentará manipular a su madre, para no cumplir con lo que le ha explicado. La madre deberá ser consecuente con lo decidido, entonces la hija se acostumbrará pronto y todo resultará normal. (Continúa en la pág. 8) Revista de la Rama de Madres


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Delante de un kiosco, un niño de tres años está gritando. Otro cliente le dice a la madre: “¿Por qué no le compra el chocolatito?” La madre responde: “Entonces dentro de tres años tendré que mandarlo a una terapia educativa, porque siempre recibió todo lo que quería.”

Todos sabemos que, en general, no somos educadores perfectos. El Padre Kentenich aconseja aprovechar nuestras debilidades y equivocaciones como medios para crecer. Pero también, comenzar de nuevo cada día a perfeccionarnos de veras.

Todos deseamos, que nuestros hijos sean felices

Como amo a mi hijo, unas sencillas indicaciones:

La experiencia respecto a lo que hace “feliz” dice que se debe aprender a soportar los inconvenientes de la vida cotidiana, saber buscar salidas de las dificultades, madurar con los problemas y ... seguir madurando. Una frase muy reveladora dice: “Quien esquiva los problemas, retrocede.”

No evitarle las pequeñas tareas que ya puede hacer, aunque me cuesten paciencia y tiempo.

Por lo tanto, si deseamos que nuestros hijos sean felices, seremos constantes en lo que pusimos como regla. Nuestros niños deben crecer ante una resistencia prudente. Quizás, para mantenernos firmes, echemos una mirada a la imagen de la Mater y le pidamos: “Ayúdame a mí y al pequeño.” Veamos otra situación familiar: Juan se porta mal en presencia de una visita. Tira su vaso con jugo al suelo y cuando la madre le pide que ayude a limpiar el piso, él se niega. La visita le pregunta al niño: “¿Por qué no le haces caso a tu madre?” El chico responde: “Me preguntó si quiero ayudarla, pero no quiero”. Si la madre hubiese dicho: “Ahora nomás me ayudás, porque vos lo ensuciaste” él habría obedecido. Pero el chico sabe que ella es demasiado blanda.

Porque tiene muchos deberes del colegio, no pedirle que ordene su habitación es una equivocación. Esto no lo sobrecarga, sino lo prepara para la vida. No cumplir sus deseos en el acto. Si no, crecerá con la falsa experiencia de que todo se recibe enseguida, sin esfuerzos. Generalmente, los deseos se ‘esfuman’ después de un tiempo y se aprende distinguir lo que es realmente importante. ¿Es bueno comer continuamente entre comidas o querer lucirse con ropa de marca o tener cada juego de computación? ¿O no son necesidades más reales hacer movimiento, una alimentación sana, experimentarse reconocido y amado, sentirse vinculado y formado? Las necesidades reales las cubro lo mejor posible, las secundarias, solamente de modo prudente y moderado. Ocuparse y no preocuparse Personalmente, quiero estar abierta y agradecida por los regalos que Dios me hace diariamente. De ellos saco fuerza y ánimo para un amor que protege, favorece, fortifica e impulsa a mis hijos. Si no obstante mi intención llego a fracasar, el buen Dios no se enojará conmigo, sino que responderá a mis ruegos sinceros con más ayuda y apoyo. Y además, puedo presentarle y agradecerle lo que he logrado, para que Él siga enseñándome lo que es mejor para mis hijos.

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Familia Mamerto Menapace narra un cuento de una madre afligida por un hijo varón quien estaba siguiendo unas filosofías de moda, alejándose de lo enseñado por ella en su hogar cristiano. Apesadumbrada, visita a un monje quien pasaba sus días en oración y ayuno. Este hombre de Dios la mira tranquilamente, y le dice no se preocupe. Le aconseja que continúe siendo la mujer cristiana que es, brindando la coherencia y calidez en su hogar. Su hijo volverá a su hogar y a lo enseñado por ella, en su justo tiempo.

Este cuento lleva a pensar en el fundamento mismo de la autoridad-el ser de la persona. La autoridad moral nace de la coherencia en la vida de la persona que brinda la autoridad, y que se traduce en la vida cotidiana del hogar. El ser de la persona, fruto de la autoeducación, lleva a los padres a ser un reflejo de una vida centrada en valores. Esta es la autoridad prestigio que se centra en el ser de la persona y en su valor intrínseco.

Cuando la autoridad está centrada en nosotros mismos y en el querer colocar muchas reglas para reafirmar que somos los que mandamos, caemos en un autoritarismo, el cual impone una conducta, sin llevar al educando a que comprenda los beneficios de la misma. Los resultados operan a corto plazo. Cuando la autoridad se disfraza de querer agradar al educando, dejándolo actuar sin guiarlo y sin marcar límites, caemos en un permisivismo. En realidad, también nos centramos en nosotros mismos y en el procurar que nos quieran. Sin embargo, a largo plazo, logramos el efecto reverso, a pesar que en un primer momento evitemos el enfrentamiento con un hijo. La verdadera autoridad se centra en la otra persona, en el dar a la persona las herramientas necesarias para que desarrolle sus talentos, y llegue a ser la mejor versión de sí mismo. La autoridad necesita de vínculos y pertenencia, para lo cual es necesario comprometerse los unos con los otros. Cuando los padres nos comprometemos amorosa y responsablemente con nuestros hijos, la autoridad actúa como un hilo tenso que permite a nuestros hijos que vuelen alto; el hilo no es inflexible pues no podrían volar, tampoco es flojo, pues los hijos quedarían a nivel del suelo. Los hijos tienen que volar alto; así podrán ser libres para ser responsables con su propia vida y con las otras personas.

Otro factor que se aprende en el cuento es el tiempo. En educación, los tiempos son marcados por los procesos madurativos del educando y las circunstancias propias de su vida. Los padres necesitamos fortalecer la paciencia como un artesano que ayuda a modelar el carácter de sus hijos, esperando los climas adecuados para que la arcilla se solidifique en la forma única y original de cada hijo. ¿Qué es la autoridad? La autoridad, en su esencia, es un servicio al bien de la persona.

(Continúa en la pág. 10)

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(Continuación de la pág. 9)

La autoridad responde la pregunta, ¿para qué?, o sea, ¿Qué virtud quiero acrecentar para ayudar a mi hijo a que sea el mismo en plenitud? ¿Qué conducta quiero corregir en este hijo?, ¿Qué medida será la más adecuada para ayudarlo a ser libre de esta conducta, para poder ser libre para amar? Una vez que se elige la medida, es bueno dar tiempo para dialogar con nuestro hijo y explicar el motivo de tal medida. Si fuera necesario, los padres conversan esta medida entre ellos antes de transmitirla, para evitar desacuerdos frente al hijo. Esto quitaría fuerza a tal medida. La autoridad es dinámica ya que madura con los diferentes ciclos vitales de la vida de los hijos y a la vez, es permanente ya que la autoridad de los padres viene de Dios y es al mismo tiempo, un derecho y un deber el ejercerla. La autoridad no es una descarga del enojo, aunque a veces en lo cotidiano se grite o se llegue a la desesperanza. Si así fuera, los padres podemos esperar a estar más tranquilos, y luego pensar cuál es la mejor medida para nuestro hijo. Si se tomara una medida correctiva en el momento del enojo, tenemos mayor riesgo en dejar tal medida sin efecto, cuando se nos pasa el enojo. La repetición de esta modalidad en el actuar va quitando fuerza a nuestra autoridad de padres. La autoridad es sostener una medida correctiva, o poner un límite, con firmeza y ternura al mismo tiempo. Cuenta un papá que cuando un hijo le respondió mal a su mamá, o sea a su esposa, él lo retó con firmeza, y lo mandó a su cuarto sin poder compartir la comida familiar, diciéndole, “Nadie le contesta así a mi mujer en mi presencia” Luego lo abrazó y le dijo, “Esto me duele más a mí que a vos”. Esta es la esencia de la autoridad 1

servicio que busca corregir la actitud que daña a nuestro hijo, en tanto esta conducta no le permite ser libre para ser el mismo en plenitud. La autoridad paterna y la autoridad materna En el ámbito familiar, los que ejercen la autoridad son el padre y la madre siendo inseparables los binomios comprensión-exigencia, participación-responsabilidad en un clima de sobriedad y confianza mutua. La autoridad bien entendida requiere la obediencia, y la libertad, asumiendo lo que se manda como tarea libremente aceptada. La autoridad participativa establece una comunicación abierta y bidireccional. 1 La autoridad paterna en general se centra en la exigencia y la autoridad materna en la comprensión. El pensamiento lineal masculino favorece el establecer pautas claras; el pensamiento circular femenino favorece el considerar alternativas. Cuando esta relación se complementa en el diálogo y el apoyo mutuo, los hijos se nutren de ambos aspectos de la autoridad. Algunas veces esto no ocurre, ya sea porque el padre o madre no ejercen su autoridad, o por ausencia de uno de ellos, prolongada o permanente.

(Continúa en la pág. 11)

“La Autoridad”. Material de Consulta de Catedra, Instituto de Ciencias para la Familia. Universidad Austral.

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(Continuación de la pág. 10)

Muchas veces acontece que el padre se ausenta por motivos laborales, en cuyo caso hay una sobrecarga de la madre en el ejercicio de la autoridad. Es importante no caer en el victimismo, y si fuera posible hablar con tranquilidad el matrimonio y pensar una estrategia familiar para educar a los hijos. Esta autoridad unilateral puede generar mucho cansancio físico y mental. En caso de necesidad, será valioso el apoyarse en tíos, padrinos y abuelos hombres quienes puedan dialogar con los hijos desde su visión masculina. Los medios tecnológicos pueden ser utilizados para asistir al padre a estar presente en el momento de dar un permiso a un hijo.

Algunas actitudes que conviene evitar son caer en el paternalismo, indicando siempre lo que es mejor para cada hijo sin incentivar a desarrollar el criterio personal hacia el ejercicio de la libertad individual. Los padres exigimos que los hijos cumplan con sus tareas escolares, pero los hijos, por ejemplo, eligen el deporte que quieran practicar de acuerdo a sus habilidades y amigos. Otra actitud a evitar es el maternalismo, el cual se basa en un deseo exacerbado de proteger a los hijos, y no desear que ellos sufran o se equivoquen. Tal es el caso de las madres que terminan realizando la tarea escolar por los hijos, en vez de incentivarlos a que las tareas sean el resultado de su esfuerzo personal, a pesar que se puedan equivocar. En conclusión La autoridad es una fuerza positiva que sostiene y acrecienta la autonomía creadora del otro, favoreciendo el desarrollo de actitudes animosas y resolutorias frente a los problemas de la vida.

Ante una ausencia del padre, la madre puede, por ejemplo, con una actitud dinámica, realista y resolutoria, hablar con su hijo, corregir su conducta, y dejar un espacio abierto para que el hijo dialogue con su padre a su vuelta, diciendo que lo hablará con él, haciendo así ver a su hijo que considera el punto de vista paterno, pero que a la vez es capaz de corregir una conducta en sí misma haciendo pleno uso de su rol de madre. Esto es común a todas las edades de los hijos ya que siempre necesitan de los estilos de autoridad femenino y masculino enriqueciendo sus modos de relacionarse con los demás, y comprendiéndose mejor a sí mismos.

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La autoridad apela al esfuerzo personal y a la libertad responsable y solidaria.2 Los padres que ejercen la autoridad servicio, a partir de un trabajo de autoeducación con ellos mismos, confían en sus hijos y les brindan oportunidades para que participen en la vida familiar y en la toma de decisiones. Los límites centrados en valores actúan como luces que indican el camino y fomentan una sana autoestima.

Ma. Fernanda Arduino Doctora en Educación

Castillo, G. (2003). Claves para entender a mi hijo adolescente. España, Madrid: Editorial Pirámide Revista de la Rama de Madres


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Autoeducación

Los embajadores son los ‘ojos y los oídos’ de su país. También Cristo desea ‘mirar y escuchar’ a los hombres a través de ‘embajadores’ y hablarles por sus bocas. Tales embajadores son muy necesarios, hoy en día, para que los hombres se enteren del mensaje del Señor, de la felicidad que ofrece. Como mujeres tenemos una cualidad especial para esta tarea. Para creer, se precisa compañía Las mujeres tenemos dones sociales especiales. Sabemos conversar muy bien. Como ‘pensamos’ no sólo con la mente, sino también con el sentimiento y la voluntad, nuestra conversación es ‘multicolor’, pero rica en contenido. Fácilmente podemos comprender los sentimientos de los demás y darles respuesta. Esta facilidad de comunicación responde a la necesidad vital de nuestra sociedad de medios de comunicación, de ‘redes’. Hay que responder al ‘mensajito’, manifestar los pensamientos y sentimientos. Lo que no está en la red, para muchas personas ya no existe más. Por eso es muy importante, si se comunica nuestra fe o no. Y esto hacerlo en la vida diaria. Las mujeres podemos conversar sobre la fe junto a una taza de café y, como al pasar, hacer transparentes las señales de Dios en los pequeños hechos. También hoy en día, Dios se acerca a las personas, pero muchas no se dan cuenta, porque no reconocen más a Dios. Les pasa como al joven Samuel en el Antiguo Testamento (1 Sam. 1,3). Escucha la voz de Dios pero no la reconoce, cree que es Elí, su maestro, quien lo llama. El hombre moderno tampoco sabe escuchar o conversar con Dios. Por eso, cuenta sus vivencias e inquietudes a los demás. Allí está el lugar de la mujer como ‘embajadora de Dios’. Pero esto supone que tengamos una continua comunicación con Él, que estemos en ‘su red’, para atraer y en-

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caminar a otros hacia Él. Por ejemplo, en una cena de empresarios, uno de ellos comentaba la enfermedad grave de su mujer y su angustia por ella. La esposa de uno de los invitados se animó a ‘meter a Dios’ en la conversación y prometió rezar por la enferma. Una diplomacia diferente. Las mujeres podemos ser ‘embajadoras’ de la fe. Como tales, hay que saber construir puentes, defender los intereses del Reino de Dios sin herir a los demás. Para poder manifestar nuestra fe, en nuestro ambiente moderno, debemos implorar la ayuda del Espíritu Santo, que nos enseña a distinguir los espíritus. Debemos poder distinguir entre las preguntas sinceras y los slogans, que sirven para cubrir los problemas de fe personales. Porque las respuestas deben ser muy diferentes en ambas situaciones. En una ocasión, un periodista atacaba a la Madre Teresa, diciendo que ella hace mucho bien a los pobres, pero ¿qué sucede con las riquezas del Vaticano? La Madre Teresa miraba bondadosamente al interlocutor y le dijo: “Señor, Ud. está enojado, no tiene paz interior.” Ante la sorpresa del hombre seguía: “Ud. no es feliz. Le falta la fe.” “¿Cómo consigo la fe?” “Tendría que rezar.” “No sé rezar.” “Entonces yo rezaré por Ud. Intente una vez, regalar a otros una sonrisa. La sonrisa es como una caricia, nos acerca algo de la bondad de Dios.” La Madre Teresa había sentido en la agresividad del periodista, que su pregunta no fue inspirada del Espíritu Santo. Ella tenía el valor, cambiar el tema. Tomaba la dirección de la conversación y abría una puerta para Dios. No permitía, que la envuelvan en un tema, que no se puede responder en una breve entrevista con tono agresivo. (Continúa en la pág. 13)


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Semejantes situaciones también nos tocan a nosotras, hoy en día. Entonces nos hace falta el Espíritu Santo, para poder responder a las preguntas, pero así como nos lo parece bien a nosotros, no como otros quieren imponérnoslo. Tampoco debemos ser agresivas o negativas. El Espíritu Santo ‘trabaja’ diferente. Deseamos conversar de los temas que nos parecen importantes, no intercambiar slogans. Una diplomacia prudente Pedimos al Espíritu Santo, poder reaccionar a los desafíos verbales con nuestro encanto femenino, cristiano. Este encanto auténtico surge de nuestra fe segura y es del Espíritu Santo. La Madre Teresa lo dijo con su palabra de la sonrisa, que transmite algo de la bondad de Dios. Nos conviene dirigirnos al Espíritu Santo, aunque sea con una jaculatoria, cuando los hijos rezongan sobre los deberes de la religión, cuando vemos en la TV, que un representante de la Iglesia está puesto en apuros, ante ciertas noticias en los medios de comunicación... porque el Espíritu Santo cambia la situación hacia lo positivo. Otro ejemplo, una Hermana de María viajaba en tren y un hombre subió en su compartimiento. Comenzó a rezongar y atacarla diciéndole que ella estaba perdiendo lo mejor de la vida, que

cómo se podía estar tan ‘loca’... La Hna. Lo escuchó tranquilamente y luego respondió que ella estaba muy feliz con su estilo de vida, que no echaba de menos absolutamente nada. Después le preguntó al hombre: “Y usted, ¿está contento con su vida?” Al principio se mostró muy sorprendido, pero enseguida, empezó a hablar de sus problemas. Estaba separado de su mujer y tenía grandes preocupaciones por sus hijas adolescentes. Se entabló una buena conversación que terminó enriqueciendo a ambos. Semejantes situaciones nos pueden tocar actualmente a cualquiera de nosotras , hace falta saber reaccionar prudentemente. Si nos consideramos ‘embajadoras de Dios’, que deben mostrar algo de Él – lo deben mostrar a Él –entonces debemos estar despiertas y ser valientes. En los momentos en que quieran ponernos en aprietos, descubrir las oportunidades escondidas y tener el valor de poner de nuestra parte, nuestra verdad en la conversación. Además, no son las palabras escogidas, sino nuestro atractivo modo de ser femenino, el que decide el resultado. Pidamos a María que nos implore el Espíritu Santo, para poder ser ‘embajadoras de Dios’, convencidas, convincentes y atrayentes.

Taller 1. ¿Me cuesta hablar de mi fe con personas que no la tienen? ¿Por qué? 2. ¿Cómo reacciono ante comentarios agresivos a la Iglesia o a la religión? 3. ¿Qué actitudes deberíamos cultivar para ser ‘embajadoras de Dios’ en nuestro ambiente?

Propósito para el mes:

Revista de la Rama de Madres


PAPA FRANCISCO

RAMA DE MADRES DEL MOVIMIENTO APOSTÓLICO DE SCHOENSTATT ASESORA NACIONAL HNA. MA. BÁRBARA ASESOR NACIONAL P. ALBERTO ERONTI ramademadresarg@gmail.com

Equipo Editor Editora responsable: M. Graciela Greco Asesores colaboradores: Hna. Ma. Bárbara P. Alberto Eronti Colaboradoras: Ma. Cristina Simonini y equipo. Traducciones: Hna. Ma. Christvera Diagramación: M. Graciela Greco

Las heridas de la familia

Hoy reflexionamos sobre las heridas que se abren precisamente en el seno de la convivencia familiar. Es decir, cuando en la familia misma nos hacemos mal. ¡Es la cosa más fea! Sabemos bien que en ninguna historia familiar faltan los momentos donde la intimidad de los afectos más queridos es ofendida por el comportamiento de sus miembros. Palabras y acciones (y omisiones) que, en vez de expresar amor, lo apartan o, aún peor, lo mortifican. Cuando estas heridas, que son aún remediables se descuidan, se agravan: se transforman en prepotencia, hostilidad y desprecio. Y en ese momento pueden convertirse en laceraciones profundas, que dividen al marido y la mujer, e inducen a buscar en otra parte comprensión, apoyo y consolación. Pero a menudo estos «apoyos» no piensan en el bien de la familia. El vaciamiento del amor conyugal difunde resentimiento en las relaciones. Y con frecuencia la disgregación «cae» sobre los hijos. Aquí están los hijos. Quisiera detenerme un poco en este punto. A pesar de nuestra sensibilidad aparentemente evolucionada, y todos nuestros refinados análisis psicológicos, me pregunto si no nos hemos anestesiado también respecto a las heridas del alma de los niños. Cuanto más se busca compensar con regalos y chucherías, más se pierde el sentido de las heridas —más dolorosas y profundas— del alma. Hablamos mucho de disturbios en el comportamiento, de salud psíquica, de bienestar del niño, de ansiedad de los padres y los hijos... ¿Pero sabemos igualmente qué es una herida del alma? ¿Sentimos el peso de la montaña que aplasta el alma de un niño, en las familias donde se trata mal y se hace del mal, hasta romper el vínculo de la fidelidad conyugal? ¿Cuánto cuenta en nuestras decisiones —decisiones equivocadas, por ejemplo— el peso que se puede causar en el alma de los niños? Cuando los adultos pierden la cabeza, cuando cada uno piensa sólo en sí mismo, cuando papá y mamá se hacen mal, el alma de los niños sufre mucho, experimenta un sentido de desesperación. Y son heridas que dejan marca para toda la vida. En la familia, todo está unido entre sí: cuando su alma está herida en algún punto, la infección contagia a todos. Y cuando un hombre y una mujer, que se comprometieron a ser «una sola carne» y a formar una familia, piensan de manera obsesiva en sus exigencias de libertad y gratificación, esta distorsión mella profundamente en el corazón y la vida de los hijos. Muchas veces los niños se esconden para llorar solos... Tenemos que entender esto bien. Marido y mujer son una sola carne. Pero sus criaturas son carne de su carne. Si pensamos en la dureza con la que Jesús advierte a los adultos a no escandalizar a los pequeños — hemos escuchado el pasaje del Evangelio— (cf. Mt 18, 6), podemos comprender mejor también su palabra sobre la gran responsabilidad de custodiar el vínculo conyugal que da inicio a la familia humana (cf. Mt 19, 6-9). Cuando el hombre y la mujer se convirtieron en una sola carne, todas las heridas y todos los abandonos del papá y de la mamá inciden en la carne viva de los hijos. Por otra parte, es verdad que hay casos donde la separación es inevitable. A veces puede llegar a ser incluso moralmente necesaria, cuando precisamente se trata de sustraer al cónyuge más débil, o a los hijos pequeños, de las heridas más graves causadas por la prepotencia y la violencia, el desaliento y la explotación, la ajenidad y la indiferencia. No faltan, gracias a Dios, los que, apoyados en la fe y en el amor por los hijos, dan testimonio de su fidelidad a un vínculo en el que han creído, aunque parezca imposible hacerlo revivir. No todos los separados, sin embargo, sienten esta vocación. No todos reconocen, en la soledad, una llamada que el Señor les dirige. A nuestro alrededor encontramos diversas familias en situaciones así llamadas irregulares —a mí no me gusta esta palabra— y nos planteamos muchos interrogantes. ¿Cómo ayudarlas? ¿Cómo acompañarlas? ¿Cómo acompañarlas para que los niños no se conviertan en rehenes del papá o la mamá? Pidamos al Señor una fe grande, para mirar la realidad con la mirada de Dios; y una gran caridad, para acercarnos a las personas con su corazón misericordioso. Vaticano - Audiencia General del 24-6-2015


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