Somos Guaicaipuro (Especial N° 52)

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JUNIO DE 2017 / AÑO 2 / Nº 52 www.alcaldiadeguaicaipuro.gob.ve guaicaipurosomos@gmail.com

foto leopoldo olivares

Premio Aníbal Nazoa 2016


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La conversa

foto mayrin moreno macías

Somos Guaicaipuro ­— Junio de 2017

Un Lagartijo que toma fotos y torea ■ Leopoldo Olivares recuerda sus memorias con la vitalidad de un rayo de luz y se mantiene firme como un toro Mayrin Moreno Macías SOMOS GUAICAIPURO

El CNE de Los Teques antes era un cine. Primero se llamó Principal y después Canaima. La noche del 19 de septiembre de 1976, a las 10 y 45 de la noche, cuando los cinéfilos salían de la función, Leopoldo Olivares retrataba la catedral San Felipe Neri. Una luna gigantesca estaba detrás de ella. “Ésta es la foto. ¡Qué hermoso se ve eso entre las nubes!”, dijo. En ese tiempo trabajaba para el semanario El Mirandino y Santos Guevara, jefe de prensa, le había pedido para el especial de los 200 años de la capital una foto de la Catedral “bien artística”. Esa noche Leopoldo y unos amigos iban para una fiesta, pero al ver ese cuadro se regresaron a

su casa a buscar la cámara, una Mamiya 35 mm. Cuando está fotografiando se produce el fenómeno. Cuando revela el negativo, ve lo que todos vieron. “¡Epa, qué pasó!”. En un lateral del fotograma aparecía un objeto no identificado con la hora nítida. “Las 10 y 45 marcaba el reloj de la Catedral y a esa hora sonaba el timbre del cine para que la gente saliera”. Eso fue un sábado y el lunes ya conocían la foto en todas partes. Santos Guevara llamó al equipo de Noti-Rumbos para que dieran la noticia y en la edición del mediodía se dio a conocer que Leopoldo había hecho una foto de un OVNI en Los Teques. A las 3 de la tarde ese hombre andaba

asustado. La prensa y los canales de TV lo buscaban. Pensaba que se había metido en un lío. Lo acusaron de ser un trucador, que lo que quería era promocionarse, que era un amarillista. El IVIC hizo su estudio. Llegó gente de Los Andes y de otros estados para que él los tocara. “Yo les decía: qué poderes nada. Yo lo que hice fue una foto”. Hasta los japoneses mandaron una delegación para revisar la cámara, las ópticas y conocer al fotógrafo. —¿Y en qué quedó? —Esa foto siempre fue polémica. Hacer un montaje en esa época era casi imposible. Hay planos definidos. Se ve que no hay una

sobreexposición de clichés. El negativo fue sometido a estudios muy severos. Me dieron unas regalías y me desaparecí de Venezuela, me fui a Francia. Cuando regresé, la presión había bajado, conocí a mi primera esposa y tuve a mi hijo Sandy. Todo eso gracias a la fotografía. Nos vimos en Villa Teola, una casa que él fotografió antes de que la restauraran. Recuerda los vitrales esmeraldas que tenía y me señala dónde estaba la cochera de los Pimentel. Yo había visto a Leopoldo caminando por Los Teques. Me parecía un ser misterioso, con su barba blanca, siempre con su boina y su mirada esquiva. Luego

supe que era fotógrafo. Tiene 71 años de edad. Nació el 46 frente a la plaza Guaicaipuro. Duró cinco años fuera de su pueblo. A fines de los 60 hasta principios de los 70 se radicó en España. Fue matador de novillos toros. Mientras hacía su campaña, estuvo en contacto con los museos. Veía las pinturas de los clásicos, de los renacentistas, de los del romanticismo. “Eran fotógrafos con el pincel. Muy minuciosos”. —¿De dónde viene esa vocación artística? —A raíz del mundo taurino. No soy eurocentrista, pero Europa es la cuna de las bellas artes. Desde niño me parecía un mundo mági-


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La conversa

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Desnudo. foto leopoldo olivares sadsdasadsda. foto jsdasdasda

Calle Guaicaipuro. foto leopoldo olivares

es suprasicológico, supraespiritual, que te permite ver más allá del común. Tiene que ver con el psiquismo. Creo en los fenómenos paranormales. He visto levitación, curación, ectoplasma. —¿Cómo eso se relaciona con la fotografía? —¿Has escuchado de la fotografía Kirlian? Ella se hace con rayos ultravioletas e infrarrojos y te da una lectura del aura humana, del magnetismo, de esa energía vital, la batería de la vida que se mueve en dos polaridades a través de la columna vertebral.

Lagartijo solía bailar al toro. foto cortesía leopoldo olivares

co y tuve la suerte de hacer amistad con un excelente pintor, Emanuel, de quien guardo un retrato que me hizo vestido de torero. Ahí aprendí a valorar la imagen. Hubo una temporada que no pudo actuar debido al invierno. Un amigo, llamado Orson Wells, le dijo que tenía mucha actitud para la imagen. Siempre andaba con una cámara Kodak 220. Lo llevó al Instituto Fotográfico de Madrid e hizo un taller. Allí se encontró con mucha gente apasionada por los toros, por el colorido, por el arraigo. Trabaja con modelos, fotografía desnudos, cosméticos, ropa, calzado. Recuerda que Reverón con sus muñecas rompió un poco ese tabú.

“Tenía esa percepción abstraída. Esos son los artistas genuinos. Así como Van Gogh, Picasso. Tienen garra, su obra está impregnada de esa sensibilidad interior y así es la fotografía”. Para Leopoldo la fotografía es un registro de la historicidad del tiempo. Cree en las dimensiones y que cada quien está en una. “La foto permite dar cuenta de esa realidad histórica, psicológica, cultural. Tiene un gran lenguaje, y no sólo del individuo, también del paisaje. Ella revela la conducta de una sociedad”. La fotografía que más le llama la atención es la de luz y sombra. Esa fotografía en B/N vigorosa, de paisajes áridos, porque tiene

mucha textura, vitalidad; una modelo en un escenario oscuro con una luz muy tenue, más o menos buscando la pintura de Rembrandt, esa luz rojiza de fuego, muy suave, con sombras acusadas. Olivares menciona a George de La Tour. Un pintor clásico en cuyo cuadro hay una adolescente que sostiene una lámpara y a través de la mano traspasa la luz. —¿Hay que aprender a ver? —No. Los seres humanos, aparte de los cinco sentidos, tenemos dos más. Ahora estoy escribiendo un libro que se llamará El séptimo sentido. El sexto es ese que llaman la corazonada. El séptimo

En 1971 Olivares regresa a Venezuela para actuar en Caracas, en el Nuevo Circo. Era su segunda actuación ante el público caraqueño. Ya había cuajado, tenía ruedo. Había madurado como profesional. Desde las 10 de la mañana se formaban grandes colas para comprar los boletos. “Hay fotos de un lleno espectacular. Las gradas parecían de un evento de feria. Hubo una gran expectación”. Fue más conocido como Lagartijo que como Leopoldo Olivares. Así lo anunciaban. Lo asociaron con un torero español, parte de una dinastía, de apellido Lagartijo: Rafael Molina Lagartijo. Alguien llevó una vieja foto de él y

le dijeron: “Oye, eres igualito”. Al principio le incomodó, pero el seudónimo caló en los medios. “Tenía feeling, tenía punch”. Cuenta que esa actuación pasó sin pena ni gloria. “No me rodaron como yo quise, esa actuación no fue a mi gusto”. No se queja. En otras poblaciones se le dio, pero en Caracas no. Después que se retira de los toros monta su laboratorio. Sus primeros trabajos fueron para ganarse la vida: graduaciones, promociones. Más tarde logra entrar al Departamento de Prensa de la Gobernación de Miranda. Hizo su trabajo como reportero gráfico durante varias administraciones. Se convirtió en el fotógrafo estrella. Hasta lo iban a buscar en helicóptero. Lo botaron hace unos años sin derecho a prestaciones ni jubilación. En 1983 obtuvo el Premio Nacional de Fotografía Taurina en Aragua, que otorgaba el Círculo de Reporteros Gráficos. También lo nombraron Patrimonio Viviente del país. Sigue fotografiando, trabaja con Photoshop y aún conserva su Nikon F, “que parece un tanque de guerra”. Mientras, él lo que hace es reírse. “Ahí están todos esos papeles y esas condecoraciones. Trabajo no me llega y digo, pero qué fantasía. Así son las cosas en mi país”. ■


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Historia local

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Un Héctor Rondón domesticado Marlon Zambrano SOMOS GUAICAIPURO

Héctor Rondón era, según los predestinados que encontraron cercanía en su infranqueable personalidad, un hombre llano y controvertido. Tras el inesperado privilegio de catapultarse al estrellato del reporterismo gráfico mundial con su célebre foto del sacerdote asistiendo a un soldado moribundo en una calle de Puerto Cabello en 1962, titulada La ayuda del padre, durante la insurrección conocida como El Porteñazo, se le vio ascendiendo a una inesperada fama, cuando en realidad aspiraba a sumergirse en una finca llanera donde criar ganado y sembrar en medio de la vida tranquila del campo. Cuenta Francisco L., fotógrafo también y uno de los pocos discípulos entrenados por el pro-

Mercado Libre. foto héctor rondón

pio Rondón durante su estadía en la revista Élite, su verdadero sueño era ser un hacendado. Lo recuerda obstinado, peregrinando constantemente hacia tierras apureñas en un Ford Conquistador, con sus botas vaqueras y su sombrero pelo ‘e guama, del estereotipo del llanero nativo. Dicen que venía de prestar sus servicios para algún cuerpo de seguridad, en aquellos difíciles años de la represión contra la izquierda y el movimiento armado, hasta que entró en el diario La República (afecto al gobierno de Rómulo Betancourt), donde se le asignó la fuente de sucesos. En aquellos días, cubrir las páginas rojas de la prensa significaba, para un reportero, convivir con tipos duros, dormir en comisa-

rías e incluso descubrir al culpable de un crimen antes que un investigador policial. El día de El Porteñazo tenía una cita con el presidente del Instituto Agrario Nacional porque le iban a dar un crédito agropecuario. “Era su gran día”, contó alguna vez otro gran fotógrafo, Luigi Scotto. “¿Por qué no mandaron a otro?”, dicen que se preguntaba mascullando por el camino, hasta que llegó a Puerto Cabello y debió deponer su rabia para dedicarse a lograr una imagen de calidad que narrara gráficamente el inesperado intento de golpe que mantenía al país en vilo. “Lo primero, antes que la vida, era lograr la buena foto”, cuenta su pupilo. Tras hacer la foto, que también logró desde el mismo ángulo pero

Dicen que venía de prestar sus servicios para algún cuerpo de seguridad, en aquellos difíciles años de la represión contra la izquierda y el movimiento armado, hasta que entró en el diario La República

a menor distancia el recordado reportero gráfico José Luis Blasco, de Últimas Noticias, Rondón ni se enteró de lo que acababa de conseguir con su Leica sino a los días, pues lo normal en aquella época era que el rollo saliera adelante mientras el fotógrafo se mantenía en el sitio, disparando su cámara sin cesar el tiempo que fuera necesario. En una época en que pocos en el país sabían lo que era un Pulitzer, la foto no sólo fue de primera plana, sino que la distribuyeron las agencias internacionales hasta que alguien decidió enviarla al reconocido premio internacional, donde mereció la más alta distinción y el reconocimiento universal que la mantiene como una de las mejores gráficas de la historia.


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Historia local

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Rondón junto a su foto más famosa. foto cortesía ray rondón

Carnavales de Los Teques. fotos héctor rondón

No sólo se adjudicó el reconocido galardón, sino que también obtuvo el World Press Photo y el Premio Nacional de Periodismo que compartió, por cierto, con Blasco, de quien se dice logró una mejor fotografía del mismo suceso, no sólo por su calidad técnica, sino por la cercanía a la que le obligó su cámara Rolleiflex. “Hay dos frases que no se me olvidan de Rondón: ‘Coño, carajito, nunca serás un profesional’, cuando yo apenas estaba empezando, y luego, cuando ya me había tomado cariño: ‘Yo no quiero

morir con una cámara en el cuello’”, confiesa su pupilo. Además del renombre, el Pulitzer le concedió a Rondón un portentoso anillo que más nunca sacó de entre sus dedos y que exhibía, según cuentan, con vanidad. También dicen que el dinero que agarró por el reconocimiento, lo invirtió en una cochinera. Quién sabe. Nació en Apure en 1933 y vivió por breve lapso en Maracay, hasta que a los 21 años fijó residencia en Los Teques, desde donde gravitó en torno al repor-

terismo gráfico en distintos medios y agencias internacionales como corresponsal, pero del que no se despegó durante el resto de su vida, ni porque las empresas noticiosas más importantes del mundo le ofrecieron empleo en los más disímiles rincones. Buscarle el rastro es más complicado de lo que parece. Pese a sus méritos, no tiene una reseña en español de Wikipedia y sus mejores perfiles los exhiben portales en inglés y en francés. Terribles contradicciones del destino. ■

Puente Castro

Protesta convocada por URD

El Porteñazo

Liceo San José


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Cultura y otras hierbas

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La mejor cara de los Altos mirandinos ■ El fotógrafo Jesús Tovar creó cuentas en Instagram, Twitter y otras redes sociales para dar a conocer Los Teques y sus cercanías Nathaly Barazarte Daza SOMOS GUAICAIPURO

El auge de las redes sociales está haciendo que la fotografía sea disfrutada de una manera diferente. Al revisar las cuentas, se puede encontrar de todo, desde ventas de cualquier cosa, noticias, familiares, hasta ciudades y paisajes, y Los Teques no se queda atrás. El fotógrafo Jesús Tovar creó en el 2013 la cuenta @LaPropiaFoto en Twitter e Instagram con la idea de mostrar su trabajo, que lo realiza desde hace años en los Altos mirandinos. Actualmente cuenta con 1.160 seguidores y 690 publicaciones. “La idea surgió de un amigo que era community manager, me dijo que como yo tenía ese fuerte con la fotografía, creara una cuenta en Twitter con un nombre que tuviera relación. En 2013 la abrí en Instragram con esa recomendación, y uso el mismo nombre para todas las redes, ya en los Altos mirandinos y en Venezuela me identifican con ese nombre”, comenta. Luego de trabajar por más de 10 años en el diario Avance, considera que ahora las redes sociales llegan a más personas que el periódico, porque es algo que la gente tiene en las manos las 24 horas del día. “Por lo general subo las fotos en horas que me imagino que la gente está relajada en su casa, con su teléfono, entre 5:00 y 9:00 pm, más de allí no, igual en horas de la mañana. Busco hacer buenas etiquetas y mencionar a cuentas de fotografía grandes que la gente siempre busca. Las personas buscan cosas más interesantes, curiosas, vistosas”, explicó. Asegura que la cuenta en Instagram le ha permitido mostrar las fotos que le gusta hacer, más artísticas, macrografía, en el periódico mostraba más sucesos, política, información general.

“Con esta cuenta puedo mostrar otro tipo de fotografía que me gusta y es mi fuerte. Diariamente subo una foto, a veces dos, pero trato de no saturar mucho a mis seguidores”, acota. En el campo laboral, Jesús Tovar ha contribuido con la creación de la cuenta en Instagram del diario Avance en 2013 y la manejó por 10 meses. Destaca que desde hace seis meses creó @CAMetroLosTeques para difundir las bondades del sistema de transporte subterráneo de los Altos mirandinos. “Siempre la fotografía va con una información, un consejo o una norma que se debe cumplir dentro del sistema. Los comentarios por privado son muy buenos, la gente está fascinada, es una cuenta fresca que gusta, no estamos saturando con otro tipo de informaciones”, explicó. Nuevos retos En Instagram ahora puedes encontrar las mejores imágenes de Los Teques en la cuenta @IG_ LosTeques, también de la autoría de Jesús Tovar. En apenas tres meses de funcionamiento tiene 352 seguidores y 66 imágenes publicadas. “Se busca mostrar lo mejor de la ciudad, que tiene infinidad de cosas bellas, no todo en Los Teques es malo, no todo en Los Teques es feo. Trato de montar calles bonitas, no es nada de política, está empezando y ahí vamos”, detalló. Aseveró que en este proyecto piensa incorporar a más fotógrafos locales. “He incorporado a Ángela Ramírez, si veo alguna foto buena, la reposteo. No quiero subir cosas negativas”. Adelantó que planea la creación de una página web de los Altos mirandinos “que muestre lo mejor de aquí”. ■

Túneles del Metro Los Teques. fotos jesús tovar

Tovar en faenad. foto cortesía jesús tovar

Estación Alí Primera


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Deportes

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“El Zorro” Aquino

Iván Álvarez Vitta

César Obertein

Los tres mosqueteros ■ Ricardo “Zorro” Aquino, Iván Álvarez Vitta y César Obertein han captado el deporte tequeño Arturo Argotte SOMOS GUAICAIPURO

Ricardo “El Zorro” Aquino e Iván Álvarez Vitta fueron, sin duda, los pioneros de la fotografía deportiva no sólo de los Altos mirandinos, sino de toda nuestra entidad. El Zorro ya no está físicamente entre nosotros. Su presencia, con cámara en mano, se sintió en cada escenario, pero muy especialmente en los estadios para beisbol y softbol. Aquel trabajo hecho con tanta pasión estimuló a cientos de muchachos a continuar hacia adelante en la práctica del deporte, y docenas de ellos lograron convertirse en estrellas nacionales o internacionales. Esos empujoncitos que les dio Aquino fueron decisivos. De igual manera, sus esfuerzos durante todos los fines de semana motivaron a los adultos, quienes además, en los medios impresos locales, disfrutaban el resto de los días con sus gráficas. Álvarez Vitta es un roble. Con setenta y dele largos aún patea canchas y además escribe, para que grandes o chicos disfruten cada día con las agradables e incontables noticias que genera el deporte local. Son muchas las satisfacciones que Iván Álvarez Vitta, también conocido como “Director General de Prisiones” o “El Ministro”, ha generado entre atletas, técnicos, dirigentes y público en general. A ambos, en vida, la municipalidad, durante la gestión del alcalde Raúl Salmerón, les rindió merecidos reconocimientos,

al inaugurar el Museo del Deporte José “Ricardo” Aquino y la Biblioteca del Deporte Profesor Iván Álvarez Vitta, que funcionaban hasta hace pocos años en el complejo Frank Gil (Palacio del Deporte), en Los Teques. Fueron espacios pioneros en todo el estado Miranda y, quizás, en el resto de Venezuela. Pero el mejor homenaje es el afecto que permanentemente les manifiestan los deportistas, privilegio que acompañó a El Zorro hasta el último día de su existencia y que Álvarez Vitta disfrutará por al menos los próximos 20 años. El tercer mosquetero fue el también fallecido César Obertein. Se especializó en la fuente taurina y entre sus gráficas más apreciadas por los deportistas tequeños se menciona una que le tomó a Leopoldo “Lagartijo” Olivares en la plaza de toros que funcionaba cerca de El Cabotaje, al lado de la Carretera Panamericana, frente a donde hoy se encuentra la sede del Instituto Universitario de Tecnología de Administración (IUTA). Para Obertein está pendiente un reconocimiento similar al que ya recibieron sus panas Aquino y Álvarez Vitta. Otros reporteros gráficos del deporte, también tequeños, que debemos recordar, pero por supuesto sin los kilates de los tres anteriormente mencionados, son Tito Díaz, Alfredo “Lagarto” Pereira y Ray Rondón, así como los hermanos Frank y Freddy Zerpa. ■

Bicicross en La Fragua. foto iván álvarez vitta

Archivo del “Zorro”. foto ricardo “zorro” Aquino

Leopoldo Olivares “Lagartijo”. foto césar obertein


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¿Cuál será la foto ganadora? Premio Municipal de Fotografía "Zorro" Aquino 2017


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Especial

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No hay calle pa' tanta lente Yurimia Boscán SOMOS GUAICAIPURO

Los Teques no tiene calles para la cantidad enorme de buenos fotógrafos que han “pateado” cada pequeño rincón de este pueblo, el cual ha sido retratado por ellos en todos sus ángulos, en todos sus rostros, en todas sus alegrías y fiestas, en todos sus duelos y sinsabores, en sus grietas, en sus escombros, en sus hallazgos, en sus trazos, en sus grafitis… en fin, cada lugar ha sido inventariado por la lente de quienes, día tras día, trasiegan los espacios deteniendo el tiempo para convertirlo en evocación y nostalgia. Todo lugar nos cuenta, nos habla y nos define; de allí que una buena foto logre que ese lugar —invisible a los ojos del transeúnte que camina de prisa para cumplir con sus responsabilidades— respire por sí mismo, conmoviendo, azotando o enterneciendo a quienes miran desde los ojos de otro.

El fotógrafo sabe que es posible decodificar el mundo en una imagen, de allí que su ojo haya aprendido a desnudar la realidad con su manera particular de enfocar la vida. Es él quien define el ángulo, da profundidad y regula el paso de la luz según las circunstancias y su estado de ánimo. El fotógrafo y su lente son los inseparables de esa memoria viva que se detiene consciente en el compromiso con la imagen, una imagen que es metáfora de sí misma porque deviene en la mirada presente de quien nos cuenta (y nos contiene) en el retrato de lo cotidiano. A propósito de esa cotidianidad que se refleja en cada fotografía, el poeta Efraín Valenzuela dice lo siguiente: “Es posible el letrero que señala el camino, el de todos los días, el de siempre. Son posibles la escuela, la llave, las muchas jefaturas. Son posibles los gatos y los saludos entre dientes. Es posible el siguiente cigarrillo,

la cola oportuna, la siguiente barriga. Son posibles las mesas, las alfombras y las licorerías... Son posibles las panaderías, las fruterías, las peluquerías... Son posibles el mercado, el rayado, la espera. El hospital soñado y moribundo, es posible. Son posibles la ropa mal tendida, las fiestas, las plazas (las que quedan). Hay posibles ruletas, martillos, mítines y peinillas. Es posible la luna, la puerta entreabierta y un recuerdo cónsono entre una ocasión”. En verdad, todo es posible desde el ojo de quien ve más allá de la mirada apurada. Aunque con este trabajo he pretendido hacer una breve reseña en homenaje a algunos de esos seres que aprendieron a hablar, a contar y a hacer poesía desde una cámara fotográfica, no puedo dejar de mencionar algunos otros nombres ineludibles que, con sus ojos de cíclopes, han dejado constancia de su otear en este pue-

De izquierda a derecha: Orlando Rojas, Giovanni Rivas, Wilmar Álvarez, Frank Zerpa, Joel Aranguren, Luis Hernández, Víctor Márquez, Tito Díaz, Luis Manrique y Ramón Mercado.

blo de nieblas. Ellos son: Albanes, Alí Bello, Andis Silva, Ángel Corao, Alfredo Pereira, Antonio González, Arturo Argotte, Carlos Javier Meza, Carlos Díaz, Carlota, César Obertein, Clarens Díaz, Deisy Peña, Donato Céspedes, Ender Rodríguez, Fernan Hernández, Francisco Mérida, Frank y Freddy Zerpa, Gabriel Ordóñez, Giowani Rivas, Gregorio Terán, Iván Álvarez Vitta, Jerry Bernal, José Barboza, José Manuel Pérez, José Ricardo “Zorro” Aquino, José Sucre, Juan Carlos Castrejón, Juan Coronel, Juan Mendoza, Juan Neri, Julián Martínez Fuentes, Leopoldo Olivares, Luis Ortuño, Luis Manrique, Mardonio Díaz, Marie Fuzeau, los morochos Zapata, Nelson Urbina, Pablo Villarreal, Ramón González, Ramón Suárez, Ramón Ubertín, Ramón Zerpa, Raúl González, Raúl Ibáñez, Raúl Romero, Ray Rondón, Rodolfo Ramos, Siro Imagen, Víctor Márquez y Yoar Durán, entre otros.


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Especial

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Carlos Arteaga "Cachucha"

Joel Aranguren

Carlos Eduardo Arteaga Hernández, conocido por todos como “Cachucha”, nació en Antímano el 9 de agosto de 1930. Es el último de los hijos de Florencio Arteaga y Candelaria Hernández. Desde muy joven, su espíritu inquieto se interesó por los toros, la aviación, la política, las letras, la fotografía y el cine; a tal punto que se dedica a filmar cortos por las calles de Antímano, donde también nace su primera propuesta impresa, un periodiquito al que le pone el elocuente nombre de El Tirapiedras. Su sueño de ser piloto lo conecta con el oficio de controlador aéreo, que ejerce largos años en el Aeropuerto de Maiquetía; no obstante, paralelamente estudia periodismo en la UCV. Su amor por la justicia lo convierte en un muchacho de ideales altruistas, los cuales lo llevan a incorporarse a las filas del PCV y posteriormente a la guerrilla. Sus actividades políticas clandestinas lo llevan a exiliarse en Cuba, donde conoce personalmente a Fidel y al Che. Su regreso a Venezuela es un estar del timbo al tambo huyendo de la Digepol. Finalmente, se asienta en Los Teques y se hace “tequeño” de corazón. Su responsabilidad era tal, que jamás le pesó levantarse temprano para llegar a Maiquetía y hacer sus guardias desde las 7:00 am. Versátil como era, luego de salir del trabajo le daba rienda suelta a su esencia de comunicador, pues en La Guaira sacaba otros pasquines, los cuales llenaba con fotos que él mismo tomaba. Ese ejercicio como fotógrafo pronto lo enamora de la fotografía, por lo que termina montando su propio laboratorio fotográfico en el baño de su casa, donde solía meterse con sus hijos a revelar. Allí experimenta con los químicos y aprende a crear atmósferas jugando con el tiempo de exposición de sus materiales. Sus fotografías eran famosas porque siempre apuntaban a la esencia de sus personajes: las manos, los gestos, la mirada… era un incansable que jamás dejaba de lado la cámara.

Joel Marcelino Aranguren Berroterán nace el 26 de abril de 1966 y es atrapado por la fotografía mucho antes de que tuviera conciencia de ello, pues desde niño se embelesaba mirando los libros y revistas que tenían grandes fotos con todo tipo de cosas: paisajes, seres humanos, ciudades, fauna y flora. Se detenía largamente a observar los detalles que estallaban en el glasé a full color de aquellas National Geografic, donde la nitidez de las imágenes embriagaba sus sentidos… entonces Joel comenzaba a imaginarse parte de aquellos parajes que tanto lo atraían poderosamente. Sin embargo, el impulso final se lo dan las dantescas imágenes de febrero del 1989. Cuando ocurre el llamado “Caracazo”, Joel tiene casi 23 años, suficientes para nunca olvidar el espanto vivido en Venezuela durante aquellos oscuros días de muerte y miedo. La experiencia despierta en él una conciencia histórica que lo hace querer ser parte de esos héroes anónimos capaces de arriesgar su vida para contar la realidad con una imagen. Se inscribe entonces en un curso nocturno de fotografía patrocinado por la Sociedad Hijos de la Unión, en Los Teques. Durante un año, Joel acude religiosamente a sus clases de fotografía en el liceo Julio Rosales, a cargo de Hildemaro Boada, quien poco a poco fue afinando su ojo de fotógrafo. Pero Joel va más allá y comienza a explorar ángulos, luces, enfoques… La fotografía se convierte en una suerte de máquina del tiempo, la cual le permite congelar los instantes para la posteridad, una posteridad que de seguro tampoco lo contendrá a él, sólo su ojo visor haciendo clic en alguna parte del camino. “La fotografía como oficio sale del corazón, y las fotos son el reflejo de cada fotógrafo. Mi trabajo más significativo lo realicé en el año 92, durante la segunda intentona de golpe de Estado contra el presidente Carlos Andrés Pérez. Recuerdo que me fui con mi amigo Alfredo Pereira a Caracas; para ese entonces, yo tenía

Pero Cachucha no sólo hizo periódicos y fotos. También incursionó en el mundo del cine, donde interpretó variados papeles. Como buen hijo del signo Leo, la amistad para él es una prioridad, y entre sus eternos afectos estuvo el “Zorro” Aquino, “Espátula” León, Carlos Lugo, “Empanada” Rivas, el “Negro” Veitía y Ramón Gamarra, entre otros. Su revista Contraste salió a la luz en 1970. Allí tenía una columna de chismes sociales llamada “Cuéntamelo todo”, famosa por las fotos y los cuentos que siempre causaban comidilla entre los tequeños, y era la más leída de la ciudad. Además, Arteaga colabora con múltiples iniciativas, entre ellas: El texto de la tierra, de la Dirección de Cultura; El Tequeño, que hacía junto a Carlos Lugo para para El Nacional; y Pantalla, al lado de su pana Carlos Zerpa. Hoy rendimos homenaje al querido Cachucha, hombre polifacético y conversador que tantas imágenes regaló a este pueblo que lo hizo su hijo y donde vivió hasta los últimos días de su vida, en noviembre de 2003. ■

una camarita Pentax con un lente 50 mm. En varias ocasiones estuvimos a punto de morir, fue una experiencia que nunca olvidaré”. No obstante, para Joel, su mejor fotografía es siempre la que está por hacer, lo que lo mantiene constantemente alerta para no dejar escapar el momento de su vida, cuando haga La Foto. Confiesa que ser fotógrafo en Los Teques no es fácil, “porque esta ciudad que tanto amo es un semillero de excelentes fotógrafos, muchos de ellos amigos respetados, lo que implica que la competencia es dura”. Joel es TSU en Ciencias Audiovisuales y Fotografía egresado del IUT Loero Arismendi. Ha trabajado como reportero gráfico de Últimas Noticias, del Correo del Orinoco, como corresponsal en El Universal, en el diario Avance y en el semanario Somos Guaicaipuro, entre otros. Agradece a Dios poder vivir de lo que lo apasiona y en su propio terruño, pues él no se hace eco de aquel dicho que reza que nadie es profeta en su tierra. Está convencido de que profeta, tal vez no, pero fotógrafo sí. Y de los buenos. Lo certifico. ■


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Especial

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Tito Díaz Tito Díaz comienza su carrera como fotógrafo una vez que decide inscribirse en un curso de fotografía dictado en la Universidad Central de Venezuela (UCV) por allá por los años 80. Da sus primeros pasos con la fotografía social, cubriendo eventos como bodas, bautizos, quince años, entre otros, además de trabajar en Foto Estudio Eddi, donde experimenta con algunas técnicas. Pero Tito quiere más que fiestas. Poco a poco va haciéndose un nombre y en la primera oportunidad ingresa al equipo de redacción de la Gobernación de Miranda, durante la gestión de Arnaldo Arocha. La pasión por el fotorreportaje de calle se va convirtiendo en una pasión, de manera que Tito ya no puede escapar de su llamado. Es así como en los años 1989 y 1992 participa como reportero durante los sucesos de El Caracazo y el golpe de Estado, respectivamente. Pero la fotografía sigue siendo para él un campo de posibilidades inéditas que no tarda en explorar: Tito realiza entonces un excelente trabajo sobre la cultura indígena en Amazonas, dejando un testimonio gráfico de la forma de vida sencilla y armónica de otros seres; además logra una excelente participación en la Feria de las Flores realizada en Los Teques en 1990. Durante años fue parte del equipo de reporteros que laboró

en diarios locales como Avance y La Región. Con el paso del tiempo, Díaz logra cristalizar otro sueño: se especializa como productor independiente y forma parte del equipo de edición de la televisora altomirandina MiraTV. La sed de conocimientos y su preocupación por ser cada día mejor, llevan a Tito a otras latitudes, realizando importantes cursos en pro de ampliar sus conocimientos. No obstante, la fatalidad lo alcanza y Tito es asesinado en agosto de 2016, durante un suceso que consternó y vistió de luto a toda la ciudad de Los Teques. Dejó pendiente su sueño de visitar España para realizar otros cursos y cuatro hijos desolados por su falta: Ronald, Rossmer, Kimberly y Guillermo. ■

Enrique Hernández Enrique José Hernández Sanabria (Caracas, 1967) tenía 12 años cuando vio por primera vez la cámara fotográfica porket y bolsillo, Kodak 126mm, que su hermana había traído de Estados Unidos. Recuerda que se la pidió prestada y como respuesta recibió una negativa, acompañada de una contundente afirmación: “Tú no sabes hacer fotos”. Aquellas palabras horadaron el espíritu del adolescente, quien desde ese mismo instante comenzó a interesarse por la fotografía, pero no fue sino hasta quinto año que Enrique pudo tener su propia cámara. Recuerda que por esos días coleccionaba la enciclopedia Hi Fi informática y electrónica, pero por falta de dinero no había podido comprar los fascículos. En vista de que habían pasado dos semanas, pidió un préstamo a su padre, quien le da los mil bolívares; no obstante, cuando se dispone adquirir sus revistas, un vecino le comenta que está vendiendo una cámara fotográfica modelo Canon AE-1 réflex 135mm en el mismo monto que tenía en el bolsillo. Sin pensarlo dos veces, Enrique cierra el negocio y se olvida para siempre de la colección Hi Fi. Son muchas las horas que invierte aprendiendo el funcionamiento de esa cámara profesional; pero la vida, siempre atenta, le va abriendo los caminos. Enrique era dirigente estudiantil del liceo Miranda y como tal fue a la sede del diario La Región a dar algunas declaraciones.Allí conoce a Aranguren, el fotógrafo que hace la foto para el reportaje, quien le regala una colita —película que tiene

de 10 a 12 fotogramas— para que hiciera sus primeras tomas: las alcantarillas en mal estado y unas escaleras de tierra de la comunidad de La Estrella son las primeras fotos de aquel jovencito, quien regresó al periódico para pedir el favor de que le revelaran el rollo. Enrique sale de allí con un nuevo rollito y con la satisfacción de haber dejado sus foto-denuncias para ser publicadas. Ese día comienza su historia como fotorreportero. Su condición de líder estudiantil y comunitario no lo abandona; de allí que, como un compromiso histórico ineludible, sienta inclinación por una fotografía a favor de las reivindicaciones sociales. Tanto así, que Enrique cubrió fotográficamente los sucesos de 1989 en Los Teques, arriesgando su integridad física, pues en varias oportunidades fue amenazado de muerte. En el año 1992 Enrique cubre la rebelión del 4 de febrero. Sus gráficas dan cuenta de los enfrentamientos de guardias nacionales y Disip en contra de los rebeldes. Ese mismo año su ojo deja constancia de lo ocurrido el 27 de noviembre, cuando un avión Bronco deja caer una bomba en la esquina de Carmelitas. El artefacto no estalla, pero Enrique logra captar el momento cuando otra bomba impacta en el Palacio de Miraflores, generando un gran hongo de más 20 metros. El alma de Enrique apuesta por la verdad; tal vez por ello, no duda en dejar su testimonio gráfico de lo vivido en Caracas el 11 de abril de 2002. Mientras enfoca, hace las tomas y corre por su vida, su cabeza es al-

canzada por un objeto contundente y su abdomen perforado por una bala. El material fotográfico realizado por él como parte del equipo reporteril de Venpres está considerado documento histórico y fue utilizado como soporte en el documental Puente Llaguno, claves de una masacre, realizado por Ángel Palacios. Con sus más de 29 años de trayectoria reporteril, confiesa que sigue enamorado de la fotografía: “No sabría cómo vivir sin ella, pues una vida sin cámara no es vida”. Estudió en el Centro de Capacitación Profesional Hijos de la Unión, en Los Teques, y realizó un taller para el manejo de herramientas de edición digital. Es miembro del Círculo de Reporteros Gráficos del Distrito Capital y del Sindicato Nacional de Prensa. Participó en el I Encuentro Mundial de Corresponsales de Guerra, del Instituto Internacional de Periodismo José Martí, en La Habana-Cuba, y se alzó con el premio del II Salón de Fotografía “Héctor Rondón”, auspiciado por el CNP-Miranda. Ha dejado una brillante estela a su paso por las distintas instituciones donde ha laborado como profesional de la lente, entre ellas los diarios Avance y La Región, El Nuevo País, La Religión, El Impulso de Barquisimeto, corresponsalía Caracas; agencias de noticias Venpres, ABN, Reuters, AFP, semanario Quinto Día y Ciudad CCS. Actualmente labora en la revista Épale CCS. Su impecable trabajo ganó el Premio Nacional de Periodismo, mención Reportero Gráfico 2016. ■


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Edsel Durand Edsel Durand nació el 30 de enero de 1954 en El Callao, estado Bolívar. Fue el primogénito de Efraín y Panchita. Sus hermanos, Zeleika y Reinier, llegaron años después. Su hermana Zeleika relata que el nombre de Edsel, extraño para el momento, es asociado por su padre con el heredero del emporio Ford, Edsel Ford, el cual es colocado al carro que la compañía lanza al mercado. Vive su infancia en El Callao, donde convive con los hijos de los mineros de las compañías norteamericanas e inglesas, una madrina cubana y una maestra trinitaria, al igual que Beatriz y Federica, las queridas vecinas de su abuela. La diversidad cultural le es común al niño que desde pequeño habla español, inglés y patois, desarrollando una macrovisión de mundo que siempre estará presente en su trabajo fotográfico. Años más tarde, Edsel se muda a Ciudad Bolívar, donde sufre una terrible bronquitis que deriva en una afección asmática que marcará su vida. En busca de nuevos aires, la familia se traslada a la comunidad de La Matica, en Los

Teques, y poco después se muda a la urbanización El Barbecho. Las escuelas Manuel Clemente Urbaneja, el Instituto de Comercio Jesús Muñoz Tébar y el liceo Roque Pinto, ya convertido en escuela técnica, forman a Edsel, quien se gradúa como bachiller mercantil. No obstante, prefiere dedicarse a sus grandes aficiones: el fútbol, la música, la escritura y la lectura. Entre sus autores de cabecera están: Borges, Salmerón Acosta, Cortázar, García Márquez, Unamuno… Por los años 70 comienza sus estudios universitarios en

Caracas, pero el asma hace lo suyo y Edsel, para preservar su salud, se inscribe enel núcleo de Ciudad Bolívar de la Universidad de Oriente. Durante este período descubre la fotografía, su más grande pasión. Poco después se cambia al núcleo de Cumaná para estudiar Sociología y se dedica a investigar sobre la fotografía. Es tiempo de experimentar y la cámara es su mejor aliada. Edsel no era —y nunca lo fue— un fotógrafo común. En 1981 regresa a Los Teques y comienza a trabajar como fotógrafo en el Colegio Universitario de Los Teques Cecilio Acosta (Cultca), donde permanece hasta su muerte, ocurrida en mayo de 1993. Su despedida fue una fiesta donde se dieron cita cientos de amigos. De aquel triste momento, su hermana Zeleika nos cuenta: “Edsel muere como vivió, siempre rodeado de gente, pero solitario. Papá, luego de su funeral, expresó en casa que había conocido a un Edsel que no conocía: todas las miradas eran diferentes sobre su forma de ser. Es como si él se hubiese adaptado a cada uno de ellos”.

He aquí algunos de sus logros: delegado en el III Coloquio Latinoamericano de Fotografía Casa de las Américas, La Habana, 1984; miembro del Archivo de Fotógrafos del Conac; premio Conac, Concurso de Fotografía “Retrospectiva de la Danza”, 1986; premio máximo en el 2° Salón de Fotografía Mirandina, Los Teques, 1990; encargado de la Unidad de Fotografía del Departamento de Tecnología Audiovisual del Cultca; miembro del cineclub Amábilis Cordero, de Los Teques, y miembro del Centro de Investigación Altos de Guaicaipuro, de la Gobernación de Miranda.Algunas colecciones: Encuentro Cultural Aquiles Nazoa, Barquisimeto, 1977; 50° Aniversario de la muerte de Cruz Salmerón Acosta, Manicuare, 1979; VI Festival Internacional de Teatro de Oriente, Barcelona, 1981; “Mas Allá… Donde el agua es sinónimo de hombres”, Delta del Orinoco, 1986; “Un Día, Un Hombre”, San Antonio de los Altos, 1986; Voz Negra, gira por Venezuela, 1991. Películas (Fotografía): Un Pueblo Oriental, Guacamaya de

las Flores, Península de Araya, 1977; Sonrisas y Papagayo, Homenaje a Aquiles Nazoa, 1977; Ramón Delgado Hernández, cineclub Amábilis Cordero, 1986; La Maluca, estado Sucre, 1992. Algunas exposiciones: 1° Salón de Fotografía, Museo de Bellas Artes, Maracaibo, 1982; Semana de la Danza, colectiva de fotografía, Cumaná, 1985; “Amigos”, 1a Colectiva de Fotógrafos de Los Teques, Ateneo de Los Teques, 1985; “Recuerdo al abrigo de tus pasos”, en conjunto con Walter Boscán, Ateneo de Los Teques, 1987; y Cultca, 1988; “Calotipos”, equipo de investigación fotográfica, Casa de la Cultura Cecilio Acosta, Los Teques, 1992; y Casa de la Cultura Juan Félix Sánchez, Mérida, 1993. Algunas publicaciones: Calice, Revista de Arte y Literatura, Edo. Sucre, 1979; Desafío, revista de la FCU-UDO, estado Sucre, 1981; Trapos y Helechos, San Antonio de los Altos; Cuadernos de Historia Regional, Dirección de Cultura de Miranda; Cecilio, diseño, concepción y fotografías, Cultca, 1988; colaborador en revistas y prensa regional y nacional. ■


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Especial

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Walter Amed Boscán Walter Amed Boscán decidió ser fotógrafo cuando era niño. Vendió su bicicleta para poder comprarse su primera camarita, con la que se dedicaba a retratar a todos los miembros de su familia, sus primeros modelos a la hora de enfocar. Quizás esa experiencia temprana de retratar lo habitual, siembra en Walter su vocación por lo sencillo, y lo hace recoger esa cotidianidad en imágenes que vienen envueltas en colores o traspasadas por un hervidero de grises y negros, haciendo de ellas una experiencia particular donde se pueden palpar los sentimientos de sus protagonistas, casi siempre pueblo llano concentrado en un ojo maestro que toca y trastoca con su don de ver más allá, captando la memoria de los que somos. Rebeca Martín, en su artículo “Walter Boscán, un lente cinco estrellas” (Avance, 2/12/2000), señala que “sus fotografías son una recopilación de las vivencias de cada quien, son túneles subterráneos que —siguiendo el esquema de Sábato— conducen a la dimensión humana en su esencia más pura”. Y es una gran verdad. Enamorado de la vida, apasionado de su oficio, la calle es para Amed su mayor estudio, por eso no se amilana a la hora de lanzarse al suelo para hacer una toma capaz de captar eso que él ve, desde su óptica de poeta de la imagen. Walter nació en Caracas en marzo de 1964. Llegó a Los Teques a la edad de 7 años y en sus aceras fue descubriendo cómo hacerse del espacio en la nostalgia que diariamente revelaba en su pequeño laboratorio de la casa colinera, en Carrizal. Hasta en la cocina había cuerdas que atravesaban la noche donde Amed colgaba el fruto del día a día, no sólo el trabajo que le permitía subsistir, porque siempre iba más allá, en la magia de una mirada, en la acera alta de una casa vieja, en la fachada derruida, en las manos de un anciano… Walter siempre traía la esencia del pueblo a la casa y la revelaba cada noche al arrullo del canto de los grillos. Él mismo se consideraba un fotógrafo de pueblo, “porque me gusta mucho cómo los pobladores mueven los hilos de su historia”. Boscán fue reportero gráfico del diario Avance y de la revista Contraste, trabajó durante años en la Unidad de Investigación (Cinap)

de la Galería de Arte Nacional, fue fotógrafo de Monte Ávila Editores, bajo la coordinación de Rafael Arráiz Lucca; auxiliar de fotografía durante el rodaje de la película Ifigenia, dirigida por Iván Feo; fotógrafo de la Coordinación de Cultura del Colegio Universitario de Los Teques Cecilio Acosta (Cultca); reportero gráfico de la Gobernación de Miranda y del Ministerio de la Juventud; y fotógrafo y coordinador de Proyectos Editoriales Institucionales de la Alcaldía del municipio José Félix Ribas, en La Victoria, entre otros cargos, que lo hicieron merecedor del respeto de todos como profesional de la lente.

Su trabajo se ha exhibido en numerosas exposiciones, entre ellas: exposición documental sobre Reverón en la Biblioteca Nacional (1989); “Sombras, una retrospectiva del teatro mirandino”; “Recuerdo al abrigo de tus pasos”, dedicada a Ramón Delgado Hernández, un viejo comunero de San Antonio de los Altos; “Huellas de la vivencia”, realizada conjuntamente con el fotógrafo Miguel Ruiz; “Camino en trance”, donde recoge una manifestación religiosa del Barrio de Jesús, de La Victoria; exposición en el Museo de la Nación, en Lima, Perú, y otra realizada en la Universidad de Pamplona, Colombia.

Además de su laburo como cazador de imágenes, Walter fue cofundador del cineclub Amábilis Cordero, impulsando en Los Teques el cine alternativo, los cines móviles, la investigación y documentación de la cultura mirandina, lo que le valió la obtención del premio Fevec al mejor documental sobre joropo central en el Festival de Punto Fijo (1989). Para Walter, la mejor escuela de un fotógrafo se encuentra en la calle y se nutre del contacto con los compañeros de un oficio que considera marcado por el empirismo, tal como lo expresa en la entrevista que le hiciera Rebeca Martín: “Uno puede tener

un maestro, un horizonte, alguien en quien apoyarse, pero en Venezuela, la mayoría de los que ejercemos este oficio, tenemos muy presente que el aprendizaje se transmite de unos a otros… Por ello uno termina siendo autodidacta, se va especializando, va mejorando cosas, pero siempre anda tras el ensayo y el error. En función de eso, acumulamos horas de vuelo, experiencia que nos permite hacer una foto cada vez más elaborada… nosotros tenemos esa particularidad: los fotógrafos nos retroalimentamos”. Walter Boscán falleció a la edad de 47 años el 15 de febrero de l año 2011. ■


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Especial

Somos Guaicaipuro ­— Junio de 2017

Mayrin Moreno Macías

Leonardo Vivas “Mi padre, Arnaldo Vivas Toledo, compartió su gusto por la imagen poética y la imagen gráfica expresada en la fotografía”. Con esas palabras abre Leonardo Alfredo Vivas Marchena, “Leo”, su experiencia como fotógrafo, la cual, gracias al empeño de su progenitor en enseñarlo a asociar gráficas y textos como parte de un todo que se complementa, nunca ha podido dejar de leer una buena imagen. Confiesa que desde que fue estocado por la magia de la fotografía, hizo suya la frase que reza: “una imagen habla más que mil palabras”. Leo recuerda que cuando estaba en primer año en el liceo Vicente Salias, salió a realizar las fotos para un trabajo sobre la contaminación. La experiencia, que hizo sentir poderoso a un niño de 11 años, fue decisiva para su vida, pues se prometió a sí mismo que sería fotógrafo. En el último año de bachillerato, coincide con Luis Hernández en la Unión de Jóvenes Revolucionarios (UJR) y junto a él, tiene la oportunidad de visitar un laboratorio de revelado. Cuenta que al apagarse las luces de aquel frío y oscuro cuarto, tuvo la sensación de que algo mágico estaba por ocurrir. Al emerger la imagen sobre el papel, el maravillado Leo pide a Luis trabajar con él. Es así como la periodista Luisa Boyer, directora del periódico El Paladín, lo emplea bajo la tutela del joven Hernández, quien lo va enseñando a volar mientras afirman una sólida amistad. Leonardo trabaja duro. Durante la mañana cubre las pautas de la Alcaldía de Guaicaipuro como fotógrafo y durante las tardes es reportero gráfico de El Paladín. Como muchos, Leo coincide que esta profesión se construye a punta de compartir con los

colegas de la lente. Es así como comienza a tejer vínculos entrañables con Enrique Hernández, Raúl “Trony” Romero, Ray Rondón, Frank y Freddy Zerpa, Joel Aranguren, Alí Bello, “el Zorro” Aquino, Cachucha, Álvarez Vitta, Jerry Bernal y Víctor Márquez, entre otros. Confiesa que la vida como reportero gráfico fue una locura: la calle, las personalidades de turno, las comunidades, el diarismo, la improvisación, el trabajo bajo presión… todo ese corre corre le sirvió para marcar distancia, pues Leo no sólo sabe tomar fotos. Su pasión por la fotografía es compartida con la música y el arte. Tal condición lo lleva a sucumbir ante la magia que, con sus exquisitas técnicas de laboratorio, crea el espíritu anacoreta del maestro Edsel Durand, loco iluminado del cuarto oscuro quien le enseña caminos llenos de texturas, luz y sombras. Edsel representa para Leo la posibilidad otra de crear composiciones que le dan una dimensión distinta de la fotografía. En esos senderos conoce a Walter Boscán, quien, al igual que Edsel, marca su destino como fotógrafo. Poco a poco Vivas se abre paso hasta el Instituto Autónomo de

Cultura del Estado Miranda (Iacem), donde consolida su trabajo creativo con la lente. Durante este tiempo, realiza varias exposiciones individuales y colectivas, entre ellas “El Beso”, un inolvidable montaje kitsch para celebrar el día de los enamorados, donde cualquiera de los asistentes podía obtener por un “fuerte”, una foto, una carta de amor, un trago o una experiencia musical. La música también dio a Leo grandes satisfacciones, pues es compartiendo escenarios con grandes músicos que conoce a Pointhexter, fotógrafo de la agrupación Desorden Público. Con Pointhexter aprende los intríngulis de la fototarima: el instante, el manejo de las luces, el movimiento, las intensidades expresivas, el atavío para hacerse invisible en el escenario, los cables… en fin. La vida lo obliga a decidir y Leo opta por la música. Deja la cámara y retoma sus estudios musicales, a los que se consagra en cuerpo y alma. La fotografía sigue presente en las fotos genéricas que lo ayudan a inmortalizar aquellas cosas que le son sensibles o útiles. “Pero sigo sirviendo a mis amigos, cuando ellos me lo piden. Igualmente, asumo que la fotografía es un arma poderosa, por lo que disparar un clic para captar alguna injusticia, sigue siendo la mejor manera de denunciar algo”. Para Leo, quien nació un 27 de junio de 1975, todo lo que tiene que ver con el reflejo en imágenes es asunto del espíritu, de la conciencia, del pensamiento crítico y de la sensibilidad por lo sencillo de ver y difícil de olvidar… Cierra la entrevista con una hermosa afirmación: “La fotografía nos cunde de inmortalidad y preserva nuestra visión del mundo… ella nos resguarda”. ■

Mayrin Gissel Moreno Macías tiene una mirada dulce y un ojo de largo alcance. Silenciosa y risueña, esta morena sabe a dónde apuntar para captar la esencia de la gente y los momentos. No habla mucho de su oficio, pero sus imágenes van poniendo en alto cada impreso que ella distingue con la sensibilidad de su mirada retratante. Es licenciada en Comunicación Social de la Universidad Católica Santa Rosa, TSU en Informática, hizo el Diplomado de Cronistas Comunales del Siglo XXI y es realizadora de Televisión, egresada de la Escuela de Medios y Producción Audiovisual (EMPA) de Ávila TV. Aunque es uno de los ojos principales de los semanarios Somos Guaicaipuro y Todas Adentro, Mayrin sabe combinar su forma de mirar con la manera atenta de escuchar a quienes se animan a contarle sus vivencias, pues ha sido —y es— redactora de éstos y otros medios de comunicación capitalinos y regionales, entre ellos: Desdelaplaza.com y la revista Poder Vivir. Entiende que la fotografía es un arte que cultiva la observación y el asombro como premisa de la vida, en ese gesto imperceptible que sólo quien sabe verse en el otro es capaz de alcanzar. Los cientos de cultores retratados en su esencia lo certifican. Además, sabe del trabajo en equipo y tiene una gran humildad para aprender de quienes la vida ha puesto en su camino para guiarla en su hacer y su mirar. Su paso como fotógrafa por el Ministerio Popular para la Cultura así lo acredita, al igual que las fotografías que engalanan el Calendario 2012 del Ministerio del Poder Popular para el

Ambiente, y su impecable desempeño como asistente de los fotógrafos Eduardo Leal (Londres) para cubrir las presidenciales de 2012, y Bill Hackwell (EEUU), con quien documentó los sucesos de abril de 2011, entre otros importantes trabajos, como los realizados para el Centro Nacional de la Fotografía (Proyecto Retratarte). Como fotógrafa profesional ha realizado numerosos cursos y talleres, entre ellos: Retrato (Nuria López Torres); Composición Fotográfica (Alejandro Toro); Foto digital (Yemar Galué); Iluminación y retrato; Documentalismo político (Bill Hackwell), taller de Serigrafía y taller “El barrio cuenta su historia”, coordinado por el Centro Nacional de la Historia. Premios: Aníbal Nazoa, de la Fundación Movimiento Periodismo Necesario, categoría Fotoperiodismo impreso (2015); Estímulo Telefónica, categoría Fotografía (2014), con la serie “La Zaragoza”. Exposiciones: “Brujas, ritos y aparecidos” (Canadá, 2014); “Del pueblo a Chávez” (Casa de Bello, 2013); “II Muestra Afrodescendiente y del Cacao” (CUFM, 2013); “Miradas de la Revolución”, entre otras. ■


foto héctor rondón


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