alandar Revista de información social y religiosa
Año XXVII - Nº 270. Septiembre 2010 - 2,50 euros
Reír eternamente A comienzos del verano se nos fue un hermano. Era un hombre delgado, de rostro bondadoso, ojos brillantes y trato afable, profundamente espiritual. Se llamaba José María y fue a morir -como si fuera una humorada más de las suyas- casi en el día de su homónimo elevado a los altares (San Josemaría, todo junto). Se apellidaba DíezAlegría y siempre hizo honor a su jubiloso nombre. Dedicó su larga vida a buscar una Iglesia “en la que quepamos todos, en esperanza y con humor” y al final resumió así su esfuerzo: “he intentado ser siempre libre y reírme de mí mismo”. Hubiera cumplido 100 años en 2011, pero se marchó antes, burlándose de los récords, de los hitos de la longevidad tan caros a los amantes de las efemérides.
Dejemos a un lado los miedos ntramos en septiembre y con él queda aparcada la cierta ‘ficción’ en la que solemos convertir las vacaciones, bien porque ‘ajetreamos’ el tiempo, o bien porque lo ‘ralentizamos’, dando la sensación de que nada sucede más allá de nuestra nariz. También es posible que haya sido un tiempo en el que
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rras, la discriminación de todo tipo y en todos los ámbitos… Por ello, y aunque suene a tópico, es el momento de retomar el compromiso, el esfuerzo y la lucha en aquello que a cada cual le dicta su conciencia, desde la Palabra de Jesús, para llegar a la utopía que muchos creemos posible. No es un recorrido fácil, todos lo sabemos, porque muchas
vez las voces no suenan tan fuertes como creemos, que somos muchas y muchos los que reconocemos que la mujer no ocupa el lugar que debe tener en la Iglesia. Por mucho que trate de justificarse esa discriminación, la misma no tiene justificación. Hombre y mujer fuimos creados por Dios a imagen y semejanza
La presencia de la mujer en el espacio público, ya sea político, empresarial o cultural, es cada día más evidente ¿Por qué en la Iglesia no puede ser semejante? nos resulta más fácil reconocer los signos de la presencia de Dios en el mundo que nos rodea, con un mayor recogimiento espiritual o un acercamiento a los más débiles, como decíamos en el número de junio. Pero al final es verdad que la realidad es tozuda y sigue ahí con las evidencias de la crisis, el desempleo, la violencia de género, la injusticia social, la corrupción, las gue-
veces lo habremos iniciado y otras tantas lo hemos abandonado por pereza, cansancio, incomprensión o frustración. Pero ello no debe ser obstáculo para volver a prestar atención a las inquietudes, que hay quien dice que es el comienzo de los sueños y éstos el principio del cambio de una realidad que no nos gusta. Parece evidente, aunque tal
suya. Jesús expresa en su vida pública que todos somos madres, padres, hermanas y hermanos de unos para con otros. Pablo no es precisamente un ‘feminista’, pero en Gal. 3,28 afirma con rotundidad: “Ya no hay diferencia entre quien es judío y quien griego, entre quien es esclavo y quien es libre; no se hace diferencia entre hombre y mujer”. A lo largo de todo el Evan-
gelio vemos como Jesús dignifica a todas las mujeres con las que se va encontrado. Creemos que hay que plantearse de una vez si las estructuras heredadas son las que mejor responden al tiempo que nos toca vivir. La presencia de la mujer en el espacio público, ya sea político, empresarial o cultural, es cada día más evidente ¿Por qué en la Iglesia no puede ser semejante? No hay una respuesta convincente. ¿Es una cuestión de poder? ¿Es un asunto de miedo? Creemos que sí, de ambas cosas a la vez. Dejemos a un lado el temor porque, aunque Dios se manifieste de modos diferentes, en el diálogo, en la integración, en la escucha, en la acogida, en la búsqueda, en el acompañamiento… de lo femenino y lo masculino se llegará a la totalidad del ser humano. Dejemos que la fuerza del Espíritu realice en nosotros, hombres y mujeres, su obra divina aquí en la tierra.
El padre Díez-Alegría -es de sobras conocido- fue muchas cosas. Pero sobre todo fue un cristiano coherente con su fe y con su conciencia. Cuando tuvo que elegir entre su brillante carrera eclesiástica y su fidelidad al Evangelio, no dudó. No podía dudar. Le costó la reprobación jerárquica y la expulsión de su casa. Lo aceptó. José María, aunque enjuto, tenía anchas las espaldas. Y el ánimo, que descansaba con total despreocupación en Jesús de Nazaret, más ancho todavía. Buscó -y encontró- nuevos y apropiados modos de vivir la iglesia entre los pobres. Se atrevió a abrir caminos, corriendo el riesgo de equivocarse -incluso equivocándose-, de ser mal interpretado y, por supuesto, de escandalizar. Dios sabe que nunca le movió el afán de novedad ni la búsqueda de prestigio personal. La merecida autoridad que alcanzó entre los muchos que le queríamos y admirábamos no se debía a sus cargos -que apenas tuvo- ni a su sabiduría -que sí tenía, y mucha-, sino a su manera de estar en el mundo y de actuar como un hombre creyente. Su fe libre, viva, madura y -huelga decirlo- jovial sigue siendo un claro ejemplo de cómo hay que ser cristiano en este siglo XXI. Así que éste es un texto de recuerdo y homenaje al amigo que ya no está con nosotros, pero no es un texto triste. José María no está enterrado. Está encielado. No se ha ido. Ha llegado. No pedimos para él, como dicen los Requiem, el reposo eterno. Sabemos que está gozando de su Dios Padre y Madre a pleno corazón y a tiempo completo, con una alegría que nada puede empañar, con el alborozo de una fiesta sin fin. José María está haciendo ya lo que más le gustaba: reír por toda la eternidad.
En este número... Los premios alandar rinden homenaje a Pagola
Un iglesia sin campanas, pero con mucha vida
Aunque no imprimas, contaminas
No fue el único premiado, pero sí se sintió un calor especial en los aplausos de la audiencia hacia el teólogo José Antonio Pagola, una de las figuras más valientes y honestas del panorama nacional.
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El orgullo de África
Entrevista a Mercedes Aguilar
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