Detrás de tus Bambalinas, Prólogo

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PRÓLOGO

ESCRIBO SOBRE LO INVISIBLE, SOBRE LO INNMOMBRABLE. Hace 21 años me ocurrió algo tan raro como lo podría ser una abducción. Como que un día un hombre se paró frente a mí y me pegó un hachazo feroz, dividiendo mi cabeza en dos. Pero no dividió mi cabeza, sino mi mente. Durante cuatro días estuve con la mente “abierta”, percibiendo directamente lo que es, sin necesidad de recurrir a ningún sentido; más allá de lo verdadero y lo falso. Quisiera poder volverme hacia atrás y gritar tan fuerte que se escuchara en el año 1.770, “Kant, encontré tu noúmeno”. Y si pudiera gritar aún más fuerte, de modo que se escuchara en el año 500 a. C., diría “Heráclito, descubrí el vínculo; yo soy el logos”. Llevo muchos años tratando de describir esta experiencia, y en este intento he tirado muchos borradores a la basura. Les prometo que no soy un charlatán o un sofista. Este libro, de profundísima introspección, no trata del adentro de las personas, sino que de su atrás. Intento mostrar que mentalmente tenemos un atrás (aunque “falso”), algo así como el reverso de la trama mental. Mi fundamento es muy simple y lógico: nuestra cabeza tiene un atrás, que es la parte que no tiene ojos (la nunca), de modo que para mirar hacia atrás debemos volver la cabeza. Es decir que nuestro sentido más usado, la visa, opera “para adelante”, independiente de para donde esté vuelta nuestra cabeza. En el universo mental, sin embargo, no hay un atrás, porque solo lo físico tiene un atrás; la mente es traslúcida. Nuestro largo acostumbramiento a la “forma de ver” lo hemos trasladado a la mente consciente, que apreció millones de años después del ojo. No pudimos evitar pensar, inconscientemente, que el pensar tenía un atrás. Y le hicimos un atrás. Nuestro ver exterior condicionó nuestro ver interior. Y no pudo ser de otro modo. Esto ocurrió hace un millón de años (por decir una cifra que podría ser) y nunca hemos revisado este comportamiento mental. Nosotros le dimos nuestro aspecto a la mente de acuerdo a nuestra comprensión. Actuamos dentro de ella semejante a como actuamos afuera. El pensamiento es la actividad de la mente, y el ver la


actividad del cuerpo. Si no miramos de algún modo no miramos nada, solo vemos. No podemos mirar si lo mirado no tiene algún aspecto. Quién en lo visto nada reconoce no está mirando, solo viendo. Reconocemos los gatos porque conocemos el “aspecto gato”, y así con todo.

A esto se refirió en parte

Wittgenstein cuando dice que “Ver- como es también una forma de pensar”. Si los primeros hombres no veían en una panorámica de 360°, ni tampoco nosotros, no pudieron pensar como si no hubiera un atrás del pensamiento. Estaban obligados a concluir eso. Se imaginaban a un árbol igual a como lo veían, delante de ellos. Nadie, incluso hoy, se anda imaginando un árbol mirado desde el cielo. No es que haya algo oculto, sino que hay algo que por alguna razón ocultamos sin querer (?). Tuvimos que inventarnos un atrás para poder pensar para adelante, aunque en la mente el adelante no existe más allá de la idea. Nuestra mente fue determinada por la experiencia. Hoy no resulta razonable temerle a la oscuridad y sin embargo le tememos. Lo que digo lo ejemplifico con “una casa con antejardín y patio trasero”. Nosotros somos una casa con antejardín y patio trasero. Las relaciones que mantenemos con la familia y las personas cercanas las mantenemos desde el antejardín; las relaciones de trabajo y de vida social desde la calle. La vida íntima y reflexiva la hacemos dentro de la casa, donde estamos solos. Ahí los otros están presentes virtualmente, como recuerdos, nada más. Yo invito a que salgas (o entres) al patio trasero, y date cuenta personalmente. El patio trasero es el detrás de la mente. En ese patio trasero hay algo que tal vez es alguien. Desde otro punto de vista, podría decir que no es como la cara oculta de la Luna, que nunca vemos por razones físicas, sino que es una cara que no queremos ver, la cara que Darwin nos mostró. Esta cara, de ese otro “yo” que habita en todos nosotros, es la que busco mostrar. No estaremos completos hasta ver esa cara otra nuestra. Y así como la ciencia física nos han permitido ver el lado oculto de la Luna, la ciencia mental (la uniciencia) me ha permitido ver lado oculto de nosotros. <Tuve que aprender a ser como Cristóbal Colón dentro de mí. Me alejé de la costa de la conciencia y no me perdí, dando descubrimiento no a un nuevo “continente”, sino al camino que lleva al núcleo del ser> Este párrafo parece una exageración y podría dar motivo para desechar la lectura de este libro, por


fantasioso, y sin embargo no es una exageración, o no es una completa exageración, si se tiene en cuenta que tengo un motivo objetivo para decirlo: llevo contando, sin saltarme ni una sola letra, hasta 250.000, lo que me ha permitido percibir aspectos de la mente que de otro modo no es posible. Este contar precisamente es el que me ha permitido traer “información” desde las profundidades de mis estados meditativos. Los números son algo así como migas de pan que dejo en el camino mientras me interno en las profundidades del bosque de mi patio trasero mental. Contar es un mantra infinito, y también un GPS. Digo que sería imposible que alguien escribiera un libro y me contradijera impecablemente, pues no podría. Estoy seguro de que el punto de vista que expongo no puede ser equivocado en más del 50%. Digo el 50% por cuanto la idea que tenemos sobre nosotros mismos (sobre los seres humanos) obedece a una creencia. Los cristianos, por ejemplo, tienen una idea sobre su naturaleza humana, y otra creencia muy distinta tienen los budistas, y otra muy distinta los cientificistas. No nos damos cuenta, pero casi todo lo que creemos no nace de nosotros mismos. Nuestra lógica (nuestra forma de razonar), por ejemplo, se la debemos principalmente a Aristóteles y a Kant, que nos llegó por intermedio de la escuela, y por ese solo hecho la damos por cierta, aunque hay serías razones para dudar de ella en algunos aspectos. Digo que no somos lo que estamos creyendo. Aunque parezca raro, tenemos una cierta tendencia a darle más valor a lo que creemos que a lo que intuimos, o incluso sabemos. Y esa tendencia tiende a que creamos lo que nos conviene creer, de acuerdo con nuestra perspectiva, que muchas veces también es una creencia. Lo que creemos es lo que nos está determinado verdaderamente, y el elemento esencial de esa creencia es hacernos creer que somos nosotros los que estamos eligiendo lo que creemos. Estamos atrapados en un círculo vicioso. La visión que se me presentó fue tan inmensamente radical que temí volverme loco. Luché contra ese sentimiento durante mucho tiempo. Hubo un momento que temí mirarme en el espejo y verme otro. La angustia que me generó


fue tan grande, que, ya cansado, me abandoné a ella. Es decir que dejé de combatir la idea de estar loco. Sin embargo la idea de que podía perder totalmente el control de mí y hacer quien sabe que locura no me abandonó. Entonces, ya recontra desesperado, opté por repetirme “estoy loco, estoy loco, estoy loco,…” todos los días, por un mes completo. Pasados unos días, luego que dejé de repetir, la angustia disminuyó mucho, y la visión que había tenido comenzó a hacérseme comprensible. Había experimentado lo que hasta entonces solo habían experimentado un puñado de seres humanos, como luego descubrí. Sostengo que lo único que existe verdaderamente, lo más real de todo es el “Yo”, para bien o para bien. No solo el yo egoico, sino el “Yo” de la autoidentidad, el de la autoconciencia, el de la autodeterminación. El “Yo” que gobierna el propósito, incluso un poco al ego mismo. El sistema nervioso central es a nuestro organismo biológico lo que el “Yo” es al “órgano” mental. La mente alcanza su centralidad y su autoidentidad en el “Yo” (sin dejar de desconocer que el “Yo” “habita” en un sentir). Los seres humanos, a diferencia de los animales, tenemos dos aspectos. Tenemos un aspecto físico que nos permite interactuar con lo físico y un aspecto mental que nps permite interactuar con lo mental. Cuando compramos un libro, por ejemplo, hay una relación física y una relación mental; lo mismo si compramos música o una manzana. Las cosas son físicas y las relaciones de comercio son mentales. Y si compro un libo o música es aún más mental. Lo que sostengo y trato de probar es que, finalmente, “yo mismo” y “mi mismo” no soy el mismo. Yo mismo soy el ser mental y mi mismo soy el ser físico, cada uno con su propia identidad. En realidad somos un ser y un ente. Esta es la razón profunda del porque somos seres dialécticos. Sostengo, y doy ejemplos, que “la conciencia de mi” es diferente de “la conciencia de yo”. Una dimensión de nosotros es total y completamente animal, y es la que está viva. La otra dimensión, sin embargo, no está viva; solo existe. Con la primera me refiero a mí mismo, al ser vivo, que nací vivo. Con la segunda me refiero a yo mismo, que en estricto rigor no nací, sino que surgí de mí mismo. El


“Yo” no nace; nadie nunca nació con un “Yo”; este es completamente cultural mientras que el primero es completamente natural. El “Yo” nos lo ponemos (nos lo ponen) poco a poco después de nacer, y hay muchas personas sin un “Yo”, como los bebés, entre otros. Una manera de acercarse a la verdadera idea del “Yo” es suponiendo que él es una especie de inteligencia artificial-biológica que le surgió al animal que somos (a nuestro “mi mismo)” para lograr sobrevivir entre fieras. Sabemos que nuestras creaciones suelen ser, de algún modo, imitación de algo que ya está en la naturaleza. Pensemos en una sociedad. La sociedad humana antes de llegar a ser una sociedad era un conjunto de hombres mujeres y niños, y lo que la convirtió en sociedad fue el surgimiento de centros de poder, o dicho de otro modo, el surgimiento de una organización centralizada. Es decir que al conjunto de individuos vivos le surgió un gobierno, al que no podríamos clasificar como vivo. El gobierno no está vivo, simplemente existe. Es lógico pensar que la sociedad humana debe ser a imitación o semejanza de algo; pues bien, es a imagen y semejanza nuestra. En lo personal, al igual que los países, nos autogobernamos a través del “Yo”, en que el “Yo” de un país (respecto de los demás países) es su presidente, su primer ministro, su rey o su dictador. “Yo” es una estructura organizacional mental; una máquina hecha de sustancia mental, tan dura como el diamante. “Yo” no es un pronombre personal, sino un nombre propio. Invito con esta lectura, a tener una mirada sobre el “Yo” completamente distinta a la que tenemos. <Sin ánimo de fantasear ni de atemorizar ni de sacar conclusiones, sino con el solo ánimo de ampliar eventuales miradas, hago los siguientes alcances, lo que no quita que me considere a mí mismo como un evolucionista: Alcance1: curiosamente el virus, que no está vivo (solo existe), necesita de seres vivos para reproducirse. Sabemos que el virus se apodera de la “maquinaria” de las células para cumplir su cometido ¿Podría ser la humanidad consecuencia de una lucha entre bacterias y virus? ¿Acaso, desde cierto punto de vista, no estamos destruyendo progresivamente la vida? ¿Acaso no aspiramos a reemplazar todas nuestras partes “moribles” por prótesis? ¿Podría estar el origen del “yo” en un


virus? Alcance2: En la película Matrix, Neo vive en un mundo natural y por otro en un mundo artificial, de modo que tiene dos identidades ¿Y si dentro de nosotros (no afuera) hay también una Matrix, de modo que yo mismo y mi mismo obedezco a diferentes intereses en pugna, pero no puedo darme cuenta desde afuera? ¿Acaso no nos estamos cosificando y virtualizando cada día más, semejante a como el Sr. Smith iba haciendo con todas las personas en las que metía su mano en sus pechos? ¿Podría el “Yo” ser nuestra identidad dentro de una Mátrix, quien sabe con qué propósito? ¿Podría ser la realidad última, como algún científico ha sostenido, una simulación?

Alcance3: Aunque ninguna autoridad oficial lo ha

confirmado, parece haber evidencia suficiente en cuanto a que no estamos solos. Pareciera que “ellos” no pueden evitar que de vez en cuando les veamos un poco (al menos a sus naves e instrumentos), pero pareciera también que no quieren presentarse, que no quieren que les veamos ¿Podría ser que estemos siendo, sin saberlo, esclavos de una especie alienígena? ¿Qué podríamos estar produciendo para ellos? Soy un estudioso del “Yo”, y me llama poderosamente la atención lo desapercibido que es en nuestras vidas. A pesar de su enorme significación es tratado como si no existiera, como si fuera una ilusión. Más bien veo que hay un concierto inconsciente por no querer verle, y como que el mismo tampoco quiere dejarse ver. Los líderes del budismo y de las religiones le detestan como si ellos mismos vivieran sin un “yo”. Incluso el “Yo” ha engañado a muchos estudiosos de la mente, que caen en el absurdo de negarle desde el mismo “Yo”. Es como si estando vestidos negaran la existencia de la ropa. El “Yo” es el centro de la existencia, nos guste o no. Por lo demás, no es posible tener una verdadera experiencia espiritual, mística, al margen del “Yo” De no habernos surgido el “Yo” seguiríamos siendo un animal. Negar al “Yo” solo nos ha conducido a un desastre global. Una persona inteligente no puede negar la evidencia de que poco a poco nos estamos desquiciando. Las matanzas que se producen tan habitualmente en EE.UU dan clara cuenta del desquiciamiento en el que caemos cada día más. Una persona


inteligente sabe que por el camino que vamos no hay un mejor camino para la humanidad. En el año 2100 la vida será invivible para el 90% de la humanidad. La inteligencia artificial habrá desarrollado su propio “Yo”, como me lo dejó claro el evento sucedido con Facebook en julio de 2017, en el que ambas “máquinas”, las palabras que más repitieron fueron “yo” y “mi” y “mío”. Luego de la Singularidad Tecnológica, pronosticada para el año 2040 aproximadamente, devendremos en cosas, frente a ella. Esto porque a poco de llegar la IA llegará la CI (conciencia artificial). A su modo murió repitiéndolo Stephen Hawking, y hoy no se cansa de decirlo el dueño de Tesla y SpaceX, Elon Musk. Un “Yo” sano y equilibrado no solo nos ayuda a ser más felices, sino que también nos da más sentido. Una vida con puro sentido me resulta más digna que una vida con pura felicidad. El sentido es parte del propósito. No hay felicidad verdadera sin un sentido verdadero. Este libro podría ayudar a mejor su equilibrio a las personas que logren leerlo hasta el final, haciendo los pequeños ejercicios que se proponen. Así como la Tierra tiene una ubicación en la galaxia, y mi casa una ubicación en el mundo, el “Yo” está ubicado en alguna parte de nosotros mismos, o mejor dicho “la casa del Yo”. Así como los primeros pueblos se ubicaron en geografías favorables, junto a ríos con tierras cultivables

y buen clima, hay

lugares así en cada una de nuestras mentas donde asentar un buen “Yo”. Muchísimas personas se pasan gran parte de sus días mirando por la ventana la vida de los otros, ya sea mirando la TV, el teléfono, el computador, o conversando pura chamuchina. Desprecian sus vidas al no ser capaces de maravillarse del milagro de su propia existencia. No es lo mismo estar vivo que existir. La existencia es el reverso de la vida, el negativo de la fotografía. Los animales están vivos, pero nosotros además existimos. Solo nosotros existimos; nosotros le damos existencia a todo lo demás. Por presuntuosas o demenciales que parezcan mis palabras, tengo evidencia mental (que está en todos) que quiero mostrar, pues estoy viendo una


fisura en la estructura de la realidad; un rasguño en “el velo de Maya”. Esa fisura, que tal vez es solo un “juntura”, es la que separa a “mi mismo” de “yo mismo”. Si hay algo misterioso no está afuera ni adentro; está atrás. Atrás de ti ¿o de tu? El comienzo de esta exploración está en distinguir los pensamientos que pronuncias (emites) de los pensamientos que escuchas (recepcionas). No soy uno, ni tu eres uno (o una). Lo uno único no existe. Tenemos una idea equivocada de nosotros mismos. La realidad es dúplex y nosotros somos la única realidad. Para comprender lo que digo no se requiere de ningún conocimiento previo, a pesar de que cito a muchos grandes pensadores. A quien le interese la filosofía quedará perfectamente informado de su etapa presocrática, durante la cual se plantearon algunas de las cuestiones más decisivas de la historia del pensamiento. Pero lo que yo finalmente planteo no es una idea, ni tampoco busco entregar un conocimiento, sino que transmitir un darse cuenta. “Me indagué a MI mismo”, como dijo Heráclito; pero en este caso “Me indagué a YO mismo”, que no es lo mismo. “Conócete a TI mismo” dijo Sócrates, “Conócete a TU mismo” digo yo. Te invito a darte cuenta del reverso de tu trama. Te invito a explorarte. Este es por sobre todo un libro para experimentarse, para saberse, para sentirse, para encontrarse. Este es un libro vivo, que pudo haberse titulado TU. Quiero decir, para ser honesto, lo mismo que dijo Newton, que “vengo montado en hombros de gigantes”. Esto no es fantasía ni ciencia ficción.-

Alejandro Valentina


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