MUESTRA COLECTIVA de los espacios de creación literaria Cultura UCA

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Espacios de creaci贸n literaria Muestra colectiva

PARAFERNALIA ediciones digitales


Espacios de creaci贸n literaria Muestra colectiva

PARAFERNALIA ediciones digitales


CC BY-NC-ND Alexander Reyes Gabriel H. Vega Gelena García Melissa López Gaitán O.S. Sándigo Cindy Pavón Ana Yilian Giroud Kimberly Jiménez Yereling Nohemí Ruiz María José Montiel Claudia Johana Fernández Ciudad de Managua, Agosto 2015 Ilustraciones de Lourdes Mayorga Diseño y diagramación Alberto Sánchez Arguello

PARAFERNALIA ediciones digitales

Esta obra está publicada bajo licencia creative commons para más información: http://creativecommons.org/licenses/


MUESTRA DE LOS ESPACIOS DE CREACIÓN LITERARIA DE LA UNIVERSIDAD CENTROAMERICANA – UCA Coordinación de Cultura Agosto 2015 Sobre este compendio Las obras que se presentan a través de esta muestra, pertenecen a estudiantes y colaboradores de la Universidad Centroamericana. Los trabajos se desarrollaron en el marco de los Espacios de Creación Literaria que se facilitan a través de la Coordinación de Cultura y se presentaron en el IV Festival de Literatura UCA 2015, enmarcado en el 55 Aniversario de la Universidad Los Espacios de Creación Literaria, tienen el objetivo de fomentar el intercambio crítico entre las y los participantes, además de proporcionar la oportunidad de desarrollar la escritura a partir de dinámicas de trabajo y ejercicios creativos. Sumando al trabajo de creación literaria, se destinaron algunas sesiones al aprendizaje del encuadernado artesanal japonés (watoji). La publicación de este material es única en tanto combina su divulgación a través de Parafernalia Ediciones Ditigales con medios artesanales como el watoji. En cada uno de los trabajos se escucha el propio estilo de sus creadores, diversos y diversas en sus búsquedas y afinidades. Leer este material es una importante oportunidad para aproximarse al trabajo de escritores y escritoras emergentes. Lourdes Mayorga Facilitadora de los Espacios de Creación Literaria


Participantes y Obras Alexander Reyes Donde se esconde la huella Hacha de papel El baile de la alegría Gabriel H. Vega En el bus Gelena García Rostro Melissa López Gaitán La farsa: La verdad detrás de la apariencia O. S. Sándigo La mujer de atrás Cindy Pavón Los perros del guitarrista Ana Yilian Giroud Mendoza Un galpón abandonado Kimberly Jiménez Camilo Yereling Nohemí Ruiz Cruz Papá coyote y los coyotitos María José Montiel Arrinconada Claudia Johana Fernández Aguilar Destino



Alexander Reyes (Managua, Nicaragua, 1995) “Soy poeta y actualmente estudio Administración de Empresas. Fuera de mi ámbito profesional dedico mi tiempo a la lectura de poesía, filosofía y ensayos literarios. Soy activo en mi proceso de creación.”


Donde se esconde la huella ¿Qué culpa tienen las huellas que nunca pisaste? Ninguna. Y si en otra vida tus huellas son las que me persiguen. ¿Adónde me esconderé? Hacha de papel Bajo el corte de la yugular del árbol, astilla el color púrpura, y poco a poco, el monasterio llora un alma ausentada, predestinando un sueño, horror de mano dura y azote de cantos. ¿Hay voz muda en las raíces del papel? ¿Acaso no subrayan los trazos arquitectónicos el verde? De cuando en cuando, el filo restante, rebana un tiesto, molde de letras, embrujadas por el apellido Baudelaire y perdidas por el zumo de los dioses.


El baile de la alegría El marcapaso de las notas, delgadas en un solo redondel, dicta las modalidades al son de una nefasta queja que zambulle un grito, ya está de nuevo el baile de un lado para otro, agitando sus facetas indignadas por ser un respiro. Al momento, cae un trazo al bloque cubierto de una sola tinaja que marca el ritmo de las noches mudas. Las cuerdas se deslizan entre los dedos cortando el hilo de punto de partida. Y un cuerpo sin flautas repite el prototipo de las vocales, llamá al fuego, artillero que amonesta el canónico baile enraizado en la dulce clave de papel, esperando medio vuelco nauseabundo al gordo soplo de cántaras iluminadas, calladas al son que no se puede ver,


y que la bulla torteada en rodajas de gramos gigantescos yergue debajo del regazo, cerca del sol a sol. Hasta entonces, el amorfo canto que no acalla al reino indeleble de los salmos, brota una espina cubierta de las primeras j贸venes que no est谩n constituidas de ficci贸n ni capullos negros, el Cautiverio las toca en la sinfon铆a, y regresa la infancia plural del poema.


Gabriel H. Vega “Matagalpino, de San Pedro de Metapa (Honor a San Pedro Nolasco). Del año 68. Ecólogo de la Escuela de la UCA, de la Sociedad de Poetas de la Piedra y Malacólogo de la Estación Biológica.”


En el bus Ahí está pausa El sol de frente Sus ojos, fogonazos en lumbre Ensueño, sal y agua En calmo arrebato ¡Cuánto ama En la cara Ese incómodo cierzo Confundido con la calma El agua, la sal y el ensueño! Ahí pausa Atadura de tiempos Cárcel de coordenadas obligadas Cabalgadura de 4 puntos imaginarios, Etéreos Supremos, abundantes La brisa le balancea con cadencia de años En madera a torno, suave, melancólica Espantada, una que otra idea se escurre Asomada a su cráneo ¡Zumbar de abejas en el fondo de un barullo!


La cabeza añeja, coronada de mustio musgo Y una araña, bicho diminuto Tejiendo hilos finísimos, blancos en su boca Creciéndole un sueño Eterno, silencioso (…) Es la era en que las canas callan Son otros estos días, no son los suyos Los suyos eran ávidos de escucha Es la hora del silencio en los labios resecos Nadie consulta los lóbregos ojos (…) Las maquinitas en las manos aplacan las dudas ¡Y pensar, tanta ignorancia alzada en la era de la comunicación! pausa (…) El azul infinito disuelve sus ojos sedientos de altura Hambreados de oído… la vista retenida en la retina Le salva del estorbo que atesta los ojos Reinar sobre la calma involuntaria es su oficio Él o ella – vive el drama de un rollo Que poco a poco hace más agua Portentosa madre del sarro cada vez más actual Cada vez más de este tiempo criminal


Gelena Garcia G. Estudiante de Enseñanza del Inglés en la UCA. Actualmente su trabajo se enfoca en la creación poética a partir de la observación.


Rostro La rata en su hueco destroza el papel para cubrir el frio, se esconden en el los infelices en multitud, se esconden en él las cicatrices en amplitud, se ocultan las tiras de los trapos de las putas. En el bochorno, en el viento, en el frío, el cuartucho de zinc vislumbrar sus rostros cansinos, cenizos y grises, en un abrazo gritan llamando a la húmeda lluvia que corre al otro lado de la esquina. Con su magro rostro pasan al lado del rechoncho y risueño busto. En la esquina con su bonita fachada sonríe un grupo


con el mismo rostro; los otros lloran a raudales queriendo un pequeño atisbo de esa luz, pero siguen del otro lado con sus descoloridas sabanas que se rompen en pedazos por el hedor. El perro callejero que roe el hueso, desesperado persigue su cola para engañar al hambre y las tripas chillantes soñando con otro lado de personas con rostros iguales, vidas ficticias, estómagos llenos y cómodas camas. Caminando aprendieron a sufrir, los otros no tienen nada que decir. Del otro lado hay risas con matices de perfume de flores plásticas no hay palabras en él, y del otro lado solo está el cuartucho sarroso que grita, que reclama, que sueña y existe.


Melissa López Gaitán “Nací el 14 de Septiembre de 1991. Soy comunicadora social y feminista y a través de mi trabajo lucho para que la realidad de las mujeres tenga equidad. Soy amante de la redacción de relatos cortos.”


La farsa: La verdad detrás de la apariencia El agua caliente salía a chorros de la regadera. Toallas blancas con las iniciales P. F. adornaban el lujoso cuarto de baño y cerámica que reflejaba su aspecto como un espejo. Quien diría que los caminos del señor te hacen vivir como una celebridad, si todos lo supiéramos quisiéramos ser el papa. Sí, todo inició ahí, en el baño. Mientras el papá pensaba: “¿Qué podría ser un buen regalo para el sacerdote Gonzáli Aemilius?”. Tenía una semana de andar preguntando a su personal más cercano que regalarle al sacerdote uruguayo pero nadie había tenido una idea que le agradara al papa. Hasta ese día en el que el agua caliente y meditar bajo la ducha lograron la revelación. Salió corriendo del baño, mientras dos señoras, recias y con uniformes blancos y líneas rosas ordenaban su cama. Asusto a todos los que preparábamos el desayuno, para que esa mañana estuviera a su altura. Unos pensaban que andaba mal del estómago, otros que había chispeado la ducha como sucedió hace dos semanas en la


que los gritos del papa resonaron en la Casa de Santa Marta pero no era así. El papá se encontró conmigo: “Marcus sal y cómprame un ipad modelo A1460, retina de 32 Gb, con tecnología inalámbrica bluetooth 4.0, además conexión wifi, 4G y chip A6X dual” dijo sin respirar o bueno eso parecía. ¡Guauu! Me imaginaba que el papa no se equivocaría con mi nombre por tanta gente que trabaja para él pero lo que jamás imaginé es que sabía tanto de aparatos tecnológicos. “Como ordene” respondí. En seguida me dispuse a cumplir la orden y como es de imaginarse no me costó encontrar un ipad más cuando decía que era para el Papa Francisco. Regresé con el encargo, subí a la habitación y se lo entregué al Papa. Lo abrió y el silencio llenaba la habitación, soy nuevo trabajando acá no quiero decir cualquier tontería que lo incomode. De ese tiene mi sobrino es el mejor, lo va a disfrutar Papa. Dije con una enorme sonrisa, como la del gato sonriente que sale en el cuento de Alicia en el país de las maravillas. Él se volteó y dijo que no era para él sino para el sacerdote uruguayo. Sin


embargo, ya no le parecía tan ingeniosa la idea. “Pero ahí podría andar una biblia electrónica, con efecto de sonido y todo eso”, replique. Sin embargo, no seguía de acuerdo, dejó en una mesa de noche el aparato y se dirigió a la capilla donde se estaba por realizar la misa matutina. “¿Lo tendré que regresar?, ¿Se lo quedara?, ¿Se habrá molestado conmigo?” la cabeza se me llenó de interrogantes, me decidí a esperar que pasaba por la tarde. Ya cuando el sol bajaba su intensidad, el Papa regresó a descansar. Será que mis interrogantes tendrían una respuesta. Pregunté que hacía con el ipad. Con firmeza dijo, “regrésalo”. En ese momento recordé las bragas con las que salía Bridget Jones en la película y que estaban autografiadas por su coprotagonista Hugh Grant y por las que pagaron 3,000 euros. O la prueba de embarazo de la cantante Britney Spears. La gente sin duda se vuelve loca por los objetos de los famosos. Mmm y el Papa es una figura pública. No tardé mucho en proponérselo.


Papa Francisco: “¿y porqué no le graba su nombre al ipad y para que tenga más importancia lo bendice?”, él hizo una cara desconcertada: “¿para qué querría Gonzáli un aparato de estos que ni uno sabe usar y peor con mi nombre?”. “Papa, es más que obvio, usted es una figura pública podrían hacer una subasta y el dinero donarlo a la caridad”. En esos momentos comencé a explicarle las subastas insólitas que hacían los famosos y como había gente que no le importaba la cantidad pero la pagaban por ser de ellos. Finalicé la explicación y no sonaba tan descabellado. “¡Sí!”, me dijo, “te encargarás de los preparativos”. Grabarle el nombre del Papa no dilató mucho, cuando lo volví a tener en mis manos, bendecirlo era la segunda fase. Y le correspondía al Papa. Tomamos fotos para corroborar que si lo había bendecido. Luego se hizo una llamada al sacerdote uruguayo para que estuviera al tanto de todo. Los medios de la farándula y de noticias nacionales e internacionales estaban como


hienas, esperando algo saliera mal para hacer un escándalo. Las presentadoras enfrente de la Casa Santa Marta, con esas risas que caracterizan a las hienas en las caricaturas, uno de los mamíferos con la mordida más fuerte de todos, esperaban con ansias la subasta que emocionó a los feligreses católicos. El Papa interrumpió mis pensamientos llenos de sarcasmo. En ese momento recordé que se nos había olvidado lo más importante: el precio y a quien se donaría el dinero. ¿Será que todo lo tendré que pensar yo?. Le propuse al Papa que la subasta se llevara a cabo en Uruguay era lo más correcto después de todo ahí vivía la persona del obsequio. La cantidad la puso el Papa Francisco, tendría el precio de 40 mil dólares. Sonó el teléfono, era Gonzali Aemilius quien llamó para proponerle al máximo representante de la iglesia católica hacer la donación al Liceo Francisco Paysandú en Uruguay. El Papa no se opuso. El 14 de Abril se dio la subasta con éxito y para el día siguiente el Papa me seguía


llamando Marcus. ¿Qué va de Alejandro a Marcus?. Cuando me llame debería recordar la canción de la cantante controversial, bueno una de tantas, Lady Gaga con Alejandro, Alejandro. La realidad es que si no se acordaba de mi nombre menos se acordaría de que uno de sus servidores había dado la idea de la subasta “Del ipad bendecido” por el Papa Francisco.


O. S. Sándigo “Soy estudiante de Comunicación Social. Nací en Camoapa, Boaco, el 11 de septiembre de 1995.”


La mujer de atrás Tenía todo listo: en mi bolso había guardado toda la ropa que había traído para poder sobrevivir con mi papá en este viaje, además de los productos de uso diario, por supuesto, y me había puesto las botas de hule, pues había mucho lodo. Íbamos a abandonar nuestro paseo a causa de una gripe rebelde que me había molestado desde hacía tres días, haciéndose cada vez más fuerte y con consecuencias extremas. No teníamos, pues era un lugar remoto, pastillas para mis fiebres. Revisé lo que había empacado, una vez más, y no faltaba nada; incluso, hice una revisión mental, pero no encontré que algo me faltara. Todo ese proceso complejo de revisión y re-revisión lo había aprendido de mi papá, desde una vez que dejé las llaves de mi cuarto en el suyo y él se llevó las llaves de su cuarto al cuarto de quién-sabe-quien, y lo llamé para preguntarle, pero no me contestó, y cuando volvió, no hizo más que propiciarme tremenda apaleada.


Me había despertado a las cinco de la madrugada, porque él me había dicho que el viaje era a las seis; así tendría una hora para bañarme y alistar las pertenencias que no había alistado la noche anterior porque me era imposible, pues tenía que usarlas el mismo día que las alistara. Al salir de la casa, tomé mi bolso y recordé que se me había olvidado algo que debía solucionar inmediatamente: mi vejiga estaba a punto de reventar. Así que me puse a orinar detrás de la camioneta mientras imaginaba que una mujer se subía a la cabina: iba a ser un buen viaje. Mi papá estaba esperándome desde hacía ya diez minutos, así que me apresuré: me subí el zíper y abordé la camioneta en el puesto del copiloto, donde la mujer no estaba. Mi papá iba a mi orilla, él conducía. La primera vez que creí mirarla a los ojos, a través del retrovisor, me sentí abrumado: su ceño fruncido me avisó de su preocupación. Quizás vió en mis ojos, los ojos del diablo, mucho antes de que este se la llevara; al fin y al cabo estaba yo leyendo El infierno, de Dante. Ella parecía estar preocupada, y yo estaba feliz, aunque también un poco celoso, porque había algo diferente en mi papá: él no


solía dirigirme la palabra, y yo no solía escuchar su silencio inoportuno, pues lo reemplazaba―fuera con música o con las imágenes recreadas de las brujas con los ojos fruncidos y las cabezas volteadas hacia atrás. Sin embargo, este día, él me dirigió la palabra, y yo lo escuché: ― ¿Querés comer algo? Definitivamente quería. No había desayunado. Pero él nunca hacía eso, nunca preguntaba. Fue entonces cuando comencé a sospechar de la misteriosa imagen de la mujer de atrás, y me fijé en su rostro. Era alguien con un perfil casi perfecto: sus mejillas febriles no eran hundidas, pero su maquillaje oscuro las hacía parecer así, sus ojos eran del color de la canela y estaban al margen de la línea de su rostro que sólo era sobrepasada por su nariz, la cual era tan respingada que apuntaba hacia el noreste, y sus labios, que eran amorfos y estaban llenos de una pintura del color de la sangre más pura que yo hubiera visto… o imaginado. ¿Acaso sería esta mujer una de las tantas con las que mi papá se había echado? Puse más atención a su rostro.


haberlo visto antes! ― Lo que quiera la señora―contesté. ― ¿Qué señora? ―preguntó mi papá Su broma me pareció en absoluto graciosa. Era deducible, de su respuesta, que quería que yo pensara que ella no era una “señora”, que no era otra de “sus señoras”. Pero yo era más astuto que él y había descubierto su plan. Decidí no contestarle, porque si lo hacía, iba a caer en su trampa de verme como un tonto ante él y su astucia, y si no lo hacía, entonces él iba a notar mi desagrado hacia su burlesca pregunta retórica. Al parecer la señora no quiso nada, porque él nunca se detuvo; y, a pesar de que no se detuvo, siguió actuando de forma extraña, y yo seguí sorprendiéndome. Me mostró el Lago Rosa, que quedaba a diez metros de la carretera y que estaba rodeado de árboles tan gigantes como mi estupefacción en ese momento a causa del cambio que esa mujer producía en mi papá. Siempre me había sorprendido el hecho de que, en verano, un pequeño lago se tornara de color rosado,


pero él nunca se había mostrado dispuesto a contarme por qué. Esta vez, me dijo que habían muchas teorías alrededor de ese lago metamorfoseado, pues en invierto era tan verde como la hez de las vacas que bebían de él, después de haberlo orinado y cagado. El lago era, en verano, la pana con agua en la que los mejores soldados que sobrevivían a las batallas de los cien dioses se lavaban las caras y enjuagaban las espadas ensangrentadas después de haber degollado a algunos, y después de que algotros les cortaran los rostros, si acaso no los decapitaban también, puesto que era el único lugar, en todo el llano de los dioses, del que el agua no se iba con el calor irritante del sol veraniego. Habían pasado tres horas desde que partimos. Mi papá no le había dirigido la palabra a la misteriosa imagen de la mujer en la parte de atrás del piloto, pero sí a mí. Yo tampoco quería hablarle a ella. No ahora que había confirmado que no era más que una de las amiguitas de mi papá; sin embargo, no dejaba de pensar en el impacto que ella tenía en él. Gracias a ella él me había hablado, y


ahora se respiraba más tranquilidad. El aire acondicionado estaba congelando mis manos, y mi garganta se me habría desgarrado de no ser porque mi papá sacó un cuchillo de debajo de su asiento. Mis manos no eran las únicas heladas ahora, pues pude observar la expresión que se pintó en el rostro de la mujer, y no fue grata: palideció al ver el cuchillo. ¿Querría vomitar? ¿Pensaría que íbamos a matarla? El viaje era digno de causar ganas de vomitar, pues los muchos vericuetos escabrosos y las muchas curvas estremecedoras hacían que el estómago de uno se revolviera con una facilidad casi asible. Mi papá detuvo la camioneta, se bajó e inclinó su asiento hacia delante, y, repentinamente, dirigió la punta del cuchillo hacia donde estuvieran los pies de la mujer con tal fuerza que le habrían quedado unas heridas semejantes a las de Jesucristo. Yo me estremecí, pues no creía a mi papá capaz de atacar a la mujer de esa manera. Cuando levantó el cuchillo, sin embargo, pude ver que lo había ensartado en una naranja y que comenzaba a pelarla para dármela. Aquel sabor agridulce habría de


saciar mi sed, y habría de proliferar los molestos efectos de la gripe. ¡Es que andaba alegre el hombre! Cuando se bajó a orinar, a unas cinco horas de haber partido, lo hizo en un lugar estratégico: frente a un corral de piedras. Así podría sacar el nido de oropéndola que estaba entre sus piernas, mientras admiraba a las vacas, y a los búfalos y toros que caminaban con ellas. Imaginé que su objetivo era mostrármelos, así que también bajé. Yo había planeado mostrarle mi odio hacia esa mujer, odio que era alimentado por el amor, literalmente: entre más amor me demostraba él con las pequeñeces que estaba haciendo y que nunca hacía, más odio surgía en mí hacia la misteriosa mujer de atrás, porque no me creía cuánta influencia tenía sobre él. La odiaba porque vino a remover esos sentimientos que ya estaban sepultados en el corazón de un muerto insepulto, porque su imaginario rostro perfecto me hacía imaginarme cuántas noches de placer habría tenido mi papá con ella, y cuántas noches habría pasado mi


mamá revolcándose en su tumba, como una de las tantas lombrices fétidas que su cadáver producía, y sobre todo la odiaba porque tenía en su rostro esa expresión de miedo, miedo a mí, miedo a que yo descubriera su secreto oculto que sus poros me gritaban y que sus miradas repentinas me susurraban. Cuando nos subimos nuevamente a la camioneta, faltaba media hora para dejar a la mujer en la venta de la esquina donde yo compraría una botella de agua. Mi papá, mientras, iba tan feliz que tarareaba y silbaba alguna de las tantas canciones de guerra que se le venían a la mente―fuera Cristo de Palacagüina, Adelita, o El solar de Monimbó. Yo trataba de figurármelo vestido todo de verde militar, con el pelo enmarañado y largo y una gorra cubriéndolo, y un bigote tan grande, negro y crespo como su pelo y el pelo de su pecho, y, por supuesto, una AK-47 entrecruzada en la espalda, y una guitarra colgada de su hombro derecho, como lo había visto en una de las fotos que se había tomado con el comandante Ortega, después del triunfo de la revolución que alguna vez


pareció utópico. Ambos estábamos felices, yo sonreía y él chiflaba. Yo miraba por el retrovisor y él por el vidrio para no atropellar nada, pero yo creí mirar, otra vez, los ojos de esa fiera de atrás, y mi sonrisa no duró mucho. ¿Acaso sabría ella que yo sabía lo que no quería ella que yo supiera? No lucía tan inteligente como para, si quiera, imaginárselo. Llegamos. Me bajé y me di cuenta de que hacía rato habíamos entrado ya en el pavimento, y las piedras de los vericuetos no penetraban más mis botas de hule, ni el lodo las ensuciaba pues ya no había. Fui a comprar la botella de agua que tanto ansiaba, para mi sed corporal y para la fiebre por la que pasaba. Pude percibir que mi imaginario de la mujer se bajó de la camioneta instantáneamente después de mí, pero no le seguí el paso, pues no la creí merecedora de eso. Sin embargo, cuando iba a montarme, vi que estaba detrás de la camioneta, como cuando un hombre orina, y me volvió a ver mientras levantaba su mano para decir adiós. Lo que iba a pasar está de más decirlo: la ignoré y me subí a la


camioneta. Mi papá volvió a verme y esperé a que hiciera algún comentario, o que me pidiera agua, pero nada de eso pasó, ni si quiera seguía chiflando. Agarró la palanca, metió retroceso y presionó el acelerador de una forma tan brutal que sentí como si pasáramos sobre un gran reductor de velocidad, pero pasábamos sobre la cabeza de la mujer de atrás; se escuchó, afuera, un crujido. Mientras él frenaba bruscamente, también hacía el cambio: de retroceso a primera; otro crujido y otro sobresalto, y la cabeza de la mujer habría quedado destrozada para siempre. Reaccioné: ― ¿Quién era esa mujer? ― ¿Qué mujer? ―insistió, esta vez gruñón―mejor dejá esas porquerías ahí, porque tenemos que lavar las llantas de la camioneta en la quebrada. El hombre alegre se había ido el diablo, junto con la misteriosa mujer de atrás, mientras yo no podía evitar más sus silencios inoportunos ni sus ruidos, pues acababa de recordar que mi Divina comedia se me había quedado.


Cindy Pavón “Curso el tercer año de Comunicación Social en la Universidad Centroamericana. Tengo 19 años y vivo en Catarina, Masaya, Nicaragua. Desde el año pasado he participado en los espacios de literatura de la UCA.”


Los perros del guitarrista Como todo fiel amigo, Caniche me esperaba todos los días a las doce en punto afuera de la escuela. Sonó el timbre y salí corriendo de la sección a encontrarme con él, que al verme, ladraba y movía la cola como loco. Iba por la calle 43 con aquel perro, que siempre las pulgas lo hacían un guitarrista, cuando recordé las palabras que me dijo mi madre antes de partir a clases: - ¡Cuando salgas de clase te venís directo para la casa! ¡No te quedes babeando como pendejo mirando esos tucos de cuerdas que vende don Cipriano! – Caniche y yo, obedecimos por esta vez. No nos quedamos afuera de la vitrina contemplando las decenas de guitarras sólo para que no me castigara y me dejara ir donde mi vecino a jugar. -¿Por qué mi mamá no lo entiende?- le dije a Caniche mientras caminamos a paso rápido para la casa. El pareció responderme un “no lo sé” con dos ladridos. – Algún día Caniche te tocare una canción con mí guitarra, algún día me comprare mi


guitarra, algún día Caniche, algún día- El perro movió la cola y seguimos caminando. Mi madre esperaba que fuera el típico hombre de corbata y saco, que yo repudiaba. ¡Qué bueno que murió de cólera y no de un paro cardíaco al verme dejar la universidad, por ir a ayudar a don Cipriano con su tienda a cambio de clases de guitarra y por un 20 % de mi pago mensual. Mi Caniche, murió dos meses después que mi madre, por un infeliz alcohólico que lo atropelló cuando iba cruzando la calle. Aún muerto yo le cumpliría la promesa que le hice. Se lo merecía, después de todo él era el único que movía su cola, cuando hablaba de guitarras. Trabajé alrededor de seis meses en la tienda de don Cipriano, pero todavía no tenía lo suficiente para comprarme un tuco de cuerda, como decía mi madre. Por la monotonía, don Cipriano adoptó conmigo un cariño de padre:


- ¡Clemente, he visto como te has esforzado y admiró tu pasión!- me dijo mientras le quitaba el polvo a las guitarras que nunca se vendieron. - Sólo dejo que mi pasión me guíe, no quiero vivir reprimido toda mi vida- le dije. - ¡Eres digno de admiración, sos un típico modernista, un artista incomprendido. Yo no podría vivir de algo que sólo me llene el alma, y deje mi billetera vacía! En cambio vos naciste para esto. Esas guitarras que estas limpiando nunca se vendieron, agarra la que más te gusta, prefiero que las uses vos, antes de que se pudran en la esquina de esta tienda.- me dijo Agarré la guitarra sin fijarme en cual. Le di las gracias, lo abracé fuerte y por poco casi lloro. Me apresure a terminar de limpiar para llegar de inmediato a mi casa. En mi cuarto me puse como un maniático obsesivo. Practicaba en las madrugadas y en la noche lo que don Cipriano me enseñaba. En ocasiones no cenaba por practicar, y otras porque no tenía nada que comer. Pero eso no me importaba, yo sólo pensaba en tocar.


Mis dedos sufrieron por dos meses, pero finalmente logré combinar las notas con una elegancia teatral. Al poco tiempo que aprendí a tocar y componer, don Cipriano murió. No tenía familiares, y me dejó a mí su tienda, yo no quise seguir con el negocio y lo clausuré. Todas las noches antes de acostarme, agarraba mi portafolio, me sentaba en el suelo y comenzaba a componer. En las madrugabas tomaba mi guitarra y practicaba. Los perros de las vecinas aullaban cada vez que me escuchaban, eran mis coristas preferidos y se acoplaban a mis melodías increíblemente. Me hacían recordar a mi caniche cuando movía su cola. Al cabo de unos meses, me sentía un desgraciado, había logrado conseguir mi guitarra, convertirme en guitarrista, pero mi Caniche todavía no tenía su canción que le prometí tocarle. La noche en que murió el perro fue un viernes 18 de mayo de 1996 cuando tenía 18 años. Cuando cumplí los ocho mi madre lo había


llevado a la casa para que la cuidara de los vagos, tuvimos una conexión de inmediato. Le compuse su canción. Cuando ya estaba lista salí a tocar al parque. Necesitaba un tiempo al aire libre para tocar la canción que nunca escucharía mi perro. El parque era un lugar muy solitario. La gente nunca se sentaba en las bancas, sólo pasaban de largo y ni los niños lloraban por quedarse. Me senté en la banca y mis dedos aun más apasionados tocaron con excitación las cuerdas de la guitarra. Tenía los ojos cerrados, para no llorar. ¡Cuánto extrañaba a ese perro! Un ladrido me desconcentró y abrí los ojos y dejé de tocar. Un perro que arrastraba su cadena, corría hasta donde estaba yo. Su dueño venía detrás de él, Yo seguía tocando. El perro se sentó en frente de mí y comenzó a mover su cola. A lo largo observe que venían dos más.


El parque no quedaba muy largo de mi casa, y miré que mis 4 vecinos bulliciosos de todas las madrugaba corrían hacia la música. Quedé impactado. Tenía una docena de perros en frente de mí y ninguno de ellos se mostraba los colmillos. Me quedaron viendo, como diciéndome que empezara a tocar. Yo muy obediente, volví a cerrar los ojos para acordarme de mi Caniche, y toque su canción. Los perros comenzaron a aullar, abrí los ojos porque sentía que si no los miraba los estaba despreciando. No eran mis perros pero los sentí de mi propiedad. Todos con sincronización movían la cola igual como lo hacía mi Caniche. Y desde entonces todos los días por la tarde llegó al parque a tocarle la canción de mi Caniche a todos los perros de la calle.


Ana Yilian Giroud Mendoza “Soy una joven impaciente de dieciocho años, curiosa y soñadora. Escribo desde hace años pequeñas ideas con el sueño de ser algún día una gran escritora. Cubana de nacimiento y terrestre por condición."


Un galpón abandonado Con un fuerte estruendo y miles de pedazos en el piso fue como acabó el jarrón de porcelana china que había sido una de las pertenencias más queridas de la señora Greg tras habérselo tirado ella a su marido, el señor Greg. Ella (llena de furia) y él (confundido y aturdido ante la actitud de su esposa) estaban ahí de pie en el pasillo sin hacer otra cosa que mirarse tras el impulso de Jane, dejando bien lejos el bullicio que se atisbaba por los cristales de aquel apartamento gris. Hacía un año y siete meses que la pareja vivía como si el otro no existiera. Siete meses sin comunicarse, sin saber lo que el otro hacía. Lo peor del caso era que estaban atados a ese inmenso apartamento de Nueva York, donde ambos pasaban todas las horas del día, ella porque nunca trabajó, él porque se jubiló antes de tiempo por el estrés; gozaban del dinero que fue ganando James a lo largo de su carrera como abogado. Los rencores del pasado, la esterilidad de James, los adulterios de Jane, la obsesión de James de que Jane no trabajara. Una pareja que tenía tanto amor, tanto amor que se apagó


lentamente con el correr de los años, de los problemas, la monotonía. Entonces lo dijo. Fuerte, claro, convencido, pero tranquilo y pausado: Quiero el divorcio – fue lo único que escuchó Jane. No prestó atención al resto de cosas que dijo su marido, solo pensó. Ella bajó la cabeza, soltando el jarrón que tenía en la mano acabando parecido a como terminó el otro. No sentía pena, no sentía rabia. Nada de eso. Al escuchar esas palabras se sintió libre por primera vez en los casi treinta años que tenían juntos. Era increíble como ella había cambiado en esos años. Ya no era la misma chica jovial que les sonreía a todos. Esa chica se había convertido en una señora que ya no sentía emoción por la vida, se sentía deprimida a todas horas, atada a un montón de pastillas contra la ansiedad y el vacío. ¿Dónde hay que firmar? – dijo para callarlo de una vez. A la semana firmaron los papeles, luego de haber pasado a visitar a varias amistades


buscando su ayuda para pasar los trámites pertinentes con la mayor brevedad posible. Todos se asombraron. Los vieron como siempre, sonrientes y alegres, pero esta vez las sonrisas no eran falsas como en los últimos tiempos. Jane no solo estaba sonriendo con sus labios, tenía algo más. Un brillo en la mirada, en todo su ser. Estaba feliz y se sentía así. James, por su parte, estaba decidido. Al obtener el divorcio se iría a Barcelona, ciudad de mucha cultura, un centro de inspiración convertido en ciudad. Quería conocer el Mediterráneo, pensaba que este le inspiraría a escribir libros y se convertiría en todo un Hemingway del siglo XXI, con los habanos y los barcos, y el aura de conocedor del mundo, de persona culta, ese misticismo que se crea en la mente popular de quienes no tienen más que hacer sobre la vida, las pasiones de los escritores. Antes de ir a Barcelona, estaría un tiempo en Lisboa. Su familia materna provenía de Portugal y quería conocer esa tierra de la que su abuela le contaba para conciliar el sueño a la hora de dormir.


Al fin el día llegó, el día en que oficialmente cada uno iría por caminos diferentes. Jane se había maquillado, cosa que había dejado de hacer en caso de que no fuera estrictamente necesario por una reunión social. Labios rojos, un collar sencillo y aretes a juego. Cartera en mano despedía a James, quien se iba ese mismo día a Lisboa. En la separación acordaron que ella se quedaría con el apartamento, y que tendría derecho a la mitad del dinero que él tenía. Ella pensaba vender el apartamento y mudarse a otro que no le recordara su vida fallida con su ex marido. Se lo compraría en un buen barrio, algo así bohemio y disfrutaría la vida. Saldría. Ya sus cosas las tenía preparadas y se mudaría con su nueva adquisición en amante, Viktor, un joven pintor que solo quería divertirse y pintar, y veía a la madura Jane de cuarenta y cinco años como su musa. La bolsa de pastillas se quedaba en el baño del dormitorio. Era lo único que ella dejaría en el apartamento gris de cristales. Fue un vuelo sin contratiempos. Había mandado a comprar una casa a unos kilómetros de la ciudad en el tiempo que estuvo en el hotel. Estaría un buen tiempo en


el lugar para aprender portugués y español. Quería caer bien en Barcelona y sabía muy bien cómo proceder ante la sociedad. Él se había cansado de la ciudad y el bullicio, por eso prefirió comprar una casa alejada. La casa, o más bien la pequeña mansión, estaba en muy buenas condiciones, mejor de lo que había pensado James. El terreno perteneció a un pintor que murió por causas desconocidas, los vecinos pensaban que la casa estaba embrujada ya que desde el pintor ocurrieron sucesivas muertes, como la de su sobrina. Ella pasó a ocupar la residencia a la muerte de su tío, estaba embarazada de unos meses y vino con su esposo. Le costó mucho adaptarse al lugar, le daban fiebres seguidas, mucha tos. Nadie sabía porque, en especial porque la casa estaba en un lugar caluroso. Finalmente murió y su esposo se quedó cuidando al niño. Ellos murieron por una peste que, además, mató a los sirvientes. Pasó unos años vacía y se mudó una familia de ocho personas. Cuando buscaban quienes trabajar ahí nadie quería. Todos ellos amanecieron ahorcados al poco de vivir ahí, lo curioso era que no había ninguna soga cerca de ningún cuerpo.


Los lugareños decían que el fantasma del pintor estaba molesto con su sobrina por haberse mudado a su refugio y haberse casado en contra de la voluntad de toda su familia con un hombre pobre. James no era supersticioso, por eso no le importaron los chismes y los dramas y cuentos sobre fantasmas y la casa embrujada. De repente sonó un teléfono al otro lado del mar despertando a dos cuerpos confundidos que estaban envueltos uno con el otro. La mujer se sentó en la cama tapando su cuerpo con las sabanas y contestó el celular. Mientras Viktor le hacía cosquillas por la espalda y la besaba, ella escuchaba una voz muy conocida que le decía: ¡Jane! Disculpa que te despierte, es que estoy emocionado y no sabía a quién llamar. ¿James? – dijo ella, le sorprendida de que su ex marido la llamara. Sí, soy yo. ¿Te desperté? Lo siento. No me vas a creer. Me mudé a Portugal y compré una casa a unos kilómetros de la ciudad. La casa decían que estaba embrujada pero


sabes como soy y la compre de todas maneras – él se sentía sobreexcitado con lo que debía contarle a Jane, estaba hablando muy rápido en un tono alto y alegre – Llevo dos días en ella y me parece un lugar bello… Al grano, James – dijo ella tajante, lo conocía de sobra cuando estaba así emocionado. Se puso igual cuando consiguió su primer trabajo en Nueva York. Oh sí. Bueno, tenía un galpón abandonado con una colección de automóviles. Nadie sabía que estaba aquí. Según me dijo un perito que vino a verlo es una colección multimillonaria. No aguanto la emoción. ¿Y qué harás? – preguntó ella, feliz por él. Bueno – tras una pausa haciéndose el importante continuo - Hablaré con la prensa esta tarde para que investiguen de quienes era, y con la policía. Por ley me pertenecen, ¿no? Tu eres el abogado, no yo. Te deseo mucha suerte en eso, quisiera seguir durmiendo que aquí es de noche. Me siento muy alegre por ti. Y sabes que me puedes ver como una amiga,


pero me gustaría no hablarte por un tiempo. Créeme que estoy algo aburrida de ti. Llámame en un par de meses. Bueno, un gusto hablarte. La colección de automóviles nunca se supo a quien perteneció. La policía investigó detenidamente, pero nada encontró. Las suposiciones de la prensa también eran en vano. Como no se encontró un dueño que lo reclamara, James se quedó con todo. Dejó su sueño de escritor tan rápido como le llegó y se centró en criar autos. No sabía cómo, pero ese sería su nuevo sueño. Todas las tardes se fuma un habano en lo que revisa el periódico y piensa en qué gastar el dinero que tiene y el que tendrá cuando empiece a criar autos. Los lugareños ven esa residencia como maldita, no les gusta acercarse mucho. Aunque respetan a James, es el primero de varios que no ha parecido en el primer año de vivir ahí. Por ahora, quien sabe si la suerte le sonreirá tanto siempre como le ha pasado con los autos o si morirá pronto.


Kimberly Jiménez “Tengo 19 años de edad. Estudio Comunicación Social en la Universidad Centroamericana (UCA). He participado en varios talleres de literatura. Y actualmente pertenezco al grupo de Creación Literaria que promueve la Coordinación de Cultura de la UCA.”


Camilo Con pasos lentos se dirigió a la casa del sabio Grillo que vivía en las orillas de un riachuelo, rodeado de flores silvestres y pequeñas rocas. Su cuerpo gordo y anillado no le permitía avanzar. Camilo la oruga ya se sentía fatigado y cansado de esa manera de vivir por eso decidió visitar al Sabio grillo. Cuando estaba a punto de hablar, el Grillo dijo: - ¿Qué quieres joven oruga? - ¿Joven? Yo no me siento así- respondió. El Grillo tocó sus antenas y aseveró: - Por lo que veo ya estas cansado de ser oruga. - Sí esa es la verdad -prosiguió Camilo- los quinces días de mi existencia han sido largos sobre la tierra, cada vez que crezco vuelvo a mudar la piel -comenzó a decir Camilo con voz angustiosa y quejosa- Las piedras a veces lastiman mi piel y lo peor es que los


otros insectos se burlan de mí. - ¡Mmm! -dijo el Grillo como si ya conociera lo que Camilo la oruga buscaba- Entiendo, no sólo tú has venido aquí para que les diga cuál es su destino sin embargo quisiera saber ¿Cuál es tu sueño joven oruga?. Camilo quedó en silencio y no porque no supiera la respuesta sino porque ya lo había pensado durante muchas mañanas iluminadas por el sol y rodeado de nubes. - Bueno, señor Grillo lo que quiero es lo siguiente: ¡Quiero tocar las nubes y dormirme en ellas, traspasarlas de un lado a otro!. Dejarme caer en las flores cuando llega la noche y por la mañana alimentarme de sus dulces néctares y cuando llegue el final de mis días quiero ser parte del aroma de las rosas! Luego de decir todo lo que aspiraba con suspiros y ojos agrandados, Camilo bajo su mirada y agregó: - Pero no sé cómo.


El Grillo se quedó impresionado del ambicioso sueño que tenía Camilo pero en su interior ya sabía cuál era el costo de ese gran anhelo por lo que decidió ser directo con él: - Para hacer ese sueño realidad debes saber que sólo una oruga valiente, segura y sin miedo puede lograrlo porque el camino que debes emprender es duro y despiadado. Si logras pasar esa ruta llena de obstáculo alcanzarás tu sueño de ser una admirable mariposa monarca. Camilo solo se acercó y exclamó: - ¡Dime! ¿Cuál es el camino? ¿Qué debo hacer? Debido a la firmeza de Camilo, el Grillo le respondió: - Tienes que cruzar el riachuelo y luego de cruzarlo verás, un único árbol que no tiene nada de hoja en sus ramas solo cuelgan de ella unos pequeños frutos verdes, alrededor de él hay jazmines y claveles pero en lo más cercano hay el surco de rosas más rojas y apasionadas y olorosas de la región. ¡No hay otras rosas como estas! Son capaces de


enamorar el corazón de cualquier doncella Indicó el Grillo, pero también añadió una advertencia- tienes que subir al árbol y construir tu capullo en la rama más alta de allí y esperar durante nueve o catorce días, lo que la naturaleza diga eso se hará y hasta entonces tu sueño será real. Camilo dejó la conversación y no perdiendo tiempo, esa misma tarde emprendió el viaje. Cruzó con dificultad el riachuelo porque la corriente trató de llevárselo pero logró pasar. Al pasar la orilla, distinguió rápidamente el árbol y se dejó llevar por la emoción pero cuando estuvo frente a él, se asombró y se decepcionó. El árbol era inmedible e inalcanzable para su diminuto cuerpo pero recordó lo que lo llevó hasta allí. Saludó a las flores y comenzó a escalar. La piel se le desgarraba con la dureza del árbol, dudo por instantes pero vió al cielo y siguió la travesía. De repente, la lluvia empezó a caer y se deslizaba sin avanzar. Se detuvo y lloró sin parar pero decidió seguir. Terminó la primera noche y descansó en la mitad del árbol en un pequeño agujero que


había. La oscuridad lo aterró mas por el agotamiento se durmió. Al día siguiente, el toc toc de un pájaro carpintero lo despertó y sin pensar volvió a escalar. -Las nubes me esperan -pensó Camilo-. Sin darse cuenta ¡Ya había llegado! Emprendió la construcción de su crisálida y al llegar el atardecer ya estaba dentro de ella. Estando allí sólo sintió calor, frío pero también dolor porque ya no sería el Camilo de hace quince días. Los días pasaban. Uno, dos, tres y hasta llegar al día catorce. La pupa se empezó a romper. El sol brillaba con candor y las flores se abrían con esplendor. Era la magia de la primavera que recibía a Camilo que yacía en las alturas dejándose llevar por las indomables olas de vientos. Camilo ya no era una oruga, gorda y desagradable sino una hermosa mariposa Monarca que se perdía en la inmensidad de las nubes blancas y torcidas.


隆Vol贸 y vol贸! Camilo nunca se detuvo hasta reposar en una rosa que vi贸 cerrar sus alas.


Yereling Nohemi Ruiz Cruz “Mi frase es 'escribo lo que pienso, porque pienso para escribir'. Tengo 19 años de edad, soy estudiante de Comunicación Social de la UCA. Me gusta escribir y actualmente estoy enfocada en la Literatura Infantil.”


Papá coyote y los coyotitos En una gran colina llamada Música, vivían: Papá Coyote, Mamá Coyote y los 5 Coyotitos. Todas las tardes Papá Coyote lleva a los coyotitos a cantar al lago Eco. Todos los coyotitos se reunían en fila para cantar las vocales juntos: Aaaaaaa, Eeeeeee, Iiiiiii, Oooooo, Uuuuuu. Mamá Coyote escuchaba a los coyotitos cantar, todos los días a las 5:00 de la tarde, sin embargo a Pequeño Coyote le costaba mucho pronunciar la U, por lo que papá coyote le enseñaba: “Pequeño Coyote cantá conmigo Uuuuuuuuuuu”. Y el coyotito cantaba con él: “Uuuuuuuuuuuuuuuuu”. Al otro lado de la montaña, vivía el señor Sol, quien acostado sobre una gran roca deseaba poder dormir. Pero el canto desafinado de pequeño coyote se lo impedía. El Señor Sol enojado mirando al cielo decía: “iré y robare la U de Pequeño Coyote y así podré dormir”. A la noche siguiente cuando todos los Coyotes estaban dormidos, el Señor Sol se dirigió a robar la U de Pequeño


Coyote. Así que caminando sigilosamente entre los coyotes el Señor Sol tomó de una vez la U de coyotito. Papá y Mamá Coyote junto a los coyotitos siguieron durmiendo tranquilamente. Hasta que en la tarde siguiente, todos en fila empezaron a cantar sus letras. El primero canto la Aaaaaa, el segundo la Eeeeeee, el tercero la Iiiiii, el cuarto la Ooooo y cuando llego el turno de pequeño coyote nada salió de su boca. Intento una, dos, tres, cuatro veces y ningún sonido salió de su boca. De repente se escucharon unos ronquidos, gruuuuu, gruuuuuuuuu,gruuu era el señor sol que dormía pacíficamente por haber robado la U del coyotito. A sí paso una semana. Pero una noche Papá y Mamá Coyote salieron a recuperar la voz de su hijo. Caminando entre el sendero que conducía a la casa del Señor Sol, vieron abrazando la U de Pequeño Coyote, caminaron hacia él en la oscuridad de la noche y de un solo jalón le arrebataron la voz de coyotito y como el sol


roncaba tan fuerte no se dió cuenta de la presencia de coyotes. Rápidamente Papá Coyote puso la U en la boca de pequeño coyote. Como todos los días reunidos en el lago Eco, los coyotitos empezaban a cantar. Todos en sus puestos cantaron: Aaaaa, Eeeeeeee, Iiiiii, Oooooo y esta vez la voz de coyotito salió con todas sus fuerzas: ¡UUUUUUUUUUUUUUUUuuuuuuuuuuuuuu uu!. Cantaron hasta cansarse y el Señor Sol aprendió a dormir con el canto de los coyotes.


María José Montiel “Soy estudiante de último año de la carrera de Comunicación Social en la Universidad Centroamericana (UCA), gané el primer lugar del concurso ETECOM Nicaragua 2014 y soy escritora de historias de vida para la ONG Clínica Verde”.


Arrinconada 5:00 a.m. El sol hace su deslumbrante aparición, lentamente se deja ver con mayor claridad y mostrándose cada vez más fuerte ante el pequeño poblado del norte del país. Todos en la zona se desperezan presurosos con la mente clara de la lista de actividades que esperan por ser completadas. Mientras las rutinas continúan su diario ejercicio de interminables repeticiones, otros hechos, más individualizados, se desarrollan en algunos hogares medios excéntricos, a veces maniáticos. 5:30-6:30 a.m. Recién despiertos todos en la diminuta casucha destartalada, armada de maderas viejas y pedazos de zinc descarado, empezó el correteo, que los cipotes a la de un lado para otro en gritos y saltos, la mamá al trabajo y el marido de mantenido echado en una hamaca amarrilla con rojo. Los dos chavalos hechos un solo revoltijo en el suelo de tierra húmeda, peleaban por una chibola que se había encontrado ayer en la


calle, mientras pedían limosna a la salida de la iglesia de Fátima, se llamaban José Daniel y Antonio de 5 y 4 años. En tanto la mamá, Ana, andaba hecha un estropajo, tratando de dejarlo todo bien limpio y ordenado, y además buscando se formas de fiarle a la de la pulpería el mismos puñado de frijoles, arroz y el plátano para llenar. Y mientras el marido, David, totalmente relajado en su hamaca de manila. Ana salió y los dos niños tras ella. Jugueteando en el camino, -¡José, José! Una rana, una rana-, gritó Antonio mientras tomaba un palo para pinchar al sorprendido animal, y entonces la mamá gritó, -Shh… ¡cállense chavalos!, compórtense-. Y así, con diálogos similares, poco a poco el trio se alejaba. 7:00 a.m. David seguí en la misma posición desde hace horas, despierto y atento, pero inamovible, la comodidad de su hamaca parecía amarrarlo a un mismo sitio. De repente, hace un movimiento rápido y se calza los pies con un par de chanclas negras, permanece sentado unos minutos, con las manos cubriéndole la


cara, y de una vez por todas se pone en pie. 7:10 a.m. Los pasos de David resuenan suavemente en la casucha de apenas tres habitaciones, más por culpa de las chanclas que por poseer pisadas firmes. Mientras camina lleva consigo un chilillo bien pelado y una expresión de sombría determinación. Lleva un pantalón de tela azul que fue recortado para convertirlo en shorts, las piernas peludas y el dorso desnudo, también repleto de pelo, sumado a la tez canela y una abundante barba, le dan una apariencia de descuido y de varios días de juerga. Se dirige hacía una de las habitaciones. Mueve el pedazo de tela vieja que las hace de división, y entra en un cubículo oscuro y frío. En una esquina se dibuja la silueta de un cuerpecito contraído, con la cabeza gacha envuelta entre los brazos y las piernas recogidas, dando la impresión de un bulto más entre tanto cochambre. David agitó el chilillo unas cuantas veces al aire, luego fuertemente lo dejó caer en la palma de su mano, y se relamió ante el dolor y


el placer que experimentaba ante aquella imagen de carcelero y encarcelado. El cuerpecito se movió compulsivamente y sollozos apagados llenaron la habitación. 7:30 a.m. Rosita de 12 años es arrastrada del brazo a una silla en el medio de la habitación, es David quien la sienta y amarra, el nuevo marido de su mamá. Con el chilillo la amenaza a la vez que le dice –si te pones dura…te va ir peor, pórtate bien ¡niñita chula!le arranca los pocos trapos que trae encima y la toca sin ninguna clase de pudor o delicadeza. Rosita, con el rostro descompuesto, aprieta los ojos para evitar la realidad, lagrimas tras lagrimas se libera de su cuerpo y recuerda. Una tarde en un parque pequeño con dos pares de columpios y un resbaladero, un señor de gorra roja vende raspados en una esquina y un hombre, muy parecido a ella, compra un par y los lleva a la banca amarilla donde está rosita esperando. Lanza gritos que ella misma ahoga antes de poder ser escuchados, siente como es tomada con brusquedad y odia, al mundo, a su madre, a su padre, todos se han olvidado de ella.


Fluidos lagrimones continúan brotando de esos ojos hoy vacíos, los labios apretados, el rostro con gesto de haber recibido un golpe que la ha dejado sin aire, la imagen de la perdición y la desesperanza. Tantas veces viéndose en lo mismo y sufriendo cada vez más intensamente. 8:00 a.m. -Oye David ¿Estás ahí?-, se oye una voz desde afuera, -Si Alberto, ya voy, te estaba esperando- contesta David alzando la voz, mientras mantenía cubierta la boca de Rosita, -vos cuidado decís o haces algo- le murmulla amenazante. Deja a la muchachita y se reúne con el recién aparecido, hablan de cualquier cosa, y de repente una pregunta fuera de lugar- ¿Listo?pregunta David con gesto muy serio, -Vos sabes que si hermano- contesta Alberto justo cuando una risa agria aparece en su rostro, seguido de su legua relamiendo el par de desquebrajados labios. Ambos hombres caminaron hacia una de las habitaciones, uno de ellos se desabrochaba el pantalón, el otro preguntaba -¿y los demás?-.


Claudia Johana Fernรกndez Aguilar Estudiante de Derecho en la Universidad Centroamericana UCA


Destino Se despertó temprano, quería ver el sol asomarse en el horizonte que luego se le ve erguirse en el cielo mostrando su imponente presencia que difícilmente es opacada, aún en un día en que transitan multitud de nubes en el espacioso cielo. ¡No más! Se dijo dentro de sí mismo; urgía ver venir algo nuevo: una idea, un sonido o un sentimiento que acabara con la rutina. Cansado de esperar en su interior algo que lo motivara, que le pusiera fuerza y vigor a su persona para seguir su destino. Todavía no se había incorporado cuando surgió una ráfaga de pensamientos de lo que podría cambiar su rumbo. Se sentó sobre el colchón suave y acogedor, estiró las piernas en dirección al suelo, puso el pie derecho, se aseguró que fuera el derecho por lo de aquél refrán “hay que levantarse con pie derecho'', afirmó luego en el piso el pie izquierdo sobre sus chinelas que como bien ordenado había dejado junto a la cama la noche anterior un poco antes de acostarse, corrió hacia el baño se aseó y procuró derramar bastante agua


sobre su cara para que la frescura le invadiera no solo su cuerpo sino su ser interior. Finalmente estaba frente a la imagen de un sol naciente que venía de abrazar a otro continente pero seguro de desear ardientemente calentar a este, perseverante en su faena, digno de tomarse como ejemplo, una estrella que no ha menguado su fulgor, que ampara en el frio, que da vida, que hace producir. Después de apreciar la naturaleza que solo la mano de Dios pudo crear, no hay más que decir sino el hacer brillar el talento que Dios dio desde el nacimiento tanto al hombre como a la mujer para que tenga en su haber la forma de sobresalir en esta vida y darse a sí mismo y a los demás como que si hoy fuera su último día.




PARAFERNALIA

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Esta obra se divulga bajo licencia Creative Commons. El material en físico de esta muestra ha sido encuadernado de forma artesanal bajo un número limitado de ejemplares. La versión digital de este libro puede ser descargada gratuitamente en Parafernalia Ediciones Digitales



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