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Desilusión

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MEXICO

MEXICO

Fresco y oculto, se ofrece el fulgor de la conciencia primitiva y pura, esencia...

Tomás Segovia. El sol decidió no esperar más y se fue entre la bruma confundida del mar sin saber si pertenecía a la tarde o a la noche...

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El viento silbaba letanías coronando con bolsas de plástico a espinos y pitayales, sentado sobre una piedra, en Cerro Alto, por tercer día, tu llegada esperaba; abajo la bahía de Salina Cruz, semejaba un maravilloso espejo azul obscuro, cual cuadro istmeño de estirpe sin tiempos.

Solo esperaba ver tu pelo adolescente emulando a las olas en su ondular, la blancura de tus dientes competir con la espuma, aspirar tu aroma más energético que el yodo oceánico; sólo esperaba observarme en tus pupilas, entre lo naranja y los luceros...

El manto del universo cayó lentamente, el chillido de un murciélago hizo emprender el descenso; me despedí del mar, del cerro, de las aves marinas, de las aves misterio...

Descendencia

Memito de copiloto, la sierra madre del sur abriéndonos los brazos…

El universo en nuestras entrañas, aroma a hiervas y raíces frescas ayudado por el viento suave que circundaba el cañón Oaxaqueño.

Un maridaje naranja formó con las primeras caricias del sol istmeño. Allá abajo, el río cantaba en zapoteco, los peces descifraban recovecos…

Sentí una lágrima refrescar mi mejilla, con Memito, otra también lo hacía. Tomé su mano izquierda, la sentí temblar, expresaba con su voz infantil y angelical lo siguiente:

“¿Papá, porqué te fuiste de aquí?”

Me bebí a la naturaleza, milenios, ancestros… Ronca la voz emergió por la opresión del pecho…

Porque necesitaba encontrarte.

Carta a la inocencia e indigencia

Justo cuando se saludaban la claridad y el misterio, aparecía el, alto, mirada transparente, cabello ensortijado, y naranja por el sol al despedirse, sus ropas sucias y hecha girones denotaba ser su camastro el universo, parecía ponerse triste al no alcanzar al tren que se llevaba sus sueños.

Mi madre una tarde, después de llamarle la atención a rebeldes niños que le llamaban “Loco”, se puso frente a él ofreciéndole un plato “zampa” (de barro) conteniendo alimento henchido de amor con el que nos alimentaba cada día, así, por las mañanas al pasar frente a casa un cafecito de olla caliente también lo deleitaba…

Mi madre le hablaba en zapoteco, nuestra lengua; sus ojos se encontraban y con un movimiento ligero de cabeza, demostraba su agradecimiento, con el correr de los días, pude observar una ligera sonrisa escondida entre su barba espesa y ligeramente rubia.

Se contaban historias horrorosas e idílicas acerca de su “desequilibrio y conducta”; sobre el asesinato a su progenitora, o al despecho hacia su persona por una mujer de exuberante belleza, algunos mencionaban incluso ser descendiente de franceses refugiados en el “Espinal” posterior a la batalla del 5 de septiembre de 1866. Yo solo observaba el respeto hacia mi madre por ser tratado como un ser humano.

Después de unos años no volvió más, se perdió entre la bruma del tiempo, como las lagunas cerca de casa, el canto de las ranas, el aroma a zapandú en cabellos zapotecas, el berendú, y las luciérnagas…

¿Acaso al fin alcanzó al tren para cumplir sus sueños, huir de sus recuerdos o mencionar en otros lares la comprensión de mi madre?

Una tarde, abrazado por una hamaca, y teniendo en manos “El Loco” de Gibran Khalil Gibran, volvió a mi mente, al igual que el melancólico silbato del tren…

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