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Centro Cultural Universitario

Quinta

G ameros

esplendor de un siglo

Universidad Aut贸noma de Chihuahua


C.P. Raúl Arturo Chávez Espinoza Rector Ing. Heriberto Altés Medina Secretario General C.P. y M.A. Roberto Zueck Santos Director Administrativo Lic. Alonso González Núñez Director de Extensión y Difusión Cultural Dr. Alfredo de la Torre Aranda Director Académico P.H.D. Armando Segovia Lerma Director de Investigación y Posgrado C.P.C. Manuel Mendoza García Director de Planeación M.A. Rubén Tinajero Medina Jefe del Departamento de Difusión Cultural Lic. Heriberto Ramírez Luján Jefe del Departamento Editorial

Rubén Tinajero Medina Dirección editorial Elia Fernández Martínez Producción editorial Raúl Castillo Lozoya Asesoría histórica Héctor Jaramillo Fotografía Débora Fossas, Héctor Jaramillo y Gastón Fourzán Fierro Textos Luis Carlos Salcido Amaya Diseño gráfico ISBN 978-970-748-101-5 Derechos reservados ©2008 Universidad Autónoma de Chihuahua ©De las fotografías: Héctor Jaramillo ©De los textos: sus autores Ninguna parte de este libro puede ser reproducida, archivada o transmitida en forma alguna, sin previo permiso escrito de la Universidad Autónoma de Chihuahua Editado y producido en Chihuahua, México


Centro Cultural Universitario

G

Quinta

ameros

esplendor de un siglo

Fotografías de

Héctor Jaramillo Textos de

Débora Fossas, Héctor Jaramillo y Gastón Fourzán

Dirección editorial: Rubén Tinajero Medina Producción editorial: Elia Fernández Martínez Asesoría histórica: Raúl Castillo Lozoya

Universidad Autónoma de Chihuahua


Contenido

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Manuel Gameros vivir su tiempo HĂŠctor Jaramillo

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Los Muebles Requena una historia de art nouveau mexicano DĂŠbora Fossas


113 Quinta Gameros Muebles Requena bitรกcora de un siglo

129 La Quinta arquitectura y contexto Gastรณn Fourzรกn


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P

resentación

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l siglo XX, vertiginoso, lleno de cambios, abundante en descubrimientos científicos y tecnológicos, convulsionado por movimientos sociales regionales y mundiales, en su transitar por los “ismos” de la estética que lo caracterizaron, aportó una cantidad invaluable de piezas de arte. México no fue ajeno a este devenir. Como parte de su legado, nacieron y se desarrollaron dos obras que ahora ocupan las páginas de este libro: La Quinta Gameros y la Colección de Muebles Requena, ambas declaradas Monumentos Artísticos de la Nación. Para los ojos del visitante, la Quinta y los muebles parecen unidos desde siempre en un matrimonio indisoluble. No obstante, en sus orígenes vivieron dos historias distintas, aunque paralelas: Su contexto ideológico, estético, político, económico y social fue el espacio común que les permitió, con el paso de los años, unirse. En los textos del libro subyacen, como vasos comunicantes, las coincidencias entre don Manuel, mecenas de la Quinta Gameros, y don José Luis, creador de los muebles Requena. Estas coincidencias incluyen aventuras empresariales, destierros, afectos encontrados, afectos perdidos y, por consecuencia, nostalgias intuidas. Cuando la primera piedra de la Quinta Gameros fue colocada en octubre de 1907, el país gestaba el sangriento choque de la Revolución Mexicana. Para los ideales revolucionarios, la Quinta representó aquello contra lo que se luchaba: la hegemonía porfirista. Pero a menudo algo no resulta ser lo que parece; tal es el caso de esta construcción. Desde que fue tomada en 1913 por su primer ocupante, Francisco Villa, hasta su desarrollo actual como Centro Cultural Universitario, la Quinta Gameros parece haber nacido con una vocación de servicio. Ha sido cuartel revolucionario, hospital, cárcel, Palacio de Justicia, Rectoría universitaria, museo. Lo que en un tiempo pudo verse como una obra de ostentación, la historia la transformó en un regalo de don Manuel Gameros a Chihuahua, para disfrute de los chihuahuenses y recuerdo memorable de los visitantes foráneos. Don Manuel insistió en que toda la decoración del exterior fuera realizada por artesanos locales, lo que convirtió a la Quinta en una pieza de arte viva que dejó plasmadas en piedra y madera la habilidad y la profunda sensibilidad de canteros, tallistas y herreros de la región. En el libro se narran las historias de vida de los autores o mecenas, a partir de las cuales podemos entender la génesis de sus obras. Estas biografías le dan cohesión e identidad al todo. El primer capítulo nos adentra en la vida de Manuel Gameros y la construcción de su Quinta. Con un estilo novelado nos transporta a aquella época, a sus hábitos y costumbres, y también nos adentra en el drama económico, político y social que la marcó. El segundo capítulo, y la segunda historia, la de José Luis Requena y sus muebles, es contada con frescura y sencillez por la joven Débora Fossas, descendiente de la familia Requena, quien funde la imaginación con lo cotidiano de manera cercana y vivencial, liberando a los muebles de la frialdad del objeto de museo. El tercer capítulo da fe cronológica del paralelismo entre las historias, su fondo común, el contexto dialogante y coincidente del que se ha venido hablando. El último capítulo detalla las características de la Quinta como construcción de la época, bajo la perspectiva acuciosa de un arquitecto, Gastón Fourzán. Los textos sustentan, dan fondo y sirven de pretexto a las fotografías de Héctor Jaramillo, que desbordan todo el libro con una mirada de asombro dirigida al pasado para vibrar en el presente, captando símbolos que evidencian el diálogo entre la Quinta Gameros y los Muebles Requena, creando y recreando sus formas y sus temas. La belleza sólo existe cuando es presenciada. Este libro busca difundir las virtudes estéticas de un conjunto de obras, para diseminarlas más allá de su espacio físico. Ellas han logrado expandir sus virtudes en el tiempo, para venir a constituirse, vivas y siempre actuales, en el esplendor de un siglo.

Rubén Tinajero Medina

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Manuel

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vivir su tiempo Héctor Jaramillo

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os rayos del sol se revientan en el vidrio. Apenas dejan ver un borrón de paisaje. Manuel Gameros, con su cara pegada a la ventana y sus manos puestas sobre las cejas para bloquear algo de luz, mira hacia el camino que va junto al tren. Mira hacia el horizonte que se va quedando atrás y luego hacia el horizonte que tiene enfrente y luego hacia al horizonte al que se dirige. Mira intranquilo. Cualquier grupo de jinetes a lo lejos, cualquier cambio en la velocidad del tren, lo sobresalta. Y no es para menos: Pancho Villa viene de Ciudad Juárez a tomar la ciudad de Chihuahua. No se sabe por dónde viene. No se sabe si está por llegar. Lo que sí se sabe es que ninguno de los que están en ese tren se salvaría si Villa los alcanza. Y lo que es muy posible es que Villa ya haya recibido la noticia: “Las familias más ricas de Chihuahua huyen a Estados Unidos por la frontera de Ojinaga.” La travesía es una raya de Chihuahua a Ojinaga sobre doscientos cincuenta kilómetros de desierto. Tolvaneras en manada azotan las ventanas. Hacen sentir que sacuden a todo el tren, pero son bienvenidas por su sombra de diez segundos. A falta de nubes de agua, nubes de polvo para amortiguar el marrazo del sol. Esa llanura antes fue mar. El mar de Thetis. Hoy los remolinos del mar de Thetis son de polvo. Les dicen diablitos. Son hijos de las tolvaneras. Desde que el tren salió de Chihuahua parece que los diablitos lo acompañan para animarlo con su baile de aire sobre el cuero seco de la tierra. Si Villa se entera de lo que viene en ese tren. Es un tesoro sobre ruedas. Con él se pagan diez revoluciones. La mayoría de los vagones, unos treinta, se están usando nada más para transportar bienes. Veinte de ellos son de Luis Terrazas. Carga con muebles, obras de arte, y dicen que con varias toneladas de lingotes de oro y plata. Por eso el tren tardó tanto en salir. La salida se había programado para las cinco de la mañana, con los primeros cantos del gallo. Salieron a las once y media. No parecía que Villa les pisara los talones.

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El gobernador de Chihuahua, general Salvador Mercado, fue quien ordenó la evacuación. La fecha: 26 de noviembre de 1913. Convocó a las familias adineradas de la ciudad capital a una reunión en calidad de urgente, en el Casino, y sin rodeos les soltó la noticia: “Señores, Pancho Villa viene a tomar Chihuahua. No tenemos hombres suficientes para detenerlo. No tenemos armas. No tenemos parque.” Villa había masacrado hacía apenas unos días a la tercera parte de las fuerzas federales en las dunas de Tierra Blanca, junto al pueblo de Samalayuca. El ejército, al mando del propio Mercado, iba con la intención de recuperar Ciudad Juárez de la ocupación villista. Fue imposible. Mercado describió la batalla como una carnicería. Dos mil bajas federales. Villa capturó armas y municiones suficientes para doblar la efectividad de sus Dorados. La cara del gobernador estaba tensa como su voz al recordarle a la audiencia que ya los revolucionarios, además de Ciudad Juárez, habían tomado Torreón, Camargo, Jiménez. Que a Chihuahua le tenían cortada la comunicación con la capital del país. Que ni los sueldos de los soldados podían recibir de la Ciudad de México. Que tenían cortados todos los suministros. Que no había con qué resistir. Y que de plano no había de otra: La única forma de salvaguardar la integridad física de las familias pudientes de la ciudad era escapar de Pancho Villa y lograr el asilo en los Estados Unidos. La junta fue tan repentina que no pudieron hacer más preparativos que colocar una mesa enorme sobre un templete, con un mantel que lucía demasiado elegante para la ocasión. A los lados del general Mercado se sentaban los principales protagonistas de la vida económica de Chihuahua en los últimos treinta años: don Luis Terrazas, su yerno don Enrique Creel, don Al-

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berto Terrazas, don Enrique Cuilty. Don Luis intervino para pedirle a los presentes que recordaran lo que ha venido haciendo Villa en el estado desde principios de año; que en lo personal llevaba años padeciéndolo: había asaltado y saqueado a más de la mitad de sus haciendas y había repartido su grano y su ganado entre todo el que quisiera llevarse lo que quisiera. Con esas palabras, don Luis provocó una tormenta de lamentos de la concurrencia por las acciones de Pancho Villa. Que el cargamento de plata de Batopilas que se robó en febrero y con el que compró armas en Estados Unidos. Que el Decreto de expropiación que sacó ayer, sí, ayer, con el que se adueñó de un plumazo de todas las mansiones de Ciudad Juárez y todas las haciendas de sus alrededores. Que traía una lista negra con los nombres de la gente rica del norte. Que mandaba fusilar a los que a sus ojos fueran enemigos de la revolución sin más juicio que el juicio sumario de su voluntad, después de torturarlos hasta sacarles el último centavo. Que en verdad el peligro era grande e inminente. El general Mercado, en su calidad de gobernador, se ostentó como responsable del bienestar de las familias ahí presentes y suplicó que nadie por ningún motivo permaneciera en la ciudad. No respondería por quienes se quedaran. El plan de escape tenía una sola opción: Ojinaga. Las demás rutas estaban tomadas. No había de otra: de Ojinaga a Presidio, Texas, y de Presidio a El Paso, Texas. Ojinaga era la frontera más cercana con Estados Unidos. Llegando allá, Pancho Villa no podría hacerles nada. Esa madrugada don Manuel Gameros llegó a la estación del ferrocarril Kansas City México y Oriente del brazo de sus hijos, Enrique y Elisa. Llegó callado y sin sonreír. Saludó de mano a los conocidos que encontró a su paso

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y con una ligera reverencia a quienes vio de lejos. Entre él y sus hijos no llevaban más pertenencias que un pequeño baúl con objetos muy personales, de valor sentimental, y algunas monedas, algunos papeles. La mayor parte del baúl lo ocupaban vestidos y sombreros de Elisa. Llegaron a las cuatro. A las once el tren seguía en la estación. Durante todo ese tiempo don Manuel se entretuvo observando a las señoras dirigir la actividad de hormigas de los soldados que descargaban carretas con todo lo imaginable: cuadros, jarrones, candelabros, mesas, roperos, camas, maletas de todos los tamaños y materiales... “Por favor tenga mucho cuidado con esa lámpara, es de Italia, es muy fina.” “Mi ropero, no me lo vaya a despostillar.” “No me ponga la máquina de coser acostada que se le sale el aceite.” El automóvil de Luis Terrazas, conducido por uno de sus hombres, se iba y regresaba con más carga fina. Don Manuel Gameros pensó en su Quinta. La Quinta Gameros. Nueva. Sin estrenar. Puesta como regalo para el hambre voraz de los revolucionarios. Qué será de ella. No podía subirla al tren. Sólo en cachitos. Se rio. Imaginó a cuadrillas de soldados cargando y trepando en los vagones las estatuas de cantera, los pilares, las escaleras talladas, los vitrales emplomados, para salvarlos de Villa... Su Quinta... La recordó desde el día en que nació como idea, como impulso. Recordó los planos que le había mostrado el arquitecto y, poco después, las líneas de cal que señalaban los cimientos, y su sorpresa cuando la construcción superó a los dibujos. Y la majestuosidad. Una esmeralda en el centro del Paseo Bolívar. Revivió el momento cuando personalmente escogió de un catálogo los adornos de cantera y madera. Ah: y al fin nunca le mandaron de Francia esas cuatro estatuas. Cada vez que logró comunicarse con ellos

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le aseguraron que ya venían en camino... Le parecían espantosos los monigotes de yeso que pusieron por mientras. Y... claro... cada vez que se acordaba de ese catálogo, se acordaba del chisme: la historia por todos sabida de su presunta pasión por la nieta de don Luis, Rosa Terrazas Luján, y su intento por conquistarla dedicándole la Quinta, con la clave de su amor tallada en cantera y madera, y eso porque todos los motivos que escogió fueron de rosas, como aludiendo al nombre de la amada. Chisme que don Manuel nunca se interesó en desmentir. Volvió a sonreír. A pesar de la seriedad del momento, y del rostro adusto que había decidido adoptar, se sentía de buen humor. Por fin los vagones se cerraron y aseguraron. La máquina comenzó su ritual de jaloneos hacia delante y hacia atrás, avisando que estaba por partir. Los patios se quedaron vacíos. La caballería había dejado la estación cuatro horas antes. Don Luis Terrazas, a sus ochenta y cuatro años, bajo el frío del sereno de noviembre, había permanecido de pie en el andén desde las cuatro de la mañana, dirigiendo la evacuación, girando instrucciones a todo tipo de personas: soldados, empleados del ferrocarril, al mismo general Mercado. A todos los hizo llamar y los recibió como en su oficina... Y cuando le pidieron que ya subiera a su vagón, era curioso ver cómo su oficina se movía con él, pues seguía dando instrucciones y escuchando informes... Luis Terrazas... Siempre presente... El tren comenzó a moverse. No sonó el silbato de vapor. Don Manuel Gameros cerró los ojos. No quiso ver lo que dejaba atrás. Es mediodía y apenas llevan media hora de camino. Es tardísimo. Para estas horas Villa bien puede estar esperándolos en la estación de Aldama a don-

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de se aproximan. Morir donde nací, piensa don Manuel, considerando la posibilidad de que Pancho Villa los emboscara en su pueblo natal. Piensa en sus hijos y prefiere desechar esa fantasía horrenda. Prefiere pensar en su niñez en Aldama. Cuando sus habitantes no le llamaban Aldama sino San Jerónimo, su antiguo nombre religioso, San Jerónimo de Tapacolmes... Piensa en sus padres. Piensa en el día en que se despidió de ellos siendo apenas un niño de doce años para irse a estudiar al Colegio Militar en la Ciudad de México. Se recuerda con su saco de cadete. Se recuerda en el campo de batalla, asistiendo a la infantería en aquel 5 de Mayo glorioso en que expulsaron de Puebla a los franceses invasores. Todavía no cumplía los trece años. No es justo, concluye. No es justo. Pasé la mitad de mi infancia en asuntos de adultos. Arriesgué mi vida, una vida tierna, por mi país, por México. De alguna manera soy un héroe, aunque esté mal en mí decirlo. Un héroe que ahora resulta enemigo de la patria. Enemigo de la patria. No, no es justo. Mi dinero lo hice con mi trabajo. Me considero, claro que sí, un hombre recto y de buenas costumbres e intenciones. Nunca he sido déspota con mis trabajadores. Les pago generosamente, por encima de lo que se paga, y siempre de acuerdo con la ley. Juego con las reglas del juego. Qué culpa tengo de tener más que otros. Desde su primer día, la vida de Manuel Gameros parece destinada a experimentar el tenso sabor de la violencia social. Nació en 1849. México tenía 28 años de haberse independizado de España. Era un país inestable, altamente propenso a intervenciones extranjeras y a levantamientos internos. En Chihuahua se había decretado la abolición de la esclavitud hacía apenas 24 años. Había tensión y confusión. Los usos y costumbres entraban en conflicto con las nuevas leyes. Era famoso en todo el país el caso de un indio oaxaqueño,

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Benito Juárez, que había nacido en 1806, en tiempos de la esclavitud de los indios, y que para 1849 era gobernador de Oaxaca. El 7 marzo de 1848, un año antes de que Manuel Gameros naciera, Aldama había participado en un hecho histórico: El ejército norteamericano tomaba por segunda vez la ciudad de Chihuahua. Aldama, por su localización estratégica, fue escogido como refugio del gobernador Ángel Trías para despachar en la clandestinidad. Estaba a dos horas de la ciudad en diligencia. Muchas familias llegaron con el gobernador Trías a buscar asilo en aquel pueblo. Los padres de Manuel, don Rafael Gameros y doña Paz Ronquillo, alojaron en su casa a parientes y amigos hasta julio. Aldama había quedado durante medio año bajo las órdenes del ejército. A los pocos meses Manuel fue concebido. Todavía se respiraba en el pueblo el aroma a sudor de los caballos que vigilaban el toque de queda. Pero existía otra amenaza, quizá más dura que las invasiones y las sublevaciones, más dura por directa y sangrienta: la furia apache. Aldama se cuidaba bien durante el día, pero de noche la gente debía permanecer dentro de su casa. La huerta de los Gameros era de las más protegidas. Al niño Manuel siempre le pareció normal pasar de la libertad que daba el día, al cautiverio que obligaba la noche. En sus doce años en Aldama siempre regresó a su casa en cuanto el sereno encendía las primeras antorchas, más que por obediencia, por una especie de instinto aprendido. Cuando cumplió los nueve, el niño Manuel fue testigo y comparsa de otro

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suceso relevante para la historia de México: La tarde del 4 de enero de 1858 llegó el gobernador Antonio Ochoa a refugiarse a Aldama con un pequeño grupo de soldados, pues la ciudad de Chihuahua había sido ocupada por conservadores en la llamada Guerra de Reforma. El gobernador en el exilio logró reunir un número considerable de refuerzos que puso bajo las órdenes del coronel José Esteban Coronado. Durante quince días la gente de Aldama vio crecer exponencialmente el campamento de la Guardia Nacional y durante quince días trabajó el doble y el triple para atenderla como se merecía. El 19 de enero Manuel y sus amigos despidieron, desearon suerte y aplaudieron a la tropa desde la plaza, y al día siguiente festejaron con su familia y con todo el pueblo la noticia de que el coronel Coronado había recuperado la capital. El tren atraviesa el pequeño bosque de álamos de Aldama, último oasis, pequeña mancha verde en la llanura desértica. Tampoco ahora suena el silbato. Entre los pasajeros se hace un silencio tenso, como si todos tuvieran el mismo pensamiento: Villa entre los árboles... Al final del bosque se deja ver el copete del pueblo. Don Manuel usa la torre de la iglesia como punto de referencia y busca las copas de los árboles de la casa familiar. Ahí están. Su huerta de la infancia. Los membrillos. Los nogales. Los duraznos. Como si del pueblo se desprendiera, aspira el aroma de la cajeta de membrillo que su mamá hacía cada otoño. Los asaderos. Las tortillas de harina. El calor sofocante del vagón le recuerda el calor de la estufa en invierno. Y eso lo entristece. En nada se compara el olor de la leña y de las tortillas con el olor del tren, el aceite de fierro, el hollín de carbón de piedra... Y el frío del invierno en su casa... todo lo opuesto al frío de esa madrugada que acababa de pasar, sin más resguar-

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do que un vagón de metal, un abrigo y sus brazos cruzados, y sin más calor de hogar que un café rehervido que repartían en el andén y que tuvo que tomar hasta el final por no desairar a su hijo que se lo había llevado con una sonrisa. Piensa en el contraste del frío de anoche con el calor asfixiante de ese momento, y ese contraste lo deprime. Y el polvo. El polvo que no deja abrir las ventanas, que las azota. No es justo. Esto que ahora vivo no es justo. Piensa en su difunta esposa. No hubiera soportado esto. Se hubiera deshecho de tristeza. La vida del niño Manuel fue tan simple y sana como la de cualquier niño de rancho. Siempre en contacto con el río, el árbol, la fruta, el pez y el pescado, el perro y el caballo. Sus amigos eran todos los niños del pueblo. Muchos de ellos vendrían a ser sus amigos de siempre. Hizo junto a ellos la primaria en un salón de clases unitario, donde el maestro atendía todos los grados al mismo tiempo. La escuela los unió y la escuela los separaría: a la edad de doce años Manuel había terminado los estudios primarios y sus padres debían decidir a dónde enviarlo para continuar. Las opciones eran muchas: en Chihuahua, el Instituto Científico y Literario; un par de escuelas en San Antonio, Texas, a donde irían algunos de sus amigos, o la Ciudad de México. Y si la opción era México, la escuela era el Colegio Militar. Una opción que seguramente entusiasmó al pequeño Manuel, familiarizado desde niño con el fervor de los hechos heroicos. La vida de cadete en el Colegio Militar forjó de golpe su carácter: al poco tiempo de ingresar, con menos de trece años de edad, fue enviado bajo las órdenes del legendario general Zaragoza a defender la plaza de Puebla contra los franceses invasores, en la también legendaria Batalla del 5 de Mayo.

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El tren baja la velocidad. Al parecer se detendrá en Aldama. Un desconocido va de vagón en vagón calmando a los pasajeros. No hay de qué preocuparse. El tren se detiene porque subirá gente en la estación. Los hombres de don Luis Terrazas se habían adelantado en el automóvil para organizar a varias familias que ahí esperaban. No había de qué preocuparse pero el silbato no fue tocado. Manuel Gameros insiste en sentir que este paso por Aldama es una metáfora del regreso al principio de su vida. Insiste en no llamarle Aldama, sino San Jerónimo, como muchos de su edad lo siguen llamando. San Jerónimo frente a sus ojos, metáfora de un ciclo que se cierra. Insiste en sacar al futuro de su vida. Porque su futuro es incierto. Qué irá a hacer en El Paso. Cómo serán sus días lejos de Chihuahua. El Paso es casi un segundo hogar. Su casa de allá no está tan mal... bueno... no es la Quinta... Como negocio tiene allá el Hotel McCoy, que oportunamente había comprado pocos años atrás, cuando todo esto se veía venir, y tiene también la mayor parte de sus ahorros en dólares... Pero tiene 61 años. Siente que no está para hacer una nueva vida. Su pasado, sus amigos, sus hábitos, su idioma, se quedan en Chihuahua. Al graduarse como ingeniero militar, el joven Manuel Gameros tuvo la energía para hacer una segunda carrera, la especialización de sus conocimientos, obedeciendo a una vocación que se había decantado sin prisa a lo largo de esos años: ingeniero en minas. La industria minera estaba en auge y a él le gustaban las cosas en grande. Hizo cinco años de estudios excelentes en la ciudad de Pachuca. En cuanto se graduó regresó a la tierra natal, a su casa paterna... Asesoró a varias empresas mineras de capital estadounidense y con ello logró financiar sus propias exploraciones, que hizo en los alre-

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dedores de su pueblo natal, hasta que la ciencia y la paciencia dieron sus frutos. A los 35 años de edad, tras casi diez años de grandes proyectos, grandes riesgos y grandes triunfos, había amasado una fortuna que lo colocaba en la historia de México como el minero más rico de su tiempo, y lo ponía en la lista de los jóvenes casaderos más cotizados de Chihuahua. Prolongó su soltería hasta los 38, pero no por preferir la vida bohemia y sin responsabilidades de la juventud, sino porque la pasión por el trabajo lo tenía siempre en aventuras que requerían de todo su tiempo y energía. En 1887 se casó con una señorita de familia, Elisa Müller Acosta. Para casarse mandó construir una mansión sobre la avenida Zarco, zona de abolengo en Chihuahua, donde pasaría con su esposa una vida matrimonial muy feliz... pero muy corta. Don Manuel enviudaría diecisiete años después. Sin Elisa, su entusiasmo empresarial desapareció. Decidió apaciguarse, darse vacaciones, para dedicar tiempo y ahorros a convivir con sus hijos, Enrique y Elisa. Su última hazaña fue construir la Quinta. Ni él sabía bien a bien para qué... Era más por la aventura del proyecto que por su interés en habitarla. Pasaron tres años después de terminada y a don Manuel nunca se le vio interés alguno por dejar su casa de la Zarco. Tres años se quedó así la Quinta, sola, con sus pisos encerados y un polvo fino y parejo cubriéndolos. Don Manuel escuchó en esos días una historia de revolucionarios que lo hizo pensar en el destino de su Quinta: Cuando Villa atacó Chihuahua por primera vez y no pudo tomarla perdió a muchos hombres. Unos murieron

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en el campo de batalla, otros fueron hechos prisioneros. Todos estos alzados, gente de manos toscas y piel dura, llevaban ropa como para ir de baile al Castillo de Chapultepec: camisas de seda, pantalones de casimir, chalecos de lana inglesa. Eran el producto del saqueo a las haciendas y las mansiones, el botín que se repartían entre burlas y exclamaciones de triunfo. Pancho Villa suertudo, piensa don Manuel. Nadie sabe para quién trabaja... Seguro te burlarás de los adornos de mi Quinta, de sus tallas, de sus pinturas, de sus yesos. Te burlarás, pero secretamente te gustarán. No serás capaz de hacerles daño. Don Manuel teme por el vitral principal. De todos los adornos de la Quinta, su favorito. Las piezas de vidrio se fundieron a mano en un taller de Nueva York. Lo mandaron en partes. Una caja de madera para cada pieza, acolchonada por dentro con aserrín y bolas de papel. Pasó las mañanas y las tardes viendo cómo armaban con mediacañas de plomo el gigantesco rompecabezas. Recuerda que también ese vitral está rebosante de rosas. Sonríe. De pronto, Aldama se llena de jinetes. Desde lo alto del vagón se ven como cabezas sueltas deslizándose sobre las bardas. Es la caballería federal que viene llegando. Más de mil hombres que habían salido de Chihuahua al amanecer. Un oficial de alto rango cabalga hasta el andén, desmonta y saluda con el saludo militar al general Mercado y a don Luis Terrazas. Recibe indicaciones de ambos y vuelve a su caballo. El general Mercado y don Luis se separan sin ningún protocolo de despedida. Mercado sube al tren y don Luis se aleja, siempre escoltado, hacia la puerta de salida de la estación, a su automóvil. El tren inicia la marcha. A las afueras de Aldama le da alcance a la caballería y la deja atrás.

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Manuel Gameros siente que al decirle adiós a Aldama, a su San Jerónimo, le dice adiós a toda una vida. Siente que el destino lo confina a un asiento de tren para obligarlo a recapacitar, a evaluar, a aprender... y a volver a vivir. Antes de que Aldama se le pierda de vista regresa a su infancia. En aquel entonces no había tren... Regresa a su casa, otra vez a las tortillas de harina, a los cariños de su madre, a los consejos y los ánimos de su padre. Regresa con sus amigos a trepar cerros y nadar en acequias. Regresa a las primeras ilusiones y a las primeras desilusiones amorosas. Regresa al momento en que siendo todavía un niño le dijo adiós a su casa y a su pueblo. En aquel entonces no había tren. Había una brecha grande, el Camino de Chihuahua, que se comunicaba con Estados Unidos a través de Ojinaga. Pero esa brecha se transitaba más hacia el otro lado, hacia la ciudad de Chihuahua. Cuatro veces a la semana, lunes, miércoles, viernes y domingo, la diligencia iba y venía. Las cuatro veces a la semana que llegaba a la plaza era recibida como gran acontecimiento, entre guitarras y gente del pueblo que ofrecía los productos regionales: cajetas de membrillo, dulces de leche quemada con nuez pecanera, asaderos. El niño Manuel alguna vez había escuchado a medias voces la noticia de un ataque apache a la diligencia y la muerte espantosa de todos sus tripulantes. Desde entonces oyó el nombre de Joaquín Terrazas y su creciente fama como cazador de indios. Muy diferente infancia vivieron sus hijos. Nacieron y se criaron en la ciudad. No gozaron las delicias del campo, pero tampoco sufrieron la zozobra del asedio apache. Para Enrique y Elisa, niños de finales del siglo XIX, las

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historias de apaches eran de la prehistoria. Don Manuel les explicaba que eran sucesos tan intensos y tan recientes que, aunque estuvieran en el pasado, alcanzaban a afectar al presente. “Yo conocí en persona al general Joaquín Terrazas, el hombre que exterminó a prácticamente todos los apaches de Chihuahua.” Pero a los ojos de los niños alguien que exterminó a los apaches era de la prehistoria, aunque su padre lo hubiera conocido. Don Manuel comprendió que si quería en verdad cimbrar la conciencia histórica de sus hijos debería contar los pormenores de los hechos. Aquello que los hace reales. Tendría que mencionar el lado inhumano, los detalles en verdad dolosos del asalto a Tres Castillos. Para los apaches, Tres Castillos fue y sigue siendo un lugar sagrado. No estaban preparados para el asalto. El indio Vitorio fue incapaz de repeler la emboscada, que terminó en una sanguinaria masacre de mujeres y niños apaches. Prefirió dejar a sus hijos en la inocencia. Que siguieran pensando que la apachería fue de las cavernas o que El temblor del 87, nombre que los hacía reír a carcajadas, le sucedió a los dinosaurios. Para los niños sólo existía lo de hoy. La novedad. La sorpresa tras sorpresa. Por ejemplo, alguien de hoy más tardaba en soltar el biberón que en familiarizarse sin prejuicios con prácticamente todas las nuevas maravillas científicas y no científicas que llegaban a sus manos y dominarlas con más destreza que los adultos. A sus seis años, Enrique era el encargado de marcar las llamadas telefónicas, porque era todo un espectáculo de un segundo para los papás ver la velocidad y la seguridad con que sus deditos hacían girar al disco. Lo de hoy era ir hacia lo nuevo y apropiarse de él hasta hacerlo cotidiano, hasta hacerlo una costumbre. Para Enrique y su hermanita Elisa siempre hubo luz eléctrica, teléfono, tranvía, cámara fotográfica, cine, ferrocarril.

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Antes de que existiera el ferrocarril en Chihuahua, las diligencias se encargaban de los viajes largos. Hubo una línea a San Antonio, Texas, con dos corridas al mes, vía Ojinaga, por el Camino de Chihuahua. Muchos trámites internacionales, desde pedir un pasaporte hasta un permiso de importación, se hacían en el pueblito norteamericano llamado Presidio, Texas, fronterizo con Ojinaga. Y muchos negocios se hacían más hacia el norte, en San Antonio. Las diligencias dejaron de ir hasta allá en 1882, cuando el Ferrocarril Central Mexicano inauguró la línea de Chihuahua a Ciudad Juárez. Al privilegiar a Juárez, hizo más rápido, cómodo y seguro el viaje a El Paso, Texas, que a la antigua ciudad amiga de San Antonio. Con el ferrocarril, el Camino de Chihuahua bajó su tránsito y Ojinaga detuvo su crecimiento. Para 1900 El Paso era el sitio de moda. La familia Gameros iba hasta cuatro veces al año. De visita y de compras. Las mujeres, doña Elisa y la pequeña Elisa, buscaban asombrarse con lo último en moda, y los hombres, don Manuel y Enrique, con lo máximo en tecnología. Regresaban a Chihuahua arrastrando baúles recién comprados repletos hasta no poder de ropa, bolsas, zapatos, sombreros, sacos, objetos decorativos para la casa, juguetes y dulces, sustancias para cada necesidad y máquinas y artefactos, pequeñísimos o enormes, capaces de hacer hasta lo que no se sabía que era necesario hacer. Se estilaba que la gente comprara allá su casa de descanso. Los Gameros tenían la suya. Y cuando comenzaron los atisbos revolucionarios se estiló retirar de los bancos inestables de México los ahorros de toda la vida y depositarlos en los bancos de allá.

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Durante su matrimonio, Manuel Gameros y Elisa Müller vivieron la fascinante vorágine de la modernidad en Chihuahua: vieron llegar al primer automóvil que transitó por sus calles; montaron en la primera bicicleta. Cada mes aparecía en el mundo una sorpresa. La moda se dividía en dos: lo útil y asombroso, proveniente de Estados Unidos, y lo elegante y sofisticado, proveniente de Europa. Y de Europa, Francia. El fin de siglo era afrancesado. Se entremezclaban palabras del francés en la plática y las señoras se despedían diciendo adieu. Los Gameros querían viajar por un año, o hasta dos, a Francia. Los negocios de don Manuel caminaban solos. Los niños, ya no tan niños, estaban en la edad idónea para conocer y disfrutar otros mundos. Doña Elisa quería también pasar un tiempo en Alemania, la tierra de sus ancestros. Los planes se habían hecho, pero de manera repentina doña Elisa enfermó, y al poco tiempo, también de manera repentina, murió. Enrique y Elisa habían perdido a su madre a la misma edad en que don Manuel fue separado de sus padres. La familia Gameros Müller se mantuvo unida frente al doloroso golpe. Decidieron sin embargo realizar el viaje. En memoria de ella, y para cumplir en su nombre el sueño que dejó inconcluso. Vivieron tres años en Francia, con largas estancias en Alemania visitando a los familiares Müller. Recorrieron Francia con la intención de poner el pie en absolutamente todos los lugares del catálogo imaginario que la palabra París evocó en los primeros años del siglo XX: nadaron en las playas de moda, tomaron café en la Torre Eiffel, y se atrevieron a pasar, de día y a todo lo que daba el carruaje, por enfrente del Moulin Rouge. Cierta tarde, caminando por calles desconocidas, don Manuel se encontró con una mansión que de golpe lo dejó hechizado. Parecía salida del mundo de los sueños. Era el perfecto mo-

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delo de la casa que muchas veces él y Elisa imaginaron. Como si, para construirla, les hubieran leído el pensamiento. Desde ese primer instante pensó en tenerla, en tener una igual, idéntica. Con el mismo resplandor. Con el mismo verde de sus tejas. Con las mismas estatuas. Había dinero y la posibilidad y la intención de gastarlo. Era el sueño más alto que pudiera soñarse. Y que pudiera realizarse. En los meses siguientes que permanecieron en Francia, don Manuel no habló más que de la casa. Muchísimas veces la visitó. La dibujó de todos sus ángulos. Repetía en voz alta y de memoria la lista de los solares disponibles en Chihuahua y les pedía y les volvía a pedir a sus hijos que hicieran bien memoria para acordarse de alguno que él no recordara. Con la condición de que estuviera en la calle Juárez, o en la Avenida Zarco o en el Paseo Bolívar. A menos que a alguien se le ocurriera otra calle que él olvidara... Llegó a parecer que quería terminar antes de tiempo la aventura europea pues era demasiada la urgencia por regresar a Chihuahua y empezar la construcción. Sin saberlo, don Manuel había conseguido un motivo para poder vivir la vida que le quedaba sin su amada Elisa, un motivo que lo uniría a ella por siempre: construir el más grande de los monumentos a su sueño común. Pensando en esto y en aquello don Manuel descubre que hay una contradicción entre lo que profesa y lo que hace. Miren al héroe que defendió a México contra los franceses, construyendo una casa más afrancesada que el Palacio de Versalles. Sí, sí está para hacer enojar a Pancho Villa. Se ríe en silencio. El tren de forma repentina baja la velocidad hasta detenerse completamente. A mitad de la nada. Alguien pregunta si será prudente abrir una

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ventana para asomarse, pero otros ya lo están haciendo. Del vagón de enfrente llega la misma persona que había dado los avisos anteriores. Que el general Mercado quiere hablar con todos. Que al parecer no hay ningún peligro, pero que hay que bajar del tren porque lo que les va a informar es algo que requiere de la atención y la comprensión de todos. La noticia delicada es que se quedaron sin combustible. Explica que en todo Chihuahua no había carbón. El tren que abastecería a la ciudad fue precisamente el que Villa secuestró y con el que entró de polizón a Ciudad Juárez para tomarla por sorpresa. No hay carbón. El general Mercado ya sabía que el tren no llegaría a Ojinaga. Decidió no decirlo porque consideró menos riesgoso quedarse a mitad del desierto que enfrentar a los revolucionarios. Esperó un milagro: que el carbón rindiera, que se pudiera llegar con el puro vuelo pues Ojinaga está casi a nivel del mar, que en la estación de Aldama por una imposible suerte encontraran un almacén repleto de carbón... El milagro no sucedió. Esperaba llegar, al menos, a estación Sóstenes, para de ahí abastecerse de víveres, de transporte... pero ni ahí. Están a unos veinte kilómetros de estación Sóstenes, y a ciento cincuenta de Ojinaga. Al parecer, también don Luis sabía de esto. Su automóvil sirve de centro de reunión para la junta improvisada. El general Mercado asegura que Villa sigue lejos, “según sus cálculos”, y que lo mejor será pasar la noche en los vagones para salir al día siguiente con la primera luz. Pide a los hombres juntar leña y todos ríen porque creen que habla en broma. No hay árboles. La única vegetación robusta son las yucas vivas que no arderán. El viento del norte que impera en la noche está reconociendo sus dominios, aunque la tierra sigue irradiando oleadas del calor de todo el día.

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Mandan a estación Sóstenes a un soldado en el automóvil de don Luis. Lo mandan solo, para que quepan más provisiones. Alguien pregunta que con qué dinero va pero nadie le responde, porque existe la sensación generalizada de que don Luis invita... Otros soldados abren los vagones de carga y comienzan a sacar todo tipo de abrigos para pasar la noche de noviembre en el desierto: toallas, manteles, cortinas. La operación vuelve a ser coordinada por las mujeres. Elisa llega con una manta enorme para compartir con don Manuel. Enrique tal vez pase la noche afuera, o en otro vagón, con los muchachos de su edad. Don Manuel habla poco con Elisa, pero con buen humor. Antes de que anochezca del todo, se cruza de brazos y vuelve a sus pensamientos. Regresó de Europa con un solo tema: construir su mansión. La suerte se puso de su lado: estaba en Chihuahua un arquitecto colombiano buenísimo, Julio Corredor Latorre, quien vino desde México donde radicaba porque ganó el concurso nacional para realizar en Ciudad Juárez un monumento a los Cien Años del Natalicio de Don Benito Juárez. Corredor Latorre pronto hizo amigos y prestigio en Chihuahua. Don Luis mismo le encargó un monumento a la Batalla de Tres Castillos, dedicado a su tocayo de apellido Joaquín Terrazas, para colocarlo al principio de la calle Zarco. Don Manuel no la pensó dos veces: se entrevistó con el arquitecto famoso y negoció, por lo pronto, financiarle el viaje a Francia para que conociera la casa modelo. En el camino tendría tiempo de calcular el presupuesto. Don Manuel no escatimaría en gastos, a pesar de las señales que le indicaban que fuera prudente al respecto. Varios amigos le sugerían que pospusiera un par de años el proyecto, que el agua no estaba para cocer camotes. Que Estados Unidos pasaba por una profunda recesión. Muchas

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minas de capital norteamericano, en las que don Manuel tenía inversiones, estaban por cerrar. Que Chihuahua pasaba la más dolorosa sequía de los últimos cincuenta años. Y que, por si esto fuera poco, los campesinos y los obreros, cada vez más despojados de sus bienes y sus derechos por un gobierno despótico, no aguantaban más y estallaban: huelgas, paros laborales, levantamientos violentos. La presidencia de Porfirio Díaz, que había traído el progreso al país, había también generado una insoportable brecha entre ricos y pobres. “Mucha gente se está alebrestando por todos lados y con razón”, le decían. En Chihuahua el fuego tenía años atizándose con las continuas reelecciones de Luis Terrazas y su gente. Pero todo esto no hizo más que aumentar en don Manuel la pasión por el reto. Mientras el arquitecto Corredor Latorre viajaba a Francia, don Manuel buscaba el solar idóneo para la construcción. Batalló para hallarlo. Las tres calles de altura, la Zarco, la Juárez y el Paseo Bolívar, estaban saturadas. La mayoría eran casas nuevas, así que no existía la opción de demoler alguna. Con una excepción: La vecindad en la esquina del Paseo Bolívar y Calle 4ª. Era un grupo de casas de cartón conocidas como accesorias, establecidas ahí con una baja renta y habitadas principalmente por mineros de escasos recursos. El solar pertenecía originalmente a una compañía minera que hacía poco la había vendido a la familia Sork. Después de duras negociaciones Manuel Gameros logró convencer a los propietarios. Ofreció una reubicación digna y una indemnización para sus inquilinos. El solar era grande, pero menor que el de la casa francesa. Su ventaja consistía en situarse en esquina, lo que permitía que su costado más bonito, el que tiene el torreón, luciera, aunque el jardín no fuera tan amplio. Corredor Latorre regresó con planos y bosquejos y con el claro convencimiento de poder reproducirla y hasta mejorarla. Aseguró que adaptar

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la casa a la esquina del Paseo Bolívar sería sencillo y felicitó a don Manuel por su tino al escoger el solar. En efecto, la esquina permitía el pleno lucimiento de la mansión. Le mostró a don Manuel catálogos de tiendas de ornamentaria en Chicago y Nueva York, para que él mismo escogiera los motivos de los vitrales, de la yesería, la estatuaria, la fuente, los candiles. En octubre de 1907 se iniciaron las obras. El más grande de los gastos era minimizado por la actitud totalmente desprendida de don Manuel. A diario acudía a revisar los avances y a maravillarse con el contenido de las enormes cajas de madera que llegaban de mes en mes de Nueva York, de Chicago, de Europa: lámparas, vitrales en piezas acompañados por metros y metros de mediacaña de plomo, moldes para las aplicaciones de yeso, tejas de lámina verde para los techos y piezas de lámina blanca para los plafones. Las estatuas del frente llegaron intactas. Pero no sólo de otros lados venían las maravillas. También de las manos chihuahuenses. Los talladores de madera y de cantera convertían en realidad el más rebuscado de los dibujos, manejando las escuadras y el compás con una aguda precisión científica y una honda intuición artística. Los tres años que duró la construcción duró el trabajo de talla. Don Manuel pasó tardes enteras platicando con los canteros bajo una sombra de manta que habían puesto detrás de la Quinta, aprendiendo de vista sus técnicas secretas. Los adornos en cantera habían salido de dibujos a mano de un tallador italiano, quien interpretó las ideas del arquitecto, las de don Manuel y las suyas propias, y quien al poco tiempo enfermó y tuvo que regresar a su tierra, dejando en manos de los artesanos chihuahuenses la realización del trabajo. El arquitecto Corredor hizo los dibujos a tamaño natural para que los canteros pudieran traducirlo a volumen. La decoración de interiores se confió a dos artistas italianos y cinco españoles, encar-

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gados de supervisar las tallas en madera, hacer piezas de yeso y fijarlas al techo para que parecieran como talladas en él, pintar murales en baños y estancias, y colocar tapices. Un par de norteamericanos, más técnicos que artistas, vinieron a instalar los vitrales. El ritmo de los trabajos fue constante y parejo. En tres años, en 1910, la obra estaba concluida. La Quinta Gameros resplandecía. Elisa y Enrique, ya jovencitos casaderos, se morían por habitar su nueva casa. Pero Manuel Gameros comenzó a poner pretextos para demorar la muda. Que faltaban algunos pisos de una parte de afuera. Que había que esperar a la primavera, la mejor estación para mudarse. Y en noviembre de ese año, cuando la Revolución Mexicana se hizo oficial, encontró un pretexto mejor: “Puede no ser conveniente ocuparla en este momento, puede resultar demasiado ostentosa.” Sus hijos le respondían que igual de ostentosa era su casa actual, que toda la calle Zarco era ostentosa, y entonces don Manuel desviaba la discusión a que había que esperar a la primavera... Tres años duró la Quinta construida sin habitarse. Su primer morador, como bien se previó, sería Pancho Villa. Don Manuel abre los ojos. Aún no sale el sol pero una fogata y la luna llena hacen que parezca de mañana. Junto a la fogata está Enrique, su hijo, con unos amigos. El automóvil de don Luis está al fondo. Enrique desde la fogata saluda a su padre al verlo despertar; levanta su taza y señalándola con el dedo le ofrece un café. Don Manuel lo acepta con una inclinación de cabeza. Sólo la cara tiene expuesta a la intemperie, y siente que el frío del sereno la convierte en hielo. Estación Sóstenes está a veinte kilómetros del campamento. Ocho horas a pie, a paso lento. Conviene iniciar la marcha para aprovechar al menos una hora de fresco. En Sóstenes podrán conseguirse algunas bestias de transporte.

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Un grupo de familias le pregunta a Mercado que qué va a pasar con las cosas que vienen en el tren. “Las vamos a quemar”, dice el general sin imprimir ninguna emoción a su voz. Ante la incredulidad de todos, Mercado confirma: “Mejor que se pierdan a que caigan en manos de Villa.” Las protestas suben de tono. Mercado anuncia que al día siguiente llegará la caballería. Que cada quien vaya sacando lo que crea que pueden cargar los caballos, sin sobrecargarlos. Y que lo demás lo escondan para cuando regresen por él. Si regresan. Cada idea la remachaba con su dicho de aplicación universal: “No hay de otra.” Hay más orden al bajar las cosas que cuando fueron subidas. Las señoras, en grupos de tres o cuatro, frente a sus respectivos vagones, a la misma distancia un grupo del otro a todo lo largo del medio kilómetro de extensión que tiene el tren, dan instrucciones a los soldados de bajarlo todo. Absolutamente todo, con la esperanza de que la providencia venga y se lo lleve a lomo. Casi todas son mujeres. Don Manuel sólo alcanza a distinguir a un hombre en la coreografía: Jacobo El Turco. Gordo y torpe, competía en gritar más fuerte que las señoras. Dueño de la casa de juego El Cosmopolita, El Turco había hecho su fortuna con prácticas agiotistas derivadas de las deudas de juego. Su lujosa mansión, también en el Paseo Bolívar, era conocida como El Palacio de las Lágrimas, por haberse construido con el sufrimiento de las muchas familias que dejó en la ruina. En algo sí le daba Gameros la razón a Pancho Villa. Había mucha gente de mala levadura, gente a la que definitivamente había que corregir. Luis Terrazas aparece de nuevo en cuadro. Baja de su vagón acompañado por Enrique Creel. Se dirigen al automóvil. Don Luis Terrazas. Don Enrique Creel. Sí. También ellos se habían pasado de la raya más de una vez. Ni Manuel Gameros, ni el mejor de los amigos de

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Luis Terrazas, podrían decir que estuvo bien lo que hizo con los obreros de Tierra Blanca. No existe razón que lo exculpe. O las desalmadas medidas de Creel cuando gobernador. Con su Ley Municipal de Tierras dejó en el desamparo legal a las tierras comunales de los campesinos, a tal grado que en un par de años su suegro pudo apoderarse de prácticamente todo el territorio cultivable del estado de Chihuahua. Se hizo famosa la frase llena de cruel cinismo de don Luis: “Yo no soy de Chihuahua: Chihuahua es mío...” Precisamente por esta región, la región de Ojinaga, en Cuchillo Parado, se levantó Toribio Ortega contra aquella famosa Ley Municipal de Tierras... O cuando Creel se gastó el dinero del erario en edificios suntuosos, en medio de la más grande sequía de la región, y, como se quedó sin fondos, aplicó un impuesto por cada animal de trabajo que se tuviera... claro que las vaquitas de don Luis no contaban... Por eso existe gente como Toribio Ortega, como Pancho Villa, piensa don Manuel. Porque no hay mal que dure cien años. Despunta el sol. El desierto de Ojinaga, visto desde el vagón, parece como invadido: mujeres y niños principalmente se han desperdigado en busca de yucas, sotoles, magueyes o por lo menos ocotillos para esconder los pequeños bultos que cargan y poder recordar el lugar cuando regresen a recuperarlos. Han convencido a Mercado de no quemar el tren. Los revolucionarios no van a cargar con mesas de caoba o roperos de cedro. Mercado accede, y sólo pide a los soldados que dejen inservible la máquina y que desmantelen un tramo de riel. Que a ver cómo le hacen. Al lado de la vía, a todo lo largo del tren, como en tianguis, se apilan las pertenencias que supuestamente serán transportadas por la caballería. Mercado hace cuentas y deduce la cantidad y el tama-

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ño de los objetos que en verdad se podrán cargar. Personalmente va de grupo en grupo diciendo qué se queda y qué se va. Una comisión permanecerá en el campamento esperando la caballería para explicarle lo de la carga. El resto inicia la marcha. Es posible llegar a estación Sóstenes antes de que anochezca. Como medios de transporte están el automóvil de don Luis, una carreta y un puñado de caballos que consiguieron de rancherías cercanas desde la tarde anterior y que son cedidos a las mujeres y a los ancianos. El silencio reina. Sólo se escucha el crujido de los zapatos en la tierra. De vez en cuando alguien se queja al espinarse con una lechuguilla, ese agave enano de hojas durísimas, flacas y encorvadas como uñas de bruja, que crece prácticamente uno enseguida del otro y que con el mínimo roce clava sus espinas negras. Don Luis pasa en el automóvil como para ir a encabezar la caravana, pero a medio camino se detiene. Baja del vehículo y le ofrece su lugar a un par de sacerdotes que también huyen temiendo la furia de Villa. Los sacerdotes acceden y don Luis, tal vez más anciano que ellos, se une a los de a pie. Un señorón, piensa Manuel Gameros. Por algo es quien es... Tal vez un déspota, un tirano... pero un señorón. La caballería los alcanzó al día siguiente a media tarde, cuando ya habían salido de estación Sóstenes. Las siguientes cuarenta y ocho horas las pasaron sin hallar agua. Los caballos llevaban una carga excesiva y muchos de ellos, en la dura cabalgata bajo el sol del desierto, se desplomaron y murieron de sed entre boquerones. “La caravana de la muerte” dijo alguien, bautizando sin querer el evento. Fueron diez los días que les tomó llegar a Ojinaga. Diez días de pánico. De mirar hacia atrás como si se tuviera un tic. Si Villa los alcanzaba... Llegaron con las suelas descosidas y los labios ampollados, pero la

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marca más notoria fue la del miedo reflejado en la tensión de los ojos y el cuello. Diez días sintieron, segundo a segundo, la inminencia de la muerte. En el lado de Presidio los esperaban diligencias que familiares y amigos habían mandado desde El Paso para recogerlos. Quienes no tuvieron quién los esperara, o quienes no traían pasaporte para ingresar a Estados Unidos, fueron detenidos o tuvieron que quedarse en Ojinaga. Ya en El Paso, don Manuel Gameros se enteraría de que el ejército federal fue aplastado en Ojinaga por las fuerzas de Pancho Villa. Que los soldados cruzaron el Río Bravo arrojando los rifles al agua para salvar la vida. Que algunos cargaban con objetos valiosos que habían hecho perdedizos en la confusión de la caravana y que también tuvieron que arrojar. En Presidio los iban haciendo prisioneros en cuanto cruzaban. De ahí los enviaron a una especie de campo de concentración en Fort Bliss, el fuerte en El Paso, para posteriormente repatriarlos por otras fronteras menos peligrosas. La Batalla de Ojinaga es memorable en la historia de México porque en ella fue derrotado el último bastión de las fuerzas de Victoriano Huerta en el norte del país, anunciando el triunfo definitivo de la Revolución Mexicana. Casi todos los integrantes de La caravana de la muerte se asilaron en El Paso. Muchos de ellos al poco tiempo pudieron regresar a Chihuahua. El general Mercado pasó varios años allá, y en una oportunidad se trasladó a la Ciudad de México, donde viviría hasta el último de sus días sin pena ni gloria. Luis Terrazas no regresó a Chihuahua hasta un año antes de morir. Ma-

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nuel Gameros instaló su oficina en su hotel de El Paso. Ahí fue donde le contaron que Villa llegó a Chihuahua el 8 de diciembre y la tomó sin pelear. Que lo recibió el gobernador que Mercado había puesto en calidad de neutral para entregarle la ciudad pacíficamente. Ese mismo día Villa fue nombrado Gobernador. Gameros leyó el recorte del periódico donde se publicaba una de las primeras acciones villistas en la ciudad: el Decreto de Confiscación de “todos los bienes muebles e inmuebles y documentaciones de todas clases de Luis Terrazas e hijos, hermanos Creel, hermanos Falomir, José Mejía Sánchez, hermanos Cuilty, hermanos Luján, Francisco Molinar y todos los familiares de ellos”. Fechado el 12 de diciembre de 1913 lo firmaba Francisco Villa en su calidad de Gobernador Militar Constitucionalista del Estado de Chihuahua. No aparecía el nombre de don Manuel en la lista de confiscados, pero con el recorte del periódico también le dieron la noticia de que la Quinta había sido escogida por el mismo Villa como cuartel general. Fue en su hotel de El Paso, en el McCoy, donde Manuel Gameros corroboraría que su ciclo había terminado años atrás, en aquel noviembre de 1913, cuando pasó por última vez por Aldama, el pueblo de su infancia, su San Jerónimo... Fue en El Paso donde se enteró de cómo se desplomaban sus minas y las minas en las que tenía sus más importantes inversiones. Y fue allá donde vivió la segunda experiencia verdaderamente dolorosa después de la muerte de Elisa: su hijo Enrique falleció de peritonitis en un hospital de El Paso, trasladado grave desde Chihuahua a donde había viajado de incógnito para visitar a unos amigos. Muy poco tiempo le sobreviviría don Manuel. En 1920 moriría en su hotel McCoy.

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Al año siguiente de la muerte de Manuel Gameros, en 1921, el gobierno federal devolvió a los antiguos propietarios los bienes confiscados durante la Revolución. Elisa Gameros, heredera universal de don Manuel, recibió la Quinta prácticamente intacta. En ella vivió y en ella sus hijos pasaron la infancia. Cinco años después, en 1926, se la vendió al Gobierno del Estado. Con esta venta se deshizo el último vínculo material entre la Quinta y la estirpe Gameros. Los restos de don Manuel y de su hijo Enrique se trasladaron a la ciudad de Chihuahua, para ser sepultados junto con los de su esposa Elisa en el exclusivo panteón del Santuario de Guadalupe, al lado de personajes de la aristocracia chihuahuense como los Terrazas, los Ahumada, los Müller... Don Manuel nunca quiso habitar la Quinta. Tal vez desde que concibió su construcción la imaginó como un legado, como un regalo para sus hijos pero sobre todo para Chihuahua. Como un monumento a su propia vida y a la forma de vida de toda una época, crucial en la historia de nuestro país. Época de vertiginoso desarrollo, pero también de injusticias pasmosas. Época fraticida, pero también la primera en que la sangre indígena, esclava hacía apenas dos generaciones, era tratada como igual: sangre indígena hubo en Benito Juárez y en Porfirio Díaz... La historia de Manuel Gameros cabalga entre un México que agoniza y un México que despierta. Con su legado, don Manuel fortaleció la memoria de su familia, del amor por su esposa... y también, sin saberlo, fortaleció, y fortalece, nuestra memoria colectiva: nuestra identidad.

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Los Muebles

equena

una historia de art nouveau mexicano Débora Fossas

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l término Art Nouveau siempre fue familiar para mí. Sabía que algunos objetos de la sala de mi casa y de la casa de mis abuelos, poco “útiles”, de formas extrañas y viejos, con los que tenía que tener cuidado, eran Art Nouveau. Con el paso del tiempo descubrí el significado y la historia de esa palabra.

Art Nouveau es uno de los movimientos artísticos que surgen en Europa a finales del siglo XIX y

princi­pios del XX. Nace de la necesidad de ir contra el historicismo académico en el que se encontraba sumergido el arte. Su rebeldía crea un estilo ornamental que consiste en añadir elementos hedonísticos a un objeto “útil” dentro del contexto de la vida cotidiana. No sólo explora el hacer artístico en las Bellas Artes sino que acoge a las artes decorativas y al diseño. Es un movimiento místico y sensual que pretende recuperar el contacto del hombre con la naturaleza. Las formas que explora están llenas de vida y de elementos orgánicos que nos hablan de un periodo donde el ser humano buscaba respuestas a los cambios de fin de siglo en algo más allá de lo racional. Otro término que siempre relacioné con el concepto Art Nouveau es La Santa, nombre que le dieron mis antepasados a la casa donde vivieron desde mis tatarabuelos hasta mi padre. Se ubicaba en la calle de La Santa Veracruz número 43. De ahí su nombre. Uno de mis lugares favoritos era su patio, con sus paredes cubiertas de mosaicos de países lejanos y exóticos, con sus dos escaleras en forma de herradura que se unían en una para llegar al centro donde había una fuente llena de plantas, flores, enredaderas... Las historias que escuchaba relacionadas con el nombre de La Santa, mezcladas con algo de fantasía infantil, hicieron de esa casa un lugar lleno de magia para mí. El cuarto del Pavo Real era el lugar donde la vanidad de las mujeres era reflejada, un paraíso para princesas que se veían en los cientos de espejos mientras esperaban a su príncipe azul. El cuarto de la Caperuza, en donde se podía ver un cuento de hadas pin-

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tado alrededor de toda la habitación, semejaba un bosque encantado de follaje tupido donde no se podía saber si detrás de las ramas que protegen el armario podía aparecer una tierna abuelita o un feroz lobo. Yo me imaginaba que si un niño se quedaba allí solo, tendría que meter a escondidas una vela y ver las historias en las noches en que no quería irse a la cama temprano. El Comedor era un lugar de convivencia y largas pláticas, donde se hacían cenas para más de 20 personas, con platillos raros y divertidos, y me imaginaba que en cualquier momento podría sentarse a la mesa La Liebre de Marzo y Alicia del País de las Maravillas a tomar el té de las seis. El Baño, lleno de lirios y ranas, era un pantano donde las ninfas se bañaban. El Desayunador contaba con sillas que por respaldo tenían flores, las mismas que en la historia de Lewis Carroll cantan y bailan al son del canto de las aves que viven en la enorme pajarera. En ese de­sayunador siempre era primavera. Las historias del Salón de Música eran las que más me gustaban. Ahí tocaban el arpa pequeños angelitos, esos angelitos a los que me obligaban a rezarles para que me cuidaran todo el día, pero que yo prefería imaginarlos haciendo música y divirtiéndose mientras se les olvidaba cuidar a esos niños de mi escuela que corrían a misa muy bien portados sin saber que perdían su tiempo, pues sus angelitos de la guarda estaban en asuntos más importantes dentro de La Santa... Eso sí, en el cuarto de mi bisabuela siempre había alguien que la cuidaba: un enorme altar con un Cristo parecido al de las iglesias y catedrales de países lejanos y fríos. En esa recámara, escondida y bajo llave, estaba la caja fuerte, custodiada por angeli-

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tos que jugaban con las joyas maravillosas de mi tatarabuela y los centenarios de mi tatarabuelo. Las historias de la Sala Principal eran de amor y romance; mi abuelo Pedro me platicaba que su abuelo José Luis le mando a hacer los muebles de la Sala a su esposa para demostrarle el gran amor que le tenía. De niña no sabía que esas historias de los adultos se referían a una colección de muebles Art Nouveau que formaban parte del patrimonio cultural de la nación. Los muebles fueron diseñados y creados por mi tatarabuelo, José Luis Requena, con ayuda del pintor catalán Ramón P. Cantó, co­nocido por haber ilustrado las pastas, capitulares y grabados de la famosa Historia de México a Través de los Siglos. Cantó se ocupaba de adaptar las ideas y bocetos de don José Luis y entregarlos a otra persona conocida como el maestro Pomposo, quien dirigía la talla de cada pieza. Son creaciones totalmente mexicanas, desde su diseño hasta su manufactura. Los muebles de la Casa Requena fueron creados entre 1890 y 1912, aproximadamente, cuando la corriente estilística Art Nouveau estaba en boga en gran parte de Europa, así como entre la sociedad porfiriana. Una característica muy propia del Art Nouveau que tienen los muebles de la Casa Requena es que no sólo cumplen con la función prácti­ca para la que fueron creados, sino que obedecen a las manos y a la imaginación del artista que los transforma en una especie de bosque petrificado, como habitado por Medusa. Un claro ejemplo es la chimenea del Comedor, donde las vo­lutas de humo

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que normalmente salen del hogar se pueden apreciar como si estuvieran detenidas, como si el ebanista hubiera tomado un solo instante de la naturaleza y lo hubiera plasmado en madera para perpetuar algo tan efímero como el humo. Muchas sillas del mobiliario se interpretaron como crecimientos vegetales, como si estuvieran formadas por ramas o como si fueran flores con tallo y capullo. En el Art Nouveau los elementos de la naturaleza se integran al mobiliario hasta formar parte del mismo. La búsqueda de la belleza a cualquier precio y la ten­dencia al endiosamiento propia del narcisismo coinciden con el exhibicionismo del Art Nouveau. Por ello no resulta casual que los animales más entra­ñables fueran el cisne y el pavo real, símbolos de vanidad, así como los insectos y su efímera vida. La Recámara del Pavo Real es ejemplo de esta estética. El Art Nouveau fue un movimiento internacional que en los muebles de la Casa Requena se adaptó a un contexto mexicano, a un tiempo y a una historia específica de México. Estos muebles y su historia particular son parte de la historia de un país, de una época, conformando un corpus de pasado en donde se mezclan motivos artísticos, políticos y sociales. José Luis Requena creó un estilo personal y ecléctico. Sus intentos por renovar y hacer valer las propias formas del pasado indígena y español mexica­no hablan de la búsqueda de una expresión auténtica propia. No se trataba, pues, de copiar modelos extranjeros. En su diseño y ejecución se aprecia esta originalidad, aunque el Art Nouveau haya sido el hilo conductor.

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El licenciado José Luis Requena fue un hombre con características propias de su contexto histórico: empresario, minero, abogado, poeta, fotógrafo, padre, es­poso, político, mecenas, coleccionista... Nació en 1860 en Campeche, producto del segundo matri­monio de su padre, don Pedro Requena y Estrada, con Jovita Abreu y Ruiz. Se sabe que cursó sus primeros estudios en el Liceo Carmelita de Ciudad del Carmen, y los estudios superiores en la ciudad de Campeche y en Mérida. En la Cui­dad de México, el 30 de marzo de 1882, obtuvo el título de Licenciado en Derecho y Ciencias Sociales en la Escuela Nacional de Jurisprudencia. Ejerció su carrera en Veracruz como asesor de la comandancia militar de la plaza y posteriormente estableció, con éxito, un bufete jurídico en la Ciudad de México. El 6 de octubre de 1884 contrajo matrimonio con doña Ángela Legarreta Ubli (1864-1939), distinguida y culta dama cuyos padres eran grandes hacendados del estado de Querétaro; en su matrimonio procrearon seis hijos: José Luis, Ángela, Guadalupe, Manuel, Pedro y Luz. Un elemento muy importante en la vida de don José Luis Requena fue su par­ticipación en la industria minera de México, ya que de este negocio proviene la mayor parte de su capital, sin el cual hubiera sido casi imposible crear los muebles y redecorar su casa. Fundó con varios inversionistas la compañía Dos Estrellas que llegó a posicionarse entre las más importantes del mundo. Entusiasta y progresista, intervino en empresas que, aunque no relacionadas con el ejercicio del derecho o con la minería, promovían el de-

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sarrollo del país. Destaca la Compañía de Luz, Fuerza y Ferrocarriles de Pachuca, que promovió la construcción de una presa de almacenamiento sobre el río Tula, misma que lleva su nombre, Presa José Luis Requena. Entonces él era presidente de la compañía. El motivo principal de la pre­sa era la producción de energía eléctrica, pero no llegó a desarrollarse; en cambio, su objetivo secundario, que era el riego, tuvo un importante auge, a tal punto que sirvió de modelo para la creación de la Comisión Nacional de Irrigación. Al estallar la Revolución Mexicana y con la muerte de Francisco I. Madero, el licenciado Requena parte hacia Europa con toda su familia, donde permanece de 1911 hasta 1913. Al regresar a México incursiona en la política. Gracias a su intachable honradez y sus ideas liberales es invitado por Félix Díaz y el partido felicista para postularse como vicepresidente en las elec­ ciones de octubre del mismo año. José Luis Requena, un hombre con ideas moder­nas sobre cómo manejar el desarrollo de un país, no pudo rechazar la propuesta para sacar adelante a México. Después de una ardua campaña, en octubre de 1913 se celebraron las elecciones, las que Victoriano Huerta anuló. El licenciado Requena se había ganado la enemistad del general Huerta, quien lo consideró un rival peligroso, tanto así que en enero de 1914 ordenó encarcelarlo en la prisión militar de San­tiago Tlatelolco con la intensión de fusilarlo, lo cual fue impedido por el entonces presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, licenciado Francisco Carva­jal, quien de joven había sido pasante en el bufete del licenciado Requena, y por un norteamerica-

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no, Mr. O’schonessy, ministro de Estados Unidos en México, quien buscó al general Huerta para expresarle su inconformidad con el trato que se le daba a su amigo personal, advirtiéndole que si no lo dejaba en libertad su gobierno tomaría medidas drásticas. El ge­neral Huerta finalmente lo liberó, pero don José Luis decidió no salir de la cárcel hasta que su situación fuera aclarada ante la prensa y se hablara sobre su limpia actuación en la política para hacer frente a las falsas calumnias de las que fue presa. Una vez en libertad, temeroso de que la decisión de Victoriano Huerta fuese sólo pasajera, don José Luis partió con su familia del puerto de Veracruz hacia La Habana. Ahí comenzó su destierro. De La Habana partió a Nueva York, donde tenía algunas conexiones de negocios. Al parecer, la familia Requena únicamente tenía in­tenciones de estar en el exilio no más de dos meses; pero la situación política hizo que se prolongara por siete años. La familia Requena extraña­ba profundamente a su patria, y por ello se rodeó de otras fa­milias mexicanas también exi­liadas en Nueva York, como los Rabasa, Es­candón, Casasús, Lascuráin, entre otras, con las que se creó una comunidad que compar­tía costumbres, ideas, arte. Como consecuencia de su destierro, José Luis Requena perdió casi toda su fortu­na, así que abrió un bufete de abogado donde su hijo Pedro, el poeta, trabajó a su lado hasta su temprana muerte en 1919, causada por una epidemia de influenza española. A la muerte de Venustiano Carranza, el gobierno presidido por don Adolfo de la Huerta dictó una amnistía por la que el licenciado Requena y su fa-

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milia pudieron regresar a México en 1921. José Luis Requena volvió a abrir su bufete de abogado y a pro­mover nuevos negocios. En 1924 fue designado presidente de La Latinoamericana, Compañía de Seguros sobre la Vida, S.A., cargo que desempeñó hasta su muerte, y fue consejero en otras instituciones de seguros y de crédito en diversas compa­ñías. En esa época se dedicó al estudio de la economía, asesoró en varias ocasiones al gobierno federal y escribió muchos artículos periodísticos sobre el tema, así como dos obras de índole económica: La crisis del talón de oro (1933) y El fantasma de la guerra (1935). También se dedicó a la agricultura. Alcanzaron tal fama los productos que cosechaba, que el presidente Plutarco Elías Calles lo visitó y lo comprometió a vender el rancho para establecer ahí una escuela de agricultura. Con el producto de esa venta adquirió en Churubusco un terreno que convirtió en jardín. Plantó dalias, las que tanto por su tamaño como por su colorido fueron famosas en México. En todo el mobiliario de la Casa Requena podemos encontrar motivos vegetales y florales, ya sea por su pasión por la botánica, o por influencia del Art Nouveau. Además de exitoso en las empresas, fue un hombre sensible. Exploró su creatividad a través de la creación fotográfica y la poesía. Revelaba, imprimía y retocaba sus propias fotografías. Elegía los temas dentro del ámbito familiar y los modelos eran sus hijos y familiares. Algunos títulos: Un descuido de la cocinera, ¿Me quieres, gatito?, Su primer dolor, títulos que nos hablan de un hombre empapado de la sensibilidad artística de su época. Sus foto-

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grafías fueron premiadas y publi­cadas en revistas tanto mexi­canas como extranjeras. En cuanto a la pasión poética, dedicó horas enteras a crear poemas que nos hablan de la vida, de su familia y de los momentos que atravesaba. Durante sus últimos años, en su casa de campo de Churubusco, se dedicó principalmente a escribir poesía. De forma póstuma, en 1945, se publicó un volumen con su obra: Fantasía y soledad (1912-1942). José Luis Requena le tenía gran devoción a la vida familiar. Disfrutaba estar rodeado por sus hijos y dedicó gran parte de su tiempo a su educación. Los introdujo a la poesía, la literatura, la música y el arte. Por las tardes, cuando llegaba de trabajar, sentado en su sillón predilecto, don José Luis entretenía a sus hijos leyendo el Quijote y segmentos de obras de los clásicos españoles. Por las noches, en las tertulias familiares, la casa se llenaba con las notas de la pequeña orquesta formada por la familia Requena Legarreta. Pepe y Ángela tocaban primera y segunda mandolina; Manuel el violín; Lupe

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el arpa, y Pedro y Lucero cantaban. Doña Ángela dirigía el conjunto y los acompañaba al piano. Otra forma de convivir que acostumbraba la familia Requena Legarreta con sus familiares y amigos era hacer breves representaciones teatrales de clásicos, para ofrecer después del espectáculo una cena. José Luis Requena fue un hombre entregado a su familia. Como una forma de disfrutarla realizó el mobiliario de la casa. El cuarto del Pavo Real se lo regaló a su hija Guadalupe cuando se casó Ángela, la hermana mayor, y a Luz le diseñó una recámara basada en los cuentos de Perrault. A su esposa Ángela le hizo retratos que podemos encontrar en la decoración de los muebles de la casa, como en el biombo de la Sala; además, ella fue su musa para la crea­ción de muchos de sus poemas. También sus hijos fueron parte de esta inspiración. En 1939 murió su esposa y compañera de más de 50 años, doña Ángela Legarreta de Requena. A partir de entonces José Luis decayó rápidamente y falleció cuatro años después, en la Ciudad de México, el 17 de marzo de 1943. El licenciado Requena adquirió La Santa, una construcción colonial, en 1895. Plenamente identificado con la sensibilidad finisecular, decidió lanzarse a la empresa de modificarla desde el mismo momento en que la compró. En lo que corresponde al aspecto arquitectónico, se introdujeron nuevas formas correspondientes definitivamente a la época del Art Nouveau. En cuanto a la decoración, diseño de la ornamentación y mobiliario, el licencia-

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do Requena se dio a la tarea de coordinar la producción de cada detalle en muebles, cristalería, enrejados, remates interiores, esculturas, hasta vajillas y objetos de uso cotidiano. Gran amante de las flores y la vegetación, usó como motivo decorativo una flor en especial para cada cuarto: cardos en la Recámara Principal, amapolas en la Recámara de la Caperuza, rosas de Castilla en la Recámara del Pavo Real, pensamientos en el Desayunador, acantos en la Sala, y lirios, nenúfares y alcatraces en el Baño. No sólo los motivos florales y vegetales fueron parte de la inspiración de José Luis Requena. También se pueden ver plasmados en el mobiliario otros elementos de la temática del Art Nouveau y su estética, así como las influencias del estilo neogótico y el rococó inglés, la línea ondulada y sensual, los cuentos de hadas y, en gran medida, la iconografía de fin de siglo. Se podría decir que el estilo del mobiliario de la sala es un claro ejemplo del eclecticismo que surgió en México. Para las fechas en las que se comenzó a realizar (1896-1897), en Europa el Art Nouveau apenas comenzaba a difundirse, y en México el estilo neoclásico estaba en boga. Por esto los muebles de la Sala muestran diferentes tipos de líneas y colores que nos remiten a otras tendencias. La Sala era el espacio donde se recibía a las visitas; en la Casa Requena éstas se recibían los jueves. A la usanza de principios del siglo XX, cuando la señora de la casa era la anfitriona, las visitas pasaban la tarde en la sala hablando de los pormenores ocurridos en la semana. José Luis Requena no es-

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catimó en gastos y creó un salón lleno de esplendor, en donde no se dejó un solo espacio sin algún motivo decorativo. El Comedor era un centro de reunión importante tanto para la familia como para los invitados; allí se podían ofrecer banquetes para 24 comensales. La entrada al Comedor se hacía desde la Sala de Música atravesando un arco de herradura de madera tallada con líneas onduladas y en forma de látigo, con una lacería de motivos florales y vegetales; de este arco caía una cortina de cuentas de cristal multicolores. El Comedor es una de las piezas más representativas del Art Nouveau en México. Tiene influencia del Art Nouveau belga-francés y nos remite directamente a algún comedor creado por Victor Horta o Hector Guimard, pero sin dejar de tener ciertos rasgos que lo diferencian, principalmente la vegetación. El conjunto de muebles es sobrio en cuanto a colorido y elementos decorativos; claramente se puede apreciar la línea ondulada y en forma de látigo característica del Art Nouveau. Los muebles fueron realizados en madera de caoba tallada y no presentan policromía, la que sólo se puede apreciar en el techo, las paredes, las pinturas sobre hoja de oro y los vitrales de cristal biselado. En el Comedor podemos apreciar diferentes motivos vegetales y florales, como dalias y lises; pero lo que sobresale de entre todos los motivos estéticos es la línea ondulada de madera tallada que imita el tallo de una planta trepadora alrededor de todo el salón.

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La música y la poesía, dos de las grandes pasiones de José Luis Requena, fueron el motivo de inspiración para crear la Sala de Música. Ahí convivía la familia con amigos cercanos y parientes. Todos los miembros de la familia tenían alguna aptitud, ya sea en la ejecución de un instrumento, en la poesía o en el canto. En este salón también se hacían las tertulias donde la familia Requena ofrecía recitales a sus invitados, para luego pasar al comedor, que estaba al lado. Cuando los invitados pasaban al Comedor, la Sala de Música era ocupada por músicos que tocarían desde ahí para deleitar a los comensales. El mobiliario de la Sala de Música se caracteriza por sus sobrias y elegantes líneas talladas en madera de caoba con abundantes motivos fitomorfos. Los muebles muestran una marcada referencia al estilo Art Nouveau belga, pues la línea ondulada y en forma de látigo juega el papel principal. La Recámara Pincipal, habitación de José Luis Requena y su esposa doña Ángela, era la de mayor tamaño y se encontraba en la esquina oeste del segundo piso. Tenía dos ventanales que formaban parte de la fachada de la casa, cuya luz se encargaba del claroscuro que se hacía con el mobiliario de caoba negra. De esta manera se dramatizaba el profundo sentido religioso del aposento. Esta recámara se caracteriza por su estilo neogótico con detalles de algunas líneas onduladas propias del Art Nouveau. Dicha mezcla, y los revival de diferentes estilos, sean el gótico, el clásico o el mudéjar, entre otros, nos hablan del eclecticismo en boga y de la forma en que se manifestó en México.

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El motivo central de la Recámara Principal son los cardos, flores de tallo grueso que se caracterizan por la presencia de espinas y hojas puntiagudas. La flor está formada por delgados filamentos que hacen una corona, la mayoría de las veces color lila, cuyo significado es el de la madurez, el amor consumado y la experiencia que el paso del tiempo otorga. El cardo fue muy utilizado en la iconografía del Art Nouveau, lo mismo que en los grabados, aguatintas y dibujos de la corriente decadentista, que tenía sus raíces estilísticas en el Art Nouveau pero sus motivos iconográficos estaban impregnados por cierta melancolía. El cardo, pues, es emblema tanto de la madurez como de la melancolía de nuestro paso por la vida y por saber que el fin se encuentra cada vez más próximo. No es extraño, entonces, que José Luis Requena, hombre sensible, miembro del movimiento artístico de finales de siglo, haya decidido utilizar esta iconografía para su recámara. La Recámara del Pavo Real fue un obsequio que hizo don José Luis a su hija Guadalupe cuando su hermana mayor, Ángela, contrajo matrimonio. Al ser ésta la recámara para una señorita, el señor Requena decidió utilizar el pavo real como principal motivo de decoración, ya que esta ave es símbolo de la vanidad. El pavo real fue un motivo recurrente en la iconografía del Art Nouveau por el colorido de sus plumas y por la forma de arco de herradura de la cola extendida del macho. El pavo real lleva hasta las últimas consecuencias el arte de cortejar, de la misma manera que el artista o el diletante

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de esa época se entregaban por amor a una joven dama. Otro motivo importante que vemos en el mobiliario de esta recámara es la rosa de Castilla, representada como una flor de cinco pétalos color rosa pastel. La Recámara de la Caperuza fue creada por José Luis Requena para Luz, su hija menor, inspirado en el cuento de Charles Perrault La Caperucita Roja. El estilo formal de los muebles que componen esta recámara nos remite al Art Nouveau belga y francés, ya que en el mobiliario encontramos la línea ondulada y en forma de látigo, así como diversos motivos florales y vegetales. Destacan los pasajes del cuento de hadas pintados sobre la cabecera, piecera, parte superior del armario y tocador, así como en las paredes y el techo. Literalmente, al acceder a este espacio se podía percibir una influencia del sentimiento finisecular romántico y melancólico, en el que la pérdida de la inocencia, como en el cuento de Perrault, era motivo de inspiración para muchos artistas. El sentimiento de pérdida de la inocencia se remarca con las flores de lis talladas en el mobiliario, pues esas flores significan la pureza, la inocencia, la alegría de vivir, como el personaje de la inocente Caperucita. El que esta recámara se haya diseñado para la hija menor de José Luis, habla del padre que celosamente vela por la inocencia de su pequeña hija, así como los artistas y escritores nostálgicamente se lamentaban por la pérdida de inocencia de la humanidad que se adentraba en un siglo con cambios vertiginosos e incontrolables.

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Las tallas y calados del mobiliario de la Caperuza fueron creados con madera clara y oscura para lograr juegos de contraste. La Casa Requena contaba con servicio de agua corriente fría y caliente, con suficiente presión para utilizar la regadera. Pocas casas contaban con ese servicio. De los dos baños que se encontraban en la planta alta, únicamente el Baño Principal estaba amueblado y decorado con pinturas murales; del otro baño no se cuenta con fotografías o registro de algún mueble. El Baño Principal era utilizado para el aseo personal por José Luis Requena, su esposa y sus hijas Guadalupe y Luz. También era el baño que utilizaban los invitados a las cenas o tertulias de la familia. Los hijos varones de José Luis usaban el baño que se encontraba al fondo del pasillo, cerca de sus habitaciones. Los elementos decorativos del Baño son nenúfares, flores de loto y alcatraces, así como motivos vegetales y animales que se encuentran en un es-

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tanque. El mobiliario del Baño, que hasta la fecha prevalece, consta de un tocador con espejo y marco de bronce, un espejo de pared, una gaveta, un biombo de cinco hojas y una tina. Al fallecer don José Luis Requena, en 1943, la casa por herencia pasó a manos de su hija Guadalupe Requena de Fossas, quien la habitó con su esposo Fernando Fossas y sus tres hijos, Angie, Pedro y Ferdie. La familia siempre procuró el bien tanto del inmueble como del mobiliario. Al fallecer doña Guadalupe, en el año de 1967, el legado de la Casa Requena, por medio de un testamento, pasó a manos de Pedro Fossas Requena. En 1967 el INAH catalogó y valuó los muebles. El entonces jefe de Monumentos Coloniales del INAH le propuso a Pedro Fossas Requena adquirir la colección junto con el inmueble, pues consideraba que los muebles perdían mucho de su valor al retirarse de los lugares para los que fueron hechos. La Casa Requena y el mobiliario fueron declarados Monumentos Históricos. Mientras la compra se hacía, el INAH propuso al señor Requena arrendar la Casa. Estando la casa bajo la responsabilidad del INAH, una demolición contigua provocó que se viniera a tierra el muro oriente, arrastrando consigo toda la decoración de la Sala, del Salón de Música, del hall y de la escalera. El contrato de arrendamiento establecía que el mantenimiento y reparación del inmueble quedaban a cargo del INAH. Sin embargo, el licenciado Fossas Requena tuvo que pasar meses en gestiones para que el INAH hiciera

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las composturas indispensables. Al término del contrato de arrendamiento, el 31 de diciembre de 1969, el INAH no lo renovó por falta de presupuesto. En tales circunstancias, don Pedro Fossas hizo todo lo que estuvo a su alcance para volver a despertar el interés de las autoridades en la conservación del inmueble y su mobiliario. A historiadores como Alfonso de Neuvillate y Arturo Sotomayor, al arquitecto Salvador Pinocelly y a Manuel Caraballo les planteó la idea de convertir la casa en museo. En una carta al señor Neuvillate, Pedro Fossas mencionó retomar la idea de éste, descrita en su columna del Heraldo Cultural: crear el Museo del Siglo XIX. La idea era excelente, pero la casa estaba ya muy deteriorada por el abandono del INAH y del Patronato Nacional de las Asociaciones de Diseño. La casa había quedado inútil para cualquier proyecto que se pretendiera. Don Pedro Fossas, consciente del valor artístico y patrimonial de la Casa Requena, no se resignó al fatal destino que el INAH, por falta de presupuesto o interés, daba a un monumento declarado Patrimonio Nacional, así que, junto con Patricia Clark de Flores, esposa del entonces Gobernador de Chihuahua, encontró la respuesta: en la ciudad de Chihuahua había una magnífica edificación, creada en el mismo contexto histórico que los muebles, que podía albergarlos. La Quinta Gameros, dependiente de la Universidad Autónoma de Chihuahua, funcionaba desde entonces como museo. Fue así como, tras los arreglos legales y arquitectónicos pertinentes, los muebles de la Casa Requena dejaron su hogar en 1971 para trasladarse a su nuevo hogar en Chi-

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huahua, donde hasta la fecha se encuentran bajo el régimen de comodato. En el segundo semestre de 2003, se unieron a la colección el Oratorio de la Recámara Principal y la Recámara del Pavo Real, que fueron ubicados en la planta superior de la Quinta, y en diciembre de 2005 se incorporaron otros muebles de la Recámara del Pavo Real que faltaban. Parte de esa recámara se encontraba en el Museo Franz Mayer de la Ciudad de México, pero tanto los directivos de la Quinta Gameros como la familia Fossas determinaron que era importante tener las piezas reunidas como originalmente lo estuvieron. Esto significó que el contrato con el Museo Franz Mayer se diera por terminado y se iniciara uno nuevo con la Universidad Autónoma de Chihuahua en los mismos términos y condiciones que operaban para el resto de la colección. A lo largo de los años las diferentes administraciones de la Quinta Gameros han realizado un trabajo invaluable para la conservación de los Muebles Requena. El Departamento de Museografía ha realizado un trabajo relevante en cuanto a estudio y conocimiento de las piezas a su cargo, que ahora cuentan con una ficha técnica y con los procedimientos adecuados para su conservación y restauración. Los Muebles Requena ahora reposan en un contexto donde sus valores históricos y artísticos son comprendidos y apreciados. En México el Art Nouveau o modernismo se consideró como expresión propia del porfiriato, opuesta a la mentalidad pos­trevolucionaria. Sin embargo, en épocas recientes se ha revalorado. Muestra de ello es la exposición

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en el Museo Franz Mayer de 2004, donde se reunieron más de 250 piezas de más de 30 colecciones privadas y públicas en México, con una muy favorable respues­ta, pues el evento tuvo más de 65 mil visitantes. La Ley Federal sobre Monumentos y Zonas Arqueológicas, Artísticas e Históricas, de 1972, clasificó a la producción del Art Nouveau como artísti­ca y en consecuencia la puso a su amparo. Esa ley tiene por objetivo salvaguardar toda producción significativa brindándole protección jurídica. Por eso es de vital importancia documentar y catalogar las obras artísticas producidas en todas las épo­cas. Con independencia del disfrute emocional que nos proporciona la calidad artística de los diseños, y la admiración que causa el magnífico oficio demostrado en el tratamiento de los materiales con que fueron producidos, en los Muebles Requena se pone de manifiesto el desarrollo histórico de un país en su contexto sociocultural. El patrimonio cultural que representan estas piezas para México in­fluirá sin duda alguna en la formación de las nuevas generaciones y afirmará su conciencia incluyente, ya que todos los movimientos artísticos son parte de la historia de una nación y conforman su identidad cultural.

Este texto es un extracto de la tesis Los Muebles de la Casa Requena, una Historia de Art Noveau Mexicano, de Débora Fossas, para obtener la licenciatura en Historia del Arte en el Centro de Cultura Casa Lamm, México D.F., 2007.

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bitácora de un siglo

“Yo soy yo y mi circunstancia.” Esta reflexión de Ortega y Gasset nos da luz sobre los motivos que llevaron a don Manuel Gameros y a don José Luis Requena a realizar sus obras. Estas circunstancias fueron comunes a ambos personajes y por ello generaron coincidencias de vida detectables en la presente cronología. Tanto Manuel como José Luis fueron los más prominentes mineros de su época. Ambos fueron mecenas. Y ambos recibieron de su vida familiar la inspiración para sus creaciones. Una visión dialéctica de la historia nos permite contemplar esa obra como parte esencial de nuestra identidad como ciudadanos del siglo XXI. Héctor Jaramillo

Manuel Gameros Ronquillo

José Luis Requena Abreu

1849 Nace Manuel Gameros Ronquillo el 24 de noviembre en Villa Aldama, Chihuahua, hijo del señor Rafael Gameros y doña Paz Ronquillo. Villa Aldama antes de 1926 se llamaba San Jerónimo de Tapacolmes, este último nombre por los pobladores autóctonos. San Jerónimo sufría continuos ataques apaches, tanto que en tiempos de la colonia fue abandonado por completo durante más de una década. Para el año en que nace Manuel Gameros, la llamada Guerra Apache continuaba. El estado de Chihuahua tiene apenas 25 años de haber decretado la abolición de la esclavitud, en el artículo VII de su primera Constitución promulgada y jurada el 7 de diciembre de 1825. El país tiene tres décadas de haberse independizado, y apenas un año de haber perdido la mitad de su territorio, convirtiendo a Chihuahua en estado fronterizo. 1851 El 19 de agosto nace Elisa Müller Acosta, futura esposa de Manuel Gameros. 1858 El 4 de enero, dentro de la guerra de Reforma, los conservadores ocupan la ciudad de Chihuahua y le dan un plazo de media hora al gobernador Antonio Ochoa para que se adhiera, contra su postura liberal, al Plan de Tacubaya. El gobernador se refugia en Villa Aldama. Ahí, en quince días reúne a la guardia nacional al mando del coronel José Esteban Coronado y el 19 de enero recupera la ciudad capital. Manuel Gameros está por cumplir los 9 años. Tal vez éste y otros hechos de armas que habría de presenciar en su niñez son los que animan la vocación militar de su juventud. 1860 Nace José Luis Requena Abreu en Isla del Carmen, Campeche, el 19 de junio, hijo del segundo matrimonio de su padre don Pedro Tranquilino Requena y Estrada con Jovita Abreu Ruiz. Nace José Luis en un ambiente donde se sabe disfrutar de los bienes culturales: la convivencia en familia, las tertulias de arte, las visitas de personalidades de la época. Esto marca de forma decisiva su sensibilidad y pasión por el arte, por la vida social y por la armonía familiar. 1861 Estalla la Guerra Civil en los Estados Unidos. 1862 A la edad de 13 años Manuel Gameros participa como cadete en la Batalla del 5 de Mayo en la ciudad de Puebla, al mando del general Ignacio Zaragoza. Posteriormente participa en otras batallas contra la intervención francesa hasta el triunfo de la República.

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1864 El 12 de octubre el titular del Poder Ejecutivo Federal, Benito Juárez García, arriba a la ciudad de Chihuahua con motivo de los acontecimientos de la intervención francesa. Despacha en la residencia oficial del Gobierno del Estado, hoy Museo de la Lealtad Republicana. Durante dos años, de 1964 a 1966, la ciudad de Chihuahua es la capital de la República Mexicana y asiento de los Poderes Federales. 1865 El 13 de agosto penetran las tropas francesas a la ciudad de Chihuahua al mando del general Agustín Enrique de Brincourt. Se retiran el 29 de octubre siguiente, con dirección a Durango. El 11 de diciembre las tropas invasoras ocupan de nuevo la ciudad y se retiran el 1º de febrero de 1866, después de haber organizado la administración imperialista. En Estados Unidos finaliza la guerra civil. 1866 El 25 de marzo se escenifica una batalla en la Plaza de Armas de la ciudad de Chihuahua. En la Catedral están acuartelados los franceses imperialistas. El general Joaquín Terrazas la cañonea. La bala de 8 kg. quiebra una de sus campanas. Los franceses se rinden y se recupera la ciudad. La campana es declarada Monumento Histórico por el Ayuntamiento. En abril se establece la primera línea de diligencias para pasajeros y bultos ligeros entre las ciudades de Chihuahua y San Antonio, Texas, por la ruta de Ojinaga, con dos corridas mensuales. La brecha es conocida como El camino de Chihuahua y es la más cercana y utilizada para ir a EUA, donde muchas personas tienen familiares y amigos que de un día para otro habían dejado de ser mexicanos. 1867 El 2 de abril fuerzas mexicanas toman la ciudad de Puebla, marcando el fin del Imperio y el triunfo de la República. Posiblemente Manuel Gameros participa como cadete. En junio se fusila al archiduque Maximiliano de Habsburgo. 1874 Nace en Bogotá, Colombia, Julio Corredor Latorre, quien diseñará y construirá la Quinta Gameros. Corredor Latorre realizará estudios de Ingeniería en Colombia y Maestría en Arquitectura en Bruselas, Bélgica, donde obtendrá la distinción Cum Laude en 1902. 1876 A la edad de 27 años, el ya ingeniero militar Manuel Gameros se gradúa de ingeniero en minas en la ciudad de Pachuca, Hidalgo. Inmediatamente regresa a su tierra natal a dedicarse a la explotación minera. De esta actividad provendrá su fortuna, que lo posicionará como el minero más rico de su tiempo en el país.

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1878 El 5 de junio, en el estado de Durango, nace Doroteo Arango, conocido mundialmente como Pancho Villa, primera persona que habitará la Quinta Gameros. 1880 El 12 de octubre Joaquín Terrazas asalta y masacra a la comunidad apache liderada por el indio Vitorio en su tierra sagrada de Tres Castillos, en el estado de Chihuahua. Con ese hecho se da por terminada la Guerra Apache. Sin embargo, algunos poblados lejanos como Villa Aldama seguirán sufriendo asaltos esporádicos. 1881 El 5 de mayo se inaugura la primera línea telefónica en Chihuahua. Dos años después se establece la primera comunicación de larga distancia entre la ciudad de Chihuahua y Villa Aldama, lugar de residencia de Manuel Gameros. 1882 El 16 de septiembre se inaugura el primer tramo de la línea férrea de Ciudad Juárez a Chihuahua, que provoca la desaparición de las diligencias a San Antonio, Texas. El 30 de marzo el joven José Luis Requena se titula en la Escuela Nacional de Jurisprudencia como licenciado en derecho y ciencias sociales. Ejerce su carrera en Veracruz; es asesor de la comandancia militar. Posteriormente establece con éxito un bufete jurídico en la ciudad de México. 1883 El 21 de enero, tropas federales enviadas por el gobernador Luis Terrazas a la mina de Pinos Altos, en el estado de Chihuahua, proclaman la ley marcial y establecen un consejo de guerra que ese mismo día juzga y sentencia a muerte a varios mineros levantados en huelga. Son las primeras víctimas del movimiento obrero en América, 3 años antes que los mártires de Chicago. 1884 José Luis Requena se casa con Ángela Legarreta Ubli, con quien tendrá 6 hijos: José Luis, Ángela, Guadalupe, Manuel, Pedro y Luz. El 8 de marzo se abre la comunicación ferroviaria de Chihuahua hasta la Ciudad de México. 1885 Tomás Requena, para consolidar una deuda con su hermano, le cede sus acciones de las minas Esperanza y Santa Gertrudis en Tlalpujahua, Michoacán. Aquí inicia la vida de minero de José Luis Requena, con la cual consigue la fortuna que le permite financiar la compra y remodelación de su casa y la fabricación de sus muebles. 1887 Manuel Gameros contrae nupcias con doña Elisa Müller Acosta y manda construir su residencia en la aristocrática avenida Zarco en la ciudad de Chihuahua.

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El 3 de mayo ocurre el temblor de mayor intensidad en Chihuahua. José Luis Requena, con su familia, fija su residencia en Tlalpajahua, Michoacán, para poder atender personalmente sus intereses mineros. 1888 El 15 de julio nace Enrique Gameros Müller, hijo de don Manuel y doña Elisa. 1891 El 11 de septiembre se termina de construir el Palacio de Gobierno de Chihuahua. 1892 El 20 de octubre el ejército federal masacra a más de cien hombres, mujeres y niños del pueblo serrano de Tomóchic, en el estado de Chihuahua, por órdenes de Miguel Ahumada, quien fuera nombrado Gobernador por el presidente Díaz con la primera comisión de sofocar el brote de rebelión que ahí se daba. 1895 José Luis Requena adquiere una casa colonial (la más antigua escritura que existe data de 1737, sellada por el virrey) en la Ciudad de México. Por ubicarse en la calle de La Santa Veracruz número 43, es bautizada como La Santa. Desde que la adquiere, don José Luis inicia las obras de remodelación, ayudado por el artista catalán Ramón P. Cantó, quien realiza personalmente el trabajo de pintura y policromado y encarga la dirección de las tallas al maestro Pomposo. Se introduce el alumbrado eléctrico público en la ciudad de Chihuahua y aparecen las primeras bicicletas. La ciudad cuenta con 19,520 personas. 1896 José Luis Requena inicia la fabricación de la sala, primer grupo de muebles que realizará con el maestro Cantó. El Art Nouveau aún no se difunde por el mundo. Por eso los muebles de la Sala presentan rasgos neoclásicos, en boga en el México de esa época. 1897 Se funda en la ciudad de Chihuahua la Compañía Industrial Mexicana, fundidora de metales con especialidad en equipo para la industria minera, lo que habla del auge de esa actividad. El 16 de septiembre se inaugura en Chihuahua la Escuela de Artes y Oficios, donde se forman muchos de los artesanos que crearán la ornamentación de la Quinta Gameros. 1899 En el mes de diciembre se funda el diario informativo de tendencia liberal El Correo de Chihuahua que se publica hasta 1931. Su director, don Silvestre Terrazas, es un crítico acérrimo de las actividades políticas de Luis Terrazas y su yerno Enrique Creel en el estado de Chihuahua.

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1900 José Luis Requena funda la compañía minera Dos Estrellas. Después de grandes vicisitudes y a punto de quebrar, es rescatada por el descubrimiento de la Veta verde, que lleva a la riqueza a todos sus socios. Para 1909, Dos Estrellas se posiciona como una de las empresas mineras más grandes del mundo, con una producción de 400, 000 toneladas de metal al año. El 9 de febrero se constituye la Cámara de Minería en Chihuahua. En la Feria Universal de París, uno de los más exitosos pabellones es el de la galería francesa de arte llamada L´Art Nouveau, de Segfried Bingo. Sus propuestas artísticas son tan impactantes que el nombre de ese establecimiento pasará a denominar el estilo de una época. 1901 El 9 de septiembre se inaugura el Teatro de los Héroes en la ciudad de Chihuahua. Se incendia en 1955. Se inicia el proyecto para la construcción del Monumento a Benito Juárez en Ciudad Juárez, Chihuahua, obra diseñada por el ingeniero José Argüelles para ser construida por Julio Corredor Latorre, quien desde este momento se da a conocer entre la alta sociedad chihuahuense y quien seis años después será el elegido para diseñar y construir la Quinta Gameros. Pasaron nueve años para que las obras de construcción del Monumento a Benito Juárez iniciaran (14 de octubre de 1909). Primero se iniciaron las obras de la Quinta... 1902 Llega el primer automóvil a la ciudad de Chihuahua. A fines de 1906 hay ocho automóviles particulares registrados. 1903 En la ciudad de México nacen las aristócratas colonias Roma y Juárez. 1904 El 13 de septiembre muere doña Elisa Müller de Gameros. Manuel Gameros inicia con sus hijos un viaje a Europa, principalmente a Francia y Alemania, que dura tres años. En el sur de Francia conoce una mansión que lo cautiva, al grado de obsesionarlo por construir una similar en Chihuahua. 1906 La Huelga de Cananea desata en el país una serie creciente de huelgas obreras. El 14 de mayo se inaugura el Congreso Minero de Chihuahua. Don José Luis Requena asiste como invitado, desde la Ciudad de México. Ahí conoce a Manuel Gameros. Ellos no saben que dentro de 70 años sus obras se reunirán... Mientras, el bandolero Pancho Villa, huyendo de la justicia, se pasea por las calles de Chihuahua, ignorando que siete años después se convertirá en el Gobernador del estado y en uno de los guerrillero más famosos del mundo. 1907 El 18 de febrero Manuel Gameros compra el lote de la calla 4ª y Paseo Bolívar por “4,000.00 pesos de plata del

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cuño mexicano”, por venta que le hace el señor Gustavo Zork. En octubre se coloca la primera piedra de la Quinta Gameros. El 4 de octubre el gobernador de Chihuahua, Enrique Creel, inaugura las obras de construcción del Palacio Municipal actual, mismas que durarán más de año y medio. El 30 de abril se funda la YMCA por elementos de la iglesia metodista, con el patrocinio del gobernador. El licenciado José Luis Requena es elegido presidente de la Cámara Minera de México. En Estados Unidos hace crisis una depresión que afecta a la economía mexicana. Casi todas las compañías mineras mexicanas tienen capital norteamericano. Muchas de ellas cierran. El comercio también se ve gravemente afectado. En Chihuahua, la ASARCO (American Smelting and Refining Company) despide a mil obreros y baja los salarios. 1909 El 14 de octubre se coloca la primera piedra para la construcción del Monumento a Benito Juárez en Cd. Juárez, Chihuhua. 1910 El 16 de enero visita la ciudad de Chihuahua don Francisco I. Madero en su campaña por la presidencia de la República. El 16 de septiembre se inaugura oficialmente el Palacio Federal. El 18 de septiembre en Cd. Juárez, Chihuhua, se inaugura el Monumento al Centenario del Natalicio de Benito Juárez. Ese mismo día, a la misma hora, el presidente Porfirio Díaz inaugura el Hemiciclo a Juárez en el lado sur de la Alameda Central en la Ciudad de México. El 13 de octubre visita la ciudad de Chihuahua el presidente de la República, general Porfirio Díaz, cuando se dirige a las ciudades de Juárez y El Paso, Texas, a entrevistarse con el presidente de los EUA, William H. Taft. Se hospeda en la casa habitación de Enrique Creel, gobernador del estado. El 14 de noviembre Toribio Ortega, de Cuchillo Parado, municipio de Coyame, Chihuahua, se rebela contra la Ley Municipal de Tierras, recién decretada por el gobernador Enrique Creel, la cual, al desproteger legalmente a las tierras comunales, hace posible que en un par de años Luis Terrazas, suegro de Creel, se adueñe de prácticamente todas las tierras buenas de Chihuahua. La rebelión de Toribio Ortega antecede por 6 días a la fecha propuesta por Francisco

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I. Madero para iniciar la revuelta. Ortega y sus hombres, dentro de tres años, serán los primeros miembros de la División del Norte de Francisco Villa. El 20 de noviembre estalla la Revolución Mexicana de acuerdo con el Plan de San Luis redactado por Francisco I. Madero en su exilio en San Antonio, Texas. El Plan incita al pueblo a levantarse en armas “el 20 de noviembre a las 6 de la tarde” contra el usurpador Porfirio Díaz, quien de nuevo había alterado la votación para continuar en el poder. En noviembre terminan los trabajos de construcción de la Quinta Gameros. Don Manuel continuará habitando la casa de la avenida Zarco durante los últimos tres años que vivirá en Chihuahua. Nunca habitará su Quinta. Se hunde el barco norteamericano insumergible Titanic. 1911 El 21 de mayo Porfirio Díaz renuncia a la presidencia. Francisco I. Madero toma el poder de forma provisional, convoca a elecciones y es nombrado oficialmente presidente de México. Porfirio Díaz se refugia en Francia donde reside hasta su muerte. 1913 José Luis Requena regresa a México de su exilio en Europa, a donde se había ido con su familia tras la muerte de Francisco I. Madero. Incursiona en la política invitado por Félix Díaz. Se lanza como candidato a la vicepresidencia por el partido liberal felicista. Las elecciones son anuladas por Victoriano Huerta, quien desde ese momento considera a José Luis Requena como su enemigo. En abril, Pancho Villa, quien vivía en El Paso Texas, sale de allí tras recibir la noticia de que su amigo y jefe Francisco I. Madero había sido asesinado a traición por Victoriano Huerta. Cabalga decidido a reivindicar los ideales revolucionarios de Madero. Cuatro personas lo acompañan, sin más capital que tres caballos, dos libras de azúcar, dos de café y una de sal. En el camino va reclutando gente que sin condiciones se adhiere al impulso revolucionario. Seis meses después su ejército cuenta con más de cuatro mil hombres. En ese lapso recorre principalmente el estado de Chihuahua, asalta un cargamento de plata de Batopilas que cambia por armas en EUA, asalta haciendas y reparte granos y ganado entre la gente del pueblo, y toma varias poblaciones importantes. En septiembre es nombrado Jefe Supremo de la División del Norte. El 15 de noviembre Villa intenta tomar la ciudad de Chihuhua, pero el ejército federal al mando del gobernador, general Salvador R. Mercado, lo expulsa y le ocasiona numerosas bajas. Francisco Villa se retira hacia el sur del estado.

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Los siguientes eventos son legendarios: Al llegar al Cañón de Bachimba, Villa cambia el rumbo de nuevo hacia el norte, indetectable desde la ciudad por la serranía que le sirve de cortina. En la salida norte de Chihuahua, asalta una estación del ferrocarril. Espera al tren que está por llegar y lo asalta. Se hace pasar por el telegrafista y le manda un mensaje a su homónimo juarense pidiéndole autorización para enviar al tren de regreso a Juárez “porque había recibido informes de que Villa estaba en Chihuahua esperándolo para asaltarlo”. El telegrafista autoriza el regreso del tren. Villa lo ocupa con la infantería y se dirige a Ciudad Juárez a tomarla por sorpresa. No lo esperan. Ciudad Juárez es tomada y queda en pleno control revolucionario en menos de cuatro horas. El 23 de noviembre el general Salvador R. Mercado con un ejército de seis mil hombres va camino a Ciudad Juárez con la intención de recuperarla. Faltando 30 km. para llegar, detiene su paso un muro de varios kilómetros de jinetes de Pancho Villa, Dorados, cuya posición estratégica lo obliga a adentrarse, sin saberlo, en terreno arenoso, ya que Tierra Blanca es región de dunas. La arena no lo deja maniobrar y es cercado por los revolucionarios. En la Batalla de Tierra Blanca, Villa literalmente destroza al ejército federal, causándole casi dos mil bajas. El 27 de noviembre, 4 días después de la Batalla de Tierra Blanca, el general Mercado regresa a Chihuahua con un sentimiento más angustiante que el fracaso: el pánico: Pancho Villa no tarda en salir de Ciudad Juárez rumbo a Chihuahua. Mercado reúne a las familias adineradas de la ciudad, entre las que se encuentra la de Manuel Gameros, y los exhorta a huir hacia Norteamérica por la frontera de Ojinaga. Advierte que quien se quede lo más probable es que muera en manos de Villa. Salen al día siguiente, acompañados por lo que queda del ejército federal, aterrorizados. El tren llega casi hasta estación Sóstenes, a 150 km. de Ojinaga. El resto del trayecto lo hacen a pie, durante 10 días, bajo un calor igual de insoportable que el frío en el desierto chihuahuense. A esta huida se le llama La Caravana de la Muerte. El 8 de diciembre Francisco Villa, General de la División del Norte, toma la ciudad de Chihuahua de manos de un gobernador suplente, neutral, que se la entrega pacíficamente. Ese día Villa es proclamado Gobernador del Estado. En el mes que dura su gestión, antes de cederla al general Manuel Chao, Villa realiza acciones muy concretas como el reparto de tierras y la disminución de los precios de los alimentos. El 12 de diciembre emite un decreto para confiscar las

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propiedades de los enemigos de la revolución, mismas que pone como garantía para crear el Banco del Estado de Chihuahua y facultarlo para emitir billetes. Por un mes la capital del estado se convierte en el centro de operaciones de la División del Norte, cuya Casa de Gobierno y cuartel general es la Quinta Gameros. El 31 de diciembre el ejército revolucionario ataca Ojinaga, Chihuahua, pero el ejército federal al mando del general Mercado lo repele. Villa decide acudir personalmente a Ojinaga a fortalecer los ánimos de sus hombres. 1914 Los primeros días de enero Victoriano Huerta encarcela a José Luis Requena en la prisión militar de Santiago Tlatelolco, con la intención de fusilarlo. Esto es impedido por el presidente de la suprema corte de justicia de la nación, Francisco Carvajal, y por el ministro de Estados Unidos en México, Mr. O´schonessy. José Luis Requena se rehúsa a abandonar la prisión hasta que su nombre se limpie públicamente. Temiendo nuevas represalias de Huerta, sale con su familia a Nueva York, donde vive por siete años. Allá instala un bufete de abogados asistido por su hijo Pedro. El 4 de enero Villa llega a Ojinaga, Chihuahua, para animar a su ejército contra las fuerzas federales. El 11 de enero cae Ojinaga. El ejército de Mercado huye a EUA cruzando el río Bravo. El 12 de abril, Venustiano Carranza llega a la ciudad de Chihuahua, procedente de Ciudad Juárez, en su cruzada contra la dictadura militar de Victoriano Huerta. Es alojado en la Quinta Gameros durante dos meses. La escolta de Carranza, de 50 elementos, y su batallón de 400 hombres, se acomodan perfectamente en el patio de la Quinta. Estalla la Primera Guerra Mundial. 1915 El 7 de marzo muere de peritonitis en El Paso, Texas, Enrique Gameros, primogénito de la familia Gameros Müller. 1917 Estalla en Rusia la Revolución Bolchevique. 1918 Termina la Primera Guerra Mundial con la rendición del gobierno alemán. 1919 Muere en Nueva York el hijo de don José Luis y doña Ángela, Pedro Requena Legarreta, víctima de una epidemia de influenza española. Muere Emiliano Zapata. 1920 El 22 de mayo muere don Manuel Gameros en sus hotel McCoy, en El Paso, Texas. Muere Venustiano Carranza.

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1921 El Gobierno Mexicano restituye algunas propiedades que habían sido incautadas durante la revolución, entre ellas la Quinta Gameros. Doña Elisa Gameros Müller, única heredera de don Manuel, la habitará con su esposo y sus hijos durante casi 6 años, hasta septiembre de 1926. Con la muerte de Venustiano Carranza, el gobierno presidido por Adolfo de la Huerta dicta una amnistía con la que José Luis Requena y su familia pueden regresar a México. El licenciado Requena abre de nuevo su bufete de abogados y comienza a promover nuevos negocios. 1922 Estalla la Guerra Civil en China. Se inventa la televisión. 1923 Muere Luis Terrazas Fuentes, considerado como el primer latifundista de la República y el principal motivador de la inconformidad social que hace estallar la Revolución Mexicana, por su cuantiosa fortuna y sus duras medidas al gobernar Chihuahua, como la ejecución de los obreros de Pinos Altos, primeras víctimas del movimiento obrero mexicano, y el despojo despiadado que hizo a los campesinos de sus tierras comunales hasta apoderarse de prácticamente todo el Estado, aprovechando la Ley Municipal de Tierras promulgada por su yerno. Muere en una emboscada Francisco Villa en Parral, Chihuahua. 1926 Elisa Gameros Müller vende la Quinta Gameros al Gobierno del Estado. Se instalan las oficinas superiores de Educación Pública y la oficina central del Registro Civil. El edificio es conocido como el Palacio de Justicia por mucho tiempo, aún después de haber cambiado sucesivamente de usos y funciones. Otras dependencias se alojarán en el inmueble, como la Junta Central de Aguas y la Junta Local de Caminos. 1929 La sorpresiva caída de la bolsa inicia la Gran Depresión en Estados Unidos. 1930 Se suprime la propiedad privada en Rusia. 1933 Es publicado el libro La crisis del Talón de Oro, de José Luis Requena, de índole económica. Muere Julio Corredor Latorre, arquitecto y constructor de la Quinta Gameros. 1935 José Luis Requena publica su segundo libro sobre economía, La Crisis de la Guerra. 1938 El presidente de México Lázaro Cárdenas expropia las plantas petroleras norteamericanas.

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1939 Muere doña Ángela Legarreta de Requena, esposa y compañera de José Luis por más de 50 años. A partir de ese momento el ánimo y la salud del señor Requena decae. Hitler declara la guerra. Inicia la Segunda Guerra Mundial. 1941 Con motivo de un incendio ocurrido en el Palacio de Gobierno, el Supremo Tribunal de Justicia se traslada a la Quinta Gameros, donde permanece hasta 1947. 1943 Muere don José Luis Requena en su casa, rodeado por su familia, dejando un profundo dolor entre quienes lo conocieron. La casa La Santa y el mobiliario pasan por herencia a manos de su hija Guadalupe Requena de Fossas, quien la habita con su esposo Fernando Fossas y sus tres hijos, Angie, Pedro y Ferdie. 1945 Editorial Clásica publica en forma póstuma la colección de poemas de José Luis Requena, Fantasía y soledad (19121942) con una introducción de Antonio Castro Leal. Cae Berlín y Hitler se suicida. Estallan bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki. Se rinde Japón. Fin de la Segunda Guerra Mundial. 1948 Muere asesinado en la india Mahatma Gandhi. 1953 Se instala la Exposición Minera Chihuahuense en uno de los departamentos de la Quinta Gameros. Se conquista el Monte Everest por primera vez. 1954 Empiezan a funcionar en la Quinta Gameros las oficinas de Rectoría de la Universidad de Chihuahua, así como las escuelas de Ingeniería Civil, Derecho y la Facultad de Música. La Rectoría permanece en la Quinta hasta 1958, año en que se traslada a su nuevo recinto en la Ciudad Universitaria. 1955 Fallece Albert Einstein. 1958 El 9 de mayo el gobernador Teófilo Borunda firma un contrato de comodato por 2 años con el binomio Universidad de Chihuahua-Instituto Nacional de Antropología e Historia para instalar en la Quinta Gameros el Museo Regional del Estado de Chihuahua, con la condición de que se respete la exposición minera ya instalada. Dicho museo no es inaugurado hasta tres años después. 1959 Triunfa la Revolución Cubana. Fidel Castro establece el régimen comunista.

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Mueren José Vasconcelos y Alfonso Reyes, los más grandes intelectuales mexicanos de su época. 1961 El 22 de noviembre es inaugurado el Museo Regional del Estado de Chihuahua Quinta Gameros por el licenciado Adolfo López Mateos, presidente de la República. Además de la colección de minerales preexistente, el museo exhibe pinturas antiguas, vestimentas eclesiásticas y piezas arqueológicas de culturas indígenas de nuestro país, en especial de la cultura Paquimé del estado de Chihuahua. 1965 Inicia la intervención de EUA en la Guerra de Vietnam. 1967 Muere Guadalupe Requena de Fossas. Hereda La Santa y su mobiliario a su hijo Pedro Fossas Requena, nieto de don José Luis. Los muebles y el decorado del desayunador son obsequiados por Pedro a la única hermana sobreviviente de Guadalupe, la señora Luz Requena de Sitges. El INAH declara Monumentos Históricos a la Casa Requena y a su mobiliario y muestra su interés por adquirirlos, con la intención de hacer un museo. Le paga a Pedro Fossas Requena una renta mensual para poder iniciar la remodelación en lo que se hace la compra. Una pared se desploma y el INAH posterga las reparaciones por falta de presupuesto, hasta que la casa se deteriora completamente. Al terminar el contrato de arrendamiento, el INAH se desentiende de ella y del mobiliario. 1968 El 19 de octubre de 1968 el licenciado Oscar Flores decreta la autonomía de la Universidad de Chihuahua, que en su Ley Orgánica declara a la Quinta Gameros como patrimonio de la Universidad. En septiembre tropas militares ocupan la Ciudad Universitaria en la Ciudad de México y desalojan con violencia a estudiantes huelguistas. Poco después, el 2 de octubre, en la ciudadela de Tlatelolco, el ejército masacra a estudiantes y obreros en una marcha de protesta. Esto como medida del presidente Díaz Ordaz para ocultar las tensiones políticas a los visitantes de todo el mundo que acuden a las Olimpiadas en el país. Los medios de comunicación minimizan la noticia. 1969 Astronautas estadounidenses ponen un pie en la luna, demostrando así su poderío tecnológico y militar. 1971 Pedro Fossas Requena, tras buscar de forma desesperada, por años, un modo de resguardar la colección de muebles, encuentra finalmente una respuesta positiva en Patricia Clark de Flores, esposa del entonces Gobernador de Chihuahua, quien le ofrece la Quinta Gameros para tal efecto. Se firma un comodato entre el señor Fossas Requena y la Universidad Autónoma de Chihuahua. La colección de Muebles Requena desde entonces viene a formar parte muy importante del atractivo de la Quinta Gameros. 1972 Se crea la Ley Federal sobre Monumentos y Zonas Arqueológicas, Artísticas e Históricas, en la que se acoge a la producción Art Nouveau para ofrecerle protección jurídica. 1989 Cae el Muro de Berlín. 1991 En septiembre, por acuerdo del H. Consejo Universitario de la UACH, se cambia el nombre de Museo Regional Quinta Gameros por el actual de Centro Cultural Universitario Quinta Gameros. 1999 En agosto la Comisión Nacional de Zonas y Monumentos Artísticos declara a la Quinta Gameros como Monumento Artístico Nacional. Este fallo queda formalizado por medio del acuerdo número 289 que se publica en el diario oficial de la federación con fecha 22 de diciembre de 2000. 2003 A la colección de los muebles de la Casa Requena se une la Recámara Pavo Real y el Oratorio de la Recámara Principal. Algunos muebles de la Pavo Real que faltaban se incorporan en 2005, tras ser retirados del museo Franz Mayer donde se encontraban, para que la colección esté junta. 2007 La comunidad chihuahuense conmemora y celebra el centenario de la construcción de la Quinta Gameros. La publicación del presente libro forma parte de los festejos.

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La uinta arquitectura y contexto Gastón Fourzán Fierro

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l siglo XIX, época de la industrialización en el mundo, trajo cambios muy importantes en la forma de vida y en el desarrollo de las ciencias, las técnicas y por supuesto de la economía. En Europa y en los EUA principalmente, el impacto es importante. Suscita cambios tan radicales

como acelerados en el tiempo si comparamos ese momento con el ritmo anterior de la historia. Las capitales europeas se modernizan, con París como paradigma, que pierde su aspecto medieval y se engalana con nuevos edificios y avenidas que hasta la fecha son deslumbrantes. Viena por su parte se actualiza y es embellecida por los emperadores como una gran ciudad capital e igualmente Berlín es objeto de renovación urbana con aspiraciones de ponerse a la par de otras capitales de su tiempo. Por su lado, en Inglaterra se impulsan modelos de desarrollo urbano que ponen de moda el dividir las ciudades en sectores según su actividad: sectores industriales, sectores comerciales y sectores habitacionales. A los sectores habitacionales se les da un ambiente ajardinado, modelo que igualmente se impulsa en las ciudades industriales de los EUA que en ese momento ven crecer su población de forma insólita, tanto por la explosión demográfica propia, como por las increíbles oleadas de inmigrantes. Chicago, Nueva York, San Francisco, San Luis, son las nuevas metrópolis del momento que se componen con suntuosas sedes para las instituciones comerciales, financieras y con instalaciones para las grandes empresas. Posteriormente el modelo de la ciudad jardín inglesa se difunde debido a las nuevas ideas acerca de la higiene, la funcionalidad, la belleza y el progreso. Los suburbios de Londres, con Richmond al frente, imponen un ejemplo de vida urbana donde se tienen las edificaciones entreveradas con áreas verdes. Para países como México, el impacto de la Revolución Industrial se deja sentir décadas después y con un vigor de menores alcances. Como novedades importantes figura la introducción de los ferrocarriles, la instalación de aserraderos, la multiplicación de la actividad minera con la aparición de plantas de beneficio y fundiciones, el establecimiento de numerosas plantas de agroindustria y de textiles, y la implementación de técnicas para la crianza extensiva de ganado y la explotación de productos agrícolas tropicales.

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La influencia cultural de los inversionistas y técnicos extranjeros que llegan a nuestro país se deja sentir. Asimismo, los hijos de las clases acomodadas que viajan a Europa, para educarse o para vacacionar, conocen las nuevas modas y quieren traerlas a México. También el sector público, encabezado por don Porfirio Díaz, elabora planes para renovar las ciudades mexicanas con el fin de darles un aspecto de modernidad, pues su catadura aún es virreinal. Se trazan avenidas que resulten funcionales y al mismo tiempo muestren, aunque sea en segmentos, una nueva vida urbana, limpia, con servicios, transporte, iluminación, que logren dar una imagen de pujanza y desarrollo. Paseos urbanos como el de la Reforma, el Montejo, el Colón, son ejemplo de renovación urbana que refleja las influencias y que es repetida en varias de las capitales de las entidades federativas. La moda europea, sobre todo la francesa, se impone en el urbanismo, la arquitectura, la literatura, el vestido y aún la comida y la lengua. Es muy bien visto hablar en francés en tertulias y veladas culturales. Los artistas y estudiantes destacados de plástica reciben becas para asistir a las academias de Italia y Francia a perfeccionar su formación y regresan con patrones y modelos que poco encajan con la realidad cultural nacional. Pero los nuevos tiempos también traen ideas importantes para la población, particularmente en la prestación de servicios educativos y de salud. Se construyen edificios escolares como nunca se había visto, así como hospitales, que suministran un gran servicio a la gente que hasta ese momento había tenido ese apoyo de forma muy limitada. También se dota de infraestructura como agua potable, drenaje sanitario y, a finales de siglo, de energía eléctrica y alumbrado público. La seguridad pública que debe imponerse en el territorio nacional a toda costa para alentar la buena imagen de estabilidad, se apoya con la implementación de un sistema penitenciario y de policía que resulta bastante efectivo durante tres décadas. En la habitación se ven nuevas tipologías, que se aplican sobre las formas tradicionales de la vivienda con patio central heredadas de la colonia. La casa habitación va adoptando prototipos en boga, sobre todo en la vivienda urbaEl Paseo Bolívar adornado para recibir a Porfirio Díaz. Antiguo Teatro de los Héroes, ya desaparecido. El presidente Díaz inaugura la presa Chuvíscar.

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na y rural de las clases acomodadas, aunque también, en menor escala, en la


vivienda popular de los medios urbanos, donde inicia el proceso de industrialización, como en la Ciudad de México y en Monterrey. Se trata de una tipología de vivienda compacta, es decir, sin patio, de dos niveles, donde las habitaciones de distribuyen en torno de un salón central que regularmente aloja las escaleras. Este tipo de vivienda, propio de climas fríos o templados frescos, no es común en la ciudad de Chihuahua de esa época. Sin embargo, nuestro clima benigno lo favorece sin mayores problemas. Las casas de la colonia Juárez en la Ciudad de México, las del Paseo Montejo en Mérida, o las del Paseo Bolívar y las avenidas Juárez y Zarco en Chihuahua, son ejemplo de los gustos arquitectónicos de las clases acomodadas mexicanas. Más que buscar el modelo de los empresarios estadounidenses, calvinistas en su mentalidad, añoraban el ambiente aristocrático, y no dudaban en realizar enormes gastos de carácter suntuario, antepuestos a la inversión productiva.

Chihuahua porfiriano Renovar el espacio urbano, adecuarlo a los aires de modernidad que se dejan sentir, es una de las preocupaciones de los gobiernos de fin de siglo en Chihuahua capital. La llegada del ferrocarril en la década de 1880 significa un cambio en la economía del estado de Chihuahua y asimismo en su dinámica social y política que permite el inicio de un proceso de modernización amplio. En la ciudad esto se pone en evidencia una década más tarde, cuando se hacen mejoras funcionales y de imagen, particularmente durante la administración del coronel Miguel Ahumada. Las obras de mayor envergadura se realizan en las avenidas principales como el Paseo Bolívar, las avenidas Juárez, Cuauhtémoc, Independencia y Ocampo. Se remozan con banquetas, alumbrado, forestación, mobiliario urbano, bebederos para las bestias y se dota de algunas piezas de ornato como lámparas y monumentos de carácter cívico, entre los que se cuentan el del general Manuel Ojinaga, el ya desaparecido del general Carlos Pacheco y muchos otros. Estas obras imprimen un ambiente

Quinta Sisniega. Interior de la casa de Enrique Creel. Hotel Palacio, ya desaparecido.

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de calidad urbana. Chihuahua paulatinamente adquiere una dignidad a la altura de su situación de ciudad capital. A partir de ese momento algunas de sus muchas carencias como centro urbano se empiezan a subsanar. Paralelamente la ciudad recibe nuevos habitantes, varios de ellos de nacionalidad extranjera. Llegan a invertir en negocios comerciales, donde por lo general se ofertan importaciones junto a otros productos locales. La mayoría de los productos importados provienen de la industria estadounidense, que en ese momento está ya en franca expansión. Son muchos los negocios que abren sus puertas en esa época. La iniciativa privada también contribuye a dotar de edificios vistosos. El paisaje urbano es un rasgo que se atiende por su clara finalidad promocional: pone de relieve los visos de progreso que el país alcanza. Como se ha visto, se abre una nueva dinámica económica en algunos renglones gracias a las numerosas inversiones industriales y comerciales del capital extranjero. Promover una imagen de confianza, de seguridad, con facilidades y comodidades urbanas, es importante para atraer la inversión. El gobierno lo entiende. Se realiza un esfuerzo de construcción que levanta buena parte de la arquitectura patrimonial que hoy nos enorgullece. Los palacios de Gobierno y Municipal, el elegante remozamiento del Parque Lerdo y de las plazas Hidalgo y de la Constitución, son obras de calidad que han de perdurar para la posteridad dándole relevancia al paisaje urbano y ofreciendo su servicio de recreo para los habitantes de la ciudad. También otros edificios se construyen con una arquitectura de prestigio, entre los que se cuentan el Mercado de la Reforma, espacioso, bien iluminado y funcional; tiendas como El Nuevo Mundo, y el Hotel Palacio, que generan un ambiente cosmopolita. Triste es decir que los tres han desaparecido. Igualmente la estación de ferrocarriles y La Despedida, si bien modestas, son muestra de la creciente actividad. El equipamiento urbano despierta el interés del sector público, que advierte una oportunidad para demostrar ante la opinión pública nacional e internacional que el país se encuentra en verdaderos cauces de progreso. Las Kiosko francés en la Plaza de Armas. Casa Zuloaga. Quinta Carolina de Luis Terrazas.

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ciudades capitales de las entidades federativas y otras localidades también


importantes se ven dotadas de nobles edificios para dar alojamiento al equipamiento de mayor demanda. Chihuahua se ve enriquecida con las escuelas Modelo, la 225, la de Niños, teatros como el de los Héroes y el Centenario, el hospital Porfirio Díaz, hoy Hospital Central, oficinas gubernamentales como el Palacio Federal, y edificios para la seguridad pública donde destaca la Penitenciaría del Estado y la Comisaría Central de Policía que contiene también la primera estación de bomberos que se construye en la ciudad. Las viviendas de las clases altas se edifican en varios “estilos,” según el gusto del cliente y la interpretación que pueda hacer el diseñador, conforme a su calidad de profesional, arquitecto o ingeniero civil, o bien maestro de obras, que los hay muy buenos. La Quinta Carolina, la casa urbana de don Luis Terrazas, la Quinta Ahumada, la Quinta Terrazas Cuilty, la casa de la familia Horcasitas, la Hacienda de Tabalaopa, la Quinta Dale, son algunos ejemplos destacados. Si hablamos de sus estilos, se debe hacer un gran esfuerzo para encontrar la filiación de sus distintos elementos tipológicos y ornamentales, que frecuentemente son de distinta procedencia: rasgos renacentistas italianos y franceses, particularmente el toscano y el romano con pórticos y columnatas; algunas evocaciones del barroco, igualmente romano; de repente algo del francés parisino; el rococó, escaso en las casas que mencionamos, y el victoriano con sus derivaciones de campestre romántico y torreones y terrazas a la Luis de Baviera. Tales estilos, como se dice, son interpretados por el diseñador que frecuentemente aplica proporciones poco ortodoxas, robustece demasiado la ornamentación, cuida poco las escalas e inclusive tergiversa la lógica constructiva y estructural. El diseño de los diferentes tipos de edificios está en manos de personas locales y extranjeras. Entre los edificios que aun existen, cabe destacar la buena calidad técnica y los esfuerzos de adecuación que se hacen para atender a los nuevos sistemas y materiales disponibles. Aun a nivel internacional el eclecticismo es una característica de ese momento cultural de rápida innovación que dificulta la adaptación de los gustos y la aparición de una nueva visión estética. En la ciudad de Chihuahua estos procesos de creación conllevan un tiempo mayor para ser asimilados y una

Quinta Dale. Banco Comercial de México. Revolucionarios en el Paseo Bolívar. Al fondo, la silueta de la Quinta Gameros.

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decantación más lenta; no están en condiciones de avanzar a la velocidad que lo hace la tecnología. El desarrollo más palpable, aun cuando poco visible, es la introducción de infraestructura que mejora sustancialmente la funcionalidad urbana desde los propios hogares hasta las actividades productivas. El drenaje sanitario, el agua potable, la energía eléctrica, el servicio telefónico, son las instalaciones que se dotan, y el alumbrado público se renueva con la introducción de la bombilla incandescente. Estos servicios impulsan de forma vigorosa al desarrollo, pues facilitan las actividades y sanean un medio urbano en el que los problemas de salud pública se han presentado algunas veces con gravedad, como las epidemias del cólera. Chihuahua, en parte, es otra ciudad después de la década de 1890. Su aspecto dieciochesco queda atrás dando paso a la nueva imagen de los nodos y las grandes avenidas que la asemejan a las ciudades de los países industrializados.

El sitio El Paseo Bolívar es una vía con actividad importante desde fines del siglo XVIII, cuando se planta la Alameda de Santa Rita, hoy Parque Lerdo, para dotar a la ciudad de espacios recreativos. En esta zona se encuentra La Despedida, donde llegan las diligencias de Parral, Cusihuiriachi, de la Ciudad de México y de San Antonio, Texas. También la Plaza de Toros está en el barrio, y la Feria de Santa Rita que, según noticias, se instala en esos lugares. Hay por ahí vivienda y otras facilidades requeridas por los viajeros y por quienes acuden a la Plaza a las corridas. También muy buscado parece haber sido el Rebote que existió hacia 1830. En definitiva el Paseo es una senda importante. Al ser remozado, hacia 1895, se vuelve atractivo para la construcción de casas de familias acomodadas que paulatinamente le imprimen al barrio un aire en verdad elegante y distinguido. La Quinta Touché, las casas Creel, la de don José María Sánchez, la Quinta Müller, son ejemplos sobresalientes. Por ello aparece lógica la decisión del ingeniero Gameros de escoger un lote

Diferentes etapas de la construcción de la Quinta, con las técnicas de vanguardia.

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en ese barrio para la construcción de su casa palaciega. En 1907 adquiere el lote por la cantidad de “$ 4000.00 pesos de plata del cuño mexicano”. El lote, de forma trapezoidal, mide 30 m. en su frente al Paseo Bolívar, 80 m. por su lado de la Calle 4ª y por el lado de su colindancia, y 50 m. de ancho en su frente a la calle De la Llave, con superficie de 3 200 metros cuadrados. El Paseo Bolívar es una vía de sección amplia, quizás por dar paso a una de las líneas troncales que distribuyen el agua del acueducto. Tal amplitud permite el arreglo de un paseo a la usanza parisina, con un camellón al centro, hoy desaparecido, un parque lineal arbolado en su costado norte y unos andadores muy generosos que invitan a la afluencia peatonal. Contrariamente, las calles 4ª y la De la Llave son calles de carácter local, de uso habitacional, cuya sección es estrecha, que hacen que se perciba al lote con una orientación preferente hacia el Paseo Bolívar, aunque sea ese su costado más estrecho. Esto se compensa sin mayor dificultad con la circunstancia de ubicarse en esquina, que perceptivamente genera una sensación de gran apertura.

El proyecto Trabajar un proyecto arquitectónico en el ambiente cultural descrito antes, inicia con la búsqueda de algunos modelos y prototipos conforme a una intención expresiva y/o demostrativa, tanto del cliente como del ejecutante. En las propias escuelas de arquitectura de la época, el método de enseñanza en el taller de proyectos se hacía proponiendo un género arquitectónico dado, para lo cual había que buscar esquemas ya resueltos en algún momento histórico que se le acomoden: a la Palladio, a la Vignola, etc. Así sucede en los proyectos para la Quinta Gameros. El mismo Corredor Latorre explica en su informe de 1928 que “el estilo de las fachadas” es el Luis XIV y más adelante se refiere a “los estilos europeos del renacimiento”. La arquitectura decimonónica utiliza patrones convencionales y cánones de proporción para resolver los problemas arquitectónicos. Un edificio como la Quinta no representa un gran problema desde el punto de vista de diseño en su conjunto, ya que

Así lucía la Quinta a poco de haber sido terminada. Los desfiles cívicos pasaban frente a ella, recorriendo el Paseo Simón Bolívar.

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el acomodar los diferentes locales obedece más a una intención formal que funcional. Solucionar los volúmenes que logren la imagen que se desea no es complicado para alguien con la formación profesional de Corredor Latorre y sobre todo con una práctica que el oficio de la arquitectura requiere. El trabajo laborioso del proyecto consiste en resolver la ornamentación, que, por profusa, demanda tiempo para ser diseñada en detalle. Lo más sencillo es resolver la disposición, porque, al igual que el diseño del conjunto, existen cánones que permiten establecer el esquema general para aplicar los ornamentos. Los cánones, entre otras solicitudes, requieren enmarcar los vanos, destacar las piezas estructurales como columnas, claves, entablamentos e impostas, así como dar solución a elementos funcionales entre los que se encuentran balcones, balaustrados, escalinatas, mansardas. Dibujar y resolver constructivamente esos detalles demanda una gran cantidad de tiempo y de atención para evitar errores costosos y pérdida de tiempo en el momento de ejecutar los trabajos. Son muchos los dibujos de estereotomía que deben realizarse (generalmente a escala 1:1, es decir, a tamaño natural), en especial los que requieren los canteros para trazar y labrar las piezas de ornamentación. Costear los trabajos de una obra cuyo monto final suma alrededor de medio millón de pesos no es usual en aquella época, porque la gente adinerada es poca. Pero, dentro del espíritu poco ahorrador que prevalece en nuestra cultura, si alguna persona tiene los recursos se los puede gastar. Distinta actitud se tiene en otros países, donde el empresariado primero estima las inversiones que son productivas, como la industria de transformación o el desarrollo tecnológico, que son la base de la riqueza, y rara vez lleva a cabo gastos suntuarios. Las minas son una fuente de riqueza interesante. En los tres siglos de historia de Chihuahua le han sorbido el seso a más de uno. A la fecha los buscadores de ilusiones se empeñan en su búsqueda. Gameros es de los afortunados. No tiene dificultad alguna para reunir los fondos necesarios y empezar a construir la mansión. El ritmo de las obras es continuo y en realidad breve, antes de que iniciaran las inquietudes de la Revolución.

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La construcción No es difícil organizar los trabajos de construcción en el Chihuahua de inicios del siglo XX. Existe una mano de obra experimentada y con una tradición importante que se retoma después de casi un siglo sin actividad. La última gran obra del proceso constructivo virreinal es el Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, de fines del dieciocho. La actividad en la industria de la construcción se interrumpe en casi todo el siglo XIX, debido a las múltiples dificultades que la entidad enfrenta, como la guerra con los apaches, las invasiones extranjeras y otros varios conflictos. Renace a finales de ese siglo con obras como el Palacio de Gobierno, el Teatro de los Héroes, la Quinta Carolina, entre muchas otras, que anteceden a la construcción de la Quinta Gameros. El informe de Corredor Latorre da cuenta de la pericia de la mano de obra regional y enfatiza la generosa disponibilidad del ingeniero Gameros para apoyar con gran desprendimiento a los artesanos y de esa forma estimular e impulsar su actividad. La destreza, esmero y creatividad artística chihuahuenses hacen declarar a Corredor que la calidad alcanzada en la ejecución del trabajo es comparable a la de los artesanos europeos. Para diseñar los detalles ornamentales en cantera de las fachadas se contrata a un artista italiano, que por razones de salud debe retirarse, para dejar finalmente en manos de los canteros locales la responsabilidad del labrado. Aparte, se contratan siete artistas, dos italianos y cinco españoles, para el decorado de la yesería y la pictografía en interiores.

Los materiales y la tecnología La calidad que debe tener una residencia para la clase acomodada exige la utilización de materiales y otros elementos que hicieran posible alcanzar comodidad, durabilidad, funcionalidad, de acuerdo con lo que se dispone en el momento. La fabricación mediante procesos industriales de elementos para la construcción tiene ya un siglo de haber aparecido. En Chihuahua se han

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utilizado varios tipos de productos y se están modernizando, un tanto, ciertos procedimientos constructivos. Para la Quinta Gameros se aprovechan las facilidades y ventajas que la nueva tecnología ofrece, lo que hace posible en buena parte que el edificio se conserve hasta la fecha en buenas condiciones estructurales y de apariencia. Los materiales que se utilizan son en su mayoría tradicionales. Solamente se incorporan algunos nuevos. Entre los tradicionales tenemos mampostería de piedras tipo riolita y basalto, así como toba riolítica, mampostería de ladrillo, cantería, morteros y aplanados de cal, y embaldosados de piedra. Entre las novedades tenemos el hormigón, el yeso, la madera procesada, así como láminas, textiles y viguetas metálicas. El sistema constructivo empleado se conoce con detalle a través del informe de 1928 y de las inspecciones físicas del edificio. La obra se encuentra muy bien hecha desde sus cimentaciones. Baste constatar que los agrietamientos y fracturas son muy pocos y por lo demás de escasa significación. Los cimientos tienen una profundidad de casi dos metros. Su desplante se asienta en una capa de material duro firmemente apisonado, una plantilla de concreto de diferentes espesores, según el tipo de muro a cargar y, finalmente, una mampostería de piedra que se levanta hasta sobresalir un poco del terreno natural, para ser enrazada con una dala de concreto. Encima, el basamento de mampostería de piedra volcánica y ladrillo alcanza un metro y medio de elevación y en el perímetro de la casa lleva un recubrimiento de cantería acabada como almohadillado. Los muros exteriores se construyen con cantera blanca dura con espesores de 30 a 40 cm. y los interiores con tabique de primera clase con espesores de 28 a 42 cm. según su condición de ser de un muro de carga o sólo divisorio. En la planta alta se redujo el espesor de los muros 10 cm. respecto de la sección que presentan en planta baja. Algunos de los muros de la buhardilla son ligeros, fabricados de estructura de madera con tela metálica y un aplanado de yeso. Estas soluciones hacen que el edificio no sea tan pesado como a la vista puede parecer, con las ventajas de un costo menor y un requerimiento estructural menos difícil de solucionar.

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Los elementos estructurales de piedra como los arcos, pilastras, entablamentos, columnas, impostas, fabricados de cantería, tienen una dimensión y un despiece que evidencian su trabajo mecánico. No son meros recubrimientos: se encuentran trabajando como parte de la estructura portante. Las piezas tienen el espesor del muro e inclusive ya algunas de ellas han cedido un tanto al peso, como se ve en los dinteles de las ventanas de la fachada que da hacia el jardín posterior. Para pisos, entrepisos y cubiertas se utiliza vigueta metálica, madera y bovedilla de lámina metálica para colados de hormigón. Este sistema es novedoso en Chihuahua, pero muy usual en la arquitectura europea y estadounidense de la época. Permite aligerar la construcción, sin hacerla perder estabilidad, pues los elementos metálicos y de concreto se afianzan entre sí logrando formar articulaciones de suficiente rigidez. Los elementos de madera, principalmente entrepisos y cubiertas, se han trabajado según la tradición constructiva de los países del norte, que conocen el comportamiento del material y lo trabajan adecuadamente. La estructura de los entrepisos se forma con un entramado de vigas de madera, enlazadas entre sí mediante una estructuración a manera de contraventeo que le da rigidez al sistema, para recibir la duela de los pavimentos. La duela en el piso de la planta baja no tiene amortiguador de ruidos. En cambio la planta alta sí ha recibido un relleno de tierra tanto en su techo como en el entrepiso, que sirve de aislante acústico y térmico.

Los acabados La fachada tiene un recubrimiento de cantería con piezas de gran tamaño para poder ser labradas con su muy notable alto relieve. La cantería esta hecha de una roca abundante en la región, una toba riolítica no muy dura para labrar, que se corta formando prismas en la cantera de extracción según las dimensiones solicitadas y se lleva al lugar para ser trabajada. Las dimensiones de la cantera que necesita la Quinta Gameros son mayores que las con-

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vencionales, lo cual significa erogar un costo mayor por su extracción. Una vez en el lugar de las obras, la piedra se corta al tamaño adecuado, conforme con las indicaciones en los planos, y recibe el trazo del labrado con un punzón o buril. Todavía se advierten algunos de los trazos en las piezas. El terminado se hace a base de pulido con lijas de arena y piedra, que permite dejar una superficie tersa y con las aristas vivas. La habilidad de los canteros es evidente, tanto para resolver un labrado tan intrincado que parece encaje, como para encontrar los ensambles adecuados de una piedra con otra en ese rompecabezas de varios miles de piezas. Sus conocimientos de geometría son notorios, y saben utilizar las escuadras y el compás con gran soltura para trazar y para proporcionar. Las piezas se sientan con cal y arena y se sujetan unas a otras en el tejido de la mampostería. Cuando alguna pieza tiene que sobresalir del conjunto del aparejo se sujeta con un candado de la misma piedra que se practica en las caras laterales. En casos de que se requiera que sobresalga mucho, como en las cornisas, los candados se hacen de plomo para lograr la sujeción necesaria. Otra consideración muy importante es el desagüe de la lluvia. Las canaletas, declives y goterones deben diseñarse con extremo cuidado y precisión para hacer que el agua sea eliminada y no cause daños a la piedra ni se filtre en los muros o en las cubiertas. Las fachadas posterior y lateral hacia el sur reciben un terminado diferente, pues se aplanan con un enlucido de cal y arena y solamente el refuerzo de los vanos tiene trabajo de cantería. Por razones de economía el cambio resulta explicable y comprensible. La casa tiene una gran cantidad de dispositivos arquitectónicos que la hacen más funcional y fácil de ser utilizada. Estos dispositivos son trabajos de herrería y de carpintería de una gran calidad, ejecutados con la misma habilidad y fineza que la de los canteros. Se ha mencionado el aprecio que el ingeniero Gameros tiene por la calidad del trabajo artesanal y no podemos más que estar de acuerdo con él y reconocer su esfuerzo por ofrecerles la oportunidad de trascender la historia para que las generaciones actuales y futuras conozcan tal maestría. Las rejas de protección, de los balcones y la marque-

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sina, son realmente el mejor trabajo de herrería de forja que se pueda encontrar en el estado de Chihuahua, y cabe hacer mención que a la fecha se encuentra en perfectas condiciones de servicio. La carpintería, que integra complicados trabajos de ebanistería, se encuentra completa a un siglo de su realización. Demuestra el amplio conocimiento técnico que permite resolver su fabricación y su modo adecuado para funcionar. El oficio de la carpintería requiere de una formación y experiencia que, al cabo de buscar, se encuentra en personas del estado de Chihuahua y del estado de Durango, con quienes se constituye el equipo de trabajo. Un testimonio del arquitecto Corredor Latorre informa que para el trabajo de tallado en cada una de las puertas interiores se ocupa un tallador durante tres meses. Entre las comodidades que aquella época ofrece se cuentan muchas de las invenciones técnicas de que actualmente se disfruta, como los sistemas de calefacción y la iluminación eléctrica. La inversión es enorme, lo que hace necesario que se incluyan las instalaciones más adelantadas disponibles, como los radiadores de agua caliente que permiten mantener la casa a una temperatura confortable sin resecar el ambiente ni generar problemas de humo propios de las chimeneas. En el cuarto del sótano se encuentran la caldera y las bombas para hacer circular el agua, que son traídas desde las fábricas ubicadas en el norte de los Estados Unidos. La iluminación puede hacerse a base de bombillos eléctricos porque la ciudad ya cuenta con el servicio doméstico de energía eléctrica. Inclusive la iluminación se coloca no sólo de forma funcional, sino también artística, distribuida sobre algunos de los elementos ornamentales de la yesería de cielos rasos y placados de los interiores. El cuarto de baño cuenta con todos los adelantos de la época como ducha, lavabo, tina de baño y sanitario inglés, de sello de agua, cuya alimentación de agua y descarga de aguas servidas se satisfacen, respectivamente, por el sistema de agua potable y por el sistema de albañal con que ya cuenta Chihuahua capital. La recolección de aguas pluviales de las cubiertas es verdaderamente un sistema complicado, porque igualmente complicado es el conjunto de dichas

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cubiertas: azoteas planas con enladrillado, tragaluces de vidriera, tejados con gran declive, mansardas, cúpulas, crestería. Los materiales son diversos y su comportamiento físico y sus necesidades de mantenimiento también lo son. Las vertientes y canalones llevan el agua por conducciones que a veces bajan por las fachadas y otras veces atraviesan el edificio por varios puntos. Las techumbres visibles están recubiertas de lámina troquelada semejando los tejados del septentrión europeo cuyo declive se diseña así para desalojar las copiosas nevadas que reciben.

La arquitectura Para la solución de la arquitectura se desarrolla un programa arquitectónico que es usual en las casas de esas dimensiones. Cabe aclarar que ninguna otra casa de entonces posee un programa tan amplio como la Quinta Gameros, pues ni aún la Quinta Carolina o la Ahumada, que en dimensiones son un poco menores, tienen la cantidad de locales que componen a esta edificación. La Quinta se compone de 24 locales, que suman un total de 1 983 metros cuadrados de superficie, más las buhardillas y el entresuelo, que suman otra buena cantidad de espacio, si no habitable, sí útil. La planta baja alberga, sobre el eje central, el recibidor, el gran vestíbulo de doble altura y el cubo de la escalera que también da salida al jardín posterior. En el costado sur, el salón comedor, con una sala para fumar. Del salón comedor se pasa al pantri y de éste a la cocina, que tiene adjuntas las alacenas y, como acceso secundario, un pequeño recibidor para facilitar la operación de las zonas de servicio que se enlazan con un pasillo. En el costado norte la sala con el salón de música, el pequeño aposento anexo al vestíbulo que da salida al jardín lateral, y la biblioteca, compuesta por dos salas. Al exterior en la misma planta baja se cuenta con el generoso pórtico de acceso frontal y la terraza de la parte posterior. Respecto de la planta alta, ésta se compone, sobre el eje central, por el cubo de las escaleras, la circulación perimetral y la doble altura que corres-

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ponden al vestíbulo. De los locales que dan al frente sobre el eje central se tienen pequeñas estancias que pueden servir de alcobas para estar o gabinetes de trabajo; todas comunican a la terraza que se forma con la cubierta del pórtico de acceso. Las recámaras, algunas con su respectivo cuarto de baño, se alinean sobre el costado sur y en parte del costado norte. Se desconoce el uso que se destina a la sala circular del torreoncillo y la antesala. Quizás son aposentos de estar o costureros. La azotea tiene una serie de locales que aprovechan la sobreelevación del tejado: las buhardillas y el mirador que corona el torreoncillo y que ofrece una muy bonita vista del centro de la ciudad y de las elevaciones que circundan los valles de los ríos Chuvíscar y Sacramento. Se han realizado algunos estudios interesantes sobre el estilo o los estilos históricos que inspiran la arquitectura de la Quinta. Los estilos que se toman como modelos en el siglo XIX no son respetados dentro de un análisis cuidadoso, sino que son objeto de una reinterpretación. Inclusive algunas veces se corrige a los modelos originales, como algunas veces lo hizo Viollet le Duc, con el gótico, en sus restauraciones y terminaciones de los monumentos medievales franceses. Así pues, no tiene caso intentar ver un estilo específico, con pulcritud o al menos con suficiente limpieza, porque los arquitectos entonces no tienen tales preocupaciones. La intención es solamente la de evocar el espíritu general. La Quinta tiene un esquema general del rococó de la primera mitad del siglo XVIII, como se da en el norte de Francia y en algunas comarcas alemanas y de Austria, donde encontramos edificios ligeros en su concepción y ornamentados con delicadeza femenina. Se trata de edificios que utilizan poco los órdenes arquitectónicos y que no tienen grandes entablamentos o arquitrabes que señalen entrepisos o rematen y enmarquen paramentos. La volumetría se compone de varios elementos que avanzan y se retraen cubiertos con tejados vistosos. Los edificios son más bien compactos que extendidos, de dos o más plantas, siempre exentos y rodeados de espacios ajardinados, con formas que no guardan con rigor la simetría y que en la composición de fachadas ligeramente tienden a dominar el sentido de la verticalidad.

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Acomodar el programa arquitectónico de una tipología como la que guarda la Quinta es someterse a la condición de tener un par de alas simétricas. Esto obliga a organizar los locales igualándolos en superficie. Así, en planta baja, las áreas de comedor son idénticas a las de la sala y sus anexos; lo mismo sucede con las áreas de la cocina y de la biblioteca. Del mismo modo en la planta alta las recámaras y estancias han de asemejarse para ser compuestas con simetría en las dos alas. Las condiciones de funcionalidad, muy cuidadosamente resueltas en la arquitectura del siglo XX, no son un problema para los arquitectos de siglos anteriores, quienes resuelven espacios genéricos que puedan tener varios tipos de uso. Las reglas de uso de los espacios son muy libres y el mobiliario, elemental en su capacidad de servicio, no condiciona a un acomodo en particular. Sólo la chimenea es un elemento organizador del espacio: en salas, estancias y comedor es el punto focal de la decoración y a partir de él se coordina el arreglo del amueblado. La composición arquitectónica totalmente simétrica, como evidencian las fachadas frontal y posterior, se apoya en un juego contrastante de volúmenes. La fachada del costado de la calle cuarta se organiza a partir de imprimir un ritmo, utilizando como pivote el torreón que corona el mirador. Este juego de volúmenes que domina el conjunto es propio de la arquitectura anglosajona, gustosa del contraste que otorga cierto expresionismo a la forma. Las culturas mediterráneas son muy mesuradas en ese sentido. También de influencia anglosajona es la ubicación de la casa en medio del jardín. El retiro del frente y del costado, así como el jardín posterior, son más propios de estas culturas. La animación que confieren las ventanas, la cohesión que consiguen los entablamentos y balaustrados del coronamiento, el recio desplante del basamento tratado con mampostería almohadillada para dar sensación de solidez, los toques contrastantes del pórtico frontal y del torreón y, finalmente, el remate de los tejados, muy suavizado con las curvas convexas, que son impulsos ascendentes y cuya calada crestería dispensa una mayor ligereza, logran un conjunto de atractivo encanto. Para concordar con lo anterior, la escala, de cierta monumentalidad, se

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resalta con la acentuada sobre elevación del desplante y con la escalinata que le da un sentido ascendente, sentido reforzado por las columnas y por los cuerpos que avanzan al frente. El entablamento de la terraza, que podría hacer contrapeso, resulta un tanto débil para contener la direccionalidad vertical. Hablando de la fachada frontal cabe mencionar que el acceso principal quizás debió haber sido objeto de un tratamiento diferenciado. Puertas y ventanas tienen la misma expresión y deseable sería establecer jerarquías. Una puerta de acceso principal, con un tratamiento diferente, le hubiera conferido un mejor carácter a esta fachada que se orienta al Paseo Bolívar. También la terraza de la planta alta, sobre el pórtico, se hubiera sentido más acogedora al contar con unos vanos en los muros de sus extremos. Esos muros ciegos resultan áridos dentro de la exuberancia del conjunto. Parece que se olvida la intención ornamental prevaleciente. Por otro lado, puede ser interesante en algún momento analizar el edificio en cuanto a los esquemas geométricos de composición y proporcionamiento. La arquitectura a lo largo de la historia ha utilizado diversos métodos geomé-

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tricos y matemáticos para dar sustento a la composición y para imprimir un sentido simbólico a las propuestas. Esperemos que en un futuro cercano sea posible desarrollar un estudio más cuidadoso que permita hacer levantamientos y planos detallados indispensables para los análisis antedichos. El espacio, la función y la forma en arquitectura deben tener una correspondencia que los equipare. En otras palabras, un espacio que parece importante en la expresión de las fachadas debe corresponder a esa importancia por la relevancia de su uso. En planta baja se tiene una mejor correspondencia pues al frente se acomodan los espacios de recepción y a la espalda y al costado oeste están los espacios de servicio. No es igual en planta alta: los locales al frente, con la importancia que el pórtico tiene, son pequeñas estancias y por tanto quedan insuficientes. Hubiéramos esperado que ahí estuviera la recámara principal o, quizás, una estancia familiar.

La ornamentación Una usanza que inicia en el siglo XVIII y se prolonga, acentuándose durante el romanticismo, es la de tener salones decorados con diferentes estilos, con un sentido del gusto errático, propio de esas épocas en que las clases sociales tuvieron reacomodos. En la Quinta tenemos cada sala decorada en un estilo, o más bien ambiente, que evoca épocas diversas. El recibidor tiene un decorado sui generis, pesado y oscuro, de gusto anglosajón, que imita tapices con motivos florales muy estilizados. En el caso del vestíbulo la decoración aborda, en general, motivos de inspiración barroca, con los cupidos, el pesado friso que enmarca el cielo raso y las gruesas molduras que este tiene. Los arcos y las enjutas reciben aplicaciones de florones un tanto forzadas por su definida demarcación, las cuales, en conjunto, no son del todo afortunadas. El comedor se decora con pictografía, de gran policromía, de gusto renacentista italiano a base de medallones, guirnaldas vegetales y algunos gruttescos sobre hoja de oro, que logran una atmósfera equilibrada, de parco colorido. El saloncillo fumador, con chimenea, se decora en un estilo neoclásico muy so-

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brio, a la inglesa. En cambio la decoración de la sala es más refinada: se plantea en rococó, con la típica rocalla, guirnaldas de florecillas y molduraciones delgadas. Tiene unos mascarones femeninos en el cielo raso, agregados sobre la rocalla, como para darle mayor interés, pero resultan demasiado pesados, además de ser rostros con la languidez propia del art nouveau que contrasta con la chispa graciosa del rococó. Para pasar al saloncillo de música hay un arco con unos rostros alados de cupidos, demasiado grandes y en abultado alto relieve para la escala del arco, de modo que la desproporción es evidente. El saloncillo es de un gusto relativamente depurado, como un rococó inglés o bien una inclinación hacia el Luis XVI. Diferente es el cubo de la escalera y la circulación superior, decorados con un gusto dudoso que ofrece un aspecto a la vez opulento y recargado al mezclar elementos rococó con otros de procedencia Luis XVIII o Napoleón III. Repite demasiado los moldes para muros y cielos, invirtiendo, girando o segmentando las piezas, según se acomoden a las superficies disponibles. Un tanto se salva por lo claro de la cromática. El resto de los locales de la planta alta tiene poca ornamentación, casi irrelevante, salvo las salas que dan a la fachada frontal. La iconografía que utiliza la decoración corresponde a cada uno de los estilos modelo que han inspirado cada ambiente: la rocalla como valvas, caracolas y algas marinas; los florones con follajes de acantos estilizados; amores o puttos de cuerpo entero o sólo los rostros; cariátides y atlantes derivados de la antigüedad clásica y reinterpretados por la imaginación exuberante del barroco; las diferentes molduras clásicas, enriquecidas con hojarasca, ovas y dentellones, mascarones y valvas para las claves e impostas, además de flores y cupidos juguetones. También hay elementos geométricos de grecas suavizadas. Así, se tienen cielos rasos profusamente decorados, muros con lambrines, placados de molduraciones y remates de entablamentos. Las jambas, arcos y dinteles son objeto de aplicaciones complejas, entre las que destacan los mencionados atlantes y cariátides del cubo de las escaleras. Las chimeneas y algunas sobrepuertas se destacan con aplicación de molduras y ornamentos que las acentúan como centros focales de la decoración.

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Yesería y estucados se aplican en alto y en bajo relieve, con coloraciones pálidas, aplicaciones de pátina, acentuaciones de sombra y veladuras tipo badillón para imprimir animación y cromatismo a la textura. Para el medio en que se da, el conjunto es notable por ser único, de buena calidad en su manufactura ya que se ha conservado bastante bien. La industrialización desarrolla numerosos elementos constructivos y ornamentales que se venden por catálogo, medio muy usual en la época. Las industrias europeas y estadounidenses ofrecen todo tipo de elementos decorativos para las clases acomodadas cuyo número va en crecimiento a la par que la economía. Las industrias de Chicago y de las ciudades del este de los EUA son las que fabrican y surten los diferentes productos: recubrimientos de madera y tallas, papel tapiz, moldes para yesería, herrería vaciada, láminas y cartones troquelados, cerámicas y escayolas moldeadas, vitrales, lámparas y mobiliario en general. Con ese material se aplica la ornamentación de los locales de la planta baja y algunos de la planta alta de la Quinta. También la escultórica es prefabricada, generalmente importada de Italia, vaciada de estuco, como los pares de ninfas neoclásicas, tipo Canova, del pórtico, o los pequeños y esforzados pescadores de la fuente. La escultórica de los frontispicios luce bien en la totalidad del conjunto, pero son piezas de inferior calidad tanto en manufactura como en materiales. Se han tenido que reforzar y la atención de mantenimiento debe ser constante. La Quinta Gameros es un genuino producto de su época, a la cual responde en su materialidad y en su diseño. Es una digna pieza entre las mansiones históricas mexicanas, equiparable a los mejores ejemplos de Mérida, de la Ciudad de México, de Guadalajara, y el principal ejemplo de arquitectura habitacional porfiriana en el estado de Chihuahua.

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a las personas e instituciones que colaboraron para la realización de este libro: a Alonso González Núñez, por su apoyo incondicional y totalmente imprescindible; al Instituto de Arquitectura y Diseño, por haber brindado su patrocinio para la participación del arquitecto Gastón Fourzán; al Instituto de Antropología e Historia que nos facilitó los archivos fotográficos del Chihuahua de antaño; al historiador Humberto Gameros Zamora, quien generosamente compartió su conocimiento con nosotros; a las señoras Maria Teresa Alcocer de Fossas Requena, Maria Bárbara Fossas de Garciadiego y Rosa Fossas Ferriz de Liebig, por el invaluable regalo que han hecho a la comunidad chihuahuense al confiarnos la custodia de la colección de muebles Requena; a Mario Arras, quien enriqueció los textos con precisiones arquitectónicas; a Norma Alfaro Serna y Ramón Jerónimo Olvera Neder por todo lo que aportaron para el concepto general de la obra; a Tita Delgado Caballero y Oscar Palomares Lizárraga cuyo trabajo de gestión agilizó al proyecto; a Heriberto Ramírez Luján, Jesús Chávez Marín y Martha Cecilia Soto Núñez por su amable asesoría editorial y por la acuciosa revisión que hicieron de los textos; a los fotógrafos Lorena Aguirre, Nacho Guerrero y Engelbert Grijalva, cuyo apoyo e ideas se transparentan a lo largo del conjunto de imágenes, y al personal del Centro Cultural Universitario Quinta Gameros por su apoyo resuelto y profesional durante las tomas fotográficas y, sobre todo, por su entrega y cariño para mantener a la Quinta viva y altiva: Ana Isabel Olivas Moure, Ma. De Lourdes Alba Rojo, Omar Moncayo Alvídrez, Juan Carlos Varela Llamas, Elías Sepúlveda Martínez, Rolando Lozano Cano, Annia Guadalupe Velázquez García, Hugo Pichardo Ortíz, Armando Montoya Cienfuegos, Rubén Jesús Mariscal, Jorge Domínguez Balderrama, Luis Márquez Béjar, Luis Antonio Hernández Flores, Juan Manuel Álvarez Becerra, Enrique Martínez Juárez y Martín Franco Hernández. Su generosidad agranda y llena de vida a estas páginas.

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Centro Cultural Universitario Quinta Gameros esplendor de un siglo se terminó de imprimir en noviembre de 2008. Se utilizaron los papeles Japanese White Matte de 156 g. y Brite Hue de 216 g. con un tiraje de 3 mil ejemplares. Diseño, producción gráfica y cuidado de la edición:

Luis Carlos Salcido y Héctor Jaramillo pitayaeditores@gmail.com • (614) 425-0533 Chihuahua, México Avenida Unión 266-302, Colonia Americana

Impresión: Amaroma Ediciones Guadalajara, Jal., México 44160

Tel. (33) 36-165343

Fax (33) 3616-5346




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