alandar Revista de información social y religiosa · www.alandar.org
Año XXVII - Nº 271. Octubre 2010 - 2,50 euros
Como el águila
Foto: Impacto Latino.
Hablar es una de las cosas que nos distingue como seres humanos. Comunicarnos, expresar lo que queremos, lo que pensamos, lo que sentimos. Escribirlo, transmitirlo, conservarlo en la memoria. La libertad de expresión nos permite ser en plenitud, nos humaniza. Es un derecho por el que vale la pena luchar, aunque haya quien lo maltrate, aunque para algunos no valga nada.
Imagina que no hay fronteras
L
as imágenes desgarradoras de inmigrantes procedentes del África subsahariana recogidos en las costas del sur (Cádiz o Canarias) han desaparecido de los telediarios veraniegos desde hace un par de años. Al menos ya no se ven más que esporádicamente. ¿Acaso han dejado de tirarse al mar en cayucos miles de seres desesperados dispues-
seguir un ‘billete al paraíso’ siguen costando demasiadas vidas humanas. Las fronteras se hacen cada vez más inexpugnables y las leyes más inhumanas, al tiempo que no son pocas las voces que se alzan para denunciar que ya está bien de pisotear los derechos que les asisten a estos seres humanos que sólo pretenden un futuro que mejore un presente calamitoso.
Las fronteras se hacen cada vez más inexpugnables y las leyes más inhumanas. tos a todo por lograr una plaza para El Dorado? ¿O es que las mafias han tirado la toalla en su propósito de introducir de forma clandestina, por ejemplo, a nuevas esclavas sexuales para alimentar el rentable negocio de la prostitución? Que nadie se engañe. Pese a todos los intentos de impedir que ‘hordas de hambrientos vengan a poner en peligro nuestro lujoso chiringuito’, los intentos por con-
Paralelamente, la realidad nos conecta con la hipocresía criminal que distingue las políticas de control migratorio. Conscientes de la necesidad que acucia a miles de millones de personas que habitan el Sur pobre del planeta, los responsables políticos del Norte rico se dedicaron, en primer término a blindar las fronteras para impedir que nadie que ellos no quisieran las traspasara. Cuando la tozuda realidad
demostró que la desesperación era capaz de saltar cualquier valla, por alta que ésta fuera, las naciones opulentas optaron por alejar la alambrada de sus límites territoriales. Era una forma astuta de mandar a dormir a las conciencias porque, como dice el refrán: ojos que no ven, corazón que no siente. Así, países como España y Estados Unidos, ambos sometidos a una fuerte presión migratoria, convencieron a sus vecinos del Sur para que fueran ellos los que se encargaran de hacer el trabajo sucio. En el caso de España el apaño se hizo con los dirigentes de los países africanos de los que partían las pateras y cayucos. La solución pasaba por la firma de convenios de cooperación que repartían unos cuantos millones de euros para comprar fragatas guardacostas y potenciar el control marítimo de las costas de Senegal, Mauritania o Guinea. Además, la operación se maquillaba con programas de
formación para evitar que sus habitantes se vieran obligados a emigrar. El único detalle que pasaron por alto (por supuesto que sí lo saben, pero les importa un bledo que así sea) es que los profesionales formados se van a topar con un mercado laboral, en su países de origen, con porcentajes de paro que triplican el que tenemos en España. Mientras, el océano se sigue tragando a cientos de seres humanos en silencio. Porque, si hay algo cierto, es que nada va a detener su ansía de progresar. Siempre son los mejores, los y las más valientes quienes se embarcan a riesgo de morir en el intento. Esas mismas personas que, si logran entrar, seguirán colaborando, junto a otros dos millones de inmigrantes extranjeros, en sostener el sistema público de pensiones, evitando con sus aportaciones a la Seguridad Social que el Estando del Bienestar español se derrumbe como un castillo de arena.
Por eso, es una alegría recibir la noticia de que un compañero de camino podrá volver a hablar en libertad. Proclamar lo que piensa y cree sin importar los curas ni las curias. Transmitir esa otra visión de la fe cristiana en una Iglesia donde muy pocas palabras son libres. Sí, celebramos ese José Arregi liberado de ataduras y hábitos, más Buena Noticia que nunca. Nos alegramos de que su voz se oiga de nuevo y de que, como escribió el profeta Isaías, haya “esperado en el Señor, para renovar su fuerza y retomar su vuelo como el águila”. También nosotros en alandar retomamos el vuelo e iniciamos una nueva etapa con las fuerzas renovadas y con esa misma libertad de expresión como bandera. ‘Alandamos’ con el privilegio de decir lo que pensamos, de no estar limitados por ninguna institución ni mitra, de no tener que mordernos nunca la lengua. Esa independencia es el mayor de los patrimonios con el que cuenta la revista. Es un regalo que tenemos que cuidar como al tesoro más valioso del mundo, porque es un bien escaso. Así, continuamos el camino, muy conscientes de ello y con pasión por las buenas noticias. Con pasión por el Evangelio de Jesús, que tantas personas convierten en una realidad cotidiana a través de sus vidas. Seguiremos caminando, llenos de energía y con una tortuga que, quizá no vuela como el águila, pero que quiere correr cada vez más rápido. Que quiere llegar mes a mes a más gente, para contarles que es posible vivir la Iglesia de otra manera y que, juntos, podemos construir un mundo más feliz.
En este número... alandar tiene cuerda para rato
Quieren ser nuestros bancos... ¿les dejamos?
Conversaciones en el Foro GOGOA. Víctor Sampedro.
Nuestra revista cambia de directora. Charo Mármol pasa el testigo, después de una década pilotando alandar, a Cristina Ruiz. Ambas, pese a la diferencia de edad, atesoran una intensa carrera profesional.
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Una mirada a las desigualdades del mundo
Entrevista a José Arregi
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