LA HISTORIA DE TAYA

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LA HISTORIA DE TAYA NUNCA PIERDAS LA ESPERANZA Había una vez una niña llamada Taya que tenía 8 años y vivía en un pueblo muy pequeñito de África. Allí el sol se ponía muy temprano y, después de muchas horas de abundante calor, por fin descendía para dar entrada a una hermosa y resplandeciente luna, acompañada de brillantes estrellas. Cada mañana, cuando el primer gallo cantaba, ella se levantaba y trabajaba muy duro durante todo el día. Sufría mucho con el hecho de no poder recibir una educación. Taya tenía que ayudar a su madre y a su abuelita a cuidar de los animales, recoger los blancos huevos de las gallinas con mucho cuidado sin que se rompieran y llevar al rebaño a pastar. Mientras, su madre y su abuela buscaban la comida de cada día. Pero esa no era la única razón por la que no podía asistir a la escuela; lo habría hecho, de no haber estado tan lejos. Un día, cuando creía que pasaría toda su vida viviendo en una choza pequeña, casada a temprana edad y cuidando de sus hijos, empezó a llegar gente extraña, que nunca antes había visto. Taya, con mucha curiosidad, se acercó a preguntar de quién se trataba. Conversó con aquellas personas durante un largo tiempo. Entonces, fue cuando se dio cuenta de que nunca debía perder la esperanza. Aquella gente procedía de otro país y le habían comunicado que venían a ofrecerle su ayuda a todo el pueblo, empezando por construir una escuela a la que pudieran asistir todas las niñas. Cuando se hizo de noche, llegó su madre a la choza de barro en la que vivían, que habían construido con sus propias manos y tanto trabajo les había costado. Taya, muy emocionada, comentó con su madre y su abuela todo lo sucedido aquella tarde. Conversaron durante rato y les dijo cómo aquellas personas tenían pensado construir un colegio para las niñas del pueblo. Al principio, su madre no pensaba que fuese cierto, pero su abuela, que también había visto a aquellas personas, lo confirmó.


Pasaron tres semanas y, al fin, la obra comenzó. Todos estaban muy contentos con la colocación del primer ladrillo de la que sería la nueva escuela. Cada tarde, Taya se acercaba al lugar y pasaba horas y horas observando cómo aquellos hombres trabajaban mucho, para ofrecer a su pueblo la ayuda que necesitaban. Después, ella cogía grandes vasijas que se colocaba en la cabeza y andaba varios kilómetros para recoger agua, que luego ofrecía de todo corazón a los obreros. Se esforzaba porque todo saliese bien. Quería que aquello fuese un éxito. Pasó un año desde el comienzo de todo el duro trabajo. La institución estaba acabada. Pronto la inagurarían y Taya y todas las niñas del pueblo asistirían a ella. Ahora su vida había cambiado, era muy diferente, ya no era tan difícil, todo gracias al esfuerzo que aquellos hombres habían depositado en ese lugar. Taya se sentía como todos los niños y niñas deben estar alegres, felices, siempre con ganas de aprender y jugar y lo más importante, unidos hasta el final. Taya y las demás niñas del pueblo no eran las únicas beneficiadas en esto. Muchas madres, incluida la de Taya, ahora tenían la oportunidad de trabajar en el colegio. Allí podrían vigilar a las niñas, cuidarlas y mimarlas mucho, ya que ahora todas eran una familia. Y es que la esperanza… ¡Es lo último que se pierde!

LAURA PÉREZ GISBERT


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