Relatos

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Certamen Literario de los años 2002 y 2003

Centro Público de Educación de Personas Adultas

MARCO VALERIO MARCIAL Aulas de Educación de Personas Adultas

de la Comunidad de Calatayud Prólogo: Blanca Langa Hernández

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Edita: CPEPA Marco Valerio Marcial. 2004 (Centro educativo Manuel Giménez Abad) C/ Ramón y Cajal, 1. 50300 Calatayud Diseño de portada: Maite Aldaz Ilustración de portada: Aubrey Breadsley

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Esta modesta publicación recoge un conjunto de relatos presentados a las dos primeras convocatorias de un Certamen Literario que resurge con vocación de continuidad. En cursos ya lejanos tuvieron lugar convocatorias aisladas, monotemáticas, dirigidas al alumnado de Calatayud. En esta nueva etapa, el Centro Público de Educación de Personas Adultas de la Comunidad de Calatayud inicia el Certamen con periodicidad anual y ampliando la participación al ámbito de actuación del Centro, al ámbito comarcal. De la primera convocatoria, en 2.002, de los 42 relatos presentados, publicamos los galardonados; de la segunda, en 2.003, la totalidad de los presentados, otros 42. En ambos destaca en número la participación de Calatayud, Morata y Velilla de Jiloca. Para la valoración de los mismos, el Centro ha contado con un jurado de lujo, formado por personas estrechamente relacionadas con el mundo literario y a la 4


vez con el educativo: Ana Fuertes y José Ramón Olalla, asesores del Centro de Profesores y Recursos y escritora la primera; María Jesús Gaceo y Blanca Langa, profesoras del Instituto de Educación Secundaria “Primo de Rivera” y escritora la última, grandes lectores los cuatro. Ha de verse esta publicación, pues, como respuesta obtenida en convocatorias de libre participación, en la que cada autor o autora ha sido capaz de vencer a ese censor que toda persona lleva dentro, lo cual es ya un acto meritorio. Nos referimos no sólo a afrontar cuestiones de estilo, formales; sino más bien a delatar esa reserva, ese recato que supone el hecho de escribir una historia en la que inevitablemente se reflejan puntos de vista y opiniones que a veces no se desea dejar traslucir, si bien son dignas de ser expuestas. En cualquier caso, este ejercicio de creatividad es loable y, en la mayoría de los casos, está ligado al hábito lector de las autorías. Es lo que se pretende.

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Prólogo A lo largo del tiempo recibimos propuestas que aceptamos o rechazamos con mejor o peor acierto. Y tanto si las aceptamos o no, condicionan o cambian nuestra vida. Cuando desde el Centro de Educación de Adultos me propusieron formar parte del Jurado Literario de Relatos, me ilusionó la idea. Acepté, sin pensar en cuántos folios debería leer o si sería muy complicado encontrar un ganador. Mis ojos de lectora empedernida -capaces de leer hasta la guía telefónica, a falta de otro texto que llevarme a los ojos- se ilusionaron como digo. Me prometía a mí misma que me iba a divertir y que tendría la excusa perfecta para aparcar asuntos menos agradables en favor de una sana lectura. No me arrepiento de haber aceptado. Cada una de esas historias fueron como pequeños destellos que se colaron hasta mi alma y me "tocaron". ¡Hubo tantas cosas que me regalaron aquellos relatos, tantas historias verdaderas, tantos momentos mágicos que me miraron y en los 6


que me miré mientras leía! A veces me hubiese gustado premiarlo todo, porque en todas había una emoción sincera, un pedacito de ternura, una sombra de dulce tristeza, una añoranza de sentimientos perdidos... Todas sonaban a música antigua y nueva a la vez. Todas tenían dedos de luz para agujerear el corazón. Algunas me hicieron sonreír, otras me devolvieron la mágica inocencia de la infancia, otras me hablaron del amor imposible, o del amor perdido... Hubo quiénes hablaron de amistad y de lazos de afecto que perduran a través de los años, aunque los amigos estén separados. "Lejos de los ojos, cerca del corazón", dice un proverbio árabe. Y hubo quien nos enseñó ilusiones recientes, brotes verdes de ternura por el nieto recién nacido, o por el hijo que va descubriendo planetas nuevos en cada rincón del cuarto de estar. ¡Qué olor a recién estrenado tiene todo cuando tenemos un niño a quien mirar! Algunos relatos fueron "una postal en sepia" donde se reflejaban momentos de un pasado que parecía tan lejano en el tiempo y que había sido tan reciente. 7


Cuando un relato consigue emocionar nuestro corazón es porque nos deja ver nuestros sentimientos reflejados en él. Algo de nosotros también está presente en esas líneas, porque el sentimiento es universal y todos podemos sentir algo parecido a lo que leemos. Yo siento un profundo agradecimiento por haberme dejado asomar al mundo interior de quienes escribieron esas historias y dieron testimonio de cuanto sentían. A veces da pudor enseñar el alma a los otros, dejarles ver nuestro rincón privado donde guardamos las cosas que no queremos mostrar a nadie más. Pero también sé que es un buen ejercicio y que nos sanea el alma. Sé que nos ayuda a soltar el lastre y nos hace mucho más libres. Os agradezco que hayáis contado conmigo para embarcarme en esta aventura, y que me hayáis convencido para ser reincidente. Gracias por haber reunido tanta sensibilidad y por haberme dado tanto con la lectura de vuestros relatos. He recibido muchísimo más que he dado. Siempre me 8


sentiré en deuda con vosotros ¡Por favor! No dejéis de escribir. No dejéis nunca de buscaros dentro, y de transmitirnos lo que veis en vuestros espejos interiores, y de hacérnoslo ver a los demás. Un saludo de todo corazón para quienes ponéis el alma en los relatos.

Blanca Langa Hernández

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Relatos premiados en el Concurso Literario del año 2002 Primer premio..................................................................15 En tu ausencia, Felicidad Castellano Lallana Morata de Jiloca Segundo premio...............................................................18 Doble viaje, Pilar Gómez Martínez Calatayud Tercer premio..................................................................23 Sólo queda esperar, Daniel Vera Mateo Calatayud Primer accésit...................................................................34 La vida sigue, María Teresa Rodríguez Miguel Calatayud Segundo accésit................................................................39 Sembrar aunque no llueva, Fabiola de la Flor Pérez Maluenda

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Relatos premiados en el Concurso Literario del año 2003 Primer premio..................................................................43 Pensamientos, Manuela Lacal González Moros Segundo premio...............................................................52 Un verano inolvidable, Pilar Gómez Martínez Calatayud Tercer premio..................................................................59 Mi pequeña historia, María Teresa Rodríguez Miguel Calatayud Cuarto premio..................................................................63 Francisca, Pilar Bendicho Morata de Jiloca Quinto premio.................................................................70 Tormenta interior, Mónica Álvarez Sánchez Cetina

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Otros relatos del Concurso Literario del año 2003 Ariza Mi abuelo pontonero, Visitación Utrilla Yagüe..............75 La espera de Aurora, Fini Cañavete................................80 Nota: este relato fue presentado fuera de plazo, por lo que no fue leído por el jurado

Calatayud Esperanza, María Artigas................................................84 La Mochila, Pilar Gómez Martínez...................................91 El diario de Felisa, Pilar Gómez Martínez.......................97 Incertidumbre, María Teresa Rodríguez Miguel.............103 Un día inolvidable, Antonio Sánchez Moreno................107 Ingratitud, María Teresa Rodríguez Miguel.....................111 Lázaro, María Teresa Rodríguez Miguel..........................115 Maluenda Tesoros para conservar, Josefa Fuertes Blasco...............118 Morata de Jiloca Un sueño, Isabel García Marco.......................................120 El poder de los sueños, Manuela Beltrán Lallana........124 ¿Informática? Sí, Gracias, Teresa Temprado Nuño.......129 Amor, dolor y vida, Fulgencia Pelegrín Narvión.............131 Imaginación y sueños, Felicidad Castellano...................134 Celos sin fundamento, Teresa Ruiz Urgel.....................137 Pasar la tarde, Manuela Beltrán Lallana.........................139 15


Vivir por amor, Laura Gracia.......................................143 Mi escuela, Isabel Temprado............................................149 Un viaje de ensueño, Amparo Palacián Ferrando..........152 La moto “Montesa”, Pilar Algárate Herrero.................157 Mi pueblo, ¡qué bonito es!, Felicidad Castellano...........160 Una generación, Manuela Beltrán Lallana....................163 El alma de todas las almas, Felicidad Castellano...........169 Moros La alegría de Moros, María Ramona Bonasa................172 Munébrega La varita “mágica”, Concepción Gormedino Hernández. .178 La familia, María Josefa Muñoz Mingote.........................182 Ruesca Otoño, Fermina Mercedes Monge Barranco......................186 Mi vivencia de una tarde inolvidable, Rosa María Calvo Monforte............................193 Velilla de Jiloca El cazador y el pescatero, Rosario Pablo López............199 El pajarero, Rosario Pablo López....................................202 Recuerdos, añoranzas, ilusión, Manuela Catalán Serrano..............................205 Mi pueblo, Rosario Pablo López.....................................210 Mula, mi pueblo, Candelaria Ibáñez Moya....................215 Mi primera comunión, Candelaria Ibáñez Moya...........218

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En tu ausencia Amor mío, no sé cuando iré a visitarte; espérame en la habitación de tu hotel, ya sabes que esa ciudad es muy grande y no te podría encontrar. Te llevaré un ramo de flores, y haremos una fiesta muy hermosa; cantaremos y bailaremos, como cuando éramos jóvenes, mirándonos a los ojos. Nos daremos muchos besos, y haremos un viaje muy largo; celebraremos nuestras bodas de plata y las de oro, ya que no las celebramos antes. Iremos a Alemania, Bélgica, Australia, Francia; como de allí vienen los niños, aprovecharemos y compraremos uno. Como con los euros no tenemos que hacer cambio de moneda, nos viene todo como anillo al dedo. Montaremos en avión, en barco, iremos en el AVE a Sevilla, y allí nos esperará toda tu familia. Procuraremos que sea en abril. Para entonces son las ferias, visitaremos todas las casetas.

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Nos compraremos un barco para ir a alta mar y allí nos quedaremos a vivir un tiempo, en medio del mar, bajo el cielo azul. Miro tu foto y te ríes; quisiera estar contigo y no me dejan. A veces te espero, y no llegas. Cuando regreses, ya tendré nuestras sábanas blancas bordadas; las bordaré con hilos de seda de colores. Y me acariciarás y no nos importará que nos vean darnos besos: luciremos nuestro amor. Se acerca la Navidad; procura coger vacaciones. No puedo vivir sin ti, es tanto lo que te echo de menos... Como vendrás con mucha prisa, como haces siempre, apenas me creeré que has venido, te tocaré y ya no estarás. Me iré de compras. Te compraré un traje azul con una camisa amarilla y una corbata rosa. Te pondrás los gemelos, aquellos tan bonitos de oro, regalo de boda. Yo me haré un vestido largo precioso, en color negro y rojo; luciré toda mi espalda y parte de mis pechos. Me pondré un sombrero precioso, y en el sombrero y el vestido, una flor de color rosa, para que haga juego con tu corbata.

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Luciré el collar de perlas que me regalaste, verás que guapos estamos. En nochevieja iremos a cenar, a un cotillón, y bailaremos hasta el amanecer. Tomaremos champán, pero con cuidado, ya sabes que te hace daño la bebida. Me decías la última vez que hablé contigo que me guardas un regalo muy especial; y qué más quiero que me compres, Amor mío, no necesito nada más que a ti, que estés a mi lado. El regalo que me guardas, estoy segura, será precioso. ¿Sabes que estoy estudiando? Cuando tú vengas, ya seré profesora, y con los conocimientos que tu tienes de medicina, nos iremos un año a África a curar y enseñar a los niños necesitados. Nuestras hijas me dicen que no me quede sola; creo que tienen razón, pero aunque esté con cien personas sola estoy yo. También me dicen que no pase frío; la estufa me da calor, pero si tu estuvieras, sería mucho mejor.

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Si no consigues vacaciones, cuando Dios quiera iré a verte yo. Te llevaré los besos y los abrazos de nuestra Gloria y nuestra Flor, y también los de sus raíces, y junto a todos estos besos, irá contigo la Felicidad. Si va alguien a visitarte antes que yo, como el viaje es muy largo, no puedo mandarte nada, más que mi añoranza, mi cariño, y mi amor. Un abrazo muy fuerte. Cariño, se me olvidaba decirte que este verano, Valero estuvo a punto de visitarte, y como es tan bromista a mitad del camino decidió volverse.

Felicidad Castellano Lallana Morata de Jiloca Primer Premio año 2002

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Doble viaje Me voy de viaje. El tren saldrá pronto de la estación, sin embargo hace tiempo que tengo todo preparado. Al salir a la calle con las maletas descubro que la ciudad aún duerme, aunque pasan algunos coches cada cierto tiempo. El aire que respiro es muy frío, hay niebla y la temperatura es de -4º. ¡Jamás he tenido tanto frío!. La niebla no me deja ver lo que había a mi alrededor, ya que la espesura daba al paisaje un aspecto tétrico y misterioso. Mis piernas tiemblan debido al frío y a la emoción. Llegué a la estación. Saqué el billete y pasé al andén. Miré al cielo, la tenue luz de la luna atravesaba la niebla e iluminaba con débiles rayos a otros viajeros que también iban a tomar el tren. Había gente de todas edades, unos con cara de circunstancias, otros impacientes y otros visiblemente jubilosos.

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Pasados unos diez minutos, a lo lejos, oí un breve sonido que procedía del horizonte. Por causa de la niebla no pude ver qué era, pero deducí que se trataba del tren que me llevaría hacía mi destino. Me dirigí al tren y las maletas dificultaban el avance, sobre todo al empezar a subir las escalerillas del vagón. Superando esto, procuré tomar sitio en una ventanilla. Una voz profunda y cavernosa anunció la partida del tren. Al inicio de la marcha fue extraño comprobar la sensación de que somos nosotros los que permanecemos quietos y el tren, que está al lado, el que se va. El tren aceleró dejando atrás la ciudad que adquiría un carácter fantasmagórico. Al volver a la realidad me percaté de la presencia de un hombre ya mayor. - Extraña mucho frío.

mañana-

le

hablo-

hace

- Peores mañanas he vivido yo. -Y al contestarme descubrí su rostro. 22


- Tenía nariz aguileña, unos ojos grandes y negros y una boca en la que se veía un rictus de cansancio y tristeza. Al sentarme apoyé la cabeza sobre la ventanilla y al respirar se formó un escudo que no me dejaba ver el paisaje conocido. Me volví hacía mi compañero de viaje y pregunté: ¿A dónde se dirige? - Voy a casa de mis hijos- comenta taciturno. Al cabo de un tiempo, la tristeza desapareció de su rostro para dejar paso a un esbozo de sonrisa. El anciano no dudó en hablar, con esa facilidad que la gente adquiere con los años. - Muchas estaciones ya no son lo que eran. Me acuerdo que de niño iba a esperar a mi padre, y en la espera llegaban a los andenes con su lento traqueteo; trenes de todas partes, que descargaban una nube de personas. La mayoría llegaba cansado del duro viaje, los vagones repletos de viajeros, los asientos duros e incómodos. Y en verano el calor era insoportable, dificultaba hasta la respiración. Sin embargo la gente 23


había visto hermosas montañas, pueblos milenarios y campos sembrados, y nada más bajar hacían de la estación un centro de vida, como en el resto de la ciudad. Ya en las cercanías, los comerciantes y viajeros componían el bullicio; vendían refrescos, bocadillos, tabaco y un sinfín de mercancías que el viajero se apresuraba a comprar por las ventanillas (que entonces se podían bajar manualmente). O bien bajaban ellos directamente al andén y se dirigían al BarRestaurante. Todo se hacía con otro ritmo de vida. Al poco rato el tren se volvía a llenar con gentes que se enfrentaban a un duro viaje, al calor y a los pésimos asientos. Los trayectos eran largos y la velocidad muy baja. El anciano sigue hablando. - Me acuerdo del día en que llegó el tren por primera vez a mi pueblo. La gente no podía disimular su emoción ¡había tardado tanto en llegar el tren al pueblo!. - Era algo terrible- prosiguió-. Echaba un humo espantoso que nos ahogaba. 24


Apareció tras una pequeña curva y el ruido era insoportable. La gente no podía disimular su emoción. Recordaré toda mi vida la masa de hierro y el humo negro del carbón. - Al principio –seguía contandomuchos llamaban al tren "carro o vagones de fuego"; con su ruido y su humo hacía que no pasara desapercibido para nadie. - Todos los trabajadores del campo aplazaban sus labores cuando pasaba el tren y apoyados en sus azadas, contemplaban boquiabiertos aquel elemento que rompía la armonía del paisaje. Me quedé asombrado del viejo, de la seguridad de sus palabras y del celo con que narraba toda su vivencia. Y cuando llegué a mi destino, me apeé y allí estaba mi familia esperándome con cara de radiante alegría. Me preguntan: -¿qué tal el viaje?. Yo les contesté que nunca había hecho dos viajes a la vez; uno, el que me había llevado hasta ellos y el otro en el tiempo.

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Pilar Gómez Martínez Calatayud Segundo premio año 2002

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Sólo queda esperar Sentado en una silla de anea, en la puerta de su casa, fumando su eterno cigarro y recordando cualquier ocurrencia que sucediera en su juventud. Así pasa la mayoría de las mañanas. Cuando cierra los ojos, ve pasar su vida, como el río Manubles pasa por la vega de Moros. De vez en cuando, mueve la cabeza, como si quisiera borrar historias del pasado que no le agradan tanto como otras y sin querer, vuelve a la nostalgia del presente. Constantemente piensa que le gustaría seguir viviendo en el pasado. Eran tiempos duros, pero se podían llevar. En silencio, porque siempre calla. Se mantiene extrañamente inmóvil, como para ahorrar energía. Sus ojos dejan escapar una mirada de inseguridad y su cuerpo se vuelve más frágil, con el paso del tiempo. Basilio Alejandre Lacal vive colgado de recuerdos. Es un jubilado más, en cualquier pueblo pequeño. Una persona más de las que piensan que el momento de la jubilación es como una condena: condenado a no hacer nada, condenado a 27


la vejez, condenado a recordar el pasado, y en definitiva, condenado a la muerte. Piensa que cuando se tienen setenta y nueve años, como él, la única faena que te queda es esperar a la muerte. La depresión no le deja meditar de otra manera. Y todavía más, desde que su esposa Gloria, murió hace cinco años. Desde aquel momento, Basilio se volvió huraño en exceso. Siempre había sido muy buena persona, amigo de sus amigos, era el buen vecino que le gustaba ayudar a quien lo necesitara y quería agradar a sus convecinos. Pero cuando murió Gloria, se volvió arisco, huidizo, casi intratable. Siempre silencioso, cabizbajo, insociable, hermético con los demás. Nadie le había hecho nada para que cambiara de esta manera, pero él había elegido ser así, y así es. Algunos le preguntaron por aquel cambio tan radical. No recibieron ninguna respuesta apropiada. Todo lo contrario. Alguna brusquedad haciendo ver al que se preocupaba por su estado, que meterse en sus asuntos era lo mejor que podía hacer. Las respuestas secas se hicieron comunes en su manera de hablar y de sus labios nunca 28


volvió a salir un halago, un saludo agradable o una broma. Las sonrisas se fueron, al igual que desapareció el sentido del humor del que, en otros tiempos, hacía gala. Las tardes le gusta pasarlas en la Portilla. Desde ese banco donde se sienta se puede ver la torre del antiguo castillo. Esta es la entrada principal del pueblo zaragozano de Moros. Moros es uno de tantos pueblos que se está quedando vacío. El que fuera en otros tiempos, un pueblo próspero gracias a su agricultura, ahora se está convirtiendo en un pueblo abandonado. El río Manubles riega su huerta antes de desembocar en el Jalón, en la vecina Ateca. Y de este modo, se recogen excelentes cosechas de frutas y hortalizas. Además, en el terreno secano, lo que más abunda es el cereal, aunque existen hectáreas de viñedo de las cuales se extraen excelentes vinos. Moros es un pueblo estirado en lo alto de una colina. A vista de pájaro, se dibuja como una línea colorada de tejados contra el grisáceo de los montes que la rodean. Tiene un castillo con una alta torre muy 29


arruinada por el paso de los años. También se destaca del caserío, la torre de la iglesia con su nido de cigüeña, que al igual que otras en esta comarca, es de arte mudéjar. La Portilla es la entrada a la población. Como está en lo alto de la colina, el paisaje es grandioso. Decenas de kilómetros de monte y vega alcanzan a verse desde este privilegiado mirador. Este es lugar donde podemos encontrar a Basilio, escuchando el piar tranquilo y cercano de los gorriones. Basilio es de mediana estatura, delgado, de tez muy blanca y con un aspecto casi aquijotado. Con el pecho hundido y la espalda curvada, la nuez muy pronunciada. Casi calvo y con barba de tres o cuatro días. El poco pelo que aún le queda en la cabeza es gris, muy hirsuto y clareado. Lleva boina y usa bastón, no porque lo necesite, sino porque todos los mayores usan bastón y esa costumbre ha quedado perenne. La mirada la tiene perdida casi siempre en el suelo, sin fijarla en ningún punto en concreto. En silencio. Las manos entrelazadas. Se diría que no sabe que 30


hacer con ellas. La tristeza que emana de su rostro es de tal gravedad que todos se preocupan por él. Tan apesadumbrado, tan huraño, tan meditativo. Muchos días se alimenta de las viandas que le trae su cuñada Josefa. Una sopa caliente guardada en un termo, algo de vino, queso de cabra, chorizo casero y un trozo de pan, constituye su alimento. Josefa, con sesenta y cinco años a sus espaldas, es una de las hermanas pequeñas de Gloria. Está casada con Ciriaco, también jubilado. Posiblemente en el pueblo, son las personas con las que mejor se lleva Basilio. Pasan semanas enteras sin hablar con nadie, excepto con estos cuñados. Cuando come le vienen recuerdos de sabores del pasado. Aquellos platos que cocinaba Gloria. Alubias pintas con chorizo, guisado de patatas con cordero, caldereta de pastor, lomo de cerdo en adobo... Hoy es domingo. Basilio ha perdido la noción del tiempo. No sabe en que día vive. Como recordatorio, se escuchan las campanas de la iglesia. No, esta vez no ha sido el reloj. Es el primer toque de las 31


campanas grandes que anuncian la misa de doce. Cuando suena el segundo toque, algunas mujeres vestidas con sus mejores ropas, se acercan a la puerta de la parroquia de Santa Eulalia. Los hombres sentados en la plaza, todavía no tienen intención de levantarse. Esperan al tercer toque. Formando corrillos, siguen con sus murmuraciones sobre los últimos acontecimientos de la localidad. Chismorrean acerca de cualquier cosa y se critican los unos a los otros. Por fin, suena el tercer toque. Ahora es cuando los hombres se levantan de los bancos y cruzan pausadamente la plaza, subiendo por la calle Mayor, hasta la iglesia. Basilio ha salido de casa tarde, como cada domingo. De esta manera no se cruza con ningún vecino que le pueda incordiar. Siempre que sale de casa, camina sin prisa. Parece agotado, como si no tuviera ganas de llegar. Ha perdido el interés por la vida. Cuando entre en la iglesia con la misa ya empezada, se coloca en los bancos del

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final. Cuando termine la misa, se marchará el primero de todos. Volverá a su casa, a su soledad, donde no hay nadie para compartir la mesa, ni para compartir recuerdos, aquellas viejas historias que hacen la vida más agradable. Cuando pasa por la Portilla, observa como tantas veces el paisaje. Se detiene mirando hacia abajo, hacia el río. Lo observa como se va, como pasan sus aguas sin que nadie las utilice para regar. Ya no es tan útil como antes. Ya nadie lo quiere. También se da cuenta que a él nadie le quiere y que su vida, poco a poco, también se va. No tiene prisa alguna, eso es la vejez para Basilio. La recta final, vivir sin prisas, esperando... Desde la Portilla, por encima del muro, contempla las fincas con sus árboles, el lavadero municipal, los montes, la carretera y al fondo, quiere reconocer la iglesia de Aniñón. Sabe que está en esa dirección, pero su vista le falla. Se pregunta como tantas veces: -“¿Qué habrá detrás de esas tierras? y ¿detrás de toda la tierra, de toda la gente?. ¿Estará Dios?”. La vejez la hace 33


dudar de su fe, ya no confía en nadie. -“Posiblemente esté Dios. Claro. Tiene que ser Dios. Por eso cuando morimos, volvemos a Él”. Sigue pensando en la muerte. -”Y con Dios estará Gloria. Seguro”. Más recuerdos, más paisaje, más melancolía, más echar de menos a la persona querida, más cigarros, más retraimiento y más antipatía hacia sus vecinos. Hoy ha regresado pronto a casa. No ha querido ni esperar a la puesta de sol. No se encuentra bien. Un ligero temblor sacude de vez en cuando el cuerpo de Basilio, principalmente en la cabeza. Cuando no tiene las manos entrelazadas o apoyadas en ningún sitio, también le tiemblan. Además, la tos de cada mañana está durando cada vez más. -”Será que me va a pillar el catarro”. Piensa. Cree que con un poco de miel y unas infusiones de tomillo con cebolla se pasará, como otras veces. Pero cuando llega a casa, no le quedan ganas de prepararse nada y la comida que ha dejado Josefa no le apetece. Como 34


otros días, se marcha a la cama sin probar bocado. Cuando sube las escaleras para ir a dormir, no va solo. El silencio y la soledad le acompañan. Siempre caminan con él. A veces, se detiene a observar unas viejas fotografías, gastadas ya por el manoseo de tantos años que han pasado desde que se tomaron. Aquella que están a la salida de la boda de Ciriaco y Josefa. Esa otra que están los dos solos, en la Portilla y que fue tomada por un extranjero que no hablaba el castellano. Son fotografías de más de cuarenta años de antigüedad. Sin embargo, no se cansa de mirarlas. A pesar de que se ven otras personas, Basilio siempre se fija en Gloria, en el vestido que llevaba ese día, los zapatos que relucían, el moño tan bien peinado. Por las noches, Basilio duerme poco y a ratos. Se despierta sobresaltado gritando el nombre de su esposa. Las pesadillas no le dejan descansar bien. Algunas noches se desvela a las cuatro de la mañana y ya no se duerme. El reloj de la iglesia le mantiene informado, con sus ruidosas campanadas de 35


lo temprano que es y cuando mira por la ventana, la oscuridad total del cielo le aconseja que vuelva a la cama. Hay días que no le dan ganas de levantarse, de continuar esperando, de luchar por la vida. Esta noche será como las demás. No espera nada especial. Se quedará durmiendo echando mano de sus recuerdos y viendo a Gloria lo guapa que estaba el día de su boda. Con aquel velo que le trajeron de Zaragoza y las rosas que cortaron de aquellos rosales que cultivaba D. Antonio, el maestro. Revivirá los malos momentos que pasó, cuando no le dejaban cortejar a Gloria y el padre de ésta, le amenazó que no festejaría con su hija ni en mil años. Los amigos le aconsejaron que se la quitara de la cabeza, que había otras mozas en los pueblos vecinos que merecían la pena. Era demasiado tarde, aquella moza en especial había calado demasiado hondo en el corazón de Basilio. Familiares de Gloria llegaron a amenazarle y pronto, las dos familias se distanciaron hasta llegar a no hablarse. 36


Volverá a evocar el viaje de novios a Zaragoza. Estuvieron cuatro días. Viendo el río Ebro. ¡Qué grande!. Vieron la basílica del Pilar. ¡Que iglesia más enorme!. En Zaragoza todo era enorme: las calles, los tranvías, las casas. Ya no volvieron a viajar más. En cada recuerdo, hay un momento especial para Gloria. Tal vez hay un punto de emoción cuando recuerda a su esposa. Siempre está ella presente. La quiso más que nadie, pero nunca le dijo que la quería. Nunca salieron esas palabras de su boca. Nunca hubo una frase de amor. Todo fue muy seco por su parte. Cuando decidió dar el paso de pedirle que festejaran, fue algo muy brusco. Aunque ella aceptó enseguida. Después no hubo otro momento de romanticismo. Con él “Si quiero” de la boda, se terminó todo signo de ternura. Gloria se quejaba del poco apasionamiento que había entre los dos y él respondía que esas delicadezas las dejaba para los actores de las películas. En la absoluta soledad de la noche, Basilio llora y se arrepiente de no haber dado a su mujer lo que le pedía. Era tan 37


poca cosa. Bastaban unas palabras que le avergonzaron en su momento: un “te quiero” y un beso. Ahora no la tenía. Ya era demasiado tarde para lamentarse. Sólo llora de rabia. Cuantas noches llorará como esta, con la impotencia de no poder hacer nada por evitarlo. En su eterna soledad, llora de dolor. Igual que su amor fue grande, también es grande su amargura. Por eso, solamente le queda esperar. Esperar a que Dios se acuerde de él. EPÍLOGO -”¿Te has “enterao” de lo del Basilio?”. Dice Benedicto, el sacristán. -”¿Qué le pasa?”. dueño de la tienda.

Contesta Fabián, el

-”Su cuñada, la Josefa, lo ha encontrado muerto esta mañana”. -”No me digas. ¿Y de que ha muerto?”. Son las tres de la tarde del lunes y bajo los soportales del Ayuntamiento, se va arremolinando la gente. La noticia corre como la pólvora y a todos cae como un jarro de agua fría. Basilio tenía una manera de ser muy áspera y brusca, pero era buena 38


persona y todos lo querían. Todos sabían que detrás de ese taciturno que se sentaba en el banco de la Portilla, había un hombre excelente, con ganas de ayudar a cualquiera. Pero en los últimos años, todo había sido diferente, aunque ahora nadie lo tenía en cuenta. Todos le conocían bien, pero nadie sabía que nunca le había dicho “te quiero” a su esposa. Cuando el médico diagnosticó la muerte, se quedó extrañado de lo sano que estaba el difunto. No tenía una enfermedad especial por la que acaeciera la muerte. Basilio se cansó de esperar y quiso decirle a su esposa lo que nunca le dijo en vida.

Daniel Vera Mateo Calatayud Tercer premio año 2002

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La vida sigue Juan salió de la casa y se quedó contemplando el cielo. Hoy no llovería, el azul era intenso, ni siquiera se veía una pequeña nube. Movió la cabeza y fijó sus ojos en la lejanía; como la cosa siguiera así, los agricultores iban a tener mal año, el campo necesitaba agua y aunque estaban en primavera, no había caído ni una sola gota. Su nieta, Paula, lo miró con cariño desde la ventana; a pesar de que tenía setenta y cinco años continuaba siendo un hombre apuesto; Alto, con un cuerpo atlético y se le veía lleno de energía. Pero Paula lo que veía no era sino a un gran hombre que había sido para ella como un padre ya que al suyo solamente lo recordaba por fotografía. Juan se sentó en una silla en la puerta de su casa y apoyó las manos en el bastón que llevaba cuando caminaba por el monte. Paula, creyó que dormía; Miraba a lo lejos su tierra castellana desprovista totalmente de árboles, pero, con un encanto especial que le hacía amarla, no 40


importaba que fuera árida ya que por muy seca que pareciera, era generosa, pues siempre había respondido y dado de comer al pueblo a pesar de la escasez de agua. A lo lejos se había formado unas nubes que parecía rozar la lejana montaña. Apoyó la frente sobre sus manos y dos gruesas lágrimas cayeron de sus ojos; Aquellas nubes le hicieron recordar el día más triste de su vida. El y su esposa Elena habían ido a pasar las Navidades a la capital, con sus hijos y nieta. Aquellos eran días alegres y felices para todos. Paula su nieta, era una niña de cuatro años preciosa, rubia con sus ojos azules como el reflejo del mar, cariñosa y como decía su abuela ¡ La más lista del mundo!. Unos días antes de Reyes los padres de Paula salieron de compras, Juan y Elena empezaron a preocuparse por su tardanza, pues pasaban las horas y sus hijos no regresaban. Llamaron a la puerta y ahí empezó la pesadilla. Habían tenido un accidente: Un camión al que le falló la dirección choco contra su coche. Quedaron destrozados. Ernesto, el 41


padre de Paula, no tenía familia y Juan tuvo que ir a reconocer a él y a su hija Raquel. Se marcharon al pueblo con su nieta Paula, que más que nieta se convirtió en su hija. Paula preguntó a sus abuelos ¿Dónde están mis papás? Elena le contestó que en el cielo ¡Esta muy alto! Dijo Paula y siguió ¿Podrán montarse en un avión? Elena sin saber que contestarle se quedó mirando, y Juan dándole un beso muy fuerte, le contestó. No pueden venir a casa porque las nubes no viajan y ellos están encima. A los pocos días, Paula fue corriendo al encuentro de su abuelo ¡Abuelo, abuelo, corre que ya vienen mis papás! Juan intentó calmarla pero Paula tiraba de su abuelo llorando ¡Abuelo coge el coche y vamos a buscarlos! Pero ¿Dónde quieres ir a buscarlos? ¡Allí! Contestaba Paula. ¿No ves que las nubes ya han llegado a la montaña?. ¡Seguro que ahí están los papás!. Paula, aquella noche se durmió llorando abrazada a la fotografía de sus padres. Los abuelos estuvieron casi toda la noche pensando en la forma de explicarle a su

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nieta lo que ocurría cuando una persona dejaba de existir. Llegó la mañana. Elena y Juan estaban en la cocina cuando bajó Paula muy contenta. Los abuelos se miraron perplejos, Elena, sentó a Paula en sus rodillas, le acarició su pelo rubio y sedoso, la abrazó y cuando empezó a hablarle de sus padres, Paula sonrió ¡Abuela, dejarán de quererme y vendrán a leerme un cuento cuando vaya a la cama! ¡Igual que siempre!. Intentaron convencerla de que “aquello” había sido un sueño, pero Paula no los escuchaba, repetía una y otra vez que sus papás le leerían un cuento. Al llegar la noche, Paula, subió a su habitación, la abuela la arropó y cuando iba a apagarle la luz la niña no lo consintió pues, sus papás “tenían” que leerle el cuento. Elena bajó llorando, pensando que la niña necesitaba ayuda, quizá estuviese perdiendo la razón. Juan, subió a su encuentro y al explicarle lo que ocurría la 43


abrazó amorosamente y volvieron los dos para entrar en la habitación de la niña. La puerta estaba entreabierta y dentro , sentado en la cama estaba Ernesto, leyendo un cuento, mientras Raquel abrazaba a su hija. Pasaron los años. Paula se convirtió en una joven preciosa y dulce que amaba profundamente a sus abuelos. Había olvidado por completo que en algún momento, sus padres, le leyeran nada por la noche. Juan y Elena se preguntaban si lo habrían soñado, pero, misteriosamente desde aquel día había un cuento en la habitación de Paula que nunca antes había estado. Juan levantó la cabeza al escuchar los pasos de su esposa Elena. Se miraron a los ojos, en ese momento Paula, asomaba a la ventana, pensó que le gustaría encontrar un amor tan grande como el que se leía en los ojos de sus abuelos. Elena entró en casa a por una chaqueta, al pasar delante de la chimenea, miró la fotografía de su hija Raquel y en ese

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momento algo pasó por su mente que hizo comprender que todo estaba bien así. Ya casi anochecía y los tres estaban sentados hablando animadamente, eran una familia completamente feliz.

María Teresa Rodríguez Miguel Calatayud Primer accésit año 2002

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Sembrar aunque no llueva Ahora, cuando mis ojos se hunden, después de haber contemplado el paisaje de mi querido pueblo durante más de medio siglo, siento la tierra resquebrajada bajo mis pies. Como una muela querada, asoman las vetas del monte de la ermita; por sus pardas laderas resbalan las piedras que desnudan las tormentas y el paso del camino. La pequeña silueta que antaño levantaron los abuelos aparece erguida, retocada, como un firme abanderado resistiendo el cierzo; y desde este balcón privilegiado contempla el ir y venir de sus gentes. Ella me mira. La miraba de niña por la ventana de mi casa, cuando abajo, unas tras otras, venían a beber agua al abrevadero las caballerías después de faenar las tareas del campo: mulas, machos, yeguas o pollinos; en un gesto fatigado y sumiso, agradeciendo la pequeña recompensa. Vueltas, y vueltas, otra y otra más, para machacar en las eras las espigas de trigo. ¡Uf, qué sudores bajo el abrasador sol de verano!. Y mi madre, dando vueltas a la noria con una mula, así 46


elevaban el agua para regar. Y mi marido, entonces un muchacho, acarreando en las caballerías las talegas de trigo, para luego cargadas a la espalda, subirlas a los graneros. Así no se podía crecer mucho, me digo yo ahora cuando veo las nuevas generaciones, pero que grande se iría forjando su corazón. ¡Que buena gente la del pueblo!. ¿Retorcida?. Acaso su columna por los duros esfuerzos. Había que sacar los hijos adelante, y los sacamos también a la ciudad que como embudo los engullía. Ahora, entre edificios altos anuncian “pan de pueblo” queriendo recordar aquel sabor. Bien amasado en la artesa lo llevaba mi tía cargado sobre su cabeza al horno de leña que tenía el panadero. Sobre un tablero de madera se colocaban los moldes tapados con un paño, y se llevaba a cocer una vez por semana, luego se guardaba en una tinaja ancha de barro. La recuerdo entrando al corral, donde las patatas. Alfalfa y panochas de maíz que colgaban por todas partes servían de alimento al cerdo, conejos, pollos y gallinas; ¡qué huevos los de corral!. 47


En torno del cerdo, el día de la matanza se preparaba una fiesta. Era en los meses de invierno, mi abuela preparaba unas judías blancas con tajadillas del cerdo y muchos ajos, ¡qué buenas estaban! Todo costaba trabajo, para preparar el vino, las uvas, después de ser vendimiadas, al final del día, se colocaban sobre unos tablones, a través de ellos caía el mosto a un lagar que había debajo, en la bodega. Era un olor intenso y afrutado, una frescura que resultaba increíble haberla extraído del monte después del intenso sol del verano. Mi tío pisaba y pisaba las uvas, iba descalzo, con el pantalón remangado hasta la rodilla. En este baile de recuerdos, en el granero de mi abuelo paterno, las manzanas se volcaban en el suelo, sobre paja para amortiguar los golpes. Entonces se disponía de unas pocas banastas, luego, en cajas de madera ovaladas se colocaba la fruta envuelta en paja (más tarde se haría con virutas y papel) cerradas con tapes de madera, cogidos en las esquinas con alambres para mandarlas al mercado; en un principio en tren, después sería en camión. Cuanto esfuerzo para tan poca economía… 48


El abuelo tenía un cerezo en el regadío, cuando maduraban las cerezas nos llevaba en fila india a todos los nietos montados en bicicletas. El mejor legado que nos dejan los abuelos son los buenos recuerdos. Íbamos con cántaros a la fuente a por agua para beber, o a la acequia a fregar la vajilla y lavar la ropa. Ahora tenemos lavadora, lavavajillas, y buenos cuartos de baño. Parece una paradoja, ahora que disponemos de mejores medios, como ordenadores con Internet, tractores con todo tipo de maquinaria para labrar, sulfatar, etc. Es también cuando poco a poco han ido emigrando nuestros hijos, desaparecen como desaparece la frescura de estos recuerdos. Espero que a la lluvia no le dé también por emigrar, pues cuando los árboles son arrancados ya no la pueden atraer. Como muestra quedaron para siempre inamovibles nuestros templos, góticomudéjares, testigos mudos del fervor de tanta gente.

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Sembremos aunque no llueva, plantemos semillas en tierra, no abandonemos la parva. Los pueblos son escuelas con sabias enseñanzas, ahí se ha formado la gente noble, es la cuna de verdaderos artistas, músicos, poetas y pintores que ante los bellos atardeceres que tienen la suerte de contemplar rinden homenaje en su trabajo y así lo plasma su cultura. Por tanto sembremos aunque no llueva. Despertad a la esperanza.

Fabiola de la Flor Pérez Maluenda Segundo accésit año 2002

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Pensamientos Que bien se está aquí, sentada en este sillón tan cómodo, al solecito que entra por la ventana y sobre todo con mi gato Jeremías, enroscado en mi regazo, tranquilamente dormido, es tan suave. Me parece escuchar a la que, pienso es mi hija y un señor que no conozco. Escucho prestando más atención, sí, es ella. ¿Por qué llora? El señor le dice que tenga paciencia y resignación, que su madre, tiene Alzheimer, en su última fase. Pobrecita, no llores hija mía. Jeremías se está moviendo, cambia de posición y continua durmiendo, lo acaricio con mi mano, que suave, que paz me trasmite, me hace recordar tantas cosas, tantas, tantas. Estoy jugando con una muñeca de trapo, con mi amiga Ana, estamos es su casa, mi madre me ha dejado al cuidado de la suya, pues se ha ido a lavar, al lavadero municipal. Tengo hambre y salgo a la calle para ver si viene. Ahí llega, con sus sayas, su toquilla y su rodete en la cabeza 51


para llevar el balde con la ropa de toda la familia. En esta época la vida era dura, las casas no tenían comodidades, ni agua corriente, ni frigorífico, ni televisión, por no haber casi ni comida para alimentar a cuatro hijos y el matrimonio, pero que feliz que era yo. Mi madre me mimaba, al igual que mi padre y mis hermanos mayores, aunque esto no sucedía con el hermano pequeño, el anterior a mí, que me tenía unos pocos celos, pero aun así, todos compartíamos lo poco de que disponíamos. Mi madre me llama y me voy con ella a casa, me dice que viene muy cansada y se va directamente al balcón a tender. Cuando termina, nos vamos a la cocina a ver los pucheros que hay en el hogar, cociendo a fuego lento, hoy tenemos cocido. Mi madre echa un poco de leña al fuego para que se termine de hacer la comida. Coge otro puchero más pequeño y echa caldo del grande, donde se está haciendo el cocido, me dice que va a escullar la sopa. Se oyen ruidos en la calle, me asomo a la ventana y veo a mi padre y a mi hermano 52


mayor "mamá, mamá que viene papá", las dos bajamos a la calle, para ayudarles a meter las verduras y las patatas al patio, mientras ellos, desaparejan las caballerías para meterlas en la cuadra. Mi padre le dice a mi hermano, que vaya a darles agua a la fuente y yo me pongo muy contenta, pues siempre que pasa esto, mi hermano me monta en una de ellas y se me lleva con el a abrevar a las mulas. Se va también encima de éstas, son tan altas, es como si de golpe hubieras crecido un montón, te sientes tan alta como tu padre y no tienes miedo, pues mi hermano la lleva despacio, con el cabo en la mano para que no den ningún traspiés y yo este segura. De vuelta del abrevadero, mi hermano mete a las mulas a la cuadra para que coman, hasta que se las lleven a la tarde, de nuevo al campo. Llegan también mis otros dos hermanos de la escuela, con su macutillo del bocadillo y la cartera, me gusta quitarles esta última para coger la enciclopedia y mirar los dibujos que hay en ella, según del humor 53


que estén me dejan o no, si es esto último me enfado un montón, pues a mí me gusta mucho este libro, ellos me dicen que cuando vaya al colegio no me gustará tanto, no se porqué lo dirán. Como ya estamos todos en casa, mi madre se dispone a poner la mesa para comer. Está es redonda y a su alrededor están colocadas las seis sillas, la mía tiene un cojín grande, pues si no, no llego a comer. Mi madre pone las cucharas y un cuchillo para partir el pan, este es de hogaza, muy bueno, lo hacen mi madre y mi abuela una vez a la semana en un pequeño horno que tiene ésta en su casa, luego lo tapan con unos paños blancos y lo meten en el arca de madera, así tenemos pan para varios días. Cuando ya estamos sentados todos, saca la sopa en una fuente que coloca en el centro de la mesa, mi padre siempre acerca la fuente un poco más hacia mi lado, para que yo pueda acceder a la comida "mi padre es muy bueno". Todos nos lanzamos a comer la sopa, aunque hay que esperar un poco, pues quema bastante. 54


Acabado el primer plato pone en la misma fuente los garbanzos y en otra, aparte, el tocino, la morcilla y la carne. Lo que más me gusta del cocido, es la rebanada de pan que mi madre me unta con tocino, ella me dice que coma garbanzos, pero para mí con la sopa y la rebanada ya tengo bastante, cosa que mis hermanos agradecen, pues ellos tocan a más. Una vez finalizada la comida, mi padre y mi hermano mayor se echan la siesta y mis otros dos hermanos se suben al granero para no molestar. Pero mi madre recoge los cacharros de la comida en un balde, se lo pone en la cabeza, un cántaro en el costado y a la fuente a lavar la vajilla, y de paso a por agua, a mí me da una pequeña botija y la acompaño. Cuando llegamos a la fuente hay más mujeres haciendo lo mismo, también algunas niñas, mientras las madres friegan los cacharros y llenan los cántaros y botijas de agua, nosotras jugamos. De vuelta a casa mi madre se va a echar la siesta con mi padre y yo... 55


¿Qué te pasa Jeremías, por qué te mueves?. Te ha molestado ese ruido, es esa señora que esta meneando las sillas, está fregando el suelo, ¿qué le pasara? Todavía sigue llorando. ...Me subo al granero con mis hermanos que están jugando, con unos carros que se han hecho, con unas cajas de cartón, yo me pongo a jugar con mi muñeca, pues ellos no me hacen ni caso. Mi madre llama a mis hermanos, desde abajo y los tres bajamos corriendo, ellos se tienen que ir a la escuela y a mí me dice, que nosotras nos vamos con mi padre al campo. Después de cargar a las mulas con los aperos de labrar nos ponemos rumbo a la finca, esta vez vamos todos andando, pues la yunta de mulas va muy cargada. Ya en la finca mi padre se dispone a preparar el arado, para sujetarlo a las mulas con las colleras y el yugo para poder labrar. Mientras él labra, mi madre se sienta debajo de un chopo y saca sus agujas de hacer punto, está haciendo un jersey. 56


Yo me acerco al río para jugar, no sin antes oír las advertencias de mi madre para que tenga cuidado de no mojarme, pero cojo mi lata para sacar agua y hacer barro el la orilla, ya se que luego vendrá ella a lavarme las manos. Cuando mi padre acaba de labrar le hago bajar al río para que me enseñe a tirar piedras y hacerlas saltar varias veces, pero yo no consigo que salten casi nunca. Siempre que bajamos al río lo intentamos, pero yo debo de ser muy torpe, pues nunca lo consigo, mi padre cuando se cansa me toca la cabeza y me da ánimos para que siga practicando, mientras él, se dispone a arreglar de nuevo las mulas para cargarlas y volver a casa. Por el camino nos paramos debajo de las buitreras para ver como vienen los buitres a sus nidos. A mí me dan miedo, se ven tan grandes, pero mis padres me tranquilizan, me dicen que no hacen nada, que son carroñeros, yo no sé lo que es eso. Cuando llegamos a casa me voy a la cocina a beber agua del botijo, mi madre se acerca y me da una onza de chocolate y un coscurro de pan. A veces pienso que es 57


adivina, pues siempre me da las cosas que yo necesito, ahora tenia mucha hambre, después de la caminata. Mis hermanos llegan del cole, y también les da chocolate con pan ¿Les habrá leído también a ellos el pensamiento?. Por como se comen el chocolate, creo que sí. Ella se pone a preparar la cena, me parece que serán patatas cocidas, pues saca el cesto y se pone a pelarlas, si fueran fritas, las pelaría mas tarde. Me voy a jugar con mi amiga Ana a la calle hasta que sea hora de cenar. Ana es mi mejor amiga y como vivimos en el mismo barrio pasamos muchas horas juntas, jugando, además nuestras madres nos dejan al cuidado de una o de otra según las cosas que ellas tengan que hacer. La mía nos invita en este momento a ir con ella al corral y nosotras encantadas. Cuando llegamos a éste, ella se dispone a hacer la pastura para el cerdo, que luego mataremos en la matanza, y nos manda a nosotras al gallinero para recoger los huevos, en el cestillo de mimbre, así lo hacemos.

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Hoy ha habido suerte, pues hemos recogido nueve huevos. Cuando termina de echarle de comer al cerdo, vamos con ella a otra pequeña choza, donde están los conejos y mientras les echa agua, mi amiga y yo les echamos alfalfa para que coman. Los conejos son los animales que tenemos, que más me gustan, pues cuando los miras ellos mueven la nariz, como queriendo decir algo, aunque no sé el qué. Con el cestillo de los huevos y habiendo arreglado a los animales hasta mañana, nos dirigimos a casa, eso si, con mucho cuidado de no romper los huevos, pues casi seguro que serán parte de la cena. Yo me quiero quedar un rato más jugando con Ana, pero mi madre no me deja, dice que hay que cenar, me despido de ella, no sin refunfuñar un poco, pero de poco me sirve. De nuevo, todos sentados alrededor de la mesa y en el centro la fuente con las patatas y la hogaza de pan, y de segundo no me equivocaba, huevos fritos en manteca que mi madre hace tan buenos y que saben tan bien. 59


Después de cenar y de recoger todo, se encienden los candiles, pues ya casi no se ve, y sentados alrededor del hogar cada uno cuenta lo que le ha pasado en el día, mis hermanos cuentan sus trastadas, todos nos reímos. Mi padre saca su petaca y se lía un cigarro de su tabaco picado, a mí me gusta la habilidad que tiene para liarlos, cuando se lo va ha encender yo le pido el chisquero para encenderlo, dándole a la ruleta para que se produzca la chispa que prenda la mecha, luego a soplar para que esta no se apague, se lo doy a mi padre para que se encienda el cigarro, cuando apaga el chisquero, queda ese olor tan característico de la mecha quemada. Finalizado el cigarro, todo el mundo a la cama que "mañana es día de escuela". ¡Oh! ¿Te has estate quieto.

despertado?

Jeremías,

Fíjate ella sigue llorando, que pena me da, si supiera lo feliz que soy, mis recuerdos son tan buenos, mi cabeza ha desechado los malos, que suerte.

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Ay Jeremías, Jeremías, si mi cerebro me dejara decirle que no se preocupara, que todo está bien, que no sufra por mí. Hija mía, aunque pienses que no te conozco, solo sé que te quiero, aunque mi enfermedad me impida decírtelo. Mi niña, no llores más, mi niñita.

Manuela Lacal González Moros Primer premio año 2003

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Un verano inolvidable Aquel verano debió de ser el más interesante de toda su vida. Estaba seguro de que jamás lo podría olvidar, pero, por si acaso, decidió contárselo al amigo más fiel que se puede tener "un diario". A él lo contaba sus sentimientos, sus más íntimos secretos y el recuerdo para siempre de unos días inolvidables. ¡Hola diario! mi nombre es David, tengo doce años y ¡nos vamos de vacaciones al pueblo!. Papá ha dicho que así lo había decidido y que así se haría. Mamá le miraba extrañada ya que desde que murió la abuela, no hemos vuelto a ir por allí ( a papá le trae recuerdos) pero yo ya tengo ganas. Si veras, es un pueblecito pequeño pero precioso, lleno de casas blancas y macetas con geranios. La casa de los abuelos está cerca de la carretera. Recuero el ronco pitido de los camiones, la vieja parra cuajadita de uvas y la gran valla blanca. He oído decir que el abuelo ha hecho algunos cambios, espero que no muchos y 62


que todavía siga allí el armarito con olor a especias. Mi padre es transportista y ama a los camiones con todo su corazón, (a veces pienso que más que a mi madre), y quiere que cuando yo sea mayor trabaje de transportista, dice que lo llevo en la sangre. He tratado de explicarle, como siempre, mi ilusión por ser bombero como el hermano de mi amigo Jesús que ya tiene dos medallas al honor. A veces sueño con él; los dos estamos en una habitación, las llamas nos rodeaban, hay un niño gritando... de una patada derribamos la puerta y corremos con él como a cámara lenta por un largo pasillo. En la calle la gente nos espera gritando ¡Vivan los S-H-A-L-L! (que significa SUPERHÉROES ANTILLAMAS) y será el nombre con el que nos llamarán cuando yo sea bombero. Papá se ha enfadado, siempre que le digo lo de ser bombero se enoja mucho conmigo. El sigue con su rollo, ahora se ha empreñado en que tengo que ir a ver un gran camión, en cuanto lo ha visto me ha 63


dicho (así como en trance) ¿A que tiene algo de magia David? Y yo pienso que debe ser verdad pues a mí jamás me ha mirado como lo estaba mirando a él. Después de cenar, me voy a mi dormitorio y me acuesto, corro las cortinas y miro al cielo ¡Está bonito todo lleno de estrellas!. Pienso en el pueblo y en lo “guay” que sería si todavía viviera la abuela ¡Pobrecilla! Cuando se puso tan enferma yo pensé "mi abuela no puede morirse, es Navidad"... pero ella se fue y mamá me contó una historia, que había subido al cielo, que estaría con los ángeles y que podría comer el turrón de almendra que tanto le gustaba. Después de un viaje sin novedades llegamos al pueblo del abuelo, eso sí, llenos de paquetes, pero todos muy felices y contentos. No era verdad, el abuelo no ha hecho ningún cambio. Todo sigue igual, solo que sin la abuela. Mientras mamá colocaba todo el equipaje, papá y el abuelo charlan ¡cómo no! de camiones. 64


Sobre el mueble hay una foto de la abuela ¿quieres saber cómo era?... ¡guapísima!, ella tenía las mejillas llenas de pecas y la piel suave como el melocotón. Recuerdo que la noche en que se fue soñé que los dos caminábamos por un campo lleno de margaritas y ella llevaba un pequeño ramillete en la mano. Son las fiestas del pueblo, papá y mamá se lo deben de estar pasando bien porque apenas me regañan. Mi abuelo y yo hemos ido paseando hasta el viejo corralón en donde debajo de un cobertizo se encontraba un camión no menos viejo y destartalado, y es que el abuelo en sus tiempos, también fue transportista ¡qué triste! es un amasijo de hierro, a su alrededor zumbaban las avispas y las moscas, en medio del corralón hay un pequeño embalse de agua llenito de ranas, he intentado coger alguna. Luego he subido al viejo camión, en el interior hay tornillos, trapos sucios, cagadas de paloma, cristales rotos y algunos nidos. -Abuelo ¿lo limpiamos?.

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Él se ha quedado pensativo, después de un rato me ha preguntado que por qué quería hacerlo y yo le he dicho la verdad, que no lo sabía, que es algo que me pide el corazón, entonces ha dicho que vale, que las cosas buenas que te pide el corazón debes de dárselas, porque sino luego llegan los remordimientos. ¡Está quedando guay!, yo llevo los cubos de agua y él los echa sobre el camión, dice que yo he de trabajar más porque soy su ayudante y él es mi jefe "menudo morro". Ha comprado pintura roja y azul y ha gastado un montón de dinero, todo de su bolsillo, para que luego mamá diga que es un tacaño. Hoy cuando estábamos trabajando en el camón el abuelo y yo, han aparecido unos vecinos y han estado admirando nuestro trabajo y nos han animado. Pienso que es muy divertido trabajar junto a mi abuelo, creo que estamos más unidos que nunca. Mientras pintamos, hablamos de nuestras cosas, de nuestros secretos. El me cuenta viejas historias de cuando era transportista, pero son muy distintas de las de papá. Me encanta escucharle porque 66


entonces su rostro sufre una metamorfosis. Él me habla bajito, suave, con los labios temblando de alegría, él también me escucha cuando yo le hablo y nunca se enfada si le cuento que de mayor quiero ser bombero. Hoy el abuelo me ha enseñado a soñar despierto. Estaba sentado en el asiento del conductor, yo en el del piloto, me ha tapado la cara con un pañuelo de cuadros, luego con una voz casi de susurro me hablaba y cuando hemos cogido velocidad y el pelo se me ha revuelto por el aire, los he visto, he visto los paisajes más maravillosos que jamás pueda imaginar y que solo pueden existir en los sueños de algunos cuentos de hadas. Son los cuatro de la mañana, me visto rápidamente y salgo de la casa sin hacer ruido; afuera hace frío, de pronto, siento un miedo terrible, estoy titiritando, no sé si de frío o de pánico. Busco en la oscuridad el viejo camión pero cuando ya estoy llegando arriba, siento que resbalo, intento sujetarme con fuerza pero es inútil. Se oye un grito en la noche ¡SOCORRO!, es mi voz, 67


estoy cayendo al vacío, la tierra me golpea y mis pensamientos paran. ¿Me habré muerto? Apenas puedo abrir los ojo, me duele la cabeza, pero ya no tengo frío. Veo como entre sueños unas figuras, se van acercando lentamente, creo que son ángeles ¡Ah! ya, sé, me he muerto, estoy en el cielo y veo ángeles, pero, enseguida me doy cuenta de que esto es imposible porque uno de ellos tiene la cara del abuelo. -¡David! ¿Te encuentras bien? Miro a mi alrededor ¿Cómo habré llegado hasta aquí?, papá, mamá y el abuelo me hacen la misma pregunta, pero no lo sé. El abuelo tiene los ojos llenos de chispitas como si fuera a llorar. Papá me coge en brazos y todos regresamos a casa. Me han dado tres punto en las cabeza, no sé si será del golpe, pero no logro recordar cómo subí a la colina, es como un misterio entre ella, la noche y yo. Hoy han venido a verme un grupo de señores muy trajeados y han estado hablando largamente y no han dejado de hacerme preguntas sobre el camión. ¡Qué 68


pesados! Papá y el abuelo se echaban miraditas de reojo, cuando por fin se han marchado, papá ha exclamado: "¡David! se llevan el camión a un museo", yo me he quedado sin habla. El abuelo se ha acercado a mí, tenía la voz y las manos temblorosas: "¿No estás contento verdad?, él me conoce, sabe mis sentimientos, ¡habíamos hecho tantos planes para el camión!, no entiendo por qué ahora se acuerdan de él, ¿por qué hacen esto?. En un museo no será igual, estará otra vez olvidado, olvidado por el aire, por los pájaros y por las noches, la luna, las estrellas. Allí podrá sentirse admirado, pero nunca podrá hacer soñar a nadie y eso me entristece porque junto al abuelo, he aprendido que subirme a un camión es soñar, es magia, es fantasía, es misterio... Amigo diario, mañana regresamos a casa. Terminaron las vacaciones. Han sido unos días inolvidables, el abuelo ha quedado en llamar para darme noticias sobre el camión ¿me guardas el secreto? papá llevaba razón, creo que dentro, muy

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dentro de mí, yo también llevo la magia, la fuerza del camión en la sangre.

Pilar GómezMartínez Calatayud Segundo Premio año 2003

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Mi pequeña historia ¡Hola! Os voy a contar mi pequeña historia, la de mi vida; porque yo soy muy pequeñito, bueno la verdad es que no tengo muy claro ni quien soy. Veréis. Vivo en una mamá. Al principio creí que me llamaba “pequeño hijito” o “cariño” o “mi amor”, pero, ahora que ha pasado algún tiempo estoy convencido de que mi nombre es “Hermanito”. No sé cómo pude meterme en mamá, pero ¡Aquí estoy! Y muy contento. Vivo en una bolsita con agua ¡agua!, Así debí de entrar en mamá, al beber agua. Todavía estoy muy asustado. Estaba dormido sentí algo frío y me moví un poquito, pero “aquello” iba detrás de mí y me apretaba, además estaba aquel ruido tan fuerte de tac, tac, tac, me quedé quieto y oí la risa de mamá ¿cómo podía reírse?. Escuché muy atento y una voz que yo no conocía estaba diciendo: “Ves, ahí tiene los brazos y ahí, las piernas”. Decidí marcharme. “¡Mira! -continuó diciendo la voz- ahora se ha movido”. Volví a quedarme quieto. La voz continuaba: “quizás no sea un niño, aquí 71


falta algo”. ¿Cómo que no soy un niño?, y ¿qué es eso de que falta algo?. “Lo de abajo” -siguió la voz. Son mis piernas, esto de arriba serán los brazos; tengo los ojos, la nariz y la boca, además de un montón de cosas; así que ¿qué me falta?. Seguí escuchando. “No se ve bien, en la próxima ecografía se verá mejor”. Al final me han dejado en paz, pero, ahora no puedo dejar de moverme pues sigo asustado. No me ha gustado nada que dijeran que quizá no fuera un niño porque me faltaba no sé qué. Le digo a mamá que soy su niño su ”Hermanito” pero ella no me escucha ¿Por qué yo la oigo y ella a mi no?. Estoy aprendiendo mucho escuchando a mamá. Sé que tengo también un papá, aunque no sé lo que es. Además un “Hermanito”. Desde que sé que soy un” Hermanito” estoy echo un lío, porque ¿cómo no estamos juntos?, ¿cómo sabré cuando hable mamá a quién se refiere?. Hoy por fin he entendido lo que estaba pasando. Es que como soy tan pequeñito, confundo las cosas, pero yo soy el único “Hermanito”; el otro niño es Carlos y me 72


gusta su voz, seguro que será mi amigo, aunque no me ha escuchado cuando se lo he dicho. Cada día que pasa, noto que voy creciendo y eso me tiene preocupado; antes, podía moverme pero ahora cada vez tengo menos espacio para hacerlo. Se lo digo a mamá, pero ella”como siempre” no oye mi voz. Aquí no gana uno para sustos. Yo estaba tan tranquilo cuando de repente, mamá ha comenzado a quejarse, he intentado darle un poquito con mi pie para que supiera que estaba con ella, y en ese momento me he dado cuenta que no me puedo mover y lo peor de todo es que mamá no se encuentra bien. Esto no me gusta, estoy cabeza abajo. ¿Y mi agua?, ¿dónde está el agua de mi bolsita? ¡Mamá! ¡Me voy a caer! No me gusta esa voz de quien me ha cogido por los pies, además, aquí hace mucho frío. Yo quiero vivir donde..., buaa.… buaa... !Una mano enorme me ha dado una zurra! ¡Mamá!. Por fin mamá me ha oído y me ha cogido entre 73


sus brazos. ¡Qué bien se esta aquí! Me ha colmado de besos, yo también quería besarla y he abierto mi boquita para hacerlo, pero, no sé por qué han creído que tenia “hambre”. No sé que es eso del “hambre” pero deben de tener razón pues me ha gustado lo que sale de esa fuente redonda que tiene mamá, bueno tiene dos, pero tengo que succionar para poder beber. “María”... la voz de mamá me ha despertado, pero ¿dónde estoy?. Busco con mis manitas y mis pies, pero aquí no esta mamá, ¡Ya empezamos!. Además ¿con quien habla?. He llorado y mamá me ha colmado de besos y ha vuelto a llamar a María, no sé quien será esa dichosa María. Bueno aquí sigo y ahora ya conozco a mi Hermanito Carlos. No sé muy bien si es o no es mi amigo, porque cuando mamá no mira, me quita el chupete. Él no tiene, así que yo se lo dejo un ratito. También he conocido a papá. Me da muchos besitos pero raspa un poco. ¡Ah! se me olvidaba, ya sé quién es María ¡María soy yo” 74


María Teresa Rodríguez Miguel Calatayud Tercer premio año 2003

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Francisca Francisca era una mujer muy humana y digo muy humana porque desde muy joven lo demostró. Se quedó sin madre muy joven y a su cargo quedaron dos hermanos más pequeños que ella. Decidió que no se casaría hasta que sus hermanos no fueran mayores y se valiesen por si mismos y así lo hizo. Se casó ya bastante mayor con un mozo de un pueblo vecino al suyo y allí se marchó a vivir. Llevaba aproximadamente cinco años de casada cuando empezó a preocuparse porque no tenía hijos, creía que era por ser mayor, pero al poco tiempo tuvo dos hijas preciosas. En el pueblo cuando llegó apenas conocía a nadie pero al poco tiempo todos la querían por su manera de ser y su bondad. Vivía en la misma calle que sus suegros y su cuñado, este ya casado, los suegros ya eran muy ancianos y Francisca iba todos los días a limpiarles la casa y cuando se marchaba ya les dejaba la comida preparada para que el abuelo la terminara de hacer porque a la abuela se le iba algo la cabeza. 76


Su marido se ocupaba de que no les faltara de nada, sobre todo la leña al llegar el invierno y pasaba muy a menudo a verlos. Un día el marido de Francisca pasó a ver a sus padres como de costumbre, al entrar en la casa oyó ruidos en el corral, se encontró con su hermano que estaba llevándose la leña que el había preparado a los abuelos y discutieron. Muy enfadado entró en la casa y les contó a sus padres que su hermano en vez de preocuparse por ellos lo que hacía era quitarles la leña que el les había preparado, los abuelos en lugar de enfadarse, casi le dieron la razón al otro hijo, así que se fue a su casa muy disgustado y le contó a su mujer lo que había pasado, le prohibió que a partir de ese día fuese a hacerles las faenas de la casa que ella habitualmente les hacía. Francisca se quedó muy preocupada, entendía las razones de su marido pero ella no podía abandonar a sus suegros de esa manera así que a la mañana siguiente, cuando su marido se fue a trabajar con su burrica, le dijo a su hija pequeña:

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- Anda, asómate a la calle a ver si ya no se ve a tu padre que yo voy a pasar a casa de los abuelos, pero no se lo digas a tu padre porque se enfadará conmigo. Así lo hicieron todos los días que le duró el enfado a su marido, al cabo de unos días Miguel que así se llamaba el marido de Francisca le dijo a esta : - Oye, vamos a pasar a ver a mis padres porque no paro de acordarme de ellos, a saber como tendrán la casa, ya sabes que la cuñada no se preocupa nada por ellos. La hija pequeña, al oír esto preguntó a su madre. - Mamá, entonces ¿ya no tendré que asomarme mas a la calle a ver si ya no se ve a papá para que tu vayas a casa de los abuelos? El padre, marido de Francisca, se quedó mirando a esta, movió la cabeza y le echó una sonrisa. Fueron a casa de los abuelos y estos cuando vieron a su hijo se alegraron muchísimo y se echaron a llorar , desde entones todo volvió a ser como antes.

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En aquellos años por los pueblos iban a pedir limosna muchos mendigos y gitanos, pero de la puerta de Francisca nadie se iba con las manos vacías. Un día se acercó una gitana a pedir algo para comer, cuando salió Francisca a darle un trozo de pan vio que la gitana estaba a punto de dar a luz. Le preguntó que cuanto tiempo le faltaba para que naciera el niño, la gitana le dijo que en cualquier momento ya que estaba friera de cuentas, pensaban quedarse en el pueblo hasta que el niño naciera. Francisca le preguntó si ya tenía los fajeros para cuando naciera el niño y ella le dijo que tenía unas pocas cosas que le había dado una señora, entonces le dijo que volviese por la tarde, que ella le buscaría algo, y así lo hizo. Francisca le preparó todos los fajeros que ella tenía de cuando nacieron sus hijos, cuando la gitana volvió por la tarde y vio lo que le había preparado, se puso tan contenta que apenas acertaba a darle las gracias, Francisca entones le dijo:

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- Mira, como creo que aquí no conoces a nadie, si en el momento de dar a luz me necesitas, no dudes en llamarme. que iré a ayudarte en lo que haga falta. Y así fue, cuando la gitana se puso de parto, su marido fue a buscar al médico del pueblo, pero éste no estaba, se había ido a cazar. El gitano volvió a la cueva donde estaba su mujer muy preocupado, le dijo que el médico no estaba, la gitana entonces se acordó de Francisca, le dijo a su marido que una señora del pueblo se le había ofrecido para lo que hiciera falta, que fuera a buscarla. El gitano muy nervioso fue a buscar a Francisca y esta no se lo pensó dos veces, se fue a la cueva y le dijo al gitano que calentara una lata de agua. Nació el niño y ella lo recogió, limpió al niño y a la madre y se fue a su casa. Al caer la tarde cuando su marido Miguel vino de trabajar del campo, fueron los dos a la cueva para ver que tal estaban el niño y la madre, como los dos estaban muy bien, cambió al niño y les dejó la cena que les había subido, les dijo que por la mañana volvería a subir y se fueron a casa. Efectivamente, a la mañana siguiente 80


volvió a subir a la cueva y así lo hizo durante los cuatro días que estuvieron los gitanos en el pueblo, limpiándoles y llevándoles la comida todos los días. Pero esto no es todo, Francisca, cuando las camisas de su marido ya no valían, en lugar de tirarlas, las lavaba y las apedazaba, la planchaba y las guardaba en un cajón de su cómoda así cuando iba algún pobre a pedir y veía que no llevaba camisa, ella le sacaba una y le la daba. Un día de invierno, fue un pobre a pedir a su puerta, Francisca vio que llevaba la chaqueta abrochada pero no llevaba camisa debajo, así que le dijo: - Pase, pase dentro que le daré una camisa. Le hizo pasar a la cocina, y le invitó a que se sentara en el banco junto al fuego, le sacó la camisa, echó en el fuego dos aliagas, le calentó la camisa y le dijo que se quitara la chaqueta y se pusiera la camisa caliente pero el hombre le dijo que no, que ya se la pondría en la cueva, Francisca le dijo:

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- Pero, ¿por qué no?, póngasela calentica que esta usted pasmado de frío. El volvió a decir: - Que no, que no, que están las niñas y me verán las carnes. Francisca insistió y por fin se la puso, le ofreció un plato de judías de la comida que ya tenía hecha y el buen hombre se las comió. Lleno de gratitud le dio las gracias y se fue muy agradecido sabiendo que tenía una puerta donde llamar cuando le hiciese falta. Francisca un año después murió de un ataque al corazón, y al poco tiempo de morir el mendigo volvió a ir a pedir limosna, salió la hija pequeña de Francisca y cuando este vio a la niña de negro, le preguntó por qué llevaba luto, la chica le dijo que por su madre que hacía dos meses que había muerto. El mendigo al escuchar esto se puso a llorar igual que un niño y le dijo a la chica: - Jamás volveré a venir a este pueblo. Y así lo hizo, jamás lo volvieron a ver. 82


Al que lea este relato no se si le gustará, lo he escrito con todo el amor del mundo porque esa mujer tan humana era mi abuela

Pilar Bendicho Morata de Jiloca Cuarto premio año 2003

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Tormenta interior Llueve, llora el cielo. Desde niña he adorado ver las tormentas a través de los grandes ventanales de mi hogar. Hoy también miro la lluvia, pero hay tormenta en mi interior. No sé cuándo el amor se acabó, en realidad hay muchas clases de amor en mi persona, aunque mis amigas dicen que por el roce también se quiere a un perro y cuando no convence uno, lo saca de su vida. He decidido sacar a Marco de la mí. Él me mira sin entender nada, mientras preparaba su maleta. De un manotazo he quebrado doce años de mi vida y estoy completamente segura de lo que hago, tan segura como cuando decidí compartirla con él. Los primeros cuatro años fueron maravillosos, éramos dos personas caminando en todo a la par. Marco es banquero y yo soy comercial. Ajustamos nuestros horarios para trabajar a la vez y disfrutar juntos nuestras horas de ocio, incluso si hacíamos cosas por separado, como yo ir al gimnasio y él ir a 84


jugar al tenis, intentábamos hacerlo a la misma hora; los dos pensábamos que estar separados también enriquecía nuestra relación. Charlábamos y reíamos durante horas, el uno contaba con el otro y por y para otro. Los fines de semana los dedicábamos a hacer el amor durante largas horas. ¡Éramos tan felices!. ¿Por qué cambió?. ¿Cuándo se empezó a romper?. A los cuatro años decidimos tener a Paula, yo no estaba muy convencida por que no quería aparcar mi trabajo, pero Marco me convenció de que entre los dos ajustaríamos nuestros horarios profesionales y cuidaríamos de la nueva vida que íbamos a crear. Yo lo creí y callé, ¿ dónde estuvo el error?. Yo empecé a trabajar a partir de las tres y media, cambié mi estupenda ruta comercial por otra de zona de copas que abrían por la tarde, él seguía igual y yo también calle. Cuando llegaba a casa a las 10 de la noche totalmente extenuada me sentía tan culpable, no quería que nadie notara mi ausencia y me convertí en la “superwoman” 85


del momento. Era una estupenda ama de casa, esposa y madre. La casa estaba impecable, el polvo impoluto y la comida seguía siendo excepcional. Pero eso no era lo que me molestaba sino oírle decir cuando entraba por la puerta, “te he bañado a la niña” o mejor “te he llenado el lavavajillas” o lo peor “te he hecho la compra” y yo también callaba, aunque mi hígado se transformaba en un puñal que producía una bilis, que a la vez producía un profundo dolor de estómago, que a la vez producía una terrible jaqueca y que ni siquiera me dejaba dormir. Los años fueron pasando, las charlas animadas desaparecieron, mis clases de aeróbic también, no así sus partidas de tenis. Los fines de semana no eran para hacer el amor, es más, esto también se convirtió en un gesto rutinario y rápido. Marco empezó a salir algún fin de semana con sus amigos solteros. No es que no me pidiera que saliera con él, es que llamar a una canguro para cuidar de Paula con lo poco que disfrutaba de ella me parecía horrible. 86


Un domingo por la mañana lo encontré llorando entre hipos y lagrimones. Me confesó que me había sido infiel. No significaba nada, había bebido mucho y me dijo:"Marta yo te adoro, dame otra oportunidad” y yo siempre calle y le perdoné, porque en el fondo me sentía culpable. Lo más doloroso de esta penosa situación es que yo sentía que mi vida estaba hipotecada, ya no hacía nada de lo que me gustaba, sólo me dedicaba a ejercer ese rollo que muchas y muchas ejercen. Estaba metida en esa situación que todas hacemos como algo tan natural que no merece alabanzas ni premios. ¿Sabéis lo que me dolía profundamente? Escuchar a mis amigas que con Marco había tenido mucha suerte, que era una joya, porque cooperaba la misma parte en la marcha del hogar. Y yo como siempre callaba y me decía a mi misma, ¿es que ser padre significa plantar una semilla en mi interior y que yo me pase la vida regándola? ¿Es que ser marido significa traer un sueldo a casa y olvidarte de lo que un matrimonio lleva consigo? ¿Es que ser esposo no significa estar unido en lo 87


malo y en lo bueno con todas responsabilidades que lleva consigo?

las

Hoy estábamos cenando con unos amigos que acaban de tener un bebe, y él con cara de padre abnegado, soltó la frase de que cada dolor que yo tuve él lo sufrió en sus propias carnes, ¿pero será cara dura? Y esta vez no me callé. ¿Pero es que también me iba a quitar esa medalla y se la iba a imponer? No, esto no se lo iba a permitir. Cuando llegué a casa hablé y hablé; es más, ni siquiera le dejaba contestar. Solté todo lo que llevaba dentro durante doce años, las noches de soledad, los dolores de sus mentiras, el resquebrajamiento del compromiso, la decepción, y Marco me miraba alucinado. La tormenta se ha acabado, pero sigue lloviendo; cae una gota y cae otra detrás, pero no son gotas saladas, son las lágrimas de mi corazón.

Mónica Álvarez Sánchez Cetina Quinto premio año 2003 88


Mi abuelo pontonero Hoy ha sido un día especialmente agotador en el instituto se han acumulado demasiados ejercicios de logaritmos, así que he salido a dar una vuelta para despejarme y de paso leer unos poemas de Gustavo Adolfo Bécquer, preparando la clase de mañana. Mientras recorro el parque observo a los ancianos disfrutando con sus nietos de esta magnifica tarde, está a tope de personal no sé si me podré concentrar en la lectura. A la altura de un surtidor reconozco a un mayor del barrio que cuida de un grupo de niños muy ruidosos jugando a la guerra; siempre que lo veo me da un vuelco el corazón pues se parece muchísimo a mi, desaparecido abuelo y por eso me siento en un banco cercano a contemplar las estrategias de los enanos guerreros. Es curiosa la mente humana. Enseguida he recordado que mi abuelo nunca me regaló un juguete bélico y gruñía cuando me veía entretenerme con esos artefactos sospechosamente inocentes, según él, nada 89


bueno se aprendía con ellos. Su hija, o sea mi madre, lo apaciguaba con dulzura comprendiendo su sufrimiento en la contienda del treinta y seis. Buscando en los rincones de su memoria solía contarnos (algunas veces tirándole de la lengua), anécdotas de su campaña. A mi abuelo le pillo el alzamiento cumpliendo la mili en un regimiento aliado al general Franco y pese a no ser partidario de esas ideas tuvo que seguir adelante por su familia que quedaba desamparada ante las posibles represalias de su deserción. El desconsuelo en su cara y en la de sus compañeros cuando los movilizaron fue dramático, al ser de campo y cazador con muy buena puntería le endosaron una ametralladora. Cargó con ella por caminos, montes, barrancos, era su deber protegerla del contrario y de las inclemencias del tiempo. Una noche estaban acampados en el frente de Belchite a las afueras de un pueblo cerca del cementerio cuando empezó a llover a mares ¿Qué hacer? ¿Dónde se refugiaban? ¿Y si el enemigo atacaba? Tras 90


consultar con su oficial de mayor graduación comprendieron la locura de atacar en una noche como aquella. El enemigo, lógicamente, tampoco osaría emprenderla contra ellos y resolvieron cobijarse del agua cada uno como mejor supiera. EL abuelo ni corto ni perezoso metió la ametralladora y a su persona en un nicho vacío pero seco, capeando así el temporal, sin embargo no dejó de sentir allí dentro cuan grande llega a ser la soledad del alma. Rememorando aquel tiempo sus ojos se hacían más pequeños y tristes ¡Qué disparates más destalentados llegamos a hacer los hombres! ¡Qué despilfarro de vidas! En un ataque volaron la ametralladora incluidos sus compañeros. No hacía ni cuatro horas que lo habían relevado. Analizando este hecho pensó en la posibilidad de llegar vivo al final de la guerra. Al menos algo bueno salió de esta circunstancia, ya no tiró ni un solo tiro más fue destinado al cuerpo de pontoneros.

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Allí metido en el agua un pobre campesino como yo, ¡Jesús cuánta agua de una vez! No nos ahogamos ninguno, pero le faltó poco. Aprendimos a nadar a la brava. La técnica hace maravillas de unos tablones con tornillos y engranajes. En un día hacíamos un puente capaz de resistir camiones, tanques y todo lo que fuera menester. Por la noche, lo levantábamos y a otra misión, o viceversa. Una pausa en el relato para liar un cigarrillo con destreza, paciencia, picadillo y una hoja de papel fino al que él llamaba librillo. - Me viene a la memoria, continua el abuelo, una tarde en la cual estábamos atrincherados y hacía unos meses el frente estancado cuando nos gritan los rojos: - ¡Eh, vosotros, fascistas! ¿Tenéis papel de fumar? ¡Os lo canjeamos por picadillo del bueno. No penséis mal, alzamos la bandera blanca e hicimos el cambio. Charlamos de nuestras familias y mientras fumábamos decidimos prolongar la tregua toda la tarde para jugar un partido de balón-pie (por cierto no recuerdo quien ganó) Supongo 92


que estábamos desconcertados y aburridos de aquella guerra tan extraña. No todo iba a ser odio y rencor. - Cambiar a pontoneros no mejoró mi alimentación. En las largas marchas de un sitio para otro tuvimos que formar un comando encargado de abastecer al batallón con todas clases de alimentos entre ellos serpientes, lagartos, caracoles, ranas etc, etc. Se puede dejar el resto al gusto de la imaginación. A veces la intendencia oficial fallaba y tardaba con los víveres en llegar, así que la supervivencia era primordial. En tiempos difíciles, soluciones desesperadas. - Todas estas calamidades las sufríamos en silencio sin siquiera poder exponerlas en una carta a la familia cuando se sentía la añoranza del hogar y nos poníamos con cuatro letras a mandarles noticias del frente; el mando lo había dejado claro, los sobres abiertos para facilitar la labor de la censura. - Estábamos en la faena de escribir a casa y Anacleto Donoso sentado en una silla con los pies apoyados en el travesaño utilizando las rodillas como mesa. En ese 93


momento estalla una bomba y entra por la puerta una ráfaga de metralla segando las patas de la silla, por debajo de los pies de mi amigo, saliendo milagrosamente ileso. Anacleto y yo pasamos juntos por muchas vicisitudes, acabando la guerra muy unidos. Lidiar con una enfermedad crónica derivada de su paso por la contienda española fue la cruz de mi abuelo para el resto de su vida. No la causó una bala o herida de arma, sino un envenenamiento del río Manzanares. Todo el batallón acusó las consecuencias pero a un compañero y a él estuvo a punto de costarle la vida, dejándoles secuelas importantes en su salud. -¡Caramba, la hora qué es! Tengo que leer a Gustavo Adolfo Bécquer y ya retomaré la historia del abuelo en otro momento.

Visitación Utrilla Yagüe Ariza

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La espera de Aurora Eran más de las nueve treinta de la noche y Luis aún no había llegado a casa. Aurora lo esperaba, como siempre, sentada en su mecedora favorita, aquella mecedora de la abuela que le había regalado su madre cuando se casó con Luis. Ya hacía de eso cuarenta años. Cuarenta años de ilusiones, promesas, sufrimientos, inquietudes, miedos, desesperación, desengaños, dos hijos preciosos (de los que se sentía muy orgullosa porque le habían dado mucha sal a su vida y habían llegado muy alto: uno era doctor y el otro Ingeniero), y sobre todo amor, mucho amor. Siempre había pensado que su matrimonio había sido privilegiado; bueno, algunos disgustos, algunas discusiones, pero....... ¿quién no discute con su pareja alguna vez?. Es ley de vida. Se había casado muy joven, pero eso no le importaba porque había vivido entregada a su familia y le constaba que su amor y dedicación eran recompensados día a día y en los momentos más 95


inesperados; como aquel día en que su mamá murió y se sentía enormemente triste y sus hijos y su marido la abrazaron y le dijeron:”No te preocupes, que la abuela siempre vivirá con nosotros en nuestros corazones y te ayudaremos a soportar estos momentos tan difíciles”. Todo un encanto de familia. Se notaba un poco extraña, la cabeza le daba vueltas y se sentía cansada. No sabía muy bien por qué estaba recordando toda su vida ahora, nunca le había dado tanta importancia a la tardanza de su marido porque estaba muy segura de lo que la quería y que tendría una razón especial para su retraso. Pero en realidad, nunca había tardado tanto en regresar del trabajo. Bueno, alguna vez que otra, cuando celebraba la firma de un buen contrato, o tenía algún compromiso de trabajo que solucionar con el jefe y sus compañeros de la empresa había regresado más tarde, pero nunca lo había hecho más de las doce, y ya eran las once pasadas y se sentía bastante cansada, casi no tenía fuerzas para balancear la 96


mecedora pero no quería quedarse dormida porque siempre había esperado a Luis para acostarse juntos. Era un momento mágico para ella porque él le contaba sus problemas del trabajo y ella le comprendía, siempre le comprendía y hablaban, y después se abrazaban y se amaban, de muchas maneras: con el cuerpo, con la mente, con el corazón...... hasta que uno junto al otro se quedaban dormidos. Por eso le esperaba y siempre le esperaría, hasta más allá de la muerte. Dos calles más abajo del edificio donde vivía Aurora, había un lugar llamado “EL CIELO DORADO” donde varios familiares se agrupaban en diferentes salas para velar a sus difuntos. Los llantos y las plegarias de los dolientes se confundían con los murmullos de la gente que descansaban en los pasillos o se tomaban un café para que la noche fuese más llevadera. En una de las salas, pintada de azul cielo, detrás de una pared de cristal, yacía

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plácidamente el cuerpo de una mujer de unos sesenta años. Un hombre mayor y dos jóvenes lloraban amargamente al lado de la difunta. Uno de los familiares se les acerca y les susurra: “Luis, hermano mío, necesitas tomar algo, no has comido nada en todo el día”. Luis negó con la cabeza y sentenció: “¿Qué voy a comer ahora, si mi alimento acaba de morir?” En una corona conmemorativa junto al ataúd de la difunta aparecía escrito: “A Aurora Pérez Bonilla, la mejor y más entregada esposa”. Eran ya más de las doce, nunca había llegado tan tarde, ¿ Acaso habría sufrido algún accidente?. No, no creía que fuese eso porque le habrían llamado desde el hospital para comunicárselo. Estaba segura que tendría una explicación lógica porque Luis era muy atento y si ella lo necesitaba, Luis siempre estaba ahí por ella. Como había ocurrido está mañana, cuando le dio ese dolor tan fuerte en el pecho y lo había llamado al trabajo para contárselo. 98


Luis acudió inmediatamente muy asustado porque pensaba que estaba muy enferma...aunque Aurora no recordaba muy bien qué había sucedido después, sólo se acordaba de su marido gritándole: “¡¡ Aurora, Aurora, Aurora...!!”. No importaba, eran más de sesenta años lo que tenía, así que es normal que a estas edades la memoria falle. Era tan tarde, y se encontraba tan cansada que decidió cerrar los ojos para dejar de pensar y dormir un poco hasta que Luis viniera. “Mañana será otro día”, pensó.

Fini Cañavate Ariza

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Esperanza Pilar, la madre y el niño se marchan de viaje y no precisamente de vacaciones. Su madre llegó corriendo con un canasto de mimbre con tapas y de un tamaño bastante grande, es el equipaje. Contiene la ropa de los niños y un pan, una fiambrera con chorizos, longaniza y una tortilla para las comidas, todo metido en un saquito de tela. Pilar, una niña de nueve años, despierta, alegre, con unas largas trenzas de color castaño, soñadora, que le encanta mirar las estrellas con sus amigas sentadas en el suelo, hoy ha madrugado, y se va de viaje. Por fin llegó la camioneta, como lo llaman en el pueblo al autobús de línea que cogían para llegar al pueblo en el que tenían que coger el tren. La camioneta paró y bajaron todos los que iban al tren. Este pueblo tenía dos estaciones, una llamada la vieja y otra la nueva; la vieja está cerca de donde pasa el autobús y la nueva cae un poco lejos y un coche correo lleva a los viajeros. 100


Llegaron por la mañana y a Pilar, que nunca había salido más que a los pueblos de al lado del suyo, le llamó la atención el ruido y el movimiento que había en las calles. La madre compró plátanos para almorzar y en un banco de un parque se los comieron. De allí marcharon directamente al hospital, hablaron con Sor Dolores, una hermana alta y con toga almidonada que parecía una paloma su cabeza. La monja les atendió con amabilidad y les dijo que la consulta a la que ellos iban era por la tarde. La madre de Pilar tenía una carta para un especialista particular para que le echase un vistazo. Encontraron la casa en el centro de la ciudad: una casa elegante, con portero que les indicó el piso; llamaron y abrió una enfermera, que cogió el sobre y en seguida las recibió. El doctor les hizo unas preguntas, y dijo: “no se preocupe, que se curará el día que cambie a mujer” y ahí quedó todo. Dieron una vuelta por la ciudad y marcharon a una panadería de un pariente y allí comieron. 101


Por la tarde volvieron al hospital, pidieron la vez y esperaron. La niña tenía miedo, nunca había estado en una sala de consultas, al entrar se asustó al ver mal pero ver a tantos médicos con batas blancas, aparatos en la cabeza, unas sillas que daban vueltas, camillas, y aparatos raros que no sabía para que eran. Se quedó parada y temblando, pero allí estaba Ismael, un enfermero de ciento cincuenta kilos, que era todo bondad y en seguida la conquistó con su labia y se hizo su amigo. Después de mirarla y contestar a todo el interrogatorio de preguntas y volver a mirarla, el diagnosticó: ¿ceguera anémica? Tenía que seguir un tratamiento de calcio, hierro, vitaminas y dos curas diarias, una por la mañana y otra en la consulta de las tardes. Había que indefinido.

ingresarla

por

tiempo

La enfermera las acompañó para hacer el ingreso. Las dejaron sentadas en un banco en el pasillo mientras le adjudicaban la cama y 102


habitación, aunque sólo había dos habitaciones una con doce camas y otra con catorce en esa planta. Pasó una señora mayor con su hijo despidiéndose de todos con mucha alegría, a la niña y al hermanito les dio un beso, le habían dado el alta y no cabía en su contento. Al poco rato otra señora subió y bajó un montón de veces, siempre renegando y gritando, la echaron casi a empujones y de pronto la madre de Pilar dijo: no te muevas y coge a tu hermano que voy a coger el canasto que se quedó en la sala de espera. La madres subió corriendo y dijo: ¡ el canasto ha desaparecido con toda vuestra ropa y la comida! ¡no puede ser! Dijo la niña. Abajo no está, voy a preguntar si alguien lo ha visto. En seguida corrieron la voz y le preguntaron: ¿ha visto usted a una señora que ha estado renegando? Ella lo tiene, se lo ha llevado a la estación de tren. Si usted corre igual llega antes de que se vaya. Y sin más la mujer echó a correr. A la niña el tiempo de espera se le hacía eterno. Se puso nerviosa, el niño lloraba de 103


hambre y no tenía nada para darle, y la madre no aparecía. Al fin le dieron una cama y le sirvieron la cena, que no probó, pero le dio al niño, que comió con apetito. Pilar ya no podía más y empezó a llorar. Bajó como pudo con el niño aquellas escaleras tan grandes, a una terraza que había en la entrada al final de dos escalinatas que eran las que conducen al jardín lleno de flores y bien conservado en el mes de junio. Una enfermera se le acercó y le dijo: “no te preocupes, que tu madre está bien y dentro de un rato vendrá”. Pero aquello no la consolaba, porque no sabía si era verdad o sólo era una mentira piadosa. A las diez de la noche llegó la madre toda sofocada y con el canasto. Cuando llegó llovía, a las monjas les dio pena que la mujer a esas horas tuviese que buscar cama y la dejaron que pasase allí la noche y los tres durmieron en la misma cama. La madre echó a correr a la estación, cuando llegó se dirigió a una pareja de la guardia civil, y les dijo que le habían robado 104


y creía que la persona que lo había hecho estaba en el tren. Los guardias la siguieron y fueron pasando los vagones y cuando Cecilia vio el canasto, lo cogió y dijo ¡este es! Y ya no quería saber nada más, sólo quería bajar del tren por si se ponía en marcha, pero los guardias le preguntaron quién era el culpable, y ella señaló a la señora que había visto en el hospital, que tanto llamó la atención. A esta señora le sugirieron que les acompañase a la comisaría y se negaba alegando que perdería el billete, y gritaba diciendo ¡esta mujer me perdona! Y se repetía. En la comisaría declaró que lo había cogido para ayudarla pensando que iba a ir al tren como llevaba dos niños le echaba una mano. Después de estar declarando llamaron al hospital para enterarse si allí había dejado los niños que decía Cecilia, cuando en el hospital les confirmaron que sí la dejaron marchar, y a la otra la invitaron a pasar la noche en el calabozo, para que no tuviese que pagar cama y otra vez pensara antes de coger lo que no era suyo. 105


Cecilia una mujer de pueblo, fuerte hecha al trabajo del campo y de la casa, con seis hijos no sabía leer ni escribir, nunca pudo ir a la escuela. Era la mayor de siete hermanos dos varones y cinco chicas, tenía que ayudar en casa y en el campo. Por la mañana temprano Sor Dolores la despertó antes que nadie se diese cuenta de que Cecilia había dormido allí con sus hijos. Al tercer día la madre tenía que marcharse; el bolsillo no daba para más, y en casa le esperaban los otros hijos, y Pilar se quedó esperando curarse pronto. Todo empezó con unos dolores de cabeza. La niña se quejaba pero nunca había estado enferma, su madre le decía: “ven, que te pongo un pañuelo empapado en colonia en la frente atado y se te pasará”. El tiempo trascurría y todo seguía igual, el dolor era más intenso cada día y la visión más oscura. Por fin se decidieron y la llevaron al médico del pueblo, que le mandó unas inyecciones que no le hicieron ningún efecto. 106


Cecilia, la madre, echaba la culpa a que Pilar tomo la primera comunión y sus primos mayores le lavaron la cabeza y le colocaron bigudies, la peinaron con tirabuzones. La madre decía que le había sentado mal y de ahí le venía todo. La cosa iba de mal en peor y el médico les dijo que el no podía hacer nada más, que tenían que ir a un especialista y les preparó los documentos para ir a la capital. La víspera del Hábeas las niñas que tomaron la comunión con Pilar, fueron a su casa para ir en busca de flores y preparar los pétalos para esparcirlos en la procesión. A Pilar le embargaba la tristeza en todo su ser, era el día más esperado, cuando todas las niñas visten de nuevo sus galas y ella no podía cumplir ese deseo. Las niñas marcharon con la ilusión de llenar y adornar las canastillas para el día siguiente que era el Hábeas. Pilar quedó sola pensando que en la capital le solucionarían su gran problema. Y así empezó la historia y el primer viaje, y siguió durante cinco largos meses. En esos 107


cinco meses pasaron muchas cosas pero sería tan largo de contar.

María Artigas Calatayud

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La mochila Estaba en la estación, esperaba el tren que me llevaría a Madrid procedente de Barcelona. Llegué con mucho tiempo de antelación, el reloj de la estación marcaba las 3,30 de la tarde y además el tren llegaría con casi 20 minutos de retraso, así que tuve tiempo de pasear ida y vuelta por el andén, de pensar, de ver, de observar. La cafetería de la estación estaba casi vacía, sólo dos hombres tomaban algún café, y unos ancianos estaban sentados al sol en uno de los bancos situados en la estación cerca del puente. El jefe de estación, desde su cabina, aguardaba vigilante. Al otro lado de las vías, frondosos árboles acompañaban el cauce del río que este año era abundante debido a las intensas lluvias que nos instigaron durante el largo invierno. Unos vagones de mercancías y una vieja máquina, reposaban en los raíles más alejados y un perro abandonado

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merodeaba de un lado a otro buscando algo que llevarse a la boca. Giré mi vista a la izquierda y vi a lo lejos a un chico alrededor de 16 años, casi al otro extremo del andén. Debía llevar allí tanto tiempo como yo, vestía pantalón vaquero, parecía algo despeinado y colgaba de su hombro una mochila de colores chillones y llena de bonitas y vistosas pegatinas. Yo aguardaba la llegada de este tren junto a mi familia, cuando la curiosidad me hizo acercarme más a aquel chico, le vi soltar la mochila colocándose cuidadosamente bajo el último poste de luz situado en el andén. Permaneció de cuclillas un buen rato con la mirada tensa y ausente a la vez, después se incorporó y sacando un pañuelo del bolsillo se quita el sudor de la frente. Se acercó al bordillo del andén y con las manos en los bolsillos se limitó a esperar. Eran las cuatro de la tarde y el tren debía haber llegado, pero por fortuna era necesario aquel retraso; aquellos minutos iban a ser importantes y transcendentales para algunas vidas. De nada me hubiera percatado yo si aquel tren hubiera sido puntual y hubiera llegado a su hora. 110


Me llamó mi marido y yo acudí a su lado, quería que no me alejara demasiado y que no me acercara al borde del andén. Cuando volví la cara al cabo de algunos minutos, aquel chico seguía en el mismo lugar, bastante alejado de su mochila despreocupado de ella y no sé, quizás despreocupado de todo y tentando casi el equilibrio de sus pies en el borde del andén. De repente sentí una extraña sensación, un escalofrío recorrió mi cuerpo y me apresuré a llegar a su lado, pude imaginarme y sentir el frío metálico de la máquina del tren. Me acerqué a su lado y me puso sólo a unos pasos suyos. Él volvió la cara hacia mí y yo le miré fijamente a los ojos. Su rostro no me decía nada, ni triste ni alegre, ni mueca alguna, ni el menor gesto. - ¿Qué haces?- le pregunté. - ¿Cómo?- contestó con indiferencia. - ¿Qué preguntado.

estás

haciendo?,

te

he

Sonrió brevemente y luego tornó su gesto de nuevo indiferente.

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- ¿Acaso le importa?, ¿le importa a alguien? -casi me gritó. - Es que sabes... -le dije ingenuamente- tu mochila, esa tan moderna y bonita, la has dejado allí, demasiado lejos. Sabes... yo tengo muchas personas que me quieren, familia y amigos, ¿y tú?, ¿tú quieres perderlo todo por las buenas?. Me di cuenta de que estaba hablando con él como si lo conociera de toda la vida, cuando tan sólo llevaba unos minutos a su lado. Se giró hacia mí y me miró, su mirada era triste y confusa, de pronto empezó a hablar, mi padre, mi padre ha muerto... he perdido a mi padre. De repente me encontré con un chico asustado en mis brazos y llorando amargamente, era a la primera persona a la que se había atrevido a pronunciar esas palabras desde que hacía casi un mes su padre había sufrido un trágico accidente. Él se había encerrado en sí mismo y desde entonces no había hablado con nadie. Ese día al salir de clase no había vuelto a casa con su moderna y bonita mochila al hombro, se encaminó hacia la estación con 112


la sola idea de buscar a su padre, de irse con él. De pronto oí a mis espaladas el pitido del tren, ya se aproximaba, estaba llegando a la estación con casi veinte minutos de retraso, pero yo tenía en mis brazos a aquel chico... ¿qué eran veinte minutos comparado con toda una vida?. El tren paró por completo. Nuestros pies se encontraban a escasos centímetros del andén. Pude levantar mi mano y tocar el frío metálico del vagón, pero esta vez, una sonrisa iluminó mi rostro. - Ayuda, ven -le dije; y le llevé de la mano unos pasos más atrás y hacia el poste donde sen encontraba su bonita y moderna mochila. El tren iba lleno de pasajeros. Unos niños despedían por la ventanilla a sus primos, unos jóvenes bajaron del último vagón con sus mochilas y un matrimonio mayor subió al tren junto a una chica que despedía hasta el último instante a su novio con un largo beso. - Este no es tu tren- le dije sonriendo- tú no llevas billete. 113


- Tampoco tu padre viaja en él, aquí no le vas a encontrar, además seguro que él espera más de ti, espera ver muchos momentos hermosos de tu vida, y que tú siempre veas el lado bueno de las cosas. Creo que debes seguir adelante, no debes irte, seguro que alguien te necesita aquí. Allí estaba yo en medio de nadie, cuando escuché una voz que me llamaba. El tren iba a arrancar y soltándole la mano, me apresuré a subir al tren; tan sólo le dije: “espérame”. El tren inició su marcha pacientemente y poco a poco se fue alejando. Fui perdiendo en la lejanía la imagen de aquel chico, con su bonita y moderna mochila, del que ni siquiera llegué a saber su nombre, al mismo tiempo que también sentía cómo el tren se llevaba toda su inseguridad. Cerré los ojos y una inmensa paz me llenó de satisfacción. Con el suave balanceo del tren podía sentir la brisa del viento en mi cara, podía oír el canto de las aves y el murmullo del arroyo, podía oler la verde y fresca hierba y sentir las transparentes aguas que claramente reflejaban el cielo; también 114


podía recordar ahora sin rencor el tiempo pasado y ver brillar las estrellas, aún invisibles, que aguardaban expectantes con su luz a que los rayos del sol lentamente se apagaran. Al abrir de nuevo los ojos vi frente a mi la conocida y serena cara de mi marido y también la luz del sol. Comprendí que tras la noche siempre llega el alba, y la primavera después de cada invierno, y que merecía la pena vivir, y que no era justo privar de nuestro cariño a las personas que tanto nos quieren y sentí deseos de contárselo a todo el mundo. No hay nada que merezca perdernos la oportunidad de regalar a los demás nuestra felicidad, nuestra compañía, nuestra sonrisa, nuestros propios sueños, llenos de ilusión. El tren siguió su camino haciendo que cada uno realizara sus sueños, compartiendo su tiempo, su calma, sus mejores momentos y creo que nuestras vidas también merecen la pena compartirlas y disfrutarlas, apreciando las muchas cosas que ellas nos ofrecen y sin obsesionarnos siempre en alcanzar... lo inalcanzable. 115


Pilar Gómez Martínez Calatayud

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El diario de Felisa Quiquiriquí... quiquiriquí... la gallina Felisa abre sus pequeños pero vivaces ojos ante el quiquiriquí de Federico, Fede, como era conocido por todos que formaban el gallinero; esta Fede, Petra, Fina, Dora Tina... así hasta diecisiete gallinas, cada una tenía su nombre, y las había blancas, negras, marrones, pintas... eran de diversos colores y formaban un gallinero variopinto. Felisa abrió un ojo, luego lo cerró y abrió el otro y tras tener los dos unos instantes cerrados los abrió a ambos a la vez. Fede ya estaba en la valla, en el pilón más alto como todas las mañanas en que aparecía el alba anunciando que un nuevo día comenzaba y él estaba dispuesto a disfrutarlo de la mejor forma posible. Feliz se queda ensimismada observándolo, piensa, es el gallo más elegante, distinguido, refinado y pulcro del contorno ¡Mira qué plumas! ¡Qué brillo! ¡Qué tonos! Irisan todos colores, son primorosas y todas en su sitio. El timbre de su quiquiriquí es impresionante, perfecto, ni agudo, ni grave, es ideal. 117


Y es que Fede es único... Felisa estaba en estos pensamientos cuando vio a Fede con esa estampa suya, esos andares mostrando su opulenta pechuga, tan gallardo, tan pollopera, todo un pimpollo con su cresta erguida y roja, se dirigía hacia el gallinero. El gallinero era amplio, limpio y con grandes ventanales por donde entraba el primer rayo de sol. Los ponederos, se encontraban a media altura con abundante heno seco y aromático para acceder a dichos ponederos había una rústica escalera de madera por donde ascendían sin ninguna dificultad. Por una abertura que les hacía de puerta, salían a un pequeño pero coqueto corral con árboles, parras, arriates con heterogéneas flores y todo estaba vallado por una alambrada metálica. En esto entró Fede, y como vulgarmente decimos, se alborotó el gallinero ¡venga titas! Despabilar perezosas, arreglaros esas plumas desordenadas, horribles, esperpénticas que tenéis, dejad la pereza aparte y salir inmediatamente a disfrutar del nuevo, gratifico y espléndido día. Todas empezaron a salir sin entusiasmo alguno, sin 118


asearse, pero allí estaba Fede, para ponerlos en forma y les dio unas cuantas carreras cortas pero rápidas, luego comenzaron todos a ahuecarse las plumas y colocando cada una en su sitio, (así es como se peinan las gallinas) seguidamente se encaminaron a los bebederos a cada trago de agua, ellas miraban al cielo dando gracias por este nuevo día que se les permitía disfrutar. Aún estaban en esto cuando apareció el amo con un cuenco de trigo y maíz y una generosa brazada de verde y fresco alfalfe ¡cómo corrieron a su encuentro!. Llegaron los primeros, picoteando con avaricia aquellos manjares que les ofrecían mientras Fede iba con el cuello muy estirado y pasó rápido invitando a sus pupilos a disfrutas del ostentoso y bonifícate desayuno y llenaron bien sus buches. Fede fue el último que empezó a comer y lo hacía como hacía todo, con postín, elegancia y fruición, subiendo la cabeza a cada picotazo, no como las titas, éstas no levantaban la cabeza hasta que se saciaban y tenían el buche rebosante que parecía ir a reventar. Al terminar el desayuno Fede dijo: ahora a reposar, así que iré a los ponederos y 119


cumplís con el amo, poned el huevo lo más hermoso posible pues se lo merece por su esmero y detalles para con nosotros. Felisa le miró de reojo y con desparpajo dijo: para que el amo nos deje tranquilas, pues a menudo viene a interrumpir nuestro reposo, y mete la mano entre la paja para coger el huevo antes que nosotros abandonemos el ponedero. Fede le contestó malhumorado: eso es a causa de que alguna de vosotras no cumple con su deber el día anterior. Cada uno tenía destinado un cómodo ponedero en el cual se arrellanaban lo más cómodas posibles, después de cumplir como decía Fede, salían cacareando con gran algarabía, pero con ostensible alegría, y era cuando Fede tenía que cumplir y así lo hacía el resto del día lo pasaban merodeando de un sitio a otro y picoteando aquí y allí disfrutando de la vida que les ofrecían los anfitriones. Lo que no llevaban tan bien era lo temprano que Fede les mandaba acostarse, y es que cuando oían las conjeturas sobre "te acuestas como las gallinas", eso para 120


ellos era como una acusación pero tenía su explicación y era, Fede, él era muy madrugador y si no se acostaban temprano su ánimo durante el día era tétrico y preferían congraciarse con Fede. No pudo leer más la pobre gallina, el corazón anegado de angustia sangraba de pena, después de leer el diario de la gallina Felisa, que Robert (un perro callejero, curioso y escurridizo, que iba de un lugar a otro llevando y trayendo novedades) le había entregado, para que lo leyera en voz alta a toda la granja. Esta granja era amplísima, calentita, con luz eléctrica, con largas filas de jaulas y abundante comida. No se podían quejar, que se quedaron perplejos, ellos no tenían nombre, todos eran de un mismo color (blancos) no tenían ningún gallo a quien admirar, jamás habían visto ningún gallo, ni había escuchado ningún quiquiriquí. ¿Cómo vivirían antes sus antepasados? ¿Sería verdad que tenían corral? ¿Qué sería un corral? ¿No sería una utopía?.

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Todas, todas, reflexionaban con nostalgia llenos de interrogaciones y el ánimo precario... En esto llegó Robert (el perro) y ellos le abrumaban con miles de preguntas, Robert, al verlos desorientados y confusos, con aplomo y severo, se puso en el contento de la moderna granja y con suaves e interrumpidos ladridos contó con cara de circunstancia y gran pericia; no existen gallo o muy pocos, yo no conozco a ninguno, ahora hay granjas similares a estas donde se encuentran pollos, pero no llegan a gallos, ellos tampoco saben de vosotras ya que para procrear no son necesarios, dicen que es el progreso, existen incubadoras y cuando nacen los pollitos los llevan a granjas para producción de carne, así que los ceban y siendo todavía muy jóvenes se los llevan en camiones y ya nunca vuelven, vosotras vais a la producción de huevos y eso es lo que yo escucho, que es el precio del progreso y... ¡pero venga ánimo! Alegrad esas caras que la vida hay que vivirla día a día, así que yo a lo mío y vosotras a lo vuestro.

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La vida en la granja parecía continuar sin cambios, pero no era así, a veces se llenaba de una conmovedora nostalgia ¿Sería verdad lo que contaba Robert? No podían creerlo pues no era muy de fiar, aunque la historia era la más bonita nunca contada, no pasaba un día sin recordarla y les hacía la vida más feliz. Lo que no les gustaba nada, era recordar lo del progreso ¿qué tenían ellas que ver con el progreso? En fin tal vez algún día Robert lo contara.

Pilar Gómez Martínez Calatayud

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Incertidumbre La luz del día apenas iluminaba la estancia. Elvira dejó el libro que estaba leyendo encima de la mesita. Miró por la ventana, le gustaba el otoño. El paisaje que tenía ante sus ojos era digno de que un buen pintor lo plasmase en su lienzo. Los árboles tenían todas las tonalidades de verdes, dorados y cobrizos. Llovía mansamente, lo que hacía los colores mucho más luminosos. Los pajarillos volaban buscando refugio bajo las hojas. Ya casi anochecía, por la mañana iniciarían sus trinos para saludar el nuevo día. Elvira se sentó en un sillón, cerca de la chimenea donde se quemaban unos troncos de sabina dando su característico olor a la estancia. Le gustaba ese aroma, le recordaba su niñez al lado del hogar con sus padres y hermanos. Mientras su madre preparaba la cena, su padre les contaba: los recuerdos que tenía de su infancia, anécdotas de cuando estuvo en la mili, o de los apuros que pasó para declararle su amor a la que ahora era 124


su mujer. Su madre sonreía y siempre terminaban riéndose de sus apuros. ¡Qué tiempos aquellos! La comida era escasa, el agua había que ir a buscarla a la fuente, comodidades no tenían ninguna, pero aún así eran felices. Un día al salir del colegio les dijeron: -”¡Ha estallado la guerra!”. Elvira fue corriendo a su casa, su madre estaba barriendo el portal. -¡Madre!, ¿Se ha roto algo? Tomasa se echó a reír: -No, no se ha roto nada, ¿Qué tenía que romperse? - Bueno -contestó Elvira- entonces habrá sido en otra casa donde ha estallado. Tomasa sentó a su hija en sus rodillas para que le explicara el por qué de su nerviosismo. Cuando se lo estaba contando entró Manuel, el padre de Elvira. Uno de los troncos de la chimenea cayó hacia un lado, lo colocó bien y las llamas subieron un poco más altas.

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Siguió recordando; su padre se rió abiertamente de los temores de su mujer e hija. - Este pueblo -les dijo- no está para guerras; aquí no va a pasar nada. Manuel se equivocó. La vida en el pueblo cambió por completo; había miedo y eso afectó sobre todo a los niños. Fue una guerra tan absurda como todas las guerras, con el agravante de que en ésta, lucharon hermanos contra hermanos. Cuando terminó, la nación estaba empobrecida, nadie ganó, ni vencedores ni vencidos, tanto unos como otros habían sembrado el odio por todo el país. No quería recordar nada de aquella guerra. Encendió la luz, el periódico estaba encima de la mesa, seguramente lo habría dejado ahí su marido. Al desplegarlo se sobresaltó; en grandes titulares se leía: “ESPAÑA APOYA LA GUERRA DE ESTADOS UNIDOS CONTRA IRAK”. Soltó el diario como si le quemase y se recostó en el sillón. Elvira, arrodillada en el suelo, miraba horrorizada a su marido que agonizaba; el 126


espectáculo era dantesco, donde quiera que mirase sólo veía muerte y destrucción; de su casa sólo quedaba un montón de escombros. Vio venir hacia ella a sus hijos y nietos cuando una llamarada les hizo saltar por los aires. ¡¡No!! -¡Mamá! Elvira abrió los ojos; al ver a su hijo se le abrazó llorando. Dio gracias a Dios porque todo había sido un mal sueño. Su esposo intentó calmarla y le dijo: - Este pueblo no está para guerras, aquí no va a pasar nada. Elvira cerró los ojos, no quería que vieran el miedo reflejado en ellos.

María Teresa Rodríguez Miguel Calatayud

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Un día inolvidable Uno de los días que mejor lo he pasado de mi vida de adolescente, fue el l9 de marzo de l944, día inolvidable. Cursaba ese año el tercero de bachillerato y se planteó de la forma siguiente. Unos días antes del l9 de marzo, festividad de San José, el profesor de Ciencias Naturales nos propuso una excursión para dicho día. Debía ser con autorización de nuestros padres y consistía en pasar el día entero en plena naturaleza. Teníamos que prepararnos de la forma que detallo a continuación. Bien calzados para ir por el campo, con mochila (el que la tuviera) para llevar el almuerzo, comida y merienda. Teníamos que fabricarnos cada uno y manualmente, un caza mariposas, para lo cual deberíamos preparar un palo de escoba; con alambre hacer un aro, comprar sobre un metro de gasa o tul el cual se cosería al aro y una vez cosido, acoplar el aro con el tul al mango 128


de la escoba y ya teníamos hecho el caza mariposas. A las ocho de la mañana nos reunimos en la puerta del Instituto; nos juntamos en total diez compañeros y a las órdenes de nuestro profesor emprendimos la marcha a pie en dirección a la carretera del cementerio, puesto que el objetivo era ir a pasar el día a Villalvilla, pasando antes por el barrio de Campiel. Recorrimos la carretera del cementerio, seguimos por la carretera de Huérmeda hasta llegar al paso a nivel de la vía y allí seguimos por la vía adelante (aunque no se puede ir por la vía, en aquellos tiempos se hacía la vista gorda y no decían nada) cruzamos la mina del uno, el río Ribota, la mina del don y así llegamos a Campiel. Yo tengo ascendencia campielera, en aquel tiempo todavía vivía mi abuelo materno, que ya tenía más de 80 años. Al enterarse mi padre de la excursión y que teníamos que ir por Campiel y pasar precisamente por la casa de mi abuelo, me preparó para llevarle a mi abuelo, lo que más le gustaba: tabaco de picadura, unos 129


librillos de papel de fumar marca “EL CAZADOR” (puesto que no le gustaba nada más que esa marca) y un encendedor de los de antes, de mecha. Antes de llegar a casa de mi abuelo, nos lo encontramos sentado en un ribazo tomando el sol. Al llegar a su altura, acercarme, darle un beso, decirle quién era (puesto que casi no veía) y darle el regalo que le traía, lo agradeció mucho y se alegró de verme y nos dio un buen consejo para poder pasar por el camino que nos conduciría a Villalvilla que era un camino muy estrecho y un poco peligroso, puesto que a la derecha teníamos una acequia y a la izquierda el río y la senda por donde tendríamos que pasar era muy resbaladiza. Nos dijo que nos fuéramos más a la derecha, porque era menos peligroso el caerse a la acequia, que si nos íbamos por la izquierda, que nos podíamos caer al río, que era muy profundo. Llegamos por fin a Villalvilla, lo primero que hicimos fue almorzar; luego el profesor nos enseñó la forma de utilizar el caza 130


mariposas y nos dio vía libre para que cada cual se las arreglara para poder cazar mariposas; que luego disecaríamos en el Instituto. A eso de las dos de la tarde nos pusimos a comer, que lo hicimos con mucho apetito, puesto que como habíamos hecho mucho ejercicio, andando, y subiendo y bajando montículos, nos comimos hasta las piedras. Después de comer descansamos un buen rato; a continuación el profesor nos dio una clase teórico-práctica de los que son las CIENCIAS NATURALES y estando en plena naturaleza, lo asimilamos mucho mejor que en la clase. Cuando llegaron las cinco de la tarde, emprendimos la marcha de regreso, que lo hicimos por la carretera, para ver más cosas de las que ya habíamos visto por la mañana. Llegamos a Huérmeda, nos fuimos a la fuente y allí merendamos; el profesor nos iba explicando todo lo que había por el camino y digno de mención y que nos ayudaría para hacer los ejercicios en clase.

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Por fin y a eso de las ocho de la tarde, llegamos a la puerta del Instituto, allí nos despidió el profesor para que nos fuéramos cada uno a nuestra casa, habiendo pasado un día estupendo, que por cierto nos hizo muy buena temperatura, sin pasar calor ni frío y como decía un ciego “DÍA LLENO DE LUZ Y DE SOL”. “UN DÍA INOLVIDABLE”

Antonio Sánchez Moreno Calatayud

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Ingratitud Hacía un día muy frío de invierno. Benita, sentada en un banco del paseo, contempló a un grupo de jóvenes que pasaban por su lado. Poco a poco la calle se fue quedando vacía. Le dolían los pies, había estado todo el día recorriendo su ciudad buscando un lugar donde poder alojarse; buscaba una residencia geriátrica para pasar en ella el resto de sus días, pero, o no había plazas, o le pedían una cantidad de euros que ella, con su baja pensión de viudedad no podía costearse. Dieron las diez en el reloj de la catedral. Hacía mucho frío. Benita buscó refugio en los soportales de una plaza cercana. Se arropó con su abrigo y la bufanda. Ahora se encontraba mejor. Recordó a Jesús, su marido, ¡qué feliz había sido a su lado!. Se casaron muy enamorados y ese cariño les acompañó siempre. Compartieron alegrías y tristezas a lo largo de los años que duró su matrimonio, y, siempre buscaron el lado bueno de las 133


cosas. Jesús, era un esposo ejemplar, nunca levantaba la voz y sabía solucionar los problemas sin enfadarse jamás. Benita tenía en él un gran apoyo. Cuando algo desagradable le ocurría, sabía que siempre estaba a su lado.¡Cuánto lo echaba de menos! Desde que él murió ya nada fue igual. Una pareja joven pasó por su lado sin verla. Le recordó a su hijo David. ¡Qué alegría cuando nació si hijo!. A pesar de que no le sobraba el dinero, su marido le compró un precioso ramo de rosas rojas. Una de ellas la guardó entre las hojas de un libro; cuando encontrase alojamiento volvería a recogerlo. ¡Las rosas rojas! A lo largo de su matrimonio ¡cuántas veces le regaló una rosa roja!. Cuando la veía triste él volvía a casa con una rosa y así arrancaba de ella una sonrisa. Los ojos se le llenaron de lágrimas ¡qué diferente hubiera sido su vida si él viviera!. Al morir Jesús, Benita se quedó desconsolada, pero era una mujer valiente, 134


se tragó sus lágrimas para que su hijo David no sufriera por ella. David era arquitecto; sus padres estaban muy orgullosos de él, había sido un buen estudiante y con la ayuda de ellos y las becas pudo estudiar la carrera que le gustaba. Benita y Jesús tenían un piso que habían comprado con grandes sacrificios para poder pagarlo. Al morir Jesús, Benita renunció a él en favor de su hijo y así cuando ella muriera no tendría ningún problema. David estuvo de acuerdo. Benita riendo le dijo: - ¿No se te ocurrirá echarme de mi casa? Su hijo rió con ella. Al cabo de unos años, David se casó. Su esposa, Beatriz, estuvo de acuerdo en vivir en el piso que compartía con su madre. Benita, dejó que la casa la amueblaran a su gusto, todo menos su dormitorio. Allí metió sus recuerdos y la cama que tantos años había compartido con Jesús. Benita le dio a su hijo todo su dinero y, de su pensión sólo se quedaba un poquito por si tenía que comprarse algo. Los primeros años todo fue bien, pero al 135


nacer el nieto todo cambió. Con el nacimiento de Álvaro, Benita volvió a recuperar la ilusión. Lo quería más que a su vida y el niño también tenía por su abuela un cariño especial. Cuando la veía se le iluminaba su carita. Beatriz no veía con buenos ojos ese cariño y ahí empezaron los problemas. David estaba triste y Beatriz muy distante con ella, pero creyó que sería una discusión de la pareja y no quiso intervenir. El niño renegó un poquito. Benita se levantó y fue a su habitación. Álvaro estaba dormido, así que ella, muy despacio para no despertar a sus hijos, volvió sobre sus pasos. Oyó la voz de Beatriz y se quedó quieta, entonces escuchó que ésta le decía a David: -¡Si tu madre no se va de esta casa, nos marcharemos tu hijo y yo!. Las lágrimas caían por las mejillas de Benita, cuando, unas manos muy conocidas cogieron las suyas; dejó de sentir frío. A la mañana siguiente, la ciudad se despertó con la noticia de que una anciana había sido encontrada muerta. Tenía una 136


sonrisa en sus labios y una rosa roja entre sus manos.

María Teresa Rodríguez Miguel Calatayud

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Lázaro El campo ya se había vestido de primavera. Los almendros lucían sus mejores galas, repletos de preciosas florecillas. Todavía faltaba más de un mes para acabar el invierno, pero, parecía que la naturaleza tenía prisa para llenarse de vida. Lázaro y Damián salieron a dar un paseo por el campo. Damián estaba orgulloso de sus almendros y ya pensaba en la gran cosecha que iba a recoger ese año. Lázaro no estaba tan convencido como su amigo. Él, mucho más prudente, creía que lo que Damián contaba se parecía al cuento de la lechera. “Primero -le decía- espera que llegue la recogida de la almendra, pues no siempre las cosas son como parecen”. Lázaro iba vestido con pantalones de pana, botas, una ”zamarra” (para resguardarse del frío) y una boina. Había pasado la frontera de los noventa años. Su rostro estaba surcado de arrugas, pues, además de su edad durante toda su vida se había dedicado a la agricultura. 138


Lázaro no tiene estudios pero es un gran filósofo. En el pueblo siempre ha sido muy respetado. Cuando hay algún problema acuden al “Tío Lázaro”; saben que, a pesar de su edad, su consejo será acertado, pues, además de inteligente es una gran persona. El verano pasado cuando, lo saludé, al preguntarle por su salud me contestó: - A este árbol todavía no se le han caído todas las hojas. Espero y deseo que le queden muchas, pues el día que él falte, el pueblo no será el mismo. Lázaro, conversando con su biznieto Carlos, intentaba explicarle que hay una carrera que no se puede estudiar en ningún libro. El joven sonreía, pensando sin duda, que el abuelo al carecer de cultura no tenía ni idea de lo que estaba hablando. - Abuelo, -decía Carlos- una carrera siempre necesita libros y buenos profesores para poder aprobarla. - Ésta no -contestó Lázaro- ésta dura 139


hacerla toda una vida y por muy larga que ésta sea, nunca la aprenderás bien, siempre te equivocarás en algo. Mira los años que tengo -continuaba hablando Lázaro- y todavía no la he terminado. - Abuelo, tú nunca has ido a la universidad ¿de qué carrera me hablas?. - Hijo mío, desde que se nace se está en la gran universidad de la vida, no se falta ni un día a clase, pero, hay quien no lo aprovecha y cuando muere ha malgastado su tiempo. Espero que tú seas un alumno bueno y honesto. Carlos, está convencido de tener el abuelo más inteligente del mundo. El “Tío Lázaro” sigue viviendo en el pueblo que le vio nacer. Hace unos años murió su esposa Ángela y él vive con una de sus hijas. A lo largo de su extensa vida ha pasado por situaciones de todo tipo, pero sigue adelante sin quejarse jamás. Cuando le nombran a Ángela, su esposa y compañera durante tantos años, por sus ojos pasa un destello de tristeza pero siempre contesta: 140


- Me está preparando mi alcoba, ella sabe que yo siempre vuelvo a casa. ¡Cuántas personas como Lázaro existen por cualquier rincón del mundo! Son seres excepcionales que pasan por la vida casi de puntillas, pero, los que tienen la suerte de conocerlos, son verdaderamente afortunados.

María Teresa Rodríguez Miguel Calatayud

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Tesoros para conservar Quiero que disfrutéis en este día de fiesta conmigo, descubriendo las maravillas que nos ofrece la naturaleza a nuestro alrededor. Me gustaría evocar sentimientos, emociones que producen el disfrute de las distintas sensaciones, desde el comienzo del día. Muy de mañana me levanto y veo los primeros rayos de sol que se cuelan por las persianas entreabiertas, escuchando el suave trinar de los pájaros. Acompañando esta melodía veo las dos tórtolas, que vuelan a sus anchas por todo el bario, disfrutando de aquella libertad de la que antes carecían Abro la ventana y dejo que esos rayos de sol me den los buenos días. Extasiada con ese bello amanecer en dónde termina la noche, para dar paso a ese nuevo día. Me encuentro envuelta en un abrir y cerrar de ojos en el frescor de la mañana y ese frescor me renueva. El paseo ha comenzado. Contemplo los deslumbrantes destellos de luz que producen los rayos de sol al reflejarse en 142


diminutas gotas de rocío. ¡Una de las joyas más codiciadas e la mañana! ¡Diamantes en bruto! ¿Maravillas que no podemos dejar de contemplar! Mis hijos contemplan agradecidos este derroche de vida. Nuestros sentidos nos llevan a acariciar el manto verde que crece por doquier, para poder sentir la suavidad y el agradable cosquilleo en nuestras manos. El recorrido nos lleva a los campos llenos de árboles en flor, sin dejar de aspirar cada uno de los olores que desprenden las suaves fragancias de la naturaleza. Cuando las luces se alejan en le horizonte, contemplamos sentados en el lomo de una montaña, apoyados en el tronco de una higuera la mezcla de colores que se produce cuando el sol se esconde a lo lejos, y en estos momentos llenos de felicidad, después de un día lleno de sensaciones con mi familia alrededor y con la luz del sol reflejado en los ojos, me gustaría gritar: ¡ Se puede pedir algo más!. ¡Cuidemos este legado que nos deja la vida

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Josefa Fuertes Blasco Maluenda

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Un sueño Este relato está dedicado a mi madre, un ave de pecho blanco y plumas de colores ¿Soñar? ¡Qué bonito es soñar! Cuando sueñas eres libre, eliges tu propia vida, tu propio escenario donde actuar, tu propio destino... sí, me gusta soñar, siempre he sido muy soñadora aunque a veces no sabía si soñaba dormida o despierta. No hace mucho soñé que había una montaña muy alta perdida en algún lugar remoto del planeta, estaba llena de enormes y esplendorosos árboles en cuyas poderosas ramas se albergaban infinidad de hojas de alegres y vivos colores rojizos, anaranjados, marrones, verdes.... En la falda de la montaña se extendía una inmensa pradera de un color verde tan intenso que cuando al amanecer se despertaba cubierta de rocío y los rayos del sol incidían sobre ella, cada minúscula gota asemejaba un cuadro abstracto de infinitos colores. Pero dentro de esta pradera había un reducido pedacito rodeado de alambres ¿quién había sido capaz de estropear tanta belleza? Nadie lo sabía y menos todavía los 145


animales que vivían en ella, vacas, caballos y otros animalillos menores que al no conocer lo que había fuera de la alambrada, eran felices. Aquí vivía una yegua joven que pastaba solitaria en su trocito de cielo terrenal, daba paseos, trotaba alegremente, charlaba animadamente con sus vecinos, era feliz. Todos los días la visitaba un ave de pecho blanco y plumas de colores que se preocupaba mucho por ella, la vigilaba desde lo alto y hablaba mucho con ella. Siempre le contaba lo que había visto en sus innumerables viajes, unas veces le contaba que había ido hacia el norte y había visto el mar, otra que había ido al sur... cada día le contaba algo nuevo que había visto y le incitaba a salir de allí, a saltar la alambrada, a abandonar su pequeño mundo. - ¿No te gustaría viajar y conocer esos lugares tan maravillosos que existen lejos de tu pequeño trozo de prado? La yegua le miraba llena de admiración, cerraba sus ojos e imaginaba como sería su vida fuera de allí, pero le contestaba: - Aquí soy feliz, ¿no lo ves? 146


Así fueron pasando los días, tranquilos, sosegados, llenos de sueños, que solo eran eso, sueños. Un día conoció un apuesto caballo, al principio solo se dirigían furtivas miradas pero al final se enamoraron. El ave de pecho blanco y plumas de colores seguía insistiendo a ambos en la necesidad de conocer otros lugares, de no quedarse encerrados pero ellos seguían pensando que su pequeño trocito de prado era lo mejor del mundo. Un día el ave no volvió, empezaron a preocuparse, por mas que le buscaron y llamaron no apareció. Entonces les surgió la duda que hasta entonces no habían tenido ¿se estaban equivocando, de verdad existía un mundo mejor lejos de allí? Tuvieron descendencia, dos hembras y un macho que apartaron momentáneamente sus dudas y les colmaron de alegría, sin embargo seguían recordando las palabras del ave de pecho blanco y plumas de colores, ahora pensaban en sus hijos, ¿les estaban privando de algo realmente tan maravilloso, algo que ni siquiera ellos conocían?. Pensaron que no 147


era justo y decidieron saltar con ellos la alambrada, acompañarles en un viaje desconocido, sin rumbo y sin un final conocido. En el viaje se fueron quedando sus hijos, cada uno eligió un lugar diferente para vivir y ellos de nuevo se quedaron solos. Añorando su pradera decidieron volver, ahora sí se sentían solos, un poco desilusionados y defraudados pero a la vez contentos de ver felices a sus hijos. Al llegar a este punto ¡Oh sorpresa! Se encontraron una yegua pequeñita que les miraba dulcemente y sin palabras les pedía que cuidasen de ella ¿No era un motivo más que suficiente para volver a soñar?

Isabel García Marco Morata de Jiloca

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El poder de los sueños Lidia vive en una ciudad del interior, es una mujer algo mayor y vive sola, de joven tuvo varios pretendientes pero no llegó a casarse con ninguno. Cuando vivían sus padres su vida consistía en trabajar y estar con ellos, como eran muy mayores se sentía culpable si los dejaba solos, sus padres eran un poco tiranos, por este motivo se convirtió en una mujer solitaria y triste. Cuando los padres murieron, ella se quedó sola y le costó mucho adaptarse a su nueva situación, no tenía amigas, era una mujer muy temerosa. Un día iba paseando e hizo algo extraordinario para su costumbre, porque también se había vuelto bastante tacaña, rellenó un boleto de lotería primitiva. Esa noche se sentó como todas las noches a cenar sola delante del televisor, estaba terminando de comerse el postre cuando dieron los resultados de la lotería primitiva, primero se atragantó y se puso colorada como un tomate, luego cambió y se quedó blanca como la pared ¡ella era la única acertante ganadora de esa semana!, 149


de la noche a la mañana se había convertido en una mujer rica, inmensamente rica. Desde ese momento su vida empezó a cambiar, lo primero que hizo fue comprarse un apartamento en la playa, esa playa con la que tantas veces soñaba..., en un pueblo del sur. Al principio se encontraba como fuera de lugar pero poco a poco se fue adaptando, el apartamento se lo amuebló con mucho gusto, bonito y funcional, empezó a encontrarse muy bien con su nueva vida. Como era una mujer de costumbres, todos los días compraba en las mismas tiendas, un día por la calle se encontró con una de las cajeras del supermercado más próximo a su casa, casi sin saber como, empezaron a hablar del calor que hacía y decidieron marcharse a tomar un refresco en un chiringuito del paseo marítimo. A partir de ese día quedaban a menudo, era agradable tener a alguien con quien hablar. Esta amiga le presentó a su grupo de amigas, algunas eran empleadas en algún comercio, otras trabajaban en las consultas de algún médico, no eran millonarias como 150


ella lo era ahora pero todas iban muy bien arregladas. Lidia ese día al volver a su apartamento se observó detenidamente en un espejo y decidió irse a un instituto de belleza para que le cambiaran de estilo, le aconsejaron que se cortara el pelo y se cambiara de color. Así lo hizo, entró una mujer morena de pelo largo y poco cuidado y salió una mujer rubia con un corte de pelo que le favorecía mucho. Y no solo su aspecto físico cambió, también dejo de ser la persona triste y antigua que hasta entonces había sido, en poco tiempo parecía otra mujer, más joven y guapa, se dio cuenta que para estar guapa por fuera, hay que encontrarse bien por dentro y estar contenta con una misma. Se marchó de compras, entró a las mejores tiendas y renovó por completo su vestuario, compró varios vestidos con sandalias y bolsos a juego, bañadores, y algunos complementos como pendientes, pañuelos, etc. Un día el grupo de amigas decidieron ir a la playa, Lidia estaba muy nerviosa, se sentía mal, creía que todo el mundo la miraba, hasta que se dio cuenta que en la playa se 151


llamaba más la atención vestida que desnuda. Tumbadas sobre la arena, las amigas le propusieron marcharse de viaje con ellas, la temporada alta había concluido y para ellas ahora empezaban las vacaciones. Por supuesto aceptó, era el primer viaje que iba a hacer en avión, se marchaban a Italia, estaba muy ilusionada y nerviosa de la misma alegría. Justo cuando iba a despegar el avión, sonó un extraño pitido... era el despertador que como cada mañana le avisaba de que eran las ocho y tenía que levantarse para ir a trabajar , ¡todo había sido un sueño!. En los días posteriores a su bonito sueño, Lidia no paraba de pensar lo feliz que se había sentido, no por tener dinero, aunque todo es importante, sino por tener unas amigas con quien poder salir. Desde ese día decidió prestar más atención a las personas con las que convive, ahora es más agradable y siempre está dispuesta a hacer un favor a cualquier compañera o vecina, esto le ha costado mucho esfuerzo pero ha llegado a ser otra persona y es más feliz. También ha cambiado su casa, ahora deja las cortinas descorridas para que entre el sol, 152


también su forma de vestir es distinta, ha dejado de ser una persona seria, incluso dice que se encuentra más guapa. Con unas amigas se va a marchar quince días a Benidorm, son las primeras vacaciones de su vida, y como en su sueño, se ha comprado muchas cosas nuevas, no le hace duelo gastar el dinero en ropa porque las amigas van todas muy bien arregladas. También van mucho al teatro, hace poco, con un club de la tercera edad, se marcharon a Madrid a pasar el fin de semana y ver el musical “My fair lady” les gustó mucho a todos pero a ella le impresionó mucho más. Visitaron Toledo, El Valle de los Caídos, El Escorial, Aranjuez... dice que no podía imaginarse las cosas tan bonitas y maravillosas que hay en el mundo. Cuando alguna vez las amigas hablan de recuerdos o del pasado ella dice que su vida empezó con un bonito sueño que le hizo despertar y reflexionar y que a partir de ahora va a recuperar el tiempo perdido o por lo menos no va a dejar de vivir con alegría y sin miedo. Dice que “una persona triste es una triste persona”.

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Manuela Beltrán Lallana Morata de Jiloca

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¿Informática? Sí, gracias Gracias a este curso de informática que no es una actividad tan complicada como los mayores pensábamos en un principio. Nos ha servido para sentirnos más jóvenes y hacer más felices a las personas que comparten nuestra vida como por ejemplo a mi marido e hijos. A ellos le cuento las cosas con el mismo cariño y amor que ponemos para aprender lo que nos enseñan. Mi carácter activo me llevo a apuntarme a ese curso, pocas actividades de las que he realizado me han mantenido tan alegre y feliz como este curso que jamás hubiera creído poder realizar. Me ha ayudado a estar a mi edad tan activa, como para poder escribir este relato, hasta mis nietos al verme tan ilusionada me dicen que me voy a volver como ellos y les digo: “No, cariño que esto es para todas las edades”. A los mayores nos sirve para mantener la memoria en activo y pasar unas tardes felices, alejadas de la depresión y otras cosas. 155


Yo antes en el pueblo no tenía ninguna actividad, las tardes las pasaba haciendo labores o yendo a una ermita que tenemos en el cerro del pueblo rodeada de pinos y flores silvestres, escuchando el canto de los pájaros. Las noches eran aburridas, en cambio ahora es distinto, me paso mis ratos escribiendo y leyendo libros de cuando era joven. Esto tengo que agradecérselo a este curso de informática que me ha servido mucho, lo primero para relacionarme con mis compañeras y pasar unas tardes más agradables y entretenidas. También me ha servido para hacer otras actividades porque aunque soy mayor, me siento joven. En fin, para hacer lo que nunca hubiera pensado, llegar a esta edad tan ilusionada y poder recordar lo que hacía cuando iba a la escuela. Esto para mí ha sido un sueño que se ha hecho realidad. Ahora me arrepiento un poco de no haberlo hecho antes, cuando era mas joven.

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¡Que años he pasado más mal empleados cuando solo paseaba por la hermosa ermita y escuchaba el canto de los pájaros!

Teresa Temprado Nuño Morata de Jiloca

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Amor, dolor y vida ¡Felicidad! Creo que esta es la palabra que mejor resume la vida de mis padres. Se enamoraron muy jóvenes pero como su amor era tan grande, se casaron muy pronto. Fueron de luna de miel a Zaragoza. Mi madre me contaba muchas veces esta historia porque yo se lo pedía, no me cansaba de oírla. A su regreso, se quedaron a vivir en el pueblo. Eran muy trabajadores, como la mayoría en aquellos años, y siempre iban juntos a todos los sitios. Tuvieron siete hijos, cinco varones y dos chicas. La tercera murió con un año y medio, también murieron dos al nacer, uno nació ya muerto y el otro vivió veinticuatro horas. Fue por una caída que tuvo mi madre, un hermano suyo tuvo un accidente con el carro y al enterarse mi madre se puso muy nerviosa, se cayó y como estaba ya embarazada de siete meses, abortó. Un día, cuando mi madre tenía cuarenta años se levantó para amasar ya que en aquellos tiempos se amasaba en casa, 158


después salió al corral a por leña y cogió una pulmonía, estuvo muy enferma. Llamamos a consulta a un médico particular, vino al pueblo, la estuvo mirando, pero en aquel tiempo había muy pocos medicamentos, la penicilina apenas se conocía, le recetó un jarabe y nos dijo que dentro de ocho días ya estaría comiéndose una cazuela de sopas, esto nos tranquilizó a todos sin embargo, a los ocho días ya estaba difunta. Murió con todo su conocimiento dando consejos a todos, a mi padre le pidió que nos cuidara bien y así lo hizo. Mi hermano mayor tenía 15 años yo que era la segunda 11 años, el tercero 7 años y el pequeño año y medio. A partir de ese momento mi vida cambió, dejé de ser una niña de 11 años, para convertirme en la madre de mis hermanos. Mi padre me enseñó a guisar, a amasar, a hacer las camas y a limpiar. Muchas veces lo encontraba llorando pero él me decía que le lloraban los ojos. Trabajó mucho y nunca nos faltó de nada, mis hermanos y yo nos fuimos haciendo mayores y todos nos casamos, mi 159


padre se vino a vivir conmigo y murió a los setenta años. Actualmente los hermanos vivimos cada uno en un sitio, yo sigo aquí en el pueblo, viuda ya que mi marido murió a los 57 años de edad y aquí vive también mi hijo. Mi hermano pequeño también está viudo, murió su mujer a los 52 años y vive con su hija. El mayor y el tercero viven felices con sus mujeres, nos vemos muy a menudo. Algunas veces como hoy, recuerdo la historia de mi vida, no con amargura porque a pesar de las desgracias que nos ocurrieron, tuvimos y seguimos teniendo mucho amor.

Fulgencia Pelegrín Narvión Morata de Jiloca

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Imaginación y sueños A la sombra de un pino me senté y con mi imaginación mirando al cielo me quedé. Vi el cielo y el infierno ¿con cual me quedaré? Al cielo van los buenos, los niños y los inocentes. Al infierno van los artistas, toreros, prostitutas y gente con mucho dinero, no porque sean malos sino porque les gusta la juerga. ¿Hacia donde me voy yo? Me quedaré en la tierra imaginando que soy profesora de niños, campeona de tenis, campeona de frontón dándole con mi mano a la pelota, modista de alta costura, profesora de baile… y todo esto, estoy segura que lo hubiese hecho muy bien porque lo estoy sintiendo… pero vamos a poner los pies en la tierra, que ya no eres una niña para pensar en estas cosas, ¿no dicen que es bueno desarrollar la imaginación? Pues venga, no te dejes abatir y vete a la piscina a nadar, el agua está caliente y tus compañeras te esperan. Es gloria bendita zambullirse, cruzar la piscina nadando, bucear y cuando te cansas te das unos masajes bajando y subiendo las manos con la fuerza del agua, verás que bien te van para la barriga. Te sales del 161


agua y ¡venga, a lucir el tipo! te tumbas al sol y con el roce del aire por la espalda y ese bienestar, otra vez ha imaginar y soñar. Soñé… que estaba en un jardín grande precioso, sentados en un banco había un matrimonio ya anciano, estaban cogidos de la mano, con la otra mano, él le ofrecía una rosa, se puso en pie para cogerla, ella con la rosa en la mano, le dio un beso dulce y cálido. Los ancianos anduvieron unos pasos, yo en mis sueños les seguí y me quedé sorprendida porque la rosa se volvía un clavel, siguieron dando unos pasos más y el clavel se volvió una amapola, y la amapola una margarita, la margarita un gladiolo, el gladiolo en un lirio y así sucesivamente hasta que a lo lejos se vio una nube blanca que el viento la traía hacia nosotros como por arte de magia. Paró en medio del jardín, salieron unos enanitos y entre ellos Hete que decía constantemente mi casa, mi casa… Niño, no lleves tanta prisa le replicó la anciana, pero el insistía, mi casa, mi casa… Les dio la mano a los ancianos y por unas escaleras igual de blancas y suaves como la nube se marcharon con una sonrisa en los labios y

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diciendo: gracias, al mismo tiempo que cantaban una nana. Gracias otra vez, por estos años tan maravillosos que hemos vivido juntos. Gracias a vosotros, abuelos, por la oportunidad que me habéis dado en mis sueños de conoceros al verme reflejada en esa nana que según mis padres, al dormirme en sus brazos, mi abuela me cantaba. Y así fue mi despertar. Es verano, pienso que mis hijas vendrán, están de vacaciones, ya no tardarán y estos días aunque la pena siempre está ahí, felices y contentos se pasarán y mi gatico esperando en casa está.

Felicidad Castellano Morata de Jiloca

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Celos sin fundamento Rosa y Carmen eran dos hermanas que vivían en un pequeño y bonito pueblo de Huesca. Carmen se puso a festejar con un muchacho del mismo pueblo que se llamaba Pedro, los padres de ambos estaban muy contentos porque se apreciaban mucho, cogieron una amistad muy grande, salían juntos de paseo, hacían excursiones… La relación entre los novios era aparentemente normal pero de la noche a la mañana casi sin saber por qué, rompieron, Carmen había dejado de querer a Pedro. Las familias al principio se disgustaron mucho por la amistad que tenían pero pensaron que era ley de vida. Pasó el tiempo y Carmen se puso de novia con otro muchacho, y se caso con él. Mientras tanto la hermana menor de Carmen, Rosa, siguió manteniendo la amistad con Pedro, se enamoraron, festejaron un tiempo y se casaron. La verdad es que Rosa siempre había querido a Pedro pero lo había ocultado porque para ella primero era la felicidad de su hermana y por nada del mundo quería enfadarse ni reñir 164


con ella. De nuevo los padres de ambos se alegraron mucho porque ellos habían seguido la misma amistad. Sin embargo, no todo era alegría y felicidad, Carmen se molestó, ella ya estaba casada y era feliz pero no podía soportar la idea de que Rosa y Pedro se hubiesen enamorado, no quiso a Pedro para ella, pero tampoco para su hermana ¿por qué? nadie se lo explicaba, comenzaron los celos, los enfados, las riñas entre las hermanas, Carmen les hacía la vida imposible, le sabía malo incluso que Pedro que era músico le cantase canciones a Rosa, cualquier motivo le servía de excusa para reñir con su hermana, llegó a culpar a sus propios padres, incluso dejó de hablarles durante un tiempo. La relación entre la familia se enfrió mucho. Para colmo de males, Carmen no tuvo hijos pero Rosa si, dos nenas preciosas que aumentaron todavía más los celos de Carmen. Y así siguieron sus vidas, Carmen estaba amargada, nada le sentaba bien, Rosa no podía entenderlo ya que mientras Carmen y 165


Pedro fueron novios, ella nunca dijo nada de lo que sentía, calló su amor por Pedro por amor a su hermana, un amor que Carmen nunca supo apreciar.

Teresa Ruiz Urgel Morata de Jiloca

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Pasar la tarde Un grupo de amigas estaba tomándose un chocolate con churros en casa de una de ellas que cumplía los años, se pusieron a hablar y le preguntaron: - ¿Qué te han regalado? Ella les contó: - Me han regalado unos guantes y una bufanda a juego, un bolso, perfume y también un juego de bingo. ¿Qué os parece si lo estrenamos y echamos unas partidas? Algunas no sabían como se jugaba, otras en cambio habían ido alguna vez al bingo en la ciudad y conocían un poco de que iba el juego. Como jugar sin dinero no tenía emoción, lo primero que hicieron fue decidir cuánto iba a costar cada cartón, discutieron como buenas amigas y acordaron pagar 0,15 céntimos por dos cartones, hicieron el recuento de lo que habían recaudado, partieron tres cuartas partes para bingo y una parte para línea. 167


La dueña de la casa puso dos ceniceros, uno para echar el dinero de la línea y otro para el del bingo, repartieron los cartones y una de ellas empezó a cantar los números, al principio se armaron un poco de lío, pero fue cosa de las primeras partidas. Pasaron una tarde muy divertida, cuando al día siguiente se encontraron por la mañana comprando, comentaron lo bien que lo habían pasado, una de ellas propuso: - ¿Repetimos hoy otra vez? Se llamaron por teléfono y quedaron para jugar en casa de una de ellas. Como eran mujeres que no tenían hijos pequeños y otras estaban solas, empezaron a jugar casi a diario, cada vez se reunían en una casa y el grupo iba aumentando. Un día pensaron que podían hablar con el alcalde de su pueblo para que les concediera una sala para las mujeres, así podrían seguir reuniéndose a jugar al bingo sin tener que ir de casa en casa y todas tendrían los mismos derechos. Como el alcalde se mostró encantado, compraron un bingo nuevo que pagaron a 168


escote, los cartones los plastificaron para que no se les estropeasen, pero como no podían tachar los números, trajeron pesetas antiguas como fichas y por supuesto cada una su dinero, unas veces se ganaba y otras se perdía, pero eso era lo de menos. Pusieron una hora de inicio, las cinco de la tarde aunque cada una acudía cuando podía y se marchaban según sus obligaciones, nunca más tarde de las ocho. Este juego en los pueblos pequeños y más en invierno que hay tan poca gente, esta muy bien, es una buena excusa para salir de casa y reunirse las mujeres que de otra manera estarían solas en casa viendo la televisión, también sirve para relacionarse con otras mujeres que como viven en otros sitios vienen el fin de semana o de vacaciones, hay muy buen ambiente y no se critica a nadie. Algunas veces se grita un poco, casi siempre por algún mal entendido, pero nada más. Hoy el bingo es para todas como una institución, todas que quieren venir son bien recibidas, cuantas más mejor.

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A veces nos reímos por las cosas que nos pasan, a lo mejor estas esperando que salga el número que te falta y resulta que ya ha salido y no te has dado cuenta. Otras veces no haces nada más que preguntar si ha salido tal o cual número, pero la cantadora tienen paciencia y no se enfada. Otras veces una canta bingo pero resulta que le falta un número y como todas tenemos la costumbre de tirar los cartones sin esperar a ver si es correcto o no, hay que volver a repetir la jugada. Ahora, cuando alguna cumple los años o celebra algún otro acontecimiento, nos invita a chocolate, café con leche y brazo de gitano que es el dulce más tradicional del pueblo, lo hacen ellas mismas en el horno y a todas les sabe muy bueno, después... ¡a jugar unos cartones de bingo!

Manuela Beltrán Lallana Morata de Jiloca

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Vivir por amor La historia que voy a contar es la de una amiga mía llamada Rosa, siempre la recuerdo con cariño, es difícil olvidarse de ella ya que Rosa era muy alegre y divertida, tenía una cara preciosa y sus ojos eran como luceros que brillan en la noche. Rosa vivía en Madrid, su padre era un militar muy recto y bastante exigente, en casa siempre se hacía lo que él mandaba. Rosa era hija única muy querida y bastante mimada por sus padres, siempre salían de paseo o iban al cine los tres juntos. Nunca tuvo amigas, su padre siempre le recordaba que con 15 años que tenía no podía salir sola a la calle, un chofer la llevaba al colegio y después volvía a recogerla. Un día, su padre al regresar a casa les dijo que había comprado una casita en la parte de Andalucía y que ese verano se irían de vacaciones, Rosa estaba muy ilusionada ya que para ella esto suponía toda una aventura. Llegó junio y se prepararon para el viaje, cuando llegaron al pueblo, los chicos enseguida fueron a conocer a Rosa, eran sus primeros amigos, por eso, para ella sería 171


un verano muy difícil de olvidar. Su vida cambió por completo, salía con sus amigos, podía ir a la playa y bañarse en el mar. El azul del mar la cautivó, siempre guardaría en su memoria ese primer encuentro con el mar, el inmenso océano azul que nunca olvidaría. Cada día al volver a casa, contaba feliz y radiante a sus padres sus vivencias, creía que no se podía ser más feliz. Un día la casualidad puso en su camino a un chico, era un amigo de la pandilla con la que ella salía, se lo presentaron, se llamaba Luis y trabajaba en una farmacia. Luis y Rosa se saludaron y al encontrarse sus miradas los dos sintieron que había ocurrido algo maravilloso, fue un flechazo, a los dos les empezó a latir el corazón con fuerza, se cogieron de la mano y en la playa junto al mar se juraron amor eterno. Así fueron pasando los días, los dos estaban cada día más enamorados, para Rosa fue el verano más maravilloso de su vida, nunca podría olvidarlo. Una tarde el padre de Rosa salió con unos amigos y por casualidad se entera de 172


la relación que mantiene su hija con Luis, como puede mantiene la calma, pero al llegar a casa le cuenta a su mujer lo que ha descubierto, está realmente furioso, su mujer sin atreverse a decirle nada, calla, pero su corazón se rompe al pensar en su hija, sabe que siempre estará amargada. Él la obliga a preparar el equipaje para que cuando su hija llegue, se puedan marchar rápidamente a Madrid. Rosa no puede ni imaginar lo que en su casa está ocurriendo, esa tarde, con Luis y el resto de los amigos empiezan a preparar la “peña” ya que ese fin de semana son las fiestas del pueblo, todos las esperan con una gran ilusión, como es normal en los jóvenes. Como todas las tardes se despiden con un hasta luego. Cuando Rosa llega a su casa le extraña ver el coche cargado y a sus padres esperándola, bastante asustada les pregunta si ha ocurrido algo pero el padre, secamente, sólo le dice que vuelven a Madrid. Su madre no puede aguantar más y rompe a llorar, entonces Rosa pide una explicación a su padre, él le contesta que no va a consentir su relación con ese chico, entonces ella que no es tan sumisa 173


como su madre, le contesta que para ella Luis siempre será el hombre de su vida. Su padre le dice que tiene que casarse con un militar pero ella le contesta que antes muerta. El viaje de regreso se le hace interminable, Rosa sólo piensa en Luis y sus amigos, no ha podido despedirse de ellos, por eso, lo primero que hace al llegar a Madrid es escribirles una carta explicando lo sucedido, lo que ella no sabe es que esa carta ni ninguna otra jamás llegarán a su destino, de eso se encargaría su padre. Luis y los amigos se enteran de que Rosa ha vuelto urgentemente a Madrid pero no entienden por qué. Luis le escribe una carta que tampoco le llega a Rosa, y así pasan los días y los meses. Rosa sin poder aguantar más su pena, cae enferma, el médico les dice a los padres que es un caso raro ya que no le encuentra nada y sin embargo la vida se escapa, en sus ojos solo hay tristeza y su preciosa carita se marchita lentamente, apenas sale de su habitación, no quiere hablar con nadie pero su padre terco como una mula dice que ya se le pasará pero el tiempo pasa y ve que no es así. Rosa está siempre en su cuarto sin apenas tomar 174


nada, su mirad siempre está perdida y fija en la ventana de su cuarto, recordando el inmenso mar y las manos de Luis acariciando las suyas. Su padre al verla en ese estado decide tragarse el orgullo que siempre tuvo y volver al pueblo, en casa dice que es un viaje del ejército y se marcha. Cuando llega al pueblo se entera de que Luis se ha casado y ha tenido dos hijos, ya que al pasar los años y no tener noticias de Rosa creyó que lo había olvidado, su mundo, se desmorona, una pena inmensa le oprime el corazón, sin embargo, seguidamente se entera de que está viudo, entonces comienza a albergar una esperanza, simula encontrarse con Luis por casualidad, pero cuando él le ve, su corazón se acelera, intenta marcharse pero el padre de Rosa lo para y lo saluda. Entonces Luis pregunta por Rosa y cual no será su sorpresa cuando ve a ese hombre lleno de orgullo, llorar como un niño, le explica lo ocurrido y le pide por favor que vaya con él a Madrid ya que es su última esperanza de poder salvar a su hija. Luis no se lo piensa dos veces y marchan juntos a Madrid. Cuando llegan, el padre entra a ver 175


a su hija y le dice que le tiene una sorpresa, ella contesta que no quiere sorpresas ya que para ella todo ha terminado. El padre le dice: - Por favor, Rosa, esta sorpresa va a devolverte la vida. Ella le contesta: - Tú con tu egoísmo me la has arrebatado papá. Entonces abre la puerta y Luis aparece delante de ella como si el tiempo se hubiera parado, Rosa da un salto de alegría y los dos se funden en un intenso abrazo, los padres lloran de alegría al ver por fin reaccionar a su hija. Luis le cuenta que está viudo y tiene dos hijos y se lamenta de que otra vez el destino vuelva a separarlos, entonces Rosa contesta que esta vez nada ni nadie los va a separar y se miran a los ojos con el mismo amor de los 15 años. Dicen que el amor mueve montañas pero a Rosa le movió el corazón y volvió a sonreír y a su carita le volvió el color, le pide a Luis que le deje cuidar de sus hijos como si 176


fueran de los dos, el encantado lo acepta. Muy ilusionados piensan en su boda, será como ella siempre había soñado. Los padres llenos de emoción al ver feliz a su hija le regalan un bonito traje de novia y por fin llega ese gran día, el padre la lleva al altar con una gran esperanza y a los dos les promete ante Dios no meterse jamás en sus vidas, a Luis ahora le quieren como a un hijo y a los niños como sus nietos. Rosa y Luis son un matrimonio feliz, viven la vida junto a sus hijos con mucha ilusión y un inmenso amor, cuando Rosa cuenta su historia dice: “la esperanza en el amor es lo más grande, merece la pena esperar, a mí me ha devuelto la vida”.

Laura Gracia Morata de Jiloca

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Mi escuela De niña iba a la escuela de parvulitos, la tenía muy cerca de mi casa, tan cerca que si algún día faltaba porque estaba enferma o por cualquier otro motivo, podía oír a las niñas cantar las canciones y rezar las oraciones que nos enseñaba la maestra. Allí aprendí a leer la primera cartilla, la segunda y también la tercera, después nos dieron el Catón que era un libro de lectura del cual aún recuerdo alguna frase de memoria como: “ mi gato se llama Careto y es muy chiquitito”, también nos enseñaron a contar con las bolas del abaco. Cuando fui más mayor, nos separaron a los niños y a las niñas, las niñas fuimos a otra escuela un poco más alejada de mi casa. Recuerdo que era una habitación bastante amplia donde estábamos niñas de diferentes edades, había dos pizarras una a cada lado de la pared, allí nos escribía la maestra las cuentas y los problemas que nosotras teníamos que copiar en nuestro cuaderno y hacerlos de tarea en casa. Cada día nos sacaba a una niña a la pizarra

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para corregirlos por si no los habíamos hecho bien. También había colgado en la pared un mapa de España para explicarnos donde estaban situadas las provincias, los cabos, los montes y los ríos. En un rincón teníamos una estufa de leña y carbón que encendíamos en invierno, cada día nos tocaba a dos o tres niñas encenderla, si cierro los ojos, todavía puedo recordar el humo que se hacía cuando se movía el aire, casi no se podía respirar. En clase, nos sentábamos de dos en dos en unas mesas de madera un poco inclinadas y con los asientos plegados, tenían un agujero en medio para poner el tintero y a cada lado una ranura para poner la pluma y el lápiz, debajo había un cajón para meter la cartera o los libros. Teníamos sólo una maestra para explicarnos todas las asignaturas que estudiábamos en una enciclopedia y que contenía geografía, aritmética, geometría e historia sagrada aunque para religión llevábamos el catecismo. A mí lo que más me gustaba era hacer cuentas y problemas. 179


Para leer teníamos un libro que se llamaba Mariluz, era una historia muy bonita de una niña que tenía que cuidar de sus hermanos más pequeños y de su madre que estaba enferma. Ahora, como madre que soy, la recuerdo más bonita que entonces. Un día a la semana dos niñas rezábamos el rosario y en el mes de mayo, todos los días cantábamos “Las Flores a la Virgen María” y le llevábamos un ramo de rosas de los rosales que teníamos en casa. Por la tarde, la maestra nos enseñaba a coser, a hacer punto, vainica y a bordar con el bastidor, aún guardo casi como un tesoro, algunas de las cosas que bordé. Cuando salíamos al recreo jugábamos a saltar a la comba, a las tabas, a los agujones, a las cuatro esquinas, a los círculos y a otros juegos más. En primavera, cuando hacía buen tiempo, salíamos algún día a pasear por el campo para tomar el sol y el aire, corríamos, saltábamos y cantábamos canciones. De todo esto ha pasado casi medio siglo y muchas cosas de las que aprendí ya casi se me han olvidado pero vuelvo a tener otra 180


vez la oportunidad de ir a la escuela, a la escuela de adultos, a recordar y aprender cosas nuevas, aunque es muy diferente de cuando era niña, voy con mucha ilusión y ganas de aprender.

Isabel Temprado Morata de Jiloca

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Un viaje de ensueño Irene nació en un pueblo pequeño pero muy bonito y vivía feliz con su familia, nunca había salido de allí, tan solo a algún pueblo cercano al suyo. Ella era muy soñadora pero a la vez sensata, siempre pensaba las cosas antes de hacerlas. Cuando se hizo mayor tuvo que marcharse a la ciudad para buscar trabajo, y al llegar a la capital se quedo embobada ¡qué casas más altas y cuántos coches!, las calles, ¡que largas eran allí!, ¡si que tenía cosas que ver!. Un día fue al cine y allí empezó su sueño: vio en la pantalla por primera vez Venecia y empezó a soñar... se imaginaba paseando por los canales en una góndola con su novio y un gondolero cantándoles “Oh sole mío”. El tiempo fue pasando y ella seguía allí, en una ciudad que no era la suya, sin perder la ilusión de ver algún día cumplirse su sueño. Un día una amiga suya le dijo: - Oye, mira, en el trabajo estamos organizando un viaje a Roma, visitaremos varias ciudades y entre ellas Venecia, si quieres podéis venir ya que no es solo para los trabajadores. 182


Ella respondió, con cierta pena, que como no ocurriese algún milagro no iba a poder ser porque no tenían dinero, pero su amiga, que conocía su sueño de tanto habérselo oído repetir, le dijo que ella les apuntaba y cuando llegara la fecha ya verían lo que pasaba y así lo hicieron. Por suerte al final si que pudieron ir, prepararon el viaje con toda la ilusión ¡por fin iba a hacer realidad su sueño! y eso era maravilloso. Llegó el día de salir y ella estaba tan ilusionada y nerviosa que hasta golpeó varias veces su reloj pensando que se había parado pero, por fin, ¡ya estaban en el autobús! . Salieron para Niza pues era el primer destino que llevaban, llegaron de noche y fueron al hotel, dejaron las maletas y salieron a dar una vuelta. Paseando, una de las cosas que más le llamó la atención fue un hotel en el que llevaban los uniformes como en el siglo XVIII, eran muy vistosos y les hizo mucha gracia, también fueron a la playa que era inmensa y muy bonita. Al día siguiente salieron para Pisa, bajaron del autobús y como no tenían ninguna visita programada, ella se fue con su marido y 183


otros compañeros a visitar la ciudad, visitaron la torre de Pisa, aunque no pudieron subir porque estaba cerrada, pasearon por los alrededores y después de comer, ella y otra compañera de viaje, se fueron a ver la Catedral y un museo, que por cierto Irene pensó que a cualquier cosa llaman museo, porque era una habitación con tan solo dos cuadros y varias estatuas. De repente, se dieron cuenta de que se habían entretenido más de lo que debían, salieron de allí corriendo, pero con los nervios, se equivocaron de calle, no se dieron cuenta hasta que no llegaron al final, ¿qué iban a hacer si no encontraban el autobús?. Por medio de gestos, ya que no conocían el idioma, intentaron preguntar a varias personas, pero nada, no las entendían. Ahora estaban bastante preocupadas más por la bronca que les iban a echar por llegar tarde que por miedo a quedarse allí solas, pero en estas llegó una señorita que hablaba castellano, era la guía de una excursión de andaluces, y muy amable les dijo que se calmaran, que ella las llevaría en su autobús hasta allí y que si no estaban esperándolas, las acompañarían a Roma, ya que ellos también llevaban la 184


misma ruta.. Cuando llegaron al lugar donde habían quedado, ¡que alivio!. allí estaba el autobús, nadie les gritó, al contrario, ya que intranquilos por su tardanza habían ido a buscarlas y al no encontrarlas estaban muy preocupados. Claro que luego se pasaron todo el viaje riéndose de ellas, les llamaban “las niñas perdidas y halladas en el autobús” con una guasa y un cachondeo que casi hubieran preferido aguantar la bronca. Continuaron el viaje, estuvieron en San Francisco de Asís y otras ciudades más, aunque a ella, todas le parecían iguales y a la vez muy distintas. Cuando llegaron a Roma, a Irene le gustó mucho el Vaticano, la Plaza y la Catedral de San Pedro y las escultoras de la Piedad y el David de Miguel Ángel. Le desilusionó el Coliseo porque aunque ella ya sabía que estaba en ruinas, no se por qué, pensó verlo como en las películas de romanos. Lo que si le gustó mucho, sobre todo por la noche, fue la Fontana de Trevy. Al día siguiente salieron para Padua y como ella es muy devota de San Antonio estaba muy ilusionada de poder visitar donde están los restos del santo, le parecía 185


algo asombroso. Continuaron viaje, visitaron Praga, y por fin llegaron a Venecia, un cosquilleo recorría todo su cuerpo, eso si que era una maravilla, ¡por fin iba a ir en góndola!, y como en su sueño fue fantástico e inolvidable, visitaron la plaza de San Marcos con su reloj y pasaron por el Puente de los Suspiros, que Irene pensaba que eran suspiros de amor y nada más lejos de la realidad, los suspiros eran de los presos cuando pasaban de los juzgados a la cárcel. También visitaron la fábrica de cristal de Murano, estuvieron viendo como hacían figuras, jarrones, cristalerías... y se quedaron impresionados de ver con que facilidad trabajaban el cristal. Después visitaron Milán, les encantó la Catedral y sobre todo el Teatro de Milán, que es una maravilla. Ya de regreso a España, pararon en Mónaco y les entusiasmo su puerto de mar, ya que como era de noche los yates estaban en le puerto con las luces encendidas, pasearon por parte de los jardines del palacio de los Grimaldi, son preciosos, y a ella particularmente le parecieron de ensueño, también se acercaron a ver la residencia de los monarcas ya que el palacio solo lo usan para las recepciones oficiales. Y por 186


supuesto, estuvieron en el casino, en el casino de los pobres, claro, ya que en el de los ricos solo les dejaron asomarse un poco, pero vieron que las señoras llevaban tantas joyas que parecían escaparates de una joyería. Y así acabó el viaje de Irene, viaje que no olvidara nunca, sobre todo Venecia, porque la realidad superó su sueño. Al escribir esto Irene intentó buscar en algún libro los nombres de las ciudades y de los monumentos para no equivocarse, pero como no los encontró todos, pide disculpas porque hace unos años que realizó el viaje y su memoria ya no es tan buena.

Amparo Palacián Ferrando Morata de Jiloca

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La moto “Montesa” Cuando nos casamos, mi marido no tenía el carné de conducir, a los tres meses se lo quiso sacar pero las dos veces que lo intentó, suspendió. Él me decía que era por los nervios. - Chica, no sé que me pasa, pero ir al examen y quedarme en blanco, todo es una. Yo lo entendía, pero también entendía que si no aprobaba a la tercera, nos íbamos a quedar sin el poco dinero que teníamos entonces, así que, aunque dicen que a la tercera va la vencida, yo por si acaso, me fui a una farmacia y le compré unas hierbas tranquilizantes para hacerle una infusión. No se si fueron las hierbas o lo mucho que yo le recé ese día a la Virgen, pero mi marido, aprobó. Vino a casa la mar de contento y me dijo: - Pilar, ¡mira qué moto tan hermosa he comprado!, una Montesa, arréglate un poco que nos vamos a Zaragoza a darle las gracias a la Virgen del Pilar.

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Yo, ¡qué insensata!, sin pensar que estaba embarazada de dos meses, me compré unos pantalones y ¡hala!, a Zaragoza. Hasta entonces, yo no había ido nunca en moto así que entre la poca experiencia y el miedo que llevaba por si le pasaba algo a la criatura que estaba esperando, no sabía ni dónde agarrarme, con una mano me sujetaba a la cintura de mi marido y con la otra, me sujetaba el vientre. El viaje, iba de maravilla, pero empezaron las curvas, yo la primera vez, me incliné hacia el mismo lado de la curva y la cosa fue bien, pero en la siguiente, me incliné al lado contrario y salí disparada de la moto, mi marido ni siquiera se dio cuenta de que me había perdido. Afortunadamente, entonces no se circulaba a gran velocidad y un camión que venía por detrás, me recogió, me sentó en la cuneta y me curó las heridas que me había hecho, unos pocos rasguños en la barbilla y la frente. A todo esto mi marido seguía en la moto tan feliz, sin enterarse de nada, cuando ya había pasado un buen rato, por lo menos 189


habría recorrido dos kilómetros, mi marido se volvió y dijo: - Pilar, ¿qué te parece como corre esta moto? Entonces ¡por fin! se dio cuenta de lo sucedido, se asustó mucho porque no sabía lo que había pasado, inmediatamente dio la vuelta y allí nos encontró al camionero que me había socorrido y a mi en la cuneta. Que miedo pasó el pobre pensando que yo estaba herida, pero al ver que estaba bien me dijo: - Móntate otra vez en la moto, ahora tenemos que dar las gracias a la Virgen porque no te ha pasado nada. Y así lo hice, pasamos el día en Zaragoza y por la tarde regresamos sanos y salvos a casa. Recuerdo como si fuera hoy la famosa “Montesa”, nos duró cinco años, hasta que nació mi segundo hijo, ya que mi hija mayor, cuando apenas tenía un año, ya viajaba con nosotros, ella iba en el depósito de la gasolina, mi marido en el medio y yo detrás. Íbamos al pueblo todos los fines de semana a ver a los padres de mi marido, también al 190


campo de excursión, incluso una vez fuimos a Teruel, esa vez, se le estropeó el cambio de marchas y tenía que ir cambiando con la mano, pero nada nos importaba, ¡éramos tan felices!. En nuestra familia aún se recuerda la famosa moto “Montesa”, era el auxilio de todos, ya que como no había dinero para comprar un coche, cuando alguien la necesitaba, no tenía más que pedirla, creo que era la moto más popular de Calatayud.

Pilar Algárate Herrero Morata de Jiloca

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Mi pueblo, ¡qué bonito es! Qué bonito es mi pueblo y que pena me da. De 1.174 habitantes que éramos quedamos menos de la mitad. ¡Todos a la capital! y allí ya no se puede ni respirar, están las calles abarrotadas de gente, no se miran, son indiferentes, no se dan los buenos días, ¡donde vamos a llegar! Y dicen que en la capital esta todo muy mal, yo no lo veo así, si quieren trabajar tienen muchos sitios donde ir y sino tienen su paro, su ayuda familiar. Y aquí, en los pueblos ¿qué tenemos? Sí... dan, cuatro subvenciones que les vienen bien a cuatro ricachones, se vive de la agricultura y los chicos jóvenes se tienen que marchar porque los pobres no pueden ni siquiera a sus árboles alimentar. Después vienen los riegos, el agua, ¿dónde está? Si tenemos suerte hay agua, pero el agua debajo de la tierra está y para sacarla mucho dinero nos costará, y el dinero, ¿dónde está?. Nos tenemos que marchar. Lo pagará mi padre con su pensión de viudedad pero al final mi padre con esa paga tampoco la podrá pagar y los árboles morirán. 192


Pido ayuda al Gobierno no para mi pueblo, sino para todos los pueblos en general porque sería una pena destruirlos tan bien como se está, en la calle te saludas, en la plaza puedes hablar, los hombres en el bar, la partida de cartas, el café se han de jugar y las mujeres todas juntas se van a andar y después su partida de bingo van a echar. La mayoría están muy solas, los hijos los tienen fuera y algo para entretenerse tienen que buscar. Tenemos buen alcalde, se preocupa por nuestro bienestar, pero no es suficiente, si no le echan una mano nuestro pueblo y los demás a pique van. Tenemos con nuestros pozos agua que no podemos pagar, y nuestros árboles se mueren ¿merece la pena?. Nuestros ríos se secan de tanto sangrarlos, nos quedamos sin truchas y sin barbos, ¡tan bonitos como son y lo que relaja al mirarlos!. Queremos ese pantano tantas veces prometido, tanta agua en invierno tan mal empleada y cuando tenemos sed no poder regar. Queremos nuestros ríos y acequias con agua, y con truchas, barbos y ranas para oirías cantar y que en las pozas de los 193


brazales los niños a los barbos puedan tocar y disfrutar de esa piel tan fina, se les van a escapar pero como es verano, los niños con los pies mojados se reirán y gozarán y sus padre y abuelos de verles, contentos y felices estarán. Mi padre en invierno conmigo se vendrá porque con la estufa en la casa hace frío y no se puede estar. El gasoil va tan caro que con la paga no le va a llegar. Yo estoy contento de con él poder estar y de su compañía poder disfrutar, pero el me dice que no quiere molestar que cuando sea viejo tiempo le quedará. Mi nuera le dice: - Abuelo, con nosotros puedes estar, que con los niños te puedo necesitar. - Pero hija, es que pienso que cuando yo os necesite de mi cansados vais a estar. Mientras pueda, en mi casa he de estar, ya llegará el verano y en vacaciones juntos podremos disfrutar. Serán las fiestas y los niños con los juegos y las charangas se divertirán. Yo los cuidaré y por la noche en la verbena vosotros podréis bailar y con los amigos ir a cenar.

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Pienso que por poco que nos ayuden, nuestro pueblo hacia arriba irá, la gente ya no se tendrá que marchar y los abuelos de ver más niños en el pueblo, contentos y felices estarán.

Felicidad Castellano Morata de Jiloca

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Una generación Los recuerdos que acudían a su memoria no eran personales, eran la realidad de la generación que le tocó vivir. No eran recuerdos basados en el odio ni en el rencor sino en la nostalgia, en lo que pudo haber sido y no fue. Pensaba en ese colectivo de personas que en la actualidad tendrán entre 50 y 65 años, un colectivo muy olvidado. Niños que apenas pudieron ir a la escuela porque a los doce o trece años tuvieron que empezar a trabajar, a los catorce años ya trabajaban todos, niños a los que nunca se les hizo un test de inteligencia que les capacitase para estudiar, no tuvieron becas, esas “cosas” eran para gente privilegiada. Entonces había muchos talleres pequeños o empresas familiares, se accedía a ellos por medio de alguna amiga que trabajaba allí, el mismo jefe les preguntaba a sus empleados si tenían a algún familiar que buscase trabajo, si así era, a la semana siguiente ya empezaban con ellos. La jornada era agotadora, se trabajaba diez horas diarias, empezaban a las siete de 196


la mañana, solían ir en grupo, tenían que andar media hora aproximadamente porque a su barrio no llegaba el tranvía, pero no les importaba, iban contentos, todos juntos con su bocadillo bajo el brazo envuelto en papel de periódico. Había aprendices, caldereros, fontaneros, electricistas, tejedoras... Algunos eran los chicos de los recados, el jefe los mandaba a comprar lo que hacía falta para la oficina, productos de limpieza... A Elena esto le gustaba porque se juntaba con otras aprendizas, tenían que ir corriendo, no podían perder el tiempo, aunque siempre que podían se paraban un momento para ver las carteleras de las películas que ponían en los cines “Delicias” y “Madrid”. De regreso al taller si el jefe les decía que habían tardado mucho, contaban alguna mentirijilla, por ejemplo, que en la tienda había mucha gente. El sueldo era de 150 pesetas a la semana, las horas extras las pagaban a dos pesetas, pero su mayor alegría era poder ayudar a la economía familiar, Elena entregaba toda la paga a su madre y luego ella le daba la propina. 197


En el taller cantaban las canciones de moda y también hacían alguna trastada, una sonrisa nostálgica aflora en la cara de Elena al recordar aquella vez... Había en la fábrica un cuarto de baño con una ducha cuya tubería sobresalía por fuera y si se le golpeaba con un palo empezaba a caer el agua, un día, una compañera entró en el baño y ni cortas ni perezosas empezaron a golpear dicha tubería, la muchacha en cuestión salió empapada, como una sopa. El jefe sancionó a las dos aprendizas causantes de tan ingenua broma, su castigo fue de dos días de suspensión de empleo y sueldo, lo consideró una falta grave, ellas no podían parar de reír recordando la imagen de su compañera totalmente mojada, no pensaban en el problema que esto les iba a ocasionar. Entraron en el despacho del jefe y la mar de sonrientes le preguntaron: - Don Rafael, ¿cuándo empezamos a guardar los dos días de fiesta? El jefe, que seguramente esperaba que acudiesen llorando, arrepentidas de su mala acción, se sorprendió al verlas tan alegres y les dijo: 198


- De fiesta nada, a trabajar, vosotras lo que sois es unas gandulas. Ellas continuaron riéndose, no había malicia, apenas habían dejado de ser unas niñas. Después del trabajo los chicos solían ir a las academias para prepararse y conseguir un puesto de trabajo mejor, algunos aprobaron oposiciones y su futuro cambió. Las chicas iban con un grupo de misioneras que había en el barrio y les enseñaban Cultura General y Corte y Confección. Allí conocieron un movimiento que en aquellos años tuvo mucho auge, se llamaba J.O.C. o sea, Juventud, Obrera, Católica. Tenían reuniones semanales y les formaban culturalmente. Los domingos se reunía mucha gente joven y hacían diversas actividades, comentaban libros que habían leído, hacían baile y una vez al mes, teatro. Fueron años muy bonitos, un despertar a la vida. Pasaron los años, la empresa fue creciendo, ahora eran unos 300 trabajadores, o quizás más, el trabajo era agotador, tenían que seguir el rápido ritmo 199


de la cadena. Elena de nuevo vuelve a sonreír, su sonrisa tiene una pizca de amargura al recordar aquel ritmo frenético, por ejemplo, si en invierno alguno estaba enfriado y su compañero no recogía su pieza, no podía ni limpiarse los mocos. Sus hijos se ríen cuando se lo cuenta y piensan que exagera. Pero no es motivo de risa, vivieron su infancia en la posguerra, con muchas carencias alimenticias, sin embargo, se hicieron hombres y mujeres muy fuertes. Elena sigue recordando la fábrica, entonces los sueldos habían mejorado, los obreros se iban espabilando, lo peor era la poca seguridad que había en el trabajo, era muy duro presenciar un accidente laboral, ella lo sabía bien porque le tocó ver bastantes, dos de ellos mortales... no, pensar en ello era muy doloroso. Cuando ya estaban llegando a la madurez y creían que tenían una estabilidad económica y laboral, la empresa fue vendida a una multinacional y en tres meses... todos los obreros, cuya edad era alrededor de los 50 o 55 años, fueron despedidos. El miedo y la incertidumbre se apoderó de muchos de ellos, el paro se 200


acababa, encontrar trabajo a sus años se convirtió en una misión casi imposible, para obtener la jubilación eran jóvenes, para trabajar eran viejos. Habían cotizado durante 35 años pero tuvieron que conformarse con una ayuda familiar que apenas les cubría sus necesidades más básicas. A Elena le da mucha pena que nadie se acuerde de ellos como colectivo, fueron la generación que en los años sesenta y setenta dieron el callo, sacaron la economía del país adelante con mucho trabajo y sacrificio, fueron la generación “hormiga”. Las mujeres fueron las primeras en empezar a trabajar fuera de su casa, antes y después de ellas, las mujeres cuando se casaban cuidaban de su marido e hijos, Elena cree que la sociedad nunca vio con buenos ojos que la mujer trabajase, incluso cuando era tan necesario. Ella se alegra mucho de que ahora la enseñanza sea obligatoria hasta los 16 años, luego no importa el trabajo que los jóvenes desarrollen, cuanto más se sabe, menos te engañan. Sigue recordando y piensa en un libro de Josefina Aldecoa, en una frase que 201


siempre le ha hecho reflexionar: “Que no se pierda ningún talento por falta de oportunidades”. A su generación se les negaron muchas cosas, sin embargo, los padres que habían estudiado muy poco o prácticamente nada, les dieron muy buenos consejos desde pequeños, consejos que nunca han olvidado.

Manuela Beltrán Lallana Morata de Jiloca

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El alma de todas las olmas Bella y hermosa Olma. Tu recuerdo está conmigo, la más grande y poderosa que mis ojos han conocido. Olma en la placita de la Virgen de Alcarraz, tu nombre lleva tu hermosura, allí viviste firme y complaciente y ahora que ya no estás, tus raíces persisten debajo de la tierra como las cenizas de un imperio. ¿Cómo hemos sido tan descuidados y te hemos dejado morir? Tu enfermedad era grave, pero quizás si te hubiéramos cuidado mejor y el ermitaño no se hubiese ido de la casa, puede que no te hubieras marchado para siempre, si hubieses estado viva, seguramente no se habrían llevado al Arcángel San Miguel y al Diablo. Los que a Morata vienen a la Virgen no dejan de visitar, las cárcavas ven a la derecha y la raíz de la Olma allí junto a la Virgen, en su casa está. ¡Olma sílbeme! A tu sombra cuantos buenos ratos nos has hecho pasar, cuantas conversaciones habrás escuchado de los mayores mientras descansaban bajo tu sombra y cuántos secretos te habrás llevado contigo. Y a los 203


niños, ¿los echas de menos a tu alrededor? También a tu sombra jugábamos alegres y felices, cuántas veces te han rodeado nuestros brazos, tú tan grande, nosotros tan pequeños, éramos necesarios muchos niños para poderte abrazar. Eras tan fuerte y grandiosa que cuando mirábamos tus ramas, estas parecían que tocaban el cielo y cuando hacía viento y movía tus ramas, estas parecían estandartes que hacían reverencias a la Virgen. ¡Te echamos tanto de menos... ¡ y no solo tus vecinos, sino también las golondrinas que ahora no saben dónde hacer sus nidos y corretean dando vueltas perdidas por allí, se posan en tu tronco y lo picotean dándote besos ¿y los gorriones? También se acercan y te besuquean, envidiosos de las golondrinas, y saltan y se comen los bichitos y hormigas que tu les das como una madre que alimenta a sus hijitos, ellos agradecidos entre tus cenizas se ponen a cantar, es un canto triste, casi un lamento, lloran como los demás. Cuántas veces he deseado que alguna de tus raíces volviera a resurgir como una hija nace de su madre. Si yo tengo otra vida, 204


te iré otra vez a visitar, todas mis amigas estoy segura que desearemos contigo jugar, y juntando nuestros brazos te volveremos a abrazar. La Virgen está triste sin ti, sin trigos en los campos, sin sombra para segar, todas las tierras están secas y desoladas, aunque sin el diablo más tranquila estás, sufres de no saber por dónde andará y los trapicheos y la maldad que él se traerá. Me despido de ti diciéndote que tú eres el alma de todas las olmas, tus otras compañeras tienen una calle en un barrio del pueblo, “la calle de las olmas”, también ellas murieron de tu misma enfermedad o de pena de vivir sin ti porque tu eras la madre de todas ellas. Igual que persisten tus raíces, también las nuestras te recordarán porque los vecinos de tu pueblo no dejaran que nadie te olvide, a nuestros venideros se les recordará que tú fuiste la olma más grande y más hermosa que vimos jamás, el alma de todas las olmas.

Felicidad Castellano Morata de Jiloca 205


La alegría de Moros En el pintoresco pueblo de Moros, que dista de la capital de la Provincia (Zaragoza) 113 Km. De Calatayud 30 y de Ateca 10, la altitud del mar es de 791 metros. Al estar construido en una montaña, hace posible, que los vientos, cierzo, labriego, solano, bochorno, etc, limpien la atmósfera pudiéndose respirar a pleno pulmón con solo, abrir ventanas, balcones o miradores de nuestras viviendas. Rebajando el espíritu con la contemplación del lindo paisaje que se divisa. Al mirar desde “la Portilla”vemos su fructífera vega, donde hay, manzanos, perales, ciruelos. etc y como el pueblo esta alto se distingue mucha extensión de tierra, para cereal y la carretera que sube para Villalengua, Torrijo, etc. Si miramos a San Roque, se ven los huertos, los cuales trabajados con alegría y acierto por los labradores de Moros, nutren a sus familias y al pueblo, de verduras, hortalizas y frutas sanas y sabrosas.

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Visto el pueblo desde los caminos de San Blas y San Roque; parece una bonita postal navideña, con su iglesia en lo alto, coronada desde principios del 2002, con la Santa Cruz; sobre una magnifica cúpula de tejas de cerámica que combinando los colores blanco, azul y amarillo, forman un artístico dibujo, que gusta contemplar. Las fincas y huertos anteriormente mencionados son regados por el río Manubles, que el martes 25 de febrero y miércoles 26 de febrero del año en curso, debido a la lluvia caída en la noche (unos 37 o 40 litros por metro cuadrado) y al deshielo de la nevada del día 18 de febrero, el río se desbordó inundando tierras, arrastrando árboles que arrancaba con la fuerza del agua, troncos, etc. UNA GRAN RIADA. El agua pasaba por encima del puente que se ve desde el muro de la Portilla, tapando la Fuente de los siete caños, la ermita rodeada de agua. Año 2003 IMPRESIONANTE. Dios quiera que no vuelva a verlo. Sigo con el escrito que tenía pensado; pero según lo redactaba ha pasado y por 207


eso dejo constancia con cuatro renglones de lo que está pasando “ en vivo y en directo”. La inauguración de la restauración de la Torre de la Parroquia de Santa Eulalia Emeritense, fue el día 5 de octubre del 2002. Todo el pueblo engalanado de fiesta, en cabeza nuestro Sr. Alcalde D. Manuel Morte García, acompañado del párroco D.Javier Fernández Vázquez y demás autoridades locales esperaron al Presidente de la Exima Diputación de Zaragoza D. Javier Lambán Montañes, Diputados y Alcaldes de los pueblos cercanos y a las 12 se inauguró la fuente en la Plaza Mayor (que se quitó, cuando pusieron las aguas en las casas, con el fin de hacer más aparcamientos para coches). El pueblo añoraba su fuente en la Plaza, presidida por una querida imagen como dice la jotica: Ya nos han puesto la fuente Que alegría y que emoción Y como antaño en lo alto “ El Sagrado Corazón”

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Continuo el relato de la inauguración. Con un respetuoso silencio y mucha atención se escucharon las palabras del Sr. Alcalde, Sr. Párroco y del Sr. Presidente de la D.G.A, los cuales después de escuchar los aplausos, descubrieron el cuadro de Mármol on el rostro de Don José García Sánchez (un ilustre hijo del pueblo, muy importante en la capital del Ebro por ser uno de los fundadores del Banco Zaragozano y su influencia la empleo para el bien de su pueblo y se le quiere mucho en Moros). Se abrieron los grifos de la fuente para alegría de grandes y pequeños, que aplaudíamos con alegría y entusiasmo. Después al son de los pasodobles que tocaban los músicos, marchamos a la iglesia ( que desde el año 1971 por causa de un rayo volcó la cruz destrozando por donde paso cúpula y torre bastante afectada y se restauró la torre con su cruz. También este hecho tiene su jotica: La Torre ya tiene Cruz La Virgen lindas medallas Sólo nos falta aquí en Moros El ver la ermita arreglada. 209


El sonido de las campanas al vuelo lanzaba a los aires la alegría que nos inundaba a todos y el reloj de la torre volvió a dar, los cuartos y las horas. Las autoridades locales y provinciales dieron un recorrido por el pueblo, admirando sus pintorescos paisajes y la buena oxigenación del ambiente, pues al estar en alto, los coches sólo pueden ir hasta la Plaza, dan la vuelta al pueblo por un camino vecinal, pero son más quienes los dejan aparcados de la Portilla a la carretera. El río Manubles, lo rodea totalmente, ...es que el clima es sanísimo; después del paseo comimos en las piscinas una buenísima paella( para 700 raciones) con pastel y café. Un gran aplauso para la comisión de Fiestas, por la buena organización, porque todos estábamos cómodamente sentados y nada nos falto. Los niños disfrutaron con los cohetes de caramelos y juguetitos en la sobremesa y los mayores con la música de “ Unión Musical de Aniñón”.

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Gracias a Dios nos hizo un día magnifico y todos lo pasamos “guay,guay”. La jotica que en esta ocasión se canta en la plaza es la siguiente: Muy dignas autoridades Gracias por vuestra presencia Y por la ayuda que han dado Pa la fuente y pa la Iglesia Y para terminar Ahora pidoooo pa la ermitaaaaa La ermita de la Virgen de la Vega, bien merece un escrito para ella sola. En Moros el 10 por ciento de los vecinos son niños, cincuenta, sanos y buenos chicos de cuerpo y alma que son LA ALEGRÍA DE MOROS. NUESTROS CHAVALES. Se despide quien lleva residiendo en Moros, desde el año 1970, con mucha alegría, ilusión y tranquilidad que me da el buen y leal carácter de sus vecinos. Quiero a este pueblo que es Moros Pues mi madre era de aquí Porque aquí nació mi hija Y en Moros quiero Morir Que la Santísima Virgen de la Vega nos proteja. 211


María Ramona Bonasa Moros

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La varita “mágica” Hay un pequeño pueblo en la Comarca de Calatayud, situado en un hermoso valle. Las gentes que lo pueblan se dedican principalmente a la agricultura, y cuidan sus tierras con mimo, y esmero. La tierra es generosa y premia su esfuerzo, con exquisitas frutas, principalmente uvas, cerezas, manzanas, almendras y cereales. Sus gentes son sencillas y trabajadoras, que no dudan en ir a las poblaciones cercanas a trabajar para complementar su economía con otras actividades. Como en otros muchos pueblos la mayoría de sus gentes son mayores. Los que tuvieron posibilidad de estudiar se marcharon y aquí nos dejaron un poco amuermados. Pero un buen día tuvimos suerte, y llegó aquí una joven y simpática señorita, quién con mucho tacto y mucha tenacidad, creo que se propuso, dar un buen empujón a este pueblo, (en el buen sentido) y lo está consiguiendo. Ella tenía un plan, trasmitirnos la cultura que ella tenía y para lo que se había 213


preparado. Y aquí llegó. En este pueblo empezó su primer trabajo. No debió ser fácil, puesto que en su trabajo nadie le había precedido aquí. En principio nos sorprendió, ya que aquí los adultos no estamos habituados a ir a la escuela. Pero ella tenía algo a su favor. Su empuje, sus ilusiones y sus ganas de trabajar y todo su encanto personal, que no es poco. Y con su mochila al hombro, con su melena al viento, sus hermosos ojos claros, su simpatía y sus palabras justas para cada uno de nosotros, nos cautivo a todos. Decíamos nosotras, ¡ Esta chica tiene algo especial! Su encanto y su bien hacer nos fascinaba a todos. Bueno en principio nos observo y vio en que cosas andábamos peor , y organizó cursos de todo tipo para que todos tuviéramos algo adecuado a nuestros gustos y capacidades. Y puso en marcha al pregonero del pueblo, y nos mandó folletos, sobre todo funcionó el boca a boca... ¿Señora Eulalia quiere venir a las clases de adultos?, ¡ Hacemos cosas muy interesantes!. Entre otras muchas cosas 214


hacemos ejercicios para reforzar la memoria, repasamos la ortografía y además seguro que usted recuerda cosas interesantes de hace tiempo, que es bueno recopilar y conservar en un libro, para que no caigan en el olvido. Y otra cosa señora Eulalia ¿no le gustaría unirse a nuestro grupo de gimnasia?. Seguro que su salud se lo agradecerá, y su tipo también. ¡Pues maña buena falta me hace! A ver si me quito algún Kilo de encima. Si que iré y además se lo diré a mi cuñada Gloria, ¡iremos las dos! ella es muy tímida y sola no se atrevería. Ah, ¡Oye chica! Que me dijo mi marido Julio ¿lo conoces?, que lo apuntes al curso de agricultura, dice que nunca es tarde para aprender. ¡Ah! y usted señora Berta, que también se le dan las manualidades, ¡anímese!, si señorita que iré, que me gusto mucho el espejo que hizo mi vecina Ursula. ¡Ah! Señora Berta dígale s su hijo que no se olvide que el curso de informática empieza el lunes.

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Y esta jovencita, así un año y al otro y al siguiente, sin cambiar de táctica, para atraernos a todos. Yo creo que tiene “magia”, tiene truco, tiene algo especial. También le gusta mucho investigar el pasado del pueblo y todos los personajes ilustres que tuvo. Un capítulo aparte merecen las fiestas, las Tradicionales y las Populares, en las cuales esta “chica” pone el alma y la vida. Unas para que conserven su esencia del pasado, y las otras para que la gente se divierta. De vez en cuando se pasa a tomar un café por el bar, donde los agricultores echan su partida antes de empezar su trabajo de tarde. Y surge el clásico comentario de parte de ellos. ¡Es guapa la maestra! Y ¡vaya tipazo!, esto mientras ella apura su café hablando con Carmen de sus cosas. Después anima a algunos hombres, y les habla de cursos interesantes. Al hablar de fitosanitarios, enseguida uno le dice ¡y eso para que es? ¡Para que usted sulfate mejor señor Felipe!

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Bueno que hacemos de todo, aprendimos a manejar el euro, hacemos cursos de cocina, aprendemos a restaurar muebles, restauramos imágenes de nuestra iglesia, aprendimos a maquillarnos, y etc., etc., etc. Ya solo me queda deciros una cosa. Aquí hay truco. Esta jovencita yo descubrí que es un ¡Hada!, detrás de la puerta de su aula tiene una vara y es “MÁGICA” (continuará)

Concepción Gomerdino Hernández Munébrega

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La Familia La familia es el pilar de nuestra futura sociedad. A pesar de la evolución de los tiempos, la familia no ha perdido su importancia en el terreno social, muy al contrario, se ha ido descubriendo su papel en la misma. Criticada por muchos frentes y atacada por otros, ha sufrido y continua sufriendo injusticias. Pero la familia demuestra día a día apoyo a sus enfermos, minusválidos y marginados. Existir y progresar como familia y responsabilizarse al traer un hijo al mundo, en su cuidado, alimentación, educación y bienestar en general, todo ello a medida de nuestras posibilidades. La intimidad de la vida conyugal y familiar, muy necesaria para su buen funcionamiento. Cuidar y proteger a sus miembros enfermos., la enfermedad no es sólo dolor físico, sino psicológico y afectivo, con el apoyo y cariño de tus seres más queridos se va olvidando uno de los malos momentos que le toca pasar. 218


La familia tiene derecho a una vivienda digna y adecuada, eso evitaría muchas lacras sociales como el chabolismo... que ello implica otras, delincuencia, drogas y marginación. Hay que evitarlo porque se comete una injusticia con las personas. La protección de los más pequeños y dar ejemplo con nuestra conducta y enseñarles que no hagan caso a tanta publicidad negativa que sale a diario en televisión y periódicos y demás medios de comunicación, como el alcohol, el tabaco, la competitividad, que enseña cada día más a los niños y a los mayores, que siempre hay que ganar y a veces ganar a cualquier precio, sin tener en cuenta los medios, no es precisamente lo mejor. Que nuestros mayores disfruten de una vida llena de ilusiones, ocupaciones, ocio y mucha felicidad con sus nietos, hijos , amistades y demás familia. Y llegado el caso de una muerte digna y ser bien atendidos por los familiares y por el personal sanitario si fuera necesario. Y por último pido un respeto a los que se ven obligados a abandonar sus países de 219


origen, en busca de mejores condiciones de vida para ellos y sus familiares. En casi todo mi relato estoy refiriéndome a una familia tradicional, pero yo no tengo nada en contra de una familia que no tenga papeles, en fin que no se hayan casado. En mi opinión es igual, tiene o tenía que tener los mismos derechos. Lo más importante en una unidad familiar, es que haya mucho amor y respeto de unos hacia otros. Bueno que pasa en nuestra sociedad con el “AMA” “AMO” de casa, desempeña un trabajo que no es remunerado ni pagado. El ama de casa tiene las siguientes obligaciones, empezando por la mañana: preparar el desayuno, llevar a los niños a la escuela, hacer camas, limpiar muebles, fregar suelos y vajilla, preparar comidas, lavar, planchar, hacer las compras necesarias para la alimentación de todos, de las ropas de la casa, la de los niños, etc. Si hay un enfermos en casa tiene que estar pendiente de él las veinticuatro horas del día, lo mismo si hay niños pequeños. En resumen la persona que se dedica a las 220


tareas del hogar, es la que más horas trabaja y no cobra por ello ni un euro. Y cuando hay problemas con el cónyuge, suelen ser las más desprotegidas. Si son mujeres, a la hora de separarse suelen quedarse con los niños, les ayude el esposo o no. Porqué todos bien sabemos que hay muchos “ex” que se niegan a pasar la manutención de sus hijos a su “ex”. No quiero que cuando lean esto me traten de feminista por eso pongo “AMO” y “AMA” de casa. De las injusticias que se cometen con las mujeres, ya se habla bastante en todos los medios de comunicación, así que yo no me voy a referir a ello, sólo una pequeña referencia, no conseguiremos la igualdad en el ámbito mundial hasta que no pasen “muchos” “muchos” años. Hace tiempo una sentencia dejaba a un “AMO” de casa, sin trabajo y sin techo donde cobijarse, eso en mi opinión no es justo. Yo pienso que ese hombre por sus quince años que se ha encargado de todo el trabajo de la casa y sus cuatros hijos, y

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tendría que tener los mismos derechos que una mujer en su mismo caso. Ya que este trabajo no es pagado con dinero, “por lo menos”, “por lo menos” a ver si los que estamos a su lado, la Familia, somos un poco más agradecidos. Es necesario que todos ayudemos en dichas labores. UNA PERSONA DEFENSORA DERECHOS HUMANOS

DE

María Josefa Muñoz Mingote Munébrega

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LOS


Otoño Conducía sin prisa, mirando al frente, mientras, la música acompañaba el momento. Sentía como el aire rozaba su cuerpo y una suave brisa movía rítmicamente a su pelo. Y…, sin proponérselo volvió a su mente aquel recorrido por esos pequeños lugares Tan insignificantes en la historia, tan poco relevante en el mapa… y que le habían calado tan hondo. Lunes 20, septiembre - Podría empezar a subir por este pequeño valle e ir visitándolo, empezaré por el primer pueblo, pensó. Se encontró con un hombre de edad unos ochenta y tantos, calculo. Manejaba una pequeña carretilla. - Buenos días, perdone caballero, para visitar este pueblo ¿Qué dirección tomo? - Pues, depende que quiere visitar primero, la vega, el río, el paraje alto del 223


monte o el casco del pueblo, aclaro el señor. - Bueno, le contestó, el pueblo es el pueblo: la plaza., la iglesia, la torre, aclaro el conductor - Usted me va a disculpar pero el pueblo es todo, para gente que tiene mi edad y se ha criado aquí. No se puede prescindir de nada. Aparco el vehículo y se acerco al hombre. Siga, siga, ánimo el viajero. - Mi vida, ha sido y es mientras el cuerpo aguante, bajar y subir las sendas, cruzar el río, atender la vega, trabajar de una viña a otra, y cuando el sol se pone, volver al hogar. - ¿Querría usted un refresco? Parece que ya calienta y debe llevar un ratito andando. - El sol y la caminata me siguen dando vida pero ¡venga ese trago! Aquí mismo a la sombra de estos olmos. Dejo cuidadosamente la carretilla y sobre esta un pequeño bolsito. 224


- Es mi alforja, una de mis fieles compañeras, aclaro el anciano, son muchos soles juntos. Mis hijos me dicen que esta vieja pero, ¿Quién mejor que ella guardó con celo mi almuerzo y mi bota? Mire, lo bueno, cuando llega a viejo, no se tira; si al contrario, se guarda con mimo para reconocer su buena labor. - Es usted un nostálgico señor, continuó el viajero. - Si usted prefiere, soy el tío Blas. Para servirle. - Bueno tío Blas, que parece que por estos lugares se tiene mucho “apego” a las cosas. ¿No dicen ustedes esto? - Así es, pero apego a lo noble, a lo “que es” bueno, también dice “que de lo fiero y malo ya se aparta uno”. De esta manera comenzó un primer encuentro, con una pequeña charla. Antes de recorrer barrio o paraje alguno. Sin ni siquiera haber entrado en ninguna calle o recodo de aquel pequeño pueblo. El casco se entreveía menudo desde aquel punto de la carretera. Un grupito de 225


viejas casas con tejados inclinados de pizarra y piedra en las paredes. Más cerca, casitas sueltas que se mostraban salpicadas entre vigorosos árboles llenos de luz y color. A lo lejos, robles, pinos y algún matorral que unificaban todo bajo un manto verde multicolor. El tío Blas iba mostrando con su peculiar estilo todo aquel entorno. Sin prisa, con calma, su forma de hablar iba descubriendo a la vez su persona. Su quietud, reflejaba la sabiduría que da él haber vivido con sencillez. Se acomodaron a la sombra de los olmos; mientras el anciano seguía describiendo con minuciosidad las diferentes variedades de árboles que desde allí se divisaban. - Yo era “chico” cuando trajeron una planta nueva de Navarra. Esos chopos agarraron con fuerza y ahí siguen sus hijos, guardando la Ribera. Entonces, sabe usted, todo el pueblo acudía a “zofra” por eso, cada cual lo considera suyo, lo cuida… Tomaron un trago y volvía a comentar. 226


- Mire, conforme va subiendo la loma en las tablas de regadío, la gente tiene su huerto, no le falta un “corro” a nadie. ¿Y ve? El paraje de la izquierda está más modernizado. Mientras relataba se perdía en detalles. Lo vivía. Todavía era parte de su rutina. Entre ademanes iba señalando los lugares y en el visitante a la vez se fue dibujando una cara de interés y de agrado. - Tome otro traguito tío Blas. Nada rompía el silencio en el Valle. El correr del agua cerca sonaba suavemente. Se escuchaban los pájaros, la brisa era cálida. El viajero percibía el momento particular, sentía que la prisa le había abandonado por aquel sosiego que le transmitía este personaje. Con sus silencios, con su amabilidad, el entorno se iba formando especial, como el relato amigable de su paciente anfitrión. Comenzaron a caminar por el sendero. - Por estos lugares se ha movido poco capital, nadie se acuerda del campo así que nos hemos criado de esta manera. Aunque, continuo el tío Blas tras una pausa, 227


“no es más rico el que más perras tiene, sino el que mas amigos. El que más ha trabajado por él y por los demás. Por aquí, no hemos tenido que competir, sino sobrevivir… Y nos hemos conformado con nuestro destino. - ¡Que vida tan diferente a la nuestra tío Blas! Comento el visitante. - No sé si por la capital y por esos países que dicen desarrollados serán tan felices. Añadió el abuelo. Aquí, la quietud de la tarde y nuestro trabajo bien hecho son nuestra satisfacción. No sufrimos tanto si al final nuestra faena resulta mucho o poco rentable. Poco a poco fueron pasando las horas. Conoció al tío Sabino, a Carmen la panadera, a María. Todos relataban historias de sus penurias. Sobrevivieron a la gripe, sufrieron la guerra, malvivieron la posguerra. Las señales horarias de la radio, hicieron volver a la realidad al viajero. Paro el coche. Comenzó a escribir en su agenda. Domingo 11 de Octubre. 228


Empecé a visitar estas tierras por casualidad, mi interés por conocerlas no superaba el propio cometido de cumplir con mi trabajo. Pero descubrí una muestra de sus gentes, una muestra que no es escasa en estos lugares, ni en otros similares a estos. Sin muchas modernidades, sin apenas haber conocido progresos, pero con una gran sabiduría y con mucha calidad humana. Su paciencia y tesón, su capacidad de aguante a las inclemencias, ante las limitaciones. Su adaptación. He conocido a unos personajes poco valorados, poco relevantes que han mantenido en pie un tipo de subsistencia dura e ingrata pero con ilusión y con coraje. El tío Blas, como tantos otros puede transmitir a parte de sus trucos y su conocer del clima y la tierra autóctona su peculiar tipo y filosofía de vida. “Con poco me vale” “No necesito mas” “No somos mas ignorantes por no saber de la capital, pues esas modernidades no nos hacen más felices”…

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Tenemos mucho que aprender de ellos. Propondré ampliar el estudio por estos lugares dejados de la mano de Dios. Continuo el viaje mientras la brisa rozaba su cuerpo y la música acompañaba el momento.

Fermina Mercedes Monge Barranco Ruesca

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Mi vivencia de una tarde inolvidable En la esquina del paseo marítimo habíamos quedado y, a la hora exacta, llegó mi amiga Isabel, las dos somos muy puntuales (gran virtud que habría que practicar más) Un dato curioso a tener en cuenta de los caracteres de ambas, es el hecho que al empezar a conocernos nos regalamos mutuamente lo mismo. En la escuela una tarde, antes de las vacaciones de Navidad, celebramos el “amigo invisible” y nos obsequiamos con una figura de la Pantera Rosa que tenía un letrero que decía así: “No dejemos nunca que el árbol de nuestra amistad pierda sus hojas”. Al verla me fije en su rostro iluminado por la alegría de reunirnos después de haber trascurrido un largo periodo de tiempo, habían pasado algo así como cinco años desde nuestro último encuentro. Los kilómetros de separación existentes entre nuestras ciudades habían sido el obstáculo de nuestro distanciamiento.

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Tal como habéis podido apreciar, nuestra amistad viene de la infancia y, pasando los días, nos damos cuenta que los años se nos han ido de las manos ¡ya hemos cumplido los cincuenta!, pero seguimos teniendo las dos la misma gran ilusión por vivir. Después de saludarnos empezamos a pasear a orillas del mar, apreciando el bellísimo panorama de cielo, tierra y mar. Disfrutábamos de un cielo gris que contrastaba con el azul del mar. Veíamos un mar pastoso que chocaba regularmente contra los barcos y el malecón que impregnaba todo de ese característico olor de salitre del mar Mediterráneo. Llegaba hasta nuestros oídos una inolvidable melodía producida por el graznido de las gaviotas. Percibíamos en el ambiente el olor a frituras de pescado procedente de los chiringuitos y bares costeros. Tras el corto y maravilloso paseo descrito decidimos recuperar nuestros recuerdos y visitar de nuevo el Museo de la Ciencia y el Planetarium. Ambas nos sentíamos muy felices de revivir estos momentos juntas, así que nos dirigimos al metro, el transporte 232


subterráneo más rápido de la ciudad barcelonesa, para no perder ni un solo instante de la tarde. Llegando a nuestro destino subimos las escaleras mecánicas de la salida y nos vimos abordadas por un soplo de aire fresco e inesperado que venía a nuestro encuentro. Caminamos hacía las taquillas del museo donde sacamos las entradas y entramos. Una vez dentro, en primer lugar pudimos observar una sala espaciosa donde había gran variedad de urnas en las cuáles, y tras apretar un botón, iban apareciendo ante nuestra vista: luces con diferentes formas, dados en movimiento, rotaciones y traslaciones del globo terráqueo, baldosas colocadas unas detrás de otras formando líneas rectas y otras dispersas, etc. Sin lugar a dudas, para mí, al subir al piso superior, estaba una de las cosas más interesantes que allí se encontraban, eran las mariposas: elegantes, delicadas y, sobretodo, bellas. Había muchísimas especies totalmente desconocidas, podíamos observarlas con lupa o 233


microscopio. También se veían en maquetas que especificaban su lugar de procedencia. Nos pudimos enterar de su comportamiento, alimentación, enemigos, etc. Incluso destacaba una mariposa dentro de una gran urna transparente que al manipularla permitía ver su espléndido vuelo. Pasamos por la exposición de espejos (la sala de simetría) donde nos vimos reflejadas a lo largo, a lo ancho, de forma oblicua y en otras diferentes y raras imágenes. Aquí pudimos reírnos, disfrutando de un rato muy divertido. En el piso siguiente, era donde se encontraba un gran péndulo y la sala del Planetarium. A la hora concertada entramos, al igual que otras muchas personas allí reunidas que también esperaban, con el propósito de escuchar y ver una lección de ciencias. Al principio nuestras pupilas se tuvieron que acostumbrar a la oscuridad de la noche y a la luz del día, dado el contraste rápido al que se vieron sometidas en segundos. Nos mostraron las constelaciones del universo y un sinfin de estrellas. Nos dieron, muy amablemente, 234


unas breves explicaciones y se terminó la sesión. Nos resultó corta por su gran interés y la belleza de la representación del firmamento. Al salir, nos recreamos en la sala del sonido, jugando con varios instrumentos y comprobando las velocidades de la luz, del sonido, etc. También nos gusto mucho la representación de los distintos sentidos (gusto, vista, olfato, oído, tacto) mediante situaciones vivenciales, tales como introducir la mano en una cabina y tocar los objetos percibiendo diferentes sensaciones táctiles, visuales... Dentro del área del museo había algo similar a una librería o papelería dónde podías adquirir e informarte de cualquier libro o tema en relación con la naturaleza y la astronomía, era muy completa y el trato del personal era eficiente y afable. Sin darnos cuenta, llegó el momento en que por el altavoz avisaron que eran las ocho e iban a cerrar, para que abandonáramos todos los recintos.

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Os podría contar anécdotas para no acabar nunca, pero prefiero que vayáis a visitarlo alguna vez, os lo recomiendo, ya que sí sois amantes de la naturaleza y de la astrología, en este lugar podréis disfrutar al máximo. A continuación, nos sentamos en una heladería donde la música sonaba muy suave y pudimos degustar unos granizados de limón que estaban en su punto de dulzor, eran la especialidad de la casa. Hubiéramos estado hablando mucho más tiempo, pues era mucho lo que teníamos que contarnos, pero el cruel reloj seguía su curso e íbamos llegando al final de nuestra tarde por eso, y lamentándolo mucho, tuvimos que empezar nuestra triste separación. El beso que me dio al despedirse no lo podré olvidar, estaba lleno de cariño y buenos deseos. Ambas confiábamos que el destino nos permitiría reencontrarnos en una ocasión no muy lejana, ignorando lo que nos deparaba. La noticia de su fallecimiento me llegó al mes de haber sucedido esta vivencia que os narro; pero puedo aseguraros que mi cariño 236


por Isabel estará siempre presente mientras yo viva. Esa tarde inolvidable, que fue nuestra, de las dos... será así para siempre.

Rosa María Calvo Monforte Ruesca

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El cazador y el pescadero Antes en el campo se sembraba mucho pero si no llovía la mies no crecía entonces cuando llegaba la siega, lo que no se podía segar íbamos nosotros para arrancar la cebada. Madrugábamos mucho y a media mañana, parábamos para almorzar. Un día que estábamos almorzando en el mismo camino, vimos que venía un señor con una burra, nosotros teníamos una radio de pilas muy maja, una “Banguar” azul. Cuando el señor llegó a nuestra altura, nos dijo: - Oye chicos, ¿no oís nada? Nosotros al principio no sabíamos a qué se refería así que le contestamos: - No, y ya llevamos aquí un buen rato. El señor diciendo:

muy

extrañado

continuó

- No sé, yo oigo unas voces y cuanto más me acerco a vosotros, más las oigo. Entonces pasaba, era señor estaba que éramos

nosotros entendimos lo que nuestra radio lo que aquel oyendo, pero como chiquillos no le dijimos nada y nos 238


echamos a reír. Aquel señor no entendía nada, nosotros seguíamos mirándole y no podíamos dejar de reírnos hasta que levantamos la chaqueta y vio nuestra radio. Muy enfadado nos dijo: - Granujas, ¿cómo os reís de los mayores? - No señor, nosotros no nos reímos de usted, solo queríamos gastarle una broma. - Vaya, ¿os gustan las bromas? Pues os voy a contar una historia que les pasó a un cazador y a un pescadero. “Hace ya bastantes años había un señor que iba por los pueblos a vender pescado, todas las semanas hacía la misma ruta, iba atravesando el campo por toda la ribera hasta llegar a Belmonte. Este pescadero conocía las costumbres de un cazador de su mismo pueblo y un día se le ocurrió gastarle una broma. Como conocía donde ponía el cazador los cepos para cazar pensó cambiarle un conejo que había caído ese día en una de sus trampas por una pescadilla. Así lo hizo y continuó su camino, a todo esto, llegó el cazador y en lugar de un conejo se encontró una pescadilla, primero se quedo parado, ¿qué era 239


aquello?, desde luego no era un conejo, se acercó lentamente, cogió “aquello” y vio que era una pescadilla. Como loco apretó a correr hasta llegar al pueblo que era Belmonte, se lo había creído todo de tal manera que hubiera podido matar a cualquiera que le hubiese llevado la contraria, muy excitado empezó a gritar: - ¡En el campo hay pescadillas! Lo puedo asegurar porque a mí me ha caído una el cepo. El señor pescadero que ya había llegado al pueblo y estaba vendiendo no podía disimular la alegría que sentía al haber engañado de esa manera al cazador. Riéndose a carcajadas, se marchó a su casa donde se comió muy a gusto el conejo que había cogido en el cepo del cazador. La confusión nunca le quedó clara al cazador que toda su vida siguió jurando y perjurando que también en el campo se criaban las pescadillas”.

Rosario Pablo López Velilla de Jiloca 240


El pajarero Lino era un muchacho que vivía en un pequeño pueblo de la ribera del Jiloca, su familia era bastante humilde pero muy honrada y trabajadora. Cuando Lino apenas había dejado de ser un niño tuvo que ponerse a trabajar, las cosas en su casa no estaban demasiado sobradas. En aquel entonces en el pueblo había unos viveros y hacían falta peones para cuidar que cuando nacía el plantero de las semillas, no se las comiesen los pájaros, por eso su primer trabajo fue de “pajarero”. Había un pasillo en el centro de las piezas y Lino estaba todo el día espantando a los pájaros, gritaba, y daba voces y golpes con una tela. Tuvo que dejar de ir a la escuela pero iba todas las noches al repaso. Madrugaba mucho, se levantaba cuando apenas se había hecho de día porque los pájaros también madrugaban mucho. Un día Lino estaba metiendo bulla como de costumbre: Ehhhhhh!, Ehhhhhhhhh! Cuando acertó a pasar por allí un señor con una jaula en la espalda y una especie de pito en la boca a 241


cuyo sonido acudían los pájaros. El señor se quedó mirando a Lino, creía que el muchacho se había vuelto loco porque no paraba de chillar, de saltar y sacudir un trapo, el buen señor no entendía nada, así que después de observarlo un largo rato, se acercó y le preguntó: - Oye chico ¿qué haces aquí? - Trabajar - ¿Trabajar, haciendo qué? - Espantando a los pájaros para que no se coman los planteros, y usted, ¿qué hace por aquí? - Llamar a los pájaros con este reclamo, cuando oyen el silbido, bajan hasta aquí, yo los atrapo y luego los vendo. Lino se quedó muy sorprendido, ¡que cosas tenía la vida! el se ganaba la vida espantando a los pájaros y aquel señor, los llamaba para que acudieran. Bastante enfadado le dijo: - Ande, váyase de aquí y búsquese otro sitio, con lo que me cuesta a mí espantarlos y usted con ese reclamo los atrae a puñados. 242


Lino tenía una hermana que se llamaba Rosi y que todos días iba a llevarle la comida, un día que iba por el camino del prado, Rosi iba bastante intranquila, se le había hecho un poco tarde y era justo la hora en que sacaban a los toros a beber agua en el pilón, oyó unos ruidos extraños, se revolvió y vio como venía hacia ella un toro, muy asustada dijo en voz alta: - Y ahora, ¿qué hago yo? Apretó a correr y vio una pared de unos dos metros, como había fiemo, blincó y allí se subió. Un joven que lo vio todo, echo a correr y atajó al toro que volvió con los demás. A Rosi no le pasó nada pero pasó tanto miedo que después aunque le mandaba su madre, no quería ir a llevarle la comida a su hermano. Por suerte el tiempo todo lo cura y todo volvió a ser igual, aunque desde entonces Rosi siempre tiene la costumbre de mirar hacia atrás.

Rosario Pablo López Velilla de Jiloca

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Recuerdos, añoranzas, ilusión Yo nací en el año 1927, eran otros tiempos muy diferentes, el trabajo que había era el campo, muchas horas y poco sueldo. Los que no tenían otra cosa lo pasaban muy mal porque todos los matrimonios tenían familia numerosa. Mi padre era albañil, un trabajo duro porque los materiales que se usaban eran muy pesados y difíciles de colocar. Mi padre edificó varias casas de piedra y otras de adobe. El adobe lo hacía con tierra y paja trillada, una vez mezclada la amasaban y la ponían en moldes de madera. Cada molde eran dos adobes, tenían que secarse bien para poder usarlos. El yeso también lo hacían en hornillos, los llenaban de piedras blancas, después los quemaban bien y una vez quemados lo extendían y con un cilindro de piedra redonda y la ayuda de una caballería lo apisonaban hasta quedar molido, después lo cernían para quitar la granza y que quedase bien fino.

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Todo era transportado con caballerías, usando pedreras y seretas. Todos los trabajos eran con mucho sacrificio, yo conocí ganar dos pesetas a mi padre, cuando más llegó a cobrar fueron cinco pesetas y éramos siete de familia, pero teníamos unos corros de tierra que se administraban y algo ayudaba con lo que se sembraba, como no conocíamos otra cosa éramos felices y lo pasábamos bien. El pueblo siempre fue muy alegre. En fiestas era el mejor de la ribera; acudían familiares y amistades a mogollón. Siempre tuvimos la música de Maluenda tres días. Se celebraban corridas de pollos, y no es que corrieran los pollos, sino que al ganador le daban un pollo. También estaba la corrida de burros sin ronzal, con la albarda al revés y sin sujetar, el que se montaba tenía que agarrarse al rabo y pasar por el centro de los músicos, pero todos los burros se asustaban y solo ganó uno porque era sordo. También hacían partidos de pelota aquí había buenos pelotaris y otros que venían de fuera, era emocionante, parecía el pueblo más grande, hay que contar que por entonces

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éramos de vecinos seis veces más de los que ahora somos. Hasta que estalló la guerra y todo cambió, pasaron cosas desagradables. Los militares de alto mando venían a los pueblos y se llevaban judías, patatas, de todo lo que se sembraba para mantener al ejército. Nos racionaron el pan y todas las cosas, aceite solo se usaba para que luciesen los candiles, solo teníamos el servicio de una bombilla y muchos días no llegaba la corriente. Cuando terminó la guerra se marcharon del pueblo la juventud y familias enteras, unos por un lado y otros por otro a buscar trabajo, de momento les tocó de todo pero con el tiempo todo se fue arreglando. Aquí no había trabajo, ni lo hay ahora, quizás menos que nunca, pero se vive mejor. El pueblo está muy arreglado con la ayuda de la mayoría de vecinos que aquí vivimos y de los que viven fuera, todos participan en lo que pueden, porque a todos les gusta volver a su pueblo en vacaciones y fines de semana, unos han arreglado sus casas y otros las han hecho nuevas y también hay una Casa Rural donde quien quiera se puede alojar. 246


Para terminar mi relato os quiero contar algo que aprendí de muy joven, al lado del fuego y a la luz del candil, nuestros mayores nos contaban chascarrillos e historietas que sabían de su juventud, dice así: Allá arriba en el cielo, lo mismo que aquí en la tierra, hay partidos políticos, siempre están en continua guerra. Las estrellas y luceros que todos son republicanos del partido socialista son las nubes en verano. Los meteoros son los fascistas, los nubarrones los izquierdistas y para que nada falte en esta corta revista los rayos y las centellas son en el cielo los anarquistas. Unos que los liberales, otros que los federales y otros que los de la Unión. Socialistas y carlistas que de todos somos un poco entre un partido y otro al mundo volvemos loco. En las cortes discutimos 247


y esto es un lío y en esto queda porque hay quien no lo comprenda. Sufrimiento nos da bastante y cada día el pueblo mas ignorante. Un español subió al cielo y le pidió con anhelo a Dios nuestro Señor: Señor mío Jesucristo, vengo del suelo español y a tu poder infinito, vengo a pedirte un favor. En la tierra ya no hay leyes, vergüenza ni dignidad y eres tú aquel que puede bajar a ver si aquello se puede arreglar ¡Ahora marcha de aquí yo no bajo al ignorante mundo, no tengáis duda porque sois muchos Herodes y muchos Judas! Tempo atrasado bajé por daros luz y por buen pago me asesinasteis en una cruz y ahora visto esto, lo que hay aquí, menos ir a España con tanto pillo como hay allí. 248


Se llama “La Verdad en Broma”.

Manuela Catalán Serrano Velilla de Jiloca

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Mi pueblo Nací en el año 1943, mis recuerdos empiezan cuando yo tenía cinco o seis años, eran unos años malos y difíciles, pero peor fueron antes. Yo no llegué a conocer el hambre pero mis hermanos que por aquel entonces eran todos menores de edad, tuvieron que trabajar sin tener el tiempo. Mis padres tenían ovejas y cabras por eso mi madre nos hacía sopas de leche, arroz con leche, natillas... Teníamos de todos animales: tocinos con sus crías, incluso toros a los que engordaban y así teníamos para comer. En esos años igual vivíamos 700 personas en el pueblo, estaban todas las casas llenas y también las cuevas y es que los matrimonios tenían muchos hijos, seis u ocho... y era otra vida, todo era natural, todos vivíamos mejor o peor pero estábamos muy unidos, ahora no queremos ser menos que los demás. Quisiera contar como es mi pueblo y empezaré por el campo que también pertenece al pueblo. Tenemos un campo que es precioso todo llano como la palma de la mano. Hay 326 hectáreas y 652 250


yubadas; cada yubada tiene 5000 metros, más todo el pinar que es precioso. El campo es todo para cereal y recuerdo que antes, cuando nos casábamos nos daban cuatro yubadas que se labraban con mulas el que las tenía o con burros, luego llegaba la siega y... ¡a trillar, aventar y bajar el grano!. Ahora no administramos ni lo nuestro, se ha quedado todo medio yermo porque los jóvenes se marchan fuera ¡que pena!. Antes teníamos agua abundante, se regaba. yo me bañaba en el río, pero ahora llega abril y el río se seca y ya no podemos regar si no es con pozos ¡y a seis euros la hora!. Pero, que vamos a hacer, nada, Velilla sigue siendo Velilla. Todo el mundo que ha venido de fuera, ha dicho que somos muy buena gente y cuando se marchan, lo hacen muy contentos y satisfechos. Ahora sigo con la vega que en otros tiempos estaba todo sembrado y sacábamos alguna perra trabajando mucho, ahora la gente no quiere trabajar en el campo, dicen que es muy duro, pero yo pienso que trabajar, hay que trabajar en 251


todos los sitios. Nosotros sembrábamos remolacha, trigo, patatas, alfalfe y judías, y de todo se cogía. Ahora nada, peras y manzanas si no se hielan y a pasar como Dios quiera. Si nos hubieran hecho el pantano en su tiempo, no se hubiera ido tanto personal de toda la ribera. El pantano estaba previsto para 1913 y hasta ahora. Dicen que lo van a hacer, yo hasta que no lo vea, no me lo creo, aunque mucho lo nombran. Bueno, pasamos como podemos y repito, Velilla sigue siendo Velilla. A veces pienso que la gente que se marchó que bien hicieron porque se fueron para mejorar. El pueblo es pequeño pero majo y tenemos muchas cosas. piscinas para bañarnos y tomar el sol en verano que es cuando viene mucha gente y nosotros tan contentos de tener de nuevo a los hijos del pueblo y decimos: ¡Ya no se tenían que marchar! Pero en cuanto pasa el verano, nos quedamos solos otra vez. Al lado de las piscinas, tenemos el frontón y un lavadero, todo está muy limpio gracias a Toño. En la 252


Plaza tenemos el Ayuntamiento y una preciosa fuente con agua. Antes no había agua corriente en las casas y aúna ahora, en verano como somos tanta gente, algún día nos falta agua, pero han hecho otro depósito muy grande, así con los dos no nos faltará el agua que es una de las preocupaciones del Ayuntamiento y de todos nosotros. Las personas que vivimos aquí y muchos más, hemos creado una Asociación, somos más de 220 y hacemos muchas cosas: la matanza del cerdo para lo que nos juntamos casi 240 personas y lo pasamos muy bien, con lo que queda de longaniza y chorizo, celebramos Jueves Lardero. Ese mismo día antes de la merienda tradicional, los que tienen voluntad, pueden ir a poner pinos ya que también se celebra el Día del Árbol. En agosto celebramos San Roque, subimos al Santo, oímos misa y luego el Ayuntamiento nos obsequia con galletas, anís y moscatel para todos los que quieran beber. San Roque es muy bonito metido en el pinar. Con los socios que tienen voluntad se hicieron mesas y bancos y allí se está de 253


maravillas, todo gracias a los que están en la Junta que son decididos y también porque cuentan con la ayuda del Ayuntamiento que nos arregla los caminos y nos los han dejado como la misma carretera, da gusto ir a pasear. También fue arreglada la ermita de Nuestra Señora de los Tornos que estaba en ruinas, la hemos pintado y está divina. Hacemos una romería a la Virgen de los Tornos y gracias a los voluntarios está arreglado el Santo y la Virgen ¡que nos den a todos salud!. Ahora tenemos gimnasia y escuela de adultos donde aprendemos muchas cosas, vamos tan contentas. También jugamos a las birlas y a las cartas como a “la perejila” las pocas mujeres que nos juntamos. Dicen que nos van a hacer una tienda, buena falta nos hace, sobre todo a los mayores. Tenemos unas fiestas que son las mejores de la ribera: las fiestas de San Juan Bautista. También tenemos monte como en todos los pueblos, antes era todo viña pero dieron dinero para arrancarla y se arrancó toda. 254


Ahora todo son almendros que se hielan casi todos los años así que no sabemos que plantar. Aquí termina mi relato, animándoos a todos a que conozcáis mi pueblo.

Rosario Pablo López Velilla de Jiloca

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Mula, mi pueblo Os voy a explicar un poco cómo era mi pueblo y sus habitantes, entre ellos mi familia. Mi pueblo es grande, cabeza de partido, es costero, en lo alto del cerro está el Castillo que se divisa desde todas partes, allí suben los mozos el día de Martes Santo para tocar sin parar el tambor hasta el día siguiente, creo que esta tradición se remonta al año 1650, el sonido es tan fuerte que se oye desde todos los rincones. Bajando nos encontramos un convento de monjas de clausura, tienen una capilla donde está el Cristo de la Escalera que decían que era muy milagroso. Seguimos bajando y nos encontramos el Palacio de los Marqueses de Menahermosa y continuando por sus calles recoletas y empinadas, características de los barrios barrocos, llegamos a la plaza del pueblo, es cuadrada y allí está todo el comercio, por ejemplo, hay bancos, zapaterías, mercerías, sastrerías y boutiques. En un lateral hay una iglesia preciosa que se llama San Miguel y enfrente el Ayuntamiento.

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Ahora vamos hacia la carretera, hay una glorieta con sus jardines llenos de toda clase de plantas y flores de alegres colores. Seguimos hacia la Estación, recuerdo que allí íbamos en verano a ver como pasaba el tren y esto nos entretenía. Había siempre una señora que entonces nos parecía mayor pero que seguramente no tendría más de cuarenta años, que vendía agua a los pasajeros con un botijo, cada trago de agua costaba una moneda, unos cinco céntimos. Allí se pasaba el día, esperando siempre el siguiente tren, en aquella época los viajes en tren eran muy largos y muchas veces había que hacer trasbordo. Nosotros observábamos todo aquello y cuando el tren se marchaba le decíamos adiós con la mano. Bueno, sigo explicando cómo es mi pueblo. Pasamos la vía del tren y vemos la fértil huerta repleta de naranjos, limoneros y albaricoqueros. No sé, creo que sí; los limoneros de mi pueblo dan tres cosechas, esto os dará idea de su buen clima. La huerta la parte el río, a propósito, por si no lo había dicho, mi pueblo se llama Mula, provincia de Murcia, su acceso principal es a través de la carretera comarcal C-415 que 257


la comunica con la Autovía del Mediterráneo y con la capital de la Región. Aquí termina la descripción de mi pueblo y empieza un poco la historia de mi familia. Mi padre era zapatero de los que arreglaban los zapatos. En aquellos tiempos la verdad no había muchos medios para comprarse unos zapatos nuevos así que la gente se los llevaba a mi padre y él les ponía medias suelas, tacones y punteras. Trabajo no le faltaba, el problema era que no le pagaban, entonces se llevaba todo “al fiado”. Recuerdo que tenía un letrero que ponía HOY NO SE FÍA, MAÑANA SI. Y así pasaban los años y cada vez las cosas iban de mal en peor. Nosotros somos tres hermanos y cada vez era más difícil mantenernos. Un día al salir del colegio, entonces yo tendría unos ocho años, mi madre me dijo que no había nada para comer porque a mi padre no le habían pagado lo que se le debía. Yo vi la cosa tan negra que le pregunté a mi madre quien le debía y ni corta ni perezosa me fui a casa de la clienta en cuestión para que me pagara. Llegué a 258


su puerta y muy educada le expliqué el motivo de mi visita, recuerdo que me dijo que no estaba su marido y por lo tanto no me podía pagar. Yo pensé, si no me paga, hoy no comemos así que me senté en la puerta dispuesta a esperar lo que hiciese falta. Por fin, la señora harta de que yo no me iba salió y me pagó. Años después oí que había un señor que a los que no pagaban los seguían y entonces pensé que, años atrás, eso lo había inventado yo.

Candelaria Ibáñez Moya Velilla de Jiloca

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Mi primera comunión Quiero contar un episodio que me pasó en mi infancia y que marcó toda mi vida. La escuela a la que yo iba cuando era niña era de monjas, allí nos enseñaban matemáticas, las cuatro reglas y mucha religión, también nos enseñaban a coser y bordar, así pasábamos las horas. Yo iba muy contenta y procuraba estudiar mucho porque a las niñas que eran muy estudiosas, las monjas las llevaban a Mallorca aunque a cambio tenías que hacerte monja. Cuando cumplíamos los siete años, nos preparaban para recibir la Primera Comunión, yo estaba muy contenta, no pensaba en otra cosa pero mis padres me dijeron que no podían comprarme un vestido blanco como era mi ilusión, que esperase al año siguiente, que ellos ahorrarían el dinero necesario para comprarme el vestido. Yo me quedé muy desilusionada pero tuve que conformarme. Pasó un año y de nuevo el mismo problema, el negocio de mi padre iba de mal en peor y seguíamos sin dinero para 260


comprarme el vestido blanco, y sin un vestido blanco, yo no podía comulgar. Pasaron los años, cumplí los diez y seguía sin poder hacer la Primera Comunión, yo que siempre he sido muy decidida, ya había perdido toda la ilusión, veía en misa con envidia como mis compañeras pasaban a comulgar, pero yo tenía que seguir esperando. Un día mi madre me hizo un vestido nuevo, me dijo que lo podía estrenar al día siguiente así que ni corta ni perezosa, me fui esa misma tarde a confesar y al día siguiente con mi vestido nuevo tomé yo sola la Primera Comunión. Cuando llegué a casa estaba muy contenta, por fin mis padres no tendrían que preocuparse por el dinero, muy sonriente les conté lo que acababa de hacer pero ellos lejos de alegrarse, me echaron una bronca tremenda y me castigaron varias semanas sin salir, claro que esto no fue lo peor de todo, cuando las monjas se enteraron, llamaron a mis padres, no se lo que hablaron entre ellos, el caso es que ya nunca más

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volví al colegio, a mí no me importó mucho porque me llevaron a aprender un oficio. Al tiempo me casé y ¡por fin! pude conseguir mi vestido blanco aunque esta vez tampoco me lo compró mi padre sino el que después sería mi marido. Compramos la tela y una amiga me lo hizo tal y como yo siempre lo había soñado, el cuerpo de blonda haciendo ondas, el cuello de barco y la falda de raso muy estrecha, de la cintura salía la cola que se unía al vestido con un lazo muy grande, en la cabeza un velo largo sujetado con una corona. ¡No os podéis imaginar lo feliz que fui ese día, por fin tenía mi vestido blanco! aunque no era de comunión sino de boda.

Candelaria Ibáñez Moya Velilla de Jiloca

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El centro agradece a Ana Fuertes, José Ramón Olalla, María Jesús Gaceo y Blanca Langa su dedicación a la lectura y valoración de estos relatos. Asimismo, agradece al Área de Cultura del Excmo. Ayuntamiento de Calatayud, a la Comunidad de Calatayud y al Centro de Estudios Bilbilitanos la colaboración prestada.

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AYUNTAMIENTO DE CALATAYUD

DIPUTACIÓN DE ZARAGOZA

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