YO NO VOTO

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YO NO VOTO MIS MOTIVOS PARA NO VOTAR.

Para ser concejal se exige saber leer y escribir, ni siquiera octavo básico. Para ser alcalde solo se exige 4° medio, ni siquiera un título de técnico, lo mismo que para ser diputado o senador. En la comuna de Coquimbo, por ejemplo, deciden el destino de más de 35 mil millones de pesos (US$ 50.000.000) personas que prácticamente no tienen ninguna preparación especial para el cargo. No pocas veces deciden por intuición o interés político, sino personal. Tampoco se exige ninguna experiencia para ocupar tan importantes obligaciones. Empresas con presupuestos mucho más pequeños exigen grandes requisitos a sus directores. Esta falta de preparación se refleja también en el electorado, en donde el voto de un académico, de un profesional o un técnico, por ejemplo, vale lo mismo que el voto de quien no tiene siquiera octavo básico. Es impensable que en una sociedad anónima quien tiene una acción decida igual que quien tiene un millón. La democracia que tenemos no es lógica. Si hubiéramos tenido que elegir al entrenador de la selección chilena entre todos los chilenos probablemente no habríamos ganado la Copa América. Ese romanticismo de que en democracia somos todos iguales y de que el voto de todos vale lo mismo nos está llevando por un desfiladero muy peligroso. La humanidad siempre estuvo dividida en clases sociales, y hoy no es la excepción. Que nos hayamos contado un cuento es otra cosa. Hay que recordar (o saber, para quienes no lo sabían) que la democracia nació en Grecia del siglo v a. C., en donde Atenas, la principal ciudad-estado, tenía una población de unos 250 mil habitantes, de los cuales solo unos 40 mil eran ciudadanos con todos los derechos. El resto eran extranjeros (unos 70 mil) y esclavos (nos 140 mil). En consecuencia quienes participaban de la democracia no superaban el 20% de la


población total. De haber tenido derecho de participación los extranjeros y los esclavos, Grecia nunca hubiera sido lo que fue. La democracia como la conocemos, o como la imaginamos, no es más que un mal remedo de algo completamente diferente. Quienes entonces tenían derechos políticos participaban de verdad de las decisiones pública. Sus gobernantes, por lo demás, como Pericles y Alejandro Magno (educado por Aristóteles), motivaron la participación ciudadana en los asuntos públicos internos, de modo que dichas decisiones se discutían y tomaban en el ágora (especie de plaza pública). Tampoco fue muy diferente en la antigua Roma, donde formaban parte del senado solo los pater familias (jefes de familia) más destacados y ricos, pues Roma también estuvo dividida en clases, en que solo unos pocos tenían derechos políticos. Pero los que tenían derechos participaban de verdad en las decisiones del gobierno interno. Hoy en día en cambio entendemos por democracia ir a votar una vez cada cuatro años. Entonces, si no concurro a votar mi participación se reduce al 0%, pero si concurro se amplía al 0,001%. Esto no es participación. El desmoronamiento del Imperio Romano de occidente (476 d. c.), que puso fin al Mundo Antiguo, dio lugar a la larga Edad Media, que terminó con toda forma de participación social, política y económica. Luego de un largo periodo en que diversos reinados se sucedieron a lo largo y ancho de Europa (y oriente próximo), modificando sus fronteras cada pocos años, alcanzó el poder Carlomagno, rey de los francos, quien tras haber logrado unificar Europa se convirtió en emperador en el año 800 d. C. Fue tan grande su imperio que no pudo gobernarlo solo. No pudo porque el imperio era solo de él. Todas las tierras de Europa eran suyas, personales. Esta es una de las grandes diferencias entre las democracias y las monarquías, en que en estas últimas todo es del rey. Entonces, como no podía cuidar por sí solo de su reino, se le ocurrió otorgar tierras y títulos a ciertos señores, a cambio de que le ayudaran a defender y administrar su reino, dando nacimiento así a la llamada nobleza, la que


con el paso del tiempo fue adquiriendo cada vez más poder. Estos nobles fueron, principalmente, los llamados condes, duques y marqueses. Como era un reino (una propiedad personal) hubo que dividirlo entre sus herederos a la muerte del emperador, y como ninguno de sus hijos tuvo el talento de su padre, sumado a las intrigas y conflictos de palacio, el reino terminó fragmentándose. Al poco tiempo los señores nobles, repartidos por toda Europa terminaron haciéndose cada uno dueño de una parte de ella. Esto acabó con el centralismo, dando lugar a una concepción individualista de la política, mentalidad que se prolongó durante 500 años. Este desmembramiento, que trajo consigo la ruralización de Europa (vuelta al pasado) dio lugar al feudalismo (salvo en los países bajos), en que cada señor feudal gobernaba su territorio también como una posesión personal. Si había aún alguna unidad estaba dada por el cristianismo (el Papa), que también tenía su propia guerra de religiones (contra paganos y el Islam). Lo que más caracterizó al feudalismo es que los labradores de la tierra formaban parte de la tierra misma, como si fueran un árbol; de este modo cuando el señor feudal (ex condes, duques y marqueses) vendía la tierra, vendía también a los campesinos, llamados entonces ciervos de la gleba. Con el paso del tiempo los feudos se habían hecho cada vez más poderosos, con la construcción de grandes castillos, en el cual residían el rey y su corte. La poca vida social, económica y política se vivía y ejercía al interior de los castillos, fortificaciones prácticamente indestructibles hasta la invención de la pólvora. No se veía por entonces (salvo una invasión extranjera o una traición de palacio) que los reinos estuvieran amenazados. El monarca ejercía el poder sin ningún contrapeso, al punto en que en no pocos lugares se instituyó el derecho de pernada, que permitía al señor feudal mantener relaciones sexuales con cualquier doncella (cierva) de su feudo antes de contraer matrimonio. El abuso de poder no tenía límite. Así, hasta entonces, la suerte parecía estar echada. Sin embargo, poco a poco, y sin que nadie lo sospechara, la ciencia y la técnica


continuaban su lento camino de transformaciones. Es así como se perfecciona el arado, permitiendo sembrar cada vez campos más extensos. Nacen los molinos de viento que permiten moler grandes cantidades de granos, además de mejorar el regadío. Se inventa la brújula, permitiendo a los marineros orientarse como nunca antes. Se inventan los primeros relojes mecánicos, puestos en grandes torres, que permiten organizar el tiempo cada vez mejor. Evolucionó la silla de montar y se inventaron los estribos, lo que permitió a los jinetes poder recorrer mayores distancias y tener mayor control del caballo. Se fabrican los primeros espejos de vidrio, lo que incentivó el cuidado estético personal. Se inventaron los botones con lo cual las prendas de vestir se diversificaron y se hicieron más cómodas. Se perfeccionó la aguja, permitiendo mayor producción de prendas, y también perforar el cuero de manera más eficaz, con el consecuente aumento de la producción de calzado. A fines de la edad media hace su aparición el carruaje, en verdadero medio de transporte, que facilitó el traslado de personas y mercancías. Otro de los grandes inventos fue la imprenta, que permitió masificar la lectura, y dar a conocer las grandes obras literarias y del pensamiento de grandes culturas de antaño, especialmente la griega y romana. Todos estos inventos dieron lugar a un aumento significativo de la producción agrícola y de diversos bienes en Europa; como también traer desde oriente productos desconocidos, tales como especias y sedas, entre otros. Así, comenzó a florecer alrededor de los castillos un incipiente mercado, que alcanzó su máxima expresión en Florencia (de florecer), donde mercaderes de los más diversos lugares llegaban a ofrecer su producción. Es justamente aquí donde comienza el florecimiento de una nueva era, el Renacimiento. Este comercio que poco a poco fue floreciendo alrededor de los castillos, permitió que los productores, artesanos, y especialmente los comerciantes, fueran aumentando sus ganancias, con lo cual sus riquezas comienzan a superar a las del señor feudal. Este último, por lo demás, tenía su principal riqueza en tierras, por lo que carecía de liquidez, de modo que en la práctica, a pesar de ser el soberano, era cada vez,


proporcionalmente, menos rico que antes. Su única fuente de ingresos eran los impuestos, lo que por lo demás dio lugar a muchos abusos. Este auge económico posibilitó el nacimiento de la banca moderna, que permitió a algunas familias amasar grandes fortunas, como a los Medici, por ejemplo. La riqueza alcanzada (que se expande a otros lugares de Europa) da lugar a un verdadero renacer de la cultura. Renacer en el sentido de retomar o volver a las culturas clásicas griega y romana. Este renacimiento fue fruto también de la difusión de las ideas del naciente humanismo, que dieron lugar a una nueva concepción del hombre, del mundo y del universo. Este nuevo enfoque se vio reflejado en las artes, la política, la filosofía y las ciencias, sustituyendo el teocentrismo medieval por el antropocentrismo moderno. El oscurantismo medieval comenzaba a quedar atrás. Algunos de los grandes personajes del Renacimiento fueron Johannes Kepler, Nicolás Copérnico, Galileo Galilei, Isaac Newton, Francis Bacon, René Descartes, Giordano Bruno, Leonardo Da Vinci, William Shakespeare, Botticelli, Miguel Ángel, Rafael, quienes contribuyeron de forma significativa al alumbramiento de una nueva era. Resumiendo: investigación científica, nuevos inventos, el florecimiento del comercio, la creación de la banca, la aparición de una nueva mentalidad, aparejado del surgimiento de la burguesía, fueron la sentencia de muerte del feudalismo, que luego del corto periodo del Renacimiento dan lugar a la Era Industrial. ¿Nuestra era? De las democracias y republicas del Mundo Antiguo pasamos a las monarquías y absolutismos de la Edad Media. Pero dicho paso no fue gratuito, pues la caída de Roma significó el fin del mundo hasta entonces conocido. Las hordas bárbaras arrasaron con todo a su paso. La ciudad eterna había desparecido, y con ella toda su grandeza. Y ahora le llegaba el turno de su caída a la Edad Media, no sin menos dramatismo ni barbarie. Producto del enriquecimiento producido por el comercio y la banca, había surgido una segunda clase social, la burguesía, que ya se extendía por toda Europa. La sociedad europea, entonces, se había configurado en


tres clases sociales: el monarca con su corte y los nobles; los grandes comerciantes y banqueros, y el resto de la población, es decir los pobres. Estos últimos, grandes masas marginadas de todo privilegio, pero ya no tan ignorantes como antaño, entraron definitivamente en escena el 14 de julio de 1879, con la toma la Bastilla, que puso fin, simbólicamente, al antiguo régimen, dando nacimiento a la Revolución Francesa. Otra vez se desmoronaba el mundo que existía hasta entonces. El surgimiento de la nueva clase social (la burguesa) no había mejorado sustancialmente la situación de las clases pobres (llamadas también Tercer Estado), en que aún muchos seres humanos seguían siendo de propiedad de sus señores, además de la creciente población negra traída de África en calidad de esclavos. Si bien la nueva riqueza había logrado desestabilizar el poder del monarca y generar mayores y mejores empleos, estaba concentrada en unas pocas familias (como hoy). Fue así como grandes pensadores revolucionarios, pertenecientes a la nueva aristocracia, como Rousseau, Montesquieu, Voltaire y Diderot (entre otros), lucharon por el término de la monarquía, postulando el contrato social y la división de los poderes del estado, para evitar que quienes se hicieran del poder concentraran en sus manos la totalidad del mismo. La Era industrial nació bajo esa promesa, de que nunca más la totalidad del poder estaría en una sola mano, de modo que se fragmentó en tres; el ejecutivo para gobernar, el legislativo para hacer las leyes, y el judicial para la administración de justicia. El artículo 3° de la Declaración de Derechos del Hombre y el Ciudadano prescribió que la soberanía residiría en la nación, prohibiendo cualquier autoridad que no emanara de ella. Bajo esta nueva mentalidad, a la que también se llamó democracia (más como una aspiración), nacieron los partidos políticos, entes destinados a ejercer la representación de los ciudadanos por medio de elecciones periódicas. Si bien al principio parecía de sentido común que estas organizaciones representaran a las grandes masas de ciudadanos, dada la nula instrucción o educación que tenían, se ha prolongado hasta


nuestros días, como si la ignorancia de la ciudadanía siguiera siendo la misma de hace 300 años. Con el tiempo las clases políticas fueron reemplazando a la antigua nobleza, de modo que en vez de llamarse condes o marqueses pasaron a llamarse senadores y diputados. Y así como los antiguos nobles no dejaban de rivalizar por el poder de sus facciones, hoy tampoco dejan de hacerlo los nuevos nobles, los políticos. Estos nobles modernos, la clase política, volvió a hacerse de todo el poder, de modo que hoy gobiernan, hacen las leyes y eligen a quienes las aplican. La justicia que hacen los tribunales consiste en aplicar las leyes que hace la clase política. Porque quienes hacen las leyes son los políticos, no los jueces. Y para maquillar un poco la democracia, inventaron las instituciones autónomas, tales como el Banco Central, el Contralor General de la República, el Fiscal Nacional entre otros, todos elegidos por ellos mismos. Es de público conocimiento las grandes pugnas que tienen entre ellos cuando hay que elegir un nuevo ministro para la Corte Suprema u otra autoridad para un organismo autónomo. Para la clase política la sociedad organizada se reduce a dar opiniones. Son ellos los amos y señores del poder. Muchos políticos representan a habitantes de circunscripciones en las que nunca han vivido, o se cambian de circunscripción como quien se cambia de casa. Sería más democrático que la sociedad organizada estuviera representada en el parlamento directamente, de modo que los cargos no fueran personales, sino que estamentales. Así todos los profesores de Chile podrían elegir un representante para el parlamento, lo mismo los médicos, lo mismo los microempresarios, los trabajadores de la construcción, etc. También podría haber un representante de los carabineros, de las AFP, de las Isapres; incluso de los bomberos. Entonces a quien le gusta e interesa el deporte forma parte del grupo o estamento que elige al parlamentario del deporte. Otro elegirá al parlamentario de la salud, a así. Esto permitiría que quienes resulten electos sean más competentes al ser elegidos por sus pares. Así tendríamos un parlamento que represente a un Chile más real y menos


ficticio. No sería perfecto, pero sería mejor. La tecnología (que la clase política no pone al servicio de la democracia), las TIC, haría posible esto sin mayor problema. Por otra parte, debería permitirse que los ciudadanos pudieran organizar sus municipios con total y completa autonomía del poder central, pues la actual ley de partidos políticos prohíbe constituirse como organización política solo en una región, y aún menos en una ciudad. Una ley estándar de Arica a Punta Arenas impide pensar la ciudad desde lo local. Por eso no voto, porque no estamos caminando para ningún lado. A mí no me cabe duda que dentro de diez años la brecha entre la educación pública y la privada será la misma, sino peor. Estamos tirando miles de millones de dólares por la borda, y tarde o temprano nos pasará la cuenta (una gigantesca cuenta). Está tan desprestigiada la clase política que el mismo Ricardo Lagos hace unos pocos días, con ocasión de su programa de campaña, dijo “los señores políticos”, como si quisiera desprenderse de una maldición. Aprovecho de decir que todas las instituciones están funcionando mal (salvo alguna), lo que no es ningún misterio para la gran mayoría de los chilenos. Por otra parte, quienes creen que resolveremos el tema de la falta de legitimidad de la política volviendo al voto obligatorio es que no entienden nada de nada; están fuera de la realidad. No es que los chilenos (y en todo el mundo es igual) tengan flojera de ir a votar, ni que no les interese la política, sino que a la clase política se le agotó el discurso. Su retórica ya no dice nada. Los políticos, por lo demás, no están pensado; solo están teniendo ideas sueltas e incoherentes entre sí. Se nos viene un futuro inmensamente complejo a la vuelta de la esquina. Ya han sido registrados dos escalofriantes episodios que dan cuenta de que a la inteligencia artificial le comienza a surgir un “yo”, tal como de entre todos los animales en un momento nos surgió a nosotros. Por esto es que Google inventó el botón de apagado de inteligencia artificial.


Me temo que quienes votan no están pensando, sino que solo teniendo ideas. Los políticos, en cambio, solo defienden sus feudos. No quiero votar por sujetos que son más ignorantes que sujetos de hace 2.500 años atrás. Es preferible no votar para que la democracia que conocemos se gaste, a tener que derrumbarla. En la medida que se gasta podemos ir haciendo otra. No quiero que se acabe el mundo por tercera vez. La historia nos ha demostrado que no entramos en una nueva era con la misma forma de gobierno. Y estamos entrando en una nueva era. Las mayorías no son garantía de nada. La verdad no está en las mayorías necesariamente. Está en los que reflexionan, trabajan e investigan con rigor. YO NO VOTO PORQUE QUIERO UN CHILE MEJOR


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