Alberto Sánchez Argüello LOS GARCÍA
PARAFERNALIA ediciones digitales
Alberto Sánchez Argüello LOS GARCÍA
PARAFERNALIA ediciones digitales
CC BY-NC-ND Alberto Sánchez Argüello Ciudad de Managua, Diciembre 2015
Diseño e ilustraciones Alberto Sánchez Arguello
PARAFERNALIA ediciones digitales
Esta obra está publicada bajo licencia creative commons para más información: http://creativecommons.org/licenses/
ADVERTENCIA A MODO DE PRÓLOGO
Que conste y quede por escrito a estas horas, cualesquiera sean los lugares, formatos, circunstancias o la resolución de pantalla en las que se encuentren: A cada uno y una de ustedes advierto, desde mi experiencia como sobreviviente de Los García, a estas horas y sin coacción de ningún tipo, comparto algo de mi perturbadora relación con esa familia de patronímico común, casi inofensivo, que a ratos recuerda el rostro de un muchacho con mirada de garza, que se asoma quizá a la Mar Dulce desde Granada o camina sobre los tejados en una ciudad con adolescentes que se cuestionan sobre su identidad, originalidad y presencia en Instagram o en cualquier otra red social como Facebook que fue donde sin buscarlo encontré a ese clan. Si bien confirmo que fue sin buscarlo, debo admitir que llegué a nuestro encuentro movida por el deseo de quien espera algo que la inquiete, que la arrastre más allá de una cuantas líneas y alimente su deseo de encontrar una lectura de valor en un mundo repetitivo de selfies y sospechosas citas de autoayuda. En tales circunstancias, encontré los textos que hoy tienen ante sus ojos, publicados originalmente en línea de uno a uno, del 10 al 26 de noviembre de 2015 (con excepción de los lunes 16 y 23), como parte de la iniciativa de #Wordvember, un reto en línea del cual no advertí sino cinco o seis días después, de iniciada mi atracción por la familia creada por el escritor nicaragüense Alberto Sánchez Argüello. Y he de decirles que siendo una mujer adulta, sin interés de disciplinarme en nada, suelo diluirme, distraerme, aburrirme y cansarme muy pronto con los seriales, de los que se esperan todos los días o quizá el mismo día de la semana y a la misma hora, por el mismo canal. Porque soy como muchos de ustedes, que prefieren ver las series en línea hasta que de pronto resulta que se cansan y apagan la pantalla. Pero ahora que tienen a Los García en sus manos o más bien ellos los tienen a ustedes, no podrán abandonarlos sino hasta llegar al final y luego querrán volver sobre sus personajes, sobre un episodio o sobre todos ellos, leyéndolos de manera individual, en orden aleatorio o bien iniciando desde el final, porque siendo una familia de micro cuentos también son una serie de ficciones autónomas, creadas para leerse de manera individual o en su conjunto.
Los aceché día tras día con el calendario, porque sin darme cuenta, Los García se volvieron una costumbre que esperaba a diario, como lo hacían nuestros abuelos y abuelas con las novelas o cuentos que llegaban por entrega en los diarios vespertinos o las revistas mensuales. Viví la experiencia de dos siglos, por un lado la inmediatez de su publicación desde el clic dado por Alberto hasta la notificación en mi dispositivo, al tiempo que sufrí las ansias por el siguiente capítulo. Hasta que llegaba con una nueva sorpresa, con esa línea final con el que terminás riendo y preguntándote cómo fue que no pensaste que terminaría así. Pues bien, vaya en esta relación de los hechos a modo de aviso y confesión, que es cierto que fui cómplice, testigo y viví la dicha de tener (como quien sostiene una avecilla presta para el vuelo) un rito cotidiano que subía desde la palma de mi mano hasta mi cerebro, en instantes casi febriles y aquí hago una pausa —porque sólo quienes han pasado por la Chikungunya o algún trance psicosomático muy del siglo XXI— sabrán de esa sensación de dejar el cuerpo y trasladarse con la palabra precisa, los gráficos sin ojos y los finales matadores, a otro mundo y decir después de dos semanas que se ha viajado a través de quince microficciones y se llegó bien a puerto seguro, nutrido y con ganas de más y hasta se podría decir con cierta gloria, gozando ya de la recuperada cordura ,al otro lado del umbral del submundo o mundo paralelo de Los García, creado por Alberto Sánchez Argüello. Y después de dos semanas, te acordás nuevamente del autor, como quien se acuerda del nombre de un doctor o el número telefónico de urgencias, después de un brote psicótico, porque por esos días en que Los García me llevaron de la mano por las distintas escenas de la vida y del crimen cotidiano, Alberto era lo que menos me importaba. Y he aquí otro mérito del autor, que nos traslada a esa otra realidad que siendo abiertamente fantástica logra convencer, hacerte partícipe en una acción dialógica donde la vivencia de quien lee es mayor que en el cuento tradicional, al tratarse de relatos brevísimos, donde toca imaginar, recrear y amasar parte de la historia con tus propias herramientas, pero siempre a merced de la mente maestra del escritor.
También he de confesar el vacío dejado por Los García, luego que me abandonaran justo un día después de mi cumpleaños, aunque yo, pobre ilusa, esperaba al menos que siguieran hasta el final de mes. Pero vaya una a saber cómo avanzarán los universos de Alberto Sánchez Argüello, escritor, ilustrador, psicólogo, facilitador de talleres y de magníficos relatos, que por ser breves e ilustrados por él mismo son tres veces buenos. Pero ya que están advertidos, debo recordarles que poseen una ventaja que yo no tuve frente a Los García, porque ustedes han descargado un archivo, entrado a una sesión o abierto alguna puerta de este universo llamado Internet para verles, de una vez, de corrido, para disfrutar hasta el knock-out de las historias aderezadas con alguna práctica vudú, dudas domésticas de una madre y las reacciones normales de escolares en la era digital, preocupados por el largo de sus incisivos en las fotos de perfil. Van desde su tiempo y su espacio, y no a merced del cuentagotas de la entrega original. Sabrán también que detrás de Los García, está la generosidad de quien entrega textos y gráficos bajo la licencia Creative Commons, como parte de la iniciativa #Wordvember para escritores que como Alberto aceptan la tarea y el reto de escribir a diario, por amor a la palabra escrita y por la necesidad de contar esas historias que brotan a montón por el talento y la disciplina, tan necesaria para quien crea como para quien lee. Porque si vemos bien, gracias a artistas como Alberto, esos nuevos espacios digitales que han dejado de ser realidad virtual para ser una extensión de la realidad, se nos presentan pletóricos de elementos para gozar de nuestras culturas multiétnicas y pluriculturales en esta era digital. Con mi agradecimiento, quedan sabidos de Los García y de Alberto, y más que recomendados de cuidar el largo de sus colmillos en la siguiente selfie. Martha Cecilia Ruiz Escritora y periodista nicaragüense Managua, 8 de diciembre de 2015.
EL MUÑECO
Ayer mi padre se fue a otro viaje de negocios. Se despidió de mi madre con mucho cariño. Ella se quedó en silencio y se metió a su cuarto para que no la viésemos llorar. Por la tarde, se maquilló toda y nos llevó a comer helados a la tienda de la esquina. Después, nos fuimos con nuestros conos de vainilla al parque del barrio, ese donde hay un payaso que me mira desde los arbustos. Al caer la noche, mi madre comprobó que el cuarto de mi abuela estuviese enllavado para que ella no pueda salir. Luego nos hizo una sopa para cenar y nos acostó temprano. Antes de la medianoche, me levanté para orinar. En la sala, mi madre clavaba alfileres a un pequeño muñeco. Ahora entiendo por qué mi padre siempre la pasa con dolor de cuerpo en sus viajes.
ABDUCIDOS
Esta mañana encontré un murciélago en el cuarto. No sé como logró entrar. Con un poco de miedo logré matarlo con una escoba. En el desayuno mi hermana dejó entera la comida. Nos dijo que le dolía mucho el cuello, pero mamá no le hizo caso. Ella decidió quedarse en casa y me fui solo a tomar el bus. De camino al colegio me pareció ver al mismo payaso del parque mirándome desde una alcantarilla. Durante el recreo les conté a mis amigos que mi madre juega a clavarle alfileres a un muñeco que se parece a papá. Lucía me contó que ha visto a su madre hacer lo mismo. En la clase de español nos avisaron que alguien más había sido abducido por extraterrestres. Nos mostraron una foto del niño perdido y todos se asustaron: era igualito a mí.
SIN REFLEJO
Dice mi madre que de madrugada llegaron unos funcionarios a llevarse a mi hermano. Parece que tuvo algo que ver con los secuestros extraterrestres. Le dijeron que se lo llevaban para hacerle pruebas y descartar que sea un clon o algo así. A mamá no le importó demasiado el asunto, pero papá estaba furioso cuando ella se lo contó por teléfono. Yo aproveché la confusión para irme con mis amigas después de clase. Nos fuimos a casa de Claudia y pasamos escuchando música. Después quisieron bailar pero a mí me dolía mucho el cuello y no las acompañé. Les dije que algo me había mordido mientras dormía, pero se burlaron de mí. Ya noche le dije a Vanesa que nos fuéramos a casa. En el camino, ella pasó hablando de lo genial que sería que yo fuese un vampiro, con eso de poder flotar y ser inmortal. La verdad es que no hay nada de genial en el asunto, sobre todo después de ensuciar mi vestido mientras enterraba el cuerpo de Vanesa. Y lo que es peor, ahora todos mis espejos son inútiles.
ILUSIONES BUROCRÁTICAS
Trajeron un par de ancianos, un niño y una vaca para hacerles pruebas. Nos dijeron otra vez que la seguridad nacional dependía de nosotros y que estamos evitando una invasión alienígena. Nadie sabe por qué se han incrementado las abducciones. Pero el ministro está convencido de que nos quieren clonar a todos, un secuestro a la vez. Lo único que sabemos a ciencia cierta es que estamos trabajando turnos dobles con la misma paga. Despaché las pruebas lo más rápido que pude, sobre todo por el niño que me tenía sofocado con historias del fantasma de su abuela y un payaso que lo vigila. Hoy los regresamos a sus hogares, excepto a la vaca que me la traje a casa. Con ella hice un trato para que "ellos" me lleven a su planeta a cambio de ayudarles a destruir la tierra. De todos modos nunca me gustó mucho este sistema solar.
UNA BUENA MADRE
Soy una buena madre, eso nadie lo puede negar. Todos los días preparo el desayuno, llevo a los niños a la escuela, lavo la ropa y limpio sin quejarme. En casa nunca me han escuchado gritar y siempre que lloro, lo hago sola en mi cuarto. Cuando mi marido regresa de sus viajes de negocios lo recibo con una sonrisa y no le hago ninguna pregunta. Tampoco me gusta hablar de mi vida con otros, menos con los vecinos. Por eso odié las tres horas que estuve encerrada con ellos en el ascensor. Los viejos del catorce y el solterón del dieciséis, ahogándose en sudor, contando sus vidas miserables como si fuesen personas importantes. Que si el alquiler de los departamentos está caro, que si los hijos ingratos se olvidan de sus viejos, que si la vejez es soledad, que si el mundo está lleno de egoístas, que si ser gay es vivir un infierno. Me colmaron la paciencia y terminé gritándoles que no sabían lo que era sufrir la vida doméstica, la infidelidad de un marido imbécil y el desprecio de dos hijos idiotas. Les dije que no sabían lo que era vivir cada Navidad con la ilusión de ponerles veneno en el pavo y verlos morir lentamente, como hice con mi madre años atrás. No dijeron nada. Se quedaron ahí, pálidos, como si fueran peces ahogándose en una playa. Cuando el conserje logró sacarnos se fueron en silencio, alejándose de mí sin voltear. Ahora estoy aquí, en la sala, ensartando alfileres al muñeco del miserable de mi marido, ideando una visita a los del catorce y el dieciséis, sin escándalos, sin desorden, como una buena madre.
JUEGOS PARENTALES
Desde que regresé a casa todo está muy raro. Mi mamá firmó unos papeles y no me preguntó si estaba bien o qué me hicieron en el ministerio. Ni siquiera parece preocuparle la desaparición de los vecinos del catorce y el dieciséis. Mi hermana me olfateó el cuello haciendo ruidos extraños. Luego me dijo que papá regresaba hoy y se sentó sola a desayunar carne cruda. Sólo la abuela estaba como siempre, gruñendo y arañando desde adentro de las paredes. En la escuela mis compañeros murmuran a mis espaldas que soy un espía alienígeno. Sólo Lucía me cree. Ella me ayudó a explicarles que lo de la foto fue un error, que no era yo, que otro niño fue abducido. Pero ellos dicen que la forma de mis orejas me delata. Me acosté tarde. Al lado de mi cama, mi hermana flotaba. Nunca me molestó que fuera sonámbula, pero esto no es normal. Cuando finalmente conseguí cerrar los ojos, un fuerte ruido me despertó. Al salir del cuarto encontré a papá dándole hachazos a la puerta del baño y los gritos de mamá se escuchaban a través del agujero en la madera. Regresé a mi cuarto más tranquilo. Al menos mis padres volvieron a sus juegos.
LUCÍA
Mamá no me habla. Cuando regreso de la escuela me la encuentro sentada frente a la puerta del cuarto de mi hermano, moviendo sus labios sin decir palabra. Desayunamos y cenamos en silencio. Yo le cuento lo que hice en el día, el cien que obtuve en aritmética, las canciones que aprendí a tocar en clases de guitarra, los goles que metí en la liga. Pero ella siempre me mira con frialdad, masticando despacio, como si la comida estuviese hecha de goma. Sólo el fantasma de mi hermano me mira con dulzura desde la ventana. Mi cuerpo no pudo salvarlo. Yo sé que eso es lo que mamá me reclama sin decirlo. Todas las idas al hospital, inyecciones y operaciones no sirvieron de nada. “La médula no funcionó”, dijeron los médicos y mi madre calló para siempre. Lo enterramos un domingo, iniciando el invierno. La lluvia llenó de lodo los zapatos bien lustrados de mi abuelo y dejó el césped del cementerio lleno de perlitas cristalinas. Después, todos se fueron y regresamos a esta casa que ya no parece nuestra. Ahora siempre llueve y todo se siente más vacío. Quisiera hablar con mi hermano, pero él se disuelve bajo el aguacero, dejando una estela negra en el patio. Al final la vaca de mi vecino es la única que me escucha. Ella sabe muchas cosas. Sabe, por ejemplo, cómo hacer una pequeña máquina para desaparecer mi casa, mi madre, todas las casas y todas las madres. Me va a enseñar a hacerla. Entonces podré caminar con mi hermano en la lluvia y dejar de vivir en silencio.
LA ORIGINAL
Todo comenzó con Vanesa. Resulta que logró salir del agujero donde la metí y regresar a su casa, terrosa y sin recordar lo que le pasó. Sus padres, por miedo a las habladurías, no dieron parte a las autoridades y se mudaron a otra ciudad. Pocos días después había mordido a la mitad de sus nuevos compañeros de la escuela. La mayoría sobrevivió y postearon las heridas en sus cuellos por medio de Instagram. Los likes llovieron a millones. Todos sus seguidores pedían ser mordidos. Pronto, #Muérdeme y #Mordido inundaron pantallas y camisetas. Ahora los adultos en cinco ciudades no saben qué hacer con sus hijos que devoran carne cruda en el desayuno y vagabundos por la noche. Miles de adolescentes son populares en sus redes sociales, con sus rostros pálidos y selfies colmilludas. Pero nadie me lo agradece a mí. No tengo un fan page, un grupo a mi nombre, nuevos seguidores, alguna mención, nada. No me dan ningún reconocimiento a mí, que soy la original.
SANGRE DE PAYASO
Tuve un sueño muy extraño. Mi cama flotaba en un río subterráneo que avanzaba entre escaparates de vidrio. En cada escaparate había muñecos de cera, iguales a mi familia. En uno, mi padre sostenía un hacha frente a mi hermana y mi madre sonreía; en otro, mi hermana estrangulaba a mi madre, mientras mi padre leía el periódico; en el último, yo estaba acostado en el comedor y mis padres me devoraban. Al final del río la cama encalló en la base de una escalera vertical. Subí y me encontré en un cruce de túneles que parecían el sistema de alcantarillas de la ciudad. Mientras decidía cuál tomar, escuché una risa y miré al payaso del parque correr. Lo perseguí sin querer hacerlo, como si mis piernas se mandaran solas. Corrí por horas, pasando por encima de crujientes colonias de cucarachas y pequeñas manadas de ratas que intentaban alcanzarme. Finalmente llegué a una puerta al final del túnel. Al entrar me encontré en mi cuarto. El payaso estaba en el centro, sosteniendo el hacha de mi padre. La tomé de sus manos y él se arrodilló frente a mí. Cuando desperté sentí mojada mi cama. Levanté la sábana y la cabeza del payaso yacía a mi lado. Todo estaba empapado de sangre. Mi hermana estaba dormida y mis padres seguían en su cuarto. Me apresuré a envolver todo en plástico negro y lo acomodé a como pude en el clóset de la abuela. Ahora me lavo las manos constantemente; siento que la sangre no desaparece. Si no consigo un mejor jabón, tendré que cortármelas.
UN BUEN MINISTRO
Me llegó un reporte urgente del Departamento de Antiterrorismo y Prevención Apocalíptica. Es la advertencia número setecientos cincuenta y tres de un potencial fin del mundo. Como siempre, el reporte inicia con un recuento de nuestros éxitos recientes en política preventiva: la eliminación de veinte posibles magnicidas, la cura del nuevo brote de zombis burócratas y el hundimiento de una isla comunista. Agregaron unas cuantas advertencias sobre la epidemia de vampiros adolescentes, concluyendo que no hay nada de qué preocuparse, mientras sigan limpiando las calles de vagabundos y niños inhalantes. La parte toral, sustentada en las visiones de treinta adivinos de feria, lectura de runas y varias tazas de café percolado y el calendario maya extendido, concluye que el fin del mundo se está gestando en una tal familia García que vive en alguna parte de nuestra capital. Estas noticias son alarmantes y terriblemente inespecíficas. Neutralizar a cada uno de los García de la ciudad nos tomaría demasiado tiempo. No me queda más remedio que iniciar un largo y tedioso papeleo para solicitar la destrucción total de la capital y sus habitantes.
MALOS VECINOS
Encontré una cabeza de payaso. Estaba en el clóset de la abuela, envuelta en una sábana y plástico negro. Estoy segura de que es alguna especie de mensaje. Alguien sabe lo que les hice a los del catorce y dieciséis. Saqué la libreta y comencé una lista. Escribí el nombre del vendedor de seguros que nunca saluda, ese que tiene un tic en el ojo y parece que nunca se baña; el del pastor que vive en la planta baja, el mismo que le grita todos los días a su mujer y mira de reojo a mi hija adolescente, la mira y se saliva como perro hambriento; el de la vieja gorda del treintaitrés, la que apesta a excremento de gato. Escribí sus nombres y calculé posibilidades. Luego dejé de escribir. Todos los que viven en este condominio son unos seres asquerosos. Pudo ser cualquiera. Necesito tiempo para pensar. Menos mal que el inútil de mi marido volvió a irse. Otro supuesto congreso fuera de la ciudad. Un par de noches atrás intentó matarme de nuevo. Derribó con su hacha la puerta del baño donde me escondí, pero se asustó con mi primera cuchillada. Él se fue, pero dejó el hacha. Aunque es un poco pesada, creo que la puedo manejar. Saqué mi calendario del cuarto y empecé a escribir nombres en él. Serán muchas noches, pero la cabeza del payaso necesita compañía.
CORAZÓN ROTO
Sentada en esta banca pienso en mi vida. Ya no queda nada de esa emoción inicial de flotar sobre los techos. Moverme por encima de los parques y esperar sentada en las copas de los árboles. Acechar a vagabundos y niños perdidos con sus tarritos de pegamento. El gusto de la cacería. La recompensa final. En casa la carne cruda escasea. Mi madre ya no sale a hacer compras como antes; se la pasa todo el día sacándole brillo al hacha de papá. Mi hermano ya no habla conmigo; siempre está lavándose las manos hasta sacarse sangre de la piel. Ese sitio ya no es mi hogar. Ya no me importa que todos crean que Vanesa es la original. Ahora, los vampiros adolescentes se mueven en manadas, bañando de sangre el asfalto nocturno de otras ciudades. Yo amo mi soledad, pero a veces quisiera un acompañante, otro monstruo que mire la luna como yo la miro. Alguien con quien compartir la cacería. Por eso me acerqué a ese muchacho. Uno que tenía una mirada oscura, un brillo de demonio en los ojos. Lo seguí por horas y me hice notar. Él me esperó en un callejón. Noté que tenía un bulto bajo su chaqueta. Pensé que era una pistola, una navaja quizás. Me acerqué confiada de mis colmillos y de mi cuerpo inexpugnable. Él me dejó acercarme y ofreció su cuello. Yo, consumida por la fantasía de un amante inmortal, me dejé llevar. Tardé un tiempo en sentir la estaca rascando mi corazón. En un parpadeo desmembré al muchacho, pero el daño estaba hecho. En el fondo sabía lo que iba a pasar, siempre lo supe. Ahora la banca se alarga debajo de mí, como un mausoleo de granito. Allá arriba la luna se torna roja y yo siento frío, por última vez.
EL REY
Ayer renuncié a mi trabajo de laboratorista. No soportaba las miradas de desaprobación de mis colegas en el ministerio. Maldita la hora en que hice el trato con esa estúpida vaca clonada. Tendría que habérsela entregado a la sección de interrogatorio alienígena en vez de traerla a mi casa. Al comienzo me pareció una buena idea ayudarles a destruir la tierra. Se me ocurrió que podría iniciar una pequeña comunidad terrícola en el planeta al que habían prometido llevarme. Tener mi propio harén y procrear una centena de niños. Traté de convencer a varias colegas para acompañarme. Pero ellas, en vez de apreciar la oportunidad histórica que les ofrecía, me gritaron cerdo machista y me denunciaron por acoso. Al poco tiempo me llamaron la atención y me hicieron todo tipo de pruebas psiquiátricas. Tuve que matar a la vaca y comérmela, no podía dejar rastros. Ahora me vigilan. Hay cámaras en el inodoro, en el comedor y en mi cuarto. Abajo hay un auto de vidrios polarizados que nunca se va. Desde que me comí la vaca, escucho sus comunicaciones telepáticas en un idioma que no comprendo. Varios tumores me crecen en el pecho irradiando una luz verdosa por las noches. Soy muy cobarde para matarme, pero sé que no me queda mucho tiempo. Así que no volveré a salir de la cama. Soñaré con ese planeta lejano en el que mi comunidad florece en armonía entre mis esclavas sexuales y cienes de niños felices que me proclaman como su padre y su rey.
UNA BUENA FORMA DE MORIR
El grifo del baño está goteando. Escucho la gota caer cada cierto tiempo, pesada, haciendo un eco que recorre el departamento, como una pequeña explosión. Me gusta que el espacio se llene de su sonido. Prefiero concentrarme en ese goteo, en vez de los ruidos de los coches que van y vienen por la calle, como si la noche les diera permiso para ir más rápido. Tengo hambre, pero no sé si vale la pena caminar hasta la refrigeradora; son cinco metros que mis huesos van a resentir. Toca decidir entre mi estómago y mis rodillas. Creo que van a ganar mis rodillas. A mi edad hay que saber cuáles son las batallas que vale la pena perder. De todos modos ya pronto amanecerá y me cocinaré un par de huevos revueltos con tomate. Es sólo otra jornada de insomnio para un viejo jubilado. Mi nieto viene mañana. Otra vez intentará convencerme de mudarme a su casa en la ciudad vecina. Pero yo no quiero estorbar, su esposa es demasiado amistosa. Ellos no saben lo que es vivir con un viejo artrítico que empieza a olvidar ir al baño. Sé que me dirá otra vez que faltan días para que destruyan la capital, y toda esa información confidencial que le pasaron en el ministerio. Algo sobre prevenir el apocalipsis y otras locuras que se inventa este gobierno. No me importa si es verdad. ¿Qué harían estas paredes sin mis ronquidos? Además, yo sé que la señora García visita los departamentos cuando cree que nadie la mira. En las madrugadas entra con un hacha de metal y al día siguiente otro vecino desaparece. Es una buena forma de morir, sin funerales caros y aburridos. Pienso en eso mientras escucho la gota caer. Puedo escuchar su recorrido en el aire, lento y preciso como una bomba de cristal, y detrás, apenas perceptible, el sonido de la puerta abriéndose.
MI MADRE ENTENDERÁ
Mi hermana desapareció hace un mes. Llevaba varias noches de salir a pasear hasta el amanecer, pero esta vez no volvió. Le dije a mi madre que llamara a sus amigas, pero a ella sólo le importa el hacha de papá. Creo que su mente está tan mal como la mía. Intenté llamar a papá, pero como siempre no responde. Desde su último viaje no hemos vuelto a saber de él. Yo tuve que ponerme guantes para olvidarme del payaso, aunque permanece la sensación pegajosa de sangre entre mis dedos. No he entrado al cuarto de la abuela. No quiero confirmar que la cabeza del payaso sigue en el clóset donde la dejé. En estos días sólo he podido contar con Lucía, mi mejor amiga de la escuela. Aunque se puso muy extraña desde la muerte de su hermano. Incluso me contó de una vaca que le enseñó a construir una pequeña máquina. Al comienzo no quería ayudarla a construirla, pero me fue convenciendo un poco cada día. Así que fuimos reuniendo las piezas y decidimos guardarla bajo mi cama. Luego pasó lo del accidente y Lucía no ha vuelto a despertar en su cama del hospital. Se suponía que entre los dos activaríamos la máquina, pero sólo quedé yo para hacerlo. Cuando lo haga, la máquina producirá una onda expansiva que me borrará a mí, luego a mi madre, los vecinos, el resto de departamentos, a Lucía y su madre, el hospital, la escuela, mis compañeros y profesores, el ministerio, los bomberos, los policías, los perros, los gatos, los árboles del parque, los niños sin casa, la heladería, todos los chocolates, el resto de ciudades, el agua, la tierra, mi padre… Sólo tengo que acercar mi mano, apretar el diminuto botón rojo y desear en el último segundo que el mundo vuelva a nacer con nuevas ciudades, con otros departamentos y en uno de ellos mi familia, a como fuimos, a como pudimos ser. Mi madre algún día lo entenderá…
LOS GARCĂ?A: el origen de las pesadillas
Allá por el diez de noviembre me encontré con el hashtag #Wordvember en tuiter. Lo seguí como al conejo blanco y me condujo a una dinámica propuesta por el escritor español M. Floser. El #Wordvember, por segundo año consecutivo, emulaba al #Inktober, retando a escribir una narración diaria durante todo noviembre. Ese mismo día acepté el reto y concebí una microserie. En tuiter conocí las microseries, de la mano de los mexicanos Alberto Chimal y José Luis Zarate. Por eso mis primeros experimentos con ellas fueron en ciento cuarenta caracteres desde mi cuenta @7tojil en tuiter. Luego la ecuatoriana Solange Rodríguez Pappe me presentó Caza de conejos de Mario Levrero y me hizo alucinar. Después de leer a Levrero, me arriesgué a crear Prisioneros, una microserie de 17 minificciones de un párrafo a una cuartilla, sobre el escape de un grupo de presos políticos. Más adelante experimenté con Tellus mater, una microserie de 7 minificciones sobre una expedición al centro de la tierra. Para #Wordvenber mi idea era escribir una minificción diaria sobre Los García, que fuese parte de un universo mayor, pero sin perder su autonomía narrativa, de tal forma que cada una pudiese leerse de manera individual, pero que en su conjunto narrasen una historia mas grande. La base de inspiración provino del universo de horror de mi querido Stephen King y de la serie gráfica de Todo está perdido de Paco Alcázar. Los García rápidamente tomaron vida propia y me llevaron a terrenos nuevos, mucho más complejos que los de las microseries anteriores. Escribir Los García implicó asumir la piel de múltiples voces y personajes, cuidar su evolución, revisar la coherencia y continuidad entre las historias y velar por la meta narrativa de la que sólo tenía claro el final.
A la mitad de camino empecé a tener pesadillas horribles y ya por la minificción doce busqué como terminar antes de empezar a repetirme o escribir textos sin mayor relevancia. Un amigo me decía que Los García son un strip tease de mis heridas. Seguramente tiene razón. Me encuentro muy agradecido con M. Floser por ser el padre de esta dinámica que me ha dado la excusa para crear un nuevo monstruo. También agradezco a Guillermo Obando Corrales por darle una mirada crítica y edición final, y a Martha Cecilia Ruíz por sus palabras de advertencia. Y por supuesto, gracias a los lectores y lectoras que siguieron la serie en su gestación online y que ahora las leen en esta versión completa. Gracias por compartir mis pesadillas. Alberto Sánchez Argüello Managua 9 diciembre 2015
Alberto Sánchez Arguello (1976, Managua, Nicaragua). Psicólogo, ilustrador y escritor de minificción. Editor en PARAFERNALIA ediciones digitales. Fundador del primer colectivo microliterario nicaragüense. Primer lugar categoría lengua castellana IIª Convocatoria Internacional de Nanocuento Fantástico y de Ciencia-ficción "Androides y Mutantes" (2012). Incluido en Destellos en el cristal: Antología de microrrelatos de espejos, publicado por la revista digital Internacional Microcuentista (2013) Incluido en antología "Flores de la trinchera" del fondo editorial Soma, Nicaragua (2012). Incluido en "99 crímenes cotidianos" antología de minificciones publicada por La pulga editorial en Madrid España (2015) Incluido en “Viaje a la oscuridad” Antología de cuento breve Lengua de Diablo editorial México (2015). Incluido en “50 demonios” antología de minificción de ArteSano Digital y Penumbria, México (2015). Publicaciones en las revistas Narrativas, Periplo, Hilo Azul, Literofilia, Penumbria, Plesiosaurio y Karebarro y en los sitios Dos disparos y Realidad Bohemia. Autor invitado a Centroamérica Cuenta, Nicaragua (ediciones 2014 y 2015) al festival de literatura de la Universidad Centroamericana, Nicaragua (2015) y la XXVI Feria Internacional del libro, Costa Rica (2015) Algunas de sus minificciones han sido traducidas al portugués y al italiano. Blog: El santuario de las ideas
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