Cuerpografía

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cuerpograf ía

BARRO taller de experencias poéticas primavera, 2019

cuerpograf ía


Gustavo Cabrera

«Leo mi muerte en los ojos de los demás» Arte en flujo / Boris Groys – 1ª ed. – CABA: Caja Negra, 2016.


Lxs sucixs somos escritura danzantes imperceptibles a la mirada veloz, al contornearnos transpiramos ruidos y silencios. Esta m o s

t a n

cansadxs

de respirar este clima de época desesperanzador, generador de auto-inmovilidad, el abuso mimetizado de colectivización, una lengua tilinga nacida en la violencia, carente de humor, llena de números y cosas. La falta de conciencia y de meditación sobre las actuales producciones profundiza la crueldad moralizadora, aquella que goza precarizando la vida


Lxs sucixs experimentamos la desobediencia, inhalando el miedo, abrazando el dolor para abandonar el cuerpo individual y así tomar nuestrxs cuerpxs de placer y de goce. Una suerte de ejército de sufrimiento posesxs de la más hermosa suciedad funcionando amorosamente en el histórico proyecto de los vínculos. La luminosidad de nuestras tristezas organiza el pesimismo, esa es nuestra pura potencia. Nos vaciaremos de todo ornamento, mirando hacia atrás todos aquellos paisajes que han desaparecido y los nombres que hemos perdido Lxs sucixs estamos ocultxs a los reflectores mediáticos de la imagen.


Estamos desparramadxs en hermosos jardines cultivando la posibilidad del encuentro, a partir del contacto floreceremos como diablxs tiernxs productorxs de bolas de fuego. El hedor, nuestra fuerza, nuestras experiencias indestructibles. Con pocas palabras, con hermosos afectos, a pesar de todo, nos reencontremos conscientes en algĂşn momento inestimable respirando el histĂłrico proyecto de los vĂ­nculos, inaugurando nuevas miradas.

Estamos deseosxs de morir, de caer y finalmente fl u i r

.





Flor meyer

Cuando tenía apenas unos siete u ocho años y mi papa llegaba de trabajar, yo me escondía un poco para no tener que saludarlo, me daba vergüenza, miedo, siempre todo parecía que iba a estallar, una sensación de no saber muy bien qué hacer ni que decir, para colmo éramos ruidosas de chicas con mi hermana agu, ahora también, de vez en cuando nos dice ¿van a crecer? Todavía me da un poco de miedo decirle que ya crecimos.

PUEDO

decirte y decirme que por primera vez en este proyecto moder-

nista de vida comencemos a volver al cuerpo, que nos dejemos caer al abismo del no sentido de la razón, que podamos reconocer la caducidad de la mente patriarcal y veamos como todo se vuelve permeable y poderoso.

Hay que saber que este viaje es un descenso a lo que no puede ser traducido, es como las aguas marrones que bajan hacia un caudal mucho mayor, son sabias, no retroceden, aunque su destino único y verdadero sea caer a la inmensidad misma del océano y perder su forma, transformarse; y así ya libres de todo sentido pleno, materia de ensueño imaginante, saben que no necesitan de la paráfrasis.Son lo que son.


la memoria los suxios somos ríos de aguas marrones, conectamos con la densidad de la tierra barro ya somos agua ya somos tormenta y también lago, nos dejamos guiar por el ritmo de los vientos y reaccionamos, quemamos, nos hacemos energías fuegos.

PUEDO decirte y decirme que nos soltemos de una buena vez de este mandato histórico del ego patrístico, que dejemos de ser guerrerxs y depredadorxs que ¡por fin! conectemos con la sensibilidad piel, la sensibilidad sutil y amorosa de estxs cuerpxs que rechazamos y llevamos a cuesta de nuestro cerebro racional intuil y enfermamente. Tenemos ese poder, alimentemos ese nido, generemos un sistema de rasgos, qué en el límite del cerramiento de los cuerpos, justo en sus bordes con los paisajes contenedores, ya no se piensen en relaciones de dependencia, de dominio y sumisión, y de la compulsiva obediencia, ya que estas son las mismas que nos enajenan y que constituyen distorsiones, falsificaciones y caricaturas del amor. Busquemos la fractura de sentido. Usemos los cuerpos presentes. Hay algunas encarnaciones de lxs sucixs que son llamadores guías para los cuerpos presente; la vemos en la sensibilidad de lo común, de lo que se repite como los días y después la noche, los meses y los años en ese ritmo que se nos


escapa de la sorpresa porque andamos dormidxs, porque lo llamamos despectivamente rutina. Hay unas plantas de hojas violetas feas que están por lo general en la casa de las viejas. Nunca le prestamos atención, pero aunque no lo hagamos, aunque no lo sepamos porque estamos ocupados en alejarnos, son plantas brujas y cuando florecen transmutan. Tiran unas lucecitas azules violetas y ahí recién te das cuenta que son bastante sensibles a pesar de ese aspecto a tierra vieja que siempre conservan. Basta con seguir el período de floración para entender la luminiscencia de los pétalos llamando a otrxs, atentxs y vivxs. La sombra nos habilita la expansión, en el fondo de los jardines hay unas plantas parecidas a los tártagos en su sensación de humedad y pelos, desparramándose y creciendo por todos lados, sin regla sin orden. Tienen eso que tiene la sombra, lo manchado, lo desprolijo, difícil de captar, indisciplinado. Unas ramas que comienzan, por un lado, pero no sabes dónde terminan de verdad, porque desaparecen, mueren, se convierten en una gran única planta parásito engrisado y a los pasos encontras un brotecito verde y vida de nuevo. Son verdaderos cuerpos paisajes mutando sus formas orgánicas, pendulando entre lo que se deshace en su sitio y lo que mágicamente se amplia y crece. Un profundo contraste maravilloso. La ternura desenfadada como veneno propagador viene de unas rosas, rosas claritas y pálidas, vaya a saber unx el nombre. Tienen un perfume dulce, unos aros de perlas blancas brillantes y uñas largas, son las llamadoras de la intuición. Basta con sentir el dolor profundo de un pinchazo para volver al instinto, al niñx. La capacidad amatoria que es la ternura, mi hermana agu y yo riendo.





Me escribió una vez un gran amigo reidor: «el único presente que nos merecemos es uno sanador con aromas dulces, porque del malestar ya supimos»




Marianela casado

En marzo de 1572 el virrey Francisco de Toledo, desde Cuzco Perú, envía una carta al rey de España Felipe II. En esta carta el virrey Toledo le transmite al rey el peligro y la amenaza que representaban los mestizos. Palabras textuales del virrey: «Vuestra Majestad tiene prohibido por sus cédulas reales que no consienta traer armas a los mestizos, hijos de españoles y indias […] mande que se ejecutase con rigor […], aunque no sin querella de muchos de los mestizos, que alegaban unos que no se debía entender con ellos por ser hijos de conquistadores […], otros […] que eran casados, otros que eran hijos de encomenderos y otros que por sus personas habían servido en algunas entradas y descubrimientos. Y ayudábanles los padres y parientes vivos con la representación de la calidad de sus personas y los servicios que han hecho a Vuestra Majestad» (Ares Queija B. 2002, p.121)

Prohibir el uso de armas a los mestizos representaba una advertencia sobre el peligro potencial que significaban estos sujetos, los mestizos. La cédula real venía a representar una política de segregación y exclusión racial. ¿Quiénes eran los llamados «mestizos»? ¿Quiénes los denominaban así y por qué? En las primeras fuentes documentales la sociedad paterna los llamaba: «hijos de españoles e indias». Posteriormente comienzan a llamarlos «mestizos» a los hijos de españoles e indias, «mulatos» a los hijos de africanos y europeos o de africanos y nativos americanos o también eran conocidos


como «zambaigos», nombre utilizado para referirse al hijo del africano y amerindio en el Perú del 1560. Estos sujetos eran llamados de tal modo por la sociedad paterna para dar cuenta de su ilegitimidad y de la mala inclinación que los caracterizaba, era una forma de diferenciarlos y dar cuenta del potencial peligro que implicaban estos sujetos nacidos de relaciones momentáneas o duraderas. En estas relaciones la unión no tenía ninguna validez legal, por lo que fueron pocos los que permanecieron en la sociedad paterna. Muchos fueron abandonados por sus padres y unos pocos reconocidos como hijos. Desde 1505 las leyes de Toro distinguía dos categorías de hijos ilegítimos: los naturales que eran aquellos cuyos padres, en el momento de ser engendrados o al de su nacimiento, hubieran podido contraer matrimonio, y los espúreos, que eran todos los demás ilegítimos (incestuosos, adulterinos, sacrílegos, etc.). Los huérfanos mestizos representaban una preocupación para la Corona española, ¿cómo limpiar la sangre de los hijos de españoles e indias? ¿Qué ocurriría con estos hijos huérfanos cuidados por la familia materna? ¿Cómo evitar la transmisión de costumbres y creencias indígenas? ¿Cómo limpiarles la sangre? Las medidas tomadas, los gestos de solidaridad y la preocupación por los mestizos eran parte de la cotidianeidad. En 1551 se crea, a pedido del virrey, una casa de acogida para proteger huérfanas mestizas. Las niñas andaban perdidas entre los indios y no tenían una buena protección familiar. Para los europeos, los mestizos estaban en peligro, esta idea podía verse reflejada en una Real Cédula enviada a la Audiencia de Lima en la que se planteaba el peligro y la necesidad de recoger y educar mestizos: «[…] vos mando […] con mucha diligencia y cuidado os informéis y sepáis


qué hijos e hijas de españoles y mestizos hay en esa tierra que ansí andan perdidos y recojáis y proveáis de tutores que miren por sus personas y haciendas ya los varones que dellos pudiéredes poner a oficios, los pongáis a oficios y con amos y a las mujeres con personas a quien sirvan y tomen buenas costumbres, y a los apremiéis a ellos y a los que no pudiéredes por estas vías y otras que allá os pareciere remediar, pongáis en un colegio a los varones y a ellas en alguna casa recogida donde coman cada uno de su hacienda y los que no la tuvieren, les procuréis limosnas de que se sustenten […] y si alguno de los dichos mestizos o mestizas se quisiere venir a estos Reinos, darles heis licencia para ello» (Ares Queija B. 2002, pp. 132-133)

Los llamados mestizos tenían institucionalizado el camino para limpiar la sangre. Por un lado las mujeres en las casas de acogidas serían educadas en la cristiandad, con buenos modales y aprenderían de las labores femeninas; por el otro los hombres en los colegios debían instruirse en los oficios funcionales a la economía colonial.

A pesar de los intentos, la transformación de estos sujetos implicaba una dedicación que alcanzó un pequeño número de mestizos. En su mayoría los mestizos e hijos ilegítimos fueron criados entre las familias maternas, lo que


trajo como consecuencia una mayor influencia indígena en su constitución socio-política. Los europeos venían advirtiendo sobre el peligro que significaban, ¿qué pasaría con los primeros mestizos que habían huido de la educación brindada por europeos? ¿Qué harían los europeos con los mestizos que andaban como vagabundos entre las escalas más bajas de la sociedad colonial? ¿Cómo podían frenar las relaciones interétnicas? ¿Cómo recuperarían esos individuos perdidos entre los indios? Para el año 1560 en Cuzco comienzan a aparecer rumores sobre posibles sublevaciones mestizas co-protagonizadas en conjunto con indios. La amenaza de que los indios, los mulatos y los mestizos, se organizaran y construyeran alianzas, era uno de los peores miedos. El mestizo era percibido como un sujeto que podía entender y formar parte del mundo europeo. También el mestizo era un sujeto indomable, peligroso y amenazante que había podido construir una otredad diversa, podía estar con indios y mulatos. La agencia política de estos sujetos se vería reflejada en las organizaciones y futuras rebeliones andinas de Perú de 1700. Claramente los mestizos habían seguido la naturaleza de las madres. Los intentos de prohibir el uso de las armas y encerrarlos no tuvo buenos resultados. Con los años la percepción del mestizo estaría cada vez más próxima al mundo indígena. Las madres les habían transmitido las formas de comer y beber, las formas de vestir, las prácticas religiosas, las formas de organizarse y de pensar lo comunitario, en palabras de un Jesuita rector de un colegio de Cuzco: «En todo este reino es mucha la gente que de negros, mulatos, mestizos y otras muchas misturas de gentes […] Esta gente se cría en grandes vicios y libertad, sin trabajar ni tener oficio, comen y beben sin orden


y críanse con los indios y indias y hállanse en sus borracheras y hechicerías, no oyen misa, ni sermón, en todo el año sino alguno muy raro y así no saben la ley de Dios [...], ni parece en ellos rastro della» (Ares Queija B., 2002, p.141)

El mestizo era un sujeto que no era español ni indio, era un híbrido peligroso, estaba empapado de la vida materna pero también podía pertenecer a la vida paterna. ¿Cómo frenar estos hijos ilegítimos y potenciales rebeldes? ¿Cómo limpiarles la sangre? La existencia de mestizos ponía en crisis constante el modelo colonial y las medidas tomadas para rehacer el territorio americano. En el siglo xvii los españoles comenzarán a pensar en la posibilidad de fundar un pueblo para mestizos y mulatos, con el fin de aislarlos de los indios. (Ares Queija B., 2002)

Referencia bibliográfica ares queija, berta «‘Un borracho de chicha y vino’. La construcción social del mestizo», en gregario salinero (éd.) Mezclado y sospechoso. Movilidad e identidades, España y América (siglos xvi-xviii), Colección de la Casa de Velázquez (90), Madrid, 2002, pp. 121-144




Nicolás cuello

Era un domingo soleado. Yo me había despertado con el mismo dolor de siempre en los intestinos. Ese dolor con el que convivo diariamente hace no se cuanta cantidad de años. Parece un mal chiste. Pero es increíble guardar este secreto. El mundo sigue. Los mensajes llegan. Las personas hablan. Todo, mientras el dolor no se va. El cuerpo acostumbrado. Tengo demasiada energía, ese es el saldo positivo. Me doy cuenta que incluso a pesar del dolor, puedo. Una ilusión idiota que me inserta en el mundo de los que existen enserio. Te decía, ese domingo me sentía cortado. Como si el cuerpo nunca hubiera sido uno mismo. Lo que me enseño mi propia experiencia con el dolor es que tengo que distraerme. Olvidar. Perderme. No tomarme enserio nada. Abandonarme. Reír. Por eso siempre busco ver alguna cosa que me parezca absurda, o en otros casos también detenerme en imágenes ingenuas, inofensivas, infantiles. Polos opuestos al guion de mi propia conciencia que se orienta por la hiperproducción, la autoexigencia y el fracaso constante. Pero bueno, ese


día, temprano, camine para distraer el pensamiento. Fui hacia la plaza de siempre. Esa que era un cielo brillante llena de tesoros cuando estaba enamorado y solía hurgar en compañía ajena por imágenes del pasado para luego inventar historias, fantasías interminables que dibujaran una familia a nuestra medida. Ahora esa plaza, es lo que es. Solo una plaza. Por suerte. Creo que la prefiero así. Los arboles están de pie. La sombra es abrigada. Hay olor a podrido donde el agua se estanca. De noche la gente tira preservativos llenos de semen y mierda al lado de las flores amarillas que duermen cuando no hay suficiente luz. Eso, una plaza. En su justa medida. Te decía, ahí revolví sin parar, cajas y puestos de diario como siempre. Entro en una desesperación que me hace olvidar lo que me duele. Me corre una ansiedad por leer rápido, identificar, encontrarme. Sé que somos miles. Sé que somos inevitables. Me busco. Busco. Pienso en una familia. Pienso que estoy muy solo. Pienso sobre lo que busco. Busco. Me corto los dedos. Dejo una gota de sangre caer. Me rio como un perverso, porque veo mi sangre esparcirse, marco territorio, construyo una isla, me dejo dañar y daño a propósito lo que me rodea. Sonrío, y sigo adelante. Entumecido, cansado, transpirado. Lágrimas de impaciencia me recorren la frente, la nuca, el sol me da directo en el rostro. Los ojos me brillan tanto como a ese abuelo que abandono a mi madre. Todo sucede al mismo tiempo. Nada es importante. Nada es dramático. Todo me resulta común, natural, todo está en su lugar. Hasta que encuentro una revista porno muy vieja, que me deja sin aliento. Una revista que tenía paginas arrancadas, como hilachas de una trampa pegajosa.



Siento una energía que me imanta, que me captura y hace que me enrede en lo que toco. No suelo comprar ese tipo de cosas porque confunden la dirección de mi colección. Pero la llevé porque me parecía importante lo que me había hecho sentir esa imagen. Cortada, llena de hongos, completamente manchada. La tinta que daba forma a esos cuerpos desnudos totalmente estallada. Sobre los bordes, algunas páginas pegadas entre sí. Los márgenes agrietados de tanto ir y venir de las páginas. Mover y volver. Avanzar y retroceder en el sexo quieto. Un glosario de fantasmas sin sábanas. Que increíble. Tengo un lugar. Creo. Sí, tengo un lugar. Corro a mi casa, mientras siento en el colectivo el olor a mugre que emano, cuanto se trasparentan las imágenes en bolsas baratas que dicen gracias por tu compra. Siento una mezcla entre adrenalina, ira, tristeza profunda y desencanto con mis propios lugares comunes. Me encuentro fascinado y aburrido en mismas proporciones sobre este mecanismo obsesivo que construí para lidiar con mi experiencia viva. Vuelvo, vuelvo a mi escondite. Me siento con el mate recién hecho y leo cada renglón. Leo, leo y leo, cada rincón. Busco, otra vez algo. Busco, Escucho, siento la textura del destrozo. Miro hasta el último pliegue de esas pieles morenas. De esos penes enormes llenos de pelos. De esos bigotes gigantes como nubes de testosterona que pronto estarán llenos de perlas celulares blancas como el vacío. Pasa el tiempo, estoy completamente perdido en esto. El día se apaga, pasa rápido. Me doy cuenta que me pica la piel. Me rasco. Me rasco más fuerte. Me alumbro con una pequeña lámpara. Me doy cuenta que tengo la piel completamente marcada por


círculos rojos. Ronchas. Comido, mordido. Ese lugar que busque y encontré. ¿Me rechaza? Me desvisto angustiado. Miro mis piernas, llenas de pequeñas líneas rojas que marcan el destino de un insecto invasor. Miro mis brazos, tengo círculos, tengo diagonales enloquecidas, tengo manchas de pequeñas mordeduras. Pulgas, ácaros, sarna o garrapatas. Algo de todo eso. O quizás es el pasado. O quizás es el presente. Pero me quedo en silencio y noto algo particular. Mi cuerpo habla y me siento agradecido. Todo me condujo a esto. A pensar en la manera que mi cuerpo habla sin parar sobre la necesidad de un hogar. A registrar la única y verdadera mancha. La que carga mi cuerpo exiliado. Mi cuerpo cancelado. Mi cuerpo incapaz. Me da mucha vergüenza reconocerlo, pero tardé demasiado en darme cuenta que mi piel era de color. En ese momento algo cambio realmente para mí. Me sentí manchado. Y eso abrió lugar para una experiencia ancestral en mi escucha. ¿Qué son todas estas manchas que me toman? Mi piel, mi tristeza, mi soledad, mis decisiones, mi deseo. La mancha en algo. La marca en algo. Lo que sobresale, lo que se nota, lo que ocupa espacio, lo que demuestra relieve, lo que se diferencia. La mancha, como una forma de vivir contaminado. La mancha, como una forma de vivir cargando un virus que me demuestra infecto. La mancha, esa manera especial de hacer de mi diferencia el sonido que estalla el vidrio ajeno. Una mancha, un desarreglo sensible. Una mancha, algo que posiblemente no pueda ser quitado. Algo que se arrastra. Todo me conduce a esto. A pensar en el lenguaje de mi cuerpo. Una mancha, amor, solo una mancha. Pero no te confundas, no me estoy quejando. Me siento agradecido, como te dije recién. Hasta me arriesgaría a decir, tan solo una mancha, tan solo un milagro. Mi mamá me contó que cuando nací, tenía el cuerpo completamente revestido de pelo, especialmente la cara. Con el cuerpo completamente amarrado sobre mí mismo, los brazos cerrados, los puños hechos un nudo, con la mirada


dormida detrás de un párpado rechazando la luz, lo primero que dijo fue: ese no es mi hijo. Me negó en voz alta. Ahí empezó mi exilio. Es que no sabía qué hacer, me confesó, parecías una pequeña bestia, con el cuerpo oscurecido...


El viaje que de a poco te cuenta al oĂ­do, en un idioma que desconoces, la profunda historia de la sombra. Esa luz propia que emana tu piel.


agu mey


Me despierto. Estoy sola en la cumbre de la montaña al amanecer. Salgo de la carpa y la neblina me abraza entera, no tengo frío, o no lo siento. Camino entre las plantas y encuentro un lugar alejado, me agacho.. Cierro los ojos porque me puedo concentrar mejor. Algo pasa. Un silencio total llega a mis oídos. Siento el pis salpicando mis tobillos y el vapor elevándose, pero no escucho.


Abro mis ojos y aparezco parada, la montaĂąa sigue debajo de mis pies, pero esta vez las nubes estĂĄn debajo. Tapan todo y yo solo veo las plantas desapareciendo en picada, cumbre abajo. Me doy vuelta, veo: los cuerpos de mis amigos y amigas, mi hermana, mis padres, mis hermanos, todos y todas: tendidos en el suelo. Algunos caen rodando y desaparecen entre las nubes, otros quedan atrapados en las plantas, otros solo estĂĄn pĂĄlidos detenidos como estatuas, detenidos en el tiempo.

Empiezan a aparecer sombras y trepan hacia mi.


Espero. Se acercan. Disparo, tengo un arma en mis manos, disparo contra esas oscuras siluetas, fantasmas sin rostro, siento la ametralladora, la tensión invade mi cuerpo que se vuelve estático, duro y estático, estoy congelada. Pero de cada disparo solo salen palabras, palabras que queman, que arden, salen como balas, cruzan el aire líneas incandescentes, pero no se escucha nada. Todo se vuelve transparente y los disparos atraviesan cualquier tiempo y espacio, no se detienen. Me rodean… Me despierto gritando. No puedo respirar, me ahogo. El aire está atascado todo junto en mi pecho, me estoy muriendo. En cada bocanada de aire trato de largarlo, mi cuerpo reacciona por cada cosa, no quiero que me toquen, mis brazos me rodean, quieren protegerme. Con los segundos, me estabilizó y mi desesperación se desvanece cada vez un poco más, y con cada exhalación: lloro, me hago un bollito, desnuda, y lloro.


Pienso ¿Qué es un cuerpo? Llega un momento en el que uno pierde la conciencia de cuánto y de que le esta metiendo a su cuerpo. Digo, alimentarse no es sólo con comida ni por la boca. Nos alimentamos por la nariz, por los poros de la piel, por los ojos, por los oídos. Consumimos hasta que no nos damos cuenta cuánto ni qué. ¿Cuantos golpes aguanta el corazón? ¿cuantos el cuerpo hasta erosionarse? ¿qué es un cuerpo tan poco consciente de sí mismo? No es necesario llegar a los límites para saber hasta donde llegar. Un orificio en el cuerpo permite el ingreso y egreso, las vibraciones, el movimiento, la energía, llegar al alma, si existe, sentir el alma. Yo aprendo todos los días a ser consciente, a vibrar, a dejarme atravesar por cada circunstancia, a movilizarme. Aprendí a abrazar, aprendí a abrazar, aprendí a abrazarme. Me desperté. Creo en la existencia de algo más que un cuerpo. Cuerpos como refugios, no sólo como campos de batalla, mechados por balas y balas de palabras no dichas, de palabras que se pudrieron, de palabras que brotan desde el resentimiento, de palabras que hieren, que destruyen. Creo que somos más de un cuerpo muchas veces. Somos refugios de cuerpos. Creo que hay que cuidar al cuerpo refugio que nos toca y todo lo que contiene, lo que entra y lo que sale. Y si hace falta, y si es necesario, abrazarnos y ser refugio de otros y otras.


Texto construido gracias a palabras de ayacow en su fanzine «refugios» y a Isabel Allende en su novela «el plan infinito» Que siempre se libere la expresión para apropiarse, trasmutar y multiplicar.




Participan de esta ediciรณn Gustavo Cabrera, Florencia Meyer, Marianela Casado, Nicolรกs Cuello Agustina Meyer


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