Seabrook Calder - Distrito 4

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DISTRITO 4 PESCA

Seabrook Calder


La Cosecha 1

Una parte de la red se ha quedado atascada mientras intento sacarla. Hago dos o tres jalones hasta que por fin sale del agua; agua fresca y salada que me salpica bajo un sol de las siete de la mañana. Nada. Una vez en el bote la reviso y me doy cuenta que no he pescado nada más que chatarra con moho y algas. Suspiro y decepcionado desenredo los cachivaches para tirarlos de nuevo. —Ni una… sola… pesca… —hablo solo totalmente frustrado. Tiro uno a uno los desperdicios pensando en lo inútil que soy una vez más. Entre la chatarra, me encuentro un espejo roto; un destello de luz brota de él por el reflejo. —¡Ja! —suelto. En él puedo ver la imagen de una asquerosa criatura. Un monstruo capaz de espantar a cualquier niño de kinder. La imagen de la desgracia misma: yo. Odio ver mi cara en cualquier espejo o cosa reflectante que me recuerde la horrible marca con la que nací. Ocupa gran parte de mi rostro; roja y totalmente visible para quienes les


gusta burlarse de mí. —Oye, tu marca parece el mapa de Panem —oigo pequeñas voces en mis recuerdos. “Seabrook Calder, su cara parece un tomate”. “¿Qué veo aquí? Una estrella de mar, en la cara de Seabrook, siempre habitará”. Canturreaban en coro un verso tras otro. Arrojo de un solo el pedazo de vidrio hacia un lado del barco, volviéndolo pedacitos. Vuelvo en sí para darme cuenta de que otra vez fue un producto de mi impulsividad. Recojo los pedazos para seguir en mi búsqueda de más peces. Tomo la red para tirar los últimos desperdicios que saqué del mar hasta que veo un pequeño cofre que se abre para revelar las muchas joyas que contenía dentro. Son de plástico, sin duda. Están rotas y desgastadas, su color totalmente perdido, nada valioso que tomar. Me detengo un momento hasta que veo algo que sí brilla y no es un espejo. Un anillo con una piedra preciosa. Silbo en señal de asombro mientras la levanto en dirección al sol para examinar. Entrecierro los ojos para leer las letras muy pequeñas grabadas:


Mercer. El nombre de una familia de famosos mercaderes aquí en el distrito 4. Al parecer fue tirado por equivocación. Contemplo un rato más el anillo hasta decidir guardarlo en uno de mis bolsillos.

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Camino hacia la casa pensando en qué haré con mi nuevo hallazgo. Quizá pueda venderlo en el mercado negro. Tendría que ponerme una capucha o algo para que no puedan reconocerme. Sonrío a mis adentros por el excelente plan que tengo. —¿Otra vez con las manos vacías? —me habla mi papá sentado desde su cocina. —¿Y así quieres que te lleve conmigo al trabajo? Al paso que vas lograrás algo en tu vida cuando cumplas ochenta años —añade. Su timbre de voz es rasposa, como la típica voz ronca de un señor de su edad. Toma su puro para volver a fumar. —Déjalo tranquilo —añade la voz melosa y hogareña, por supuesto, de mi mamá. Su olor a jaboncito siempre lo tengo impregnado en mi memoria aunque lo tape el intenso humo del tabaco de papá. Siempre me levanto temprano para ir a pescar. Se supone que debería de estar trabajando con los otros chicos pero no me dejaron porque dicen que solo soy un estorbo. La verdad es que no me gusta estar con más gente a mi alrededor, así que a propósito actué mal al momento de hacer las pruebas. Igual, no fue difícil por la cantidad de cosas que


las personas dicen que hago mal, en especial, mis padres. Así que todas las mañanas me mandan a pescar. Lamentablemente, que me esté yendo mal no es a propósito. ¡¿Por qué tengo tanta sal?! En la escuela no tengo tantos amigos. De hecho, no tengo. Desde pequeño siempre sentí que no encajaba, todos se esmeraron tanto en recordármelo que cuando llegaba alguien a mi vida con buenas intenciones lo estropeaba. ¿Mi vida amorosa? Ni de preguntar. Si mis relaciones personales van así de mal, ni siquiera me veo en un futuro haciendo planes con alguien. Ni siquiera podría pensar en una boda. Me causa rabia y enojo tan solo pensarlo pero en el fondo sé que hay tristeza. Llego a la escuela, me siento en la parte de atrás y escucho la hora y media de la clase de literatura. Mi mente da vueltas y vueltas, sin poderse concentrar. Veo al reloj esperando para ir a entrenar. Aunque no seamos el distrito con más ganadores como el 1 y el 2, nos están capacitando para que uno de nosotros en años futuros lo pueda lograr. Cómo me gustaría ser yo. Les demostraría a todos que se equivocaron. Sus burlas y su acoso, se los haría tragar. Los haría, por fin, pagar. Mientras yo estaría en el Capitolio, disfrutando de los mayores placeres, quizá disfrutando de la atención de muchas chicas, siendo guapo y adinerado. Talvez, Jessica me haría caso. Había una vez, un ogro que se enamoró de una princesa. No hay final feliz para mí, a menos que algo externo cambie. Suspiro mientras la veo sentada desde la ventana del salón de clase. Su cabello liso y brillante, su piel bronceada y sus hermosos ojos marrones que en este momento se encuentran viendo a la pizarra. De repente, miran hacia el chico que está una silla más adelante de la fila a la par de ella. Chuck, el típico chico guapo, popular que todas las chicas y los maestros aman. Clavada su mirada en él no para de mirarlo de arriba abajo. Una punzada nauseabunda se cuela en mi estómago y un circuito eléctrico que va desde mi columna vertebral hasta mi pecho, conteniendo mi respiración. Celos, le llaman. ¡Jamás me fijaría


en un gordo asqueroso como tú! fueron sus palabras al contarle que me gustaba. Fue hace años. Luego, con el entrenamiento y la pubertad; músculos y una voz más gruesa fueron apareciendo, pero no ha sido suficiente para convencerla. No la culpo, ni yo estaría conmigo. Quizá si la sociedad fuera diferente, si fuese ciega o viera con otros ojos. El timbre de salida me devuelve a tierra. Aparto mi mirada de Jessica en cuanto se levanta de su asiento. Nos dirigimos hacia el centro de entrenamiento, pronto será la cosecha y todos están emocionados por saber qué cambios anunciarán en los juegos de este año. Un murmullo viene del tumulto de chicos a un lado de mí. —¿Me pregunto quién tendrá la suerte de estar en los juegos de este año? O bueno, si no es que algún chico o chica voluntariamente irá —dice una de las chicas del tumulto. —Como casi todos los años, siempre voluntarios. Lo cual no está mal, digo. Si me eligieran a mí a una edad de 12 o 14 obviamente no querría ir. ¡No me sentiría lista! Creo que a los 17 o 18 es una edad ideal —añade. —Escuché que Chuck va a pedir muchas teselas para poder entrar más jóven —dice una de las chicas más tímidas del salón. —¿Qué? ¿Cómo? —cuestionan. —Parece que quiere romper un récord o algo así. Ser el más jóven en ganar —baja la voz al decir eso último, como si la frase fuese un arma mortal. Todos se sorprenden. —¿Me pregunto si fue idea de él o si fue idea de Jessica? Como ella siempre quiere ser el centro de atención —todas se ríen al final cuando menciona eso. Nadie lo suficientemente jóven como nosotros estaría dispuesto a participar voluntariamente. Se necesitan más años de entrenamiento, incluso mi padre, un importante marinero, piensa que yo jamás debería participar. Sí quizá la vida lo hubiese dotado con otro hijo diferente a mí. Tampoco mis maestros


creen que sería buen material. El año pasado hice un desastre con el arreglo de la cosecha, botando las luces que colocaron en el lugar. Regreso a casa después de todo. Voy a mi cuarto como de costumbre cuando mi padre me dice que me quede en la cocina. —Seabrook, ven acá —me habla en un tono serio. —Dime —respondo. —¿Esto? —pone el anillo de esta mañana en la mesa. Por un demonio, solo esto me faltaba. —¿Dónde lo encontraste? —continúa. Cierro los ojos y suspiro, pensando correctamente las palabras que tengo que decir antes de que mi impulsividad me gane. —Lo… lo encontré esta mañana, pescando — digo la verdad. —Mientes, ¿de dónde lo sacaste? ¿Lo robaste? —se dirige hacia mí histérico. —No, no lo robé. Iba a decírtelo, lo iba a devolver — miento. —Es lo que me faltaba. Un Calder ladrón. Deshonrando nuevamente el apellido de la familia. Un apellido que significa mucho para nosotros y tú… —de la rabia que no puede ni terminar. Levanta su brazo, a punto de golpearme pero mi madre se interpone entre nosotros dos. Finalmente me dice —Solo vete a tu cuarto. Yo veré como lo resuelvo.


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El cielo se encuentra nublado, un clima no muy usual para esta época del año. Está prohibido ir a la costa por precaución. Papá todavía sigue enojado, dispuesto a ir hasta la casa de los dueños del anillo con el fin de devolverlo. No se da cuenta que podríamos tener aún más lujos que las cosas que tenemos si lo vendemos, de verdad, no piensa. Todo por no creerme aunque diga la verdad. Aún con todo y tormenta nos hacen asistir a la cosecha. Para mí es un momento muy emocionante. Pronto sabremos quién nos irá a representar, solo espero que no sea Chuck, no toleraría eso. Y si llega a ser él, ojalá se muera en la Arena; y en el baño de sangre para mayor vergüenza. Suena la voz del micrófono para darnos la bienvenida. Jugueteo con mis dedos mientras, bajo mi rostro de vez en cuando por la ansiedad que me causa estar rodeado de tantas personas. Tranquilo, respira, me digo. Un gran silencio de suspenso llena todo el lugar hasta que anuncian a la chica tributo. Luego, es el turno del chico. Cierro los ojos, esperando, hasta que el micrófono se llena con el lugar pronunciando el nombre del tributo. No soy yo. Levanta la mano un chico como de unos 18 años. Lo veo caminando hacia la tarima. Mis ojos los siguen hasta que se estrellan con la imagen de Chuck a punto de levantar la mano cuando piden voluntarios. En cuestión de segundos, en otro arranque de impulsividad, levanto la mía antes que él. —Me ofrezco como tributo voluntario —digo sin más, mientras todo el público se me queda viendo horrorizado. El


placer de ver la cara de Chuck al arruinar su momento es invaluable, pero la imágen pálida del chico que aparenta 18 es de susto, no esperaba que esto pasara. Un escuincle de 15 años se acaba de robar su momento; su única oportunidad.

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Extrañamente, en vez de miedo, esta victoria me sabe a gloria, porque así es como lo veo, una victoria. Saboreo las palabras en cuanto salen de mi boca. Es como un cosquilleo, un presentimiento que me dice: tú vas a ganar. Seré yo la estrella de estos juegos. Todo mi sufrimiento va a cambiar en cuanto toque el piso de ese tren. Está claro que antes me despedí de mi madre. Llorando y muy triste me abrazó como si fuera el último, tanto, que sentí su olor a jaboncito impregnado en mí. Papá solo me dedicó algunas palabras. No cree que gane, pero al menos se despidió. Por el shock de haber ganado, olvidé preguntarle si devolvió el anillo. Recordé hacerlo justo cuando iba en el tren, pero sin saludar a nadie más, pues todos los demás se veían decepcionados de ser yo su representante. Con ojos de lástima y temor. Pobre niño, dirán. Un discapacitado que solo irá a morir. Dentro del tren nos saluda nuestra mentora quien asiste también a nuestras cosechas: Elara Farrows. Me encuentro sentado en un sofá mientras la mujer se dedica a analizarnos con la


mirada, creo que busca a alguien que esté tan feliz como ella. Le sonrío, aunque luego dejo de hacerlo porque sé que no luciré bien. Podría asustarla. Comienza a explicarnos su ayuda dentro de los juegos: “...sin embargo quiero que tomen en cuenta algo, para mí en este momento son solo diversión, cerdos para un matadero el cual en serio disfrutaré, reiré y probablemente hasta sienta placer con cada muerte en la arena, es deber de ustedes demostrarme que son más que otra hormiga quemada la lupa del capitolio”. Me sorprendo ante lo aterrador que suenan sus palabras. No comienza nada amigable.

“...si pretende alguno de ustedes ganar debe considerar los escrúpulos y la bondad como parte del pasado, la empatía es su mayor enemigo, un recurso inútil de los débiles, demuestren que no son débiles y los ayudaré en lo que pueda”. (Demuestren que no son débiles) resuena en mí esa frase. Claro que quiero ganar, no soy débil, estoy dispuesto a demostrárselo. La chica se inclina a mí y con su mano levanta mi barbilla, examinando cada parte de mi cara con una mezcla de asombro y asco. No soy tonto, sé lo que está pensando. —¿Cómo pienso ganar si una parte esencial de estos juegos es la belleza? —le digo como si sé lo que hago, manteniendo el control de la situación. Suelta una risa. —¡Ja! ¿Crees que no sé lo que hago? —me dice. —He visto peores cosas allá en el Capitolio. No hay nada que nuestros cirujanos plásticos no puedan arreglar, nada —me sonríe al final, como siendo mi complice. Le devuelvo la sonrisa, en un alivio que me indica que no me debo preocupar por eso. —Lo que no puedo arreglar es tu carisma —suelta como un balde de agua helada. —Mírate, hay más en tí que solo el físico que hay que mejorar. No siempre las caras bonitas son las que llegan a la


final, se necesita más que eso, Sgrubook —me dice. —Seabrook —la corrijo.

EL DESFILE 5

Estoy con una bata blanca viéndome al espejo. Este será solo mi antiguo yo. El doctor entra junto con todo su equipo. También entra mi mentora con todo su equipo de estilistas. —Me alegro tanto que estés dispuesto a acceder a todo lo que te recomendamos. Cuando te vi, me asusté, pensé: ¡Esto no vende! ¿En qué estaban pensando cuando te dejaron participar? El tributo más feo que haya pisado la Arena jamás —todos comienzan a reírse. —Pero gracias al cielo contigo no es así. Me agradas porque no eres como los otros tributos, que no quieren que les arreglen aquí ni allá, que es mejor lo natural, que no quieren cambiar como son y un largo etc. Por eso los distritos nunca progresan, por su mentalidad. Lo último que recuerdo son las luces del quirófano antes de que se fuera la luz de mi consciencia. Desperté y tenía todo el rostro, cuello y otras partes del cuerpo vendadas. No sé cuánto tiempo pasé en cirugía pero me hicieron demasiadas cosas. Pasé días de reposo esperando antes del desfile mientras los diseñadores trabajaban a todo lo que da para tener listo mi traje. Llegó el momento de la verdad. Pasaría de ser, lo que muchos llaman de un patito a un cisne; no recuerdo bien el cuento. Me miro frente al espejo con todas las vendas mientras las


van quitando una a una. Cuando se va descubriendo un poco de piel, veo que mi mejilla ya no tiene el color rojo que tenía. Cuando quitaron la última venda, una pequeña lágrima se asomó en uno de mis ojos; respiré profundo y la escondí. Mi rostro era distinto. Muy, muy distinto. No solo no tenía la marca, sino que habían alterado otras partes de mi cara, aunque para ser honesto, no sé si me agrade del todo. —Todavía me veo algo hinchado —le digo. —Claro, pero eso irá mejorando con los días —me dice. Mi rostro se veía mejor pero sí se notaba que había sido cliente de una operación. Ahora parezco uno de ellos, soy de acá. ¿Qué pensará Jessica cuando me vea? No está acá pero me verá en la tv al desfilar. Los días han pasado y sin duda me veo mejor. Ejercicio, medicinas y clases de etiqueta han sido la clave para que eso sea posible. Ahora me animo a hablarle a las personas, sobre todo a los del Capitolio. En resumen, hago de todo para conseguir patrocinadores. Me encuentro en una calle donde nos han reservado un espacio para saludar a los espectadores. Me acerco a dar autógrafos, tomarme fotos, etc. En una de las esquinas había una chica de cabello lacio y tez morena, parecida a Jessica pero aún más bonita. Tocaba el violín como música de acompañamiento. El sonido era como un canto celestial, me atraía directamente hacia ella al ritmo de la música. Sus pies se movían levemente como si intentara danzar como ballerina. De sus ojos emana-


ba la luz y de sus labios la inocencia. Sus mejillas con un suave rubor que la resalta, en su semblante se puede ver su refinada elegancia. No es una chica de distrito, claro está. Al compás de la música ves que es toda una dama al andar. Al terminar su pieza, se ríe. ¿Ríe de mí? Vuelvo en sí y disimulo viendo a los lados. Me acerco lentamente firmando más autógrafos. ¿Qué esta gente no se va? La pierdo de vista pero no quiero que se vaya sin al menos saber su nombre. Solo veo que toma su estuche y se va. Yo continúo firmando autógrafos. Hay una barandilla metálica que nos separa así que no puedo ir tras ella. —¡Hey! —le grito sin pensarlo pero después de hacerlo me arrepiento ya que todos se me quedan viendo, incluso ella. Pero fue suficiente para que se diera la vuelta. Vuelve a sonreírme y se me acerca. Por fortuna, llegan más tributos a los cuáles el público se les lanza buscándolos. —Hola —le digo. —Te vi tocar, me encantas… me encanta… me encanta, quise decir, cómo tocas —me puse nervioso y comencé a decir tonterías. Ella solo ríe otra vez. ¿Qué no sabe hacer otra cosa más que reír? —Me alegra que te haya gustado —al fin habla. Su voz no era tan aguda como usualmente tienen las chicas. Era un poco más profunda y grave. —¿Puedo saber al menos tu nombre? —le digo con mucha valentía. Antes no hubiera podido hacerlo pero ahora sé que las posibilidades en que se fije una chica como ella en mí, son mayores. —Evangeline… Velvet… Evangeline Velvet —repite. —Evangeline, hermoso nombre —añado con una sonrisa. Mi mentora interrumpe el momento. Me llama de urgencias para irme a alistar. Me despido de mi nueva amiga y me dirijo a prepararme para el gran desfile. El traje estaba listo. El de la chica es hermoso y el mío no se queda atrás. La combinación


es perfecta. Habían trabajado muy arduamente en él para poder lucirlo. Espero que todo salga bien. Las luces se encienden y suena el himno de Panem como de costumbre. El escenario ante mis ojos parece convertirse en stop motion. No puedo perderme este momento, es único. Veo a las personas aplaudiendo desde sus lugares y ahí estaba otra vez, la chica del violín sonriéndome como de costumbre. No sé si es mi imaginación o es que yo la veo en todos lados ahora que pienso solo en ella. Levanto mis brazos para saludar con devoción a todos. La carroza, los adornos y el peinado. Todo está impecable. Hasta el maquillaje que me colocaron, no hace falta demasiado con el increíble trabajo del cirujano. Veo hacia las pantallas gigantes: soy yo. Aunque no me siento como yo, es como ver a otra personas, una sensación muy extraña. Imagino los celos y la envidia que deben de estar sintiendo todos allá. Una lástima por quienes quisieron estar aquí y no pudieron pero es mi destino. Es mío y de nadie más. Es mi momento y de nadie más. ¿Qué pensará Jessica ahora? Espero se esté lamentando de haberme dicho lo que me dijo.



Créditos Historia y diagramación original de: Ahtziry Farrach. Traje diseñado por AI. Avatar: Will Poulter en su versión jóven. Fotografías tomadas de: no me acuerdo, google, pexels y freepick?


Escrito en febrero 2024. Juegos: Los Terceros Juegos del Hambre; organizados por Sofía Zavaleta y Airam Castro.



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