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Parte 1: El perdón como actitud asertiva
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“... creía que la solución milagrosa de todas mis amarguras se encontraba en un perdón de tipo puramente voluntarista. ....me pregunté por qué, a pesar de mi buena voluntad y de mis muchos esfuerzos, no lograba liberarme de mi resentimiento... dándole vueltas inútilmente al pasado... y me sumía en un marasmo de emociones en el que se mezclaban miedo, culpabilidad y cólera...” J.M.
1. La importancia del perdón en nuestras vidas Intentemos pensar en cómo sería un mundo sin él. ¿Cuáles serían las graves consecuencias? Perpetuar en nosotros mismos y en los demás el daño sufrido Vivir con resentimiento Permanecer aferrados al pasado y/o, vengarnos
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Adaptado de: Monbourquette, J. (1995). ¿Cómo perdonar? Bilbao: Sal Terrae, por Dr. Alejandro Fabre
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Perpetuar en sí y en los demás el daño sufrido Nos sentimos inclinados a imitar a nuestro ofensor. Tendemos a la vez a mostrarnos malos, no sólo respecto al ofensor, sino también con nosotros mismos y con los demás. Y no es en este punto expresamente la venganza como tal, sino reflejos de “defensa” del inconsciente individual y colectivo (cultural). Por eso, en el perdón no debemos conformarnos con no vengarnos, sino que tenemos que atrevernos a llegar hasta la raíz de nuestras tendencias agresivas disfuncionales y detener sus efectos devastadores antes de que sea demasiado tarde. Sólo el perdón puede romper éstas reacciones en cadena y detener los gestos repetitivos de venganza para transformarlos en gestos creadores de vida.
Vivir con un resentimiento constante En la experiencia clínica se ha podido comprobar que algunas reacciones emotivas desmesuradas no son más que la reactivación de una herida del pasado mal curada. Vivir irritado, incluso inconscientemente, exige mucha energía y mantiene un estrés constante. Entenderemos mejor lo que ocurre si tenemos presente la diferencia entre el resentimiento, que genera estrés, y el enojo (cólera), que no lo hace. El enojo es una emoción sana en si misma que desaparece una vez expresada, el resentimiento y la hostilidad se instalan de manera permanente como actitud defensiva siempre alerta contra cualquier ataque real o imaginario.
Permanecer aferrados al pasado La persona que no quiere o no puede perdonar difícilmente logra vivir el momento presente. Se aferra con obstinación al pasado y, por eso mismo, se condena a malograr su presente, además de bloquear su futuro.
Vengarse Se trata, sin duda, de la respuesta a la afrenta más instintiva y espontánea. Sin embargo, intentar compensar el propio sufrimiento, infligiéndoselo al ofensor, implica suponer que el sufrimiento dado a otro posee un “poder mágico” que dista mucho de tener. No cabe duda que la imagen del ofensor humillado y sufriendo proporciona al vengador un gozo narcisista (egoísta); extiende un bálsamo temporal sobre su sufrimiento personal y su humillación; da al ofendido la sensación de ya no estar solo en la desgracia. La venganza, en cierto modo es una justicia instintiva y tiende a restablecer una igualdad basada en el sufrimiento infligido de modo mutuo. Intentar pagar al ofensor con la misma moneda hace entrar a la víctima y al verdugo en una dialéctica repetitiva. Más que llevar se es llevado (por la venganza). Pero no hay que pensar que la mera decisión de no vengarse es equivalente al perdón
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2. Desenmascarar las falsas concepciones del perdón Perdonamos demasiado poco y olvidamos demasiado Madame Swetchine.
Antes de empezar a perdonar, es imprescindible que nos desprendamos de las falsas ideas sobre el perdón.
Perdonar no es olvidar Perdonar no significa negar Perdonar no requiere sólo de un acto de voluntad Perdonar no puede ser una obligación Perdonar no significa sentirse como antes de la ofensa Perdonar no exige renunciar a nuestros derechos Perdonar al otro no significa disculparse Perdonar no es una demostración de superioridad moral Perdonar no significa pasarle la responsabilidad a Dios
Perdonar no es olvidar Aunque fuera posible olvidar el suceso desgraciado, ello nos impediría perdonar, porque no sabríamos qué perdonar. Por tanto el proceso del perdón exige una buena memoria y una conciencia lúcida de la ofensa. El perdón ayuda a la memoria a sanar. El suceso desgraciado está cada vez menos presente y es menos obsesivo; la herida va poco a poco cicatrizando; el recuerdo de la ofensa ya no inflige dolor. Por eso la memoria curada se libera y se puede emplear en actividades distintas al recuerdo deprimente de la ofensa. La frase “perdono, pero no olvido” es correcta en sí, desde el punto de vista de que el perdón no exige amnesia. Desafortunadamente se habla de esta manera en el sentido de expresar su decisión de no volver a confiar y estar siempre sobre aviso, ello indicaría desde luego que no se ha llevado a término el proceso de perdón.
Perdonar no significa negar Cuando se recibe un golpe duro, una de las reacciones más frecuentes es acorazarse contra el sufrimiento y contra la emergencia de emociones. Esta forma defensiva a menudo adquiere la forma de una negación de la ofensa. Si persiste este reflejo de defensa, la reacción puede llegar a ser patológica.
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Perdonar requiere más que un acto de voluntad El error consiste en hacer del perdón un simple acto de la voluntad, en lugar del resultado de un entendimiento y aprendizaje. Y el proceso puede ser más o menos largo en función de:
la herida las reacciones del ofensor los recursos del ofendido.
Para el perdón se movilizan todas las facultades: la sensibilidad, el corazón, la inteligencia, el juicio, la imaginación, la fe...
Perdonar no puede ser una obligación El perdón o es libre o no existe. La voluntad de perdonar se enfrenta a las reticencias de los sentimientos y de las emociones, que también exigen ser escuchados. Reducir el perdón a una obligación moral es contraproducente, porque al hacerlo, el perdón pierde su carácter gratuito. Debemos encontrar un “algo más” que siempre se encuentra en el motor del perdón, que es el amor. La frase “...perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a quienes nos ofenden” puede ser interpretada en forma errónea si se asimila en primer lugar a un acto de justicia exigida (algo así como: “yo ya lo perdoné, ahora me perdonas tú” y que no está tomando en cuenta también la misericordia de Dios). Se podría creer que debe necesariamente hacer un gesto de perdón antes de poder ser perdonados por Dios, olvidando que el perdón de Dios no está condicionado por los pobres perdones humanos. Desde este punto de vista podemos decir que ya estamos pre-perdonados. Sin embargo la ofensa al Inocente Absoluto y el deseo de imitación al Amor, si requiere de tres cosas: humildad, arrepentimiento e intento de imitación. Tampoco resulta auténtico querer ser perdonado, sin que nosotros queramos a su vez perdonar; es decir, ser verdaderamente “objetos” de amor, sin que a su vez queramos estar “sujetos” al mismo amor. La “obligación”(justicia) del perdón en el Padrenuestro daría a entender que, en caso de no perdonar, el hombre se expondría al castigo de no ser perdonado. San Pablo aporta luz al sentido en (Col 3,13) “Como el Señor os ha perdonado (misericordia), así también haced vosotros (justicia)”. Dios al respecto no nos condiciona el perdón en términos de un previo perdón “perfecto” de nuestra parte, lo que no se entendería en su Misericordia, sí sin embargo, necesitamos “al menos” la humildad y la intención de perdonar a los que nos ofenden, ya que si no, le hacemos que “falte” a su Justicia. En resumen, la gratuidad del perdón de Dios que se desprende de su amor infinito hacia nosotros, si nos obliga, si nos condiciona, por imitación de lo amado y por la propia fuente del perdón, a también perdonar.
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Perdonar no significa sentirse como antes de la ofensa Con frecuencia confundimos perdón con reconciliación, como si el acto de perdonar consistiera en restablecer unas relaciones idénticas a las que teníamos antes de la ofensa. En las relaciones íntimas de parentesco, de vida común y de trabajo, la reconciliación debería ser la consecuencia normal del perdón. Pero el perdón en sí mismo no es sinónimo de reconciliación, porque puede tener su razón de ser sin que ésta exista. Podemos perdonar a una persona ausente, muerta o incluso desconocida y es evidente que en estos casos la reconciliación es imposible.
Cuando se trata de ciertos casos de abuso o violencia, se aconseja a la víctima poner término a la relación con su agresor. También es un error pensar que una vez concedido el perdón es posible relacionarse como antes con el ofensor. Es imposible volver al pasado después de haber sufrido una ofensa. O bien se intenta auto-convencerse de que no ha pasado nada –y entonces se restablece la relación en la mentira-, o bien se aprovecha el conflicto para revisar la calidad de la relación y reanudarla sobre nuevas bases más sólidas.
Perdonar no exige renunciar a nuestros derechos Basta señalar que, mientras la justicia se ocupa de restablecer sobre una base objetiva los derechos de la persona perjudicada, el perdón responde en primer lugar a un acto de benevolencia gratuita, lo que no significa que al perdonar se renuncie a la aplicación de la justicia. El perdón que no combate la injusticia, lejos de ser un sigo de fuerza y de valor, lo es de debilidad y de falsa tolerancia, lo que incita a la perpetuación del crimen.
Perdonar al otro no significa disculparle “Te perdono, no es tu culpa”. Esta frase refleja otro concepto erróneo del perdón. Perdonar no equivale a disculpar al otro, es decir descargarle de toda responsabilidad moral (yo recomiendo la visión de la responsabilidad parcial que puede ir desde casi nada hasta casi todo. Veremos que tener en cuenta todos los atenuantes genuinos será muy importante en el proceso).
Perdonar no es una demostración de superioridad moral Algunos perdones humillan más que liberan. El perdón puede transformarse en un gesto sutil de superioridad moral de “suprema arrogancia”. Disimular ansia de poder bajo una apariencia de magnanimidad. El verdadero perdón tiene lugar en la humildad (en el reconocimiento del límite) y abre el camino a una verdadera reconciliación. El falso perdón sólo sirve para mantener la relación dominante-dominado. Este perdón enfermo se practica en tres modalidades:
Compulsiva: que “golpea” con su perdón por cualquier pecadillo Husmeador de culpabilidad: que agrava la situación por el placer de mostrarse clemente y agobiar con “su perdón”. Victima perpetua: que busca atraer las simpatías del entorno porque se sacrifica perdonando una y otra vez (como en una relación con un alcohólico).
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Perdonar no significa pasarle la responsabilidad a Dios “El perdón sólo corresponde a Dios”. Dios no hace por nosotros lo que corresponde a la iniciativa humana
3. El perdón, una aventura humana y espiritual El perdón es la sublimidad cotidiana Vladimir Jankelevitch.
El perdón verdadero es más que un esfuerzo de voluntad. El acto de perdonar requiere multitud de condiciones: tiempo, paciencia consigo mismo, moderación del deseo de eficacia y perseverancia en la decisión de llegar hasta el final. El perdón comienza por la decisión de no vengarse El perdón requiere introspección El perdón como una nueva visión de las relaciones humanas El perdón como una apuesta por el valor del ofensor El perdón como reflejo de la misericordia de Dios
El perdón comienza por la decisión de no vengarse No merece la pena volver hablar de ese “descenso a los infiernos” que se produce con la venganza. En las palabras de un poeta cubano, encarcelado por Fidel Castro durante veintidós años “perdonar es romper el engranaje de la violencia, negarse a combatir con las armas del odio del adversario, ser o volver a ser libre, incluso cuando se está encadenado”.
El perdón requiere introspección La ofensa provoca confusión y pánico. La armonía de la persona herida se ve trastornada; su tranquilidad, perturbada; su integridad interior, amenazada. Sus deficiencias personales, afloran de repente; sus ideales, por no decir sus ilusiones de tolerancia y de generosidad, se ponen a prueba; la sombra de su personalidad emerge; las emociones que se creían bien controladas, enloquecen y se desencadenan. Ante esta confusión, la persona se siente impotente y humillada. ...Y si existen viejas heridas mal curadas, suman sus voces discordantes. Entonces se siente una gran tentación de negarse a tomar conciencia de la propia pobreza interior (de nuestro límite) y aceptarla. Y entran en juego varias maniobras de distracción para impedir hacerlo: negarse, refugiarse en el activismo, intentar olvidar, jugar a la víctima, gastar energías en
Desarrollo Humano Integral y Misión 7 encontrar al culpable, buscar un castigo digno de la afrenta, acusarse a sí mismo hasta la depresión, mantenerse firme o jugar al héroe intocable y magnánimo... Ceder a tales maniobras comprometería el éxito del perdón, que exige liberarse a sí mismo (aceptarse limitado) antes de poder liberar al ofensor. El perdón pasa necesariamente por la toma de conciencia de uno mismo y por el descubrimiento de la propia pobreza interior (indigencia) que implica vergüenza, sentimiento de rechazo, agresividad, deseo de acabar de una vez. En un primer momento, esta mirada asusta e incluso puede llevar a la desesperanza; y aunque se trata de una etapa difícil, no deja de ser indispensable, ya que el perdón al otro ha de pasar necesariamente por el perdón a uno mismo.
El perdón, a la búsqueda de una nueva visión de las relaciones humanas El perdón es una “invitación a la imaginación”. La imaginación representa un papel esencial en el proceso del perdón. El perdón representa esta innovación en oposición a la lógica repetitiva e inevitable de la justicia vengadora; crea un espacio en el que la lógica inmanente a las equivalencias judiciales ya no es válida. El perdón no es el olvido del pasado, sino la posibilidad de un futuro distinto del impuesto por el pasado. Esa nada de la que parte el perdón es el vacío que la ofensa ha introducido en las relaciones humanas. El perdón invierte la situación y crea una relación nueva con el otro. Se realiza un “reenfoque”, se trata de ver el suceso infortunado en un marco más amplio.
El perdón apuesta por el valor del ofensor Para lograr perdonar es indispensable seguir creyendo en la dignidad de la persona que nos ha herido, oprimido o traicionado. (En caliente es muy difícil hacerlo). Detrás del monstruo descubriremos un ser frágil y débil (limitado) como nosotros mismos, un ser capaz de cambiar y evolucionar. Además, perdonar no sólo supone liberarse del peso del dolor, sino también liberar al otro del juicio malintencionado y severo que de él nos hemos forjado; es rehabilitarlo a sus ojos en su dignidad humana. ¿No va el ofensor a resistirse y rechazar la liberación que se le ofrece? Existe el riesgo. El verdadero perdón exige vencer el miedo a ser humillado una vez más. “Por eso es duro el perdón, porque se tiene miedo” (J.M. Pohier).
El perdón reflejo de la misericordia divina Aunque algunas personas han considerado al perdón como determinado por el miedo a las represalias y a la destrucción mutua, el perdón realmente se sitúa en el punto de conjunción de lo humano (racional) con lo espiritual: amar a pesar de la ofensa sufrida.
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4. ¿Cómo evaluar las ofensas? Perdonamos en la medida en que amamos Honoré de Balzac.
No sólo hay falsos perdones, sino también falsos motivos para perdonar.
Las ofensas cometidas por personas amadas ¿Quién puede herirnos más profundamente que las personas amadas?
Las hemos envuelto en un halo idealizador y, en consecuencia, esperamos mucho de ellas. Por eso la gravedad de la herida se mide menos respecto a la seriedad objetiva de la ofensa que a la importancia de las expectativas, ya sean estas realistas o no.
Lo importante es percatarse de que el perdón representa un papel indispensable en las relaciones íntimas, por su intensidad y por las numerosas ocasiones de divergencia a que dan lugar.
Las ofensas cometidas por extraños Las ofensas que proceden de un ser extraño deben ser mucho más serias para hacernos perder la paz interior. Cuanto más cerca nos atañe la ofensa, más abrumados podemos estar y esta se vuelve más traumática cuando no logramos descubrir el motivo
Las ofensas perdidas en el pasado Tanto si la ofensa proviene de un ser amado como si procede de un extraño, hay que tener siempre presente que es capaz de movilizar los recuerdos y provocar una reacción en cadena: la ofensa se percibe entonces a través de la mirada asustada y amplificadora del niño que vive en nosotros.
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5. ¿A quién se dirige el perdón? Los hombres no pueden vivir juntos si no se perdonan unos a otros el no ser más de lo que son Francois Varillon.
¿A quién se dirige el perdón? En primer lugar a uno mismo, después a los miembros de la familia, a los allegados y a los amigos, pero también a los extraños, a las instituciones, a los enemigos tradicionales y, finalmente, “a” Dios.
Perdonar a Dios ¿A qué “Dios” se debe perdonar? El Dios omnipotente al que se atribuyen tantos sufrimientos y no es el Dios humilde que Jesucristo ha mostrado. Al Dios que no comprendemos pero que juzgamos no se comporta como nosotros deseamos, en el momento que deseamos. Es decir debemos perdonarnos por nuestra pobre idea de Dios al tiempo de pedirle perdón por juzgarle con parcialidad e ignorancia. Coloquialmente “Perdonar a Dios por no hacer nuestros caprichos”.
Perdonarse a sí mismo En realidad en el proceso de perdón este debe estar a la cabeza; porque es evidente que el perdón al otro que no vaya precedido de una aceptación compasiva de uno mismo y de la propia pobreza sólo puede ser superficial. ¿Pero de que tengo que perdonarme?:
Haberme puesto en una situación en la que he permitido que me hirieran no haber sabido que hacer ser vulnerable y ....