Oriana y el Planeta Azul
Cecilia Lรกzaro
Oriana y el Planeta Azul 2011, Cecilia Lázaro Cabanillas zezilialc2001@hotmail.com Ilustración: Alexandra Torres Novoa Diseño e impresión: Imprenta Editora Gráfica Real S.A.C. Corrección de texto: Luis Eduardo García Adolfo Polack Edición: Urpi Corzo Primera Edición: 2011 Tiraje: 1500 ejemplares Impreso en el Perú Printed in Peru Imprenta Editora Gráfica Real S.A.C. Independencia 953 - Telf.: (044) 253324 Trujillo, Perú Todos los derechos reservados. Queda prohibido cualquier tipo de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin el permiso previo y por escrito de los titulares de los derechos de propiedad intelectual. Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú N°2011-14737
A...
Fabio, mi hijo, por entregarme su ternura e inspiraci贸n para amar.
An铆bal, por darme la fuerza y sensibilidad en mi vida.
Tachy, gracias por despertar mis sentidos al encuentro y la aventura de conocer quiĂŠn soy.
El comienzo de un prop贸sito
E
n el punto más lejano del universo, en algún lugar en la constelación de Orión,
donde el amor y el orden se
encuentran, nació la idea de juntar todas las buenas
intenciones y las virtudes universales para fusionarlas en un solo ser y dar origen a Oriana. Ella tiene un rostro que emana ternura por donde va. Con sus tremendos ojos azules parece iluminar todo lo que mira. Su cabello es rizado, color del trigo. Si sonríe, se parece mucho al Sol cuando extiende sus brazos para abrigarnos. A esta nueva criatura se le ha encomendado aprender muchas cosas para luego transmitirlas como parte de su propósito. Un día, mientras viajaba por el universo, llegó al planeta
del agua, donde
aprendió a fluir. Después, visitó el planeta del fuego y aprendió a ser fuerte e intensa como éste. Luego, llegó al planeta del aire y aprendió a usar la imaginación como parte de su inteligencia. Finalmente, arribó al planeta de la tierra, de lo concreto, de lo esquemático y aprendió que si nos lo proponemos, todo pensamiento, deseo o idea pueden hacerse realidad.
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A Oriana, como todo ser en evolución, aún le faltaba completar su ciclo de aprendizaje, pero se le ha dicho que también es el momento de entregar lo que ha aprendido. Cierta vez, desde su hogar, la estrella más lejana del universo, divisó algo
que le llamó la
atención: un planeta azul. Lo vio tan lindo, que le dieron ganas de viajar hasta allá. Se trataba de nuestro planeta, que es un lugar donde se juntan, en una
combinación
perfecta, los cuatro elementos primordiales: agua, aire, fuego y tierra.
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Oriana fue transportada en una nave espacial a la Luna, desde donde observó más de cerca el planeta azul que tanto la atraía. Emocionada con lo que tenía ante ella, decidió entrar a nuestro planeta para impartir todo lo que había aprendido hasta ahora y así seguir evolucionando y dar amor. Oriana
no estaba sola. Llegó
acompañada de una oruga llamada Tachy, quien tenía en la cabeza un mechón de cabello de tres colores: rosa, azul y amarillo dorado. Es decir: rosa de amor, azul de voluntad y dorado de sabiduría. Ella era fiel a ella misma, ordenada, sabia en su proceder, siempre fresca y creativa en su pensamiento. Tachy estaba encargada de recordarle a Oriana qué harían en la Tierra. Las dos amigas decidieron entonces dar el primer paso. Tachy le dijo a Oriana: —Lo primero que haremos en este planeta será sortear dificultades, para eso debemos trabajar mucho y esforzarnos también. Después, todo se dará como consecuencia de lo que damos y hacemos. Ya lo verás. Y luego agregó: —Mira a tu alrededor, Oriana, ¿ves el desorden? —Sí. Realmente hay un gran desorden. Este planeta no se ve como lo veíamos desde el espacio. ¿Qué está pasando aquí?
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La sabia oruga le explicó a Oriana que habían viajado muchos años luz cuando vieron a la Tierra desde el espacio. Entonces era otro tiempo, donde todo era diferente. — ¿Qué ocurre con el verde de las plantas? Ya no veo el azul del mar como lo veíamos desde el espacio. ¿Qué es esa luz amarilla que se esparce por todo el planeta? —preguntó intrigada Oriana a su amiga— ¡Mira! Algunas luces son de colores brillantes.
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Tachy le empezó a explicar: —Pequeña amiga, ¿es que no comprendes? Pasó mucho tiempo desde que vimos a este planeta desde el espacio. Los que habitan aquí no se han preocupado por conservar el orden. Empezaron a cortar los árboles, a contaminar con químicos el agua y, en lugar de la luz solar, crearon luz artificial, que es la que ves a tu alrededor. Esta contaminación y caos está acabando con la energía y armonía de todo ser que habita la Tierra. — ¿Y esa cosa negra que bordea lo poco verde que veo? —interrumpió Oriana, mientras señalaba con un dedo un punto en el horizonte. —Es el humo de fábricas, fábricas y más fábricas —le dijo la Oruga. Oriana entendió entonces frente a qué clase de caos estaban. Pero la niña no quedó contenta y volvió a preguntar: — ¿Y cómo viven los niños como yo en medio de todo esto? Tachy, que viajaba siempre sobre su hombro, se acercó al oído derecho de su amiga y le dijo: — Esa es nuestra tarea. Los niños de este mundo podrían salvar a su planeta si aprendieran, como tú, a fluir como el agua, a ser fuertes y constantes en sus ideas y sentimientos como el fuego, pero, sobre todo, a usar su imaginación y creatividad en solucionar esta destrucción. —¿Cómo lo haremos? —le dijo Oriana. —¡Tú lo sabes! Para eso viniste. Recuérdalo.
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Oriana se quedó pensando por un largo rato. De pronto, se encendió dentro de ella una luz. Luego sonrió y exclamó: —¡Lo tengo! Es simple, amor y orden como es de donde vengo, eso da origen a todo. La oruga se entristeció por un momento, después le dijo: —Sabes, Oriana, no hay mucho tiempo, al menos no para mí. Un día tendré que alejarme y encerrarme en mi capullo, pues lo que haré contigo habrá terminado y tendré que partir. —¿Y luego qué? —Luego se me dará la oportunidad de encontrar otra misión más sublime y elevada. Después de haber acumulado la suficiente entrega y servicio aquí contigo, me transformaré en una mariposa, para luego volar y volver a fusionarme con los siete colores y ser uno con el todo. Oriana, asombrada y triste, le dijo: —Sí, pero aún no, eh. Es momento de pensar en nuestra misión. Necesito de tu guía y debemos estar preparadas para ese día. Total, siempre vamos a estar juntas, puesto que somos parte del Todo. Tachy respiró profundo, luego le explicó: —Sí, sólo que a veces me pongo melancólica y me olvido de pensar en el ahora. —Claro que sí, el momento es ahora —afirmó Oriana.
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Las dos amigas sonrieron como si entendieran lo que les tocaba vivir a cada una. Luego Tachy, recurriendo a su sabiduría interior, le dijo muy optimista a Oriana: —Sí, adelante, hay mucho que hacer. —Sigamos, entonces. Pero, ¿por dónde empezamos? —¿Por dónde? Pues por el principio —dijo Tachy sonriendo. Las dos se rieron con energía revitalizadora por un largo rato. —Ahora que estamos más despejadas gracias al buen humor, debemos buscar a los niños que están repartidos por grupos: Los del agua, los del aire, los de la tierra y los del fuego. Sabes, ellos son los que cambiarán y restaurarán el orden, en ellos reside la intención de amor más pura y eso basta para empezar a implementar el orden en la realidad —argumentó Tachy. Oriana empezó a tornarse de color rosa, luego dorada y al final azul. —¿Qué me sucede? ¿Por qué estoy así? Tachy le explicó que en su interior acababa de encenderse la “llama triple”: la del amor, la sabiduría y la voluntad. Tras permanecer en esta esfera tricolor e impulsada por el deseo de hacer realidad su propósito, le preguntó a Tachy: —¿Cómo hacemos para buscar a los niños y ordenar su planeta?
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La oruga le explicó que no todos estaban dispuestos a salvarlo y que había algunos más sensibles que otros. —¿Y cómo los identificamos? —preguntó Oriana. —Por su color y aroma, ya lo verás. Los niños del grupo del agua están listos para fluir, emiten un color celeste y tienen aroma a lavanda. Ellos son suaves y tiernos. Podrás contactarlos porque siempre juegan con la naturaleza. Son los que se adaptan fácilmente, son sociables e inteligentes. Además, lloran con mucha facilidad y, en ocasiones, pueden ser perezosos y no prestan atención a las clases. —¿Cómo es eso? —Los hombres de este mundo inventan cada cosa para mantenerse ocupados. Estos niños sufren mucho, ¿sabes? No son entendidos, no comprenden que su inteligencia consiste en el fluir como el agua y que necesitan ser guiados, pero esa guía no se refiere a la disciplina de límites que corta su potencial, sino a la que les enseña a ordenarse. Por cierto, estos niños saben mucho de respeto, aunque deben aprender a usarlo con los que son sus guías o los que representan a la autoridad. Quizás si les explicáramos sobre la importancia del respeto encontrarían el camino más rápido. —¡Pobres! —exclamó Oriana.— Pero hay que explicarles que los necesitamos para que se pongan de nuestro lado.
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—Sí, por eso hay que apresurarnos. En ellos está parte de la solución al desorden del planeta. —¡Listo, Tachy! Lo tengo. Son de color celeste y huelen a lavanda, además lloran con facilidad y son distraídos. Los llamaremos los celestitos. ¿Te parece? — ¿Y si los llamamos lavanditas peluditas? —Está bien, lavanditas, pero no peluditas. —Dijo Oriana—. ¿Y cómo identificamos al otro grupo? —Los otros son del grupo del elemento fuego, emiten un color naranja y huelen a canela. Ellos se molestan con facilidad, pues siempre buscan justicia. Son apasionados con lo que hacen. Para ellos no hay marcha atrás, les cuesta trabajar en equipo porque no son entendidos. Y no pueden estar tranquilos, necesitan de los lavanditas para hacerlo, con ellos se equilibran. Sintonizarán con nosotros porque sentirán la fuerza de la intención y nosotros la percibiremos —explicó la oruga. — Tachy, ¿cómo los llamaremos? — Llamitas calientitas. Es un nombre simpático. —Ahora sí, hablemos de los del tercer grupo. ¡Cuéntame más! —Ah, los niños del elemento aire. Son seres un poco difíciles, puesto que siempre están moviéndose, no paran casi nunca. Tienen una gran creatividad, hacen todo rápido y, a veces, se equivocan mucho por
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querer concluir rápidamente sus tareas. Es que apenas finalizan algo, enseguida aparece otra idea en su cabeza. A estos niños, en las escuelas los conocen como “loquitos” y “desordenados”. Casi no sufren, pues se divierten mucho, ya que poseen buen humor. De no tenerlo, sufrirían quizás más que los lavanditas. Una gran parte de estos niños, debido a que son forzados a ser diferentes, terminan solos, muy solos, entonces caen en profundas tristezas. Imagínate, a algunos los medican para tenerlos controlados y así los anulan, pese a que son producto de la creatividad pura. —Es una pena que en este planeta no se puedan dar cuenta que tienen grandes posibilidades para mejorar. ¡Si tan sólo miraran en su interior! —se lamentó Oriana. Tachy recordó que alguna vez ella formó parte de ese grupo. —Sabes, Oriana, ellos huelen a limón y emiten un color verde limón. Los puedo reconocer muy bien. Los llamaremos limoneros, neros, neros. —Sí, me gusta —dijo Oriana. —¿Y quiénes siguen? —Los esquemáticos, los tercos, los que concretan todos los sueños. Estos niños son emprendedores, porque son del grupo del elemento tierra. Están bien considerados en este lugar. Los tienen como perfectos, son responsables y serios. Casi nunca se mueven, ya que se ocupan de
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analizar todo. Necesitamos de ellos, porque así se completa la parte que falta, de lo contrario no podríamos formar el todo sincronizado. Los esquemáticos son fáciles de encontrar: están siempre donde deben estar y poseen una fragancia singular. Huelen a tierra húmeda y emiten un color marrón.
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Ordenรกndose para amar
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achy, ahora que ya conocemos qué hacer, dime entonces cómo empezar. —Debemos empezar por nosotras —dijo la sabia oruga.
—¿Nosotras? ¿Cómo es eso? ¿Ya no he aprendido lo suficiente para dar? ¿Ya no hemos hablado del servicio y la entrega y las demás cosas? —No —dijo enérgica Tachy—. Para ordenar hay que ordenarse, para amar hay que amarse primero. —Pero no hay tiempo. Tú dices que en cualquier momento te vas. —No, amiguita. Tú eres parte de mi servicio, juntas abriremos camino. —¿Y por dónde empezamos? Hay demasiado que hacer, debemos buscar a esos niños y decirles cómo pueden salvar su planeta. ¿Así me pides que me ordene y me ame primero? —preguntó molesta la niña. —Primero, lo primero. Después, todo sucederá como consecuencia de ese orden y amor interno. —¿Y qué pasa si no lo logramos? —Habremos hecho lo suficiente. Habremos cumplido con nuestra parte. Cuando la intención lleva amor puro, nada es en vano. Acuérdate de tu propósito. La sabiduría está en ti.
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En nuestro más profundo interior sabemos que formamos parte del Todo. —Está bien, ¿pero cómo empezamos? —Con disciplina. Los cambios y el orden sólo se consiguen con esfuerzo; debemos romper viejos hábitos. Oriana pensó que la tarea de buscar a los niños iba a resultar fácil. Pero ahora se daba cuenta que no era así. Estaba decepcionada. — Pensé que lo sabíamos todo. La oruga sonrió. —No es nada fácil, mi niña. Se te ha encomendado esta tarea porque tienes la capacidad de realizarla. Este planeta te necesita, y yo a ti. —Bien, ¿entonces cómo practico la disciplina? —Lo conseguirás con esfuerzo, mucho esfuerzo y voluntad. Para empezar, escoge algo de lo que te gustaría liberarte. —Creo que de la pereza. —Bien ¿qué puedes hacer al respecto? —Actuar y pedir a los seres de luz que me despierten antes de la madrugada, para que fluya lo auténtico. —Bien, veo que tu sabiduría interior está empezando a fluir. —Además debo ponerme horarios —afirmó Oriana. —Haremos un plan. Fijaremos siete días de prueba. Si los cumples,
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completarás un octavo día y luego empezarás otra tarea para encontrarle solución a un mal hábito. Debes empezar a renovarte. —¿Y qué pasa si no lo logro? —Lo repetirás otros siete días hasta conseguirlo. —Lo haré. —Por otro lado, debes de recogerte diariamente y agradecer a quien te creó por esta gran oportunidad. Verás que tu corazón se une a esa gran intención de amor gracias a la cual estás en este universo. Debes seguir las pautas que te fueron encomendadas. Y lo más importante: sonreír y servir. Sentir que eres amor y orden. A ver, ensayemos. Pero antes, acuérdate de algo que te haga sentir feliz. — ¡Lo tengo! —exclamó Oriana. —Empecemos entonces a reír con la a: ja, ja, ja. —Hagámonos cosquillas y riamos ahora con la e: je, je, je. —Ahora con la o: jo, jo, jo. —Y qué tal con la i: ji, ji, ji. —Finalmente con la u: ju, ju, ju. —Suficiente. Ya no puedo más, descansemos —pidió la oruga—. Respiremos profundo. Hagamos silencio. Lo importante es imaginar y creer con todas nuestras fuerzas que es posible cambiar este planeta y
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que vamos a encontrar a esos niños. Nuestro plan está en marcha y no se puede detener. —¡Gracias, Tachy! Ahora siento que debemos separarnos, pues debo pensar y estar sola para trabajar en mí y encontrar a esos niños. —No podemos hacerlo. Sólo hasta el día en que esté lista para tejer mi capullo. Podemos estar juntas sin que una perturbe a la otra en este silencio especial. —Ya entiendo, Tachy. Este silencio es como tejer mi capullo y asimilar todo lo que estoy aprendiendo y recordando quién soy. Pero, ¿tú qué harás? —Yo pertenezco a la naturaleza. En mí las leyes se dan como se dispone allá arriba, no por mi propia voluntad. —Ya comprendo. De pronto algo sucedió. La tarde se puso gris y el día cedió su lugar a la noche. Brillaron las estrellas y el silencio nuevamente tuvo lugar en ellas. Las dos amigas permanecieron unidas sin intercambiar palabras; solo miradas. Cada una se dedicó a sus propósitos. Tachy y Oriana se dieron ánimos. Sentían que eran parte de una causa muy noble. La luz de Oriana brilló con intensidad, pues había logrado perfeccionar su amor. Tachy aún caminaba entregando a su amiga su sabiduría milenaria y comprendiendo que el día que se
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transformara en mariposa lo harĂa gustosa, pues habrĂa encontrado una amiga y un momento mĂĄs para servir y entregarse.
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Aprendiendo sobre el “Cómo”
E
l tiempo fue pasando y la intención de servicio y entrega se fue afirmando en la mente y el corazón de ambos seres. Tachy ahora empezaría a enseñarle acerca de ciertas leyes que rigen
nuestro universo, que al practicarlas sirven para que el ser humano sea verdaderamente libre. —Oriana, tú ya tienes lo más importante: amor. Ahora debes recordar y tener en cuenta algunos secretitos que deberás aprender y practicar, pues rigen nuestra vida. Empezaremos por el de la Evolución: «Si ayudas a otros a evolucionar, estás evolucionando tú mismo». Para esto, no necesitamos hacer grandes cosas; en nuestro diario vivir está implícita la tarea. —Por ejemplo, controlar nuestra ira y ayudar a otros a controlarla es una forma de evolucionar. Cuéntame sobre el próximo principio —afirmó alegre Oriana. —Lo iremos descubriendo juntas, ya verás. —Apurémonos, busquemos a esos niños entonces. Las dos amigas emprendieron el camino hacia el Norte, pero no encontraron nada. Ni en las escuelas, ni en los centros comerciales, ni en
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los parques, nada de especial. Sintieron cansancio y un poco de decepci贸n, por lo que decidieron ir a la
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orilla de la playa para
recargarse de energía y pedir en lo interno sobre el servicio que deberían dar a los niños. Mientras las amigas realizaban su trabajo, la temperatura del planeta aumentaba y el nivel del agua subía cada vez más. Había maretazos por todos lados. La Tierra reaccionaba ante tanta contaminación. Tachy y Oriana estaban sentadas en la orilla de la playa. Armaban figuras con arena. En un momento observaron que una enorme ola se levantaba sobre ellas. Corrieron inmediatamente hacia una loma, pero fue inútil: el agua las envolvió y las arrastró mar adentro. Tragaron agua. Tachy perdió el equilibrio y cayó. Oriana se levantó como pudo y la empezó a llamar. No la veía por ningún lado. El miedo y la desesperanza la sobrecogían. La llamó una y otra vez con desesperación. Pero no veía nada y el agua seguía como si estuviera molesta. Ya casi había perdido las esperanzas, cuando escuchó a Tachy decirle: —Aquí estoy. En ese instante, Oriana recuperó el entusiasmo y vio que Tachy se había enrollado en su cabello. Oriana la miró sollozando y le dijo: —Pensé que te había perdido, sentí mucho miedo.
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Los hechos habían sucedido tan impredeciblemente que no tuvieron tiempo de pensar. Las dos amigas trataban de mantener la calma. Oriana cogió a Tachy en la palma de la mano mientras trataba de mover sus brazos y piernas para mantenerse a flote. Luego ya no pudo más. —Es momento de detenernos, trata de relajarte, déjate llevar por el movimiento del mar —le sugirió la oruga. Oriana ya no tenía fuerzas para mantenerse a flote. —Pero estamos en medio de la nada, tenemos que seguir, estoy casi sin fuerzas para nadar hacia la orilla. Mira cuánto nos alejamos; las olas son cada vez más fuertes —dijo Oriana desesperada. —Es ahora —intervino la oruga. —¿Ahora qué? —Avanzar o retroceder. Es el momento de aplicar esta ley: «Retrocedamos ante una fuerza mayor, esperemos que se debilite y avancemos con resolución». —¿Y cómo lo haremos? —Hay que serenarnos y esperar que el mar se calme. Luego buscaremos una solución. —Está bien. Serenémonos, esperemos a que calme el movimiento del agua.
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—Respira, Oriana. Relájate. Imagina algo lindo. —Sí, lo hago. Ya me siento mejor, pero el agua sigue igual. —Espera con paciencia —le pidió Tachy. —Ya me estoy cansando, y el sol es aun más fuerte. —Relájate —insistió la oruga. El agua iba recobrando poco a poco la calma original. —Es el momento, avancemos a la orilla, nadaremos y descansaremos. Sube a mi cabeza, Tachy —propuso Oriana. Oriana nadaba con más confianza. El mar estaba tranquilo y ella avanzaba hacia la orilla. Estaban casi en la mitad del mar cuando unos delfines acudieron en su auxilio. Oriana, fascinada ante lo que veía, subió a uno de ellos y avanzó hacia la playa. Al llegar, se despidió de ellos con un gran abrazo. Las dos amigas reflexionaron sobre la ayuda que acababan de recibir. —¿Ves? —dijo Tachy—. Perdíamos energía nadando y desesperándonos. —Es verdad. Retrocedimos y luego esperamos que las cosas se calmaran. Solo entonces avanzamos. —Las cosas se dan igual en las dificultades de la vida. Solo hay que retroceder y esperar a que esa fuerza mayor se debilite para luego avanzar. Oriana puso en su dedo pulgar a Tachy y ambas se tumbaron a descansar sobre la arena.
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En la bĂşsqueda de un camino
E
ra un lindo amanecer, el más perfecto que habían visto. La brisa acariciaba sus rostros, el sol salía lentamente y el silencio se erguía como el maestro de sus vidas. Las dos amigas
se sentían muy agradecidas por lo que estaban viviendo. Se miraron una a la otra y luego se abrazaron. —«Si encuentras bondad, alegría, paz y amor en tu corazón, agradece en tu interior. Si no los sientes, pide con fe y el agradecimiento te devolverá tres veces más esas virtudes» —recitó Tachy. —¡Gracias! ¡Gracias por esta experiencia! —exclamó Oriana—. Siento que este será un gran día. ¡Vamos, busquemos a los niños para empezar nuestro trabajo! —Sí, no hay tiempo que perder. Esta vez decidieron avanzar en dirección al Sur. Caminaron buen tiempo en busca de un algún aroma, algún color, alguna señal relacionada con los niños, pero no encontraron nada. —Quizás debamos de tener en cuenta el principio que dice: «Si fuerzas las cosas hacia un fin, obtienes lo contrario» —planteó Tachy.
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—¿Cómo es eso? ¿No se trata de perseguir lo que buscas? —preguntó desconcertada Oriana. —Sí, pero sin forzar las cosas. ¿Entiendes? Todo se está dando, estoy segura. Poco a poco lo que buscamos se irá acercando a nosotras, pues si mantenemos nuestro propósito es necesario que demos lo mejor de nosotras cada día, sin preocuparnos por los resultados. El objetivo está en sí mismo, es lo mejor que damos de cada una para alcanzar lo que queremos. El calentamiento del planeta aumentaba cada vez más; algunos volcanes empezaban a erupcionar y los terremotos se volvieron más frecuentes. En un momento determinado
sintieron un gran
estremecimiento y observaron cómo un volcán lanzaba fuego ardiendo muy cerca de ellas. Rápidamente las dos amigas corrieron a buscar un refugio. La lava casi las alcanzaba. Una enorme ave, de color dorado y rojo se aproximó a ellas. Era el Ave Fénix. Esta había aparecido de repente, como salida de un cuento. Se acercó a Oriana. Ella caminó lentamente hacia el ave. —Sube, no temas, está aquí para ayudarnos —la tranquilizó Tachy. Las dos amigas subieron emocionadas y recorrieron varios kilómetros sobre su lomo. Pudieron ver bellos paisajes y también largas extensiones de tierra sin vegetación.
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El ave se detuvo cerca de un valle, de los pocos que quedaban. Bajaron y agradecieron por esta nueva oportunidad. Se despidieron del Ave FĂŠnix, pues esta debĂa continuar su viaje.
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Un cristal, un momento,
un encuentro con la armonĂa
Y
a más tranquilas, se sentaron a orillas de una laguna. La vista era perfecta. Tomaron aire y se recostaron para descansar un poco.
—Sabes, Tachy, a veces creo que no encontraremos a esos niños —dijo Oriana vacilante. —No, eso no es así. Creo que es momento de poner en práctica la ley que dice: «No trates de resolver los problemas, busca la causa profunda y estos desaparecerán». Segundos después, Tachy añadió: —Sabes, entender un problema en su raíz es verlo en su última verdad. —No, otra vez. Más trabajo —dijo Oriana —Je, je, je. Así es —le dijo la oruga—. Esfuerzo, mucho esfuerzo. — ¿Me haces un favor antes de seguir? —Claro —contestó la oruga. —Me siento como triste, como si algo no encajara. ¿Puedes subir a mi cabeza y rascármela? —Con gusto, amiga —prometió Tachy—. Lo que tú quieras que haga lo haré, para hacerte sentir mejor.
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Como pudo, la oruga subió por su bello pelo rizado hasta llegar a la coronilla y empezó a dar giros para rascarle la cabeza. —Qué delicia, me empiezo a sentir mejor —dijo entusiasmada Oriana. —Para tener claridad en el pensamiento hay que relajarse —agregó burlona Tachy—. Ahora sí, veamos cuál es el asunto. —Creo que la desesperanza, Tachy. A veces la duda me invade y pienso que quizás escogí mal, que esto no es parte de mi propósito. Quizás debo hacer otra cosa para lograr que la gente despierte al amor y al orden. Quizás no deba solo pensar en mi intención sino en mi quehacer. —Hagamos silencio —pidió Tachy. —Cuando me quedo en silencio siento que todo reposa y se tranquiliza. —Así es, pequeña. Todo reposa, todo vibra, todo irradia. Lo puro que tienes dentro se esparce hacia los otros, por tu brillo y armonía con el Creador. Oriana y Tachy permanecieron en silencio por un largo rato. Sentían que se trataba de un instante de armonía y equilibrio. Durante ese momento de recogimiento, Oriana vio sobre la hierba un cristal. Lo levantó y colocó sobre la palma de la mano. Las paredes de cristal eran de brillantes colores. —Qué lindo lo que tienes en tu mano. ¿Qué es? —Un cristal, Tachy. Míralo, ¿no es hermoso?
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—Ahora que miro el cristal, se me ocurre que es una buena oportunidad para explicarte mejor cómo podemos analizar un problema. Oriana estaba fascinada con el cristal y no prestó oídos a su amiga: — ¿Pesa, verdad? —preguntó Tachy para recobrar su atención. —Un poco. —Escúchame, amiga. Así como el cristal son los problemas en la vida. A veces, pesan cuando los tenemos en las manos, pero al empezar a analizarlos dejan de pesar y se vuelven interesantes, pues se trata de una oportunidad de aprendizaje. —Mira qué azul tan lindo de este lado —dijo Oriana asombrada. —Es como el color del mar: azul profundo. —Es verdad, pero si se torna oscuro podría representar la desesperanza. —Si la desesperanza es el problema, ¿cuál crees que es el
origen?
—preguntó Tachy al tiempo que abría los ojos. —Haberme fijado como meta encontrar a esos niños. — ¿Cuál es la causa de su origen? —Venir a este mundo para brindar servicio y amor. —Hagamos un poco de historia, amiga —propuso Tachy. Oriana giró el cristal y este adquirió un tono amarillo como el sol —Mira, Tachy, el azul se transformó en amarillo.
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La oruga abrió los ojos con desmesura. —Bien podría ser el color de la sabiduría. —A propósito de la sabiduría, hagamos un recuento de nuestras intenciones. ¿Por qué viniste aquí, por qué escogiste este planeta? —Bien. Yo escogí este planeta para, para… ¡Ay, no lo sé explicar, solo siento que dentro de mí quema algo como una intención poderosa, como un fuego que me impulsa a enseñar lo que sé y así aprender lo que me falta. Cuando llegué, no había un objetivo, pero al verme de modo similar a los niños que viven aquí me dije por qué no los buscamos, juntos podemos cambiar y restaurar la Tierra. Y ahí empezó esta búsqueda, aunque la verdad es que aún no encuentro a los niños que busco. Oriana se puso una vez más a jugar con el cristal en la palma de sus manos. Luego subió sobre éste a la oruga. — Ja, ja. ¡Ay, me haces cosquillas, amiguita! —gritó la oruga. —Mira, Tachy, ahora se está poniendo de color verde. — ¿Ah sí? Este es el color de la sanción del alma, que podría entenderse como el servicio a uno mismo, por el que tú y yo estamos aquí. —Analicemos ahora cuáles son las cualidades y atributos de encontrar a esos niños. —Ellos pertenecen a este planeta azul, este es su hogar físico. Ahora, su hogar sufre y puede colapsar si sigue así. Si juntamos fuerzas, haremos
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que los que viven aquí despierten a la toma de conciencia y el cambio se dará. Cada vez más gente mostrará interés y quizás la intención se refuerce y crezca la posibilidad de seguir evolucionando sin necesidad de destruir la naturaleza. Los niños son más sensibles y simples. En ellos está la solución y el poder de cambiar a las generaciones siguientes. —Buen análisis. Dime ahora, ¿cuáles son las personas, situaciones y objetos relacionados? —Tú, yo, este planeta, los niños distribuidos en los cuatro elementos de la vida, las circunstancias en que se da esta búsqueda y el aprendizaje de ambas. Oriana sintió que algo alteraba la serenidad que reinaba en el ambiente y agudizó los oídos, — ¡Shttt! Hagamos silencio. ¿Escuchas lo que yo escucho? —No, ¿qué es? —Es como si el viento cantara. —Ciertamente así es, es la vibración de nuestras palabras, las que al unirse al viento emiten un sonido en armonía. Todo tiene vida, tu vibración y la mía más la del viento dan origen a esa música especial. —Observa, Tachy, el cristal cambia de color, ahora es de un tono naranja. —Ese es el color de la creatividad, del suministro divino, la energía. Lindo, ¿verdad?
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—Al hablar de creatividad hablamos de solución. Sigamos analizando. ¿Cuál crees que sería su uso y aplicación? La oruga la miró y sonrió satisfecha por la sabiduría que estaba alcanzando su amiga. —Todo esto me hace recordar mi época de aprendizaje en la escuela —dijo la oruga. —Quizás esta sea la escuela del momento. La oruga, sorprendida por la respuesta, se acercó a Oriana e hizo un movimiento como si la abrazara agradecida. —Sigamos, Oriana. —Pues bien, el uso y aplicación de todo esto es que la gente tome conciencia y despierte a la razón del amor, a su propia evolución y a la entrega de lo superior. —A veces pareces adulta dando ese tipo de respuestas. Bueno, la sabiduría interior no tiene edad —dijo Tachy para sí misma. —Sigue mirando el cristal, Oriana. ¿Qué color ves ahora? Oriana, como si llevara prisa por llegar al final del juego de preguntas, respondió: —Ya no hay más colores, Tachy. Enseguida cubrió con sus manos el cristal. La oruga se dio cuenta que la prisa a veces nos lleva a buscar antes la
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solución de los problemas. Entonces le dijo: —Tranquila, pequeña, todo a su tiempo y lugar exacto. Oriana tomó un respiro. —Ahora entiendo a los niños del grupo del aire cuando quieren hacer todo rápido. Las dos amigas rieron. Su conexión estaba más allá de las palabras y muy cerca de la solución del problema. —Oye, Tachy, el cristal está tornándose lila. —Pequeña, ese es el color del cambio, de la transmutación, del perdón. Sé que todo esto es largo y tedioso, pero no siempre por ser así deja la vida de tener encanto. Ya verás qué tenemos al final. A propósito de la transmutación, ¿cuáles son los resultados y efectos? —El orden y equilibrio de este planeta. Creo que debemos encontrar de una vez por todas a esos niños. Ellos son el cambio. —¿Qué explica y prueba todo esto? —Que si la intención se hace realidad, el hecho se da. —¿Su posible futuro? —Se dará, si es el momento y tiempo exactos. —¿Qué opinión tienes de su posible futuro? —La desesperanza nace en el miedo a no encontrar lo que se espera. Si lo que se espera tiene suficiente fuerza y no es un fin en sí mismo sino la
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entrega desinteresada en el acto, las cosas se darán. Quizás no como se esperan, sino en otro tiempo y espacio, pues si somos parte de un todo hay otros sumados a esta causa. Ahora, nosotras hacemos lo nuestro. No esperemos resultados, hagamos del hoy el momento del lograr nuestro propósito. —¡Bien, Oriana! —Ahora, sostén el cristal no en la palma de tu mano sino entre tus dos dedos: el pulgar en la punta del cristal y el índice en la parte de arriba del mismo. —Tachy, es increíble lo que pasa. ¡Mira qué bellos colores hay! Están todos los del arco iris. —Si, son preciosos, como los colores de la verdad. Je, je, je. —Así es la vida. Como te dije en un comienzo, el aprendizaje al final puede ser difícil, pero cuando se logra tiene colores bellos. — ¿Ves? Desapareció la desesperanza. ¿No es así? Ahora adelante, el objetivo está en sí mismo. Lo que damos es lo único que importa. Oriana dio un gran suspiro y se sintió aliviada, con ganas de continuar, a pesar de las dificultades. Colocó al cristal en su bolsillo. Ahora era un recuerdo que lo llevaría consigo para siempre, pues formaba parte de su aprendizaje.
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El fin
de un ciclo
O
riana y Tachy caminaban ahora en dirección al Este, tras su objetivo: los niños. Tachy empezó a mostrar cansancio. —Creo que es momento de tejer ya mi capullo.
La oruga sabía que Oriana ya había aprendido lo suficiente y podía desempeñarse sola y servir a los demás para volcar todo lo aprendido. Tachy la miró sonriendo. A continuación exhaló un profundo suspiro. —Oriana, pase lo que pase, recuerda que permaneceremos juntas en el amor; debes siempre estar alerta para usar los dones que te fueron dados. Oriana se quedó pensando como si intuyera lo que vendría después. —No puedes irte, aún no hemos encontrado a esos niños. —Todo está sucediendo para bien, en el momento y lugar exactos. No hay nada de qué preocuparse. Confía y siéntete parte del universo, vive en armonía con él. Descansa, mi niña, mañana hay mucho que hacer. Después de escucharla atentamente, Oriana puso a la oruga sobre su pecho y al mirarla por un instante sintió que estaba frente a alguien humano casi como ella; entendió entonces que la energía es lo que
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identifica a una especie. —He aprendido a amarte. En verdad, siento que somos una. Cayó la noche. Una gran bola naranja se desvaneció ante sus ojos, como si indicara el fin de un ciclo y la puesta en marcha de algo más grande. Esa noche durmieron las dos juntas sobre la hierba, a la luz de la luna. Al despertar, Oriana se dio con la sorpresa de que Tachy se había encerrado en su capullo. Desesperada, la llamó una y otra vez sollozando. No comprendía la realidad. Sus lágrimas siguieron cayendo y se sintió muy sola. Lloró al no entender su partida, pues a veces hay cosas que no pueden razonarse con el corazón. Un tiempo después, se dio cuenta que los hechos tenían que ocurrir así. Imaginó que estaban nuevamente juntas y evocó lo que Tachy siempre le decía: «Estamos juntas, somos parte del todo. Las cosas se dan en el sitio y tiempo exactos». Cogió el capullo de Tachy con mucha delicadeza. En ese momento solo sentía angustia, sufrimiento por perder a su amiga, no había espacio para la lógica, solo dejó fluir su tristeza y se desvaneció junto a su amiga.
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Luego de un silencio recordó su aroma, su forma, su luz al brillar y, sobre todo, los momentos felices que pasaron. Eso queda, eso no se borra jamás, pues lo vivido forma parte de una ilusión compartida. Oriana despidió su emoción y dio lugar a la razón en su corazón y pensó: un día nos reuniremos, pues somos parte del todo. Se incorporó sobre la hierba y colocó el capullo sobre la rama de un gran roble. Su mirada hacia el horizonte le daba la idea de ir mas allá, con el eco de Tachy en su interior, dio lugar a la ternura y la ternura a la alegría y la alegría a la energía y a las ganas de continuar. Se incorporó, se despidió de Tachy y elevó la mirada al cielo diciendo: —Esto es desapego, amor incondicional. Hemos logrado llegar hasta aquí, hemos aprendido a amarnos. He aprendido que lo simple es sutil, como tu presencia. Ahora tú estás en mí y yo en ti. Sé que pronto nos reuniremos, veré tus alas volar al brillo del sol y nuestro propósito se dará porque ya es una realidad. Ahora se abría camino al Oeste, pero esta vez iría sola. Entendió, entre otras cosas, que debía dejar que las cosas marcharan por sí mismas.
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Oriana se sentía una con el universo. Veía las cosas distintas, con más seguridad tal vez. Creía
que si no encontraba a los niños, no
importaba porque ya había aprendido lo suficiente. Lo verdaderamente valioso era sentirse parte de ese plan divino del que todos formamos. Recorrió parques, escuelas, caminos y mares. No encontró nada, ni un aroma, ni un color, ni un niño como los que buscaba. Tomó un descanso y se dispuso a entregarse al silencio como un acto de unidad íntima. Enseguida recordó algo que había aprendido antes de salir de su lugar de origen camino a la Tierra: «Los actos unitivos y contradictorios se acumulan en uno. Si repites tus actos de unidad interna, nada podrá detenerte». El permanecer en silencio, el elevar una oración, el ayudar a otros sintiendo en tu corazón servicio, son actos unitivos. Al practicarlos, estos se hacen hábitos y te vuelven más fuerte. A esa conclusión llegó Oriana después de agradecer al Universo y reflexionar en silencio.
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Un encuentro singular
A
l despertar a la mañana siguiente, prosiguió su camino hacia el lado último de la Tierra: el Oeste. Entonces lo reconoció. Sintió cerca a sus narices el aroma a
lavanda y corrió emocionada. «Son ellos», gritó. Pero en realidad se trataba de una gran fábrica de jabones y perfumes franceses de lavanda. —¿Cómo es eso posible? —se dijo. Cansada de su búsqueda, se recostó sobre el pasto. Escuchó un sonido extraño, como cánticos repetidos. Buscó de donde venía el sonido y no pudo ver nada. El sonido estaba cada vez más cerca. Dirigió su mirada a la hierba y vio pequeños gorritos con los siete colores del arco iris. Asombrada, observó a su alrededor y empezó a oler intensamente a tierra mojada. Decidió coger uno de esos gorritos. Estaba segura de haber encontrado por fin a los niños del elemento Tierra. De repente los cánticos cesaron. Hubo un silencio extraño. Entonces Oriana
cogió uno de los gorritos y
lo sacudió.
Inmediatamente escuchó una voz que le dijo: — Ay, me haces daño. —¿Quién eres?
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Los gorritos de colores empezaron a elevarse, cada vez eran más. Oriana se agachó para ver mejor y se
dio
cuenta que eran gnomos. Soltó al que tenía en su mano. —Pensé que ya no existían en este mundo. —Pues claro —le dijo uno de ellos—. Con tanta contaminación, pronto desapareceremos. —No —interrumpió otro de ellos—. No es así de simple. Hemos discutido este tema miles de veces. —¿Te refieres a
su
desaparición? —Claro que sí. Nosotros los
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elementales, los de la tierra, el aire, el fuego y el agua, llegamos a este planeta hace mucho tiempo. Todo estaba en armonía, en equilibrio perfecto. Las hadas, las sílfides con sus cánticos y alabanzas refrescaban las mañanas, las salamandras danzaban en el fuego que calentaba nuestras noches frías, las sirenas, ondinas y demás seres del agua hacían posible la evaporación del agua y la lluvia, para después las hadas encargarse del arco iris. Todo se encontraba en orden, equilibrio, sonido, color y forma en armonía perfecta. —Puedo imaginarlo. De donde vengo todo es de colores, como el arco iris —interrumpió Oriana. —Nos sentimos identificados contigo, por eso aparecimos. Es por tu vibración. —¿Dónde están los elementales del aire como las hadas, los elfos y demás seres? —Hay muy pocos. Cada vez somos menos. Ellos preparan su traslado a otro mundo, pues las bombas, la tala de árboles, las guerras, las pruebas nucleares y toda la contaminación han acabado con la mayoría. —¿Qué fue de la fantasía, de la aparición de ellos en los cuentos? —La fantasía y la imaginación son sostenidas en la realidad, pero al parecer estas se están acabando. Si crees en lo que imaginas, entonces estás en el plano mental y si el Todo es mente, entonces existimos. Pero
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ves, no hay más imaginación. Ahora los niños juegan en su mayoría con juegos electrónicos que estimulan la agresividad. Ya no hay cuentos donde nos mencionen y pocos, muy pocos, son los que nos toman en cuenta. —Esto es terrible. Pero dime, ¿dónde están los elementales del agua? —Ah, ellos están muy molestos, han logrado unir sus fuerzas. El nivel del agua sube y su hábitat natural persiste y forman parte de esa lucha para sobrevivir en medio de maremotos y tsunamis. Y lo hacen bien, ¿sabes? Quizás ellos puedan quedarse todavía en este planeta. —Cuéntame de los elementales del fuego. —Ellos decidieron disolverse en la energía creadora. Sólo dependen de la voluntad divina. Están al servicio de esa gran ley: la del balance y el equilibrio. Todo tiene su causa y su efecto. Es que el hombre ha ido contra la naturaleza y ahora el resultado está siendo cada vez más devastador. —Ahora entiendo —dijo Oriana—. ¿Y ustedes qué han decidido? —Nuestra labor casi acaba, pues, como verás, casi no hay árboles, flores menos. El suelo está tan contaminado que ya casi no podemos convivir. Los gnomos que ves ahora somos todos. —¿Y por qué no se unen todos los elementales y se ponen de acuerdo con el hombre? —preguntó Oriana. —Ha sido en vano —dijo uno de los gnomos.
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—Te explicaré —añadió otro gnomo—. En este planeta, la desarmonía se basa en el miedo. Si los de tu planeta nos vieran, se volverían locos y se asustarían de lo que sucede aquí. Si intentamos dialogar con los hombres de este planeta, sólo lo hacemos con los niños, pero a ellos se les considera fantasiosos, y ahí queda todo. El hombre es también un ser espiritual, aunque se haya olvidado que es así. Alguna vez, hace mucho tiempo, estuvimos unidos. Los vimos evolucionar como especie. Ellos se organizaron y a través del arte y del servicio lograron comprender el plan divino. Pero todo acabó cuando apareció el dinero y esas máquinas que suplantaron al hombre. Surgieron el mal, el abuso y la desarmonía entre los seres humanos. Se implantó la ley del más fuerte y se mantuvo sometida a la mente humana a través del miedo, la manipulación y el consumismo, que consiste en comprar lo que se ve y escucha en la televisión, esa tremenda caja negra que convierte en bobos a los niños. —¿Tanto así? —Bueno, no todo lo que se ve en la televisión es malo. Si se escoge lo que se ve y alimentamos de buenas imágenes nuestra mente, no pasará nada. Pero si seguimos sin pensar todo lo que recibimos de esta, podemos caer en la repetición de cosas sin pena y sin posibilidad de analizar lo que vemos. ¿Entiendes?
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—Es terrible lo que dices. Pensé que Tachy ya me había mostrado todo. —¿Tachy? —Sí, mi amiga, la oruga. —¿Dónde está ella ahora? —Está a punto de iniciar su metamorfosis. —¡Oh, sí! La conocemos. Ella es uno de los seres de base en este mundo. Tiene un mechón tricolor en la cabeza, ¿verdad? —Sí, ¿la conoces? —Ella estuvo aquí antes que tú. Tachy cumple un propósito especial: evoluciona cada vez que viene aquí. Ella
ha conocido el perfecto
sentido de lo que es el servicio y podría estar en esferas elevadas. Sabe hacer muy bien su labor, así que le designan una y otra tarea. Es por esto que la encontraste. —Y tengo la certeza que la volveré a encontrar. —Claro que sí, a menos que se haya decidido que deje la Tierra. ¿Y tú, por qué estás aquí? —Porque me sentí atraída por este planeta azul. Al llegar, me di cuenta que los niños como yo sufren mucho
y sentí que mi propósito era
reunirlos para que empiecen a sacar a la luz sus dones, para que unidos empiecen el gran cambio. —Nosotros no queremos que la Tierra se destruya, es nuestra casa. Si tan
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solo nos uniéramos y empezáramos a tomar conciencia de lo que hacemos. Si despertáramos y empezáramos a ser concientes, acabaríamos con la contaminación. —Para todo hay solución. Pensemos sin descansar. Algo saldrá. A todo esto, ¿cuál es tu nombre? —Ratzu. Y el tuyo Oriana, ¿verdad? —Sí, ¿cómo lo sabes? — Porque hemos estado observándote desde que llegaste aquí. —Bueno, y no han encontrado a esos niños, ¿verdad? —No, pero sé que aparecerán a su debido tiempo. Ahora voy en busca de ellos. —Nosotros te hemos encontrado felizmente a ti. Nos dijeron que nos enseñarías algo. — ¿Ah sí? No sé qué —respondió Oriana—. Lo sabremos en el camino. — Cuéntame, Ratzu, ¿qué pasará, se irán o se quedarán aquí? —No lo sé,
sólo debemos buscar la solución a algunas situaciones.
Deberías conversar con Aleck. Él es nuestro guía. —¿Dónde está? Ratzu dio un giro en busca de alguien detrás de él. Un gnomo un poco más envejecido apareció junto a ellos. —Hola, Oriana, los estaba escuchando, ¿no te diste cuenta?
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—No, la verdad es que no. —Estaba detrás de Ratzu y escuché todo lo que decían. Encantado de encontrarte. —Estamos en la búsqueda de algo —siguió diciendo Aleck—. Para pasar esta época de inestabilidad, necesitamos crecer como especie y aprender
a
afrontar
este
cambio
climático
que
está
desestabilizándonos. De lo contrario, no podremos aumentar nuestra población y cada vez seremos menos. Por cada árbol cortado, uno de nosotros muere de profunda depresión. Por los cambios del clima ya no pueden florecer las flores; tampoco los árboles y las plantas pueden dar sus frutos. —Si nos quedamos, desapareceremos como los otros elementales —continuó—. Si nos vamos, seremos muy pocos para empezar a ser una comunidad nuevamente. —¿Qué tal si aprenden a adaptarse? Es que si sienten que da lo mismo que haga frío o calor, que pase esto o aquello, aprenderían a adaptarse. Su objetivo está definido, lo importante es saber cómo lo hacen. Los logros están en el día a día. —Pero esa adaptación necesita de aprendizaje, de inteligencia constructiva —argumentó Aleck. —Te contaré sobre un principio que hay que tomar ahora en cuenta:
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«Si para ti está bien el día y la noche, el invierno, el verano y todos los demás pares de opuestos, habrás vencido las contradicciones». —Eso es adaptación. Es llegar a un acuerdo con tus propias contradicciones —comentó Aleck. Lo veremos cuando aprendamos a adaptarnos —dijo Oriana—. Para ello debemos seguir un plan, fijarnos metas, así quizás se produzcan los cambios y ustedes no tengan que desaparecer. Las metas tienen que ser concretas y deben, por cierto, trabajar en equipo. Por ejemplo, ¿qué hacer ante la tristeza de la tala de árboles? Cada vez que ocurra esto, imaginen lo opuesto: árboles frondosos llenos de vida y a ustedes abonando el suelo, haciendo que las raíces sean más fuertes. Imagínenlo con tal fuerza que les aseguro que el sentimiento será lo opuesto a la tristeza y no sucumbirán a la destrucción. Poco a poco los humanos dejarán de talar árboles por ley de atracción y correspondencia. ¿Entienden? — Escucharon, amigos. ¡Cómo no se nos ocurrió antes! —les dijo Aleck a sus compañeros—. ¿Qué haremos cuando corten los árboles para no morir de tristeza? Uno de ellos contestó: —Imaginarlos fuertes, lindos y empezar a creer que las cosas pueden mejorar.
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Otro de los del grupo intrigado preguntó: —¿Qué haremos con el frío intenso y las heladas repentinas cuando las flores empiezan a crecer? —Podríamos fabricar una sustancia de permeabilidad para que las proteja. Y con el intenso calor podríamos juntar hojas grandes, las cuales colocaríamos encima y así evitaríamos que el sol las queme —contestó Ratzu. —Está bien, pero aún me queda una duda —dijo Aleck—. Somos muy pocos y no alcanzaríamos para todo el planeta. La desesperanza ha hecho presa de nosotros. —Analicemos cuál es la raíz de esta desesperanza, así el problema desaparecerá —propuso Oriana. Oriana hizo lo que Tachy una vez le enseñó sobre el análisis de un problema para que este desaparezca. El círculo empezaba a completarse. Después de elaborar un plan y analizar cómo llevar a cabo sus propuestas, los gnomos y Oriana pudieron sentir en su mente y corazón nuevamente la esperanza. Oriana les explicó, además, que la entrega en cada cosa que hicieran llevaba una intención. Ésta, por pequeña que fuera, implicaba un cambio de patrones. La fuerza y la unión se dan, pues existe la ley de la sincronización: como
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es arriba es abajo. A continuación los estimuló a proseguir: —Hay en alguna parte de este planeta seres que hacen lo mismo que ustedes. Entonces un día, por vibración, estaremos unidos. Es decir, por lo que cada uno entrega y da en servicio. Usemos nuestras fuerzas y nuestra intuición. Aprendamos a adaptarnos y a no morir en el intento —les aconsejó Oriana. —¡Buen punto, Oriana! —exclamó Ratzu—. Sabíamos que nos podrías ayudar. —No hay tiempo que perder —agregó Aleck—. Cuando los polos de la Tierra se inviertan, sucederá lo inevitable. Debemos estar preparados. Quizás detengamos el desequilibrio del que tanto se habla. —Si estamos preparados y unidos —concluyó Oriana—. «Si ayudas y amas a tu prójimo, te liberas», dice el principio. La niña, segura de lo que decía y hacía, tomó un nuevo rumbo. Antes de partir, se despidió de los gnomos con cariño. — ¡Hasta pronto, amigos! Ellos le agradecieron por haberles despertado la capacidad de adaptación, pero, sobre todo, por haberles permitido recobrar la esperanza y creer que su actuación traería efectos importantes para el cambio del planeta. Estaban convencidos también, gracias a Oriana, que la esperanza daba origen a la fe y la fe a la realidad en el amor.
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Ya no había más camino que recorrer. Oriana había visitado cada rincón del planeta Tierra; desde el Norte hasta el Sur, del Este al Oeste y no había encontrado a los niños. Decidió por lo tanto tomar un descanso. Se quedó dormida contando las estrellas. Miró la constelación de donde venía: Orión. La vio bellísima, puesto que las estrellas que la conforman brillaban más que nunca.
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El prop贸sito cumplido
A
la mañana siguiente, se despertó al sentir la brisa de la mañana sobre su rostro. Luego oyó que alguien la llamaba. Abrió los ojos y encontró frente a ella una nube de color
violeta y, alrededor de ésta, miles de lucecitas multicolores. Se frotó los ojos, y entonces pudo ver con más claridad: las lucecitas tomaban formas distintas, casi humanas. En verdad eran hadas, todas de múltiples colores. La rodearon haciendo un círculo, sonriendo y despidiendo aroma de flores. Oriana siempre había deseado ver un hada, y ahora su sueño era realidad. Las contempló maravillada y sin decir palabra alguna. A su mente vino enseguida lo que le comentó Ratzu, el gnomo, sobre la fantasía. Sonrió, diciéndose a sí misma que la fantasía era real. Una de las hadas, que por su apariencia indicaba que se trataba del hada mayor, se acercó a Oriana y le reveló que sabían lo que les había enseñado a los gnomos, y que ellas lo estaban aplicando en sus vidas con muy buenos resultados. El hada agradeció a Oriana en nombre de sus compañeras por compartir con ellas ese momento. Y para indicar que un
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nuevo tiempo empezaba hicieron salir un arco iris sobre el cielo, y luego desaparecieron. Oriana quedó asombrada con lo que experimentó esa mañana. Pronto empezó a oler a limón, mientras percibía que un pequeño resplandor se acercaba a ella. Olía, después, a lavanda, a canela y a naranja. De los cuatro lados del planeta se acercaban distintos resplandores de colores. Sí, eran ellos, los niños que tanto buscaba. Miró a su alrededor maravillada y se encontró con cuatro grupos de niños venidos de los cuatro puntos cardinales. Oriana miró a su alrededor. Su objetivo era abarcar a todos con su mirada. En eso estaba cuando, por segunda vez, surgió dentro de su ser la luz tricolor. La experiencia fue idéntica a la de la primera vez, aunque en esta ocasión el resplandor que emitía tenía más brillo e intensidad. Tras un breve momento de silencio y contemplación, les mostró una bella sonrisa y les dio la bienvenida. El efecto fue mutuo. Los niños comprobaron el resplandor indescriptible y se sintieron seguros de su propósito. Primero, se acercó el niño con olor a limón, que venía del Norte y pertenecía al grupo de los niños del aire. Se dirigió a Oriana. —Hola, Oriana, sé que nos has estado buscando, las hadas nos han
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conducido a ti y aquí estamos, listos para dar nuestras ideas. Nuestra creatividad está siendo opacada cada día, pero creemos que podemos cambiar el curso de la historia del planeta y acabar con la contaminación. En ese momento, el niño líder del grupo del elemento agua los interrumpió diciendo: —Sí, con nosotros como equipo podemos fluir y dar curso a lo que nos propongamos. Luego se aproximó el niño que representaba al elemento fuego, quien venía del Este. Dio un paso adelante y se unió a ellos diciendo: —Oriana, en nuestro interior quema el deseo ardiente por transformar la mente de los hombres. Basta ya de tanta contaminación. Nosotros nos unimos a la causa. Oriana se llenó de alegría. A continuación, el líder del grupo del elemento tierra se dirigió a todos. — Estamos aquí reunidos porque todos nos necesitamos, pero se trata solo de ideas, concretemos nuestro propósito. ¿Qué es lo que vamos a hacer? Oriana pidió a todos que se sentaran y les dijo: —He esperado este momento con tantas ansias, y creo que ha llegado ya. La idea es unir fuerzas para salvar al planeta azul. Sé que con ustedes se
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podrá hacer realidad. Hagamos un plan: los del elemento agua fluirán, después que los del aire propongan ideas y junto al motor y el entusiasmo del elemento fuego lograremos la meta. Por supuesto, también con la ayuda de ustedes, los del elemento tierra. Y así fue como todos expusieron sus propuestas y elaboraron el plan, el cual quedó confirmado una vez más por ley de la atracción: cuando todos tienen la más sublime intención de amor, las cosas se dan. Terminadas las propuestas y elaborado el plan, cada uno extendió sus manos para formar un gran círculo. En el centro estaban los niños de los cuatro elementos: aire, tierra, fuego y agua. Al lado de Oriana, Ratzu y todos los gnomos; en el aire, las hadas con aromas y múltiples colores. Todos hicieron un gran silencio. De súbito, como salida de no sé dónde, apareció una niña. Tenía un mechón tricolor en su cabeza. Se dirigió a Oriana y, sonriendo, le tomó de las manos. Oriana la reconoció de inmediato. Era Tachy. —Sabía que nos volveríamos a ver. Pero, ¿qué sucedió? Esperaba ver volar tus alas al sol. —Tu mirada es distinta, como más profunda. Has cambiado, pero siento que sigues siendo la misma en esencia —le dijo Oriana. Tachy la miró y sonrió. A continuación le habló con voz dulce y llena de sabiduría:
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—Una vez más juntas, aunque ahora me he transformado en humana. Esta vez mi propósito no solo es estar junto a ti, sino junto a todo ser que habita la Tierra. Porque aquí todo es consciente, todo vive, todo existe. Lo puedo sentir. Se abrazaron fuertemente y todos al unísono, dirigidos por su amor incondicional, exclamaron: —¡Todos somos uno! Tachy intervino: —La vida continúa. Es un ciclo que no tiene fin. Ahora somos más y cada uno ha entendido cuál es su papel en este momento. ¡Adelante, el momento de la recuperación es ahora! «Las cosas van bien cuando marchan en conjunto, no aisladamente». En marcha, listos para el cambio del planeta. Ratzu se abrazó a la pierna de Oriana y le dijo: — Sí. Pero esa es otra historia. Todos rieron mucho y las hadas unidas por el momento de felicidad agregaron: — ¡Venga lo que venga, estamos listas! Este es el fin de un gran comienzo.
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Cecilia Lรกzaro
Este libro fue impreso gracias a:
La motivaci贸n de Koky, la entrega desinteresada de Urpi y la paciencia de Alberht.