RELATOS
Cuarto Certamen Literario 2005
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EDUCACIÓN DE PERSONAS ADULTAS Comunidad de Calatayud
RELATOS Certamen Literario del año 2005
Centro Público de Educación de Personas Adultas
MARCO VALERIO MARCIAL
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Aulas de Educaci贸n de Personas Adultas
de la Comunidad de Calatayud
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Prólogo: María Jesús Gaceo Imagen portada: Wassily Kandinsky
Edita: CPEPA Marco Valerio Marcial. 2006 (Centro educativo Manuel Giménez Abad) C/ Ramón y Cajal, 1 50300 Calatayud
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El centro agradece a Blanca Langa, María Jesús Gaceo y José Ramón Olalla su dedicación a la lectura y valoración de estos relatos. Al Ayuntamiento de Calatayud, a la Comunidad de Calatayud y al Centro de Estudios Bilbilitanos los libros donados para los participantes y el jurado. A la Caja de Ahorros de la Inmaculada su aportación económica para la edición de este libro.
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Recoge esta edición los relatos presentados en el año 2005 a la cuarta convocatoria del Certamen Literario para el alumnado de las aulas de Educación de Personas Adultas de la Comunidad de Calatayud. En esta convocatoria se propuso una nueva modalidad, el relato colectivo, ardua labor tanto para los participantes como para los miembros del jurado, Blanca Langa, María Jesús Gaceo y José Ramón Olalla. Se han recogido 46 relatos, 39 individuales y 7 colectivos, de los que 18 pertenecen al aula de Morata de Jiloca, que continúa siendo, año tras año, el aula con mayor participación. Esta recopilación debe valorarse como un conjunto de ejercicios literarios realizados por personas a las que no ha importado hacer públicos sus trabajos para que toda la comunidad educativa disfrutemos con ellos.
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Prólogo Cada año, con la primavera, aparecen hojas y hojas anónimas, firmadas con seudónimos que apenas dicen nada, marcadas con un número que las aleja y las archiva azarosamente. Llega la hora de descubrirlas. De puntillas, en silencio y a solas, las letras se van sucediendo y la tinta va dibujando sobre el folio blanco, escenas, figuras, paisajes, en definitiva, vida, donde no sólo es el relato el que vibra, sino la emoción, que bulle en el momento de vivirse: unas veces en un amor incipiente, otras en la amistad imperturbable con el paso del tiempo, o en la añoranza del ausente, o en la ternura que suscita el niño que apenas ha dado los primeros pasos o el adolescente que se ha ido y escribe un carta tímidamente afectuosa, o en el agradecimiento a la madre que siempre ha abrazado con firmeza... La mayoría de las veces son la melancolía y la soledad, que en ese momento han propiciado el silencio para rebuscar en lo más hondo de la memoria y del alma, quienes han logrado capturar el tiempo, fijarlo y volver a vivirlo. Escribir es volver a vivir y en un impulso de generosidad hacer solidaria la soledad. 10
Poco a poco se van acabando los relatos y la impersonalidad del comienzo se torna en nombres, figuras, paisajes, fijados en múltiples fotografías que pugnan por salir de una vieja maleta de cartón
María Jesús Gaceo
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Relatos individuales Primer premio Su mejor amigo ........................................................... 17 María Teresa Rodríguez Miguel Calatayud Segundo premio Vuela hermoso duende .............................................. 22 María José Gil Martínez Calatayud Tercer premio Hermanos del alma .................................................... 26 Manuela Beltrán Lallana Morata de Jiloca Cuarto premio La señora del tercero .................................................. 33 Pilar Gómez Martínez Calatayud Quinto premio Mirar un cuadro........................................................... 39 Isabel García Marco Morata de Jiloca
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Calatayud Un final felil, Teresa Gil Rúperez .......................................42 El robledal, Pilar Gómez Martínez.....................................45 Recuerdo de Navidad, Ángeles Fuentes Lapoulide ............49 El gusano de seda, María Luisa Pérez Arántegui..............55 La comunión de Marina, Pilar Gómez Martínez ..............59 Manolete nunca toreó allí, Milagros Mínguez...................66 Una historia de amor a las madres, Felicidad Melús........71 Más allá de mis tierras, Elisa Cañamares Gallego..............77 Una tarde mágica, María Luisa Serrano............................83 Cobardía, María Teresa Rodríguez Miguel...........................90 Miedes Perfil de un maltratador, José Luis Garicano ....................94 Morata de Jiloca Tres amigas, Manuela Beltrán Lallana .............................103 ¿Vamos a la playa?, Isabel García Marco .........................110 ¡Cómo cambia la vida!, Maribel Temprado Cortés ...........116 Recuerdos de mi niñez, Pilar Algárate Herrero ..............120 Suspiros al viento, Laura Gracia Fuentes ........................123 Un adosado junto al tuyo, Felicidad Castellano Lallana .126 Amigas de siempre, Amparo Palacián Ferrando..............129 San Fabián, Manuela Beltrán Lallana...............................135 Adriana, Felicidad Castellano Lallana ...............................140 Historia real, Asunción Algárate Palacios .........................144 La noria, Fulgencia Pelegrín Narvión .................................147 La peor Navidad, Teresa Temprado Nuño .......................150 Doñana, María Pelegrín García.........................................154 Mis dos amores, Pilar Bendicho Pascual...........................158 Un pensamiento, una reflexión, Amparo Palacián ........165 13
Moros Recuerdos, Asunción González Callejero ..........................169 Munébrega Mejor o peor, Concepción Gormedino Hernández..............173 Paracuellos de Jiloca Agua y aceite, leyendas del Jiloca, Pilar Grimal ............176 Velilla de Jiloca Abarán, María José Guillamón Molina ..............................182 Mis hijos, Rosario Pablo López .........................................187 Nostalgia, María José Guillamón Molina ..........................190 Ocho años, Candelaria Ibáñez Moya................................194 Un viaje a Galicia, Rosario Pablo López ..........................198
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Relatos colectivos Relato premiado Los melocotones no son para Miguel ................. 201 Taller de ortografía Morata de Jiloca
Calatayud Estampas familiares, Taller de expresión..........................210 Rebelión, Taller de ortografía.............................................220 Reencuentro, Taller de animación a la lectura ...................225 Munébrega Nostalgia de un tiempo pasado, Taller de memoria........231 Paracuellos de Jiloca Soy mujer, Taller de literatura ...........................................237 Velilla de Jiloca Viaje a Ciudad Real, Taller de ortografía ..........................241
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Su mejor amigo ¡Benito, esto que me has hecho no te lo voy a perdonar en lo que me quede de vida!. Hemos sido amigos desde niños y ¿ahora me sales con esas?. Nunca hemos reñido, bueno, una vez en la escuela pero la culpa fue tuya ¡reconócelo! ¿lo recuerdas?. El maestro, Don Venancio, nos sacó a los dos a la pizarra; encima de su mesa tenía media docena de manzanas que le había regalado Remigio “El Pelota”. -Mira Benito, tú tienes seis manzanas, si Benjamín te quita dos, ¿cuántas te quedan? De un salto te pusiste delante de mí. -¡Como toques una manzana de las mías te machaco! Aquello no me gustó; si el maestro me daba dos, ¿por qué querías quedarte con todas?. Al ir a coger una te me echaste encima como un energúmeno; yo también me defendí y si no nos separan no sé como hubiéramos acabado. Lo peor es que el maestro nos castigó y al llegar a casa, mi madre me dio “una colleja”, ¡por tonto! ¿No 20
sabía que las manzanas eran para Don Venancio?. ¡Qué tiempos aquellos!. Recuerdo cuando íbamos a tomar la primera comunión junto con varios niños de la escuela. Al punto de la mañana mi madre me metió en un balde de agua y me lavó a conciencia, bueno, más bien me fregó, pues las rodillas me las estregó con un esparto. Ya tenía preparado el pantalón de pana, que hasta la semana anterior había pertenecido a mi hermano Emilio, y una camisa que le dio una de las ricas del pueblo, pues a su hijo se le había quedado pequeña. Tú, como siempre, me liaste, viniste diciendo que íbamos a dar una vuelta, pues todavía faltaban dos horas para la misa. Al pasar por la puerta de Remigio “El Pelota” vimos en el portal dos cestas con magdalenas y ... ¡olían tan bien!; cogimos dos cada uno y salimos corriendo. Nos fuimos detrás de la fuente, ¡qué ricas estaban!; cuando nos las estábamos comiendo apareció Don Venancio, nos agarró por las orejas y después de echarnos un buen rapapolvo nos llevó a nuestras casas; primero a la tuya, así que tú madre la 21
“colleja” nos la dio a los dos, pero la mía me la dio doble, por ti y por mí. La que se armó fue gorda. Aquel día comulgaron todos menos nosotros, y la homilía de Don Hilario se convirtió en un derroche de amonestaciones para los dos ¡descarriados! que habían robado magdalenas, ¡el mismo día que iban a comulgar por primera vez!, y, además de ese gran pecado ¡¡¡osaron comerlas!!!. Mi madre me apretó la mano y me besó. Aquello me hizo olvidar mi vergüenza, pues si ella me seguía queriendo yo no era tan malo como decía el cura. Además, en un tiempo en que la comida era escasa, el ver dos cestas de magdalenas había sido una gran tentación. El domingo siguiente, después de que nuestras madres convencieron a Mosén Hilario y al maestro, tomamos La Primera Comunión. Joaquín y Remigio “El Pelota”, que eran de los ricos del pueblo, habían comulgado de marineros y sus madres nos prestaron sus atuendos.
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Yo era más bien “canijo” y tuvieron que cogerme un doble en las mangas. El pantalón me lo subieron ¡hasta los sobacos!, pero como me venía ancho, me ataron una cuerda a modo de cinturón; a los zapatos, demasiado grandes, mi madre les metió unos trapos en la puntera y ... ¡solucionado! Cuando saliste de casa me pareció que cojeabas, pero al ver que durante el sermón te quitaste los zapatos comprendí lo que te ocurría. ¡No te rías Benito! Sí, ya sé que tú pasaste a comulgar descalzo pero nadie se enteró, todo el pueblo estalló en una carcajada cuando se soltó la cuerda que sujetaba los pantalones y me quedé ¡con el culo al aire! A partir de ese día, siempre que podía le sacudía a Remigio “El Pelota” ¡por grande y gordo! Se me olvidaba contarte que el mes pasado mi nieto Borja me dijo que iba a aprender bailes antiguos; ¡mira que bien!, pensé, ¡por fin uno de mis nietos va a aprender la jota , pero “quiá”; se refería a boleros, pasodobles, tangos ... Tú y yo no fuimos a ninguna escuela de baile, aprendimos a bailar en la cocina de mi 23
abuela Francisca, bueno, eso de aprender es un decir. Al principio las mozas no querían bailar con nosotros, pues además porque les dejábamos los pies destrozados a pisotones, cuando tocaban un bolero no podíamos hablar; teníamos que contar: dos pasos a la derecha, uno a la izquierda, dos a la derecha uno a la izquierda, dos ... ¡Cuantas cosas hemos pasado juntos! ¡Benito! ¡Las margaritas que he traído no son ninguna mariconada!, además ¡son para tu mujer! ¿Qué dices?, que ¿cuándo pienso ir con vosotros?, ¡hasta que no cumpla los cien años ni lo sueñes! ¡Tú no tienes formalidad!, ¿no íbamos a celebrarlo los dos?, pero ya ves, ¡ni siquiera llamaste para despedirte de mí!, ¡eso nunca te lo perdonare!, ¿no pudiste esperar unos meses para irnos juntos?. Bueno, ya no vendré a visitarte hasta el verano que viene. Mañana volvemos a la ciudad. Cuida de mi Alfonsa, pero ¡ojo! que yo dentro de poco tiempo iré ahí aunque ... no creas, aquí estoy muy a gusto y a mí con lo
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desconocido me entra una desazón...
María Teresa Rodríguez Miguel Calatayud Primer Premio
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Vuela hermoso duende Yo que tú no pondría cristales ni cerraría la ventana, si voy a entrar a sacarte de la cama. Ven, agárrate de mi mano que empieza, vamos a bebernos las estrellas. Agárrate fuerte que nos vamos y nunca te alejes de mí cuerpo y abrazo. Ven, vamos ya, que el infinito nos espera. ¿Tienes frío a esta altura? No ¿verdad? la aventura te abriga. ¿A que sí? Te gusta esa montaña de fuego y esa cría de Fénix alada, o esa cara esculpida en lava; mira para un momento, quiere hablarte. Dinos, cara de lava, ¿Qué quieres de Miguel, este duende? “Que pose sus pies en mi nariz y que comience a bailar, que me pica hace siglos y no me puedo rascar”. Te atreves niño, no te preocupes sólo come humo y rocas. ¡Éste es mi niño guerrero! ¡Vamos, baila hermoso duende! Quítale el polvo de lustros a esa cara. Y ahora ¡alehop! Mareado, no lo veo en tus ojos y tu mano aún se agarra, pues vamos; vamos a ver el abismo del océano. 26
Hoy hay concierto de sirenas y las dirigen esta noche, la mas interminable serpiente marina. No, no te asustes, es amiga y sólo come angustia y la recicla. ¿Te gustaron? La última tonada fue especial para ti, regalo de las hadas, que se han fijado que estás aquí. A volar de nuevo. ¿te parece ir a la selva de hielo’. Tengo un amigo allí esperándome, cervecita fría “el agradable”, gigante de eterno y caluroso trato y muy cariñoso. Cervecita, ven aquí, que Miguel quiere verte. “Salve, duende de belleza y alma de pureza. ¿Cómo es que osáis ir con tal gentil loca que vuela? Eso es que también sois “guerrero dios príncipe“ además de duende, ya veo…” ¿Os hace jugar a gritar al destino? Veréis que risa cuando venga y se le caiga un alud desde mi montaña empapándolo de olvido. Tuvo bueno Cervecita , hasta luego. Brinca de nuevo amor, que creo que te gustan los equinos. Esta es la manada de Pegasos más bella de la Valhada. Esta es 27
Miranda Clara, móntala yo cogeré a Gavilán, es un macho de muy mal estar, pero es mi amigo. Volad por las estrellas y acercaos a aquella que nace, que quiero hacer para ella un collar de rayos de plata. Dile adiós a Miranda que dice hasta luego con las alas. Atardece ya. ¿Una parada? Ven conmigo al desierto Mortal, y goza del sabor del oasis, me da igual. ¿Unos dátiles? Mira, ¿ves ese pequeño mono? Si, dígame ¿Qué desea? (pídele, pídele los dátiles y verás). Al instante, “garzón”, unos dátiles para el duende, y vos ¿señora? Yo una jarra de agua clara y un suspiro de luna, por favor. Así será. ¿Qué, descansando? Bien, vamos, empecemos a correr, que se nos escapa el Ocaso y lo quiero ver enrojecer. ¡Ahí está! ¡Ocaso!. ¿Dónde están aquellas fotos… que al alba te vi agarrar? Mira, ya enrojece; bello ¿verdad?: Mira como cae y templa el agua. Ya la noche se cierra y en tu sonrisa veo palabras que Morfeo quiere saber. 28
Coge mi mano, que de camino a casa, saludaremos a mi querida MADRE LUNA, que espera levantada a que le dé las buenas noches y le presente a mi amado. ¿La viste, notaste que contenta se quedó? Y eso que decía que no le gustaban los duendes, mi querida vieja mala. Miguel, amor, entra ya por la ventana estallada y no olvides nunca. Cierra la puerta y el alma a tontas cosas, más jamás ni vidrio pongas a esta ventana y así, siempre, cada noche de luna llena, podré coger tu mano e irnos de fiesta. Buenas noches, Miguel; que la risa te acaricie; mientras, yo volaré en pos de historias que contarte cuando vuelva...
María José Gil Martínez Calatayud Segundo Premio
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Hermanos del alma A mi padre Florencio. La vida de Florencio nunca fue fácil, obligado por las circunstancias, empezó a trabajar como jornalero en el pequeño pueblo donde vivía, desde que era prácticamente un niño. Nunca había salido de su pueblo, pero aquel fatídico 10 de marzo de 1938 todo cambió, fue llamado a filas con tan sólo 18 años, en circunstancias normales todavía le hubiesen faltado 3 años para ir al Servicio Militar, pero el país estaba en guerra, el ejército necesitaba reclutar quintas para cubrir sus bajas y Florencio fue uno de los elegidos. A su padre lo habían matado hacía escasamente dos años antes, por lo que al instarle a que se presentase en la Caja de Reclutas en la capital de su provincia, le tuvo que acompañar su madre, para ambos fue un hecho doloroso; para la madre por el abandono injusto e impuesto que le obligaba a tener que suplir al padre; para Florencio porque la añoranza del padre latía fuerte en su corazón. ¡Cuánto dolor y sufrimiento en un corazón tan joven! Su 30
madre intentó hacerse la fuerte e infundirle, mediante suaves apretones en su antebrazo el valor que a ella le faltaba, por eso se sintió bastante aliviada cuando en el tren que les conducía a Zaragoza coincidieron con Guillermo y su padre que se dirigían a realizar las mismas gestiones que ellos. Los padres de ambos empezaron entablando una conversación de lo más trivial, hablaron del tiempo, de la familia... intentando ocultar su nerviosismo, pero el trayecto aunque no era largo, duraba mucho tiempo y en el transcurso del mismo, afloraron esos sentimientos profundos que ambos se reservaban, sus miedos, sus recelos ante el futuro incierto que les esperaba a ambos muchachos. Florencio, durante todo el recorrido apenas podía apartar la mirada del paisaje exterior, su mente vagaba perdida sin pensar en nada en concreto, sintiendo en su pecho los rápidos y violentos latidos de su corazón al compás del traqueteo del tren, de vez en cuando, sus ojos se encontraban con los de Guillermo que expresaban su mismo temor, su mismo pavor...¨¿qué va a ser de nosotros?¨...
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Al bajar del tren se encontraron con miles de jóvenes como ellos, jóvenes que aún no tenían barba. Con los puños apretados como cuando era niño y tenía que controlar su rabia para no entablar una pelea con los otros niños que se metían con él, Florencio escuchó su destino: África; el de Guillermo, también. La despedida de su madre estuvo llena de sentimientos contenidos que no podían aflorar -“Se valiente, un hombre nunca llora”- le dijo su madre, y así lo cumplió; cogió su pequeño petate y junto a Guillermo emprendieron un largo y penoso viaje. Hasta Cádiz fueron en tren, tuvieron que hacer varios transbordos, fue un viaje pesado y tortuoso en uno de esos trenes que llamaban “borregueros”, a Florencio lo que más le llamó la atención fue el inmenso silencio que reinaba en todo el vagón pues, atestado de gente como estaba, apenas se escuchaba el zumbido de las numerosas y pegajosas moscas que viajaban con ellos. Lo que él no sabía es que ésta era la etapa más dulce del viaje porque lo que les esperaba después... En Cádiz embarcaron para África y creyeron morir, el incesante 32
vaivén del barco les provocó mareos y vómitos tan fuertes que apenas pudieron levantarse de sus camastros hasta que de nuevo tomaron tierra firme. Y allí, en África, Florencio y Guillermo perdieron cuatro años de sus vidas, en esas tierras desérticas donde no disponían ni de lo más imprescindible, la comida era muy escasa y de mala calidad, el agua la tenían racionada, la limpieza ni se conocía... Un día Guillermo recibió un paquete, su madre les enviaba un jersey de lana para cada uno hecho por ella misma con lana doble para que no pasaran tanto frío, como locos de contentos se los pusieron pero a los dos días los tuvieron que quemar porque se les llenaron de piojos. Juntos, los dos amigos se consolaban y se daban fuerzas para seguir y no sucumbir ante tanta pena y desolación, en sus ratos libres les gustaba recordar a sus amigos, a sus respectivos pueblos, a su familia... ¡cuánto la añoraban! Tanto, que cuando recibían un giro postal en el que la familia les mandaba un billete de cinco pesetas, lo besaban tiernamente, creyendo en su ignorancia que ése dinero había estado en las manos de sus seres queridos. 33
Ante tantas adversidades, ambos amigos se forjaron como “hermanos del alma”, hasta tal punto que cuando uno de ellos estaba enfermo, el otro reducía su ración de alimento para que el más débil se recuperase lo antes posible, esta circunstancia por desgracia, la tuvieron que repetir muchas veces pero así lograron sobrevivir, otros no tuvieron tanta suerte y se quedaron en el camino. Los dos primeros años pasaron rápidos porque estaban ocupados haciendo instrucción pero después... los días se volvieron monótonos y aburridos, no aprendían nada bueno y tampoco podían salir de paseo, primero porque no tenían dinero para gastar y después porque tampoco podían alejarse del cuartel, no podían fiarse de nadie. Y así llegó el ansiado día en que los licenciaron, ambos amigos sintieron una alegría indescriptible, por fin podían regresar con los suyos a sus respectivos pueblos, Guillermo a Bijuesca y Florencio a Morata de Jiloca. Cuando se despidieron en la estación de Calatayud con los ojos arrasados por las lágrimas ambos se fundieron en un fuerte abrazo, 34
jurando no olvidar nunca las calamidades y los miedos que juntos habían pasado, eso les uniría para toda la vida a los dos “hermanos del alma”. Pero ésta alegría les duró poco tiempo, apenas habían transcurrido dos meses cuando les volvieron a movilizar, esta vez su destino fue Zaragoza y en concreto el cuartel de la Aljafería, los dos amigos se reencontraron de nuevo, esta vez sin tanto temor, convencidos como estaban de que al quedarse en su propia provincia, las penas serían menos, pero la realidad fue muy distinta pues volvieron a pasar similares calamidades y necesidades, la vida de los hombres en el cuartel carecía de valor, solo prevalecía la ley del más fuerte, y así, sin pena ni gloria, volvieron a perder tres años de sus vidas. Cuando los licenciaron definitivamente tenían veinticinco años, la vida les había hecho hombres en plena adolescencia. Reanudaron la vida como mejor pudieron, cada cual en su pueblo, se casaron, Guillermo tuvo dos hijas, Florencio tres, ninguno de los dos tuvo hijos varones, hecho que a ambos les produjo gran satisfacción pues así tuvieron la seguridad de que 35
ninguna de sus hijas perderían siete años de sus vidas cumpliendo el Servicio Militar. Durante muchos años estuvieron sin verse, la posguerra les privó una vez más de los derechos más elementales, no se podía viajar tanto por falta de servicios como por la escasa economía, un simple sobre, papel y sello, resultaban caros, había otras necesidades. En el año 54 Florencio se macho a vivir a Zaragoza buscando una vida más próspera para sus hijas. A los pocos años Guillermo hizo lo mismo y allí, en Zaragoza, de nuevo reanudaron la amistad nunca perdida, se conocieron físicamente las familias, pues sentimentalmente de tanto oír hablar unos de otros se querían como auténtica familia, para las hijas de ambos, siempre fueron los tíos y los primos. Su amistad sobrevivió en los momentos difíciles y se consolidó en los alegres, pues en las bodas de las hijas de ambos, embriagados de dicha y felicidad, tomaron como costumbre, cogerse por los hombros y fuertemente abrazados cantar una jota que hicieron suya: Nos seguiremos queriendo / hasta después de la muerte / somos 36
hermanos del alma / y el alma nunca se muere. Y es que, estos dos hombres fuertes que siempre fueron muy trabajadores, buenos padres y esposos, también eran a la vez muy sensibles. Cuando se jubilaron, ambos volvieron a vivir en sus respectivos pueblos de los que siempre habían estado orgullosos por haber nacido en ellos, siempre los llevaban en sus corazones. Florencio enfermó y Guillermo le hizo mucha compañía, lo visitaba a diario y juntos recordaban todas las calamidades que les había tocado vivir, pero ahora, al contrario que entonces, los penosos recuerdos les hacían reír: (“la quinta del biberón” como nos conoce todo el país, cuatro años perdidos en África y tres en España). Cuando Florencio murió, Guillermo lo lloró desconsoladamente como lo que siempre habían sido, “hermanos del alma”.
Manuela Beltrán Lallana Morata de Jiloca Tercer Premio
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La señora del tercero No recuerdo muy bien cómo se llamaba, pues hace muchos años, pero recuerdo que aquella señora era alta y delgada como un junco, su cara alargada y seca, sus ojos pequeños pero muy vivos, sus labios estrechos y siempre con un rictus de amargura, cuando abría su boca enseñaba una hilera de pequeños dientes separados, en el bigote le crecían unos pelos largos y recios. Sus manos, largas, huesudas y surcadas por enormes venas. Esta señora era la mujer de peor genio que he conocido, a los chiquillos del barrio nos llevaba por la calle de la amargura. Si la veíamos por un sitio, nos íbamos corriendo por otro. Yo nunca la vi reír ¡qué digo!, ni tan siquiera hacer una mueca para sonreír, ella era la amargura en zapatillas. Los chicos de la escalera, en verano, nos solíamos reunir en el patio y hacíamos circo, cantábamos, bailábamos, decíamos chistes, malabarismo etc. Una de las actuaciones era el trapecio, para eso, 38
atábamos una cuerda en las verjas de la barandilla de la escalera y en el hueco era la actuación, pues la buena señora, no había un solo día que no nos echara un jarro de agua y nos pusiera a todos artistas como una sopa, y luego iba de casa en casa incordiando a los padres para que nos castigaran; yo en particular, algún castigo he recibido por su culpa. Claro, que la verdad pura y dura no se queda en esto solamente, también la chavalería la teníamos tomada con ella. A veces, tocábamos en el picaporte de la puerta del portal los tres toques y el repicoteo, que era lo que tocaba el cartero tras un largo pitido cuando recibía carta. La buena señora bajaba desde el tercero a por su carta y luego no había carta ni cartero. También, en su rellano y en su escalera echábamos tierra y basura para que se entretuviera limpiando y así nos dejara un rato en paz. Como veis, la simpatía era reciproca entre esta señora y la chavalería. Un buen día de primavera pregunté a mi madre por mi comba, ella me dijo que se 39
encontraba en la buhardilla, que tomara las llaves y subiera yo sola a por ella. No me gustaba mucho subir sola, pero ¡qué iba hacer, hacía un día tan espléndido para saltar! Me dispuse a ir a por mi comba, iba pegada a la barandilla, subí la escalera deprisa, pero al llegar al tercero, donde vivía la señora, yo ni respiraba, sólo oía el tic-tac de mi acelerado corazón. Cuando dejé atrás el tercero, respiré tranquila, mira que si me oye y sale, ¿qué me hubiera pasado? Llegué a la buhardilla, cogí la comba y me dispuse a bajar, al llegar al tercero mis ojos se clavaron en la puerta de la señora, de pronto, casi nada, la puerta se abrió, la señora vino hacía mi y dijo: “¿no ves que llevas el cabo de la comba arrastrando por el suelo, se puede enredar en tus pies y caerte?, trae que te lo recojo”. Yo asustada a la máxima potencia no podía decir ni hacer nada, a decir verdad, notaba unos sudores fríos sobre todo mi cuerpo, una presión en las sienes y una oleada de flojera en las piernas que me sentía sin fuerzas para intentar la huida. 40
Ella, me tomó de la mano y me metió en su casa, yo creía que me iban a sacar las mantecas, pero no, me sentó en una silla y se fue. No tardó mucho en volver, traía unas golosinas que me las puso en mis manos, y un sobre azul, del cual sacó unas fotografías en blanco y negro y me dijo: “Ves este niño, tendría aquí tu edad, era mi hijo, el único hijo que tuve” Sus manos huesudas y surcadas de oscuras venas acariciaban aquellas fotografías con un amor y un cariño inmenso. Empezó a contarme con un hilo de voz sin dejar de mirar y acariciar aquellas fotografías. “Vivíamos en un bello pueblo, nuestra casa estaba a las afueras, era de piedra, el tejado de pizarra y gruesas verjas de hierro en las ventanas. Teníamos corral con animales y un jardín con abundantes y bellas flores. Todo era hermoso, la tierra olía a hierba y a bosque, muy cerca un río cruzaba bajo el puente, con una sonoridad como de cataratas, pues discurría con fuerza entre grandes piedras reacias a la erosión. Un camino vetusto pasaba por delante de la casa, donde los bueyes 41
avanzaban a trompicones. A los lejos se divisaba la iglesia de piedra, con un campanario erguido y esbelto” Se hizo un lapso de silencio y prosiguió con un hilo de voz. “Era un día magnifico, espléndido con un cielo radiante y un sol cegador, decidimos ir a merendar al prado que compramos con tanta ilusión, en donde nosotros mismos habíamos construido una pequeña caseta y mientras dejábamos la merienda en allí, nuestro hijo se fue derecho a unos ciruelos situados en la margen derecha para hacerse un columpio, haciendo caso omiso de su padre que siempre le decía que era cosa de personas mayores, pues se tenía que asegurar bien los nudos a las ramas, el niño no lo supo hacer y cuando se columpiaba en lo más alto, se soltó un nudo y tuvo la poca fortuna de golpearse en la cabeza con la única piedra que había por allí, y nos quedamos sin él. No tardó mucho tiempo en que mi marido tras una grave enfermedad también se fue. Me quedé sola sumida en un dolor, un sufrimiento y una soledad tremenda” Se quedó callada y permaneció muy quieta, con la vista clavada en las 42
fotografías, que por lo que me di cuenta, tenían la virtud de devolverle a sus ya para siempre, perdidos días de felicidad y dicha, no obstante, no la vi amargada, ni que se revelara contra su injusto futuro, sino por el contrario se resignaba a su suerte. Levantó la vista, me miró y dijo: “Tuve que abandonar mi casa, mi pueblo y alejarme de todo que me había hecho feliz, me vine aquí, como si me hubiera ido a otra parte, no tenía ninguna meta ni aliciente en mi vida, pero en aquellos lugares era imposible vivir, solo servían para hacer que la realidad fuera más cruel” Yo me atreví a decirle: “¿Y porqué no nos quieres a los niños?” Ella se quedó asombrada y mirándome con esos ojos que entonces me parecieron un tanto dulces, me contestó: “¡qué dices hija! Yo quiero mucho a todos los niños, pero veo peligro en todas partes; sobretodo, no puedo veros en el trapecio, creo que os va ocurrir algo malo como a mi hijo” -Bueno -le dije- si quiere cuando vayamos actuar le llamamos a usted y nos
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asegura los nudos a la barandilla, así estará más tranquila. -De acuerdo –dijo ella. Desde aquel día, cuando íbamos a actuar, subía a su casa y más por miedo a que me sucediera lo que a su hijo, que por ella, con la mirada baja y no sin recelo, le decía: “vamos a hacer trapecio”. La señora bajaba conmigo, ataba el trapecio y sin más, se subía a su casa. Cuando nos encontrábamos en la calle, nuestro saludo era lacónico y el silencio era el que hablaba; pero poco a poco, con una lentitud crispante, nuestra relación fue creciendo y comprendí, que a las personas no se les juzga ligeramente por su apariencia, pues la señora del tercero, a pesar de su triste figura, como diría Sancho Panza, o a pesar de sus rarezas, era buena persona, y como podéis comprobar dejó su huella en mi vida.
Pilar Gómez Martínez Calatayud Cuarto Premio
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Mirar un cuadro Tomás al jubilarse se dedicó a lo que siempre le había gustado hacer pero que por falta de tiempo, casi nunca lo había hecho: leer, pasear, visitar museos, exposiciones... Un día estando en una exposición de cuadros, se fijó en uno que estaba colgado, semioculto en un rincón como si quisiera esconderse, le llamó la atención su colorido, su luz, parecía tener vida propia. Era la imagen de un bosque con frondosos árboles y abundantes plantas. Fue tal la concentración de Tomás al mirar aquel cuadro que él también se sintió un poderoso árbol que movía sus ramas junto con las de los otros árboles que compartían con él el terreno. Sintió el cosquilleo que le producían las otras ramas, hojas y brotes tiernos de tal forma que se produjo la movilización de toda su savia que fluyó hacia el exterior haciendo que se ruborizara, aflorando en él sus más puros sentimientos, permitiendo que sus ramas cobijaran y dieran sombra a fatigados caminantes, preparándoles en el 45
suelo un buen lecho con sus hojas, y soltando sus frutos para que pudieran alimentarse. Permitió que unas aves construyeran sus nidos en los huecos de sus ramas, pudieran incubar sus huevos y tener sus crías. Sintió un fuerte viento, cada vez más fuerte, que hizo que algunas de sus ramas cayesen hacia el suelo sin vida y de repente, miró a su alrededor y comparó su aspecto con el de los otros árboles y los vio fuertes creciendo hacia arriba mientras él se inclinaba hacia abajo irremediablemente pese a sus esfuerzos porque sus ramas subieran hacia arriba buscando la luz del sol. Casi no se reconocía, vio la corteza de su tronco toda rugosa y con profundas hendiduras producto del inexorable paso del tiempo. Notó que varias de sus ramas se quebraban y caían al suelo y cómo sus raíces se empecinaban en salir de la tierra. Le consoló ver que de él aún brotaban pequeñas y cada vez más débiles flores que seguían dando algún que otro sabroso fruto. Bruscamente Tomás salió de su reciente ensoñación y sonrió al recordar lo ocurrido 46
como un agradable sueño pero pensó: “¿no somos todos como pequeños o grandes árboles?” Ahora, bien despierto, dio un repaso a su vida y se dijo a sí mismo: “yo también alargué mis brazos y hubo con quien los rocé y me ruboricé, preparé mi casa para cobijarnos y crié a mis hijos” y con una amplia sonrisa salió de la exposición sin querer pararse a mirar sus piernas.
Isabel García Marco Morata de Jiloca Quinto Premio
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Un final feliz Mi juventud no fue un manojo de rosas. Me quedé sin padres muy pequeña, estuve con mis abuelos en el pueblo, y sin mucha comunicación. No estuve a la altura de otras chicas por ir muy poco a la escuela y por tener que ayudar a mi abuelo en el campo. Un día pensé: “toda la vida en el pueblo”; y a pesar del no de mis abuelos, me lancé a la capital, sin saber leer ni escribir. Me dediqué a lo más feo; para mí, lo más fácil. Estuve de camarera en un bar muy elegante, al servicio de los clientes, para todo; se me olvida decir que era una chica bastante maja, y un tipo bien para esa clase de trabajo ¿me explico, no?. Muy pronto, un elegante señorito me eligió para él sólo, y yo no lo pensé dos veces. Prefería a uno que a tres todas noches; se me llevó a un piso para mi solita. Él venía todas las noches, pero noté algo extraño en él; nos tomábamos unas copas, y sin más me decía hasta luego. Pero llegó un día que no vino. 48
Pensé yo: “¡qué plan tengo, ya no me toca otro hombre!” Estuve fregando escaleras para poder pagarme el piso. Un día vi un anuncio de peluquera y entré, era para lavar cabezas y lo acepté, estuve algún tiempo, siempre encuentras alguna clienta más simpática que otras, y una me comentó que estaba de enfermera, para un señor sólo, con cocinera y muchacha; pero ésta se le había marchado; no lo pensé dos veces, le dije que sí. Era una casa de campo, de ensueño. El señor, como le llamaban, era muy bueno y muy educado; la cocinera y yo comíamos en la cocina, la enfermera comía con el señor, pero la cocinera se marchó y tuve yo que hacer sus funciones. Como el señor estaba bastante bien de memoria me dijo que comería con ellos. Bueno, dije. Pasaron los meses; un día me dijo que la comida era buena pero que tenía que variar un poco, que esa semana venía su hijo con un amigo. Entre la enfermera y yo pensamos algo más y salió bien. 49
Un jueves dos de diciembre, llamaron a la puerta y se presentó el hijo del señor y el amigo, tras los saludos a papá y compañía; preparé la mesa y serví la comida, yo comí en la cocina, bueno comer no. El hijo del señor es el que yo tuve de “querido” unos meses, pero no pasó nada, lo supimos disimular muy bien. Sus visitas eran muy constantes, yo me ponía muy nerviosa cuando me decía; por favor esto, o lo otro. Pensé marcharme, pero ¿a dónde ir? Él era moreno y guapo y cada vez que traía un conjunto distinto estaba más guapo, o me lo parecía a mí. Una mañana se presentó en casa, casi de noche lo recibió la enfermera, yo estaba en la escalera limpiando las lámparas del salón, figúrate qué panorama, yo seguí con mi trabajo, y él se marchó. Otro día salía de compras, como siempre, y estaba en la puerta con el coche esperándome. Fuimos a un bar y ahí se descubrió todo, me dijo que se fue porque se enamoró de mí y que sigue igual. Yo le respondí que era la fregona de la casa de su padre, y me propuso que si quería ser la 50
señora de la casa; como yo también estaba enamorada de él, no lo pensé más y le dije que sí
Teresa Gil Rúperez Calatayud
El Robledal Todo era risa y felicidad, la familia Corredoira había llegado al pueblo natal del patriarca, pueblo que en algún tiempo no muy lejano debió ser precioso. Había una gran plaza fortificada con columnas de piedra y casas hidalgas con su escudo, una soberbia iglesia románica, y un castillo en ruinas, con la torre desmochada. Junto a estas piedras nobles había horrendos edificios modernos de ladrillo que los aldeanos construyeron con orgullo de “modernizar” el pueblo, sin comprender que con ello arruinaban su belleza primitiva. En este pueblo y en toda su comarca abundan las leyendas y cuentos de meigas, lo que hace la estancia más turbadora y emocionante. Con la familia viajaba Jaime, 51
amigo del hijo menor e iban a pasar el largo fin de semana de la Inmaculada. Terminada la cena, los mayores se quedaron de sobremesa, poniéndose al corrientes de sus respectivas vidas, mientras los más pequeños y el abuelo se fueron a sentar en los bancos, al amor del hogar. -¿Mañana que hacemos? abuelo- ¿habéis pensado algo?
-dijo
el
El nieto menor sin pensarlo dos veces, respondió: “¡al Robledal, abuelo, al Robledal! iremos al Robledal”. Todos asintieron entusiasmados y Jaime preguntó: “¿qué es el Robledal?; su amigo le contestó: “Además de ser un bosque enorme de robles, hay una leyenda muy bonita, ahora mi abuelo nos la contará otra vez y así tu te enteras”. El abuelo resignado en apariencia, pero contento para sus adentros, poniendo esos ojos de pillo que siempre ponía y fijándolos en las altas y chispeantes llamas del hogar, comenzó. “Pues ahí va. Cuenta la leyenda, que en el castillo de los condes de Mondáriz, situado en la colina, vivieron hace muchos, 52
muchos años unos condes, que tenían dos hijos y una bella hija de una bondad insuperable, no había nadie que pidiera un favor o un remedio que no se fuera con él. Quiso la providencia, que el hermano mayor se casara, y por mil motivos, la cuñada, que tenía una grave enfermedad, que era la envidia, la odiara hasta el extremo de que un día que se fueron las dos a pasear a caballo por el Robledal, propiedad de los condes y por aquel entonces era en extensión el doble que hoy. La cuñada, desbocó el caballo de la joven condesita, dándole un fuerte espolonazo y, caballo y amazona se precipitaron por un gran abismo y murieron. En el mismo sitio que cayó la condesita nació un majestuoso y bello rosal, que siempre esta cuajado de bellas y olorosas rosas blancas, y donde murió el caballo brotó un manantial de agua fresquísima que no se seca ni aun cuando la sequía sea extrema. Se asegura que por los alrededores del rosal y del manantial viven hadas, ondinas y sílfides que exhalan lamentos y suspiros y cantan y ríen con el monótono rumor del agua. 53
Toda persona que tiene la curiosidad de verlo, tiene que ser desde un otero que se encuentra a dos kilómetros de distancia, pero el aroma y sus murmullos se perciben con toda potencia. El manantial se dice que cura enfermedades a toda persona que tiene el corazón limpio y generoso. Cuentan los antiguos habitantes del lugar, que la cuñada fue a beber del agua y salió del rosal una espina tan grande y con tanta fuerza que se le clavo en el corazón y quedó allí convertida en un tronco seco, en el cual se posan las aves antes de beber agua. Hoy en día está convertido en un tronco petrificado, igual que el corazón de aquella malvada mujer”. Y ésta es la leyenda. Todos los niños estaban con unos ojos como platos, habían estado escuchando a su abuelo sin pestañear. -¿Te ha gustado Jaime? -se dirigía el abuelo al amigo de su nieto. -Ya tengo ganas de que llegue mañana para poder ir al Robledal respondió el niño. 54
El abuelo, poniéndose de pie dijo: “pues la mejor manera de que pase el tiempo rápido, es yéndose a dormir, así que a la cama todo el mundo”. Todos le dieron un beso y se despidieron con un “hasta mañana, que descanses abuelo”; pero a ellos les costó conciliar el sueño aquella noche ante la impaciencia y la curiosidad de visitar al día siguiente el robledal y ver el rosal, el manantial y el tronco petrificado.
Pilar Gómez Martínez Calatayud
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Recuerdo de Navidad Julia estaba sentada, echó la cabeza detrás del sillón y cerró los ojos, estaba muy cansada, ya habían terminado las fiestas de Navidad y Reyes y la vida volvía a su rutina de siempre. La casa volvía a estar vacía y triste, y ella se quedaba una vez más con sus recuerdos de los días pasados en la compañía de sus hijos y nietos. Todas esas fiestas la casa rebosaba alegría y felicidad, voces jóvenes que llenaban todo con incansable ir y venir de un lado para otro; parecía la casa una gran feria de risas y cantos. Después la alegría de los Reyes Magos. La casa llena de regalos para todos que se ponían en su cama de matrimonio vacía, desde algunos años atrás, pero se seguía la tradición de que los Reyes dejasen allí los regalos de todos, de chicos y mayores. Cuando llegaban los hijos y nietos era la locura, papeles, cartones, desenvolvían todo con tanta rapidez que parecía que pasaba un huracán por la casa. Cómo 56
disfrutaban probando todos los juguetes. Esa felicidad de los nietos era su mejor regalo de Reyes. Abrió los ojos y vio el silencio en el que se encontraba y la soledad. Las lágrimas caían por sus mejillas, entornó los párpados y empezó a recordar su infancia, y lo que eran esas fechas para ella y su familia; bastante diferentes de las actuales. Vivía en un pueblo lejos de Madrid, donde nació, pero cuando le daban las vacaciones se iba con sus hermano y sus padres a la capital. Allí estaba toda su familia, los abuelos paternos, en cuya casa se quedaban, y su abuela materna, tíos, primos; en fin todos unidos. Recordaba a su abuelo con adoración, la misma que él sentía por ella. Por las tardes llevaba a los nietos a ver los belenes, que en aquellos tiempos ponían los grandes comercios en sus escaparates; de allí a la Plaza Mayor, donde estaban todos los tenderetes y puestos con figuritas para los belenes; en otros había panderetas y tambores y alguna zambomba. Lo que no había entonces, recordaba Julia, eran árboles de Navidad, eran casi sesenta años 57
atrás en su vida, pero a ella y a su hermano siempre les caía “algo”el abuelo no les negaba nada y el belén cada año era más grande Luego venía la Nochebuena, ahí sí que lo pasaba mal, pues a su padre todos los años, le regalaban dos capones, o sea dos pollos gigantes que llevábamos en el tren todos los años, igual cargados con esos bichos que ella detestaba verlos pero más aún, tener que comérselos, Pero el abuelo siempre le sacaba la cara, en la cena no comía, le castigaban a no comer de nada si no comía pollo, pero eso era superior a su estómago, así que se quedaba sin cenar y luego a escondidas y sin que sus padres lo supiesen la abuela le daba otra cosa, y todos contentos. Después de la cena los niños de todos los vecinos salían a jugar a la escalera, y los mayores iban de casa en casa a tomar pastas y vino dulce o aguardiente, y todos eran como una gran familia, todas las puertas abiertas y la chiquillería, sube y baja, con las panderetas y la zambomba, también pedíamos el aguinaldo y nos sacábamos unos céntimos de entonces. 58
Pasada la Noche Vieja nos íbamos a casa de nuestra abuela materna, pues su cumpleaños era el día de Reyes. Vivía frente al Palacio Real y desde sus balcones veía la Plaza de Oriente. Con esa abuela estaba muy bien pero lo que no le gustaba era ir de “pija” como se dice ahora, le ponía unos rizadores de hierro, que eran una tortura, y un lazo de seda en el pelo más grande que su cabeza, pero no podía protestar era una zona de Madrid en la que todas las niñas iban igual de “repipis”. Nos bajábamos con las amigas a jugar a la plaza, tenía allí sus amigas, pero le gustaban mas las del otro barrio. En la plaza había una tartana con un borriquito que tiraba de ella, y se llamaba Perico, daba la vuelta a la plaza, tenía seis asientos pero todos nos peleábamos por ir encima del borriquito nos parecía ser como reyes llevando a los demás. Pero lo que más le gustaba a Julia era estar los miércoles, con su abuela materna sobre todo en verano pues la bajaba a la Plaza de la Armería, que está a un lado del Palacio Real. Allí llegaban en preciosas carrozas los Embajadores de otros países a presentar al 59
general Franco sus cartas credenciales y era todo un espectáculo, iban escoltados por la Guardia Mora, todos en preciosos caballos, que a Julia la hacían soñar con Princesas de ensueño, y Príncipes que las rescatan a caballo; fantasía no le faltaba, sobre todo al ver tanto lujo tanto de carrozas como de los trajes de los moros. Recordaba Julia los Reyes, eso era grandioso, la alegría de ver tantos juguetes, y también su gran desilusión, la más grande de su vida, fue cuando se enteró del “secreto” de los Reyes pues la criaron tan ingenua que ya era algo mayor cuando se enteró de la noticia. Luego la vuelta al pueblo, al colegió y a la vida normal, igual que ahora les pasaba a sus hijos y nietos. Julia abrió los ojos, otra vez estaba llorando, y pidió un deseo: que pasados los años, sus nietos sintieran el mismo amor y ternura que ella sentía por sus abuelos. A pesar de los años pasados, nunca podría olvidarlos, pues los mejores días de su infancia habían sido las vacaciones pasadas con ellos, era tanto el cariño recibido que jamás podría borrarse de su mente; ese 60
amor y ternura estarían con ella hasta el final de sus días. Pensó y ahora a esperar otra Navidad para estar todos juntos de nuevo, o algún cumpleaños en los que también se reunían todos como una piña. Cuando estaban todos juntos, ella decía que la casa cobraba nuevamente “vida” la que le faltaba desde la muerte de su esposo, y que ella decía es una casa “muerta” cuando no tienes con quien hablar, los días son eternos. Gracias que se había matriculado en un centro de adultos, e iba tres días pos semana, allí lo pasaba genial, tenía dos profesores encantadores, y unas compañeras geniales, que nos lo pasábamos muy bien y eso, y el ir a su parroquia a un coro, le estaba devolviendo la ilusión perdida, la vida tenía que seguir adelante aunque uno no tenga ganas. Llamaban a la puerta, y Julia se levanta de su sillón, y que alegría son sus nietos. Se seca las lágrimas de sus recuerdos, y cuando le preguntan: "¿qué te pasa abuela?" tiene que decirles una mentira, "se me ha metido una mota en el ojo", por no decir 61
"¿os echo tanto de menos?" Pero con las tareas del colegio, los entrenamientos, la natación, hoy en día no tienen tiempo para nada las criaturas, y apenas los veo ni a mis hijos todo el tiempo es poco para trabajar. !Cómo ha cambiado la vida¡, pero lo importante son los sentimientos y esos son buenos, aunque cada uno estemos en nuestras casas, la vida es así, y así hay que tomarla, y cuando te sientes sola y triste, pues ya se sabe a vivir de los buenos recuerdos que nos dio la vida, pues de los malos que son muchos es mejor olvidarlos.
Ángeles Fuentes Lapoulide Calatayud
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El gusano de seda Voy a escribir sobre el gusano de seda, que fue con lo que disfruté mucho cuando era muy chica, y que formó parte de mis juegos. Hoy día, los juegos de los niños, adolescentes y jóvenes, no se parecen en nada con los de mi niñez, y es porque han pasado muchos años. Ahora, todo es ciencia y electrónica, de lo que yo, también disfruto pues en el ordenador me lo paso muy bien. La época del gusano de seda es en primavera cuando los árboles empiezan a florecer, y son las hojas del morero el alimento de los gusanos en cuanto salen del huevo. Yo, en una caja de zapatos y sobre un paño blanco, guardaba los huevos del año anterior que habían puesto las mariposas, eran, como cabecicas de alfiler. Al salir ni se veían de tan finicos, por lo que había que ponerles enseguida las hojas de morera, si no, morían. No pasaban muchos días y ya se iban viendo a los gusanicos cómo 63
aumentaban de tamaño, pues no paraban de comer y comer. Cuando ya se les podía coger con los dedos, uno por uno los iba cambiando a otra caja en la que había puesto las hojas verdes, frescas y grandes como la palma de la mano que todos los días me traía mi abuelo. Eran inofensivos al cogerlos y muy suaves al tacto, y esa era la forma de su crianza, pues como seres vivos, necesitaban la limpieza y el alimento fresco. Unos eran blancos, otros grises y otros más oscuros, los había con rayas o anillados en negro, que los chicos que solían venderlos decían, que éstos eran chinos. Los capullos también se diferenciaban, pues había blancos y de distintos tonos en amarillo. Yo, me pasaba muchas horas contemplando su modo de alimentarse, cómo subían y bajaban por el canto de las hojas, y se puede decir, que más que comer devoraban, con movimiento rápido de su boca, que era como un piquito. Acercaba la oreja, y oía el "ras, ras, ras" continuo y pienso si así seguirían también por 64
la noche, pues los tapaba con el tape de la caja agujereado, aunque nunca se salían. Cuando llegaban a ser del tamaño del dedo índice de nuestra mano, dejaban de comer, y es que seguramente habían cumplido su ciclo; se arrimaban, bien a los lados de la caja, bien a los rincones, y empezaban a formar el capullo, algo de lo más curioso, aunque mejor decir, ¡maravilloso!. De su piquito, segregaban un hilo finísimo, lo que se dice que es la seda, y también con movimiento de subir y bajar sin descanso. Día a día el gusano se iba encogiendo y cubriéndose hasta que ya no se le veía, pues había cubierto y endurecido el capullo. Entonces era, cuando yo con mucho cuidado, los despegaba y los colocaba en otra caja en la que había puesto una tela blanca. Medía el capullo, poco más de dos centímetros, y pasados unos días, otro ciclo creo, se abría un agujerito por arriba del capullo y salía una rara mariposa con pelusilla y alas, que se movía pero no 65
volaba. Mirándolas se apreciaba la metamorfosis que se había producido, pues su cuerpo anillado tenía la forma del gusano cuando elaboró el capullo. Se las veía copular unas con otras, pues claro, serían de distinto sexo, y al poco ponían muchos huevecicos, que como ya digo, eran como cabecicas de alfiler. Cumplida esta su misión, morían, y ¡qué cosas! quedaban como desgajadas y las alas se deshacían. Mis hijos, en los años cincuenta, tuvieron gusanos de seda y los recuerdan, pero ya en los años noventa, mis nietos no; espero que algún día lean esto, para ellos desconocido, pues yo, ya no he vuelto a ver nada de lo que llevo contado. Y quiero hacerles ver con estos recuerdos que, para mí, aquellos juegos eran mejores, pues nos enseñaban a conocer y apreciar la naturaleza. Y ahora, con mi vida tan avanzada ya, pienso que, cumplido mi ciclo ¿esa metamorfosis del gusano de seda, acaso no es la misma por la que pasamos todos, para que la vida continúe? ¡Qué misterio! ¡Qué maravilla! 66
Según tengo oído, es en China y Japón donde el gusano de seda es una gran industria, pues con ¡millones! de capullos, los escaldan y de ahí sale la seda natural.
María Luisa Pérez Arántegui Calatayud
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La comunión de Marina Aquella tarde fui a visitar a mi hermana Carmen, pues se encontraba delicada, la encontré junto al balcón, en la mesa camilla, la besé y me fui a sentar frente por frente a ella, después de comentar su estado de salud, entramos en una pausa silenciosa, mis ojos recorrieron la habitación y se posaron en el retrato de primera comunión de mi sobrina Marina y mi mente se traslado hacía aquella primavera del año 1950. ¡Las veces que le mandó irse a la cama! Marina vino aquella tarde del catecismo toda nerviosa con una nota del Sr. Párroco en la que citaba a los padres de los niños de primera comunión para determinar entre todos dicha fecha. Marina, aunque muerta de sueño, no quería irse a la cama sin comunicárselo a su padre, a pesar, que su madre, le dijo mil veces, que ella se lo diría, que no se le olvidaría. ¡Cómo se lo iba a olvidar! si hacía días que lo llevaba rondando por la cabeza, 68
pues aquel año habían tenido muchos gastos y se le avecinaba otro más, pero ¿quién diría a Marina que esperara otro año a tomar la comunión, si esta no tenía otra casa en la cabeza, que la gran ilusión de su primera comunión? En la cocina, mientras Antonio cenaba, Carmen iba contándole sus indecisiones, y Antonio, ante la incertidumbre de su mujer, levantó los ojos del plato y le dijo: “y ¿por qué no este año, todos tenemos salud y no estirando el brazo más que la manga, se puede hacer?”. Carmen dudaba, ella quería hacer una comunión a manera de Borja, pero la situación ahora no era tan boyante, Antonio le sugería: “sí, Carmen sí, no le des más a la cabeza, que lo importante es la niña”. A la mañana siguiente, Marina corrió a contárselo a su padre con una alegría y un entusiasmo que terminó de decidirlo. La comunión quedó concertada para el catorce de mayo, y los preparativos tenían que empezar ya. Carmen y Antonio prepararon viaje para ir a la capital a ver telas y ropas de 69
primera comunión. Antonio dijo: “a mí no hay que comprarme nada, llevaré el traje que me compraste para la comunión de Borja, y también me servirán la camisa, la corbata y si me aprietas, hasta los zapatos, pues desde entonces no los he llevado sino en contadas ocasiones”. Carmen apuntó: “yo tampoco necesito nada, ya me apañaré con lo que tengo”. A lo que Antonio le replicó: “yo quiero que tú vayas muy guapa, las chicas de mi casa, tienen que ir guapas”. Carmen en aquel momento supo por qué quería tanto a Antonio. Quedaron en ir a la capital un martes. Carmen y los niños irían de compras y Antonio aprovecharía para hacer unas gestiones pendientes. Cuando volvieron a verse, a la hora convenida y en el sitio citado, Antonio vio en los ojos de su esposa e hijos un brillo de felicidad y complicidad que no olvidaría nunca. Cuando llegaron a casa, los niños se acostaron, y al quedarse solos, Carmen besó a su marido y le dijo radiante: “me parece que he hecho buenas compras, todo sencillo, pero muy bonito”. Se atropellaba 70
contando con entusiasmo todo lo ocurrido, Antonio con cariño le dijo: “tranquilízate mujer, ya me lo contarás más despacio, tú también estas cansada, vamos a la cama”. Al día siguiente, Carmen y los niños fueron a casa de Hortensia, la modista del pueblo, y acordaron poco más o menos los modelos, y les tomó medidas. La semana previa a la comunión fue muy apretada, pues tuvo que ir al horno a elaborar tortas, mantecados, magdalenas y demás dulces, menos mal que contaba con la cooperación de tía Ana y Salomé, que tenían mucha experiencia en estas lides. Para la comida no se preocupaba, tenía suficientes animales en el corral, si eran pocos dos, pues tres; y todo que pudieran lo dejarían hecho con antelación. ¡Por fin llegó el gran día!. Un día espléndido de mayo. Antonio fue el primero en vestirse y se encontró con la grata sorpresa de estrenar camisa, corbata y zapatos, la verdad que estaba muy elegante. Borja, iba todo de estreno y tan repeinado que parecía un figurín. 71
Carmen vestía un sencillo traje chaqueta de entretiempo, se había peinado con esmero y se había dado un ligero toque de color en los labios y estaba muy guapa. La niña, la reina de la fiesta, estaba preciosa, con su larga y brillante melena, le habían formado unos tirabuzones que se sujetaban a una diadema decorada con finas florecillas y de la cual salía un velo de tul ilusión. Su vestido era de organdí y a la niña le sentaba como un guante, los calcetines de perlé, los zapatos de charol, todo de un blanco inmaculado. Lucía unas sencillas alhajas regalo de la familia y que a Marina le hicieron mucha ilusión. Unos diminutos pendientes, una nomeolvides, una medalla que pendía de una fina cadena al pecho, y un sello en su dedo corazón, que le habían enrollado un hilo por la parte bajera porque lo habían comprado grande para que le sirviera para más tiempo, pero que como todas niñas, lo perdió pronto. La eucaristía empezaba a las nueve y al tocar el segundo toque, la familia y los invitados se encaminaron hacia la iglesia. 72
Antonio llevaba del brazo a Carmen, Borja iba al lado opuesto y la niña caminaba delante de toda comitiva. Al llegar a la puerta de la iglesia, ya había otros niños de primera comunión con sus invitados formando un numeroso grupo al cual se unieron. No tardó en salir el sacristán para invitar a los padres a que entraran en la iglesia y ocuparan los bancos reservados para ellos y los niños que fueran formando la fila de a dos como habían estado ensayando. Antonio y Carmen, cuando oyeron los primeros acordes del coro parroquial con que se iniciaba la ceremonia y vieron a su hija acercarse al altar entre todos niños, sintieron una emoción enorme, era como una azucena, sencilla y bonita, pero esto no fue nada en comparación cuando llegó el momento supremo de la comunión, cuando Marina fue al banco de sus padres y se puso entre ellos para que la acompañaran al altar y recibir al Señor. Marina se encontraba nerviosa y emocionada ante el acontecimiento que
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todas niñas soñamos y recordamos durante toda la vida. Los padres luchaban porque la emoción no aflorara, pero como la voluntad es un motor difícil de controlar, cuando llegaron al altar, su visión se nubló por la cortina acuosa que brotaba de sus ojos. Salieron de la iglesia entre un alegre repiqueteo de campanas y todo fueron besos, parabienes y enhorabuena. La niña no paraba de repartir besos y recordatorios mientras recibía numerosas cajas de bombones y algún dinero que lo metía en la limosnera. Cuando llegaron a casa el comedor se llenó de invitados así como la salita y hasta en la cocina se comían las deliciosas pastas y el sabroso chocolate elaborado por tía Ana y Salomé. Allí se cantaron jotas y canciones que estaban de moda. El tío Pepe que tenía cámara fotográfica estuvo sacando fotografías hasta que agotó los carretes. Las niñas se ponían lazos en el pelo fabricados con servilletas de papel y correteaban felizmente por toda la casa. 74
La comida fue más tranquila, pues sólo estuvieron los familiares más íntimos que dieron buen paso a los manjares dispuestos para tal conmemoración. Aquel fue un día alegre y feliz para todos, pero en especial para Marina.
Pilar Gómez Calatayud
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Manolete nunca toreó allí Eran las cinco de la tarde. Iba a comenzar la corrida de una toros en una hermosa tarde del mes de junio. La plaza, como siempre, tan animada aunque no toreara Manolete. La verdad es que en ese coso no torearía nunca Manolete. Lo primero porque no era una plaza de primera; bueno, la verdad es que ni siquiera era una plaza de toros sino un enorme corralón, propiedad de mi tío Valentín. Como no tenía puerta, entrábamos a jugar cuando salíamos del colegio. Las ventanas de mi casa daban también allí. Nos juntábamos mis hermanos y yo y nuestros amigos y amigas, que entonces teníamos de 8 a 11 años, y lo que más nos gustaba era jugar a los toros. Había un brocal de pozo muy grande y ésa era nuestra plaza. Nos sentábamos alrededor para ver la corrida. De toro hacía un chico que salía con dos cuernos en las manos y el torero utilizaba como capote una tela roja cosida por nuestras madres. 76
De hacer las banderillas nos encargábamos mis hermanos y yo. Ellos traían los palos y les ponían en la punta un clavo. Y yo, con papel de seda de varios colores cortado a tiras, les ponía los adornos. Haciéndole varios cortes y rizándolo con unas tijeras, iba rodeando los palos. Quedaban tan bien que parecían de verdad. Gustaban tanto que hasta nos encargaban y vendíamos algunas. A 25 céntimos cada una, que era bastante en los tiempos de la postguerra, pues tanto a mis amigas como a mí nos daban un peseta de propina los domingos y era para toda la semana. Así es que, además de divertirnos, nos sacábamos unas perrillas. Algunas veces, cuando se celebraba alguna corrida de toros de verdad, como el corralón estaba junto a la plaza, aunque no la veíamos, aprovechábamos la música, los olés e incluso los pitos para hacer nuestra particular corrida. Una tarde nos enteramos de que a Manolete le había cogido un toro en la plaza de Linares y había muerto. Por nuestra pequeña afición a los toros lo sentimos mucho y quedamos tan conmocionados 77
que tardamos un tiempo en volver a nuestros juegos taurinos. Por entonces también nos dedicábamos a hacer teatro. Las obras casi siempre nos las inventábamos nosotros. A veces incluso nos cambiábamos los papeles y los chicos se vestían con nuestras ropas y nosotras con las suyas. Utilizábamos un escenario que nos habían hecho nuestros hermanos mayores, con unas tablas que adornábamos con farolillos y banderitas hechos por nosotros mismos. Venían a vernos chicos y chicas del barrio y lo pasábamos muy bien. Un hecho me impresionó mucho en aquella época. Sucedió en mi calle, frente al corralón. Iba un muchacho montado en un caballo, avanzaba muy rápido y de repente frenó y salió despedido por encima de la cabeza. Nos acercamos a ver qué le había pasado y casi me pongo mala de ver cómo le faltaba un trozo de carne de un brazo. Hoy en día, aunque han pasado tantos años, parece que lo estoy viendo todavía. No faltaban Recuerdo una
tampoco travesuras. travesura que 78
protagonizamos mi hermano Ángel y yo. Una tarde de lluvia nos aburríamos en casa y le dijimos a mi madre que nos bajábamos un rato al patio, donde estaría algún amigo, para jugar. Ella nos dijo: “Bien, pero no salgáis a la calle”. Bajamos y, como no había nadie, se nos ocurrió salir a pisar charcos. Estuvimos calle arriba y calle abajo y, cuando estábamos calados de los pies a la cabeza, regresamos a casa. Cuando mi madre abrió la puerta y nos vio completamente calados se asustó tanto que casi ni nos regañó, pues todo su afán fue quitarnos las ropas mojadas y secarnos bien. Nos puso los pijamas y nos metió en la cama. Al rato nos trajo un trozo de tortilla de patata y un vaso de leche caliente. Gracias a sus cuidados no nos acatarramos y todo quedó en un castigo de varios días sin salir a jugar a la calle. ¡Ah!, pero la tortilla de patatas estaba riquísima. Guardo muy buenos recuerdos del corralón pero también uno no tan bueno. Sucedió un día que me iba con mis padres de paseo a la alameda. Mi madre me puso un vestido nuevo que estrenaba ese día. Mientras ellos se arreglaban me bajé a la 79
calle a esperarlos y me puse a jugar con un carro que había a la entrada del corralón. Me agarraba a las cadenas que colgaban de los dos palos, donde se sujetaba a la caballería, y me deslizaba arrastrando los pies por el suelo. Lo había hecho muchas veces pero nunca con ese vestido que tenía mucho vuelo. Después de deslizarme muchas veces me di cuenta de que me había pisado y roto todo el aro del vestido por detrás. Subí a casa y mi madre al verme me dio un bofetón que me puso la cara colorada y eso que ella nunca me pegaba, pero sé que entonces lo merecí. Desde entonces han transcurrido bastantes años. Un día regresé a la ciudad donde viví ocho años de mi niñez. Al pasar por donde estaba nuestro querido corralón sentí nostalgia de los buenos ratos pasados allí. La plaza en la que nunca toreó Manolete es ahora un banco y un moderno edificio de viviendas. Pero mis recuerdos perdurarán siempre.
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Milagros MĂnguez GutiĂŠrrez Calatayud
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Una historia de amor a las madres Nací en un pueblecito pequeño donde residían mis padres, fui muy feliz en mi infancia, no me faltaba nada, iba al colegio más caro aunque mis padres eran humildes, ellos iban a trabajar para que a su hija no le faltase nada, y fui creciendo pensando que todo era bello y que no había maldad en la vida pero fue todo lo contrario. Es bonita la niñez cuando ves que unos padres te quieren tanto y que ellos se quieren todavía más y que vamos creciendo sin darnos cuenta, como crece una rosa en un rosal, pienso que la vida es como un rosal, se siembra una semilla y empieza a crecer y llega la primavera y nace una hermosa rosa, pero da pena pensar en que enseguida se marchita y se muere, así es la vida en si se crece y se muere y piensas para qué todo esto qué he hecho mientras iba creciendo cada día. Me acuerdo cuando tenía siete años de una anciana que vivía enfrente de mi casa, que todos los días se bajaba a tomar el sol y a merendar y me decía “sabes, cuando llegues a mayor verás cómo todo 82
cambia, verás cómo hijos hipócritas llevan a sus padres al amparo, o sea al asilo, cómo yo iré cuando mi hija se case”, yo al principio le dije que no, que su hija la quería demasiado como para hacerle eso, pero me dijo, no olvides nunca esto: los ancianos somos como trastos viejos, cuando te cansas los tiras, pues los mismo me pasará a mí, en vez de tirarme me abandonarán, Yo aquella noche no pude dormir pensando si sería verdad que a unos padres que quieres tanto, que darían la vida por ti se pueden abandonar como si fueran trastos viejos; y así fue, la hija se casó y la pobre anciana fue a parar al asilo, yo lloré y pensé que su hija era muy mala y un día vi a su hija y le pregunté por su madre y se me echó a llorar diciendo: “ya no está, se ha tenido que marchar”, y yo le pregunté por qué, me dijo: “niña eres muy pequeña para que lo comprendas, cuando seas mayor ya lo entenderás”. Pasó un tiempo y fuimos a verla al asilo, me dio tanta pena y angustia que me puse a llorar y me dijo: “niña no llores ya no soy tan feliz como era antes cuando te quitaba el bocadillo pero comprendo que a mi hija le molestaba, aquí tengo amigas pero me siento muy sola y 83
triste pero sigo queriendo mucho a mi hija y le perdono, espero que algún día sus hijos no le hagan lo que me ha hecho ella”. Pasaron años y un día volví a preguntar por su madre y me dijo que había muerto muy sola, que su madre la había perdonado ya que era lo más bonito que había tenido en su vida. Pasó el tiempo, la hija se casó se fue muy lejos, pero yo seguí en mi barrio querido, pasaron años y la hija volvió, pues la vida la había tratado muy mal, tuvo un marido que le pegaba que se iba con quien quería, de aquel matrimonio había tenido dos hijas, una se había quedado en el extranjero y la otra volvió con la madre, tuvieron que alquilar un piso, ponerse a limpiar casas, escaleras y volver al antiguo barrio ya que era donde más baratos iban los pisos, como no tenían muebles ni nada, entre muchos vecinos conseguimos, dentro de nuestras posibilidades, darle alguna cosa como muebles, ropas, platos, vasos, etc que no sobraban, fueron pasando los años, la chica se casó con un buen hombre y se fue también al extranjero como su hermana y nunca se supo nada de ellas, se fueron de noche y a la mañana siguiente la madre se 84
levantó chillando diciendo que su hija le había robado todo que tenía de valor y que le había costado tanto sudor conseguir con su trabajo. Fueron pasando los años y empezó a envejecer y destino de la vida, enfermó y no pudiendo ayudarla con su enfermedad, decidimos unos cuantos vecinos hablar con mucha gente hasta que conseguimos una plaza en el asilo y ella se fue llorando diciendo la cruel realidad se repite, yo que pudiendo haber cuidado de mis padres no quise ahora me arrepiento cada día y cada momento de mi vida y lloro cuando nadie me ve, yo que tenía dos hijas que las he perdido, ya que no sé dónde están, me estáis ayudando como si fuera vuestra familia, jamás podré agradeceros todo lo que habéis hecho por mí. Vimos cómo se iba con lágrimas en los ojos. Al poco tiempo se murió de pena. Nosotros antes de que muriese íbamos mucho a visitarla, le contábamos cosas del barrio, le llevábamos chocolate, galletas y caramelos. Al morirse, como no sabíamos la dirección de las hijas, conseguimos por 85
mediación de unas amigas de la hija la dirección y se les avisó que su madre había fallecido, pero nos contestaron que ellas no tenían madres y no se iban a gastar dinero para venir al entierro. Después del entierro las monjas nos dijeron que había dejado una hermosa carta para sus hijas y que si por favor la podíamos mandar, nos dijeron que la podíamos leer, así que la mandamos, quizás lloraron y sintieron dolor, nunca lo sabremos, pero nosotros sí lloramos desconsoladamente al leerla, la carta decía así: Queridas hijas: Os he querido con toda mi alma y os he dado todo lo que he podido, amor, comprensión, todo lo que una buena madre suele hacer pos sus hijos, no como yo hice con vuestra abuela, ella me dio todo su amor y su corazón pero yo no supe ni agradecerlo ni entenderlo, pensé que era su obligación, quizás por eso me olvidé, ya que madre solo existe una y que da todo por nada, ahora lo he entendido después de haberla abandonado como un trasto viejo, me arrepiento hasta en los momentos últimos de mi vida llorando, nunca me lo perdonaré pero vosotras queridas hijas, a mí ha sido peor ya que después de haberos dado todo mi amor, cosa que yo no hice con mi madre, me abandonasteis como un trasto viejo, lo mismo
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que hice yo con mi madre. Pero queridas hijas yo os perdono ya que lo más grande es el amor que me tuvisteis aunque fuera por egoísmo, mientras erais pequeñas. Esto compensa todo, pero por favor, pensad que tuvisteis una madre que os quiso con todo el amor del mundo, no hagáis nunca lo que hice yo con vuestra abuelo ni lo que habéis hecho vosotras conmigo, solo deseo que tengáis un buen recuerdo de vuestra madre que os quiso con todo el amor del mundo y que os perdono por todo lo que hicisteis. Solo deseo que améis con locura a vuestros hijos, si es que los tenéis y contarles que tuvieron una buena abuela que os quiso con amor. Hijas espero que esto os llegue algún día a vuestras manos y la tengáis como un hermoso recuerdo de una madre que os amó. Besos.
Con esta hermosa carta para nuestros mayores que les debemos la vida, quizás por eso tendríamos que pensar más en ellos ya que nos han dado lo más bonito, la vida, y que se han desvivido por vosotros. Con amor una madre. Siempre recordaré a aquella anciana encantadora que se me comía los bocadillos de la merienda, pero que me hizo comprender lo más bonito de la vida, el amor a una madre. 87
Felicidad MelĂşs Navarro Calatayud
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Más allá de mis tierras Aquella noche no pude pegar ojo por más que lo intentaba. Y el motivo de ello lo recuerdo hoy, en un día claro y con nostalgia. Al fin y al cabo fue decisivo y marcó mi vida. En el año 1950 en un pueblo muy pequeño cerca de Calatayud, del que cabían holgadamente todos los vecinos dentro de mi corazón y aún sobraba corazón, parecía que el tiempo se había detenido. Y en esa noche de la que estoy hablando, el sueño no acudía a mí debido a que al día siguiente iba a abandonar todo aquello que quería: mi familia, mis amigos y aquellos que me habían visto nacer, con todo lo que esto significaba para mí. Yo era una niña que tenía cumplidos trece años. Era la más pequeña de cinco hermanos; todos nos queríamos mucho. Mi madre nos dejó huérfanos siendo todos pequeños, mi padre cuidaba de nosotros; trabajaba bastantes horas al día, desde que amanecía hasta que se marchaba el sol, y no podía estar mucho con nosotros. 89
Pero ¿por qué una niña de trece años debía abandonar todo su pequeño universo aquel día cuando empezaba a salir el sol?. Todo comenzó tiempo atrás cuando recibimos carta de mi tío Manuel, hermano de mi madre, desde Barcelona. Él se había marchado siendo joven a trabajar, se casó pero no tenía hijos. Tenía un pequeño comercio, las cosas le iban bien, y había decidido que alguna de sus sobrinas acudiese junto a él; según él, se encontraban muy solos, me daría estudios en un buen colegio, y quien sabe si el día de mañana continuaría con su negocio. Mi padre decidió que fuera yo la afortunada por ser la más pequeña. Yo, que hasta entonces había tenido una vida de lo más normal en mi pequeño pueblo, donde mis hermanos y amigas tanto me querían y que hoy mi corazón tanto se lo agradece. Mi padre se ocultaba intentando disimular su pena, mis hermanos lloraban preparándome la maleta con mis ropas y alguna cosa que mi padre mandaba a mis tíos. Unas vecinas mayores me obsequiaron con dinero, costumbres de la tierra. 90
Cuando llegó el momento de partir miré a la puerta de mi casa, donde estaban mis hermanos y vecinas; todos tenían lágrimas en los ojos. Mi padre y yo nos fuimos andando a Calatayud para coger el tren que me llevaría a Barcelona. Mi padre me recomendó al revisor para que me cuidara, diciéndole que mi tío estaría esperándome en Barcelona. Recuerdo a mi padre parado en el andén con su mano levantada hasta que quedó una imagen borrosa, a causa de mis lágrimas. Tras catorce horas de viaje, la gente empezó a moverse y bajar maletas; llegó el revisor, al que no vi en todo el viaje, y me dijo: “Pequeña, por fin llegamos, ¿conoces a tu tío?” Le dije que sí, mentí, “Es aquel señor”. “Entonces vete, yo tengo trabajo”, dijo. Esperaba escuchar mi nombre sin quitar la vista a las personas que quedaban en el andén, pero todas se fueron; un escalofrío recorrió mi cuerpo y la angustia estaba a punto de hacerme llorar, cuando un señor mayor me preguntó: “Chica, ¿eres tú sobrina de don Manuel?”. “¿Es usted mi tío?” pregunté. Aquel hombre, que por 91
cierto tenía mala pinta, me miró y me dijo: “No, chiquilla, soy un empleado, que como soy viejo me dedico a hacer recados, y éste es llevarte a casa de don Manuel”. Allí encontré a mi tío en su despacho; me sentí muy nerviosa, porque ante mí estaba aquel hombre que me había hecho venir y ni siquiera se levantó. Yo me acerqué y le di un abrazo, entonces se interesó por mi familia, le entregué el paquete de chorizo y lomos, y poco después mandó llamar a mi tía, una señora mayor que fue algo más cariñosa conmigo. Cenamos, charlamos de la familia, y dijo mi tío: “Dori, (que era el nombre de mi tía) ésta te ayudará a hacer las cosas de la casa y limpiará el comercio, así tú ahora descansarás”. Me acompañaron a mi cuarto que quedaba en la parte más alta de la casa; tenía una cama y unas perchas para colgar la ropa. Ni que decir tiene que no pude dormir, sólo, llorar recordando a mi familia. El motivo de mi presencia allí era tener una criada; la tía me dijo que hasta que creciera, fuera aprendiendo, así me formaría y sería una mujer de provecho.
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El tiempo fue transcurriendo entre las ganas de no defraudar a mis tíos y unas clases nocturnas que tomaba en una academia; era toda mi educación. Eran aquellos unos tiempos difíciles, y por si fuese poco, mis tíos no tenían más interés que les sirviera; los lazos familiares no les importaban en absoluto. Por entonces conocí a una amiga en la academia, era de un pueblo cerca de Barcelona; nos cantábamos nuestras cosas; ella era muy feliz con sus padres, y me dijo que fuera a conocerlos; también tenían un comercio de tejidos. Cuando les conté mi problema, me dijeron que trabajara con ellos, me ofrecieron un buen sueldo, y seguiría con mis estudios. Como con mis tíos no tenía sueldo ninguno porque era familia, no lo pensé y acepté mi nuevo empleo. Allí recibí un trato especial, me consideraban como a una hija; yo necesitaba cariño y mis tíos no me lo demostraron. Un día tuve que hacer unos recados; al pasar por un café, escuché un jolgorio, y me percaté enseguida de que las voces 93
provenían de un grupo de aragoneses. Me acerqué a ellos y me dijeron: -Oye maña, pasa, ¿de dónde eres?. Soy de Calatayudles contesté. –Nosotros de Zaragoza, pasa y siéntate con nosotros. Estuve un rato con ellos, fui muy amable, era mi gente, era mi pasado. La gente que pasaba por ahí se paraba, unos y otros murmuraban entre sí comentando: -Mira, todos hablan y nadie escucha. -¿No ves que son maños?, bueno, aragoneses. Yo sonreía para mis adentros, me sentía feliz; no faltó el buen humor, el reírse de los demás y de ellos mismos. Mis tíos enfermaron, tuve que ir para cuidarlos; eran muy mayores, y no tenían a nadie; me acompañaron mis amigos. Estuvimos conversando con mis tíos, algo les dijeron a favor mío porque ellos me miraban con lágrimas en los ojos y decían que sí. Creo que llegaron a quererme al final. Murieron muy mayores; yo los cuidé con cariño por el recuerdo de mi difunta madre; con ella no lo pude hacer, era muy pequeña. 94
Me dejaron todos sus bienes, pero en mis noches sigo pensando en mi peque単o pueblo, que ahora con mis muchos a単os siempre ser叩. Mi querida tierra.
Elisa Ca単amares Gallego Calatayud
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Una tarde mágica Voy a contar un cuento. Dice así: Yo desciendo de familia de jardineros. Mi padre y mi abuelo lo fueron, y yo, heredé su afición por los jardines. Esto fue para mi una dicha ¡¡vaya si lo fue!!; gracias a ellos, mi vida fue siempre feliz, como un cuento de hadas o de magos. Arreglaba el jardín de unos señores ricos, y el espacio que tenían para dicho jardín era grande, por lo que nunca estaba ocioso. Siempre tenía algo que hacer; poner semilleros, plantar, podar y regar por las tardes al anochecer… en fin, la tarea propia de un jardinero que además le gustaba hacerlo. Me quedaba absorto contemplando la cantidad de flores de distintas especies que cultivaba. Esos parterres de margaritas tan blancas, tan esbeltas, las rosas… de tantos colores, los lirios, gladiolos, azucenas y violetas… tantas y tanta variedad de flores. Me sentía tan satisfecho de mi trabajo… Solo me ponía triste cuando la señora me decía: “José, córtame un buen 96
ramo de lilas para poner en el salón”, o de rosas o de margaritas, según la temporada. Sin saber por qué, no me gustaba cortar las flores; me parecía que las estuviera matando. A veces pensaba: Si las flores pudieran hablar ¿Qué me dirían? y ese pensamiento no se apartaba de mi mente, incluso dormido soñaba con ello. Una tarde un tanto nublada, estaba regando mis flores, y a la vez que llegó hasta mi un perfume suave y conocido, me pareció escuchar una vocecita lejana que me llama: “José… José… jardinero….” El perfume “me dijo” de donde venía esa voz y busqué en un rinconcito donde estaban las violetas. Allí había una preciosa, mirándome casi con descaro. Me arrodillé para ponerme más cerca de ella y le pregunte bajito: -¿Has sido tú, violeta guapa, la que me has llamado? -Sí, yo he sido –contestó. -¿Pero cómo es posible que yo te oiga y además te entienda? 97
-Esta tarde es una tarde mágica y por eso me oyes –dijo la violeta. -¿Y qué tienes que contarme? -le pregunté. La violeta se irguió todo lo que pudo y me habló: -Agáchate un poco más para ponerte a mi altura, porque si no tengo que gritar mucho para que me oigas y eso me fatiga, y lo que tengo que contarte es largo y serio. Hice lo que me pedía y continuó: -Mira jardinero, hace tiempo que te llamo, pero tu no me has oído hasta hoy por lo que te he dicho antes, la tarde mágica, y tengo que decirte que todas las flores de este jardín te queremos mucho y todas quieran hablar contigo, y lo harán en cuanto se enteren que hoy escuchas nuestras voces. -¿Y que esta pasando para que todas quieran decirme algo? -Pues mira; hace tiempo que los animalitos que vivían con nosotras en este jardín, los caracoles, los gusanos, las
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mariposas, todos, están muy cabreados con vosotros los “humanos”, como dicen ellos. -¿Por qué? – pregunté. -Porque los matáis sin compasión. Hace unas noches, tuvimos una reunión flores y gusanos; estos nos contaron que los caracoles están sublevados con los hombres; que tras las tormentas, cuando ha escampado, salen como fieras a la captura de los pobres caracoles y se los comen, ¡fíjate! Son unos insensatos los hombres, dijeron. Mira, en cuanto empieza a llover, los caracoles se asustan tanto, que unos a otros se gritan: “¡que vienen los humanos, corred, escapad lo antes posible…!” y como sabes, a los pobres les cuesta correr, así que les hacen una “escarda”…que parece vayan a extinguirse. Y ellos dicen: “Pero, ¿Qué mal estamos haciendo para que nos coman? Tenemos hijos pequeños que se quedan huérfanos, porque como son chiquititos, a esos no los quieren”, y eso nos tiene muy alarmadas a las flores, ¿no te parece esto una atrocidad? -Mira violeta, me dejas muy triste con lo que acabas de decirme, porque no puedo hacer nada para arreglar este asunto y lo 99
siento de verdad, porque en este jardín, todos tenéis cabida y yo estoy feliz en medio de todos vosotros; de todas formas, violeta, en “nuestro jardín” entran pocos o ningún humano ¿eh?. -Sí, ya lo sé; pero sabes cómo son los caracoles, que les gusta fisgar por todas partes y claro, salen de nuestro jardín para ir a otros sitios y mira ¡los cazan! En fin, yo te lo cuento porque mis amigos los gusanos lo comentaron la otra noche muy enfadados. -¿Algo más, violeta? -Sí, sí. Más cosas tengo que contarte. Mira, entre los gusanos hay un ciempiés que esta enamorado de todas nosotras, y se pone muy pesado porque todas lo rechazan. -¿Todas? -Bueno, es que las rosas dicen que es muy chiquito para ellas; que las rosas son las mas bonitas del jardín y aspiran a algo mas que un ciempiés. -¿Y las margaritas?
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-Esas, como siempre están mirando al cielo, ni se enteran y ni se dignan mirarlo ¡pobrecito! -¿Y las azucenas? -A las azucenas les dice requiebros, pero ni caso le hacen; como tienen ese perfume tan intenso se creen las más importantes del jardín. No le hace caso ninguna flor y el pobre esta “coladito” por todas. El jardinero le preguntó: “Y tú, violeta, ¿no le gustas al ciempiés?” -¡Oh! sí, ya lo creo que le gusto pero… -¿Pero qué, violeta? ¿También tú lo has rechazado por chiquito? -No, por eso no; pero es que yo soy una flor de las más humildes del jardín; la que vive y crece siempre en la umbría y, claro, soy un poco “fría” y francamente del amor “paso”: con mi perfume y aquí en este rincón solitario soy feliz y no necesito el amor para nada. El jardinero se quedó helado con los comentarios de la violeta, y pensó en escuchar esa tarde mágica al ciempiés si 101
tenía ocasión de encontrarlo, y claro, como el DIA era como era, lo encontró El pobre estaba muy triste y le preguntó el jardinero: ¿Qué te pasa, amigo? Me han dicho que tienes “mal de amores” ¿es cierto? -Es cierto, sí. No me quiere ninguna flor. Todas me dicen que no, con todas sueño que si. Deben creer que porque soy un ciempiés gasto calcetines y se asustan. No lo se pero no me quieren. -¿Qué podría hacer yo para ayudarte a encontrar el amor? ¿Has pensando en la milhojas? Es una bonita flor y no es orgullosa, al contrario, es tímida, es chiquita. ¿Por qué no pruebas con ella? El ciempiés se quedo pensativo y le dijo al jardinero que sí, que le iba a “echar los cariños” a la milhojas ¡vaya que sí! Y se declaró, y ella le dijo que sí; y se casó la milhojas con el ciempiés chiquitín. A la boda asistieron todos los gusanos, todos.
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Estaban encantados y un poco envidiosillos de la suerte del amigo ciempiés. Parece ser que a más de alguno le habían dado “calabazas”. Por supuesto que también acudieron a la boda la familia de caracoles. Venían “corriendo” y un poco tristes porque hacía poco rato que había llovido y habían tenidos “bajas”; pero era el DÍA feliz de sus amigos y aunque un poco cariacontecidos, no quisieron hacerles un desprecio a sus compañeros de jardín, la milhojas y el ciempiés chiquitín… Y coloran colorado….
María Luisa Serrano Calatayud
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Cobardía Un hombre con aspecto de vagabundo dormía, a plena luz del día, tumbado en un banco de la plaza. Su aspecto era lamentable; llevaba barba de varios días, el pelo sucio y enmarañado, sus ropas, además de gastadas por el uso eran demasiado amplias para cobijar su delgado cuerpo. En sus manos llevaba una hoja de periódico, tan agarrada como si fuese un tesoro, y a un lado del banco había una botella en la que apenas si quedaba un dedo de vino . La gente pasaba sin prestarle atención y si alguien lo miraba, movía la cabeza como diciendo ¡qué desastre de hombre!, ¿cómo no le dará vergüenza? Un par de ancianos se le quedaron mirando y en sus rostros se les vio un gesto de repugnancia. Aquel pobre hombre les dio tema de conversación para todo el día, y no precisamente para compadecerse de su situación. Ya casi anochecía cuando Andrés despertó; miró a su alrededor, todavía adormilado; al ir a pasarse las manos por los 104
ojos, reparó en el periódico que sostenía en ellas. Se sentó en el banco que le había servido de cama, y sus ojos se anegaron de lágrimas, que, al bajar por sus mejillas, dejaron su huella en contraste con la suciedad de su rostro. Dobló cuidadosamente la hoja del periódico y se la guardó en un bolsillo de la amplia chaqueta. Se acercó a una pequeña fuente que había en medio de la plaza y se lavó la cara y las manos, secándose con un mugriento pañuelo; sacó un peine, al que le faltaban varias púas, y después de mojarse el pelo, se peinó. Deambuló sin rumbo por las calles de la gran ciudad. Llevaba todo el día sin comer, pero no tenía hambre. Por primera vez en muchos años echó en falta un hombro en el que apoyarse para desahogar toda su angustia. Cansado y sin fuerzas se sentó en las escaleras de la Catedral. En las casas de enfrente se veían luces encendidas en varias ventanas; recordó cuando él tenía su casa y su familia. Se miró a sí mismo: su casa era la calle, su techo las estrellas y su familia ... ¿cuántos años hacía que abandonó su 105
hogar? ¿treinta, cuarenta?; no lo recordaba, había perdido la noción del tiempo. Muchos años atrás Andrés era un rico empresario, apuesto y jovial, casado con una preciosa joven de familia acomodada. Era un matrimonio feliz. A los dos años de casados nació un hijo al que le pusieron el nombre de Aarón. Cuando Aarón tenía cinco años, el negocio de Andrés empezó a fracasar. Él intentó en vano sacarlo adelante, pero lo único que consiguió fue endeudarse más y más... Pidió dinero a sus amigos; éstos al principio le ayudaron pero... poco a poco dejaron de hacerlo. Andrés no tuvo la valentía de contarle a Eva, su esposa, lo que estaba pasando, y, un buen día se marchó sin decir adiós dejando a su familia sin dinero y endeudados. Cuando salió de su ciudad, tenía el firme propósito de trabajar y ganar una fortuna para poder volver y ofrecerles una vida digna a su esposa e hijo. Fue pasando el tiempo, Andrés malvivía con lo poco que ganaba en los 106
trabajos que podía conseguir. Se marchó a Suiza y, llevando una vida austera, al cabo de unos años, consiguió reunir una pequeña fortuna; entonces decidió volver; pero su cobardía se lo impidió; le daba miedo que su familia lo rechazara. Fue a su ciudad sólo para verlos y saber dónde vivían; el corazón le dio un vuelco. Eva y un joven en el que reconoció a su hijo, entraban en la que siempre había sido su casa. Hubiera dado lo que le quedaba de vida por pedirles perdón y abrazarlos. En lugar de hacerlo, entró en una sucursal bancaria y les ingresó en un cheque todo el dinero que poseía. A partir de entonces se convirtió en un vagabundo; lo que conseguía ejerciendo la mendicidad se lo gastaba casi todo en vino, así cuando estaba embriagado dejaba de sufrir. Hacía frío, pero Andrés no lo notaba; seguía sentado en la escalera con los ojos fijos en un punto indefinido. En su rostro apareció un gesto de dolor al sentir como si un estilete le atravesara el corazón ... A la mañana siguiente lo encontraron muerto en la puerta de la Catedral. Había fallecido a consecuencia de un infarto. 107
Lo único que encontraron en sus bolsillos fue una hoja de periódico en la que se leía: ”Eva Estrada, madre del conocido empresario Aarón Caballero, ha sido enterrada hoy en el cementerio ...” Andrés nunca dejó de amar a Eva, y Eva jamás olvidó a Andrés. ¿Se habrán podido encontrar?
María Teresa Rodríguez Miguel Calatayud
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Perfil de un maltratador Nadie podría pensar que tras ese rostro de mirada sencilla, de persona humilde y de apariencia más bien señorial, se encontraba un ser torturado por los pensamientos de unos celos enfermizos, unos deseos de dominio y un genio desmesurado hacia su compañera; la cual a muy corta edad dejó sus raíces, amigos, familia y una parte de su adolescencia, que aún no había concluido. ¿Y para qué?, se sigue preguntando ella. Para vivir la tragedia más grande de su vida al intentar hacer feliz a un especimen que, cuántos más halagos y cariño le daba, más rechazo sentía hacia ella, que desestima y ridiculiza todo lo que hace, que rehuye cualquier acontecimiento para que ella no pueda ver el más mínimo resquicio de luz en algún otro ser también falto de cariño y que sí sepa valorar todas sus cualidades. Ello supondría que él se quedaría sin su saco de boxeo preferido, donde descarga su furia incontrolada de los problemas lógicos de la vida. Todavía recuerdo el primer día que conocí a Adolfo, que así es como se llama 109
este individuo, siempre me gustó ir a echar una “cañita” tras mi jornada de trabajo como excusa para abrir el apetito, cosa que no me hace ninguna falta por cierto, pero silenciando cosas que no vienen a cuento, voy a empezar a relatar uno de los tantos dramas que ahora estamos acostumbrados a escuchar y que por suerte no son muy allegados a nosotros, al menos en mi caso y hasta ahora. Aquel 19 de marzo, fecha tan señalada, encontré a Adolfo, que sintiéndose solo, en el bar que yo frecuentaba accedió a invitarme a mi “cañita”, ya que por lo que pude ver padecía el típico síndrome de la persona que hace poco que se ha mudado de casa y está ansioso por hacer amigos lo antes posible por lo que la forma más fácil es pagar y entablar conversación con alguien. Empezamos hablando de fútbol, o de algún otro tema que ahora mismo no me viene a mi olvidadiza cabeza ya que la tan ansiada “cañita” se convertiría en alguna “litrona” si juntásemos todas las que nos bebimos. Como era de esperar, quedamos para el día siguiente, y así continuó nuestra 110
relación que llegó a ser una gran amistad, de la cual no me arrepiento en absoluto, porque pude conocer a su esposa, Elisa. Mujer de grandes ojos verdes, altura media y curvas muy definidas. ¿Cuántos hombres darían cualquier cosa por poder salir a la calle y presumir de esa preciosidad? También conocí a Coral, una niña de trenzas negras, ojos marrones y mirada deslumbrante, se diría que no había cumplido los 11 años. Y ahora me pregunto, ¿qué visiones y pensamientos podría tener esa criatura que tantas veces había visto a su madre en el suelo con magulladuras, arrastrarse entre sollozos a algún rincón para que papá dejara de pegarle?. Con ellas se encontraba el pequeñín de la familia, que seguramente sería el fruto de algún abuso o el final de una pelea con el que calmar la ira de su tan atormentado marido, sólo que Raúl, que así se llamaba el bebé, todavía no conocía el calvario al que estaba sometida su progenitora. Sí en aquel momento hubiera sabido lo que allí sucedía, tiempo me hubiese faltado para poner remedio a aquella situación, pero ¿cómo iba a saberlo? Elisa era muy 111
prudente y reservada y jamás se abriría al diálogo con un extraño, y menos con un íntimo amigo de su marido. Eso sólo le podía ocasionar algún disgusto o algún hematoma más, pero, gracias a Dios, como se suele decir, la relación era cada vez más fuerte y todo iba viento en popa, de lo que sí puedo dar fe es que jamás noté nada raro en esa relación tan desdichada, pero nadie lo hubiese notado, ya que si la conversación llegaba al punto de la polémica, ella jamás le llevaría la contraria a su marido, aun a sabiendas de que estaba equivocado. ¡Qué engañados estuvimos hasta aquella cruel noche!. Yo pretendía conciliar el sueño e intentar olvidar la monotonía del trabajo cuando sentí la dulce mano de mi mujer, Laura, que nada tiene que envidiar a ninguna mujer por lo educada, sencilla y bien proporcionada que está, pero es normal, todavía no ha cumplido los treinta. Bueno, como iba contando, apoyó su mano en mi hombro queriendo que me volviera, a lo cual yo accedí gustosamente pensando que aquella noche me tocaba sacar la faena conyugal, pero ¡cuál fue mi sorpresa! al ver su cara angelical conteniendo las 112
lágrimas. Entonces quedé perplejo, pensando que minutos antes podría haber hecho algo que le hubiese sentado mal, sin darme tiempo a reaccionar, puso sus dedos en mi boca haciéndome entender que debía callar y escuchar lo que tan importante tenía que decirme. Así pues, empezó a contarme que horas antes Elisa le había comunicado el desastre de su matrimonio y para dar testimonio de lo que decía se la mostró desnuda, Laura, inquieta y nerviosa, me relató la gran cantidad de cicatrices que Elisa llevaba por todo su cuerpo, causadas por la hebilla del cinturón y de la suela de los zapatos de su marido. Sobrecogidos, nos preguntamos qué podíamos hacer para resolver ese problema, Laura no paraba de decirme que seríamos tan culpables como él si no lo denunciábamos. Yo no podía pensar que Adolfo fuera un ser tan abominable, y para más INRI, que jamás se les hubiese notado el más mínimo detalle en esa relación tan fracasada. Cuando llevábamos un buen rato intentando buscar una solución, nos alertó una llamada de teléfono, ¿quién podría ser a esas horas?. Lo más probable mi 113
querida suegra, que nuevamente habría olvidado decirle algo a Laura, pero ¡qué equivocados estábamos!, era Elisa, que con voz entrecortada nos pedía ayuda para que fuéramos a socorrerla y llevarnos a los niños, Adolfo había vuelto a abusar del alcohol, que últimamente lo hacía con más frecuencia, y ella era incapaz de dar dos pasos sin caerse debido a la gravedad de las heridas que el maldito de su marido le había propinado, nos reclamaba con urgencia, antes de que el maltratador regresase, pues se había ausentado, pero no creía que tardara mucho en volver y temía por la vida de sus hijos. Aún no había terminado de colgar el teléfono cuando ya me había puesto la cazadora y Laura su abrigo e intentaba tranquilizarme para que yo no perdiera los estribos pues, aunque no soy persona violenta, tras lo escuchado estaba tan enojado que mi paciencia se había convertido en coraje, y lo que haría menos falta en aquella casa sería más jaleo del que ya se había organizado. Calculo que llegamos en unos quince minutos a casa del para mí, a partir de ese momento, tan odiado Adolfo. Él no estaba, 114
pero sí Coral, que abrió rápidamente la puerta cuando después de tocar el timbre oyó mi voz. Sin mediar palabra me adelanté a ver lo que había sucedido, mientras Laura cogía a Coral y a Raúl, que ya estaba en el carricoche, y se dispuso a llevarlos a casa de la portera, que era una buena conocida de mi mujer. Yo seguí el pasillo después de mirar en la cocina y el salón, que era lo primero que encontrabas en aquel piso, hasta que por fin hallé a Laura en el dormitorio, también llamado “Nido de Amor”, en este caso, era la sala de los sacrificios, por decirlo de alguna manera, y allí se encontraba tendida en el suelo, con la cara envuelta en sangre, que le manaba de una herida hecha con algún utensilio cortante, a la altura del ojo izquierdo; con la blusa rasgada y diversas heridas en los muslos, que se dejaban entrever bajo su falda. Sin pérdida de tiempo le subí a la cama y empecé a limpiarle la cara, cuando vi que Laura, que ya había dejado a los niños, subía con un barreño con agua caliente y toallas. Yo me disponía a llamar a la policía, pero afortunadamente ya 115
entraban por la puerta, seguidos de los miembros de una ambulancia. Muy poco tiempo había trascurrido desde que los servicios médicos y Laura se habían ido al hospital, cuando se oyó el sonido de unas llaves que se disponían a abrir la puerta, entonces, los agentes que estaban charlando conmigo, como si de dos felinos se tratara, saltaron sobre Adolfo, que sin esperárselo dio un traspiés hacia atrás y se cayó al suelo, inmediatamente lo esposaron, y sin perder un minuto lo llevaron al cuartel. Yo no daba crédito a esta situación, no hacía más que pensar que esto era un sueño de alguna película de Buñuel, entretanto, sonó mi móvil, era Laura que balbuceando intentaba decirme que Elisa estaba luchando por su vida, que se había sumido en un coma profundo debido a un coágulo alojado en la cabeza ¡qué impotencia!, esa situación era insostenible, pues para más colmo a los pequeños se los acababan de llevar a un Centro de Protección en compañía de una psicóloga para que comprendieran que papá no era tan bueno como parecía, que para nada era un modelo a seguir. 116
Yo me fui a la comisaría para dar mi testimonio, y a través de unos cristales pude ver al maltratador dando su versión de los hechos a un policía, ya me hubiese gustado oír lo que decía, qué excusa pondría para justificar su acción, no creo que exista ningún motivo convincente para ponerle la mano encima a una mujer, y menos todavía si es la madre de tus hijos. Sin acabar de dar mi testimonio, vi como dos agentes lo levantaban y venían a cruzar por el despacho que yo estaba, me levanté, me dirigí a la puerta y al cruzarse conmigo lo único que se me ocurrió fue decirle, con voz muy clara, pero sin llegar gritar: “Te deseo lo peor, que las rejas de tu celda vean todos tus despertares de por vida. ¡Asesino!”. Ni valor tuvo para decir una palabra, bajó la cabeza y siguió andando. Iba camino del hospital cuando volvió a sonar mi teléfono, nuevamente era mi esposa, que sollozando y con voz entrecortada me dijo que Elisa había muerto. Y ahora, ¿qué iba a pasar?, ¿quién se iba a hacer cargo de esas criaturas?, es lo primero que me pasó por la cabeza, no sin antes desearle todas las desgracias a ese 117
desalmado. El resto de la noche la pasamos en compañía de la familia de la difunta, que entre lloros y lamentos no dejaban de maldecir a Adolfo. Iban transcurriendo los días y Laura y yo empezamos a plantearnos el adoptar a los niños, al fin y al cabo, creo que era lo mejor que podíamos hacer por ellos, y ahora es cuando viene el otro calvario: cientos de papeles, de viajes, de entrevistas... pero mereció la pena, pues después de catorce meses de burocracia, vimos como una asistente social nos entrega a las dos criaturas. Y ya que les voy a contar, tengo dos niños adorables y próximamente espero un tercero, de los lamentables y trágicos sucesos relatados hasta hoy han transcurrido seis años, y las últimas noticias que tengo de Adolfo es que se va a pasar unos años más en la cárcel.
José Luis Garicano Miedes
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Tres amigas Por fin me he decidido a poner un poco de orden en el cuarto trastero, más que nada porque necesito sitio para recoger la cuna de mis nietos, ya no les hace falta y me han pedido que la guarde yo. Al bajar una caja de la estantería, se ha roto su fondo y al ir a recoger su contenido he encontrado un viejo diario de cuando era casi una niña, me he sentado en el suelo y tras apretarlo fuertemente contra mi pecho, lo he abierto, sus páginas algo amarillentas me han recordado mi juventud. Lunes, 14 de enero de 1962 Hoy me he levantado algo nerviosa e inquieta, lo primero que he hecho ha sido abrir la ventana y contemplar la mañana que hacía, hoy tengo una cita y quiero causar buena impresión. Me he dado una ducha y creo que el agua fría ha calmado algo mis nervios. Sin quitarme el albornoz me he preparado el desayuno, luego he abierto el armario, lo he revuelto todo, no sé que ropa ponerme. Por fin me he decidido por un traje chaqueta de raya diplomática, y una camiseta de color rosa que combina bien con el gris del traje, quiero parecer mayor. Menos mal que he salido de casa con el tiempo suficiente para no llegar tarde a la cita pues me ha costado bastante encontrar la dirección, éramos bastantes chicas las
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candidatas, todas jóvenes como yo. He intentado contestar correctamente todas las preguntas, el trabajo no me ha quedado claro si es de vendedora o de cajera en el Centro Comercial, da igual, me hace tanta ilusión empezar a trabajar... Viernes 25 de enero Ayer me llamaron por teléfono y casi me da un ataque cuando me dijeron que estaba admitida y que empezaba a trabajar el lunes, estoy tan contenta... Lunes 28 de febrero Hoy he cobrado mi primer sueldo y me he quedado de piedra cuando mi madre me ha dicho que me lo puedo quedar todo para mí soy la mujer más feliz del mundo, casi no sé que hacer con tanto dinero. Martes 1 de marzo El sábado me fui de compras, me he comprado tres discos nuevos, un maquillaje, colorete, lápiz de labios, rimel, la colonia tan cara que usa la dueña de la tienda ¡qué bien huele!. Mañana me compraré ropa, ahora necesito ir a la última. Lunes 21 de marzo Ya no me queda dinero ni para coger el tranvía, le he pedido a mi madre y ni siquiera me ha regañado, menos mal que ya quedan pocos días para cobrar de nuevo. Jueves 31 de marzo
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¡Vaya desilusión! Hoy era día de cobro pero al llegar a casa mi madre muy enérgica me ha dicho que el dinero ni tocarlo, me ha dicho que el primer mes fue un regalo y que los regalos no se hacen a todas horas, me he enfadado mucho, la he intentado camelar pero no me ha servido de nada. Martes 16 de septiembre En el trabajo me encuentro muy a gusto, ayer Marisa y yo conocimos a una chica nueva que ha venido a trabajar en la tienda de bolsos, nos hemos ido las tres a tomar algo, parece muy simpática, se llama Aurora...
Y efectivamente, fuimos las tres muy buenas amigas. Marisa cuando cumplió 22 años se casó, estaba radiante, la de horas que pasamos hablando de su novio, primero porque no le hacía caso y ella estaba loca por él y luego porque le hacía caso y ella no se lo podía creer. Al casarse como casi todas las chicas de entonces, dejó de trabajar, y nuestra amistad se fue perdiendo. Después le tocó el turno a Aurora, su novio era de un pueblecito pequeño de Zaragoza y tras la boda, se quedó allí a vivir. Pasados dos años, fui yo la que me casé con mi novio de toda la vida y esa fue la última vez que nos reunimos las tres. 122
Al cumplir los cuarenta sentí la necesidad de salir de casa y relacionarme con otras personas, mi vida se había vuelto monótona y aburrida, oí por la radio que anunciaban cursos y talleres muy interesantes en una Escuela de Adultos que había en mi barrio y allí que me fui. De nuevo como aquel día en que iba a una entrevista de trabajo por primera vez, me sentía bastante nerviosa, no conocía a nadie y estaba un poco incómoda, cuando llegó la profesora se presentó, se llamaba Pilar y nos pidió que hiciésemos nosotros lo mismo para romper el hielo, nos animó a que dijésemos nuestro nombre, y si lo sabíamos, el por qué nuestros padres lo habían elegido. Empecé a relajarme pero mi cuerpo se tensó como movido por un resorte cuando una mujer, cuya cara no me era desconocida, dijo llamarse Aurora, ella si me había reconocido y delante de toda la clase dijo que en el aula se encontraba una amiga que hacía muchos años no veía y que pedía permiso para darle un abrazo. Inmediatamente me puse en pie y con el aplauso de nuestros compañeros de fondo, nos fundimos en un cálido abrazo. 123
Desde ese día reanudamos nuestra amistad, y nos contamos nuestras vidas: Marisa se había quedado viuda con dos niños pequeños hacía muchos años, su marido había tenido un accidente con el tractor, se quedó sola con el dolor de haber perdido a quien más quería en esta vida desesperada vendió todo del pueblo y se vino a la ciudad, hoy sus hijos ya eran mayores. Yo por mi parte le conté que me había separado de mi marido, que también lo había pasado muy mal pero que con los años todo se supera, no siempre salen las cosas como las planeamos. Muchos días, al salir de la escuela, nos íbamos a tomar un café o un refresco, otras veces quedábamos para ir al cine o al teatro. Una tarde nos apeteció irnos al Centro de tiendas y al bajar del autobús vi a una mujer que no se me hizo desconocida, agarré del brazo a Marisa y le pregunté si conocía a aquella mujer que había pasado a nuestro lado, ella me dijo que no se había fijado, pero a mi me pareció reconocer a nuestra amiga Aurora, así que aceleramos el 124
paso y al llegar a su altura la llamamos. Ella se volvió y nos quedamos muy sorprendidas al ver su aspecto, nos besamos y le preguntamos cómo se encontraba, como hacía bastante frío le invitamos a entrar en una cafetería para charlar tranquilamente pero Aurora se negó, tenía un aspecto totalmente desaliñado, entre sollozos nos contó que hacía año y medio que su marido la había abandonado por una chica más joven y que era muy desgraciada, no tenía trabajo, su marido no le ayudaba y prácticamente estaba viviendo de la caridad. No nos dejó apenas hablar, estaba segura de que no podíamos comprender su sufrimiento, ella creía que a nosotras la vida nos había tratado bien, “fijaos en vuestro aspecto, lo guapas que estáis, lo bien arregladas que vais, con dinero en el monedero para poder gastar...” Intentamos explicarle que a nosotras tampoco las cosas nos habían ido también como ella se creía y darle ánimos para que fuera fuerte ante la adversidad, volver a vernos para ayudarla en la medida de 125
nuestras posibilidades, pero se negó a escucharnos. Aurora le dio una tarjeta con su domicilio y teléfono, la cogió y se la metió en un bolsillo. Se marchó con paso tambaleante, nos hizo sentirnos mal y tanto Aurora como yo dedujimos que llevaba unas cervezas de más. Pasó un tiempo y no volvimos a saber nada de nuestra amiga, pero nosotras siempre la recordábamos con pena y con mucho cariño y nos preguntábamos: “¿qué será de Marisa?”. Un día Aurora recibió una llamada de la policía, le dijeron que habían recogido a una mujer y en uno de sus bolsillos había una tarjeta era lo único que llevaba, me llamó mi amiga y nos presentamos donde nos dijeron. Cuanto lloramos de ver a nuestra amiga en ese estado. Hoy Marisa se encuentra en un Centro de Rehabilitación para alcohólicos. ¿Dónde está el principio del fin?
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Manuela Beltrรกn Lallana Morata de Jiloca
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¿Vamos a la playa? “¡De aquí no paséis, toco pared!”. Cómo disfruto recordando aquella excursión, la primera que hacíamos a la playa. -Ya llega el buen tiempo, ¿por qué no preparamos una excursión? La pregunta de Antonio nos hizo reaccionar y reír a carcajadas al grupo de amigos que estábamos allí reunidos, nos habíamos quedado absortos contemplando el humeante y reconfortante café, pues aunque ya estábamos en primavera, aquel día había amanecido realmente frío y desapacible. Antonio repitió la pregunta ya que siempre era él el más dispuesto a realizar alguna salida familiar. Hasta entonces, nuestras excursiones habían sido a pueblos cercanos, pues nuestros hijos eran pequeños y nos gustaba llevarlos siempre con nosotros, cargábamos el coche que casi no cabía ni un alfiler, llevábamos sillas, mesas y sobre todo, las fiambreras con la comida, lo más lejos que habíamos ido había sido al Moncayo. 128
-¿Por qué no vamos a la playa este año? -“¿A la playa?” repetimos casi al unísono todos. -¿Por qué no? –insistió Antonio. Y tenía razón, ¿por qué no?. Uno del grupo sacó de su cartera un calendario de bolsillo y empezamos a contrastar fechas, al final por unanimidad decidimos que sería el fin de semana de San Juan y una vez más Antonio se encargó de organizarlo todo. En un principio la idea era alquilar un autobús pequeño pero la noticia se fue extendiendo por el pueblo y al final el autobús tuvo que ser grande. El 23 de junio, a las 6 de la mañana, bien puntuales y entre bostezos, nos reunimos los integrantes de la excursión en la plaza del pueblo y esperamos pacientemente el autobús que llegó con cierto retraso pero estábamos tan emocionados que no nos importó demasiado. Una vez montados en el autobús, un pequeño grupo empezó a cantar jotas y canciones populares, decían que para acabar de despertar a los que 129
estaban todavía medio dormidos pero algunos de nosotros cruzábamos los dedos confiando en que sus “afinadas” voces no provocasen algún diluvio que diese al traste con nuestro fin de semana y afortunadamente tuvimos suerte pues cuando paramos a almorzar, pasado ya Zaragoza, un sol radiante nos anunciaba que el tiempo iba a ser magnífico. Cuando ante nosotros apareció el mar, los niños empezaron a batir palmas y a gritar llenos de ilusión y nosotros, amparados en los niños, hicimos lo mismo, estábamos realmente emocionados. Como llegamos a Salou antes del medio día, y hasta por la tarde no nos daban las llaves de las habitaciones en el hotel que habíamos reservado, dejamos las maletas en el autobús y con la bolsa-nevera bien llena nos fuimos hacia la playa. No había mucha gente por lo que no nos fue difícil encontrar un hueco donde extender las toallas, unos habíamos sido previsores y llevábamos el bañador puesto pero otros se lo tuvieron que colocar allí mismo haciendo verdaderos malabarismos para taparse con la toalla y que no se viera nada que no 130
debiera verse, entre grandes risotadas y el pitorreo de todo el grupo. Cuando las mujeres lograron zafarse por fin de la toalla, nuestra sorpresa fue mayúscula al ver que la mayoría de ellas iban ataviadas con camisetas negras, pero al echar un vistazo general por el resto de la playa ¡descubrimos que no eran las únicas¡ debían estar de moda o algo así. José que era muy serio y abriendo unos ojos como platos dijo: -¿De cuervos?
donde
habrán
salido
tantos
Y así, sin dejar de gastar bromas sobre las señoras y los cuervos nos fuimos hacia el agua, los más decididos se tiraron prácticamente de cabeza, otros nos conformamos con meter los pies e iniciar la inmersión poco a poco, el agua estaba bastante fría, de repente oímos unos gritos, miramos y vimos unos brazos que no paraban de agitarse, prestamos atención y vimos que era Mariano que nos gritaba: -¡De aquí no paséis que toco pared! Nuestras carcajadas esta vez fueron tan sonoras que el resto de la gente que había esa mañana en la playa nos miraba 131
asombrada y bastante confusa por el jaleo que estábamos provocando. Y así, entre risas y bromas, llegó la hora de comer. Decidimos poner un fondo común para evitar problemas a la hora de pagar y el depositario fue Manuel, como estábamos hambrientos, sudorosos y con arena hasta las orejas, elegimos un chiringuito de los que abundaban en la playa y tuvimos suerte pues comimos muy bien, decidimos alargar un poco la sobremesa hasta que llegaron las 5 de la tarde y nos encaminamos hacia el hotel, nos repartieron las habitaciones, nos duchamos y descansamos un poco pues nos encontrábamos realmente cansados. Antes de cenar y bien arreglados, ya sin las camisetas negras, salimos en grupo a pasear y conocer el pueblo, al pasar por una plaza vimos que estaba preparada la hoguera de San Juan, preguntamos y nos dijeron que tras prenderle fuego por la noche habría baile, así que después de cenar allí nos presentamos casi todo el grupo para disfrutar de la fiesta, y ¡vaya si lo hicimos!, ¡hasta bien entrada la madrugada! 132
Al día siguiente de nuevo fuimos a la playa, esta vez más calmados, y empezamos a jugar con las palas, las pelotas, los más pequeños hicieron castillos de arena y poco a poco nos fuimos animando y empezamos a recordar juegos de cuando éramos niños, tal fue el alboroto que preparamos de nuevo que hasta unas francesas, que no entendían nada pero sonreían mucho, con señas nos preguntaron si se podían unir a nuestros juegos, parecían muy simpáticas y no paraban de reírse, Pilar les dijo: -¿Queréis jugar a caballito? Ellas encogieron sus hombros indicándonos que no comprendían lo que les decía así que Pilar dio un salto y se subió a las espaldas de una de ellas con tal ímpetu que las dos cayeron de bruces en el agua, las francesas se dieron tal susto que entre chillidos y sonidos incomprensibles para nosotros, echaron a correr y no las volvimos a ver. Después de comer y tras echar una breve pero reconfortante siesta, emprendimos el viaje de regreso que se nos hizo casi corto pues no paramos de 133
comentar las anécdotas que nos habían sucedido y haciendo propósito firme de repetir aquella excursión u otra similar todos los años y así lo hicimos aunque muchos de nosotros, como en ese viaje, no disfrutamos en ninguno. Alguno de estos compañeros de viaje, ya no están entre nosotros pero estoy segura de que nunca les olvidaremos.
Isabel García Marco Morata de Jiloca
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Cómo cambia la vida La vida de Raúl estaba llena de proyectos e ilusiones como la de cualquier otro joven. A sus veintiocho años de edad había conseguido trabajo en una ciudad que no era la suya, pero estaba muy contento, tenía muchos amigos y compartía piso con otros compañeros y una gata siamesa que vivía con ellos. Pero un maldito día, al abrir Raúl la ventana de la cocina para tender la ropa que acababa de lavar, se le escapó la gata por la ventana a los tejados de unos almacenes que había justo debajo, movido por el cariño que sentía por la gata y sin pensárselo un instante, tomó impulso y salió detrás de ella sin darse cuenta que pisaba sobre una claraboya de cristal que había en el tejado para dar luz a los almacenes, el techo cedió ante su peso y se quedó colgado entre los cristales, enseguida pidió auxilio pero ninguno de sus compañeros estaban en casa, todos habían salido. Raúl intentó sujetarse mientras pedía auxilio, los vecinos salieron enseguida al oír sus gritos pero se dieron cuenta de que no podían 135
entrar por ningún lado. Raúl, desesperado, intentó resistir pero cada segundo que pasaba se le hacía una eternidad y sentía como el peso de su cuerpo le hacía ir resbalándose poco a poco. Llegó el instante en que sus fuerzas le fallaron y no pudo aguantar más, entonces apareció un compañero de piso quien rápidamente intentó ayudarle pero a Raúl le venció su propio peso y cayó al suelo. No perdió el conocimiento e intentó levantarse pero no pudo, no podía moverse, casi inmediatamente entraron los vecinos y su compañero a los almacenes, alguien grito que no le moviesen, arrancaron la puerta del cuarto de baño y pusieron a Raúl encima, lo metieron en una furgoneta y rápidamente, se lo llevaron al hospital. Avisaron a sus familiares para que acudieran lo antes posible. Los médicos les explicaron que tenía una vértebra rota y la medula aplastada, que tenía que ser operado urgentemente y lo más grave era que Raúl ya no podría andar nunca, que a partir de ahora tendría que ir en una silla de ruedas. Para sus padres fue un golpe fuerte pero aún sería peor el día que se lo tuvieran que decir a Raúl. Las primeras semanas después de la 136
operación, no se notaba sensibilidad en sus piernas pero Raúl tenía buen sentido de humor y no paraba de contar chistes, intentaba alegrar a todos pues creía que cuando le quitaran los goteros iba a levantarse y seguir igual que siempre pero eso no fue así. El día que lo levantaron y vio que sus piernas no le sujetaban se le cayó el mundo y en un momento se le esfumaron todos los proyectos que él tenía previstos, su vida ya no tenía sentido y poco a poco fue cayendo en una profunda depresión, no quería comer y se negaba a hacer los ejercicios en el gimnasio. Sus padres intentaban animarlo, él no entendía lo que le estaba pasando y no quería vivir, su mente la tenía tan sumamente bloqueada que veía todo negativo. Fue tan grande la desesperación que en un momento en el que se encontró solo, cogió una botella de alcohol de romero que tenía en la mesilla y se la bebió, enseguida sus padres se dieron cuenta y llamaron a las enfermeras, le hicieron un lavado de estómago y los médicos le dijeron que con esa actitud lo único que iba a conseguir era 137
ponerse peor y hacer sufrir más a sus padres. Decidieron mandarlo a casa a ver si se animaba estando con su familia y conocidos. Pasó un tiempo y con la ayuda de los psicólogos y sobre todo gracias al cariño y al apoyo de su familia y amigos empezó a ver la vida con ilusión y fue saliendo poco a poco de la depresión en la que se encontraba y se dio cuenta de que había muchas personas que como él tenían que usar toda su vida una silla de ruedas. Raúl se hizo miembro de una asociación de minusválidos de su ciudad, allí conoció a otras personas como él, algunos a pesar de ir en una silla de ruedas atendían su propia empresa, otros jugaban al baloncesto, otros tenían problemas aún más graves pues vivían en pisos sin ascensor y no podían salir de casa cuando querían pues dependían de otras personas. A Raúl ahora le han nombrado presidente de la asociación, lucha por eliminar las barreras arquitectónicas que hay en su ciudad y dificultan el paso a personas que van en silla de ruedas en lugares como bibliotecas, cines, colegios, centros 138
comerciales y universidades. Ahora Raúl intenta animar a personas que están pasando por lo que él paso, les dice que luchen y que no sucumban que el salió y se siente muy feliz.
Maribel Temprado Cortés Morata de Jiloca
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Recuerdos de mi niñez En los años 56 y 57 en los pueblos de la Sierra, no había combinaciones para ir a Calatayud, entonces cuando teníamos que bajar al médico o a comprar, teníamos que hacer hora y media de camino para coger un tren rápido que salía de Morata. Claro, los que tenían un vehículo, tenían carro o tenían mulas, pues bajaban y ese día las dejaban aparcadas en el pueblo para coger el tren pero nosotros no teníamos, y entonces la madre, mi madre y yo cuando teníamos que bajar nos levantábamos a las 6 ó las 6 y cuarto de la mañana para coger el tren rápido que salía a las 8 de la mañana. Yo tendría unos 6 ó 7 años, invierno y verano teníamos que bajar y mi madre cuando salíamos del pueblo me subía a un malecón que había en la carretera, me echaba por las espaldas un mantón negro que llevaba y me montaba “a cotenas” hasta llegar al pueblo. En el pueblo había un camino que se llamaba El Cabañón y allí, en una calle que llamaban La Calle del Diablo, hacíamos un pequeño descanso, pues allí vivía una familia que se 140
quedó huérfana muy joven, pero la hermana mayor que cuidaba de tres hermanos, por la mañana se levantaba muy temprano a prepararles el almuerzo, entonces no había esa costumbre de preparar café ni leche, ni magdalenas, ni pastas... ella se levantaba, encendía el fuego, ponía un puchero de patatas al fuego y las cocía. Nosotros cuando llegábamos, era la hora de desayunar, mi madre llamaba y a mi prima le faltaba el tiempo para poner una mesa de cuatro paticas que tenía encima del hogar que era de tierra con dos bancos a los lados, nos ponía unas tartericas de patatas que las apañaba con sebo pero ¡que buenas estaban!. Yo digo que jamás he comido patatas tan buenas como esas, pues por muchas patatas que yo he hecho y aunque les ponga chorizo, jamón o gambas, nunca me están tan buenas como las que hacía mi prima. Yo siempre tengo cazuelas de barro pues me parece que la comida ha de saber como la de antes, por eso no sé si eran las cazuelas, el sebo... pero desde entonces no he comido unas patatas tan buenas.
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También diré que cuando yo bajaba a Calatayud era un día de fiesta para mi porque mis padres me tuvieron cuando ya eran bastante mayores y mis hermanos ya se encontraban trabajando fuera. Tenía una hermana que estaba trabajando en una casa de comidas en Calatayud y los dueños tenían una hija que era más o menos de mi edad, entonces esa niña iba a la escuela de Santa Ana, y cuando yo bajaba me preparaban las cosas que ella ya no llevaba ni le valían porque yo era un poco más pequeña. Me guardaban los uniformes que eran muy bonitos para mi, me acuerdo que eran de color gris con cuadros, yo ese día iba vestida de fiesta. Me acuerdo que una vez me dieron unos zapatos marrones atados delante y un abrigo azul marino, ese día fue al colegio mas contenta y feliz que nunca. Yo nunca jamás olvidaré aquella niñez que tuve, un poco humilde, pero muy feliz.
Pilar Algárate Herrero Morata de Jiloca
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Suspiros al viento Con la llegada de marzo entra la primavera, mes en que comienzan a brotar las flores y todo se inunda de un intenso olor a jazmín, pero este año en mi recuerdo también está viva la tragedia del 11M y solo pensar en ello hace que se me encoja el corazón al recordar aquella fatídica fecha. Era un tren cargado de personas llenas de vida e ilusiones que seguramente también esperaban ansiosos la llegada de la primavera, corazones jóvenes llenos de amor y de proyectos que nunca llegaron a cumplir por culpa del odio y del rencor de unas personas que todavía no han descubierto que tras el frío y austero invierno, llega la dulce primavera. Yo, día tras día me pregunto: ¿por qué?, pero no obtengo respuesta, pienso si tendrían hijos y madres y qué pensarán cuando vean el “bosque de los ausentes”, con ciento noventa y dos cipreses en recuerdo de esas víctimas inocentes, hombre, mujeres, jóvenes y niños a los que ellos sin piedad segaron sus vidas y sus ilusiones. 143
A esos descorazonados yo les preguntaría por qué no dejan de matar, que nos dejen vivir la vida y vivirla en paz. Mi recuerdo para tantas familias rotas por las que yo humildemente pido en mis oraciones pues a pesar de sentir ese gran dolor que les parte el corazón, solo es posible seguir adelante si se tiene fe pues yo también sufrí, hace unos años, la pena de perder un ser muy querido en plena juventud y que como ellos, estaba lleno de vida y de ilusiones y con mucho dolor y el corazón sangrando miras al cielo y piensas: ¡hay que seguir! pues quedan otras personas que nos necesitan, hay tantos niños que han perdido un ser querido... pues por esos niños que son tan inocentes como flores de primavera, ¡adelante!. Por ellos, para que puedan cumplir los sueños que los que quedaron en el camino no pudieron. De nuevo pienso: ¿Cuántos estarían terminando sus carreras y buscarían su primer trabajo para poder formar un hogar? y esos jóvenes enamorados, llenos de promesas incumplidas y ¿por qué no las han podido cumplir? no encuentro la respuesta.
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Por eso animo a todos los padres y abuelos a que sean valientes y que jamás enseñen a sus hijos y nietos a tener odio ni rencor que piensen que la vida es demasiado bonita para enturbiarla con malos recuerdos, que sepan poner amor donde hay odio y de esa manera llegaran esos niños a su juventud con amor y con un corazón sano y sin rencor. Que esas familias destrozadas, sean valientes y vivan el día a día con optimismo, que sean un ejemplo de valentía y amor para los más jóvenes y que éstos jamás tengan que vivir un acto tan odioso y cruel como el que nosotros tuvimos que soportar. Si aquellos crueles asesinos pudieran leer mis humildes líneas, les diría que enciendan un poco de luz en sus oscuras conciencias, que piensen cómo se sentirían si fuesen sus hijos, sus esposas o sus madres los que hubiesen muerto... ¿por qué motivo?, ¿por desear que llegue la dulce primavera en lugar del adusto invierno?. Ojalá algún día mis deseos de paz, armonía y bienestar en el mundo se cumplan ya que seguramente, también serían los deseos de esas ciento noventa y 145
dos rosas cortadas en plena primavera por las manos de esos... sin coraz贸n. Un recuerdo para todos ellos.
Laura Gracia Fuentes Morata de Jiloca
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Un adosado junto al tuyo Vida mía, me he comprado un adosado junto al tuyo con un jardín muy amplio y muy hermoso, como los tabiques son tan sencillos nos oiremos hasta el respirar y el suave crujir de las vestiduras de seda, que según tengo oído, tenemos que llevar y cuando con el paso del tiempo la carne se nos haga putrefacta, nuestras almas se evaporaran como el vapor que emana una olla llena de agua en el fuego que hirviendo está, así subiremos como el vapor hacia el Cielo. Tendremos que ir con mucho cuidado, primero para no caernos, y después porque bien sabes que salen muchos obstáculos hasta llegar allí, primero no debemos tropezar con ninguna estrella, iremos esquivándolas, admirando su brillo y soledad, pero a mí algo me asusta ¿podremos evitar la estrella fugaz?. Seguiremos ascendiendo y llegaremos al sol, y a ese si que no lo podemos mirar, qué digo mirar... si nuestros ojos hace días que cerrados estarán y aún así, cerrados nos guiarán. Buscaremos una nube sobre la que 147
podamos descansar y así el viaje más fácil nos será y al fuego del sol, la nube su agua le echará y no nos podrá quemar. Otro obstáculo y mayor que los anteriores será la lluvia pues con su agua, a nosotros como vapor a la Tierra de nuevo nos podría arrastrar y yo me resisto a regresar, nos queda otra posibilidad, la atmósfera que nos podrá ayudar, prefiero volverme hielo y en el polo norte esperar a que llegue el verano e intentarlo de nuevo, ¿por qué no buscas el caballo que solías cabalgar? Y yo detrás de ti, juntos, si tu quieres volveremos a comenzar. Marcharemos por montes y praderas, cruzaremos ríos y selvas, y de vez en cuando nos pararemos a descansar, antes de continuar cambia el caballo por ese que tú bien sabes que es el más fugaz, y así con tu experiencia y lo bien que sabes cabalgar detrás de ti agarrada a tu cintura al Cielo me conducirás. Pero, y si las puertas del Cielo están cerradas ¿qué ayuda buscarás? Nos iremos al purgatorio o al infierno pero juntos hemos de estar. No, ni al infierno ni al purgatorio que allí no quiero estar pues en la Tierra 148
parecido se está, y yo no tengo nada de que arrepentirme ni tampoco nada que purgar. Entonces iremos al Limbo con los niños, me da pena ir allí que los niños lloraran. Si... iremos allí que los niños al vernos más tranquilos estarán y nosotros en el Limbo no tendremos que pensar y a nuestros amigos podremos en el Cielo ir a visitar, les llevaremos ramos de flores... no, flores no, que mucho bulto nos harán, les llevaremos velas, luces, para poderlos iluminar y así todos juntos podremos caminar.
Felicidad Castellano Lallana Morata de Jiloca
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Amigas de siempre Marta y Julia se conocieron en el parvulario el primer día que fueron al colegio. Marta era muy abierta mientras que Julia era todo lo contrario, era vergonzosa y miedosa, por eso Marta sintió que tenía que protegerla y la defendía como si fuese su hermana, eso a Julia le gustaba ya que le hacía sentirse más segura, siempre iban las dos juntas a todas partes y hasta hicieron la primera comunión el mismo día. Se fueron haciendo mayores y entonces sí que tuvieron algún “problemilla” por culpa de los chicos, pero eso tampoco las separó, sino todo lo contrario, siempre terminaban riéndose. Un día Marta le dijo a Julia que salía con un chico y que le gustaba mucho pero que todavía no lo sabía nadie, Julia le preguntó que si era buen muchacho y Marta le dijo que sí, que era del barrio, el hijo del farmacéutico. A Julia le pareció muy bien y le aconsejó que se lo dijera a sus padres antes de que se enterasen por otro lado. En el barrio enseguida se comentó que había cogido un buen partido, y como él era unos años mayor que ella, enseguida 150
pensaron en casarse. Prepararon la boda entre las dos: el piso, la ceremonia, el hotel.... Juan bromeaba diciendo que tenía dos novias y ellas se reían como dos chiquillas. El día de la boda todo salió perfecto y Julia se fijó en un chico, le conocía del barrio, sabía que tenía fama de ser muy trabajador aunque no había hablado nunca con él. Empezaron a salir y como estaba solo en la ciudad decidieron casarse enseguida. Como habían hecho la vez anterior, también prepararon la boda juntas, disfrutando de cada momento y el día de la ceremonia también fue maravilloso. Un día Marta llamó a Julia y le dijo que tenía que hablar con ella inmediatamente porque tenía que darle una sorpresa y no podía esperar, así que quedaron esa misma tarde. Nada más verse, Julia le contó que estaba esperando un hijo y Marta se le abrazó llorando de alegría y le dijo que esa era la sorpresa que ella le quería dar porque también estaba embarazada. Contentas y llenas de ilusión empezaron a preparar las canastillas cada una por su lado, pero pensando la una en la 151
otra de tal manera que cuando terminaron, las dos tenían un par de cada cosa, cuando se dieron cuenta ¡hay que ver lo que se rieron! y la alegría fue inmensa, al ver que todavía seguían sintiendo como una sola. Marta dio a luz antes que Julia y fue una niña. Julia a pesar de estar “gordita” no le importó quedarse en el hospital y no dejó sola a su amiga ni un momento. Un mes después Julia también tuvo una niña y entonces fue Marta quien le cuidó. Cuando salían por la calle llamaban la atención porque siempre iban juntas y hasta a las niñas las llevaban vestidas igual. La niña de Marta se llamó Ana y la de Julia, Alicia. Las niñas en el carácter no se parecían en nada a sus respectivas madres, más bien eran al revés, Ana era vergonzosa y Alicia un torbellino, también empezaron a ir juntas al colegio y al igual que sus madres eran inseparables. El marido de Julia montó un taller con un compañero de trabajo y si antes iban justos de dinero, ahora todavía tenían que mirarlo más, a Marta por el contrario le iban muy bien las cosas, así que a su hija le podía dar todos los caprichos y es ahí, donde 152
empezaron los problemas. A Marta y a Julia esta diferencia económica nunca les importó pero en cambio a Alicia siempre le apetecía lo que tenía Ana, y no entendía por qué a Ana le compraban sus padres todo lo que quería, empezó a tenerle envidia y a incordiar a su madre. Julia sufría mucho por no poder darle a su hija todo lo que le pedía y poco a poco se fue distanciando de su amiga. Marta un día fue a casa de Julia y le preguntó por qué estaba tan distante con ellos, Julia le contestó con evasivas, no pudo decirle que era por su hija Alicia. Marta le contó que iban a abrir una nueva farmacia y que se cambiaban de casa y de barrio y que le gustaría que le ayudase a montar su nueva casa como hicieron con la primera, pero Julia no solo no le ayudó sino que nunca la fue a visitar. Al marido de Julia le empezó a ir bien en su negocio y dejaron de tener problemas económicos, ahora sí que podían darle a su hija todo lo que le apetecía. Alicia empezó a salir muy pronto con un chico, su madre intentó aconsejarle diciéndole que no saliese de momento en serio con él pues 153
ambos eran muy jóvenes, que siguiera estudiando que era lo importante. Julia extrañaba mucho a su amiga, le remordía la actitud que había tenido con ella, a veces estuvo a punto de llamarle, pero pensaba que tampoco a Marta le importaba mucho su amistad pues nunca había intentado ponerse en contacto de nuevo con ella. Alicia solo pensaba en divertirse y dejó un poco de lado sus estudios, su madre la encontraba un poco extraña pero cuando le preguntaba, le decía que no le pasaba nada, que eran figuraciones suyas. Un día, de golpe, le dijo que estaba embarazada y a Julia casi le da un infarto, le dijo que no podía ser, pensaba en los comentarios que haría la familia y en el barrio cuando se enterasen, le pidió que se casase enseguida para evitar las habladurías. Su hija le dijo que no pensaba casarse de momento, Julia estaba al borde de un ataque de nervios pero su marido también se puso del lado de su hija pues pensaba que lo importante era estar bien y unidos, Julia se puso como una fiera, unas veces pensaba que lo mejor era que Alicia se marchase con una tía que tenía en Barcelona y que naciese allí el 154
bebe, o incluso que lo diese en adopción... estaba tan fuera de sí que hasta pensó en que abortara aunque iba en contra de su religión y de su forma de pensar, estaba como loca y en esos momentos fue cuando más de menos echó la amistad perdida con su amiga. Un día que salió a pasear se encontró de sopetón con Marta ¡qué alegría se dieron! Julia, llorando le contó lo que les pasaba y ella le dijo que más le valía tener dos que ninguno, que lo que tenía que hacer era apoyar a su hija y hablar con los padres del chico, que les propusiese cuidar ambas familias del niño y si ellos no estaban de acuerdo que lo hiciese Julia y su marido, que los chicos primero se labraran un futuro y luego decidiesen ellos mismos si querían casarse o no. Ya más tranquila, Julia abrazó a su amiga y entonces se dio cuenta de que Marta iba vestida totalmente de negro, le preguntó el motivo y Marta con la mirada perdida, le contestó que era por su hija, que un día la habían encontrado muerta en la cama. Julia se sentía tan egoísta... le pidió perdón mil veces y se prometió a sí misma que desde ese momento, reanudarían su 155
amistad. Cuando nació el niño lo criaron casi entre las dos, tanto es así que el niño las llamaba abuelas a ambas. Su hija acabó la carrera y encontró trabajo enseguida, también seguía saliendo con el padre de su hijo, pues ni él ni sus padres dejaron de preocuparse por el niño. Marta y Julia volvían a ser las mismas amigas de siempre, Julia jamás podría olvidar las sabias palabras de su amiga a pesar de los momentos angustiosos por los que estaba pasando. Alicia se casó cuando el niño tenía 7 años, y hoy viven muy felices, Julia siempre dice que es gracias a su amiga Marta. Alicia al ser madre, entendió muchas cosas y un día les pidió perdón a las dos porque por su envidia y celos de chiquilla habían estado tanto tiempo separadas.
Amparo Palacián Ferrando Morata de Jiloca
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San Fabián Todos los años en el mes de junio, cuando ya empieza a hacer calor, un grupo de matrimonio decidimos ir a pasar un día al campo y en concreto, a San Fabián. San Fabián está situado, como decimos los de Morata, en el campo o en los montes de Aquelao, es una ermita que pertenece al término de Mara, sin embargo, no sé por qué circunstancias los campos que hay a su alrededor pertenecen a Morata. Es un monte plagado de almendros y cereal. El pueblo de Mara cuida la ermita y la tiene muy arreglada. Hace unos años hicieron unos merenderos cubiertos con tejadillo, para que no hubiese peligro de incendio, también pusieron unas mesas redondas con bancos alrededor que aunque son de cemento, ya forman parte del paisaje. La ermita es pequeña y tiene al lado una balsa de agua que no se sabe de donde mana al ser sus alrededores campos de secano sin embargo su agua es potable y fresca. Hace unos años había una gran olma con un tronco que entre cuatro hombres no la podían abrazar. Hoy la olma 157
está seca, debido a la enfermedad que arrasó los olmos y las olmas de toda Europa, fue una pena, la olma con sus grandes ramas daba sombra a toda la balsa y era un paisaje emblemático “San Fabián y su olma”. Nosotros, como ya he dicho, somos un grupo de amigos que cada año para el verano subimos a pasar un día de campo allí. Una semana antes nos reunimos los cuatro matrimonios en una casa para decidir lo que se compra y cuantos vamos a ir, y entre unos vasos de vino, jamón y queso, que ofrecen los dueños de la casa, vamos organizando la excursión, entre bromas y vaso va y vaso viene. Todos los años, decidimos, más o menos, el mismo menú: para almorzar panceta, longaniza y chorizo; para la comida, rancho y una merienda-cena a base de chuletas de ternasco, bebida, fruta de temporada, y pastas para el café de la sobremesa. La compra corre siempre a cargo de una pareja que como están jubilados, aunque jóvenes, disponen de tiempo y lo hacen encantados. 158
La fecha elegida no es siempre fija, lo que sí procuramos es que sea en sábado para que podamos ir todos, nos solemos reunir unas 20 personas. La salida la fijamos a las 9 de la mañana, cada uno acudimos con nuestro coche hasta el inicio del camino, sacamos todos los bártulos y nos montamos en el tractor de uno de los amigos, no se nos debe olvidar la sartén para hacer el rancho, las parrillas... aparte de la comida. Para sentarnos en el tractor, preparamos unos cajones dispuestos en los laterales y cuando estamos todos colocados, empieza el viaje emulando una caravana del oeste. El camino de ascenso es todo pedregoso así que vamos “culeando” y dando brincos cada uno en su asiento, los chicos pequeños no quieren agarrarse y van resbalando de un lado para otro, a los mayores, les gusta beber vino en bota y se ponen perdidos de manchas pues aparte del traqueteo del tractor hay muchas curvas. El viaje dura una media hora y el paisaje que se divisa es bonito y raro a la vez, hay momentos en que si miras hacia
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abajo te dan bastante miedo los barrancos cuando los bordeas en alguna curva. Cuando llegamos, lo primero es organizar todas las cosas, encendemos fuego y preparamos el almuerzo en la barbacoa asamos los chorizos, la panceta y la longaniza y después un café con leche, luego nos vamos a pasear un poco por los campos y a admirar el paisaje pues parece mentira que después de tanto monte aparezca una llanura tan amplia, la mezcla de colores es de lo más variopinto: ocres, verdes, negros... De regreso “al campamento” recogemos leña para los que vengan otro día, ya que es una costumbre que viene de antiguo que no falte leña cuando llegas, pero que no lo dejes vacío cuando te marchas. Luego nos ponemos a las órdenes de la “ranchera” y ayudamos a cortar todo lo que hace falta para el sofrito del rancho, que año tras año le sale muy rico, está hecho a base de conejo, costilla de cerdo, patatas y arroz, algunos valientes se comen dos platos o más. En la sobremesa, mientras tomamos el café cantamos, contamos chistes o historietas, algunos se echan la siesta a la sombra de 160
unos árboles y otros jugamos a las birlas y las gayatas, ya que uno de los amigos, tiene estos juegos tradicionales y nos reímos mucho jugando porque hay gente muy tramposilla que se enfada cuando no gana, y todos que ya lo sabemos, no le dejamos pasar ni una para que se enfade, diga palabrotas y monte la tangana. Al atardecer volvemos a encender fuego para la merienda-cena, asamos las chuletas, morcillas y lo que haya sobrado del almuerzo, por lo general el tiempo se nos pasa muy rápido y cuando miramos el reloj nos sorprendemos de la hora que es, así que levantamos el campamento e iniciamos el viaje de regreso que casi siempre es, si cabe, más divertido que el de ida, pues al dueño del tractor le gusta bascular el remolque y al que no le da tiempo a agarrarse puede acabar rodando por el suelo y con los pies en alto, cuando bajamos, a veces nos dice, intentando contener la risa, que para la próxima vez va a cobrarnos el viaje como si fuese una atracción de las que montan en las ferias. Cuando nos despedimos, todos estamos muy satisfechos de haber pasado 161
un día tan estupendo y de nuevo nos emplazamos para el año que viene. Los amigos que acudimos a esta reunión anual somos de Velilla, Zaragoza y Morata.
Manuela Beltrán Lallana Morata de Jiloca
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Adriana Se llamaba Adriana y era una mariquita preciosa con un caparazón especial de vivos colores. Un día estaba solita y muy triste, tenía hambre así que decidió marcharse al campo y buscar alguna sabrosa florecilla con la que alimentarse. Encontró una jugosa madreselva plagada de flores por lo que al cabo de un rato de tanto comer y comer se encontró tan pesada que al dar un saltito para volver a su casa, cayó encima de un caracol que al sentir el peso de la mariquita dio un gran gemido de dolor. Adriana al sentir que le había hecho tanto daño y ver su casita toda rota se puso muy triste y lloró desconsoladamente. Una margarita que muy cerca de mariquita estaba se acerco asustada a acompañarla y llorando junto a ella se quedó. -No lloréis, que no me he muerto, sólo ha sido mi casita- dijo el caracol. Adriana dejó de llorar y le prometió que siempre estaría con él. En ese instante comenzaron a sonar unas campanillas. 163
-¡Mirad! -dijo Margarita- vienen carrozas y niños montados en ellas, llevan muchas flores, van bailando y cantando, por la dirección que llevan creo que van a la Virgen de Alcarraz. ¡Mirad! Hay una flor blanca en medio de todas que baila, baila con buen ritmo moviendo sus hojas como si fueran alas...Pero... ¡anda, si es mi prima María! ¡Vamos, vamos a saludarla!. Con voz apenada el caracol dijo: -Id vosotras, yo no puedo ir, ahora soy muy frágil sin mi casita. -No te preocupes –dijo Margaritavendrás con nosotras y si nos pesas demasiado, mi prima nos vendrá a ayudar y como en las carrozas hay frutos para la ofrenda de la Virgen, a escondidas nos podremos alimentar. Yo, al ser una margarita, entre las flores me aceptarán y tú, mariquita, eres tan pequeñita que en cualquier sitio te puedes ocultar, y a ti, caracol... mi prima debajo de una hojita te alojará. Justo allí, en ese escondite, una abeja se había instalado pero al ver al caracol tan
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triste y desvalido sin su casita, se le ocurrió una idea: -Mi miel para comer no te la puedo ofrecer porque es muy dulce y te dolería la tripita pero con mi cera te puedo hacer una casita muy bella en la que como un rey vivirás y tus amigos admirados te irán a visitar. Todos los animalitos que por el bosque estaban al ver una casita en medio del jardín, muy sorprendidos exclamaban: -¡Mirad que casita tan bonita han regalado a nuestro amigo el caracol, vamos a verla de cerca! La primera en llegar fue la rana, el resto de los animalitos iban detrás, al verlos el caracol se puso muy contento, por fin tenía amigos que le iban a visitar, entusiasmado les dijo: -Bienvenidos amigos, ¿os gustaría quedaros a vivir aquí conmigo? Tú, rana, allí tienes un estanque, tú, caballito, al establo para que todos los niños que por aquí se acerquen te puedan montar; el gatico y el perrico, conmigo en casa haciéndome compañía se podrán quedar, vosotras 165
gallinitas, al corral que hay un gallinero en lo alto para que en invierno la zorra no os pueda comer. Tú, Margarita, prepara la mesa, es la hora de merendar y si os apetece podemos hacerlo aquí en medio del jardín. Aún había unos animalitos que eran tan pequeñicos que habían pasado desapercibidos: la mesa estaba llena de hormigas. Adriana al verlas se asustó pero el caracol les dijo: -Bienvenidas seáis pero aquí no, por favor, al granero os acompañaré y lleno de trigo os lo pondré. Las hormigas se marcharon muy contentar al ver la generosidad de su amigo el caracol y la bondad con la que les había tratado. Adriana después del daño que le había hecho sin querer al caracol, estaba muy contenta de ver a su amigo tan feliz, empezó a reír y dar saltitos de felicidad y todos los animalitos se pusieron a cantar y bailar y los niños del pueblo se unieron a la fiesta, rieron, cantaron y bailaron con el caracol, y el resto de sus amiguitos, como no 166
lo habĂan hecho nunca y comieron muchos bollos con chocolate y asĂ todos juntos, viviendo en armonĂa, fueron muy felices y... cuento contado, este cuentecico ya se ha terminado.
Felicidad Castellano Lallana Morata de Jiloca
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Historia real Tengo 70 años y si no hubiese sido por mi nieto Pepito que me ha animado, no se me hubiera ocurrido contar mis experiencias. ¿Quién me iba a decir a mí, que después de tantos años que llevo viuda, fuera a enamorarme y sentirme amada?. Cuando conocí a Alfonso, llevaba 15 años viuda y desde luego lo que menos imaginé es que fuera amigo del director del Centro de Jubilados ya que nunca le veía por allí. A este Centro acudíamos con frecuencia mi amiga Carmen y yo desde que las dos enviudamos lo cual daba un gran alivio a nuestros hijos. Alfonso vivía en nuestro barrio desde que había regresado de Francia cuando quedó viudo, pero él no acudía al Centro a pesar de ser amigo del director, y fue por esa amistad por la que se apuntó al viaje de una semana que hicimos por Galicia y Portugal pues al igual que en otros Centros de la Tercera Edad, aquí también daban cursillos, charlas y se organizaban viajes económicos. 168
En el autocar nos colocamos en la misma fila de asiento aunque yo estaba sentada con Carmen pero esta coincidencia unida a lo comunicativo que era Alfonso, hizo que entabláramos conversación durante el viaje, la verdad es que era muy educado y de trato fácil lo cual nos hizo admitirlo de buen grado entre nosotras. Fue un viaje inolvidable en el que tanto Alfonso como el director nos lo hicieron pasar muy bien contando chistes e historias que nos hacían reír sin parar. Meses después Alfonso se me declaró y me di cuenta de que ya durante ese viaje se despertó en mí un sentimiento de simpatía muy especial hacia él. Al principio cuando él me dijo que se había enamorado de mi, y que me había convertido en el aliciente de su vida, hasta creí que me tomaba el pelo. Luego cuando comprobé que iba en serio, me sentí extraña pues con 70 años lo que menos esperaba otra vez era que un hombre pudiera declararme su amor. Pero precisamente fue su declaración amorosa lo que acabó de decidirme y desde hace un año vivimos juntos, mis hijos y nieto están encantados. Por las mañanas, mientras yo 169
hago la comida, Alfonso va a recoger al colegio a mi nieto Pepito y ¡que contentos están los dos! Yo os aseguro que no me arrepiento ni una sola vez de haberme dejado envolver otra vez por el amor. Ahora, al Centro, vamos los dos juntos y a mi amiga Carmen le digo que se anime y haga lo mismo que yo, ya que hay un señor que está interesado por ella, pues se está muy bien acompañada.
Asunción Algárate Palacios Morata de Jiloca
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La noria Juan y María eran un matrimonio muy trabajador pero ya muy mayores, tenían un único hijo ya casado y dos nietos, una niña de 4 años y un niño de seis. El hijo de Juan y María se llamaba Luis y la nuera Teresa, era una familia muy querida y unida, siempre estaban juntos. Teresa era huérfana y quizás por eso quería tanto a los padres de Luis, no tenía más familia que ellos y formaban una verdadera piña. Los abuelos estaban locos de contentos con sus nietos y los nietos con los abuelos, se daban mutuamente mucho cariño. Los chicos pasaban mucho tiempo con los abuelos porque los padres siempre iban juntos a trabajar al campo. Una noche el abuelo se puso enfermo, estuvo cuatro días enfermo y murió. Los chicos lloraron mucho a su abuelo y la abuela quedó muy deprimida, fue todo tan rápido... La abuela quedó a vivir con Luis, Teresa y los niños que le daban mucho cariño y le hacían mucha compañía. Como la abuela ya no necesitaba nada material les dio todas las fincas que tenía al matrimonio. 171
Una noche Luis y Teresa estuvieron hablando como todos los matrimonios: -Mira Teresa, la finca de secano de Villalba la vamos a hacer de regadío. -Pero Luis, si está más alta que el agua de la acequia ¿cómo vamos a subir el agua? -Qué ignorante eres Teresa –dijo Luispues pondremos una noria, mira, haremos un pozo hasta el nivel de la acequia. Y así lo hicieron. Luego hicieron una regadera que iba desde el pozo a la finca. Pusieron la noria que eran unos canjilones, unos subían llenos y otros bajaban vacíos, pero para que subiera el agua tuvieron que hacer una era redonda y salía de la noria un palo grueso que se llamaba la tranca. En la tranca se ataban dos caballos y no paraban de dar vueltas y vueltas, contra más deprisa iban los caballos más agua sacaban. El agua se volcaba en la regadera y así se regaba la finca. Pusieron muchos árboles de todas las clases, sembraron tomates, patatas, pimientos, verduras de todo tipo. Pronto fue la finca más querida por todos.
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Como les gustaba tanto ir allí también hicieron una caseta con dos plantas, abajo metían los caballos y arriba hicieron una estancia para las personas con un hogar muy majo y pusieron rosales que daban unas flores preciosas. La abuela murió muy contenta de lo que habían hecho, siempre decía: “si viera el abuelo esto, qué contento y qué satisfecho estaría”. Ahora han quitado la noria, han puesto un motor para regar y hay otras frutas, hay viñedo, hay perales, pero siempre es la finca favorita. El chico de Luis se casó y es él quien la lleva ahora porque también es muy trabajador. Con toda la ilusión han arrancado los perales y dice que va a poner nogueras pero él sabrá lo que da más beneficios. Cuando van allí tienen de todo: uvas, higos... Bueno no me acordaba, Luis ha muerto. Su hijo que se llama Pascual se casó y tiene un hijo de 17 años y muchos fines de semana se van a “la noria” porque aunque ya no hay noria siempre se llamará así y será la finca querida y preferida para todas las generaciones de los abuelos Juan y María. 173
Fulgencia Pelegr铆n Narvi贸n Morata de Jiloca
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La peor Navidad Solo tengo un pequeño recuerdo hasta los tres años que disfruté de mis padres y de la Navidad. Ahora la odio, no tengo buenos recuerdos. Fue por el cumpleaños de mi padre, quiso obsequiarnos a mi hermano y a mí pasando la tarde en el parque de atracciones pero la desgracia esa tarde nos acompañó, tuvimos un accidente y mis padres murieron en el acto. Un tío se hizo cargo de nosotros, de mi hermano y de mí, faltaban pocos días para la Navidad y para nosotros fue muy triste pues aunque éramos muy pequeños ya notábamos que no iba a ser como cuando nuestros padres vivían. Mis tíos tenían dos niños, a ellos no les faltaban regalos pero a nosotros nos daban los que mis primos ya no utilizaban y hacían una fiesta grande pero mientras ellos se divertían, nosotros nos dábamos cuenta de que no teníamos unos padres que nos hicieran regalos. Pasaron los años, yo tenía 16 y era bastante rebelde al ver que no éramos 175
como sus hijos, mi tío era muy recto, siempre me reñía y un día, en una de esas discusiones, me echó de su casa. Era la víspera de Navidad y yo no tenía dónde ir. Vivía en una ciudad grande y hacía mucho frío, yo era bastante orgullosa, no podía volver a casa. Me puse a caminar por la calle sin saber a donde ir, en esos momentos llorando sin parar, una luz me iluminó el pensamiento y me fui a una iglesia cercana pues sabía que allí también había niños solos y abandonados como yo. Varias personas ricas habían traído comida y ropa y los niños lo estaban celebrando con gran alboroto. Uno de los chicos que allí estaba no dejaba de mirarme, se acercó y empezó a hacerme muchas preguntas, yo le conté lo que me ocurría, fue muy amable, él también se había escapado de casa porque sus padres lo maltrataban, me dijo que no me preocupara que ahora que nos habíamos conocido él cuidaría de mí. Toda la noche estuvimos pensando lo que íbamos a hacer, buscar trabajo para poder ganar dinero, alquilar aunque fuera una habitación hasta que nos situáramos mejor y poder tener un 176
piso propio... era un sueño de niños, pero cuando estás tan desesperado y solo, cualquier cosa te hace soñar con un futuro mejor. Al día siguiente vinieron unas señoras que hacían obras de caridad, una de ellas buscaba una chica para hacer las faenas de su casa y me escogió a mí, pensé que era lo mejor que me podía pasar así que acepté. El trabajo en la casa era duro pero yo tenía ilusión por ganar dinero para poder salir adelante. Luis empezó a trabajar en una fábrica, seguíamos viéndonos. Yo tenía un día libre a la semana y aquel día para nosotros era como una fiesta, un amor que empezó casi como un juego se convirtió en lo más grande de mi vida. Yo no tenía familia, sólo a Luis, muchas veces me ponía triste al recordar a mis padres de los que sólo pude disfrutar tres años, pues estaba segura de que allí donde estuviesen nos estarán viendo a mi hermano y a mí, y ellos también sufrirían. Luis, una de las veces que vino a verme, me dijo que se marchaba a otra 177
ciudad en busca de un trabajo mejor, aquí ganaba poco dinero. A mi me rompió el corazón porque no tenía a nadie. Entonces pasó algo que había de cambiar mi vida, yo también tuve que cambiar de trabajo, le escribí una carta a Luis dándole mi nueva dirección, mi mala suerte me acompañó una vez más, él se había cambiado de casa, nunca le llegó mi carta y así perdí el contacto con él, de nuevo volvía a estar sola, todos mis sueños se habían hecho pedazos. Volvió la Navidad, volví a estar sola como siempre y de nuevo odié estas fiestas, para todo el mundo eran unas fechas alegres en que se reunía la familia, pero yo no tenía familia. Intenté recuperar los recuerdos de aquella lejana Navidad en la que con sólo 16 años me fui de casa y conocí a Luis. Pensé volver a la iglesia y así lo hice pero todo había cambiado, estaban celebrando misa y me quedé. Cuando salí, una mano rozó mi hombro y me dijo: -¡Eres Aurora, no puedo creerlo! Volví la cara y vi a Luis, me puse a llorar y él me abrazó como si el tiempo no hubiera pasado y fuera aquella niña triste que 178
conoció. Temerosa me quedé sin hablar no sabía que decirle, cuando recuperé el habla nos fuimos a tomar un café y entonces descubrimos el malentendido que hizo que perdiésemos el contacto, a partir de ese día volvimos a ser como novios. Ahora estamos pensando en casarnos, hacer una ceremonia sencilla como habíamos pensado cuando nos conocimos en aquella Navidad, y por primera vez en mi vida voy a celebrarla con alegría y hasta pienso comprar un árbol y llenarlo de regalos para mí y el hombre que me hace tan feliz.
Teresa Temprado Nuño Morata de Jiloca
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Doñana Al ver un día un documental en la televisión sobre las especies de animales en vías de extinción en la península y que uno de los que nombraron fue el lince ibérico, recordé haberlo visto en uno de mis viajes que cada año, desde la jubilación de mi marido, solemos hacer por mediación del Inserso. Dicho viaje fue por Andalucía, más concretamente por la provincia de Huelva donde nos llevaron entre otras cosas a visitar el Parque de Doñana y que como nos habían dicho es uno de los lugares más bellos y grandes de la península. Además del lince hay muchas especies de animales salvajes protegidos por quedar pocos y además de otros muchos que tienen su hábitat en el parque, en algunas temporadas se encuentran muchas de las aves migratorias que pasan a invernar de Europa a África y que se quedan un tiempo a disfrutar de su excelente clima. Nos llevaron a visitarlo en autocar y aún así estuvimos todo el día. Es como una finca 180
muy grande que está vallada y a la que solo se puede pasar por entradas autorizadas y en visitas y horarios programados. Hay pistas para vehículos todo terreno por donde no puede ir el autocar y otras sendas de madera por las que se pasa andando y en silencio para poder observar de cerca reptiles, aves o mamíferos que están entre la fauna y que si se sienten observados huyen espantados entre la maleza, en algunas partes muy frondosa. Un guía nos iba explicando todo lo que veíamos. Hay observatorios camuflados que recuerdan a las chozas de los hombres primitivos y desde las que se observan aves acuáticas que se encuentran en lagunas grandísimas y boscosas, marismas de agua salada que se filtran del mar por debajo de grandes dunas de arena finísima y que según nos contó el guía cambian de forma y no dejan ver el mar muy cercano. Las playas son tan inmensas y llenas que cuando baja la marea en algunas, el agua se aleja o adentra en el mar tanto que puedes pasear por donde antes había agua. Por lo que los edificios más cercanos quedan muy lejos y puedes disfrutar del 181
paisaje natural como en ninguna otra playa con sus edificios grandes y cercanos. Otros paisajes son tan esteposos y secos que recuerdan a muchos de Aragón como son los Monegros y algunos más. Dentro de todo estos paisajes naturales hay un bonito palacio con su bonita escalinata y que es utilizado como museo y donde además de fotografías hay especies de animales disecados pertenecientes al parque. En le Palacio se dice que fue pintada por Goya la “Maja vestida” y la “Maja desnuda”. También hay otro edificio con unas salas para proyecciones audiovisuales y que tranquilamente sentados y descansados después de tantas caminatas te enseñan gran parte del parque donde ves más animales y sobre todo fieras que has visto en vivo anteriormente. Al final del recorrido y para mayor contraste nos levaron a la Aldea del Rocío. Al lado de una gran marisma donde había animales que por su aspecto tranquilo estaban acostumbrados al bullicio y las visitas, allí se encuentra la ermita de la 182
Virgen Blanca en una aldea pequeña donde sus calles recuerdan a las que vemos en las películas del oeste americano con sus aceras altas y las calles de arena muy fina y por donde no pueden andar más que los caballos pues los pies se meten de tal forma que no se puede andar más de un paso. Esto es así para que en su día puedan ir las carretas bonitas y engalanadas que vemos por televisión en la Romería del Rocío. La ermita bonita, muy blanca y más bien pequeña guardada por grandes rejas que son las que saltan los romeros, que en su día se concentran en la aldea, después de llegar de distintos sitios rodeando el parque de Doñana por su contorno que lo rodea entre las carreteras y los valles que atraviesan el mismo ecosistema del coto como si de otro segundo se tratase. Volviendo a recordar al lince ibérico me acabo de enterar por la prensa del nacimiento en el parque de tres cachorros, los primeros nacidos en cautividad. Mi enhorabuena a los responsables del Parque Natural de Doñana. 183
María Pelegrín García Morata de Jiloca
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Mis dos amores Luisa y Andrés vivían en Zaragoza, eran un matrimonio muy feliz, fueron novios durante varios años y se casaron muy jóvenes pues creían que el suyo sería un amor eterno... hasta que la guerra los separó. Al estallar la Guerra Civil, Andrés tuvo que marcharse al frente, Luisa se quedó muy apenada. Andrés le escribía siempre que podía, Luisa lo hacía diariamente, no podía pasar ni un solo día sin demostrarle lo mucho que le quería. Cuando Andrés llevaba varios meses ausente, un día llamó el cartero a su puerta, ella se puso muy contenta creyendo que le traía carta de su marido pero pronto esa alegría se convirtió en un profundo dolor al ver que lo que le entregaba el cartero eran las cuatro últimas cartas que ella le había mandado, junto a ellas recibió un informe dándole a conocer que a Andrés lo habían cogido prisionero y había sido fusilado. A Luisa se le cayó el mundo encima no se podía creer lo que le estaba pasando. La familia mandó un escrito reclamando su 185
cuerpo para darle sepultura cerca de ellos pero eso no fue posible pues a todos fusilados los habían enterrado en fosas comunes. Luisa estaba destrozada a ella le parecía una pesadilla, un mal sueño del que algún día iba a despertar, pero fueron pasando lentamente los meses, los años... hasta que acabó la guerra y entonces fue cuando Luisa tomó conciencia de la realidad y empezó a asumir que nunca más volvería a ver a Andrés. Diariamente acudía a una droguería, cercana a su casa, donde ella tenía la cartilla de racionamiento, a comprar lo que necesitaba o lo que había, porque escaseaba todo mucho. El dueño, un muchacho joven como ella, un día le preguntó por quién llevaba luto, que si había perdido algún familiar en la guerra, ella sin poder evitar que las lágrimas brotasen de sus ojos, le contó que a su marido. Él, abrumado, le dijo un sincero: “lo siento” y le confesó que él no había ido a la guerra por su cojera, debido a una parálisis que le dio cuando era muy pequeño. Desde ese día cuando ella iba a la tienda charlaban un rato, él le preguntó 186
que de qué vivía, si tenía trabajo, ella le contó que iba todas las mañanas a limpiar una oficina de correos, que no era gran cosa pero que se arreglaba, Miguel, que así se llamaba el muchacho, le explicó que él llevaba varios años viviendo sólo y que le vendría muy bien si quisiera hacerle la limpieza dos veces por semana. Luisa aceptó. Poco a poco fueron intimando, a Luisa le resultaba fácil y grato hablar con Miguel. Un día Luisa fue a comprar cuando casi era la hora de cerrar, Miguel entonces le preguntó si le apetecía dar un paseo con él, Luisa se negó pues aún tenía muy presente la pérdida de su marido pero Miguel insistió un día tras otro hasta que al final Luisa aceptó. Fueron a pasear por El Cabezo y al regresar a casa, Luisa tuvo que reconocer que el paseo le había sentado bien, se sentía muy a gusto con Miguel. Un día, como cualquier otro de los que salían a pasear, Miguel se arrodilló y le pidió matrimonio. Luisa fingió sentirse sorprendida, pero era algo que ya esperaba, pues hacía días que sentía que Miguel era algo más que un amigo, gracias a él, volvía a ver la 187
vida con alegría pues aunque no había olvidado a su marido, Miguel era un buen chico, respetuoso y romántico, muy comprensivo que le había devuelto las ganas de vivir. Se casaron y al año nació su primer hijo en el que Luisa volcó todo su amor. Pasaba muchas horas así, en silencio, contemplando a su hijo mientras dormía y se preguntaba cómo había podido llegar a querer tanto a Miguel, pues siempre había creído que jamás habría otro hombre que llenara su corazón de amor como lo había hecho Andrés, ahora se daba cuenta de que estaba equivocada, en su corazón había sitio para los dos, su hijo la volvía loca de alegría y su marido la adoraba ¿qué más podía pedir?. Cuando todos estos pensamientos pasaban por su cabeza, llamaron a la puerta, Luisa fue a abrir y su sorpresa fue mayúscula pues en el quicio de la puerta estaba Andrés, su primer marido, no pudo soportar la emoción y se desmayó, él la cogió en sus brazos y la tumbó en la cama intentando reanimarla pero Andrés también fue sorprendido al ver junto a la cama una 188
cuna con un niño de muy corta edad, él siguió intentando reanimarla. Cuando Luisa volvió en sí con voz muy condolida le preguntó: “¿por qué tanto tiempo sin tener noticias tuyas?... me dijeron que estabas muerto... ha pasado mucho tiempo... casi tres años... ¿tú sabes lo que yo he pasado?”. Sí, lo siento, lo siento mucho de verdad, pero nos cogieron prisioneros a todo el batallón, nos metieron en camiones y se nos llevaron, tras varias horas de camino, el camión donde yo iba paró a echar gasolina, algunos pidieron que les dejaran bajar para hacer sus necesidades, nos abrieron la puerta y nos advirtieron que no nos separáramos del camino, después nos mandaron subir de nuevo, los dos hombres que iban a nuestro cargo fueron a la cabina del camión para hablar con el conductor. En ese momento un compañero y yo, en vez de subir al camión, nos metimos debajo de él, agarrándonos a los hierros. No nos echaron en falta, cerraron la puerta y siguieron el camino. Así fuimos varias horas y cuando el camión cruzaba una finca sembrada de lino decidimos soltarnos, gracias a Dios no nos 189
hicimos nada grave. Estuvimos varios días huyendo por los montes sin comida y sin agua, hasta que pudimos cruzar la frontera. Una vez en Francia intentamos buscar trabajo pero no teníamos papeles, así pasaron varios días hasta que por fin llegamos a una masía, estábamos hartos de tanto huir así que le contamos la verdad al patrón, éste se hizo cargo de nuestra situación y nos contrató, confió en nosotros pero nos advirtió de que no intentásemos mandar noticias a la familia mientras durase la guerra, pues nuestras vidas y la de su familia peligraban. Cuando acabó la guerra... no sé, era todo tan confuso... he venido para llevarte conmigo pero creo que no va a ser posible porque veo que has rehecho tu vida, tranquila, lo entiendo, ha pasado demasiado tiempo. Yo regreso hoy mismo a Francia, todavía tengo miedo a ser descubierto, perdóname... lo siento... –y dándole un tierno beso en la frente se despidió. Luisa se quedó aturdida y confusa, no entendía lo que le estaba pasando, no sabía que hacer ni como reaccionar, así la 190
encontró Miguel cuando llegó, estaba como ausente y desencajada, todo asustado le preguntó qué le pasaba, ella se echó a llorar y refugiándose en sus brazos le contó lo sucedido. Miguel se quedó de piedra y cuando Luisa se calmó, muerto de miedo le preguntó: ¿qué vas a hacer?. Luisa fue sincera y le dijo que si por ella fuese, en esos momentos, morirse. Calla, calla, -le dijo Miguel- procura tranquilizarte, piensa en nuestro hijo. Las semanas siguientes, cuando Miguel llegaba a casa, siempre encontraba a Luisa llorando, un día, ya no puedo más, la cogió, la abrazó y así, apretándola contra su pecho, le susurró al oído: Oye, ¿por qué no dejas de ahogar tu corazón con tantas lágrimas y me dejas que yo lo ahogue de amor y cariño?. Ella con la cabeza le contestó que sí. Cuando me enteré de esta historia Luisa y Miguel eran ya unos ancianos, durante el tiempo que duró nuestra conversación, ellos estaban sentados en el sofá muy juntos con sus manos entrelazadas, de vez en cuando, se emocionaban y a mí 191
me llamó mucho la atención, porque cuado acabaron de contar su historia, los dos se abrazaron fuertemente como queriendo demostrar que a pesar de los años transcurridos, todavía seguían enamorados y queriéndose cada día más.
Pilar Bendicho Pascual Morata de Jiloca
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Un pensamiento, una reflexión La mujer es la flor más bonita del jardín de la vida. Cuando Dios creó el mundo y los seres que lo iban a habitar, formó una pareja de cada especie, pero cuando creó al hombre, se dio cuenta de que había creado un ser superior a los demás animales y no le dio pareja creyendo que sería lo mejor pero se equivocó y el hombre un día lo llamo: “Señor, Señor, ¿por qué todos los animales tienen una pareja y a mí me has dejado solo? Entonces Dios pensó que el hombre tenía razón y creó otra persona a su imagen y semejanza, pero más frágil, más sensible y con un corazón más grande, no por su tamaño, sino porque tenía más capacidad de amar a los demás. Compartían todo, eran unos compañeros ideales no era el uno más que el otro hasta que todo cambió, la mujer comenzó a sentirse rara y el hombre empezó a interesarse más por ella, eso a la mujer le gustó, se sintió halagada y cuando nació ese ser tan pequeño y desvalido, fruto de su amor, los dos tuvieron un sentimiento muy 193
especial. La mujer se dedicó al cuidado de ese nuevo ser al que llamaron bebé y el hombre sintió celos porque el bebe le quitaba parte de lo que consideraba solo suyo. Después vinieron más bebes y la mujer cada vez tenía menos tiempo para dedicarle a su pareja, aquellos bebes la necesitaban más que su compañero ¿por qué él no lo entendía así?. El hombre tuvo que trabajar más para cubrir las necesidades de su familia, así que la pareja ya no pudo disfrutar de algunas de las cosas que antes hacían juntos y el hombre sintió que estaba solo. Pasaron los años y la mujer se dio cuenta de que las personas mayores a veces se volvían como los bebes y por lo tanto también necesitaban de su cuidado. El hombre creía que él, con buscar alimentos, hacía suficiente, la mujer sintió que tenía que ayudarles y cuidarlos y así lo hizo. Pero el hombre veía que cada día tenía que compartir más a su compañera y no le gustaba nada, a ella no le importaba ir 194
perdiendo sus derechos y tener cada vez más obligaciones porque lo hacía por amor. Así que el hombre durante siglos se aprovechó de estos sentimientos y poco a poco, fue dejando a la mujer de lado, olvidándose de que él fue quien le pidió a Dios una compañera y empezó a considerarla como una propiedad más, la mujer ya no era una compañera sino “algo” que podía usar a su antojo, hasta el punto de que ella ya no podía hacer nada sin su permiso, no podía salir a la calle ni comprar nada, tanto llegó a abusar el hombre que al final la mujer se rebeló y dijo: “¡Hasta a aquí hemos llegado!”. Pero tampoco así el mundo marcha muy bien, pues desde que la mujer reivindica sus derechos, muchas veces se olvida de los bebes, los que tienen suerte son cuidados por sus abuelos, otros por personas extrañas, que no digo que no los cuiden bien, pero no tienen el cariño de sus madres y eso de pequeños es muy importante. Tampoco las personas mayores tienen el cariño de los suyos que están en las residencias o en casa solos y se sienten muy tristes y apenados. 195
Ahora la mujer sí que tiene la libertad de vivir sola, si ella así lo decide, puede ir pasear, al cine o donde quiera, como quiera y con quien quiera, puede comprar lo que le apetezca sin necesitar a nadie, pero yo pienso que la mujer tenía que poder decidir si quiere trabajar fuera o dedicarse al hogar y cuidar de los niños y así el mundo sería un poco mas pacífico. El otro día escuché en la televisión que había mujeres que han abortado dos veces por no perder la oportunidad de ascender en su carrera y otras por miedo a perder el puesto en su trabajo, no sé yo dónde nos equivocamos las mujeres, dónde empieza nuestra libertad y donde terminan nuestros derechos; por eso me pregunto: ¿si nos creó Dios, dónde le fallamos? y si descendemos del mono me da miedo pensar que con el paso del tiempo estamos volviendo a ser como animales otra vez aunque ahora es peor porque al principio era por ignorancia, pero ahora sería por egoísmo y maldad.
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Amparo Palaciรกn Ferrando Morata de Jiloca
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Recuerdos Un día de mucho frío mirando por la ventana por donde se divisan las sierras y allá a lo lejos el Moncayo, todo nevado, me puse un poco melancólica, y empecé a pensar en lo que antes se hacia en este tiempo de invierno. Una de las cosas de las que más disfrutaba era la matanza. Recuerdo el día anterior ya de preparativos, ver a mi abuela y demás mujeres de la casa, cortando el pan para las migas y también para hacer las bolas; en una habitación iban poniendo terrizas, paños, maquinas de llenar morcilla y chorizos, en fin todo lo que se iba a necesitar. Los hombres traían aliagas, leña y llenaban las tinajas y cantaros de agua, para no tener que ir a la fuente el día siguiente. Llegaba el día, se levantaban de madrugada, unos preparaban la caldera llena de agua en el hogar, que necesitaba un hombre sin parar de echar leña al fuego 198
para mantener el agua hirviendo. Otros se iban al corral a por los cerdos. Ya muy pronto en cuanto amanecía venía el que llamábamos “el matachín”, entonces ya empezaba la fiesta, comiendo mantecados y magdalenas y bebiendo anises y vino blanco. Mataban los cerdos y los colgaban para por la tarde ya escarnar, que consistía en hacer pedazos el animal. Las mujeres hacían las migas y las mollejas que para almorzar se comerían todos juntos alrededor de la mesa. Después del almuerzo, tres o cuatro mujeres bajaban al río a lavar el menudo, que eran los intestinos que luego servirían para llenar en ellos la morcilla y los demás embutidos. Las pobres venían pasmadas,...pues nos quejamos ahora pero entonces si que hacia frío. Para el medio día se preparaba un buen cocido hecho en grandes pucheros en la lumbre, cosa que no fallaba en todo el día.
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Se trabajaba muchísimo, pues todo tenía que hacerse a puro de esfuerzo, capolar, embutir, colgar todo el embutido en varas, y al final el salado, ¡eso si que era ver trabajar a los hombres!, dale que dale a las piezas, los jamones y demás, y después dejarlas bien tapadas con mucha sal y algo de peso encima. Los chicos pasábamos un día maravilloso, auque también llevábamos algún que otro reniego, porque no hacíamos más que enredar, uno de nuestros juegos favoritos, aunque ahora parezca una cosas sucia, era la vejiga del cerdo después de sacar la orina, le dábamos golpes y más golpes en el banco de madera, donde se había matado el cerdo, y así se quedaba blandita y con una paja soplábamos para llenarla de aire y dejarla como un globo, que nos servía para jugar parte del día. Por la noche a la hora de la cena nos juntábamos casi veinticinco personas, porque siempre se invitaba a algún que otro familiar. La cena casi siempre consistía en unas judías refritas, costillas con tomate y luego postres, ya bien alimentados y felices, 200
se preparaba la juerga que duraba hasta muy tarde. ¡Como habían trabajado las mujeres para hacer todo, y que guapas y limpias me parecían con aquellos delantales tan grandes y todos blancos! Igual que en casa de mis abuelos y padres se hacía en casa de los tíos, así que el mes de diciembre casi todos los días eran fiesta. Os cuento esto con nostalgia, porque ya no hay esas reuniones de antes en las que se juntaba toda la familia y con mucho menos de lo que ahora hay eran todos tan felices. En este caso porque ya veían que no faltaría comida para muchos meses. También recuerdo aparte de la matanza que la mayoría de las vecinas eran vecinas de verdad, pues unas cuidaban de los hijos de las otras cuando tenían que irse fuera de casa, como al ir a lavar, echar de comer a los cerdos, llevar la comida y también ayudar en alguno de los trabajos de los hombres en el campo. Cuando podían pasar las tardes en casa se reunían todas en sitios donde 201
tomaban el sol y a la vez trabajaban en zurcir, coser, hacer media y otros trabajos, pero eso sí juntas hasta la hora de hacer la cena. Todas carecían de la mayoría de las cosas que ahora sobran, pero tenían algo que ahora nos falta, tiempo para todo, y también una gran amistad con mucho cariño siempre que se necesitaban. Estas cosas hacen pensar, que no por mucho tener y saber las personas son más felices.
Asunción González Callejero Moros
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Mejor o peor Era un cálido día del mes de septiembre. La bisabuela Enriqueta sesteaba junto a la puerta de entrar a casa, su rincón favorito, junto a la viejísima parra que plantó su Paco cuando estaban recién casados. El ruido de un coche al llegar, le hace salir de su somnolencia. Era su nieta Maria que llega de Madrid con sus tres fierecillas, como las llama su bisabuela. La buena de Enriqueta a pesar de sus bien cumplidos noventa años, y gracias a su mente privilegiada, reflexiona sobre los problemas actuales. Su alegría ante la llegada de los niños cambia cuando los observa, y ve las reacciones de los chicos, que se pelean y se muestran agresivos. Y no puede evitar hacer comparaciones con sus hijos y sus nietos mayores. Y se le ocurre preguntar; ¿Es mejor o peor esta época?, y ella misma se contesta que según para qué. Yo no se si la época que nos toca vivir a cada uno, nos marca para bien o para mal, pero la verdad es que somos distintos 203
dependiendo nacemos.
de
donde
y
cuando
Cuando veo a mis nietos llenos de vida, de fuerza y de ilusiones infantiles, tengo miedo al pensar en el mundo que les tocará vivir. No quiero ser pesimista, pero cada vez que veo en televisión determinados programas, pienso que vamos a un mundo sin valores. Lo único que se les trasmite son obscenidades, groserías y un lenguaje soez y malsonante. Y se pregunta Enriqueta... ¿Qué esperamos de nuestros niños y jóvenes, con estos puntos de referencia?. Si, ya se que no todos son así, pero cada vez se valora menos la persona sensata, responsable, y porqué no, las buenas personas. Los niños actuales según esta señora, son caprichosos y mal educados y lo único importante para ellos es satisfacer sus caprichos. Y pregunta Enriqueta; ¿Qué habéis hecho mal para que sean así?. y nos cuenta 204
que en su época, en general los niños no eran díscolos, ni desobedientes, y no se revelaban ni en la escuela ni en la familia. y tenían mucho más respeto, luego algo está fallando. Siempre están insatisfechos, les falta lo último ya sean unos deportivos de determinada marca o el último móvil del mercado, o quizás el autógrafo de cualquier famosillo, que les meten por los ojos desde la tele. Y sigue comentando la bisabuela desde su viejo sillón... Que podemos esperar con lo que aprenden en la tele desde niños, cuando ven jóvenes de muy pocos años, como son capaces de venderse por muy poco, sin importarles lo bajo que tengan que caer. ¿Qué es lo que falla?, pregunta Enriqueta. La educación, el ambiente en general, o los tiempos que nos tocan vivir. y sigue explicando esta señora que la intolerancia y el autoritarismo de los padres de antaño era malo, pero la dejadez, el pasotismo y la apatía de los actuales tampoco es bueno. Sus hijos les 205
desobedecen, les contestan mal y no se inmutan. Y yo me pregunto ¿Es mejor o peor ahora? Como diría mi abuela: Dios proveerá.
Concepción Gormedino Hernández Munébrega
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Agua y aceite, leyendas del Jiloca Eran tiempos difíciles, no había trabajo y mantener a su familia no era fácil, aunque no le importara en que tuviera que trabajar, pues igual hacia unas albarcas, herraba una caballería o arreglaba un ventanuco. De todo sabía un poco, así que cuando oyó comentar a alguien que en el pueblo más cercano, necesitaban un santero pensó que igual que había aprendido los demás oficios, también sabría hacer de santero. Lo comento con su mujer y los dos acordaron que la mañana siguiente, junto con sus hijos emprenderían el camino hacia el susodicho pueblo. No tenía ni idea en qué consistiría aquello de santero, pero necesitaba el trabajo para mantener a su familia y lo conseguiría. El matrimonio no durmió en toda la noche dándole a la cabeza, nunca habían pensado que tendrían que abandonar su pueblo. Pero si madrugaban y tenían la suerte de conseguir el puesto ya no tendrían que ir más de puerta en puerta buscando trabajo. 207
Se levantaron con las primeras luces del alba, y sus bienes eran tan escasos que con un hatillo les era mas que suficiente para recogerlos y al hacerlo los dos pensaron que poco podían perder con intentar cambiar su vida y que solo necesitaban un poco de suerte y con ella conseguir el trabajo. Cuando ya tenían todo preparado para la partida despertaron a los niños, los vistieron y mientras desayunaban, echaron una ultima mirada a su alrededor. Nunca habían tenido nada mas que lo justo para sobrevivir, pero pese a eso habían sido felices. Se despidieron de sus allegados y emprendieron el camino. Aunque el frío, pues era invierno, les hacía pararse de vez en cuando para encender una hoguera y calentarse como habían madrugado tanto fueron los primeros en llegar a la ermita. El sacerdote al ver el estado en el que llegaban, se compadeció de ellos, los padres extenuados, pues durante más de la mitad del camino habían tenido que cargar cada uno con un niño y estos con unas caritas de frío que daban pena, así que 208
pensó que ¿a quien mejor que a ellos les podía dar el trabajo?. Les dijo que no se preocupara que ellos serían los santeros. Les explicó que además de la pequeña paga que les daría, detrás de la ermita había un huerto en el que podrían plantar cuanto necesitasen para sus necesidades. Seguidamente pasó a explicarles que la ermita estaba dedicada a Santa Eulalia, y que en el interior de ésta había una gruta por la cual manaba el aceite suficiente para llenar las lámparas que alumbraban a la Santa durante todo el día. Esto y limpiar la ermita era todo lo que tenían que hacer para ganarse el sustento. Según escuchaban al sacerdote sus caras iban cambiando de expresión, no podían creerse todo lo que aquel hombre les estaba diciendo, ellos eran cristianos pero hacerles creer que en el interior de la ermita había una gruta por la cual manaba aceite ya era mucho pedir. El sacerdote miró sus caras y se dio cuenta de que era mejor que vieran por sus propios ojos lo que el les estaba explicando y no creían. 209
Se dirigieron a la ermita que estaba en las afueras del pueblo, en lo alto de un montículo y desde el cual se divisaba todo el valle, sus dimensiones eran pequeñas, pero era acogedora. En el interior, al final, había un cuarto pequeño el cual les serviría como vivienda, pero lo que más les impresionó fue lo que no habían querido creer, cuando el sacerdote les había explicado. Allí mismo estaba la gruta y aunque parecía imposible era verdad. Pasó el tiempo, y al Santero le parecía mentira el cambio que habían dado sus vidas. El trabajo lo realizaba sin ningún esfuerzo. En la primavera había plantado hortalizas, patatas y legumbres, y había sido la cosecha tan abundante que tendrían suficientes víveres para todo el invierno, y como con el aceite sobrante de llenar las lámparas, tenían para cocinar, además de la pequeña paga que cobraban, la cual ahorraban, nunca habían tenido un futuro tan prometedor. Pero pasó el tiempo, y un día estaba nuestro Santero llenando las lámparas de 210
aceite y un mal pensamiento pasó por su cabeza. Pensó que una vez que estuvieran llenas las lámparas podría coger el aceite sobrante y venderlo, y no tendría por qué enterarse nadie, y tampoco nadie le había dicho que no pudiera hacerlo. Pensó que solo lo haría de vez en cuando y con eso no haría mal a nadie. Al principio sólo lo hacía de tarde en tarde, pero fue pasando el tiempo y lo llegó a hacer a diario, hasta que una mañana se despertó sobresaltado, había tenido un sueño más bien una pesadilla. La Santa le había dicho que dejara de robar, que si no lo hacía, el aceite que manaba por la gruta se convertiría en agua y aunque ella perdería, porque ya no tendría luz que le alumbrara, el perdería mucho mas, pues perdería su trabajo y con él, el bienestar de su familia. Pensando que sólo había sido un mal sueño cada día seguía robando el aceite, hasta que un día al ir a llenar las lámparas se quedó mudo de asombro, y el mundo se le vino abajo. Ya nunca podría volver a llenarlas, ni podría seguir de Santero. Su vida 211
ya no sería nunca tan feliz, lo que manaba por la gruta era sencillamente agua. Asustado se dirigió a la imagen de Santa Eulalia, y al hacerlo pensó ver que unas lagrimas se desprendían de los ojos de la Santa, y en aquellos momentos comprendió que lo que el pensó había sido un sueño, nunca lo fue, y que lo que estaba pasando era lo que la Santa le había dicho que pasaría si no dejaba de robar. La avaricia es mala consejera, todos queremos tener más, y vivir mejor aunque a veces la manera de conseguirlo no sea la más apropiada. Esta leyenda, que aquí cuento y que de pequeña a mí me contaban, siempre pensé que en realidad ocurrió, pues aunque parece ser que ocurrió hace muchos, muchísimos años, la ermita dedicada a Santa Eulalia sigue estando en el montículo donde la leyenda cuenta y en su interior, que sigue siendo acogedor, se reúnen las gentes del pueblo una vez al año para celebrar la onomástica de la Santa. La gruta o fuente, aunque muchas veces la han cambiado de lugar, siempre 212
ha estado y sigue estando debajo de la ermita y su agua ni en las peores sequías ha dejado de manar. Leyenda o realidad juzgue el lector
Pilar Grimal Montañés Paracuellos de Jiloca
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Abarán Mis padres se casaron muy jóvenes y tuvieron doce hijos aunque sólo llegamos a vivir siete. Vivíamos en Abarán un pueblecito precioso de la provincia de Murcia, aunque era una zona bastante seca, en sus montes solo se cultivaba esparto y mi padre trabajaba como jornalero, arrancando de las “torchas”, la planta del esparto. Agarraba en su mano derecha un palo atado a una cuerda que introducía en su muñeca para que al tirar fuerte del esparto no resbalase el manojo y se perdiera. Luego con una borrica o un macho lo llevaba hecho alpacas a unas balsas de agua para “cocerlo”, es decir, metía el esparto en el agua y lo dejaba allí, a remojo, durante dos o tres meses fermentando, luego lo sacaba y lo esparcía en el monte para que se secase, una vez seco, hacía de nuevo manojos y lo llevaba a unos almacenes, el trayecto era muy pesado, duraba una media hora y tenía que hacerlo a pie. Allí, en el almacén, trabajaba mi madre, junto con otras mujeres, machacando el esparto, dos pesados 214
mazos de madera subían y bajaban alternativamente sin parar, ellas metían los pies en unas pozas hasta las rodillas para estar más cerca de los mazos; cuando el mazo izquierdo subía con la mano izquierda debían darle la vuelta al esparto y cuando subía el derecho hacían lo propio con la mano derecha, las manos y la vista no podían descansar un solo instante pues si se despistaban, los mazos golpeaban brutalmente sus manos, como le ocurrió a mi madre un día y tres de sus dedos quedaron machacados y casi sin vida para siempre. Y fue allí, en aquella poza donde mi madre prácticamente crió a sus siete hijos, pues a las dos semanas de haber parido, envolvía en una mantica al niño y lo metía allí entre sus piernas, cuando tenía que dar de mamar, el encargado paraba los mazos y al terminar, seguía de nuevo con su faena. Mi madre entraba a trabajar a las siete de la mañana, salía a la una, daba de comer a sus hijos mayores y volvía al almacén desde las tres de la tarde hasta las ocho, al salir la esperaba mi padre y juntos iban a comprar la cena y la comida del día siguiente. La compra era diaria porque al no 215
tener nevera, no se podían conservar los alimentos. Compraban en La Plaza, en puestos ambulantes donde había casi de todo, lo único que nosotros no teníamos era dinero para poder comprar. Mi padre ganaba 700 pesetas y tenía que alimentar a nueve personas, por eso mi madre no podía dejar de trabajar en el almacén. Él comía en el campo, se llevaba una patata cocida o un trozo de pan, algún tomate, un trocico de tocino, una sardina rancia... Mi madre, como se pasaba el tiempo criando hijos y para tener más leche, solía comer ajo machacado con aceite en el que untaba pan, un pan cuyo olor y sabor yo todavía recuerdo, lo hacía ella misma los domingos que no trabajaba en el almacén, después iba al río a lavar la ropa que secaba extendida sobre el esparto y por la noche la planchaba con la plancha de carbón. Un día, estando mi madre lavando en el río uno de mis hermanos me dijo: -Josefica, ven, mira lo que hay en ese agujero. Yo pensando que era una “bicha” me eché para atrás pero él me agarró por el pescuezo y me hundió la cabeza en el río, 216
me llevé tal susto que estuve 5 días afónica. Y es que al ser yo la penúltima de los siete hermanos me tocaba de todo, y era el punto de mira del que tenía por delante, me llevaba por el camino de la amargura. Otro día éste hermano, se subió al piso de una casa que estaba en obras, me llamó para que mirara hacia arriba y me tiró un ladrillo que me dio de lleno en la cabeza, una prima de mi padre me cubrió la herida con pimentón, pues de médico nada, y así me curó, no le dijimos nada a mi madre para que no sufriese cuando volviese de trabajar. Mi madre había pasado y seguía pasando muchas calamidades, cuando estalló la Guerra Civil, mi padre se metió carabinero y marcharon a Francia, pues mi padre nunca se separaba de mi madre, cuando iban a regresar, una hermana mía murió con tan solo tres meses, como mi madre quería traerla de regreso a España, tuvo que fingir que estaba viva y durante el viaje más de una vez tuvo que hacer ver como que le daba de mamar para no levantar sospechas. Al volver a España mi padre dejó el ejército y volvió al esparto, esta vez en 217
Calasparra. Mis hermanos mayores se fueron yendo de casa y a mí me tocó ayudarle a mi madre pues estaba enferma de los bronquios, por el polvo del esparto. Solía dejarme al cuidado de la comida, pero yo prefería irme a la calle a jugar con mis amigas, más de una vez me dijo: -Josefica, cuando hierva el agua, pon las alubias a cocer. Pero cuando volvía, sólo había eso, agua cociendo. Con 44 años tuvo a mi última hermana y la mayor estaba embarazada de su primer hijo, al año y medio mi hermana tuvo otro hijo y mi madre, que no quería que trabajase toda la vida en el esparto como ella, decidió que se marcharse a Barcelona. Al poco tiempo mi hermana le escribió una carta a mi padre contándole como les iba y animándoles a que nos fuésemos todos a vivir allí. Mi padre cogió a uno de mis hermanos y se marchó, buscó una casa y a los dos meses marchamos todos, buscando un futuro menos incierto.
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María José Guillamón Velilla de Jiloca
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Mis hijos Tengo tres hijos, un chico y dos chicas, mi hijo mayor se lleva dos años con mi hija mayor así que cuando llegó la edad de ir al colegio fueron casi a la vez. Los primeros años aprobaban todo en el colegio pero conforme fueron crecieron cada vez les gustaba menos estudiar. Yo me daba mal porque me hubiera gustado que me hubiesen traído buenas notas pero ellos eran niños y no se daban cuenta, solo querían jugar. Así pasaron los cursos y me aprobaron justo, al curso siguiente, otra vez igual, a pelear de nuevo con ellos. Llegó un día en que no les pude ayudar y sufrí mucho y lo peor era que los maestros me decían que eran listos, pero que no querían estudiar. Entonces les dije: “si no estudiáis tendréis que trabajar” y ellos estuvieron de acuerdo. Al chico lo mandé a Calamocha a estudiar a un Colegio de Capacitación Agraria y aquello le gustaba porque había muchos chicos como él, estaba una semana allí, lo mandaban con tarea a casa y una semana bajaba a Calatayud a una casa-taller donde arreglaban tractores, era la Casa de 220
Polo y así sacó los estudios primarios. Mi hija mayor se quedó en 6º y no quiso seguir, yo quería que fuera a Maestría pero no quiso y le dije: “tendrás que trabajar”, y así fue. Por aquel entonces, nosotros mandábamos la fruta a Madrid y ella empezó a trabajar con nosotros, nos ayudaba mucho porque le gustaba mucho hacer la fruta y lo hacía bien, le cundía mucho, luego como era ya mayorcica se fue a trabajar a Marivella, estuvo dos años muy contenta pero echaba de menos la casa y se vino otra vez al pueblo, luego se fue a trabajar, también en la fruta, a la Cooperativa de Calatayud, iban muchas mujeres y estaban contentos con ella pues eso sí, siempre ha sido muy trabajadora. También, antes de esto, estuvo en una peluquería haciendo un cursillo de peluquería y también le gustaba pero ya se echó novio y cuando la llamaron para trabajar en la peluquería estaba apunto de casarse y no pudo ir, sino aún estaría en la peluquería. Ha tenido suerte, se caso y se fue a vivir a Madrid durante 7 años luego pidieron Aragón y le dieron Morata de Jalón, allí estuvieron 4 años y cuando salieron plazas en Calatayud, pidió y allí vive 221
actualmente, yo estoy contenta, tiene un marido bueno y la vida le sonríe. Mi hijo también trabaja en Calatayud y también está muy bien, tiene una mujer que le adora y yo también estoy contenta. Mi pequeña fue la más estudiosa pues de pequeña, siempre me decía que tenía que haber obligado a estudiar a sus hermanos por eso, cuando acabó 8º de E.G.B. y me dijo que tampoco quería. Yo se lo recordé y fue a Maestría y sacó “rayos” pero no la llamaban y se presentó para auxiliar y ya lleva lo menos diez años trabajando, también ha tenido suerte, tiene un marido que la quiere mucho. Han pasado muchos años y mi marido y yo estamos muy orgullosos de todos ellos.
Rosario Pablo López Velilla de Jiloca
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Nostalgia Salí de mi pueblo con tan solo 9 años, éramos siete hermanos y con el jornal de mi padre apenas nos llegaba para subsistir así que tuvimos que emigrar a Barcelona aunque allí tampoco ataban los perros con longaniza. Primero marchó mi padre con uno de mis hermanos y a los dos meses lo hicimos el resto de la familia. Todos ayudábamos en lo que podíamos, cultivando plantas y hortalizas, tuvimos una infancia muy difícil. Al pasar los años fuimos creciendo y empezamos a respirar porque todos trabajábamos y podíamos ayudar a mis padres, año tras año nos fuimos casando y hoy cada uno tenemos nuestra vida menos mis padres y un hermano que ya han fallecido pero lo que es la vida todos nos casamos en Barcelona y hoy estamos todos desperdigados, uno en Lérida, otra en Premiá del Mar, yo en Velilla de Jiloca y los otros tres en mi pueblo, o sea, en Murcia pues conforme se van jubilando se vuelven a su tierra natal que ¡hay que ver lo que tira la tierra de uno!. Yo cuando vine a Velilla me gustó tanto que hasta que conseguí 223
comprar una casa no me quedé tranquila porque me gusta tanto la tranquilidad... era algo que siempre soñaba que algún día pudiera jubilarme e instalarme aquí, bueno digo todo esto porque estoy separada aunque vivo con un maño de origen de Velilla o sea que casi soy tan velillense como él. Tengo una hija en Murcia casada y también dos nietos guapísimos, en el mes de diciembre fuimos allí pues me hacía mucha ilusión enseñarle la casa donde había vivido de pequeña y no os podéis imaginar la nostalgia que sentí al volver a mi tierra donde tantas penas había pasado y recordar lo feliz que fui entonces junto con mis padres y mis hermanos ya que la vida no me ha tratado nunca muy bien que digamos, bueno yo todavía tengo la esperanza de que algún día me toque la lotería y también me pueda comprar alguna casica en mi pueblo querido pues aunque en Velilla estoy muy a gusto, la tierra de cada uno le tira mucho. Cuando llega la Semana Santa de nuevo los recuerdos se apoderan de mi, recuerdo lo bonita que era en Murcia, toda la semana se oían pasos de santos, el 224
domingo ya empezaba la “parma”, recuerdo la burrica, las ramas de olivos... y detrás la banda de música. Así hasta el Domingo de Resurrección en que se juntaba la Virgen con el Señor y debajo del manto de la Virgen soltaban un centenar de palomas, eran preciosas las procesiones de mi pueblo, bueno es que me gustaban tanto que lo escribo como si se la gente lo pudiese recordar igual que yo. La verdad es que Murcia es tan bonita que no pararía de hablar de ella, una gente tan humilde... que daría yo por volver a vivir lo que viví de pequeña aunque un poco difícil porque tengo 5 hijos, cinco dolores, cinco cariños a veces mejores otras peores y con mas penas que alegrías. Un momento bien alegre en mi vida fue el día que tomé la Primera Comunión, tenía siete años y como éramos tan pobres y mi hermano mayor estaba en la marina haciendo la mili, casi se olvidan de mí, gracias que la maestra que me quería mucho, y para mi era como una segunda madre, me mando a hacerme el vestido, ¡qué bonito era! Todavía me emociono cuando miro la foto que aún conservo. 225
Bueno el día de mi Primera Comunión yo creo que no dormí en toda la noche, por fin me llamó mi madre porque iba a venir la que me tenía que peinar pues yo tenía el pelo muy largo y me hicieron tirabuzones. Recuerdo que todos mis hermanos, aunque remendados, también estaban guapos y limpios. Fuimos a la iglesia, comulgué las monjitas nos llevaron a desayunar, nos dieron unos dulces y chocolate. Después como mi madre criaba conejos y gallinas invitó a toda la familia que estaban en Abarán porque los demás estaban en Calasparra y fue un día muy especial aunque mi madre tenía la pena de que mi hermano mayor estaba muy lejos haciendo la mili. Como es tradición en mi tierra, por la tarde siguió la fiesta y mi madre hizo una olla de michirones, que son las habas secas, muy tradicionales, apañadas con jamón, chorizo, ajos y laurel, para los vecinos y buenas botas llenas de vino, después baile para todos acompañado de un acordeón. Había tanta alegría y éramos tan felices que aunque ha pasado tanto tiempo no lo puedo olvidar.
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María José Guillamón Molina Velilla de Jiloca
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Ocho años Pasada mi infancia con sus más y sus menos, conocí al que hoy es mi marido y con tanto amor, con tanta naturalidad y tanto deseo ocurrió lo que la naturaleza tiene previsto, es decir, nació Oscar, mi primer hijo, después vendría un segundo pero hoy voy a hablar de aquel primero. Oscar nos hizo sentir plenos, era tan fuerte, tan sano, tan guapo, tan gamberro... Creció tal y como había nacido, no ocurrió nada en su desarrollo que nos alarmase y poco a poco se fue convirtiendo en un hombre hermoso, cariñoso, simpático, muy buen hijo y...¡seductor! Con estas características mi marido y yo nos fuimos haciendo a la idea de que sus alas estaban ya lo bastante fuertes como para dejar el nido y así fue. Había conocido a una preciosa mujer y se casaron. Ahora teníamos que preparar nuestros sentimientos para afrontar una nueva faceta para la que quizá éramos un poco jóvenes: ser abuelos. Daba igual que lo deseásemos o no, al poco tiempo nos 228
dieron la noticia, mi nuera estaba embarazada. La verdad era que me ilusioné tanto como si yo misma fuese la protagonista. Pero de repente conocimos una nueva, difícil y terrible palabra, ¡vaya palabra !ECTÓPICO!, parecía un insulto y para nuestra familia se convirtió en un jarro de agua fría. Traducida al castellano la famosa palabra significaba que el embarazo se había producido en las trompas en vez de llevarse a cabo en el útero. Mi pobre nuera estuvo bastante enferma y nuestro soñado nieto se había esfumado como por arte de magia. Al mal tiempo, buena cara. Una vez repuestos la llamada de la selva y el profundo cariño que se profesaban, les puso otra vez manos a la obra y, moralmente, el resto de la familia también. ¡Ahora sí que deseaba ser abuela con todas mis fuerzas! Pasa el tiempo y nada, nada, nada, NADA. Las secuelas de aquel nefasto embarazo impedían que su sueño se realizase.
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Tanta era la nada que ellos, después de pasar por un sinfín de pruebas que les indicaban que estaban absolutamente sanos, toman la decisión de tener un NIÑO PROBETA, ¡Dios mío, al final saldremos hasta en la televisión! Bueno, lo que sea sonará. En aquel momento todos deseábamos lo mismo, tener un bebé correteando entre nosotros, habían pasado ya varios años y la espera se había convertido en ansiedad. Llegó el momento, un implante y ¡zas!. Pero NADA, se perdió de nuevo. Ahora ya sabíamos muchas otras palabras nuevas; inseminación artificial, congelación de esperma, mórula... Para ellos fue duro y para nosotros también, nos dolía el nuevo niño perdido y nos dolía verles tristes y afectados. Nuevo intento, hasta tres niños podían desarrollarse de golpe. Nuevo periodo de espera y nueva decepción, ¿era posible tanto desatino? Estábamos todos embarazados psicológicamente, teníamos otras conversaciones, pero en el fondo éste era el tema estrella. 230
Cabezones como nadie, fueron a por el tercer intento, ya ni nos atrevíamos a dar ánimos, habían pasado ocho largos años. Parece que sí puede que no se malogre, aquel útero había recibido dos embriones y de momento el cuerpo no los rechaza. ¿Seré por fin abuela y tendré dos nietos de golpe?. Malas noticias, un embrión se ha desprendido, queda el otro, pero no hay que lanzar las campanas al vuelo. Esta vez si, si que había que lanzarlas, no sólo las campanas, también los tomates, los pepinos, las cebollas y todo que tenía a la mano. El embarazo iba bien, el feto se desarrollaba sano y fuerte como sus padres. ¡Al fin abuelos y mis hijos felices!. Eric, que así lo llamaron, nació ajeno a todas las vicisitudes que pasamos entre todos. Ahora corretea sin parar de hacer travesuras y sin ser consciente de ser uno de los niños más deseados del mundo, nos ha hecho felices a todos y nos ha dejado cumplir uno de los mandatos de la naturaleza: LA PERPETUIDAD DE LA ESPECIE. “Ya soc abuy”.
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Candelaria Ibáñez Moya Velilla de Jiloca
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Un viaje a Galicia Hace unos 20 años hicimos un viaje, yo estaba muy emocionada porque era el primero que hacía desde que me casé. Nos tocó este viaje por la Caja de la Inmaculada y nos dieron 15 días. Fue precioso, desde el primer día nos juntamos con dos matrimonios, uno era de Morata y el otro de Castejón, fuimos lo menos 50 personas a ese viaje pero los únicos que nos juntábamos éramos los 6. Estábamos todos en el mismo hotel y yo no he pasado nunca días tan buenos. Por la mañana nos levantábamos pronto y nos íbamos a desayunar que nos ponían lo que no podíamos comer: chocolate, café, leche, mermelada, mantequilla... si no nos despertábamos por nuestra cuenta, nos llamaban por teléfono. El primer día que dormimos allí, cuando nos levantamos hice las camas pero las compañeras me dijeron que tenían que hacerlas el personal del hotel asía que cogí, las deshice y no la hice más. Todas las mañanas íbamos a una provincia de Galicia. Estábamos en el Hotel Samil de categoría 5 estrellas, en lo mejor de 233
Vigo. Estábamos a dos pasos de la playa pero era abril y hacía mucho frío. Nos llevaron a La Coruña vimos donde nació Franco y muchos monumentos. También fuimos por las Rías Bajas de Arosa, por Madrazo donde llevan fama los pimientos, estuvimos en Portugal, Lugo y Orense y todo nos gustó mucho. Por las tardes nos íbamos a Vigo, nos llevaba el autobús y si cuando volvía no estábamos se marchaba y teníamos que coger un taxi, llegábamos y ¡a cenar!, después hacían baile, también había cine y buen bar. Otro día fuimos a Portugal y compramos muchas cosas. Vigo nos gustó mucho estuvimos viendo en la Lonja la subasta del pescado. En La Toja compramos collares de conchas para las niñas, estuvimos en el “mercado de la piedra” que es como un mercadillo pero en tiendas yo compré tres mantelerías preciosas para mis tres hijas, bueno, que nos lo pasamos bomba. Cuando llegamos un día a Ribeiro fuimos a una especie de cantina, pedimos 234
pues algo para picar y una botella de vino de Ribeiro y les dijo la camarera a los hombres que se lo bebieran de pie que si no se podrían levantar pero mi marido le dijo “si me la regalas me la bebo entera y sentado”. La mujer se la regaló y mi marido se la bebió y la mujer se hacía la señal de la cruz. Estuvimos en el campo de fútbol... en todos sitios menos en la playa, unos cuantos aún nos metimos hasta la rodilla pero estaba fría el agua, también estuvimos en Santa Tecla que es una ermita muy chiquitica pero es patrona de los que padecen del corazón.
Rosario Pablo López Velilla de Jiloca
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Los melocotones no son para Miguel A Miguel, con todo nuestro cariño y respeto.
Miguel era un muchacho joven e inquieto que vivía en Morata de Jiloca. Con 16 años había terminado la escuela con unas notas brillantes por lo que el maestro aconsejó a sus padres que lo enviasen a estudiar a Zaragoza. Sus padres, que deseaban lo mejor para su hijo, con gran sacrificio, así lo hicieron. Cuando llegó el verano, Miguel, consciente de los apuros económicos que suponían sus estudios para sus padres, al regresar al pueblo por vacaciones, decidió trabajar en la recogida de la fruta. Era el tiempo del melocotón, fruta que abundaba en la zona por lo que no le fue difícil encontrar trabajo. Al día siguiente de su llegada se levantó muy temprano y fue a la finca de su vecino Santiago. Como muchacho joven que era, dotado de gran fuerza y vigor, trabajó más que un mulo. Quería demostrar que además de estudiar podía trabajar
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como el que más, pero al terminar la jornada Santiago le dijo: -Mira Miguel, ayer me pediste trabajo y te lo di, toma el dinero que te pertenece pero por favor, mañana no vuelvas. Miguel se quedó tan sorprendido que ni siquiera le pidió explicaciones. Bastante apesadumbrado, al llegar a su casa le contó a su madre, Pilar, lo ocurrido. Su madre le contestó: -¿No será que ayer por la tarde a Santiago en el bar, alguien “sin mala fe” le contó que tonteas con su hija? Por el pueblo ha corrido el rumor de que os han visto varias veces juntos, incluso que sois novios. Miguel le contestó que no, que Cristina y él solo eran buenos amigos. Entonces la madre continuó: -Pero ellos tienen más dinero que nosotros, y ya sabes que eso en los pueblos pequeños todavía tiene bastante importancia. Quizás de esta manera ha querido dejar claro que no acepta una relación formal con su hija.
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A Miguel esta explicación le conformó más, así que fue a casa de su vecino Julio y le pidió trabajo. Al día siguiente aún se esmeró más que el anterior, trabajó sin descanso, no paró ni para beber agua, quería demostrar a Santiago, que por lo menos por mal trabajador, no podría hablar de él. Llegaron las ocho de la tarde y agotado y sudoroso pero satisfecho de haber cumplido perfectamente la tarea, se acercó a Julio, éste estaba observando los melocotones recogidos por Miguel y por su cara bien se veía que algo no le parecía bien. Se acercó y le preguntó: -¿Qué, Julio, mañana a la misma hora? -Mira Miguel, está visto que lo tuyo no es el campo, será mejor que te busques otro empleo para el verano, te voy a pagar el día trabajado aunque más bien me tendrías que pagar tú a mí todo el desaguisado que me has preparado. Miguel esta vez, aún estaba más aturdido que el día anterior, de nuevo le contó a su madre lo sucedido y Pilar le 238
confesó algo que siempre había guardado para sí. -Miguel, a lo mejor es por despecho hacia mí, cuando éramos jóvenes Julio me pretendía pero yo le rechacé porque estaba enamorada de tu padre y aunque el trato con Julio siempre ha sido bueno, nunca ha perdonado la ofensa. Ve a casa de Luis y ya verás como con él no tendrás problemas. Efectivamente, Luis le dio trabajo y las gracias ya que no era fácil encontrar peones tan dispuestos para trabajar, pero al día siguiente, de nuevo al terminar la jornada Luis con la cara enrojecida más por la rabia que sentía que por el sol, le gritó: -¡Pero qué has hecho Miguel!, si se trata de una broma no tiene ninguna gracia, no me esperaba algo así de ti. Anda, vete, vete fuera de mi vista que si no... no respondo, ¡habrase visto tanta fruta desaprovechada, unos melocotones tan hermosos...! -¿Desaprovechados por qué? -¿Qué por qué? Mira, no me calientes más que por amistad a tu familia no te arreo un guantazo. 239
Miguel cabizbajo se marchó y al llegar a la plaza se encontró con Jesús a quien le contó lo sucedido, Jesús que conocía a Miguel por ser de la quinta de su hijo, y sabía lo trabajador que era, no entendía nada. -Mira, esta noche, en el bar, ya hablaré yo con Luis para que me explique a mí lo sucedido, de todas formas y para que te animes, vente mañana a la finca de Valentín, habrá trabajo sólo para unos cinco días, lo único que para tan poco tiempo, no creo que te haga contrato, ya sabes como está el campo, si no te interesa... Miguel ni siquiera le dio importancia a este comentario, ya era cuestión de amor propio. Al día siguiente, dispuesto de nuevo para trabajar, se subió a la escalera en busca de las copas más altas donde estaban los mejores melocotones, ¡qué olor, que textura...! se esmeró en elegirlos, pues veía que ya no era cosa de cantidad, prácticamente los eligió de uno en uno, pero antes de terminar la mañana, el hermano de Valentín, Mariano, le buscó y le dijo: 240
-Ahora veo que Luis tenía razón, ten cuidado, porque si se trata de una broma... ¿te estás chuleando de los agricultores de este pueblo?, ¿tanto se te ha subido la tontería de la capital? -Pero Mariano, si los he elegido de uno en uno, ¡míralos!, los mejores de toda la finca. -Tú no tienes vergüenza, ni la has conocido, mira que me estás buscando y a mí el que me busca me encuentra. -Pero Mariano... No puedo terminar la frase pues Valentín, que había estado callado escuchando la conversación, ya se estaba remangando las mangas de su camisa y cuando Valentín se remangaba... era mejor salir corriendo. Con la cabeza gacha, regresó al pueblo, en la fuente, se encontró con Manuel que se asustó al ver el estado del muchacho: -Miguel, ¿qué tienes, estás malo? -No, he ido a trabajar para Valentín y Mariano pero no sé... antes de parar para 241
comer han venido a ver cómo me iba y se han puesto como locos. -¿No será que has cogido los melocotones sin mango?, ya sabes que los melocotones de Valentín son los mejores del pueblo y los que mejor pagan. -Que no, que no... si los he elegido de uno en uno, los mejores, los de mejor color, los más igualados... -Entonces yo tampoco entiendo nada, mira, ve a buscar a Víctor, estará almorzando en la finca de La Secana, han empezado hoy, así que tendrán faena para varias semanas, ya sabes que Víctor va a su aire y no se deja influenciar por nadie, anda, búscalo y dile que vas de mi parte. Y así lo hizo, cruzó el pueblo por un atajo y llegó a la finca, entre los jornaleros buscó a Víctor y se presentó, el capataz le preparó la escalera y los cubos, le explicó dónde tenía que dejar los melocotones y cómo los quería, pero al terminar la tarde, Víctor que era una persona poco habladora pero de gran corazón le dijo: -Mira Miguel, al empezar la tarde, el capataz te ha dado las instrucciones de 242
cómo debían de ser los melocotones, sobre todo su grado de color, pero repasando los que tu has cogido hemos visto que los tuyos están totalmente verdes, tan verdes, que no creo que sirvan para el mercado pues es imposible que lleguen a madurar; no, no me repliques, veo que eres buen trabajador, pues has cogido más cajones que los demás y como tonto bien se ve que no eres, te aconsejo que vayas y te hagas una revisión de la vista. Pero ¿de qué le estaba hablando?, ¿cómo que sus melocotones estaban verdes, verdes? ¿se habían vuelto todos locos? Esa noche de nuevo habló con sus padres, cuando les contó lo sucedido, su madre se llevó las manos a la cabeza y dijo: -¡Madre mía, igual que tu abuelo! -¿Qué le pasaba al abuelo? –preguntó Miguel -Que tenía una enfermedad... vamos, que no era contagiosa, ni dolorosa, pero que le impedía trabajar en las faenas del campo. 243
-¡Es verdad! –apuntó el padre- ahora recuerdo yo también que nadie lo quería llevar de peón. -Pero, ¿qué impaciente Miguel.
tenía?
–preguntó
-No sé, una enfermedad muy rara que por aquí no habíamos oído nunca, aunque terminaba en “ico”... -Mira, será mejor que mañana mismo vayas a ver al médico, él te dirá lo que tienes y así saldremos todos de dudas. – concluyó el padre. Y así lo hizo, Miguel acudió a la consulta, le contó al médico lo sucedido, éste le hizo varias pruebas, Miguel no podía ocultar su nerviosismo y preguntó: -¿Es grave lo que tengo, doctor? Don Gaspar, el médico, observando atentamente las pruebas que tenía en sus manos, soltó una sonora carcajada antes de responderle: -No hijo, no es grave, verás, eres daltónico -Daltónico... 244
-Sí, daltónico, es decir, confundes los colores, especialmente el rojo por el verde. Miguel se quedó un rato pensativo y casi inmediatamente dando un brinco, se puso en pie: -¡Ahora lo entiendo todo! por eso no quiere nadie que vaya con él a coger melocotones pues cada vez que cojo uno que yo pienso que está maduro, en realidad está verde como la hiedra. Y efectivamente, así era.
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Taller de ortografía Asunción Algárate Palacios Pilar Algárate Herrero Manuela Beltrán Lallana Pilar Bendicho Pascual Felicidad Castellano Lallana Isabel García Marco Laura Gracia Fuentes Amparo Palacián Ferrando María Pelegrín García Fulgencia Pelegrín Narvión Maribel Temprado Cortés Teresa Temprado Nuño Teresa Ruiz Urgel Morata de Jiloca Relato premiado
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Estampas familiares Unos jóvenes salían todos los días a pasear, pero ninguno de los dos decía una palabra. Mientras caminaban se miraban pero no se atrevían a hablar. En aquellos años en un pueblo pequeño, como era éste, no había más distracción que pasear o ir al baile. Una tarde cansados de pasar calor y aburridos de tanto caminar se metieron al baile, para divertirse un rato, aquella tarde por fin, mientras bailaban alguna palabra se dijeron entre ellos, y aquello fue el comienzo. Ángel y Sara Ángel, a los veinticinco años era un buen mozo, bien formado, guapo, alto y fuerte, de cabellos dorados y con unos ojos azules y de mirada intensa, muy formal y responsable, por lo que no era de extrañar que las jóvenes del pueblo bebiesen los vientos por él. Pero Ángel, por quien sentía verdadera pasión era por Sara, una morenaza con unos ojazos negros. 247
Sara, a los veintiún años destacaba entre las demás chicas, con melena larga y brillante de rizos naturales, que al andar movía con mucha gracia. Toda ella emanaba vida y simpatía, por lo que todos la admiraban y apreciaban. Era buena, con un gran corazón, activa y trabajadora, al mismo tiempo muy sencilla, y siempre dispuesta a la buena convivencia con todo el mundo. Ángel y Sara que querían a su pueblo, con orgullo decían que no había nada como tener una vida tranquila, sencilla y de trabajo, pues era todo cuanto los dos deseaban. El pueblo El pueblo era principalmente agrícola. Tenía una vega donde criaban muy buenas hortalizas, verduras y mucha fruta. En el monte, muchos almendros y viñedos, de donde se elaboraban vinos de calidad, muy cotizados en el mercado. El río pasaba cerca del pueblo. Los chicos jugaban en sus orillas buscando piedras planas que luego tiraban para ver cómo saltaban en el agua. En invierno, el río 248
llevaba mucho caudal; y en verano, daba pena verlo tan seco. En el pueblo; una tienda, dos bares, la farmacia y una fuente con agua cristalina. Las chicas del pueblo al atardecer iban allí con sus cántaros y de paso veían a los chicos y comentas sus cosas. Al lado, el lavadero, donde las mujeres se reunían para lavar la colada y comentar lo que pasaba en el pueblo, pues todo que sucedía en el pueblo, pasaba por el lavadero. Ya casados Sara y Ángel eran un matrimonió feliz. Él trabajaba más horas que un reloj, para que no le faltase nada a su mujer. Pero había un problema. Para Ángel los domingos eran sagrados, no tenia otro vicio, que la pesca. Con lo cual, la mujer se quedaba sola todo el día. Y claro, de morro. Y es, que en los pueblos, no había mas distracciones que el bar, y eso a Ángel no le gustaba nada, su locura era la pesca, y estar al aire libre en plena naturaleza. Le decían que era de locos, estar esperando a 249
que picaran las truchas, pero bien que se las comían cuando las regalaba . Sara sin embargo se entretenía en casa con sus labores entre semana, lo malo era el domingo . Y eso que en buen tiempo se iba con él al río, y allí hacía su paella, su especialidad. Iban varios matrimonios, y todos disfrutaban de la paella de Sara. Aunque eso sí, no comían truchas, porque las tenían por castigo. ....y llegó el primer hijo. Llevaban casados cinco años y no tenían familia, pero eran muy felices y se divertían a su modo y lo pasaban muy bien. Para las fiestas del Pilar se fueron a Zaragoza, ya que desde que se habían casado no habían vuelto a viajar y el tiempo se les hizo corto. Sara llevaba unos días que no se encontraba bien, pero no quiso decir nada a Ángel para no inquietarle. Al regreso del viaje, ella seguía con sus molestias y decidió ir al medico, cual fue su sorpresa, cuando este le comunicó que 250
estaba esperando un hijo,¡se volvió loca de alegría!, no se hacía a la idea que iba a ser madre. Cuando Ángel llegó a casa y vio a Sara tan nerviosa, pensó que algo le había pasado y se inquietó, Sara le tranquilizó y le comunicó la feliz noticia. Ambos quedaron fundidos en un profundo y largo abrazo, donde la emoción les impedía hablar. Pasados los meses, les nació un hermoso varón que le pusieron de nombre Angelito. Fue un día grande, el más grande de su vida, ya que cuando menos lo esperaban la casa se les lleno de felicidad. La primera comunión de María Los años pasaron rápidamente y el cuatro de mayo era la fecha para la comunión de María, su segunda hija. El día amaneció brillante y luminoso. A maría la vistieron con las ropas propias de la ceremonia. Los padres al mirarla se conmovieron, al considerar que aquel ángel era su hija María.
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Cuando llegaron a la iglesia, María ocupó el reclinatorio que su madre había forrado con una sabana blanca. No fue la primera niña en llegar. Entre ellos se miraban de reojo casi sin reconocerse. La ceremonia fue sencilla y emotiva, no faltaron lagrimas ni sonrisas. Cuando llegaron a casa, los invitados entraron al comedor, se sentaron y esperaron con impaciencia a que María ocupara el lugar presidencial para dar cuenta del suculento desayuno que tenían ante sus ojos, así que cuando María hizo su aparición en el comedor, no faltaron vivas y aplausos, que la niña agradeció; y juntos compartieron aquel magnifico desayuno que Ángel y Sara habían preparado para sus amigos y familiares, en honor a María. David en la escuela David era el menor de los hermanos, era muy despierto, por lo que su padre quería que estudiara. Cuando llegó a la escuela, tenía siete años y no estaba acostumbrado a normas 252
ni a horarios. No quería atender, por ello el profesor lo puso junto a él, para que no se distrajera. Poco a poco David cambió su comportamiento aunque fuera a base de castigos, y pronto se puso a la altura de los demás alumnos. La escuela era un edificio antiguo de dos plantas, a esta escuela iban muchos alumnos puesto que era la única escuela del pueblo. Los chicos tenían aulas aparte de las chicas y el recreo estaba dividido por una gran valla metálica. La clase estaba presidida por un crucifijo, a mano derecha en una esquina, había una estufa de leña, y bajo una especie de porche, en el recreo, estaba la leña apilada. Sin duda alguna, para David, los treinta minutos que duraba el recreo eran los preferidos. ... los hijos ya mayores Cuando el mayor se hizo adulto se trasladó a Madrid. Encontró un trabajo de noche. Alquiló una habitación con derecho a cocina porque el alquiler de un piso era muy caro. 253
David el hijo pequeño, vivía en Alcalá de Henares, pues estaba estudiando. La ciudad no le atraía estaba pensando en volver algún día al pueblo, a él le gustaría poder abrir de nuevo “una puerta”, como tuvieron sus padres. María...con 39 años se fue a vivir a Guadalajara allí encontró trabajo y se compró un piso El pequeño se casa David, tenía veintisiete años, novia y una vida organizada, así que pensó que era hora de formar su propia familia. Pidió a su novia en matrimonio en fiestas, ella muy feliz y emocionada le contestó que sí, pues hacía tiempo que lo esperaba y tenía hasta el ajuar preparado. Fue a hablar con los padres de la novia para ponerse de acuerdo en la fecha del enlace y decidieron que fuera en verano, porque los familiares tendrían vacaciones y les sería más fácil el ir. Hablaron con el cura para las amonestaciones y del día del enlace. Visitaron la modista, el hotel donde 254
celebrarían el banquete y para lo último dejaron el mandar las invitaciones a familiares y amigos. Ellos estaban contentos porque todo se fue resolviendo como lo deseaban. …y los hermanos aprovechan para conversar. Los tres hermanos viajaban ya camino al pueblo para celebrar el enlace. -¿estás nervioso? –preguntó Ángel. -un poco- contestó David. -y ¿estás seguro que quieres volver al pueblo a vivir?. -sí, ya está tomada la decisión; estoy harto de estas distancias tan grandes. El pueblo es tranquilo, está la huerta, el salir a cazar, el no estar mirando siempre el reloj. ¡Vamos que el terruño me llama¡. Además, pienso que los padres ya van necesitando ayuda y compañía, pues bastante han bregado por nosotros, merecen alegrarles la vejez y que vean crecer a nuestros hijos. -Os voy a contar algo -dijo Angelitome han ofrecido una jubilación anticipada,
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y estoy pensando la posibilidad de aceptar por lo que tal vez también vuelva al pueblo. -Bueno, así que ¿los dos vais a regresar al pueblo?, -comentó María-. Yo no puedo de momento; pero algún día, quién sabe, ahora salgo con un joven pero no sé si llegaremos a algo. El viaje se les hizo más corto conversando, y cuando llegaron al pueblo los padres les estaban esperando impacientes. Llegó por fin el día de la boda. Estaba toda la familia radiante. La ceremonia fue muy bonita, pues cantaban la misa un grupo de amigos suyos. Acabada la ceremonia todos se fueron a comer. La fiesta duró hasta bien entrada la tarde, pues entre bailes y cantes se iba pasando el tiempo. Terminada la fiesta, los novios se fueron de viaje con rumbo desconocido. …y ya de nuevo al pueblo… David y Paula vivieron durante unos meses con los padres de David y de acuerdo con sus hermanos se quedaron con 256
la tienda de sus padres, ya que estos se habían jubilado y así ya no se sentirían tan solos en aquella casa tan grande. Algunas tardes, el nuevo matrimonio solía pasear por los alrededores del pueblo. David mostraba a Paula, cómo se columpiaban los pájaros; y los dos reían. En la orilla del río peces como de plata, les invitaban a chapotear junto a ellos. A David los recuerdos de la niñez se amontonaban en la mente y sintió un escalofrío de nostalgia y felicidad. En el pueblo tenían las comodidades de la ciudad, allí no existían, semáforos ni humos y veían por las noches los farolillos allá en la bóveda del cielo. Les embargaba tanta felicidad… que una gota más de esta, ya no cabía dentro de sus almas.
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Taller de expresión Tomasa Benito Alvaro Julia Chaves Chaparro María Ángeles Díez Arranz Ángeles Fuentes Lapoulide Adoración García Merodio Pilar Gómez Martínez Teresa Martín Blanco Nieves Melús Bueno María Luisa Pérez Arantegui Pilar Puras Lamata Rosa Torcal Guerra Calatayud
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Rebelión Don Francisco era un gran empresario. Tenía una fábrica de calzado en la que trabajaban trescientos obreros que sacaban adelante una gran producción. Vendía zapatos por toda España y exportaba a Alemania y Estados Unidos. A estos países enviaba los pedidos tras recibir la mitad de su importe y el resto lo cobraba aquí, en verano, a donde venían los empresarios extranjeros para elegir nuevos modelos para la siguiente temporada, terminar el pago y pasar unos días de vacaciones. Don Francisco se reunía con ellos en la fábrica y, después de cobrar, los invitaba al mejor restaurante de la ciudad. Doña Bárbara, su esposa, no tenía grandes ocupaciones domésticas. Se dedicaba al cuidado y educación de dos hijas, Celia y Lorena, con el fin de prepararlas para un futuro brillante. Volcaba su cariño en una gatita de angora a la que daba todos los caprichos, permitiéndole incluso que durmiera en la cama de una de las doncellas, cosa que ésta no estaba por permitir y debía sacarla sin que chillara. La 259
gran ilusión de Doña Bárbara era, después de cobrar el calzado exportado, comprarse abrigos de visón o astracán y algunas joyas. Celia era la mayor de las hijas. Había acabado los estudios en el Instituto y no quiso seguir estudiando. Era una chica bastante agraciada en general, muy guapa, morena con ojos verdes, alta y bien proporcionada, y además alegre y simpática. La hija menor, Lorena, no era tan atractiva como su hermana; su cabello y ojos eran de color castaño, su expresión un poco triste y su carácter más reservado. Estudiaba el bachillerato. Bárbara y sus hijas disfrutaban los sábados paseando por sus propiedades en el campo. Tenían grandes extensiones de tierra en la que crecían manzanos, melocotoneros, cerezos y antiguas viñas. Después de los largos paseos descansaban en la casa de los cuidadores de la finca, donde hablaban con los trabajadores. Pero más que el campo, a Bárbara le gustaba la vida social. El año que Celia cumplió los dieciocho, decidió organizar un 260
viaje a Madrid para asistir a una ópera en el Teatro Real. Encargó un frac para Francisco y compro elegantísimos modelos para ella y sus hijas. A éstas no les entusiasmó la idea, pero aceptaron para no contradecir a su madre. Celia hubiera preferido quedarse en la ciudad. Desde hacía algún tiempo, Celia tenía interés por acercarse al parque al atardecer, donde coincidía con Ramón, un chico que conoció en la casa del campo dedicado al cuidado de las viñas. Ramón era guapo, rubio de ojos azules, alto y fuerte, que tenía un “pero”: no tenía más bienes que sus manos para trabajar. Celia y Ramón se enamoraron. Pero como en la vida no hay nada perfecto, pasó lo que era previsible. Bárbara y Francisco no vieron bien esta relación. Ramón era hijo de Pablo, un obrero de su fábrica encargado de trasladar los zapatos desde el taller de cortado al de cosido y luego a la horma; ni siquiera era un obrero cualificado. Y Cayetana, la madre de Ramón, era una mujer vulgar, según Bárbara, dedicada a la casa, a sus siete hijos y a limpiar casas ajenas. 261
A Bárbara y Francisco se les apoderó la rabia y la ira se encadenó entre ellos y Ramón. No soportaban, sobre todo Bárbara, que su hija se hubiera fijado en un “Don Nadie”, guapo, sí, buena persona, también, pero sin patrimonio: ni casa propia, ni tierras, ni dinero, ni nada. Amenazaron a Celia con desheredarla, le prohibieron ver a Ramón e incluso salir de casa. Celia, en lugar de deprimirse, convenció a una doncella que sirvió de mensajera con Ramón, llevando y trayendo escritos. Se rebeló contra sus padres porque su primer amor fue muy fuerte y las dificultades lo aumentaron. Y también porque estaba harta de lo superficial de su madre dominante. Había decidido que quería a Ramón para padre de sus hijos y , por escrito, planearon la huída para salir de aquel infierno. Con el poco dinero que los dos lograron reunir, salieron de la ciudad, buscaron trabajo, y al cabo de un tiempo, se casaron.
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Mientras tanto, Lorena acabó la carrera de Derecho. Sus padres le pusieron un despacho en Madrid y se convirtió en una excelente abogada. Conoció a otro abogado, con el que se casó, siendo esta boda la ocasión para encontrarse Celia y Ramón con los padres de ellas. Pero las relaciones siguieron frías. Francisco y Bárbara seguían pensando en el desatino de Celia. Seguían teniendo mucho dinero, pero no eran felices; algo les había salido mal y a eso no estaban acostumbrados. Con más de setenta años, Bárbara y Francisco, rodeados de cuatro nietos, dos hijos de Celia y otros dos de Lorena, entendieron que había sido una locura oponerse a la voluntad de Celia. Ramón no les guardó rencor y fue un buen padre y mejor marido. Y los hijos de éstos fueron tan cariñosos con los abuelos como los de Lorena. El tiempo devolvió las cosas a su sitio y volvieron a ser una gran familia relativamente feliz.
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Taller de ortografía Milagros Alonso Acebo Amparo Juárez Gigante Manuela Ortiz Torralba Milagros Vega Isabel Ascensión Zuara Catalán Calatayud
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Reencuentro La mañana está preciosa, luce un sol espléndido y el cielo está de un azul brillante y luminoso, da ganas de salir a dar un paseo; yo, la verdad, aún no se donde me encuentro; miro bien la habitación y acabo por despertar, estoy en mi casa, esta confusión se debe a la cantidad de cosas que han pasado en poco más de una semana. Todo empezó a mediados de noviembre, la tarde estaba triste, nos encontrábamos mi marido y yo pasando unos días en Zaragoza con mis hijos; ellos se fueron a por mis nietas al colegio, yo decidí llegarme hasta el Pilar. Me detuve en la calle Alfonso a mirar los escaparates y oí: - Rosa, ¡que alegría!. Me volví y enseguida reconocí a Isabel, una amiga y compañera de colegio. No nos lo creíamos, hacia casi cuarenta años que no nos veíamos, después de abrazarnos, decidimos meternos en una cafetería a tomar algo calentito, pues hacia fresco. En poco tiempo, aunque parezca mentira, había desaparecido del pueblo todo el grupo de amigas y compañeras de 265
colegio. Yo era la única que seguía allí. Isabel se fue a Huesca y allí se casó, tenía allí 2 hijos casados y estaban locos con sus nietos, otro lo tenia en Madrid, y éste tenía una compañera de trabajo, que era hija de Carmen, otra amiga de colegio; por esta sabía que Eugenia estaba en Tenerife, Sofía por Barcelona, y Pilar creían que estaba por Teruel, con nuestro encuentro sabíamos por lo menos donde parábamos todas. Con lo amigas que fuimos parece mentira que los años nos hubiesen distanciado; hablamos de nuestros tiempos y lo felices que fuimos, pero el rato pasó volando y a ella la esperaba su marido en el Pilar; la acompañé, me lo presentó, y muy simpático, disculpó el retraso. Nos despedimos y quedamos en llamarnos por teléfono, para no perder el contacto. A la semana siguiente nos volvimos al pueblo. Una mañana fría y nebulosa sonó el teléfono y cual no sería mí sorpresa al escuchar a Carmen, que me llamaba desde Madrid; al principio no la reconocí, me dijo que Isabel le había dado el teléfono, y quería felicitarme las pascuas y decirme que pronto recibiría noticias de Eugenia, otra 266
compañera, pues según le había dicho tenía una sorpresa que darnos a las que fuimos tan amigas en la infancia y primera juventud. Había conseguido las señas de todas y nos sorprendería. Nos despedimos intrigadas esperando las noticias de Eugenia. La intriga no duró mucho; unos días antes de Navidad recibí una felicitación y carta de Tenerife, Eugenia seguía tan alegre como siempre. Se había colocado en la Telefónica en Madrid y cuando se cansó de Madrid tuvo la ocasión de irse a Canarias; no se había casado, había viajado mucho y no le había dado tiempo... estaba ya prejubilada, había conocido a un “jovencito” de poco más de sesenta años, estaban muy enamorados y pensaban casarse en primavera. Ella tenía la ilusión de que las que fuimos amigas de la infancia la acompañásemos ese día; no le quedaba nadie de su familia directa y le encantaría que fuésemos nosotras, nos lo decía con tiempo para que no hubiese excusas; teníamos el hotel pagado cuatro días en Tenerife, por supuesto con nuestros maridos. Su futuro esposo era viudo, empresario 267
canario de buena posición, y él corría con los gastos; nos esperaba a todas, cuando tuvieran fecha exacta nos lo diría. Pasaron los días; nos pusimos al habla entre nosotras, todas pensamos ir, sería una buena ocasión de volver a reunirnos; quedamos en salir todas juntas desde Madrid. Llegó la invitación, la boda era el doce de mayo; pensamos ir cuatro días antes, nos serviría como si de una segunda luna de miel se tratara. Carmen se encargó de preparar el viaje. Cuando llegó la fecha, todos contentos, salimos desde Barajas rumbo a Canarias. Nos esperaban en el aeropuerto; Eugenia estaba estupenda, y el novio “chachi”; una vez en el hotel quedamos en reunirnos al día siguiente sin los maridos, para hablar de nuestras cosas después de casi cuarenta años de separación; los maridos se irían con el novio a dar una vueltecita por Tenerife. Nos reunimos en una cafetería muy tranquila y empezaron nuestros recuerdos. Isabel dijo lo diferentes que eran nuestros 268
juegos de entonces, que con cualquier trapo hacíamos vestidos a las muñecas, que cosíamos nosotras mismas, y estaban tan bonitas, hacíamos teatro y los trajes eran de papel de colores, la función quedaba preciosa; jugábamos mucho a los pitones, las tabas, la comba, el descanso etc. Yo recordaba los alfileres de colores, lo bien que lo pasábamos cambiando los repetidos y lo bonito que hacían puestos alrededor de las almohadillas ,que cada una la tenía de una forma; nos parecían un tesoro. Sofía recordó el disgusto que se llevaron ella y su hermana, les pusieron los Reyes una muñeca de cartón ¡tan bonita!, fueron a jugar a la plaza de la fuente, y al lado del abrevadero para los caballos, la muñeca se cayó al agua, cuando la cogieron , como era de cartón, se había deshecho la cabeza, ¡menudo disgusto!. Pilar contó que ella emigró a Suiza, en aquella época el trabajo aquí no estaba nada bien; al principio lo pasó mal, añoraba su familia, su tierra, pero conoció a Pablo un español que cambió su vida; lucharon mucho los dos para formar su propia familia, ahorrar dinero y volver a España; tienen dos 269
hijas y viven felices en Teruel montaron un secadero de jamones.
donde
Carmen dijo que nos había tocado vivir un cambio muy grande a nuestra generación, pero estuvimos de acuerdo en que fuimos muy felices, con muchísimas menos cosas no nos aburríamos nunca, ahora tienen de todo y es muy corriente oír “me aburro”. Nosotras desde luego no nos aburrimos aquella tarde, se nos pasó volando; menos mal que vinieron los maridos a buscarnos, si no tenemos hasta el día de la boda. Al día siguiente, todos juntos, fuimos de excursión a Pueblo Chico, allí se encuentran los monumentos y edificios mas emblemáticos de la Isla de Tenerife. Fuimos también al “Parque de las Águilas”; cuando sueltan las águilas hacen su espectáculo en el aire con sus entrenadores. Todo fue precioso, ¿estábamos alucinados de tanta maravilla de la naturaleza?. Bueno, llegó el día de la boda. Fue por todo lo alto; los novios muy bien. Estuvimos tres días de celebración, luego a casita. Ha sido como un buen sueño. No pensábamos 270
ninguna un año antes la aventura que íbamos a tener. La vida tiene de todo, ratos buenos y malos pero todo hay que aceptarlos como vienen. Dando gracias a Dios porque esto había sido muy bueno, nos despedimos todos con la intención de procurar hacer alguna otra escapadita. Ahora con tan buenos recuerdos, disfrutaremos la primavera, que está muy radiante y bonita.
Taller de animación a la lectura Pilar Gómez Martínez Carmen Gracia Esteban Ángeles Fuentes Lapoulide Carmen Jordá Biel Gloria López Serrano Rosario Pablo Herruz Ester Rodríguez Sánchez Calatayud
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Nostalgia de un tiempo pasado Estábamos sentadas un grupo de mujeres, con edades comprendidas entre los cincuenta y sesenta años, tomándonos un café y escuchando de fondo música tradicional aragonesa, cuando nos pusimos a recordar como transcurría una jornada un día cualquiera en nuestra vida, hace muchos años. Cuando éramos pequeñas, nosotras nos levantábamos a eso de las nueve de la mañana, un poco antes de ir a la escuela, porque nuestra madre ya se había levantado dos horas antes para tener todo preparado. Lo primero que había hecho era encender el fuego en el hogar y poner un puchero con agua para preparar el café, que en la mayoría de las ocasiones era cebada tostada. Mientras el agua se ponía a hervir, aprovechaba para ir a casa de alguna vecina del pueblo, que tenía vacas y cabras, a comprar su leche. Cuando regresaba a casa la ponía a hervir en otro puchero, para luego mezclarla con el café y tener así preparado el desayuno cuando nosotros nos levantásemos. En aquellos años 272
era costumbre añadir al café con leche “mojones”, que no eran otra cosa que pequeños trozos de pan que echábamos en el cuenco para que se empaparan de café con leche. Después de desayunar cogíamos nuestro catón y nos íbamos a la escuela, allí pasábamos mucho frío porque sólo había una estufa de carbón que teníamos que encender cada día dos alumnas de la clase, hay que decir que por aquellos tiempos estábamos separados y había una clase para los chicos y otra para las chicas. En nuestra época, aunque la posguerra ya había pasado, la economía no era muy buena, por lo que en la escuela existía la costumbre de darnos a media mañana un vaso de leche en polvo. Cada una de nosotras teníamos que llevar nuestro tazón, cucharilla, azúcar, y la que tenía o podía cola cao. Las tardes las dedicábamos a hacer labores y al terminar nos solían dar una ración de queso o de mantequilla. Por aquellos años todavía no había agua en las casas y teníamos que ir a buscarla a la fuente para el consumo diario, a la hora de lavarnos lo teníamos que hacer 273
por partes y eran contadas las ocasiones en las que nos bañábamos en una bañera de cinc, con jabón de pedazo hecho en casa. La ropa y la vajilla la lavábamos en el barranco (casi seco en la actualidad) y aunque también existía un lavadero, mucha gente no quería ir allí por que tenía escrúpulos; “como iba yo a mezclar mi ropa al lavarla con la del resto de la gente...”, sin embargo también es verdad que en el caso de que hubiese alguna enfermedad contagiosa, el médico prohibía lavar en el Lavadero y tenían que ir al barranco. El pan lo amasaban en casa, lo llevaban al horno a cocer en tableros que se ponían encima de la cabeza las mujeres, y como se amasaba para una semana o quince días, una vez cocido lo guardaban en cocciones tapados con un bancal (especie de manta muy fina). Por regla general los últimos panes se solían florecer, pero no por ello se desperdiciaban. El domingo, como era día de fiesta, nos daban propina que como mucho era de cincuenta céntimos y que gastábamos en algún dulce en “casa Faustina”. A la edad de catorce años dejábamos por regla 274
general la escuela, y empezábamos a hacer algún trabajillo como llevarles agua a los ricos, ayudar en las tareas de casa y hacer labores. Como única distracción teníamos los “Guateques” que se celebraban en algún salón que alquilaban los mozos del pueblo, los domingos por la tarde. Empezaban a las cinco de la tarde y solían acabar sobre los ocho, en el caso de haber bailado con algún mozo, después del baile nos invitaban a un refresco y una banderilla. Iban pasando los años y nos poníamos a festejar, siempre que se formaba alguna nueva pareja, eran muy comunes los comentarios por el pueblo del tipo; “Mira sabes que el Fulano le habló a la Fulana...” “Fulano y Fulana salen el domingo de pareja” Salir de pareja era justo después del que mozo fuese a casa de la chica a pedir relaciones, y cuando esto ocurría se tenía por costumbre antes de ir al guateque, el ir a pasear por el camino de la Virgen. También te solías sentar en la cuneta de la carretera, que ya de tanto sentarnos tenía la forma 275
hecha, para hablar, descansar o darte algún achuchón. Pasada esta época llegaba el casamiento, entonces las familias se juntaban para hacer “el ajuste” y hubo veces que por una finca quedaba todo en nada. Cuando nos casamos nosotras , la vida ya había cambiado bastante, en lugar de amasar nosotras el pan lo comprábamos, guisábamos en cocinas de butano en lugar de en el hogar y ya tuvimos lavadoras de turbina, televisiones, etc,. Se fueron sustituyendo las mulas por los tractores y los lagares y bodegas de casa dieron paso a las Cooperativas. Podríamos decir que en los años 60-70 se produjo un gran cambio, mejorando notablemente la economía. Nosotras sólo somos un ejemplo de las mujeres de nuestra generación, que hemos vivido los años de escasez y el cambio a mejor. Pero no por ello debemos desdeñar aquellos años, porque como bien dice el título de nuestro relato, en muchas ocasiones sentimos nostalgia de aquellos años. La unión entre todas las familias y vecinos era mucho mayor, se compartían las 276
cosas mucho más que ahora, y quizá los valores que cada uno tenía se respetaban mucho más. Quizá como teníamos muchas menos cosas éramos menos egoístas, y le dábamos importancia a las cosas que realmente la tenían. Probablemente estábamos acostumbradas muchas veces a acatar aquello que se nos imponía socialmente, pero creo que tampoco nos planteábamos si estaba bien o mal o si queríamos realmente hacer otra cosa, creemos que en cierta forma éramos más felices que ahora, porque en ocasiones le damos tantas vueltas a todo que lo único que hacemos es complicar aquello que tendría una fácil solución. Si dejamos atrás esta nostalgia hacia los tiempos pasados y nos fijamos en los que vivimos actualmente, pensamos que por un lado son mucho más difíciles, pero también tenemos mucha más libertad. Sin embargo es como la pescadilla que se muerde la cola, porque el tener más libertad nos ha hecho más difícil la educación de nuestros propios hijos, debido en parte a que tienen todo al alcance de sus manos y es muy difícil hacerles entender que hay que saber usar 277
esta libertad y decirles NO en determinados momentos. Los jóvenes son nuestro futuro y por supuesto apostamos por ellos, así que confiando en su buen criterio, creemos que dejando a un lado a la nostalgia y como dice el refrán “JUVENTUD DIVINO TESORO”.
Taller de memoria y razonamiento Pilar Gormedino Bueno Rosario Gormedino Bueno Concepción Gormedino Hernández Ana María Mateo Gil Inocencia Juana Ramón Munébrega
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Soy mujer Soy mujer, mi identidad me viene dada desde mi nacimiento. No es posible recordar desde donde nace esa convicción. Antes de nacer en el vientre de nuestra madre, todos opinan sobre el sexo del bebé: “es mejor que sea niña, son más cariñosas”; “si es niño tiene menos problemas, además los niños sufren menos”... Se van marcando poco a poco las sutiles diferencias, que más tarde y día a día, cuando naces, se van afianzando. Mientras eres bebé, todo el que te mira deduce por el color de tu ropa y por los pendientes de tus orejas, tu sexo: “¡que niña tan guapa! o ¡es tan guapo este niño que parece una niña! Pero en ese momento para ti no tienen importancia esas diferencias. Niños y niñas van a la guardería, la socialización ha comenzado: ¡todos los días en la guardería que trabajo de peluquería, los rabillos con coleteros de colores van que vuelan! ¡Que monería! ; Los niños agua, colonia y a la calle. 279
En el “cole” la pelota es de uso exclusivo de los chicos, las niñas juegan a la comba, a correr y ellos si quieren también. Los maestros nos obligan a ser más listas y trabajadoras, ¡siempre tenemos que tirar del carro y llevar los chicos a remolque! A ellos se les perdona su falta de interés, porque es importante que jueguen, se relacionen y se diviertan. Además a esta edad mamá nos enseña a hacer la cama y ellos intentan librarse. ¡Pero que aprovechen su ventaja porque los tiempos cambian y nuestras hijas que vienen por detrás, si no están listos, los espabilarán! ¡De esa no se libran! Además en ese momento adoras a tu madre para ti, no hay mujer más maravillosa que ella, lo que pasa que se empeña demasiado en que seas ordenada, buen estudiante, deportista, sana,… en definitiva perfecta y eso no es posible. Cuando tenemos conciencia de que podemos ser iguales a nuestros compañeros por nuestros gustos, para salir a jugar, para elegir amistades, llega nuestra amiga “la regla”. 280
Cuando comentas con tus amigas como se han sentido al ser “mujeres”, te hace ilusión, te sientes mayor. Pero, piensas, “que rollo, hasta cuando tendré que aguantar esto” y encima ellos piensan que la regla es algo raro que te hace renacer cada día como lo que eres. Antes de tener novio, tu padre te mira mal; cuando lo tienes te mira peor. A lo largo de los distintos noviazgos te vas sintiendo más o menos mujer, ahí sí encuentras tu identidad: en como te quieren, y en como te hacen quererte. Quizá es por que pasas de la adolescencia a la juventud, en la que te sientes segura de ti misma. Si te casas y trabajas, estas liberada, pero agobiada; el marido tiene tiempo para todo, tú para nada. Si has estudiado y trabajas más horas, la casa es un desastre gritas: ¡Horror! ¿Dónde está mi mamá? Si no trabajas fuera de casa, “no estas liberada”, pero más descansada. Eso si, la comida a la hora, el polvo invisible, la ropa limpia y ni tiempo para tomar un café ¡qué estrés! También nos llaman “marujas”, pero yo lo único que quiero ser es MUJER. 281
Cuando tienes hijos el ciclo se repite. Ya eres mamá, esposa, trabajadora, pero sobre todo mujer. Ahora recuerdo aquello que me decía mi madre: ¡ya tendrás hijos!, y tenia razón, cambias la perspectiva. No tenemos las mismas ideas que nuestra madre, pero nadie nos ha enseñado tampoco a serlo. Día a día me gustaría con mi empeño cambiar el mundo, cuando consigo que “mi mundo” mejore por mi voluntad y esfuerzo es un triunfo: que la ropa la pongan en la lavadora, la chaqueta en la percha, los zapatos limpios y en el zapatero, en fin conseguir que cada uno desempeñe sus tareas soy un poco más feliz. Quiero sentir, elegir, vivir mi vida como si fuera mía, sin ataduras, tan sólo las que yo ponga. Si hablamos de sexualidad, aquí está la cuestión, el hombre siempre es joven para ejercer de padre; la mujer no puede elegir. Cuando no quiero tener hijos debo asumir mi responsabilidad, ahí no tengo elección. Llega al fin la madurez, los hijos adolescentes, el marido cebón, los abuelos en casa; ya no hay pañales, ya no hay 282
sujeciones, pero se ha escapado la vida buscando a esa mujer.
Taller de literatura Begoña Barbero Martínez Sacramento Bernal Ustero Mari Carmen Durán Pérez Blanca Hernández Montañés Resurrección Herrero Benedí Paracuellos de Jiloca
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Viaje a Ciudad Real Eran las cinco de la mañana, todos habíamos sido puntuales y el autobús estaba a punto de arrancar. El día había amanecido lluvioso y la gente estaba un poco adormilada todavía, cuando llegamos a Madrid paramos a almorzar y ya, después del almuerzo, la gente empezó a cantar joticas y contar chascarrillos, el personal empezaba a animarse, unos decían: -¡Vaya día que hemos buscao! ¡Vaya día! Y otros contestaban: -Vamos a seguir cantando pa que no llueva. Y así, entre risas y canciones, sobre las once de la mañana, llegamos a Ciudad Real que nos recibió con un sol radiante y quizás milagroso. Allí nos esperaba la Hermandad de la Virgen del Prado, entramos en la Catedral donde el Obispo de la ciudad estaba celebrando misa y la ofreció por todos los velillenses. Luego visitamos el interior y cuando llegamos ante la imagen de la Virgen del Prado, le 284
cantamos varias jotas, la gente nos escuchaba con la boca abierta, estaban asombrados del espectáculo que habíamos preparado, fue muy emotivo. Cuando llegamos a la Cámara de la Virgen los asombrados fuimos nosotros pues la imagen, por el día miraba hacia la iglesia, pero por la noche, estaba iluminada y cualquiera desde la calle podía verla. Cuando salimos de la catedral, los velillenses, volvimos a llamar la atención pero esta vez no fue por cantar sino porque en Ciudad Real las calles son un poco estrechas y no dejan pasar autobuses pero ¡pa chulicos nosotros! vaya que si pasamos y escoltados por un coche de la policía local que nos iba abriendo paso, es mas, si había algún coche aparcado que nos impedía el paso, llegaba la grúa y se lo llevaba, el pitorreo entonces ya fue monumental. Visitamos la ciudad y sus monumentos pero lo que más nos llamó la atención a la mayoría fue un Cristo Crucificado que había en la iglesia de San Pedro, había que mirarlo cinco minutos sin pestañear, luego teníamos que cerrar los ojos y seguíamos viendo la imagen ¿también algo milagroso?. 285
Pronto se hizo la hora de comer, habíamos reservado mesa en un restaurante muy típico de La Mancha, para empezar nos sirvieron todo en sartenes, pusieron varias sartenes en cada mesa unas con migas, otras con chorizos, bacalao, pimientos de Extremadura... después lomo con tomate o calderete manchego a elegir. De regreso hicimos una parada en Esteras de Medinaceli, bueno, antes habíamos parado para comprar quesos; y ya llegamos a Velilla, el camino de vuelta fue mucho más tranquilo, quizás por el cansancio que llevábamos, en la mente de todos estaba el motivo del viaje: un hermanamiento con la Hermandad de la Virgen del Prado de Ciudad Real con la que compartimos la imagen de nuestra Virgen, para ellos del Prado, para nosotros de los Tornos. Algunas de nosotras, cantamos los gozos donde se relata la historia de la Virgen de los Tornos. En el año 1013 un guerrero llamado Florián paso por Velilla camino de Daroca, paró en el abrevadero del pueblo para que el caballo pudiese beber agua, pero el animal se puso a escarbar con su 286
pata en el suelo y allí, en una bóveda, apareció la imagen de la Virgen, se la quisieron llevar pero a mitad de camino la imagen siempre se volvía a Velilla, y a fuerza de ir y volver, tuvieron que hacer una copia que es la que está en Ciudad Real, la Virgen del Prado, quizás por este motivo, porque siempre tornaba a Velilla, le llamaron la Virgen de los Tornos. En Ciudad Real cuando iban a luchar se la llevaban para que les protegiese y cuentan que ganaban todas las batallas, la pusieron en un prado donde levantaron lo que hoy es la catedral. ¡Cuantos recuerdos de infancia nos trae la imagen! El día de la Ascensión era llevada en procesión a la ermita pues allí pasaba el verano, todos los niños vestidos de comunión la acompañábamos echando durante el recorrido pétalos de rosa. En octubre, el día del Pilar se hacía otra procesión y la Virgen volvía a la iglesia a hombros, ya que el invierno, lo pasaba en la iglesia. La ilusión y la fe que tenemos todo el pueblo de Velilla a nuestra Virgen de los Tornos hizo posible tan maravilloso viaje. 287
Taller de ortografía María José Guillamón Molina Emilia De Jesús Gracia Candelaria Ibáñez Moya Pilar López Solo Rosario Pablo López Velilla de Jiloca
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AYUNTAMIENTO DE CALATAYUD
Departamento de Educaci贸n, Cultura y Deporte
289 Fondo Social Europeo