Notas inĂŠditas al Cancionero inĂŠdito de A. S. Navarro Emilio Alarcos Llorach
el poeta y el crítico
Cuando hoy leemos las notas de Emilio Alarcos Llorach al Cancionero inédito de Antonio S. Navarro (cuidadosamente autografiadas, junto a los poemas que comentan, en el cuaderno de tapas negras a cuya edición facsímil sirven de prólogo estas líneas), de inmediato pensamos en Fernando Pessoa, que ha pasado a la historia como el creador de heterónimos por antonomasia, aunque no fuera el único ni el primero. Pero en 1946, cuando están fechados los últimos de estos poemas y posiblemente escritas todas las notas, pocos tenían noticia en España de la existencia del enigmático autor portugués que había creado una serie de poetas —Álvaro de Campos, Alberto Caeiro, Ricardo Reis— y los había puesto a dialogar y polemizar entre ellos. Pero el joven estudioso que en 1946 se pone a ordenar los poemas que había ido escribiendo desde sus dieciocho años (por aquellas fechas cumpliría los veinticuatro) y, ya no del todo conforme con ellos, decide adjudicárselos a un heterónimo no necesitaba mirar hacia Portugal para encontrar ejemplos de ese proceder. Sus modelos estaban más cerca: el Unamuno de Teresa, el Antonio Machado de Los complementarios. Miguel de Unamuno es, de hecho, el poeta más citado en estas notas inéditas. Ya al comienzo de ellas, comentado el poema 2, encuentra en él «ciertas reminiscencias del sentimiento trágico, de la temática y aun del léxico de Unamuno», II
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y refiriéndose al poema «Mis páramos», que se copia a continuación, escribe: «El mismo tema —el escepticismo vital y la tragedia por vivir, junto a la tierra llana de Castilla— también aparece en el siguiente soneto, igualmente influenciado por las ideas y la poesía de Unamuno». El otro poeta reiteradamente aludido es Antonio Machado (quizá el nombre del heterónimo sea un homenaje). En el poema 59 («Hoy cae la lluvia y la tierra / huele a resina mojada») cree percibir con claridad un eco de Antonio Machado: «Acaso solo sea el tipo de verso elegido; pero me parece que la huella machadiana entra más adentro». El republicano Antonio Machado era un poeta que había sido recuperado por Dionisio Ridruejo para la España franquista en fecha tan temprana como 1942. En su Poesía completa incluye, con sagaces comentarios, los versos de Abel Martín y otros apócrifos. En 1923 Unamuno había publicado el más raro de sus libros, Teresa, con el subtítulo explicativo de «Rimas de un poeta desconocido presentadas y presentado por Miguel de Unamuno». Además de una divagatoria presentación, en la que nos cuenta la historia del presunto autor de esos versos y polemiza con la poesía entonces de moda, el volumen incluye una serie de notas que me parecen el más directo modelo que tuvo Emilio Alarcos para escribir las suyas. El desconocido poeta de Teresa, al que Unamuno da el nombre de Rafael, toma como modelos a Bécquer y a Campoamor y también al propio Unamuno, del que se considera discípulo. «La influencia mayor —leemos en el prólogo— fue la mía. Acaso la técnica de sus versos no sea la general mía; pero el estilo es el mismo. Y el estilo es el hombre». El propio Unamuno escribió algunos de poemas en respuesta a los de Rafael, entre los que destaca una versión de la más famosa rima becqueriana que compendia la intención final de esta invención heteronímica: notas inéditas al cancionero inédito III
Volverán las oscuras golondrinas… vaya si volverán! las románticas rimas becquerianas Gimiendo volverán. Volverán los gastados suspirillos; la vida los traerá… y las pobres muchachas pueblerinas de nuevo los dirán. Mas los fríos refritos ultraístas hechos a puro afán, los que nunca arrancaron una lágrima, esos no volverán!
También el autor de las notas a los poemas inéditos de Antonio S. Navarro polemiza con la poesía de su tiempo, que el llama «enórmica» (véase la nota al poema 29) y nosotros llamaríamos tremendista o existencialista, «poesía cuyos autores parecen todos Sísifos, Ticios o Tántalos torturados con tremendas e insaciables desgracias: o cargados con un enorme peñón o devorados por cóndores o inmovilizados ante la vista de lo ansiado e inalcanzable. En el día de mañana dirán los ilustrados críticos lo que hay de verdad en esta poesía y lo que hay de tópico a la moda: poetas tristes teatralmente perseguidos por inevitables Erinnias» (nota al poema 5). En la nota siguiente escribe: «Con esta composición se inicia, pues, la etapa gemebunda y ‘enorme’ del autor. Y digo enorme porque en esta poesía todo pensamiento y todo sentimiento se sale de la norma, todo parece descoyuntado e hiperbólico: un grano de arena será una alta montaña, un traspiés será la descomposición y el caos del universo». Bastantes años antes de que José Agustín Goytisolo escribiera sus Salmos al viento ya aparece en estas notas una crítica a la falsa poesía religiosa. En el conocido poema «Los celesIV
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tiales», de Goytisolo, leemos: «Y así el buen Dios sustituyó / al viejo padre Garcilaso y fue llamado / dulce tirano amigo mesías / lejanísimo sátrapa fiel amante guerrillero / gran parido asidero de mi sangre y los Oh Tú / y los Señor Señor se elevaron altísimos empujados / por los golpes de pecho en el papel / por el dolor de tantos corazones valientes». En la nota al poema 10 escribe Emilio Alarcos: «Aquí se observan claramente las dudas religiosas de N. Ha perdido las creencias y sin embargo le pide al Señor — como él lo llama— que se las devuelva, que le hunda la roqueda de su razón, porque sin la luz de Él está ciega. Esta posición es típica de muchos poetas: muy racionalistas y no obstante nos endilgan a Dios a todas horas y le hablan y le piden como si fueran sus próximos allegados, tal como un familiar a un señor obispo. En unos hay que aceptar su sinceridad, explicándola como consecuencia de un momento de debilidad del pensar racional. En otros, creo, modestamente, que Dios y la religión y otras metafísicas paradisíacas son sólo un tópico de misticismo panteísta a la moda. Que el que hable a Dios crea en él, bien está hasta cierto punto. Pero que los que no se ocupan de Él para nada en su vida diaria nos lo enjareten siempre en sus versos, no me parece nada bien». Anticipa Alarcos la crítica de Goytisolo a la poesía de los años cuarenta, pero su rechazo de ciertos excesos va dirigido sobre todo contra sí mismo. Una crisis de madurez parece haber tenido lugar entre la fecha en que se escribieron los versos y aquella otra, bien cercana en el tiempo, sin embargo, en que se recopilan y se comentan. El hombre de hoy mira con cierta ironía al hombre de ayer. Comentando el poema 9, escrito en 1942, a los veinte años, el joven crítico anota: «Aquí se ha concentrado toda la gama de desesperación espiritual de la última poesía. No podemos creer que nadie llegue en su escepticismo a desesperarse en la forma irracional que la anterior composición muestra. notas inéditas al cancionero inédito V
Siempre ha habido escépticos y hasta ateos; sin embargo han vivido pacíficamente y si han tenido medios suficientes para vivir no se han suicidado ni mucho menos. Probablemente yo, que soy demasiado ecuánime y frío de nervios, no soy el más adecuado para comprender estos estados de ánimo, que, por otra parte —no lo niego—, creo que se dan en la realidad. Yo —si no es inmodestia— también siento a veces este amargo sabor del escepticismo, pero con una pétrea frialdad e indiferencia (tal vez comodidad)». De algunas de estas notas deducimos que el joven Emilio Alarcos no ha limitado su inicial vocación literaria a la poesía, sino que también ha cultivado la novela. A propósito del poema 17, el soneto titulado «De noche», escribe: «Debo confesar que aproveché, prosificándolos, estos versos y algunos otros, para ponerlos en boca de un personaje algo lunático de mi novela ‘La sombra de don Lorenzo’. Así me evito que algún futuro investigador me llame plagiario o se lo llame al pobre A. S. N., o se rompa los cuernos intentando esclarecer tan extraña coincidencia». El crítico de poesía que se manifiesta en estas notas se considera discípulo de Dámaso Alonso, al que no deja de aludir con cierto humor. Comentando el poema 34, escrito en francés, y a propósito de la expresión «capullo sedeño» escribe: «¡Cómo le brilla la calva al maestro don Dámaso cuando pronuncia este adjetivo!» Emilio Alarcos, a la hora de novelizar a su poeta inédito, es más parco que Unamuno. Se refiere a él como «un conocido», con el que tuvo «bastante amistad durante una temporada». Y añade: «Se había ya retirado definitivamente de la poesía y me entregó un regular montón de papeles, desordenados, pero escrupulosamente fechados. Esto me ha servido para restablecer la sucesión cronológica de las composiciones. He destruido casi la mitad de ellas, separando las que me han parecido más interesantes». Paradójicamente afirma que VI
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su labor «se reduce, pues, a la de mero amanuense». Pero un amanuense no destruye la mitad de los textos que copia, a menos que sea autor de ellos y ejerza la autocrítica. Señala luego que los versos le han permitido «conocer algo la intimidad de A. S. Navarro» y en las notas se alude a la historia de amor que estaría detrás de los últimos poemas. Es posible que, a la vez que exorcizaba sus retóricas angustias adolescentes atribuyéndoselas a un heterónimo, Emilio Alarcos tratara de distanciarse de una reciente pasión amorosa. Estas Notas inéditas al Cancionero inédito de A. S. Navarro pueden entenderse como un ajuste de cuentas del espíritu crítico de Emilio Alarcos con su vocación poética. Durante muchos años, durante toda su vida, pareció que en esta lucha temprana entre el crítico y el poeta, entre el estudioso y el creador había vencido el primero. Hoy sabemos que esa victoria no lo fue del todo, que detrás del riguroso lingüista y del crítico magistral, continuaba el poeta desarrollando calladamente su labor: el póstumo Mester de poesía así nos lo confirma. José Luis García Martín
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