Hna. M. Bárbara Mujeres que acompañan
P. Alberto Eronti En medio de una multitud
Padre José Kentenich Ser hogar para otros
Roxana Piña Madre y profesional a la vez
Autoeducación Si Dios nos conduce, crecemos
Un nuevo aniversario
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Editorial
Un nuevo aniversario
Pensar que parecía tan lejano, cuando comenzamos a preparar el gran Jubileo. Y hoy, nos encontramos ya celebrando el primer aniversario de la Alianza de Amor del nuevo siglo de Schoenstatt. El inexorable paso del tiempo conlleva siempre la posibilidad de que las intensas vivencias de un acontecimiento se vayan debilitando en el recuerdo, a medida que nuevas experiencias se les superpongan. Sin embargo, hay acontecimientos que no queremos ni debemos dejar atrás, sino por el contrario, hacemos que mantengan su vigencia, para poder post gustarlos indefinidamente, como nos ha enseñado nuestro Padre Fundador. Vivimos un tiempo vertiginoso de constantes cambios que nos plantean nuevos y grandes desafíos. Sin embargo, no es tan diferente de aquél en el que nuestro Padre Fundador y los Congregantes dieron inicio a la obra de Schoenstatt. Podríamos sentir hoy, como dirigidas a nosotras, aquellas palabras que les decía entonces a los jóvenes: “Ustedes están en una situación en que la vulgar realidad no sólo desorienta, sino que también agudiza el juicio, acrisola, ennoblece y fortifica las aspiraciones”. Si miramos nuestra realidad actual, es cierto que muchos problemas se han agudizado, causándonos preocupación respecto a nuestras familias: inseguridad, alcohol y drogas, rupturas matrimoniales, dificultades económicas, homosexualidad, … Como madres, sentimos que no podemos quedarnos de brazos cruzados. Es más, nuestro instinto maternal nos mueve a defender a los nuestros, luchando en nuestro ambiente por la restitución de los valores cristianos , cuya pérdida está desintegrando a la sociedad, desde su célula primordial: la familia. Si un fruto evidente nos ha dejado la celebración de los 100 años de la Alianza de Amor, es sin duda la conciencia de que tenemos una gran misión por realizar para este nuevo siglo y los sucesivos. AÑO 7 - Nº 72
La imagen de un Schoenstatt en salida, como nos pide el Papa Francisco, regalando su carisma y poniéndolo al servicio de la Iglesia y el mundo, nos guía y nos impulsa, para caminar este nuevo tiempo a la luz de la visión profética de nuestro Padre . En principio, tenemos la oportunidad de realizar esta misión en la propia familia, aunque a veces, nos resulte lo más difícil. Confiemos, porque no estamos solas; en la realidad de la Alianza de Amor, María nos acompaña y conduce para lograrlo.
Por eso mismo, les propongo asumir las palabras que un congregante dirigiera a sus pares, el 4-6-1916: “Queremos consumir nuestra vida y dedicar nuestras fuerzas para la salvación de las almas inmortales. Este es el auténtico espíritu de lucha y la preciosa herencia de nuestro Fundador. Verdad es que, por ahora, no podemos aún hacer mucho en este sentido, pero lo que podamos hacer lo llevaremos a cabo con toda el alma. Queremos y podemos cumplir fielmente nuestro deber por una finalidad apostólica; queremos y podemos rezar y sacrificarnos por los intereses amenazados de la Iglesia universal; queremos y podemos darnos buen ejemplo y ayudarnos recíprocamente en el bien con prudencia y perseverancia. Así lo prometimos solemnemente con ocasión de nuestra recepción con las palabras: “Me propongo firmemente servirte siempre, y en cuanto pueda, cuidar que otros te sirvan fielmente”. Queremos ofrecer a nuestra Madre celestial en la Capillita todas nuestras pequeñas y grandes renuncias, nuestras buenas obras para que pueda disponer de ellas, así como nuestros trabajos apostólicos, como un Capital de Gracias para la renovación religiosa y moral del mundo. Con esto despertamos y alimentamos en nosotros el espíritu apostólico. Una vez llegado el tiempo y la oportunidad podremos hacer cosas grandes, sí, las mayores obras para la salvación de las almas…” (Kastner - Bajo la protección de María - pág. 344)
Graciela Greco
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Mensaje
Mujeres que acompañan
¡Queridas Madres! “Acompañar” ¡implica tantas cosas! Conocer, aceptar, contar con las diferencias, ayudando así a que el “otro” se desarrolle y sea feliz. “Acompañar” renueva en el alma una fuente de felicidad. Tener alguien a quien hacer bien no hace bien. Es un efecto rebote.
Éste y otros interrogantes ocuparon mis pensamientos. Y así afloraron a mi conciencia situaciones y vivencias que mi esposo y yo habíamos experimentado, juzgado y vivido de manera distinta, y que incluso llegaron a provocar alguna discusión o pelea.
Los esposos experimentan ciertamente que una parte significativa de la felicidad esponsal se puede hacer tangible en el acompañamiento. Ser esposa, esposo es ser compañera, compañero. Y eso puede costar. Es necesario hacerse cargo de las diferencias del otro y, muchas veces, cubrir sus particularidades, debilidades o defectos con el cálido y fuerte manto de la paciencia y la fidelidad.
En muchos casos, más aún, en la mayoría de ellos, se trataba de cosas que, vistas desde afuera, se podría considerar como “pequeñeces”. Pero también había otras que fueron situaciones decisivas e importantes de nuestra vida, en las cuales se habían puesto de manifiesto la diversidad en la manera de pensar y sentir.
He aquí una sugerente reflexión que tengo para compartir: “Cuando cumplimos veinticinco años de casados -nuestras bodas de plata- nuestras dos hijas organizaron un juego muy divertido. Mi esposo y yo teníamos que sentarnos espalda contra espalda de manera tal que no pudiéramos vernos ni hacernos señas. Las chicas nos plantearon diez preguntas, por ejemplo: ¿te gusta ir al cine? ¿Y andar en bicicleta? ¿Te gusta ir de compras con toda la familia? Aquel de nosotros que quería responder la pregunta de manera afirmativa tenía que levantar el pulgar, y el que quería responderla negativamente, bajarlo. Para regocijo de todos los invitados a la fiesta, hubo pocas respuestas en las que ambos coincidimos. Pasó un tiempo. Al mirar las fotos de aquel hermoso día, recordé el juego de las preguntas y me puse a reflexionar. ¿Acaso somos tan distintos con mi esposo en lo que hace a nuestros deseos y nuestras necesidades?
Como hija única me imaginaba cuan hermoso sería tener hermanos y seguramente por eso deseaba de corazón tener varios hijos. En cambio mi esposo había tenido otras vivencias en esta área. Es el mayor de cuatro hermanos y había vivido todas las riñas y disputas que forzosamente se dan entre hermanos. En el segundo año de nuestro matrimonio esperábamos un bebé y yo me sentía muy feliz por eso. De ahí que tanto más decepcionada y triste me sintiese al perder el embarazo. Mi esposo me dijo entonces: ´Lo lograremos la próxima vez, hay que conformarse´. Su realismo me pareció “terrible”. En aquella situación no pudimos dialogar mucho.
(Continúa en la pág. 4)
Revista de la Rama de Madres
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(Continuación de la pág. 3)
Gracias a Dios, dos años más tarde tuvimos la alegría de un nuevo embarazo. Yo estaba muy asustada porque la gestación no transcurrió sin complicaciones. Pero esta vez el realismo de mi esposo me ayudó a no ceder al miedo. Y así, ese realismo suyo fue esta vez una gran ayuda para mí.
En ese momento habían desaparecido todas las diferencias en la manera de sentir y pensar. Sólo sentíamos alegría y gratitud y la gran certeza de que éramos los padres de ese nuevo ser humano que habíamos recibido como regalo, de las manos del Creador. La experiencia de acompañamiento y ayuda mutua, por encima de las diferencias, de complementación en nuestro ser hombre y mujer, cada uno con su manera de ser propia e irrepetible, nos ayuda siempre a aceptarnos mutuamente en nuestra diversidad” María, como mujer nueva es también imagen de mujer-esposa-compañera-colaboradora. Ella ayuda a su Hijo Jesús a que –por el agua del bautismonazcan a la gracia hombres nuevos.
Finalmente pudimos tener en brazos, llenos de alegría, una hija sana. Luego de haber construido nuestra casa y de que nuestra Andrea comenzara a ir al colegio, se anunció otra vez, para nuestra sorpresa, un nuevo hijo. Ya que por entonces se había hecho común que el padre asistiera al parto nos decidimos a traer a nuestro hijo al mundo “juntos”. Al otro día fuimos al hospital, el médico me internó enseguida. Mi esposo contemplaba con gran interés los aparatos que debían utilizarse durante el parto; así, podía decirme con exactitud cuándo vendría la próxima contracción. Por una parte, esas predicciones me ponían casi furiosa porque eran completamente innecesarias, pero, por otra, yo necesitaba tenerlo asido de la mano, y su calma y serenidad me dieron seguridad y me ayudaron mucho. Luego de dos horas de “duro trabajo” pudimos admirar y acariciar juntos a nuestra pequeña hija.
AÑO 7 - Nº 72
Cada vez que renovamos la Alianza de Amor, que este mes cumple 101 años, María realiza nuevamente su tarea de compañera y -a nosotros- se nos ofrece como Madre.
Cada vez que nos enfrentamos a los desafíos y “desafinos” en nuestra tarea de compañeras; en las situaciones concretas –tantas veces complicadas- apoyémonos, reflejémonos y dejémonos conducir por el ejemplo de María, nuestra aliada. Y recorramos sin temor nuestro camino de compañeras, aunque a veces resulte difícil.
Hna. Ma. Bárbara
María, compañera y colaboradora de Jesús.
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Dios esperaba a la mujer
La escena tiene lugar en Cafarnaúm, la ciudad de los pescadores y centro aduanero junto al lago de Galilea. El texto afirma que la gente estaba esperando a Jesús y que al llegar le dio la bienvenida. San Lucas escribe que “mientras iba de camino, la gente los asfixiaba”. Esto es, que mientras caminaba hacia la casa, la gente lo apretujaba “por todos lados”. Es la actitud natural de las gentes cuando alguien despierta admiración o esperanza. Así ocurría con Jesús.
Lo que la mujer va a hacer tiene ribetes mágicos, en esa época se creía que la orla del manto de un adivino, de un letrado, de un profeta, tenía poderes de sanación y que curaba las dolencias. Esta mujer parece entrar por esa variante. Se va acercando a Jesús que está apretujado por la multitud. Lo sorprendente que nos enseña la escena es que Dios puede usar todos los caminos para salvar al hombre, también aquellos que comienzan por la superstición y terminan en la fe que da la salvación.
En medio de esa multitud apretada, una mujer forcejeaba para llegar donde Jesús. Su cuerpo padecía una enfermedad que no sólo le producía sufrimientos, sino que la humillaba; “desde hacía doce años padecía flujos de sangre y había gastado toda su fortuna en médicos sin que ninguno pudiera curarla”. Para interpretar en toda su hondura esta escena hemos de saber que, al igual que los leprosos, toda mujer que padeciera flujos era impura y, si además, éstos eran permanentes su impureza se prolongaba y con ella la humillación de ser segregada. Esta impureza significaba que tenía impedido el contacto con los demás y que no podía vivir en comunión con los suyos y con la gente de su pueblo.
El texto dice: “se acercó por detrás y le tocó el borde del manto; en el acto se le cortaron los flujos”.
Era una paria, una segregada, una solitaria condenada físicamente al sufrimiento de la enfermedad, y espiritualmente al sufrimiento de la soledad y el aislamiento. Es una desesperada.
Sigue el relato: “Jesús preguntó: ¿Quién me ha tocado?” Pedro con su lógica natural le dice: “Pero, Maestro, si la gente te aprieta y te estruja ¿cómo se te ocurre preguntar quién me tocó?”
Ella también, como el ciego Bartimeo, había oído hablar de Jesús y de sus curaciones milagrosas. ¿Qué no intenta un desesperado?, ¡todo! Esta mujer, aquel día iba a intentar lo último.
La respuesta conmueve: “Jesús dijo: alguien me ha tocado, porque yo he sentido que una fuerza salió de mí”.
Fue el instante de la alegría, la mujer se supo sana. Sus sufrimientos habían terminado y… ¡sólo tocando la orla del manto del Nazareno!
(Continúa en la pág. 6)
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(Continuación de la pág. 5)
Es real que lo apretujaban, que querían tocarlo, saludarlo, pero lo que origina la pregunta de Jesús es que alguien lo tocó de una manera diferente. Y por ser tocado de una manera diferente, en este caso desde una honda necesidad, es que “una fuerza” salió de él. ¿De qué fuerza se trata? ¡De una fuerza de amor salvador! Alguien lo tocó desde la necesidad y él respondió a esa necesidad con su poder de amor y misericordia. La mujer se experimenta descubierta, y pasa del sentimiento de alegría al miedo. Se acerca temblorosa a Jesús. Lucas escribe que: “se echó a los pies y explicó delante de todos por qué lo había tocado”. Jesús no está molesto, solo que, una vez más, aparece el pedagogo divino que quiere culminar su obra de amor en la mujer. Es decir, quiere que ella pase de una fe casi fetichista a la fe en él y entonces le dirá:
“Hija, tu fe te ha sanado; vete en paz”.
Toda la ternura de Dios desborda en las palabras de Jesús. ¡La llama “hija”! Toda la paternidad de Jesús desborda hacia la mujer necesitada. Llama “hija” a la que, por su impureza legal, era una rechazada. Es todo el amor del Padre que en Jesús abraza a esa mujer y la hace sentirse amada, acogida, pacificada, renovada. Pensemos en la realidad de nuestras vidas. ¿No necesitamos también nosotras tocar la orla del manto de Jesús? Él sabe que sí lo necesitamos, por eso no sólo espera que busquemos tocarlo, sino que Él viene a nosotras y nos toca. Nos toca con su Cuerpo y su Sangre en la Eucaristía. Nos toca con su Palabra. Nos toca con su amor, su compasión, su bondad, su ternura… Al tocarnos, nos salva, nos sana, nos renueva… Luego Jesús señala el porqué de la sanación: la fe. ¡Otra vez el tema de la fe! Es la fe de ella en Jesús la que actuó como puente para que la “fuerza” de sanación saliera de Él. Jesús la despide con el saludo más propio: “vete en paz”. Es lo mismo que decir: Ve con mi alegría, que es la tuya. P. Alberto Eronti
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El Padre nos dice
Existe una marcada diferencia entre otros lugares de gracias y nuestro Santuario, pues en la mayoría, la Sma. Virgen se ha aparecido para regalar con prodigalidad sus dones; en cambio, donde se establece la Mater ter Admirabilis reparte sus gracias en la medida en que recibe dones. Ella espera de nosotros un serio esfuerzo por alcanzar la santidad, es decir, desea -y está dispuesta a regalarnos la gracia para ello - que llevemos una vida profundamente religiosa. Si al escuchar esto nuestra alma se intranquiliza, probablemente sea porque poseemos un concepto equivocado de lo que significa la santidad… Somos santos cuando cumplimos fielmente con nuestro deber diario.
Esto es lo que la Sma. Virgen nos quiere regalar aquí en primer término: la apertura de nuestro corazón para los bienes espirituales, sobrenaturales. Si los hemos alcanzado, entonces sí, probablemente nos regalará también los otros. El hombre actual sufre un fuerte desarraigo espiritual, su espíritu no tiene dónde centrarse, dónde echar raíces. Son muchas las causas de esta grave carencia pues son innumerables las corrientes -la mayoría de ellas enfermizas -que atraviesan el pensamiento humano. Quien tiene bienes materiales, sufre por temor a perderlos… quien tiene hoy qué comer, se pregunta si mañana lo tendrá. Esta terrible inseguridad sacude las almas y las torna superficiales.
El hombre siente que no tiene hogar. Se identifica con aquel poeta que escribe: “Ya no puedo volver a casa, pues no tengo más hogar”. En lo más profundo, este grito del hombre actual proclama: “No existe corazón alguno que me acoja, que me cobije, en el cual me pueda refugiar como un pajarito en su nido”. La época actual nos lleva a vivir sin hogar, sin patria espiritual. Hay un escritor que compara esta época con la actitud del tero que se intranquiliza cuando se avecina una tempestad.
También en la actualidad se avecina una tempestad, un gran sacudimiento del cual somos nosotros mismos los culpables… Realmente nuestro grito se asemeja al de un tero antes de una gran tormenta. Pobre de aquel que ante tales circunstancias carece de hogar. Al decir esto, no me refiero en primer lugar a una casa material -en realidad esos bienes son pasajeros -sino a experimentar hogar en un corazón humano.
La Sma. Virgen nos quiere regalar la gracia del cobijamiento. ¿Qué queremos decir con ello? Ella quiere ofrecer al hombre actual, carente de patria espiritual, su propio corazón como hogar. Un corazón bondadoso, lleno de amor, comprensivo, capaz de asimilar en sí cuanto pueda conmover interiormente al hombre ya que esas mismas conmociones las sufrió en su propio corazón. Lo único que no ha sentido es el peso del propio pecado. Sin embargo, sus sufrimientos se debieron justamente al pecado de los hombres, sufrimientos que sobrellevó como si Ella misma hubiese cometido tales pecados. Nosotros sabemos que en ese corazón maternal laten el corazón de Jesús, el de Dios. ¡Qué felicidad saberse cobijado en un corazón tal! Si sabemos esto, entonces a pesar de que la vida se torne difícil, nos alegrará el poder refugiarnos en ese corazón maternal que es un verdadero Santuario. Es más, quien permanece unido a ese Santuario no pierde nunca su hogar. Pero como somos seres sensibles, para convencernos de esto, normalmente necesitamos experimentar primero la fidelidad de un corazón humano. Feliz quien tenga un hogar, y a la vez, quien lo tenga debe serlo para otros. La Sma. Virgen nos cobija en su corazón, pero simultáneamente espera una apertura similar de nuestra parte hacia los demás. Ella, que siempre nos acoge, espera que nuestro corazón viviendo en el suyo pueda ser hogar para otros. P. J. Kentenich - Plática en el Santuario de Nueva Helvecia, 1948 - Hermanas de María de Schoenstatt Revista de la Rama de Madres
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El Ángel de los niños Cuenta una antigua leyenda que un niño por nacer, le dijo a Dios: -Me dicen que mañana me vas a enviar a la tierra; pero ¿cómo viviré siendo tan pequeño e indefenso como soy? -Entre muchos ángeles, escogí para ti uno que te está esperando. Él te cuidará.
-Pero… aquí en el cielo, no hago más que cantar y sonreír; eso me basta para ser feliz. -También tu ángel te cantará, te sonreirá todos los días, sentirás su amor y serás feliz. -¿Y cómo entenderé cuando la gente me hable, si no conozco el idioma extraño que hablan los hombres? -Tu ángel te dirá las palabras más dulces y más tiernas que puedas escuchar y, con mucha paciencia y cariño, te enseñará a hablar. -¿Y qué haré cuando quiera hablar contigo?
_Tu ángel te juntará las manitos y te enseñará a orar. -He oído también que en la tierra hay hombres malos... ¿Quién me defenderá? -Tu ángel te defenderá, aun a costa de su propia vida. -Pero estaré triste porque no te veré más, Señor.
-Aunque seguiré estando a tu lado, como ya no podrás verme, tu ángel te hablará de mí y te enseñará el camino para que regreses a mi presencia. Una hermosa paz reinaba en ese instante en el cielo, cuando comenzaron a oírse voces terrenales y el niño, presuroso, suplicó suavemente: -Dios mío, si debo irme, por favor dime su nombre. ¿Cómo se llama mi ángel? -Su nombre no importa, hijo mío, tú solamente le dirás: Mamá.
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Reflexión Con frecuencia una mujer profesional, antes o después de tener a sus hijos, se encuentra en una disyuntiva: ¿Sigue con su profesión? ¿La abandona para dedicarse exclusivamente a su familia? Las dos cosas juntas… ¿son posibles?
Como en todas las cuestiones de la vida, no hay una respuesta válida para todas las situaciones. Por empezar, está claro que no puede colocarse en igualdad de condiciones a la mamá que no tiene opción y debe salir a trabajar para colaborar en la manutención del hogar y a aquélla que tiene la libertad de poder plantearse esa decisión. Claramente son dos realidades totalmente distintas. Esta reflexión, apoyada en experiencias de compartidas con madres profesionales, no tiene la pretensión de ser una análisis profesional del tema y menos aún autorreferencial. Es simplemente una invitación a replantearnos algunas cuestiones que con frecuencia se presentan en el seno de la familia y que, en muchas ocasiones, son puerta de frustraciones y/o culpas que luego se transmiten a hijos y esposos. Dichas consecuencias terminan siendo más perjudiciales para la familia que la realidad de estar algunas horas fuera de casa, desarrollando un aspecto diferente de su vocación maternal. Consideremos aquí la realidad de aquella mujer, privilegiada en la realidad de nuestro país, que puede cuestionarse qué hacer con su profesión cuando ha llegado el momento de ser madre.
El secreto que se esconde detrás de una decisión acertada es tener conciencia de algunas premisas. La esencia misma de la mujer es ser madre, aún más allá de la maternidad física. Cuántas madres conocemos que son tanto o más madres que aquellas que tuvimos la bendición de llevar en nuestro seno a un hijo. Y no me refiero sólo a las madres adoptivas, sino que pienso en esas maestras que contienen y conducen a sus alumnos, en esas fieles compañeras de trabajo en las que todo el grupo ve una “madraza”, porque siempre se preocupan por el otro, atentas a sus necesidades. En la enfermera, médica, abogada, científica, arquitecta, publicista, etc., a la que todos le piden consejo y brinda contención. Tomando ese punto de partida, si una mujer quiere ser feliz no deberá negar ese rol que hace a su esencia e indefectiblemente la hará sentirse plena, más allá de su estado, porque será madre de muchos en las situaciones que le toque vivir, más allá de la maternidad biológica. En la realidad social en la que vivimos, simplificando el espectro, podemos decir que nos encontramos con dos mensajes contradictorios:
La mujer debe realizarse personalmente y hacer lo que le gusta, que la familia de alguna forma se va a arreglar .
La mujer cuando es madre debe dedicarse a sus hijos y familia porque de lo contrario ese hogar está destinado al fracaso. El primero, al menos en las grandes ciudades, parece ser el más común y, lamentablemente, ha dado lugar a muchos desencuentros entre padres e hijos, como también entre los esposos, causando graves crisis familiares. Esto podría ser objeto de otra importante reflexión, ya que una sociedad que invita a hacer lo que se quiera bajo el principio de que todos tenemos derechos pero ninguna obligación, hace que la familia y la sociedad se desvincule en de sus objetivos naturales: dignificar al hombre y hacerlo realmente feliz. (Continúa en la pág. 10)
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La segunda afirmación, si bien tiene una esencia rescatable, nos invita a reflexionar sobre algunas cuestiones antes de tomar posición. En efecto, afirmar sin más que una mujer cuando tiene hijos debe abandonar su profesión y dedicarse de lleno a ser ama de casa, responde sólo a una creencia que predominó en la sociedad en un momento determinado y que se repite en la actualidad con realidades bien distintas. Esa pauta cultural parece decirnos que sólo se puede ser buena madre si no se trabaja fuera de casa. Y entonces... ¿qué hay de aquellas madres que no pueden elegir? ¿Están condenadas a ser madres a medias? ¿Y de aquéllas que, además de la maternidad para con sus hijos, sienten el llamado a ser madres de otros en el ejercicio de alguna profesión u oficio? ¿Deben dejar de trabajar fuera del hogar, porque con seguridad serán malas madres y sus hijos tendrán múltiples problemas?
Quedarse en casa y a abandonar todo proyecto fuera de la familia es en algunos casos, camino de felicidad y en otros, de una gran frustración. ¿Por qué sucede eso?
Una decisión así no puede tomarse al azar o según el sentimiento que acompaña una reciente maternidad (estado puerperal). Es necesario un meditado planteo individual de la vocación, del proyecto de vida o ideal personal, de poder conocer las fortalezas y debilidades y preguntarse ¿para qué Dios me trajo a esta vida? Para ello, resulta imperioso que esa mamá reflexione esas cuestiones, se haga un espacio para conocerse, advertir cuál es su proyecto y su compatibilidad con la familia. He aquí la importancia de la autoeducación que el P. Kentenich nos propone reiteradamente y ejemplifica con su vida.
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No se trata de decidir a las apuradas “me quedo en casa porque los niños me necesitan” o bien “porque pagarle a una persona que me ayude no resulta económicamente conveniente, si termino saliendo a trabajar por poca diferencia de dinero” o lo que es aún más terminante “una buena madre no deja a sus hijos por su profesión”. Es obvio que siempre los niños necesitan de sus padres, y en algunas cuestiones la mamá es insustituible así como lo es el padre en otras tantas, pero la decisión de quedarse en casa o seguir con la profesión, en la medida de lo posible, debe ir acompañada de un análisis de la esencia del ser de esa mujer concreta. Hay mujeres que deciden en ese ámbito y de esa forma dedicarse a su familia y lo hacen con suma felicidad sintiéndose plenas en las tareas hogareñas, haciendo de esas valiosas actividades una profesión en la que se ven reflejadas y realizadas. En cambio, la elección no resulta de la misma forma para otras mujeres en las que la opción ha pasado por mandatos culturales que nada tienen que ver con su vocación. Esas mujeres no se sienten felices, cumpliendo pautas o reglas y, a pesar del esfuerzo que hacen por poner amor en cada detalle, la frustración aparece y la culpa de aquellos que motivaron su elección está silenciosamente flotando en el ambiente. Hay algo que no encaja en su realidad y lo que no encaja es el proyecto de vida que hace a su ser con la realidad que asumieron vivir por otras razones distintas. Tal vez, esa mamá necesite para sentirse más plena, encauzar esa fuerza interior incontrolable que la impulsa a desarrollar su profesión, para realizarse aún más, incluso como madre. De qué sirve que se quede en casa, si no va asumir las tareas domésticas o la atención de los niños con el amor necesario para que todas esas tareas sean fiel reflejo de amor y de unión familiar? Si lo que hacemos por la familia, lo vivimos como una carga y no como manifestación de amor, seguramente encontraremos a una mujer reclamando permanentemente a hijos y marido por cada una de las frustraciones no resueltas que vivencia en su día a día. (Continúa en la pág. 11)
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(Continuación de la pág. 10)
En muchos casos, una mujer con tal frustración, ni siquiera identifica qué es lo que le pasa, menos aún lo hacen quienes la rodean, que pasarán a catalogarla como la “protestona” o como la “malhumorada”, con la que nadie quiere estar o hablar porque siempre está enojada, porque siempre hace reclamos. Situación que llevará a esa mujer a sentirse aún peor: se ha sacrificado por quienes apenas tienen ganas de compartir con ella unos pocos momentos.
Ninguna mujer será más feliz por el lugar o por las tareas que lleve a cabo, sino por haber sabido encontrar cuál es el plan de Dios para ella y por tratar de llevar una vida acorde a ese plan.
Sin duda, el punto de partida para tomar una decisión es, fundamentalmente, el amor y el reconocerse principal y esencialmente madre. Hay muchas mujeres que trabajan fuera de casa y asumen con felicidad, a pesar del cansancio, todas las tareas hogareñas. A su vez, manifiestan ante sus hijos el amor que ofrecen a otros en el ejercicio de una profesión, puesta al servicio de pequeños e importantes cambios sociales, bajo la influencia de “madres” que promueven en la sociedad valores más humanos. ¿Cómo no ver a una verdadera madre en esa mujer, aun cuando está fuera de casa ejerciendo su profesión? El Padre Kentenich dice que en cada persona es prioritario el cumplimiento de los deberes de estado. Por eso, una mujer que ejerce su profesión no pierde su esencia maternal, si asume con amor y responsabilidad sus deberes de estado. Con seguridad, en muchas ocasiones deberá dejar de lado su profesión o determinados cargos o propuestas, pero lo hará con tanto amor por su familia que su renuncia se teñirá de la dulzura y de la calidez que sólo la familia puede dar a esa mujer, con lo cual, la misma le permitirá crecer en el amor por los suyos y sin duda, sus hijos y marido la sabrán valorar, aunque tal vez no digan ni una palabra al respecto. Eso flota en la atmósfera del hogar, cuando una renuncia es motivada por el amor y no por mandatos externos y ajenos.
Seguramente la que se quede en casa por una propia opción meditada todo lo hará con una sonrisa y la que salga a trabajar fuera del hogar y a su regreso, deba preparar tal o cual tarea con su hijo, también lo hará con alegría y mucho amor. Ambas, siendo madres, serán felices haciendo cosas distintas, porque aun teniendo una misma esencia, somos distintas en el plan de Dios. El secreto está en ser fieles a la vocación que Dios ha dado a cada una, según la esencia que identifica a todas las mujeres: la maternidad. En ese esquema, toda renuncia que una madre deba hacer en su profesión, o en su trabajo, por su hogar o por sus hijos, jamás será soportada como frustración, sino como un acto de amor que nos hace cada vez más plenas y más mujeres, porque ratifica nuestra vocación que tiñe todo nuestro ser: SER MAMÁS.
Roxana Piña de Capria (Chana) Esposa y madre de dos hijos. Abogada especialista en Derecho Penal. Docente de la Facultad de Derecho UBA
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Autoeducación Palabras del Padre Fundador “La bondad de Dios nos regaló la voluntad libre. Desea que le devolvamos voluntaria y libremente este regalo inmenso. Él espera de nosotros esta donación sin restricciones y en plena libertad.” (9-3-1941) “Quien cumple la voluntad de mi Padre del Cielo, éste es mi hermano, mi hermana y mi madre”… El Padre es lo más supremo. Todo lo demás es secundario. ” (17-3-1941) Podemos cometer faltas, pero reconocerlas Alguien, con ironía, podría sugerirnos algunos consejos para una “mejor relación” con Dios y se trataría de decirle más o menos, así: ¡Buen Dios, no lo tomes tan en serio si de vez en cuando maldigo! Yo sé que me amas. Te ruego, no inquietes mi conciencia si ‘paso los límites’, porque podría surgirme un complejo de culpa que no puedo dominar. ¿No puedes convencer a todo el mundo de que yo no me equivoco? Muchos siempre lo afirman . Todos experimentamos que Dios no hace caso a estos ruegos. ¿Por qué? Para que reconozcamos nuestros límites. Para que no nos hagamos arrogantes. Para que aprendamos confiar en Él. Para que descubramos su amor. Para que distingamos entre lo que es correcto
o incorrecto. Para que comprendamos que Dios nos ama, no
porque somos buenos, sino porque Él es bueno. Para que volvamos a comenzar de nuevo. Para que aprendamos a ser bondadosos con los demás. El Padre Kentenich nos dice: “El sentimiento de culpa es algo original. Fíjense, si no hacemos caso a la conciencia, surge una voz interior, que nos reprocha. Es la voz de la conciencia. .. Muchas personas suprimen esta voz. ¿Y cuáles son las consecuencias? Es como si se formara, en el interior del alma, una capa. Una capa que aísla y que se pega en el alma... Entonces el buen Dios no puede tocar mi alma. AÑO 7 - Nº 72
Todo lo que hacemos, se queda en esta capa y no penetra en el interior, tampoco el sentimiento de culpa. En consecuencia, Dios no puede tocar el alma y nuestro interior no se vincula a Dios. Y hay algo más: como la persona no puede soportar el vacío interior, busca satisfacciones compensatorias. Como nada toca el interior de su alma, debe buscar distracciones desordenadas. Todo esto es consecuencia del hecho de que no se tolera y cultiva el sentimiento de culpa.” (Lunes por la tarde, tomo 2, pág.276) ¿Cómo podemos cultivar correctamente el sentimiento de culpa? Confesar sinceramente lo que sentimos como
culpa y escuchar conscientemente: “Yo te absuelvo...”, sabiendo que entonces, ya todo está perdonado. Cada noche, ‘conversar’ con Dios y con la Ma-
dre de Dios, presentándoles lo que nos pesa, con la convicción de que así, todo se ordena y encamina bien otra vez. El alma precisa el alimento apropiado Toda vida precisa alimento para poder desarrollarse. El cuerpo precisa alimentarse y el alma también. Este alimento debe ser bueno y puro. Puede ser, por ejemplo, amor, orientación, valores, impresiones y vivencias buenas y hermosas. Si lo que penetra en el alma no es puro, entonces sucede como si en un vaso de agua cristalina echáramos tinta. El agua se oscurece y no vemos más el fondo del vaso.
Continuando con la ironía, para tener una vida más placentera, podríamos pedirle a Dios : Buen Dios, no me hagas recordar los principios religiosos. Déjame elegir solo, según las costumbres modernas. ¡Hoy en día, todos lo hacen! Permíteme leer todo, ver todo lo que es sensacionalista. No quiero perderme nada, estar al tanto de todo. Quiero informarme de cualquier cosa, para poder charlar de todo. ¿Qué pasaría si Dios nos complaciera y dejáramos que nuestra alma se contaminara de tanta impureza? (Continúa en la pág. 13)
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El Padre Fundador responde: “¿Qué entendemos por ‘impresiones no digeridas’? ¿Qué se entiende por comidas no digeridas? Fíjense, si me trago un pedazo de cuero, no lo voy a digerir. Lo mismo vale para innumerables impresiones que entran en mi corazón o en mi alma y que no puedo digerir interiormente. Estas oprimen, no sólo en mi interior, sino en todo mi cuerpo, el estómago, los riñones... me enferman. ¿Comprenden lo que quiero decir? Todos sufrimos por impresiones profundas, no elaboradas interiormente. Debemos ‘pescarlas’ y descubrir lo que Dios quiere decirnos a través de ellas. Por ejemplo: tuve mala suerte en mi negocio. Perdí mucho dinero. Ahora la solución no es, salir y emborracharme, hundir la pena en alcohol, sino preguntar al buen Dios ¿qué desea decirme, cómo debo reaccionar?” No pocas veces, aceptamos voluntariamente impresiones que nos pesan. Y Dios lo permite, respetando nuestra libre voluntad. Así, el fondo de nuestro interior se queda opaco. ¿Cómo podemos aclararlo? Preguntar a Dios qué quiere decirnos. Dar nuestro sí al plan de Dios. Confiar en Dios. No volver a aceptar libremente semejantes impresiones. Distanciarse de las ocasiones que las reviven. Asimilar imágenes hermosas y positivas. Elegir buenos ejemplos, como modelos que impresionan y que influyen positivamente en nuestro desarrollo.
¿Quiénes fueron modelos para mí, en el curso de mi vida? ¿Para quiénes deseo ser modelo, darles un buen ejemplo? Es una tarea nada fácil, exige mucha abnegación y una sensibilidad muy fina. Lo logramos tanto mejor, cuanto menos nos lo proponemos, sólo debemos esforzarnos por agradar a Dios en nuestra vida cotidiana. El Padre celestial nos dio, sobre todo, a su Hijo como modelo insuperable y a la Madre, tres veces Admirable, como la gran Educadora. Ella es nuestro modelo y nuestra modeladora. Además hizo madurar a muchas personas como santos grandes y pequeños, que pueden ser para nosotros modelos e intercesores. Algunos lo encontraron en el Padre Fundador “En el Padre Kentenich me impresiona la fidelidad consecuente en su vida. Vivió fielmente todo lo que creía. En lo que reconocía como esencial, nunca entraba en negociaciones. Seguía el camino que había reconocido como objetivo y correcto. Para mí es un gran modelo para evitar las consecuencias de recorrer caminos torcidos, ya que, mucho más hoy día, estamos en peligro constante de hacerlo.” “Él es para mí como un padre que me guía a María y por Ella, a Dios. Me fascina que veía lo bueno en cada persona. Sé que me acepta así, como soy.” “Él nos ayuda a dar testimonio del Dios de la vida, a confiar en Dios y apoyarnos en Él. En Alianza de Amor con María, podemos arriesgar ‘el salto mortal’ de la confianza filial en la bondad y el poder de Dios, en todas las situaciones de la vida.”
Taller 1. En las situaciones difíciles ¿me pongo confiadamente en las manos de Dios? 2. ¿Recuerdo consagrarme diariamente a la Mater y ofrecerle todo como Capital de Gracias? 3. ¿Cómo podemos sacar provecho de nuestras debilidades, para crecer más?
Propósito para el mes:
Revista de la Rama de Madres
Siguiendo los pasos de Francisco en EEUU Dos días parecidos pero completamente diferentes
RAMA DE MADRES DEL MOVIMIENTO APOSTÓLICO DE SCHOENSTATT
23 de septiembre de 2015. Washington DC. La ciudad está vacía, en las calles sólo se ven autos de policía y en el cielo celeste, sólo aviones y helicópteros surcando un cielo increíble del otoño. Caminando sus calles, enseguida me acuerdo del 12 de septiembre de 2001, el día después del atentado a las Torres Gemelas y al Pentágono, cuando la ciudad también se encontraba así de vacía y sólo se veían patrulleros y aviones, surcando un cielo tan celeste como el de hoy.
ASESORA NACIONAL HNA. MA. BÁRBARA
Sin embargo ¡la diferencia es abismal! Aquel día, la gente se había quedado aterrada en sus casas mirando las fatídicas noticias. Hoy la gente se ha quedado trabajando desde sus casas, aconsejada por el gobierno federal para evitar congestiones con la llegada del Papa y sigue por sus pantallas, minuto a minuto, los pasos del Papa en Washington. Otra diferencia señalan los policías y fuerzas de seguridad. Aquel 12/9, mostraban rostros muy serios, tristísimos y también asustados. Hoy todos tienen una sonrisa pintada en sus caras y con los que puedo hablar, me cuentan que ya han visto al Papa o esperan verlo.
ASESOR NACIONAL P. ALBERTO ERONTI ramademadresarg@gmail.com
Decido esperar al Papa en una esquina de la Av. Massachusetts, donde un grupo de residentes argentinos se encuentran apostados con sus banderas celestes y blancas. En la esquina de enfrente, un grupo de musulmanes salidos de la mezquita, también esperan pacientemente el paso de Francisco. ¿Qué tiene este Papa que hace sonreír a los siempre serios policías americanos y que convoca a un grupo de musulmanes, sólo para verlo pasar? Creo que es su carisma y especialmente, la coherencia entre sus palabras y sus actos , lo que atrae multitudes. Una señora americana que pasa por la esquina nos dice: ¡Gracias por prestarnos a este Papa fuera de serie! Le decimos que ya no es nuestro ... Francisco ya es de todos.
Firmeza y ternura
Equipo Editor Editora responsable: M. Graciela Greco Asesores colaboradores: Hna. Ma. Bárbara P. Alberto Eronti
Colaboradoras: Ma. Cristina Simonini y equipo. Traducciones: Hna. Ma. Christvera Ma. Rita Pacheco
Diagramación: Ma. Graciela Greco
Jueves 24 de septiembre de 2015. Washington DC. 6 a.m. Fuimos con Patricia, mi amiga española, al Capitolio. Las entradas repartidas exclusivamente por los legisladores americanos nos permitían estar afuera del Capitolio, bajo sus balcones. Desde las 4 a.m. comenzó a llegar gente. La mayoría americanos dispuestos a esperar que a las 10 a.m. comience el esperado discurso al Congreso americano. Después de una cálida bienvenida, bastante inusual en los inmutables americanos, el Papa venido desde el fin del mundo comienza su discurso, leyéndolo lentamente en inglés, esforzándose en pronunciar cada palabra, para hacerse entender y tocar el corazón de estos americanos. Sus palabras no son condescendientes y no evita ningún asunto escabroso o polémico, al contrario, se anima a tocar todos los temas que merecen atención con su firmeza habitual, pero con una ¨ternura¨ que hace emocionar a muchos. La inmigración, el divorcio, la portación de armas, la pobreza, la desigualdad, todo es puesto sobre la mesa. En el recinto, los legisladores lo interrumpen una y otra vez con aplausos y afuera, las personas paradas al rayo de un sol que a esa hora ya quema, aplauden y vivan las intervenciones magistrales de este Papa. Desde el césped, vimos el discurso a través de pantallas que nos mostraban el rostro de Francisco, en paz y con la confianza de saber que estaba cumpliendo con la misión de Dios Padre. En esta tierra de ‘lobos astutos’, no se parece en nada a una oveja amenazada, sino todo lo contrario, Francisco es el Pastor que un rebaño de ovejas perdidas estaba añorando. Lo mejor es cuando sale a dar la bendición. Habla en castellano y, como siempre, pide que recemos por él. Sin embargo, con esa humildad que ya es su marca registrada, esta vez agrega: “Para los que no creen en nada les pido que me deseen cosas buenas”. Nos vamos del Capitolio sintiendo que hemos presenciado una jornada histórica y que a partir de este día el corazón de muchos habrá sido cambiado. Ojalá pronto veamos plasmado en medidas concretas, el paso de Francisco por estas tierras.
Julieta Moreno