Poemas del Colibrí.

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FRANCISCO HINOJOSA

¿PUEDO ANTOLOGAR TU ANTOLOGÍA?

CARLOS VELÁZQUEZ

NUNCA FUIMOS TAN VIOLENTOS

ESGRIMA

RICHARD FORD

El Cultural N Ú M . 5 3

S Á B A D O

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[ S u p l e m e n t o d e La Razón ]

VASOS COMUNICANTES

DEL DESEO Poesía

ALBERTO RUY SÁNCHEZ LA LUZ DEL COLIBRÍ

FRANCISCO TARIO TR E S D Í A S Y UNAS HORAS Un relato inédito

Gustav Klimt, El beso (detalle). Ca. 1907


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Para esta edición de El Cultural continuamos el ciclo de nuestros consejeros editoriales. En esta oportunidad —tercera entrega de la serie— publicamos una secuencia de poemas donde la dimensión erótica se desdobla del cuerpo y la conciencia al despertar —“entre la vigilia y el sueño”— que reconquista su naturaleza plural, como detalla Alberto Ruy Sánchez en su nota introductoria.

L A LUZ DEL COLIBRÍ ALBERTO RUY SÁNCHEZ

D

urante casi tres años anoté diariamente la experiencia de despertar con quien amo. Hay quienes por la mañana escriben sus sueños. Yo tomé nota minuciosamente de nuestros despertares. Exploración de un estado intermedio entre la vigilia y el sueño. Exactamente como lo es el insomnio (como el de mi libro Elogio del insomnio) pero en el otro extremo de la noche. Ambos estados igualmente delirantes, inciertos, propicios para ser conocidos y contados con los instrumentos de precisión de la poesía. Esta composición del despertar, el libro entero del que estos poemas forman una breve sección, es una exploración de ese instante en el que los amantes cruzan un umbral, hacen los rituales que dan sentido a la vida y descubren la naturaleza plural del cuerpo. A la vez conocen los rostros múltiples de la luz que los ha transformado. El título viene de un poema de José Ángel Valente que describe ese momento en el que el colibrí del amanecer bebe de la flor y bebe algo de su naturaleza en ella, pero a su vez la flor despierta “encendida e incendiada, embebida en alas”. El libro será publicado muy pronto por Ediciones Era. Y abrí un blog para acompañar el vuelo y el despertar de este inquieto colibrí: http:// bit.ly/Luzdelcolibri C

DIRECTORIO

El Cultural [ S u p l e m e n t o d e La Razón ]

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CONSEJO EDITORIAL

Delia Juárez G. Editora

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AMO AMANECERES CONFUSOS Amo amaneceres confusos en los que seres primordiales, la noche y sus creaturas de todos los reinos, se apoderan de mi día un tiempo breve o largo, o en un instante, eterno. El tiempo de hacer el amor, por ejemplo. Cuando estás en mí como aleteo persistente, y me llevas contigo, migración de aves al sur sin detenernos. Cuando danzas para mí en todas tus puntas: lenguas, miradas, pies, dedos, uñas, y una nube te enreda, y me envuelve. Cuando lento y húmedo, y suave y enconchado bebo de tu sol en el pecho muy poco a poco y crezco como jardín recién trazado por ti en el aire que respiras. Y florecer ahí, tu mano guiando mi existencia, mis contorsiones, mi fugacidad, mi follaje al viento, es todo mi anhelo.

Dibujos de Gustav Klimt.

D E S P E RTA R L E J OS Cuando despertamos abrazados en otros horizontes, otros lechos, otras ventanas, el mundo se reinventa en tu cuerpo. Tu mano me transporta o me devuelve, tu pierna me ancla o me ata a la deriva. Dunas lejanas se mueven y se modelan al ritmo fugaz de tu sonrisa. Tu respiración desata nuestros pasos en ciudades que calle a calle hemos amado. Bosques, jardines inusitados, flores carnívoras, selvas como nubes forman y deforman la piel que nos une. Mirándonos a los ojos navegamos afluentes lentos de ríos que serán indómitos. En tus caderas gira el mundo y nos acoge. Besándonos, cada vez, recuperamos los rincones visitados juntos. Y al despertar en tus brazos, aquí y al mismo tiempo en otra parte, todo renace.

CONTEMPLAR TU SUEÑO Tus ojos entornados miran por la rendija de ausencias de tu sueño algo intermedio, nube o abismo, sombra o resplandor que pasa sin pasar y que dos dedos de tu mano dormida sobre tu frente parecen detener sin esfuerzo como queriendo ver de cerca lo invisible. La aureola de los ojos dormidos de tu pecho y los párpados labiales de tu boca, levemente roja también, palpitan, se entregan al ritmo de la sangre de esta sombra fugaz que en tu medio despertar voy siendo. Mientras sin mirarme me miras y como don de eternidad, sin pausas ni contratiempos, pasando sin pasar te contemplo.


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EL SILENCIO Y EL SUEÑO

LA CONTINUIDAD DE LOS SUEÑOS Despertar y mirarte. La espalda desnuda, los sueños en ella recorriéndote pausados. Cerrar los ojos para ir por tu espalda en tus sueños. Muy abajo, entre las sábanas, perdiéndome lentamente, orientado por tu olor, por el olor de un sueño. Despertar de nuevo y mirarte desnuda, soñando hacia el muro convertido por ti en todos los paisajes de todos los sueños. Los míos se detienen en tu espalda, viajan en ella de arriba abajo, muy abajo de nuevo. Dormir y despertar tres veces, cuatro tal vez. Y ya nunca saber dónde termina qué, dónde comienzan los besos, si aquí o allá me arañabas suavemente la espalda, si soñé tu nuca o desperté besándola. La continuidad de los sueños se apodera de todos los deseos. Una y otra vez despierto sin despertar y te beso sin tocarte hasta que una sonrisa plena, profunda, me dice que logré entrar en tu sueño y al amanecer besarte allá y aquí en la boca.

El sueño y el silencio se acompañan dentro y fuera. Yo te miro y tú, tal vez, miras al horizonte dentro del sueño, vela al viento. El silencio de mirarte es un concierto y en tu sueño el viento canta sin que yo pueda oírlo. El silencio de mirarte es aire en vilo, intervalo detenido entre dos notas. El silencio de mirarte tranquila, desnuda, dormida y plena es el zumbido callado que en mi pecho despierta a mil abejas.

VA I V E N E S SUMERGIDOS Desde el filo de navaja de tus ojos entreabiertos, el vaivén de tu sonrisa me lleva, del agua sumergida de tus sueños al aire que te contempla semidormida, plena. La luz de tu piel ilumina al despertar el agua y la sed de mi deseo y vamos y venimos de ti a mí, y de un mundo a otro y a otro más desconocido. El peso del mundo en tu mano vacía. La calma del sol en tu sonrisa. En tus pezones nada que distraiga de tu plenitud. Todo surge y desaparece en un parpadeo de la noche cálida que compartimos.

UNA PIEL, UNA ORILLA Hoy entre los dos la piel que nos separa nos une. Entre los dos soñar o despertar son lo mismo. Entre los dos, mis ojos cerrados te miran, tus ojos abiertos me acarician. Entre los dos respira el día lentamente su comienzo. Entre los dos todo se inicia hacia adentro. Entre los dos se hunde tu pecho en el mío y bebo aliento en tu boca.

Entre los dos se dibuja ondulante una caricia del tiempo. Entre los dos se inventa el mundo al ritmo de la luz naciente. Entre los dos amanece y cada amanecer es año entrante. Entre los dos nuestras manos dormidas sostienen el aire. Entre los dos el aire nos gira dentro Entre los dos el mundo duerme y se erige jadeante el sueño del instante eterno.


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DE UN LADO Y OTRO Amo despertar sin saber de qué lado de la cama amanezco, si me abrazas con la izquierda o es tu pierna derecha la que posesiva me aprieta desde algún sueño. La memoria gira también gozando en cada instante el desvarío: ¿Mordí tu comisura izquierda y en ese párpado me detuve o fue a la inversa? Aquí y allá una línea delgada nos separa y nos une atando y desatando sin cesar

nuestros extremos. En la convulsión obscura de tus besos, un ansia encendida de lado a lado y viceversa marca siempre un solo rumbo: muy adentro. Tus labios, espejo carnal del hambre que te tengo, donde mi derecha se vuelve tu izquierda para que gire el mundo ... y una delgada línea sin final, vueltos uno en el otro luz y obscuridad y lo contrario, nos dibuje.

EL SUEÑO QUE REGRESA A L D E S P E RTA R

EN LA MÚSICA DE TUS BRAZOS Abro los ojos dormido, cierro los ojos despierto. Amanezco afuera y adentro contigo. Duermo en la música de tus brazos despierto en tus dedos tocándome sostenido duermo en tus manos palpitando aceleradas sin saberlo despierto en la textura de tus labios duermo en la tenue obscuridad de tu aliento despierto en tu boca pronunciando lentamente el nombre sonámbulo que me inventaste duermo en este sueño despierto.

El sueño que regresa nunca es el mismo. Te oigo respirar siempre distinto. Tu aliento es pasadizo, puente colgante, al mundo de tu cuerpo hecho delirio. Me alegra despertar muy poco a poco en el pausado privilegio de escucharte, y que pongas así, sin saberlo, este camino de tu aliento en mis oídos. El ritmo de tu cuerpo al respirar me dice cómo y dónde entrar en tus latidos. Cómo habitar tus sueños y tu sangre con la lentitud de un sol de invierno en amanecer indeciso. Sueño o creo soñar que siento, gozo, pruebo, en los vellos de tus brazos erizados, tensos, deseantes, decididos, el resplandor sensible de este sendero. Amanezco contigo, despierto en medio de tu gesto de soñar al cuerpo poseído, llamando hacia tu sombra y tu humedad. Por el cuello de cisne de tu brazo viajan mis aves hacia ti, hacia la noche de tu cuerpo devorándome sin respiro.


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Los textos que presentamos son parte del segundo y último tomo de las Obras completas de Francisco Tario, que edita y prologa Alejandro Toledo para el Fondo de Cultura Económica y en breve llegará a librerías. Las cartas que le escribe Carmen Farell dan cuenta de su pasión correspondida; el relato de Tario desplaza la experiencia de un matrimonio al terreno perturbador de sus ficciones. A cuatro décadas de su fallecimiento, un autor inusual, rescatado en México y España como un hallazgo para nuevos lectores.

C A RTA S DE L M ÁGICO FA N TASM A CARMEN FARELL

octubre 1, 1930 Por tu silencio deduzco que sigues enfermo y esto es para mí una contrariedad y una pena. Cuando me habló por teléfono Fernando, me quedé bastante preocupada porque no se explicó como yo hubiera querido; nada más me dijo que tenías algo de fiebre. Más tarde recibí tu carta, que me tranquilizó, pues supe que tu enfermedad no era nada grave y espero que en muy pocos días te encuentres ya bien. Así se lo pido a Dios de todo corazón. Me dices que has pensado en mí a todas horas, que no has dejado de estar conmigo ni un momento y lo creo. ¿Cómo no lo voy a creer si a mí me sucede igual? Por unas razones u otras siempre me estoy acordando de ti y me gustaría estar siempre a tu lado. Confío en que el día que no me escribas me pongas unas letras. Te aseguro que me conformaré con unos cuantos renglones, pero si puedes llenar muchos pliegos te lo agradeceré mucho más. Ten la seguridad de que te quiero y recibe con estas líneas mi amor. noviembre 1, 1930 Te quejas en tu carta, que acabo de recibir, de que soy demasiado lacónica, de que no me explayo en mis sentimientos como deseas y que te da la impresión de que no te quiero tanto como tú a mí.

Foto>ARCHIVO FAMILIAR

C

armen Farell, la esposa de Francisco Tario, fue ese “mágico fantasma” convocado en la dedicatoria de Una violeta de más (1968). Los testimonios del amor del escritor por su mujer son muchos, incluso por ese acompañamiento lúgubre hacia la muerte: ella fallece en 1967 y, como en una historia romántica, en sus últimos años Tario se encierra en sí mismo hasta encontrar el camino que lo lleva a la tumba de su amada. Fue, como se titula un poema de Quevedo, un amor constante más allá de la muerte. Hace poco encontré la transcripción (realizada por el propio escritor) de cartas tempranas de Carmen a Paco, que van de 1930 a 1935, el periodo de su noviazgo. Junto con estas misivas, presento un texto de Tario a Carmen, también hallado entre los papeles del escritor, y que forma parte de un paquete de inéditos que aparecerá en el tomo II de sus Obras completas, de próxima aparición en el FCE. —Alejandro Toledo.

Carmen Farell y Francisco Tario.

¡Qué quieres que yo haga! Nunca supe escribir lo que sentía y esto me contraría tanto o más que a ti. Debes perdonarme, aunque espero que con el tiempo vaya aprendiendo eso de ti. Igual que he aprendido muchas otras cosas. Ten en cuenta, sin embargo, que te escribo con toda el alma, que no puedo ser más sincera contigo y que lo que sucede es que no sé expresarlo como quisiera. ¿Verdad que en persona soy algo más aceptable? Es muy difícil para mí decirte hoy lo que siento, lo que pienso. Tú has sido mi primer amor y debes comprenderlo, pero cuanto más fuertes son mis sentimientos, más dificultad hallo en expresarlos en palabras; no creo que sea vergüenza —de eso tengo bien poco— sino que algo me impulsa a callar y a guardarme mis emociones. ¿Quieres conocer mis ideas respecto a ti? Pues sabe que todos tus sueños son los míos y que en tan poco tiempo tú has podido impregnarme de tus ideas, que también son las mías. ¿Estás satisfecho de tu obra? Paco, me encantan tus cartas y me gustaría que me escribieras más seguido, aunque a veces me hagan llorar. Pero también esos ratos me hacen feliz, aunque parezca mentira. ¡Si supieras cuánto te envidio! Ahora mismo llenaría muchos pliegos para decirte lo que estoy sintiendo por ti. Yo seré como tú —no te impacientes— y sabré esperar lo que sea. Te quiero más que antes.

agosto 2, 1931 Como te lo prometí, lo hago. Por fin tendrás el retrato que me pides. Ojalá sea de tu agrado y no me encuentres demasiado cambiada. ¿Francamente todavía te gusto? ¿Todavía piensas de mí lo que pensabas antes? Escríbeme y dímelo como lo sientas, que yo estoy ya preparada para todo. ¿Pero verdad que aunque te encuentres docenas de mujeres más bonitas seguiré siendo para ti la misma? Por lo menos eso pienso y con esa ilusión me duermo todas las noches. Cada día te amo más y te extraño, Paco. Leyendo una novela de Palacio Valdés me pareció andar por Asturias y así te sentí más cerca y hasta hubo momentos en que creí verte. Me gustó mucho el paisaje (del que habla Palacio Valdés) y sólo espero que tú me lleves a conocerlo personalmente, como se dice. Está cayendo en estos momentos una espantosa tormenta con rayos y truenos y un viento muy fuerte. Las muchachas acaban de irse a la romería, pese a que cuando salieron ya empezaba a llover. Yo no fui, por supuesto, ¿para qué? Me he quedado sola en la casa y debes creer que no me siento triste, sino antes al contrario; así nadie me estorba y puedo pensar en ti lo que quiero. ¿Adivinas mis pensamientos? Siempre lo hiciste y en esta ocasión creo que tampoco te equivocas. Tengo los balcones cerrados y estoy viendo el jardín inundado. Casi puedo asegurarte que estás aquí conmigo; te veo, te oigo —no es ilusión— y te siento.


Esto es lo mejor que puede ocurrirme y de antemano te prometo que la tarde así no se me va a hacer larga. Ah, también fui a la misa de los vascos. ¡Cuántos recuerdos tuyos! Contribuyó mucho el lugar, la música, los coros. Todo ello me hizo creer que no había pasado este año y que todavía estábamos los dos allí. Paco, ¡se me hace inmenso el tiempo cuando no recibo carta tuya! No dejes de escribirme esas cartas maravillosas que me hacen tan feliz. Espero pronto una de ellas y enseguida a ti. Quiéreme como tú sabes hacerlo y no olvides que soy tuya. agosto 13, 1931 Desde que me levanté en la mañana tuve el presentimiento de que llegaría carta tuya, y no me engañé porque hace apenas unos minutos me llegó la primera de España. Cuánto me alegro, en primer lugar, que hayas encontrado bien a todos en tu casa. No me sorprendió la alegría que sentiste al volver a reunirte con tu mamá y hermanos, ni la que ellos habrán tenido de verte. ¡Si lo sabré yo! Estoy sumamente contenta porque he sabido de ti, pero a la vez me has dejado con una extraña tristeza, pues en tu carta me hablas de cosas que me han dado que pensar. ¿Por qué hablas de olvido? ¿Cómo puede ocurrírsete siquiera que yo pueda alguna vez olvidarte? No lo comprendo, de veras, y te pido que jamás vuelvas a tener tales pensamientos; me hieren y me hacen sentirme muy desdichada. Es como si todo el amor que

te he dado y que te doy diariamente no sirviera de nada. No te enfades, de veras; pero jamás se te ocurra mencionarme esas cosas. Me dices que sólo has pensado en mí, y lo creo. Pero quiero que pienses en mí como lo hiciste siempre, con una plena confianza, con toda la fe imaginable. También yo no hago otra cosa que pensar y pensar en ti todo el día. Te dije una vez que ya no me pertenecía y te lo repito ahora. ¿Que te cuente de mi vida? Nada de particular. ¿Que si me divierto? Ya te lo imaginarás; sin ti ya no sé divertirme y nada de cuanto me suceda ofrece para mí interés alguno. Si acaso mis mejores momentos los paso nadando; ya sabes que es el único vicio que tuve siempre. Actualmente tengo otro: el de adorarte. ¿Habré sido pez en mi vida pasada? Pudiera ser. ¿Te acuerdas, Paco, de cómo era yo cuando me conociste? ¿Lo que me gustaba ir de un lado para otro, alborotar y reír con todo el mundo? Pues te sorprenderá saber que ahora es todo lo contrario; me encanta sentirme sola en la casa (es lo que más disfruto), huyo de toda la gente y me paso horas y horas en la sala. Allí me encierro en cuanto puedo, cierro un poco los balcones, me tiendo en el sofá y pongo un poco de música. Entonces soy completamente feliz y cuando llega alguien por sorpresa, me parece que despierto de un sueño. Tal vez crean que me estoy volviendo loca, eso parece; pero me siento así tan a gusto

que lo único que espero todos los días es que me dejen otra vez sola. ¿Cómo sigues de tus males? ¿Y de la cabecita? La mía está mucho peor, pues imagínate QUE ME HE RAPADO.* ¿No es esto una locura? ¿Por qué no te animas tú y así estaremos iguales? Te diré lo que me dijo mi papá, que el pobre no sabía nada y se asustó, como es natural, al verme: “Tú y él a la Castañeda”. Pues no lo pasaríamos mal, ¿no te parece? Ayer pasé por donde caminábamos tantas veces, donde un día quise cortarte unas flores y tú no me lo permitiste. Ahora las flores están completamente secas y me pregunto si es que les faltamos nosotros. Pero me acordé tanto de ti, que me paré un buen rato a mirarlas y después me fui a la casa corriendo porque no podía con mi tristeza. Te pido con toda mi alma que te cuides mucho y que vuelvas pronto para no volverte a ir nunca. ¡Nunca! A no ser que sea conmigo. Tuya de veras.

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Carmen Farell.

* Carmen Farell se rapa; Tario a su vez lo hace en España. Fueron acciones casi simultáneas, pues hay una carta donde él le avisa a Carmen que se rapó; luego se entera de que ella también lo había hecho; al saberlo se sorprende y le responde: “¡Qué extravagante eres, de veras! ¿Y por qué? Aunque, como ya sabrás para estas fechas, yo no siento la menor envidia porque desde hace algunos días ando con la cabeza como una bola de billar”. A Tario se le reconoce físicamente porque acostumbró usar el pelo a rape, quizá a partir de esos años.

T R ES DÍ A S Y U NA S HOR A S Un relato inédito FRANCISCO TARIO Recibe, Carmen, este presentimiento de un amor que durará más allá de la muerte México, 11 de mayo de 1931 Cuando llegamos al parque no serían más de las cinco y media de la tarde. Soplaba una dulce brisa que abanicaba los árboles. ¡Oh, aquellos altos y viejos árboles, como ancianos legendarios, con sus largas barbas grises, que escucharan detrás de nosotros la salmodia diaria de nuestros amores! Nos queríamos apasionadamente y no habría hecho falta preguntarlo. Bastaba con mirarnos todas las tardes, sentados en la misma banca, hablando en voz muy baja, como con temor a despertar a los pájaros que empezaban a acurrucarse en las ramas. Se repetían a diario aquellos paseos por la tarde. A veces el parque estaba solo; otras, cruzaban ante nosotros grupos de chiquillos jugando, haciendo rodar una pelota o simplemente dando gritos, sobre-

saltando al sombrío paraje que a esa hora comenzaba a empañarse con la melancolía del crepúsculo. Desde la banca se oía la fuente vecina y los pájaros acomodándose. Generalmente nos sorprendía la noche. Los días se deslizaban unos tras otros, todos iguales y el sol proyectaba nuestras sombras enlazadas como si fueran una sola. Nuestro amor nos embriagaba; era fragante y luminoso por las mañanas y melancólico y sombrío por las tardes. Seguía las horas del día y nos anunciaba siempre algo nuevo, inesperado, tierno. El tiempo no se sentía transcurrir y producía un rumor como el de los pájaros, o el de la fuente, o el del reloj mismo. Comenzaba abril. Despertaba en su alborada con una enigmática sonrisa. Era la víspera de nuestra boda. Tu vida y la mía giraban en torno a un mismo centro: abril. Tenían los días de este mes la apariencia de un sueño delicioso. Esta mañana dorada de primavera escondía para mí

muchas emociones que el aire parecía querer conservar en mí tanto tiempo como durara el día. Aquella tarde no hubo paseo. Pero el día me trajo la felicidad más grande que había soñado: el poder traerte a mí y rescatarte de un mundo agrio para llevarte a un lugar lejano donde todo eran maravillas, desde el correr del agua hasta lo estrellado y limpio de las noches. ¡Pensar que tú, que me adorabas tanto, ibas a ser mía! Por la noche, preparé mi ropa. Había en los pasillos varios baúles ya listos. Era fácil de adivinar lo que aguardaba a nuestras almas bajo aquel cielo nítido de primavera. Al cabo. Y en cuanto apagué la luz, quise escudriñar mi alcoba, cerciorarme de lo que la oscuridad había llevado a ella. Por entre los visillos del balcón se filtraba la luna, reflejándose en los espejos. Los muebles o sus sombras palpitaban como animales dormidos. Se escuchaba el reloj, el viento afuera. En mis sienes bullía un estremecimiento de fiebre.


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Zumbaba la gente detrás de nosotros con un rumor semejante al de las abejas. Rezaban. El sacerdote, con sus manos de nieve y sus ojos extrañamente azules, daba unos pasos y volvía, pasando ante nosotros. Arriba, en las alturas del coro, resonaban las trompetas del órgano entremezcladas con el llanto de los violines. Las flores, vencidas por la luz, se doblaban y por fin caían sobre la alfombra tendida, como otro camino de luz. Las mariposas de aceite chisporroteaban en los altares. Y chisporroteaban los cirios, dejando sobre tu frente un temblor de sombras apenas perceptibles. Tu cara debía de ser una hostia. Era el instante de la elevación de tu virginidad. Sonó una marcha que yo recordaba, flotaba el incienso en el aire y las vidrieras de infinitos colores se abrieron de golpe para dejar paso al sol. Pasaron ante mí muchos rostros. Me apretaron las manos. Adiviné alguna lágrima perdida en un pañuelo. Pero sobre todo ello, se levantó, como una inmensa luna, el resplandor inconfundible de tu hermosa cara. Me abrazaste; lo habías hecho otras veces. Pero en aquel abrazo quedó fundido el hierro de todas las cadenas conocidas y por conocer. Fue un abrazo definitivo, de un año que termina, de una eternidad de años que comienza. El vino habló por las almas y el rumor de este lenguaje escapó hacia fuera lanzando gritos incomprensibles de júbilo. Era ya la tarde. Reían los hombres con rostros de fetiches sobre los manteles. Había ramos de rosas y rosas caídas por entre los platos. Un humo denso y pesado ascendía como incienso; pasaban las fuentes humeantes y el pavo grotesco y estúpido asomaba su cresta negra por entre las verdes ramas de la lechuga. Se rompieron varias copas azules. Estallaron muchos corchos, describiendo círculos en el aire. Las pecheras blancas de los camareros iban y venían entre aquel humo desconsolador y negro.

“ME ABRAZASTE; LO HABÍAS HECHO OTRAS VECES. PERO EN AQUEL ABRAZO QUEDÓ FUNDIDO EL HIERRO DE TODAS LAS CADENAS CONOCIDAS Y POR CONOCER. FUE UN ABRAZO DEFINITIVO, DE UN AÑO QUE TERMINA, DE UNA ETERNIDAD DE AÑOS QUE COMIENZA.”

Foto>ARCHIVO FAMILIAR

Y soñé; soñé inacabablemente, aunque no recuerde bien mis sueños. Había música y muchas lágrimas; besos y murmullos desconocidos; cosas que jamás había oído. El aleteo de las campanas tenía para mí algo de nupcial y también de nuevo. Vi esconderse la luna y aparecer para desaparecer enseguida. ¿Comenzaba a dormirme o a despertar? Con la luz del día sentí en mi frente el consuelo del sol, que surgía de la noche. Era una hora nueva, distinta, que debería ir reconociendo sin prisas, poco a poco, con mis dedos temblorosos. Era el día, el único; el esperado.

Se hablaba mucho, se reía. Aquellas mesas largas, como sendas nupciales, alfombras de azahares, señalaban el camino. Se hablaba de amistad y cariño; era un llanto dulce. El reloj no señalaba las horas con la prisa debida; se demoraba y titubeaba, daba marcha atrás impensadamente. Al terminar, se levantó un hombre. Tenía en una mano una copa llena de vino y en la otra una flor marchita. Me pareció que estaba completamente borracho. Era alto, delgado, de una palidez cadavérica, y sus manos se movían en el aire con una delicadeza que se me antojó sospechosa. Cuando terminó de hablar —nadie supo qué—, desapareció tras unos cortinajes granate. Nadie lo vio salir, pero todos supimos que se había marchado. Y quedó vibrando en el aire su última palabra: felicidad. El hombre de la palidez cadavérica ya no estuvo más con nosotros. Nadie en el salón le conocía. Caía la tarde envolviendo a la ciudad en un azul profundo. Las rosas, en su mayoría, caían una tras otra en los manteles. Se despejó el salón y volví a ver muchas caras sonrientes; muchas manos que volvían a enlazar las mías. Y al abandonar el salón, miré por curiosidad hacia los cortinajes granates, donde el misterioso ser había desaparecido. Ya eres mía, te dije. Estabas húmeda y bella como las rosas por la mañana. Como una rosa de mantequilla, con tus dos inefables resplandores verdes. Con la última campanada del reloj di

el último abrazo amigo. Marchábamos velozmente sobre las calles relucientes y ruidosas. El crepúsculo caía sobre tus labios y tus ojos; era como una promesa. Te vi más hermosa que nunca; más increíble. Te toqué para cerciorarme y después te pregunté enseguida: “¿Y aquel hombre?” Tú te encogiste de hombros. Es ya enteramente de noche. Parece que ha llovido sin cesar. Al menos, eso parece. Es un departamento recubierto de madera brillante, rojiza. Tiene, en las ventanillas, unas cortinas verdes, con flores amarillas. Los sillones son confortables, muy amplios, y se transformarán pronto en cama. La cama nos llevará hasta Veracruz y allí nos dejará solos. Hace calor. No hay luna. De tarde en tarde pasa por la ventanilla una lengua gris y espesa, que es el humo de la locomotora. Silba un brujo en la noche silenciosa. Crujen las maderas y se agitan las cortinillas. Cruza el negro vestido de blanco, con su gorra azul calada sobre los ojos. Hay en los campos un silencio frío y perfumado. Las sombras se suceden, son implacables. Volamos hacia lo desconocido, hacia un lugar sin memoria al que tantas veces habíamos soñado ir. Quedaban atrás las ciudades, los pueblos, los árboles. El cielo, como un espeso manto, nos guardaba en secreto bajo su misteriosa oscuridad. Unos indios de color tierra, con sus sarapes multicolores. Un río, una barranca


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Cenamos opíparamente. El aire debió abrir nuestro apetito. El negro traía y llevaba platos, derramaba salsas y regresaba a la cocina. El vino encantaba al alma. Hervían sus burbujas y quemaba tu frente. El viento se advertía humedecido desde donde contemplábamos la noche asomados a la misma ventanilla. Así lo habíamos soñado, y así era, por cierto. Salvábamos montañas, volvíamos al campo. El tren iba silencioso, cada instante más precavido. Cedían los ruidos, pero las maderas seguían crujiendo. Alguien cerraba una puerta o corría una cortinilla. Se iban apagando las luces, penetrando la noche en el interior. Eran las diez y media en punto. Nuestro departamento evocaba a aquella hora la melancolía de una voluptuosa gaviota en el mar. Con todo y su plumaje humedecido y sus alas abiertas. Una hora después... La cama aparecía ya hecha contra el borde de la ventanilla. Allí mismo caía la luna, que empezó a brillar de pronto. Todo el mundo dormía. Y tú y yo sentados sobre el níveo lecho mirábamos la noche y enseguida nos mirábamos, sorprendidos de que alguien cruzara por el pasillo cantando a semejantes horas. Toda tu belleza estaba allí, sin faltar nada. Eras opaca y deslumbrante, como una estrella inaudita. Yo te miraba y tú no dejabas de mirarme. No teníamos nada que decirnos, por lo visto, sino recordar; tal vez recordáramos lo que empezaba ya a ser pasado, lo que pudiera alguna vez dejarnos infinitamente tristes. Entonces tú te arrojaste en mis brazos y te echaste a llorar impensadamente. Como en las pesadillas o en los sueños: en la felicidad más completa e inexplicable. Estabas tan sorprendentemente hermosa que supe que iría a despertar. No desperté. Te besé largamente. Supe diez veces, cien, del calor de tus besos. Entre ellos debió estar el que me debías desde hacía años. Sí recuerdo que te abracé una vez como quien se aferra a un salvavidas en la terrible oscuridad de un naufragio nocturno. Te besé tan cruelmente que después pasé un dedo por tus labios, por temor de que sangraras. Cierta vez me dijiste: “¡Mira!”, señalando una estrella fugaz que caía sobre los volcanes. Y al volver la cara para verla, te vi a ti y tu hermosura me distrajo. Cuando quise buscar la estrella, era ya otro día y ni siquiera tú estabas a mi lado. ¡Oh, tus ojos soñadores, marinos, de inmensa y constante luz verde! Me recordaban las luciérnagas que tantas noches parpadeaban por los caminos que recorríamos. Derramaban luz verde y lo invadían todo. Resbalaban por los cristales y se escondían entre las sábanas. O quedaban quietos sobre la almohada. O desaparecían a oscuras; tú con los ojos cerrados. ¿Era el viento o tú quien respiraba?

“NO TENÍAMOS NADA QUE DECIRNOS, POR LO VISTO, SINO RECORDAR; TAL VEZ RECORDÁRAMOS LO QUE EMPEZABA YA A SER PASADO, LO QUE PUDIERA ALGUNA VEZ DEJARNOS INFINITAMENTE TRISTES.” Tu nombre. Y enseguida, mi nombre. Otra estrella fugaz que caía. Un clavel como aquellos, pero de sangre. Y cantó un grillo.

te en la penumbra como sobre una playa. Olía el mar y las flores de todos los jardines; estábamos inundados de perfumes, bañados en un perfume que no se extinguía. Más sol y después...

De la oscuridad húmeda y perfumada vi levantarse una sombra amarillenta; constaba de infinidad de partículas, que poco a poco iban uniéndose, perfilándose, dibujando una figura humana. Se mantenía en el espacio, al otro lado de nuestra ventanilla, y cuando la hería un rayo de luna me parecía descubrir en su faz una helada sonrisa. Aún el amor era lánguido, perduraba. Era el amor inefable, silencioso, lento. Yo conocía aquella cara, aquel gesto. Reconocía a aquel hombre. Recordaba al espectro amarillo. Recordé, recordé, como entre sueños. El banquete. Me incorporé para levantar la ventanilla y preguntarle quién era, qué hacía allí, adónde iba, qué esperaba de nosotros. Nos seguía. Pero el hombre, con su mano amarilla, detuvo fuertemente el cristal. Oí detrás de las sombras de los árboles, detrás de las sombras de la noche, una voz que me decía: “Soy el amor, soy el amor”. Pero esta voz era la tuya. Y el hombre desapareció.

Habíamos llegado a Veracruz entre palmeras. Seguía siendo la primavera; igual que cuando salimos. En la bahía se destacaba un barco; solo uno, con infinidad de banderitas. Caminábamos. Lo mismo que ayer y anteayer, desde que nos conocimos; pero distinto. Esta vez teníamos alas y un ancho mar delante. Escasamente conseguíamos separarnos; pero caminábamos, solos, trabajosamente; vagabundeábamos, avanzábamos, no teníamos nada que decir. La vida y un ancho mar por delante. La vida, la eternidad. El hombre de color amarillo marchaba detrás de nosotros. ¡Qué impertinencia! Nos seguía paso a paso y adaptaba el suyo al nuestro. Nos deteníamos y él se detenía también; apretábamos la marcha y él nos imitaba. No nos perdía de vista. De vez en cuando miraba el reloj. Continuábamos avanzando, vagabundeando, perdidos en la infinita vida. “Soy el amor, soy el amor”, me repetías. Pero era a él a quien quería oír yo entonces. Quizá tuviera que decirnos algo o que prevenirnos de algún peligro. Seguía el calor, el mar, aquel barco. Estábamos solos ante Dios, desnudos, listos. Tuvimos miedo. Y echamos a correr despavoridos, pobres de nosotros tan felices, tan ilusionados, con nuestras blancas alas desplegadas. ¡Piedad! ¡Piedad!, alguien gritaba. Pero el hombre nos seguía como si jamás fuese a abandonarnos.

Hubo un gran vacío. Todo eran sombras y sombras y una o dos luces lejanas. Aquel hombre se había ido, pero a la vez continuaba allí. Yo lo sabía. Volábamos sin cesar por los campos. “Soy el amor, soy el amor”, repetías. Era ya el alba, o acaso sólo el comienzo del alba. Tenías el rostro cubierto de violetas sobre la almohada. Y una luz que no me dejaba verte. Nos amamos dulcemen-

Foto>ARCHIVO FAMILIAR

infinita. Pasaba la selva y su murmullo escalofriante. Había espectros de bruma tras los cristales y un puente de plata tendido sobre el vacío. Volábamos amándonos. No cesábamos de volar. Y así toda la noche.

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10 Por

FRANCISCO HINOJOSA

E l C u lt u ra l S Á B A D O 2 5 . 0 6 . 2 0 1 6

LA N OTA NEGRA

¿P U ED O A N TO LO G A R T U A N TO LO GÍ A?

@panchohinojosah

H

a causado algún revuelo la publicación de la antología México 20: la nouvelle poésie mexicaine, coeditada por Castor Astral y la Secretaría de Cultura, y presentada en el marco del Marché de la Poésie en la capital francesa, que este año estuvo dedicado a nuestro país. Los inconformes con esta muestra de veinte poetas argumentan que no es representativa, que fue elaborada con criterios poco rigurosos, que el proceso de selección fue opaco y que detrás de las decisiones hay amiguismo o compromiso. Y como se invirtieron recursos públicos tanto para la edición como para el viaje a París de un grupo de poetas, la publicación —se piensa— debería haberse sometido a la aprobación del gremio. ¿De verdad habría que hacer una votación para elegir a los veinte autores representativos de nuestra nueva poesía? ¿Quiénes serían los electores: todos los poetas? Los inconformes, de haber sido elegidos para realizar la antología, ¿se habrían guiado por sus propios criterios para hacer la selección o habrían hecho una convocatoria para repartir la elección? Creo que la medida tomada por quien lo haya hecho es acertada: como la propia institución no tiene las facultades para convertirse en juez, convocó a tres escritores de indiscutible calidad y trayectoria: Tedi López Mills, Myriam Moscona y Jorge Esquinca, avalados por su obra, la crítica y los premios (¿de qué otra manera podríamos medir su capacidad como antologadores?), para que se ocuparan de hacer la selección. Podrían haber sido otros con características similares —hay muchos—, pero siempre recaería sobre ellos la misma duda acerca de sus aptitu-

Las Claves

¿QUIÉNES SON LOS QUE SE SIENTEN MÁS AGRAVIADOS? POR SUPUESTO, ALGUNOS POETAS QUE NO ENTRARON EN LA SELECCIÓN Y QUE NO FUERON TOMADOS EN CUENTA PARA VIAJAR A PARÍS.

des para decidir: no existe aún un metro que nos permita medir objetivamente la calidad de una obra. Y en una antología —como bien deberían saberlo los detractores de ésta que nos ocupa— siempre imperan los gustos y las afinidades. Pero sobre todo debe prevalecer el conocimiento del universo a seleccionar. Creo no faltar a la verdad al decir que los tres son buenos lectores, lectores críticos, y están bien informados acerca del movimiento actual de nuestras letras. Escribo esta nota porque lo que me parece más lamentable en la discusión es que se les tilde de corruptos, mafiosos y arbitrarios a los compiladores. Es una acusación muy seria y muy delicada. Que algunos de los seleccionados sean amigos o alumnos suyos es algo inevitable: en el medio —no muy grande— se traban amistades y enemistades, los unos escriben sobre los otros, se presentan, participan en lecturas comunes, se leen entre ellos. Dudo que el criterio que haya prevalecido entre los tres sea el de la amistad o la tutoría antes que el de la calidad, a su juicio, de la obra de cada uno de los poetas. Si se trataba de elegir a veinte autores menores de cincuenta años que dieran una idea de la actual poesía mexicana, por supuesto que tendría que haber exclusiones e inclusiones que a unos gustan y a otros disgustan, por no decir encabronan. Como lectores podríamos disentir de la selección: incluiríamos a los que sentimos más cercanos y eliminaríamos a quienes son menos afines a nuestro gusto. Pero resulta que los antologadores no somos nosotros. ¿Quiénes son los que se sienten más agraviados? Por supuesto, algunos poetas que no entraron en la selección y

que no fueron tomados en cuenta para viajar a París. Habría que recordarles que ellos mismos han sido invitados en otras ocasiones para representar a México en diversos foros. ¿Se preguntaron entonces con qué criterios fueron elegidos? Y han estado en el índice de otras antologías sin cuestionar a quienes sí los incluyeron o acusarlos de corruptos en caso de tener alguna relación laboral o amistosa con ellos. Me quedo con las palabras de Paula Abramo: “No, no creemos ser los mejores poetas del país. No, no fui becaria de ninguno de los antologadores. Tampoco los he reseñado. Sí, la relación de los artistas con el Estado es problemática. Sí, hay que cuestionarla siempre. Pero sin baños de pureza... Y sí, ellos, como nosotros, han tenido (y tienen) becas y beneficios de éste u otro estado. Sí, sí me alarman sus niveles de odio”.

Por CARLOS O LI VA R ES B A RÓ

LA POESÍA ES UN DIÁLOGO perpetuo con el silencio impregnado en los muros. El poeta escribe siempre sobre las tapias que guarecen a los zaguanes. Patio, el poeta ha dejado su huella: en el parapeto del pozo todavía se entrevé la imagen del peregrino sediento. El agua, plata viva que se traga los ojos del que llega presuroso. La poesía es una conversación con sombras insurrectas. Entrar a un poema, discernir los laberintos inquietantes que pronuncian crestas desde la contención. “Estoy desnudo ante el agua inmóvil. He dejado mi ropa en el silencio de las últimas ramas”, nos dice el poeta Antonio Gamoneda (Oviedo, 1931). En orfandad ensimismada, el trovador ha tocado el margen y confirma que “llegar al borde y tener miedo de la quietud del agua” son dos actos de envites cruzados. La soledad es una aprehensión: estamos expuestos ante la premura del azar; en los puertos, el marinero se descamisa: los borbotones de sal manchan sus pies ansiosos de geografía tangible. No hay

pared en el océano: lienzo todo el mar ondulante, espumoso, residual, imprevisible, hambriento. ¿Dónde pronunciar la palabra casa? ¿Dónde vincular memoria con aliento? Cuando llueve en el mar una tiniebla de peces se apodera de todos los presagios. Abundancia de agua que se repite en favor del desesperado que digiere efervescencia. “Ha de llover, / ha de caer la lluvia con dulzura / sobre los suicidas del amanecer.” La poesía llega con la mollina. La poesía llega con los fardeles deteriorados de los deseos dispersos. La poesía se abriga en la vendimia de los amantes solitarios. Un verso, aluvión que el arco apresa en su extensión de resplandor suspendido: la flecha tiembla en el riesgo de prorrumpir y abrigar la garganta del pez. De la realidad y la poesía (Tres conversaciones y un poema) de Antonio Gamoneda, Clara Janés y Mohsen Emadí: éxodo de prodigiosas glosas a todas las privaciones del olvido. Presencia, encrucijada de celebración al más supremo

episodio del hombre: la poesía. Gamoneda cierra los ojos y el diálogo se abisma. Gamoneda cierra los ojos y de sus párpados brotan pasiones añadidas a los prontuarios de todas las apetencias que se agolpan en los disimulos. Estaciones que son puertos; dársenas que son tranqueras; aldabas que punzan el jugo de la madera; fallebas de bronce para proteger la simpatía de la elipsis: “La claridad hablada, tiene la boca en la tumba de los sonidos”. Los versos de Gamoneda se columpian en la amanecida perplejidad de lo inocente: llegar a su alborada, inscribirse habitante de explanadas desvestidas: el sol interviene para subrayar la tibia presencia de las súplicas. El sueño es una Isla de torrentes donde la imposibilidad desafía todas las soflamas. Gamoneda cierra los ojos porque “ha de llover / en el pensamiento y en la felicidad ensangrentada”. Las palabras invocan ceremonias. Confesiones perturbadoras de uno de los grandes poetas de la lengua española.

DE LA REALIDAD Y LA POESÍA (TRES CONVERSACIONES Y UN POEMA)

Edición: Clara Janés Autores: Antonio Gamoneda, Clara Janés, Mohsen Emadí Editorial: Vaso Roto


El Cult ural S Á B A D O 2 5 . 0 6 . 2 0 1 6

N U N C A F U I M O S TA N V I O L E N T O S

Por

CARLOS VELÁZQUEZ

@charfornication

N

o es una casualidad que Pulp Fiction, la película de Tarantino, haya sido promovida en las salas de cine de nuestro país como Tiempos violentos. Era 1994 y el estallido de violencia que se extiende hasta nuestros días en México tuvo su germen durante la década de los noventa. El asesinato de Colosio, el movimiento zapatista, etcétera, fueron la prehistoria de la guerra contra el narco. Aunados a acontecimientos pop como la muerte de Kurt Cobain, impactaron en la psique de millones de adolescentes. Todos estos ingredientes, entrecruzados con las teorías de Burroughs y la MTV crearon un caldo de cultivo que definió nuestra era. No sólo la de los habitantes de las capitales culturales, también la de los nacidos en tierra adentro. La modernidad nunca llegó a la provincia. Fue la posmodernidad la que arribó (y sin ningún delay). Resultado de lo arriba mencionado es el artista José Jiménez Ortiz. Quien ha cocinado su trayectoria analizando los fenómenos de la violencia en el norte de México. Su más reciente trabajo, Sinfonía para 100 motocicletas, retoma la idea de Bruno Latour de que la modernidad nunca ocurrió. Que es el escenario para el ejercicio de la violencia. Antes no se necesitaba un pretexto teórico para justificar la violencia. Existían periodos de posguerra. Pero al no presentarse una guerra en nuestro continente, la realidad se ha instalado en una guerrilla permanente. Nacido en Torreón, Coahuila, la ciudad más violenta del sexenio pasado,

EL CORRIDO DEL ETERNO RETORNO

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NUNCA HEMOS SIDO TAN VIOLENTOS COMO EN LA ACTUALIDAD. LA VERDADERA ILUSIÓN NO ES LA IDEA DE MODERNIDAD, ES LA IDEA DE CIVILIDAD.

El sino del escorpión

Jiménez Ortiz se ve a menudo perseguido por la estética de la violencia. Sinfonía para 100 motocicletas es una extensión de las reflexiones que han permeado toda su carrera. Invitado por parte de Flora ars+natura a una residencia en Bogotá, con la intención de realizar una serie de piezas que relacionaran a la naturaleza con el arte, le dio vuelta al proyecto al instalarse para desarrollar la tarea. Descubrió un elemento que trastocó la visión que tenía hasta ese momento del trabajo que realizaría. La motocicleta. El medio de transporte que utilizaron los sicarios para asesinar a gente en toda Colombia. Sin proponérselo, Jiménez Ortiz realizó un viaje al pasado. La motocicleta es una protagonista de La virgen de los sicarios, la novela de Fernando Vallejo. Que oh casualidad, fue publicada en 1994, en el mismo año que Tiempos violentos. Sin Vallejo la palabra sicario jamás habría llegado a Torreón. Y por lo tanto a Jiménez Ortiz. Filme, cultura, texto, dibujo, instalación y hasta un vinyl con dos piezas musicales, conforman Sinfonía para 100 motocicletas. Algunos de los protagonistas son trapos empleados como tapones de gasolina para las motos y a su vez sirven como potenciales mechas de cocteles molotov. Y el artista también los utiliza como lienzos. Para hacer feliz a un moderno, afirma Latour, hay que regalarle una efeméride. En este caso, Jiménez Ortiz toma 1994, para establecer que su educación sentimental es culpa

de la llegada de la posmodernidad a la provincia. A través de la televisión, de la música, y sobre todo de la política. El mal primordial que la posmodernidad ha exportado e importado de manera global. El ser posmoderno es un ser huérfano de modernidad, asegura Jiménez Ortiz. Nunca hemos sido tan violentos como en la actualidad. La verdadera ilusión no es la idea de modernidad, es la idea de civilidad. La posmodernidad, representada por la motocicleta, es el vehículo para aniquilar cualquier noción de sociabilidad (tampoco es una casualidad que la moto haya sido usada como la representación de la velocidad cuando arribó Internet). Una ausencia de estabilidad que se ha replicado en todo el continente. Y que en este país obedece a un modelo de política incubado durante los noventa. A tal grado que ha trastocado los tiempos actuales. Para Jiménez Ortiz la historia del país, y sus referencialidades provenientes del exterior, se parte en dos en 1994. Una reflexión que lo lleva a la conclusión de que nunca fuimos posmodernos, nunca fuimos posnorteños, nunca fuimos tan violentos. * La exposición de José Jiménez Ortiz, Sinfonía para 100 motocicletas: Un ensayo de antropología simétrica, se inaugura este sábado en la Casa del Lago a la 13:30, en la sala 4. Cuenta con la curaduría de José Roca. Entrada libre. C

Por ALEJANDRO DE LA GARZA

Los moretones de la literatura mexicana EL ESCORPIÓN OBSERVA desde su hendidura en la pared un país cruzado por disputas de todo tipo y de resultados impredecibles. Por ello atiende mejor a una discusión intelectual reciente, un episodio titulado con humor por Eduardo Huchín “Dos críticos de cuidado”, en el cual “el piel roja de la crítica” y el “crítico de tez blanca, ojos claros y nombre extranjero” (según se autodefinió) confrontaron sus opiniones y escritos sobre el autor mexicano Ulises Carrión, y de paso sobre temas como el miserabilismo y el conservadurismo en las letras mexicanas, su “derechización priista”, su “crisis” y hasta el mismo fin de la posibilidad crítica de nuestra literatura. Hace un par de meses, se suscitó también otra discusión en torno a si la literatura mexicana era demasiado conformista, reticente a indagar en nuevas tendencias escriturales y críticas.

El arácnido no duda, reconoce en la confrontación, la discusión y a veces en el enfrentamiento, una tradición enriquecedora de las letras mexicanas. Desde el XIX, para no ir más atrás, las plumas del momento confrontaban su proyecto de nación y su idea misma de la literatura. Talentosos liberales como Gómez Farías y Altamirano se daban con todo contra talentosos conservadores como Lucas Alamán. Los numerosos periódicos, las revistas literarias y publicaciones de la época dan cuenta fiel de esta pugna cultural. Después, el enfrentamiento entre los positivistas y el Ateneo de la Juventud inaugura el siglo XX, y ya en los años veinte los muralistas atacan y se defienden, los estridentistas intentan sacudir la literatura mexicana con sus poses y exageraciones ante el espejo,

los Contemporáneos son atacados por la sociedad decente y nacionalista. El conflicto entre cultura nacional y cultura universal lleva a combates universitarios, persecuciones y disertaciones interesantísimas entre Alfonso Caso y Lombardo Toledano, entre Jorge Cuesta y las autoridades educativas. Las polémicas entre las “mafias culturales” de los años sesenta y setenta, las pugnas entre el Nobel y el Cervantes, son todas luchas literarias enriquecedoras de la cultura mexicana. El venenoso no se purga con su propio destilado y ha participado también en algunas confrontaciones (alguna vez en torno al convencional y millonario Premio Planeta), por ello celebra estas polémicas alentadoras de la reflexión, aunque sea a costa de algunos moretones en el ego.

EL ARÁCNIDO RECONOCE EN LA CONFRONTACIÓN UNA TRADICIÓN ENRIQUECEDORA DE LAS LETRAS MEXICANAS.


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E l C u lt u ra l S Á B A D O 2 5 . 0 6 . 2 0 1 6

RICHARD FORD “LA LITERATURA ES COMO UN AVIÓN” En días pasados, el escritor estadunidense Richard Ford (Jackson, Misisipi, 1944) fue galardonado con el premio Princesa de Asturias 2016 por ser un narrador profundamente contemporáneo y, al mismo tiempo, un gran cronista del mosaico de historias cruzadas que es la sociedad norteamericana. Ford es considerado como el heredero legítimo de Hemingway, y Raymond Carver lo definió como el mejor escritor en activo de Estados Unidos. Es autor de las novelas Un trozo de mi corazón (1976), Incendios (1991) y Canadá (2014), entre otras. Por El

día de la independencia recibió el Premio Pulitzer y el

PEN/Faulkner, en 1996. Además de haber sido agente

inmobiliario, Ford se dedicó al periodismo deportivo en Inside Sports, trabajo que consiguió después de que su segunda novela no vendiera más que un par de ejemplares, y experiencia de donde surgió El periodista deportivo (1986). Aficionado al boxeo, Ford contestó esta entrevista como un round, en el que eligió qué preguntas quería responder sobre su vida, su trayectoria, la creación, los miedos y las fronteras, esa gran metáfora de su literatura y sus personajes.

Por

ESGRIMA

¿Cómo comenzó todo? Cuando tenía 23 años. Llegué a casa y no quería regresar a la escuela de leyes. Estaba muy enamorado de la chica que está aquí (su esposa). Mi madre me dijo: “Richard, ¿qué vas a hacer con tu vida?”, y le respondí: “Intentaré ser escritor”. Le pude hacer dicho diez cosas diferentes y hacerlo en cualquier momento, no sé por qué lo dije ni por qué no lo hice cuatro años antes o después. Pero, bueno, lo hice y debía cumplirlo. Fue algo, como decimos en inglés, adventitious [espontáneo], algo inesperado e irracional. Y hoy, ¿cuál es la razón para crear? Es algo que aprendí al hacerme viejo, no tanto como ahora, pero al paso de los años. Los libros eran muy diferentes para mí cuando era joven. La razón era que no tenía ninguna experiencia, como supongo sucede con la gente joven. Me preguntaba: ¿esto es todo?, ¿en esto consiste la vida?, ¿en estos árboles, casas, calles, carros, en estas personas?, ¿esto es la vida? Y cuando me acerqué a la literatura me di cuenta de que la vida no era sólo eso. Hay cosas que uno puede decir sobre la vida que la vida no dice sobre sí misma. Estas son las cosas que están en los libros. Por la manera en que están ahí, los libros evalúan la vida. Hacen que tu esfuerzo valga la pena. Así que, para mí, escribir libros es eso, tratar de hablarle a los lectores sobre las cosas por las que vale la pena vivir, sobre las cosas que para mí son importantes. ¿Cuál es el estado ideal para escribir? Necesito estar en una habitación silenciosa, sin teléfono, televisión ni internet, necesito haber dormido bien. Eso es todo. No tiene que ser el mismo lugar, puedo hacerlo en un avión, en un autobús o en mi casa, sólo tiene que haber silencio; no puedo estar pensando en otras cosas, como aquí. ¿Qué le dejó el periodismo deportivo? No me gusta leerlo y es quizá porque,

ALICIA QUIÑONES dental de Canadá, donde se ve implicado en dos asesinatos. Es un libro con muchos incidentes, un libro sobre fronteras, cruzar fronteras, una reflexión sobre qué significan las fronteras para ti y qué tanto consuelo puedes encontrar en ellas.

como lector, los deportes nunca me interesaron, menos aún después de escribir El periodista deportivo. Luego de esa novela me sentí exhausto con todo lo relacionado a los deportes. Dice que las historias que no son sólo ficción fracasan. ¿Por qué? Porque me gustan los libros que, como escritor, me permiten expresarme completamente. Aquellos libros que no te permiten expresarte totalmente suelen ser poco exitosos. Y cuando digo “expresarme completamente” me refiero a libros que contengan cosas que yo considero importantes y divertidas, porque tengo sentido del humor. Cada vez que escribo algo que no refleja mi sentido del humor, la historia queda trunca.. ¿Cuál es el miedo más grande que han debido enfrentar sus personajes? Me pones en aprietos con esa pregunta porque nadie me la había hecho... Dos cosas: la primera es que nunca serán comprendidos por la persona que ellos esperan que los comprenda. La segunda es que al final descubren que su vida en realidad no valió tanto la pena. ¿Qué es una frontera para su literatura? Lo que lleva a mis personajes a fracasar es que no son comprendidos por la persona que ellos desean ser comprendidos. Eso sucede cuando existe una frontera entre dos personajes que los mantiene separados. Eso es lo que para mí significan las fronteras, y es algo sobre lo que he reflexionado toda mi vida y que intenté explorar en mi novela Canadá. Es sobre un adolescente cuyos padres robaron un banco y enseguida los meten en prisión; él se queda solo y cruza la frontera norte de Estados Unidos, hacia la parte occi-

HAY COSAS QUE UNO PUEDE DECIR SOBRE L A VIDA QUE L A VIDA NO DICE SOBRE SÍ MISMA. ESTAS SON L AS COSAS QUE ESTÁN EN L OS LIBROS.”

Arte digital > STAFF >La Razón

¿Qué piensa de sus contemporáneos? Soy muy entusiasta y apoyo mucho a mis contemporáneos. Creo que la generación de escritores norteamericanos que ahora están en sus 40 —yo tengo 72—, son probablemente mejores que los de mi generación. No creo que ellos nos respeten como nosotros los respetamos a ellos, creo que se sienten más inteligentes que nosotros y que nuestro trabajo no es tan valioso como el suyo, y yo me inclino a creer que tienen razón. ¿Y sus clásicos? El buen soldado de Ford Madox Ford es muy importante para mí, y ¡Absalón, Absalón! de Faulkner también. Pero en realidad no pienso en esos términos, o en “estos libros aquí arriba y estos otros abajo”. Para mí, la literatura es como un avión: te subes en él, lees esto o aquello, y no esperas encontrar el mejor libro del mundo. The moviegoer (El cinéfilo) de Walker Percy, es probablemente uno de los libros más importantes del siglo xx. ¿Cuál es su opinión sobre México y sus fronteras? Todo lo que escuchamos en Estados Unidos sobre México es una terrible mentira, cosas que deberían asustarnos sobre México y la gente que cruza la frontera. Yo creo que México es un país maravilloso; tiene problemas, pero nosotros, en Estados Unidos, también tenemos problemas. No creo en las generalizaciones sobre México o los mexicanos, pienso que somos seres humanos y los problemas que tenemos con México no son cuestiones de legales o ilegales: son problemas humanos.


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