Desarrollo Humano Integral y Misión 1
Parte 2: Las doce etapas del perdón auténtico
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Decidir no vengarse y hacer que cesen los gestos ofensivos Reconocer la herida y la propia pobreza interior Compartir la herida con alguien Identificar la pérdida para hacerle duelo Aceptar la propia cólera el deseo de venganza Perdonarse a sí mismo Empezar a comprender al ofensor Encontrar el sentido de esa ofensa en la propia vida Saberse digno de perdón y ya perdonado Dejar de obstinarse en perdonar Abrirse a la gracia de perdonar Decidirse acabar con la relación o renovarla
1. PRIMERA ETAPA: No vengarse y hacer que cesen los gestos ofensivos La violencia no ha cesado nunca por la violencia Principio budista.
Adopta (voluntad de) dos decisiones fundamentales: la de no vengarte y la de hacer que cesen los gestos ofensivos.
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Adaptado de: Monbourquette, J. (1995). ¿Cómo perdonar? Bilbao: Sal Terrae, por Dr. Alejandro Fabre
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Renunciar a la venganza La venganza enfoca la atención y tu energía hacia el pasado. Tu presente ya no tiene espacio, ni tu futuro proyectos interesantes. El espíritu de represalia reaviva tu herida al recordártela sin cesar. Te impide gozar de la paz y la tranquilidad necesarias para la curación de tu herida y su cicatrización. Te sentirás culpable por utilizar el sufrimiento ajeno para aliviar tu propia humillación.
Hacer que cesen los gestos ofensivos En tanto continúen los comportamientos ofensivos (de ambas partes) es inútil querer perdonar. Perdonar cuando continuamos siendo agredidos equivaldría (con excepción de válidos motivos religiosos o de fe) a abdicar de los propios derechos y dar pruebas de cobardía. Querer perdonar al otro cuando estamos llevando a cabo nuestros propios actos de agresión es un imposible por definición, por intención y por actuación.
2. SEGUNDA ETAPA: Reconocer la herida y la propia indigencia La verdad os hará libres San Juan.
Nunca lograrás perdonar si sigues negando que has sido ofendido y herido y que, al mismo tiempo, ha quedado al descubierto tu pobreza interior (indigencia).
Resistencias cognitivas La negación cognitiva consiste en negar la ofensa o en intentar minimizar su impacto. La del olvido consiste en pretender que el olvido de la ofensa o de su impacto es el camino ideal para llegar al perdón. La de las excusas es un esfuerzo por inventar toda clase de falsas excusas con el fin de descargar la responsabilidad del ofensor (pueden existir razones verdaderas a considerar y estas son importantes), finalmente podemos “borrar el conflicto” con un perdón superficial y rápido.
Resistencias emotivas La culpabilidad (responsabilidad) y la vergüenza mal vividas representan un papel importante en la negación emocional. El auténtico sentido de responsabilidad y arrepentimiento (Culpa: mentalidad perfeccionista) surge de haber incumplido una ley o un principio moral que representan la realización de un ideal personal o social. La vergüenza es la sensación de que el yo profundo está al descubierto y a plena luz. La vergüenza hace descubrir hasta qué punto es uno vulnerable, impotente, incompetente, inadecuado y dependiente. La persona enfrentada al sentimiento de culpabilidad (responsabilidad mal manejada) dirá: “he hecho mal, soy culpable y me siento culpable” y hay queda atorada; mientras que la persona que siente vergüenza (sin conciencia del límite) afirmará: “soy mala y no valgo nada. Tengo miedo de que me rechacen” y no toma el riesgo
Desarrollo Humano Integral y Misión 3 de vivir con “aceptación”. El sentimiento de culpabilidad (mentalidad perfeccionista) proviene de la conciencia de no haber alcanzado el propio ideal, mientras que el sentimiento de vergüenza nace de la conciencia aguda de las deficiencias y vulnerabilidades (límites) del yo profundo y también de la falta de aceptación de nuestro ser indigente. El principal desafío que plantea la fase emocional del perdón es justamente reconocer el profundo sentimiento de vulnerabilidad (vergüenza) para aceptarlo, relativizarlo, digerirlo e integrarlo. Una vez controlado, no sólo resultará soportable, sino que hará a la persona más consciente de la impotencia y finitud (indigencia) común a todos los seres humanos. Pero nuestra indigencia en ocasiones no se deja descubrir fácilmente; por eso es importante identificar las máscaras bajo las cuales se disimula: el enojo (cólera), el deseo de poder, la hipocresía moral, el complejo de víctima eterna y el perfeccionismo. La cólera y el sentido de venganza sirven con frecuencia para ocultar la vergüenza. La vergüenza se camufla entonces detrás de los sentimientos de ansiedad y de culpabilidad auto-punitiva. Algunos perdones concedidos en un momento de ira contenida son, de hecho, venganzas sutiles, lo que puede explicar por qué el beneficiario de tal perdón siente un profundo malestar: se siente confuso y a menudo humillado. Algunas personas lastimadas adoptan actitudes de poder y de superioridad. De ese modo intentan evitar experimentar la impotencia que engendra la vergüenza que sienten de sí mismas. Los demás les parecen inferiores en conocimientos, cualidades morales y poder. Esas personas se declaran a sí mismas “correctas” mientras que los demás les parecen “no-correctos”. En la misma línea, adoptando posturas arrogantes de superioridad y omnisciencia. Todo ello por miedo a enfrentarse a su pobreza interior: Se usa la voluntad de poder para camuflar la vergüenza. Sería como decir “¿ves?: soy superior a ti, y voy a probártelo perdonándote”. La eterna víctima prefiere exhibir con una complacencia apenas disimulada los malos tratos que debe soportar. Al mismo tiempo, suscita la indignación de sus oyentes hacia su opresor. Pretende simplemente mostrarse digna de admiración y de alabanza. El perfeccionista religioso tal vez se obliga a perdonar ¡porqué debe perdonar para ser perfecto! El perdón le ayuda a proteger la frágil fachada que él intenta que sea inatacable. En el perdón no se trata de intentar destruir estas resistencias y negaciones sino, en primer lugar, de hacerse conscientes de ellas, aceptarlas y dejar que se diluyan al ser descubiertas.
3. TERCERA ETAPA: Compartir la herida con alguien Si soy escuchado, simplemente escuchado, todo el espacio es mío … y sin embargo, hay alguien Maurice Bellet.
Más sano que aislarse o hacerse víctima es compartir el sufrimiento con alguien que sepa escuchar sin juzgar, sin moralizar, sin agobiar con sus consejos y sin intentar siquiera aliviar el dolor, por preocupante que sea.
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¿Por qué hay que compartir el interior herido? Se comparte no sólo el secreto sino el peso del sufrimiento. Ayuda a empezar a tomar un poco de distancia respecto a tus dificultades y a verlas desde una perspectiva más amplia; y, en consecuencia, serás capaz de controlarlas mejor. No es indispensable y en ocasiones no es recomendable o es imposible, pero ayuda compartir con el ofensor nuestros sentimientos y la herida que se produjo, que él reconozca su falta, exprese su pesar y decida no reincidir. La ayuda profesional puede sustituir al ofensor cuando no sea posible el diálogo directo con el ofensor o no se den las condiciones para el entendimiento por parte de éste.
4. CUARTA ETAPA: Identificar la pérdida para hacerle el duelo He sufrido una ofensa, pero no estoy ofendido en el fondo de mí ser Anónimo.
Si no haces el duelo de lo que has perdido, no sabrás perdonar de verdad.
Identificar la pérdida ¿Qué ideas, creencias, idealizaciones, ilusiones, necesidades se han afectado? ¿Qué recuerdos o eventos dolorosos de la niñez han despertado? ¿Qué punto sensible de tu persona han tocado? ¿Cuáles son las razones de tu indignación? ¿Qué expectativas se han terminado? ¿Qué has realmente perdido? Ofende más la propia interpretación de un suceso enojoso que el suceso en sí Sólo se ha afectado una parte de ti. No todo tu ser o tu persona No eres el único responsable Un error no es irreparable En lugar de atormentarte con el fracaso saca algún provecho Siempre hay un aspecto positivo en aceptar nuestros errores: nos hace mucho más tolerantes con los demás.
Sanar las heridas de la infancia Las heridas más difíciles de reconocer e identificar son las que se remontan a nuestra infancia y juventud, porque en ocasiones no las recordamos, ni las circunstancias que las provocaron, ni las
Desarrollo Humano Integral y Misión 5 conclusiones y aprendizajes que ocultamos o absolutizamos. Con frecuencia quedan las tensiones de los comportamientos y las reacciones defensivas, reflejo de antiguos problemas que a la menor ofensa despiertan.
5. QUINTA ETAPA: Aceptar el enojo y el deseo de venganza Cuanta agresividad reprimida hay bajo el falso perdón Paul Tournier.
En virtud de una concepción del amor mutilada, algunos consideran que hay que reprimir cualquier impulso agresivo. La acepción del enojo que aquí se maneja es el estado de irritabilidad interior provocado por una contrariedad o una injusticia y no el sentido de odio y resentimiento, cuya finalidad es hacer daño al otro o incluso destruirlo. No se trata de fomentar o alimentar el resentimiento, sino de reconocer y aceptar que estamos teniendo sentimientos negativos. La cólera o enojo es un sentimiento normal ante una injusticia, una búsqueda de autenticidad y un esfuerzo por suprimir el obstáculo que aleja el amor ajeno. El odio y resentimiento por otro lado es un cáncer que busca castigar y humillar al otro. Se manifiesta como sarcasmo, odio duradero, actitudes despectivas, hostilidad sistemática, crítica reprobatoria y pasividad agresiva que mata cualquier posible alegría en las relaciones.
Los nefastos efectos de la cólera no reconocida. Cuando se reprime un sentimiento porque es considerado socialmente inaceptable, lo menos que se puede esperar es que surja, tarde o temprano, en forma de desviaciones. No es extraño que pequeños enojos acumulados y reprimidos provoquen ataques incontrolables de violencia. Uno de los efectos más habituales de la represión del enojo es la tendencia a atribuir a los demás el propio sentimiento de irritación. Otra desviación de la cólera consiste en volverla contra uno mismo, y ocurre en las personas que se prohíben el menor impulso de enojo y se culpabilizan cuando se produce la más mínima manifestación de éste. Entonces se acusan y se autocastigan, cuando no se sumen en una depresión. El enojo reprimido puede también adoptar otros disfraces, como la culpa, la crítica rabiosa, el cinismo frío, la hostilidad acusadora o el enfado. Estos sentimientos se vuelven inextinguibles y repetitivos. La cólera no reconocida o sus manifestaciones excesivas son causa de enfermedades psicosomáticas: oclusión coronaria, artritis degenerativa, úlceras pépticas, enfermedades de la piel, artritis reumática y colitis ulcerosa. Las personas con un autocontrol excesivo a expresar su cólera y su miedo aumentan el riesgo de padecer asma, diabetes, hipertensión y migrañas. El único medio de salir del atolladero emocional consiste en conectarse con el enojo y encontrarle una expresión apropiada.
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Los aspectos beneficios del enojo La cólera, entendida en el sentido de un movimiento anímico violento y agresivo, no es en absoluto perjudicial; al contrario, procede de un saludable instinto de sobrevivencia física, psicológica y moral. Su efecto perjudicial o beneficioso depende del uso que de ella se haga. La manifestación adecuada del enojo conlleva el deseo de restablecer el contacto. La afirmación propia, incluso colérica, intenta suprimir los obstáculos a la comunicación y el amor. Nos ayuda a lograr descubrir por ejemplo, los valores a los que se les concede mayor importancia. En este caso muestra con mayor claridad lo que se quiere ser y hacer; sirve para dar la alarma y advertir el peligro de dejar que alguien abuse de nosotros o traspase nuestras fronteras personales. El enojo también hace reaccionar ante la injusticia cometida con una persona o grupo.
Dominar la cólera para ponerla a nuestro servicio Lo primero es reconocerla y aceptarla. “Darle gracias” de que está ahí para protegernos. Identificar cual de nuestras necesidades se vio afectada: ¿qué quieres hacer por mí? ¿De qué quieres defenderme? ¿Cómo quieres ayudarme? Si es el caso identificar que pensamientos e ideas se han tocado y que valor les asignamos. Los sentimientos son energías humanas positivas que exigen ser reconocidas, dominadas y utilizadas en el momento oportuno.
Objeciones a desprenderse del resentimiento Algunas personas heridas se niegan a abandonar su resentimiento; temen que si aceptan transformar su rencor y su odio, se traicionan a sí mismas. Piensan sin razón que conservar vivo el resentimiento podrá salvaguardar su dignidad humana y evitarles exponerse a otras humillaciones por parte del ofensor. Otras personas consideran que el resentimiento y el odio pueden servir para motivarlos y probarse a sí mismos y a los demás su valor y su capacidad.
6. SEXTA ETAPA: Perdonarse a sí mismo Odiar el alma es no poder perdonarse ni por existir ni por ser uno mismo Bernanos. Perdonarse a sí mismo es el momento decisivo del perdón. Todos los esfuerzos que se desplieguen para perdonar al otro se verán neutralizados por nuestro odio a nosotros mismos. Cuando estás profundamente herido, el duro golpe recibido, sobre todo si procede de una persona querida, habrá hecho añicos tu armonía interior, y entonces se desencadenan en uno fuerzas antagónicas. Sólo el humilde perdón que te otorgues logrará restablecer la paz y la armonía en tu interior y hará posible que te habrás al perdón del otro.
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Tomar conciencia del odio a sí mismo Casi todas las personas bajo el efecto de una gran decepción tienden a culparse en algún grado a sí mismas. No se perdonan el haberse expuesto a esas desgracias, y la ofensa que han sufrido exhibe a plena luz sus deficiencias y debilidades. Además de estar humilladas, se sienten llenas de vergüenza y de culpabilidad, mezcladas con un sinfín de humillaciones del pasado.
La génesis del desprecio a sí mismo Se pueden identificar tres fuentes básicas de desprecio a uno mismo: primero, la decepción por no haber estado a la altura del ideal soñado (ideal perfeccionista); a continuación, los mensajes negativos recibidos de los padres y de las personas importantes para uno; y, finalmente, los ataques de la sombra personal (nuestra parte desconocida y rechazada), formada en gran parte por el potencial humano y espiritual reprimido y, por tanto, no desarrollado. La primera fuente de hostilidad hacia nosotros mismos proviene de la búsqueda de una felicidad y una perfección absolutas. Hay que aprender a abrazar nuestro ser limitado y el de los demás, aceptar la finitud e incluso a tolerar nuestros sentimientos desagradables y equivocadamente culpabilizadores por no ser perfectos. La aceptación concreta del estado de criatura se considera siempre el gran paso en el camino de la salud psicológica y espiritual. Esto ayuda a valorarse con precisión y a perdonarse, no sólo el ser limitado y falible, sino también haberse creído omnipotente, omnisciente, irreprochable y perfecto en todos los aspectos. Como virtud se le denominaría “humildad” La segunda fuente de culpabilización y de odio (rechazo) a sí mismo tiene su origen en los mensajes negativos procedentes de las personas importantes en la propia vida. Mensajes verbales o no verbales, intencionales o no. Gestos de impaciencia e irritabilidad de nuestros padres por cansancio, depresión, rechazo inconsciente, negligencia en el aseo, actos de violencia e incluso de abuso psicológico y sexual. También mensajes verbales despectivos, comparaciones, ridículos y en otras ocasiones el silencio y la ausencia La tercera fuente integrada por todos los aspectos de la persona que no se han podido o sabido desarrollar por creerlos inaceptables.
La identificación con el agresor En cierto modo, se trata de un medio de supervivencia, mediante el cual se intenta escapar de la situación de víctima poniéndose en lugar del propio agresor, sin embargo la víctima sigue siendo su propio perseguidor. Fritz Perls lo llama “el perro de arriba” (top dog). Esta parte del ser se vuelve entonces tiránica y despiadada consigo misma, y se manifiesta en algunas expresiones que revelan una exigencia desmesurada para consigo mismo, así como un perpetuo descontento. “hay que...”, “tenía que haber...”, “debo de...”, “no debo de...” Este tipo de diálogo interior crea una polaridad en las dos partes de la personalidad (el perro de abajo en la jerarquía) que entran en conflicto. Así pues, víctima de una ofensa o de una agresión, una parte de la persona se deja contaminar por la acción degradante del agresor y se hace cómplice del propio ofensor persiguiéndose a sí misma. El mal que se le ha hecho lleva a rumiar las palabras ofensivas, a volver a ver las imágenes del suceso desgraciado y a revivir las emociones experimentadas durante la ofensa.
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La aceptación de sí y el perdón El precio que se paga por la falta de aceptación y de autoestima es muy alto. Si alguien es cruel consigo mismo, ¿cómo se puede esperar de él compasión por los demás? ¿Cuáles son las obligaciones que te impones? ¿Qué tanto de tu “desgaste” se debe a esas obligaciones? Enlista todos tus: debería, tendría, no debería, no tendría, hay que, no hay que Sustituye ahora por: elijo, preferiría, me gustaría, soy libre de... Dialoga con tu parte acusadora Quiero perdonarme por: Buscar la estrella inaccesible Ser frágil Avergonzarme de mi dolor Acusarme de mi desdicha Mantener el deseo de una perfección inalcanzable Haberme hecho cómplice de mi perseguidor Haber prescindido de mi corazón Haber rumiado acusaciones que me herían No haber sido capaz de preverlo todo Odiarme sin compasión Sentirme incapaz de perdonar a los demás En suma, quiero perdonarme por ser humano.
7. SEPTIMA ETAPA: Comprender al ofensor El perdón lleva a suspender todo juicio sobre el ofensor y a descubrir el verdadero Yo Joan Borysenko.
Si tu herida está demasiado viva y mal curada, emprenderás esta etapa en vano. Esta fase supone que has decidido no preocuparte en exceso por tu ofensa. ¿Te sientes dispuesto a salir de ti mismo para cambiar tu percepción del que te ha hecho daño? Comprenderle es posar sobre él una mirada más lúcida, capaz de captar todas las dimensiones de su persona y los motivos de su falta. Es evidente que no lograrás entenderlo todo sobre él y su comportamiento; pero, por mínima que sea la comprensión que adquieras, hará más fácil el perdón, ya que no te parecerá un gesto irreflexivo y ciego, pues habrás aceptado algunos “porqués” de su conducta. La invitación es a perdonar con los ojos bien abiertos.
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Comprender al ofensor implica dejar de condenarlo La humillación y el dolor causados por la ofensa influyen en la percepción del ofensor y puede falsearla. El recuerdo obsesivo de la afrenta condiciona la mirada del ofendido, hasta el punto en que el ofensor deja de ser una persona capaz de evolucionar, ya que está marcado para siempre por su delito. En principio, al condenar al prójimo, se puede uno perder de vista a sí mismo, en la medida en que me concentro en exceso en los defectos del otro. Y, además, la ceguera respecto a su persona le llevará a proyectar de manera inconsciente sobre el otro sus propias faltas y debilidades. Si, por otra parte, se abstiene de condenar al otro, es probable que tenga una visión más objetiva de sí mismo y, por consiguiente, una imagen más objetiva del ofensor. Condenar a su ofensor es, en cierto modo, condenarse a sí mismo. Una buena parte de lo que reprueba en el otro es a menudo una parte de su persona que se niega a reconocer. Cuando logra recuperar los aspectos de usted que considera débiles y deficientes, se encuentra más completo y por lo tanto más “uno mismo”. No se puede comprender al ofensor si antes no se hacen propias las debilidades y los defectos que se le atribuyen. El precepto de no condenar al ofensor se encima con el precepto religioso de “amar a los enemigos”. Pero esta enseñanza no pretende ser una OBLIGACIÓN moral, sino un deseo de progreso personal. Porque, en el contexto del perdón, el enemigo o el ofensor nos remiten a esas partes mal amadas de nosotros mismos que constituyen nuestra “sombra”. Esforzarme por no condenar al enemigo y amarle es también no condenar “nuestra sombra” y empezarnos a habituarnos a ella y a amarla
Comprender es buscar la intención positiva del ofensor Si bien algunas personas hacen daño con buena intención, otros lo hacen sin querer. Saber que los responsables de los daños no lo han hecho a propósito, es evidente que no puede eliminar los sufrimientos padecidos, pero sí puede al menos atenuar la repugnancia a perdonar. Una vez descubierta esa intención positiva, ayuda a tomar conciencia de ella y a apreciarla también su grandeza.
Comprender es descubrir el valor y la dignidad del ofensor Hay una tendencia a reducir al ofensor a su gesto hostil y, como consecuencia, a menospreciarle sin reservas. Sin embargo, el comportamiento del ofensor dista mucho de ser la última palabra sobre él, pues, a pesar de sus faltas, es capaz de cambiar y mejorar. Cuando más profunda es la decepción, mas predispone a ver sólo los defectos del ofensor y a querer destruirlo, más aun cuando es una persona cercana y amada.
Comprender es aceptar que no se comprende del todo Nunca se podrá descubrir por completo el secreto que encierra su persona, ni siquiera todas las razones de sus actos; razones que con frecuencia el mismo ignora.
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8. OCTAVA ETAPA: Encontrarle un sentido a la ofensa El desafío consiste en entrelazar los tenues hilos de una vida truncada para hacer con ellos una obra llena de sentido y responsabilidad Gordon Allport.
Es posible que en este momento te sientas perturbado, irritado o incluso indignado por la idea de encontrar un sentido positivo a tu herida y a sus efectos en tu vida. Una reacción de este tipo probaría que aún no estás preparado para emprender esta etapa.
La ofensa también reporta beneficios El primer efecto de la ofensa sobre la víctima es un “shock” y una profunda perturbación. Se siente duramente sacudida; todo se tambalea; sus ideas preconcebidas, sus opiniones más firmes, sus convicciones, sus prejuicios y sus planteamientos vitales. Ahora bien, por lamentable que sea la situación, no deja de ser prometedora de vida, pero pocas personas saben sacar partido de las riquezas y posibilidades de la realidad. La mayoría emiten sobre los acontecimientos juicios estereotipados; los ven a través de los “lentes” deformantes de sus expectativas, de sus prejuicios personales y culturales o de la opinión acuñada por su entorno. No intentan descubrir su sentido profundo, sino que se conforman con juicios bastante banales y generales del tipo: “es bueno” o “es malo” blanco o negro (o negrísimo). Debido a nuestros prejuicios y opiniones sobre las personas y los acontecimientos, con frecuencia nos sentimos decepcionados y frustrados. Tenemos ideas muy precisas sobre la manera de actuar de los padres con sus hijos, o del comportamiento de un cónyuge, o del tratar el jefe a los empleados, o sobre la forma en que Dios debería salvar al mundo... pero las cosas no suceden como se prevén. El “shock” de la ofensa es saludable porque es una oportunidad para liberar al ofendido de sus “lentes deformantes” y hacer que abandone sus posturas inflexibles. Y esto es aún más verdadero en el caso de una ofensa causada por un ser querido; porque el ofendido, al ver frustradas sus expectativas irreales, tendrá que rectificarlas para llegar a apreciar y amar a ese familiar o amigo por lo que realmente es.
Descubrir las aportaciones de la pérdida ¿Qué has aprendido de esa experiencia (todo, no ser tacaño)? ¿Cómo te ha hecho crecer esa prueba? ¿Hasta qué punto ha tomado tu vida un nuevo rumbo?
La ofensa que conduce al “conócete a ti mismo” Una grave injusticia u ofensa seria, puede ser el punto de partida de una aventura humana enriquecedora que se desarrolla en tres tiempos. En el primero, habrá que hacer el duelo de la situación anterior. En el segundo, o periodo intermedio, se dedicará a un mejor conocimiento
Desarrollo Humano Integral y Misión 11 personal y de los proyectos futuros. Hay que profundizar cuidadosamente en ello antes de iniciar el tercer tiempo, que es la reorganización de la vida de cara a un nuevo comienzo. El gran peligro es descuidar la decisiva fase intermedia: o bien tratamos de volver atrás para encerrarse, o bien pasando de inmediato a la fase de un nuevo comienzo. En ambos casos se está abocado al fracaso. Es preciso detenerse y hacer un balance del acontecimiento. Con la ruptura que proporciona la ofensa, uno se hace cada vez más capaz de abandonar las ilusiones y expectativas imposibles respecto a sí mismo y a los demás. Está más frente a sí mismo que nunca, y comprende que los roles y posturas asumidas hasta entonces pierden importancia. Al verse confrontado con el vacío del entorno, es obligado a plantearse la pregunta fundamental: “¿Quién soy yo?, pregunta que ningún otro puede responder. Este interrogante respecto a la identidad profunda conllevará, sin duda, momentos de soledad, de angustia y de miedo a equivocarse; si se persevera, ese momento de reflexión se transformará en un nuevo y fecundo conocimiento de sí mismo. Durante este período intermedio, surgirá una tercera pregunta: ¿Qué quiero hacer con mi vida? ¿Qué nuevas razones para vivir me voy a dar? Las respuestas a estas preguntas están en el propio interior. Pero hace falta valor y paciencia para dejarlas emerger y acogerlas. Sufrir una injusticia o una ofensa no es, ni mucho menos, una experiencia interesante. Pero, una vez pasado el trauma, esa experiencia te llevará a ti mismo y a tu libertad interior. Te hará optar entre dejarte abatir o reaccionar. Si aceptas reaccionar, te abrirás a la posibilidad de recuperar tu identidad profunda y a establecer nuevos vínculos con los demás. Habrás encontrado un sentido a tu sufrimiento: ¿Qué he aprendido sobre la ofensa sufrida? ¿Qué nuevos conocimientos sobre mí mismo he adquirido? ¿Qué limitaciones o debilidades he descubierto en mí? ¿Me he vuelto más humano? ¿Qué nuevos recursos y fuerzas vitales he descubierto en mí? ¿Qué nuevo grado de madurez he alcanzado? ¿En qué me ha iniciado esta prueba? ¿Qué nuevas razones para vivir me he dado? ¿Hasta qué punto ha hecho la herida emerger el fondo de mi alma? ¿En qué medida he decidido modificar mis relaciones con los demás, y en especial con Dios? ¿Cómo voy a proseguir ahora el curso de mi vida? ¿Con qué personaje me lleva a identificarme la ofensa sufrida?
9. NOVENA ETAPA: Saberse digno de perdón y ya perdonado (Punto de contenido psicológico y religioso) Sólo quien ha tenido la experiencia del perdón puede realmente perdonar George Soares-Prabhu.
El perdón de revela como una tarea humana por la actividad psicológica que el ofensor despliega, pero si se es creyente, es importante enriquecer el perdón como un don por la gracia divina que compensa nuestras carencias. En este segundo contexto además de los esfuerzos personales de
Desarrollo Humano Integral y Misión 12 humildad se requiere también de la apertura igualmente humilde y de la acogida paciente de la gracia. El propósito de esta etapa es hacerte comprender que no sólo eres digno de perdón, sino que ya has sido perdonado en varias ocasiones en el pasado. Esta toma de conciencia te ayudará a perdonar, porque en el perdón sucede lo mismo que con el amor: la persona incapaz de dejarse amar o de darse cuenta que es amada, no puede dar amor a los demás; del mismo modo, si quien quiere perdonar no consigue sentir que ya ha sido perdonado, se le dificultará perdonar. Hay que abandonar las resistencias, dejarse amar en profundidad y recibir el perdón de los demás y especialmente el de Dios. Sentirse perdonado es una experiencia indescriptible que se puede calificar de experiencia fundamental. Fundamental porque proporciona la sensación de ser reconocido y estimado por lo que uno verdaderamente es en lo más profundo de sí. Y entonces la persona se siente amada de manera incondicional a pesar de su fealdad, de sus defectos, de sus fracasos o de sus transgresiones. En ese momento parece que el Yo profundo (no es el inconsciente instintual freudiano, sino refiere al inconsciente espiritual que habla Frankl), se sabe unido a la fuente del amor e inseparable de ella. Es amado a pesar de ser limitado e insuficiente. Aunque se puede experimentar un profundo sentimiento de responsabilidad y remordimiento a consecuencia de las faltas o errores, la sensación de haber sido considerado digno de perdón es aún más fuerte y proporciona la certeza de no poder perder jamás esa fuente de amor infinito porque se sabe que en cualquier momento se puede volver a ella y verse de nuevo confirmado en el amor.
Obstáculos a la aceptación del perdón El evangelio enseña que los convertidos son los que se han dejado amar a pesar de su pobreza, mientras que los endurecidos son los que han rechazado el amor y el perdón. Son los que piensan que han sido perfectos, que no han fallado, que han sido dignos de todo... pero incapaces de perdonar. Hay otro tipo de personas que también se creen imperdonables pero por otros motivos. Tienen la impresión de que sus faltas son tan enormes que nunca se les podrán perdonar. También existen los que creen “que creen” en la gratuidad del amor pero en la práctica no creen en él, porque están convencidos de que nada es gratuito y de que todo, incluido el perdón, debe pagarse. Otras personas incluso rechazan el perdón. No sienten ninguna necesidad de él, ya que no parecen sentir ninguna responsabilidad individual o social. El desafío consiste en aceptar recibir el perdón sin sentirse humillado o rebajado. Algunos rechazan el perdón precisamente para evitar la humillación. Resulta evidente que quien no se ama y no se perdona se le presenta como imposible poder amar y perdonar al otro. El amor y el perdón a uno mismo parecen irrealizables e ilusorios también sin la clemencia del Otro, por ello para ser capaces de perdonar es esencial saberse digno de perdón y perdonado. No es fácil dejarse amar en el perdón. Algunas personas activas y generosas no han aprendido nunca a recibir, y aún menos a dejarse mimar. Se sienten más dueñas y seguras de sí mismas cuando dan, y toleran mal la sensación de dependencia que genera en ellas el hecho de recibir. ¿Pudieras listar las personas que han perdonado tus errores, tus debilidades, tus defectos y tus faltas? ¿Puedes volver sobre cada uno de ellos y saborearlo uno a uno, ignorando otros sentimientos que tienda a empequeñecerlos o a empequeñecerte?
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DECIMA ETAPA: Dejar de obstinarse en el perdón (Punto de contenido psicológico y religioso) Ceded, encomendaos a Dios Thomas Kelly.
Te has esforzado por seguir el “incierto camino” del perdón. No te desvíes ahora buscando el perdón perfecto. Se trata de aprender a renunciar a todo deseo de suficiencia que no resulta más que en una vanidad perfeccionista. Por supuesto, es necesario seguir manteniendo el rumbo de “tu barco” hacia el perdón, pero cesando de remar para dejarse llevar por la brisa divina. Te aceptas limitado y si además eres creyente aceptas no ser el único agente de tu perdón, sino que deseas colaborar con la acción de Dios.
Evitar el peligro de reducir el perdón a una obligación moral El perdón no puede ser una orden o un precepto moral, pero para algunos es fácil caer en este error y privarle de la motivación intrínseca del amor: la libertad y la gratuidad. Como en la enseñanza de Jesús “setenta veces siete” (Mt 18, 21-22), el perdón no deriva de una obligación moral, sino de una actitud, de una mística de gratuidad: la que rige la relación entre Dios y el ser humano. Lejos de ser una orden, en el pensamiento de Jesús el perdón implica una elección del corazón y la opción por un estilo de vida que concuerda con la conducta divina.
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UNDECIMA ETAPA: Abrirse a la gracia de perdonar (Punto de contenido psicológico, religioso y una discrepancia con el autor) En el corazón del perdón nace la Creación Philippe Le Touzé.
Responder a la invitación de Jesús “Ser compasivos como vuestro Padre es compasivo” (Lc. 6,36)
Del dios justiciero al verdadero Dios No es fácil distinguir al dios justiciero de nuestro imaginario religioso del Dios de amor y misericordia. Nuestra limitada y pobre manera de perdonar no condiciona la de Dios, sin embargo el perdón gratuito de Dios, para una parte de la tradición cristiana habría ido pasando poco a poco, al de un perdón-recompensa por los propios perdones (ver nota más adelante, por favor).
Desarrollo Humano Integral y Misión 14 Es probable que los antecedentes del concepto del perdón de Dios como una especie de justicia retributiva se encuentren en el evangelio de Mateo, donde dice: “pues si perdonáis a los hombres las ofensas, vuestro Padre del cielo os perdonará a vosotros; pero, si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro padre os perdonará vuestras ofensas” (Mt. 6, 14-15). Algunos estudiosos explican que la orientación de Mateo se dirigiría a un auditorio imbuido de la Ley del Antiguo Testamento. Mateo habría desarrollado una línea de pensamiento rabínico, dominado por el espíritu legalista, y este pensamiento es el que aparece en su concepto del perdón. Hasta el Concilio Vaticano II, los textos de Mateo eran casi los únicos que se leían en las liturgias dominicales, no es de extrañar que el perdón habría adquirido la forma de sutil regateo entre Dios y los seres humanos. Para asegura su salvación, que proviene del perdón de Dios, deben esforzarse por perdonar a cualquier precio, aunque no se sientan capaces de hacerlo, es más, además debe de ser perfectos como Dios. Es evidente el angustioso dilema en que se encuentran quienes creen merecer el perdón de Dios. ¿Cómo escapar de este callejón sin salida?
El humilde perdón del Dios de Jesús Jesús no mostró una actitud altiva, moralizante o despectiva, sino que fue sencillo, humilde y comprensivo. Tomó la iniciativa de visitar a las personas prisioneras de la culpa. Las valora y se pone en situación de recibir de ellas. A la samaritana le pidió de beber; al ver a Zaqueo, se autoinvitó a su casa; dejó que María Magdalena le rociase los pies con perfume. Incluso antes de hablar de perdón, comenzaba por establecer una relación de persona a persona. El Dios del Evangelio nos revela al mismo tiempo que es vulnerable, como el padre del hijo pródigo o el pastor que parte en busca de la oveja que se le pierde, y que renuncia a castigarnos. Sólo nos pide la actitud de arrepentimiento. Nos pide nuestro corazón abierto... y nos pide humildad…
(Nota: Discreparé en este tema del autor, ya que no aborda el tema también desde otro atributo de Dios que, junto con la misericordia, es su justicia. Desde luego que Jesús no se mostró altivo, ni despectivo, pero desde luego que corrigió y a veces con mucha dureza. El propio Monbourquette ha dicho antes de que perdonar no involucra faltar a la justicia. Ante su argumento sobre el enfoque de Mateo, quien además no considero que hable por sí mismo, podemos recordar no solamente el pasaje ya referido sino también la pedagogía específica que Jesús tiene con Pedro cuando éste le pregunta sobre cuantas veces debería perdonar (Mt 18, 21-35). Ya se ha hablado del perdón (amar hasta los enemigos) como actitud cristiana, pero el ejemplo que Jesús le pone cuando el rey ha perdonado a un deudor que le debía muchísimo, unas 10,000 veces más, y se entera que este no ha perdonado a su vez a uno que le debía poco a él, le llama siervo miserable, por no haberse a su vez compadecido de su prójimo. No solamente Mateo, Lucas (17, 3-4) también nos habla del perdón como actitud. Mi sugerencia es como ya nos dijo el autor, un corazón humilde, confianza en la misericordia de Dios que nos ama y un deseo sincero, aunque seamos poca cosa, de imitarle. Desde luego Dios no nos perdona como recompensa, regateo o transacción comercial, pero si aceptamos su amor, debemos esforzarnos por amarle también y Él se encuentra específicamente en cada otro ser humano).
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12. DUODECIMA ETAPA: Decidir acabar con la relación o renovarla Las amistades renovadas exigen más cuidados que las que nunca se han roto La Rochefoucauld.
Ahora que ya has perdonado a tu ofensor tienes que decidir qué vas hacer con la relación que aún te une a él. ¿Quieres continuar esa relación para profundizarla o piensas que es preferible romperla?
No confundir perdón y reconciliación Para algunos el perdón es sinónimo de reconciliación; de ahí su temor de perdonar al ofensor y, por consiguiente, tener que reconciliarse con él y exponerse de nuevo a sufrir las mismas vejaciones. Si la reconciliación fuera la norma de la autenticidad del perdón, sería evidente por qué tantas personas se niegan a perdonar: tienen la impresión de fingir que perdonan y, en definitiva, de traicionarse a sí mismas. Es obvio que la reconciliación sigue siendo la consecuencia normal y deseable del perdón y más aún para las personas con lazos estrechos. Pero aunque la reconciliación sea posible, no se debe pensar que la situación será la misma que antes de la falta. Después de una ofensa grave, no se puede reemprender la relación del pasado, por la sencilla razón de que ya no existe y no puede existir. Además de esto, se puede pensar en profundizarla o darle otro sentido.
Perdonar y acabar con la relación Existe más de una situación en que la reconciliación con el ofensor resulta imposible; por ejemplo, en los casos en que el ofensor es desconocido, ha fallecido o desaparecido; o también cuando se muestra incorregible, contumaz e irresponsable. El perdón es, ante todo, una disposición del corazón, por lo que no sólo es posible concederlo, sino que es necesario hacerlo para recobrar la paz y la libertad interiores, con independencia que el ofensor esté disponible y sea accesible o no. Hay otras circunstancias en que incluso los esfuerzos de reconciliación, por generosos que sean, resultan imprudentes e incluso peligrosos. Aun cuando el perdón no siempre acabe en reconciliación, no es menos beneficioso para el que perdona. En primer lugar, el ofendido se habrá reconciliado consigo mismo; además, ya no se sentirá dominado por el resentimiento y la idea de venganza; habrá logrado dejar de juzgar a su ofensor para comprenderlo; podrá desearle en su corazón la mayor felicidad posible; habrá descubierto el lado positivo de la situación; y podrá, sin duda, albergar la esperanza de que la benevolencia que ha mostrado transforme el corazón del ofensor. La ruptura de la relación, por penosa que sea, permite al ofendido examinar su situación de dependencia y ser más autónomo. El perdón proporciona una magnífica oportunidad de rehacer la herencia después de la pérdida del ser amado. La herencia consiste en recuperar todos los ideales proyectados sobre la persona amada. En otras palabras, permite recuperar todo el amor, la energía, el idealismo; en definitiva, toda la inversión psicológica y espiritual que se ha realizado en la persona amada.
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La reconciliación hace crecer al ofensor La responsabilidad de los cambios no depende únicamente del ofensor, sino también del ofendido, que debe aprender a no ponerse en situación de volverse a convertir en víctima. En la construcción de la nueva relación deben sentirse implicados tanto el ofensor como el ofendido. En primer lugar, el ofensor tendrá que reconocer su parte de responsabilidad ante la falta. Tendrá que estar dispuesto a escuchar al ofendido hasta el final y a meterse, por así decirlo, en su pellejo para evaluar mejor la importancia y la intensidad de la herida, porque, aunque no le sea posible suprimir el sufrimiento del ofendido, sí puede, al menos, entenderlo. Respecto a los daños e injusticias cometidos en cuanto a los bienes materiales, las manchas en la reputación, las faltas de lealtad o de otra índole, tendrá que repararlas como es debido, en la medida de lo posible. ¿Qué garantías de lealtad ofrece en adelante el ofensor? ¿Basta con el arrepentimiento, el propósito de enmienda y las promesas? Las buenas intenciones nunca podrán sustituir a los gestos concretos de cambio. El ofensor deberá, pues, preguntarse si ha aprendido algo sobre sí mismo y sobre su manera de relacionarse de modo íntimo con los demás. Por eso tendrá que profundizar en las siguientes preguntas:
¿Cómo llegue a cometer la ofensa? ¿Cuál fue mi motivación profunda? ¿Qué antecedentes familiares o culturales me llevaron a cometer el acto ofensivo? ¿Qué comportamiento debería aprender a modificar en lo sucesivo? ¿Qué ayuda voy a buscar para conseguirlo?
La reconciliación hace crecer al ofendido ¿Por qué me he metido en semejante atolladero? Pregunta muy pertinente, porque recuerda, con razón, que el ofensor no es el único responsable del acontecimiento penoso, sino también el ofendido debe buscar la verdad sobre sí mismo y aprovechar su experiencia desgraciada para revisar algunas actitudes y modos de entablar relaciones. Para hacer un balance de lo adquirido ayudaría responder:
¿Qué he aprendido sobre mí mismo? ¿Soy mejor amigo que antes? ¿He aprendido a hablarme con suavidad? ¿He sustituido los “hay que...” y los “tengo que o debo de...” por “elijo...”? ¿Soy capaz de negarme a las exigencias de los demás, sobre todo a las personas que quiero, para respetar mis limitaciones personales? ¿He aprendido a expresar más espontáneamente lo que vivo? Cuando quiero dirigirme a una persona para indicarle lo que irrita o me molesta de su conducta, ¿soy capaz de expresarle mis sentimientos con frases en primera persona, en lugar de acusarle con frases en segunda persona? (ejemplo: (yo) me siento... vs (tu) has lo que quieras; no me tienes en cuenta). ¿Qué hago para no sentirme atraído por personas que tienen problemas de comportamiento (charlatanes, alcohólicos, dependientes,...)? ¿Soy consciente de mis expectativas y exigencias no realistas respecto a los demás? En mi proceso de perdón, ¿hasta qué punto he logrado aumentar mi autoestima? Al cambiar mi imagen de dios justiciero, ¿en qué medida me he acercado al Dios amigo y confidente?
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Modificar la relación a raíz de una separación Hay situaciones en las que no es posible abandonar la relación, ni tampoco profundizarla. Entonces hay que pensar en establecer vínculos nuevos (padres –hijos mayores; padres separados-hijos).
El perdón no zanja por sí solo todas las dificultades relacionales, porque no tiene un mágico efecto que con frecuencia se espera o se le atribuye. Además, ni siquiera una vez consentido garantiza que el ofensor no reincida. En cualquier caso, la pregunta clave que hay que plantearse es la siguiente: ¿Ha producido en mí el perdón todo su efecto beneficioso? ¿He sido transformado por la experiencia de la ofensa y el perdón? ¿Ha aprendido mi ofensor algo de este desafortunado asunto?
Hablar del perdón es hablar de un amor muy particular, de un amor dispuesto a superarse hasta llegar a recrear un nuevo universo de relaciones