En camino junio 2015 (4)

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Revista de la Rama de Madres Movimiento Apostólico de Schoenstatt

CONTENIDOS Hna. M. Bárbara Ser mujeres veraces

P. Alberto Eronti La viuda de Naín

Lic. Claudia Snels Familia y dinero

San Juan PabloII

EDITORIAL Familia y sociedad

Para el otoño de la vida

Autoeducación Superando la angustia


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Editorial

Familia y sociedad

El Papa Francisco ha demostrado una profunda preocupación por la familia y en su catequesis de los días miércoles, durante las audiencias generales - que hemos ido publicando en varios números de nuestra revista- nos ha aconsejado para que cada rol familiar sea contemplado en su belleza e importancia y para que todas las familias tengan la posibilidad de desarrollarse y cumplir su misión en plenitud. Si bien en la actualidad, a causa de la globalización y por el interés que el Santo Padre ha despertado, sus enseñanzas pueden adquirir un tono de novedad, es oportuno recordar que la preocupación de la Iglesia por la familia, como núcleo vital de la sociedad y de la comunidad eclesial, no es nueva ni reciente. Basta referirse al Concilio Vaticano II, en su Constitución Gaudium et Spes, en la que describe su valor social: «Así, la familia, en la que distintas generaciones coinciden y se ayudan mutuamente a lograr una mayor sabiduría y armonizar los derechos de las personas con las demás exigencias de la vida social, constituye el fundamento de la sociedad» (GS 52). Asimismo, Paulo VI con su Encíclica Humanae Vitae y Juan Pablo II en su Exhortación Apostólica Familiaris Consortio.se ocuparon de enriquecer la doctrina sobre matrimonio y familia. Sin embargo, y a pesar de todos los esfuerzos, la familia -así como Dios la pensó para el pleno desarrollo de todo ser humano– se ve seriamente amenazada en la actualidad y esto ha planteado a la Iglesia -de la que somos parte– nuevos desafíos en su misión evangelizadora. También el P. Kentenich, en 1966, les advertía a los miembros de la Obra de Familias de Schoenstatt de Alemania, sobre nuestra misión para este tiempo: AÑO 7 - Nº 68

“Solamente podremos cumplir nuestra misión para el mundo y la Iglesia, para conducirla a la ribera de los tiempos más nuevos, si la célula de la sociedad humana se renueva interiormente, es decir, si se renueva la familia, y más aún, si ella es incluida en nuestra Alianza de Amor y puede participar en el misterio de Schoenstatt. Escuchen una vez más estas palabras: la célula de la sociedad humana se debe restaurar y quiere ser restaurada. Éste es en sí el camino que recorrió también el cristianismo primitivo. De modo que: ¡restauración de la familia, de la célula de la sociedad humana! De esta célula va creciendo paulatinamente la totalidad de la comunidad social. Y así debe ser también entre nosotros. Ustedes dirán que no va a pasar mucho tiempo y se derrumbarán muchas organizaciones que han existido hasta el presente. Ya ahora palpamos que están fracasando las instituciones en las que nosotros, los mayores, hemos crecido. Ya no pueden más. En definitiva, se constata una urgencia: ¡volver a las fuentes originales! ¿A qué fuentes originales? Esta es una expresión del Concilio que se repite a menudo. Aquí se trata de las fuentes sociológicas primordiales, es decir, de la renovación de la familia. Y si estamos llamados a poner a los pies de la Madre de Dios un reino schoenstattiano, entonces nos urge: ¡volver a la restauración de la familia en el sentido de Schoenstatt!” Esta será siempre nuestra misión y nuestra ocupación prioritaria , como afirma el decálogo de la madre schoenstattiana. Fieles a la Alianza de Amor y con las herramientas que nos da Schoenstatt, podremos así salvar a la familia y construir seguramente una sociedad mejor, más humana y solidaria, como anhela el Santo Padre. Graciela Greco


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Mensaje

Mujeres veraces

¡Queridas Madres! Ser veraz es sinónimo de vivir en consonancia y armonía con la verdad de nuestro ser interior. Esto produce, en uno, en las personas con quienes tenemos relaciones y vínculos, y en el entorno que nos rodea, la gratificante experiencia de sentirse cómodo, saberse bien y –por esoacercarse y darse con confianza y seguridad. “Es lo que se ve y se escucha. ¡Qué tranquilidad! Ser una persona veraz es siempre la consecuencia de una intensa lucha y conquista interior. Se ha necesitado buscar dentro, allí donde Dios dejó su huella imborrable de gracia, divinidad y plenitud, y conectar con ese ser profundo y total: con el “yo” real, que es equivalente a la toma de conciencia de lo que somos y lo que desea Dios que seamos. Necesitamos llegar al fondo de nuestro ser esencial porque sólo allí aparecerá y surgirá la verdad que somos y estamos llamadas a transmitir a través de nuestra original manera de ser, de nuestra personalidad. A veces, somos la “gente grande” de la que habla Saint-Exupéry en el Principito.

“Los adultos aman los números. Cuando les dices que has hecho un nuevo amigo, nunca hacen ninguna pregunta sobre asuntos esenciales. Nunca te dicen: ¿Cómo suena su voz? ¿Qué es lo que más le gusta? ¿Colecciona mariposas? En cambio, exigen: ¿Qué edad tiene?, ¿Cuántos hermanos tiene?, ¿Cuánto pesa?, ¿Cuánto dinero gana su papá? Sólo por estas preguntas creen que han aprendido algo sobre ellos”. Solemos hacer, con nosotros mismos, lo que – según el Principito- “los adultos” hacen con sus amigos: calculamos, sumamos y restamos, pesamos y sopesamos conveniencias, oportunidades o lugares donde se tendrá una mejor ubicación y reputación social. Y la verdad de nosotros mismos queda lacrada con siete sellos. No la aprehendemos. No llegamos a conocerla realmente, y –con eso- a darla a los demás con veracidad y potencia. Existe un lugar, muy concreto y muy diario de nuestra vida que informa sobre nuestra capacidad de vivir “en la verdad” y actuar a partir de ella. El lugar se llama: “Decisiones”.

¿Qué me pongo hoy? ¿Llevo este producto o me mantengo en la marca de siempre? ¿Qué hago frente al pedido de mi hija adolescente de regresar sola a las 8 de la mañana… del boliche? ¿Traigo a mis padres ancianos a casa o busco otra solución? Nuestra vida es una cadena de decisiones, algunas muy pequeñas, otras de mayor o de gran importancia. (Continúa en la pág. 4)

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(Continuación de la pág. 3)

Hoy en día hay, para todo, varias posibilidades, y no es fácil ver lo que es mejor o peor. Y en nosotras, luchan los sentimientos con la razón, lo que nos da más “ganas” y lo que le escuchamos decir a la conciencia. Queremos y no queremos. Antes de que nos decidamos interiormente ya se presentan otras posibilidades. Nos invade la sensación de “ser vividas”.

“Cada uno -les dijo- debe cultivar su modo de ser para madurar hasta hacerse una personalidad”. Los ayudaba a decidirse personalmente, de manera independiente de los demás. Sobre todo, trataba de convencerlos de que Dios y la Santísima Virgen los amaban con su originalidad y que querían usar esta originalidad. Así, poco a poco, cada uno aprendió a seguir su camino personal.

Nuestras decisiones desvelan los niveles de conocimiento de nosotras mismas y de lo que Dios desea de nosotras y nuestros deseos reales de ponerlos en práctica. Están a favor o en contra de nuestro ser más auténtico y veraz. Alguien explicó esto de la siguiente manera: “Si sencillamente

Esto también es importante para nosotras. Primero debe formar mi propia opinión, valorar mi modo de ser, para tomar –luego- ´mis´ decisiones. De otra manera, fácilmente podría pasar que me decida por lo que es aceptable, o “llega bien” a los demás. La capacidad de decidirse bien, presentándose como alguien confiable porque veraz, crece desde adentro.

consideramos, juzgamos y obramos a partir de aquel punto en el que descansamos interiormente, mucho se equilibra en nuestro interior; se hace transparente y verdadero”.

El camino hacia la veracidad, hacia la verdad de la esencia de nosotros mismos es el camino del “ideal personal”. A veces, también nosotras quisiéramos elegir y recorrer el camino más fácil, evitar algunas preguntas interiores, ciertos encuentros o conversaciones, disimular la opinión personal. Si en lugar de esto, nos esforzamos fielmente por decir y hacer –con el debido tino- lo que sabemos que es verdadero y mejor, poco a poco iremos encontrando y tomando las decisiones verdaderas, las mejores, las más nuestras.

Tener un punto en el que descansar interiormente significa: estar en paz conmigo misma. Esta es la condición para que las decisiones que tomo sean verdaderas, realmente ´mías”. Nuestro Padre y Fundador enseñó desde el comienzo a los muchachos -los primeros congregantes que sellaron junto con él, la Alianza de Amor con la Madre tres veces Admirable de Schoenstatt- a afirmarse en sí mismos.

AÑO 7 - Nº 68

Es el camino que transitó el Padre y Fundador y que muchos schoenstattianos recorrieron y recorren con constancia y fidelidad: el camino de la autoeducación y de la Alianza de Amor con María. ¿Ayuda a decidirse por lo verdadero? Según la experiencia de muchos, sí.

Hna. Ma. Bárbara


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Dios esperaba a la mujer

Otra vez los mismos actores: Jesús, los discípulos, la multitud. Al acercarse a la entrada del pueblo, ven venir un cortejo fúnebre. Se trata del entierro del hijo único de una mujer viuda. Estamos nuevamente ante la imagen del desvalimiento total. En la época de Jesús una mujer viuda, y sin al menos un hijo varón, era una nada social.

Jesús se conmueve ante la escena. Él es aquel que ha venido a contarnos de su Padre como amor y misericordia, por eso ve el grupo con ojos de amor y misericordia. Jesús le dirá más tarde al apóstol Felipe, “quien me ve a mí, ve al Padre”. Ahora, una vez más, la gente “verá al Padre”, lo verán en el hacer del Hijo. Dice el texto que al ver el sufrimiento profundo de aquella mujer, “le dio compasión”. La compasión de Dios es asumir el dolor del hombre. La compasión de Dios es padecer con el padecimiento del hombre. El padecimiento de aquella mujer toca el corazón de Jesús, comprende su dolor y se acerca a ella. Es Dios el que toma la iniciativa, es Dios el que se mueve hacia la mujer en sufrimiento y le dice: “No llores”. Como hemos visto otras veces, el llanto puede ser la única manera de manifestar lo que hay en el alma. En esta mujer hay dolor, hay inseguridad futura, sobre ella se cierne una inmensa soledad y un futuro oscuro. A esta mujer se aproxima aquel que dijo de sí: “Yo soy la luz del mundo”; aquél que dijo: “Venid a mí los cansados y agobiados”. Ahora no es Dios llamando, sino Dios yendo hacia la mujer cansada y agobiada. Jesús se acerca a la camilla en la que portan al joven muerto y la toca. Los portadores se detienen asombrados. Para el pensar judío de la época, si alguien tocaba a un muerto o su camilla quedaba impuro. Jesús toca la camilla, a Dios no le repugna el hombre manchado. Y Jesús hace algo que sólo Dios puede hacer, hablar a un muerto y ordenarle: “¡Escúchame tú, muchacho, levántate!”

Ante el estupor de todos, aquel joven se levantó y habló. El moverse y el hablar es signo de vida y la vida ha colmado a aquel hombre. A continuación tiene lugar un gesto maravilloso: Jesús entrega el hijo vivo a la mujer-madre que ha revivido. Dios esperaba a la mujer. La esperaba a la salida de Naín, camino al cementerio. Esperaba a la muerte para convertirla en vida. El gesto de Jesús para con la mujer nos enseña nuevamente una de las características del amor de Dios: la gratuidad. La gratuidad en el amor significa amar por amar. No hay condición para la gratuidad… es don soberano del que ama. Es la misma enseñanza que encierra la parábola de los peones que fueron a trabajar a los viñedos a diferentes hora del día, unos trabajaron más que otros y todos recibieron el mismo dinero. Ante la queja de uno de los trabajadores el patrón le responde: “Si yo quiero ser bueno con todos, a ti ¿qué?” No es un tema de justicia, sino un tema de gratuidad y de compasión: lo que aquellos trabajadores recibieron era el jornal, lo que necesitaban para vivir ese día. Así se va revelando el amor de Dios, su mismidad. (Continúa en la pág. 6)

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(Continuación de la pág. 5)

¿Cómo fue la reacción de la gente de Naín? Muchos dijeron que “un profeta ha surgido entre nosotros”. Pero el profeta no es sólo un hombre, sino que es un hombre de Dios, en este caso es Dios mismo aunque la multitud no lo sepa. Pero la presencia de un profeta es la presencia de Dios, por ello la expresión tan simple y espontánea: “Dios ha visitado a su pueblo”. Sí, Dios ha visitado el pueblo de Nain, más concretamente, ha visitado el corazón doliente de una mujer y lo ha colmado de alegría y de felicidad, de paz y de futuro. Sólo quien, como aquella madre-viuda, ha experimentado todo el dolor de la soledad y de la inseguridad; sólo quien ha sido colmado por el cansancio interior, puede medir el don recibido. Aquella mujer lo supo. No hizo ciertamente una meditación ni desarrolló grandes teorías, pero vivió algo inaudito a su entender: un profeta, esto es un hombre de Dios, se había fijado en ella y en ese hombre Dios la había visitado y salvado.

Esta mujer superó dos soledades: la del hijo único, ahora devuelto con vida; y la de Dios porque ahora sabía que se había fijado en ella. Esta última es la experiencia de la Virgen: “el Todopoderoso se ha fijado en la pequeñez de su servidora”. Como Zacarías, el esposo de Isabel y padre de Juan el Bautista, que exclamó: “Dios ha visitado a su pueblo”.

AÑO 7 - Nº 68

Si Dios ha visitado el pozo de Jacob, junto a Sicar de Samaría, ahora Dios ha visitado Naín, y en cada visita “ha hecho grandes cosas”. Debiéramos ser capaces de contemplar nuestra vida a fin de percibir al Dios que oye y ve. Más aún, hemos de ser capaces de formularlo en singular: ese Dios que me oyó y que me vio. Oyó mis gritos, oyó el mensaje de mi dolor, cuidó de hacer crecer mi fe y me dio experimentar su salvación. En el fondo, desde que el Hijo de Dios se hizo hombre, Dios camina el camino del hombre; Dios camina junto a cada hombre; Dios camina con cada hombre… La pregunta es en qué medida nos hemos dejado encontrar y en qué medida lo hemos encontrado… Como mujeres, las mujeres del Evangelio nos dicen “algo” y ese “algo” es lo que Jesús nos ofrece. No sólo ha esperado a la mujer, sino que se ha dejado encontrar, incluso la fue a buscar. Querría terminar esta meditación con una pequeña poesía, se titula: “Extraña aritmética”.

“Qué extraña calculadora, Jesús, te dio el Padre al partir: para ti, 1 es más que 99; para ti, 2 monedas de cobre son más que 100 talentos de oro, si el cobre lo regala una viuda; para ti, decir 3 veces “tú sabes que te amo”, es más que 30 monedas de plata de los sacerdotes del templo, para ti, 1 ovejita enredada en la zarza, te desarma el corazón 70 veces 7, Pastor Bueno”. (P.Joaquín Alliende Luco)

P. Alberto Eronti


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Edad madura

Apoyar con el consejo y la acción Hermanos y hermanas de la generación mayor, ustedes son un tesoro para la Iglesia y una bendición para el mundo. Cuántas veces ayudan a los padres jóvenes, sus hijos. Qué bien saben introducir a los nietos en la historia de su familia, de su terruño, en la cultura de su pueblo y en la religión... No pocas veces, los jóvenes les confían más fácilmente sus dudas y problemas a ustedes. Cómo saben apoyar a sus hijos, ya padres, en situaciones difíciles. Cuánto apoyo dan a las organizaciones eclesiales y sociales por sus consejos prudentes y colaboran en muchas actividades. Por su presencia, complementan este mundo que calcula demasiado sólo con lo que se puede contar. Enseñan a la sociedad que su fundamento son los esfuerzos y logros de las generaciones pasadas y que, también la actual, un día tendrá que entregarlo a otra generación más joven. Ustedes demuestran que en todo lo exterior, debe madurar algo interior, en todo lo temporal, algo eterno. San Pablo nos dice: “...aun cuando nuestro hombre exterior se desmorone, nuestro hombre interior se renueva día tras día”. (2 Cor 4, 16) La ancianidad merece nuestro respeto y cariño. Ustedes nos enseñan que el sentido de la vida no es sólo ganar dinero y gastarlo.

Con Dios podemos dar un sí, también a nuestros límites y desilusiones, omisiones y pecados del pasado. Porque ya sabemos “que Dios, para los que le aman, conduce todo hacia su bien” (Rom. 8,28) La fuerza de esta sabiduría concede bondad, paciencia y comprensión...” Para lo difícil, encontrar el apoyo de Dios El otoño no trae sólo la cosecha y los colores hermosos de las hojas, sino también hace caer las hojas y además de la luz, también trae la neblina húmeda. Parecido es la edad avanzada. No sólo es el final armónico de nuestra vida, sino también el tiempo, en que el mundo se nos escapa, la vida se hace una carga y, a veces, el cuerpo nos causa torturas y suplicios. Entonces les puedo decir, no sólo ‘reconozcan su dignidad’, sino también ‘acepten sus penas.’ No quiero minimizar sus enfermedades y sufrimientos, su soledad e impotencia. Pero deseo que las veamos bajo una luz transfigurada, la luz del Señor, que p o r n o s o t r o s sudó sangre, fue flagelado y coronado de espinas. Él es su acompañante y desea, que ustedes lo acompañen en su vía crucis. Él no los abandona nunca y hace valer sus lágrimas y penas como colaboración en su obra de redención.”

Dar el sí al pasado personal La edad avanzada es la corona de la vida. Es el tiempo de la cosecha de todo lo que se aprendió, experimentó, consiguió y también, sufrió y superó. Como en el ‘finale’ de una sinfonía, los grandes temas de la vida forman una armonía que concede sabiduría. La sabiduría ayuda a elevarse encima de las cosas de este mundo, sin despreciarlas. Aprendemos a ver el mundo con la mirada y el corazón de Dios.

Palabras del mensaje de San Juan Pablo II 264º Papa de la Iglesia Católica, canonizado el 27 de abril de 2014

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Oración del Papa Francisco para ser una buena madre Ayúdame, Señor, a comprender a mis hijos, a escuchar paciente lo que quieren decirme y responder todas sus preguntas con amabilidad. Evítame que los interrumpa, que les dispute o contradiga. Hazme ser cortés con ellos, para que ellos sean conmigo de igual manera.

Dame el valor de confesar mis errores y pedirles perdón cuando comprenda que he cometido una falta. Impídeme lastimar los sentimientos de mis hijos. Prohíbeme que me ría de sus errores o que recurra a la afrenta y a la burla como castigo. No me permitas que induzca a mis hijos a mentir o a robar. Guíame hora tras hora para que confirme, por lo que yo digo y hago, que la honestidad es fuente de felicidad. Modera, te ruego, la maldad en mí. Evítame que los incomode y cuando esté malhumorada, ayúdame, Dios mío, a callarme. Hazme ciega ante los pequeños errores de mis hijos y auxíliame para ver las cosas buenas que ellos hacen. Ayúdame a tratar a mis hijos como niños de su edad, y no permitas que les exija el juicio y convicciones de los adultos. Facúltame para no robarles la oportunidad de confiar en sí mismos, de pensar, escoger o tomar decisiones.

Oponte a que los castigue para satisfacer mi egoísmo. Socórreme, para concederles todos los deseos que sean razonables, y apóyame, para tener el valor de negarles las comodidades que yo comprendo pueden hacerles daño. Hazme justa y ecuánime, considerada y sociable para con mis hijos, de tal manera que ellos sientan todo mi amor. Amén.

AÑO 7 - Nº 68


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Familia Me asombra escuchar cada vez más casos de matrimonios en los que los cónyuges manejan sus ingresos en forma independiente. “Lo que yo gano, yo lo gasto” es una de las frases más escuchadas. Si bien hacen ciertos acuerdos y repartos de gastos comunes, lo importante pareciera ser la parte que sobra y no hay que aportar, lo que queda para el gasto y satisfacción de las necesidades y gustos personales. La familia pareciera haberse transformado en una especie de empresa, en la cual los dos socios capitalistas debaten cuánto capital invierte cada uno y tratan de obtener la mayor cantidad de dividendos para uso exclusivo y personal. La planificación es paralela e individual y solo tiene un punto de contacto: los gastos familiares. Gastos como vivienda, colegio, comida, transporte, etc., son PASIVOS a cancelar, con toda la connotación negativa del término asociada. ¿Quién de los dos destina más a los pasivos? “Siempre soy yo el que aporta para este gasto...” Ni hablar de las inversiones para mejoras… ¿a quién le toca hacerse cargo? Y así una inversión familiar se transforma en un campo de batalla de semanas, meses… El ocultamiento de información está a la hora del día: “Ni loca le digo cuánto gano, si él tampoco me lo dice…”, así como las distracciones de fondos. ¡Los socios despliegan su arte para quedarse con más de un vuelto!

Pasamos de reconocer al dinero como un medio para transformarlo en un fin en sí mismo. En una sociedad en la que te define lo que tenés y no lo que sos, el dinero se transforma en algo de un valor supremo y fundamental. Y la familia no escapa a esta realidad… Si hablamos de un ideal de familia, pienso en un matrimonio con hijos que cuentan con un proyecto familiar, cuyo objetivo final es el desarrollo de sus miembros en sus tres dimensiones: física, psíquica y espiritual. Todas las decisiones familiares van a estar orientadas a cubrir las necesidades de cada miembro en estas tres dimensiones, de manera de formar miembros íntegros, libres, responsables, independientes y capaces de asumir su propia vida en sociedad y vinculados a otras personas. Si pensamos en familias cristianas, el objetivo final se enaltece: trabajar para poder ser transparentes de la familia celestial, el padre con las características de Dios Padre, la madre con las características de María y los hijos con las de Cristo. Entendiendo a la familia en esta línea, todas las decisiones familiares deberían orientarse a satisfacer las tres áreas (física; psíquica y espiritual), no sólo a una de ellas. El equilibrio es fundamental para la consecución del objetivo final.

Contado de esta manera parecería una comedia de televisión, pero nada más real y actual. Las parejas manejan el matrimonio como una empresa en la que hay que tener cada vez más rentabilidad sin mucho costo e inversión. Incluso en la elección del socio capitalista (esposo/a), los criterios son muchas veces netamente económicos: es profesional, se desempeña en tal industria, gana tanto al mes, etc. “Es un buen negocio asociarme con este candidato/a”.

Esta realidad me lleva a preguntarme, ¿qué nos pasó a las familias con el dinero?

(Continúa en la pág. 10) Revista de la Rama de Madres


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(Continuación de la pág. 9)

Cómo actúa el dinero dentro de este esquema En los últimos tiempos, ha pasado de ser un medio que la familia necesita para satisfacer sus necesidades en las tres áreas, a convertirse en un fin en sí mismo. El dinero sólo se utiliza para satisfacer la dimensión física familiar. Actualmente hay una exacerbación tan importante de la dimensión física de la familia, que el área psíquica y la espiritual cada vez tienen menos cabida en el proyecto familiar. Lo que crece ocupa espacio, quitando espacio a otra cosa y eso pasa con las necesidades físicas dentro de la familia. Cada vez queremos más, necesitamos más y nuestras decisiones familiares giran en torno a ese más. El dinero es el pilar sobre el que se toman la mayor parte de las decisiones familiares, en detrimento de las otras dimensiones. De esta manera, cada vez hay mayor bienestar económico, casas más grandes, autos más lujosos, habitaciones de niños que parecen jugueterías… Y sin embargo, también hay padres con mayor carga horaria y menos presencia en el hogar, chicos atiborrados de cosas, pero más apáticos y abúlicos frente a la vida que se les presenta… Hay más agendas llenas de actividades y vacaciones exóticas, pero menos vínculos y encuentro real entre los miembros de la familia, más objetivos individuales y menos “proyecto familiar”. La falta de equilibrio entre las tres dimensiones del desarrollo familiar, con una dimensión física que anula a las dimensiones psíquica y espiritual, en muchos casos, termina provocando familias desunidas, con miembros que no se vinculan entre sí, llegando en casos extremos a generar la destrucción familiar. La familia pasa a ser un reflejo en pequeña escala de la sociedad capitalista y consumista que está dejando a tantos millones de vidas sin posibilidades mínimas de desarrollo físico, psíquico y espiritual en la actualidad.

Hace muchos años, en mi casa paterna, la economía familiar se manejó siempre en forma conjunta. Todo ingreso iba a parar a un mismo pozo, donde todos los miembros lo utilizaban para satisfacer sus necesidades. Muchas veces, el pozo estuvo seco, lo que nos ayudó a aprender el valor del dinero como medio, a cuidarlo y no dilapidarlo. Sin embargo, la falta de dinero no impidió que viviéramos como familia y pudiéramos desarrollar las otras áreas. Incluso éstas se fueron fortaleciendo y creciendo gracias a la ausencia del dinero. Pasado un tiempo, cuando conocí a mi esposo, al año de noviazgo nos comprometimos y abrimos una cuenta conjunta en un banco. Mes a mes, depositábamos nuestro sueldo y hacíamos una planilla en la que anotábamos los gastos del mes (viáticos, cuota de la universidad, apuntes, salidas, etc.) y el resto quedaba en esa cuenta como ahorro. No importaba que uno aportara más que el otro, era la semilla de nuestro futuro proyecto de familia que iba haciéndose realidad, mes a mes. Luego de cinco años, con ese ahorro pudimos obtener un crédito para comprar nuestra primera casa. Desde ese entonces, siempre hubo una constante en nuestras vidas; el dinero fue siempre un medio para lograr nuestro proyecto familiar. Hubo épocas en las que los dos trabajábamos y aportábamos al fondo común. Sin embargo, cuando nació nuestra tercera hija, tomamos en forma conjunta la decisión de que yo no trabajara más dentro de mi profesión y me dedicara al cuidado exclusivo de la familia. De esta manera, podría acompañar el crecimiento de los chicos. Obviamente que esta decisión impactó directamente en el presupuesto familiar, pero estábamos teniendo en cuenta las otras dos dimensiones del proyecto familiar.

Si bien esta es mi opinión personal acerca del manejo del dinero en la familia actual, también me gustaría hablar de mi experiencia personal con el dinero. (Continúa en la pág. 11) AÑO 7 - Nº 68


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A través de los años aprendimos muchas lecciones con respecto al dinero. Cada uno de nosotros colaboraba generosamente en la administración de acuerdo a sus talentos: mi esposo en las grandes inversiones, préstamos, ahorros (como buen contador) y yo, en la economía diaria y mensual. Ambos compartíamos igualitariamente la información, el acceso y la decisión sobre el capital familiar, supeditando los caprichos y gastos individuales a inversiones que beneficiaban al proyecto familiar (educación de los hijos, compra de vivienda, ahorro para épocas difíciles, inversiones a futuro).

La ayuda económica para quienes la necesitaban era prioritaria, aun frente a nuestras propias necesidades. Esta práctica, además de generar un crecimiento en las dimensiones psíquica y espiritual, también esconde un secreto. Maravillosamente, siempre la ayuda que brindábamos volvía a nosotros. No necesariamente de las mismas personas a las que habíamos ayudado, pero siempre en el momento de necesidad, el dinero aparecía. Cuando salimos al mundo a dar, siempre eso vuelve de alguna manera, a veces en dinero, otras en ayuda, en atenciones, en salud, es paz espiritual, en bendiciones…

En las épocas de vacas flacas se hacía necesario un control mayor, pero siempre lo vivimos no como una carga, sino como un trabajo diario en pos del proyecto familiar. El ahorro y la evaluación permanente de la necesidad del gasto la hacíamos con amor y con el convencimiento de que el dinero era solamente un medio para un fin más importante.

Finalmente, es claro que no todo es un campo de flores en un día de primavera. La consecución, administración e inversión de dinero en la sociedad, y particularmente en la familia, es la preocupación número uno en cada uno de nosotros. Representa un campo de batalla diario, para el cual la familia tiene que estar muy preparada, con un buen colchón psíquico y espiritual que le permita escudarse de los embates provocados por las idas y vueltas del dinero.

También nos ayudó mucho involucrar a los chicos, en un nivel adecuado a su edad, en las épocas de ahorro e inversión familiar. Todos participaban en el ahorro, dejando de comprarse cosas que les gustaban. Esto nos permitió que todos se sintieran parte del proyecto, que todos aportaran desde su lugar, para lograr algo que era importante para todos los miembros de la familia. De esa manera lo vivimos cuando, con grandes sacrificios, construimos nuestra casa en la que iba a mejorar nuestra calidad de vida familiar o cuando fuimos de viaje, todos juntos, para visitar a la familia en Europa y a visitar el Santuario de Schoenstatt, en Alemania. Igualmente pudimos aprender la lección de la “ley de la abundancia” que resulta de la generosidad. Aun en las épocas más duras desde lo económico, siempre tuvimos presente la necesidad de ayudar y acompañar a los que más lo necesitaban, tanto dentro de la familia, como a personas a las que no conocíamos.

Tenemos que volver a vincularnos sanamente con el dinero y eso sólo es posible si estamos atentos y confiados, sabiendo que Dios nunca nos abandona y siempre quiere lo mejor para nosotros. Si dejamos que la Divina Providencia actúe en nuestras vidas, el dinero dejará de ser una preocupación permanente. Ante cada decisión que tomemos frente al dinero, volvamos a considerarlo como un medio y no como un fin en sí mismo. Un medio para el logro del ideal del “proyecto familiar” en todas sus dimensiones: física, psíquica y espiritual.

Claudia C. Snels de Campos Lic. en Relaciones Humanas y Públicas.

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Autoeducación

Para muchos, la angustia se manifiesta como un sentimiento negativo, paralizante. Sentirse encerrados, separados de los otros, todo oscuro, sin salida. Si se la describiera como imagen, sería una puerta que se cierra de golpe y queda trabada. Y detrás de esta puerta, pueden pasar muchos días. A veces, la angustia no se pone en movimiento ni sube lentamente; de repente, nos cubre por completo. Sin embargo, esa sensación podría cambiarse, si se imaginara la angustia más bien como un muro. ¿Significa esto que la angustia se ha vuelto más grande o más pequeña para poder superarla? Depende. Una mirada esperanzada descubre que un muro puede también tener agujeros. Puede ser estable, pero puede también desmoronarse. Es preferible buscar por dónde atravesar el muro, antes que quedar sin salida, detrás de una puerta que está cerrada con llave. Veamos dos casos diferentes. Laura experimenta angustia cuando no se siente comprendida por su esposo o cuando se da cuenta de que no le ha contado algo. Entonces se angustia por estar perdiendo la cercanía mutua, porque siente así que lo pierde a él. Le gustaría hablarle sobre muchas cosas y sobre todo de sus sentimientos., pero para él la conversación no es importante, ya que puede expresar lo que desea en una sola oración. Ella, en lugar de tomar esto como “típico del hombre” y lo suyo como “típico de la mujer”, se angustia. Y nuevamente vemos cómo “la puerta” se le cierra de golpe y no encuentra la salida. Así, su matrimonio se ha vuelto con el tiempo muy difícil, porque cada vez que se enoja con su esposo o piensa que él no la entiende, se encierra por completo detrás de “su puerta y no conversa más con él. Esto lo aprendió de niña. Cuando su madre se enojaba con ella, no le hablaba para nada en todo el día. Evidentemente, Laura trasladó sin pensar este “modelo” a su matrimonio.

Con el tiempo su esposo, naturalmente, también desconcertado por sus reacciones, terminó por no dirigirle casi nada la palabra. De este modo, fueron disimulando así sus sentimientos (barriendo todo debajo de la alfombra), lo cual no les hace ningún bien. ¿Qué ha ayudado a Laura para intentar salir de esta situación? Cambiar el punto de vista y no mirar sólo con sus ojos. Le ha ayudado conversar con una buena amiga, con quien ella ha hablado de este tema una y otra vez. Es una persona que sabe escuchar, que la entiende y le ayuda a comprender mejor lo que le ocurre, así como también considerar la posición de su esposo. Hace poco, los tres coincidieron en una reunión y esta amiga aprovechó para explicarle al marido de Laura, el proceso que lleva a su esposa a comportarse así, cómo llega a la angustia por cosas que con él no puede compartir. y entonces, no puede hablar más sobre nada . A partir de ese momento, él se ha mostrado más comprensivo y a menudo trata de conversar un poco más, lo que ha logrado que su mujer valore su iniciativa y trate también de modificar sus reacciones. Distinto es cuando lentamente o “como caída del cielo”, uno tiene que enfrentar la enfermedad. Es el caso de Virginia; a quien su vida de repente, se ha puesto patas arriba. ¿Qué se siente cuando es una la que de pronto recibe tal noticia? El diagnóstico “cáncer de mama” le llegó como un shock. De un día para el otro, repentinamente se supo enferma, ¡con su vida amenazada! No lo podía aceptar. Se sentía débil y desvalida, ya que -hasta sus 68 años de edad- nunca había estado gravemente enferma. Lo que este diagnóstico podía significar lo había experimentado con una vecina, a quien acompañó durante toda su enfermedad hasta su muerte, un año después.

. AÑO 7 - Nº 68

(Continúa en la pág. 13)


Página 13 (Continuación de la pág. 12)

¿Cómo superar la angustia? Después de la operación comenzó a dominar lentamente su situación. Intentó ver a la enfermedad como un desafío y asumirla. No fue fácil. En una homilía, escuchó esta frase que la movilizó: “Quien lucha, puede perder. Quien no lucha, ya perdió”. De repente, se sintió fuerte. Pensó en la Virgen, su compañera de Alianza. Se encomendó a Ella y en el Santuario Hogar comenzó a confiarle sus miedos.

Al mirar hacia atrás, vio en su vida algo para cambiar. Era la típica persona que decía “sí” a todo, deseaba hacer todo bien, ignorando sus propios deseos y necesidades. Aprendió a no sobre exigirse y a aceptar la ayuda que se le ofrece, fortaleciendo su autoestima. Se ha vuelto agradecida y puede brindar más afecto y empatía, lo que repercute en su entorno, pues les demuestra cariño sin agotar sus fuerzas.

El “Nada sin Ti, nada sin nosotros” se volvió concreto. Experimentó más que nunca, una gran protección y el sentirse instrumento. Comenzó a vivir cada día más conscientemente y a estar atenta a los pequeños signos. Esto le dio tranquilidad interior y fortaleza, para enfrentar una segunda operación y la posterior quimioterapia.

¿Cómo se convive con el temor de que el cáncer pueda reaparecer? Cuando le diagnosticaron “cáncer”, Virginia pensó que era el fin. Hoy aunque sabe que puede reaparecer en otro lugar, piensa en el tiempo de enfermedad como un espacio de intenso crecimiento, con nuevos vínculos, con experiencias valiosas. Vive más consciente, se alegra con pequeñeces y está agradecida porque, a pesar de la amenaza del cáncer, puede regalar mucho: amabilidad, saber escuchar, comprender. Ahora disfruta más el tener tiempo para otros y vive cada día como un precioso regalo.

En este tiempo difícil, agradecía pertenecer a Schoenstatt, a la Rama de Madres donde encontraba verdadera empatía, consuelo y respeto. Muchos le prometían su oración y ella notaba que lo tomaban en serio. ¡Esto le hacía mucho bien! También experimentó muchas cosas lindas y también dolorosas. Algunos vínculos con parientes y conocidos se volvieron más fuetes y cercanos, pero, otros se debilitaron. Se convirtió en una experta sobre terapias y comportamientos, que a menudo la agobiaban y aliviaban a la vez. Aprendió a ser más paciente consigo misma y con los demás.

Durante la difícil convalecencia, tomó conciencia de que no todo resulta según la propia voluntad. Aprendió a asumir y a soltar. El P. Kentenich y su ejemplo en Dachau fue también fuente de fortaleza. Todo se volvía más soportable cuando pensaba lo que él pasó en el campo de concentración, comprobando cómo la Alianza de Amor sostiene y da frutos en medio del sufrimiento.

Taller 1. ¿Qué situaciones me producen un sentimiento de angustia? ¿Por qué? 2. ¿Cómo reacciono en esas ocasiones? ¿A qué atribuyo mi reacción? 3. ¿Qué debería cambiar para superar la angustia o al menos, controlarla adecuadamente ?

Propósito para el mes:

Revista de la Rama de Madres


PAPA FRANCISCO

RAMA DE MADRES DEL MOVIMIENTO APOSTÓLICO DE SCHOENSTATT ASESORA NACIONAL HNA. MA. BÁRBARA ASESOR NACIONAL P. ALBERTO ERONTI

ramademadresarg@gmail.com

Equipo Editor Editora responsable: M. Graciela Greco Asesores colaboradores: Hna. Ma. Bárbara P. Alberto Eronti Colaboradoras: Ma. Cristina Simonini y equipo. Traducciones: Hna. M. Cristvera Diagramación: M. Graciela Greco

La vulnerabilidad de la familia

La familia tiene muchos problemas que la ponen a prueba. Una de estas pruebas es la pobreza. Pensemos en las numerosas familias que viven en las periferias de las grandes ciudades, pero también en las zonas rurales... ¡Cuánta miseria, cuánta degradación! (…) A pesar de esto, hay muchas familias pobres que buscan vivir con dignidad su vida diaria, a menudo confiando abiertamente en la bendición de Dios. Esta lección, sin embargo, no debe justificar nuestra indiferencia, sino aumentar nuestra vergüenza por el hecho de que exista tanta pobreza. Es casi un milagro que, en medio de la pobreza, la familia siga formándose, e incluso siga conservando —como puede— la especial humanidad de sus relaciones. El hecho irrita a los planificadores del bienestar que consideran los afectos, la generación, los vínculos familiares, como una variable secundaria de la calidad de vida. ¡No entienden nada! En cambio, nosotros deberíamos arrodillarnos ante estas familias, que son una auténtica escuela de humanidad que salva las sociedades de la barbarie. (…) La economía actual a menudo se ha especializado en gozar del bienestar individual, pero practica ampliamente la explotación de los vínculos familiares. Esto es una contradicción grave. El inmenso trabajo de la familia naturalmente no está, sin duda, cotizado en los balances. En efecto, la economía y la política son avaras en materia de reconocimiento al respecto. Sin embargo, la formación interior de la persona y la circulación social de los afectos tienen precisamente allí su propio fundamento. Si lo quitas, todo se viene abajo. No es sólo cuestión de pan. Hablamos de trabajo, hablamos de instrucción, hablamos de salud. Es importante entender bien esto. Quedamos siempre muy conmovidos cuando vemos imágenes de niños desnutridos y enfermos que nos muestran en muchas partes del mundo. Al mismo tiempo, nos conmueve también mucho la mirada resplandeciente de muchos niños, privados de todo, que están en escuelas carentes de todo, cuando muestran con orgullo su lápiz y su cuaderno. ¡Y cómo miran con amor a su maestro o a su maestra! Ciertamente los niños saben que el hombre no vive sólo de pan. También del afecto familiar. Cuando hay miseria los niños sufren, porque ellos quieren el amor, los vínculos familiares. Nosotros cristianos deberíamos estar cada vez más cerca de las familias que la pobreza pone a prueba. Pero pensad, todos vosotros conocéis a alguien: papá sin trabajo, mamá sin trabajo... y la familia sufre, las relaciones se debilitan. Es feo esto. En efecto, la miseria social golpea a la familia y en algunas ocasiones la destruye. La falta o la pérdida del trabajo, o su gran precariedad, inciden con fuerza en la vida familiar, poniendo a dura prueba las relaciones. Las condiciones de vida en los barrios con mayores dificultades, con problemas habitacionales y de transporte, así como la reducción de los servicios sociales, sanitarios y escolares, causan ulteriores dificultades. A estos factores materiales se suma el daño causado a la familia por pseudo-modelos, difundidos por los medios de comunicación social basados en el consumismo y el culto de la apariencia, que influencian a las clases sociales más pobres e incrementan la disgregación de los vínculos familiares. Cuidar a las familias, cuidar el afecto, cuando la miseria pone a prueba a la familia. La Iglesia es madre, y no debe olvidar este drama de sus hijos. También ella debe ser pobre, para llegar a ser fecunda y responder a tanta miseria. Una Iglesia pobre es una Iglesia que practica una sencillez voluntaria en la propia vida —en sus mismas instituciones, en el estilo de vida de sus miembros— para derrumbar todo muro de separación, sobre todo de los pobres. Es necesaria la oración y la acción. Oremos intensamente al Señor, que nos sacuda, para hacer de nuestras familias cristianas protagonistas de esta revolución de la projimidad familiar, que ahora es tan necesaria. De ella, de esta projimidad familiar, desde el inicio, se fue construyendo la Iglesia. Y no olvidemos que el juicio de los necesitados, los pequeños y los pobres, anticipa el juicio de Dios (Mt 25, 31-46). No olvidemos esto y hagamos todo lo que podamos para ayudar a las familias y seguir adelante en la prueba de la pobreza y de la miseria que golpea los afectos, los vínculos familiares. Vaticano - Audiencia General del 3-6-2015


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