Recuerdos de Treinta años

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BIBLIOTECA DE AUTORES C H I L E N O S — V O b

DE

TBEIOTA AÑOS (1810-1840) POR

JOSÉ

ZAPIOLA El hombre es un ser eminentemente histórico; cada uno de nosotros contribuye por su parte a hacer la historia; pero cada uno también recibe d e ella a la vez influencias que le modifican profundamente. GORRHS.

QUINTA E D I C I Ó N

GUILLERMO MIRANDA EDITOR

SANTIAGO, AHUMADA 5 1


5839—Imp. Mejla, Santiago, Nataniel 65


ADVERTENCIA DE LA CUARTA EDICIÓN

L a p r e s e n t e se califica como 4 . edición por las razones siguientes: L a primera p a r t e , casi en su totalidad, se publicó en La Estrella de Chile dos veces, con intervalo d e seis años, i por tercera vez en un v o l u m e n a g o t a d o hace tiempo. L a segunda parte, publicada t a m b i é n en La Estrella, i en seguida en El Independiente, fué por último d a d a a luz en otro volumen s e p a r a d o . A m b a s publicaciones, pues, cuentan tres ediciones h a s t a la fecha. A l contenido d e esos dos volúmenes reducidos a uno en esta edición, h e m o s añadido cinco capítulos nuevos d e alguna estension. S e ha dado también m a y o r amplitud i claridad a ciertos datos, i añadido un considerable número d e otros que h a b í a m o s omitido. Piemos completado, por último, en lo posible las «Noticias Locales,» que dan fin a este volumen; para lo que h e m o s contado con a


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la buena voluntad del señor don Luis F . Prieto del Rio. U n o d e los motivos que nos han estimulado a dar esta última edición, es la favorable acojida que h a merecido d e distinguidos historiadores d e la R e p ú blica Arjentina, d o n d e algunos de sus artículos h a n sido reproducidos; debido, s e g u r a m e n t e , a la íntima relación d e nuestro m o d e s t o libro con numerosos hechos i personas de aquella nación. E l señor jeneral don Jerónimo Espejo, notable jefe d e aquel ejército, i del nuestro, a quien d e b e la historia a m e r i c a n a distinguidos servicios, nos decia en una d e sus cartas con que nos favorece con frecuencia: «Vuelvo a repitir con el m a y o r gusto mis felicitaciones p o r la feliz i honorable ocurrencia d e publicar sus «Recuerdos,» obra que han apreciado en su verd a d e r o mérito los señores L a m a s , L ó p e z , Carranza i otros que la h a n leido con todo el interés que inspira, i l a m e n t a n d o que el editor de ella no h a y a trasmitido algunos ejemplares a estas librerías, d o n d e habrían sido espendidos inmediatamente.» E l señor doctor don Anjel Carranza, historiador i literato arjentino, nos decia en una carta, en que nos pedia nuestros «Recuerdos:» «Estoi' e s p e r a n d o la primera p a r t e , habiendo recibido la segunda, d e sus i m p o r t a n t e s «Recuerdos.» que han d e s p e r t a d o viva atención en este pais » E n otra posterior anadia: «agradezco sus dos opúsculos, que e n c u a d e r n a d o s , ocupan un lugar en mi biblioteca americana. Escuso, decir el gusto con que los h e leido, i t a m b i é n su influjo en un trabajo histórico d o n d e serán citados con encomio. E s de sentir se encuentre a g o t a d a su edición.»


— 5 — A l leer lo anterior no faltará quien nos tache d e vanidosos. Confesamos nuestro p e c a d o : la modestia no es nuestra virtud favorita, i por si alguien lo duda, añadiremos, que dos conocidos literatos c h i l e n o s , — señores don A m b r o s i o Montt i don E n r i q u e Solar nos decían, recien publicada la primera p a r t e d e nuestro trabajo, que habian principiado su lectura en la noche, i no la habian suspendido hasta el dia siguiente, en q u e la concluyeron. Nos viene, p u e s , de perilla: Vomitas vctnitatum. N O T A . — P a r a ahorrar a muchos lectores la molestia de repetidas notas que t e n d r í a m o s que a g r e g a r publicando esta edición con reciente fecha, h e m o s d e t e r m i n a d o transcribir estos «Recuerdos,» tal cual se publicaron en la tercera edición de 1 8 7 2 . Esta, advertencia nos parece suficiente p a r a d e s vanacer cualquiera duda sobre fechas, que p u e d a presentarse, s o b r e t o d o en los cinco capítulos publicados después d e esas fechas.



INTRODUCCIÓN

9 D á n d o n o s el placer de dedicar algunas líneas a este libro, llenamos dos c o m p r o m i s o s . Cuando era necesario decidir a su autor a e n t r e garlo a la prensa, exijió de nosotros que esplicáram o s su significado. A c c e d i m o s gustosos, como se recibe un honor, i por cierto que lo es servir d e introductor en la sociedad del señor T o d o el Mundo a un galante i digno caballero. ¿I cómo no decir algo sobre él? D e aquí surjió un nuevo compromiso, contraído con los editores, i que nos proporciona la ocasión de hacer justicia, tributando elojios. P a r a ello no necesitamos hacer g r a n d e s esfuerzos; coordinar algunos recuerdos es t o d o . Ni habria p o sibilidad d e escribir sobre un libro compajinado con tantas viejas m e m o r i a s , sin recojer otras, que, aunque no sean d e antigua fecha, sirvan para indicar la fuente d e v e r d a d de d o n d e saca su importancia, el


— 8 — valor histórico i el mérito que única i esclusivamente le pertenece, pues y a dejaron d e existir los otros que podían revelar al porvenir los secretos del p a sado. A l g u n o s apuntes biográficos arrebatados a la m o destia d e nuestro amigo, en las espansiones del que habla en el seno de la amistad, bastarán para perfilar su figura, aunque mucho t e m e m o s que, queriendo hacer un retrato, h a g a m o s a p e n a s un m a m a r r a c h o . Pero, al fin, la culpa será de los que elijieron tan p o b r e escritor para trazar una figura que pudo servir de t e m a a un h e r m o s o cuadro. N o lo olvidaremos nunca.—Cuando en las largas i frias noches del invierno d e 1 8 7 1 , nos reuníamos algunos amigos para hacer, conversando, m e n o s fatig o s a s sus primeras horas, cansados, sin duda, algunos con la monotonía d e la vida p r e s e n t e , se entretenían en interrogar a los que algo sabían del pasado. E n t o n c e s los t e m a s de conversaciones no escaseaban, ni la tertulia se dispersaba tan t e m p r a n o como d e costumbre. Por cierto que no eran muchos los que podian h a blar d e la época que m a s interés por conocerla d e s p e r t a b a en todos. Pero si no eran muchos, no faltaban algunos que recordaran con esa injénua naturalidad, que es peculiar d e Chile, algunos interesant e s episodios de la historia nacional, desconocidos o m e n o s p r e c i a d o s por los que la han escrito. L a s p r e g u n t a s se sucedían a las respuestas i a éstas las francas carcajadas de los que a p e n a s nos d á b a m o s cuenta de la inesplicable mutación o p e r a d a en nuestro pais en el corto período d e cuarenta años. Como era natural, t o d o d a b a nuevo t e m a a la con-


— 9 — versación. E l edificio que se d e r r u m b a , el templo que se incendia, la casa vieja que es sostituida por un palacio, los paseos públicos que se forman en los espacios que a y e r no m a s servían d e muladares, eran d e veras un aliciente para continuar en la int e m p e r a n t e curiosidad que escudriña i desentraña historias i leyendas que son d e un tiempo que y a pasó. E n t r e los interrogados, habia uno que sufría con mas calma nuestras interminables averiguaciones, i que las contestaba siempre con gracia i sal inimitables. Frizando en los setenta años, de regular estatura, con un cuerpo vigoroso i entero, con una cabeza que ostenta una frente espaciosa, sobre la cual caen algunos escasos cabellos albos como la nieve, era nuestro amigo, como lo es h a s t a hoi, el alma de las tertulias de la t a r d e . D o t a d o d e una memoria prodijiosa, no olvida ni los nombres ni las fechas, i los apunta con tal precisión que cualquiera creería que acababa de rejistrar documentos o d e curiosear los papeles de una biblioteca. Pensador juicioso, un tanto pesimista; entusiasta por todo lo que juzga justo; apasionado servidor d e las ideas del partido en que vive enrolado, m a s p a r a satisfacer una necesidad d e su v e h e m e n t e espíritu, que por alcanzar puestos que no ambiciona su holg a d a medianía, ni honores que llegarían un poco t a r d e p a r a hacerle carrera; h o m b r e franco i leal, pertenece al número d e los que se modifican mejorando, de los que, obrando en todo caso con honradez, no se avergüenzan d e enderezar su camino s i e m p r e que los guia a un fin que califican bueno.


— 10 — Bajo la nieve de su cabeza bulle el pensamiento con todo vigor, como late su corazón apresuradam e n t e cada vez que se trata d e hacer algo que interesa al pais. Gracioso en el decir, amenizando su conversación con recuerdos i anécdotas que adquieren mas valor referidas por él con parcimonioso laconismo, está s i e m p r e dispuesto a alternar con la risa las profundas i frias reflexiones que saca d e todo lo que no llena el ideal que se h a forjado como la esprésion, en la política, en el arte, en la administración d e la j u s ticia i del bien público. Su n o m b r e es José Zapiola; su vida un e x a c t o r e flejo de la afanosa i escasa vida del que dedica al cultivo del arte su actividad i todo su tiempo* haciendo d e él un culto para el espíritu i una carrera p a r a obtener el pan. Nacido en los primeros días del siglo p r e s e n t e , bajo el techo d e un hogar pobre, salió de él p a r a a p r e n d e r en una escuela pública las primeras letras, como nos lo refiere él mismo en una de las pajinas d e este libro, i para entrar mas t a r d e en el taller d e un j o y e r o . El m u n d o de las letras era entonces de mui reducidos horizontes; para vivir en él con consideraciones se necesitaba haber sentido en su frente el beso cariñoso de la fortuna. El arte de la joyería era d e m a s i a d o rutinario i atrasado p a r a satisfacer a un espíritu inquieto, apasionado, sediento d e ser algo un día. Ni las letras ni las artes mecánicas encontraron en Zapiola lo que se llama un buen discípulo. E n la e s cuela i en el taller entretenía sus aburrimientos t a r a -


— 11 — reando algunas canciones populares i los toque d e la corneta. U n dia la suerte puso en sus manos un pito, i desd e entonces no pensó sino en ser músico. Con el producto d e la venta d e un m a t e d e plata, que era la m a s valiosa p r e n d a de su m a d r e , c o m p r ó un clarinete, que habia pertenecido a un tísico; i sin m a e s tros, sin libros, sin mas m é t o d o , ni mas lecciones que su oido i su paciencia, llegó a repetir con facilidad los aires d e pífanos i t a m b o r e s del batallón d e T a l a vera. E s t o sucedía en 1 8 1 5 . Guando la victoria de Chacabuco vino a afianzar en nuestra patria el reinado d e la libertad, vinieron a Santiago, formando en las filas del ejército arjentinochileno, dos bandas de música, las d e los batallones 8.° i 1 1 , que fueron la gran n o v e d a d d e aquellos dias, en que los oídos se habian a c o s t u m b r a d o a no sentir otros conciertos que los gritos de alarma d e los tímidos, las quejas de los perseguidos i las burlas i las injurias d e los talaveras. E n t r e los muchachos que r o d e a b a n la b a n d a cada vez que salia a la calle, se encontraba siempre Zapiola. No iba allí para entretenerse sino a estudiar, pues quería con sus ojos arrebatar a los músicos el secreto para sacar con las llaves del clarinete el sinnúmero de infinitas i variadas melodías que con ellas produce una mano hábil. L a asiduidad del novel músico le conquistó el afecto del jefe de la banda, Matías S a r m i e n t o , q u e se ofrefiió para ser su maestro i su guia. E r a todo un h o m b r e d e buena voluntad; faltábale el estudio; no conocía ni el número ni la cantidad d e las n o t a s ; para leer la música se servia m a s d e su oido i d e su


— 12 — instinto que de los principios de su escasa ciencia. U n a s pocas lecciones bajo la dirección d e tan m o desto maestro, bastaron a Zapiola para p o n e r l e en aptitud d e ocupar un asiento en la orquesta del teatro que funcionó por la primera vez en la plazuela d e la Compañía. A l cabo d e poco tiempo, d e simple músico pasó a ser profesor i director de la orquesta. No lo seguiremos en la vida de artista. E s ella un insondable abismo en que se agrupan confundidas las glorias i las decepciones, las amarguras i los triunfos, las escaceses i las holguras del que vive para a g r a d a r al público, ese inconstante ídolo, a quien se inciensa, a quien se corteja, i cuyas sonrisas buscan con e m p e ñ o los artistas. Sentado en el escaño de los músicos, fué el teatro su escuela literaria. L e y e n d o hoi lo que la crítica dice del d r a m a de ayer, reflexionando mañana, a la luz d e sus consejos i de sus lecciones, en el m o m e n t o en que se repite la pieza en cuestión, fué el proscenio p a r a nuestro amigo lo que el gabinete anatómico p a r a el estudiante, en d o n d e con el escalpelo en la mano analiza, i estudia, i a p r e n d e a conocer el v a r i a d o e inesplicable mecanismo de la máquina humana. E s el proscenio una escuela terrible, aun para los que lo miran d e s d e afuera. E s un m u n d o con todas las seducciones d e la apoteosis, que mucho de las a p o teosis tienen los triunfos del artista, que enloquece con su talento a un público sediento d e n o v e d a d i d e encantos, con todos los peligros de Scila i Caríbdis, que tal es la volubilidad del público que a y e r ' c o n d u cía en triunfo a un artista al Capitolio i hoi lo arrastra con escarnio a las Jemonías. Cuando se p o n e el pié en esa p e n d i e n t e , es preci-


— 13 — so recorrerla, según la espresion d e D u m a s , hasta el •fin, s a b o r e a n d o alternativamente la copa llena d e ambrosía o d e acíbar, siempre con gusto, con la sed d e T á n t a l o , y a para e m b r i a g a r s e d e placer o v e n g a r se del d e s e n g a ñ o . ¡I por otra p a r t e no descansar j a m a s ! Como en el oido del Judio E r r a n t e , en el del artista suena siemp r e la voz d e ¡marcha, sigue, no te pares! I los artistas caminan i no descansan. Zapiola p a g ó , como artista, tributo a esta fatalidad. Un dia t o m ó el camino de Buenos A i r e s . E r a n sus compañeros d e viaje Robles, autor d e la canción nacional de Chile, i un comerciante, que iba a buscar en otras ciudades nuevo c a m p o p a r a sus desgraciadas especulaciones. T o d o s los aperos para el viaje le fueron suministrados por amigos, artistas como él, recién llegados al lugar d e d o n d e emigraba. Cuando a las 12 d e la noche d e un dia d e Marzo del año d e 1 8 2 4 p a s a b a por la plazuela de la Recoleta, en camino para, la cordillera, no llevaba en el bolsillo sino un real, i por todo equipaje la ropa que vestía i dos pares d e e s puelas, que, de mil amores, habría cambiado por unas estriberas, pues no las tenia su montura. Buenos Aires fué un mundo nuevo p a r a el artista. E n su único teatro funcionaba una compañía de ó p e ra lírica, en cuya orquesta e n c o n t r ó un puesto como s e g u n d o violin. El oscuro e m i g r a d o no p a s ó desapercibido p a r a los intelijentes. Massohi, el célebre violinista, le pidió que lo a c o m p a ñ a r a en su beneficio, t o c a n d o un concierto d e clarinete. Zapiola fué esa noche feliz; el público lo colmó de aplausos, que fueron un p r e m i o p a r a el e m i g r a d o i que le abrieron un nuevo c a m p o


— 14 — en que pudo vivir en una situación m a s c ó m o d a i holgada. E n 1825 volvió a Chile. Su saludo a Santiago fué un concierto que obtuvo un éxito asombroso. A p r e s t á b a s e e n esos dias la espedicion libertadora - d e Chiloé; Zapiola tomó p a r t e en ella como profesor de la b a n d a del batallón número 7, h a b i e n d o asistido como tal a la batalla de Bella-Vista, que consum ó la i n d e p e n d e n c i a de Chile. A p e s a r d e que su profesión era la música i que la ha cultivado con afanoso tesón d u r a n t e cincuenta largos años, no h a absorbido el arte t o d a su actividad. « H e t o m a d o también p a r t e , dice él mismo, en otras clases d e orquestas,—en que todos querían ser directores, o por lo menos solistas; mas la edad i la esperiencia m e han curado, si no del todo, en p a r t e , d e esa enfermedad que m e ha hecho viajar varias v e ces contra m i gusto.» Enrolado en el partido liberal, t o m ó p a r t e en t o das las peripecias de la política, figurando siempre entre los primeros d e r r o t a d o s . N o sonreía al político la misma fortuna que al artista. L a s coronas d e rosa d e éste se cambiaban en coronas de espina p a r a aquél. P r e m i a d o en 184^ con una medalla d e oro, por haber sido señalado por una comisión municipal, i «la voz pública, como el mas digno i acreedor al p r e mio d e música,» fué nombrado en 1867 p r e s i d e n t e del Conservatorio d e Música, i en 1 8 6 4 maestro d e capilla de la iglesia Metropolitana d e Santiago. Cuando m e n o s lo pensaba quizás, ocurriósele un dia a la política golpear n u e v a m e n t e a la puerta del antiguo soldado, que, no habia obtenido hasta e n -


— 15 — tónces otro premio que el de ver convertida en jirones su raida casaca. No le iba a exijir m a s sacrificios; iba á ofrecerle un puesto. No habia ni tiempo suficiente para r e husarlo. A l dia siguiente la lista de municipales del d e p a r t a m e n t o d e Santiago llenaba el lugar d e su último suplente con el n o m b r e de José Zapiola. N a d a m a s espiritual que oir de los labios de nuestro amigo hacer el cómputo del tiempo en que terminará su carrera política. El que la empieza a los 68 años, no p u e d e soñar mucho con el mañana, ni menos p o d e m o s pensar en él, aunque ese mañana fuera de r e p a r a d o r a i c o m p l e ta justicia, los que desearíamos prolongar indefinidam e n t e el presente, y a que para las cabezas n e v a d a s es lo único real i efectivo. I sin e m b a r g o , al e s t a m p a r estas palabras, abrimos involuntariamente nuestra alma a la esperanza, i a ella confiamos nuestros votos. Zapiola ha sido un municipal i n c ó m o d o : ni h a callado a n t e las aplaudidas alcaldadas, ni ha dejado de hacer guerra a las malas prácticas, i a las viejas corruptelas. Para muchos ha sido un insoportable r e t r ó g r a d o . E n su exajeracion llegó un dia a n e g a r su voto al proyecto para comprar una copa de plata p a r a premiar al caballo m a s corredor, m i e n t r a s no se equiparara con este premio el que se da a n u a l m e n t e al mejor maestro de escuela. I a fé, que es gran atraso, pedir igual premio p a r a los maestros i los caballos corredores. ¿Por qué h a de merecer m a s d e 25 pesos un maestro que e n v e jece en el trabajo, ni menos d e 300 un fogoso caballo que come, bebe i corre para p r o v e c h o d e su dueño? Otro dia pidió que la Municipalidad prohibiera los


— 16 — bailes de m á s c a r a s . L a s orjías p a t e n t a d a s habían a l a r m a d o hasta a los que d e n a d a se alarman; se hacia ver el mal; se pedia su pronto remedio. H u b o lujo d e teorías liberales en el seno de la Ilustre Corporación; quien temió que clausurar los teatros p a r a las bacanales nocturnas fuese cerrar las válvulas d e la sociedad. Zapiola fué el primero en cargar contra la i n m o ralidad i el último en a b a n d o n a r el c a m p o . ¿Para qué recordar otros hechos? Maniático lo h a n llamado algunos. ¡Santa manía que vijila, que estudia, i que h a c e el bien! A c t u a l m e n t e h a vuelto a ser eiejido municipal i ha procedido como antes. T a l es don José Zapiola, el interlocutor de las tertulias que h e m o s r e c o r d a d o . L a s largas t a r d e s d e verano habian venido a dar la señal de dispersión en el seno d e ella. Cuando qued a b a n muí pocos, i era llegada la hora d e ir a buscar en el c a m p o sosiego i salud d u r a n t e la estación d e los soles de fuego, d e las mieses i d e las viñas, algunos concibieron la idea de suplicarle se resolviera a escribir las muchas i variadas anécdotas con que, dur a n t e meses enteros, había sorprendido, n o c h e a n o che, nuestra curiosidad. A las primeras i repetidas súplicas contestaba con escusas, que terminaron con un profundo silencio. L o s r e d a c t o r e s de La Estrella de Chile lograron al fin lo que t o d o s tanto anhelábamos. Con las iniciales O. O. se publicó el artículo biográfico, titulado Carrasco. E s un bosquejo t r a z a d o con amore. Pronto siguieron los artículos sobre la música, la instrucción primaria, la política, las fondas, los cafces i las chinganas, e t c . T o d o s eran d e v o r a d o s por los lectores. ¡Qué realismo tan encantador! qué na-


— 17 — caralidad! qué colorido.tan local i tan verdadero! El retrato del dómine d e la a n t i g u a m á x i m a — l a letra con sangre entra—daría t e m a a un pintor para un cuadro histórico, que con una sola figura retrataría ana época. ¡1 luego las fondas i los cafées, que eran el único centro d e reunión d e la sociedad santiaguina, q u e empezaba a lanzarse al mundo que no d u e r m e la siest a a medio dia ni cena en ¡a noche! D e tales bosquejos podríamos decir lo que un dia o i m o s ' a un intelijente ai contemplar un cuadro de G o y a , que r e p r e s e n t a b a an mozo de cordel; sus únicas palabras fueron: ¡se vré la mugre! ¿No es v e r d a d que se vé en ese artículo el hollinado salón en que pasan sus veladas los p a d r e s d e los que hoi las entretienen en los artesonados i suntuosos salones de ¡os clubs? ¿I no serán de ningún valor, para quien intente trazar en g r a n d e escala el cuadro de la sociedad chilena en el primer tercio del siglo X I X , estos inimitables bosquejos? Mucha importancia se les atribuye sin duda, cuando tantos hai que han contribuido a salvar de las pajinas d e un periódico, que, por mucho que dure, no resiste al empuje del t i e m p o , los artículos que, compajinados, forman los Recuerdos de Treinta Años. H é aquí el oríjen de este libro. A p u n t á n d o l o satisfacemos a su autor.—¿No se atrevia a salir al público, sin que alguien dijera que se le obligaba? L o h e m o s complacido; aunque s a b e m o s que, d e buen g r a d o , habría querido aparecer como autor presuntuoso, antes que en un retrato que, si no es e x a c t o ni refleja el orijinal, está trazado con el cariño q u e inspira el amigo, con la franqueza que comunica e! P


— 18 — h o m b r e d e talento, con la espontaneidad que lo dice todo, p o r q u e ni cede al halago, ni obedece al m i e d o , ni q u e m a incienso al poderoso, ni espera otra r e c o m p e n s a que un apretón de manos del h o m b r e , a quien h a sometido al martirio d e ser mirado durante largas horas, apesar de sus resistencias, que p o d r í a m o s llam a r el orgullo d e su modestia. Q u e nuestros parabienes lleguen calorosos al h o g a r del autor i del amigo, i le recuerden que los p o s t r i meros frutos, si no tan lozanos i frescos como los p r i meros, son siempre de inestimable valor, c u a n d o el árbol que los p r o d u c e es de los pocos que, resistiendo a los golpes del hacha del t i e m p o , eleva al cielo sus r a m a s en medio d e los muertos despojos d e la que, a y e r no m a s , era opulenta selva. S a n t i a g o , Diciembre 13 de 1 8 7 2 . VENTURA

BLANCO.


El Presidente

Carrasco

I . — E s t e personaje ha sido desfigurado por algunos de nuestros historiadores, por contradicciones infieles o por motivos pueriles. Como si la revolución del año 10 no estuviera j u s tificada por sí misma, se la ha e m p e q u e ñ e c i d o en muchos casos dándole como motivo v e n g a n z a s d e tiranías exajeradas o d e actos insignificantes. L o s mandatarios de A m é r i c a en esa época se encontraron en idéntico caso que los P a p a s c o n t e m p o ráneos o antecesores de la Reforma, a quienes se creyó necesario calumniar, a u m e n t a n d o sus faltas o inventándolas, cuando no las habia. A unos se les atribuia crímenes que hacian reir al m i s m o Voltaire; a otros faltas que j a m a s cometieron. Al mismo tiempo que los españoles llamaban P e p e Botella, por el. vicio de ebriedad que no tenia, a José Bonaparte, i tuertn a ese mismo rei que tenia sus dos ojos intactos, en A m é r i c a se llamaba tiranos a gobernantes que j a m a s cometieron un acto de tiranía.


— 20 — Carrasco, a nuestro juicio, se encuentra en este caso. N o es una defensa d e este pobre viejo la que v a mos a e m p r e n d e r ; aunque esto no seria estraño en un siglo en que Judas i hasta el mismo Diablo, h a n encontrado calorosos defensores i panejiristas. "fé ¿Cuál es nuestro objeto entonces? Contar un cuento, cuyo prólogo vamos y a s o s p e c h a n d o que se h a alargado mas que el mismo cuento. I I . — J e n e r a l m e n t e nuestros historiadores dicen q u e las primeras víctimas de la I n d e p e n d e n c i a d e Chile fueron Ovalle, Rojas i Vera. «Fueron aprehendidos en sus casas, en la media noche; los ¡levaron al cuartel d e San Pablo i a las dos de la m a ñ a n a del siguiente dia los condujeron a Valparaíso en caballos de posta.» Carrasco no habia descubierto lo que h e m o s visto m a s . t a r d e : hacer viajar muchas leguas a pié i aun descalzos, en el rigor del verano, a presos políticos no m e n o s dignos d e consideración, previo d e s pojo completo. Si en estos últimos t i e m p o s se hubiera e n c o n t r a do, lo que m u c h o d u d a m o s , un tribuno del t e m p l e del doctor A r g o m e d o , no creemos que ninguno d e nuestros g o b e r n a n t e s hubiera, como Carrasco, t o l e r a d o que se le apostrofara como lo hizo, con motivo de aquel suceso, el célebre procurador del año io> pues ío d e los dos mil hombres presentes en la plaza p a r a secundarle, no fué m a s que una feliz hipérbole del orador. Cuando Carrasco se hizo hizo c a r g o del m a n d o , a su llega a Santiago, n o m b r ó un secretario, el doctor i l - . * : e n e m i g o declarado d e l g o b i e n o español i uno d e los corifeos m a s pronunciados d e la revolución. El cabildo, foco d e esa revolución, solicitó i o b t u v o


— 21 — d e Carrasco n o m b r a r doce rejidores ausiliares; lo que duplicaba en esa corporación el número d e conspiradores. Cuando procedió a la prisión d e los señores Ovalle» Rojas i V e r a , lo hizo soio a instancias que d e L i m a i Buenos A i r e s le dirijian aquellos v i r r e y e s , poniendo «n su conocimiento que en Chile se conspiraba contra su gobierno; a lo que contestaba: «necesita hechos positivos para lomar m e d i d a s » . ¿Han necesit a d o tonto m u c h o s gobiernos posteriores para perseguir i desterrar a sus enemigos políticos, d e toda esfera i posición? S e declama contra el g o b e r n a n t e que redujo a prisión a los tres jefes de la revolución; i a renglón seguido, si ya no se ha hecho antes, s e narran con t o d a minuciosidad los p r e p a r a t i v o s d e esa revolución, sin omitir ni ;uin las casas en que s e tenían las reuniones, siendo ¡a preferida la de! señor Rujas, una d e las tres, víctimas. Tendríamos muchos hechos que citar en comprobación de lo que decimos; no lo creemos necesario. Ciertas calumnias p e r t e n e cientes a la vida privada se d e s v a n e c e n por si mism a s ; por esto diremos poco s o b r e ellas. S e le acusa d e su afición a l a s liñas d e gallos. Nadie ignora que e! jeneral Freiré i el doctor Marín, alto personaje d e la revolución, tenían la m i s m a afición, sin que esto h a y a d a d o lugar a r e p r o c h e . S e le atribuye también una pasión inverosímil por una negra d e su servidumbre. E s t r a ñ o capricho el d e C a r r a s c o , preferir una P o m p a d o u r negra d o n d e tanto abundan las blancas!... Carrasco era d e estatura común, d e mirada b e n é v o la, c a r g a d o d e espaldas, i en ese t i e m p o d e edad avanzada.


— 22 — I n v a r i a b l e m e n t e se hacia acompañar, de dia i d e noche, d e una sola persona. Con ese m i s m o acompañamiento se p a s e a b a n mas tarde por las calles de Santiago Osorio i Marcó. El uso de una escolta numerosa i lujosamente m o n t a d a i vestida, no fué conocida h a s t a el gobierno del Director O'Higgins, después d e Chacabuco. I I I . — E n vísperas del 18 de S e t i e m b r e del año 10, si nuestros recuerdos no nos engañan, como de c o s tumbre, pasaba Carrasco por la calle de Santo D o mingo en dirección al tajamar. E r a dia d e fiesta, i un grupo de ocho o diez niños de siete a ocho años se entretenía en j u g a r a los soldados. Al pasar por frente a ellos se detuvo fijándose con cierta complacencia en el jefe que los m a n d a b a , con una seriedad i aplomo dignos de un c o m a n d a n t e d e reclutas. L a presencia de Carrasco a u m e n t ó su entusiasmo. E s t e lo llamó p a r a preguntarle:—¿Cómo te llamas?—Rafael Márquez d e la Plata.—Carrasco se quedó un m o m e n t o pensativo: quizá r e c o r d a n d o al rejente, p a d r e del niño, que debia serle mas que sospechoso. L e t i r ó ' cariñosamente d e una oreja, i siguió su camino. D e ese batallón solo viven, el jefe i el que traza estas líneas. N O T A . — E l señor Plata murió .en Julio de 1876.


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La P o l i c í a d e A s e o i S a l u b r i d a d I . — E n este tiempo en que la viruela i sus estragos han alarmado i con razón, a los habitantes d e la capital, atribuyéndose su oríjen esclusivamente a las condiciones hijiénicas de la ciudad, no h e m o s p o d i do menos que recordar el modo de ser d e este m i s mo pueblo a este respecto, hace m a s d e medio siglo; sin que a pesar de lo que v a m o s a referir h a y a m o s presenciado en nuestra larga vida algo parecido a lo que ahora estamos e s p e r i m e n t a n d o , no obstante las inmensas mejoras que hemos alcanzado de cuarenta años a esta parte. Nuestros lectores verán si t e n e m o s o nó motivo para dudar de lo que con tanto aplomo se afirma como inconcuso. I I . — L a Plaza de A r m a s no estaba e m p e d r a d a . L a Plaza de Abasto,, galpón inmundo, sobre todo en el invierno, estaba en el. costado oriente. El resto de la plaza h a s t a la pila, que ocupaba el mismo lugar que ahora, pero d e d o n d e ha e m i g r a d o el rollo, su inseparable compañero, hace mas de cuarenta años, el resto de la plaza hasta la pila, decimos, estaba ocupado por los v e n d e d o r e s de mote, picarones, huesillos, etc., etc., i por los caballos de los carniceros. Ya pueden considerar nuestros lectores cuál seria el estado de esta plaza que solo se barría mui d e t a r d e en tarde, no por los que la ensuciaban, sino por los presos de la cárcel inmediata, a r m a d o s d e grand.es ramas d e espino que no hacían mas que levantar polvo, dejándola en el m i s m o estado, pero p r o d u ciendo mas hediondez, como era natural.


— 24 — N o h a c e cincuenta años, la comida para los presos d e la cárcel se hacia frente al mismo pórtico de ese edificio, i los g r a n d e s tiestos en que se confeccionaba, la ceniza i d e m á s restos de esta operación, j a m a s desaparecían de ese lugar. A esto hai que agregar una ancha acequia q u e atravesaba, como ahora, toda la plaza. E s t a acequia^ descubierta en su m a y o r p a r t e , sin corriente, i no siendo d e ladrillo, proporcionaba mas facilidad para la aglomeración d e cieno. Lo que había en sus orillas no necesitamos decirlo; pues para los v e n d e d o res no habia otro lugar d e descanso, de tal m o d o que cuando el sol calentaba se levantaba un humo denso producido por las evaporaciones d e las inmundicias acumuladas allí. D e oriente a poniente i a cinco m e t r o s de distancia de la pared norte de ¡a plaza, corría otra acequia,, cubierta d e una losa en toda la estension d e esa cuadra. T o d a ella ocupada por los v e n d e d o r e s d e ojotas. Allí acudían los que usaban este calzado, q u e entonces eran muchos, por su bajo precio, un real. L a s ojotas viejas quedaban d o n d e se c o m p r a b a n las n u e vas; i esta arma arrojadiza suministraba a los (muchachos un elemento para e m p e ñ a r tocios los dias festivos esas guerras de ojotas, a las que j a m a s faltamos, por la inmediación de nuestra casa a! c a m p e d e batalla. Con este calzado vimos salir a nuestro ejército, unido al arjentino, que m a r c h ó a dar I n d e p e n d e n c i a al Perú en 1820, a las ó r d e n e s d e San-Martin. I I I . — E s t o era la plaza principal, evitando otros detalles nauseabundos. L a calle mas inmediata, al


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oriente, la d e San Antonio, seria largo de describir, seremos tan sucintos como nos sea posible. E n la cuadra en que está el costado oriente del T e a t r o Municipal habia una letrina. E n t o n c e s no era conocido el nombre «Para Todos» que.. ser mas limpio, quiere decir lo mismo. Dicha U-innn solo servia para indicar que a sus inmediaciones se podia evacuar ciertas dilijencias, pues no era pu&ible pasar por esa vereda sin gran peligro, i aun asi, con lafknarices t a p a d a s . Continuando al norte, habia otra letrina a los píes de la casa que es ahora d e don Melchor Concha. Sus condiciones eran aun peores que las de la anterior por su inmediación a ¡a plaza. Mas al norte aun, i llegando a la cuadra que está entre la calle d e las Monjitas i la de Santo Domingo., i a una de esa plaza, la cosa era m a s sería. T o d a la vereda del poniente estaba obstruida por basuras i por otras cosas peores. Lo que v a m o s a reíerir dará una idea a nuestros lectores, si han llegado hasta aqui, d e lo que era esa calle. Un dia que p a s á b a m o s por allí, advertimos medio enterrados dos trozos d e madera labrada. T o m a m o s sus estreñios, i al levantarlos, no '- e n c o n t r a m o s con una escalera, de cuatro o cinco metros d e largo, cubierta apenas con basuras. E s t a escalera, según los comentarios de los transeúntes, debia pertenecer a ladrones que para servirse d e ella no necesitaban llevarla a su casa, siendo aquel lugar seguro i m a s p r ó x i m o para sus espediciones nocturnas. Decir que en esta calle, aunque en menor escala que en otras, a b u n d a b a n los perros, gatos i otros animales muertos, que nadie se encargaba d e r e c o j e r , nos parece inoficioso. U n a m a ñ a n a apareció un 1


burro con una pata quebrada, tendido en el crucero que formaban las calles de San Antonio i Santo D o mingo, en la casa que es ahora del señor Santa María. Como entonces no eran las calles de lomo d e toro, en esos lugares había cieno p e r m a n e n t e . E l burro se tendió ahí, quizás acosado por la fiebre. Los muchachos de las inmediaciones le dábamos de comer i beber; pero al cabo de algunos días nuestro enfermo murió. Allí se estirtguieron sus restos, sin que ningún buen vecino, ni la policía, de que no se conocía ni el nombre, se t o m a r a n el trabajo d e h a cerlo arrastrar al rio, última morada d e sus iguales o parecidos. I V . — Continuando por la misma calle, al norte, nos e n c o n t r a m o s con la de las Ramadas, t a p a d a hasta hoi al poniente, por una pared del convento de S a n to D o m i n g o . Allí, por un d e r r a m e de una acequia inmediata, se formaba, decimos mal, habia en permanencia una laguna pestilencial cubierta con las y e r b a s que produce toda agua detenida. Su hondura no permitía el paso de ningún carruaje i solo la atrav e s a b a j e n t e d e a caballo. E s t a b a j u s t a m e n t e frente a la casa de esquina, que era entonces de un señor Carrera. Por último, t o m a n d o a la derecha, en dirección al rio, nos e n c o n t r a m o s con nuestra soberbia Plaza de A b a s t o , sin rival en el m u n d o , según los viajeros: lo que no es un elojio p a r a nuestra Municipalidad, p e r o que p e s a r á por muchos años en su caja, o m a s bien, en la d e los contribuyentes. E s t a plaza tenia entonces un destino mui diverso, apesar d e su inmediación al rio, eterno depósito d e toda clase d e inmundicias. Allí se arrojaban t o d o s


los desperdicios d e las habitaciones i n m e d i a t a s , i cuando, en 1 8 1 8 , se dio una t e m p o r a d a d e toros, última vez que se efectuó esta diversión, fué preciso emplear mucho tiempo en disponerla p a r a ese objeto. El n o m b r e que entonces tenia i que con trabajo han olvidado los viejos, era «el basural.» E s t o lo dice todo. Cuando, en 1 8 1 7 , entró a Chile el ejército d e los A n d e s , se e n c a r g ó a los soldados de los dos batallones que quedaron en Santiago de vijilar sobre las p e r s o nas que hacían sus dilijencías en la calle, o b l i g a n d o a pagar a los infractores cuatro reales en un caso i un peso en el otro Los T a l a v e r a s habían sido mas estrictos, i tanto, que obligaban a los infractores a. llevar al rio el cuerpo del delito, sin valerse de ningún tiesto V . — L a A l a m e d a , orgullo de nuestra capital, no era otra cosa, antes del año de 1820, d e s d e S a n Francisco hasta San Miguel, que un i n m e n s o basural con el adorno inevitable d e t o d a clase d e a n i m a les muertos, sin escluir caballos i burros. E n consecuencia de lo que h e m o s dicho r e s p e c t o al estado de aseo de nuestra población, y a supondrán nuestros lectores que no teníamos los ochocientos baños públicos d e la R o m a imperial. C o n t á b a m o s con el Mapocho, que en t o d a su estension hacia las veces de aquellos, i que, a ciertas horas del dia en verano, reunía j e n t e s de toda clase que recreaban la vista de los paseantes, por su completa desnudez. E n este r a m o no habia mas policía que un lego d e Santo D o m i n g o , frai N . R o c o , que, a c o m p a ñ a d o d e un h o m b r e a r m a d o d e una varilla, perseguía a los muchachos que ordinariamente se b a ñ a b a n en un a l -


— 28 — banal del rio que daba agua a una pila de! c o n v e n t o . Habia otro baño público mas reducido, p e r o m a s cómodo por su situación. O c u p a b a el mismo lugar en que ahora se encuentra la columna de los historiadores Tocornal, Benavente, García R e y e s i Sanfuentes, que en la calle d e las Delicias da frente a la del E s t a d o . Los derrames de la acequia, que entonces no era d e cal i ladrillo, formaban una laguna cenagosa que en verano era frecuentada a toda hora por h o m bres i niños que se bañaban con toda confianza i sira que nadie los incomodara. L o s baños d e cal i ladrillo no fueron c o n o c i d o s h a s t a que A l e x a n d r y abrió por ios años 20 o 2 1 , ur» p o b r e establecimiento de este jénero tras del cerro d e Santa Lucia, en la calle de Mesías, con agua sucia. No necesitamos decir que, respecto a baños tibios para el público,, no fueron conocidos en S a n t i a g o h*sta que los estableció Dinator en el actual reñidero' d e gallos, después del año 1830. VI.-— El Cementerio solo se estableció el año d e 1 8 1 9 , si no estamos equivocados. Los pobres de las últimas clases eran sepultados en el Campo Santo. situado en el estremo sur d e la calle de S a n t a Rosa. L a inmensa mayoría del resto de la población recibía este servicio en las iglesias, sobre todo en una p e queña capilla situada en la calle del E s t a d o , ai cost a d o oriente d e Santo D o m i n g o i al norte d e la casa que es ahora del señor Besa. Esta capilla p e r t e n e c e ahora a las monjas d e la Caridad. Allí se sepultaba invariablemente a los reos que eran ejecutados en la plaza principal o en el Basural. Sepultábase t a m b i e » en la huerta de la capilla. T o d o ello a una cuadra i m e d i a d e la plaza principal.


— 29 — E s t a circunstancia nos recuerda la observación d e Chateaubriand, a saber: que, c u a n d o en Francia se dejó de sepultar en las iglesias, i solo se hizo en los cementerios, no se notó ninguna diferencia.en el e s tado sanitario d e las poblaciones. Para nosotros, testigos presenciales d u r a n t e n u e s tra vida de lo que h e m o s referido, no es cosa p r o b a d a que el desaseo sea la causa única de la actual e p i d e mia, como se afirma; pero no creemos t a m p o c o q u e esta circunstancia sea un motivo p a r a ' g o z a r d e buena salud. V I L — P o r lo demás, la viruela que nos aqueja ha puesto d e manifiesto otras pestes. L a vanidad i otras miserias m a s perniciosas han e n c o n t r a d o ocasión para manifestarse, i h e m o s visto sin a s o m b r o a ciertas p e r s o n a s e m b o c a r la t r o m p e t a farisaica para hacer sonar sus notas m a s a g u d a s i p e n e t r a n t e s a fin d e notificar al público los servicios que p r e s t a n . . .

La E s c u e l a P r i m a r i a L— El año d e i 8 i 2 h a b i a una escuela en S a n t i a g o cuyo número d e alumnos p a s a b a d e 300. ^Lxz.gratuita, i sin e m b a r g o , concurrían a ella niños d e las familias m a s notables. Sin p e r t e n e c e r a esta c a t e g o ría, e s t u d i á b a m o s en ella. Cuando decimos estudiábamos, se entiende que h a b l a m o s d e catecismo, lectura, escritura i las cuatro primeras operaciones d e aritmética: no se enseñaba otra cosa. L o s que q u e d a n hacer estudios m a s i m p o r t a n t e s ocurrían a otros e s -


— 30 — tablecimientos rejidos por particulares o por relijiosos que se c o n s a g r a b a n en sus respectivos conventos a estas funciones. A u u no se habian instalado el Convictorio de San Carlos ni. el Instituto. S e fundó también en ese t i e m p o un establecimiento que se llamó la A c a d e m i a . E n t o n c e s , como ahora, la antigüedad clásica suministraba el título a estos establecimientos, con la diferencia de que en A t e n a s no habia mas que un Liceo, i ahora nosotros tenemos uno en cada provincia. Aristóteles d e b e estar de p a r a b i e n e s . . . Nuestra escuela estaba situada en la calle de la Catedral, a cuadra i media de la Plaza de A r m a s , en un gran salón del antiguo Instituto, del que ahora ocupa una p a r t e el edificio del Congreso. P e r m a n e c i ó en ese local h a s t a fines de 1 8 1 4 , en que fué ocupado, con el resto, por el batallón d e T a layeras, h a s t a después de la batalla de Chacabuco, é p o c a en que se d i o al batallón número 8 de los Andes. E s t a narración, por consiguiente, se refiere al p e ríodo trascurrido d e s d e 1 8 1 2 h a s t a 1 8 1 4 . U n año d e s p u é s dimos p o r t e r m i n a d a nuestra carrera escolar. I I . — E l maestro (este título que llevó Jesucristo se encuentra muí modesto en el dia i se le ha r e e m plazado por el de preceptor, institutor, apóstol, etc.) el m a e s t r o , decíamos, se llamaba frai A n t o n i o Briseño, lego mercenario, de figura imponente; cara angulosa i pálida, boca de oreja a oreja, nariz d e p o dón, ojo escudriñador e intelijente. T o d a la escuela se alegraba cuando se le veía sonreír con algún estraño, pues con sus discípulos j a m a s sucedía esto. Un gorro negro, mas o m e n o s sumido, nos advertía


del estado de amabilidad en que se encontraba. Por lo demás, de costumbres ejemplares. A esta escuela asistían niños de los barrios mas apartados de la ciudad. No eran tan exijentes como ahora, que quieren que la escuela esté en la puerta de la casa. I es d e advertir que e n t o n c e s era la asistencia doble: la primera a las siete u ocho, según la estación, i la segunda invariablemente a las dos de la tarde. E s c e p t u a n d o la enseñanza i la tinta, todo lo d e mas era d e cuenta de los alumnos. E n cuanto a las plumas, solo se conocían las d e ave. E s t a s , el papel i los libros valían cuatro veces mas que hoi. L a operación de tajar las plumas ocupaba la primera hora d e la mañana, para lo que el m a e s t r o , ayudado de un alumno, se colocaba a la entrada d e la escuela, a fin de hacer diariamente aquella operación en todas las plumas de los que escribían. L a escuela estaba dividida en dos secciones, no por el grado de adelantamiento ni por la clase d e estudios, sino por la categoría social a que p e r t e n e cía el niño. L o s m a s distinguidos en este sentido ocupaban los dos lados del salón m a s p r ó x i m o s al maestro, que tenia su asiento en la testera. Los m e nos favorecidos de la fortuna tenían lugar también en ambos lados a continuación de la primera clase. Un dia en que, según nuestros recuerdos, h a b í a mos hecho cierta travesura, nos dirijió frai A n t o n i o estas palabras: «-¡Zapiola, pase Ud. a la segunda/» Al recibirnos en la escuela, el m a e s t r o nos habia colocado en la primera, a causa, sin duda, de vernos con medias, cosa poco común en los niños de e n t o n ces; i d e c e n t e m e n t e vestido; pero es probable q u e algún soplón pusiera en su noticia que el tal Zapiola


no pertenecía al orden ecuestre i que debía ir a ía s e g u n d a , a! lado de los suyos Banda de Santiago, con alusión al apóstol, se llam a b a la doble fila d e la derecha; i banda de San Casiano, la de la izquierda. Poco antes habían llevado los nombres de Rama i Cartago. L o s alumnos B I Í : V i e l a n t a d o s o de mejor conducta recibían un pequeño cuadro de papel con calados i dibujos, que se llamaba parco. El objeto d e este papel era que, cuando el poseedor cometiera alguna falta, al recibir el castigo, lo presentara para quedar libre. Habia parcos d e distintas categorías, para distintas clases de faltas; a veces, cuando ella era mui g r a v e , el maestro lo rompía i el delincuente recibía su merecido, sobre todo cuando lo habia obtenido por compra, lo que era corriente. Los mas caros eran d e dos o tres reales. I I I . — E n el dia, es cuestión mui debatida la clase d e penas que d e b e aplicarse a los niños por sus faltas. E n ese tiempo estaban en uso cuatro castigos: a r r o dillarse, el guante, la palmeta i los azotes. El primero, considerado como el mas suave, era mas común. E l guante se aplicaba con alguna frecuencia, pero en poco número. L a palmeta tenia lugar para las faltas d e m a s consideración. E r a bastante dolorosa, pues este instrumento consistía en un pequeño círculo d e m a d e r a agujereado i con un m a n g o de cuya punta lo t o m a b a el que aplicaba el castigo, que rara vez e x c e día d e cuatro o seis golpes en la palma de la m a n o . P o r último, venían los azotes, que solo se aplicaban en casos mui g r a v e s , con todas las precauciones p o sibles para evitar la humillación del paciente. E s t a p e n a era mui rara i siempre tenia lugar fuera d e la vista de ios otros alumnos.


— 33 — Felizmente los azotes han desaparecido d e la e s cuela; solo falta que se les proscriba de todas -partes... La m a y o r parte d e estos castigos han sido r e e m plazados por otros; uno d e los m a s comunes es en el dia -el encierro. E s t a p e n a presenta en m u c h o s casos g r a n d e s inconvenientes p a r a los p r e c e p t o r e s ; pero, aun cuando así no fuera, bastarían solo las consecuencias que de ella resultan en muchos casos para rechazarlo como la mas funesta... F r a n c a m e n t e somos partidarios del guante. Lo hemos aplicado en nuestra larga vida d e p r o fesor d e bandas de música sin ningún inconveniente, casi h e m o s dicho, con excelentes resultados. R e s p o n d e de esto el considerable número d e artistas d e mérito conocido i de excelentes ciudadanos que h e m o s formado en esta enseñanza. Nos gloriarnos d e poseer un corazón, no solo inclinado a la clemencia por nuestros semejantes, sino por t o d o ser sensible. Lo esencial es la prudencia del m a e s t r o , pues el castigo m a s suave, mal aplicado, p u e d e convertirse en una humillación i un suplicio p a r a el alumno. Las declamaciones de filántropos reclutas i d e p e d a g o g o s aficionados no tienen m a s mérito que el estilo c a m p a n u d o en que se hacen. I V . — L o s s á b a d o s habia remate en nuestra escuela, como en todas, que no eran muchas. E s t e consistía en salir al medio del salón dos alumnos, uno d e c a d a banda, a examinarse, al tenor del catecismo d e la doctrina cristiana, a p u n t á n d o s e el número d e malas contestaciones para castigarlas en proporción. E s t o s r e m a t e s solían tener lugar en la plaza principal los


— 34 — s á b a d o s en la t a r d e . El público concurría en g r a n número, aplaudiendo a los niños que lo hacian mejor. L a s planas de escritura se presentaban diariamente, i el maestro e s t a m p a b a en ellas las siguientes anotaciones: S. siga; I. L. M. imitar la muestra; B. buena; M. mala. E s t a s clasificaciones daban lugar a correcciones proporcionadas. Venia, por fin, la t e m i ble A . azotes. E s t e calificativo era mui raro, como lo era efectuar su consecuencia. L o s sábados se p r e s e n t a b a n las mejores planas escritas en la s e m a n a . El maestro escojia dos o tres alumnos d e cada banda i m a n d a b a a los mismos contendores a las tiendas d e comercio para que fueran calificadas por los comerciantes, a quienes s e suponía jueces idóneos e imparciales en la m a t e r i a . E l juez d a b a el fallo con su firma al pié. L o s t e n d e ros p r e s t a b a n gustosos este servicio porque su n e g o cio no era tan activo que se lo impidiera. E n t o n c e s no eran, ni con mucho, tan frecuentes los calduchos, palabra nueva; pero la guerra d e la independencia en los años 13 i 14 nos proporcionaba gran abundancia d e ellos. Como, según los p a r t e s de nuestro ejército, t o d o s los encuentros i batallas eran para nosotros otras t a n t a s victorias, al llegar a Santiago esas noticias, las c a m p a n a s nos advertían que mui l u e g o se p r e s e n taría un soldado en la escuela con ¡a orden p a r a el maestro d e dar asueto a los niños. Cuando, en estos casos, el soldado t a r d a b a o no venia, algunos a l u m nos se lo proporcionaban m e d i a n t e cierto espediente. O r d i n a r i a m e n t e dos o tres dias después, e m p e z a b a n por lo bajo a circular rumores que ponían en duda la certidumbre de 3a victoria, i antes d e una s e m a n a , los sarracenos, mas bien servidos q u e el


— 35 — gobierno en esta parte, daban como averiguado que ia cosa habia sido al revés; i que el único motivo p a r a tanto repique era que el ejército real se r e t i r a b a d e s pués de derrotar al nuestro. E l asueto no h a b i a tenido m e n o s efecto por eso. No h e m o s necesitado un Capefigue que desmienta o p o n g a en duda nuestras victorias, pues la lectura atenta de nuestra historia nos habría puesto al corriente del asunto, si antes no lo h u b i e r a n hecho ios actores i testigos de esa época. V . — E l barrido d e la escuela se hacia los s á b a d o s por la m a ñ a n a , después d e retirarse los alumnos. No todos barrian, p o r q u e la igualdad ante la lei no se observaba entonces mas que ahora. L a escoba consistía en un manojo de manzanilla ordinaria, d e poco mas d e medio metro d e largo, a m a r r a d o por un estremo. El roce d e esta y e r b a con los ladrillos producía un olor insoportable, de que solo se p u e d e formar una idea comparándolo con el d e la mostaza m a s vigorosa. E s t e olor producía e n t r e los b a r r e n d e r o s una t e m p e s t a d d e toses, estornudos i otros ruidos análogos... V I . — E n cuanto a libros, si se e s c e p t ú a el catecismo, cada uno se ejercitaba p a r a la lectura en el q u e podia proporcionarse. Jeneralmente eran libros p i a dosos. L o s impíos e inmorales no e m p e z a r o n a circular en Chile h a s t a el año 20, a mui alto precio. Las Ruinas de Palmira, un t o m o en 4 . , s e vendía al principio a 30 pesos. Vivo está un condiscípulo nuestro que lo vendia en su tienda m a s t a r d e , con una gran rebaja, a onza de oro. El Contrato Social, diminuto volumen en 8.°, lo c o m p r a m o s i v e n d i m o s , 0


— 36 — después d e leerlo, en 4 p e s o s . Con un oficial d e ese t i e m p o , que ahora es jeneral, nos arreglamos p a r a comprar El Oríjen de los Cultos, (compendio) en 12 pesos, dando cada uno la mitad. Las obras inmundas d e Pigault Lebrun, P a r n y , etc., etc,, no eran m a s baratas. Rousseau dice: «Plutarco es mi hombre.» Nosotros p o d í a m o s decir entonces:— Rousseau es el nuestro. L a Profesión de fé del Vicario de Saboya, tan e s tensa como es, la sabíamos en g r a n p a r t e d e m e moria. L a lectura dé estos libros, i de otros m a s o menos impíos i abominables, dieron cuenta de nuestras creencias; pero Dios quiso m a s t a r d e alejarnos, m e diante otras lecturas, de la senda que conduce fatalm e n t e al chiquero d e Epicuro. Si tal escasez d e libros habia el año 20, cuando comerciábamos con todo el m u n d o , ¿qué sería ocho o diez años antes, en que solo se acercaban a nuestros puertos, es decir, a Valparaíso, los buques e s pañoles, i en que recibíamos por tierra d e Buenos Aires algunos escasos efectos? L o que es librerías, p u e d e decirse que no eran conocidas, sino se da este n o m b r e a tal o cual tienda, de españoles s i e m p r e , d o n d e entre los jéneros, se divisaba uno que otro v o lumen. U n hecho hablará mas claro que nuestras observaciones. Cuando, en 1 8 1 3 , se abrió el Convictorio de San Carlos, preludio del Instituto, que se instaló pocos meses después, el gobierno, dirijiéndose a los padres d e familia, les decía: «El gobierno tiene destinadas personas que, con la m a y o r seguridad i actividad, proporcionen libros" elementales e instrumentos científicos a todos los que quieran c o m -


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prarlos en Buenos Aires o en E u r o p a para ción d e su familia.»

instruc-

V I I . — H a b i a t a m b i é n en la escuela un personaje d e que no hemos hablado: el emperador. Este empleo recaía s i e m p r e en algún alumno que habia p a sado por todos los puestos subalternos. E r a llamado cada vez que habia que hacer algo d e importancia dentro o fuera de la escuela, i en las ausencias del m a e s t r o lo reemplazaba; pues el sota-maestro, (ahora se llama a y u d a n t e ) o no lo habia o funcionaba en cortas t e m p o r a d a s . El emperador de esa época era don C a y e t a n o Briseño, algo e n t r a d o en años, vestido con cierto lujo poco común, sobre todo para las personas de su edad: tendría 20 años. J a m a s vimos a un alumno, ni de los m a s e n c o p e t a d o s , dirijir al maestro, ni a ninguno d e sus condiscípulos que ejercían alguna autoridad, palabras poco respetuosas, ni aun oponer una resistencia obstinada al aplicársele algún castigo. No h a b í a m o s llegado a los tiempos felices en que los niños, antes d e salir a la calle, encienden su cigarro, i el que no lo ha h e cho, detiene al primer h o m b r e b a r b a d o que encuentra para pedirle fuego. V e r d a d es que y a se acercaba la época en que un presidente d e la república, liberal, por supuesto, regalaría a un niño de 18 años, alumno del Instituto, por sus buenas disposiciones, las obras completas de Voltaire, como libros de e s tudio i recreo V I I I . — P a r a t e r m i n a r ( i y a es tiempo) p o n d r e m o s a continuación los n o m b r e s d e los pocos alumnos d e nuestra escuela que aun viven; lo h a r e m o s por orden alfabético, p e r o sin la malicia c h a s q u e a d a de los fabricantes de la última lista municipal de 1 8 7 1 . T


— 38 — * A c e v e d o , don D o m i n g o . . * Camaño, don C a y e t a n o . * Correa d e Saa, don D o m i n g o . * C o r r e a d e Saa, d o n j u á n d e Dios. * Gandariilas, don S a n t i a g o . * Gandariilas, don Juan José. Gandariilas, don Juan d e la Cruz. * Marin, don Ventura. * Sessé, don José María. * Vicuña, don Pedro Félix. El autor d e este artículo. I X . — A n t e s de despedirnos de nuestro maestro i d e nuestros condiscípulos, haremos saber a nuestros p a cientes lectores que, al organizarse por primera v e z el Instituto, fué n o m b r a d o aquél ¡qué horror! catedrático de primeras letras!! U n motilón s e n t a d o en fila con el senador Ruiz T a g l e , con seis d o c t o r e s , entre los cuales se contaba el Siéyes de esa é p o c a , don Juan E g a ñ a . ¡I esto sucedía en t i e m p o en que nadie habia oido pronunciar la palabra democracia! Si ahora se repitiera aquel escándalo, es seguro que nuestros flamantes doctores harían coro a tos niños del Instituto para maldecir al Arzobispo, a los clérigos i a los inevitables jesuitas, que nosotros d e nunciamos como autores de la s e q u e d a d del t i e m p o i como introductores de la viruela. ¿Por qué no h a n d e tener también la culpa d e estos males que nos aquejan, ellos que tienen la culpa de todo? * Estos señores han m u e r t o después de la tercera edición de este libro.


— S9 —

Cafees, F o n d a s i C h i n g a n a s I . — E l que escribe estas líneas e m p e z ó a conocer estos lugares en 1 8 1 9 , a la edad d e 17 años. Por estas fechas y a caerán en cuenta nuestros lectores q u e cuando vinimos al m u n d o «este siglo tenia dos años.» Por n u e s t r a s indagaciones h e m o s calculado que los cafées fueron conocidos en Chile poco antes d e í 8 o 8 , p e r o bajo el n o m b r e de trucos, con alucion a un j u e g o mui parecido al d e billar, que solo se introdujo en S a n t i a g o en el año d e 1 8 1 2 o 1 8 1 4 . Estos establecimientos El p r i m e r café se instaló dra al oriente del t e m p l o H a c e algunos años ha cio en q u e estaba.

s o n mas antiguos en L i m a . el año de 1775r m e d i a cuad e Santo Domingo. d e s a p a r e c i d o , con el edifi-

U n o de estos cafees (no habia mas que dos) e s t a ba situado en la plaza principal, en el mismo lugar que a h o r a ocupa el Casino del Portal F e r n a n d e z Concha. L o s altos, con vista a la plaza, i que e s t a b a n en un cuerpo, constituían el mejor salón p a r a los c o n c u r r e n t e s . E s t e salón servia d e comedor, d e centro d e tertulia i de sala de j u e g o s d e carteo. Los t a l e s altos se elevaban poco mas de tres m e tros del suelo. E s t o es tan cierto que, en el t e r r e m o to d e 1 8 2 2 , que nos s o r p r e n d i ó en ese lugar, vimos gran n ú m e r o d e personas descolgarse por ellos a la plaza, sin que ninguno recibiera daño d e consideración. A l cuartito, a que a c a b á b a m o s d e llegar en e s e m o m e n t o en busca d e un a m i g o , le viene como d e molde la descripción que h a c e Goroztiza de un garito


— 40 — español, i que d e b e n conocer muchos d e nuestros lectores, por lo que solo copiamos eltprincipio: « E n un a h u m a d o aposento A n e g a d o en porquería, H e visto en un solo dia L o que no vería en ciento.» Allí se j u g a b a al monte sin que las impertinencias d e la policía (este n o m b r e es posterior a esa época.) incomodaran a los aficionados. Y a supondrán nuestros lectores que en esta materia no hablamos a humo de paja.... A p e s a r de la falta de vijilancia ¡ de celo para p e r seguir el j u e g o , no faltaba su correctivo, que consistía en una multa que se imponía a los dueños d e casa q u e permitían juegos prohibidos, pero que solo tenia efecto en casos raros i análogos al que v a m o s a r e ferir. Un amigo nuestro, c o m p a ñ e r o de profesión, solía, d e t a r d e en tarde, escurrirse en las tertulias (asi se llamaban las casas de juego) como ahora, sin mas g a s t o que el d e un t r o m p o , se llaman filarmónicas los salones de baile. C u a n d o perdía, se retiraba sin decir nada. A l dia siguiente se presentaba la mujer r e c l a m a n d o del dueño de casa lo que habia p e r d i d o el marido, i lo que no habia p e r d i d o también. T o d o era cubierto por miedo a la multa i a sus consecuencias. II.—En dicho café se j u g a b a desde medio dia h a s t a cualquier hora de la noche, malilla, mediator, p r i m e r a i báciga. E n cuanto al m o n t e d e baraja, pues, no era conocido el d e dados, siendo uno d e los e n -


— 41 — tretenimientos m a s productivos para el dueño de casa, no tenia horas limitadas, Habia una detestable mesa d e billar, alumbrada por cuatro velas d e sebo, que eran las únicas que se conocían, colocadas en dos cruces que pendían dei t e c h o sobre la mesa. E n los intervalos en que no se j u g a b a se a p a g a b a n las luces; menos una, p a r a no dejar en tinieblas a los concurrentes. E s t o duraba mientras no se armaba otro partido. Los tacos con suela i tiza no se usaban aun; lo que d a b a lugar a ciertos e s p e dientes que eran de uso forzoso. A n t e s de jugar nos a p o d e r á b a m o s d e la lima para emparejar la punta del taco. La tiza la suplíamos d e un m o d o mui injenioso: la punta limada la a p o y á b a m o s en la p a r e o , que nuestros lectores supondrán no era e m p a p e l a d a , pues hasta entonces era desconocido este adorno, i le d á b a m o s vuelta como a un molinillo. E s t a maniobra, que también se hacia en los ladrillos del piso, si suplia la tiza, llenaba la p a r e d de agujeros; pero ai fin satisfacía una necesidad a gusto de todo el m u n d o . L o s filos del taco, como es natural, se prestabais a d m i r a b l e m e n t e para romper el p a ñ o . D e b e m o s añadir que éste no era como ahora d e una sola pieza, puesto que, siendo el que se usaba del ancho ordinario, habia que añadirlo, d e suerte que en un costado de la m e s a habia una costura que t o m a b a todo ei largo, haciendo perder la dirección a la bola cuando era impulsada con p o c a fuerza. Los efectos del taco con suela solo fueron conocidos el año 32, cuando vimos j u g a r al señor Barré, profesor de piano. L a s mesas d e billar tenían invariablemente un a d o r n o . E s t e era un rodapié que cubría las patas i el interior i que prestaba un servicio útil. T r a s este r o d a p i é se guardaban las camas del billarero i de los


— 42 — mozos del servicio, d e lo que resultaban ciertos inconvenientes, que y a sospecharán nuestros lectores... E s t e café habia pertenecido a Jaramillo, su fundador; pero en nuestro tiempo era d e Dinator. III.—El otro café, situado en la calle de A h u m a d a , frente a la puerta del que fué pasaje Búlnes, pertenecía a don Francisco Barrios, español de cuño antiguo i d e bondad proverbial. D e pobre aspecto i d e m e n o s dimensiones que el anterior, era frecuentado siempre, sin e m b a r g o , por la j e n t e d e tono. L a sala d e malilla, que era la mas concurrida, se hacia a veces insoportable por la fetidez que despedía la acequia interior que la atravesaba. Tenia cierta analojía con el café de Bodegones de Lima, que, c o m o es sabido, solo tiene por parroquianos a los viejos. Concluyó arruinando a su dueño el año 25 o 26. E n cuanto al anterior, fué suspendido tres 0 cuatro años después, con buenas utilidades para Dinator,* que e m p r e n d i ó en el Tajamar la contruccton d e la Cancha de Gallos. I V . — E n 1822 los señores Renjifo i Melgarejo abrieron un gran café en la calle de la Catedral, a dos cuadras de la plaza de armas, en la casa que ahora pertenece a don F e r n a n d o Errázuriz. Las numerosas i g r a n d e s ventanas que caen a la calle de Morandé, que aun se conservan, fueron colocadas entonces. S e estableció allí mismo una especie de escuela de baile dirijida pof don Manuel Robles, autor de la antigua canción nacional. Como compensación del trabajo del señor Robles, cada concurrente a ese salón contribuía con un real, con el cual se p a g a b a t a m b i é n una buena orquesta. E s t e café hizo gran ruido; p e r o dos años después fué cerrado con pérdidas considerables para sus empresarios.


— 43 — T r e s años m a s t a r d e se instaló el Café de la Nación en la Plaza Principal, en el centro d e la cuadra que hoi ocupa el Portal San Carlos. Su primitivo dueño fué don Rafael Hévia, rnui conocido en esta clase d e negocios, i que se trasladó a ese lugar, suspendiendo un cafecito situado en la calle d e C o m p a ñía, a media cuadra de la Plaza, que con t o d o a p l o m o ostentaba una tabla en su frente que decia: Café Serio del Comercio. El público, sin e m b a r g o , j a m á s pudo olvidar su n o m b r e primitivo, que, con alusión a la fragancia que se sentía d e s d e la calle, lo habia llamado fonda d e los m . . . E s t e n o m b r e bien podian llevarlo todos los establecimientos d e esa época, pues como utensilio indispensable, tenían s i e m p r e en el primer patio uno o dos cancos que estaban destinados a prestar ciertos servicios a los parroquianos i transeúntes, i El m i s m o Hévia abrió el año d e 1 8 3 1 , un café en ia plaza, en el lugar que hoi ocupa el Paiacio A r z o bispal. E r a el m a s bien m o n t a d o que se habia visto en Santiago; pero diez años m a s tarde se cerró por falta d e concurrencia. El servicio para refrescos era de plata. V . — P o r fin, i para concluir con esta reseña, el año d e 1 8 3 t . s e abrió otra casa con el título de Café de la Baranda, en la calle de las Monjitas, a una cuadra de la Plaza d e A r m a s , en la casa que es ahora.de don Pedro Marcoleta. E n este café, que seria llamado por los parisienses Chantant, habia canto, con a c o m p a ñamiento d e h a r p a i guitarra, ejecutado por varios artistas de primer orden, e n t r e los que d e b e n c o n tarse a las inolvidables fietorquinas, de que luego hablaremos.


— 44 — E n sus salones se j u g a b a lotería, como antes se habia hecho en el café d e Dinator. E s t e juego era el favorito d e los empresarios, por una razón mui sencilla. D e cada peso de la suma a que ascendía cada lotería, la casa sacaba un real. Y a calcularán n u e s tros lectores que con este sistema, a las pocas j u g a das, el dinero casi en su totalidad p a s a b a como por encanto al bolsillo del dueño d e casa. E s t o justificaba un refrán mui repetido entonces: de Enero a Enero la plata es del lotero. No hemos olvidado, ni t a m p o c o algunos de nuestros c o n t e m p o r á n e o s , cierto descubrimiento injenioso del empresario aquel.—Para apuntar los números que se iban p r e g o n a n d o , se p o m a sobre las mesas varios p e q u e ñ o s montones de granos de maiz, con los que se cubrían los números que a cada uno le tocaban. Por distraerse, o no sabemos por qué otro motivo, los j u g a d o r e s se echaban los granos a la boca i d e s pués de mascados se los comían o los botaban. El lotero, que, cada vez que terminaba el j u e g o , notaba considerable disminución d e aquel cereal, recurrió a un espediente, que si no acredita su aseo, p r u e b a sus instintos económicos. El máiz que debia servir en la noche, y a que no se j u g a b a de dia, era puesto a r e mojar en cierto líquido, que por respeto a las narices del que nos lea, no n o m b r a r e m o s , lo secaba en seguida i formaba sus m o n t o n e s como d e costumbre. L o s aficionados cayeron en cuenta, no s a b e m o s si por el sabor o por el olfato, de la operación, i dejaron de comer maiz. V I , — Y a que hemos hablado de fondas, recordarnos que habia en esos t i e m p o s las siguientes, a m a s d e las antes mencionadas: la de Lampaya, que después fué


— 45 — de Chena, en la calle de la Catedral; i la del Tropezón, llamada así, sin duda, por estar a la subida sur del puente g r a n d e . E s t a s fondas, sin una sola escepcion, tenían gran número de covachuelas, con la capacidad apenas necesaria para dos p e r s o n a s . . . Los braceros para encender cigarros eran d e piedra d e enlosar, d e m u c h o peso i v o l u m e n , p a r a evitar que se perdieran. Habia t a m b i é n otras dos fondas idénticas a las anteriores. A media cuadra d e la plaza i en la calle del E s t a d o una, la otra a la misma distancia, en la calle de las Monjitas. Los dueños, Águila i H e r n á n dez, las suspendieron el año d e 1 8 2 3 . V I L — D i c e n que el número ternario se e n c u e n t r a en todas las cosas: nosotros nos e n c o n t r a m o s con él en nuestro caso.—Café, fonda i chingana,, son tres. D i r e m o s algo sobre las últimas. L a s mas antiguas que h e m o s conocido fueron entre otras, la de ña Rutal i la d e ña Teresa Plaza. E s t a era la chingana jefe i la que d e aquellas duró h a s t a mas t a r d e . E n sus primeros tiempos e s t a b a situada en una callejuela intermedia e n t r e el T a j a m a r i la Cañada, ahora A l a m e d a d e las Delicias, frente a la pequeña pirámide, colocada al oriente del p u e n t e de la Purísima. Allí estaba el Parral, que tal era el n o m b r e de esta famosa chingana, cuya r e p u tación habia a t r a v e s a d o los A n d e s , por las relaciones d e nuestros paisanos. Conocimos en Buenos A i r e s , en los años veinticuatro i veinticinco, e n t r e otros, un notable cantante arjentino, Viera, que nos repetía: «no tengo ganas d e ir a Chile sino por bailar un zamba (baile en v o g a entonces) en el Parral». E s t e individuo, que habia sido antiguo oficial cívico,


— 46 — contaba con su mas valioso blasón, haber sido comensal de la señora doña Javiera Carrera, al custodiarla en su prisión en aquel pueblo. El Parral, traía su nombre, como su vecino El Nogal, de u n pequeño parrón, bajo el cual tenia lugar el baile, principal atractivo d e esa chingana. No crean nuestros lectores que allí habia, como ahora se usa, un pequeño proscenio en alto d o n d e se canta i baila. E n t o n c e s la concurrencia, cada vez que s e iba a bailar, rodeaba a los bailarines para p o derlos ver, lo que ocasionaba una confusión fácil de calcular. A d v e r t i r e m o s d e paso que allí no escaseaba la j e n t e de tono. L a s chinganas d e esta especie i al aire libre solo funcionaban d u r a n t e el verano. Pero en t o d o tiempo' las habia en gran número i en todos los barrios; i, si no nos equivocamos, hubo ministro que con toda seriedad r e g l a m e n t ó el m o d o i los dias en que debían funcionar. Así se mantuvieron, mas o m e n o s d e c a d e n t e s , hasta el año 3 1 , en que llegaron a Santiago las fam o s a s petorquinas, que hicieron en el arle una r e v o lución mas trascendental que la que ocasionaron en Italia los sabios e m i g r a d o s d e Constantinopla en el siglo X V . L a capital se cubrió d e chinganas i en la A l a m e d a , desde San D i e g o h a s t a S a n Lázaro, i en la calle d e D u a r t e en sus dos p r i m e r a s cuadras, era rara la casa que no tuviera este destino. A l g u n o s m a liciosos d e entonces, queriendo h a c e r d e don D i e g o Pa rtales, ministro en esa época, un Maquiavelo de chingana, le atribuyeron el proposito d e fomentarlas p a r a distraer d e la política al pipiolaje, recien caido del p o d e r . * L a s petorquinas, así llamadas por el pueblo de


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que venían, eran tres. S e estrenaron bajo los h e r m o sos parrones d e los baños de Gómez, calle d e D u a r t e . L a concurrencia, d e las familias mas notables d e Santiago, era atraída no solo por la perfección i n o vedad de su canto i baile, sino también por la d e cencia con que se espedian. Nadie, por otra parte, se habría atrevido a exhibir algo parecido a lo que hemos visto mas t a r d e en nuestros teatros. ¡Aquel público era aun mui atrasado p a r a ver i aplaudir el canean! VIII.—-En nuestra vida de café, d e s g r a c i a d a m e n te mui larga, nos encontramos con algunos tipos que aun no h e m o s olvidado. R e c o r d a m o s tres en este m o m e n t o : un santiaguino, un gallego i un andaluz. E s t e último era empleado público i mui entrado en años. L a escala, que es ahora de la Intendencia, conducía a su oficina. Sin exajeracion p u e d e decirse que no la subia en menos d e un cuarto de hora. No era lo que ahora son muchos, sin tantos inconvenientes, jubilado. Su cena, y a que no almorzaba ni comia en el café, era una jicara d e chocolate. A p e n a s lo veia el mozo sentarse a la mesa, le traía la servilleta i dos cuchillos. Mientras llegaba el chocolate, n u e s tro viejo se entretenía en afilar un cuchillo con o t r o . L l e g a b a el chocolate a c o m p a ñ a d o de un e n o r m e pan, de la panadería d e Fierro, i d e los d e a seis por medio. A l recibirlo don Joaquín lo dividía en dos mitades: sopeaba en la jicara con una i g u a r d a b a la otra en el bolsillo. Al dia siguiente a la misma h o r a al servirle la jicara, sacaba del bolsillo el medio p a n i se g u a r d a b a el p a n entero. E s t e y a no volvía al café, pues era reemplazado por otra nuevo, q-ise p a saba por la m i s m a operación.


— 48 — I X . — E ! consumo d e víveres i d e m á s artículos no era caro. —Dos hojas de bisteque (no sabemos escribirlo en ingles) valían medio real; una hoja con un huevo, medio real; un respetable trozo d e huachalomo asado, un medio real; un par d e huevos fritos, id; una gran tasa d e té, café o leche, id. L o s guisos costaban en la misma proporción. D e suerte que el h o m b r e que no quedaba satisfecho con el consumo d e real i medio o dos reales, era preciso que fuera mas exijente que Lúculo. E s v e r d a d que los consumidores notaban a veces que la leche tenia un sabor muí pronunciado a sebo, i era fama, que para evitar que se cortase, se derretía en ella una vela, pero d e sebo limpio. Para consuelo de nuestros lectores, les diremos que antes del año 30 visitamos a Buenos Aires, i después del 40 a Lima, en varias ocasiones, i que, según lo que allí hemos visto i oido, no eran allí las cosas de mejor data en esos tiempos; i si no fuera por no abrumarlos con nuestros recuerdos, les referiríamos lo que cuenta la duquesa de A b r a n t e s d e lo que en esta p a r t e era Paris entre ¡os años 10 i 14. X . — U n a buena noticia... v a m o s a concluir.—Un dia, el año 28 o 2 9 , contábamos con sorpresa, en el café d e la Nación, entre una i dos de la tarde, doce m e s a s d e malilla, báciga, etc. ¡Esto en dia d e t r a b a jo! Como término medio i calculando entre j u g a d o res i mirones, c o m p u t a m o s cinco personas por mesa; lo que nos da el número d e sesenta personas d e s o c u p a d a s , por no decir j u g a d o r e s . Como hace muchos años que dejamos d e frecuentar estos lugares, cons e r v á b a m o s este recuerdo con d e s a g r a d o i como un r e p r o c h e p a r a aquella época; pero h a c e poco t i e m p o


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entramos, también en dia d e trabajo a las dos d e la carde, en uno de esos lugares i vimos que d e ocho tnesas d e billar que allí habia, siete estaban ocupadas, con su respectivo a c o m p a ñ a m i e n t o d e mirones. Entre todos sesenta o setenta individuos, imberbes la m a y o r p a r t e . L a ociosidad, pues, ha g a n a d o terreno, i lo único que hai de nuevo es, que ¡o que antes se llamó café o fonda, hoi se ilama hotel o casino, i que el consumo d e licores espirituosos ha p r o g r e s a d o d e un m o do que e s p a n t a . . .

Música, Teátr o i B a i l e I.—No hace mas de setenta años que la música esi Santiago consistía en cincuenta o sesenta claves repartidos entre las casas pudientes d e esta ciudad; veinte o treinta arpas, inclusas las d e las c h i n g a n a s , e innumerable cantidad d e guitarras. A esto d e b e mos a g r e g a r algunas espinetas, especie d e clave p e queño, pero no d e menos áspero sonido. El salterio era aun mas escaso. No h e m o s conocido mas que uno el año 20, tocado con cierta perfección por una señorita R o m á n . T e n i a mucha semejanza con la lira, pero era d e mas recursos i sonoridad. S e tocaba con uñas artificiales i sus cuerdas eran d e alambre. E n los últimos años del siglo anterior, llegaron d e E s p a ñ a los dos primeros pianos que se conocieron en Chile. S e hicieron venir para el señor don Manuel Pérez d e Cotapos el uno, i p a r a la señora doña T e resa Larrain d e Guzman, el otro. El primero d e e s -


— 50 — t o s pianos se encuentra en la h a c i e n d a d e Ocoa; el s e g u n d o , hasta h a c e mui pocos a ñ o s , s e hallaba en el Barrancon, fundo d e los señores Cerda. A m b o s son de la fábrica de Juan d e Mármol. A ñ o 1 7 9 2 , Sevilla. E n algunas familias, sin e m b a r g o , se cultivaba la música en proporción a esos escasos recursos, i en nuestra niñez oimos hablar con entusiasmo d e las tertulias de la señora Esterripa, d e las señoras G r u ñ a s , Velasco i Muñoz, cuyas voces han dejado fama hasta nuestra época. E n esos tiempos nadie habia olvidado a Salinas i Barros que habian hecho en e! a r p a las delicias d e la antigua aristocracia. Con g u s to recordamos a Cartabia, flautista orecchiante i al p o r t u g u é s Juan Luis, comensal infalible del señor José M. A s t o r g a , rascador d e violin i m a e s t r o d e baile con quien mas d e una vez tuvimos el h o n o r d e tocar cuando a p r e n d í a m o s . U n a noche en que el rejente Ballesteros d a b a una d e esas tertulias a que era tan aficionado, alguien nos llevó a ver por las v e n t a n a s del patio aquella reunión ceremoniosa; luego vimos llegar una mujer g o r d a i morena, brillante d e lentejuelas, d e pies a cabeza. L o s tapados repitieron: ¡La B e r n a r d a ! ¡la B e r n a r d a ! — E l rejente, al verla, t o m ó una silla, la puso en un lugar conveniente i la invitó a sentarse. C a n t ó en seguida i fué aplaudida furiosamente. E n los dias siguientes oimos r e p e t i r a varias p e r sonas: el rejente p a s ó el asiento a la Bernarda! E s t e n o m b r e se b o r r ó en seguida d e nuestra m e moria; pero cuando muchos años después, llegamos a B u e n o s A i r e s , nos e n c o n t r a m o s en una casa, vecina a la casa del señor don G. Real d e A z ú a , con una hija i un nieto d e la Bernarda, que habia e m i g r a d o


— 51 — el año d e 1 8 1 4 . Allí supimos que nuestra paisana h a bia muerto después de haber sido mui aplaudida por aquel público, i recibido como última ovación en el teatro, un gato muerto arrojado d e s d e la cazuela. E l n o m b r e del rejente Ballesteros nos t r a e a la memoria un episodio d e nuestra revolución del año 10. Cuando el i.° d e abril d e 1 8 1 1 estalló en Santiago el movimiento contra revolucionario encabezado por el c o m a n d a n t e Figueroa; se e n c o n t r a b a en esta ciudad don Manuel Dorrego, j o v e n arjentino que habia venido, según oimos, a g r a d u a r s e d e doctor en leyes. Su patriótico entusiasmo i sus relaciones con muchos d e sus paisanos, que habían tenido una p a r t e i m p o r t a n t e en la revolución de Chile, lo indujeron a solicitar un grado militar en ese dia, en que podia prestar servicios importantes a la revolución. F u é n o m b r a d o teniente, i se le dieron doce o quince h o m b r e s p a r a que apresará al rejente Ballesteros, m o m e n t o s después de la fuga del c o m a n d a n t e Fig u e r o a d e la Plaza de A r m a s . L l e g ó D o r r e g o a la casa del rejente, lo vimos, i encontrándola cerrada, hizo caer la cerradura con un balazo; pero inútilmente, p o r q u e no encontró al que buscaba, a pesar de estar oculto en la m i s m a casa. D o r r e g o , estaba llamado a r e p r e s e n t a r un notable papel i a morir en el patíbulo por orden d e un c o m pañero d e a r m a s : el jeneral Lavalle. S e han hecho grandes, elojios d e su elocuencia. P u dimos oírlo en las cámaras de su pais; p e r c nc tuvimos esta fortuna. E ! balazo del fusil se conserva en la p u m a , <k


que es poseedor el señor don Nicolás Barros L u c o , en su hacienda de L a m p a . L a casa mencionada está situada en la calle d e Santo D o m i n g o , número 38. I I . — L a orquesta de la Catedral, pues no habia ' otra, constaba de ocho instrumentos, incluso el ó r g a no, tres voces i el Maestro de Capilla. Cuando funcionaba fuera d e esta iglesia, se anunciaba esta nov e d a d con gran júbilo de los devotos i aficionados. N a d a decimos del teatro, p o r q u e entonces como ahora, 1<^¡, espectáculos escénicos no eran artículo d e p r i m e r a necesidad para nuestro público. S e observa sin e m b a r g o , que los teatros a u m e n t a n mientras q u e la afición disminuye. L a s continuas quiebras d e las e m p r e s a s esplican este fenómeno. I I I . — L o s instrumentos de cobre eran desconocidos e n t r e nosotros. La corneta, el clarin, etc., viejos y a en todas las colonias españolas, aun no habian llegado a Chile. El primero de estos instrumentos s e oyó, por la primera vez, al arribo del batallón T a l a vera en 1 8 1 4 . Por lo que hace a los instrumentos d e percusión, era tal su escasez que, según el p a r t e del jenerai C a r r e r a , pasado al gobierno después del asalto d e Y e r b a s Buenas, aquella sorpresa, que debió ser d e cisiva a favor nuestro, no lo fué por la m u e r t e del tambor, el único s e g u r a m e n t e d e que podia disponer el jefe del ejército. E s t o nos r e c u e r d a lo que dice Rousseau: que «una piedra o un árbol a la derecha o a la izquierda en un campo d e batalla, p u e d e decidir d e la victoria.» I V . — E n aquella m i s m a época se formaba en esta


— 53 —; capital una pequeña banda d e música que debia reemplazar a los instrumentos de cuerda que hasta entonces hacían el servicio militar. U n a de las primeras veces que esta banda salió a luz fué p a r a publicar el bando d é l a s paces celebradas con Gainza en 1 8 1 4 . Circuló por toda la ciudad tocando tres o cuatro vals de dos partes, i la t r o p a m a r c h a b a al paso que ahora lo hacen los t a m b o r e s i músicos cuando tocan llamada, pero sin la menor uniformidad en la marcha; por este motivo causó tanta sorpresa el ver marchar al batallón de T a l a v e r a pié con pié... El mismo año de 1 8 1 4 desertó de la Phcebe, buque d e guerra ingles, el músico Guillermo Cárter. T o c a b a varios instrumentos, i mui bien el clarinete. F u é muí protejido por los Carreras, sobre todo por don Juan José, que tomaba lecciones d e ese instrumento i que lo e n c a r g ó de formar la banda de que hemos hablado, que se a g r e g ó al célebre batallón d e granaderos, cuyo jefe era. Por la primera vez se oyeron en Chile la trompa, el t r o m b ó n , el bascorno, que h a desaparecido; pero lo que mas llamaba la atención era el serpenton, que como su nombre lo indica, era una gran culebra negra i enroscada. E s t e instrumento pertenece a la familia de los bajos de madera, i por lo agradable de su sonido se usa en algunas iglesias de Francia, sobre todo para a c o m p a ñ a r a los sochantres en ciertos casos en el canto llano. Los violinistas d e la antigua banda aprendieron a tocar instrumentos d e viento i fueron la base d e la nueva. Habia retreta t o d a s las noches, saliendo de la Plaza de A r m a s en dirección del cuartel d e San Diego. Jamas siguió a c a m p a ñ a a su batallón ni a ningún


otro. S e habia hecho de esta b a n d a un medio d e gobierno p o r el entusiasmo con que acudía el pueblo a oiría. L o s músicos eran decididos carrerinos, lo que d e m o s t r a r o n quizá con alguna exajeracion en la calle pública al otro dia d e la caida del director L a s tra, 1 8 1 4 . E s t a revolución tuvo una particularidad,—era d o ble, i a m b a s debian estallar en una misma noche. L a familia Larrain, los ochocientos, aunque a m i g a del Director Lastra, p r e p a r a b a la suya con gran a c tividad, i don José Miguel hacia otro tanto d e s d e su escondite. Sus ajentes encontraron mas simpatías en las t r o pas d e ¡a guarnición, que solo exijieron que se p r e sentara a la hora convenida. A s í lo hizo, i no fué necesario disparar un tiro para deponer a Lastra, i establecer nuevo gobierno. El repertorio de música de entonces no pasaba d e dieziseis o veinte sinfonías de Stamis, de H a y d n i d e Pleyel. Con esto habia lo suficiente para el servicio de la Catedral, d e las otras iglesias i del teatro, cuando lo habia. L a música de iglesia estaba en el mismo caso. El repertorio de la C a t e d r a l se componia en su totalidad de lo que habia escrito C a m p d e r r ó s , lego español d e la Buena Muerte que se habia traido de L i m a para organizar la capilla en los últimos años del siglo pasado; para lo que fué preciso hacer venir poco d e s p u é s d e Buenos Aires un violin, T e o d o r o Guzm a n , i un violoncello, R a m ó n Gil. E s t e es el mismo oficial que por su entusiasmo patriótico se incorporó a nuestro ejército, haciendo con los Carrera, su p r i m e r a c a m p a ñ a del sur. Murió en Concepción d e r e sultas de sus heridas. Su n o m b r e , que antes, leíamos


— 55 — e a tos lienzos, que se acostumbra poner en las festividades del 18 de Setiembre, h a desaparecido h a c e muchos años; pero en su reemplazo se conservan los d e algunos a quienes el rei d e E s p a ñ a no habría tenido ningún cargo que hacer por sus servicios a la revolución. Habia otra orquesta digna d e recordarse por su rareza. E r a la que a c o m p a ñ a b a , pero solo de noche, ai Santísimo Sacramento de la Catedral cuando se llevaba a los enfermos. E s t a orquesta consistía en un violin i un b o m b o , llamado entonces tambora. V . — P o r lo que llevamos dicho, se v é que toda la filarmónica d e Chile, en último resultado, podría r e sumirse en la bandita de que hemos hablado, la que en s u ' m a y o r p a r t e estaba c o m p u e s t a d e los músicos de la Catedral. L a pérdida del país en la batalla de R a n c a g u a concluyó con la banda d e g r a n a d e r o s , i podríamos decir con toda música bélica; porque d e los cuatro batallones del ejército realista, solo el de Chiloé tenia ana banda diminuta i detestable, i aun así fué poco oida en S a n t i a g o por su corta permanencia. El elegante batallón de T a l a v e r a s no tenia música; pero sí una banda de tambores i pífanos que alternaban con otra pequeña de cornetas perfectamentes t o cadas. Así estuvimos hasta que llegó a Chile el ejército d e San-Martin, el año de 1 8 1 7 . E s e ejército trajo dos bandas r e g u l a r m e n t e organizadas sobresaliendo la del número 8, compuesta en su totalidad de negros africanos i d e criollos arjentinos, uniformados a la turca. Cuando, tres o cuatro días después de la b a t a lla de Chacabuco se publicó el bando que p r o c l a m a -


b a a don B e r n a r d o O'Higgins supremo director d e Chile, el pueblo, al oir aquella música, creia estar eso la gloria, según decía. San-Martín i O ' H i g g i n s tuvieron por primer aloj a m i e n t o , después de esa batalla, el primero la casa d e los señores Valdes, a una cuadra de la Piaza de A r m a s , en la calle de la Merced, número 7 6 , i ei s e g u n d o la casa del frente que fué del señor d o n j u á n Alcalde, i que es ahora de otro señor Alcalde (número 9 5 ) . Cuando el año 20 m a r c h ó al Perú el ejército unido, solo quedó entre nosotros una b a n d a en embrión que el ingles Cáiter enseñaba en la Moneda, en el salo» d o n d e ahora esta la inspección del ejército. E s t a banda, al formarla, se había a g r e g a d o al batallón número 1 de Chile. Habia tres batallones con el misino n ú m e r o : el d e los A n d e s , el de Chile i el d e Coquimbo. VI.—Poco mas o menos en este estado de esterilidad i atraso p e r m a n e c i m o s hasta qy¡.e don Carlos D r e w e t k e , aficionado alemán, llegó ¿'^Santiago e3 año d e 1 8 1 9 . E s t e caballero trajo las colecciones de sinfonías i cuartetos de H a y d n , Mozart, Bethowen, C r o m m e r , etc. El señor, D r e w e i k e , reunía, no sin trabajo, ciertos dias d é l a semana, a los músicos para ejecutar algunas de estas composiciones, d e s e m p e ñ a n d o la p a r t e de violoncello i repartiendo consejos s e b r e el arte, desconocido hasta entonces. En este t i e m p o hacíamos nuestros primeros estudios m u s i cales, i al trazar estas líneas,' r e c o r d a m o s con gratitud algunos d e sus consejos. D o s años después, 1822, llegó a esta ciudad la señorita d o ñ a Isidora Zegers, i este acontecimiento


— 57 — efectuó una v e r d a d e r a revolución en la música vocal. L a señorita Zegers no venia sola, traia consigo otra gran n o v e d a d , las óperas d e Rossini. Su vocalización brillante i atrevida; su afinación irreprochable i una voz que, sin ser d e gran volumen en las notas graves, alcanzaba hasta el fa agudísimo con toda franqueza. E s t a s i otras cualidades d e no menos valor hacían a la señorita Zegers el mejor intérprete de la música d e Rossini. Las arias: Dolce -pensiero, de Semiramide; ¡Oh guante lacrime, de la Do una del lago; Se il padre ni abandona, del Otetlo; i sobre todo el célebre romance de esa ópera, arrebataban a los aficionados. D e s d e entonces, p u e d e decirse, e m p e z ó la afición al canto, i esta afición tuvo un influjo relativo en la música en jeneral; gran número de personas sé dedicaron a su estudio, sobresaliendo entre todas la malograda señorita doña Rosario Garfias, cuya voz prodijiosa no ha tenido aun rival, en particular por su estension de casi tres octavas. El re sobreagudo lo d a b a con toda fuerza, afinación i limpieza, como el fa grave, que no recordamos haber visto escrito jamas p a r a voz d e mujer. VII.—En" una carta que nos ha leido un apreciabie caballero, h e m o s visto que en 1 7 4 9 algunas familias notables de Santiago cultivaban con entusiasmo i buen éxito la música, i que los maestros de este arte, como d e todos los d e m á s , eran eclesiásticos, n o m b r á n d o s e con distinción a un p a d r e Madux. A l g ú n tiempo desp u é s viene el p a d r e Ajuria, franciscano, que vivió h a s t a principios d e este siglo i cuyas composiciones aun se cantan en algunos templos. Por ellas se conoce que habia hecho algunos estudios sobre c o m p o sición.


— 58 — E l bueno del p a d r e quizá no sospechaba que m a s t a r d e en nuestra tierra se podría componer, imprimir i vender música, sin que para todo esto se n e c e sitase saber los primeros rudimentos del a r t e . . . V I I I . — E l año 1822 fué fecundo para la música p o r casualidades felices. A principios de ese año, o fines del anterior, habían llegado d e Mendoza don F e r n a n d o G'izman i su hijo Francisco; profesor el primero de piano i el s e g u n d o buen pianista i s o b r e saliente violin. D e s d e entonces se estableció en Chile esta familia que tantos artistas d e mérito ha d a d o al pais. Don F e r n a n d o fué el primer' maestro que hizo estudiar previamente a sus discípulos, escalas i ejercicios antes de otra cosa. Los maestros anteriores principiaban desde la primera lección por un minuet o una contradanza. No necesitamos decir los result a d o s que podía dar esta enseñanza. Algunos meses después llegó de Lima don Bartolo Filomeno, violin d e mérito i maestro de canto mui notable. E s t a es otra familia que en Chile i el Perú se ha hecho c o n o cer por su'habilidad para la música. Un año después, 1823, llegó a Chile don B e r n a r d o A l c e d o , artista peruano, decimos mal, profesor científico; pues que la música, abrazando la composición, es ciencia, i de las mas profundas, como dice R o u sseau en su Diccionario de Música. Esto, sin e m b a r g o , que todos saben, parecen ignorarlo los doctores d e la Universidad, al colocar la música en el último lugar entre las artes, en su nuevo plan Universitario. Ú l t i m a m e n t e h a desaparecido del p r o g r a m a , m a s vale asi El señor Alcedo es el cantor antiguo i m o d e r n o


— 59 — de las glorias peruanas. S u y o es el himno nacional del Perú, proclamado por San Martin el año de 1 8 2 1 , en un c e r t a m e n que al efecto tuvo lugar en su p r e sencia i en que v.arios compositores presentaron sus obras. ,En 1847 f é n o m b r a d o maestro de capilla de la Catedral d e S a n t i a g o , cuyo empleo d e s e m p e ñ ó hasta r. 863 i en ese año fué llamado por el gobierno del Perú para fundar un conservatorio. A u n no se h a planteado este establecimiento; pero aquella nación, •en reconocimiento de su sobresaliente mérito, i por sus servicios musicales en la guerra de la i n d e p e n dencia del Perú, le ha asignado cien soles mensuales. Ha escrito, a mas de sus numerosas composiciones, una obra notable sobre música, i para esa impresión dio aquel gobierno 4,000 pesos. En Chile no hai ejemplo de que el gobierno se h a y a suscrito con un centavo para ningún trabajo ni composición musical. La obra del señor Alcedo lleva por título: Filosofía elemental de la música. P o r último, a fines de 1822, llegó a Chile el doctor don Juan Crisóstomo Lafinur, natural de Córdoba, República Arjentina. E s t e joven, tenia veintiséis años, venia precedido por la fama de polemista, adquirida en Buenos Aires en una cuestión ruidosa con el célebre p a d r e Castañeda, que tanto dio q u e h a c e r a los liberales de la escuela de Rivadavia. Lafinur era excelente pianista como aficionado, i apesar d e que en su tiempo gozaba d e gran popularidad el fecundo Gelinék con sus innumerables v a riaciones sobre todos los t e m a s , le tenia cierto odio i no tocaba m a s que música clásica. Sabia, poco menos que d e memoria, todo lo que H a y d n , Mozart u


— 60 — i D u s e k habian escrito p a r a piano. Sin tener buena voz, cantaba b a s t a n t e bien. C u a n d o se sentaba al piano era inútil llamarle la atención a otra cosa: era sordo i mudo, i se le hubiera tenido por una estatua sin los movimientos de la cabeza i la espalda que manifestaban sus impresiones. S e casó en S a n t i a g o : su señora viuda aun vive. Al oir por primera vez nuestra antigua Canciora Nacional, le d e s a g r a d ó , sobre todo por la poesía. Concibió la idea d e hacer otra completa, es decis, poesía i música. L l e v ó a cabo este p e n s a m i e n t o , con mui buen éxito, pues esceptuando la música del coro, algo trivial, la estrofa era mui buena. Se canto en el teatro i fué mui aplaudid*; pero en ese mismo instante c a y ó en cuenta d e que quiza habia herido la susceptibilidad, no solo de Rubíes, autor de la música, sino también la de! doctor Vera, autor de la poesía. La recojió esa misma noche i no se cantó m a s . R e c o r d a m o s aun los ocho primeros c o m p a s e s d e la estrofa i todo el coro. Un año nueve meses después de su llegada a Chile, murió, teniendo delante de sí un inmenso p o r v e nir a que lo llamaban sus buenas cualidades, sus i m p o r t a n t e s relaciones, su talento i, mas que t o d o , su palabra encantadora. Habia sido libre pensador; pero, al a g r a v a r s e so enfermedad, se reconcilió con la Iglesia i murió, com o en ese mismo t i e m p o su amigo Camilo Henriquez, ardiente católico. Murió en la calle de S a n t o D o m i n g o en la casa que ahora tiene el núm. 30. S e le llevó el Viático con g r a n solemnidad. E n t r e l a s personas notables que lo a c o m p a ñ a b a n , iba el


— 61 — señor don Gabriel Tocornal, p r ó x i m o a ser presidente d e la Corte de Apelaciones de Santiago. Muchos «ños después oimos decir a este caballero: «yo no sabia que se podia llorar de gusto, h a s t a que a mí m e sucedió al Ver comulgar a Lafinur.» Al acercarse esos m o m e n t o s nadie se hace incrédulo; pero, en cambio, casi todos los que lo han sido, vuelven al seno d e la relijion, a no ser que lo impidan, como sucede con frecuencia, los que rodean al enfermo I X . — A l g u n o s j ó v e n e s entraron también con e m peño en el estudio de/ la música instrumental, i solo asi p u e d e esplicarse cómo, al establecérsela primera sociedad filarmónica en 1826, pudieron darse las p r i m e r a s funciones sin el concurso de profesores. El doctor don Gabriel O c a m p o i un señor Correa (arjentinos) tocaron en esos conciertos algunos trozos en la guitarra con aceptación jeneral. - Al siguiente año, llegó a Santiago Massoni, g r a n violin i aventajado músico italiano, que solo ha sido excedido m a s t a r d e por Sivori. L a adquisición de este gran artista i la de algunos otros que se habían ido reuniendo, entre otros Herber, excelente fagot francés, hizo pensar en la organización de una orquesta que se compuso de dieziseis músicos, inclusos cuatro aficionados, e n t r e ellos el señor don Santos Pérez, actual senador i h e r m a n o del antiguo Presidente d e la República, que bajo la enseñanza d e Massoni se habia hecho un notable violin, habiendo antes recibido nuestras pobres lecciones. E l entusiasmo subió de punto, i faltaba lugar en el p r o g r a m a para dar colocación a las personas que solicitaban tocar o cantar, siendo d e advertir


— 62 — que este p r o g r a m a no contenia en ninguna función m e n o s d e diez trozos. Por muchos años funcionó aquella reunión en la casa calle de Santo D o m i n g o , que ahora p e r t e n e c e al señor F e r n a n d e z Recio; hasta que se hizo objeto d e especulación, a p o d e r á n d o s e d e su dirección personas que no tenían la m e n o r tintura ni la mas mínima afición a la música. Los antiguos directores tuvieron especia! e m p e ñ o en alejar el lujo en los vestidos, como el único m e dio de hacer duradero aquel establecimiento; los nuevos, que en su m a y o r p a r t e eran comerciantes, debian pensar d e mui distinto modo, i el lujo se introdujo apesar d e los reclamos d e los antiguos fundadores. N

X . — S e t r a t ó d e h a c e r economías en los gastos, i, com o siempre, se principió por disminuir el sueldo de los músicos; en estos últimos t i e m p o s , cuando hai lo que llaman filarmónica, ha llegado el g a s t o d e la diminuta orquesta a tal g r a d o de mezquindad que, con lo que antes se p a g a b a n cuatro músicos, hai de sobra ahora para pagarlos a todos. Por un trastorno d e t o d a s las ideas, se llama S o ciedad Filarmónica a una reunión d e personas que no tienen otro objeto público al asistir, que bailas d e s d e que ponen los pies en el salón h a s t a que lo dejan. N o c h e h a habido que en las cinco horas que dura la función, se ha bailado dieciseis veces. E s t o dará una idea del furor p e d e s t r e d e nuestros filarmónicos. C o n un bailar tan d e s m e d i d o , los p o b r e s músicos llevan, como es consiguiente, la peor p a r t e , i no exager a m o s , si decimos que se les trata peor que a bestias de carga.


L o s acontecimientos políticos d e 1 8 2 9 apresuraron la partida d e Massoni i ocasionaron una gran desgracia doméstica a la señorita Zegers, que la obligó a retirarse por m u c h o tiempo d e t o d a reunión pública, haciendo lo mismo, poco después el señor D r e w e t k e . E n 1828 d i o Massoni su último concierto en el teatro, antes d e dejar a Santiago. S e cantó la canción de Carnicer, que se dice nacional sin que, como la antigua, t e n g a la autorización de un decreto. Cantaron por primera vez las dos voces d e la estrofa doña Concepción Salvatierra, m a d r e de los actores A r a n a , que no hace m u c h o tiempo se exhibieron en el T e a tro Municipal, i el célebre actor arjentinG don A m brosio Morante. Quizá mas t a r d e nos permitiremos un análisis d e esta canción que en cerca d e medio siglo no ha llegado ni llegará hasta el pueblo, por las dificultades invencibles que ofrece. X I . — E n Mayo d e 1830, llegó una compañía lírica italiana, funcionó siete meses, al cabo de los cuales se trasladó a Lima, donde obtuvo gran éxito. E s t a compañía contaba con cinco p a r t e s principales, sobresaliendo entre ellas la Scheroni i Pisoni. L a primera, contralto, el segundo, barítono. Dio por primera función el Engaño feliz, de R o s sini i del mismo autor, el Barbero, Tancredo, Gazza Ladra, Eduardo i Cristina, La italiana e?i Arjel, la Ccnerentola; como también la Inés, de Paer; Elisa i Claudio, d e Mercadante; i otra cuyo autor no recordamos, 1 Porianüni. E n t o n c e s solo habia un t e a t r o , pero funcionaba c o n s t a n t e m e n t e ; habia plazas en ¡a Catedral que sin proporcionar un g r a n sueldo, eran, sin e m b a r g o , au recurso seguro; habia filarmónica en que el trabajo


— 64 — era j e n e r o s a m e n t e r e c o m p e n s a d o , i el gobierno aura no habia dictado sus leyes suntuarias suprimiendo los entierros con música en el C e m e n t e r i o , que producían considerables ganancias a los músicos. Por lo que dejamos dicho, fácil es inferir el grado de a d e l a n t a m i e n t o a que habia llegado la música pritre nosotros. Faltaba, sin e m b a r g o , un modelo a c a b a d o en el mas jeneral .-.de los instrumentos, el piano. E s t e modelo se p r e s e n t ó en la persona d e M. Barré, que llegó a Santiago en 1 8 3 2 . Barré habia obtenido el primer premio d e piano en el conservatorio de Paris, d e cuyo establecimiento habia sido alumno. E n los conciertos que dio hizo conocer la música d e Herz, tan d e m o d a entonces en E u r o p a , con ese talento correcto, puro i brillante que t o d o s le c o n o c e m o s . Esto le atrajo la reputación que aun conserva hasta hoi i que nadie le ha d i s p u t a d o . A n t e s de su llegada, la nueva escuela del piano era desconocida en Chile. D e s d e el año d e 1831 habia el ministro Portales concebido i puesto en práctica la idea de dotar con su respectiva banda de música a cada cuerpo cívico d e esta capital. Esto se hizo estensivo después a t o d a la república, i es raro el pueblecito d o n d e no se cuente con este recurso, casi indispensable. El ínteres con que aquel h o m b r e público m i r a b a este r a m o era tanto que, cuando en 1831 nos e n c a r g ó d e la organización i enseñanza de la b a n d a del b a t a llón número 4 cívico, d e que él era jefe, no faltaba j a m a s en la t a r d e al cuartel, que estaba en la Moneda. Hacia bajar la banda que apenas empeza a tocar su primer paso doble, se colocaba al lado d e aquellas


— 65 — músicos que no ¡levaban bien el paso i no los dejaba hasta que lo hacían como los otros. A u n r e c o r d a m o s que el m u c h a c h o que tocaba el clarín tenia cierto inconveniente para marchar bien. L o t o m ó del brazo desocupado i después de dar con él muchas vueltas en el gran patio, en unión d e la b a n d a , c a y ó en cuenta de la dificultad 1 dijo: ¿cómo diablos ha de marchar bien si es cojo?, remedándolo. Cuando apenas comenzaban a estudiar ¡as escalas, líegó un dia, con el numeroso a c o m p a ñ a m i e n t o d e c o s t u m b r e , i nos dijo: «Escríbales algo en la pizarra para que toquen juntos». L e hicimos ver, en voz baja, que aun no hacían sonar bien los instrumentos i que los desentonos harían huir a todos aquellos señores. A p e n a s o y ó esto replicó: «Qué defecto, eso es lo que y o quiero». Contra sus esperanzas, nadie se movió, sin e m bargo, i todos oian i miraban con la misma atención que él afectaba prestar. E r a mui aficionado a la música, i no habia olvidado del todo lo que habia aprendido en la flauta con su profesor Bebelagua. X I I . — E l coro d e música de la Catedral p e r m a tiecia en un estado de atraso incompatible con los progresos que el arte habia hecho en Chile. El gobierno d e entonces (1838), creyendo que para organizar este coro de nuevo no habia otro medio que hacer venir músicos de E u r o p a , hizo un encargo a Francia cor» este objeto, i un año después i con g r a n d e s sacrificios, nos e n c o n t r a m o s con el resultado que era d e esperarse, pues los tales profesores, con pocas e s c e p ciones, eran poco m a s que aprendices. El señor Lanza venia como maestro de capilla i


— 66 — ciertamente que era necesario todo el mérito d e este artista para indemnizar al gobierno del e n g a ñ o que habia sufrido, sobre todo en dos d e los supuestos artistas. A q u e l v e r d a d e r o profesor d e c a n t o gozaba en Paris d e una distinguida reputación, i al aseverar esto no nos fundamos en elojios i artículos de periódicos, que con frecuencia no son otra cosa que el resultado d e intrigas i bajezas de todo jénero. El señor Lanza fué recibido como d e b e serlo un h o m b r e d e su mérito; pero sentimos decir que ocupaciones d e otro jénero privaron a lajuventud a m a n t e de la música de sus i m p o r t a n t e s consejos, sin p r o ducir para él resultados ventajosos. L a Sociedad Filarmónica, que aun merecía este n o m b r e , recibió nueva vida, a la que no contribuyó poco la intelijente cooperación d e los señores Solar i Borgoño. Sin e m b a r g o , estos eran los últimos alientos d e aquella reunión antes d e trasformarse en lo que es hoi. L a s observaciones que nos h e m o s p e r m i t i d o sobre este establecimiento son a título d e S o c i e d a d Filarmónica; pues como salón de baile, este es su n o m bre, no tendríamos nada que decir. Hai algo inseparable de la música. E s t e algo es el baile. E s t o nos obliga a decir algo sobre el p a r t i cular. L o s bailes que nosotros no h e m o s conocido, p e r o d e que h e m o s oido hablar en nuestra niñez son, el pasfiié, el rigodón, etc. H e m o s conocido el nánuet, ia alemanda, la contradanza, el rin, el churre, e s p e cie d e gavota, vals, la gavota i las cuadrillas introducidas en Chile el año d e 1 8 1 9 . Como bailes a solo, «1 fandango i la cachucha, bailada i c a n t a d a por


— 67 — p r i m e r a vez, por oficiales i t r o p a del batallón de T a lavera. R e s p e c t o a bailes de chicoteo, recordamos que por los años 1 8 1 2 i 1813 la zamba i el abuelito eran los m a s populares; a m b o s eran peruanos. San Martin, con su ejército, 1817, nos trajo el cielito, el pericón, la sajuriana i el cuando, especie d e minuet que al fin tenia su alegro. E s t o s últimos bailes podrian mirarse como intermedios é n t r e l o s serios i los de chicoteo; pues no daban lugar a las desenvolturas que se ven en los otros que nos vinieron del Perú d e s d e el año de 1823 hasta el dia. D e s d e entonces, hasta h a c e diez o doce años, L i m a nos proveía d e sus innumerables i variadas zamacuecas, notables o injeniosas por su música, que inútilmente tratan de imitarse e n t r e nosotros. L a e s pecialidad d e aquella música consiste particularmente en el ritmo i colocación de los acentos, propios de ella, cuyo carácter nos es desconocido, p o r q u e no p u e d e escribirse con las figuras comunes de la música, L a gavota, baile francés, entre dos personas, principiaba con una especie d e minuet i en seguida pasaba a un aire vivo de dos t i e m p o s , en que los bailarines ejecutaban movimientos vistosos i difíciles con los pies. E s t e baile estuvo mui en moda desde el año d e 1823 hasta el 28 o 30 i no hace mucho que han dejado d e tocarlo los organitos. El habia hecho la gloria del célebre i popular Vestris era Francia h a s t a los últimos años del primer imperio. X I I I . — V i e n e por fin el aristocrático i ceremonioso minuet, que t a n t a s veces t o c a m o s p a r a hacer bailar a otros, Por su misma índole no se exijia :;eí ">vrm


— 68 — para ejecutarlo, i era d e rigurosa etiqueta dar principio con él a todo sarao, chico o g r a n d e . R e c o r d a m o s con este motivo el gran baile nacional, sin duda p o r q u e se costeaba con fondos de la nación, d a d o p o r el Presidente Prieto el 25 de Abril de 1834. S e dio principio, p a r a hacer revivir la antigua c o s t u m bre, con un minuet en cuarto, entre las personas siguientes: la señora doñ<< Carmen Velasco de A l c a l d e con el Presidente de la República don Joaquín Prieto, i la señora doña Carmen Gana de Blanco, con el señor Bustamante, ministro de la guerra. Como era natural, esos señores hacia m u c h o s años no se veian en este caso i no a n d a b a n mui d e acuerdo con la música. C u a n d o se acercaba el fin del minuet, la señora Velasco manifestaba mas d e io necesario su inquietud; conociendo que iba a sobrar música i faltar baile; miraba con desasosiego a la orquesta que dirijiamos, rascando nuestro violin. D i m o s el corte que calculamos necesario; mas este e s p e d i e n t e no podia ocultarse a todos los oidos; pero música i baile concluyeron a un mismo tiempo, circunstancia indispensable en el minuet. El señor Prieto dijo, según supimos, que la orquesta habia tocado mal. Así debió ser; porque es m a s fácil que una orquesta toque mal, que no que un P r e sidente se equivoque, cuando baila. E s t a es ía última vez que se bailó minuet en S a n tiago, podríamos decir en Chile. Sin e m b a r g o e n otro sarao, nacional también, que tuvo lugar un año después, se volvió a bailar; pero con cierta lijereza i poca solemnidad. "v. E s t e último sarao no fué organizado, i bien se e c h ó d e ver, como el anterior, por el señor don Javier Rosales. E s t a fué la vez primera en que se tocó por


ey

papeles todo lo que se bailó. La costumbre h a s t a entonces era el que alguno d e los instrumentos, ordinariamente el clarinete, rompiera con el minuet, contradanza, etc., i los otros siguieran corno podían; d e lo que debía resultar un todo poco uniforme. D a r e m o s , fiados en nuestros recuerdos, alguna idea del minuet. S e colocaban una o dos parejas, rara vez mas, en los dos estremos del salón, llamado cuadra entonces; se saludaban, i a d e l a n t á n d o s e hasta el centro, partían en seguida para esquinas opuestas, con pasos mesurados, cadenciosos i con la vista r e cíprocamente fija en el c o m p a ñ e r o . Volvían otra vez al centro, se daban las m a n o s i se dirijian a las otras dos esquinas de) salón. E n seguida volvian al lugar d e d o n d e habian partido; repetían los pasos del principio i antes d e separarse se hacían el último saludo. La música del minuet, en tiempo de tres por cuatro, debia de ser p a u s a d a i majestuosa, en tonos de bemoles, rara vez de sostenidos. E n nuestra niñez oímos a nuestros m a y o r e s recordar con entusiasmo un minuet llamado del conde d e A r a n d a , célebre ministro d e Carlos III, i mui conocido por su cariño a- los jesuítas. H a b i a en toda reunión o sarao un personaje inevitable, el bastonero. E s t e funcionario tenia por oficio anunciar en voz alta lo que debia bailarse; pero a n t e s debia advertir a las personas que lo h a d a n , con quien formarian pareja; se entiende, consultando t o d a s las conveniencias. E n los g r a n d e s saraos habia bastoneros subalternos, sujetos en ciertos casos al jefe. E n los antiguos tiempos, h a s t a el año d e 1 8 1 0 , se observaba la m a s respetuosa etiqueta en la combinación de las parejas. L o s oidores i los coroneles, no


— 70 — habia jenerales, se ponían en baile con las señoras respectivas a su clase. Mas de un sarao, i aun m a s d e una reunión casera concluyó antes d e empezar p o r una indiscreción del bastonero. L a familia que se consideraba agraviada tomaba la puerta i era seguida i n m e d i a t a m e n t e de parientes i a m i g o s . El bastonero apareció por última vez en los g r a n des saraos que tuvieron lugar con motivo de la v i c toria de Yungai. X I V . — Las funciones dramáticas, únicas conocidas h a s t a entonces en Chile, si se esceptúa la compañía lírica d e que antes hablamos, llamaban esclusivam e n t e la atención del público. Sin e m b a r g o , se h a blaba con entusiasmo d e una compañía lírica q u e d e s d e algún tiempo funcionaba en L i m a . L o s empresarios del teatro, señores Solar i B o r goño, dieron todos los pasos, que trajeron por result a d o la adquisición d e esta compañía, conocida con el n o m b r e d e su director, Pantanelli. D i o su primera función en el teatro de la Universidad el 21 d e A b r i l d e 1844, ejecutando la inolvidable Julieta d e B e Ilini. E s t a ópera parecía escrita especialmente para ei soprano i contralto de aquella compañía, señora R o ssi i señora Pantanelli, i no es estraño que el público, q u e en su m a y o r parte gozaba por la primera vez d e t a n t a s bellezas reunidas, manifestase, enajenado, su admiración i entusiasmo por las dos artistas que lo sabían conmover d e un modo tan nuevo como a g r a dable. L a afición al canto se hizo m a s jeneral, i las s e ñoras Pantanelli i Rossi eran p a s e a d a s en triunfo a imitación d e lo que se h a c e en los pueblos europeos;


— 71 — pero es sabido que las imitaciones no tienen la consistencia i duración de los orijinales.... F o r m a b a n esta compañía, a mas d e algunos cantantes subalternos, la señora T e r e s a Rossi, soprano: doña Clorinda Pantanelli, contralto; los señores F e rreti, bajo, i Zambaiti, tenor. Contaba también con un buen cuerpo de coros de hombres i algunos niños chilenos, contraltos, pues lo que es soprano masculino no es frutó de nuestra tierra. H a s t a el m o m e n t o en q u e escribimos, no hemos oido j a m a s un niño que alcance al sol sobre ¡a 5." línea: rarísimos son los que dan el re de la 4 . sin gran esfuerzo. H a b l a m o s en la clave del sol. Cuando uno v é hasta d ó n d e llega en altura la música d e templo que se ejecuta por niños en E u r o pa, se a d m i r a d e ese fenómeno. Muchas e s p i r a c i o nes se dan sobre esto; pero ninguna satisface. E n lo que están casi todos d e acuerdo es en atribuirlo al cigarro. Nosotros p e r t e n e c e m o s al tiempo en que ios niños no lo usaban; sin e m b a r g o , las voces eran io m i s m o que ahora. L a señora Rossi tenia una voz d e cierta fuerza m u i a g r a d a b l e i de estension poco común, sobre todo hacia los bajos. Vocalizaba con dificultad, i cuando t r a t a b a de trinar ponía de manifiesto su poco estudio sobre el particular. Su figura era interesante i simpática. La señora Pantanelli, que habia hecho como Contralto un papel distinguido en Italia, E s p a ñ a i poco después en la H a b a n a , d o n d e nunca faltaban artistas d e mérito, era mui notable como actriz. N a d i e ha olvidado su sobresaliente mérito a este respecto e n Norma, Lucrecia i otros roles, q u e sin ser a p r o p ó sito para su voz, los realzaba con la nobleza i dignia


— 72 — dad d e su porte. E n los pápeles de contralto no ha tenido rival. Difícil nos parece que en Semíratnis i Julieta volvamos a ver algo igual. El señor Ferreti, bajo de sobresaliente mérito i d e figura imponente, no ha sido igualado aun en ciertos papeles. En Marino Faliero era mui superior a los que mas t a r d e han d e s e m p e ñ a d o ese papel, consiguiendo solo que el público de entonces recuerde con pena a Ferreti. El señor L a n z a se incorporó también a esa c o m pañía como barítono, decimos mal se incorporó c o m o sobresaliente, asi se llamaba en las compañías, dramáticas antiguas a los que hacían toda clase d e papeles. La flexibilidad d e carácter d e este excelente artista, lo hacia prestarse a d e s e m p e ñ a r papeles que rebajaban su mérito superior. Basta decir que pocos dias después de haber cantado el F e r n a n d o del Marino, que es un tenor d e toda forma, ejecutó el protagonista de esa misma ópera que requiere un bajo d e p r i m e r orden. El último cantante d e aquella compañía que h e m o s n o m b r a d o , Zambaiti, que era el tenor, tenia la particularidad de que, sin ser v e r d a d e r o tenor, d e s e m p e ñ a b a esta p a r t e a satisfacción del público. A. esto contribuía ser un profesor mui notable, sobre todo por su vocalización. Aquella compañía tenia un raro mérito, sin ejemplo posterior: t o d o s , sin escluir ni aun los coros, sabían su arte por principios, p u d i e n d o c a d a uno cantar su p a r t e sin m a s que su estudio particular. Allí no habia lo que ahora h e m o s visto, p r i m e r o s actores que han necesitado p a g a r un m a e s t r o , a n d r a joso a veces, que les enseñe lo que deben c a n t a r . . .

i


• — 73 — El señor Pantanelli dirijia la orquesta con tal maestría que en algunos años que formamos p a r t e de ella j a m a s lo vimos, no diremos equivocarse, pero ni siquiera vacilar en el m o v i m i e n t o que debia iniciar en iu.s numerosos i distintos trozos d e que consta una ópera. El señor Pantanelli dirijia tocando el piano en los recitados d e las óperas bufas, i con una pequeña vara en las d e m á s . E s t e palito, que en una orquesta numerosa puede, tener su razón 8 e ser, es de una gran ridiculez en orquestas p e q u e ñ a s . N o h a c e m u c h o asistíamos a uno de nuestros teatros, i v i m o s al director en un asiento que por poco no llegaba al techo, con el consabido palito; todo ello para dirijif diez u once músicos, que t o c a b a n polcas, valses i cuadrillas. L o que mas nos admira, es la inocencia de ¡os empresarios, que, en vez de tener un director que d e s e m p e ñ e esta función tocando algún instrumento, p a g a n mas caro el mago de la v a r i t a . . . El furor de dirijir ha hecho tales progresos entre nosotros, que en un baile d a d o no h a c e mucho en el teatro, hubo cinco directores que lo hacían alternativ a m e n t e . S e cree j e n e r a l m e n t e que todo aquel q u e lleva el c o m p á s es y a todo un director de orquesta, sin c o m p r e n d e r que para llevar el c o m p á s , e n muchos casos, basta tener un oído vulgar i que esta operación p u e d e n muchos hacerla sin saber una nota de música. Nuestras b a n d a s militares que, en retretas i otros casos tocan piezas d e consideración, no necesitan que nadie les m a r q u e el compás. Si ciertas personas supieran lo que se necesita para ser un v e r d a d e r o director, se avergonzarían d e su ignorancia.


— 74 — Muchos que creen dirijir, sin saberlo, son ellos mismos dirijidos. X V . — P o r lo d e m á s , el teatro de que eran e m p r e sarios los señores Solar i Borgoño, estaba perfectam e n t e servido: funcionaba i lo habia hecho antes con actores dramáticos de indisputable mérito. A l gunos de nuestros lectores, sin ser tan viejos como nosotros, no habrán olvidado aun a doña T e r e s a S a m a n i e g o , en decadencia por la edad, pero que aun dejaba conocer que pudo con justicia compartir en sus buenos t i e m p o s las glorias de la escena con Rita L u n a , Márquez i González, que mas t a r d e vino a Buenos Aires. Cáceres nos decia que, cuando por primera vez habia dado en Montevideo con la señora S a m a n i e g o Los Hijos de Edipo, d e Alfieri, haciendo él d e PoLÍ7iice, González de Eteocles, i la S a m a n i e g o Yocasta; habia hecho temblar a los dos como a niños. A g r e g a r e m o s también a su hija doña Emilia i a doña Toribia Miranda, actriz peruana, mui simpática para el público. A c o m p a ñ a b a n a esta actriz los actores Casacuberta, Fedriani, Jiménez i el admirable gracioso Rendor». El nombre de Casacuberta nos trae a la memoria su inesperado i funesto fin. Permitan nuestros benévolos lectores una digresión mas estensa que la que y a han soportado: es el último tributo p a g a d o a la h o n radez, al talento i a la amistad. X V I . — J u a n Casacuberta, si no estamos equivocados, nacido en la República Oriental; llegó a Chile en 1 8 4 1 , en compañía del jeneral L a m a d r i d , p e r s e guido con otros arjentinos hasta la falda oriental d e la Cordillera d e los A n d e s por una partida del ejército d e Rosas, contra el que habia c o m b a t i d o en esa


— 75 — república. Tendría cuarenta i cuatro años. L a fama d e su mérito era conocida en Chile, i la e m p r e s a del T e a t r o de la Universidad se apresuró a contratarlo. P u e d e decirse que él fué el primero que nos hizo conocer el teatro m o d e r n o francés, d e que apenas t e níamos idea por Fedriani i Jiménez. D e s p u é s d e año i medio d e trabajo i d e aplausos, i p r ó x i m a a venir la compañía Pantanelli, se dirijió al Perú, d o n d e fué apreciado su talento como m e r e cía. Al cabo de algún tiempo, volvió a Chile a trabajar en el nuevo T e a t r o de la República, incendiado mas t a r d e . Al dar sus primeras funciones, llegó nuev a m e n t e Sívori a S a n t i a g o . A n u n c i ó un concierto en el otro t e a t r o , en el mismo dia en que Gasacuberta daba función en el de la República. A la hora d e lev a n t a r s e el telón, observó el teatro vacío i tuvo que pasar por la dolorosa humillación d e suspender ta representación por haber acudido el público a oir el violin d e Sivori... Concluidos los conciertos d e éste, t o m ó Gasacuberta el T e a t r o de la Universidad en arriendo i, después de unas pocas funciones a n t e una escasa concurrencia, anunció su beneficio con el d r a m a Los seis escalones del crimen, que, a pesar d e su escaso m é rito, a g r a d a b a al público por la maestría con q u e el beneficiado d e s e m p e ñ a b a el papel d e protagonista. Dias a n t e s . d e este desgraciado beneficio se observaba en Casacuberta una tristeza i mutismo, interrumpido solo a veces por algunas palabras irónicas, pero inofensivas, que después todos interpretaron. H a b i a desaparecido por completo ese carácter festivo i d e cidor. E n las tardes se dirijía a casa d e un a m i g o , h o m bre como él de conducta ejemplar, d e m á s ilustración,


p e r o actor mediocre, don Hilarión Maria Moreno, director mas t a r d e de un colejio mui acreditado en Santiago. Casacuberta, como buen arjentino, era aficionado al mate. E n la tarde, víspera de su beneficio, llegó a casa de Moreno. E s t e , al verlo, con el cariño d e costumbre, ordenó al sirviente traerle m a t e a Juan. C a s a c u b e r t a , al oir la orden, !e fijó la vista con ciert a espresion estraña, diciéndole: •—Mucho te apresuras en d a r m e m a t e . ¿Te imajinas que no he comido? — C ó m o he de imajinarme tal cosa. ¿No sabes que y o también lo tomo? La verdad, sin e m b a r g o , era lo que Moreno no sosp e c h a b a . Casacuberta, no solo ese dia, sino en muchos de los anteriores no habia tenido m a s alimento que el que con distintos pretestos le p r e s e n t a b a a v e c e s un fiel negro que lo a c o m p a ñ a b a d e s d e el Pero, i era tal su indijencia, que sin las cariñosas industrias d e ese criado, no habria tenido ni la luz necesaria p a r a el estudio de sus papeles. X V I I . — A q u í creemos oir esclamar a nuestros lectores: ¿Cómo a un h o m b r e de su mérito, habia de faltarle un amigo a quien dirijirse? — ¡Justa o b s e r v a ción! pero antes es preciso conocer al sujeto d e que se t r a t a . D e s d e nuestra primera juventud tuvimos relaciones con él en Buenos Aires, i n o t a m o s , como t o d o s sus amigos, ciertas escentricidades, sobre todo en punto a delicadeza i honradez, que a veces p r o v o c a b a n la risa d e los que se le acercaban. D e s d e entonces hasta la última vez que lo visitamos en Santiago, velamos frente a su mesa d e estudio una especie d e cartel que en letras g r a n d e s decia:—Lista


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de lo que debo. En seguida venían los nombres d e los acreedores con la suma respectiva; i a continuación otra lista con estas palabras:— Lista de lo que me deben./'pero aquí no se veían m a s que las cantidades i las iniciales de ¡os d e u d o r e s . E n t o n c e s , como ahora, por el conocimiento que t e n í a m o s d e su carácter i por la idea ventajosa, q u e con razón él tenia d e su persona, le h e m o s atribuido en su desgracia este raciocinio.—<'Un h o m b r e d e mis aptitudes i de mi conducta, en un pueblo culto i rico, no p u e d e sin mengua vivir a costa d e a m i g o s que no son bastante ricos para socorrerle, sin hacer sacrificios superiores a sus facultades». En cuanto a las personas de alta posición, se habría a v e r g o n z a d o de manifestarles su dolorosa situación. D e s p u é s se supo que hasta sus mas insignificantes alhajitas h a bían ido a parar a una casa de p r e n d a s , ú n i c a m e n t e para sufragar a lo indispensable, pues era de conducta ejemplar. X V I I I . — L l e g ó por fin el dia del esperado beneficio, calculado por él esa n o c h e en 500 pesos, q u e debían salvarlo de sus compromisos i proporcionarle lo bastante para regresar a su patria. E n el cuarto acto de aquel d r a m a , que se titula El robo, a p a r e c e una escalera que d e b e servir para facilitar al jugador la ejecución d e su crimen. E n esos m o m e n t o s subimos al proscenio con otros amigos; e n c o n t r a m o s a Casacuberta indicando la colocación que debia dársele. L a primera tabla habia q u e d a d o algo s e p a r a d a del suelo. A l observarlo, dijo al carpintero: «Ponga usted aquí otra tabla,» señalando el lugar; i volviéndose a los que allí e s t á b a m o s añadió: —/ Yo no me rompo una pierna por ¿00 pesos!'... ¡Co-


— 78 — sas del m u n d o ! — A n t e s d e dos horas, sin e m b a r g o , perdería algo de mas valor: ¡la vida! E s e dia habia recibido algunos regalos, i esto le permitió comer bien, quizás mas d e lo necesario. El d r a m a es e x c e s i v a m e n t e fatigoso, sobre t o d o en las últimas escenas. A n t e s d e finalizar la función nos retiramos. Poco después Villena, empleado del teatro, nos anunciaba, a h o g a d o en llanto, que Casacuberta acababa de m o rir i n s t a n t á n e a m e n t e , al llegar a su casa, con la añadidura d e costumbre, de no haberse encontrado un médico que lo socorriera a t i e m p o . . . X I X . — E n un artículo anterior ofrecimos ocuparnos en la actual canción nacional. R e c o r d a r e m o s lo que sucedió cuando por primera vez se t r a t ó d e p o nerle música a ios versos que habia escrito el doctor Vera, afines de 1 8 1 9 , o principios de 1820. A s e g u r a m o s , sin dudar, que con la música de Robles se cantó por primera vez el 20 d e A g o s t o de ese año, sin que antes se hubiera hecho con ninguna otra del mismo autor. El empresario del teatro, que lo era el señor don D o m i n g o A r t e a g a , e n c a r g ó a don José R a v a n e t e , profesor peruano de cierto mérito; c o m p o n e r la m ú sica p a r a esos versos. E s t e , no e n c o n t r á n d o s e capaz de hacer algo orijinal, t r a t ó d e aplicar a la poesía una canción española, d e las innumerables que se publicaron en aquella nación cuando ¡a invasión francesa. L a canción arjentina, m e n o s el coro i la introducción, es una d e ellas. Al llegar R a v a n e t e a la p a r t e del coro que dice: « A r r a n c a d el puñal al tirano, Q u e b r a n t a d ese cuello feroz.»


— 79" — se encontró con cuatro notas sobrantes. No se le ocurrió otro espediente que poner a cada nota un sí, sí, sí, sí; sílabas que no tenia la poesía i que hicieron levantarse tan alto de su asiento al doctor, p r e s e n t e al e n s a y o . Cuando éste concluyó, el señor A r t e a g a le preguntó: ¿qué le parece, señor?—Tiene visos de goda, contestó con rabia. L a concurrencia d e curiosos declaró lo m i s m o por aclamación, i se e n c a r g ó a Robles hacer otra, que es la que se conoce con el n o m b r e de este autor. Las Bellas Artes periódico musical publicado en Santiago h a c e tres o cuatro años, hizo una edición de una copia que nosotros le dimos, por haberla conservado en nuestra m e m o r i a . Los editores hallaron por conveniente a g r e g a r a la estrofa una segunda voz. Robles la escribió a una voz sola, esceptuando el coro que tenia tres voces. El hecho que a p u n t a m o s sucedía, en víspera d e abrirse el t e a t r o . Para cumplir nuestra promesa, copiaremos un artículo que h a c e veinte años escribíamos sobre la nueva canción en El Semanario Musical. Esperamos que nuestros lectores disimularán algunas r e p e ticiones inevitables. E s probable que no sea ésta la única trascripción que h a g a m o s d e lo que entonces escribíamos. X X . — < E n 1828, la que ahora llamamos Marcha Nacional, llegó a Chile, remitida de L o n d r e s por don Mariano E g a ñ a , enviado d e esta república cerca de aquella corte. L a primera vez, como lo h e m o s d i cho, que se cantó esta música, fué en un beneficio d e Massoni, d a d o en el teatro en 1828. D e s d e entonces ha continuado c a n t á n d o s e i se le h a bautizado con el n o m b r e de nacional sin mas a u t o r i z a d o » .


— 80 — «Chile tenia su Marcha Nacional, cuya letra h a b i a sido m a n d a d a reconocer por decreto especial del Gobierno, hasta que la intrusa música de C a m i c e r vino a interponerse, sin otro mérito que estar mas conforme con la m o d a reinante posteriormente. «El 2o d e A g o s t o d e 1820, a la misma hora ers que se hacían a la vela las últimas naves que c o n d u cían al jeneral San Martin con la espedicion libertadora del Perú, se abria un nuevo teatro en S a n t i a g o , en ía plazuela de la C o m p a ñ í a , en la misma casa que ahora ocupa la señora de Gumucio, número 98. E n ese dia se cantó la primera marcha nacional que tuvo Chile, siendo de un año anterior la poesía a la música; la primera del doctor Vera, arjentino, la última de Robles, músico chileno d e aventajadas, a u n q u e incultas disposiciones. «La música d e esta m a r c h a tenía t o d a s las circunstancias de un canto popular: facilidad d e ejecución, sencillez sin trivialidad. (Se esceptúa el coro que parece que era de rigor, que fuera en un m o v i miento mas vivo que la estrofa), i lo mas i m p o r t a n t e d e todo, poderse cantar por una voz sola sin auxilio de instrumentos. «Como se v é , pues, la antigua marcha tenia t a n t a s ventajas como inconvenientes tiene la m o d e r n a , i n a d a prueba mas lo que decimos, que el que en tantos años que lleva de fecha, se canta tan j e n e r a l m e n t e mal como en los principios. «Ningún interés musical t e n e m o s en hacer la d e fensa d e la antigua marcha, que sin vacilar, confesam o s ser mui inferior como música, a la moderna; p e r o , como patriotas,, nos duele ver preferido un canto q u e no va a c o m p a ñ a d o d e un solo recuerdo glorioso p a r a un chileno, mientras la antigua no solo se hizo oir


— 81 — en Chile, sino en el Perú, d o n d e San Martin condujo nuestro ejército, unido al arjentino. «Permítasenos un corto análisis d e la canción. d e Carnicer, que probará lo que decimos.» X X L — «No consideramos la introducción, p o r q u e este es un adminículo desconocido en todos los m o delos d e esta especie de canto. L a Marscllesa no tenia en su principio introducción; no la tiene la inglesa Good save tJie King, apesar d e su pequenez, ni la tenia en su oríjen la canción arjentina, q u e después h e m o s visto preceder d e una especie d e introducción que sin duda es una imitación d e alguna antigua misa de réquiem. L a canción peruana, última de las qué h e m o s n o m b r a d o , t a m p o c o la tuvo al principio. Su autor, don Bernardo Alcedo, le puso introducción a su vuelta al Perú el año 1864.» Hablaremos desde que entran las voces. Al fin d e los trece primeros compaces se encuentra un pasaje de ejecución que creemos mui difícil hacer con regularidad por personas que no h a y a n vocalizado antes algún t i e m p o . Cuatro compaces, después hai uno e n tero d e semitonos aun de m a y o r dificultad, i a n t e s de la última nota de la estrofa hai tres tresillos continuos que están en el caso de los retazos citados. Pero d o n d e como de intento reunió el autor t o d a s las dificultades de entonación, fué en el coro, es decir, en aquella p a r t e d e la canción en que debió esmerarse para hacerla accesible a t o d a s las voces. Aquí se encuentra h a s t a un inconveniente indisculpable en un compositor de la capacidad d e Carnicer, la altura d e las notas, i este inconveniente es insuperable, pues cantando en tono m e n o s alto q u e el del orijinal, las voces bajas no se oirían. 6


— 82 — Siendo tan conocido por t o d o s io impopular del coro, nosotros solo haremos una observación. A los dieziseis c o m p a c e s después de la e n t r a d a de las voces, hai un c o m p á s que empieza por un acorde de séptima disminuida, que solo p u e d e ser e n t o n a d o por cantores mui acostumbrados. L a dificultad de tal pasaje se aumenta mucho d e s d e que se canta sin las tres voces que, a lo menos, p i d e este acorde, llegando esto hasta el caso que, cuando el coro es cantado por una sola persona, ésta tiene que abandonar las notas de la primera voz p a r a t o m a r p a r t e las del bajo, que es la única que aislada presenta alguna melodía. L a s repetidas interrupciones d é l a voz, sobre todo, la que p r e c e d e a la entrada del coro, hacen indispensable el ausilio de instrumentos a c o m p a ñ a n t e s , i este es un gran defecto en composiciones d e esta clase. Nuestras observaciones no tienden en lo m e n o r a menoscabar el mérito reconocido d e que goza Carnicer. No criticamos su música como tal, sino como canción popular. Por lo d e m á s , lo que de nacional tiene esta m a r cha, se c o m p r e n d e r á bien al saber que la música es de un español i los versos de un arjentino... A l g o parecido p o d e m o s decir del toque d e a la carga, palabra desconocida antes de que llegara a Chile San Martin, que ha corrido la m i s m a suerte d e la antigua m a r c h a nacional. L a música d e este toque, traida por aquel ejército i que se oyó d e s d e Chacabuco hasta la última batalla d e la independencia, i aun muchos años d e s p u é s , h a sido reemplazada con el sistema anárquico d e que cada b a n d a de música toque la suya. Con el a g r e -


— 83 — g a d o de variarse a discreción i según el gusto d e los jefes d e batallón. N o es difícil hacer otra, cuya entonación sea mas bonita; pero ¿qué recuerdo, qué glorias nos traería a la memoria? Mas de una vez tuvimos la idea de dar una sorpresa al jeneral L a s H e r a s , m a n d á n d o l e una b a n d a que lo saludara con el antiguo toque de carga en el aniversario d e Chacabuco o Maipo; pero nos retrajo d e ese pensamiento el t e m o r d e conmover quizá demasiado aquella alma de fuego. H a c e algún t i e m p o la h e m o s borroneado en un p e d a z o de papel p a r a que no muera con n o s o t r o s . . . X X I I . — C u a n d o escribíamos los datos que acaban d e leerse sobre la canción d e Robles, lo hicimos con la intención d e rectificar el error en que p a r e c e haber caido el señor intendente Vicuña confundiendo, en su decreto d e último de A g o s t o , la poesía con la música de la antigua canción nacional. A h o r a nos e n c o n t r a m o s con que el señor don Miguel Luis A m u n á t e g u i cae en el mismo error; pero d e un m o d o mas erudito i terminante; pues dice que «se cree obligado a rectificar» lo que afirmamos al decir que la canción nacional, con la m ú s i c a ' de Robles, se cantó por primera vez el 20 d e A g o s t o de 1820. Si alguna duda hubiéramos tenido sobre este particular, los a r g u m e n t o s del señor A m u n á t e g u i la habrian disipado por completo. Dice este caballero: «La Canción Nacional se tocó i cantó por primera vez en las fiestas d e S e t i e m b r e d e 1 8 1 9 » . ¿Esta canción que se tocó i cantó fué con la música d e Robles? N ó , señor. Pudo cantarse i aun bailarse con el sinnúmero d e entonaciones que aparecieron cuando salió a h.z la poesía de don B e r -


— 84 — nardo V e r a , ese m i s m o año; de una d e las cuales, que no era la mas fea, aun conservamos p a r t e en la memoria. Sigue el señor A m u n á t e g u i : «El p r e s i d e n t e del S e n a d o , don Francisco Antonio Pérez, comunicó p o r oficio d e 2o de S e t i e m b r e del año citado al director supremo don Bernardo O ' H i g g i n s que aquella c o r p o ración habia visto con placer la ca. ,on que éste le habia a c o m p a ñ a d o , i que ella merecía j u s t a m e n t e el n o m b r e de Canción Nacional de Chile, con que el S e n a d o la titulaba.» ¿Donde está aquí, no diremos la música d e R o bles, pero cualquiera otra? El S e n a d o habla d e la poesía, p o r q u e a la poesía sola, como a la música sola, se les p u e d e llamar, i se les llama Canción Nacional. Pero d o n d e la lójica del señor A m u n á t e g u i es m a tadora, es en lo que sigue: «Puede V u e s t r a E x c e lencia, decia Pérez a O ' H i g g i n s , m a n d a r l a I M P R I MIR, repartiendo en todo el E s t a d o ejemplares, i al Instituto i escuelas para que el 28 (¿el 28?) del p r e sente saluden el dia feliz en que d i o el p r i m e r m a jestuoso paso de su libertad. El S e n a d o ponia al Director S u p r e m o en un terrible aprieto, pidiéndole que m a n d a r a imprimir la Canción Nacional, música i versos, según el señor A m u n á t e g u i ; i esto mui d e prisa i en Chile, d o n d e no se conoció el arte d e imprimir música hasta veinte años m a s t a r d e . El Director debia haber vuelto la mano al S e n a d o convocándolo para p r e g u n t a r l e en qué i m p r e n t a o litografía se haria la obra, del mismo m o d o que el e m p e r a d o r r o m a n o , reunió a! S e n a d o p a r a consultarle con que salsa guisaría un pescado mui g o r d o que acababan de regalarle.


— 85 — Continúa el señor A m u n á t e g u i : «El mismo 20 de S e t i e m b r e d e 1 8 1 9 , el Director O ' H i g g i n s p r o m u l g ó el p r e c e d e n t e acuerdo del Senado; i e n t r e otras cosas, o r d e n ó que al teatro se pasaran cuatro ejemplares p a r a q u e al e m p e z a r toda representación se cant a r a primero la Canción Nacional.» ¡Cuatro ejemplares! Si e r a n con a c o m p a ñ a m i e n t o d e piano, con uno habia suficiente. Si para orquesta, con Uno habia d e sobra, pues la orquesta de que formábamos p a r t e , no tenia mas que ocho músicos. Pero nos olvidábamos d e que la imprenta de música de don B e r n a r d o se habia anticipado 20 años a su época. Claro es, pues, que se trata d e los versos, pues las tiritas d e p a p e l en que Robles habia escrito la música para la orquesta, estaban en el archivo del teatro, con las sinfonías i oberturas que se tocaban en los entreactos. A ñ a d e el señor A m u n á t e g u i : «Para que no q u e d e la menor d u d a acerca d e este p u n t o , léase el docum e n t o siguiente: «La canción patriótica, cuya composición encargó S. E . el S u p r e m o Director a usted, h a o c u p a d o un distinguido lugar en la fiesta nacional del 18 d e S e tiembre, h a b i e n d o primero merecido el título de Canción Nacional por la sanción d e los p o d e r e s L e jislativo i Ejecutivo. S. E . tiene la m a y o r satisfacción d e que usted h a d e s e m p e ñ a d o su e n c a r g o m a nifestando un entusiasmo i brillantez propios d e un a c e n d r a d o patriotismo i a c r e d i t a d o talento. D e o r d e n s u p r e m a , t e n g o el honor de comunicarlo a usted p a r a su satisfacción. Dios g u a r d e a usted muchos a ñ o s . — Ministerio d e E s t a d o , O c t u b r e 2 d e 1 8 1 9 . — J o a q u í n Echeverría.—Señor doctor don Bernardo Vera.»


— 86 — ¿Dónde está Robles i su música? volvemos a p r e guntar. Como si lo anterior no fuera b a s t a n t e para abrirle los ojos a un ciego, aun a ñ a d e el señor A m u n á t e g u i que el 20 de A g o s t o d e 1820 se cantó «por la vijésima o quincuajésima vez» la canción de Robles. Lo que hai d e cierto es que el señor A m u n á t e g u i cae en su error por la cuadrajésima vez, haciendo cantar la música de Robles cuando éste no soñaba en escribirla. Y a antes habia dicho «que hai constancia fehaciente de haber sido c o m p u e s t a en 1 8 1 9 , no solo la letra d e la Canción Nacional, sino t a m b i é n la música.» ¿Qué música? Y a h e m o s dicho que h u b o canciones en gran número, como sucedió antes en Buenos Aires, i mas t a r d e en Chile, con motivo d e ! himno de Yungai, del señor Renjifo. D e propósito no hemos querido mencionar ninguno d e los muchos datos que, como c o n t e m p o r á n e o s , podríamos alegar, prefiriendo aquéllos con que el señor A m u n á t e g u i cree rectificarnos. C i t e este caballero, no y a algún decreto, sino algún d o c u m e n t o o escrito en que p r u e b e con razones, especiosas siquiera, que la música d e Robles, d e Robles d e c i m o s , se cantó antes del 20 d e A g o s t o d e 1820; i esté seguro d e que la primera vez que teng a m o s el gusto de encontrarnos en su presencia, lev a n t a r e m o s nuestro sombrero m a s alto que d e costumbre. X X I I L — E n 1845 trasladó a Valparaíso la compañía Pantanelli, a estrenar el t e a t r o , situado en la calle de la Victoria, construido por don P e d r o Alexandri. A l contratar este empresario a los c a n t a n t e s tuvo s e


— 87 — también que hacerlo con la orquesta, que en su m a yor p a r t e , la componían los músicos de la Catedral. O r g a n i z a d a la que debia funcionar en Valparaíso, q u e d ó en la Catedral, con solo dos escepciones, una orquesta a propósito p a r a desollar los oídos de los devotos i hacer emigrar las ratas. Seis meses duró la t e m p o r a d a d e Valparaíso i esta circunstancia p r o b a b l e m e n t e sujirió al señor Valdivieso, p r e s e n t a d o y a como arzobispo, la idea d e reemplazar la orquesta con un ó r g a n o , que se encarg ó a Inglaterra. Llegó el ó r g a n o el año d e 1 8 4 9 , * con él un organista, e n c a r g a d o también. Ó r g a n o i organista se merecían. El señor Howell, ingles de nación, era un consumado profesor i el ó r g a n o es superior, no solo a todos los d e la A m é r i ca del Sur, sino también a los de la del N o r t e . E s t e órgano no tiene triángulo, platillos, bombo ni timbales, instrumentos repetidas veces prohibidos por la Iglesia, particularmente por el P a p a actual. Esos ruidos hacen abrir tanta boca a los necios, i escitan la compasión d e las j e n t e s d e juicio, i a quienes duele que de ese modo se ultraje al pontífice i reí d e los instrumentos. X X I V . — C a s i a un mismo tiempo que Howell, llegó a Chile M. Desjardin, antiguo organista d e S a n Eustaquio en Paris, i mui notable profesor d e harmonium, para cuyo instrumento habia escrito un m é t o d o , que h e m o s visto. El señor don Pedro Palazuelos, que d e s d e mucho tiempo® habia concebido la idea de fundar un Conservatorio en Santiago, creyó oportuna la adquisición del señor Desjardin i le facilitó los m e d i o s n e c e s a -


— 88 — rios p a r a que organizara una escuela preparatoria, en una sala d e la cofradía del Santo Sepulcro. L o s buenos resultados de este e n s a y o animaron al señor Palazuelos, alma e m i n e n t e m e n t e artista, para solicitar del. gobierno la fundación de un Conservatorio. Gran trabajo tuvo para conseguirlo; pero a su entusiasmo no habia resistencia posible. El que esto escribe, sin desconocer el mérito d e Desjardin, deseaba que la plaza d e director de ese establecimiento se diera a oposición, según lo había acordado el S e n a d o , a indicación del señor don P e dro Mena, en la certidumbre d e que con este p r o ceder se tendría lo mejor, si el Gobierno, como en otros casos, no hacia de las suyas. A esto se a g r e g a que el señor N e u m a n n e , gran profesor que habíamos conocido en Lima, e s t a b a p r ó x i m o a llegar a Chile, como en realidad sucedió. E n este caso N e u m a n n e habría sido preferido. Con este motivo dirijimos al señor M. A . Tocornal, m i nistro de Instrucción Pública, una carta, que con su contestación se publicó entonces en El Semanario Musical, en la que le decíamos: «tan distante estoi d e todo interés personal que, r e s p e t a n d o como debo t o d a determinación que U S . t o m e a este respecto, n a d a m e parece mas justo que, siguiendo el acuerdo del S e n a d o , dar esta plaza a oposición. D e este m o do se t e n d r á lo mejor i quizá esto daria por resultado un profesor d e primer o r d e n . . . . No concluiré ésta sin decir a U S . que uno que m e r e c e este n o m b r e acaba d e llegar a Valparaíso.» El señor ministro tuvo a bien contestar a nuestra carta, en otra en que nos dice entre otras cosas: «Yo doi a usted las gracias por la franqueza e injenuidad d e sus observaciones, i aunque no h e t o m a d o r e s o -


— 89 — lucion alguna sobre este negocio, ni anticipado una simple promesa, si llegase el caso d e obrar, no perderé d e vista la imparcialidad i justicia con que d e b e procederse. «Siempre que usted se sirva h a b l a r m e o escribirm e sobre materias en que p u e d a ilustrarme, le qued a r á agradecido, etc., etc.» Con gusto trascribimos las palabras d e este alto funcionario, reconocido como uno de los h o m b r e s m a s eminentes d e Chile. Si sus palabras nos honran por la justicia que h a c e a nuestras intenciones, ¿qué elojio no m e r e c e el h o m b r e superior que cree p u e d e ser ilustrado en ciertos casos aun por aquellos que ocupan un lugar subalterno en la sociedad? No es el señor Tocornal de los que creen que la atmósfera d e un salón ministerial infunde ciencia universal. «Guizot, en un caso idéntico i d e s e m p e ñ a n d o iguales funciones que el señor Tocornal, no c r e y ó que debia lejislar en música sin consultar a h o m b r e s intelijentes en la facultad. X X V . — E s t o escribíamos en 1 8 5 2 . L a s p e r s o n a s que quieran saber cómo procedió Guizot, d e quien quizá podría decirse sin temeridad, que n a d a ignora, p u e d e n consultar en la Biblioteca el periódico citado. Salió del Ministerio el señor Tocornal. L a política, la pequeña política, metió su cola. S e hizo un e m brión del Conservatorio i el acuerdo del S e n a d o no se t o m ó ni siquiera en consideración. El favor i los e m p e ñ o s hicieron los n o m b r a m i e n t o s . N u e s t r o s lectores por lo d e m á s , no nos a g r a d e c e r í a n una lección que saben m a s bien que nosotros: que esta es la his-


— 90 — toria antigua, media i m o d e r n a , de cómo los gobiernos dan los empleos. Hai escuela de pintura, d e escultura, etc.: ¿cuál d e estos establecimientos presta servicios tan útiles i benéficos como el Conservatorio? Ninguno. Baste decir que esta institución es la única en que tienen p a r t e las mujeres, que la ocupan en su m a y o r parte, proporcionando a gran número d e familias pobres una profesión q,ue las p o n e a cubierto de la miseria i del vicio. El Conservatorio es el único establecimiento d e esta especie en que el director no tiene sueldo como tal; asi se esplica cómo la A c a d e m i a de Pintura i la de Escultura tienen casi doble dotación, gozando sus directores de mas d e dos mil pesos d e renta. H e m o s sido profesor, director i Presidente d e Conservatorio. A todo h e m o s renunciado; no por la escasez o absoluta falta de honorario, sino por el desden con que, con pocas escepciones es mirado; llegando el caso d e haber ministro que no ha sabido d o n d e está s i t u a d o . . . No faltan personas que piensan que solo sirve para divertir a los que a p r e n d a n . X X V I . — E n 1847 1848, el señor don Salvador Sanfuentes, ministro d e Instrucción Pública, estableció en laEscuela Normal de Preceptores una clase d e canto elemental, de la que fuimos n o m b r a d o profesor. A d v e r t i r e m o s que, si a veces vacilamos en las fechas, es p o r q u e escribimos estos «Recuerdos» sin ningún dato a la vista, fiados solo en nuestra m e m o ria; p e r o aseguramos al mismo tiempo que en caso d e equivocarnos; j a m a s será en mas d e un año. El pensamiento del señor Sanfuentes era d e g r a n importancia; porque, fuera d e los resultados físicos 0


— 91 — que p r o d u c e el ejercicio del canto para los que lo estudian, hai otros d e mas consideración. E n el e s t e n so informe leido ante el Consejo Municipal de Paris en 1 8 3 5 , con el objeto d e introducir definitivamente el canto elemental en las escuelas primarias, formulado por Bauvatier, Cochin, Urfila, Perrier i Boulai de la Meurthe, se dice: «Los antiguos empleaban este arte como un m e dio de hacer a m a r la virtud, de calmar las pasiones, de suavizar las costumbres i de civilizar a los p u e blos. D e s d e luego su poder d e moralización no es para nosotros un problema. No queremos hablar aquí de sus efectos fisiolójicos, que el estudio de sí mismo ha podido revelar a cada uno d e nosotros; queremos hablar d e los resultados reales obtenidos en las escuelas d o n d e se enseña el canto. «No solamente esas escuelas se hacen notables entre las otras por sus resultados i buen porte; sino que en estas mismas escuelas los alumnos d e canto se distinguen entre sus condiscípulos por su m a y o r aplicación, suavidad de maneras i benignidad «Bajo cualquier aspecto, pues, que se mire, moral, normal, económico i nacional, la enseñanza del c a n to es útil... «El célebre filósofo Herder decia: «Una reunión de cantores es una reunión d e hermanos.» Da p e n a tener que recurrir a esta erudición barata para probar a nuestros h o m b r e s públicos el deber en que se encuentran de prestar alguna atención a este r a m o , en que si sus antecesores hicieron poco, ellos no han hecho absolutamente nada. N o les pedimos, que como el Gobierno de 1848, funden una clase d e canto en la Escuela Normal; ni, como el de 1 8 5 2 , la creación d e un Conservatorio; pues, pobre como es, y a lo hai. L e s pedimos que con


— 92 — su indiferencia, o con otra cosa peor, no destruyan lo que hicieron sus antecesores. ¡Pobre Conservatorio! ¡Pobre música! ¡Qué de zop a p o s habéis recibido en estos dias! X X V I I . — H a b i e n d o empezado en 1848 la clase d e canto en la Escuela N o r m a l de Preceptores i reduciendo los cálculos a su última espresion, hai de sobra para que en los 24 años corridos se hiciera en todas las escuelas fiscales clase de canto, i para que a la fecha hubiera muchos miles d e p e r s o n a s que supieran regularmente música i canto, p u d i e n d o los que no tuvieran buena voz dedicarse a tocar algún instrumento. D e s p u é s d e tantos miles d e cantores que, según los cálculos del señor Sanfuentes, debian solemnizar las fiestas cívicas i relijiosas, ¿quieren saber nuestros lectores en cuántas escuelas fiscales o municipales se enseña la música?—En ninguna... L l e v a d a a cabo, la idea de aquel ministro daría muchos i buenos resultados. A p u n t a r e m o s solo los siguientes: en las g r a n d e s fiestas nacionales, reunidas las escuelas d e una localidad i cantando cosas a d e cuadas, presentarían un h e r m o s o i c o n m o v e d o r e s pectáculo, proporcionando un recurso p o d e r o s o que, sin exijir gasto alguno, solemnizaría esas fiestas tan tristes en la m a y o r p a r t e d e nuestros pueblos. «El niño que h a y a aprendido a cantar canciones d e escuela, dice Mainzer, sabrá cantar un dia los cantos d e g u e rra, los cantos d e la patria.» ¡Cuántos artistas perdidos por no tener ocasión d e ejercitar i desenvolver sus facultades por falta d e ocasión! L o s primeros beneficiados serian los preceptores


— 93 — primarios, a quienes la práctica de la enseñanza pondría en disposición d e dar lecciones particulares, proporcionándoles d e este m o d o una entrada que aliviaría e n p a r t e su triste situación. X X V I I I . — C u a n d o en 1850, sin ser nosotros naturalista, jeógrafo, marino, a s t r ó n o m o ni injeniero, se le ocurrió a ese gobierno h a c e r n o s e m p r e n d e r un viaje al interior d e Chiloé; fuimos a parar a Castro, el pueblo mas importante después de A n c u d , la capítal. E n t r e paréntesis, Castro da un diputado i un suplente ¡no lo echen en saco roto los aficionados! A q u e l pueblo era i es m a s triste que un cementerio. A cualquiera hora del dia i d e la noche se oiria el vuelo de una mosca. Habia dos escuelas, una d e ellas fiscal, b a s t a n t e concurrida. L a visitamos i tuvimos el gusto d e encontrarnos con un j o v e n que habia sido nuestro discípulo en la Escuela Normal. Nuestra primera p r e g u n t a fué si enseñaba la música; nos contestó que nó, por dificultades que no encontramos convincentes. S e celebraba en esos dias la Pascua d e N a v i d a d i t o d a la música d e aquella fiesta tan popular se r e d u cía a una especie de viola horriblemente tocada! ¡Cuánta animación hubiera dado a esa fiesta i a ese pueblo esa escuela, cantando música fácil i a p r o pósito! Con motivo d e esa pobreza d e recursos p r e g u n t a mos al gobernador, c o m a n d a n t e R o a , con que recursos contaba p a r a celebrar los dias d e la patria. N o s contestó: «la ciudad tiene 18 pesos d e e n t r a d a anual, doce se invierten, con acuerdo d e la municipalidad: en los gastos ordinarios d e la localidad, i los seis restantes en las fiestas del 18.» « E s t e año ,añadió,


— 94 — han estado mui buenas; p o r q u e les hice p e g a r fuego a esas m o n t a ñ a s que nos rodean, i la ciudad estaba como d e dia.» Los señores don Eusebio Lillo i don Vicente V i llarreal, de paseo como nosotros, presenciaron este diálogo. X X I X . — C u a n d o , en uno de los párrafos anteriores d e este artículo, l a m e n t á b a m o s el abandono en que d e algún tiempo a esta p a r t e se dejaba al Conservatorio de Música, estábamos mui distante de pensar que escribíamos una especie d e epitafio. Y a que n ó en el mensaje presidencial, en el que mas d e una vez se ha hecho mención de este establecimiento, por lo m e n o s en la memoria del ministerio del ramo e s p e r á b a m o s que se le t o m a r a en cuenta, cual se hace con otros que están mui lejos d e prestar al pais tan útiles servicios, como los que y a h e m o s a p u n t a d o en otra p a r t e . Nos equivocamos; i, valiéndonos de una frase de moda, solo diremos que el Conservatorio en esa Memoria «brilla por su ausencia.» El Conservatorio d e c i d i d a m e n t e h a p a s a d o a form a r serie con otros establecimientos de que solo se acuerdan los gobiernos cuando hai algún ahijado a quien acomodar, cometiendo con este fin, las m a s notorias injusticias i hasta infracciones d e lei X e n e m o s a este respecto un pecado d e que, como d e otros m u c h o s , aun no h e m o s hecho penitencia. S o m o s causa d e que los intendentes de Santiago sean presidentes natos del Conservatorio. Cuando h a c e cinco o seis años renunciamos esa presidencia, suplicamos a uno d e los dos señores, don Manuel A m u n á t e g u i o don Carlos Riesco, oficia-


— 95 — les del Ministerio de Instrucción Pública, indicara al señor ministro del r a m o , diera en adelante, por razones que hicimos presente, la presidencia del Conservatorio a los intendentes de la provincia. E s e señor, hecho cargo, lo suponemos, de nuestras razones, nos reemplazó, i se ha seguido haciendo como lo habíamos solicitado. El resultado d e esta medida ¡está en nuestra contra, i el p o b r e Conservatorio ha sido víctima de nuestra imprevisora indicación, atendida por el señor ministro como no merecia serlo. L a s condescendencias de los intendentes, contrarias en m u c h o s casos a la justicia i al r e g l a m e n t o r e s pectivo, deben cesar en adelante, haciendo retribuir ese trabajo como corresponde. El mal, por otra parte, no está precisamente en que los intendentes presidan el Conservatorio. E s t á en que el gobierno, de algún tiempo a esta p a r t e , s e ha olvidado de que hai un reglamento que lleva la firma del Presidente Búlnes i del señor Mujica, m i nistro respectivo. E s t e r e g l a m e n t o establece una c o misión que tiene la dirección superior del establecimiento, pero de la que el gobierno prescinde hasta el estremo d e haberla abolido t á c i t a m e n t e para e n tenderse solo con su ájente constitucional, el intendente. T o d o lo dicho es sermón en desierto, i las cosas seguirán como hasta el dia, por la razón mui sencilla d e que este sistema es mui c ó m o d o para l o s q u e mandan. X X X . — H a b i e n d o llegado io q u e h e m o s escrito sobre música a la. época presente, que p a r a nuestros lectores es t a n conocida c o m o

para nosotros,

sus-


— 96 — p e n d e m o s por ahora nuestros apuntes para dedicarnos a zurcir algunos artículos sobre otras m a t e r i a s . D a m o s fin al presente con la noticia que sigue. X X X I . — E n A g o s t o d e 1834 se encontraron reunidos una t a r d e en el Café d e la Nación, el célebre a c tor Morante, el bailarín español Cañete, el mui notable actor, español también, D o m i n g o Moreno R a m o s , (que cantaba como un m a e s t r o , sin saber una nota d e música) i el autor de estos apuntes. Morante se quejaba d e que, debiendo dar un b e n e ficio a principios del próximo Setiembre, no tenia ninguna n o v e d a d que ofrecer al público. Al oir esto, Moreno dijo a Morante: «Yo t e n g o en la memoria una h e r m o s a m a r c h a patriótica; pero es preciso que usted le cambie la poesía p o r q u e la que yo sé no p u e d e servir p a r a Chile, pues e m p i e z a con estos versos: «Al sepulcro de Bravo i Padilla, etc.» A p e n a s o y ó Morante la primera estrofa, la r e e m plazó imitando el canto de Moreno con: «Al dieziocho inmortal d e Setiembre, etc.» E n seguida se convino en que Morante haría las d e m á s estrofas i el coro, i en que nosotros d e b í a m o s trasladar al papel lo que nos entonara Moreno, p o niéndole a c o m p a ñ a m i e n t o de orquesta i enseñándola a los actores que se prestaran a cantarla; lo que t o dos hicieron sin escepcion, Morante tuvo un buen beneficio. E s t e es el oríjen de esta hermosa canción, que t o dos nos atribuyen, i en que no tuvimos m a s que una p o b r e cooperación.


P o l i c í a de S e g u r i d a d i Garantías Individuales I . — N u e s t r o s lectores habrán notado m a s d e una vez en algunos d e nuestros anteriores artículos la frecuencia con que citamos el año d e 1830. No es culpa nuestra, pues esta fecha se nos presenta involuntariamente, por la naturaleza d e los hechos, p o dríamos decir, como el punto d e p a r t i d a de todos nuestros p r o g r e s o s . L a paz de 40 años, interrumpida seriamente solo tres veces, i por cortos intervalos, ha sido indudablemente el principal ájente de nuestros adelantos, sin ejemplo en la A m é r i c a del Sur. L a Constitución de 1 8 3 3 , pesar d e los defectos d e que se le acusa, si no es el motor d e nuestra no interrumpida prosperidad, no ha sido t a m p o c o un estorbo; i y a seria tiempo de que cesaran las v a n a s declamaciones d e políticos de pacotilla. No hace m u c h o un orador, contra la voluntad d e Dios, repetia en la Cámara de D i p u t a d o s , la antigua cantinela d e «esa constitución es la causa d e t o d a s las desgracias de Chile». Si el señor diputado s e hubiera t o m a d o el trabajo d e enumerar esas d e s g r a cias, es seguro que habria mucho que descontar. D e s e a r í a m o s saber si las desgracias permanentes, de casi t o d a s las repúblicas de esta A m é r i c a , se d e b e n t a m b i é n a nuestra Constitución, i si del caletre del orador habria salido otra que nos hiciera m a s a d e lantados, mas libres i m a s felices d e lo que somos. D e s g r a c i a es para tales políticos que las cuarenta navidades d e la maldita Constitución la h a y a n e n d u a


— 98 — recido de tal manera que, a pesar de los pinchazos d e los reformistas, p e r m a n e z c a aun intacta, i q u e todavía no estén d e acuerdo sobre por d ó n d e d e b e n dar principio al destrozo. I I . — A n t e s de 1820, no habia m a s guardianes d e la p r o p i e d a d que los guardas de las tiendas, cuyas funciones se limitaoan a cuidar el reducido recinto del comercio, que no s e estendia a m a s de d o s cuadras d e la plaza, i no en todas direcciones. E l p e núltimo jefe d e aquel cuerpo, si no estamos e q u i v o cados, fué el español d o n Manuel I m a s , asesinado jurídicamente el año de 1 8 1 7 , poco después d e la batalla d e Chacabuco. E s t e hecho atroz nos trae a la m e m o r i a otros análogos ejecutados entre los años 18 i 20, en i n d i viduos de esa nación, a inmediaciones del c e m e n t e rio, después de haberlos hecho prestar ciertos servicios. E n alguna p a r t e h e m o s leído que los antiguos r e y e s de Persia, hacian d e s a p a r e c e r a los ajenies secretos, de> quienes se habian servido, para e n t e n d e r s e con los s á t r a p a s d e su imperio, en negocios en q u e un testigo podia ser perjudicial. Como nada nos consta p e r s o n a l m e n t e , al hacer estas referencias, nos a t e n e m o s solo a lo que h e m o s oido con jeneralidad en esos tiempos, citándose n o m bres propios que no h e m o s olvidado pero que omitiremos. S e decia, p o r ejemplo, i no hace dos m e s e s lo r e p e t í a n v a r i o s caballeros en n u e s t r a presencia, q u e el

capellán del cementerio, a quien no podían ocultarse aquellos h e c h o s , se dirijió al gobierno p a r a ponerlos en su conocimiento, pero que a las'primeras palabras se Je maride callar b r u s c a m e n t e .


— 99 — E s t e denuncio del capellán, que nos p a r e c e imp r u d e n t e , pues se anadia que habia n o m b r a d o a la persona que presidia aquellos actos, lo confirmamos en cierto m o d o , m a s tarde, por lo que verán nuestros lectores. Diez o d o c e años después d e estos rumores, tuvimos relaciones con el denunciado. E n una ocasión en que, en presencia de varias personas, se n o m b r ó al capellán antedicho, aquel sujeto dijo estas palabras: ese clérigo me tiene mui agraviado. Ni él añadió m a s palabra, ni ninguno d e los que allí e s t á b a m o s hizo ninguna observación, c a y e n d o todos en cuenta d e cuál podia ser el motivo del agravio. P a r e c e que los h o m b r e s de esa época, no tanto por v e n g a n z a como por sistema, t r a t a b a n - d e aterrar a los enemigos d e la revolución, sobre todo a los e s pañoles, con m e d i d a s estremas. El primer acto de este sistema en Chile fué la m u e r t e d e I m a s , que nadie que s e p a m o s ha t r a t a d o siquiera de disculpar. H a s t a hace pocos años, nosotros, como todo el m u n d o , e s t á b a m o s en la pesruasion d e que el autor de este crimen era el jeneral San Martin. R e c o r d a n d o un hecho, q u e n a d a tenia que ver con este suceso, h e m o s caido en cuetita de nuestro error. Para a s e g u r a r n o s m a s en esta última persuasión, nos h e m o s dirijido al señor coronel arjentino don J e r ó nimo Espejo, que r e s p e t a m o s como la crónica mas e x a c t a i verídica d e esa época. El señor Espejo no solo nos confirmó en nuestra idea, sino que nos suministró numerosos datos, de que San Martin no podia tener p a r t e en lo sucedido. Para desmentir esta imputación basta sabes que la prisión i m u e r t e d e I m a s tuvo lugar en los días : .•' 2


— 100 — d e Abril de 1 8 1 7 i que San-Martin habia salido p a r a Buenos A i r e s el 11 de Marzo de ese año, i que el 29 del mismo mes lo saludaba el cabildo d e aquella ciudad por su llegada a ese p u e b l o . . . Para el odio, la historia i la v e r d a d son m u d a s . No ignoramos que para acallar la reprobación p ú blica se fraguó un proceso v e r g o n z a n t e , o mas bien sin vergüenza, que solo fué conocido d e algunos iniciados. I que era tan burda la t r a m a , i hacia un m i nistro en ella papel tan infame i ridículo, que se concluyó por quemar o esconder el tal proceso. Muchos años después el Congreso tuvo que asignar una pensión a la familia d e I m a s . . . . E n 1 8 1 8 , se pronunció un incendio en la Maestranza, situada a la sazón en lo que ahora es A c a d e mia Militar. E s t e incendio, se dijo entonces, habia sido intencional, con el objeto de atribuirlo a los godos, americanos i españoles, residentes en Santiago; consiguiendo así la doble ventaja de atraer sobre ellos el odio público i hacerlos, pagar los perjuicios s u p e r a b u n d a n t e m e n t e , pues la cosa en sí fué mui insignificante. U n a s palabras que oímos en los momentos del incendio, que fué de dia, al fraile Beltran, que habia cambiado su hábito de franciscano por la casaca d e artillero, i que era jefe d e la Maestranza, nos dieron m a s t a r d e mas luz sobre el suceso. Conversaba con unas señoras frente al C a r m e n A l t o . A l despedirse les dijo: ¡ya yo sé quién ha. de pagar esto! U n incendio igual habia tenido lugar e n Mendoza, en vísperas d e salir para Chile el ejército de los A n d e s . No añadiremos^sus circunstancias por odiosas i a g r a v a n t e s . U n año después, llegábamos a medio dia a la ca-


— 101 — lie del E s t a d o , i notando muchos grupos d e personas q u e hablaban con g r a n d e animación, p r e g u n t a m o s lo q u e ocurría. S e nos dijo que hacia p o c o que, p a s a n do por allí el jeneral San Martin, pasaba al m i s m o t i e m p o un individuo que no lo saludó, í que, averig u a n d o que era español, lo habia hecho conducir a un cuartel, atado de las manos a la cola d e un caballo. Si entonces supimos quien era el español, ahora no lo r e c o r d a m o s . D o s o tres años mas tarde, sin el valor i enerjía d e nuestro compatriota señor don José Manuel Borgoño, jefe del cuartel de la Merced, en L i m a , los innumerables españoles, ancianos casi todos, encerrados allí para ser d e p o r t a d o s a Chile, es probable hubieran d a d o entonces al populacho furioso el espectáculo que m a s t a r d e han d a d o los Gutiérrez, en ese mismo pueblo! Podríamos referir otros hechos que eran en nuest r a niñez contados minuciosamente por t o d o el m u n d o , sobre t o d o algunos d e ellos que gozaban de g r a n celebridad, i que manifiestan la m a s completa inseguridad para la vida i p r o p i e d a d d e los vecinos d e la capital. A u n referiremos un suceso que hizo g r a n ruido por las personas que en él tuvieron parte, i sobre todo p o r su desenlance. I I I . — U n a noche d e verano, en 1 8 1 1 , entre diez i once d e la noche, estábamos entretenidos con otros niños d e nuestra edad, en la calle de Santo D o m i n go, una cuadra al oriente d e la iglesia. L a luna alumbraba como d e dia. D e r e p e n t e nos sorprendió un g r a n ruido d e caballos herrados (cosa rara entonces) que Venían a todo escape del lado del rio, por la


— 102 — calle d e San Antonio. No tuvimos mas tiempo q u e el necesario para guarecernos en el hueco d e la e s quina d e la casa del señor don Vicente Ovalle, que es ahora del señor don Luis Alcalde. Un instante después, i habiendo resbalado en la la losa un caballo, al querer hacerlo cambiar de d i rección al oriente, c a y ó el jinete a nuestros pies d á n dose un t r e m e n d o golpe. A p e n a s se v i o en el suelo, a b a n d o n ó el caballo i corrió en dirección a la casa antedicha. Casi al mismo t i e m p o llegaban dos j ó v e nes oficiales que lo seguían mui d e cerca i que, al ver el caballo solo, nos preguntaron: «¿Dónde ha entrado ese picaron? E n coro contestamos: «En esta casa,» señalando la del señor Ovalle. S e desmontaron, nos encargaron el cuidado d e los caballos, i entrando en la casa indicada, encontraron al que buscaban, tras de la puerta d e un cuarto del primer patio. L o hicieron salir conduciéndolo a pié al cuartel d e San D i e g o , según se supo al otro dia, pero sin d e cirle ninguna palabra injuriosa. A una señora que acudió al ruido del suceso, la llenaron de satisfacciones, a que contestó, lo recordamos: hagan ustedes su deber. Al otro dia se supo también que el sujeto p e r s e guido formaba p a r t e d e un g r u p o situado en la p l a zuela d e la Recoleta Franciscana, en acecho de a q u e llos dos caballeros que frecuentaban una casa en esas inmediaciones. L o s del grupo, viéndose e m b e s t i d o s p o r dos oficiales resueltamente, t o m a r o n distintas direcciones, p e r o ellos se dirijieron contra el que e n derezó por el lado del rio, p r ó x i m o al p u e n t e d e m a dera, que es el mismo a quien t o m a r o n prisionero. Pocos dias d e s p u é s se supo, que éste habia sido


— 103 — fusilado con g r a n solemnidad, pero con pólvora No necesitamos p a r a nuestra narración decir cómo se llamaba esta persona, que m a s t a r d e alcanzó los m a s altos g r a d o s en nuestro ejército, del que fué un buen servidor. E n cuanto a los otros dos actores, m a s de un lector s a b e y a o ha sospechado que eran Juan José i Luis Carrera. A l preso se le halló desarmado; pero algún t i e m po después, al sacudir el cuarto d o n d e se ocultó se encontró bajo una tarima un gran t r a b u c o . . . . I V . — S a n Bruno, años d e 1 8 1 5 i 1 8 1 6 , habia d a d o a lo que entonces podia llamarse policía d e segurid a d , esa forma odiosa i a veces burlona, que h a p a sado con horror hasta estos t i e m p o s , sin que p a r a esto hubiera ni siquiera disculpa, pues es sabido que en los dos años cuatro meses trascurridos d e s d e el descalabro d e R a n c a g u a hasta la victoria d e Chacabuco, el pais en toda su estension se m a n t u v o en la mas completa sumisión al rei de E s p a ñ a , sin que la historia t e n g a que mencionar ni el m a s lijero síntoma d e trastorno. U n hecho, entre otros, confirma lo que decimos. Cuando dos o tres dias después d e la batalla d e R a n cagua entraron a Santiago las primeras t r o p a s realistas, apareció la ciudad c o m p l e t a m e n t e a d o r n a d a con la b a n d e r a española. E s t a s b a n d e r a s eran flam a n t e s , pues antes d e 1 8 1 0 , no habia costumbre d e usarlas con jeneralidad. A g r e g ú e s e a esto que en esos dias, como es natural, el comercio estuvo comp l e t a m e n t e c e r r a d o . . . Claro es, pues, que con nuestra conocida prudencia, tales b a n d e r a s estaban listas, pero g u a r d a d a s p a r a cuando llegase el c a s o . . . . N ú e s -


— 104 tros lectores por lo d e m á s , no estrañarán esta p r e v i sión cuando s e p a n que el dia d e la batalla d e Maipo el ejército de Osorio recibió d e regalo p a n caliente mientras el nuestro no lo tuvo ni frió.... E s probable, por otra p a r t e , que los 400 patriotas, mal contados, que el 18 de S e t i e m b r e d e 1 8 1 0 . s e reunieron en el consulado para testificar de nuevo su obediencia a nuestro amado F e r n a n d o , no s o s p e c h a b a n que veinte años después, un decreto declararía ese dia el único en que se compendiarían t o d a s las glorias de Chile. I tanto m e n o s lo sospecharían, que muchos de ellos, seis años m a s t a r d e , pedían p e r d ó n d e s d e Juan F e r nandez, en un d o c u m e n t o público, al rei de E s p a ñ a p o r sus e s t r a v i o s . . . D o n D i e g o Portales, autor de esta innovación, por odio al militarismo, no calculó que la tiranía t r a p a cera i enredista de la t o g a , haria recordar con p e n a el despotismo franco i glorioso del sable. L o s chilenos no p u e d e n repetir las palabras vanidosas de Cicerón: Cedant arma togee. ¡Pobre 12 de F e b r e r o ! ¡pobre 5 de Abril! que nos disteis patria e independencia, inclinaos ante el gode 18 d e S e t i e m b r e , que no nos dio nada. E n los dias d e la e n t r a d a d e los españoles, hubo iluminación jeneral. L a base d e las luminarias, era un elemento que tenia bien poca analojía con ellas, el barro, o m a s bien el lodo. H a b i a para esto dos sistemas: el primero u s a d o por las casas a c o m o d a d a s . E s t e consistía en cuatro o seis p a l m e t a s d e madera clavadas en la pared en una altura conveniente. En la p a r t e r e d o n d a d e esta palmeta se ponia una pelota de cieno, i en ella se en-


— 105 — t e r r a b a l a vela d e sebo, d é l a s d e a cuatro por m e d i o . El otro modo, el m a s común, era p e g a r en la p a r e d t a n t a s pelotas d e barro como luces debian p o nerse. E n algunas casas d e lujo se ponia en la p a l m e t a un canuto d e lata. E s t o , por supuesto, era poco común. L a clase d e acequias d e entonces, que corrían por el centro de las calles, proporcionaba todo el lodo necesario p a r a estas operaciones. E s t a s se repetían cada vez que habia luminarias, i lo alto d e las paredes, tanto por el barro como por el h u m o de las velas, estaba siempre n e g r o . El estado d e las p a r e d e s lo calcularán nuestros lectores, teniendo p r e s e n t e que entonces no habia obligación d e blanquearlas. L a orden que ahora se da anualmente con este objeto, solo data del año 30 o 3 1 . V.—San Bruno era un h o m b r e de valor. S e le e n c o n t r a b a en las altas horas de la noche en los barrios mas a p a r t a d o s de la ciudad, sin mas acomp a ñ a m i e n t o que un soldado a r m a d o de b a y o n e t a , a m a s d e media cuadra de distancia. N o era estraordinario encontrarlo solo, con su gran sable con vaina d e hierro, el primero que nos parece haber v i s t o , antes de que llegara a Chile el célebre rejimiento d e g r a n a d e r o s a caballo del ejército d e San Martin. A veces no temia arriesgarse solo, como en el caso siguiente, que h e m o s oído varias v e c e s a la m i s m a p e r s o n a a quien v a m o s a referirnos. Sin contar muchos años, algunos d e nuestros lectores h a b r á n visto un vehículo que y a no está en uso i que se llamaba carretoti. E s t e servia para


— 106 — trasportar a las familias que tenían quintas inmediatas, i p a r a toda clase d e paseos. No tenia s o p a n d a s , i por consiguiente, no era mui suave. L o s carros d e los g r a n d e s triunfadores romanos t a m p o c o las tuvieron. Ordinariamente el carretón estaba en el zaguán o en el primer patio de la casa. E s t e lugar ocupaba el q u e habia en casa d e las señoras Guzman, calle d e Santo D o m i n g o . E r a familia d e patriotas, como la del frente del señor Ovalle, d e que h e m o s hablado antes. Don José Urriola, h e r m a n o del coronel don P e d r o , m u e r t o en la revolución del 20 de Abril de 1 8 5 1 , que aun era seglar, salía una noche d e la casa d e las señoras Guzman, sin sombrero i dirijiéndose a la del frente d o n d e vivía su h e r m a n a doña Pabla, e s p o s a del señor Ovalle. A l llegar al medio del patio d e la casa de las señoras Guzman, advirtió que salía del carretón p r e c i p i t a d a m e n t e un h o m b r e d e levita i s o m b r e r o r e d o n d o , llamándolo repetidas v e c e s : — ¡Señor don Pedro, señor don Pedro! —Yo no soi don Pedro. —¿Quién es Ud? — Soi José Urriola. —¿I su hermano? —Hace dos años que no sabemos d e él. —¿Dónde está? — C r e o que en M e n d o z a . . . E s t o p a s a b a en un patio c o m p l e t a m e n t e oscuro i sin un solo testigo. E n seguida San Bruno a c o m p a ñó al señor Urriola hasta la puerta del señor O v a l l e en conversación amistosa, despidiéndose en s e g u i d a con m u c h a cortesía.


— 107 — V I . — L a luz que parece ser un g r a n elemento d e orden, a veces lo es d e tiranía. T a n a p e c h o s h a n t o m a d o esta m á x i m a algunos gobiernos que nosotros h e m o s visto en 1 8 5 9 a uno d e ellos encender el gas en noche de luna, por temores de revolución. Pero los gobiernos d e aquellos t i e m p o s no ocurrían a este espediente, mui r e c o m e n d a d o por Maquiavelo, prob a b l e m e n t e por la proverbial m a n s e d u m b r e d e los chilenos. A las siete de la noche en invierno, i a las ocho en verano, no habia mas luz en t o d a la ciudad que los poquísimos faroles, sucios s i e m p r e , en las calles d e que h e m o s hablado antes, i los que pertenecían a los conventos, que no eran mas a s e a d o s . A las diez, pero infaliblemente a las once, t o d a luz habia desaparecido. En 1829, a p e n a s p a s a d a la m e d i a noche, nos encontrábamos en una casa situada a poco m a s d e t r e s cuadras al poniente d e la iglesia d e S a n t o D o m i n g o . Al asomarnos a la calle con otros a m i g o s para retirarnos, no divisamos una sola luz en t o d a la estension que abarcaba nuestra vista. E m p e z a b a a llover, i por todos estos motivos se c r e y ó una t e m e r i d a d nuestra resolución d e dirijirnos solos a nuestra c a s a . Para nosotros, la v e r d a d e r a t e m e r i d a d consistía en dormir en casa ajena, en la alfombra del salón, sin m a s abrigo que la compañía de doce o quince individuos que estaban resueltos a no recojerse a sus casas. Nuestra p r i m e r a operación al e m p r e n d e r la m a r cha fué t o m a r el medio de la calle, cerrar el p a r a guas i llevarlo horizontalmente p a r a cerciorarnos cuando pudiéramos encontrarnos con algún obstáculo en nuestro camino.


— íds — E r a tan densa la oscuridad, que el único medio por el cual conocíamos que habíamos llegado a una boca-calle, era el viento norte que soplaba, lo que nos servia para contar las cuadras que h a b í a m o s andado. Al llegar a la boca-calle llamábamos: ¡sereno! tres 0 cuatro veces consecutivas, sin que j a m a s se nos contestara una palabra. V I I . — H a b i a algunas calles que gozaban d e gran reputación por su soledad. Al hacer esta observación no nos referimos a los barrios a p a r t a d o s del centro de la población: hablamos d e calles mui inmediatas a la Plaza Principal. L a de San A n t o n i o , que está a una cuadra al oriente de la m i s m a p l a z s , se encontraba en este caso; pero sobre todo la que corre d e la plazuela de San A g u s t í n hasta la del T e a tro Municipal era a t e r r a n t e hasta por su n o m b r e . — calle de La Muerts,—con alusión, según recordamos, a un esqueleto d e m a d e r a que la r e p r e s e n t a b a 1 que los p a d r e s agustinos g u a r d a b a n no mui oculto en un cuarto del convento que tenia v e n t a n a a la calle. No había en toda esa cuadra un solo habitante, i p o r gran rareza, se solia alquilar alguna de las varias cocheras que habia en ella. L a Cámara d e Diputados se reunía, en 1847, ^ lugar en que ahora está el T e a t r o Municipal, i con este motivo, p a s a b a n por esa calle los diputados. N a d i e ignora que un famoso asesino estuvo m u c h a s noches en acecho del señor Manuel Cifuentes en una d e esas cocheras, p a r a la que se habia proporcionad o una llave; pero se libró aquel caballero, por h a b e r p a s a d o , sin la m e n o r sospecha, siempre a c o m p a ñ a e n

e


— 109 — do. A l r e s p e t a b l e señor F e r n a n d o Lazcano, diputado también en ese entonces, le hemos oido decir que, al pasar por allí algunas noches, habia visto al a s e sino; pero sin sospechar ni r e m o t a m e n t e sus intenciones. Mas t a r d e consumó su crimen en la misma casa del señor Gifuentes; pero lo p a g ó en el patíbulo. L a s personas a c o m o d a d a s se hacían preceder por un criado a r m a d o de un farol. L a s que lo eran m e n o s , Sos h o m b r e s sobre todo, llevaban linternas que les p r e s t a b a n el servicio d e advertir a los ladrones, dónde i cuándo debían embestirles. E n una d e estas mismas cocheras, habia, el a ñ o de 1 8 1 0 , en vísperas de la revolución, un carpintero llamado Trigueros. E s t a cochera pertenecía a la casa del señor don José Antonio Rojas, el m a s antiguo conspirador de Chile, pues habia hecho o t r a t a d o d e hacer su primer e n s a y o en 1 7 8 0 . Los Clodios i Catilinas d e peluca i calzón corto, por exceso d e precaución, tenían sus conciliábulos en lo mas a p a r t a d o d e aquella casa, que es ahora d e don D o m i n g o U g a r t e , recien edificada en la plazuela del T e a t r o Municipal. El cuarto en que se reunían estaba p a r e d o t a b i q u e de por m e d i o con la carpintería. Carrasco tuvo noticia, no solo d e estas reuniones secretas, sino también de lo que se t r a t a b a en ellas. E s t o lo decidió a t o m a r presos a tres d e los principales concurrentes; lo que d i o oríjen, no s a b e m o s con qué datos, a que el denuncio se a t r i b u y e r a a T r i gueros. Diez o d o c e años m a s t a r d e lo conocimos d e t e n dero i con el apellido d e Solar, que servia d e diversión a sus viejos conocidos. E s t o s i el antiguo c a r -


— 110 — pintero, no s o s p e c h a b a n que este cambio d e apellido lo e m p a r e n t a b a nada m e n o s q u e con uno d é l o s p a p a s d e m a s rancia nobleza, i con el duque d e Valentinois, el discípulo m a s aprovechado de Maquiavelo. L o s q u e h e m o s conocido aquellas épocas no nos quejamos del actual alumbrado, como a veces, sin razón, se critica el de ahora, llevando estas quejas h a s t a la ridiculez. U n dia llegábamos a la imprenta de Julio Belin donde, en 1 8 5 2 , se publicaba La República. E l cronista, que era un señor Frias, nos p r e g u n t ó si habíamos visto en la noche anterior algún farol que diera mala luz. Contestamos que no nos h a b í a m o s fijado. —«No importa, replicó; estoi escribiendo contra el alumbrado, i algún farol ha d e haber estado malo anoche.» R e c o r d a m o s ahora que aun n a d a h e m o s dicho acerca del estado d e la prensa periódica en la época a que nos h e m o s referido. Personas mas autorizadas que nosotros lo han hecho y a , i no somos t a n t e m e rarios q u e n o s i n t e r n e m o s en este terreno. Referiremos un hecho característico que dice m a s que m u c h a s pajinas, i del que h e m o s hablado h a c e muchos años en El Diario de Santiago. E n el año 1 8 2 1 apareció en las esquinas de la ciudad un cartel en el q u e , después de citar un artículo constitucional que p a r e c í a garantir la libertad de i m p r e n t a , s e anunciaba El Independiente. D i a s después, salió el p e r i ó d i c o , i s e g ú n r e c o r d a mos, s e reducía a p e d i r a l g u n a s m o d e s t a s r e f o r m a s i la reunión d e un C o n g r e s o , T o d o ello con suma moderación.

E l m i s m o dia fué conducido a la cárcel el autor del p e r i ó d i c o , que, s e g u » s« dijo, era ra s u e c o .


111

E n seguida se p r e s e n t ó en la prisión un e d e c á n del Gobierno i después de saber de boca del p r e s o q u e él era el autor, le dijo: —¿Podrá usted escribirlo de nuevo? —Sí, señor. —¿Qué necesita usted? — T i n t e r o , papel i una botella de ron. T o d o le fué e n t r e g a d o al m o m e n t o , i s e g ú n el s e ñor edecán, el periódico fué r e d a c t a d o , e n t e r o , i con una que otra diferencia insignificante. E s t o , sin e m b a r g o , no libró al sueco de que se le hiciera salir de Chile, sin que h a s t a ahora se h a y a sabido p a r a d o n d e . El Gobierno sospechaba d e otras personas, pero n a d a pudo sacar en limpio. A la publicidad de este negocio, se a ñ a d e p a r a nosotros, haberlo oido referir al mismo comisionado, el c o m a n d a n t e de prisioneros don D o m i n g o A r t e a ga, edecán del gobierno. Suplicamos a nuestros lectores g u a r d e n su a d m i ración, tanto sobre este hecho como sobre otros d e que h e m o s hablado, para cuando, mas adelante, p o n g a m o s a su vista la conducta de ciertos gobiernos posteriores, bautizados como adelantados i liberales, i juzguen c o m p a r a n d o las épocas i las circunstancias... V I I I . — H e m o s referido antes lo que se hizo el año d e 1821 con un estranjcro que se atrevió a escribir sobre congresos a reformas. D u r a n t e los tres

años del gobierno del

jeneral

Freiré, las cosas cambiaron favorablemente, i p u d o escribirse c o n libertad. N u e s t r o a m i g o doa B e r n a r d o A l c e d o , mui a p r e c i a d o de] seiJ?r c ' 0 . 0 José Miguel Infante, i ahora r e -


— 112 — sidente en Lima, nos refirió varias veces lo siguiente, contado por Infante. « E s t a b a una vez d e visita en palacio, i un sujeto, mui amigo d e Freiré, le dijo:—¿Hasta cuándo sufre V . E . que se le ultraje por la prensa de un m o d o tan villano?» Contestó el D i r e c t o r : — A g r a d e z c o a Ud., señor don N., el interés que manifiesta por mí; p e r o y o no puedo tomar ninguna m e d i d a p o r q u e si hai razón para que se m e insulte, seria una ruindad v e n garme; si no hai motivo, el público m e h a r á j u s ticia.» A n a d i a Infante: «Si no hubieran estado p r e s e n t e s tantos adulones, m e habria l e v a n t a d o d e mi asiento i le habría d a d o un abrazo.» No son estas las únicas palabras que podríamos citar del jeneral Freiré, en que se manifiesta su buen sentido i su liberalismo de buena lei. R e c o r d a m o s una contestación, que por su oportunidad i laconismo no desmerece colocarse al lado de algunas que nos h a trasmitido la historia, que no la valen. E n 1825 se habia .declarado cierta odiosidad contra el ejército en el partido liberal, en que no s e omitía ninguna clase d e injurias contra ciertos jefes. E n algunas sesiones del Congreso se t r a t ó de algo parecido a la supresión del ejército, i alguien p r e guntó ¿qué harían esos h o m b r e s con la disminución o supresión de sus sueldos? D o n Carlos R o d r í g u e z , q u e estaba a la cabeza d e aquella cruzada, contestó: ¡Que vayan a sembrar papas! E s t a s palabras, aunque con distintas interpretaciones, hicieron fortuna, A fines de ese mismo año tuvo lugar la última e s pedicion a Chiloé. L a antevíspera d e la batalla decisiva m a r c h a b a


t o d a la infantería del ejército en dirección d e los ¡puntos esenciales del e n e m i g o . El camino era fragosísimo, i en algunos puntos nos e n t e r r á b a m o s en el barro hasta la rodilla. L l e g a m o s a mediodía a un lugar menos m o n t a ñ o s o i sombrío, haciendo en él un corto descanso. A l llegar el jéneral Freiré a este lugar, el coronel Rondizzoni (jefe d e nuestro batallón, i uno d e los m a s injuriados p o r los liberales) le dirijió d e s d e alguna distancia, estas palabras: «¿Que tal camino, señor?— {BUENO PARA SEMBRAR PAPAS, CORONEL!

E n tiempo del sucesor d e Freiré, el jenerai Pinto, ñ a principios d e su gobierno, se cometió un a t e n t a d o contra la libertad d e imprenta, que no le va en s a g a a lo que seis años antes se habia hecho con el seceso d e El Independiente. O t r o estranjero, M. Chapuis, francés d e nacimiento i escritor de El Verdadero Liberal, publicó un artículo sobre un motin que habia tenido lugar en T a l ca, encabezado por un sarjento i un cabo, d a n d o e n cierto m o d o la razón a los amotinados. D e resultas d e este artículo, fué preso e incomunicado de orden del gobierno. F u é j u z g a d o el periódico en seguida; pero no se puso en libertad al e s critor, a pesar haber sido absuelto, hasta después d e haberle hecho sufrir cinco o seis dias d e prisión. E s t e fué el primer a t e n t a d o cometido por aquel gobierno, que la pasión o la mala fé h a n querido hacer pasar a la historia como el tipo d e los gobiernos liberales d e nuestro pais. Y a lo iremos conociendo fer sus obras. I X . — P o c o después se sublevaron en San F e r n a n do el diminuto batallón número 6 i un escuadrón o


— 114 — Tejimiento que no llegaba a 200 hombres, encabezados por el coronel don P e d r o Urriola i, como s e g u n do jefe, por el c o m a n d a n t e d e aquel batallón, don José A n t o n i o V i d a u r r e , posteriormente jefe d e la r e volución de Quillota. El presidente Pinto salió al encuentro d e Urriola con triples fuerzas, ¡a m a y o r p a r t e d e guardias nacionales. L a refriega no duró diez minutos i el p r e s i d e n t e i su ejército fueron c o m p l e t a m e n t e d e s h e c h o s , dejando el camino, d e s d e las T r e s A c e q u i a s h a s t a S a n t i a g o , s e m b r a d o de fusiles, corazas i morriones d e acero, de los coraceros que formaban la escolta del presidente. D e éste se dijo, no lo vimos nosotros, que habia llegado a palacio sin sombrero, a las cuatro de la t a r d e . E s a misma noche, la división d e Urriola (400 h o m b r e s ) t o m ó cuarteles en la Maestranza, i lo q u e pinta la época, una hora mas t a r d e los oficiales d e a m b o s ejércitos se encontraban cenando en el Café de la Nación, (lo presenciamos) contándose sus percances recíprocos, con gran algazara i alegría. L a frecuencia quizá d e los motines i revoluciones, i la idea d e que el que un dia era vencedor podria ser vencido al siguiente, habia "introducido esa tolerancia mutua, increible ahora. N a d i e dijo una palabra acerba. Solo al d e s p e d i r s e A s a g r a , jefe d e uno d e los batallones vencidos, dijo en alta voz: hasta mañana, caballeros! Por entonces, a lo m e n o s , habian pasado los tiemp o s en que algunos parásitos d e gobiernos anteriores habian tratado d e hacer del odio una virtud militar, si n ó republicana. Cuando fué c a p t u r a d a la frag a t a María Isabel, se inventó la odiosa calumnia d e que, por unos papeles encontrados en ese buque, se


— 115 — habia descubierto que don José Miguel Carrera habia estado pocos años antes en correspondencia con los ajentes del rei d e E s p a ñ a . Ninguno de los tres autores d e esta t r a m a era chileno. E n la n o c h e del dia en que ella circuló, dictó el comandante d e a r m a s el sanio siguiente p a r a el jefe d e dia i para los cuerpos de guardia: ¡Los carrerinos son peores que los godos! X . — U n o o dos dias después de la d e r r o t a del p r e s i d e n t e Pinto, se publicaba un b a n d o en la Plaza d e A r m a s en que los vencedores daban a reconocer, no recordamos bajo qué título, jefe d e la nación a don José Miguel Infante. E s t e bando, que el presidente legal oia desde los altos de Las Cajas, era arrancado d e las esquinas por los amigos del gobierno, apenas era fijado. L a revolución c a y ó d e por sí por falta d e a p o y o , i todo q u e d ó como antes. X I . — A l dia siguiente, a medio dia, el m a y o r Q u e zada p a s a b a en dirección a la cárcel por la botica del señor Bustillos, ( d o n d e estábamos) conduciendo a don Aniceto Padilla d e casa del señor Infante, dond e estaba d e visita. E s t e sujeto, desconocido d e nuestros c o n t e m p o r á neos, ha tenido, sin e m b a r g o , una p a r t e i m p o r t a n t e en algunos acontecimientos considerables d e nuestro pais, por lo menos en aquellos era que influyó el señor Infante. E r a natural d e C o c h a b a m b a i mui relacionado coa los jefes d e la revolución arjentina. H a b i a venido a Chile mui en principios de nuestra revolución, i volvió en el tercer decenio del siglo. S e alababa del


— 116 — p r e d o m i n i o que ejercía sobre Infante; i era la v e r d a d , h a s t a el estremo d e que, cuando el señor Infante h a b l a b a en la Cámara, Padilla d e s d e la b a r r a jesticulaba i accionaba, llegando el caso, q u é p r e s e n c i a mos, d e que, cuando don José Miguel no encontraba en sus discursos la palabra precisa, Padilla la decía en voz baja, haciendo reir a los que estaban cerca. S e encontraba en Buenos Aires al tiempo d e la primera invasión inglesa, en 1806. E n la dispersión q u e sufrió el ejército ingles, Padilla ocultó a un j e neral o jefe d e alta graduación de ese ejército. E s t o le valió una pensión vitalicia d e p a r t e del gobierno ingles o d e la familia de. aquel jefe. E s t a circunstancia le hizo e m p r e n d e r un viaje a Inglaterra dos años mas t a r d e . E n t o n c e s se dijo q u e llevaba el e n c a r g o d e ofrecer a Doumouriez, e m i g r a d o en Inglaterra, un m a n d o en el ejército arjentino. E l delito que ocasionó la prisión d e Padilla consistía en que, siendo consejero del señor Infante, debia haber tenido su p a r t e en esa revolución en que s e consideró cómplice a ese caballero. Sin seguirle causa ni t o m a r l e declaración alguna, s e le hizo salir d e Chile, sin que entonces ni d e s p u é s se h a y a sabido con seguridad para d ó n d e , e x a c t a m e n t e como se hizo con el s u e c o d e m a r r a s . . . C o n una diferencia, sin e m b a r g o , en contra del gobierno liberal; i es que, en tiempo del jeneral O ' H i g g i n s , e n que tuvo efecto esa arbitrariedad, año 2 1 , el ejército realista ocupaba una buena p a r t e del territorio c h i leno, i que en ese m i s m o tiempo don José Miguel Carrera se dirijia a Chile con éxito favorable h a s t a entonces, pues su último descalabro no tuvo lugar


— 117 — h a s t a tres m e s e s después d e la publicaciqrt d e El Independiente. T a n notorio era el influjo poderoso d e Padilla sobre don José Miguel Infante, que El Hambriento, periódico d e esa época, publicaba en una letanía, entre otras estrofas, ésta:

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D e un CUÍCO el m a s d e t e s t a d o , Q u e su ruin asociación H a minado la opinión D e un chileno majistrado, Q u e en el pais no ha figurado I todos saben por qué. Libera nos, Domine!

No era el señor Infante, por otra p a r t e , el único d e nuestros h o m b r e s públicos que se inspiraba e a consejos de estranjeros. Podríamos citar otros, p e r o solo lo h a r e m o s con el Doctor Rozas, quien, era cosa sabida, tenia por consejero a un y a n k e e , a quien no conocimos ni d e vista, que se llamaba Mr. Procopio, comerciante mui d a d o a la política. E s t o esplica las ideas mui avanzadas en estas m a terias que d e palabra i por escrito manifestaba el señor R o z a s i que sorprendían a sus c o n t e m p o ráneos. U n a sola vez vimos al señor Rozas, p r o b a b l e m e n t e en vísperas de salir p a r a su destierro a Mendoza, d e d o n d e no volvió. Salia de S a n t o D o m i n g o una m a ñ a n a i se dirijia a casa d e don Manuel Salas. L l e v a b a g r a n d e s zuecos d e palo, media blanca d e a l g o don, calzón corto, capa p a r d a i sombrero d e tres picos, a t r a v e s a d o a lo Napoleón. N o s pareció d e un feo algo subido.


— 118 — X I I . — L a s guerras de piedra de un barrio a otro, d e una calle con la vecina, eran la cosa mas corrient e del m u n d o . Pero el v e r d a d e r o c a m p o d e batalla, o m a s bien, la Italia d e los siglos X V i X V I era la caja del Mapocho, a d o n d e acudian combatientes d e todos los barrios, prefiriendo el espacio comprendido d e s d e d o n d e ahora está el p u e n t e d e la Purísima h a s t a dos o tres cuadras mas abajo del d e Calicanto, es decir, una estension d e una milla d e oriente a poniente. E n tan largo trecho j a m a s faltaban guerreros de uno i otro lado del rio, entre chintberos i santiaguinos. L o s dias festivos, esto no podia faltar, i g r a n p a r t e de la población del sur del rio, por afición o necesidad, acudía a esas batallas, estando allí h a s t a algo entrado el tercer decenio de este siglo el único paseo público de Santiago, el Tajamar. A esta circunstancia se a g r e g a b a la c o m o d i d a d que proporcionaba el malecón, desde cuya altura se veia la batalla sin el menor peligro, mientras los chimberos no vencían a los santiaguinos; cosa rara, p o r q u e las fuerzas de éstos últimos eran siempre superiores como lo era su población. L a s g r a n d e s batallas eran siempre los dias fesíitivos en la tarde, i éste era otro aliciente m a s p a r a los p a s e a n t e s . L a línea divisoria d e a m b o s ejércitos era el rio, del cual se prefería la p a r t e m a s a n g o s t a , t a n t o p a r a alcanzar a herir al enemigo con m e n o s esfuerzo, como p a r a pasarlo, en caso necesario, en su persecución. E s t a última circunstancia era solo favorable a los santiaguinos, que llegando casi siempre h a s t a los ranchos situados en el rio, i encontrándolos a b a n d o nados, saqueaban c o m o v e n c e d o r e s esos r a n c h o s ,


— 119 — e s c a p a n d o solo aquellos cuyos dueños eran mujeres indefensas. E s t o s saqueos no eran p r e c i s a m e n t e por robar, p u e s y a se sabe lo que en un rancho p u e d e tentar la codicia, sino por imitar la guerra en t o d o s sus porm e n o r e s , i m a s que todo, por el instinto d e hacer d a ñ o , inherente a los niños. L o s santiaguinos no corrían este peligro, p o r q u e í a clase d e edificios, al sur del rio, no se prestaba al s a q u e o , i principalmente porque el gran número d e curiosos lo habría impedido. X I I I . — L a s calles del centro también eran t e a t r o d e estos combates. Habia una sobre todo en que a veces se improvisaban estas batallas a cualquier h o r a del dia, i aun de noche. E s t a calle era la d e S a n A n t o n i o , en la cuadra que está entre la d e las M o n jitas i la d e Santo D o m i n g o . E r a preferida por una circunstancia mui favorable: en t o d a ella no habia urt solo habitante. El lado oriente no tenia m a s que ana o dos v e n t a n a s de la casa d e don Antonio Sol, en la calle d e las Monjitas, que ahora p e r t e n e c e a dojí Nicolás Larrain i Aguirre, i en el resto d e la cuadra sucedía otro tanto con la casa d e las señoras G u z m a n . El lado del poniente lo ocupaba en t o d a su estension la pared del convento de las Monjitas. En este barrio vivimos d e s d e 1806 h a s t a 1824, es decir, casi d e s d e que nacimos. Por consiguiente, hicimos t o d a s esas c a m p a ñ a s hasta 1 8 1 8 , en que casi concluyeron por completo e n t r e las dos calles mencionadas. D e esos rudos c o m b a t e s c o n s e r v a m o s la cicatriz d e una herida que recibimos en la que entonces era n u e s t r a frente; pues, como aquel antiguo persa, q u e


— 120 — n o tenia m a s vestido como el d e la S u s a n a d e la E s posición, decia que todo su cuerpo era cara, n o s o t r o s tenemos ahora una cabeza que casi es t o d a frente. Aquellos combates infundían tal t e m o r a los t r a n seúntes d e a m b a s calles, d e Santo D o m i n g o i Monjit a s , que, para pasar a la cuadra siguiente, tenían que esperar el m o m e n t o en que hubiera menos piedras; en el aire, i, aun en ese caso, lo hacían a todo correr, sin que esta precaución los librara siempre d e una pedrada. X I V . — T e n i a esto lugar a una cuadra d e la Plaza Principal, donde habia tres cuerpos d e guardia; era 3a cárcel el mas inmediato; los otros dos en Las Cajas (ahora el Correo), i el último en el palacio p r e sidencial esquina del poniente. La guerra de piedras, según nuestra cuenta, e m p e z ó , o por lo m e n o s t o m ó ese g r a d o d e encarnizamiento, el año d e 1 8 1 3 , aü m i s m o tiempo que principiaba la de la i n d e p e n d e n cia, i desapareció, en g r a n p a r t e , d e las calles del centro d e la ciudad el año d e 1 8 1 7 . E n el rio, continuó aun h a s t a muchos años después. E s t e hecho solo bastaría a probar la ausencia comp l e t a d e policía de seguridad. Si ninguna m e d i d a se t o m a b a para reprimir a niños que en su m a y o r p a r t e a p e n a s tenían 12 años d e edad, ¿qué podría h a c e r s e cuando estos desórdenes eran ocasionados por h o m bres, i sobre todo p o r los mismos soldados d e linea? X V . — E n los últimos meses d e 1 8 1 6 , tenían luga* t r e m e n d a s refriegas entre los batallones T a l a v e r a i Valdivia. E s t e último se componía en su tota lidad d e chilenos del sur d e la república; el otro, co a e s -


— 121 — cepcion d e dos soldados chilenos, era t o d o d e españoles. E s t o s , que eran los pretorianos d e Ossorio í Marcó, j a m a s salían a la calle sin llevar colgada al costado la b a y o n e t a d e su fusil; en tanto que a t o d o el resto del ejército le era prohibido c a r g a r a r m a alguna fuera d e formación, esceptuando la oficialidad que usaba espada. D e esta desigualdad, provino que, cuando estos dos batallones se hicieron enemigos, los valdivianos acudieron a la piedra, que, como chilenos, manejaban con ventaja. Habia en la Chimba a inmediaciones del cerro d e S a n Cristóbal, una especie de chingana d e ño Plaza, d e gran capacidad, a d o n d e los dias d e fiesta acudia el pueblo, atraído por las buenas aceitunas i su indispensable compañera la chicha. Allí se encontraban en esos dias los soldados d e a m b o s batallones, que, al retirarse, a r m a b a n la r e friega. E l pueblo, como era natural, se unía al b a t a llón Valdivia, compuesto, como h e m o s dicho, d e chilenos. El éxito no era dudoso; la piedra triunfaba d e la b a y o n e t a , i los talaveras eran perseguidos d e s d e aquel barrio a p a r t a d o hasta inmediaciones d e su cuartel, situado en la calle d e la Catedral en el p a t i a del antiguo Instituto. E s t e escándalo en el ejército realista lo vimos r e novarse dos o tres años después en dos batallones, el 7. i el 8.° del ejército arjentino. A m b o s habian sido formados en su m a y o r p a r t e en Buenos A i r e s , i el resto en San Juan i Mendoza. E n su totalidad se componían d e negros africanos o criollos d e esas provincias. 0

X V I . — S i e m p r e i en t o d a s p a r t e s , a las t r o p a s que se mantienen largo t i e m p o en guarnición, sobre


— 122 — todo en las capitales, d o n d e naturalmente son m a s atendidas, se las mira con odio i desprecio por las q u e , al mismo tiempo, sufren las fatigas i riesgos d e la guerra. S e ha observado a m a s , que esas t r o p a s , en tal condición, al cabo de algún tiempo, principian por p e r d e r el valor i concluyen por ser infieles a sus p r o t e c t o r e s . L a historia abunda en pruebas d e lo que decimos. D u r a n t e los dos años seis meses que p e r m a n e c i ó en Chile e! ejército arjentino, el batallón núm. 8, solo s e alejó de Santiago el corto tiempo que pasó en el c a m p a m e n t o d e las Tablas, antes de dirijirse al sur, según nuestros recuerdos, no pasó d e tres m e s e s , cumplidos cuando fué a la batalla de Maipo. E n seguida volvió a la capital, d o n d e p e r m a n e c i ó hasta el año de 1820, en que se reunió con el ejército espedicionario que m a r c h ó al Perú el 20 d e Agosto. El batallón núm. 7, que, después de Chacabuco, habia hecho una larga i penosa c a m p a ñ a en el sur; que habia visto diezmadas sus filas en el asalto d e Talcahuano, i que, a m a y o r abundamiento, habia sido rechazado con el núm. 8 por el solo batallón Burgos, hasta volver caras en Maipo, (de cuyo descalabro culpaba al núm. 8) dio principio a sus p r o vocaciones, llamando a sus compañeros, con su pronunciación africana: ¡poyelulo! (pollerudos), comparándolos con las mujeres. E n estas refriegas, volvió a tomar p a r t e el pueblo, dejándose dirijir por ambos combatientes, en sentido contrario. Tales proporciones llegaron a t o m a r estos combates, que tenían lugar s i e m p r e en el Basural, ahora Plaza d e A b a s t o s , que fué preciso, los dias d e fiesta sobre todo, mantener sobre las a r m a s al b a t a -


— 123 — Uon núm. 2 d e guardias nacionales, cuyo cuartel estaba allí mismo, p a r a dispersar a ios combatientes. Aquellos dos batallones, de los que se formó m a s t a r d e en el Perú el rejimiento del Rio d e la Plata, enemigos en Chile, se unieron, cuatro o cinco años mas t a r d e p a r a cometer la insigne traición d e entregar las fortalezas del Callao, que les estaban confiad a s , a los jefes realistas i ponerse bajo sus ó r d e n e s . Nos complacemos en declarar que en este acto vil no tuvo p a r t e ningún oficial, habiendo sido todos ellos encerrados con tiempo por los amotinados, dirijidos por el sarjento Moyano, tambor m a y o r del batallón núm. 8, cuya fisonomía, que aun r e c o r d a m o s , «staba m a r c a d a con el sello d e J u d a s , por medio de un h o rroroso chirlo que le atravesaba todo un lado d e la cara. U n a sola voz protestó d e este crimen, i esta fué ¡a del africano Falucho, soldado de cazadores del mismo cuerpo, a quien siempre h a b í a m o s visto j u g a n d o a las chapitas con los niños de S a n t i a g o . Con su estatura d e poco m a s de cuatro pies, su g o r r a sujeta m a s bien d e la oreja izquierda que d e la cabeza, se atrevió a desafiar a sus c a m a r a d a s d e Chacabuco i Maipo, llamándolos repetidas veces traidores, i concluyendo por hacer astillas su fusil contra una piedra. L o s traidores lo fusilaron! El jeneral Mitre hace argentino a Falucho, fundado en llamarse A n t o n i o Ruiz, que, sin duda era el a p e llido d e sus amos. Falucho era negro muía. El ejemplo d e estas traiciones imitadas por los negros, habia sido iniciado antes por los blancos, jefes algunos d e ellos. E n t r e éstos, h u b o algunos que h a bían cambiado d e bandera cuatro v e c e s . Así se iniciaba la independencia del Perú.


— 124 — X V I I . — N a d a diremos d e cómo era t r a t a d a la p r o p i e d a d en esos tiempos. P a r e c e que se profesaba el principio, no mui nuevo, d e que el e n e m i g o debia costear los gastos d e guerra que se le hacia, i ya p u e d e calcularse a qué punto se p u e d e llegar con tal sistema. S e habia inventado un nuevo delito, enterrar su dinero o sus alhajas; como era natural, este delito se hizo endémico, i el gobierno era asediado por ¡ n u m e r a b l e s denuncios d e este j e n e r o . E s t o s entierros eran j e n e r a l m e n t e efectuados e a casa ajena, a veces en despoblado, i no era raro q a e el dueño del entierro fuera a parar a la cárcel, d e s pués d e p e r d e r l o . . . E n 1 8 1 8 , antes d e la batalla d e Maipo, t o m ó esta precaución, g r a n d e s proporciones e n t r e los e s p a ñ o les pudientes. T e n í a m o s a la sazón poco mas d e quince años i y a c a r g á b a m o s nuestro fusil en el batallón n ú m . 2 de guardias nacionales. U n dia que e s t á b a m o s d e guardia en Las Cajas, vimos a un oficial, y a entrado en años, en g r a n d e s trajines con inos talegos d e dinero. T e n í a m o s amistad con él, i le p r e g u n t a m o s qué era aquello. Nos contestó con rabia: «plata del godo Alzérreca que hemos desenterrado en un rancho del rio.» A l g u n o s años m a s t a r d e , recordándole aquel suceso, nos decia aun d e mal hurnor: « E s e viejo V a l d e r r a m a , con sus escrúpulos d e beata, con quien m e comisionó el gobierno p a r a hacer desenterrar la plata, tuvo la culpa d e que no nos q u e d a r a n mil pesos a c a d a uno, como se lo propuse, d e los ocho mil del entierro, que estaba en pesos fuertes. Y o a p e n a s agarré cien pesos, e c h á n d o m e veinticinco en cada bolsillo del chaleco i los calzones.»


— 125 — E n t o n c e s también se descubrió en cierta oficina tira m e d i o d e hacer p a g a r una contribución a los q u e temían que recibir dinero del gobierno. E s t e m e d i o consistía en haber r o d e a d o d e una alforza cosida en el interior, por la orilla d e abajo, esa especie d e bolsa (antes de jénero, hoi d e metal) en que cae el dinero para pasar a la que lo recibe. D e este m o d o una p a r t e d e ese dinero, en lugar d e caer a ía bolsa d e ! acreedor q u e d a b a en la m e n c i o n a d a alforza, p a s a n d o en seguida al bolsillo d e los autores del invento. X V I I I . — E n esos t i e m p o s , n o t a b l e m e n t e entre los años d e 1 8 1 7 i 1820, en que la guerra debia ser la atención preferente del gobierno, no era posible ejercer una vijilancia p e r m a n e n t e i eficaz en materia d e secuestros, contribuciones forzosas i estraordinarias. D e m a n e r a , pues, que la mala fé i la falta d e honradez, podían contar con la m a s completa i m p u n i d a d . U n hecho mui conocido entonces confirma lo q u e decimos. D e la casa del español Chopitea, situada en la calle d e la Catedral, a dos cuadras i media d e Las Cajas, i o c u p a d a hoi por el señor don F e r n a n d o E r r á zuriz, salieron un dia dieziocho carretas cargadas d e efectos secuestrados, con dirección a Las Cajas. L l e g a r o n a su destino dos; las diez i seis restantes se estraviaron... D e s p u é s oimos decir que h a b i e n d o solicitado el m i s m o C h o p i t e a p a s a p o r t e p a r a el Perú, se le concedió, p e r o en cambio d e la susodicha casa. Ciertos g r a n d e s p o t e n t a d o s adquirieron notable celebridad por los secuestros con que corrieron.... E l penitente era un personaje, casi diríamos un


— 126 — mito, que infundía pavor a los habitantes d e la capital. L a calle en que se anunciaba un p e n i t e n t e solo era transitada por las personas d e coraje, pues, en ciertos casos, para la j e n t e ilustrada, no era otra cosa el penitente que un ladrón disfrazado. Su arma visible era la disciplina, d e que se servia p a r a azotarse las espaldas. Nosotros no vimos j a m a s nigun penitente d e noche, i eremos que en esto habia m u c h o d e cuentos d e j e n t e asustadiza. L a única vez que vimos uno fué d e dia, en unas Tres Horas mui solemnes que se celebraron en la iglesia d e la E s t a m p a en 1820, i que fueron p r e d i c a d a s por el señor Arzobispo don Manuel Vicuña, presbítero e n tonces. E s t e penitente, como todos, llevaba calzoncillos blancos, mui anchos i hasta los talones, camisa mui larga, corona d e espinas, pero solo puesta en la cabeza sin causarle herida alguna, i una disciplina d e cordeles, d e que no se sirvió, a lo m e n o s d u r a n t e las Tres Horas. C a r g a b a t a m b i é n una g r a n cruz d e m a dera. El penitente no llamó la atención. T o d a ella estaba fija en el insigne misionero que, por su voz simpática i robusta i, mas q u e todo, por aquellos ojos en que estaba pintada la humildad i r e s p e t o a sus oyentes, se atraía la admiración cariñosa d e todo su auditorio. L o s que solo h a y a n conocido al s a n t o obispo, y a e n t r a d o en años, por el retrato que corre, se formarán una idea r e m o t a d e su fisonomía en su m o c e d a d , X I X . — E l duende era otro personaje d e distinta especie que, según algunos escritores c o n t e m p o r á -


— 127 — neos, especialmente Górres, no es tan inverosímil como se cree j e n e r a l m e n t e . El último d e que n o s o t r o s oimos hablar, se m a n i festó entre los años de 181 1 i 1 8 1 2 . A n t e s de construirse en la antigua A l a m e d a la Cancha de Gallos i los edificios m a s al poniente, q u e principian con la casa i jardín que fueron del señor don D i e g o B e n a v e n t e , habia un gran espacio en aquella situación, d o n d e hacían ejercicio las t r o p a s . Allí vimos p o r primera vez al jeneral Blanco, recien llegado a Chile e incorporado a nuestro ejército, año d e 1 8 1 4 , con el g r a d o d e sarjento m a y o r de artillería. S e ocupaba esa vez en hacer ejercicio d e fuego con un mortero, cuyas b o m b a s caían a cierta distancia d e ese mismo lugar: Allí también concurría la j e n t e con un objeto mui diferente. S e d a b a n misiones. En ese lugar las d i o el célebre p a d r e Silva, d e s pués del t e r r e m o t o d e 1 8 2 2 . X X . — L a calle d e las Monjitas concluye por el oriente en la que atraviesa el cerro d e S a n t a Lucía en dirección al rio, que ahora se llama d e T r e s Montes. Al principiar la cuadra q u e sigue al oriente i p a sando la casa de la esquina, se encuentra en seguida la número 34. E n esta casa apareció el último duende, que tanto alboroto causó en S a n t i a g o en la época que h e m o s dicho. Vivia en ella el «guarda m a y o r » d e las tiendas, don Francisco González, español d e s t e r r a d o en 1 8 1 8 a Mendoza, d o n d e m u r i ó . Hizo tal ruido aquel d u e n d e , que por espacio a lo m e n o s d e veinte dias, d e s d e que e m p e z a b a a oscurecer principiaban a reunirse los curiosos en t a n t a


n ú m e r o , que apenas podía contenerlo el inmenso e s pacio que ahora ocupan los edificios antes mencionados. L a operación esencial d e los duendes era arrojar p i e d r a s , no tanto a las personas, cuanto a las puertas, ventanas i muebles d e las casas que se p r o p o nían atacar, buscando s i e m p r e el m o d o d e hacer rutdff. L a casa mencionada, d e resultas d e esto, se cerraba d e s d e antes d e anochecer; lo que daba al asunto cieto grado d e certidumbre. L a s p e d r a d a s en el interior d e la casa eran incesantes. El d u e n d e se proveía d e piedras sacándolas principalmente del tercer patio d e la misma casa. A las inmediaciones habia un b o d e g o n e r o , ño Chena, que d e cuando en cuando se acerca a la puerta d e calle con un cigarro e n c e n d i d o , diciendo a los que allí estaban: «voi a poner el cigarro en el agujero d e la llave: si hai d u e n d e , d e b e soplar,» efectivamente, cada vez que hacia e s ta p r u e b a se veia chispear el cigarro i nadie d u d a b a d e ¡o concluyente del silojismo d e ño Chena. L o s dueños d e casa, a quienes este hecho llegaba desfigurado, no le daban ningún crédito i creían q u e era travesura del b o d e g o n e r o . E s t a b a n en vísperas d e desalojar la casa, a pesar de no encontrar quien quisiera arrendarla, cuando sucedió que una a m a d e leche dirijiéndose una noche al s e g u n d o patio, v i o que otra criada, d e quien y a sospechaba, que iba d e lante d e ella i que se creia sola, tiró una p e d r a d a ai farol q u e alumbraba el pasadizo. E s t o lo descubrió todo, i el d u e n d e n o era nadie m a s que una criada, a y u d a d a d e otra, como subalterna. E l d u e n d e , a quien vimos y a viejo una sola vez


— 129 — hace m u c h o s años, murió poco h á en casa del señor don Santiago Portales, convertido en una e x c e l e n t e criada, apreciada por este caballero como lo merecía por sus buenos servicios. Si el señor Portales no lee este libro, es seguro q u e seguirá ignorando que la criada a quien t a n t o p r o t e jió, es el d u e n d e que h a c e sesenta años hizo t a n t o ruido. X X I . — A n t e s d e 1830, la policía d e seguridad d e S a n t i a g o estaba reducida al escaso número d e s e r e nos que, como su n o m b r e ¡o indica, solo p r e s t a b a n sus servicios d e s d e que oscurecía hasta las primeras tuces de la m a ñ a n a . L o s ladrones, a quienes la vijilancia d e los serenos impedia ejercer su industria r'e noche, se g u a r d a b a n para esa hora, en que las calle q u e d a b a n poco m e n o s que solas, no habiendo entonces para qué m a d r u g a r , d e s d e que los que se ocupaban en construcciones d e casas i otras obras análogas eran en mui corto núm e r o , por los pocos trabajos d e esta especie. L a escasa dotación i recurso del cuerpo d e serenos, en esa época, la c o m p r e n d e r á n nuestros lectores, cuando s e p a n que su punto d e reunión i cuartel, era un cuarto redondo situado en el lugar que ahora ocupa la casa del señor don Manuel Montt, a i n m e diaciones del t e m p l o d e la Merced. E n este cuarto, i mas tarde en un p e q u e ñ o corral del a n t i g u o T e a t r o d e la Universidad, tenia su d e s pacho el c o m a n d a n t e d e serenos; en él se g u a r d a b a n las a r m a s , sables, la m a y o r p a r t e rotos, i q u e d a b a n detenidos los delincuentes h a s t a el siguiente dia, en que eran remitidos al juzgado respectivo. L o s jefes 9


— 130 — d e este cuerpo eran en ese t i e m p o los señores T o ledo, i Grez m a s t a r d e . X X I I . — E l servicio, pues, no podia estar en peores condiciones ni en mejores los salteos, robos i asesinatos. E l pórtico d e la cárcel era el lugar preferido p a r a depositar los cadáveres de los que morían v i o l e n t a m e n t e , si alguien no se comedia a recojerlos. L o s lunes sobre todo, eran los dias en que en aquel sitio aparecían los muertos en m a y o r número. R e c o r d a m o s h a b e r visto varias veces hasta tres juntos. A l apreciable joven, amigo nuestro, don N . F e r nandez P., asesinado, según se dijo, en la plazuela d e la Merced, se le atravesó en un caballo i, después d e cruzar t o d a la ciudad, se le b o t ó en la Pampilla. D e allí, se le trajo al dia siguiente al pórtico d e la cárcel, sin faltarle una sola p r e n d a de su lujoso traje, i sin que a su mas que presunto asesino se le molest a r a en lo menor. El crimen habia tenido lugar a n t e s d e m e d i a noche. l

U n hecho que h e m o s m e n c i o n a d o en otra ocasión por la prensa, d a r á una idea cabal del estado d e nuestra policía de seguridad en ese tiempo. E n plena cámara, en 1828, el canónigo arjentino don Julián N a v a r r o , d i p u t a d o por un pueblo del norte, decia estas p a l a b r a s , que oimos i que h a n q u e d a d o fijas en nuestra memoria: Este año ha habido ochocientos asesinatos en Santiago. N a d i e d e s p l e g ó sus labios, no diremos p a r a desmentir este h e c h o increible, pero ni siquiera p a r a atenuarlo; i es d e advertir que esta aseveración se hacia en p r e s e n cia d e g r a n n ú m e r o de jueces d e los tribunales de la capital, que eran diputados a ese Congreso.


— 131 — X X I I I . — E s t a m i s m a cámara si no nos equivocamos, fué la que luego se trasladó a Valparaiso a discutir o mas bien a firmar la Constitución d e 1828, obra esclusiva d e don José Joaquín d e Mora. E s t a Constitución, tan querida por h o m b r e s d e cuya sinceridad i honradez nadie duda, ha servido d e t e m a a ciertos liberales falsificados p a r a dirijiríe e n d e c h a s , cuyo objeto a cien leguas se conoce... Dicen que T á c i t o encomiaba las virtudes d e los j e r m a n o s p a r a echar en cara su corrupción a los r o m a n o s . A l g u n o s d e nuestros Tácitos, al hablar d e constituciones i gobiernos anteriores, con tanto elojio, descubren intenciones idénticas, a las del projenitor d e Maquiavelo; pero les falta lo que no p u e d e falsificarse, el talento del gran historiador. X X I V . — L a policía diurna de Santiago no fué conocida hasta m e d i a d o s de 1830, en q u e la estableció don D i e g o Portales, siendo Ministro del Interior. Sus e n e m i g o s dieron a esta nueva institución un sentido siniestro, diciendo que el cuerpo d e vijila?i~ tes no era otra cosa que un vasto espionaje que debia tener al gobierno a toda hora al corriente d e ios pasos i movimientos de la oposición. Sin e m b a r g o , el servicio de esta policía era reclam a d o por los continuos desórdenes que se cometían en la calle pública. Podía decirse que mas seguridad habia d e n o c h e , con el ausilio del diminuto número d e serenos, q u e d e dia, en que no se contaba con ningún recurso contra pendencieros i ladrones. X X V . — El jeneral Pinto que, por renuncia ¿el jeneral Freiré, fué Presidente d e la República, habia hecho concebir las m a s altas esperanzas; no realizó


— 132 — nada, absolutamente nada, d e lo q u e d e su talento se e s p e r a b a . E n cambio, el patíbulo funcionó por motivos políticos como en ningún otro gobierno, anterior o posterior, aun sin t o m a r en cuenta una g r a n hornada, única en Chile, i no s a b e m o s si en A m é r i ca. Nos referimos al fusilamiento d e treinta p e r s o n a s en unas cuantas h o r a s , en S a n Carlos d e Chiloé, ahora A n c u d , 1 8 2 7 . E s t e hecho horrible tenia lugar d e s p u é s d e concluida la guerra d e la independencia, cuyo último acto, a que concurrimos, tuvo lugar en las alturas d e Bellavista, a inmediaciones de ese pueblo, el 14 d e Enero de 1 8 2 6 . M a n d a b a el ejército el S u p r e m o Director Freiré. El i el sarjento m a y o r Maruri, p r e s e n t e en esa batalla con un m a n d o i m p o r t a n t e , eran los únicos que disparaban ios últimos tiros en ese dia, como habian tirado los primeros en 1 8 1 3 , el uno d e alféres, eS otro d e soldado. Aquella escena funesta, tenia, pues, lugar cuando y a el rei d e E s p a ñ a no contaba con un solo soldado en Chile ni en A m é r i c a . H a c e m o s esta observación p o r q u e el motivo de esta carnicería, según se dijo, era una revolución 3 favor d e aquel g o b i e r n o . Si no hubiera t a n t a s a n g r e de por medio, este hecho provocaria la risa por la pobreza d e los m e dios i por su objeto v e r d a d e r a m e n t e ridículo. A l g u nos coscorrones habrían sido el único castigo q u e mereciera semejante disparate. El digno jefe do esa provincia, sin e m b a r g o , atrib u y ó a este suceso, al que no s a b e m o s qué n o m b r e dar, una importancia que no podia tener; i la ejecución d e esos infelices tuvo lugar con p o r m e n o r e s horribles i fué verificada con g r a n precipitación.


Como es mui difícil dejar definitivamente m u e r t a s en el mismo instante a treinta p e r s o n a s , algunos t r a t a r o n d e huir del lugar del suplicio, después d e la primera descarga; pero fueron seguidos por la t r o p a q u e los rodeaba. U n o de ellos se metió en un horno inmediato, i allí fué ultimado a punta de b a y o n e t a . E n ese pueblo se conserva fresca la memoria de esta escena horrible, como sucedía ayer. X X V I . — N o s o t r o s , que muchos años m a s t a r d e e s tuvimos allí por segunda vez, somos testigos d e esta v e r d a d . E n t o n c e s lo oimos repetir, e n t r e otros, por un veterano de la independencia que habia concurrid o al acto como militar de la guarnición. N o h a c e t r e s meses, d á b a m o s al señor don Eusebio Lillo, que o y ó esa relación", memorias de aquel valiente soldad o de Maipo, que se las enviaba d e un pueblo del sur, d o n d e reside. A esto podríamos a g r e g a r , una conversación que tuvimos poco antes con un jefe d e artillería, que está ahora en Santiago, i que nos hablaba d e aquel desgraciado suceso como mus conocido por él en Chiloé. Aun podríamos añadir una conversación tenida con un ilustrado i apreciable caballero, que h a c e poco ha visitado aquel pueblo; i a quien h e m o s oído datos que i g n o r á b a m o s . L o m a s estraño p a r a nosotros, no es el hecho (que lo es b a s t a n t e ) sino el silencio d e nuestros historiad o r e s , sobre todo d e aquellos que han estado en el caso imprescindible d e considerarlo. ¿Han creido estos señores que con lo que a h o r a se llama «la conspiración del silencio,» descargarían d e su inmensa responsabilidad al principal actor d e aquel d r a m a sangriento?


— 134 — L a s quejas, justas o nó, d e parientes i amigos, d e treinta ajusticiados, se a h o g a n a caso con solo tap a r s e los oidos para no escucharlas? E n g a ñ o nos parece; i mientras mas tiempo pase, se hará m a s difícil su defensa por la dificultad que h a b r á mas t a r d e de proporcionarse los medios de hacerla. Creemos, por otra p a r t e , que estas ejecuciones debieron ser precedidas d e un proceso en regla. L a publicación de este proceso, que s u p o n e m o s mui sumario, pondria a la vista la realidad d e t o d o lo sucedido. Solo la justicia nos obliga a espresar este deseo; i nos h a c e m o s un deber de confesar que nace en p a r t e del aprecio i gratitud que t e n e m o s a la p e r s o n a comprometida. Cuando, en esa última espedicion a Chiloé, q u e hicimos con aquel señor, e m b a r c a d o s en la Golondrina, al t o m a r el bote que debia llevarlo a tierra p a r a e m p r e n d e r , como jefe d e v a n g u a r d i a , los primeros movimientos contra Quintanilla, nos e n c o n t r ó y a en el mismo bote. Cansado de aconsejarnos que volviéramos a bordo, nos dijo, con interés m a r c a d o d e cariño: «¿Isi lo hieren a usted?» Cedió por fin, i d e s e m b a r c a m o s juntos. Cuando m a s t a r d e fué Ministro d e la Guerra, d e 1841 a 1 8 4 7 , e n c a r g ó d e componer los nuevos toque de guerrilla, de que se sirve d e s d e entonces nuestro ejército; hicimos este trabajo, que nos r e c o m p e s ó con jenerosidad. Por esto se convencerán nuestros lectores que, ai escribir las anteriores líneas, no t e n e m o s otro móvil que el d e que se conozca este triste episodio d e nuestra historia tal cual es. Chiloé nos trae a la memoria un episodio d e la b a n

o

s


— 135 — talla de Bellavista, que presenciamos i que no h e m o s olvidado por su rareza. A l abandonar el ejército realista una d e sus prim e r a s posiciones, era seguido por nuestra infantería, haciéndose nutrido fuego por a m b a s p a r t e s . El primer herido d e los nuestros con que nos encontramos fué un soldado mui j o v e n , a quien una bala d e cañón habia llevado una pierna como a distancia d e dos a tres metros. Al acercarnos a él notamos sus continuos movimientos para buscar aunque inútilment e piedras con qué tirar a un p e r r o que lamia la s a n gre de la pierna, repitiendo furiosamente: Ah perro: Ah perro! Al vernos pasar nos dijo, en tono de súplica: « S e ñor, e s p a n t e ese perro que m e come la pierna.» L e p r e s t a m o s este servicio, no sin estrañar su pretensión, que después nos ha parecido mui natural, a pesar d e su estravagancia. X X V I I . — C u a n d o en 1863 tuvo lugar el último incendio de la C o m p a ñ í a , se encontraba don D o m i n g o Faustino S a r m i e n t o , en San Juan, su pueblo natal, en comisión del gobierno arjentino. D e s d e aquel pueblo escribió en un periódico que él habia fundado antes, El Zonda, un artículo, nó para dirijirnos palabras d e consuelo en nuestra inmensa desgracia, sino p a r a echarnos en cara que con nuestra propensión a las prácticas piadosas en vez de moralizar al pueblo, lo único que conseguíamos era que el pueblo d e Chile fuera decidido partidario del r o b o . A l e g a b a c o m o p r u e b a d e este aserto, la costumbre que habia en S a n t i a g o d e asegurar* con cadenas d e hierro los candeleros d e los altares. No n e g a m o s que habia esta costumbre, que había-


— 136 — m o s visto, hacia muchos años, en las iglesias d e Buenos A i r e s . P r o b a r e m o s al señor Sarmiento que este m e d i o d e seguridad, que en gran p a r t e ha d e s a p a r e cido entre nosotros, no estaba en uso solo para los ladrones chilenos, sino también para otros del oficio q u e no habian nacido en Chile. E l año d e 1830 llegó a Santiago un paisano, i probablemente, amigo del señor Sarmiento. Venia a recibirse d e a b o g a d o i fué admitido a la práctica en eí estudio del d e mas crédito en esa época. L l e g ó el tiempo de recibirse, i solo le faltaba a p r o n t a r el dinero necesario p a r a cubrir los gastos de costumbre. U n a pequeña digresión. E n El Mercurio Peruano, periódico de un g r a n crédito, que se publicaba en L i m a d e s d e fines del siglo p a s a d o , h e m o s leido, hace muchos años que p a r a g r a d u a r s e d e doctor en esos tiempos era necesario dar un capelo a cada doctor, una gran comida, una corrida de toros, etc. suma total: diez mil pesosV o l v a m o s a la historia del paisano del señor Salim i e n t o . E n c o n t r á n d o s e , pues, nuestro h o m b r e en la imposibilidad d e salir d e su apuro, ocurrió a un m e dio.fácil en su ejecución, pero peligroso en sus resultados. 1(

X X V I I I . — N u e s t r o s lectores saben que en S e t i e m b r e d e todos los años se celebra en la iglesia d e la Merced una solemne n o v e n a en honor d e la Vírjen, en la que la iglesia se adorna con g r a n esmero. El a b o g a d o en ciernes tuvo la feliz ocurrencia d e asistir una noche a esa novena. A l siguiente dia, mui d e m a ñ a n a , al pasar frente al altar m a y o r , el lego que debia abrir las p u e r t a s d e


— 137 — la iglesia, notó al arrodillarse, que faltaban los caodeleros de plata, cuyas luces habia a p a g a d o él mismo en la noche anterior. Su primera dilijencia fué dirijirse a toda prisa a las puertas de la iglesia, para a s e gurarse d e si no habian sido abiertas en la noche. U n a vez convencido de que estaban cerradas, volvió al convento para hacerse acompañar de otras p e r s o nas i rejistrar la iglesia. A p e n a s habia e m p e z a d o esta s e g u n d a escursion, divisó un bulto en un confesonario. S e acercó i d e s cubrió a nuestro jurisconsulto, pero no solo, sino a c o m p a ñ a d o d e otro bulto, abrigado por su capa azul con vueltas lacres, que contenia los candeleros, d e s a r m a d o s i perfectamente a c o m o d a d o s en un a t a d o , que debia tomar, al abrirse la iglesia, la dirección del estudio del Cicerón trasandino. El c o m e n d a d o r , con la m a y o r r e s e r v a i con todas las precauciones necesarias, p a r a no llamar la a t e n ción pública, lo remitió a la policia. Y a verá, pues, el señor S a r m i e n t o que, como h e m o s dicho, las cadenas no se usaban solo para los ladrones chilenos. X X I X . — L o s que nos lean desearán que, según la regla, que creemos d e A r i s t ó t e l e s , les d e m o s cuent a del fin del héroe. Lo h a c e m o s con t a n t o m a s gusta, cuanto que es imposible que ellos lo a d i v i n e n . — F u é condenado, (i cumplió su condena) por los tribunales de justicia a ser—preceptor de instrucción primaria en Copiapó!... X X X . — N o s a b e m o s si el señor Sarmiento, que diez años m a s t a r d e dirijió en Chile la Escuela Norm a l d e P r e c e p t o r e s , habria admitido en ella como alumno a su paisano, el d e los candeleros.


— 138 —

Manuel

Robles

I.—Cuarenta i cuatro años h a c e que la canción nacional de Robles dejó d e cantarse, aun viviendo su autor, que, al recibir el desaire d e que se r e l e g a r a su música al olvido, no manifestó resentimiento alguno p o r este acto de ingratitud. L a habia escrito sin ninguna pretensión i solo por repetidas instancias a que no pudo resistir. N o s c o m placemos en haber contribuido, no a que se la p r e fiera a la d e Carnicer, cosa difícil, sino a que q u e d e el recuerdo d e esas notas que vibraron en los oidos de aquella jeneracion en los újtimos años d e la g u e rra de la independencia. L a conservábamos únicamente en nuestra m e m o ria, i cuando hace cuatro años tuvimos la idea d e trasladarla al papel, a p e s a r de la seguridad d e q u e nada habíamos olvidado, nosdirijimos a nuestro amigo don B e r n a r d o Alcedo, residente en L i m a , que habiéndola enseñado en el Perú al batallón número 4 de Chile, estábamos seguros no la habria olvidado, por haberla oido repetir en las c a m p a ñ a s de aquel pais, a que concurrió nuestro ejército, d e que él formaba parte. Contábamos a d e m a s con la buena voluntad de A l cedo, a quien muchas v e c e s h a b í a m o s oído lamentar el olvido d e nuestro v e r d a d e r o himno nacional. Efect i v a m e n t e , nos lo remitió i tuvimos el gusto de ver que el s u y o i el nuestro eran iguales. L o h e m o s dicho antes: como música, la d e Carnicer es mui superior; p e r o tal cual es, j a m a s , p o d r á cantarla el pueblo. L o contrario s u c e d e con la d e R o b l e s . A las pocas veces d e oirse y a se sabe d e


— 139 — memoria; pero lo esenciales, no que sea bonita, sino los recuerdos que trae a nuestra m e m o r i a . No nos sería difícil probar que m a s d e uno d e esos cantos populares, por lo que algunos pueblos tienen una especie d e culto, soiv inferiores a la música d e Robles. E l señor don Miguel Luis A m u n á t e g u i ha h e c h o una especie d e biografía d e Carnicer. Nosotros h a remos algo por dar algunos datos sobre nuestro compatriota i amigo Robles. II.—Manuel Robles, según nuestros cálculos, debió nacer el año de 1790. Su padre era músico i m a e s t r o d e baile. H a s t a algo entrado este siglo habia un paseo anual a San Francisco del Monte, p e q u e ñ o pueblo situado en el camino d e Melipilla, a doce leguas d e Santiago. A este pueblo acudía gran p a r t e d e la j e n t e a c o m o d a d a de la capital a principios d e Octubre, en q u e s e celebraba la fiesta de San Francisco, en un c o n v e n tillo de la o r d e n que allí había. El año d e 1 8 1 9 fuimos invitados a ese paseo por una respetable familia.—No lo estrañen nuestros lectores: entonces e m p e z á b a m o s a a p r e n d e r el clarinete, i era seguro se nos convidaba por este aliciente L a s corridas de toros, y a en decadencia, aun se conservan en las fiestas d e c a m p o . E n la plaza d o n d e estaba el convento franciscano, se habia formado una especie d e circo con sus respectivos palcos i d e m a s accesorios. U n a t a r d e d e función habían salido dos o tres toros que divirtieron a los e s p e c t a d o r e s m e d i a n t e algunos toreros, m e n o s que mediocres; pues ño Montano, el Milon d e la época, no habia acudido,


— 140 — 0 por haber e n g r o s a d o e x c e s i v a m e n t e o, lo que es m a s seguro, por no considerar aquel p o b r e corral digno de su mérito. Salió un cuarto toro, d e un aspecto tal que impuso terror al público, incluso los toreros, que al verlo s e replegaron casi corriendo a distancia respetuosa del toril. C o m o d e costumbre se le habia hecho rabiar antes d e soltarlo. H u b o un rato d e silencio, que fué en. seguida interrumpido con gritos i palabras; m a y o r e s dirijidas a los toreros p o r su cobardía. Ent r e esas voces salió una d e un palco vecino al nuest r o : «¡que lo toree Manuel Robles, Manuel Roblesl* C o m o d e costumbre, el pueblo repitió este n o m b r e , a gritos i sin saber, como d e costumbre también, quién era R o b l e s . Redoblaron los gritos a c o m p a ñ a d o s d e palmoteos 1 esto nos hizo fijarnos en un individuo que se descolgaba d e un palco. S e dirijió a uno d e ¡os toreros p a r a pedirle su poncho, i en seguida vino al palco d e d o n d e habia salido el primer grito. Hizo una cortesía, i después fué a encontrar al temible toro; ¡e saco cuatro, ocho, doce i quién sabe cuantos lances, h a s t a q u e el toro, cansado o aburrido, le dio vuelta, no la espalda, sino otra cosa, i se dirijió a los otros toreros que, a v e r g o n z a d o , se disponían a imitar a Robles, con g r a n d e s pifias del público, que no cesaba d e aplaudir furiosamente al fottre. E s t e volvió al antedicho palco, repleto d e j e n t e , I al hacer la cortesía d e rigor, c a y ó sobre él una lluvia d e flores i m u c h o dinero. G u a r d ó las flores i e n t r e g ó el dinero al que le habia p r e s t a d o el p o n c h o , t o d o esto en medio d e un ruido atronador. Robles manifestaba como treinta años d e e d a d . D e altura m a s que común, d e formas perfectas i d e cara


— 141 — hermosa i simpática. T o d o esto a c o m p a ñ a d o d e un traje que llamaba la atención; p u e s era todo d e s e d a , ¡inclusos los calzones d e punto, mui d e m o d a e n t o n ces e n t r e l a j e n t e d e tono. E s t a fué la primera vez que vimos a Robles, pues antes solo le conocíamos por fama d e su violin, eí mejor d e ese t i e m p o . T o c a b a mui bien la guitarra i con su mala voz c a n t a b a con una gracia inimitable. Bailaba como nadie, i esto hacia que fuera mui solicitado como m a e s t r o d e baile. En el juego d e pelota no tenia rival, i e n cuanto a comisiones, para el manejo d e estrellas i volantines, era reconocido como el único sucesor d e Pascual intento, a quien solo conocimos por su fama. E r a lo que se llamaba un h o m b r e remoledor, i no había diversión para que no fuera buscado. L a s horas a v a n z a d a s de la noche en que d e ordinario se r e c o jia, le proporcionaron algunas discusiones, no siemp r e de palabras, con San Bruno i su policía, en q u e d e ordinario salia triunfante, sin sacar j a m a s un r a s guño. Por lo d e m á s , manso como un cordero. I I I . — E n Marzo d e 1824, se le ocurrió a un a m i g o nuestro, don Mariano Palacios, invitarnos p a r a hacer un viaje a Buenos A i r e s . E s t o tenia lugar a las tres d e la t a r d e i la m a r c h a debía e m p r e n d e r s e a las diez d e la noche. A c e p t a mos sin vacilar, apesar d e algunos pequeños inconvenientes. E s e dia habíamos a m a n e c i d o con o c h o pesos en el bolsillo; pero cuando n o s hablaba el amig o Palacios nos los acababan d e g a n a r al billar. E s t o no nos dio g r a n cuidado, p o r q u e nos habia a d v e r t i do que contaba p a r a el viaje con veinticuatro onzas... E l gran apuro consistía en que no teníamos ni c a -


— 142 bailo ni montura. Nuestros elementos como artistas (no se usaba esta palabra) consistía en un p o b r e clarinete que d e s a r m a m o s i echamos al bosillo para buscar a quien cambiarlo por un caballo. No record a m o s por qué motivo nos dirijimos a don R a m ó n Nieto, cuñado del doctor Lafinur, oficial del ejército i amigo de la niñez. A p e n a s le propusimos el cambio, lo aceptó i y a nos encontramos con la mitad d e lo que necesitábamos. F a l t a b a la montura, de la que sin trabajo creerán nuestros lectores, no teníamos una sola prenda. A esa hora, las ocho d e la noche, nos echamos en persecución d e nuestros amigos, que en este particular no estaban mas provistos que n o s o t r o s . — U n o nos dio un p a r d e espuelas, otro un sudadero, un tercero un freno. A l m o n t a r para dijirirnos a la casa en que debíamos reunimos p a r a salir, caímos en cuenta d e que nos e n c o n t r á b a m o s con dos p a r e s d e espuelas, pero sin estribos. Como la hora urjia nos pusimos en m a r c h a con una espuela en c a d a pié i con el otro par en la m a n o . A l llegar al punto de reunión (la Chimba) sufrimos una sorpresa, i era que Robles habia recibido igual invitación; i que, como nosotros, la habia a c e p t a d o , con el bosillo tan repleto como el nuestro; pero que igualmente contaba con las veinticuatro d e nuestro a m i g o . L a falta d e estribos se suplió, i las doce d e la noche nos dieron frente a la Recoleta Dominica, i en m a r c h a . I V . — C o n un viaje tan precipitado; a nadie se le ocurrió una cosa indispensable e n t o n c e s , — s a c a r p a s a p o r t e . E s e olvido debia contrariarnos en el viaje. A n t e s d e llegar a Uspallata se nos a g r e g ó un huaso


— 143 — que iba d e A c o n c a g u a a comprar muías a Mendoza. Cuando llegamos al alojamiento, e m p e z ó el huaso. p o r hablar de divertirnos, i para hacer mas eficaces sus palabras sacó un naipe. No haciendo caso Palacios d e la invitación, se dirijió con empeño a n o s o tros que por lo que y a saben nuestros lectores no p o d í a m o s complacerlo; pero, t a n t o porfió, que al fin Robles se hizo prestar de Palacios algún dinero i se a r m ó la primera. No pasó mucho tiempo sin que una p a r t e d e . la plata d e las muías pasara al bolsillo de R o b l e s . El g u a r d a en cuya casa sucedía esto, nos avisó estar y a la comida i Robles se n e g ó a continuar después, por no abusar de la tolerancia de este e m p l e a d o . A n t e s de llegar a la guardia anterior, los Ojos d e A g u a , jurisdicción de Chile, habíamos caido en cuenta d e la falta d e p a s a p o r t e . E s t u v i m o s al t o m a r un camino estraviado; pero Robles, que se habia convertido en jefe d e la partida, nos a s e g u r ó que un señor Almarza, jefe de ese punto era su amigo i que pasaríamos como sucedió, sin ningún inconveniente. E s t a s discusiones pusieron a nuestro huaso en autos. A l continuar al otro dia nuestro viaje se s e p a r ó d e nosotros, a pesar d e los halagos d e Robles que sospechó sus intenciones. Efectivamente, cuando dos dias después llegamos a Mendoza, una partida de policía nos estaba e s p e r a n d o p a r a conducirnos a casa del gobernador, señor Molina. E s t e , a p e n a s nos v i o , pidió los pasaportes. Nuest r a s disculpas no lo satisfacieron, i nos p r e g u n t ó en qué nos ocupábamos. Palacios dijo, i era la v e r d a d , que era comerciante. Robles i y o , músicos. A p e n a s oyó esto, llamó al secretario, que era, ¡cuánto han cambiado los tiempos! un. clérigo. S e hizo leer una


— 144 — requisitoria que habia recibido d e Chile en que se le pedia aprehendiera a unos músicos d e un batallón que habian desertado en esa dirección. L e p r o b a m o s su equivocación: pero nos insinuó que iríamos a la cárcel mientras recibía noticias d e Chile. Al oir esto, Palacios i y o estuvimos al caer d e e s paldas; pero allí estaba Robles, que al oir aquella barbaridad, con el m a y o r aplomo dijo al g o b e r n a dor: D a r e m o s fiador:—¿A quién? p r e g u n t ó sorprendido. A don N . T o r r e s , contestó R o b l e s . — ¿ D ó n d e está el señor T o r r e s ? — E n el patio, i diciendo esto salió a llamar a T o r r e s , que con cierta sorpresa s e encontró ser fiador no solo d e Robles a quien c o n o cía, sino también d e otros dos individuos de quienes no tenia ni noticias. A l llegar nosotros a estramuros d e la ciudad, d o n d e vivia T o r r e s , se fijó en la partida que nos conducía i habiendo reconocido a Robles, nos siguió; pero sin hablar con Robles, p o r q u e íbamos incomunicados. E s a n o c h e se nos dejó en libertad, pero obligánd o s e al fiador improvisado por Robles a p r e s e n t a r n o s al dia siguiente. T o d o se arregló haciéndonos p a g a r tres pasaportes p a r a Buenos A i r e s , por un precio que p a r a E u r o p a habría sido mui caro: una onza cada uno. V . — A medio camino d e Mendoza a Buenos A i r e s nos e n c o n t r a m o s con un desierto d e muchas leguas, d o n d e no se veia m a s que desolación i ruinas, ocasionadas por los indios que hacia pocos dias h a b i a n p a s a d o p o r allí haciendo los m a s horrorosos e s t r a gos. E n todo ese gran espacio no habia un solo h a bitante. L l e g a m o s a la última posta d o n d e d e b í a m o s t o m a r caballos p a r a esta larga travesía. E l maestro


— 145 — d e posta, especie d e jigante, nos recibió con m a r c a d o d e s d e n . A l pedirle caballos p a r a continuar nuestro .viaje, nos hizo esperar gran rato su contestación, q u e s e redujo a decirnos: «Caballos hai, pero mui bien p a g a d o s » . L e contestamos que hasta allí habíannos p a g a d o el precio establecido, un real por legua c a d a caballo. — « A mí no m e establece nadie. D e s d e aquí hasta d o n d e vuelven mis caballos vale doble». A l oir esto Robles, y a no se contuvo i e n t r e sus ¡palabras dijo una algo dura. A p e n a s o y ó esto el g a u c h o , e c h ó mano d e una tercerola que colgaba a su espalda en la pared. Robles que v i o este a d e m a n , olvidando que él ni nosotros teníamos arma ninguna ¡i que habia otros tres gauchos, le a r r e b a t ó la t e r c e rola i corrió a colocarse en un rincón del r a n c h o a m e n a z a n d o a todo el grupo con ella. Palacios, h o m b r e d e gran calma i d e figura i m o dales aristocráticos, dijo al maestro d e posta: « U s t e d e s son cuatro como nosotros (contaba con el arriero); si ustedes están armados, nosotros también lo e s t a m o s (no era cierto); lo mejor es que nos a r r e g l e m o s a m i g a b l e m e n t e . . . » U n a vez apaciguados los ánimos con recíprocas esplicaciones, Robles e n t r e g ó Ea tercerola a su dueño, quitándole antes la ceba, s e g ú n nos lo dijo después. El gaucho le ofreció el"mejor d e sus caballos, i efectivamente, en el largo t r e c h o que hicimos no tuvo como nosotros que r e m u d a r . Por lo d e m á s , cuando a Palacios o a nosotros nos tocaba, lo que no era raro, un caballo chucaro, Robles se e n c a r g a b a d e s a r r e g l a r l o i a p o c o a n d a r lo ponía c o m o seda. E s t o s pingos dieron m u chas veces en tierra con nosotros; a Robles una sola í.e vimos soltar un estribo.


— 146 — V I . — L l e g a m o s , por fin, a Buenos A i r e s el Miércoles Santo en la t a r d e i, al dirijirnos a la fonda d e La Ratona, tuvimos que pasar por las calles m a s concurridas. Por un motivo que no sospecharán nuestros lectores, Robles llamó la atención d e todos. E n e s e t i e m p o aun era entre nosotros mui usados los g r a n des estribos d e m a d e r a . Los d e Robles, r e g a l a d o s talvez como nuestra montura, eran d e esta clase. D u r a n t e nuestro paso por la ciudad no s e oia o t r a cosa que: / Vé los estribos/ ¡ V¿ los baúles chilenosl E s t a letania no cesó h a s t a que llegamos al alojam i e n t o . L a s dos primeras i únicas visitas fueron a Robles. L a una del señor don Francisco L e ó n d e la Barra, muerto en Santiago hace poco, la otra del t e niente coronel o sarjento m a y o r Merlo, el m i s m o oficial d e su escolta a quien O ' H i g g i n s arrancó las charreteras el 28 d e E n e r o d e 1823. V I L — L u e g o q u e l l e g a m o s a Buenos Aires e n t r a m o s a formar p a r t e de la magnífica orquesta del t e a t r o , dirijida por el célebre violin Massoni. Robles, que cont a b a con otros recursos, no se incorporó en ella por entonces. Era insigne j u g a d o r de billar. E n Chile no habia tenido mas que dos competidores: don Francisco Iglesias i el coronel español Acosta, que hizo escuela en este j u e g o . E n Buenos A i r e s no los contó en m a y o r n ú m e r o , estos eran Collao i el ñ a t o González., a m b o s sujetos decentes. A n t e s de m u c h o t i e m p o . R o b l e s habia d a d o en tierra con ellos; p e r o esta circunstancia le perjudicó p a r a sus cálculos, p u e s en vista d e esto, nadie s e atrevía a j u g a r con él sin pedirle ventajas imposibles d e conceder. Por ese tiempo, entró a formar p a r t e d e Ja cuques-


— 147 — ta del teatro, ocupando un lugar distinguido en ella. E n los billares d o n d e j u g a b a se atraia el cariño de todos los concurrentes, hasta el estremo d e comer rara vez en su casa, por el sinnúmero d e convites de que era objeto. Sin e m b a r g o , el amor a Chile era para él un culto, i un año después decidió regresar, a pesar d e ofertas lisonjeras que se le hizo p a r a trabajar en lo que hubiera querido. Por último, el señor don Julián N a v a r r o , arjentino i canónigo del coro d e S a n tiago, d e paseo en Buenos Aires, lo obligó con sus instancias a e m p r e n d e r el viaje mas pronto d e lo que pensaba. El año d e 1825 llegó a Chile, d o n d e vivió aun once años ocupado en su profesión. A pesar d e la p r o x i m i d a d d e los cincuenta años, se casó d e un m o do novelesco. Cuando m a s tarde llegamos a Chile, nos encontramos con que Robles padecia d e cojera. V I I I . — E l camino de aquí a Mendoza en ese tiempo era mui peligroso, principalmente en las cuatro o cinco laderas del otro lado d e la g r a n cordillera. L o s que ahora transiten esos lugares no p o d r á n formarse una idea, ni remota siquiera, del arrojo d e S a n Martin al lanzar por el camino d e U s p a l l a t a el m a s transitado h a s t a hoi, la división del jeneral L a s - H e r a s que debia a p o d e r a r s e de S a n t a R o s a . A l llegar allí, la m a y o r p a r t e d e los viajeros s e a p e a b a por creerse así m a s seguros. A l entrar en una de esas laderas, la ínula dei canónigo Navarro s e p a r ó i a cada m o v i m i e n t o o esfuerzo que éste hacia para hacerla a n d a r respondía con v.n g r a n corcovo. N o s e podia volverla, p o r q u e la estreches no' lo permitía, e s t a n d o entre el camino, c o r t a á ? 3


— 148 — pico, i el abismo. Al ver Robles, que seguía a p o c a distancia, el peligro d e su compañero d e viaje, s e d e s m o n t ó p r e c i p i t a d a m e n t e , por no ser posible pasar con su muía al costado d e la otra p a r a t o m a r las riendas, que el señor Navarro habia a b a n d o n a d o p a ra asegurarse de la montura con a m b a s manos. A l pasar Robles e n t r e el cerro i la muía recibió una terrible coz en una rodilla, d a d a con a m b a s p a t a s . Pasó, sin e m b a r g o , t o m ó la rienda, tirando la muía con g r a n trabajo un largo trecho hasta dejar al c a nónigo en lugar seguro a y u d á n d o l o a d e s m o n t a r s e . E s t e fué su último esfuerzo antes d e caer sin habla por espacio d e m a s d e media hora. El golpe le habia inutilizado una pierna i hasta llegar a S a n t a R o s a , d o n d e paró algunos dias, era preciso subirlo i desmontarlo. E l señor Navarro no contaba j a m a s este lance sin admirar el denuedo d e Robles i sin dar las m a s tier" a a s pruebas d e su agradecimiento. E s t e fué el motivo d e la cojera, que h a s t a su m u e r t e le conservó el apodo d e el cojo Robles. L a enfermedad que lo condujo al sepulcro e n c o n tró en su enerjía física i moral gran resistencia; p e r o al fin fué vencido i tuvo una m u e r t e edificante. La larga curación habia concluido con sus e s c a s o s recursos; p a r a sepultarlo fué preciso ocurrir a sus amigos, que honraron sus cenizas con jenerosidad. I X . — E n el mismo año, d e 1 8 3 6 , murieron t a m b i é n los notables actores Morante i Cáceres; i como si e í arte no hubiera sufrido b a s t a n t e , ese m i s m o año fué demolido el teatro, único en S a n t i a g o , d e la plazuela d e la Compañía. Q u e d ó la capital sin ningún e s t a blecimiento d e este j é n e r o h a s t a tres o cuatro años


— 149 — d e s p u é s que don Hilarión Moreno, arjentino, i dora Juan Peso, español, construyeron por acciones, el d e la Universidad, que ocupó el mismo lugar que el a c tual T e a t r o Municipal.

Luis Ambrosio

Morante

I.—Morante, notabilísimo actor dramático, cuya m e m o r i a muchas personas conservan fresca apesar d e los años trascurridos d e s d e su m u e r t e , ha adquirido nuevo mérito después que h e m o s visto a Rossi, q u e , en casi todos los papeles que ha ejecutado, no h a tenido rival hasta el dia. Al ver nosotros por primera vez a Rossi, esperím e n t a m o s una sorpresa a g r a d a b l e que no pudimos m e n o s que comunicar a las personas que estaban a nuestro lado. Jesticulacion, andar, movimientos, declamación, t o d o nos recordó i n s t a n t á n e a m e n t e a Morante; i es d e advertir que entre el aspecto i figura de uno i otro no hai ni la mas remota analojía. Rossi es un buen mozo en toda forma, Morante era exactam e n t e todo lo contrario. Bajo i grueso d e cuerpo, d e vientre a b u l t a d o , de color moreno, era, sin agraviarlo, feo; pero d e él podia decirse, sin faltar a la verdad, lo q u e s i e m p r e se dice d e los feos i las feas, q u e era simpático. I lo era sobre t o d o cuando hacia papeles d e barba, s a c e r d o t e , etc., etc. II.—Morante era natural d e Montevideo; pero d e s de mui j o v e n se estableció en Buenos Aires, d o n d e se habia dedicado a la carrera dramática.


— 150 — Su voz p o d e r o s a i a g r a d a b l e , su acción p r o p i a i natural i su pronunciación clara i correcta, le conquistaron las simpatías del público, n a d a induljente, de aquella capital. Pocos años después de h a b e r s e exhibido en público Morante, llegó a Buenos A i r e s , Cubas, actor e s pañol mui notable i del que Morante a p r o v e c h ó t o d o lo bueno que la escuela española tenía en esa é p o c a . El ejército de S a n Martin i los emigrados chilenos que con él habían vuelto a Chile dieron a conocer la fama d e que gozaba Morante en Buenos A i r e s . L a falta absoluta que habia en el teatro d e Santiago d e un actor modelo que dirijiera la enseñanza d e los prisioneros españoles, que el c o m a n d a n t e de ellos, don D o m i n g o A r t e a g a , empresario d e esa época, habia dedicado a esa carrera, hacia desear un artista de la capacidad de Morante^ E n los dos años que hasta entonces llevábamos d e teatro permanente, no habian tenido estos actores improvisados m a s maestro ni director de escena q u e el coronel L a T o r r e , prisionero también, i fanático aficionado al teatro. El fué el primer maestro que tuvieron C á c e r e s , Peso i d e m á s actores que d e s p u é s h e m o s conocido. Escribió un cuaderno que llamó Alcorán del Teatro, en d o n d e habia consignado algunos p r e c e p tos sobre la declamación, a c o m p a ñ a d o s d e trozos sacados d e las trajediasi comedias y a r e p r e s e n t a d a s . E l estudio del tal cuaderno habia servido d e bien poco a los actores, i eran éstos tan escasos en c o n o cimientos profesionales, que a veces decían en alta voz, dirijiéndose al público o los actores, los apartes. D e los trajes nada diremos. L a s trajedias g r i e g a s o r o m a n a s eran las únicas en que habia alguna v e r o -


— 151 — similitud aunque mui remota. L o s personajes de la e d a d media se presentaban casi siempre vestidos d e frac o levita, i mas ordinariamente, con el traje milit a r del dia. Morante fué el primer actor que se v i o en Chile vestido con propiedad aunque sin lujo. Su e s p a d a r o m a n a , que remitió al señor A r t e a g a anticipadam e n t e , llamó mucho la atención. I I I . — L l e g ó a Santiago el i.° d e N o v i e m b r e d e 1822. Habia sido compañero d e viaje, hasta Mendoza del doctor Lafinur, su m a s entusiasta a d m i r a dor; pero éste no llegó hasta fines del mismo m e s . Su sueldo por contrata, era d e 60 pesos m e n s u a les, comida i casa en la del empresario. E s t a s dos últimas ventajas las tuvo Morante sobre Camilo H e n riquez, que con la misma dotación vino a Chile, poco m a s o menos, en ese mismo tiempo d e M o n t e v i d e o , llamado por el Director O ' H i g g i n s p a r a r e d a c t a r EÍ Mercurio de Chile. Henriquez p r o m e t i ó a sus amigos Benavente, Gandarillas i Vial, emigrados como él, que se serviría d e ese mismo periódico para echar abajo a O'Higgins. El antiguo hijo de San Camilo ofrecía mas d e lo que podía cumplir, pues ni O'Higgins era h o m b r e para dejarse hacer la guerra con sus mismas a r m a s , ni Henriquez tenia la mala fé i el valor necesario p a r a intentarlo. Morante dio por primera r e p r e s e n t a c i ó n El Duque de Viseo, trajedia en tres actos d e Quintana. E s ta trajedia, en b o g a de t o d a la A m é r i c a entonces, habia sido r e p r e s e n t a d a m u c h a s veces por Cáceres con g r a n éxito. Morante haciendo como Cáceres d e protagonista, tenia que luchar con la opinión de que


— 152 — éste gozaba en el público i con algo que vale m u c h o en todo caso: con la m a s a r r o g a n t e figura que h e m o s visto en nuestro t e a t r o . E l público d e entonces era mui avaro d e apla usos i, para conseguir algo en este sentido, era necesario conmoverlo d e un modo estraordinario. El a p a r a t o , inusitado hasta entonces, que p r e p a r ó Moranfe em el proscenio, un trozo d e música d e orquesta, al le» v a n t e r s e el telón, a d e c u a d o al caso i otros p o r m e n o res no consiguieron que al p r e s e n t a r s e se moviera, una m a n o para aplaudirlo. L a acojida glacial del público debió afectarle d e un m o d o doloroso por lo inesperada que d e b e suponerse; sin e m b a r g o , no m o s t r ó d e s a g r a d o ni sorpresa, confiado sin duda en que su talento triunfaría ai fin d e la indiferencia que entonces se le m o s t r a b a . E n el segundo acto, hai una escena, la m a s notable de la trajedia, i en que el público habia aplaudido con entusiasmo a Cáceres. E l duque a p a r e c e despavorido pidiendo socorro a sus dos criados n e gros, a consecuencia d e un horroroso sueño que. acababa d e sufrir, en que se creyó trasportado a las t u m b a s d e su castillo «donde descansan.» « D e mis nobles abuelos las cenizas Bajo el m á r m o l d e honor que las agobia.» L a descripción d e ese sueño, en que sus abuelos le echaban en cara sus crímenes i le hacían las m a s terribles amenazas, es a p r o p ó s i t o p a r a a t e r r a r al espectador. Morante d e s e m p e ñ ó esta escena con a d mirable maestría i p r o p i e d a d . A l fin, cuando debia esperar, como d e costumbre en otros teatros, un t o r r e n t e d e aplausos, no o y ó m a s que a don J o s é Mi-


— 153 — guel Cruz que, con voz perceptible, nasal i burlona, le dijo: ¡bueno hombre!, especie d e refrán de m o d a e n tonces. Morante, como en el primer acto, no se dio por entendido i concluyó la trajedia como la habia p r i n cipiado, sin hacer g r a n caso d e lo sucedido. El público en su totalidad reconocía la superiorid a d d e Morante sobre Cáceres; pero con la restricción de no tener naturalidad. Algunos lo encontrab a n exajerado en ciertas escenas. E s t a palabra que con porfía h e m o s oido repetir respecto d e Rossi i d e la señora Paladini, no es d e ordinario mas que un recurso d e la ignorancia p r e suntuosa que, no p u e d e d e otra manera i con mas facilidad emitir su opinión en un arte que desconoc e . A l m a s d e hielo a quienes nada conmueve, no c o m p r e n d e n como las pasiones se manifiestan en sa m a s alta espresion, i encuentran exajerado lo perfecto. I V . — D e s p u é s d e El Duque de Viseo, r e p r e s e n t ó M o r a n t e El hombre agradecido, comedia de costumb r e d e mediano mérito, p e r o cuyo protagonista, simpático para el publicó, fué caracterizado por Mor a n t e a d m i r a b l e m e n t e . E n esta vez fué aplaudido varias v e c e s . M o r a n t e quedó contento, pero rao satisfecho. S e anunció en seguida El abate de L'Epée, c o m e dia seria, nueva en Chile, pero que el público c o n o cía por los elojios q u e los arjentinos residentes en S a n t i a g o hacían d e él, i sobre todo por la fama que M o r a n t e habia adquirido haciendo el papel de a b a t e . A p e n a s a s o m ó a la escena fué saludado por un largo i no interrumpido aplauso. Vestía como era d e


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rigor, el traje correspondiente a su papel, i y a h e m o s dicho que en estos casos se traía las simpatías del público. Hacia el interesante papel del j o v e n m u d o la señora Lucia Rodríguez, la actriz chilena mas h e r mosa i de mas mérito que h e m o s tenido. L a ilusión, pues, era completa. E n el 2.° acto el a b a t e se presenta en casa del abogado que ha elejido para que defienda a su p u pilo, que d e s d e un pueblo d e provincia, fué m a n d a d o botar, vestido d e andrajos, por su tutor en las calles de París, para usurparle sus bienes. La relación que h a c e d e lo sucedido d e s d e que recojió i educó al niño, poniéndole en disposición d e que pudiera darle informe sobre su oríjen i familia; las penurias de un largo viaje a pié i, por último, su reciente llegada a Tolosa d o n d e el niño habia r e c o nocido la casa de sus difuntos padres, de la que h a bia sido arrojado: todo esto relatado con voz conmovedora, con una acción nobilísima i con la unción mas persuasiva, enajenó de tal m o d o al público, que entre el fin de la narración i el estallido del aplauso, h u b o un intervalo d e silencio que j a m á s h e m o s visto después ni h a b í a m o s visto antes. Solo conocemos un caso idéntico, sucedido diez años m a s tarde, cuando por p r i m e r a vez se dejó oir Paganini en Paris. Creemos, sin e m b a r g o , que entre ambos casos d e bió h a b e r una diferencia i es la siguiente: Asistía esa noche, como t o d a s las veces que habia función, el señor F u e n t e s , asiduo como nadie al t e a t r o . E r a aficionado sin igual a la lectura i alimentaba e s t a pasión con la historia griega i romana, que sabia d e m e m o r i a en sus m e n o r e s ápices. N o siéndole desc onecida ninguna obra notable del antiguo t e a t r o


— 155 español, no habia mas que insinuarle algún soliloquio p a r a que él lo continuara sin equivocarse. E r a p o r t e r o , pero d e cierto tono, de la Corte d e Apelaciones d e Santiago. U s a b a g r a n cantidad d e colgajos en la c a d e n a del reloj, lo que habia d a d o lugar a que se le llamara Doctor Carabajias. Su asiento, como es de suponerse, estaba de los m a s cercanos al procenio i era el iniciador de t o d o s los aplausos, j a m a s de las pifias. Nosotros que formábamos p a r t e de la orquesta, no p e r d í a m o s ninguna de sus palabras i m o v i m i e n t o s . Cuando Morante dijo la última palabra de su interesante narración, impresionado F u e n t e s como t o d o el público, t a m p o c o aplaudió, mirando a todos lados como quien interroga. Su silencio no podia ser largo i lo interrumpió para esclamar en alta vez: ¡ni en Los infiernos lo hacen mejor! E s t a fué la iniciativa d é l o s g r a n d e s i repetidos aplausos que se dieron a Morante, en los que indudablemente habia tenido su p a r t e Carabanas. V . — E s a n o c h e cesó t o d a vacilación en el público, i Morante fué d e s d e entonces su actor favorito. Ni concluida la función, ni antes, fué llamado a la e s c e na, como ahora se hace, a v e c e s sin motivo. E s t a costumbre era desconocida i solo e m p e z ó a ponerse en práctica a la llegada a Santiago d e la compañía Pantanelli. Pronto puso Morante en escena una trajedia del español Cabrera N e v a r e s , que era un a t a q u e a t o d a relijion positiva i una prédica incesante del m a s r e suelto deísmo. Morante era Volteriano i, al decirnos que le a r r e g l á r a m o s un coro que debia cantarse en


la trajedia, añadió al nombrarla, ¡qué ruinas de Pai-> •mira ni qué nada! S e dio la trajedia con aplauso d e una p a r t e del público a quien las recientes lecturas d e R o u s s e a u , Voltaire i, m a s que todo, d e las mismas Ruinas d e V o l n e y , habian entusiasmado. Creemos que entonces no habia censura en el t e a t r o , porque d e haberla, no hubiera sido fácil q u e permitiera la representación d e esa trajedia. D e s d e entonces, cada vez que se anunciaba, no faltaban r e clamos, aunque inútiles, d e algunos eclesiásticos; p e r o es d e advertir que no faltaba t a m p o c o uno q u e otro d e estos mismos que, complacidos concurrían a verla. E s t o s eclesiásticos, que n o eran m a s que dos o tres hacían el papel d e algunos abates franceses era 1 7 8 9 . E s v e r d a d que se les parecían en todo... Morante no perdía alusión o palabra que p u d i e ra interpretarse como desfavorable a la relijion, sin recargarla p a r a hacerla notar. Cuando esto no s e encontraba en el orijinal, lo a g r e g a b a . E n una comedia, una d e sus favoritas, le decía su criada al oirlo quejarse d e la gota: «¿por qué no toma, señor, ' el elixir milagroso?-» — Contestaba: « m a d a m a Bran, y o no quiero nada que huela a milagros». E s t a , por supuesto era una añadidura que no tenia «La reconciliación de los dos Hermanos». V I . — E n el año d e 1 8 2 3 , según nuestros recuerdos, s e e m p e z ó a usar p o r primera vez el a p o d o d e pelucon, aplicado a ciertos h o m b r e s d e alta posición i d e ideas conservadoras. E s t e último calificativo, aplicado mas t a r d e a un partido políticos, no era c o -


«nacido en Chile, ni t a m p o c o en Francia, d e d o n d e lo h e m o s t o m a d o después. El a p o d o d e pelucon fué aplicado a este partido p o r los liberales, n o m b r e que se d a b a a un partido q u e e m p e z a b a entonces a retoñar. Como es d e s u ponerlo, Morante pertenecía a él. S e cantaba en una representación una tonadilla española, mui conocida del público hasta hace poco t i e m p o , con el título d e El Trípili Trápala, música graciosa i alegre como su poesía. Morante era uno d e los t r e s que la cantaban i, cuando en una p a r t e d e la tonadilla, debia decir: peluquín, peluquín de Antón, se le ocurrió un lijero cambio, i dijo: peluquín, pelucon de Antón. • No h a b i e n d o nosotros concurrido esa noche al t e a t r o , no supimos hasta el otro dia que Morante habia estado p r ó x i m o a ir a la cárcel. V I L — S u p l i c a m o s a nuestros lectores nos p e r m i t a n c onsigar aquí una observación q u e d e s d e muc h o s a ñ o s atrás venimos haciendo i que resumimos en p o c a s palabras: «Los partidos d e b e n aceptar el n o m b r e con que los bautizan sus enemigos.» ¿Quién llamó sans-cullote en Francia a los revolucionarios exaltados?—Sus enemigos. ¿Quién llamó pelucones a los conservadores d e Chile?—Sus enemigos. ¿Quién, dos a ñ o s m a s tarde, llamó pipiólos a los liberales?—Sus enemigos. ¿Quién en nuestros dias ha llamado montt-varistas a un partido que se d a b a el n o m b r e d e nacional?— Sus e n e m i g o s . C o m o era natural, esos partidos q u e a porfia s e habían d a d o n o m b r e s honrosos, rechazaban con in-


— 158 — dignación sus respectivos apodos; pero lo único que con eso consiguieron, fué una porfiada insistencia d e p a r t e de sus contrarios, que al fin i al cabo triunfó, hasta tal punto que los que al principio miraban esos n o m b r e s como una injuria los a c e p t a r o n m a s . t a r d e como timbre de honor. ¿Cuál d e los últimos restos o de los descendientes de pelucones i pipiólos no se honra del a p o d o que al principio rechazaron esos partidos?—Nadie; porque • en estos casos el nombre, cualquiera que sea, no cambia la esencia d e la cosa, i sans-cullotte, ahora rojo; quiere decir, exaltado; pelucon, conservador, i pipiólo, liberal. Para que no h a y a sermón sin S a n A g u s t í n , ¿quién por apodo llamó a los hijos d e San Ignacio jesuítas'} —Sus enemigos; i ¿hai algún p a d r e d e la Compañía que no se honre de que así se le llame? El partido montt-varista aun se resiste a llevar este nombre, porque cree que así se convierte en partido personal. ¡Patarata! Los carrerinos i o'higginistas est a b a n en el mismo caso i a fé que no se avergonzaban ni entonces ni ahora d e ello. El partido montt-varista tiene una particularidad, quizá sin p r e c e d e n t e , sobre t o d o por su duración; tiene dos jeíes que apenas son prójimos entre si, i entre los que hasta hora no hai noticia d e la m a s mínima disidencia en nada E s t o s do« .¡¿ñores han d e s m e n t i d o a N a p o l e ó n , que decia: «mas vale un mal jeneral que dos b u e nos.» V I I I . — L a s anteriores observaciones no son escritas a h u m o d e paja; se dirijen t a m b i é n , i mui p a r t i cularmente, a nuestros amigos, los pechoños cayo


— 159 — n o m b r e según p a r e c e es de todo el gusto de sus contrarios. J u s t a m e n t e por eso, d e b e m o s apechugar con él con m a s cariño. Pechoño es sinónimo de clerical, conservador, j e suíta, ultramontano, papista, r e t r ó g r a d o , fanático i sacristán. ¿Qué significa todo esto en el lenguaje de nuestros adversarios?—Católico, i n a d a m a s que c a tólico. Dejemos, pues, esos nombres, que son e u r o peos, para D e Maistre, Bonald, Chateaubriand, Audin, Montalembert, C h a m p a g n y , César C a n t ú i hasta para Guizot i Thiers, a quienes han sido aplicados, i aferrémonos al primero, que es esencialm e n t e chileno, i pechoño me fec.it. IX.—-A principios d e Marzo d e 1 8 2 4 llegó a S a n tiago el señor Muzzi, Nuncio Apostólico, solicitado, según nos parece, por el gobierno de Chile. D e s pués d e algunos meses de residencia en la capital, i no habiendo podido llenar su misión, se volvió a R o m a , con g r a n complacencia de los liberales. A c o m p a ñ a b a al Nuncio el canónigo Mastai F e r r e ti, actualmente Pió I X . Morante encontró, con motivo d e aquel suceso, un p r e t e s t o para dar espansion a sus ideas anticatólicas. D e s e n t e r r ó , no sabemos de d ó n d e , una antigua comedia que nadie en Chile habia "oido nombrar, i a la q u e dio un sentido que no tenia. El falso Nuncio de Portugal, s e p r e s t ó a las mil maravillas para excitar la burla contra el v e r d a d e r o Nuncio que acab a b a de salir de Chile. S e representó con gran aparato; a lo que contrib u y e r o n inocentemente algunas d e nuestras sacristías p r e s t a n d o

sus o r n a m e n t o s . L a p r i m e r a e n t r a d a


— 160 — deí Nuncio se hizo por la platea, atravesándola a n t e s d e subir al proscenio. Al fin d e un numeroso a c o m p a ñ a m i e n t o d e eclesiásticos d e t o d a s jerarquía, venia Morante con hábito cardenalicio, repartiendo bendiciones. Como era preciso imitar en un todo a la persona que se trataba d e exhibir, Morante no omitió ningún detalle. El señor Muzzi tenia un ojo menos; Morante se t a p ó un ojo i apareció tuerto. E s t a comedia, que se repitió varias veces, i Felipe II, trajedia a la que, por odio a los reyes, hizo m á s feroz que lo que la habia escrito Alfieri con todo sa republicanismo, fueron sus últimos triunfos antes d e regresar, en Abril de 1825, a Buenos Aires, p a r a d o n d e habia sido contratado ventajosamente. X . — M o r a n t e volvió a Buenos Aires después d e ana residencia en Chile d e dos años i medio. Allí se le a g u a r d a b a con gran interés, porque, en su ausencia, no habia tenido quien lo reemplazara, pues V e larde con sus buenas dotes apenas lo suplia. E n t o n c e s se organizaba una compañía d e ópera et» aquel pueblo, que contaba entre su personal a V a c a ni, bajo, a u n q u e y a algo cascado, d e reputación europea i el mismo de quien habla Bretón d e los H e rreros en una d e sus comedias. E n ese mismo t i e m p o volvió Cáceres a S a n t i a g o , d e d o n d e habia estado ausente cerca d e dos años e « la Serena. Cáceres no habia p o d i d o resignarse a v e r s e p o s puesto a Morante. Salió furtivamente para ese p u e blo, p o r q u e formaba p a r t e del cuerpo d e prisioneros, que no obtuvieron su libertad hasta que ascendió al m a n d o d e la república el jeneral Freiré.


— 161 — L a presencia d e este actor, consoló al público d e la ausencia de Morante i satisfizo a sus numerosos apasionados. Con Gáceres sucedió lo que d e costumbre en e s tos casos que «ya no era tan buen actor como antes.» ¡Engaño! Cáceres, en los dos o tres meses que laiabia trabajado al lado de Morante, habia a d e l a n t a d o considerablemente. A lo que d e b e a g r e g a r s e que, d u r a n t e su permanencia en Coquimbo, se habia d e dicado con tesón a la lectura, i y a podia considerársele como un h o m b r e de instrucción poco común. L o que hai d e cierto es que Morante estaba ausente i la ausencia habia aumentado su reputación. E s t a es la historia d e siempre. Morante llegó a Buenos Aires a m e d i a d o s d e 1 8 2 5 . S e le hizo un recibimiento espléndido, i pocos dias d e s p u é s dio principio a sus tareas como actor i dir e c t o r de escena. Sucedió en Buenos Aires, en parte, lo que era natural, que como a Cáceres en Santiago, no encontraron a Morante «tan gran actor como antes.» Sin e m b a r g o , su éxito fué completo. D e s p u é s de algunos meses d e trabajo, le asaltó ana enfermedad (aneurisma), que diez años m a s tard e debia llevarlo al sepulcro. L a familia en cuya casa estaba alojado habia n o t a d o que, a c e r c á n d o s e a él se sentía una especie d e arrullo semejante al d e una paloma. S e notó igualm e n t e que este ruido después d e algún t i e m p o aum e n t a b a en intensidad. Vivia con Morante nuestro c o m p a ñ e r o d e viaje i paisano, don Mariano Palacios, conocido d e nuestros lectores. D o r m í a n en un mismo cuarto. El ruido del


— 162 — pecho d e Morante era perceptible p a r a todos los que se le acercaban, m e n o s p a r a él m i s m o . U n a noche en que se habia recojido a su cama mientras Palacios escribía, dice M o r a n t e : — D o n Mariano ¿se nos ha metido el gato aquí?—Creo que sí, contestó Palacios. S e levantó en seguida, abrió la puerta i finjió espantar al g a t o . Volvió P a l a z o s a su asiento, i apenas se disponía a continuar su ocupación vuelve Morante a decir: el gato no ka salido. Palacio c r e y ó inútil todo disimulo i contestó: aquí no hai gato ninguno, lo que usted oye lo hemos oido todos hace mucho tiempo; ese ruido sale de ustea mismo. Morante, como quien cae en cuenta, o y ó a Palacios sin sorpresa i d e t e r m i n ó una junta de m é d i c o s . X I I . — E n ese tiempo en Buenos Aires, i aun en toda la República Arjentina, se habia a p o d e r a d o de las j e n t e s tal furor por e.\pa?i quimagogo, que no era raro encontrar personas que se hubieran a d m i n i s t r a do este evacuante, trescientas, quinientas, i aun m a s veces. L o s médicos de Buenos Aires, con una sola e s cepcion, hacían a L e R o y una guerra a m u e r t e , sobre todo por la prensa. L a escepcion de que h e m o s h a blado, era un doctor español, médico del puerto, conocido con el n o m b r e de don Pedro el físico. D e una i otra p a r t e se escribían artículos violentos d e a t a q u e i defensa del m e d i c a m e n t o . Don Pedro tenia t o d a s las simpatías del público. T u v o lugar la j u n t a llamada por M o r a n t e . E s t e habia e n c a r g a d o a Palacios se colocara en un lugar en que sin ser visto de Jos médicos, oyera 3a discu-


— 163 — sion sobre su enfermedad, que él no hallaba como caracterizar. El dia convenido, t o m a b a n sus asientos los cinco médicos citados, al mismo tiempo que Palacios, colocado en un cuarto contiguo, aplicaba el oido desde un lugar, d o n d e no perdió una palabra d e la discusión. L a sesión fué larga, mui larga i animada. Al cabo de tres cuartos de hora, se retiraron los doctores, i Palacios p a s ó a dar cuenta a Morante del resultado de la junta, cubriendo p r e v i a m e n t e a cada uno de esos señores el honorario d e c o s t u m b r e . A p e n a s lo v i o Morante, que ese dia p e r m a n e c i ó en cama por si se le quería examinar, le p r e g u n t ó : — ¿ Q u é dicen los médicos de mi enfermedad? —Nada. — ¡Cómo! ¿Nada? —Ni una palabra. —¿En qué se han ocupado entonces? —En convenir en lo que han d e contestar a don Pedro el físico. —Pero es imposible que no m e h a y a n n o m b r a d o siquiera. —Sí, al último dijieron al doctor Arjerí, m é d i c o de cabecera: siga con lo mismo... D e s d e el dia siguiente llamó M o r a n t e al defensor del pan q u i m a g o g o que le volvió la salud casi comp l e t a m e n t e . U n m e s después e m p e z ó a representar sin inconveniente ninguno. E s t e mismo médico nos limpió cuanto g a n a m o s en Buenos A i r e s . Jugábamos m a s que él al billar; pero sus burlas nos quemaban ta sangre. ¡Era andaluz!


— 164 — X I I I . — L a s representaciones dramáticas e s t a b a n en decadencia en Buenos A i r e s al llegar Morante, a consecuencia d e funcionar allí una compañía lírica, diminuta, pero que como h e m o s dicho contaba con cantantes d e mérito, Anjela T a n i i Rosquellas, e n t r e ellos. A mediados de 1825 aquella compañía se completó. L a música d e Rossini, que recien e m p e z a b a a oirse, contribuyó mas que t o d o a que el público prefiriera los espectáculos líricos a los d e m á s d r a máticos. M o r a n t e no podia luchar solo contra este torrente; p u e s el resto de la compañía d r a m á t i c a era d e mui escaso mérito. E n estas circunstancias llegó Cáceres a Buenos A i r e s . E n t r e él i M o r a n t e y a no cabía r i validad racional. Aquel, en todo el vigor d e la e d a d í el talento, debia n e c e s a r i a m e n t e ejecutar los galanes d e trajedias i comedias, Morante, en decadencia por su edad i sus achaques, era llamado a d e s e m p e ñar los barbas i a dirijir la escena, en lo que no cont a b a con ningún competidor. E s t o los unió en e s t r e cha amistad h a s t a la m u e r t e , q u e para a m b o s tuvo lugar en el mismo año i p o r decirlo asi a pocos dias d e distancia, i en Chile. X I V . — D o s años, poco m a s o menos, p a s ó Morante en B u e n o s A i r e s , volviendo en seguida a Chile c o n t r a t a d o n u e v a m e n t e por el señor A r t e a g a . M o r a n t e en esta nueva contrata p r o p u e s t a por él m i s m o , no tenia asignado sueldo fijo. Su remuneración consistía en una función mensual que no podría llamarse beneficio sino función extraordinaria. X V . — C u a n d o el 20 d e A g o s t o d e 1820, se abrió aquel t e a t r o , lo hizo con una compañía d r a m á t i c a


— 165 — tan numerosa como no se h a visto j a m a s . T r e s prim e r o s galanes, cuatro barbas, t r e s graciosos, siete actrices, e infinidad de partes d e por medio. E s t o solo s u p o n e un gasto e n o r m e en sueldos; p e r o eso no era posible, si se considera lo exiguo del valor d e palcos, entradas i asientos. E l palco v a lia dos pesos, la entrada dos reales i la luneta uno. E s c e p t o Pérez i Hevia, i no s a b e m o s si las actrices, chilenas como aquellos, todos los otros actores eran p a g a d o s por función; d e suerte que el que no trabajaba no tenia n a d a que cobrar. Cáceres, que era el primer actor, ganaba seis pesos por n o c h e . S i e n d o los otros mui inferiores, debia en proporción ser su honorario, si p u e d e usarse esta palabra con aprendices de cómico. L a orquesta fluctuaba entre siete u ocho músicos, los únicos q u e podian llamarse tales en S a n t i a g o , q u e costarian d e 20 a 22 pesos p o r n o c h e . E s t o nos t r a e a la memoria que la orquesta situada en el m i s m o lugar que a h o r a ocupa, tenia una particularidad. A q u e l lugar no estaba ni entablado ni enladrillado, d e suerte que, cuando Robles, director de orquesta, m a r c a b a el c o m p á s con el pié, por tener ocupadas las manos con el violin, levantaba una g r a n polvared a m a s que visible al público. Aquel lugar no se h a rria j a m a s . X V I . — L o s fines de fiestas eran h a s t a el año d e 1830, saínetes, tonadillas españolas i a veces baile. D e s d e 1 8 2 4 h a s t a 1 8 2 6 d e s e m p e ñ a b a esta p a r t e d o ñ a Rosa L a g u n a s , limeña, i don José Pose, español. Cuatro años antes, doña Anjela Calderón, favorita del público por su hermosa figura i buena voz,


— 166 — cantaba una tonadilla a una sola voz en que r e p r e s e n t a b a a una ciega, que vendía a l m a n a q u e s . L a tonadilla era fea i desde el principio se notaron muestras de d e s a g r a d o en un palco d e g r a n t o n o . E s t e descontento cundió h a s t a h a c e r s e jeneral en el público. L a Calderón acostumbrada solo a escuchar aplausos, no fué dueña de sí misma i, dando algunos pasos en dirección al público, le dirijió las palabras siguientes, que conservamos letra por letra en la memoria: piíeblo indecente de m ¿. que por tres reales que paga, con licencia de la jente. Con esta última palabra c a y ó el telón, sin que el público se diera por aludido; sin e m b a r g o , la Calderón, en la función siguiente, dio una satisfacción, r e d a c t a d a por el doctor V e r a , i todo quedó olvidado. L o preferido, sin e m b a r g o , era el saínete, casi siempre sacado del inagotable don R a m ó n de la Cruz. Algunos se repetían con frecuencia, e n t r e ellos San Tristezas Tongarini. S e d a b a este saínete una vez en circunstancias d e hallarse en Santiago gran número d e coquimbanos, recien caido don Bernardo O ' H i g g i n s . E n este saín e t e tenia lugar una procesión en que el gracioso Pedro Pérez era paseado en el proscenio en a n d a s , disfrazado d e santo, cantando los alumbrantes esta copla: E l señor San Tristezas A l pueblo d e Coquimbo. Sea bienvenido. L o s coquimbanos, que se daban los aires d e h a b e r


— 167 — derrocado a don Bernardo O ' H i g g i s , se consideraron insultados i amenazaban con un reclamo. Morante dio, por la prensa, a n o m b r e de la e m presa, una satisfacción en que decia que no se habia dicho o tratado d e decir pueblo d e Coquimbo, sino pueblo de Apoquínelo. E s t a mentira era grosera, porque esa vez i siempre se habia cantado C o q u i m b o . Habia otro saínete que también se repetía m u c h o . No recordamos el título: pero en él s e simulaba un entierro en que, al pasearse por el proscenio los a c o m p a ñ a n t e s , cantaban a dos coros alternados estas estrofas: PRIMERA ESTROFA

i . coro. Por qué van a los duelos tantas visitas? 2." coro. Por tomar chocolate los nueve dias. e r

SEGUNDA ESTROFA

i . coro. Por qué lloran las viudas dando chillidos? 2." coro. P o r q u e antes no enterraron a sus maridos. A l fin d e cada estrofa se decia: El preste. ¡Dinero i descanso t e n g a m o s ! Coro. ¡Amen! E s t o se cantaba imitando las entonaciones usadas en estos casos por la Iglesia. S e prefería el 8.° t o n o . e r

X V I I . — E l alumbrado era otra especialidad. El d e bastidores, palcos, platea i salones era d e velas d e sebo, que solo podia reanimarse despavesándolas e n los entreactos. El alumbrado del proscenio o carro d e F e b o , como algunos dicen, consistía en seis u ocho candiles o tasas de barro ordinario. El líquido que alimentaba


— 168 — estas luces era sebo. D u r a n t e la representación s o lian esos candiles despedir un humo denso por falta d e pabilo o mala colocación d e las m e c h a s , i era preciso sufrirlo hasta que caia el telón. A veces ese h u m o era jeneral en todos los candiles, hasta el est r e m o d e interponerse entre el público i los actores una especie d e niebla insoportable por su hediondez. E n los entreactos salia un muchacho a sumerjis d e nuevo las m e c h a s i reanimar d e este m o d o el alumbrado. L a postura del muchacho, en cuclillas, solia ofrecer ciertos inconvenientes.... E l alumbrado duró tanto como el T e a t r o Principal, es decir, h a s t a 1836, en que fué demolido. X V I I I . — N o s falta hablar del anunciador, cuyo p a p e l hacia temblar a los que lo d e s e m p e ñ a b a n , i por lo cual en t o d a s partes se e n c o m e n d a b a a los g r a ciosos, a no ser que se contara con algún actor e s p e cial, como lo era Pino entre nosotros. El anuncio pos impresos no se conoció de un m o d o estable hasta d e s p u é s d e 1840, en el teatro de la Universidad. E l exordio obligado del anuncio era: «para tal dia s e convida a tan respetable público, etc». E l fin d e este anuncio j a m a s dejaba d e ser saludado con alg u n a palabra burlesca, o con silbidos d e m u c h a c h o s , i esto solo cuando el actor no habia .cometido alguna lijera equivocación; pues en este caso la pifia era jeneral. O t r a s veces, cuando lo que se anunciaba no era del a g r a d o del público éste protestaba con gritos j e n e r a l m e n t e , pidiendo otra trajedia o comedia mas d e su gusto. E s t o d a b a lugar a ciertos diálogos mui vivos e n t r e el público i el anunciador que, no pudiendo resolver


n a d a sobre lo que le exijia, tenia que escuchar lo q u e en voz baja le soplaba el empresario, colocad o a sus espaldas tras del telón, i que siempre se oía p o r una p a r t e del público. L a m a y o r dificultad consistía, como a veces suc e d e en nuestras cámaras, en saber d ó n d e estaba la mayoría. El triunfo era siempre, también como en las cá maras, d e los m a s porfiados, majaderos i d e mejores pulmones, i, oído el empresario, se les daba gusto. X I X . — A su vuelta Morante se estrenó, a petición jeneral, esta vez no era mentira, con la obra favorita El abate de L'Epée. El público, sin e m b a r g o , no saludó a su actor p r e dilecto ni con una palmada al presentarse por primera vez. H e m o s dicho que era avaro en aplausos. E n esta vez fué una cosa peor; i para desagraviar a Mor a n t e fué necesario una ovación estrepitosa antes d e caer el telón en el último acto. E n las diez funciones estraordinarias que en los diez meses i medio de la t e m p o r a d a dio Morante cada año, r e p r e s e n t ó obras e n t e r a m e n t e nuevas que habia traducido él mismo del italiano i del francés, idiomas que le eran familiares. A l g u n o s actores ignorantes i envidiosos de su m é rito le declararon una guerra sistemática. A l recibir los papeles d e estudio que Morante r e partía p a r a sus funciones, buscaban alguna palabra c u y a acepción les era desconocida i t o m a b a n d e r e frán p a r a repetirla en todas p a r t e s como inventada p a r a aquél, lo que servia d e t e m a para desacreditar sus beneficios.


R e c o r d a m o s dos palabras que levantaron e n t r e ellos gran algazara. L a primera fué espelunca, sustantivo poco usado en el dia, pero castellano. L a otra, sottámbula, tan castellana como la a n t e rior; pero que aquellos ignorantes burlones oian p r o b a b l e m e n t e por primera vez. Por estos medios i otros idénticos, conseguían ant i c i p a d a m e n t e desacreditar las funciones d e Morante, i los dos años que duró esta contrata, no solo v i o frustradas sus esperanzas sino que tuvo el pesar d e ser víctima d e la mas estúpida malignidad. Esto le hizo contraer una deuda considerable con el empresario que j a m a s pudo cancelar. Para esa clase d e picaros h e m o s visto h a c e años un m o d e l o de contrata formulada en un teatro d e París, i no seria el único, en que t a n t o a músicos c o m o a cantantes se les imponía una fuerte multa e n caso de saberse que d e s a c r e d i t á b a n l a s ó p e r a s en estudio. X X . — D u r a n t e la ausencia de Morante i Cáceres habia venido d e Buenos Aires doña T e r e s a Sarnaniego, actriz d e quien y a h e m o s hablado. L a S a m a n i e g o , concluidas las funciones que dio en Santiago, se dirijió al Perú, i don D o m i n g o A r t e a ga volvió a Santiago con la compañía, a la que s e incorporó Villalba, el gracioso d e mas mérito c o n o cido hasta entonces; pues el famoso R e n d o n no d e bíamos verlo hasta 1 8 4 1 . X X I . — L l e g ó en ese t i e m p o Rivas, catalán i trájico d e notable mérito, que luego debía d e ser rival t e m i ble d e Cáceres.


— 171 — No pasó mucho tiempo sin que éste llegara t a m .bíen d e Buenos Aires en compañía d e don D o m i n g o Moreno, excelente actor español, i d e doña Trinidad Guevara, actriz favorita de aquel pueblo. E n t r e Rivas i Cáceres se dividieron los pareceres. Cáceres tenia sobre aquél su magnífica figura i su v o z a g r a d a b l e i poderosa. Rivas, por su acción, i m a s que todo, p o r su admirable jesticulacion, contrabalanceaba a aquellas ventajas. L o s señores don A n d r é s B e llo i don V e n t u r a Blanco Encalada eran partidarios decididos d e Rivas. El señor Bello publicó algunos artículos sobre t e a tro en que, sin desconocer el mérito d e Cáceres, d e jaba entender mui claramente q u e prefería a R i v a s . El público se dividió en dos b a n d o s siendo el mas numeroso el d e los amigos d e Cáceres. E l otro suplia el número con la opinión i m p o r t a n t e d e aquellos dos señores. L o s artículos del señor Bello fueron atribuidos a Morante, que, sin razón, suponían e n e m i g o d e Cáceres. Eso prueba, por otra parte, la elevada idea q u e se tenia del talento d e Morante, pues se le confundía con aquel eminente literato. L a s cosas habían llegado a término que fué necesario recurrir a un espediente, usado a veces en estos casos. El público exijió ver trabajar a los dos rivales en idénticos papeles en dos noches consecutivas. La obra elejida fué Los hijos de Edipo, trajedia mui conocida del público, i en que Cáceres i Rivas s e habían hecho aplaudir con entusiasmo. E n una noche debia uno d e ellos hacer el p a p e l d e Eteocles, ejecutando el otro el d e Polinice; en la n o che siguiente al revés. L a concurrencia, como d e b e s u p o n e r s e , fué i n m e n -


— 172 — sa. L a s opiniones, como t a m b i é n d e b e s u p o n e r s e , n o variaron, i C á c e r e s i Rivas no fueron m e n o s e x c e - , lentes actores que antes p a r a sus respectivos partidarios. E n una escena ocurrió un incidente que a t e r r ó al público mas que t o d a s las d e esa terrible trajedia. E n la segunda representación, i s e g u r a m e n t e poí ser del caso, ambos h e r m a n o s que tantas p r u e b a s habian d a d o d e su odio recíproco, i que el público habia personificado con aplausos i m p r u d e n t e s , sacan a un mismo tiempo las e s p a d a s . Rivas i Cáceres se acercan en aire a m e n a z a n t e i tan a lo vivo, que una g r a n p a r t e del público, lleno d e angustia, dio un grito unánime: ¡NÓ NAL Mas d e una persona se levantó en a d e m a n d e lanzarse sobre el proscenio, creyendo una d e s g r a c i a inminente... A m b o s actores, d e valor p r o b a d o , no habian llev a d o , sin e m b a r g o , hasta ese estremo su rivalidad d e artistas. X X I I . — P o c o después Cáceres i R i v a s se dirijieron, éste a Méjico, aquél al Perú. Morante, a pesar d e que su enfermedad se había declarado e n t e r a m e n t e , aun conservaba su antiguo prestijio i no sin razón. S e anunció el Arislodemo, en que antes habia h e c h o d e protagonista. E n esa vez se debia r e p r e sentar sin que él t o m a r a p a r t e . Pero antes d e levant a r s e el telón se avisa al empresario que Peso, q u e hacia el p a p e l del rei, que da el n o m b r e a la trajedia, no podia representar por una enfermedad r e p e n t i n a . Por el m a l efecto que s i e m p r e causa en el público un cambio repentino, fué preciso recurrir a Morante


p a r a que reemplazara a Peso, en un papel que j a m a s habia tenido ocasión, ni siquiera d e leer, i es d e advertir que, como es d e regla, la trajedia era e n verso endecasílabo. Morante no tuvo mas tiempo que el necesario para vestirse i salir a la escena en seguida. A poco a n d a r el público e m p e z ó a observar q:' al personaje del rei, que Peso, con ser uno d e los mejores actores no habia conseguido hacer notar, Morante le d a b a una importancia d e p r i m e r orden, sacando aplausos de pasajes en que nadie se habia fijado. E s t e también era su último destello. Continuó r e p r e s e n t a n d o papeles d e barba i dirijiendo la escena; pero la enfermedad hacia visibles progresos. L l e g a d o el año de 1835 o 1 8 3 6 , volvió Cáceres del Perú a mui buen tiempo por lo d e c a d e n t e d e las funciones dramáticas. F u é c o n t r a t a d o i dio principio con Montegon i Capuleto, trajedia en que hizo, como s i e m p r e , el primero d e estos p a p e l e s con éxito completo. E s t e también fué el último triunfo de Cáceres, a t a c a d o y a d e la misma e n f e r m e d a d d e Morante, i d e la que murió pocos meses d e s p u é s en Valparaíso en ese año; según nuestros cálculos, d e 42 d e e d a d . L u e g o dejó Morante d e r e p r e s e n t a r . Vivió con los escasos recursos que algunos amigos le proporcionaban, i sobre t o d o con los del señor A r t e a g a , que en escasa fortuna no lo a b a n d o n ó j a m a s . X X I I I . — E l arzobispo Vicuña, noticioso del estado d e peligro en que se encontraba Morante, e n c a r g ó a un a m i g o d e éste le hicieran ver la necesidad d e reconciliarse con la Iglesia a quien habia hecho tan cruda guerra. E l señor Vicuña ignoraba que el c o -


— 174 — misionado tenia en relijion las mismas ideas d e Morante. A p e s a r de eso, aquél cumplió su e n c a r g o , como era d e esperarse, sin ningún resultado. E n la primera visita, i después d e las palabras d e costumbre, dio principio a su misión diciendo a Morante, con aire distraído:—«Me parece que h e visto salir d e aquí un p a d r e de la M e r c e d ? » — C o n t e s t ó Morant e : «Si viera el hábito de un fraile en mi casa, m e daría fiebre». —«Sin e m b a r g o , la relijion tiene sus pruebas i han creído i creen en ella h o m b r e s mui g r a n d e s » . Morante m u d ó d e conversación i y a no se habló mas sobre la materia. X X I V . — E l mal, a pesar d e su g r a v e d a d , daba todavía m u c h a espera. El presbítero, después c a n ó nigo, don Miguel Mendoza, amigo de Morante, le hizo algunas visitas que le a g r a d e c i ó v i v a m e n t e . E s t o alentó a Mendoza; quien, conociendo que él no era h o m b r e p a r a Morante, solo t r a t ó d e atraerlo con palabras cariñosas, evitando t o d a discusión a que éste parecía inclinado. Por e s t e medio g a n ó su voluntad i consiguió por fin confesarlo. El mismo dia en que esto sucedió, Morante como volviendo en si, hizo llamar en la noche a don Mariano Palacios, su antiguo c o m p a ñ e r o i nuestro, lleg a d o de Buenos Aires. A l verlo le dijo: «Esta m a r a ñ a r í a h e tenido una debilidad: m e h e confesado; p e r o voi a protestar d e lo que h e hecho.» Dictó en pocas palabras la p r o t e s t a i e n c a r g ó las fórmulas a Palacios, p r ó x i m o a recibirse d e escribano, encargándole traer todo escrito para firmar al siguiente dia A l retirarse Palacios encontró cerca de la casa de Morante dos clérigos, d e los que solo conocía al se-


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-

ñor Mendoza. S e detuvo i los v i o entrar en la casa d e Morante. D e s p u é s se supo q u e el otro eclesiástico era el señor don José Iñiguez, s a c e r d o t e d e maneras sencillas, de eminentes virtudes i de g r a n saber. Mendoza, habiendo presentado al señor Iñiguez i al cabo d e una conversación en que Morante t o m ó p a r t e como en perfecta salud, se retiró solo. D e s p u é s de una larga conferencia privada i en voz baja, se retiró también el señor Iñiguez. Morante llamó en seguida i e n c a r g ó , si no estamos equivocados, a don Anselmo Silva, residente ahora en R a n c a g u a , dijera al señor Mendoza lo esperaba al dia siguiente. El señor Silva, que, coa un cariño i fidelidad altamente laudables, no se s e p a r ó d e Morante hasta el cementerio, cumplió sin duda su encargo. XXV.—Palacios se dirijió en la m a ñ a n a siguiente a casa d e Morante, sin llevar la protesta escrita porque se proponía hacerlo bajo su dictado. A p e n a s entró al patio, oyó con sorpresa la voz robusta del señor Mendoza que dictaba a Morante palabras de arrepentimiento i consuelo, i que Morant repetía con fervor i entonación que a p a g a b a la d i aquel antiguo sochantre de !a. Catedral. • Palacios habló con la señora de Morante sin cej a r s e ver d e éste, i se retiró. S e g ú n nuestra invencible costumbre, de no visitar enfermos de gravedad, de acuerdo con Palacios, lo esperábamos en el Café de la N a c i ó n con el m a y o r interés. Allí supimos todo lo que hemos referido i calculamos lo siguiente respecto a las últimas resoluciones de Morante. Al retirarse el señor Mendoza el dia aaíericr, d e s -


— 176 — pues d e haberlo confesado por primera vez, debió p e n s a r que aquel acto habia tenido lugar, mas por condescendencia que por convicción. (Esto lo prueb a la p r o t e s t a p r o y e c t a d a . ) E l señor Mendoza no e n c o n t r á n d o s e capaz d e convencer a Morante, acudió al señor Iñiguez que por lo visto lo consiguió c o m p l e t a m e n t e en la conferencia referida. X X V I . — M o r a n t e después de recibir los s a c r a m e n tos, vivió aun muchos dias, dando pruebas d e la sinceridad de su arrepentimiento, sino tan espléndid a s como las d e sus antiguos admiradores Lafinur i C. Henriquez, no m e n o s claras i sinceras. Su edad seria d e 52 a 54 años. Morante dejó varios manuscritos: entre ellos Los Templarios, trajedia traducida por él del francés, en verso, i d e cuyo autor no estamos seguros, por h a ber conocido otras sobre el m i s m o a r g u m e n t o . Morante, al traducirla, la habia a c o m p a ñ a d o de e s tensas i numerosas «notas históricas» en que m a n i festaba su vasta erudición. H a s t a hace poco h e m o s conservado una Despedida de -mi patria i de mis amigos, que suponemos escri«ta al e m p r e n d e r su último viaje a Chile. E n esta composición hacia recuerdos d e su niñez i d e su m a d r e , que no era posible leer sin conmoverse. E r a notable, sobre todo, el fin, por la e x a c t i tud c o n que describe el d e s a m p a r o d e los últimos años d e su vida.


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La

revolución de

1810

PEQUEÑOS INCIDENTES

1.—En la t a r d e del 25 d e Mayo d e 1 8 1 0 s e e n c o n t r a b a n reunidos en la casa del señor don José A n t o n i o Rojas, los señores don Juan Antonio Ovalle, don B e r n a r d o V e r a , don José Miguel Infante i don fosé Maria Infante, su primo. L a casa del señor Rojas era la m a s frecuentada p o r los revolucionarios, a causa d e su situación central. E s t á en la plazuela del T e a t r o Municipal i tiene el núm. 27 en su reciente construcción. S e discutía con mucho calor el significado d e una Eei o real cédula en que debia a p o y a r s e la formación d e una Junta Gubernativa durante la prisión en F r a n cia del rei F e r n a n d o V I I . P a r a cortar t o d a cuestión, don José Miguel Infante m a n d ó a don José Maria a su casa, distante solo dos cuadras, en la calle del Rei, entonces, i ahora d e l E s t a d o , n ú m . 33, a buscar un libro en que se encont r a b a la lei o cédula en cuestión. Infante, impaciente por convencer a sus a m i g o s i mortificado por la demora del mensajero, salió a t o da prisa en la m i s m a dirección. A p e n a s habian p a sado algunos minutos llegó a casa del señor Rojas la tropa, que al m a n d o d e un oficial i por orden d e Carrasco, le t o m ó preso; en seguida lo fueron los s e ñores don J u a n Antonio Ovalle i el D r . V e r a . Por aquel incidente solo fueron sorprendidos los señores Ovalle, Rojas i Vera. Infante i su sobrino escaparon m e d i a n t e su ausencia m o m e n t á n e a . A l gunos dias después fueron conducidos esos tres s e -


— 178 — ñores a Valparaíso p a r a seguir su viaje a los castillos del Callao. El doctor V e r a q u e d ó en Valparaíso por e?ifermo.... II.—Cerca d e m e s i medio después d e estas prisiones apareció en la plaza d e A r m a s , a las ocho d e la m a ñ a n a , una reunión como d e doscientas personas respetables, que luego se duplicó con ios curiosos: pidió a unos cuantos cabildantes, que allí se e n c o n traban, que citaran a sus c o m p a ñ e r o s a un cabildo abierto. E s t a reunión no se hizo esperar, i antes d e dos horas se comisionaba a don Agustín E y z a g u i r r e i a! doctor don José Gregorio A r g o m e d o p a r a pedir esplicaciones a Carrasco sobre su falta d e palabra,, p a r a hacer volver a Santiago a esos señores q u e e s t a b a n presos en Valparaíso, a b o r d o . Carrasco se m o s t r ó altanero al principio; p e r o al fin, aconsejado por dos oidores, concurrió a la A u diencia para contestar a los cargos que se !e hacían. E n t r e los concurrentes se encontraba d o n L u i s Carrera, de edad apenas de diez i nueve años. Cuando el valiente doctur A r g o m e d o dirijió a Carrasco su elocuente í conocido discurso, al decir: — « E n la piaz.i hai dos mil h o m b r e s decididos a hacer respetar ios derechos que defiendo.» Carrer,;, abriendo su capa i m o s t r a n d o un p a r d e pistolas, añadió dirijiéndose a Carrasco: — « I todos vienen como yo!» E s t e s e g a n d o epílogo decidió a Carrasco a prometer todo lo que antes habia n e g a d o . . . .


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Los dos sárjenlos O LA PRIMERA REVOLUCIÓN DE LOS CARRERAS

I.—Cuando en 1 8 1 1 , los Carreras ¡ sus amigos, descontentos con la marcha irresoluta d e aquel g o bierno, p r o y e c t a r o n una revolución q u e pusiera los destinos del pais en otras m a n o s ; una d e sus p r i m e ras dilijencias fué solicitar la cooperación d e dos sarjentos d e artillería, que debían facilitarles un m o vimiento que los hiciera dueños d e ese cuerpo i d e los recursos d e a r m a s i municiones d e p o s i t a d a s em el cuartel. Un sarjento en aquellos tiempos g o z a b a d e m u c h a m a s consideración que en el dia. P o d r í a m o s comparar su representación, por lo m e n o s , a la d e un oficial subalterno de nuestra é p o c a . Los sarjentos mencionados, a quienes se dirijieron los Carreras, fueron don Antonio Millan i don R a món Picarte, los mas notables d e ese cuerpo. Millan se n e g ó r o t u n d a m e n t e con estas palabras: «Si el asalto tiene lugar e s t a n d o y o d e guardia, m e haré matar en mi puesto; p e r o si m e niego a la solicitud d e ustedes, pueden sin e m b a r g o contarjcom mi silencio. Y o no soi delator.» Picarte no puso m a s inconveniente que los q u é le dictaba su conocida prudencia; pero fueron allanados, i se c o m p r o m e t i ó con los revolucionarios, fijánd o s e el dia. II.—El cuartel d e artillería estaba e n t ó n c e s m a s al oriente del lugar que ocupa el d e la escolta del Presidente d e la República. L o s Carreras vivían, o


— 180 — disponían de la casa, ahora nueva, en la calle d e l a s A g u s t i n a s , esquina opuesta a la del jeneraf B l a n c o , a espaldas del cuartel, i que ahora lleva el n ú m e ro 4 6 . T e n i a esa casa, como la actual, una puerta de servicio a la calle d e Morandé, a poco m a s d e m e d i a cuadra del mencionado cuartel, i que ahora tiene e l número 4 9 . L o s revolucionarios debian reunirse en esta casa i salir por aquella puerta sin que pudieran ser vistos por la guardia del cuartel h a s t a el m o m e n t o d e caer sobre ella. S e fijó el dia 4 d e S e t i e m b r e , entre una i dos d e la t a r d e . A las d o c e se e n c o n t r a b a n y a j u n tos los asaltantes, que no llegaban a cuarenta, i q u e s e habían reunido poco a poco, e n t r a n d o por la calle de las A g u s t i n a s i d e M o r a n d é , de uno en uno. Poco después pasaba Millan por la calle del p o niente d e la plazuela d e la Moneda, es decir, por la d e Teatinos, en dirección del reñidero d e gallos, sit u a d o entonces en la esquina noreste d e la que es ahora plaza d e abastos. Tenia para ese m i s m o dia una pelea armada, i llevaba su gallo él m i s m o , lo que no era raro entonces. Al pasar por allí vio a don José Miguel Carrera, que, vestido con su gran uniforme de húsar, se p a seaba a lo largo d e la plazuela con otra persona m a s , pero seguido a distancia por algunos curiosos, j e n t e toda del pueblo; siendo este barrio poco frecuentado entonces. E r a en ese dia oficial d e guardia del cuartel el capitán Barainca, dueño o administrador d e la chacra, d e e«te nombre, ahora seminario. E n ese m o m e n t o estaba en la cochera i n m e d i a t a al cuartel, que servia d e habitación a los oficiales de g u a r d i a .


— 181 — L o s revolucionarios, cosa combinada, m a n d a r o n tres individuos a solicitar d e Barainca una ó r d e a p a r a que el m a y o r d o m o d e la chacra recibiera algunos caballos a talaje. A p e n a s Barainca se p u s o a escribir la orden, uno d e los comisionados, que se habia q u e d a d o en la puerta d e la cochera, hizo una seña a otro, que, situado en la esquina, la repitió a un tercero que la a g u a r d a b a en la p u e r t a del patío d o n d e estaban los amotinados, entre los q u e habia varios oficiales i soldados del ejército. Salieron i n m e d i a t a m e n t e : al llegar a la puerta del cuartel i habiendo encontrado una resistencia obstin a d a en el sarjento González, fué m u e r t o d e un balazo por don Juan José Carrera, i el cuartel quedó, sin otra resistencia, en p o d e r de los asaltantes. Barainca no p u d o impedirlo p o r q u e los del recibo se lo e s t o r b a r o n . Sin mas que este movimiento parcial h u b o cambio d e gobierno. ¿I quién se habría a t r e v i d o a m o v e r s e contra los que se habian tomado la artillería? Por espacio d e cuarenta años los revolucionarios, d e Santiago no se s e p a r a r o n una línea d e esta idea,— dígalo el 20 d e Abril d e 1 8 5 1 . S e creia que el que se tomaba la artillería podía e c h a r s e a dormir: todo era s u y o . . . C o m o es natural, d e s p u é s del triunfo vinieron las ascensos. A l sarjento Picarte, que habia tenido en é! una p a r t e i m p o r t a n t e , se le dio el grado d e alférez. A l sarjento Millan, que solo c o o p e r ó con su silencio, se le p r e m i ó con el ascenso d e alférez efectivo. E s t a conducta d e Carrera, que encierra una alta lección, no n e c e s i t a m o s esplicarla a n u e s t r o s lectores. Ella nos t r a e a la memoria un h e c h o análogo


— 182 de Napoleón, que ha sido mui e n c o m i a d o por ios historiadores i que p o r sabido callamos. Picarte i Millan estaban llamados a r e p r e s e n t a r un noble papel en nuestra historia militar. Millan tiene una hermosa pajina en el sitio d e Chillan i el de R a n c a g u a . Picarte llevó una vida llena d e c o n t r a t i e m p o s i espuesta a g r a n d e s peligros, que s i e m p r e a r r o s t r ó con valor heroico. El motin d e la guarnición d e Valdivia, sofocado por él solo, con una p r o n t i t u d i enerjfa inauditas, seria suficiente para colocarlo entre nuestros mas notables militares. El año de 1830 c a y ó con el partido liberal a q u e pertenecía: ocupó su lugar e n t r e los jefes i oficiales que dio de baja el ministro Portales. D e s p u é s de esto, en una transacción iniciada e n t r e el partido liberal i el gobierno, Portales habia indicado a Picarte para intendente de Coquimbo; pero una t r a m a revolucionaria, descubierta en esos dias, i e n que Picarte apareció complicado, d i o en tierra con esa combinación. Portales, al saber algo m a s t a r d e que se hallaba g r a v e m e n t e enfermo i sin recursos, hizo llegar h a s t a él una suma considerable, (500 pesos) ocultándole c u i d a d o s a m e n t e quién le prestaba este servicio. N o fué esta la única prueba d e la predilección con que lo miraba. Millan se retiró del servicio activo con el g r a d o d e teniente coronel. Picarte habia llegado a coronel cuando se le d i o d e baja. Sin la interrupción d e su carrera, habria sido mui pronto jeneral. Su carácter serio, su talento i su valor lo llamaban a ocupar los primeros puestos del ejército, a que e n t o n c e s no s e llegaba con t a n t a facilidad como en el dia.


D o n L u i s Carrera E n Í 8 1 5 se encontraba en Buenos Aires don Luis C a r r e r a . Asistió una noche al único teatro que habia e n t o n c e s , inmediato a la iglesia d e la Merced i q u e ha d e s a p a r e c i d o . S e representaba El Chismoso, c o m e d i a d e costumbre, cuyo protagonista d e s e m p e ñ a ba el célebre actor Ambrosio Morante. D o s Luis ocupaba una luneta bajo un palco en que estaba una familia con varios niños d e corta e d a d . Como era natural, i por el poco cuidado d e sus p a d r e s , no solo hacían ruido con sus conversaciones, sino también con sus continuos movimientos, subiendo i bajando a la barandilla del palco. La situación que ocupaba Carrera i el poco cuidado que se tenia con los niños lo hizo fijarse, previendo lo que no podia menos d e suceder. E n una disputa por ocupar el lugar m a s alto, uno d e ellos, d e e d a d d e tres o cuatro años, c a y ó a la platea. A p e n a s lo v i o Carrera, i aun antes de que la m a dre diera un grito, se puso d e pié para recibirlo. L a poca altura del palco i su talla aventajada facilitaron ía operación, pero no sin que al vecino que tenia a su izquierda le pisara un pié con fuerza. E s a persona d e s a h o g ó su dolor diciendo: ¡Badulaque! Mientras don Luis ponia al niño en m a n o s de su p a d r e , subiéndose para esto sobre su asiento. E n seguida se d i o vuelta i p r e g u n t ó al sujeto aquel: —¿Con quién habla usted? —Con usted, por impolítico... Correrá d i o por única c o n t e s t a c i ó n a su interlocu-


— 184 — tor un gran bofetón a m a n o abierta que resonó eas t o d o el teatro. E l público, sobre todo el d e h platea, se levantó p a r a gritar contra el que aparecía como único a g r e sor, pues las pocas personas que estaban en autos d e lo sucedido no podían hacerse oír, ni t o m a b a n ets esto mucho e m p e ñ o por t e m o r a la inmensa m a y o ría, prevenida contra Carrera por imputaciones calumniosas, i aun no desvanecidas del t o d o , sobre s* lealtad en el desafío con el coronel Mackenna; a lis que d e b e a g r e g a r s e que el abofeteado e r a a r j e n t i n o . . . E s t e a su vez habia hecho uso d e su bastón, pe¡ru> con poco éxito. La representación fué interrumpida por algunos minutos. E s t o sucedía en el último acto d e la comedia. D o r a n t e el intermedio i el s a í n e t e , — L a muerte deí Diablo*—ninguno de los dos contendores se m o v i é d e su asiento, a t r a y e n d o sobre sí todas las m i r a d a s del público. Concluida la función, don Luis esperó p a r a salís q u e se despejase la platea: p e r o , viendo que nadie s e movía, i que se manifestaba cierta impaciencia en el público, se dirijió a la única puerta que tenia til teatro; pero antes d e salir a la calle, una voz dijo, ditrijiéndose al piquete d e guardia: — ¡ E s e es, sujétenlo! A p e n a s oyó esto Carrera, se dirijió a la p a r e d d e la izquierda, que d a b a frente a la guardia, i m e t i e n do a m b a s m a n o s a los bolsillos d e los pantalones., como en a d e m a n d e sacar armas, contestó m i r a n d o a la concurrencia: —¿Quién m e sujeta? T o d o s los curiosos estaban del lado d e a d e n t r o


— 185 — del t e a t r o , i en el zaguán solo s e veian la guardia i Carrera. L a actitud a m e n a z a n t e d e éste impuso a t o d o el mundo; pero no era esto solo: el p a d r e del niño, después d e darle las gracias d e s d e el palco, bajó a la platea, i acercándose a t o d o s los corrillos,, contaba conmovido el suceso; por consiguiente s e habia efectuado una reacción, en una p a r t e del p ú blico, favorable a Carrera. A su pregunta, i después d e un corto silencio, el m a y o r Ramírez, que mas t a r d e conocimos d e coronel d e artillería (año 2 5 ) , contestó: — S e ñ o r Carrera: si usted da su palabra d e p r e sentarse mañana a las 12 en la comandancia d e a r m a s , p u e d e retirarse sin ningún inconveniente. — ¡Corriente! contestó Carrera. I t o d o concluyó esa noche. A l siguiente dia concurrió a la cita. L o esperaba su adversario, el p a d r e del niño i éste mismo, que al v e r a Carrera corrió a él p r e s e n t á n d o l e un r a m o d e flores i pidiéndole, a n o m b r e d e su m a d r e , p e r m i s o p a r a besarle las m a n o s . L a s p r i m e r a s palabras de la entrevista fueron a g r e sivas por a m b a s partes; pero todo se arregló a m i g a b l e m e n t e por el interés que en ello t o m a r o n aun personas estrañas. S e exijió a los dos actores q u e dejaran al m e n o s por un m e s d e concurrir al t e a t r o : Carrera c o n t e s t ó : — ¡ A n o c h e m e h e despedido del teatro para siempre!


— 186 —

D o n J o s é M i g u e l Carrera Cuando en Abril de 1 8 1 8 , tenia lugar en Chile la victoria d e Maipo, se encontraba asilado en Montevideo don José Miguel Carrera, que un año antes i con gran trabajo i peligro habia podido escaparse d e un buque en que el gobierno arjeutino lo tenia preso en ¡a bahia d e Buenos Aires. L o s gobiernos chileno i arjentino se prestaban e s tos servicios mutuos. L a s prisiones arjentinas estaban abiertas para ios chilenos hostiles al gobierno d e nuestro pais; las de Chile lo estaban para los a r jentitios que se encontraban en el mismo caso L a familia Carrera era perseguida en Chile con m a s encarnizamiento i crueldad que los m a s decididos partidarios del rei de E s p a ñ a . Ei gobierno se habia e c h a d o sobre t o d a s sus p r o p i e d a d e s , dejándola perecer en el destierro, i aun en Chile, falta d e todo recurso. Si esta política era inevitable, fatal, no nos toca a nosotros decidirlo. D o n Juan José i don Luis, sorprendidos en su t r á n sito para Chile en m e s e s anteriores, p e r m a n e c í a n presos en Mendoza, d o n d e se les seguía una causa con mucha lentitud, por conspiración intentada d e s d e su prisión. A fines d e Marzo del mismo año llegó a ese p u e blo la noticia del descalabro d e Cancha R a y a d a , q u e p u s o a Chile al borde de su ruina. F u é trasmitida con t o d a celeridad a Buenos A i r e s i a Montevideo. Como era natural, aquel suceso causó en los á n i m o s g r a n zozobra. U n correo posterior d e pocos dias consoló a los p a t r i o t a s , haciéndoles saber que u n a


— 187 — gran p a r t e d e las fuerzas dispersas en Cancha R a y a da se e n c o n t r a b a reunida mui p r ó x i m a a S a n t i a g o , dispuesta a disputar la victoria al ejército d e O s o rio. D o n José Miguel, los dos B e n a v e n t e , don Manuel Gandarillas, don Pedro Vidal, Camilo Henriquez i otros chilenos partidarios d e Carrera, asilados, como él, en Montevideo, esperaban con el m a y o r interés n o ticias del resultado de la batalla decisiva que se p r e p a r a b a , como también del desenlace de la causa que con tanta calma se seguía a don Juan José i a don Luis, a u n q u e sin t e m e r un resultado sangriento, a que no daba lugar la naturaleza de esa m i s m a causa. U n a m a ñ a n a , a eso de medio dia, hora ordinaria en que se reunían diariamente los señores mencionados para comunicarse los rumores que cada uno habia recojido en la ciudad, el último que llegó trayendo la noticia que y a todos sabían de la victoria d e Maipo, añadió que se decia, aunque con reserva, que don Juan José i don Luis habian sido fusilados el 8 del m e s corriente en Mendoza. A u n cuando no se hallaba presente don José Miguel, ninguno d e los otros habia querido añadir, apesar d e saberlo, este funesto apéndice Por m o m e n t o s i con la m a y o r ansiedad lo esperaban, no d u d a n d o d e que a esa hora no podia ignorar su inmensa desgracia. L a m a y o r dificultad para dar crédito a la noticia, era, que hubiera llegado d e s d e Mendoza a Montevideo en seis dias i algunas horas; pero luego se supo que el correo que la habia llevado a Buenos A i r e s d e s d e Mendoza, habia a n d a d o aquellas trescientas leguas e n cuatro dias i medio. E s t e c o r r e o , por rara coincidencia, fué el famoso


— 188 — Escalera, el mismo que diez años antes habia salvad o en veintitantos dias la e n o r m e distancia ( c r e e m o s q u e d e mil leguas,) que hai d e Buenos A i r e s a L i m a llevando la noticia del fracaso d e la s e g u n d a invasión inglesa. T a r d a b a don José Miguel, m a s que d e c o s t u m b r e , i y a don Manuel Gandarillas se disponía a buscarlo e n casa d e don Nicolás Herrera, arjentino i a m i g o común, cuando oyeron que d e s d e el zaguán d e Sa casa, casi corriendo, i golpeando las m a n o s , gritaba;: —¡Viva Chile: victoria completa! A l oirlo, todos se miraron con dolorosa sorpresa; p e r o él, sin fijarse en la espresion indefinible d e aquellas fisonomías, añadió: — ¿ Q u é dicen ustedes d e los reclutas chilenos q u e se baten como leones? U n a sonrisa forzada d e asentimiento, sin una palabra articulada, fué la única contestación . ¡Todos habian caido en cuenta d e su ignorancia! E n t o n c e s , sorprendido i mirando s u c e s i v a m e n t e a t o d o s , dijo: — ¡Cómo! ¿Se han convertido ustedes en godos acaso? Como nadie contestaba, añadió. —¿O hai algo m a s que y o no sé? El mismo silencio. —¡Ah! ¡Han fusilado a alguno d e mis h e r m a n o s ! . . . ¿A los dos quizá?... Sí, ¡no m e digan n a d a ! I d a n d o un g r a n golpe con a m b o s p u ñ o s en la p a r e d , p e r m a n e c i ó vuelto a ella un largo r a t o , d a n d o l i b r e curso a sus lágrimas. E n seguida tiró el sombrero, añadiendo: — B a s t a d e lágrimas; los v e n g a r é o p e r d e r é la vida!...


189 — D e s d e el siguiente dia e m p e z ó a cumplir su palabra» i sus escritos, v e h e m e n t e s hasta entonces, fueron e n adelante incendiarios. E s t o no era bastante: luego c a m b i ó la pluma por la espada, que no dejó d e la m a n o h a s t a concluir su vida en el mismo p u e blo, en la misma plaza i en el m i s m o rincón en q u e ares años i medio antes la habían perdido sus h e r manos. El año 1 9 vimos en la pared oriente d e esa plaza, íaa h u e l l a s d e las balas que habian a t r a v e s a d o el p e c h o a l o s primeros; el año 24 vimos aun las q u e laabsan d e j a d o las que atrevesaron el s u y o . . .

Entre Chacabuco i Maipo VIRUTAS

HISTÓRICAS

I . — E l 20 d e Marzo d e 1 8 1 8 , entre doce i una d e la n o c h e , hablaba con el centinela (que entonces no faltaba en la esquina de la antigua cárcel) don F r a n cisco Fontecilla, intendente d e Santiago. A ese t i e m p o p a s a b a por allí el teniente d e artillería d e Chile (habia entonces un cuerpo d e artillería d e los A n d e s ) don Antonio Vidal. D e s p u é s del saludo, Fontecilla dijo a Vidal: — A c o m p á ñ e m e usted h a s t a la Cañada, n o m b r e q u e e n t o n c e s tenia la A l a m e d a d e las Delicias. L a c i u d a d estaba silenciosa como un cementerio. N a d i e ignoraba que el encuentro d e nuestro ejército con el realista, debia tener lugar en esos m o m e n t o s , i que del éxito d e una batalla estaba p e n d i e n t e la suerte d e Chile. £ o m o siempre, en esos


— 190 — casos, circulaban rumores mas o m e n o s alarmantes. Los godos no disimulaban su alegría, no solo por la retirada d e nuestro ejército, d e s p u é s d e la sangrienta derrota de Talcahuano, sino t a m b i é n por el considerable refuerzo recien llegado del Perú a los realistas, con el que venia Osorio, el vencedor d e Rancagua. Fontecilla i Vidal t o m a r o n la dirección de la calle del E s t a d o . Al llegar a la plazuela d e San Agustín, les llamó la atención el paso d e un caballo cansado' i con las herraduras rotas, que venia del lado d e la Cañada en dirección a la plaza d e A r m a s . D e comums acuerdo, ambos se ocultaron en el rincón que ocupa» ba, como ahora, la portería de! convento. El ruido d e un sable les advirtió que el que m o n t a b a el caballo era un militar, al cual saliéndole al encuentro, p r e g u n t ó Vidal: —¿Quién vive? — L a patria. —¿Qué jente? —Oficial del ejército — ¡Alto! Al acercarse a él, conocieron que h a b l a b a n con S a m a n i e g o , teniente d e caballería, chileno i mus c o nocido en S a n t i a g o . Sorprendido el i n t e n d e n t e de aquel i n e s p e r a d o encuentro, p r e g u n t ó : —¿De d ó n d e viene usted? " « —Del ejército. —¿Dónde está el ejército? — A n o c h e e s t á b a m o s cerca de Talca; pero a Jas nueve nos asaltaron los godos i nos h&a dispensadle completamente. — A p é e s e usted i m a r c h e para San P a b l e .


— 191 — S a m a n i e g o quiso añadir algo, pero se le hizo callar por el teniente Vidal, diciéndole: — ¡Obedezca usted al intendente! E s t e silencio no fué interrumpido en todo el c a mino. I I . — E n San Pablo estaba acuartelado un rejirniento de caballería de milicias, que m a n d a b a don Pedro Prado, vocal d e una d e las antiguas juntas; pero que en ese m o m e n t o no estaba en el cuartel, i no costó poco trabajo que el teniente don Juan María E g m i , oficial de guardia, abriera la puerta. Conseguido esto, las tres personas mencionadas se encerraron e a la mayoría, d o n d e Samaniego dio t o d a s sus esplícaciones sin vacilación alguna, añadiendo al ^terminar: T r a s d e mí viene todo el ejército. L a m a y o r dificultad para el señor Fontecilla era que en 28 horas hubiera podido este oficial recorrer las 80 leguas que entonces se suponían e n t r e T a l c a i Santiago. A esto contestó S a m a n i e g o , que las veces que habia c a m b i a d o caballo para acelerar su viaje, lo pedia en n o m b r e del gobierno, mostrando un p a p e l que decia ser un oficio urjente, pero callando lo sucedido. A l retirarse el intendente, dio orden t e r m i n a n t e d e poner al preso dos centinelas, prohibiendo t o d a comunicación. D e ahí se dirijió, siempre seguido del teniente Vidal, a casa d e dos o tres personas d e alta posicioa p a r a referirles lo sucedido, pero d u d a n d o d e 3a v e r d a d . A l llegar a la casa d e la áltíma d e estas p e r s o nas, y a viniendo el dia, la encontró en pié i coa l a noticia que acababan d e darSe. d e q w don B e r n a r d o


— 192 — M o n t e a g u d o , auditor del ejército, habia llegado, r e firiendo el mismo suceso, con p o r m e n o r e s aun m a s alarmantes que los que ellos sabian. Y a n o era posible la duda i solo se trató d e ocultar la catástrofe al público. T o d a s las p r e c a c i o n e s , sin e m b a r g o , fueron inútiles, p u e s el 2 1 , S á b a d o S a n t o , a las diez d e la m a ñana, las noticias d e nuestro ejército estaban en boca d e todo el mundo, con dolorosos p o r m e n o r e s . L a n o c h e d e ese dia i la del domingo inmediato fueron a t e r r a d o r a s . A l g u n a s tiendas d e comercio fueron s a q u e a d a s , teniendo esta preferencia las d e alg u n o s entusiastas patriotas. Pero n a d a m a s siniestro que ese mismo domingo. Al medio dia e m p e z ó a lev a n t a r s e una nube d e polvo por el lado del sur, p r ó x i m o a la ciudad, que por m o m e n t o s se hacia m a s d e n s a , a u m e n t a n d o el e s p a n t o d e los habitantes d e Santiago. I I I . — E n t o n c e s el llano d e Maipo no tenia un solo arbusto i sus siete leguas d e anchura no eran m a s que un arenal no interrumpido e n t r e el Mapocho i el Maipo, por no correr por esa g r a n estension ni un hilo d e agua. E s a p o l v a r e d a la levantaba la multitud d e j e n t e d e a caballo i d e a pié d e los pueblos del sur, q u e b u s c a b a un asilo en la capital. E n t r e esa multitud d e familias, pobres casi en su totalidad, venían gran p a r t e d e soldados i no pocos oficiales del ejército m a s brillante que hasta e n t o n ces habia tenido Chile. L o que m a s desconsuelo causaba era ver ese sin n ú m e r o d e militares a v e r gonzados i abatidos, sin formación alguna, i la m a y o r p a r t e d e s a r m a d o s ; que en lugar d e t o m a r cuarteles


— 193 — en Santiago, p a s a b a n de largo, en dirección al norte, es decir a Mendoza, que m i r a b a n como el único punto de s e g u r i d a d . E l 2 3 , dia lunes, p u e d e decirse que t o d o el m u n d o se disponia a emigrar en esa dirección. El que estas líneas escribe tuvo un buen e m p e ñ o para incorporarse en el equipaje del jeneral O ' H i g g i n s , que m a r c h ó en dirección a Mendoza a cargo del p a d r e Jara, relijioso dominico. C o m p r a m o s en doce reales una y e g u a , o m a s bien, una armazón d e y e g u a , que con gran trabajo nos condujo hasta inmediaciones d e S a n t a R o s a d e los A n d e s , de d o n d e regresamos después, al saber el triunfo de Maipo. E n nuestra c o m p a ñ í a iba un cadete, mas t a r d e jeneral, que d e s p u é s vimos condecorado con la medalla que se concedió a los vencedores de los vencedores de Bailen... A s í se dan a veces los premios, i no será este el único caso d e ese jénero a que nos referiremos en el p r e s e n t e artículo. I V . — E n estas circunstancias apareció don Manuel R o d r í g u e z , que infundió aliento en unos i desconfianza i recelo en otros. E s t e personaje, que tanto contribuyó a la restauración de nuestra patria, fué relegado al olvido d e s pués del triunfo de Chacabuco:—decimos mal, en el t i e m p o que corrió desde esa batalla, hasta la d e Maipo, se le tuvo presente p a r a perseguirlo sin d e s canso; pero no es esto lo mas raro, sino el e m p e ñ o que se ha puesto en atribuir al jeneral S a n Martin la p a r t e principal en estas persecuciones. T a n lejos está esto de la v e r d a d , que en t o d a s las dificultades que se ofrecían entre el gobierno d e don Bernardo O ' H i g g i n s i Rodríguez, éste acudía a S a n 13


— 194 — Martin, que siempre se p r e s t ó gustoso a zanjarlas. San Martin no solo dio a R o d r í g u e z pruebas d e cariño, sino d e confianza, nombrándolo auditor d e g u e r r a del ejército que organizaba en L a s T a b l a s , pocos meses antes d e la batalla d e Maipo. N a d i e ignora quién fué el que solicitó al capitán Zuluaga, arjentino, i m a s t a r d e al teniente Navarro,, español, ambos del batallón i.° d e los A n d e s , p a r a asesinar a Rodríguez. Cuando esto sucedía, San Martin estaba en Buenos A i r e s , d o n d e llegó la noticia d e la m u e r t e d e Rodríguez con posterioridad. S e ha dicho por algunos, que aquel jeneral d o m i n a b a en Chile con su ejército, sin recordar que el ejército arjentino, después d e la batalla d e Maipo, era inferior al de Chile en mas d e mil h o m b r e s ; pues d e los cuatro mil con que contaba en Chacabuco, habia perdido cerca de mil en las c a m p a ñ a s del sur, anteriores a la batalla d e Maipo; esto sin contar q u e el jeneral O ' H i g g i n s era director s u p r e m o d e la r e pública.' No fué San Martin, quien, tres años m a s t a r d e i residiendo en el Perú, dio un alto g r a d o en el ejército de Chile al g o b e r n a d o r d e Mendoza, Godoi Cruz, que fusiló a don José Miguel Carrera; a c o m p a ñ a d o este n o m b r a m i e n t o d e una rica casaca, c o r r e s p o n diente al empleo. C o m o el g r a d o se e v a p o r ó m a s t a r d e , la casaca corrió la m i s m a suerte, viniendo a p a r a r al t e a t r o d e S a n t i a g o , d o n d e murió e n t r e los; desechos del actor Peso, a quien le fué v e n d i d a p o r su dueño, e m i g r a d o en Chile. L a tal casaca había ocasionado un mal rato en B u e n o s A i r e s a su p o s e e dor, por h a b e r tenido el arrojo d e p r e s e n t a r s e esi paseo público d e gran p a r a d a .


— 195 — L l a m ó la atención, sobre todo, por su alta g r a d u a ción i por ser desconocido d e todo el m u n d o . A l dia siguiente se le notificó por la Comandancia d e A r m a s la orden verbal, d e no volver a presentarse en público con ese traje. A esta orden, h e m o s oido en Buenos A i r e s añadir palabras que por su dureza creemos inverosímiles. V . — C o m o todos saben, el pueblo, o lo que se llama tal, asoció a Rodríguez con el coronel don Luis Cruz, que m o m e n t á n e a m e n t e reemplazaba en el m a n d o sup r e m o d e la república al jeneral O ' H i g g i n s . Contando con los recursos que este cargo le proporcionaba, organizó un Tejimiento d e caballería d e quinientas a seiscientas plazas, que llamó Húsares de la Muerte. L o s oficiales, en su totalidad eran carrerinos, lo que no era una garantía d e fidelidad para San Martin ni O ' H i g g i n s , pues estando don Juan José i don Luis a cien leguas de Santiago, presos en Mendoza, no era imposible que a m b o s se presentaran el dia m e n o s p e n s a d o en Chile, d o n d e contaban con numerosos i decididos partidarios, aun en el ejército. T a n cierto es esto, que el francés don A m b r o s i o C r a m m e r , t e n i e n t e coronel i c o m a n d a n t e del batallón 8 d e los A n d e s i el italiano don José Rondizzoni, sarj e n t o m a y o r del número 2 de Chile, fueron s e p a r a d o s v i o l e n t a m e n t e d e sus puestos en esos dias p o r sosp e c h a s d e carrerismo, pues a m b o s habían venido d e N o r t e - A m é r i c a con don José Miguel. E n esa misma época se hizo igual cosa con el j e n e ral francés Brayer, últimamente incorporado a n u e s tro ejército, i que, habiendo venido del mismo punto con Carrera, se prestaba a las mismas sospechas. A esta última separación se le d i o como motivo el


mal éxito del asalto d e Talcahuano, en Diciembre del año anterior; sin e m b a r g o , de' que la e m p r e s a se acometió con aprobación i bajo las órdenes del j e n e ral O ' H i g g i n s , jefe del ejército i S u p r e m o Director, siendo B r a y e r jefe d e estado m a y o r . Pero, como es sabido, en estas desgracias siempre se busca a quien echar la culpa, i, ¿quién mas a propósito para este caso que un estranjero, i a m a s d e esto, carrerino? B r a y e r , pues, fué el autor es elusivo d e uno d e los m a s g r a n d e s descalabros que sufrió nuestro ejército en la guerra de la independencia, i una licencia d e pocos dias que pidió p a r a t o m a r los baños de Colina, fué el motivo ostensible p a r a separarlo del ejército, apesar d e haberse presentado siete dias antes de la batalla d e Maipo solicitando su incorporación. El habia agriado los ánimos d e O'Higgins i S a n Martin con sus palabras i conducta m a s que imprudentes en un militar. E n esos dias se le veia a todas horas a c o m p a ñ a n d o a Rodríguez que habia asumido el p a p e l del mas exaltado tribuno. H Sin e m b a r g o , este notable jefe de los ejércitos del primer imperio, i que, aunque por algún tiempo perteneció al nuestro, es desconocido d e casi todos nuestros lectores. E s t o nos obliga a decir algunas palabras sobre su persona. f F V I . — C u a n d o don Miguel B r a y e r llegó a Chile, en 1 8 1 7 , tendría 4 8 a 50 años d e e d a d . D e elevada e s tatura i color moreno, tenia la figura m a s a r r o g a n t e i marcial que h e m o s visto. Su presencia imponía r e s peto. E n la p r i m e r a caida d e N a p o l e ó n fué tratado con m u c h a consideración por Luis X V I I I , hasta el punto d e confiarle el gobierno d e L y o n . D e s e m p e ñ a b a este


— 197 — cargo cuando d e s e m b a r c ó Napoleón de la isla de Elba. B r a y e r se declaró por él, e n t r e g á n d o l e ese p u e blo i m p o r t a n t e . D e s p u é s de Waterloo emigró a N o r t e - A m é r i c a . Allí lo encontró don José Miguel, que, como a otros que se hallaban en el mismo caso, lo solicitó para que lo a c o m p a ñ a r a en su espedicion a Chile, que no tuvo lugar por haberlo impedido el gobierno arjentino, al arribo d e esa p e q u e ñ a escuadra al Rio d e la Plata. Libres por este contratiempo, la m a y o r p a r t e d e aquellos militares tomaron servicio sucesivamente en el ejército de los A n d e s , a las ó r d e n e s d e San Martin. Napoleón conservó por Brayer gran estimación h a s t a sus últimos m o m e n t o s . E n su t e s t a m e n t o , que t o d o s conocen, i que el gobierno francés impidió que se cumpliera, le dejaba un legado de cien mil francos. A n t e s de la batalla de Maipo se retiró de Chile a Montevideo, después de una discusión acalorada con San Martin, d e cuya presencia se retiró sin saludarlo, habiendo m e d i a d o antes las siguientes comunicaciones. « D u r a n t e una carrera d e treinta años de servicios el honor ha sido siempre mi guia. C o n d u c i d o por mi patriotismo a la A m é r i c a del Sur, creo haber m e r e cido la estimación del ejército. Bajo este supuesto, m e dirijo a V. E . con toda confianza, suplicándole m e conceda algún m a n d o en las tropas que se reúnen para rechazar al e n e m i g o . «Mi salud, destruida por heridas graves, m e deja sólo una existencia dolorosa, cuyos restos ofrezco en obsequio d e la independencia del pais q u e - m e h a


— 198 — acojido en mi desgracia. Me atrevo a esperar esta gracia d e la jenerosidad i justicia d e V . E . «Dios g u a r d e a V . E . m u c h o s años. «Santiago d e Chile, Marzo 27 d e 1 8 1 8 . — M I G U E L BRAYER.—«Excelentísimo Capitán Jeneral don José d e S a n Martin.» (Contestación)

«La salud de U S . es mui interesante, i por lo mismo, d e b e r á reponerla por medio d e una curación formal; logrado este objeto se proporcionará el d e s tino que U S . solicita a beneficio del pais. «Dios g u a r d e a U S . muchos años. «Cuartel jeneral en el Llano de Maipo, Marzo 2 9 d e 1 8 1 8 . — J O S É D E S A N MARTIN.— Señor jeneral don Miguel B r a y e r . » A esta contestación irónica, i d e m á s incidentes, r e s p o n d i ó B r a y e r mas t a r d e d e s d e Montevideo con un manifiesto que h e m o s visto s o b r e su conducta en Chile i sus disidencias con San M a r t i n . L a redacción d e este escrito se atribuyó a don José Miguel Carrera. V I L — L o s cinco o seis dias que trascurrieron d e s de la dispersión de nuestro ejército en Cancha R a y a d a , hasta la llegada a S a n t i a g o d e S a n Martin i O ' H i g g i n s , los e m p l e ó Rodríguez en a r m a r malam e n t e su rejimiento, con los escasos restos q u e habían q u e d a d o en la maestranza, que a p e n a s habia p o d i d o suministrar lo mui preciso para a r m a r los siete mil h o m b r e s que habían m a r c h a d o al encuentro de Osorio.


— 199 — L a s noches las empleaba en recorrer la población i visitar los cuarteles, reducidos en su m a y o r parte a diez o doce inválidos que los custodiaban. L o s dos únicos batallones d e milicias que habia entonces cubrían todas las guardias. U n a compañía d e comerciantes arjentinos, numerosos en S a n t i a g o , acuartelados en San Agustín, r o n d a b a n la ciudad i en particular el comercio, amenazado seriamente. Rodríguez se e m p e ñ a b a , sobre todo, en desterrar el pánico que se habia a p o d e r a d o d e todo el m u n d o . S e p r e s e n t a b a a caballo, a cierta distancia, en los cuerpos de guardia donde habia centinelas esteriores, i al preguntársele ¿quién vive? contestaba clavando las espuelas al caballo en a d e m a n d e atropellar al centinela. A l que abandonaba su puesto, que no eran pocos, se le castigaba con un corto arresto, no siendo p o sible otra cosa por ser cívicos en su m a y o r parte, o con una burla mortificante. El que se conservaba en él recibía muchos elojios i algunas m o n e d a s . V I I I . — A la llegada de O ' H i g g i n s i San Martin, a S a n t i a g o , Rodríguez se contrajo esclusívamente a la disciplina d e su cuerpo, que siendo voluntario i sin sueldo determinado, no tenia m a s estímulo que su entusiasmo, contrariado con frecuencia por los pocos i tardíos recursos que recibía. E s t o , i la índole política d e los que lo componían, lo mantenía a cierta distancia del Gobierno, que lo miraba con mal ojo. Por lo d e m á s , esto le daba cierta i n d e p e n d e n c i a p o co avenible con la disciplina, sobre t o d o en esas circunstancias. IX.—A pesar del entusiasmo que la presencia del


— 200 S u p r e m o Director i del jeneral San Martin habia inspirado en muchos, la emigración iba en aumento, i el camino d e A c o n c a g u a no era m a s que una fila interminable de j e n t e que a b a n d o n a b a la capital en dirección a la otra banda. E n t r e esa multitud, vimos con estrañeza a un valiente jefe arjentino, don Mariano Necochea, que, seis años mas t a r d e , se cubrió d e gloria en Junin, a c o m p a ñ a d o del célebre m é d i c o español Grajales. U n a herida casual de una m a n o , fuera del campo d e batalla, era el motivo. ¿No podia esperar en Santiago el último resultado de la contienda? Si esta clase d e h o m b r e s nos a b a n d o n a b a n sin la menor reserva, ¿quién podria infundirnos aliento? No es, pues, estraño lo que v a m o s a referir. X . — H e m o s dicho antes que habia en la capita en ese tiempo dos batallones de guardias nacionales. N o t o m a m o s en cuenta un cuerpo d e caballería comp u e s t o de jente decente, que poco antes de la batalla s e dispersó, y e n d o algunos de los m a s valientes a engrosar el ejército... ¡de Osorio! D e los dos batallones mencionados eran jefes, del n ú m . i, don Francisco Elizalde, arjentino, m u e r t o h o n r o s a m e n t e en Lircai, en las filas del jeneral Freiré. D e l núm. 2 lo era don José Santiago A l d u n a t e . A m bos cuerpos ocupaban el antiguo edificio del Instituto. U n a tarde, en vísperas d e la batalla, se reunieron con gran solemnidad. El señor Elizalde les dirijió un discurso entusiasta i conmovedor, que concluyó p o r estas palabras: «Ciudadanos: el que esté dispuesto a vencer o morir al lado d e nuestro valiente ejército, dé dos pasos al frente». L o s dos batallones, sin una sola escepcion, lo hicieron a los gritos d e «¡Viva la patria i mueran los godos!» E s a n o c h e


— 201 — quedaron acuartelados, disponiéndose para marchar. Á las cuatro d e la t a r d e del siguiente dia, salieron a m b o s cuerpos a c o m p a ñ a d o s por g r a n p a r t e del pueblo. Alojaron a.la salida de la ciudad, formando pabellones, con numerosos centinelas, quizá no t a n t o p a r a cuidar las a r m a s cuanto a los que las llevaban. Al venir el dia siguiente, se tocó diana por los cuatro t a m b o r e s que tenían las dos b a n d a s reunidas. A esa hora e m p e z ó a notarse que habia mas fusiles que soldados; pero se creyó que, como se habia a c a m p a d o mui cerca d e la ciudad, habrían ido a remoler a las inmediaciones, como cuatro años antes habia sucedido con la desgraciada división d e don Manuel Blanco E n c a l a d a en Talca, con el' e n e m i g o al frente. Pero después d e hacer circular en todas direcciones a los tambores, tocando llamada por m a s d e una hora, se c a y ó en cuenta d e que la t r o p a que habia formado, no era suficiente ni para acarrear al cuartel los fusiles sobrantes. E n vista d e esto, se determinó volver a la ciudad, p e r o e s p e r a n d o la noche para ocultar al público lo sucedido, i t r a y e n d o los fusiles en c a r r e t a s . X I . — E n esos dias, el teniente del número 3, don José A n t o n i o A l e m p a r t e , herido d e g r a v e d a d en el asalto d e T a l e a h u a n o , se hacia conducir a la Plaza d e A r m a s en una silla, i con voz casi estingúida, t r a t a b a d e excitar el entusiasmo i la v e n g a n z a contra los invasores. D e s d e la catástrofe d e Cancha R a y a d a los jefes del ejército i don Bernardo O ' H i g g i n s , como los d e m a s , tenían un t e m o r : — u n asalto nocturno. L a víspera de la batalla p r e g u n t a b a el Director al teniente Vidal, que venia del c a m p a m e n t o :


— 202 —

'

—¿Cómo está el ejército? —Bien, señor, si no nos embisten d e noche. D o n Bernardo m o v i ó la cabeza en signo d e a s e n timiento, pero sin decir una palabra. A este respecto se referian varios incidentes que confirmaban este temor. S e dio por fin la batalla. H u b o un m o m e n t o d e vacilación en el ejército patriota, cuando el m a g n í fico batallón Burgos, hizo volver caras a dos d e los n u e s t r o s , el 7 i el 8. Poco después la victoria se d e claraba por nosotros, i a m b o s batallones r e c u p e r a b a n el terreno p e r d i d o . X I I . — E l Tejimiento de R o d r í g u e z no concurrió a la batalla. ¿Cómo se esplica que un cuerpo organizado en los m o m e n t o s del conflicto i formado por patriotas decididos i de conocido valor, faltaran en su puesto a la hora crítica? No h e m o s leido a todos los historiadores que han tratado d e este episodio d e nuestra revolución, i en los que hemos visto, no encontramos nada que satisfaga ni r e m o t a m e n t e esta d u d a , que d e b e ocurrirse a todo el m u n d o . Sin que el que esto escribe se quiera dar los aires d e h o m b r e de importancia, casi está seguro d e ser el único que sobrevive a los pocos que estuvieron e n el secreto de este hecho, puesto en su noticia por un testigo d e t o d a responsabilidad. X I I I . — E l año 31 o 32 llegó a Chile don R a m ó n Allende, después de doce años d e ausencia, por h a ber sido desterrado por carrerino en el gobierno d e O ' H i g g i n s . E s t e i su h e r m a n o don Gregorio, víctima d e igual persecución, habian pertenecido a nuestro ejército d e s d e la c a m p a ñ a d e 1 8 1 3 i habian conquist a d o g r a n fama por su raro valor.


— 203 — A don R a m ó n , que h a c e algunos años murió en Valparaíso d e c o m a n d a n t e d e serenos, h e m o s oido referir lo que v a m o s a relatar. A d v i é r t a s e que era capitán del rejimiento d e que se trata i por mil m o tivos a m i g o d e Rodríguez. X I V . — L a víspera del c o m b a t e se convocó, con la m a y o r reserva, a una junta a que solo debían asistir el primero i segundo jefe del cuerpo i los capitanes. L a j u n t a tuvo lugar i casi no hubo discusión, porque la uniformidad en las opiniones era completa; de m a n e r a q u e sin la m e n o r vacilación se convino por unanimidad en no concurrir a la batalla, d a n d o como motivos, e n t r e otros, los siguientes: El rejimiento estaba, e s c e p t u a n d o la oficialidad, i no toda, malísimamente m o n t a d o , i con a r m a s la m a y o r parte inservibles. E s t e cuerpo, en tales condiciones, debia representar un p o b r e papel al lado de nuestra numerosa e irresistible caballería tanto chilena como arjentina, con que contaba el ejército E n caso d e ganarse, la batalla, se trataría d e conservar a todo trance el rejimiento, con la casi seguridad d e que p r ó x i m a m e n t e debían llegar a Chile don Juan José i don Luis Carrera, presos en Mendoza, pero cuya libertad era inminente. E n todo caso se contaba con don José Miguel, libre en Montevideo. E n suma, el rejimiento debia ser la base d e una revolución contra aquel orden d e cosas, que para ellos no era m a s que una persecución p e r m a n e n t e , la cual tomaría m a y o r e s proporciones una vez p a s a d a la p r e s e n t e situación. Si la batalla se perdía, el rejimiento estaba llamado a prestar valiosos servicios a la patria, retirándose al n o r t e i sublevando esa g r a n provincia, que m a s


— 204 — t a r d e h a sido dividida en tres, contra el gobierno español, pudiendo contar d e s d e luego con el d e n u e d o i patriotismo d e los aconcagüinos. E n todo caso estaban decididos a no emigrar por s e g u n d a vez. H é aquí, omitiendo pormenores, lo que no solo a nosotros refería el señor Allende, sin reserva alguna. X V . — L o s sucesos posteriores confirmaron la p r e visión d e esos señores. El Tejimiento fué -disuelto b r u s c a m e n t e , sin esperar que volviera a S a n t i a g o d e una escursion que se le habia ordenado al sur, a que no habia concurrido su jefe. Esto sucedía cinco o seis dias d e s p u é s d e la batalla. Diez o doce dias mas t a r d e de aquel acontecimiento, una reunión pacífica de las personas m a s i m p o r t a n t e s d e Santiago, pedia r e s p e t u o s a m e n t e al Director algunas modificaciones en el réjimen estrict a m e n t e dictatorial que entonces i m p e r a b a . L a contestación no se hizo esperar; Rodríguez, que se encontraba entre los peticionarios, fué t o m a d o preso i conducido con numerosa escolta al cuartel d e San Pablo, de d o n d e no salió h a s t a un mes d e s p u é s con el batallón número i.° d e los A n d e s , con dirección a Quillota. T o d o s saben que en Tiltil concluyó su viaje... i su v i d a . . . A q u í habríamos t e r m i n a d o nuestro artículo; pero recordamos haber ofrecido decir algo sobre el m o d o cómo a veces se conceden condecoraciones, i v a m o s a cumplir nuestra palabra, refiriéndonos a lo que contaba un condecorado con franqueza i gracia inimitables. X V I . — N u e s t r o s lectores recordarán que, cuando el intendente Fontecilla se presentó en el cuartel d e


— 205 — S a n Pablo, lo recibió como oficial de guardia el t e n i e n t e E g a ñ a . Pues bien, a este mismo oficial, pert e n e c i e n t e a una familia que por su talento i patriot i s m o , d e s e m p e ñ a un gran papel en nuestra historia, le t o c ó la guardia del cuartel en vísperas d e la b a talla d e Maipo. Su familia habia e m i g r a d o antes, i se e n c o n t r a b a alojada cerca de la cordillera, esperando el resultado final. El, que no se creia m e n o s comp r o m e t i d o que su familia, a b a n d o n ó la guardia i se fué a reunir con ella. A l verlo llegar, su p a d r e le reconvino d u r a m e n t e por h a b e r a b a n d o n a d o su Tejimiento, sin saber en ese m o m e n t o que estaba de guardia. E n la m a ñ a n a del 6 d e Abril llegó la noticia de la victoria. N u e s tro oficial, aprovechando la alegría de su padre, le confesó la v e r d a d entera. Nueva pero m a s dura r e primenda. V o l v i ó la familia a Santiago, i en medio del júbilo con que celebraba tan fausto acontecimiento, llega un s o l d a d o del Tejimiento con una orden del coronel p a r a q u e el teniente E g a ñ a se presentara a la m a y o r b r e v e d a d en la mayoría del cuartel. L a sorpresa d e t o d o s fué cual d e b e suponerse. El p a d r e , impuesto d e la orden, se dirijió a su hijo, diciéndole: — T u delito no tiene mas que un castigo,—la muerte;—pero en estas circunstancias quizá no te se aplique el rigor d e la Ordenanza. T e c o n m u t a r á n el castigo en un largo encierro en un castillo, gracias a mi a m i s t a d con el coronel. P r e s é n t a t e en el cuartel, v e remos lo que se ha d e hacer, i avisa con tiempo a d ó n d e se te ha de m a n d a r la cama i la comida. E n ese m o m e n t o no habia en la casa mas h o m b r e que el p a d r e d e nuestro oficial, enfermo d e resultas


— 206 del viaje, e imposibilitado p a r a a c o m p a ñ a r l o . T u v o que ir solo. A l cabo d e dos horas, volvió el t e n i e n t e E g a ñ a a c o m p a ñ a d o d e uno d e sus h e r m a n o s . A p e n a s los v i o el padre, se dirijió al primero p r e g u n t a n d o sorprendido. — ¿ Q u é hubo? — N a d a , señor. — ¡Cómo, nada? Dímelo todo, sin omitir una palabra. — A p e n a s m e v i o el coronel, m e dijo: «¿Cómo t e va, Juanito? i mi c o m p a d r e , ¿está bueno?» E n seguida añadió: «El jeneral m e p i d e una razón circunstanciada d e la comportacion del rejimiento en la b a talla, i t e h e llamado para que la escribas.» L u e g o dictó el parte; añadiendo al fin una recomendación nominal d e todos los oficiales. Al oírmelo leer, me dijo: —¿I tú no te pones? V i e n d o q u e . n o le contestaba: — ¡Seria orijinal que y o omitiera al hijo d e mi c o m padre! agrega: «El teniente don J. M. E g a ñ a no se condujo con m e n o s valor i entusiasmo que los otros oficiales.» —¿I eso escribiste? —Sí, señor: m e lo o r d e n ó t e r m i n a n t e m e n t e . — ¡Bendito sea Dios! ¡i así hai patria! Por lo d e m á s , el señor E g a ñ a conservaba, según decia, su medalla con su respectivo diploma U n escritor notable d e la R e p ú b l i c a Arjentina nos escribe d e s d e Buenos A i r e s , con fecha 31 d e M a y o d e este año, i con r e s p e c t o a este artículo, lo que sigue:


— 207 — « T e n g o a la vista La Estrella de Chile, la que contiene las VIRUTAS HISTÓRICAS, episodios que p r e cedieron a la batalla d e Maipo. Su contenido es d e una irreprochable v e r d a d , i m e consta toda su narración; p o r q u e d e alguna p a r t e h e sido testigo, i del resto, su notoriedad es su mejor justificación. Voi a dar a usted una lijera idea d e mi análisis,» e t c . L a persona mencionada es el señor coronel don Jerónimo Espejo, alférez d e artilleria en Chacabuco, que hizo todas las c a m p a ñ a s d e Chile hasta su m a r cha al Perú con el ejército libertador, i a quien S a n Martin decia, antes d e partir p a r a E u r o p a , en un d o c u m e n t o público: «Le autorizo por el p r e s e n t e p a r a que p u e d a r e cordar con orgullo a cuantos participen d e los b e n e ficios de la independencia, que tuvo la gloria d e ser del ejército libertador... i lo declaro acreedor al reconochniento de la patria i de la posteridad».—SAN MARTIN».


— 208

Don Diego Portales JUICIO HISTÓRICO POR J. V . LASTARRIA

Si es verdad que en ninguna época se ha tratado tanto de h i s toria c o m o en la nuestra, jamas t a m p o c o la historia ha sido tan sistemáticamente falseada bajo el punto de vista de los partidos i de las escuelas. LEKORMANT.

Con motivo d e la publicación de las MISCELÁNEAS d el señor don Victorino Lastarria, d e que hablábam os con un amigo nuestro, éste nos remitió en dias p a s a d o s un folleto que, con el título que encabeza e s t a s líneas, publicó aquel caballero el año d e 1 8 6 6 i q u e nos dicen h a c e p a r t e de esa publicación. D e s d e las p r i m e r a s pajinas notamos que el autor ño h a t e n i d o , al parecer, otro propósito que rebajar el indisputable mérito de aquel eminente patriota a quien t a n t o d e b e Chile, i cuyo prestijio a u m e n t a a proporción d e la lejanía de su tiempo i d e los aullidos del espíritu d e partido. Sin la capacidad necesaria, i aun sin el t i e m p o que esto requiere, nos h e m o s resuelto a rectificar mui a la lijera, n o t o d o s , sino una p a r t e d e los errores que. están a nuestro alcance, con hechos positivos i no con cuentos i deducciones antojadizas. E n suma, — l a injusticia i el encarnizamiento con que se a t a c a a Portales i a su partido nos han puesto la pluma en la m a n o .


— 209 — A d v e r t i r e m o s una vez- por todas, que si con frecuencia o p i n a m o s de distinta m a n a r a que el señor Lastarria acerca d e las ideas i actos del partido liberal, no es nuestra intención atacar al verdadero partido que llevó ese nombre, que es conocido en Chile i del que aun q u e d a n pocos pero honrosos restos. L o que el historiador presenta ordinariamente es una entidad desconocida para los coetáneos d e esa época. I . — E m p i e z a el señor Lastarria por escandalizarse d e que se presente a Portales como «el primer estadista d e A m é r i c a » . E s t e pecado lo cometía don José J. d e Mora, que c o m o sabe el señor Lastarria, no era amigo de Portales. « A u n q u e era j o v e n cuando estalló la revolución d e la independencia, no se apasionó por ella.» N o todos los j ó v e n e s de su t i e m p o se apasionaron por la revolución. Hubo muchos indiferentes i g r a n número d e g o d o s . Portales no fué ni uno ni otro, i m a s d e un acto d e su vida lo prueba. «El público de entonces se aficionó a cierto g r a cejo con que El Hambriento ridiculizaba a los pipiólos, poniéndoles apodos, notándoles sus defectos personales i hasta sus faltas privadas i sus vicios». E l señor L a s t a r r i a que menciona a El Hambriento para censurarlo, se olvida que antes de ese periódico publicaban ciertos pipiólos los suyos, con esos mismos adornos, í que primero que El Hambriento, en que i n d e b i d a m e n t e h a c e tomar p a r t e a Portales, Meneses i Rodríguez, aparecieron El Monitor Iñipar cial i su Boletín, El Pipiólo, i los asquerosos Canalla i Descamisado, contemporáneos d e El Hambriento. L o s redactores de esos periódicos, en lugar d e la indisputable gracia de este último, no hacían 4 T


— 210 — m a s que verter las injurias m a s groseras, cuando n o , las obcenidades m a s r e p u g n a n t e s . Para anunciar la salida d e uno d e estos periódicos se ponia una vez en los lugares públicos un aviso que e m p e z a b a así, con referencia a don M . G a n d a rillas: «Tuerto, borracho, ladrón, etc.» No recordamos si en El Descamisado o en El Canalla se encuentran unos versos cuyo principio, refiriéndose al mismo caballero, es éste: «Se m e saltó el ojo izquierdo Con el h u m o r d e robar, D e beber i tunantear, etc. E n ¡a biblioteca se encuentra el c o m p r o b a n t e d e lo que decimos. A don Manuel Renjifo i a otros aun se les trataba peor; pero el señor Lastarria p a r e c e creer que solo El Hambriento insultaba. I I . — « E l partido liberal habia surjido n a t u r a l m e n t e d e las reacciones i peripecias políticas, etc.» El p a r t i d o liberal, i aun la palabra, fueron i m p o r t a d o s en Chile por don Manuel Gandarillas i don D i e g o B e n a v e n t e , a su vuelta d e Buenos Aires, i el primer periódico que se tituló Liberal, fué escrito por G a n darillas. «El p a g o del ejército, la contabilidad, la organización d e los tribunales d e su fuero, i t o d o s los d e m a s puntos d e e s t e negociado habian sido r e g l a m e n t a d o s , c o n oportunidad i dilijencia.» R e g l a m e n t a r n o es pagar, señor don Victorino. Diríjase usted a cual-


— 211 — quiera d e los militares i empleados d e esa época, i ellos le dirán cómo a n d a b a este ?iegociado. Nosotros h a c í a m o s p a r t e d e aquel ejército i n u e s tro sueldo era d e cincuenta p e s o s . Solo recibíamos, como t o d o el m u n d o , buenas cuentas, las m a y o r e s de a veinte p e s o s . A nuestro retiro del servicio se nos debia una cantidad considerable, que se nos cubrió con un p a p e l contra pagarées de aduana; pero como para que a uno le llegara su turno, era necesario hacer cola, i como a esta cola no teníamos esperanza d e verle la raiz, por el inmenso número d e acreedores m a s antiguos, tuvimos que vender nuestro d o c u m e n t o , p e r diendo por lo m e n o s la mitad, al señor don Manuel Huci, p r ó x i m o a ser ministro d e Hacienda. El n e gocio d e c o m p r a d e papeles lo hacian varios e s p e culadores, d e quienes eran víctimas casi todos los empleados. «La sublevación militar que destronó a los liberales en 1 8 2 9 , vino a encontrar en pié esos preciosos trabajos, etc.» El señor Lastarria llama sublevación militar a una revolución nacional apoyada ú n i c a m e n te en un batallón incompleto, el C a r a m p a n g u e ; en el Tejimiento d e Granaderos a caballos, igualmente incompleto, i en dos piezas de artillería, situada t o d a esta fuerza en el sur d e la república. El gobierno tenia a la m a n o t r e s batallones, también incompletos, Chacabuco, Maipú i Pudeto; el Tejimiento d e Cazadores, el escuadrón d e Coraceros, dos batallones d e guardias nacionales, i una numerosa artillería, contando dos c o m p a ñ í a s situadas en Valparaíso. N o contamos un Tejimiento o escuadrón, los hilvanados, que se organizó en esos dias p a r a reemplazar a los c a l a d o r e s que con toda calma i era medio del dia


— 212 — salieron d e su cuartel situado, p u e d e decirse, en el m i s m o palacio presidencial, para incorporarse a la división sublevada. L a fuerza total con que se m o v i ó del sur el jeneral Prieto, no llegaba a mil h o m b r e s , mientras el gobierno tenia todo el resto del ejército, que según el señor Lastarria lo ha dicho antes, a s cendía a tres mil quinientos h o m b r e s ; a lo que d e b e a g r e g a r s e sus brillantes jefes i oficiales, que sin agravio d e nadie, p u e d e decirse, no los ha t e n i d o superiores p o s t e r i o r m e n t e nuestro ejército. :fi Noten nuestros lectores que a esto llama el señor Lastarria sublevación militar, mientras el motin d e Quillota, sin ninguna ramificación según dice, lo llama revolución. D o n Federico Errázuriz en su MEMORIA sobre el año 28 dice que la revolución del 28 es la m a y o r después de la d e la I n d e p e n d e n c i a . f*-3¿III.—«El Congreso liberal instalado en 25 de F e b r e ro d e 1828, habia cerrado sus sesiones el 2 de F e b r e r o d e 1 8 2 9 , después de haber dado la Constitución d e la república i las leyes principales para su planteam i e n t o , inclusa la lei sobre abusos d e libertad d e i m p r e n t a , la mejor i mas sabia que hasta ahora s e h a y a dictado en los E s t a d o s que han tenido la p r e tensión d e r e g l a m e n t a r el uso d e la palabra escrita.» E s t a lei d e i m p r e n t a que tanto alaba, i con razón, el señor Lastarria, rijió d u r a n t e toda la administración del gobierno reaccionario d e Prieto, i cinco años del gobierno conservador d e Bújnes. F u é r e e m p l a z a d a p o r la que ahora tenemos, año d e 1 8 7 4 , por los recientes amigos del señor d o n V . L a s t a r r i a i contra la decidida oposición d e los retrógrados Tocornal i García R e y e s . «Pero n a d a m a s digno d e atención, entre esos


— 213 — trabajos públicos, que la Constitución sancionada por aquel Congreso, (él de 1828). No es ésta ocasión oportuna de analizarla, pero sí lo es d e espresar un v o t o de admiración i gratitud por aquellos lejisladores, e t c . . » P a r a ser justo, señor Lastarria, su voto d e admiración debia principiar por don José J. de Mora, autor único i esclusivo de esa Constitución. Su voto de gratitud debe ser p a r a aquel C o n g r e s o que solo sancionó la Constitución. «El gobierno habia e n s a y a d o sin tino la clemencia i el rigor, i al lado de los patíbulos d e Trujillo, P a r e d e s i Villegas, oficiales subalternos sorprendidos en conspiraciones militares, habia puesto el p e r d ó n d e otros conspiradores m a s tenaces i el disimulo de las faltas i de las traiciones d e personajes q u e contaba por amigos.» A q u e l gobierno solo fusilaba soldados, cabos i sarjentos. T a m b i é n fusilaba subtenientes, con tal que hubieran principiado su carrera desde soldados. A los conspiradores de mas graduación i nobleza, a u n q u e fueran reincidentes, se les hacia dar un paseo, por pocas s e m a n a s , en algún pueblo subalterno, con su sueldo respectivo, por supuesto. El g a s t o del patíbulo lo costeaba la vil multitud o la clase abyecta, como llaman al pueblo los liberales d e 1 8 2 5 , en un Manifiesto: Los Estratócratas. I V . — « E l ejército insurrecto habia llegado hasta las puertas d e la capital a fines de 1 8 2 9 . S e apellid a b a Libertador, en tanto que los fautores d e esa revolución no tenian otro propósito que reaccionar contra la única administración liberal que habia t e nido la república». D e manera que para el señor L a s t a r r i a la administración del jeneral Freiré, en


— 214 — que por primera vez se daba a Chile libertad d e i m p r e n t a , sufrajio al pueblo i elecciones libres, no fué liberal, i esto a p e s a r d e haber tenido por ministros a don Joaquín Campino, a don V e n t u r a Blanco, a don José Maria Novoa, a los jenerales Rivera, Pinto, etc. Nosotros creíamos que si no en mérito d e t o d o esto, a lo menos por haberse efectuado e n t o n c e s dos h e c h o s mui liberales: el asalto a media noclie a los bienes d e la Iglesia, i el destierro d e un obispo, p o r motivos ridículos, debería el señor Lastarria acordar sus simpatías a esa administración. E n cuanto al prim e r a t e n t a d o v e m o s , sin sorpresa, que m a s adelante tiene la aprobación del señor Lastarria. No estará d e m á s que se s e p a que cuando aquel destierro tuvo lugar, el Director F r e i r é se e n c o n t r a b a en Valdivia, de paso para Chiloé, i que el principal autor d e esta medida fué don J. M. Infante, a quien el obispo Rodríguez había llamado dieziseis años: antes, en presencia del presidente T o r o , rotoso.... L a intemperancia liberal que se ha a p o d e r a d o últ i m a m e n t e del señor Lastarria, es capaz d e conducirlo hasta negar el liberalismo d e Marat, Carrier, Fouquier Tinville i Ca. «El p r e s i d e n t e Pinto no habia t o m a d o una sola m e d i d a contra la insurrección, i antes bien, habia d e j a d o el puesto, haciendo una renuncia en que formulaba como causales d e su separación las m i s m a s q u e los revolucionarios invocaban para justificar su m o vimiento. N o era estraño: una fracción d e los pelu-. cones, que entonces se llamaban d e los o'higginistas, se habia a p r o v e c h a d o d e la liberalidad i d e los p u e s t o s que en él tenia p a r a insinuarse en el ánimo del jeneral Pinto, etc.» A l g u n a s líneas m a s a d e l a n t e s e lee: «El ilustre jeneral Freiré jse habia n e g a d o a


— 215 —m a n d a r aquel puñado d e valientes (el ejército liberal), p o r q u e sus relaciones con B e n a v e n t e i los d e m á s e s t a n q u e r o s lo tenian neutralizado, etc.» E l señor Lastarria es inflexible, una fracción d e o'higginistas, disponía a su antojo del jeneral Pinto, h a s t a el estremo d e hacerle llamar infractores d e la Constitución a sus amigos los liberales que c o m p o nían la i n m e n s a mayoría del Congreso. D o n Diego Benavente i algunos estanqueros, disponían también del jeneral Freiré. Los convertirá en a u t ó m a t a s antes d e confesar que esos jefes import a n t e s volvieron la espalda al partido liberal en fuerza del descrédito que ciertos h o m b r e s le imprimían, esterilizando los esfuerzos de honradez i patriotismo dei jeneral Pinto. «La votación del Congreso debia d e t e r m i n a r la elección d e vice-presidente. D o s o'higginistas, Ruiz T a g l e i el jeneral Prieto, al cual habian logrado a q u e llos colocar en el m a n d o del ejército, habian obtenid o votos con don Joaquín Vicuña, que era el candid a t o liberal. E l presidente se e m p e ñ a b a por el p r i m e r o , pero el Congreso elijió al último. H é aquí la causa del rompimiento entre "el C o n g r e s o i el P r e s i d e n t e . Los o'higginistas no se conformaron i la revolución estalló aclamando la nulidad de la elección i p r o t e s t a n d o contra el despotismo del Congreso. » P a r a ser m a s lacónico i exacto debia el señor Lastarria haber dicho: no habiendo obtenido ninguno d e los, candidatos a la vice-presidencia los votos r e queridos, i teniendo el C o n g r e s o en estos casos la facultad d e elejir entre ellos, fué elejido por la m a y o r í a liberal el que habia obtenido menos votos en las elecciones populares, p o r q u e así convenia al p a r -


— 216 — tido, que no era tan necio como los electores que s e habían pronunciado por T a g l e que no era de la c o fradía. D e s p u é s d e los t r a t a d o s de O c h a g a v í a i antes d e la batalla d e Lircai, h a c e el señor Lastarria la siguiente observación: «Aquella era p r o p i a m e n t e la p r i m e r a guerra civil que habia m a n c h a d o la historia de Chile d e s p u é s d e su independencia.» La palabra propiamente se ha puesto aquí, con la intención d e no tomar en cuenta la batalla d a d a a inmediaciones de S a n t i a g o , entre los Carreras i O ' H i g g i n s en 1 8 1 4 , con la circunstancia a g r a v a n t e de' que cuando esto tenia lugar, el ejército de Osorio venia, p u e d e decirse, sirviendo d e retaguardia a la división del último. Allí se vio con dolor pelear en distintas filas a los dos h e r m a n o s Freiré; don R a món, teniente entonces, venia con O ' H i g g i n s . No t o m a m o s en cuenta la revolución de F i g u e r o a , anterior, i que se encuentra en el mismo caso. « L a policía d e S a n t i a g o , después de la caida del partido liberal, q u e d a b a organizada p a r a perseguir, p o r medio de un r e g l a m e n t o que atribuía a los vijilantes numerosas i temibles facultades. E l ejército estaba bien p a g a d o , etc.» L a organización d e la policía también es un c a r g o q u e el señor Lastarria hace a la administración d e Portales. T i e n e razón: cuánto mejor e s t á b a m o s d o s años antes, cuando era preciso felicitarse el dia ers q u e en el pórtico d e la cárcel solo aparecía un c a d á v e r apuñaleado, cuyo asesino quizá estaba e n t r e los curiosos espectadores, o cuando, como antes h e m o s dicho, el canónigo N a v a r r o decia en plena cámara, en presencia de varios jueces:


— 217 — — E s t e año, 1828, h e m o s tenido ochocientos asesinatos en Santiago!! A t e n g á m o n o s a las primeras palabras: «la policía d e Santiago quedaba bien organizada:» lo d e m á s no es otra cosa que las mismas majaderías que aun hoi s e repiten contra ese cuerpo. El señor Lastarria dice que el ejército estaba bien pagado. ¡Pobre ejército! E s t o prueba que antes no lo estaba, lo que daba lugar a continuos motines d e cuartel i a escenas ridiculas en los congresos, que no lo referimos por vergüenza i por no alargar m a s e s t e escrito. D e s d e el año 30, desapareció d e las p u e r t a s d e ¿as cajas, ahora Correo, una nube de oficiales q u e obstruían el paso a todas horas del dia para p r e g u n tar, siempre inútilmente, ¿hai plata? E s de advertir que cuando habia solo era para recibir buenas cuentas, que lo que era sueldo íntegro, j a m a s . E n ese t i e m p o don José Miguel Infante p r e s e n t ó una moción a la Cámara, que d e b e estar en el archivo, para que las entradas fiscales se repartieran entre todos los empleados, rata por cantidad; pues, según decia este señor, las oficinas p a g a d o r a s habían d a d o en la flor d e p a g a r s e íntegra i m e n s u a l m e n t e , lo que ocasionaba disminución para los otros, que eran p a g a d o s como y a h e m o s visto. No faltan viejos en el dia que, cuando se trata de algún negocio con un militar lo miran d e arriba abajo, p o r q u e creen que aun estamos en aquellos tiempos felices. «En S e t i e m b r e d e 1830 habia devuelto (el g o b i e r no) a las comunidades d e regulares los bienes que p o r la lei d e Setiembre d e 1 8 2 6 se habia m a n d a d o vender, t o m a n d o aquella resolución a consecuencia d e las solicitudes que al efecto habian hecho las m u nicipalidades d e Santiago i Concepción, i que e l E j e -


— 218 — cutivo habia r e c o m e n d a d o . E s t a m a n e r a d e iniciar reformas r e t r ó g a d a s por medio d e solicitudes, e t c > E n el diccionario político i económico del señor L a s tarria, retrógrado significa devolver lo ajeno, s o b r e t o d o cuando es robado. Dios nos libre d e que las teorías del señor Lastarria h a g a n fortuna en Chile. «La porción r e t r ó g r a d a d e nuestra sociedad, p o r t a n t o , ha tenido varios hombres g r a n d e s de su g u s t o que admirar, pero ningún estadista a quien la h i s t o ria d e b a aplausos.» ¿No nos haria, el historiador, la gracia d e decirnos cuántos estadistas h a producido su porción liberal? «Los documentos públicos d e esa época nos dan, pues, noticias d e cinco revoluciones abortadas en ese t i e m p o mismo, etc.» El señor Lastarria que nos d a cuenta d e cinco revoluciones abortadas en dos o tres años en tiempo d e Portales, haria un servicio a la historia, e n u m e r a n d o las que tuvieron lugar d e s d e 1827 a 1829. E s t a s últimas no abortaban, a pesar d e su repetición; nacian a su debido tiempo, i por c o n siguiente dieron sus v e r d a d e r o s resultados d e h a c h a i bala. E n t i e m p o d e ese gobierno tuvo lugar una r e v o lución d e nuevo jénero, la d e los inválidos, por falta d e p a g o . T a m b i é n costó s a n g r e sofocarla, por el coronel Rondizzoni, brillante oficial de Napoleón. V I I I . — A l hablar el historiador d e la espedicion que d e s d e el Perú e m p r e n d i ó el jeneral Freiré sobre Chiloé en 1 8 3 6 , dice: «La g r a n mayoría d e la nación, no obstante, estaba a la espectativa d e los sucesos, haciendo votos en el fondo d e su corazón por el b u e n éxito d e la e m p r e s a d e los liberales, cuyas d e s g r a -


cias los habian hecho a l t a m e n t e simpáticos; pero como el t e m o r inspirado por la política del gobierno, habia aniquilado el espíritu público e introducido la desconfianza, t o d o s callaban i disimulaban sus esperanzas.» E l señor Lastarria atribuye a los liberales en esta e m p r e s a una parte principal, i, sin e m b a r g o , la verdad es que nada hicieron ni antes ni después d e e m prendida, siendo todo ello, obra sola del j e n e r a l Freiré; i esto es tan cierto, que antes d e h a c e r s e a la vela, se dirijió desde L i m a con preferencia a don D i e g o B e n a v e n t e i a otros que no eran liberales, í con quienes no estaba hacía mucho tiempo en relaciones. T a n poco se hizo por la empresa, que el jeneral Freiré c a y ó en manos del gobierno en Chiloé, sin haber recibido un aviso, que no se intentó siquiera, que pusiera en su conocimiento la defección del mejor b u q u e que traia, i en el mismo que tuvo tiempo sob r a d o el gobierno para hacerlo tomar por el coronel Cuitiño. Mil pesos, quizá menos, habrían s a l v a d o al jeneral Freiré d e la humillación d e hacerse sacar d e un buque ballenero en que se habia asilado, i d e sus sufrimientos en la bahia d e Valparaíso; pero y a se v é , m a s fácil es disimular sus esperanzas que gastar mil pesos. I X . — S e e m p e ñ a el señor Lastarria en contar al j e neral Freiré en las filas liberales; sin e m b a r g o , lo contrario es lo cierto. El jeneral Freiré era liberal en obras, no en discursos hablados o escritos; i cuando p o r circunstancias imprevistas se unió a ese partido, fué para arruinarse, como veinte años m a s t a r d e sucedió a los jenerales Cruz i B a q u e d a n o .


— 220 — T a n poco liberal d e esa escuela era Freiré, que el j e n e r a l Prieto, pelucon, no se habría movido del sur si no hubiera estado seguro de su cooperación contra el gobierno de entonces: d a r e m o s algunas p r u e b a s al señor Lastarria, que es el único que p a r e c e i g n o rarlas. Cuando el 7 de N o v i e m b r e de 1 8 2 9 se hizo la p o blada contra el gobierno liberal, que tuvo lugar en el edificio del consulado, ¿qué n o m b r e fué el p r i m e r o q u e se proclamó para c o m p o n e r la junta revolucionaria que debia reemplazar a ese gobierno? El d e F r e i r é , que a c e p t ó , o m a s bien que y a habia a c e p t a d o . Cuando llegó el caso d e que los ejércitos, p o c o s dias después, apelaran a las armas, nos h a dicho y a el señor L a s t a r r i a : — « E l ilustre jeneral Freiré, se h a bia n e g a d o a m a n d a r a aquel p u ñ a d o de valientes,» es decir, al ejército liberal: i cuando un m e s d e s p u é s s e celebraban los tratados d e O c h a g a v í a , el ejército revolucionario n o m b r a b a al m i s m o jeneral F r e i r é como su primer plenipotenciario. T a m b i é n admitió este cargo. T o d o esto lo h a dicho y a el señor Lastarria, i, sin e m b a r g o , no dejará d e insistir en contar e n t r e sus liberales a la persona que fué la causa principal d e q u e ese partido fuera destronado, como lo dice m a s arriba. Mas t a r d e t o m ó el m a n d o del ejército liberal, i sin necesidad d e variar de opinión, c u m p l i ó con un d e b e r s a g r a d o , a q u e el jefe del ejército revolucionario habia faltado con p r e t e s t o s frivolos. Su estrella s e e c l i p s ó / p o r q u e n o habia nacido p a r a triunfar en guerra fratricida. X . — A l dar cuenta d e la guerra que hizo Chile a


— 221 — S a n t a Cruz, dice el señor Lastarria: «Así es que e a esa época, en que el gobierno apelaba al patriotismo p a r a salvar el honor nacional e m p a ñ a d o , los enemigos del gobierno acudían t a m b i é n al patriotismo p a r a reconquistar las libertades públicas, conspirando a m e r c e d de la situación. No habia en esto sino un resultado mui lójico d e la política restrictiva e inflexible del ministro Portales, que le enajenaba la voluntad de la gran mayoría i lo hacia antipático aun en la e m p r e s a mas patriótica que habia a c o m e tido.» Poco honor h a c e a los liberales el señor Lastarria a quienes supone conspirar cuando se t r a t a b a d e salvar el honor nacional empañado. Si hubo e n t o n ces conspiradores, es mui lójico colocarlos al lado d e T a l l e y r a n d , Bourmont i Fouché, insignes traidores que se aliaban con los estranjeros para conspirar contra Napoleón, so pretesto d e libertar a la Francia d e su tiranía. L a s palabras del señor Lastarria nos a d v i e r t e n que para ciertos liberales hai dos patriotism o s opuestos entre sí: el que se sacrifica por la p a tria, i el que conspira contra ella. « E n N o v i e m b r e de aquel año denunciaba, el m i nistro a n t e el C o n g r e s o una n u e v a conspiración, la m a s atroz que hasta entonces se habia descubierto, p o r q u e estaba fundada en el p r o p ó s i t o de asesinarlo.» El historiador bautiza con el n o m b r e d e conspiración el simple hecho d e un asesino consuetudinario, s o r p r e n d i d o con el puñal en la m a n o , de noche i a inmediaciones de la habitación del ministro. Por lo d e m á s , el señor Lastarria se equivoca calificando lo que él llama conspiración, d e — l o nías atroz q u e h a s t a entonces se habia descubierto. Ha olvidado la


— 222 — que ha p a s a d o a la historia, con el n o m b r e significativo d e revolución de los puñales, anterior al intento d e asesinato, i v e r d a d e r a m e n t e atroz por sus horribles propósitos. E s t a , cosa rara entonces, no habia sido denunciada, solo fué descubierta en el m o m e n t o d e ponerse en ejecución, por un rarísimo accident e . Por las calles d e S a n t i a g o se p a s e a el autor d e este casual fracaso. «El gobierno arrastró a las cárceles i al presidio d e Juan F e r n a n d e z a multitud d e ciudadanos, haciendo cesar un periódico independiente que se habia fundado con el título d e El Barómetro». Al hacer esto el ministro Portales, seguía el ejemplo que el gobierno liberal habia d a d o antes en plena paz, aprisionando a M. Chapuis, redactor d e El Verdadero Liberal, i reteniéndole en prisión después d e absuelto por el jurado. Para que la imitación fuera mas completa, la a d ministración reaccionaria, al aprisionar i confinar ciudadanos, debia tener p r e s e n t e lo que se habia h e cho antes por el gobierno liberal con don A n i c e t o Padilla, sacado por el m a y o r Quezada en m e d i o del dia, de casa d e don José Miguel Infante, d o n d e estaba d e visita, por suponerlo inspirador d e e s t e c a b a llero, otro liberal por fuerza, que hizo la guerra m a s tenaz a la administración liberal del j e n e r a l P i n t o . . . . V é a s e El Valdiviano Federal. Padilla fué i n m e d i a t a m e n t e e s t r a ñ a d o d e Chile, como h e m o s dicho, sin que se le siguiera causa alguna. A q u í es ocasión d e recordar lo que antes h e m o s leido en una nota del folleto: «El Araucano, dirijido entonces por don Manuel José Gandariilas, t r a t a n d o d e refutar un luminoso i patriótico artículo d e don V e n t u r a Marin, contra la reforma d e la Constitución


— 223 del 2 8 , etc.» E s decir, que aquel gobierno, c a r g a d o d e maldiciones p o r el señor Lastarria por su tiranía, franqueaba las columnas del periódico oficial para que se atacara lo que mas interesaba a su política. El gobierno del señor Pérez, el m a s libre que h a tenido Chile, d u d a m o s m u c h o que hiciera otro t a n t o . X I . — « U n m e s después y a esos consejos m a n c h a ban nuestra historia con la s a n g r e d e tres víctimas acusadas d e una conspiración aislada, sin elementos, sin acto alguno que la comprobase; i tres meses m a s t a r d e caian otros nueve desgraciados bajo la cuchilla de aquellos sangrientos tribunales.... No t o q u e mos el velo del olvido que encubre tan atroz hecat o m b e ofrecida en aras de! despotismo. Lloremos sí el estravío d e la política que busca el respeto d e las instituciones en la violación de las leyes sacrosantas que aseguran los derechos naturales del h o m b r e . » El señor Lastarria, que no tuvo una sola palabra de compasión al dar cuenta d e los patíbulos d e T r u jillo, P a r e d e s i Villegas, oficiales subalternos, inmolados por el gobierno liberal, nos invita a llorar el estravio d e la política que m a s t a r d e m a n d ó al suplicio nueve víctimas. A nuestro turno, nosotros le suplicamos reserve algunas lágrimas para una hecatombe TRES VECES mayor, que tuvo lugar en una sola vez en Chiloé, i en tiempo del gobierno liberal, por conato d e conspiración; p e r o «no toquemos el velo del olvide» X I I , — A l concluir el señor Lastarria su Juicio Histórico, d a cuenta d e la m u e r t e d e don D i e g o P o r tales, i continúa: « A ! anochecer del dia 6 llegó a Santiago la noti5


— 224 — cia d e los sucesos de la m a ñ a n a , i g r a n multitud de j e n t e se agolpó a las puertas del palacio del Presid e n t e que estaban cerradas. T o d o s g u a r d a b a n silencio i se comunicaban en secreto; la noche era t e n e brosa, h ú m e d a i fría, i aquellos grupos d e h o m b r e s embozados e inmóviles hacían m a s siniestras las s o m b r a s . D e r e p e n t e las puertas se entreabrieron i el coronel Maruri pidió al pueblo en n o m b r e del P r e sidente que se retirara:—-«El ministro ha sido asesinado, dijo, i volvió a cerrar con estruendo las puert a s . U n rumor s o r d o , prolongado, parecido al eco del huracán, llenó los ámbitos; era un viva a m e dia voz, un viva inhumano, terrible, pero e s p o n t á n e o i demasiado espresivo de la opinión que rechazaba la dictadura.» No s a b r e m o s decir el efecto que ha causado en nosotros esta mentirosa narración, que con sus afeites de m e l o d r a m a no es m a s de una vulgar i n v e n ción para deslumhrar al lector; encubrir la ignorancia d e los hechos, por no decir el odio a las p e r s o nas. E s d e advertir que el folleto d e que nos o c u p a m o s se ha escrito viviendo aun gran número de personas c o n t e m p o r á n e a s del suceso; pero se ha c o n t a d o , i con razón, por lo visto, con la impasibilidad d e nuestro carácter, que a v e c e s r a y a en la mas fria indiferencia. El viva es c o m p l e t a m e n t e falso. El único efecto que produjo la noticia d a d a por el coronel Maruri, conocida y a d e m u c h o s , fué un doloroso silencio. L o contrario solo habría sido digno d e un pueblo infame i cobarde.—Chile no es ni lo uno ni lo o t r o . . . V e i n t e años antes, i en esa m i s m a plaza se habia ejecutado un g r a n acto d e justicia en la p e r s o n a de


— 225 — un ájente subalterno d e la tiranía, el odioso San Bruno; i solo habían trascurrido diez i seis años d e s d e la m u e r t e d e Beríavides, criminal insigne, sin rival por los inmensos males que hizo sufrir a Chile i que p a g ó en la horca, suplicio aplicado por ultima vez. El pueblo d e Santiago, innumerable en a m b o s casos, que no tuvo una palabra injuriosa para aquellos feroces v e r d u g o s , ¿la habria tenido para Portales, d e s p u é s d e muerto? E s t o podría concebirse persuadiéndonos d e que en treinta años d e vida republicana, solo habíamos conseguido convertirnos en antropófagos. Chile estaba entonces dividido en dos partidos: el conservador, que era gobierno, i el liberal, que era la oposición. E s claro que el grito salvaje no p u d o ser d a d o por el primero, del que era jefe Portales; luego debió serlo por el s e g u n d o . . . Ni por uno ni por otro, decimos nosotros, i es la verdad. El historiador no advertía que la infamia de esta conducta e c h a b a una m a n c h a indeleble sobre el partido liberal, al que' p a r e c e pertenecer, i al que j a m a s sus mas encarnizados enemigos han podido con justicia atribuirle un solo acto deshonroso. Concluiremos este episodio con el testimonio d e un testigo intachable i mui conocido en Chile. E n aquellos m o m e n t o s no estábamos en la plaza de A r m a s , pero el señor don Bernardo A l c e d o nos llevó la noticia a nuestra casa esa m i s m a noche. E s t a circunstancia nos ha hecho diríjirle una p r e g u n ta, en carta d e A g o s t o d e 1 8 7 4 . Su contestación, fechada d e s d e L i m a , es la que a continuación copiamos, del mismo m e s i año: «Sobre la noticia que d i o Maruri d e la m u e r t e d e Portales, recuerdo habérsela llevado y o a usted, con 15


— 226 — la observación de no haber ni un viva, ni gritos a este r e s p e c t o . Dígalo usted que y o se lo comuniqué como h e dicho». L a primera noScia que h e m o s tenido del viva, es la que

da el autor del

« D O N DIEGO PORTALES».

Concluye su J u i c i o HISTÓRICO el señor Lastarria diciendo: «Si nos h a faltado tino en la esposicion, no nos ha a b a n d o n a d o la imparcialidad para aplicar los juicios que nos han dictado nuestros principios i convicciones. Si h e m o s herido recuerdos simpáticos, habrá sido a nuestro pesar, no por odio, ni por mala voluntad. R e s p e t a m o s al personaje i su memoria, i r e s p e t a m o s sus intenciones». L a imparcialidad del señor Lastarria es ejemplar, como y a lo han visto nuestros lectores, i como p o d r á n verlo con mas estension en el folleto. A vuelta d e declamaciones i reticencias, encontrarán en cada pajina los amables adjetivos d e estanquero, reaccionario, godo, servil, fanático, etc., etc., aplicados al partido conservador. Pero todo esto n a d a significa, p o r q u e este caballero advierte que lo h a c e sin odio ?ñ mala voluntad... X I I I . — E l congreso constituyente de que con t a n tos elojios nos habla el señor Lastarria, era digno d e que algún curioso hubiera escrito su rara i sucinta historia, d o n d e abundan las ridiculeces i las m a s increíbles miserias. Sus primeras sesiones tuvieron lugar en Santiago i en una d e ellas oimos el d i s p a r a t e mas solemne q u e h a pronunciado boca h u m a n a . El diputado liberal don Manuel M.... era uno de los tres únicos d e ese congreso que se oponían a que se trasladase a V a l paraíso.


— 227 — A g o t a d a la discusión, pidió aquel señor la palabra, i dijo testualmente lo siguiente: « T o d o el m u n d o está en espectacion nuestra: ¿quién nos asegura que, estando el congreso en V a l paraíso, no v e n g a una espedicion d e E s p a ñ a i agarre a los diputados i se los lleve? Gran trabajo tuvo don José Maria Novoa, que presidia, en a h o g a r una gran carcajada de la c á m a r a i d e la barra. E l señor don Manuel C a r m o n a que, en compañía d e don Francisco Solano Pérez, y a m u e r to, hacia sus primeros ensayos como taquígrafo, i que reside en Valparaíso, no ha de haber olvidado este incidente. X I V . — D o s años después, año 30, el respetable p a d r e Mujica, dominico, que por e n c a r g o de su convento se habia trasladado e n t o n c e s a Valparaíso p a ra jestionar la devolución d e las p r o p i e d a d e s de que se habia a p o d e r a d o hacia cuatro años un ministerio liberal, nos m o s t r a b a una carta, t a p a n d o la firma, en que un diputado le decia: «Anoche he quedado d e biendo cien onzas; si su paternidad m e las facilita, p u e d e contar con t o d a seguridad con mi voto.» X V . — E n esos dias llegó a noticia de estos célebres lejisladores que el gobierno podia disponer d e dos mil pesos que destinaba al p a g o d e las viudas que recibían pensiones del gobierno. L o s Solones i Licurgos d e Valparaíso, a quienes no se habia cubierto sus dietas, cuatro pesos diarios, se dirijieron al P r e s i d e n t e Pinto, reclamándolas con urjencia. E l P r e s i d e n t e se disculpó alegando el destino sagrado a que estaba c o m p r o m e t i d a esta suma; pero tuvo que ceder a la exijencia del congreso, que obtuvo, no


— 228 — solo, que se le diera la razón, sino, lo que vale m a s , los dos mil E n los diarios d e ese tiempo se encontrarán los documentos de esté arduo n e g o c i o . . . APÉNDICE

p ' E l mismo amigo d e que antes h e m o s hablado, nos leia h a c e poco algunas pajinas d e un libro del señor Vicuña Mackenna en que se t r a t a d e don D i e g o Portales. D e esas pocas pajinas sacamos en limpio que, si el señor Lastarria lo pinta como un ministro sin piedad que se burla de la desgracia que causa, el señor Vicuña e x h i b e una especie d e truhán, a quien no sabemos si le h a c e tamborear en las arpas d e las chinganas. E l haber perdido el pelo a la edad d e cuarenta años, le ha valido, por p a r t e del señor don Benjamín, ser c o m p a r a d o por sus costumbres, con uno d e los t i p o s m a s acabados d e la corrupción antigua, con César. Mejor librado habría salido teniendo un ojo m e n o s , pues entonces le habría buscado su igual en alguno de los cuatro tuertos célebres del p a g a n i s m o , que hacen gran papel en la historia sin h a b e r dejado mas recuerdo odioso que el d e su astucia.


— 229 - -

L o s c h i s m e s i la h i s t o r i a « T o d a b u e n a critica histórica descansa sobre dos fundamentos: los testimonios j. la verosimilitud. THIERS.

ADVERTENCIA

D e s p u é s d e escrito este artículo, hemos caido en cuenta de que versando todo él sobre la revolución d e 1829, «la mas g r a n d e después d e la d e la indepondencia,» d e b í a m o s decir algo, aunque someram e n t e , sobre el estado del pais al tener lugar aquel acontecimiento que t a n t o ha influido en la suerte d e nuestra patria. Pero no e s t a n d o seguros d e hacer con acierto estas apreciaciones i t e m i e n d o alargar este escrito, acudiremos a unas pocas palabras que decíamos en el n ú m e r o 5 de La Estrella de Chile, a propósito d e aquellos t i e m p o s . « E n cuanto a nosotros, r e c o r d a m o s aquella época, sin reticencia, como la mas feliz de nuestra vida. V i víamos en p e r p e t u a excitación por la frecuencia de sucesos v a r i a d o s e interesantes, aunque no felices p a r a Chile. «Nuestra primera dilijencia entonces era, al salir d e nuestra casa, dirijirnos a la Plaza d e A r m a s , a saber noticias, i pocas veces p e r d í a m o s nuestro viaje; pues, cuando no habia n o v e d a d en S a n t i a g o , las provincias se e n c a r g a b a n d e suplir esta falta. ¡Qué época aquella!!! A l g u n o s apreciables amigos nos han puesto en un


— 230 — tácito compromiso

con los lectores d e nuestros R E -

CUERDOS D E TREINTA AÑOS.

Ellos

han

llevado

su

amabilidad hasta anunciar por la p r e n s a que nos ocupábamos en compajinar algunos artículos que d e bían formar la «segunda parte» d e aquella publicación. Nos hallamos, pues, en el caso d e no ser descorteses, i h e m o s e m p r e n d i d o este trabajo, q u e p a r a otros seria un j u g u e t e . El material de que para esto disponíamos era poco a b u n d a n t e , i a fin d e formar un pequeño volumen, nos h e m o s visto en la necesidad d e recurrir a las v e jeces que conservamos en nuestra memoria, o a los escritos de personas que nos recuerdan hechos antiguos, que h e m o s presenciado i sabido en el m o m e n t e en que tenían lugar. Pero como estos hechos los s a b e m o s en m u c h o s casos d e distinto m o d o del que son referidos en esos escritos, nos hemos t o m a d o la libertad de rectificar, (no e n c o n t r a m o s otra palabra p a r a espresarnos), algunos d e ellos. *' E n t r e las publicaciones a que nos referimos s e encuentra una MEMORIA escrita p o r el señor don F e derico Errázuriz, actual Presidente d e la República, que e m p r e n d i ó esta obra p o r e n c a r g o del señor R e c tor d e la Universidad, dejando a la elección del e s critor el t e m a d e ese trabajo. El autor tituló su MEMORIA: Chile bajo el imperio de la Constitución de 1828. E s t e libro nos fué obsequiado, a solicitud nuestra, por un deudo inmediato del señor Errázuriz Nos llamó la atención d e s d e luego su m a r c a d a parcialidad, no solo en las apreciaciones, sino t a m bién en el m o d o d e referir los sucesos. L a s r e p e t i d a s


manifestaciones de odio al partido pelucon i de tierno cariño al partido pipiólo, atendidas las circunstancias del autor, nos parecieron, por lo menos, inverosímiles por su excesiva exajeracion. Sea de esto lo que fuere, lo que ahora h e m o s h e cho no ha sido m a s que dar m a y o r estension a los apuntes que entonces hicimos al márjen del libro d e que ahora se trata, no por defender al partido pelucon, al que no pertenecíamos ni podíamos pertenecer, sino en obsequio de la justicia i de la v e r d a d . Por espacio d e treinta años formamos d e último soldado en las fila liberales, no tanto a título d e liberales, sino a título de opositores, porque, por instinto i aun antes d e haber leido a Chateaubriand, p r a c t i c á b a m o s su m á x i m a : «La razón del m a s fuerte m e h a hecho p o n e r m e siempre d e p a r t e del mas débil, p o r q u e no puedo soportar el orgullo d e la victoria.» I . — E l señor Errázuriz h a c e referencia en la pajina 19 d e su MEMORIA, a una escena q u e tuvo lugar en el salón principal del Consulado, dos o tres dias d e s pués de haber entrado triunfantes en S a n t i a g o , Julio d e 1828, los cuatrocientos h o m b r e s que, á l m a n d o del coronel Urriola, habían d e r r o t a d o al vice-presid e n t e Pinto en el llano de Maipo. C o n p a s m o s a credulidad, el historiador se h a c e eco d e falsedades orales o escritas, que la m a s mínima atención habria sido suficiente p a r a desechar. E n la pajina 20 dice: «No es posible pasar en silencio un rasgo m a g n i fico d e este episodio revolucionario. E n esos momen-/ t o s d e angustia p a r a t o d o s los corazones, los miembros d e la asamblea provincial d e S a n t i a g o juzgaron


— 232 — oportuno constituirse m e d i a d o r e s e n t r e el g o b i e r n o i los revolucionarios. R e u n i d o s , al efecto, en p r e s e n cia del pueblo, en la sala d e la asamblea, con comisionados d e los amotinados, uno d e éstos principió su discurso diciendo que no podia haber tratados ent r e v e n c e d o r e s i vencidos. I n s t a n t á n e a m e n t e fué interrumpido por el ciudadano don P e d r o Palazuelos A s t a b u r u a g a , que con esfuerzo poderoso esclamó: «—¡El pueblo jamas es vencido! ¡Grito sublime d e la inspiración! ¡Arranque espontáneo i jeneroso del alm a , que haciendo eco en todos los corazones i tocando sus fibras m a s delicadas i sensibles, fué repetido inm e d i a t a m e n t e con profundo entusiasmo por millares d e voces! E s e grito elocuente i solemne interrumpió i p u s o fin a la reunión, saliendo el pueblo d e la Sala a las aclamaciones a r d o r o s a m e n t e repetidas: ¡Elpueblo no está vencido! ¡El pueblo jamas es vencido!» T o d o este ditirambo está fundado en un hecho o m a s bien en una palabra i n v e n t a d a por los a m i g o s d e aquel gobierno al dia siguiente del suceso. Y a que la falta d e atención no ha hecho sospechar al escritor el embuste, nosotros que e s t á b a m o s p r e s e n t e s , r e feriremos el hecho tal como fué. I I . — L o s tres comisionados por los revolucionarios p a r a entenderse con la asamblea provincial fueron don José Miguel Infante, don Nicolás Pradel i don Manuel Magallanes. E l primero que t o m ó la palabra fué el señor I n fante. Principió por hacer cargos g r a v e s al C o n g r e s o , q u e funcionaba en Valparaíso. E s t e discurso fué, t e niendo p r e s e n t e el estado d e los ánimos, excesivam e n t e largo e inconducente. E n seguida habló el señor Pradel, quien, con el 1


— 233 — fuego i enerjía que aun no h a perdido, dijo: «Se nos h a llamado para una transacción, a la cual yo no le encuentro una base razonable. ¿Qué transacción p u e d e haber entre un vencedor i un vencido?» E s t a s p a labras fueron interrumpidas por el señor Palazuelos, con estas otras: « E L G O B I E R N O no está vencido. —Sí lo está contestó Pradel. —No lo está, replicó Palazuelos. Cada cual d e esta inmensa concurrencia, dividida en dos partidos, repitió, d e estas palabras, la que m a s cuadraba a su opinión. Quien no está cegado por el espíritu de partido, conoce que el vencido a que se referia el señor P r a del no era, ni podia ser otro que el gobierno, que a c a b a b a d e ser derrotado, i no el pueblo, que no tenia p a r a qué venir a cuenta. Pero, aun cuando el pueblo hubiera sido v e n c i d o , cosa siempre difícil d e c o m p r o b a r , i que a veces sucede, por m a s que diga el historiador, no es el señor Pradel un necio para repetírselo, con insistencia en sus mismas barbas. H a c e dos o tres años, leíamos un escrito en q u e se mencionaba esta majadería. Con este motivo nos dirijimos al señor Pradel, residente como h a s t a hoi, en Valparaíso, diciéndole que y a era t i e m p o d e p o n e r atajo a la repetida circulación de esta mentira. E s t e señor nos contestó: «Estoi tan a c o s t u m b r a d o a la falsificación d e nuestra historia, dictada con frecuencia por la cocinera de casa, que y a n a d a d e lo que se escribe m e sorprende.» A esto i no m a s que a esto queda reducido el grito sublime i elocuente repetido por millares de voces. III.—Continúa la MEMORIA: «Ciudadanos n o t a b l e s


— 234 —•• por sus antecedentes i recomendables por sus cualidades eran aquellos d e que el vi ce-presidente se h a bía r o d e a d o , llamándolos al servicio d e los diversos ministerios d e E s t a d o . D o n Carlos Rodríguez, a b o g a d o d e crédito, senador i ministro de la S u p r e m a Corte de Justicia, manejaba la cartera del d e p a c h o en los ramos del Interior i Relaciones Esteriores.» U n hecho, el primero que se nos ocurre, p r o b a r á al lector cómo era t r a t a d o el señor Rodríguez por los mismos h o m b r e s a quienes prestaba sus servicios. A m e d i a d o s o a fines d e 18277' aparecieron desp u é s d e medio dia, en el patio del Consulado, varios g r u p o s d e amigos del gobierno, que en el espacio d e dos horas, a u m e n t a b a n o disminuían alternativament e , hablando con reserva i en voz baja, a consecuencia d e la entrada o salida de ciertos ajentes que comunicaban a los grupos órdenes o noticias. Al cabo de esas dos horas, esta reunión misteriosa concluyó por disolverse, dejando a los curiosos sin saber qué pensar de lo ocurrido. E n la noche de ese dia circuló en el público que aquello habia sido un p r o y e c t o d e poblada, organizada por el gobierno para pedir la caida del ministro del Interior, don Carlos Rodríguez, i la del juez d e letras don I. P a l m a : E s d e advertir que el señor Rodríguez, cuando estalló la revolución d e Urriola, no se s e p a r ó un m o m e n t o del lado del p r e s i d e n t e Pinto, d e s p l e g a n d o g r a n valor i enerjía cuando los partidarios del éxito flaqueaban. L a poblada fracasó por falta d e cooperadores; p e ro sirvió p a r a dar, a conocer qué clase d e gobierno


tenia Chile. Muchos amigos le volvieron la espalda, los vacilantes se hicieron e n e m i g o s . E s t e h e c h o , mui notorio entonces, lo leíamos algunos meses después, año 2 9 , con minuciosos detalles en uno d e los primeros números d e El Sufragante, periódico serio r e d a c t a d o por don Manuel. Gandariilas. I V . — E l señor Errázuriz, que carga d e maldiciones al partido pelucon, (este adjetivo se repite hasta el fastidio) cuando a su parecer infrinje la Constitución, solo tiene disculpas cariñosas, i aun elojios mal disimulados, cuando menciona la e n o r m e infracción 'com e t i d a por el presidente Pinto que, a r r e b a t a n d o sus facultades al Congreso, dio una amnistía de su p r o pia autoridad, contra el testo espreso del artículo 4 6 , inciso 13 d e la Constitución de 1828. Con este criterio, o m a s bien, con estos dos criterios, ¿puede esperarse imparcialidad ¿justicia en el historiador? H é aquí, pues, que la a d o r a d a Constitución del 28, tuvo como estreno una flagrante infracción. Por desgracia no fué la única. V . — E l capítulo I V de la MEMORIA empieza con una digresión sobre los partidos d e esa época, 1 8 2 9 , dando cuerpo a una sombra que llama partido monarquista, i que tenia por jefe a don José Antonio Rodríguez A l d e a , por haber sido secretario d e Gainza en 1 8 1 3 ; sin recordar que este mismo godo habia d a d o las pruebas m a s notorias de patriotismo, aun antes d e ser ministro del Director O ' H i g g i n s . Si entonces habia quien opinara por la m o n a r quía, en el dia no falta quien piense lo mismo, sin


— 236 — q u e a nadie se le ocurra decir que en Chile hai un partido mo?iarquista. Si el haber servido al rei es un motivo p a r a ser calificado cómo monarquista, raro, rarísimo seria el h o m b r e notable d e ese t i e m p o a quien no pudiera llamársele godo. Pero el historiador ignora lo que t o d o el m u n d o s a b e . . . V I . — E l folleto enumera seis partidos m a s o menos numerosos; pero todos ellos e n e m i g o s del g o bierno liberal. ¿Qué tal gobierno seria ese? «Esos partidos necesitaban un jefe que manejase tantos elementos dispersos, haciéndolos servir d e concierto al fin que se proponían. E n un principio se lisonjearon con atraerse al jeneral Freiré, esplot a n d o los celos i sentimientos personales que abrigaba contra el jeneral Pinto». No es esta la única imputación ofensiva que el folleto h a c e al jeneral F r e i r é . A las pocas pajinas m a s adelante, dice, al dar cuenta d e una junta d e guerra a que asistió este jeneral: «Freiré c r e y ó , o finjió creer, etc.» D e m a n e r a que para el historiador, Freiré era hipócrita i envidioso! E s t o no se rectifica, i los elojios alegóricos que vienen en seguida no lavan esas injurias. « L a alabanza se p o n e aquí p a r a q u e p a s e la injuria, i el movimiento del incensario p a r a justificar el bofetón». V I L — A l dar cuenta d e la reunión que t u v o lugar en el Consulado el 7 d e N o v i e m b r e d e 1 8 2 9 , con p o r m e n o r e s inexactos, se h a c e una i m p u t a c i ó n d e s honrosa al señor P r a d o Montaner, i n t e n d e n t e d e Santiago en esa é p o c a . L a calumnia d e que el historiador se h a c e eco, ha


tenido que ser confesada p a l a d i n a m e n t e ante los r e s petables i numerosos testimonios exhibidos por el señor don Francisco P r a d o A l d u n a t e , hijo celoso d e aquel funcionario. Si el señor Errázuriz hubiera concretado en su escrito sus asertos, no seria ésta la única palinodia que habría tenido que cantar. L a n u m e r o s a reunión del 7, c o m p u e s t a d e las personas -mas respetables d e S a n t i a g o , menos una, « n o m b r ó una j u n t a d e gobierno compuesta del j e n e ral F r e i r é , en quien residiría el m a n d o de la fuerza a r m a d a , d e don Francisco Ruiz T a g l e i d e don Juan A g u s t í n A l c a l d e » . E s t o s dos s e ñ o r e s habian h e c h o un notable p a p e l en la revolución del año 10. Y a verá, pues, el lector que no en vano se lisonjeaban los pelucones contando con la decidida c o o peración del jeneral Freiré, que no habría sido n o m b r a d o sin su previo consentimiento «Libres y a d e todo cuidado, l e v a n t a r o n una acta en la que, d e s p u é s de diversos considerandos, que establecían las pretendidas infracciones de la Constitución, etc.» E n t r e e s t a s pretendidas infracciones está la que el escritor confiesa, con ciertas reticencias, en la pajina 6 2 : — l a célebre amnistía, i las que calla, c o m o la de obligar al Congreso a reunirse en Valparaíso, a petición d e la minoría pipióla, etc., etc. E n efecto, el acta la dictó don Manuel Gandarillas, i la escribió don Manuel C a v a d a , que ocho años m a s t a r d e debia morir, mártir d e su lealtad, al lado d e don D i e g o Portales. V I I I . — L a reunión del Consulado n o m b r ó una comisión que pusiera en conocimiento del señor don


— 238 — Francisco R a m ó n Vicuña, que se decía vice-presid e n t e interino, que el vecindario d e Santiago desconocía todas las autoridades, inclusa la del mismo s e ñor Vicuña, por su oríjen ilegal, i que acababa d e n o m b r a r una j u n t a d e gobierno, etc. El señor Vicuña se n e g ó a reconocer la junta, i los comisionados volvieron al Consulado a dar cuenta d e lo sucedido. E n vista d e esta negativa, el concurs» se dirijió a la sala de gobierno, cuya entrada no p u d o impedir la guardia. «En el m o m e n t o son invadidos el patio del palacio i las salas del gobierno, i al bullicio d e una gritería destemplada, m e d i a n t e la cual cada uno p r e tendía hacerse oir i valer, el desorden a u m e n t a i t o ma por m o m e n t o s m a y o r e s .proporciones.» El señor Vicuña se n e g ó a dar su dimisión, que era lo que s e le exijia, i se retiró del salón. «En este m o m e n t o se oyen g r a n d e s gritos i fuertes voces que aclamaban al jeneral Freiré en las puertas de la plaza i de los patios del palacio. Efectivamente, se presentaba este personaje vestido d e t o d a s sus insignias, pues lo habian ido a buscar i lo train los pelucones para valerse de su prestijio. Con su presencia se calma el tumulto, se restablece el orden e impera el silencio d o n d e poco antes reinaba la confusión i la algazara. E n el exceso d e su entusiasmo t o m a n en brazos al jeneral Freiré, que fué. conducido así h a s t a la sala de gobierno por dos h o m bres aparentes por su corpulencia i robustez, el clérigo Meneses i don A g u s t í n Larrain. L l e g a d o s a la sala i agobiados d e fatiga, depositan éstos su CARGA en la silla presidencial, con tal precipitación, que quebraron a ésta los brazos.»


I X . — T r a b a j o nos ha costado llegar al fin d e esta inverosímil i falsísima narración. E n ella, como en m u c h a s otras p a r t e s de la MEMORIA, está d e m a n i fiesto hasta d o n d e p u e d e llegar una idea p r e c o n c e bida i mal intencionada... E s t a misma idea no ha permitido d u d a r d e n a d a al historiador. D a d o el caso de que los dos Hércules hubieran podido salvar con su carga, i al través d e largas escaleras, la gran distancia que s e p a r a b a el patio de la silla presidencial, el jeneral F r e i r é ¿habria permitido que se ajara su persona hasta ese estremo? L a respetable reunión que a c a b a b a de elevarlo al mas alto p u e s t o de la República, i que tenia por él una especie de culto, ¿habría p e r m i t i d o , ni a -pretesto de entusiasmo, tal ultraje? Pero está visto: infieles consultores han abusado d e la credulidad del historiador, mui dispuesto a dejarse e n g a ñ a r . A ñ a d i r e m o s aun otro dato, a saber: que d é l a s d o ce o quince personas que aun viven i que t o m a r o n una p a r t e i m p o r t a n t e en esos acontecimientos, firmando el acta del 9 de N o v i e m b r e , nos p e r m i t i r e m o s n o m b r a r algunas que residen en Santiago, i que ni vieron, ni oyeron, estamos seguros, hablar d e la silla rota; son los mui respetables señores don Rafael Valentin Valdivieso, seglar entonces, don Manuel Montt i don Manuel Camilo Vial. Nos p a r e c e inútil n o m b r a r otros. * X . — E n el mismo capítulo antes citado, párrafo V I I , dice la MEMORIA: «El motin popular del dia 7 habia sido, pues, d e estériles resultados para sus autores.» U n o d e estos estériles resultados lo h a consignado el mismo historiador, dos pajinas mas adelante, di-


— 240 — ciendo, entre otras cosas: «El dia 12 se trasladó el Gobierno a Valparaíso. L o s motivos d e esta d e t e r minación se encuentran consignados en un manifiesto publicado el dia 13 en aquella ciudad p o r el m i s m o p r e s i d e n t e provisorio,» etc. E n t r e los considerandos que el autor copia, se encuentra el último, que dice: «No debiendo el Presid e n t e esponer la República a las fatales continjencias d e la acefalía en que quedaría sumerjida si el jefe s u p r e m o fuese privado d e su libertad o de su vida,, decreta:» etc. El escritor llama estéril resultado el que, cinco dias después del motin, hacia a b a n d o n a r la capital al p r e sidente de la república, por temor d e ser p r i v a d o d e su libertad o de su vida. Si esto es estéril, no s a b e mos lo que será fecundo. L a MEMORIA refiere aun otro hecho falso en la p a jina 128, a saber: «Consecuentes a este plan, se reu- < nieron E N L A N O C H E del dia 9, en el primer patio del Instituto N a c i o n a l por haber encontrado cerradas las puertas del Consulado.» F á c i l m e n t e se calcula el respeto que podia inspirar un Gobierno que echaba llave al Consulado, edificio fiscal, para impedir que se reunieran los que desconocían su autoridad; i no pudo impedir que a cincuenta pasos d e distancia i en otro edificio, fiscat también, el antiguo Instituto, se firmara un acta el lunes, en que se reiteraban las protestas del sábado. Poco diremos de aquello: se retiñieron en la noche. E s t e es uno de los muchos cuentos d e que ha sido víctima el historiador. Para gobierno como esos, lo m i s m o era reunirse d e dia que de noche, siendo aquel preferible como menos incómodo.


— 241 — Y a h e m o s n o m b r a d o tres amotinados que firmaron el acta, de dia: añadiremos algunos otros, q u e aun existen, i son: los señores don S a n t i a g o i don Juan José Gandarillas, don Francisco Marin, don V i c e n t e Larrain Espinosa, don Nicolás Pradel, don Miguel Dávila, etc., etc. E n t r e estas etcéteras se encuentra nuestra p o b r e firma. Haí una cosa digna d e observarse i es, que esa inmensa lista, t o d a d e p e r s o n a s conocidas, la encabeza un pariente i n m e d i a t o del autor de la MEMORIA, i es el señor don Javier Errázuriz, siendo d e notar que este apellido i el d e T a g l e son los que mas se repiten en aquel d o c u m e n to. Falta, sin e m b a r g o , en él, la firma del señor don R a m ó n Errázuriz, vivo también, pero eso no fué un obstáculo para que pocos meses después fuera m i nistro del Gobierno «.reaccionario, representante del atraso, enemigo de la libertad i del derecho,» como dice la MEMORIA, es decir, del Gobierno pelucon. Por lo d e m á s , los pocos dias que duró este señor ministro no fueron estériles en persecusiones a los liberales, V é a s e la Carta Monstruo del señor coronel d o n P e d r o Godoi, uno de los favorecidos X I . — L a Constitución del 28, no da al presidente ni a nadie facultades estraordinarias, pero no importa: aquel Gobierno, sin infrinjirla, se las proporcion a b a con frecuencia. Otro caso. E n esos dias se dictó el decreto siguiente: (a) «Artículo i . ° S e suspend e la libertad d é imprenta hasta nueva providencia del G o b i e r n o . — 2 ° E n consecuencia no se imprimirá p a p e l alguno sin la revisión del ministro del Interior, (a) B i b l i o t e c a N a c i o n a l . « D o c u m e n t o s para la historia,» t o m o 10, pajina 124. 16


— 242 — bajo la p e n a d e p e r d i m i e n t o d e la i m p r e n t a , si lo contrario se hiciere.» A este decreto q u e haria honor a R o s a s i a Melgarejo, al notificárselo a don R a m ó n Renjifo, d u e ñ o d e imprenta, contestó con una protesta, i n v o c a n d o los artículos siguientes d e la Constitución: «Art. 10. L a nación a s e g u r a a todo h o m b r e , como derechos imprescriptibles e inviolables, la libertad, la segurid a d , la propiedad, el derecho d e petición i la facultad de publicar sus opiniones.»—«Art. 18. T o d o h o m b r e p u e d e publicar por la i m p r e n t a sus pensamientos i opiniones. L o s abusos cometidos por e s t e medio serán juzgados en virtud d e una lei particular i calificados por un tribunal de jurados.-» L o s amigos del Gobierno, como es natural, se sometieron i encabezaban o concluían sus papeles con estas palabras: con la revisión necesaria. E s t o era una gran mentira, pues siendo los escritores p a r t i d a rios del Gobierno, era escusado ese t r á m i t e . L a imprenta del señor Renjifo, aunque con m e n o s frecuencia, contestaba a estas provocaciones, sin la revisión; lo que le valió un asalto, en la noche, d e una partida d e policía. Como este asalto se supo con anticipación, al llegar la fuerza, se e n c o n t r ó con una numerosa i respetable reunión dispuesta a impedir este atropello, i efectivamente lo impidió. P e r o , y a s a b e m o s que esto i la persecución anterior al r e d a c tor d e El Verdadero Liberal, etc., etc., no son m a s que pretendidas infracciones.. O c h o meses d e s p u é s , las célebres ordenanzas s o b r e i m p r e n t a que, c o m p a r a d a s con el decreto q u e h e m o s citado, eran liberalisimas, dieron en tierra con Carlos X . E r a natural: en Chile m a t a b a la p r e n s a el


243 — gobierno liberal; en Francia la restrinjia un pelucon: ¡abajo los pelucones! X I I . — A u n q u e saltuariamente, h e m o s llegado con nuestras rectificaciones a la pajina 130 d e la MEMORIA. No concluiremos este primer artículo, quizá sin s e g u n d o , sin p o n e r ante la vista d e nuestros lectores un bello rasgo d e justicia i d e republicanismo, trazado por el presidente actual, h a c e 13 años, es decir, cuando formaba en las filas de la oposición.... 'CÍHIÉ A l dar cuenta del resultado d e las elecciones en que el jeneral Pinto fué elejido Presidente d e la R e pública, como también d e los numerosos votos que obtuvieron otros candidatos, a ñ a d e : «El resultado d e esta votación nos h a c e ver que en aquellos t i e m p o s no era costumbre que hubiese en las elecciones la admirable uniformidad que se nota en 7iueslros dias. E s que entonces la autoridad r e s p e t a b a la espontaneidad en la espresion d e los deseos del ciudadano i habia dignidad en el individuo. El solo h e c h o d e esta elección, unido a la m i noría que los pelucones tenían en el Congreso d e 1 8 2 9 , que seria como una tercera p a r t e d e sus m i e m bros, nos da la mejor prueba d e la libertad i legalidad que reinaron en las elecciones d u r a n t e el gobierno pipiólo.» E s t e r a s g o d e patriotismo del escritor n o se com e n t a . L o único que nos atreveríamos a pedir si señor Errázuriz seria que en las p r ó x i m a s elecciones tuviera prese?ite al Gobierno pipiólo, del que se olvid ó en las p a s a d a s , hechas con admirable -uniformidad. ... Santiago, M a y o d e 1 8 7 4 .


— 244 —

S a n t i a g o , los Talaveras i S a n B r u n o DOCE DE FEBRERO DE 1 8 1 7 E1 mayor patriotismo es la verdad".—MONTALEMBERT. U

I . — A medio dia del 12 d e F e b r e r o d e 1 8 1 7 se declaró derrotado el ejército español, m a n d a d o por el coronel d e T a l a v e r a don Rafael Maroto, que no alcanzó a reunir en el c a m p o d e batalla 1,500 h o m bres, porque las estratajemas d e San Martin, dirijidas d e s d e Mendoza, habian tenido e n g a ñ a d o a Marcó acerca del punto por d o n d e seria invadido Chile por el ejército d e los A n d e s . La infantería, en su m a y o r p a r t e , fué muerta o prisionera, por el gran despoblado en que tuvo lugar la batalla, i por ser perseguida en su derrota por cinco escuadrones d e caballería, intactos i perfectamente m o n t a d o s . L o s primeros rumores del triunfo de los patriotas se e m p e z a r o n a difundir en Santiago entre cuatro o cinco d e la tarde; pero los realistas tuvieron cuidado d e desfigurarlos, hasta atribuirse la victoria. Sólo a las ocho de la noche p a r a nadie era dudoso que el triunfo era d e San Martin. A esas horas se m a n d ó iluminar la ciudad, i t o d o el mundo, con deseos opuestos, ocupaba las puertas d e calle; pero sin que nadie se atreviera a comunicarse con sus amigos o vecinos en voz perceptible. El m i e d o t o d o lo dominaba, apesar d e que los terribles talaveras no dejaban por su ausencia, oir sus a m a bles interjecciones, que habian formado escuela en m u c h o s chilenos, i que d e s d e entonces s e nos h a n h e c h o familiares. ..


— 245 — A las once, p u e d e asegurarse, que habia desaparecido d e Santiago t o d a autoridad alta i baja, pues, n o solo habian a b a n d o n a d o la ciudad los militares £ e m p l e a d o s civiles, sino también gran número de e s pañoles i chilenos partidarios de aquel gobierno i m a s realistas que el rei. A media noche, la ciudad era un desierto. A esta hora nos dirijimos con gran cautela a la plaza d e A r m a s , d o n d e advertimos un grupo movedizo en la puerta del palacio d e Marcó, que ha sido retocado h a c e poco por el intendente Vicuña Mackenna. A l acércanos a este edificio notamos gran cantidad d e pueblo que entraba i salia. P e n e t r a m o s allí, i tuvimos la a g r a d a b l e sorpresa d e ver que aquellos ciudadanos, que e n t r a b a n con las m a n o s vacias, o, cuando m a s con un cabo d e vela encendido, se retiraban con algo que habia pertenecido al presid e n t e prófugo. Mentiríamos si dijiéramos que oimos disputa o siquiera discusión sobre la propiedad de algún mueble 0 utensilio, en que tanto a b u n d a b a n los numerosos salones, cuartos i aun patios de palacio; cada uno s e apropiaba lo que encontraba a m a n o o mas le convenia i se r e t i r a b a mui tranquilo. Aquello parecía una escena d e sordo-mudos perfectamente e n s a y a d a , 1 nos d i o una idea d e lo que después leímos en Chateaubriand: lo que es el orden en el desórdeti; i no hai que olvidar que allí habia gran número de niños, i sobre t o d o d e mujeres, que nuestros lectores calcularán q u e no eran las menos activas. A l retirarnos p a s a m o s por el cuartel de Dragones, que era el m i s m o que en la calle del P u e n t e es ahora cuartel d e b o m b a s . Allí se repetia una igual repar-


• — 246 — ticion del magnifico vestuario de la t r o p a d e caballería que antes lo habia o c u p a d o . I I . — N o crean nuestros lectores que en aquel tiemp o ese cuartel era como lo fué m a s t a r d e , cuartel de la escolta; nó, señor, los presidentes g o d o s Carrasco, Osorio i Marcó, no usaban escolta. El p o b r e Chile no hacia este enorme g a s t o que, unos por lujo, otros por miedo, i algunos por miedo i lujo, han hecho inseparable d e su i m p o r t a n t e persona; aquéllos se p a seaban por las calles d e Santiago, de dia i d e noche, sin mas a c o m p a ñ a m i e n t o que una o dos p e r s o n a , j e n e r a l m e n t e inofensivas. D o n Bernardo O ' H i g g i n s con su escolta plajió a San Martin, que la trajo a Chile. S a n Martin h a b i a plajiado a Napoleón, que se la organizó en las p r i m e r a s c a m p a ñ a s d e Italia a consecuencia d e h a b e r estado en peligro d e caer en m a n o s d e una p a r t i d a austríaca. L a tal escolta se convirtió m a s t a r d e en un v e r d a dero ejército, que llegó a tener 25,000 h o m b r e s d e las tres armas, i se llamó La guardia, q u e según algunos historiadores, causando celos en el ejército, no p r e s t ó servicios equivalentes a los sacrificios que i m ponía. P a r e c e que esta es enfermedad d e t o d a s las escoltas. El año 28 se vio en el llano d e Maipo correr a la escolta del presidente Pinto al solo a m a g o d e los g r a n a d e r o s , revolucionados por don P e d r o U r r i o la, dejando el camino h a s t a Santiago s e m b r a d o d e corazas i morriones d e acero. Q u e d a n d o entre esos despojos el s o m b r e r o del presidente, que llegó a p a lacio en cabeza, d o n d e fué recibido por el loco P a r d o , que lo apostrofó en presencia del p u e b l o con e s t a s


— 247 — palabras: «Principe mió, ¿quién os ha arrebatado v u e s t r a corona?» El 20 d e Abril del 51 la escolta del presidente Búlnes hizo algo peor en la calle del E s t a d o , seguida p o r un roto que la a m e n a z a b a con un fusil... sin llave. I I I . — D e s p u é s d e esta digresión, que h e m o s alarg a d o por complacer a ciertos amigos que nos tachan d e lacónicos, i sobre todo al señor W . M., volvemos a nuestra narración. A l siguiente dia, 13 d e F e b r e r o , fueron saqueadas m u c h a s tiendas de comercio, i con preferencia, la administración del estanco. E s a noche se esperaba el diluvio; pero una pequeña partida d e caballería, a l a s ó r d e n e s del mas t a r d e célebre A l d a o , i algunas h o r a s d e s p u é s el rejimiento de g r a n a d e r o s a caballo, volvieron la tranquilidad a los ánimos. I V . — S e ha hablado mucho del odio que el pueblo d e Santiago tenia a los T a l a y e r a s , que j a m a s dejaron esta ciudad. Quizá se confunde el odio con el miedo. S e g ú n el señor A m u n á t e g u i , cuando después de R a n c a g u a entró en Santiago el ejército real, no habia en las puertas d e calles menos de seis mil banderas r e a listas. E n otro escrito hemos hablado d e este entusiasmo por el rei. El mismo autor dice: «Al pasaje d e cada batallón, d e s p a r r a m a b a n d e los balcones g r a n d e s azafates d e flores, i algunos altos personajes, a r r e b a t a d o s por su entusiasmo, arrojaban puñados d e dinero, que los soldados en su marcha no se detenían a recojer.» A la e n t r a d a d e los vencedores d e Chacabuco, q u e fué por la Cañadilla i calle del P u e n t e , no r e c o r d a -


— 248 — mos h a b e r visto ni una sola bandera, i lo que es flores, i sobre t o d o dinero, ni la s o m b r a . L o s altos p e r sonajes que cita el historiador, nos recuerdan, q u e uno d e esa altura, i gran patriota, que después alcanzó los m a s altos puestos en la República, m a n d ó d e regalo a Osorio la víspera d e la batalla de Maipo, un magnifico caballo con h e r r a d u r a s de plata. No fué este el único obsequio que recibió Osorio. V . — G o m o en el ejército real no venia mas b a n d a d e música que la detestable del batallón Chiloé, los Talaveras suplieron esta falta para celebrar su triunt o . A poca distancia i frente a la cárcel, circunstancia significativa, se a r m ó un tabladillo, que mui luego i a toda hora del dia i d e la noche se llenó con g r a n n ú m e r o de cantores i guitarristas que, de este batallón, se reunían en alegre algazara a cantar t o n a d a s españolas, que se oyen por todo el m u n d o con g u s t o por sus graciosas i a g r a d a b l e s melodías. El pueblo gustaba mucho d e esta música, i esto d i o a los T a l a v e r a s cierta popularidad. L o s versos d e esta música, poco edificantes, ¡eran interrumpidos con gritos i aplausos del mismo jénero. E n t o n c e s , i por primera vez, se o y ó la eterna cachucha que h a d a d o la vuelta al m u n d o . R e c o r d a m o s una de esas t o n a d a s i algunos versos, d e los que p o n e m o s aquí una estrofa, la m a s pulcra: «Se quería coronar El m a l d i t o d e Carrera, Y a le p o n d r á n la corona Si no se v á a l a . . . . » Estos

filarmónicos

d e nuevo j é n e r o eran i n n u m e -


— 249 — rabies, h a s t a el caso d e que a cualquiera hora, al pasar por los cuerpos d e guardia, se les oia cantar en coro a c o m p a ñ a d o s por la inseparable guitarra. E s t e batallón de quinientas o seiscientas plazas, s e hacia admirar del público por el lujo de su uniforme, mui variado; por la elegancia, soltura i uniformidad d e su marcha, i hasta por el movimiento lateral d e los fusiles. E n el dia esto no llama la atención; pero la llamaba entonces, al comparar estas tropas con n u e s t r o s reclutas que d e ordinario salían, por las exijencias d e la guerra, sin la menor instrucción i sin saber ni s i quiera m a r c h a r m e d i a n a m e n t e . A esto hai que a g r e g a r una circunstancia que vale mucho,—la buena figura, poco común, por no decir rara, e n nuestros soldados. V I . — A l principio alojó el batallón en la Plaza d e A r m a s , en el antiguo palacio de los presidentes, por no haberlo ocupado Osorio. L a lista d e la t a r d e tenia lugar en la misma Plaza, d o n d e solian ejecutar algunas maniobras al son d e una magnífica banda d e t a m b o r e s , pífanos i cometas, que por primera vez s e oian en S a n t i a g o . L o s T a l a v e r a s tenían un privilejio sobre todo el ejército real,—salir a la calle, aun sin estar d e servicio, con su b a y o n e t a al costado. E s t o , la predilección con que los miraba el Gobierno i sus partidarios, españoles i chilenos, i hasta el sueldo, mui superior al del resto del ejército, les daba una decidida superiorid a d sobre él. E s t a superioridad la reconocía el público d a n d o , hasta a los soldados rasos, el tratamiento d e don. N o solo los oficiales, sino aun los individuos d e tropa, eran admitidos en ciertas familias aristocráti-


— 250 — cas i mas d e un sárjente- casó en ellas. Si el t e m i d o S a n Bruno hubiera querido hacer otro t a n t o , p o d r í a h a b e r l o efectuado en alguna d e esas familias, d o n d e era recibido con gran cariño. E n una d e ellas lo t r a t a b a n con tal confianza, que un dia le pusieron en el sombrero sobre la escarapela realista otra patriota, con la que, sin advertirlo, atravesó gran p a r t e d e la ciudad. S e habla también del odio que el pueblo profesaba a San Bruno: esto tiene su esplicacion. A los asesinatos cometidos en la cárcel d e S a n tiago, a principios d e 1 8 1 5 , a que prestó feroz i a c tiva cooperación, d e b e a g r e g a r s e que era, p u e d e decirse, la única policía d e la ciudad, i y a p u e d e n calcular nuestros lectores, por lo que se vé aun en el dia, cuánto seria el cariño que el pueblo podría profesarle. A l g u n o s años m a s t a r d e , i en el Gobierno d e Pinto, un intendente d e Santiago, que por su carg o , d e s e m p e ñ a b a algunas d é l a s funciones que ejercía S a n Bruno, i que era el h o m b r e m a s benévolo q u e h e m o s conocido, don Rafael Bilbao, alcanzó el alto honor d e que se le llamara A r r a n c a Brazos, en r e cuerdo de un famoso esbirro que el pueblo r e c o r d a b a con horror. Su celo por cumplir con sus deberes le adquirió... este título. San Bruno r e p r e s e n t a b a cuarenta a ñ o s . — E r a d e estatura mediana, de nariz aguileña, color algo s a n guíneo i d e vientre abultado; d e ojos mui vivos i d e m i r a d a alegre, casi risueña. E m p e z a b a a p e r d e r el cabello, p e r o tenia b i g o t e a b u n d a n t e i rubio. V I I . — L o s gobiernos d e Osorio i d e Marcó, duraron veintiocho meses, i en todo este t i e m p o nadie e n Chile entero concibió ni siquiera un p r o y e c t o r e v o -


Incionario, El jeneral Sebastiani podría haber dicho entonces con m a s v e r d a d que en las cámaras francesas m a s tarde: La paz reina en Chile... N a d i e ignora que los asesinados en la cárcel d e S a n t i a g o , que h e m o s mencionado, no tuvieron mas delito q u e el deseo inofensivo d e recobrar su libertad. E n toda nuestra historia revolucionaria solo hai un hecho parecido, a u n q u e m a s horrible por sus circunstancias i proporciones:—el d e Chiloé, d o c e años después, bajo un Gobierno liberal, i que, según nos parece, hemos sido los primeros i únicos en referir en nuestros «Recuerd o s d e 30 Años.» Como prueba del temor que inspiraban los T a l a veras, copiaremos otro acápite del historiador que y a h e m o s citado. «Las p r i m e r a s ocasiones que le tocó salir d e p a trulla (a San Bruno) visitó las chinganas d o n d e se a g r u p a b a el populacho» (i también la j e n t e decente) «i a u n q u e casi solo, arreó con el sable a los infractores d e los bandos con tanta facilidad como un p a s tor su rebaño.» L o que sigue, como otros m u c h o s d a t o s del historiador, no lo trascribimos por vergüenza! V I I I . — d e f e r i r e m o s por último un hecho que p r e senciamos. A l siguiente dia d e la batalla d e Chacabuco nos dirijíamos del oriente d e la calle d e Santo D o m i n g o a la Plaza d e A r m a s . Al llegar a aquella iglesia nos sorprendió la presencia d e un soldado d e T a l a v e r a q u e venia como d e la plaza y a citada, vestido con tal e s m e r o i limpieza que parecía salir en ese m o m e n t o d e casa d e su lavandera. T r a i a el fusil tercia-


— 252 — do al h o m b r o i m a r c h a b a con un aire i confianza a d mirables. Serian las seis d e la m a ñ a n a . Numeroso pueblo caminaba en dirección o p u e s t a ; p e r o al acercarse a él todo el m u n d o c a m b i a b a d e v e r e d a , dejándolo m a r c h a r solo por la q u e llevaba. E s o si, cuando se alejaban de este raro personaje repetían sucesivamente i a gritos: quítenle el fusilí D e t u v i m o s nuestra marcha, i a las tres o cuatro cuadras lo perdimos d e vista sin que nadie se le acercara!!! I X . — L o cierto es, aunque parezca e s t r a ñ o , que entonces habia, i aun se conserva, cierta predi leedora p o r los españoles, que no es menos efectiva, apesar del calificativo d e godo, que h a perdido su odioso significado. N a d i e h a b r á olvidado lo que sucedió con los prisioneros d e la Covadongct. A su llegada a S a n t i a g o fueron a b u n d a n t e m e n t e obsequiados por familias r e s petables con t o d a clase d e refrescos. E s t o es noble; p e r o no lo habría sido m e n o s si las p e r s o n a s o b s e quiosas hubieran tenido p r e s e n t e a la escolta que loe custodiaba, que en estos dias no tuvo m a s refrijerio que el agua d e la pila inmediata, que e n t o n c e s na era p o t a b l e . . .


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La c a í d a d e O ' H i g g i n s 28 DE ENERO DE [ 8 2 3 L o s episodios de este acontecimiento que v a m o s a referir, no tienen mas interés que ser desconocidos 0 no publicados, que nosotros s e p a m o s , hasta hoi por nuestros historiadores. O m i t i m o s varios hechos con ellos relacionados, por no considerarlos necesarios, o porque son j e n e r a l m e n t e conocidos. I — El antiguo batallón d e la «Guardia de Honor» s e habia elevado a rejimiento por el aumento d e fuerzas q u e últimamente habia recibido. E r a su jefe el bizarro coronel arjentino, don Luis Pereira, i segundo el sarjento m a y o r don Manuel Riquelme, tio m a t e r n o d e don Bernardo O ' H i g g i n s . E l dia arriba mencionado se habia d a d o orden en el rejimiento para que nadie saliera del cuartel, s i t u a d o en San A g u s t í n . D e s p u é s d e medio dia se colocó en la t o r r e del norte d e la iglesia un piquete a las ó r d e n e s del capitán ingles Y o u n g , con orden d e hacer fuego al mismo Director si se acercaba al cuartel. A las cuatro d e la tarde se vio un grupo, que d e Sa Plaza de A r m a s se dirijia a ese punto por la calle del E s t a d o . El coronel Pereira, que reconoció en aquel grupo al Director, que m o n t a b a un magnifico caballo i era seguido del mismo m o d o por sus cuatro e d e c a n e s , como única escolta, m a n d ó al a y u d a n t e don Justo A r t e a g a , ahora jeneral, que se adelantara 1 pusiera en su conocimiento la orden que le i m p e d i a


— 254 — p a s a r adelante. E s t a orden fué comunicada a m e d i a cuadra del cuartel. E l Director, sorprendido con d e s a g r a d o al oiría, hizo, por medio del mismo señor A r t e a g a , llamar al coronel. E s t e vino, i al acercarse, don Bernardo le dijo: —Coronel, vuelva usted a su cuartel. Pereira obedeció, a c o m p a ñ á n d o l o hasta allí. Poco después salia el rejimiento en dirección a la Plaza de A r m a s , con O ' H i g g i n s i Pereira a la c a b e za. F o r m ó en batalla en el costado del poniente á allí, paseando a su frente, p e r m a n e c i ó recibiendo atentas i casi suplicantes invitaciones de la reunión» que lo esperaba en el gran salón del Consulado, p a r a que se presentara en este lugar. Para doblegarlo se acudió a influencias increíbles. N o solo se solicitó el e m p e ñ o d e su señora m a d r e , que se n e g ó a intervenir, sino también el de su antiguo ministro Rodríguez, a quien la opinión pública culpaba de los odios que el Director habia llamado sobre su persona. E l ex-ministro p r e s t ó gustoso I con buen éxito este servicio q u e con urjencia se le pedia; pero esto no lo libró de ser, pocos días d e s p u é s , arrastrado a una prisión... O ' H i g g i n s cedió al fin, i a c o m p a ñ a d o d e su escolta, a la que habia d a d o un nuevo jefe m o m e n t o s a n tes, llegó a la plazuela de la Compañía, ahora d e O ' H i g g i n s . D e j ó la t r o p a en las g r a d a s d e la iglesia, situadas como a cuarenta m e t r o s frente al Consulado, i casi solo s e dirijió a este lugar, al q u e c a o trabajo pudo penetrar, por la numerosísima coraaarrencia que lo ocupaba. II.—Con r a r a s escepciones, todos los presentes estaban a r m a d o s i en actitud a m e n a z a n t e . Su «.-sal-


— 255 — tacion habia subido d e punto al saber las palabras despreciativas con que el Director se habia e s p r e s a do con las comisiones que se le habían dirijido. Muchos d e los que lo vieron entrar no creyeron verlo salir. L a escolta, que quedaba mui distante, no era una garantía d e su vida. E s t o hizo que el célebre actor arjentino Morante, recien llegado a Chile, al verlo entrar esclamase en alta voz: ¡No espero ver mas en hombre! El tono i a d e m a n e s insultantes, que no le a b a n d o naron en toda la conferencia, provocaron la ira del Doctor V e r a hasta recorrer el salón repitiendo a m e dia voz: ¡La cesarina, la cesarina! E s t a provocación al asesinato era tanto m a s g r a v e cuanto se h a cia al fin del dia, casi en la oscuridad, por la s u m a escasez d e luces que alumbraban el salón. Felizmente, si allí habia gran número d e enemigos que tenían m u c h o d e que v e n g a r s e del Director, no habia, apesar de lo que se ha dicho, ningún asesino. A n t e s de las nueve d e la noche, i después d e h a berse despojado d e las insignias del m a n d o , se r e t i r ó , en medio d e vivas atronadores, d a n d o el brazo a don Antonio Mendiburu, en cuya casa, al poniente del Consulado, vivió los pocos dias que p e r m a n e c i ó en Santiago antes de su salida para V a l p a r a í s o . I I I . — A poco d e haber salido O ' H i g g i n s del C o n sulado, la Guardia d e Honor i la escolta se recojieron a sus cuarteles. Algunos pocos oficiales i s o l d a dos d e los dos batallones d e infantería d e q u e constaba la guardia nacional d e S a n t i a g o , q u e con g r a n trabajo se habían reunido en el cuartel d e S a n D i e g o , i una compañía d e artillería, a las ó r d e n e s del coronel don Francisco F o r m a s , q u e s e habia pro -


— 256 — nunciado por la revolución, permanecian en actitud hostil contra la Guardia d e Honor, p e r o sin m o v e r s e d e su cuartel. D e s p u é s d e e n t r a d a la noche, los artilleros habían hecho d e s d e ese punto disparos por alto contra el cuartel de San Agustín, pero sin nig u n resultado. L a oficialidad d e la Guardia, casi en su totalidad, era a d v e r s a al Director, con solo cinco escepciones, contando entre ellas al capitán d e cazadores, don Joaquín A r t e a g a , h e r m a n o del a y u d a n t e d e que hem o s hablado. E s t a compañía se hacia notar por su disciplina, por su fuerza, 120 hombres, i por su jefe, d e conocido valor. E s t e oficial, partidario entusiasta de O ' H i g g i n s , no h a b i a podido mirar con indiferencia las provocacion e s d e los artilleros, i al recojerse al cuartel con su c o m p a ñ í a , pudo, sin llamar la atención, sacarla i tom a r la dirección de San Diego, d e d o n d e habian salido los disparos, con la intención poco disimulada d e contestar aquel insulto. Felizmente, el coronel Pereira supo a tiempo lo que sucedía i corrió a impedirlo, persuadiendo con palabras cariñosas al capitán A r t e a g a a volver a su cuartel. Sin este incidente ¡quién sabe qué r u m b o hubieran t o m a d o , al menos por corto tiempo, los acontecimientos! E n esos m o m e n t o s se obraba, t a n to en la tropa como en el pueblo, una reacción o'higginistas. I V . — L o s escritores qué h e m o s leído sobre este suceso, están m a s o m e n o s d e acuerdo en elojiar con entusiasmo el valor heroico del pueblo d e S a n t i a g o en este dia. A u n q u e no hubiéramos presenciado los


— 257 — hechos, la lectura d e esos escritores bastaria para p e r s u a d i m o s d e p a r t e d e quien estuvo el valor L o s señores don José Maria Guzrnán i don F e r nando Errázuriz, que en esa ocasión desplegaron rara enerjía, no ignoraban que en esos m o m e n t o s el Director no contaba con mas a p o y o que el d e su espada; pues la Guardia de Honor, a d e m a s d e los c o m p r o misos privados d e casi toda su oficialidad, habia e m p e ñ a d o su palabra públicamente, por medio de su jefe, de no hacer armas contra el pueblo. E n cuanto a la escolta, desmoralizada con el c a m bio violento d e su antiguo jefe, hecho en esos m o m e n t o s en un militar de mérito, pero estraño, al cuerpo, contaba con varios oficiales mal dispuestos. No necesitamos decir que los señores Pereira i Merlo, también arjentino, i jefe de la escolta, d e p u e s to por el Director por su decisión por el pueblo, r e cibieron mui pronto el pago republicano: Elquesirve a muchos a nadie sirve, dice Rousseau. U n o d e nuestros mas notables historiadores h a dicho, al narrar estos sucesos: «El 28 de Enero es una fecha que el vecindario de la capital p u e d e escribir con letras d e oro al lado del 18 de Setiembre de 18 to. E s t a m o s de acuerdo en cuanto a la identidad d e a m b o s acontecimientos; pero diferimos respecto ai metal en que d e b e n hacerse las inscripciones. P e n samos que la hipocrecía i el miedo del 18 de Setiembre, i el miedo i la hipocrecía del 28 d e E n e r o p u e den inscribirse en l e t r a s . . . de plomo.

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Las últimas elecciones BAJO

EL GOBIERNO PIPIÓLO

I.—En 1829 tuvieron lugar las elecciones j e n e r a l e s en la República, i los dos partidos, pipiólo i pelucon, s e disponían a dar una batalla decisiva, q u e venia p r e p a r á n d o s e d e s d e cinco a seis años a t r á s , t i e m p o en que habían nacido a m b o s partidos con esos n o m bres. Por la primera v e z en Chile se organizaron i p r e sentaron en público sociedades políticas. L a m a s seria i numerosa fué la que formaron los pipiólos, amigos del jeneral Pinto, Presidente d e la República a la sazón. Se reunía en público, en el gran salón en que la primera i verdadera sociedad filarmónica q u e hubo en Santiago daba sus conciertos, en la calle de S a n t o D o m i n g o , en la casa que ahora ocupa la familia F e r nandez Recio, dos cuadras al oriente de ese t e m p l o . El tiempo que duró aquella sociedad, t u v o c o m o único p r e s i d e n t e a don José Maria Novoa, a b o g a d o i h o m b r e público notable por m a s d e un concepto. A principios del tercer decenio de este siglo, i aun antes, habia t o m a d o parte, tanto en Colombia como en el Perú, a p e s a r de ser chileno, en i m p o r t a n t e s acontecimientos. El año 2 3 , si no estamos equivocados, d e s e m p e ñ ó el Ministerio d e la G u e r r a en el G o bierno de R i v a A g ü e r o . I I . — L l e g a d o a Chile durante el Gobierno del j e neral Freiré, fué n o m b r a d o Ministro del m i s m o r a m o , d e cuyo cargo se retiró d e un m o d o ruidoso. E n las C á m a r a s posteriores a ese Gobierno o c u p ó un lugar


— 259 — distinguido, i m a s d e una vez las presidió con n o t a ble habilidad. D e fácil palabra i d e voz magnífica, era escuchado con agrado, aun por la indomable barra d e entonces, que no le era adicta, i que no h a bría tenido la m a n s e d u m b r e de desocupar la sala con la resignación que ahora lo hace. Aquellos concurrentes no habrian tolerado impasibles q u e por un aplauso, d a d o al fin de una votación, se les llamara, como h a c e poco, por el presidente del S e n a d o : — B A DULAQUES... (Nos tocó la rociada). Se discutía en una sesión nocturna, un asunto d e g r a n interés de partido i la discusión estaba a g o t a da. E n ese apuro se acerca un diputado pipiólo al señor Novoa, q u e presidia, i en voz baja le dice: « E s t a m o s perdiendo por un voto i se ha m a n d a d o buscar a Urízar.» Novoa sacó con disimulo el reloj, i finjiendo q u e tosia, contestó en el mismo t o n o : «busquen a otros, y o hablaré m a s largo q u e antes.» Asi sucedió, ¡ m a s d e m e d i a hora después, cuando llegó el señor Urízar, moribundo i entre dos personas que lo conducían del brazo, el señor Novoa resumió con t o d a calma su discurso; hizo votar i la cuestión se g a n ó por un v o t o . El Urízar d e q u e se trata, es p a d r e del señor Urízar Garfias, muerto h a c e poco. I I I . — E l partido pelucon.no se reunía c o m o sociedad política, p e r o el coronel don E n r i q u e C a m p e o formó en la calle d e las Monjitas, una sociedad numerosa, dividida en tres secciones: la primera d e personas importantes; la segunda, d e individuos d e m e n o s categoría; i la tercera, d e artesanos. E s t a s secciones se comunicaban i entendían p o r medio d e comisiones respectivas. E n esta sociedad, habia gran número de emplea5


— 260 — dos d e todas categorías i aun oficiales subalternos del ejército, que trabajaban en público i abiertament e con los enemigos del gobierno. E n estas filas era el mas asiduo el capitán entonces i mas t a r d e j e n e r a l V i d a u r r e . A u n no se habia convertido a los e m p l e a dos públicos en ciegos instrumentos d e opresión, i esto esplica la admiración que causó h a c e poco la conducta digna i enérjica del señor don Pacífico Jim é n e z , que renunció su gobernatura de Linares, antes que prestarse a servir de máquina d e elecciones, como se lo exijía el Ministro A l t a m i r a n o . E l partido pelucon formó o fomentaba una g r a n sociedad de artesanos que, como la anterior, era notoriamente hostil al Gobierno. \!. L a s elecciones fueron en su m a y o r p a r t e favorables a éste; pero la oposición estuvo r e p r e s e n t a d a en las Cámaras, en las Municipalidades i en las asambleas provinciales por un número r e s p e t a b l e d e sus a d e p tos! Cuando decimos que el triunfo, en su m a y o r parte, fué d e los amigos del Gobierno, no d e b e creerse que éste prescindiera del todo d e t o m a r una p a r t e en las elecciones, como habia sucedido en el Gobierno del jeneral Freiré: la intervención a s o m a b a y a la cabeza; pero ni como sombra d e lo que se v i o después i m u c h o menos d e lo que ahora v e m o s , que por sus excesos d e b e y a tocar a su fin, si es cierto que los estreñios se tocan. L o s destinos d e Chile no habían caído aun en manos d e a b o g a d o s sin pleitos, d e m é dicos sin enfermos i d e covachuelistas, que por su n ú m e r o i sueldos son una amenaza a la fortuna p ú blica i privada d e nuestra patria. I V . — A l principiarse esas elecciones, principiaron


— 261 también las maniobras p r e p a r a d a s d e a n t e m a n o . L o s pelucones no llamaron la atención pública por su a c tividad i disciplina. Por este motivo solo daremos cuenta d e la organización i maniobras del partido pipiólo, dirijido por el señor Novoa. S e nombraron, entre otras, tres comisiones que debían funcionar incesantemente al rededor d e las m e s a s receptoras; estas comisiones tenian los títulos siguientes: Comisión Negociadora, Comisión 4pretadora i Comisión Arrebatadora. Pocas palabras esplicarán el respectivo objeto d e estas comisiones. L a negociadora se empleaba en la c o m p r a de calificaciones i del voto, si se podia, d e los que se dirijian a votar; la apretadora, mui n u m e rosa, en impedir acercarse a la mesa a los enemigos. C u a n d o estos medios eran insuficientes, la arrebatadora ponia en ejercicio su título en el m o m e n t o en que el v o t a n t e sacaba su calificación. El que arrebataba una calificación debia, para evitar reclamos i alboroto, abandonar inmediatamente la mesa en que lo habia hecho, i dirijirse a otra de la parroquia m a s inmediata, de d o n d e venia al m o m e n to su r e e m p l a z a n t e . Estas comisiones, compuestas ú n i c a m e n t e d e partidarios decididos, algunos d e ellos d e cierta r e p r e sentación, ejercían sus funciones d e preferencia con individuos d e menor cuantía. No habíamos llegado a los felices t i e m p o s en que la policía d e seguridad, i sobre todo, la policía secreta, suministraran el personal que d e b e facilitar o impedir la emisión del sufrajio d e los ciudadanos, que a veces tienen que luchar con bandidos d e quienes es preciso defender el reloj, el pañuelo i aun el sombrero. E s o s mismo bandidos han a m e n a z a d o m a s ^ e una vez la seguridad


— 262 — pública, c u a n d o , llegada la noche, al volver al cuartel d e policía i desnudarse del disfraz, no se les h a p a g a d o su trabajo pronta i d e b i d a m e n t e . V . — P a r a el acto d e votar no se exijia entonces la comparecencia del sufragante. Cualquiera individuo podía votar por una o mas personas con solo exhibir las calificaciones respectivas. E s t o d a b a lugar a que algunos se presentaran a votar por otros con abultados p a q u e t e s de calificaciones, que eran admitidas sin ia m e n o r dificultad. E s t e sistema era menos complicado i m a s e c o n ó mico que el usado en el dia, pues una vez c o m p r a d a la calificación, no habia que dar nueva gratificación al digno ciudadano que la vendía, mientras ahora hai que p a g a r l e dos veces: cuando la v e n d e i cuando vota ( i ) . V I . — T e r m i n a d a la elección, que entonces duraba dos dias, se hacia el escrutinio en el último. L a s cajas que contenían los v o t o s q u e d a b a n depositadas durante la primera noche en un lugar público i c e -

( [ ) D o s o tres horas antes de concluirse la votación del ú l t i m o dia, los vocales de la mesa de la Catedral, a quienes se les habia c o n c h u d o sus calificaciones, determinaron, de propia autoridad, que todo el que quisiera votar con calificación ajena, debia acompañarla con el poder del dueño. C o m o esto era imposible i contra la práctica, se reclamó, pero inútilmente, i no hubo mas remedio q u e inventar poderes a nombre de los dueños de las calificaciones. E s t a operación duró mas de dos horas, de modo q u e cuando se presentaron los apoderados, la mesa cesaba en sus funciones, dejando en poder de la oposición gran número de esos papeles inútiles.


— 263 — rrado, sobre una m e s a bien alumbrada i vijilada p o r comisiones d e t o d o s los partidos. L a caja d e la parroquia d e la Catedral se d e p o s i t ó esta vez, como siempre, en una pieza del poniente del pórtico d e la cárcel, sobre una mesa s e p a r a d a d e la calle p o r el grueso de la muralla, con la v e n t a n a abierta i con ¡as luces consabidas. Recien colocada allí la caja, don C a y e t a n o O ' R y a n , entusiasta pipiólo, se introdujo en ese Guarto sin ser visto por los cuidadores, por una puerta lateral que se abrió para él solo; en seguida, i gateando para n o ser visto d e aquellos, se colocó tras de la mesa, cubierta en gran parte por la caja. Permaneció allí m a s d e una hora sentado o de rodillas alternativamente. E n ese tiempo se ocupó en introducir por una rendij a casual o a propósito, valiéndose d e un cuchillo, trescientos votos pipiólos. Concluida esta operación, i al pasar cerca de los A r g o s que d e s d e la plaza cuidaban la mesa, les dijo: «No hai que descuidarse; el que pestañea pierde». N a d i e conoció la ironía del consejo hasta muchos dias después, en que la maniobra se hizo pública. G r a n d e fué el asombro de los comisionados pelucones que, según sus apuntes, g a n a b a n en esta mesa por mas d e cien votos, al ver que en el escrutinio, perdían por mas de d o s c i e n t o s — V I L — L a conducta hipócrita i de a p a r e n t e p r e s cindencia d e aquel Gobierno no lo libró d e la r e s ponsabilidad que sobre él r e c a y ó por los abusos cometidos por sus partidarios. Algunos meses d e s pués, partidarios i Gobierno vinieron a tierra para n o levantarse m a s . E l t e m o r a una revolución en esos tiempos no e r a .


— 264 — como en el dia, un medio de Gobierno, por las n u merosas i a v e n t u r a d a s especulaciones q u e a h o r a p u e d e n verse c o m p r o m e t i d a s a la menor amenaza d e un trastorno político. E l ilustré Infante, que no era economista ni p r o fundo político, decia en ese tiempo: «El dia en q u e el Gobierno consiga formar un banco que esté a sus órdenes, tendrá un instrumento m a s de opresión.» Si hubiera vivido hasta nuestra época, habria visto que, para que esta clase de instituciones h a g a n pusilánimes a los hombres, no se necesita que estén a las órdenes de un Gobierno. L a m a y o r p a r t e de los q u e tienen -papeles preferirían el peor de los Gobiernos a una revolución q u e cure los males radicalmente. Por lo d e m á s , los repetidos empréstitos del Gobierno, h a n realizado los temores d e aquel gran patriota. E s t o lo sabe el gobierno i porque lo sabe no t e m e cometer ninguna clase de a t e n t a d o s , seguro d e la impunidad. Luis Blanc h a c e una observación que d e b e m e d i tarse. Sus palabras son m a s o menos las siguientes; « C u a n d o la Francia sufrió la m a y o r desgracia q u e p u e d e sufrir una nación, la invasión esiranjera, los papeles de banco SUBIERON....» El adusto socialista nos trae a la m e m o r i a a una persona que no se le parece. E n los primeros años de nuestra revolución habia en Santiago un comerciante, don R o q u e Huici, cuyo principal negocio era d e azúcar i y e r b a . El primer artículo solo venia del Perú, así como la y e r b a n o venia m a s q u e d e la otra banda. A m b a s remisiones cesaban alternativamente, según los sucesos d e la guerra, por las incomunicaciones consiguientes. Cuand o a don Roque le p r e g u n t a b a n algo sobre las noti-


— 265 — cias q u e corrían, contestaba: «La única noticia q u e y o sé es que, si gana el rei, baja la azúcar i sube la yerba; i si gana la patria, baja la y e r b a i sube la azúcar. Con raras escepciones, cada uno d e los que tienen iapeles en el dia puede llamarse don Roque.

D o n Manuel Harbin I LA MONEDA DE COBRE Para indicar con exactitud las fechas a que v a m o s a referirnos habríamos necesitado recurrir a la Biblioteca Nacional; pero al escribir este artículo estáb a m o s en vacaciones. Después d e abierta, no h e m o s e s t a d o en disposición de hacerlo; sin e m b a r g o , por lo que aquí decimos, pueden buscarse estas fechas. A d v e r t i r e m o s que casi todo lo q u e referimos es desconocido del público hasta ahora. I . — H a c e cuarenta i cinco años, poco m a s o m e nos, circula en Chile la m o n e d a d e cobre, cambiada ú l t i m a m e n t e por la de níquel, i es casi seguro que ninguno de los q u e las usan saben a quien deben e s t e beneficio, i mucho menos los sacrificios de t o d o jénero q u e costó al autor ú?dco d e este adelanto. H a s t a esa época los valores que esa m o n e d a r e p r e s e n t a lo eran por pequeños pedazos d e plomo, lata o suela, con el sello o n o m b r e d e los b o d e g o neros q u e la emitían, i que eran cambiados p o r ellos


— 266 — m i s m o s con mucha frecuencia, sin amortizar la q u e antes habian puesto en circulación. E s t a s monedas, y a que es necesario darle este n o m b r e , se llamaban señas o mitades i equivalían a un centavo i medio de nuestra m o n e d a del dia: por consiguiente, era menos divisible que ésta, pues 6 4 , que era la última subdivisión, componían un peso. L a m o n e d a m a s pequeña de plata era el cuartillo o cuarto de real, que equivalía a tres centavos de la actual. El cuartillo era mui escaso i las mitades solo eran recibidas por los mismos que las sellaban; d e suerte que su circulación era mui limitada i a c a m p a da siempre del temor de un cambio de que usaban los b o d e g o n e r o s a su antojo, i, como h e m o s dicho, sin amortizar las anteriores, que en este caso q u e d a ban sin valor alguno. II.—Estos i otros abusos que omitimos hacian mui difíciles las transacciones al m e n u d e o , siendo, como siempre, en estos casos, la víctima obligada la clase pobre. T o d o el mundo se quejaba de este desorden, p e r o nadie indicaba el remedio. Pocos años antes la Municipalidad de Santiago s e habia dirijido, no record a m o s bien si al Congreso o al Gobierno, con este objeto; pero nada se consiguió. Camilo Henriquez i don Manuel Salas escribieron también algo, en los primeros años de la revolución, relativamente a la m o n e d a de cobre, pero sin resultado práctico algun o . El remedio vino por fin de d o n d e nadie lo e s peraba. III.—Entre los años d e 20 a 24 llegó a Chile, d e la República Arjentina, don Manuel Harbin, comer-


— 267 — ciante español, que poco después dio punto a s a s negocios por su mal éxito. Sin e m b a r g o , no abandonó este pais en que se habia arruinado. Concurría diariamente al café d e Hévia, que por su situación, d o n d e está ahora el palacio arzobispal, i otros motivos, era entonces el mas concurrido. Harbin era buscado por los concurrentes por su jenio festivo i por su a m e n a i chistosa conversación. E s t e café era el teatro de sus prédicas sobre mejoras d e t o d a especie para Santiago; muchas d e las que se han efectuado mas t a r d e eran indicadas cora e m p e ñ o por él. E s la primera persona a q u i e n o i m o s hablar de un túnel frente a la calle d e las A g u s t i n a s , que debia comunicar la calle de Bretón con la p a r t e oriental del S a n t a Lucia, i, según sus cálculos i combinaciones, la obra costaría una cantidad relativamente pequeña. Pero nada llamaba tanto su atención i por nada manifestaba m a s empeño que por pesuadir a sus oyentes a poner un pronto remedio a la anarquía q u e reinaba en la m o n e d a d e última clase. I V . — D e s p u é s d e mas d e dos años de discusión i d e haber reducido al silencio a sus contradictores, s e convenció d e que nada conseguiría si no acudía a la. prensa; pero, ¿cómo hacerlo? El no habia escrito j a m a s un artículo d e periódico. E n Santiago no habia m a s ó r g a n o frecuente de publicidad que EL MERCURIO DE VALPARAÍSO, que con gran trabajo facilitaba sus columnas a escritores acreditados, i los q u e esta circunstancia no tenían, a c o m p a ñ a b a n el valor del escrito, mui subido entonces. A esto se a g r e g a que ese único diario d e Chile t e nia mui reducida circulación; pues, fuera de los p o -


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eos números que recibía el Gobierno p a r a repartirlos en Santiago i las provincias entre sus e m p l e a d o s , no contaba en la capital con m a s d e doce o quince s u s critores. D o s o tres asistentes obligados i asiduos al mencionado café leian en alta voz, p a r a p o n e r al corriente del contenido d e E L MERCURIO O d e algún otro periódico eventual, a los aficionados... Año mas o m e n o s , estamos a fines del tercer decenio d e e s t e siglo. A l g u n o s años m a s t a r d e ( i después d e algunos meses de fundado E L PROGRESO, primer diario d e Santiago) le p r e g u n t á b a m o s al señor S a r m i e n t o , su fundador, cuántos suscritores tenia. C o n t e s t ó : «Al principio tuvo como 200, pero después han disminuido.» V . — E n esos dias la conversación de Harbin se hizo agresiva, sin perdonar ni a las personas que h a bitualmente lo rodeaban, que no se daban por notificadas, por su conocida buena intención i p o r q u e al fin d e la perorata habia d e venir un chiste que pondría a todo el m u n d o d e buen h u m o r . V I . — P p c o después a p a r e c i ó en E L MERCURIO el primer artículo sobre la urjencia d e sellar m o n e d a d e cobre. E s t e artículo fué seguido a largos intervalos d e otros. Fácilmente se calcula que la intermitencia d e estos escritos no tenia otro motivo que los escasísimos recursos del que los escribía, que no era otro que Harbin, a costa d e increíbles sacrificios. N o r e c o r d a m o s si e n c o n t r ó contradictores en la prensa; p e r o sí e s t a m o s ciertos d e que en el Gobierno los tuvo tenaces i p o d e r o s o s . Se r e c o r d a b a lo sucedido algunos años antes en el Perú al emitir esa clas e d e m o n e d a , sin fijarse en el g r a n desacierto que


— 269 — en este caso se habia cometido, dando a la m o n e d a d e cobre un valor e x c e s i v a m e n t e subido, i sin ning u n a garantía segura por este exceso en caso d e amortización. Harbin, sin e m b a r g o , no se desalentab a i t e n t ó un recurso que c r e y ó decisivo: escribió uu artículo a c o m p a ñ a d o de varios modelos, impresos en el mismo diario, d e las distintas formas d e m o n e d a s d e cobre usadas en otros paises, cuyos ejemplares le fueron facilitados, según recordamos, por el señor don P e d r o Lira. E s t e artículo también era su último esfuerzo: para pagarlo le fué necesario e m p e ñ a r su viejo reloj, que lo a c o m p a ñ a b a d e s d e su j u v e n t u d i que no volvió a recobrar... Nos trae a la memoria este caso al célebre químico que, a g o t a d o s sus últimos recursos en una operación decisiva, repetida muchas veces, haciendo su última prueba i temeroso d e un mal éxito por falta d e combustible, arrojó al fuego su catre d e madera; con la diferencia d e que a éste, una vez acertado su e s p e r i m e n t o , le aguardaban la gloria i la riqueza, mientras que Harbin solo podia esperar, como sucedió, el olvido... Poco después el Gobierno se decidió por fin a mandar sellar a E u r o p a una cantidad d e la mencionada m o n e d a . Harbin habría d a d o como y a vivido el t i e m p o que habia que aguardar. Por último, después d e algunos meses, un dia se le vé entrar al café, contra su costumbre, con paso apresurado i con un p e q u e ñ o envoltorio que levantaba en alto sin pronunciar m a s palabras que: / Ya llegó, ya llegó! tirándolo sobre una mesa. T o d o s se apresuraron a d e s doblarlo. Su contenido se reducía a dos monedas d e cobre; fué t o d o el premio d e s u s sacrificios, un cen-


— 270 — tavo i un medio centavo, n o m b r e q u e se d i o a esa m o n e d a , sin corresponderle, por su valor intrínseco. N o s a b e m o s d e quién fué la culpa, pero al recibirse la primera r e m e s a se c a y ó en cuenta d e que el valor d e la nueva m o n e d a era casi doble del nominal. E s t a ocurrencia obligó al Gobierno a darle m a s valor; d e suerte que un peso lo formaban, en lugar d e cien m o n e d a s de las g r a n d e s , sesenta i cuatro, i el doble d e las chicas. Tenian que pasar m a s d e v e i n t e años p a r a q u e p e n s á r a m o s en establecer el sistema decimal, r e c h a zado aun por la nación m a s rica i comercial del m u n d o , la Inglaterra, i que, según la esperiencia, aun no es c o m p r e n d i d o por la jeneralidad en ninguno d e los pueblos en que se ha establecido d e s d e mui atrás. V I L — E n una d e las obras d e P r o u d h o n h e m o s leido que las dificultades que ofrece este sistema nacen de que es contrario a la naturaleza, q u e no ejecuta ninguna de sus operaciones por el o r d e n d e cimal. E s t a observación la a p o y a en numerosos hechos que prueban lo que dice. A n t e s d e Proudhon, Millin habia dicho: «El s i s t e m a decimal es d e tal m o d o vicioso, que sus denominaciones a veces significan lo contrario d e lo que e s p r e s a n , etc.» V I I I . — N o sobrevivió mucho t i e m p o el señor H a r bin al costoso triunfo d e su idea, i no h e m o s olvidado que murió s u m a m e n t e p o b r e i sin haber merecido su memoria ni un triste recuerdo d e la prensa. Cons e r v ó su carácter h a s t a sus últimos m o m e n t o s . Pocos dias antes d e morir a t r a v e s a b a la Plaza d e A r m a s la carreta en q u e llegaba del c a m p o , d o n d e , aunque inútilmente, habia buscado la salad. A l ver q u e se


— 271 — estaba colocando la fuente que ahora la adorna, hizo p a r a r la carreta i, dirijiéndose al que o r d e n a b a el trabajo, le hizo notar, con palabras burlescas, p e r o cariñosas, el disparate que se cometia, sobre t o d o p o r lo desproporcionado de la base, demasiado baja. Tenia razón: esta falta se corrijió m a s t a r d e , como t o d o s lo h e m o s visto. I X . — L a carreta se dirijió en seguida... al h o s p i tal! d o n d e murió Harbin, sin que lo libraran d e e s t a desgracia la regular fortuna que trajo a Chile ni su honorable conducta.

Noticias menudas I . — L a revolución del año 10 no introdujo por d e pronto ningún cambio en nuestros hábitos i m o d o d e vida. L o s títulos nobiliarios i sus signos esteriores se conservaron intactos. T a n cierto es esto, que cuando, después del triunfo d e Chacabuco, año d e 1817, volvieron los patriotas confinados en Juan F e r n a n d e z , el dia en que avistaron a Valparaíso, cada uno d e los titulados d e s e m p a q u e t ó su respectiva placa o condecoración i con este adorno d e s e m b a r caron t o d o s en ese puerto, con gran asombro d e los militares arjentinos que cubrían la guarnición, i p a r a los cuales eran cosa nueva estos relumbrones, d e s conocidos en su p a í s . N a d i e ignora que los escudos d e armas d e s a p a r e cieron, i no del t o d o , del frente d e las puertas d e calle e a ese m i s m o año, por orden del director O ' H i ggins.


— 272 — I I . — E n pos del ejército d e los A n d e s vino g r a n n ú m e r o de arjentinos, sobre todo, comerciantes, q u e introdujeron nuevas m o d a s en el vestido. A n t e s d e esta época todo era español i nuestro modelo era L i m a . Con la m o d a cambió el n o m b r e d é l o s objetos del vestuario. El armador fué reemplazado por el chaleco; el volante, por el frac; el citoyen, por el cafóte o capoton, etc. Por los n o m b r e s casi franceses que citamos se conoce el oríjen de esas m o d a s . L o s arjentinos introdujeron t a m b i é n el uso d e un a r e t e en la oreja izquierda: algunos usaban dos, uno en cada oreja. I I I . — D e l año 18 al 30 el traje d e verano, entre los h o m b r e s de medianas facultades, era el siguiente: S o m b r e r o de castor; chaqueta o levita (esta no era común; se prefería el frac) d e seda, i calzón d e lo m i s m o , a veces d e espumilla; zapato recortado d e becerro i media de seda blanca o color carne. L o s precios eran poco variables. Un par d e medias d e vena, tres pesos, i veinte reales si eran lisas. El par d e zapatos ingleses, mui en m o d a , tres pesos. El uso d e las medias de seda era dispendioso, sobre todo por una circunstancia. El zapato d e becerro (no era conocido el charol, a lo menos para el calzado) exijia el uso frecuente del betún para lustrarlo. E s t e betún imprimia mui pronto en la media una ancha lista negra en t o d a la orilla del zapato, d e suerte que se hacia necesario cambiar m e d i a s por lo m e n o s cada, dos dias. L a cosa era s e ria, i v a m o s a comprobarlo con un h e c h o . I V . — E n una de las innumerables «Memorias» que se publicaron después d e la caida d e Napoleón, h e m o s leido, h a c e muchos años, lo que sigue:


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273 —

Lebrun, duque i gran chambelán del imperio, t e nia, en razón d e este último empleo, la obligación d e asistir a la c o r t e diariamente, con escepcion d e los dias feriados. En estas asistencias era d e rigor p r e s e n t a r s e d e calzón corto i media de seda blanca. El inconveniente del betún, de que hemos hablado, obligaba a Lebrun a cambiar medias diariamente, la cual contrariaba sus hábitos económicos. U n dia llamó a su ayuda de cámara mas t e m p r a no que d e costumbre; ordenándole con urjencia hiciera venir a su zapatero. A p e n a s llegó éste, le dice Lebrun: —Necesito tres pares de zapatos lo mas pronto. El zapatero contestó: — D e n t r o d e dos dias estarán aquí. — P e r o antes, añadió el primero, oiga usted lo que y o quiero: los tres pares de zapatos han de ser en esta forma: un par, igual a los que usted m e hace ahora; el otro, media pulgada mas embotinado; i el tercero, el doble mas que este último. E s t e espediente produjo los mas felices resultados: el gran chambelán se ponia sus medias limpias el lunes; el martes, mediante el segundo par de zapatos, no aparecía la lista negra, ni el miércoles tampoco, porque q u e d a b a oculta con lo mas embotinado del tercer par d e zapatos. El jueves se ponia un segundo par de medias limpias, que pasaba hasta el sábado por la misma maniobra. D e esta suerte, el servicio "que antes le costaba seis pares de medias semanales, lo hizo en adelante con dos. L o s que no éramos ricos, por no decirlos que é r a m o s pobres, hacíamos servir las medias dos o tres dias mas, tirándolas para la punta del pié para ocultar la maula. iS


— 274 — V . — P o r lo común el único cambio d e ropa al e n t r a r el invierno consistía en guardar la d e s e d a p a r a reemplazarla con j é n e r o s de m a s abrigo. Con e s t a escepcion, la jeneralidad usaba la misma r o p a e n t o d a s las estaciones. A u n para las personas e n t r a d a s en años la capa era poco común. El alto precio, por otra p a r t e , d e una capa hacia poco común el uso. L a capa color grana i blanca solo la usaban los nobles. Para los nacidos en E s p a ñ a no habia dificultad, p o r q u e en jeneral esta circunstancia era signo d e nobleza... L a s personas a c o m o d a d a s iniciaban el v e r a n o el 2 9 d e Setiembre, dia d e San Miguel, con el estreno d e capa de seda, asistiendo en ese dia a una función d e toros que se daba frente a esa iglesia, situada en el m i s m o sitio que ahora, i en el lugar d o n d e se const r u y e el T e m p l o de la Gratitud Nacional. El uso d e la capa de seda habia concluido antes del año 10. L a moda de los colores privilejiados desapareció en part e a principios d e la revolución; pero en muchos casos esas capas se conservaron hasta mui t a r d e , como recuerdos honrosos. El año 23 vimos teñir una, v a riando el color antiguo. V I . — L a s m o d a s no cambiaban e n t o n c e s , ni cois m u c h o , con la frecuencia que ahora. E n t r e esas modas las habia mui incómodas: citaremos dos de ellas. L a primera fué la d e usar dos chalecos d e distinto color, que si para el invierno podia ser conveniente, p a r a el verano era insoportable. D e l chaleco de abajo solo debia v e r s e la orilla de la p a r t e d e arriba. E s t a m o d a no debió venir d e Buenos A i r e s , como las otras, p o r q u e cuando en Chile estaba en toda su fuerza, año 2 4 , nos p r e s e n t a m o s con ella e n ese


— 275 — pueblo, en un billar mui concurrido, i del que tuvimos que retirarnos mui pronto, por haber llamado la atención de aquellos señores d e un m o d o poco conveniente a nuestra persona. A l retirarnos, dirijimos a los burlones algunas palabras que nos p a recieron de gran efecto, i con las que conseguimos h a c e r estallar una gran risotada unisona i estrepitosa Nuestros chalecos eran rojo el d e abajo i amarillo el de encima. Pero nada mas terrible que las dos corbatas: la d e abajo blmica, i negra la otra. D e la primera solo d e bia v e r s e la orilla superior, que servia de vivo. A esto debe a g r e g a r s e que la corbata d e arriba contenia era su interior una almohadilla de algodón que a u m e n taba el volumen, hasta el estremo d e hacer d e s a p a recer en muchos casos el cuello, i dificultando sus movimientos. En verano estas corbatas eran un v e r dadero suplicio; pero era moda, i basta. El g u a n t e era poco usado, sobre todo en verano, en que invariablemente era d e seda. E n invierno se usaba d e ante amarillo. V I I . — T a m p o c o se temía al frió, que antes del año 20 no r e c o r d a m o s haber visto ninguna ventana ni puerta interior con vidrio. R e s p e c t o a las v e n t a n a s con vista a la calle, p o d e m o s asegurar que no habia ninguna en Santiago que los tuviera. Cuando las ventanas a la calle correspondían a piezas d e habitación, una reja tupida d e alambre las garantía d e la curiosidad d e los transeúntes. Aura recordamos, año 1 8 , que una ventana d e la casa d e los señores Figueroa, situada en la calle d e las Monjitas, nos suministraba, sin la voluntad d e SE dueño, pedazos d e a l a m b r e amarillo para hacer sortijas.


276 — L a s puertas i ventanas, en lugar del vidrio ahora en uso, tenían balaustres d e m a d e r a d e prolijo t r a bajo. E n la cuadra, que ahora se llama salón, circulaba el aire libremente; pues los bailes i reuniones se hacían a v e n t a n a s i puertas abiertas, dejando t o d a libertad a las tapadas p a r a ejercer la mas rigurosa inspección i crítica, d e ordinario no mui caritativas. A está cuadra no la cubría e n t e r a m e n t e la alfombra: por lo común solo lo estaba la mitad; en lo d e m a s estaba descubierto el enladrillado. L a alfombra se estendia sobre una tarima d e m a d e r a d e tres o cuatro pulgadas d e altura. Allí se colocaban los asientos d e preferencia, que no tenían espaldar ni brazos, i se llamaban taburetes. E s t a s alfombras se trabajaban casi en su totalidad en la Ligua. E l e m p a p e l a d o , desconocido entonces, se reemplazaba con d a m a s c o de seda carmesí o a n t e a d o . E s ta tapicería era poco común por su alto precio. E l material d e las murallas d e las casas, i aun d e la m a y o r p a r t e d e las iglesias, era invariablemente d e a d o b e , i la enmaderación d e canelo. E s t a m a d e r a , sin uso en el dia, es d e una increíble duración, a pesar de su debilidad a p a r e n t e . L a capilla d e La Soledad, situada a pocos metros al poniente d e San F r a n c i s co, i c o n t e m p o r á n e a d e su fundador Pedro Valdivia, fué reconocida hace veinte a ñ o s ^ i su e n m a d e r a c i ó n , d e canelo, estaba intacta. H a s t a hace menos de cuarenta años, solo recordamos tres casas d e dos pisos i d e ladrillo i cal, que aun se conservan: la del señor don Juan Alcalde, calle d e la Merced, núm. 9 5 ; la que fué d e don Juan Manuel Cruz, calle del E s t a d o , núm. 4 4 ; i la del O b i s p o A l d u n a t e , en la Cañadilla, n ú m . 4 5 . D e piedra, como h a s t a ahora, solo habia la que habita


— 277 — el señor don Juan d e Dios Correa, que fué del Conde T o r o , calle d e la Merced, núm. 8o. No r e c o r d a m o s , hablamos del año 10 al 20, haber visto en S a n t i a g o mas de treinta i tantas casas d e dos pisos, de varios aspectos i dimensiones. L a m a yor p a r t e d e estas casas eran de balcones salientes, d e madera, i pertenecían a épocas remotas. E n j e n e ral nadie habitaba el segundo piso. E n la época en que esas casas se construyeron se necesitaba ser noble para el uso d e balcón a la calle. Según nuestros recuerdos, la última edificada con este adorno, que conocimos, fué la que en la calle d e Santo D o mingo lleva ahora el numera 4 9 , después de haber variado tres o cuatro propietarios i de haber sufrido dos transformaciones. E n nuestra niñez oimos repetir que su primitivo dueño, cuyo apellido, estinguido y a , recordamos, p a g ó doscientos p e s o s de multa por faltarle el requisito consabido. V I I I . — A l leer lo anteriormente escrito, notamos que hubiéramos podido dar m a y o r amplitud i m a s conveniente continuación a estos datos; pero no h e m o s podido resolvernos a e m p r e n d e r este trabajo, por temor d e alargar este articulo m a s de lo c o n v e niente. Mas t a r d e , si el tiempo lo permite, agregarem o s lo que en éste falta sobre trajes del otro sexo, carruajes, objetos alimenticios i modo de servirlos. Concluiremos por ahora con pocas palabras sobre el m a s caro i escaso de esos alimentos. El p e s c a d o solo estaba al alcance de la jente acom o d a d a . L o s dias de vijilia, i sobre todo los jueves, se vendía en escasa cantidad en el mercado, pues no era permitido venderlo en otra p a r t e , i mucho m é -


— 278 — nos en las calles, d o n d e eran perseguidos sin p i e d a d los revendedores. E n t o n c e s habia una frase que e s p r e s a b a la v e n t a d e este alimento. D e s d e mui antiguo era costumbre, aun subsiste, tocar los jueves en la t a r d e la g r a n c a m p a n a d e la Catedral, a Escuela de Cristo; distribución que tiene lugar en la noche de ese dia. A l oir esta c a m p a n a s e decia: a pescado. E s t a frase, i aun la c a m p a n a misma, quizá d e otra forma, es d e la m a s r e m o t a a n t i g ü e d a d . V a m o s a probarlo. H e m o s leido en uno d e los antiguos historiadores de Grecia, o d e un escritor que a ellos se refiere, lo siguiente: Un orador de esos tiempos a r e n g a b a al pueblo en una plaza de A t e n a s . En medio d e su fogoso discurso notó que sus o y e n t e s , sin el m e n o r miramiento al orador ni al interesante negocio de que les hablaba, abandonaron la plaza a toda prisa, q u e d a n d o d e aquella gran multitud un solo individuo, que le escuchaba con gran atención. Sorprendido i mortificado por este desaire, se dirijió a este único o y e n t e , colocado p r ó x i m o a la tribuna, diciéndole: — T e doi las gracias, p o r q u e tú eres el único q u e no has cometido la grosería d e retirarte como los d e m á s , a p e n a s han oido tocar la c a m p a n a a pescado. El elojiado que, siendo s o r d o , no habia oído la c a m p a n a , p r e g u n t ó al orador: —¿Han tocado ya? —Sí, por eso se han ido. —¡Pues yo también me voil


Noticias locales de Santiago Bajo este titulo vamos a reunir algunos datos acerca d e las casas en que nacieron, vivieron o murieron m u c h a s d e las personas notables que han figur a d o en Chile en los primeros cincuenta años de e s t e siglo. E s t e jénero d e noticias ha d e parecer frivolo e insignificante a algunos de nuestros lectores; sin e m b a r g o , otros las apreciarán i recojerán como datos curiosos con el mismo interés con que son recojidos i consignados en libros serios i eruditos los que se refieren a m u c h a s ciudades europeas i aun americanas. A u n q u e h e m o s tenido e m p e ñ o en consignar aquí el m a y o r número de noticias de esta clase, no nos lisonjeamos con la idea de haber a g o t a d o este tema, i solo creemos haber abierto el camino a las investigaciones d e los futuros historiadores de nuestra capital. Para hacer m a s fácil la consulta de estas noticias, h e m o s a d o p t a d o el orden estrictamente alfabético d e los apellidos de las personas de quienes se t r a t a . Lo principal i mas difícil de este trabajo es la cert i d u m b r e del número que tienen hoi las casas q u e ocuparon las personas d e que se trata, sobre todo en sus últimos años, i creemos que en este dato no hai un solo error; sin e m b a r g o , si alguna persona lo descubre, le suplicamos se sirva advertírnoslo del modo que le sea m a s conveniente para rectificarlo. N o s falta solo testificar nuestro agradecimiento a dos apreciables caballeros, a quienes s u c e s i v a m e n t e h e m o s consultado: el señor don Francisco d e P . F i -


— 280 — gueroa, que nos suministró gran número d e d a t o s interesantes, i el señor don Diego Barros A r a n a , que llevó su amabilidad hasta escribir él mismo g r a n p a r t e de este trabajo, a que hablamos p e n s a d o dar una forma mui sucinta. D e b e m o s también algunas indicaciones al señor don Francisco Prieto d e l R i o . A

ALCALDE don Juan Agustín, Conde de Quinta A l e g r e , m i e m b r o de una junta de gobierno, senador i consejero d e estado. Vivió la mayor parte d e su v i d a en la casa número 95 de la calle de la Merced. E s t a casa, que fué por muchos años una d e las m a s h e r m o s a s d e Santiago i que Conserva hasta hoi su asp e c t o monumental, fué construida a principios d e este siglo, según los planos del célebre arquitecto italiano Toesca, para don Francisco Ramírez, c a b a llero español que en el comercio hizo a fines del siglo pasado una d e las fortunas mas considerables del pais. L a casa del señor Alcalde era, d e s d e 1820 h a s ta la m u e r t e de este caballero en 1 8 5 9 , uno d e los centros de reunión de la aristocracia santiaguina. E l señor Alcalde poseia en el Tajamar, un poco al poniente del Seminario, una espaciosa quinta que fué algunas veces lugar d e reunión de los patriotas a n t e s d e la revolución d e 1 8 1 0 . ALDUNATE don José Antonio Martínez de, fué R e c tor d e la Universidad de Chile en 1 7 6 4 , g o b e r n a d o r del obispado de S a n t i a g o durante una ausencia del obispo Aldai, obispo de G u a m a n g a en el Perú, d e s d e 1803, i por último obispo d e Santiago en 1 8 1 0 . E í señor A l d u n a t e fué también m i e m b r o d e la primera j u n t a d e gobierno instalada en Santiago el 18 d e S e -


281 — t i e m b r e d e este último año; pero no llegó a esta ciudad sino en Octubre de ese año; i a consecuencia d e los achaques d e su avanzada edad, de 81 años, no t o m ó p a r t e alguna en los negocios administrativos, i murió el 8 d e Abril de 1 8 1 1 en la casa en que habia vivido, que es una quinta situada en la Cañadilla, de dos pisos i d e aspecto imponente, la cual se conserva en su mismo estado i lleva el número 4 5 . ALDUNATE don José Santiago, jeneral d e brigada, i n t e n d e n t e d e Chiloé, dos veces intendente de Valparaíso, ministro d é l a guerra i senador. Vivió en sus últimos años i murió en la calle de las Delicias, número 39. ANUÍA DE IRARRÁZABAL don José Miguel, nació en 1800 i murió en 1848. F u é miembro de la convención d e 1823 i d e la de 1833. A los 36 años fué elejido senador, cargo que d e s e m p e ñ ó sucesivamente hasta su muerte. E n 1841 fué nombrado Ministro del Interior i su sueldo lo cedió al Instituto de Caridad Evanjélica. F u é t a m b i é n miembro de la Facultad de L e y e s de la Universidad. Murió en la calle de los Huérfanos, número 4 7 . ARGOMEDQ don José Gregorio, doctor de la Universidad d e San Felipe, procurador de ciudad en 1 8 1 0 i secretario de la primera junta de gobierno, i mas t a r d e presidente d e la Corte Suprema de Justicia, habia nacido en S a n F e r n a n d o el año de 1 7 6 7 , i murió en S a n t i a g o el 5 d e O c t u b r e d e 1830 en la casa número 75 d e la calle d e Santo Domingo, que habitaba d e s d e años atrás. ASTORGA don José Manuel, miembro de una junta d e gobierno en 1 8 1 7 , empleado largos años en la aduana, mientras esta oficina estuvo establecida en S a n -


— 282 — t i a g o . Vivió i murió en la calle de Agustinas, en una casa que tenia cierto aspecto notable, i que ha sido casi reedificada; lleva al presente el número 3. Mas que por ios empleos que d e s e m p e ñ ó era famoso por su saber en materia d e jenealojia de t o d a s las familias chilenas. B BALMÁCEDA don Francisco Ruiz d e Ovalle, presbítero, nació en Santiago en 1 7 7 2 . En su juventud a d ministró él mismo su considerable patrimonio, r e p a r tiendo todo su producto entre los pobres: no pareciéndoie esto suficiente, e n t r e g ó todos sus bienes ai hospital d e San Borja, reservándose únicamente una casita de pobrísimo aspecto i mil pesos anuales p a r a sus gastos: de éstos ahorraba aun la m a y o r p a r t e p a r a repartirla en limosnas. El señor Balmaceda es mirado en Chile como el tipo mas acabado de todas las virtudes cristianas, sobresaliendo entre ellas su caridad sin límites. Vivió i murió en la calle de las Monjas Rosas, número 5 BARROS don Diego A n t o n i o , senador, consejero d e estado, comerciante acaudalado e influyente en la política d e s d e 1 8 2 7 , c o m a n d a n t e del escuadrón O r d e n , compuesto d e comerciantes. Vivió d e s d e 1 8 1 7 hasta su muerte, en la calle d e A h u m a d a , n ú m e r o 39. En esta casa vivió el jeneral arjentino Soler en 1 8 1 7 . F u é d e unos españoles ricos apellidados Barrena. E n ella se reunían con frecuencia los pelucones, sobre t o d o en los años q u e trascurrieron d e s d e 1828 hasta 1 8 4 1 . BEAÜCHEF don Jorje, francés, oficial del ejército del primer imperio, e m p l e a d o en el servicio d e Chile 2


— 283 — d e s d e 1 8 1 7 , d o n d e alcanzó al grado de corone!, distinguiéndose siempre por su valor a toda prueba, su espíritu organizador i la sinceridad i rectitud d e sus principios liberales. Vivió en la calle d e las Monjitas, n ú m e r o 7 5 , donde murió en 1840. BELLO don A n d r é s , oficial m a y o r del Ministerio d e Relaciones Esteriores, senador, Rector d e la Universidad, etc. Recien llegado a Chile, en 1829, vivió en ¡a calle d e Santo Domingo, número 30. Mas t a r d e adquirió por compra la casa número 100 d e la calle d e la Catedral, d o n d e pasó muchos años hasta su. muerte, ocurrida en 1865. BENAVENTE don Diego, antiguo j e í e del ejército, diputado a m u c h o s congresos, consejero de estado, s e n a d o r i contador mayor, fué dueño de la casa que cierra por el poniente la Plaza de Bello, i allí vivió muchos años hasta su muerte, ocurrida en 1867. BLANCO don Manuel, nació en Buenos Aires en 1790. T e n i e n t e jeneral, último d e este grado, i vicealmirante d e Chile. Vivió en sus últimos años i murió en la calle d e Agustinas, número 20, el 5 d e Setiembre d e 1 8 7 6 , d e 86 años d e e d a d . BLANCO don Ventura, ministro d e estado en 1826 i 1 8 2 7 , secretario del Senado i decano d e la Facultad d e Filosofía i H u m a n i d a d e s d e la Universidad d e Chile. Vivió en la calle de Agustinas, número 34, donde falleció en 1856. BORGOÑO don José Manuel, jeneral de brigada, d i p u t a d o a m u c h o s congresos, ministro de la guerra, i ministro plenipotenciario de Chile en España. Vivió, después d e haber sido d a d o de baja en 1830, en una chacra al oriente de San Bernardo, d e s -


— 284 pues en la calle de los Huérfanos, n ú m e r o 1 1 , i por último en la misma calle, número 64, d o n d e murió en 1 8 4 8 , siendo ministro de la guerra por s e g u n d a vez. BRAYER don Miguel, francés, jeneral del primer imperio, vino a Chile en 1817, fué jefe del e s t a d o m a y o r de nuestro ejército, se desprestijió por el m a l éxito del asalto de Talcahuano, pero q u e d ó h a s t a después de C a n c h a - R a y a d a i se retiró poco antes d e la batalla de Maipo. H a b i t ó en S a n t i a g o la casa n ú m e r o 80 de la calle de la Merced, secuestrada entonces por el Gobierno. BÚLNES don Manuel, jeneral del ejército de Chile, g r a n mariscal de A n c a c h s , Perú, Presidente de la República de Chile, senador i consejero de e s t a d o . Vivió muchos años i murió en la casa que él m i s m o edificó en la calle de la Compañía, número 126. E s t a casa perteneció a la señora m a d r e del j e n e ral Búlnes, i la habitaba d e s d e años atrás, d e m a n e r a qué cada vez que el jeneral venia a S a n t i a g o , se h o s p e d a b a en ella, como sucedió después de la c a m p a ñ a de la restauración del Perú i de la guerra civil que terminó en los campos de Loncomilla. BUSTAMANTE don José Antonio, natural de San F e r n a n d o , principió su carrera d e s d e c a d e t e en 1 7 9 8 , siendo subteniente en 1 8 1 1 . T o m ó una p a r t e import a n t e en la revolución de Figueroa a causa de una delicada contusión que se le e n c a r g ó , en la cual espuso su v i d á P H i z o la c a m p a ñ a de los años 13 i 1 4 , encontrándose en t o d a s las acciones de guerra hasta el sitio de R a n c a g u a . Volvió en la emigración con S a n Martin, encont r á n d o s e en Chacabuco. A su llegada a S a n t i a g o s e le encargó la formación del primer cuerpo cívico de


— 285 — esta ciudad. E n la batalla de Maipo mandaba el b a tallón d e Infantes d e la Patria, i por un atrevido m o vimiento influyó p o d e r o s a m e n t e en la derrota del ejército español. F u é condecorado varias veces i llegó el año 1822 hasta el grado de jeneral, conferido por el Director O'Higgins al darle el m a n d o d e la provincia d e Coquimbo, después d e haber sido vice-presidente d e la gran Convención el mismo año. L o s achaques, consecuencias de sus heridas, le obligaron a retirarse del servicio activo el año d e

1823. Vivió en sus últimos años i murió en la calle d e S a n A n t o n i o , número 8. C CAMPINO don Enrique, jeneral de brigada, militar d e la i n d e p e n d e n c i a desde 1 8 1 0 , muerto en el año corriente d e 1 8 7 4 . Vivió largos años en la calle d e la Compañía, en la casa que lleva el número 8 1 , d o n d e falleció. CAMPINO don Joaquín, hermano m a y o r del a n t e rior, ministro de estado en 1825 i 1826, ministro diplomático d e Chile en los E s t a d o s Unidos i mas t a r d e e m p l e a d o de hacienda. Vivió muchos años en los altos d e la casa número 173 d e la A l a m e d a d e las Delicias, donde sostenía una tertulia mui concurrida por muchos caballeros distinguidos d e la sociedad santiaguina. E l señor Campino vivió mas t a r d e i murió en la calle d e Lira, número 58. CARRASCO don Francisco Antonio, brigadier d e injenieros del ejército español, presidente interino del reino d e Chile desde 1808 hasta 1 8 1 0 .


— 286 — Vivió en el palacio viejo en la Plaza d e A r m a s o d e la I n d e p e n d e n c i a mientras t u v o el m a n d o s u p e rior; pero después de su separación del gobierno s e trasladó a la calle de la Recoleta i habitó la casa que tiene el número 6g, d o n d e vivió hasta fines d e Abril d e 1 8 1 1 , época en que salió d e Chile i p a s ó al Perú, CARRERA don Ignacio de la, p a d r e d e la ilustre familia de los Carreras, brigadier de milicias, m i e m bro del Cabildo de Santiago bajo el réjimen colonial i de la primera junta de gobierno en 1 8 1 0 . Nació en 1747 en la calle de las Monjitas, número 63, vivió largos años en la calle d e los Huérfanos, n ú m e r o 29, i por último en la calle d e las A g u s t i n a s , número 46. Habiió esta última casa d e s d e los primeros dias d e la revolución, i alli fué d o n d e sus tres hijos p r e pararon la revolución del 4 de S e t i e m b r e d e 1 8 1 1 . CARRERA doña Javiera, hija del anterior, patriota célebre, nació en la casa d e sus p a d r e s , número 2 9 d e la calle de los Huérfanos, i vivió allí h a s t a la famosa emigración de 1 8 1 4 . A su vuelta a Chile, en 1 8 2 3 , h a b i t ó la casa núm e r o 4 7 de la calle de los Huérfanos; p a s ó largos años en su hacienda de S a n Miguel, d e p a r t a m e n t o d e Melipilla, i murió el 21 de A g o s t o de 1 8 6 2 e n la A l a m e d a de las Delicias, n ú m e r o 9 6 . CARRERA don Luis, h e r m a n o d e la anterior, nació en 1 7 9 1 en la misma casa de la calle d e los Huérfanos, número 2 9 . Fué m a s t a r d e coronel c o m a n d a n t e de artillería del ejército patriota; se ilustró en las primeras c a m pañas d e la independencia, i por último fué fusilado en Mendoza en 1 8 1 8 . CARRERA don José Miguel, famoso caudillo de


— 287 — nuestra revolución, presidente d e dos juntas de g o bierno, jeneral del primer ejército de Chile, nació en 1785 en la casa número 2 9 de la calle de los H u é r fanos, habitó durante su grandeza i poderío en la casa número 4 6 de la calle de las Agustinas, i m u rió fusilado en Mendoza el 4 de S e t i e m b r e d e 1 8 2 1 . D o n José Miguel Carrera es el miembro m a s ilust r e de esta célebre familia, i la historia de su vida encierra por completo el primer período de la historia d e n u e s t r a revolución. CARRERA don Juan José, h e r m a n o m a y o r del anterior, nacido en Santiago el 17 de Julio de 1782 e n la casa de sus padres, calle de los Huérfanos, n ú m e ro 29. F u é fusilado en Mendoza en Abril de 1 8 1 8 . CERDA don José Nicolás, m a y o r a z g o acaudalado, m i e m b r o del Cabildo de S a n t i a g o , vocal de una junta de gobierno en 1 8 1 2 i patriota mui considerado por el prestijio de su fortuna i de su familia i por las dotes de su carácter caballeroso. Nació en Santiago, en la calle d e los Huérfanos., número 17, i murió en la calle de la Merced, n ú m e ro 7 1 , en una espaciosa casa que habia pertenecido p o c o antes a don José Manuel L e c a r o s . CIENFUEGOS don José Ignacio, eclesiástico notable por su piedad, por su ilustración i por su ardoroso patriotismo. F u é miembro de una junta de gobierno en 1 8 1 3 , g o b e r n a d o r del obispado de Santiago d e s d e 1 8 1 7 hasta 1822, i senador durante este período. Hizo dos viajes a R o m a como enviado del gobierno chileno cerca de la S a n t a S e d e , i fué mas t a r d e obispo de ¡a Concepción, destino que renunció en


— 288 — los últimos años d e su vida para dedicarse al cultivo d e las virtudes privadas. Nació en Santiago en 1 7 6 2 , i murió en Talca en 1845, legando sus bienes a los establecimientos d e caridad i al liceo d e ese pueblo. E n Santiago habitaba una quinta d e su p r o p i e d a d , en una casa que lleva el número 2 7 1 de la A l a m e d a d e las Delicias. CRUZ don Luis, jeneral del ejército de Chile, nació en Concepción en 1 7 6 8 . D e s d e principios d e este siglo d e s e m p e ñ ó , tanto en el pueblo de su nacimiento como en Santiago i fuera d e Chile, numerosas e i m p o r t a n t e s comisiones. F u é m i e m b r o d e la primera j u n t a revolucionaria de Concepción, diputado a varios congresos i miembro d e la junta d e gobierno que reemplazó al Director S u p r e m o O ' H i g g i n s en 1 8 1 8 , durante su ausencia en el sur. H a b i e n d o tenido lugar entonces el descalabro d e C a n c h a - R a y a d a , Cruz desplegó g r a n d e a c tividad i enerjía para m a n t e n e r el orden en la capital e infundir aliento en los ánimos, s u m a m e n t e alarmados a consecuencia de aquel lamentable suceso. D o s años mas t a r d e a c o m p a ñ ó al jeneral San Martin al Perú con un cargo i m p o r t a n t e en el ejército espedicionario. D e una inflexible rijidez en el servicio, era, sin e m b a r g o , a m a d o de todo el m u n d o por la finura d e su trato i por sus m a n e r a s esquisitas, e x o r n a d a s por una de las mas h e r m o s a s figuras de nuestro ejército. Murió fuera d e S a n t i a g o en 1828, habiendo d e s e m p e ñ a d o como último cargo la comandancia d e armas, i ocupando sus oficinas i habitación la casa número 30 en la calle d e la Compañía.


— 289 — D DAUXION LABAYSSE don José Francisco, escritor francés, d a d o a los estudios políticos i a la historia natural. D e s p u é s d e haber vivido algunos años en los E s t a d o s Unidos i d e haber visitado a Venezuela i las Antillas, sobre cuyos países escribió un libro, que no carece d e ínteres, desempeñó una comisión de Luis X V I I cerca d e la República de Haití. El mal éxito de esta misión i otros hechos que no es del caso mencionar aquí, le obligaron a pasar a ios E s t a d o s Unidos i después a la República Arjentina. Mal visto allí por sus compatriotas a consecuencia d e las declaraciones que prestó en el proceso seguido a dos oficiales franceses que habian venido con don José Miguel Carrera, Dauxion L a b a y s s e pasó a Chile i se ocupó aquí en la enseñanza. E n 1823 el gobierno del jeneral Freiré le confió el e n c a r g o d e recorrer el pais i de escribir un viaje o descripción científica de él. Esta obra, superior sin duda a las aptitudes de Dauxion L a b a y s s e , quedó en p r o y e c t o , i solo después de la m u e r t e de éste, ocurrida en 1829, el Gobierne confió este encargo a don Claudio G a y . D a u x i o n L a b a y s s e vivió mucho tiempo en la S e rena, en la casa del intendente de esa provincia, don Francisco Antonio Pinto. Cuando residía en Santiago vivía en la Maestranza, en el mismo local que ahora ocupa la Escuela Militar. DONOSO don Justo, padre recoleto-dominico, p a d r e dominico en seguida, clérigo secular, rector del s e I

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— 290 — minario de Santiago, miembro de la Universidad de Chile, obispo de Ancud i mas tarde de la Serena, i por último ministro de justicia, habia nacido en S a n tiago en Julio de 1800, i falleció en la Serena en F e brero de 1 8 6 8 . El señor Donoso fué un canonista de un saber sólido cuyas obras son consultadas en Chile i en toda la América. Vivió en Santiago, en la calle de la Recoleta, número 28. E ECHEVERRÍA LARRAIN don Joaquín, ministro del interior del Director O'Higgins, nació en la calle de los Huérfanos, número 32 i murió en la calle de las Delicias, número 9 6 . EGAÑA don Juan, senador, autor de varias constituciones, escritor político i poeta, abogado célebre i gran patriota. Nació en Lima en 1 7 6 9 , i murió en Santiago en 1 8 3 6 en la casa número 1 3 , calle de Teatinos. EGAÑA don Mariano, hijo del anterior, patriota ilustre, ministro de Chile en Londres, senador, fiscal d e la Corte Suprema, ministro de estado i autor de la Constitución de 1 8 3 3 . Vivió i murió en la casa número 13 de la calle de Teatinos. ELIZONDO don D i e g o Antonio, diputado al primer congreso i obispo de la Concepción. Monjitas a é m e ro 7 6 . ENCALADA don Martin, miembro de una junta de Gobierno. Calle de las Agustinas, número 34. ERRÁZUKIZ don Fernando, miembro de una jrata.


— 291 — de gobierno i m a s t a r d e presidente de la República. Calle d e las Monjitas, número 6o. EYZAGUIRRE don Agustin, cabildante del año d e 1 8 1 0 , m i e m b r o d e una junta d e gobierno i v i c e - p r e sidente d e la República el año d e 1 8 2 6 . Huérfanos, número 32. EYZAGUIRRE don José Alejo, deán d e la Catedral de S a n t i a g o i m a s t a r d e n o m b r a d o arzobispo. Renunció a este cargo antes d e ser c o n s a g r a d o . A sus altas virtudes reunia una humildad ejemplar, que no era, sin e m b a r g o , un obstáculo p a r a que, cuando era del caso, desplegara una santa e n e r j i a d e que dio varias veces público testimonio. Vivió m u c h o s años i murió en la calle d e las Monjitas, número 57. F

FONTECILLA don Francisco, intendente d e S a n t i a g o en 1 8 1 8 . Monjitas, número 76. FONTECILLA doña Micaela, e m i n e n t e patriota mui perseguida por los realistas. Santo D o m i n g o , 4 4 . FREIRÉ don R a m ó n , último capitán jeneral, S u p r e m o Director i m a s t a r d e Presidente d e la R e p ú blica, cuyo cargo renunció. Nació en la calle de Santo D o m i n g o , número 36, el año d e 1 7 8 7 . Mas t a r d e vivió hasta su m u e r t e , en i 8 5 i , e n l a calle d e la Merced, número 6 9 . FIGUEROA don T o m a s , valieate militar, coronel español que encabezó la contra revolución del i.° d e Abril d e 181 í.


— 292 — F u é fusilado en la cárcel de S a n t i a g o a las dos de la m a ñ a n a del 2 del mismo m e s . ^ V i v i ó en la calle de las Monjitas, número 6 3 . G GANDARIIXAS don Manuel, patriota distinguido, ministro del interior bajo el gobierno de Freiré i mas t a r d e ministro de la S u p r e m a Corte, nacido en Santiago en 1 7 9 0 . Vivió i murió en 1842 en la calle de las Claras, número 2 3 . GAY don Claudio, sabio francés, autor de la Historia física i política de Chile. E n la época en que hacia sus estudios, d e s d e 1834 hasta 1 8 4 1 , tenia su residencia, cuando venia a S a n t i a g o , en la calle de Morando, número 4 4 . GORBEA don A n d r é s , célebre m a t e m á t i c o español, profesor en Chile d e s d e 1825 h a s t a 1 8 5 2 , en que murió, decano d e la Facultad de Matemáticas i director del Museo Nacional, tan notable por su saber como por la elevación de su carácter i la amenidad d e su trato. GRAJALES don Manuel, célebre médico español que vino a Chile por primera vez por los años de 1805 o 1806 a p r o p a g a r la vacuna, i volvió poco m a s tarde al Perú, de d o n d e el virrei A b a s c a l lo d e s p a c h ó de nuevo a Chile como cirujano del ejército español. A p r e s a d o en T a l c a h u a n o por los patriotas el buque e n que venia, Grajales prestó sus servicios de ciruj a n o en el ejército patriota, i q u e d ó en Chile hasta 1826, adquiriendo en nuestro pais una alta reputación por su saber i por su carácter bondadoso i caritativo.


— 293 — Vivió en la calle del Puente, número g, i después en la d e la Bandera, número 3 1 , que era entonces la casa del m a r q u e s don José Toribio Larrain. GUZMAN don José Maria, miembro de una junta d e gobierno e i n t e n d e n t e d e Santiago en el gobierno d e O'Higgins. Fué una d e las personas que mostró mas enerjía contra aquel gobierno en el memorable 28 de^Enero de 1 8 2 3 . Huérfanos, número 34. H HENRIQUEZ Camilo, p a d r e de la Buena Muerte, p u blicista célebre d e nuestra revolución i redactor de la Aurora, nacido en Valdivia en 1 7 6 9 i muerto en Santiago en 1 8 2 5 . Vivió i murió en la calle de Teatinos, número 33. En esta casa vivió m a s tarde el famoso actor A m brosio Morante. HERMIDA don A n t o n i o , patriota entusiasta, en cuy a casa se reunían los revolucionarios del año d e 1810. Delicias, n ú m e r o 1 3 9 . INFANTE don José Miguel, procurador de ciudad en 18 io, diputado varias veces, m i e m b r o de dos juntas de gobierno, ministro de hacienda de O'Higgins i juez d e la Corte d e Apelaciones de Santiago. Calle del E s t a d o , n ú m e r o 33. IRISARRI don A n t o n i o José, natural de Guatemala, Supremo Director interino en 1 8 1 4 , ministro del interior en el gobierno d e O'Higgins i escritor ardoroso en defensa d e la independencia. Monjitas, número 70.


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J J A S A doña Pabla, m a t r o n a mui influyente antes i después d e la revolución d e i 8 r o . Monjitas, número 20. L LARRAIN don D i e g o , alférez real en 1 8 1 0 , rejidor del cabildo i patriota entusiasta. Plaza d e la I n d e pendencia, portal Mac-Clure, número 36. LARRAIN don Joaquín, fraile d e la Merced, i provincial d e la misma orden, secularizado m a s t a r d e , patriota exaltado que se distinguió d u r a n t e t o d a la revolución, h a s t a la caída d e O ' H i g g i n s . Vivia en la calle d e los Huérfanos, n ú m e r o 14, d o n d e se reunían muchos patriotas como C. Henriquez, V e r a , Infante, etc., e t c . LAS HERAS don Juan Gregorio d e , jeneral arjentino, distinguido por su valor, por la entereza d e su carácter i por su talento militar, que después d e haberse ilustrado en la guerra d e la i n d e p e n d e n c i a de Chile, d e s e m p e ñ ó en la República Arjentina el puesto d e p r e s i d e n t e d e aquel E s t a d o . Vivió i murió en la calle N u e v a d e San P i e g o , número 36. Contra lo que p u e d e creerse, el apellido d e este ilustre jeneral era Gregorio d e L a s - H e r a s . Parece q u e la p r i m e r a d e estas palabras fuese el n o m b r e de bautismo. LASTRA d o n Francisco, jeneral i S u p r e m o Director en 1 8 1 4 . Monjitas, número 38.


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MARÍN don Gaspar, doctor i miembro d e la Sup r e m a Corte, nació en la S e r e n a en 1 7 7 2 , fué s e c r e tario d e la primera junta d e 1 8 1 0 , diputado a varios congresos i m i e m b r o de una junta d e gobierno e n los primeros años d e la revolución. E s padre d e la señora doña Mercedes, e m i n e n t e matrona, poetisa i literata, como asimismo del sabio don Ventura. Vivió s i e m p r e en la calle de las Monjitas n ú m e r o 54, i murió en 1839 en una quinta, calle d e las Delicias, n ú m e r o 6. MARÍN don Ventura, hijo del anterior, nació en S a n t i a g o en 1806 en la calle de las Monjitas, n ú m e ro 53. F u é profundo filósofo, teólogo, jurisconsulto, publicista, literato, poeta, en una palabra, hombre enciclopédico, habiendo dejado numerosos escritos que lo acreditan. F u é v e n e r a d o desde sus tiernos años por su caridad sin límites i por su admirable santidad, que llevó hasta el caso d e pasar los últimos años de su vida en el convento d e la Recoleta franciscana, sujetándose voluntariamente a todas las prácticas de la comunidad. Cuatro dias antes de su muerte se hizo conducir a casa de su h e r m a n o don Francisco, calle d e Santo D o m i n g o , número 27, donde murió el 12 de Abril d e 1 8 7 7 , d e edad de 7 1 años; haciéndose vestir, p a r a lo que tenia licencia, el hábito de lego d e aquella relijion, d e s p u é s d e haber profesado el dia anterior. MASTAÍ-FEKRETTI PÍO I X , secretario del señor Muzi en Chile, año d e 1824. Vivió en la calle de la Bandera, número 17.


— 296 — MAROTO don Rafael, coronel del batallón español Talavera; después de la batalla de R a n c a g u a , b r i g a dier, en cuyo g r a d o m a n d ó el ejército español en C h a c a b u c o . Huérfanos, número 18. MÁRQUEZ DE LA PLATA don F e r n a n d o , español, oidor de la Audiencia de L i m a , rejente de la A u diencia de Chile i vocal de la primera junta de g o bierno de 1 8 1 0 . A g u s t i n a s , número 56. MENA don Pedro, presidente de la Sociedad d e Agricultura, ministro de hacienda de Freiré i s e n a dor. Catedral, número 140. MENDIBURU don A n t o n i o , coronel en la p r i m e r a época. Plazuela de O'Higgins, en la casa que ocupa el Banco Hipotecario. MENESES don Juan Francisco, doctor en leyes, secretario de Marcó, ministro jeneral en 1830 i p o s t e riormente deán de la Catedral de Santiago. R a m a das, número 2 9 . MONASTERIO doña Á g u e d a , célebre por sus sacrificios i sufrimientos por la causa de la independencia. E s m a d r e del valiente coronel Latapiatt. Vivió muchos años a inmediaciones del Mapocho; pero m a s t a r d e o c u p ó hasta su m u e r t e la casa número 40 de la calle de la Merced. MONTT don Manuel, es el h o m b r e que ha recorrido en Chile la escala mas estensa i variada como funcionario público. Principió su carrera de inspector del Instituto N a cional; en seguida, rector del mismo establecimiento; ministro de justicia; ministro del interior; juez d e la C o r t e S u p r e m a i presidente del mismo tribunal. Presidente d e la República, enviado estraordinario i ministro plenipotenciario al congreso americano,


— 297 — reunido en L i m a , cuando la última guerra con E s p a ña, del que fué elejido presidente. Murió d e presidente de la Corte S u p r e m a , en O c tubre d e 1880, en su casa, calle de la Merced, n ú m e ro 68. MUÑOZ URZÚA don Manuel, m i e m b r o d e la última junta d e gobierno en 1 8 1 4 , cuando tuvo lugar la b a talla d e R a n c a g u a . Vivió en la calle de la Merced, número 6 9 . E n esta misma casa habian vivido los dos Gamero, oficiales d e esa época. O OVALLE don José T o m a s , m i e m b r o de una j u n t a d e gobierno el año 1830 i presidente d e la R e p ú b l i ca en el mismo año. Vivió en la calle de Santo D o m i n g o , en la casa n ú m e r o 1 1 1 , pero murió fuera d e Santiago. O'HIGGINS don Bernardo, nació en Chillan en 1 7 7 6 . Director S u p r e m o , capitán jeneral del ejército d é Chile i gran mariscal del Perú. Vivió desde 1 8 1 7 en el palacio presidencial, Plaza de A r m a s ; pero después de su abdicación, el 28 d e E n e r o de 1 8 2 3 , se trasladó a la casa antes mencion a d a d e don Antonio Mendiburu, hasta su salida p a r a el Perú. OSORIO don Mariano, coronel en R a n c a g u a i mae t a r d e brigadier del ejército español. Vivió la m a y o r p a r t e del tiempo que pasó en S a n t i a g o , en la calle d e Huérfanos, número 2 9 .


— 298 — P

PÉREZ don Francisco, senador i miembro de una j u n t a d e gobierno, Huérfanos, número 14. PINTO don Francisco A n t o n i o , nació en S a n t i a g o en 1785, jeneral de brigada, ministro del interior en el gobierno d e Freiré i mas t a r d e presidente d e la República. A n t e s de d e s e m p e ñ a r este cargo vivió en la calle de la Bandera, número 17, i en sus últimos años, h a s ta su muerte, en la calle de las Delicias, número 2 2 5 . PORTALES don D i e g o , ministro del interior el a ñ o 1830 i ministro de la guerra en 1 8 3 5 . Nació en S a n tiago en 1 7 9 3 . Vivió por los años 25 i 26 en la calle d e A h u m a da, número 22, i en sus últimos años, antes de salir p a r a Quillota, d o n d e murió, en la calle de la C a t e dral, número 22. PRADO JARAQUEMADA don Pedro, miembro d e u n a junta de gobierno. Murió calle de la Compañía, número 108. PRIETO don Joaquín, nació en Concepción en 1 7 8 6 . Jeneral del ejército d e Chile, d i p u t a d o a v a rios congresos i presidente de la República. D e s p u é s de los diez años de su m a n d o vivió, h a s ta su muerte, en 1 8 4 4 , en la calle de A g u s t i n a s , número 27. PUENTE don Francisco, español de gran saber a quien muchos servicios debe la instrucción en Chile. Nació en Burgos en 1 7 7 4 i entró d e relijioso franciscano, en cuyo carácter vino a Chile en 1 7 9 3 , s e cularizando después i siendo canónigo de nuestra Catedral. D e s p u é s de h a b e r lucido sus talentos en la e n s e -


— 299 — ñanza en las aulas d e su convento, fué profesor d e la A c a d e m i a d e San Luis, del Instituto Nacional a su fundación i d e la A c a d e m i a Militar i de colejios particulares. F u é m a s t a r d e Rector del Instituto i m i e m b r o d é l a Universidad en dos facultades. Escribió un curso completo de matemáticas, un Tratado de gramática castellana, i se dice que dejó un curso completo de teolojía. E n 1 8 4 9 , y de 85 años, murió en la casa número 55 de la calle Nueva de San Diego, hoi reconstruida. a

R

RECABARREN doña Luisa, eminente patriota, esposa del doctor don G a s p a r Marin i m a d r e d e la s e ñ o ra doña Mercedes Marin d e Solar. Notable por su ardoroso entusiasmo por la independencia i por la tenacidad con que fué perseguida por los realistas. Nació en la Serena, i al trasladarse a Santiago, ocupó la casa número 54 en la calle de las Monjitas, d o n d e murió. RODRÍGUEZ ALDEA don José A n t o n i o , nació en Chillan en 1 7 7 9 . Después de haber d e s e m p e ñ a d o empleos de importancia en el ejército español, fué ministro de hacienda del Director O ' H i g g i n s . H a b i t ó muchos años i murió en su casa, calle de S a n t o D o m i n g o , número 37. RODRÍGUEZ BALLESTEROS don Juan, español, rej e n t e de la Audiencia en 1808. Vivió en la calle de Santo D o m i n g o , número 36. RODRÍGUEZ don Carlos, ministro del interior en el gobierno del jeneral Pinto, i mas t a r d e m i e m b r o de la S u p r e m a Corte.


— 300 — Vivió i murió en la calle d e las A g u s t i n a s , n ú m e ro 44. RODRÍGUEZ don Manuel, célebre revolucionario, teniente coronel i auditor d e guerra en vísperas d e la batalla de Maipo. Vivió en la calle d e Agustinas, número 2 7 . Murió asesinado en Tiltil. RODRÍGUEZ ZORRILLA don Joaquín, doctor d e la Universidad de San Felipe, miembro del Cabildo d e 1810, asesor de Osorio i m a s t a r d e ministro d e la Corte S u p r e m a . Murió en 1831 en su casa, calle d e la Compañía, número 123. RODRÍGUEZ ZORRILLA don José S a n t i a g o , obispo d e Santiago, vivió en la Plaza d e A r m a s en el lugar que ocupa el Pasaje Matte. Mas t a r d e s e t r a s l a d ó al palacio episcopal, situado, como ahora, en la misma plaza. Allí fué preso en 1825 i desterrado a E s p a ñ a , d o n d e murió. ROJAS don José Antonio, iniciador d e la revolución del año 181 o. Murió en 1 8 1 7 en su casa, en la calle d e San A n tonio, número 2 7 . ROSALES don Juan Enrique, m i e m b r o d e la p r i m e ra junta d e gobierno i p a d r e d e la familia de ese apellido, que hizo notable papel en la revolución d e la independencia. Calle d e la Compañía, n ú m e r o 1 2 6 . ROSAS don José María, pariente inmediato d e d o n Juan Martínez de R o s a s . E n t r e varios cargos import a n t e s que d e s e m p e ñ ó , fué uno d e ellos el d e senador bajo el gobierno del S u p r e m o Director O ' H i ggins. Vivió muchos años i murió en la calle d e la C a t e dral, número 109.


— 301 — ROSAS don Juan Martínez de, nació en Mendoza el año d e 1 7 5 9 ; fué miembro de la primera junta de g o b i e r n o en 1 8 1 0 . Dos años después fué desterrado a Mendoza, donde murió en 1 8 1 3 . Vivió en casa del señor don Manuel Salas, en la calle de San Antonio, número 10. S

SALAS CORBALAN don Manuel, una de las personas que m a s influyeron en la revolución del año 10. V i v i ó s i e m p r e en su casa, calle de San Antonio, n ú m e r o 10; pero en vísperas de su muerte fué llevado a casa d e la señora doña Antonia, su hija, calle del E s t a d o , número 56, i allí murió en 1 8 4 1 . SAN BRUNO don Vicente, español, sarjento m a y o r del batallón Talavera, i presidente del tribunal de Vijilancia. E s t e tribunal funcionaba en las habitaciones de San Bruno, en los altos del actual Palacio de los Tribunales, en las salas en que ahora está establecida la oficina del Conservador número 22. SANFUENTES don Salvador, literato i poeta, intend e n t e de Valdivia, secretario jeneral de la Universid a d i después decano de la Facultad de Humanidades, fué dos veces Ministro de Justicia, Culto e Instrucción Pública. Liberal moderado i de bellísimo carácter. Vivió en sus últimos tiempos i murió en la calle N u e v a de San Diego, número 1 8 . SAN MARTIN don José de, jeneral de los ejércitos arjentino, chileno i peruano. Su residencia en S a n tiago, después de Chacabuco, fué en la calle de la


— 302 — Merced, número 76 i posteriormente en el palacio arzobispal, a cuyo frente se leia: Libertad e independencia, De Chaca buco herencia. SAZIE don Lorenzo, famoso médico cirujano francés, tan notable por su ciencia i su talento como por su espíritu caritativo para con los pobres i su bondad inalterable. Vino a Chile en 1 8 3 4 , en la época de la fundación de nuestra escuela de Medicina, de que fué uno de los mas ilustres profesores hasta el año de 1 8 6 5 , en que murió. El pueblo agradecido le levantó un monumento en el cementerio jeneral de esta ciudad, i el gobierno francés le envió la medalla de la Lejion de Honor. El doctor Sazie fué ademas, i por muchos años, decano de la Facultad de Medicina i Miembro de la Municipalidad de Santiago. Una lei del Congreso le concedió la ciudadanía chilena. Vivió en los altos de la casa número 45 d é l a calle de los Huérfanos, i mas tarde en la casa numero 7 de la calle de Santa Rosa.

T TOCORNAL don Gabriel José, asesor del Cabildo de 181 o i mas tarde rejente de la Corte de Apelaciones. Vivió i murió en la calle de las Monjitas, núme10 6 3 .

TOCORNAL don Manuel Antonio, nació en 1 8 1 7 , ¡fué varias veces diputado, ministro de justicia^ culto e instrucción pública bajo el gobierno d e Búlnes, i


— 303 — m a s t a r d e ministro del interior en el gobierno de P é rez. F u é uno de nuestros mas notables oradores i mui r e s p e t a d o por la rectitud e integridad d e su conducta como h o m b r e público i privado. E n sus últimos años habia llegado a la cumbre d e los honores, siendo a la vez presidente del Senado, consejero de est a d o i R e c t o r de la Universidad. Vivió algunos años en la calle d e las A g u s t i n a s , número 4 2 , i después, hasta su muerte, en una h e r mosa casa que edificó en la calle de la B a n d e r a , núm e r o 32. TOCORNAL don Joaquín, diputado varias veces, Ministro de Hacienda i m a s tarde del Interior durant e la presidencia de Prieto. E s p a d r e del anterior. Vivió i murió en la A l a m e d a d e las Delicias, número 72. TORO don Mateo, Conde de la Conquista i primer presidente d e la primera j u n t a de 1810. Murió en 1 8 1 1 en su casa, calle de la Merced, n ú m e r o 80. V VIAL DEL RIO don Juan de Dios, Ministro de E s t a do, senador i Presidente de la Corte S u p r e m a . Bandera, n ú m e r o 17 VIAL SANTELICES don A g u s t í n , nació en C o n c e p ción en 1 7 7 8 ; fué a b o g a d o notable, diputado a varios congresos i tres veces Ministro d e Hacienda. Patriota a b n e g a d o i entusiasta, d e estenso saber, de palabra fácil e instructiva i d e rara modestia: era quizá el único q u e ignoraba el interés con que s e lie ola. N o e n u m e r a r e m o s los numerosos empleos lucís-


— 304 — tivo9 que se n e g ó a d e s e m p e ñ a r ni los que ejerció g r a t u i t a m e n t e , sin ser rico. Vivió hasta su muerte, en 1838, en su casa, calle d e la Compañía, número 32. VIAL SANTELICES don Juan de Dios, nació, como su h e r m a n o don Agustín, en Concepción, quince o veinte años antes. A b r a z ó con entusiasmo, como toda su familia, la causa de la revolución. Cuando el i.° de Abril d e 1 8 1 1 tuvo lugar el intento contrarevolucionario del coronel Figueroa, Vial, como jefe superior de la guarnición de Santiago, acudió a la Plaza de A r m a s a sofocarlo con la parte de la t r o p a que le obedecía. Por consiguiente, la primera voz de fuego que se o y ó en Chile en defensa de la causa nacional, fué la suya: por esto algunos historiadores, en su entusiasmo, lo han llamado el primer patriota. A l g u n o s dias después del triunfo de Chacabuco se le e n c a r g ó la formación del primer batallón chileno, que se llamó número 1 de Chile. A los pocos años, i habiendo prestado d e s d e su juventud importantes servicios a su patria, murió en la casa de su propiedad, calle d e los Huérfanos, que ahora lleva el número 80 VICUÑA don Manuel, primer arzobispo de Santiago, recordado con admiración por sus g r a n d e s virtudes. A g u s t i n a s , número 100 VICUÑA don Francisco R a m ó n , diputado i senador a varios congresos, i el año de 1 8 2 9 Presidente de la República. C o m p a ñ í a , número 8 5 . VICUÑA don Pedro Félix, hijo del anterior, nació en Santiago en los primeros años de este siglo. D e s d e mui j o v e n t o m ó una p a r t e activa en la p o -


— 305 — litica, distinguiéndose por su acrisolada honradez i acendrado patriotismo. F u é escritor notable, v a r i a s veces diputado i por último senador. Murió en su casa, número 7 6 , calle d e S a n t o D o mingo, el año d e 1 8 7 4 . V i D A U R R E don José A n t o n i o , coronel del batallón número 6 i jefe de la revolución d e Quillota, en que murió el ministro Portales. F u é fusilado en Valpa» raiso. A n t e s de esto vivió en la calle d e T e a t i n o s número 4 5 . VIEL don Benjamín, oficial del primer imperio; llegó a Chile en 1 8 1 7 i se incorporó a nuestro ejército, d i s tinguiéndose en él por su gran valor, lo que le valió para llegar hasta el grado d e jeneral d e brigada, a que no habia llegado en Chile ningún europeo en la guerra d e la independencia; el segundo fué R o n d i zzoni. Vivió en sus últimos años en la calle d e las R a m a d a s , número 8. .VILLEGAS don Hipólito, arjentino d e nacimiento, Ministro de Hacienda en el gobierno de O ' H i g g i n s . Fué uno de los tres ministros que firmaron en C o n cepción la declaración de la independencia en 18 >8. A g u s t i n a s , número 60. f

Z

ZENTENO don José Ignacio, patriota tan ilustre por su infatigable laboriosidad i por su talento claro como por la rectitud i la entereza de su carácter, sobre todo en el tiempo en que, Ministro de Guerra i Marina bajo la administración del jeneral O'Higgins, fué necesario crear ejército i escuadra para afianzar núes-


— 306 — ira independencia i llevar la libertad al Perú, i todo esto en medio d e las dificultades d e la política i n t e rior i d e la pobreza casi inconcebible ahora d e este pais, que, como decían los españoles, era hasta 1 8 1 0 , el mas p o b r e i atrasado d e t o d o s los que estaban sometidos a E s p a ñ a . El jeneral Zenteno vivió por muchos años en la calle del Puente, número 3, frente a la Plaza d e A b a s t o s ; p e r o habiendo c o m p r a d o a los p a d r e s franciscanos un sitio en la A l a m e d a d e las Delicias, edificó una m o d e s t a casa en que vivió i murió el año d e 1 8 4 7 . E s t a casa tiene ahora el número 9 4 , p e r o h a sido reedificada h a c e pocos años. No t e r m i n a r e m o s estos a p u n t e s sin consignar el sitio en que funcionó la primera p r e n s a que hubo en Chile. L a i m p r e n t a d e La Aurora, que trajo d e E s t a d o s Unidos don Mateo A r n a l d o Hcevel en 1 8 1 2 , e s tuvo establecida en el edificio de la antigua U n i v e r sidad. S e s a b e que este local, en que también funcionó la Cámara de D i p u t a d o s por largos años, i en cuyo patio central se levantó un teatro provisorio en 1839, es el mismo en que ahora se ha construido el suntuoso T e a t r o Municipal. L a s casas que se encuentran en el mismo estado que tenian a la m u e r t e de las personas antes m e n cionadas, o que han sido refaccionadas sin haber perdido su forma primitiva, son las d e Alcalde. A l d u n a t e don J. A . A l d u n a t e don J. J. Bello. Beauchef. Borgoño.

Maroto. Mena. Meneses. O ' H i g g i n s , palacio presidencial. Pinto.


— 307 — Búlnes. Campino don É . Campino don J. Carrasco. Carrera doña J. Cienfuegos. Donoso. Echeverría. Elizondo. Encalada. Errázuriz. Freiré. Gandarillas. Gorbea. Guzman. Jara doña P . Las H e r a s .

Rodríguez Aldea. Rodriguez B. R o d r í g u e z Zorrilla don Joaquín. R o s a s don J. M. Sazie. Salas. San Bruno. Toro. Tocornal don J. Tocornal don M. A . Vera. Vial. Viel. Zenteno, calle del Puente, número 3 i Delicias, número 94.

Las restantes h a n sido reedificadas.

RECTIFICACIÓN A UN HECHO CONTENIDO EN EL LIBRO DEL SEÑOR CANÓNIGO ALBANO

S o b r e el j e n e r a l O ' H i g g i n s Uno d e nuestros historiadores, el señor prebendado don Casimiro A l b a n o , hace, una observación a propósito d e este acontecimiento. Por el número de arjentinos que a su parecer tomó parte en él, esta revolución fué arjentina.


— 308 — Pues bien, nosotros, que la vimos mui d e cerca, aseguramos que d e esta nacionalidad solo cuatro personas tomaron p a r t e en ella; i algunas con poca decisión. El m a s notable por su entusiasmo fué el doctor Martin Ojeda, que d e s d e ese dia fué bautizado por el pueblo con el n o m b r e d e Tribuno, i el doctor Bernardo Vera, que en voz baja pedia la ¡cesari?ia; L o s otros dos fueron el coronel Pereira, jefe de la Guardia de Honor, i el sarjento m a y o r i jefe de la Escolta presidencial, don Mariano Merlo. L a observación del señor A l b a n o habría sido m a s exacta aplicada a la revolución del año 10. Ella tuvo como promotores o activos cooperadores a los señores siguientes, todos arjentinos: Mazajuan Vicente.—Doctor d e la Universidad de Chile en 1 8 1 o. E n 1 8 3 9 miembro de la Alta C o r t e d e Justicia i presidente d e la C á m a ra d e R e p r e s e n t a n t e s d e Buenos A i r e s . Iniciado en unarevolucion . contra R o s a s , é s t e lo hizo asesinar una n o che en la secretaria de la Cámara. U n hijo suy o , m e z c l a d o en el complot, fué fusilado el dia siguiente. Martínez d e R o s a s Juan. —Dr. Vera i Pintado

Fretes Juan P a b l o . — C a nónigo. Tollo B a r t o l o m é . — I d . Oro Justo.—Dominico i m a s t a r d e obispo de Cuyo. Videla L o r e n z o . — D r . dominico. Bazaguzchascúa José Mar í a . — F r a n c i s c a n o ; mas t a r d e obispo in fartibus. Arana Felipe.—Fué presidente d e la Corte de Justicia de Buenos A i res, d e la Sala de R e presentantes i Ministro de Relaciones E s t e r i o -


— 309 — Bernardo. Villegas Hipólito.—Ministro de O'Higgins i doctor. T r o n c o s o Joaquín.—Primer alcalde de Santiago. D o r r e g o Manuei, que en la revolución de Figueroa, año u , tomó una p a r t e principal por la Junta. E c h a g ü e Gregorio. E c h a g ü e Francisco. Velez N . Bauza José A n t o n i o . — Franciscano, después canónigo. Alvarez I g n a c i o . — M e r cedario. Godoy Santiago.—Padre del jenera! d e este nombre, i comandante del batallo Comercio. G o d o y Jorje.—Hermano del anterior i cabildante. Godoy Domingo.—Id. i capitán de milicias. G ó m e z Gregorio. — E n viado secreto de la Junta d e Buenos Aires dos meses antes de la revolución d e Chile.

res d e la confederación desde 1836 hasta 1 8 5 1 . Jil R a m ó n . — G r a n músico i maestro d e canto. Al estallar la revolución en Chile abandonósus ocupaciones i a d mitió el empleo de oficial d e nuestro ejército, que con instancia se le ofreció. Murió en el sur, en los primeros encuentros, el año 1 3 . Alvarez J o n t e José A n tonio. — E s p a ñ o l enviado por la Junta cuatro meses después. S e g r a d u ó d e doctor en Chile, d o n d e se casó. El año 25 vimos a sus descendientes en Buenos Aires en escasa fortuna. Zudañez J a i m e . — D r . orijinario d e Buenos A i res, llegó a Chile en 1812.

Zudañez N.-—Id. id., i h e r m a n o del anterior, con quien llegó en la misma fecha,


SIO

El historiador B e n a v e n t e h a c e d e Jil g r a n d e s e n comios. E s t e m i s m o , poco a m i g o d e ios arjentinos, i c o m o testigo en esa c a m p a ñ a , refiere lo que sigue en la tercera edición d e su libro: «El siguiente rasgo d e valor personal no d e b e sepultarse en el olvido. Un cabo del cuerpo d e auxiliares d e Buenos Aires, Manuel A r a y a , viendo a un oficial enemigo que, con ,suma intrepidez, a n i m a b a su tropa, m a r c h a sobre él, mátalo i vuélvese m o n t a do en el caballo del enemigo a su formación.»


Í N D I C E Pájs.

Advertencia , , 3 Introducción 7 E l Presidente Carrasco 19 L a P o l i c í a de A s e o i Salubridad 23 L a E s c u e l a Primaria 29 Cafées, Fondas i Chinganas 39 Música, Teatro i Baile 49 P o l i c í a de Seguridad i Garantías Individuales 97 Manuel Rubíes 138 Luis Ambrosio Morante 149 L a revolución de 1810 177 L o s dos sarjemos 179 D o n L u i s Carrera 183 D o n J o s é M i g u e l Carrera 186 E n t r e C h a c a b u c o i Maipo 189 Don Diego Portales 208 L o s chismes i la historia 229 Santiago, los TaUweras i San B r u n o . . 244 L a caida de O ' H i g g i n s 253 L a s últimas elecciones 258 Don Manuel Harbin 265 N o t i c i a s menudas 7 N o t i c i a s locales de S a n t i a g o . . . . 79 Rectificación a un hecho contenido en el libro del señor c a n ó n i g o A l b a n o sobre el jeneral O ' H i g g i n s 307 2

2

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