Greyling

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Greyling

Leyenda Galesa de Jane Yolen Traducciรณn por Rosina Banderas


Hace mucho tiempo, había un pescador que vivía a orillas del mar con su mujer. Todo lo que comían y hacían venía del mar. El techo de su casa estaba cubierto por los mejores musgos, de esos que mantienen a los galeses bien calientitos en invierno y frescos en verano y no les hacía falta nada ni deseaban nada más que tener un hijo. Todas las mañanas cuando la luna tocaba las aguas y el sol se levantaba por los acantilados, la mujer decía al pescador: tienes tu bote, tus redes y tus arpones, pero yo no tengo un bebé que sostener en mis brazos. Luego en las tardes ocurría lo mismo. Hasta una cunita de madera habían fabricado, pero año tras año permanecía vacía. Poco a poco el pescador comenzó a entristecerse también, pero se guardaba la pena pensando que si la compartía con su mujer la pondría aún más triste y día tras día regresaba con las redes llenas y el corazón vacío, pero nada decía a su mujer.


Un día soleado cuando la playa era un rizo dorado entre los acantilados y el mar, el pescador bajó como siempre a buscar su bote, pero esta vez encontró un cachorro de foca gris que gemía solito, varado en la arena. El pescador miró arriba y abajo, hacia adelante y atrás. También miró bien hacia los grises acantilados y hacia dentro del mar, pero no logró atisbar ninguna otra foca. Entonces se encogió de hombros y se sacó la camisa, la metió en el agua y envolvió a la foquita con cuidado. “Tú no tienes papá ni mamá” dijo él “y yo no tengo hijo. Así que vendrás conmigo.” El pescador no pescó nada ese día, pero llevó a casa al cachorro bien envuelto en su camisa directamente a su mujer. Cuando ella lo vio llegar tan temprano y sin camisa, salió de la cabaña rápidamente con miedo galopando en el corazón. Luego sintió curiosidad por el paquete que él traía en sus brazos.


No es nada- dijo él -solo un cachorro de foca que estaba varado en la arena todo solo y perdido-. Pensé que podíamos darle cariño y cuidarlo hasta que sea lo suficientemente fuerte y grande para buscar a los suyos. La mujer del pescador asintió con ternura y tomó el paquetito, pero cuando destapó al cachorro pegó un fuerte grito: “¿Nada? ¿Dices que no es más que un cachorro?” El pescador miró. En vez de una foca acurrucada en la camisa, había en ella un hermoso y extraño niño. Tenía los ojos grises, el pelo plateado y una linda cara con la que les sonreía a ambos. El pescador juntó las manos con sorpresa. -Es un selchie- gritó -son humanos en la tierra y focas grises en el mar, nunca pensé que fueran más que leyendas-. Entonces-dijo la mujer, mientras lo abrazaba- permanecerá siendo hombre en la tierra, porque nunca lo dejaré regresar al mar.


-Nunca-dijo el pescador, que también anhelaba tanto como su mujer tener un hijo, pero en el fondo de su corazón algo le decía que de alguna manera no estaba bien estar de acuerdo con esto. -Le vamos a poner Greyling-dijo la mujer del pescador-porque sus ojos y su pelo son del color de las nubes en que la tormenta se avecina. Greyling te llamaremos, el nombre que significa gris, aunque solo hayas traído luz a nuestro hogar. Así fue como a pesar de que siguieron viviendo a orillas del mar, en una casita cuyo techo estaba cubierto por los mejores musgos, de esos que mantienen a los galeses calientitos en invierno y frescos en verano, al niño Greyling nunca lo dejaron meterse al mar. Creció entonces de niño a muchacho y de muchacho a joven. Juntaba leña para su madre y se metía en las pozas de mar a sacar mariscos para su mantel. Cosía las redes de su padre, arreglaba su bote y pesar


de que a veces se quedaba en la orilla o muy alto en los acantilados grises extrañando algo que no sabía qué era, nunca se metió en el mar. Así pasó el tiempo hasta que una ventosa mañana de invierno, justo quince años después del día en que habían encontrado a Greyling, una fuerte tormenta sopló desde el norte. Era una tormenta como nunca antes se había visto: el cielo se puso casi negro y hasta los peces tenían problemas para nadar. Las aguas llegaron hasta la casita del pescador en la playa y su mujer con Greyling tuvieron que subir a los acantilados. Desde arriba, donde estaba el pueblo, tuvieron que mirar hacia el mar. Espiaban el barco del pescador. Estaba lejos de la orilla y sus velas flameaban como las alas rotas de una gaviota. Agarrado del mástil roto, el pescador intentaba salir a flote, cada vez con mayor dificultad debido a las altas olas. La gente del pueblo miraba también.


¿Nadie va a salvar a mi marido? -gritó la mujer del pescador- ¿Nadie va a salvar a mi esposo que es todo para mí?Los hombres del pueblo miraban el piso. Ningún hombre se atrevía a dar su vida por otro en aquel mar. ¿Nadie lo salvará? - Gritó ella otra vez – Dejen que el joven vaya-dijo un anciano apuntando a Greyling con su bastón- Él se ve lo suficientemente fuerte. Pero la mujer del pescador le tapaba los oídos a Greyling. No quería que se metiera al mar, pues temía que no volviera. ¿Nadie lo salvará? -Gritó la mujer por tercera y última vez-Yo lo salvaré- dijo Greyling o moriré en el intento. Antes de que ella pudiera decirle que no, se soltó de sus brazos y saltó desde lo alto del acantilado hasta lo más profundo de las olas. -Se va a hundir-decían las mujeres mientras corrían a mirar.


-Se ahogará-decían los hombres mientras buscaban sus botas. Se juntaron nuevamente a mirar desde arriba. Cuando Greyling desapareció bajo las olas, ágiles aletas remplazaron sus piernas, pies y brazos y una poderosa nariz de foca lo guio justo al lugar en que se hundía su padre. El selchie había regresado al mar. La gente del pueblo no pudo ver esto, por supuesto. Solo vieron al chico que buceaba entre las olas, su ropa flotando en el mar y una gran foca gris que sin esfuerzo alguno, de una extraña forma acompañaba al pescador fuera del agua y luego con alegría y un saludo final se metía nuevamente al mar. -Qué hijo tan valiente-dijeron las mujeres cuando encontraron sus zapatos. - Un hijo realmente valeroso-dijeron los hombres, al recuperar su camisa, pues lo creían perdido de verdad. Todo el pueblo pensó que Greyling se había ahogado.


Ya más tranquila y cuando estaban los dos solos la mujer le preguntó al pescador: ¿Realmente se habrá ido? -Ya lo creo-dijo él-Se fue a donde lo llama su corazón, se fue a ser libre en el mar. A pesar de que me entristece su partida, yo sé que de alguna forma es lo mejor para él. La mujer del pescador asintió y lloró, pero luego estuvo de acuerdo y ambos se abrazaron. -Es lo mejor-dijo ella- Nosotros lo cuidamos por un tiempo, pero ahora él se quiere valer por si mismo y debe ser libre. Así fue como otra vez, ellos vivieron en la orilla del mar, en una nueva casa cuyo techo estaba cubierto por los mejores musgos, esos que mantienen a los galeses calientitos en invierno y frescos en verano. Eso sí todos los inviernos, se suele ver a una foca gris nadando cerca de su casa. La gente del pueblo la ve, habla de eso y se imagina cosas, pero afortunadamente, como las focas


suelen merodear las casas de los pescadores, los pueblerinos no investigan mucho mรกs y los dejan tranquilos. Pero esta no es cualquier foca. Es Greyling en persona que vuelve a casa- viene a contar a sus padres las cosas que pasan en el mar y a revelarles secretos y maravillas que se esconden muy adentro bajo sus aguas.


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